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REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO | 95 Tal como fue entendida desde la Antigüe- dad clásica hasta bien avanzado el siglo XVIII, el Arte de la Memoria no era ni un simple divertimento ni una herramienta para tra- tar de petrificar el pasado —una de las obse- siones permanentes de los seres humanos— ni una técnica usada por comediantes o em- baucadores, sino un vehículo indispensable de conocimiento, una disciplina propia de sabios y filósofos. Como dice Cicerón en De Oratore, “quienes deseen educar esta fa- cultad han de seleccionar lugares y han de formar imágenes mentales de las cosas que desean recordar, y almacenar esas imágenes en los lugares, de modo que el orden de los lugares asegure el orden de las cosas, de mo- do que las imágenes de las cosas remitan a las cosas mismas”. Aunque la técnica pare- ciese sencilla, dominarla requería años de entrenamiento: la imaginación se conver- tía, así, en un instrumento privilegiado a la hora de asomarse al mundo y sus miste- rios, capaz por tanto de representarlo or- denadamente. En los textos de Una autobiografía sote- rrada. Ampliaciones, rectificaciones y desacra- lizaciones, Sergio Pitol parece evocar cons- cientemente este arte ancestral, aplicado en este caso a revelar —siempre de manera su- til o, como él sugiere, soterrada— las co- nexiones secretas entre su vida y su obra. Sa- bemos perfectamente, gracias a su segunda trilogía, conformada por El arte de la fuga, El viaje y El mago de Viena, que Pitol es un memorialista exquisito, capaz de enhebrar autobiografía, ensayo y ficción en un solo flujo narrativo, pero en esta especie de apén- dice acentúa el lazo entre su poética y su experiencia o, yendo un poco más lejos, de hecho asienta los vínculos indisolubles en- tre su forma de entender la literatura y el papel que ésta ha desempeñado a lo largo de nica de La Pedrera, en La Habana, Cuba, para un tratamiento de ozonificación de la sangre —un procedimiento que suena casi alquímico—, Pitol sufre una anamnesis y, con una “energía física y mental desde hace tiempo desconocida”, regresa al momento de su primer viaje a Cuba, a su juventud y, de manera aun más significativa, al momen- to en que se convirtió en escritor. Su reclu- sión hospitalaria que, más allá de las para- dojas que él mismo detecta, le sugiere la de Hans Castorp en La montaña mágica, lo lanza hacia el pasado, a sus primeras lectu- ras, a la influencia decisiva de Chéjov, a sus pinitos como editor y, por fin, al instante en que, casi de manera inconsciente, en una suerte de rapto, escribió sus primeros tres cuentos. Tiempo cercado, que incluye “Vic- torio Ferri cuenta un cuento”, “Amelia Ote- ro” y “En familia” se ubican en el mundo decadente de los emigrantes italianos de Huatusco —su propio entorno familiar— y, de manera elíptica, son ya narraciones autobiográficas, apuntes sobre sus prime- ros años y sobre las historias que Pitol es- cuchaba de labios de su abuela, de los viejos. La poética pitoliana parece ya decantada en estos relatos seminales: allí se encuentra ya la preocupación por rescatar la memo- ria y al mismo tiempo por enmascararla, así como su obsesión por la Forma y esas estructuras circulares y enmarañadas, siem- pre en torno a un vacío que nunca se llena, que caracterizarán toda su obra posterior. La coherencia estética sorprende incluso al propio Pitol, que al cabo de varias décadas de trabajo no puede sino aceptar serenamen- te que desde entonces se encontraban en él estas mismas obsesiones, esta voluntad de recordar y enmascarar su propia vida. Si “Diario de La Pedrera” es una inmer- sión en la juventud de Pitol, en los cuentos de Tiempo cercado y en La Habana, en su trayecto a Veracruz, a Nueva Orleáns y lue- go a Venezuela —un viaje que traza su co- nexión con El viaje y, claro, con toda la obra pitoliana—, “Hacer sentir, oír y ver” nos conduce a la siguiente fase de su obra, a In- fierno de todos, Los climas, No hay tal lugar, Del encuentro nupcial, Nocturno de Bujara (luego conocido como Vals de Mefisto), Jue- gos florales y El tañido de una flauta, todos estos libros igualmente marcados a fuego por los lugares que Pitol pisaba en el mo- mento de su escritura y, de nuevo, por su afán de revivir el pasado y de deformar el pasado como única manera creativa de pre- servarlo: Polonia, Italia, China, Barcelona, Xalapa y los escritores leídos en cada uno de estos lugares no sólo influyen en sus tra- mas y personajes, sino que modelan cada uno de estos libros, en los cuales el ojo de Pitol disecciona con tanta severidad como humor a personajes mexicanos extraviados en el ancho mundo —como él mismo—, incapaces de encontrar su lugar y, al mis- mo tiempo, volcados en sus mínimas trage- dias y en su absurda nostalgia de un pasado —otra vez— ya inexistente. El arte de la memoria de Sergio Pitol Jorge Volpi Sergio Pitol su vida. Ya desde el primer texto de este vo- lumen, el exquisito y desconcertante “Dia- rio de La Pedrera”, Pitol no duda a la hora de señalar la poderosa correspondencia en- tre los lugares —entendidos aquí no sólo como sitios físicos, sino como lugares men- tales— y los recuerdos: ingresado en la Clí-

El arte de la memoria de Sergio Pitol

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REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO | 95

