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El 11vo Mandamiento según Bogotá

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Revista Interjet, julio 2013. Por Jonás Alpízar. Editor: Marco Antonio Cuevas. Diseño: Daniela Garza, Pilar Fernández. Fotografías: Jonás Alpízar (algunas)

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El 11º mandamiento según BogotáTexto: JONÁS ALPÍZAR

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Este reportaje está

hecho para quien viaja

por vez primera a la

capital de Colombia.

Ofrece consejos y

recomendaciones;

habla de sitios de

interés general; brinda

tips de seguridad para

no “dar papaya”; se

detiene a contemplar

el clima, los paisajes,

el arte; a saborear

rico café y a bailar

al son de alegres

notas musicales…

Pensándolo bien, si

ya conoces la ciudad,

también te atrapará.

E s su primera vez en Bogotá?”, preguntó el moreno y corpu-lento chofer del taxi una vez

que abordé su unidad. Me habían recomendado, entre otras medi-das precautorias para este viaje, no tomar taxis en la calle. “Coja los coches certificados del aero-puerto”, me sugirió una amiga bogotana radicada en México. Y lo había hecho hasta ahora, pero…

Aunque todos mis sentidos or-denaban mentir, terminé respon-diendo que sí, que no solo era mi primera visita a esta ciudad, sino a Colombia entera. No pude descifrar reacción alguna en los ojos de mi interlocutor; estaban ocultos tras unos lentes oscuros. Sin embargo supuse que su mirada escudriñó mi cara, mi ropa. Mi miedo. Ignoro si se trate de una paranoia personal o si todos los mexicanos nos comporta-mos así en el extranjero. No impor-taba. De todas maneras ya había firmado mi sentencia. “Entonces, déjeme contarle algo de Bogotá,

la ‘Atenas suramericana’, la ciudad más bonita que usted conocerá”.

A pesar de que sienta un poco de vergüenza por esta primera escena, totalmente verídica, por cierto, creí necesario contarla. Colombia no es como la pintan los noticieros, los diarios o, incluso, algunos libros. Actuando con sentido común, y co-nociendo un poco de la dinámica local, se pueden evitar posibles conflictos. Al fin y al cabo, Bogotá es una gran urbe, y como cualquier metrópoli que se precie de serlo, tiene de todo, bueno y malo.

A vista de pájaro, el espacio que ocupa es más alto que ancho. Los poco más de 1,775 km2 de super-ficie que tiene el Distrito Capital, para hacernos una idea, superan al área comprendida por el Dis-trito Federal mexicano, que no lle-ga a los 1,500 km2. El Aeropuerto Internacional “El Dorado”, donde abordé el taxi de Andrés, mi ahora guía de oscurísimos lentes, está

Cerro de Monserrate.

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situado en el barrio Fontibón, al occidente de la ciudad, y se trata de una zona industrial y comer-cial donde se encuentran varios de los corporati-vos y empresas trasnacionales.

“¿Estamos cerca del centro?”, pregunto ya sin temor a evidenciar mi total desconocimiento geográfico de la zona. “No mucho, pero, como puede usted ver, aquí tenemos mucho trancón”. Trancón es el término local con que se conoce a los embotellamientos. En la Ciudad de México, este trancón difícilmente podría catalogarse como tal. Otra cifra comparativa: en Bogotá el parque vehicular suma 1.2 millones de automó-viles, mientras que en la capital mexicana hay 2.3 millones.

Durante el trayecto conocí edificios, institucio-nes, universidades, importantes vialidades; apre-cié desde fuera el estadio de futbol El Campín donde juega el equipo Millonarios –el club co-lombiano con más títulos oficiales, junto con el Atlético Nacional, que juega en Medellín– y la Plaza de Toros La Santamaría –donde se han pre-sentado, además de corridas legendarias, músicos como La Ley, Maná, Gustavo Cerati, e incluso ha albergado partidos de tenis de la Copa Davis–. “¡Y no se olvide de las bogotanas!”, exclama mi guía. “¿Sabe qué es lo único malo que tienen las mujeres de aquí?”, ahora cuestiona. Niego con la cabeza. “La lluvia, porque si no fuera por ella, podrían salir menos tapadas”. También supe que las refe-rencias inmediatas de México en Colombia son la música ranchera y las telenovelas. Vaya, al menos no hizo referencia a los personajes de Chespirito, “El Chavo del Ocho” y “El Chapulín Colorado”.

Plaza de Toros La Santamaría. Abajo, Templo de San Francisco.

