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El Iluminismo - Zeitlin

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Sobre el pensamiento iluminista en la ilustración

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;mo: sus runaamentus

del Tliiminismn adherían firmemente a la convicción de que la mente puede aprehender el universo y subordinarlo a las necesi­dades humanas. La razón se convirtió en el dios de éstos filósofos, quienes se inspiraron principalmente en los avances científicos de los siglos precedentes. Tales avances los llevaron a una nueva concepción del universo basada en la aplicabilidad universal de las leyes naturales. Utilizando los conceptos y las técnicas de las ciencias físicas, emprendieron la tarea de crear un mundo nuevo basado en la razón y la verdad. Esta última fue el objetivo fun­damental de los intelectuales de dicha época; pero no la verdad basada en la revelación, la tradición o la autoridad, sino aquella cuyos pilares gemelos serían la razón y la observación.

do social y cultural. Así, los pbilosophes investigaron todos los aspectos de la vida social; estudiaron y analizaron las instituciones políticas, religiosas, sociales y morales, las sometieron a una críti­ca implacable desde el punto de vista de la razón y reclamaron un cambio en aquellas que la contrariaban. Por 16 general, descu­brían que los valores y las instituciones tradicionales eran irracio­nales. Esto solo erá otra manera de decir que las instituciones vi­gentes eran contrarias a la naturaleza del hombre, y por tanto, inhibían su crecimiento y su desarrollo: las instituciones irrazona­bles impedían a los hombres realizar sus potencialidades. Por ello, estos pensadores hicieron una guerra constante a lo irracional, y la crítica se convirtió en su arma más importante. Combatieron lo que consideraban superstición, fanatismo o intolerancia; lucharon contra la censura y exigieron libertad de pensamiento; atacaron los privilegios de las clases feudales y sus restricciones sobre la clase industrial y la comercial; por último, intentarán secularizar la ética. Conocían perfectamente las conquistas intelectuales posi­tivas logradas hasta entoncés, pero eran también críticos, escépti­cos y seculares. Fundamentalmente, fue la fe en la razón y en la ciencia lo que dio un impulso tan vigoroso a su obra y los llevó a ser humanitarios, optimistas y confiados.Algunos estudiosos del Iluminismo han sostenido, sin embargo, que «los pbilosophes estaban más cerca de la Edad Media, menos liberados de los preconceptos del pensamiento cristiano medieval de lo que ellos pensaban y de lo que se ha supuesto comúnmen­

Más que los pensadores de cualquier época anterior, los hombres

Si la ciencia había revelado la acción de las leyes naturales en el mundo físico, quizá pqdían descubrirse leyes similares en el mun-

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te».1 Más que sus logros efectivos y sus afirmaciones, son sus ne­gaciones las que nos han impresionado y llevado a atribuir a su obra un carácter moderno. Los •philosophes demolieron la Gudad de Dios de San Agustín, pero solo para reconstruirla con materia­les más modernos».2 Emst Cassirer, que quizá sea el más grande historiador de la filosofía del siglo xv m , comparte esta opinión hasta cierto punto. «Sus enseñanzas dependían de los siglos ante­riores — escribe Cassirer— en mucho mayor medida de lo que pensaban los hombres de la época ( . . . ) Más que aportar y poner en circulación ideas nuevas y originales, ordenaron, tamizaron, de­sarrollaron y aclararon esa herencia.» 3 Sin embargo, como con pa­ciencia demostró Cassirer, el Iluminismo creó realmente una for­ma de pensamiento filosófico que era original en su totalidad, pues solo con respecto al contenido siguió dependiendo de las lucubra­ciones de los siglos precedentes. Sin duda, sus construcciones in­telectuales se erigieron sobre los cimientos colocados por los pen­sadores del siglo xvn — Descartes, Spinoza, Leibniz, Bacon, Hob- bes y Locke— , y reelaboró sus ideas principales; pero en esta misma reelaboración aparecieron un nuevo significado y nuevas perspectivas. El filosofar se convirtió en algo diferente.Los pensadores del siglo x v m habían perdido la fe en los sistemas metafísicos cerrados y autosuficientes del siglo anterior; habían perdido la paciencia ante una filosofía confinada a axiomas defi­nidos e inmutables y a realizar deducciones a partir de dios. En mayor medida que antes, la filosofía va a convertirse en la acti­vidad mediante la cual es posible descubrir la forma fundamental de todos los fenómenos naturales y espirituales. «Ya no debe se-