Tal como fue entendida desde la Antigüe-dad clásica hasta bien avanzado el siglo XVIII,el Arte de la Memoria no era ni un simpledivertimento ni una herramienta para tra-tar de petrificar el pasado —una de las obse -siones permanentes de los seres humanos—ni una técnica usada por comediantes o em -baucadores, sino un vehículo indispensablede conocimiento, una disciplina propia desabios y filósofos. Como dice Cicerón enDe Ora tore, “quienes deseen educar esta fa -cultad han de seleccionar lugares y han deformar imágenes mentales de las cosas quedesean recordar, y almacenar esas imágenesen los lugares, de modo que el orden de loslugares asegure el orden de las cosas, de mo -do que las imágenes de las co sas remitan alas cosas mismas”. Aunque la técnica pare -ciese sencilla, dominarla requería años deentrenamiento: la imaginación se conver-tía, así, en un instrumento privilegiado ala hora de asomarse al mundo y sus miste-rios, capaz por tanto de representarlo or -de nadamente.

En los textos de Una autobiografía sote-rrada. Am plia ciones, rectificaciones y desacra -lizaciones, Sergio Pitol parece evocar cons -cientemente este arte ancestral, aplicado eneste caso a revelar —siempre de manera su -til o, co mo él sugiere, soterrada— las co -nexiones secretas entre su vida y su obra. Sa -bemos perfectamente, gracias a su se gundatrilogía, conformada por El arte de la fuga,El viaje y El mago de Viena, que Pitol es unmemorialista exquisito, capaz de enhebrarautobiografía, ensayo y ficción en un soloflujo narrativo, pero en esta especie de apén -dice acentúa el lazo entre su poética y suexperiencia o, yendo un poco más lejos, dehecho asienta los vínculos indisolubles en -tre su forma de entender la literatura y elpapel que ésta ha desempeñado a lo largo de

nica de La Pedrera, en La Habana, Cuba,para un tratamiento de ozonificación de lasangre —un procedimiento que suena casialquímico—, Pitol sufre una anamnesis y,con una “energía física y mental desde hacetiempo desconocida”, regresa al mo mentode su primer viaje a Cuba, a su juventud y, demanera aun más significativa, al momen-to en que se convirtió en escritor. Su reclu-sión hospitalaria que, más allá de las para-dojas que él mismo detecta, le sugiere la deHans Castorp en La montaña mágica, lolanza hacia el pasado, a sus primeras lectu-ras, a la influencia decisiva de Chéjov, a suspinitos como editor y, por fin, al instanteen que, casi de manera inconsciente, en unasuerte de rapto, escribió sus primeros trescuentos. Tiempo cercado, que incluye “Vic -torio Ferri cuenta un cuento”, “Amelia Ote -ro” y “En familia” se ubican en el mundode cadente de los emigrantes italianos deHuatusco —su propio entorno familiar—y, de manera elíptica, son ya narracionesautobiográficas, apuntes sobre sus prime-ros años y sobre las historias que Pitol es -cuchaba de la bios de su abuela, de los viejos.La poética pitoliana parece ya decantadaen estos relatos seminales: allí se encuentraya la preocupación por rescatar la memo-ria y al mismo tiempo por enmascararla,así como su obsesión por la Forma y esasestructuras circulares y enmarañadas, siem - pre en torno a un vacío que nunca se llena,que caracterizarán toda su obra posterior.La coherencia estética sorprende incluso al

propio Pitol, que al cabo de varias décadas detrabajo no puede sino aceptar serenamen-te que desde entonces se encontraban en élestas mismas obsesiones, esta voluntad derecordar y enmascarar su propia vida.

Si “Diario de La Pedrera” es una in mer -sión en la ju ventud de Pitol, en los cuen tosde Tiempo cercado y en La Habana, en sutrayecto a Veracruz, a Nueva Orleáns y lue -go a Venezuela —un viaje que traza su co -nexión con El viaje y, claro, con toda la obrapitoliana—, “Ha cer sentir, oír y ver” nosconduce a la siguiente fase de su obra, a In -fierno de todos, Los climas, No hay tal lugar,Del encuentro nupcial, Nocturno de Bujara(luego conocido como Vals de Mefisto), Jue -gos florales y El tañido de una flauta, todosestos libros igualmente marcados a fuegopor los lugares que Pitol pisaba en el mo -mento de su escritura y, de nuevo, por suafán de revivir el pa sado y de deformar elpasado como única manera crea tiva de pre -servarlo: Polonia, Italia, China, Barcelona,Xalapa y los escritores leídos en cada unode estos lugares no sólo influyen en sus tra -mas y personajes, sino que modelan cadauno de estos libros, en los cuales el ojo dePitol disecciona con tanta severidad comohumor a perso najes mexicanos extraviadosen el ancho mundo —co mo él mismo—,in capaces de encontrar su lugar y, al mis - mo tiempo, volcados en sus mínimas trage -dias y en su absur da nostalgia de un pa sado—otra vez— ya inexistente.

El arte de la memoria de Sergio PitolJorge Volpi

Sergio Pitol

su vida. Ya desde el primer texto de este vo -lumen, el exquisito y desconcertante “Dia - rio de La Pedrera”, Pitol no duda a la horade señalar la poderosa correspondencia en -tre los lugares —entendidos aquí no sóloco mo sitios físicos, sino como lugares men -tales— y los recuerdos: ingresado en la Clí -