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Para cuando llegué a mi hotel, ubicado en el barrio Chapinero, también conocido como Zona Rosa por su animada vida nocturna, Andrés ya había enlistado las precauciones que, como visitante en territorios ignotos, debía tomar, y como las creo importantes las mencionaré de una vez y dejaremos este asunto de la inseguridad atrás.

Se recomienda no recorrer el centro después de haber anochecido, tampoco hospedarse en esa zona. Con respecto a los taxis, si se puede tomar siempre “de los blancos”, es decir, del servicio de taxis que ofrecen los hoteles y el earopuerto, mucho mejor. Las demás son cosas que caen, como había dicho, en el sentido común.

De pronto… “Aquí en Bogotá tenemos un 11º manda-miento...”, silencio dramático de Andrés, “no dar papaya”. Mi cara de asombro da pie a que prosiga su advertencia. “Dar papaya significa actuar sin cuidado o precaución, propiciar su propia inseguridad, darle oportunidad a otros para que se aprovechen o abusen de usted”.

Las calles de Bogotá, como en muchas otras ciu-dades colombianas, están planificadas como una cuadrícula que, en principio, debería ayudar a la localización y ubicación. Por ejemplo: mi hotel está situado en la Calle 94 casi esquina con Carrera 11. De este modo, las Carreras (Cra, K o Kra, sus abre-viaturas) corren de sur a norte; mientras que las Calles (Cll, Cl o C) lo hacen de este a oeste. Si esto parece sencillo, hay que sumar las Diagonales y las Transversales. En más de una ocasión recorrí varias cuadras creyendo estar acercándome a mi destino solo para darme cuenta que hacía justo lo contrario. En uno de estos angustiosos momentos, abordé un taxi normal, no de “los blancos”, y no pasó nada. En suma: viajar en taxi en Bogotá es barato y, ahora me doy cuenta, muy seguro.

En uno de estos angustiosos momentos, abordé un taxi

normal, no de “los blancos”, y no pasó nada. En suma:

viajar en taxi en Bogotá es barato y, ahora me doy

cuenta, muy seguro

Museo Nacional. Abajo, Catedral de Sal.

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C. Para tomar el pulso y el tamaño a las ciu-dades hay que contemplarlas desde bien arriba; desde las alturas todo se ve de otra manera. Con sus casi 200 metros y sus 49 pisos la Torre Colpatria, además de ser uno de los grandes centros financieros, es el edi-ficio más alto de Colombia, el tercero de América Latina y uno de los mejores miradores sobre Bogotá.

B. Ser viajeros precavidos no significa que tengamos que privarnos de la acción de las prometedoras noches colom-bianas. Así, podemos calzar-nos los zapatos del poeta Ignacio Escobar, héroe de la novela Sin remedio, del escri-tor y periodista local Antonio Caballero. A pesar de haber sido publicada en 1984, este libro, “sin querer que-riendo”, sigue siendo una de las mejores guías nocturnas de Bogotá.

NOCHE, JAZZ, RUMBA, ALTURA, "SUIN"

Y CARNE DE RES

E. Acompaña tu recorrido con la música del grupo Monsieur Periné. Estos bogotanos ofrecen una interesante alternativa al vallenato, pop y reggaeton que parece reinar en estas tierras. Con una mezcla de jazz, swing (“suin a la colombiana”, como ellos le llaman) y ritmos antillanos, y cantando en cuatro idiomas,

los Periné conforman el acto más refrescante de la música en Colombia en la actualidad. Su debut discográfico se llama Hecho a mano.

D. No se puede venir a Bogotá y no ir a Andrés Carne de Res. No exagero. No solo es que sea el restaurante más famoso de toda Colombia. La escritora Susan Sontang habló de él como “el mejor bar del mundo”. Y también se le ha llegado a calificar como el “comedero más delirante de las Américas”. Medio millón de personas al año –entre ellos Maradona– visitan en Chía, junto a Bogotá, esta versión pagana del paraíso y santuario de la rumba colombiana en el que se come, se baila, se sueña… y en el que el cliente no tiene la razón, la pierde.

A. Si tengo que elegir uno de los mejores sitios de rumba de Bogotá no lo dudo ni un segundo: Armando Records. En la revista Condé Nast Traveler debieron pensar lo mismo por-

que en 2009 incluyeron este local, en la Zona Rosa, en su lis-tado anual de los 35 mejores sitios de diversión nocturna del

mundo.