■ pararse a la filosofía de la ciencia, la historia, la jurisprudencia y la política; más bien, aquella debe ser la atmósfera en la que estas puedan existir y ser efectivas» (pág. vii). Se da gran impor­tancia a las investigaciones e indagaciones; el pensamiento del Iluminismo no es solo reflexivo, ni se contenta con tratar en forma exclusiva verdades axiomáticas. Atribuye al pensamiento una fun­ción creadora y crítica, «el poder y la tarea de moldear la vida misma» (pág. viii). La filosofía ya no es una mera cuestión de pensamiento abstracto, sino que adquiere la función práctica de criticar las instituciones existentes para demostrar que son irrazo­nables e-innaturales. El Iluminismo exige el reemplazo de estas instituciones y de todo el orden anterior por otro nuevo, más ra­zonable, natural y, por ende, necesario. La realización del nuevo orden es la demostración. de su verdad. El pensamiento del Ilu- minismo tiene, pues, tanto üÉ aspecto negativo y crítico como un

1 Cari Becker, The Heavenly City of the Eigbteenth-Century Pbilosopbers, New Haven: Yale University Press, 1932, pág. 29.2 Ibíd., pág. 31.3 Las restantes citas de este capítulo están tomadas de Emst Cassirer, The Philosophy of the Enlightenment, Princeton, New Jersey: Princeton Uni­versity Press, 1951. Esta cita se encuentra en la pág. vi; los otros números de página se indicarán entre paréntesis después de la cita. (Filosofía del Iluminismo, México, Fondo. de Cultura Económica, 2a. ed., 1950.)

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jaspj^t^ i^ itív o a L o que lepeculiaridad de sus

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da una cualidad nueva y original no es doctrinas, axiomas y teoremas ,sino el y demoler, así como el de construir.

f v_xjn?cijtiempo, esta unidad de tendencias «negativas» y «positi- y p í; se quebró,- y después de la Revolución Francesa, según vere­mos,' ambas se manifiestan como principios filosóficos separados y antagónicos. - .

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2. Montesquieu (1689-1755)

Con excepción de Juan Bautista Vico, que no ejerció ninguna in­fluencia sobre el Iluminismo (y que fue relativamente descono­cido füera de Italia hasta su descubrimiento por Jules Michelet, en 1824), fue Montesquieu el primer pensador de los tiempos modernos que intentó construir una filosofía de la sociedad y de la historia. Vico había leído a Francis Bacon y, simultáneamente con los pbilosophes, y — al parecer— en forma independiente de ellos, pensó que debía ser posible aplicar al estudio de la sociedad y la historia humanas el método propugnado por Bacon para el estudio del mundo natural. E n -1725, Vico escribió y publicó una obra inspirada en esta convicción: Principios de una nueva ciencia que trata de la naturaleza común de las naciones, a través de los cuales se muestran también nuevos principios de la ley natural de los pueblos * *La naturaleza de las cosas —-escribía Vico— no consiste más que en el hecho de que ellas surgen en ciertas épocas y de ciertas maneras. Siempre que se hallan presentes las mismas circunstancias, ocurren los mismos fenómenos y no otros.» 1 Así, Vico percibía orden, regularidad y quizás hasta causación en el mundo natural; y esto, creía, era igualmente verdadero en lo que se refiere al ámbito social: *el mundo social es ciertamente obra de los hombres-, lo cual significa que podemos y debemos hallar sus principios en las modificaciones de la inteligencia humana mis­ma. Los gobiernos deben adecuarse, a la naturaleza de los gober­nados; los gobiernos son incluso un resultado de esta naturaleza».2 Sin embargo, en los escritos de Vico las ideas fundamentales del Iluminismo, la ^ re fe re m ^ ^dad d .e L h Q m b f e ^ 5 r d ,á m E ¡£ Q ^ no aparecen por ninguna" parfe:' Mgüiú sienao esencialmente medieval y teologico en su vi­sión del mundo y consideró que el mejoramiento v la salvación dependen dé la gracia de Dios. Aunque concibió fases sucesivas de desarrollo, estas eran cíclicas y repetitivas más que progresivas, en el sentido que el Iluminismo daba a este término.Montesquieu, en cambio, fue un verdadero hijo de su época, pues sé emancipó totalmente de la herencia medieval.® Sú preocupación