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F. Gaira es una preciosa bahía de Santa Marta, la ciu-dad más antigua de Colombia y la segunda de Sudamérica. También es uno de los rincones preferidos del cantante Carlos Vives y su familia, que en honor a su tierra natal quisie-ron llamar así al restaurante-bar que tienen en Bogotá, Gaira Café Cumbia House, donde se escucha la mejor música en vivo de la ciudad, se rinde culto a lo colombiano y se saborean deliciosos pla-tos de la gastronomía costeña.

G. El centro de Bogotá es otra ciudad dentro de la ciudad a la que hay que ir para callejear sin rumbo fijo, con los ojos bien abiertos y atentos a la sor-presa que no te esperas y que puede aparecer en cualquier esquina, como el Pasaje Hernández, una galería comercial –también una joya arquitec-tónica– en la manzana ubicada entre las carreras 8 y 9 y las calles 12 y 13, con sus muros crema y aguama-rina y ese aire moderno y parisino que le hacen presumir, y con razón, entre todos sus vecinos.

H. Propietaria de Leo Cocina y Cava, catalogado por la revista National Geographic Traveler como una de las 105 mejores experien-cias gastronómicas del planeta, la chef colombiana Leo Espinosa cumple un año con un nuevo local: La Leo Cocina Mestiza, ubicado en el norte de la ciudad.

11º mandamiento, primera versión: te retratarás con La mano izquierda de Botero

Algo que me pareció muy curioso es que el centro histórico está pegado a la montaña. Y no una montaña cubierta de casas, sino una montaña viva, con árboles que conforman un manto verde, fresco y revitalizante. El mejor lugar para apreciar la panorámica de la ciudad es el Cerro de Monserrate. En la cima de este cerro se puede visitar también el Santuario de Monserrate. Para quienes no deseemos esperar al siguiente servicio religioso podemos emprender el descenso y enfilar hacia el barrio de La Candelaria, centro neurálgico de la cultura local.

El centro bogotano, aun siendo grande, caótico y algo sobrepoblado, parece tranquilo. Llevo mi cámara y la uso de manera indiscriminada; en ningún momento siento que no debí hacerlo. De todas formas, pro-curo no dar papaya, y si voy a parecer un turista, lo haré de la forma más segura posible. Como sea, la gente es amable y no dudan en auxiliar a alguien que parezca estar extraviado.

¿Qué hay que hacer en el centro de la capital colombiana? muchas cosas. Está el Museo Nacional, el más antiguo del país –inaugurado en 1823–, su acervo se divide en cuatro colecciones: arte, historia, arqueolo-gía y etnografía; el Museo del Oro, con la colección de orfebrería prehis-pánica más grande del mundo; la Casa Museo Quinta de Bolívar, antigua residencia de Simón Bolívar; la Casa de Moneda, declarada monumento nacional de Colombia en 1975; el Museo de Arte Moderno de Bogotá (Mambo), con obras desde finales del siglo XIX hasta piezas contempo-ráneas (entre ellas de Warhol, Picasso, Dalí, Bacon, Arp y Giacometti); y

el Museo Botero, con más de 200 obras del escultor y pintor colom-biano más famoso del mundo.

Después del Museo de Antio-quia, en Medellín, de donde es originario el artista, este recinto expone la colección más com-pleta de Fernando Botero. En el vestíbulo se encuentra La mano izquierda, gigantesca pieza que se ha convertido en la locación ideal para que todos los visi-tantes inmortalicen su visita a Bogotá mediante cámara o telé-fono celular.

11º mandamiento, segunda versión: probarás cuantas veces te sea posible el café Juan Valdez

Por si alguien tenía la duda, aquí no hay Starbucks… aún. En lu-gar del símbolo de la sirena con la corona, tienen la efigie de un tipo bigotón con una mula a un lado. El cuadrúpedo se llama “Conchita”

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“Aquí en Bogotá tenemos un 11º mandamiento...”,

silencio dramático de Andrés, “no dar papaya”. Mi cara de asombro da pie a que

prosiga su advertencia. “Dar papaya significa…”

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De arriba a abajo y de izquierda a derecha: el Juan Valdez de carne y hueso;

Turistren; La mano izquierda de Fernando Botero; músico en el Turistren;

local de Andrés Carne de Res por la mañana.

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y al hombre del mostacho se le conoce como Juan Valdez.

Hasta antes de los años 80, Colombia era famosa, de forma indiscutible, por ser productora y exporta-dora de uno de los mejores granos de café del mundo. Después apareció un tal Pablo Escobar y… el país fue reconocido por otra cosa. Pero el café sigue aquí y gra-cias a las múltiples tiendas y cafeterías de Juan Valdez esparcidas a lo largo de la ciudad, se pueden probar diversos tipos de granos.

Por fortuna, muy cerca de mi alojamiento y frente al Parque de la 93, conocido por ser punto de reunión de jóvenes, hay una sucursal de esta marca. Recomiendo comprarlo por paquete o tomarlo ahí mismo. Precaución: el café Caldas es de baja acidez pero muy fuerte. Ahora una observación: al café negro aquí lo llaman tinto, como el vino. Al final de las comidas, se estila ofrecer tinto o chicha (agua a base de maíz, a la que se le agrega azúcar o panela). Yo prefiero el pri-mero, pero está bien probar lo que haya.

11º mandamiento, tercera versión: viajarás en tren

Desde la estación Usaquén, y con gran estrépito, parte el Tren Turístico de la Sabana o Turistren, un ferroca-rril que viaja desde Bogotá hasta Zipaquirá. Junto con los pasajeros abordan a los vagones algunas bandas musicales que amenizan el corto trayecto.

Los primeros en pasar por mi vagón, el coche número 5, son las vendedoras de papas fritas y tinto. Les siguen las que ofrecen chocolate y café con leche. Poco después pasan los recolectores de basura. El vaivén de los vago-nes irrumpe en la paz dominical de los barrios del norte bogotano. Los domingos son días de bicicleta, de ciclo-vía y de calles peatonales. Los niños dejan de pedalear para saludarnos, otros tantos se tapan los oídos. ¿Por qué será que la gente saluda o se despide de los trenes?

Minutos después, desenmarañado de las calles de la ciudad, el tren toma mayor velocidad y nos adentra-mos (o nos “afueramos”, mejor dicho) en zonas rurales. Por un tramo, a lo largo de la vía, hay canchas de fut-

bol de tierra. Ahora solo hay vacas que mueven la cola y las orejas mientras pastan y se espantan las moscas.

De repente llegan dos músicos de indumentaria andina; la flauta y el tam-bor compiten con la jarana. Un tipo que parece chino al otro extremo del vagón, sonríe, al parecer, sin enten-der nada. Los músicos le

Ignoro si se trate de una paranoia personal o si todos los mexicanos nos comportamos así en el extranjero. No importaba. De todas maneras ya había firmado mi sentencia. “Entonces, déjeme contarle algo de Bogotá, la ciudad más bonita que usted conocerá”

Aquí, una calle del barrio

de La Candelaria.

Arriba, el Parque de la 93.

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piden al público que los acompañen con los coros y las palmas, y los pasajeros lo hacen. Fuera de parecer un montaje turístico, el concierto espontáneo se siente autén-tico. Todos cantan excepto las dos argen-tinas que van a mi lado y yo. Tampoco el que parece chino. Ahora todos hacemos la ola de adelante hacia atrás y de regreso. Al final, los músicos interpretan “La gota fría”, de Carlos Vives, y se marchan asegurando que el coche número 5 es el más animado de todo el tren.

11º mandamiento, cuarta versión: no dejarás de visitar la Catedral de Sal

En el municipio de Zipaquirá, a 48 kilómetros al norte de la capital colombiana, se encuentra una de las principales atracciones de Bogotá y su área metro-politana: la Catedral de Sal, construida en el interior de unas minas de sal.

Aunque lleva el nombre de “catedral”, este lugar funciona más como una maravilla turística en sí que como santuario religioso. A pesar de que estos depósitos de sal datan de hace más de 200 millo-nes de años, fue el naturalista y explorador alemán Alexander von Humboldt (efectivamente, el mismo que dejó su huella en México), en el más cercano año de 1801, quien estudió y difundió por todo el mundo estos yacimientos.

El interior de la larga mina, con su oscuridad casi absoluta y su buena carga de humedad, nos provee

de un clima más benigno que el del exterior. (Aunque Bogotá sea reconocida como una ciudad lluviosa, también posee un clima templado muy agrada-ble, cuando no caluroso; las temperaturas regular-mente oscilan entre los 6 y 24 grados centígrados.) Las profundas capillas labradas por los mineros, a 180 metros bajo tierra, están iluminadas por luces de neón rosas, azules y violetas.

De vuelta en el Turistren, los vagones vienen silenciosos. Los músicos se debieron haber quedado en Zipaquirá. Del otro lado de la ventanilla, llueve con cierta intensidad. Ha llegado el momento de reflexionar y hacer un recuento del viaje. El suave bamboleo del tren nos devuelve lentamente a la zona urbana de Bogotá. Pienso que debí haber traído un paraguas. Ese sí sería un buen mandamiento.

La Casa de Moneda.

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