* Traducida por José Carner, Colegio de México, 2 vols., 1941.1 Edmund Wilson, To The Finland Station, Garden City, Nueva York: Doübleday and Company, Inc., 1940, pág. 3.2 Ibíd., pág. 3.3 En este examen, además de las fuentes originales, ábe baso en la obra de Cassirer ya citada y en las siguientes: John Plamenatz, Man and Society, Londres: Longmans, Green and Co., Ltd., 1963; Emile Durkheim, Montes-

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por las regularidades estaba mis. ¿Siama-AJA* cpgceyxión moder- áa : ñuscaba las leyes del desarrollo social e histórico,, y estc...fiff sil nroDosito principal en el estudio de los. hechos sociales. No eSfudiaba losEeimos por si mismos, sino para descubrir las leyes que se manifiestan a través de ellos. En su prefacio a El espíritu de las leyes* Montesquieu escribía: «Comencé a examinar .a los hom­bres. con la creencia de que la infinita variedad de sus leyes y costumbres no era únicamente un producto de sus caprichos. For­mulé principios y luego vi que los casos particulares se ajustaban a ellos; la historia de todas las naciones no sería más que la consecuencia de tales principios y toda ley especial está ligada a otra, o depende de otra más general.» Los hechos particulares se convierten en el medio oara alcanzar la comprensión de la3"fatt&as^ y"?^X*rTr^^ i ? é r a !^ yfeCTQñ*er*su"<!!SB^'Pdónr tfe--gMas--'iermafc»., se“fransrorma en el primer pensador que utilizó de manera conse­cuente, en su análisis de la sociedad y la historia, la construcción teórica que hoy llamamos «tipos ideales». Su obra principal, El espíritu de las leyes, y en medida algo menor todos sus otros escritos, son análisis basados en tipos políticos y sociológicos. Se trataba de una herramienta intelectual indispensable, capaz de dar sentido a lo que de otro modo parecía una maraña incomprensible de hechos.Existen diversas formas de gobierno que reciben los nombres de república, aristocracia, monarquía y despotismo, y que no cons­tituyen agregados de propiedades adquiridas en forma accidental, sino que son más bien la expresión oe ciertas estructuras sociales subyacentes. Tales estructuras permanecen ocultas mientras solo observamos los fenómenos políticos y sociales, es decir, los he­chos. Estos son en primera instancia tan complejos y variados que parecen desafiar toda comprensión. Sin embargo, es posible en­tenderlos, escribe Cassirer al describir la concepción de Montes­quieu, «tan pronto como aprendemos a remontarnos de las apa­riencias a los principios, de la diversidad de las formas empíricas a las fuerzas que las moldean. Reconocemos entonces entre la abundante variedad de repúblicas individuales el tipo de la re­pública, y entre las incontables monarquías de la historia descu­brimos el tipo de la monarquía».4 ¿Qué principios subyacentes tienen los tipos? La república se basa_en,la virtud cívica, la mo- narqufe, s£;íunda»,eB<' eX.tea'@V"'y»r'el'-& s^tisinQ ^^^.tSndE Nue­vamente, se trata de tipos ideales. Ninguna forma poIÍBSf real refleja con exactitud sus cualidades ideales; pero son quizás estas cualidades las que nos permiten estudiar las formas reales. Montesquieu considera que todas las instituciones que constitu­yen una sociedad están en una relación interdependiente y corre-

quieu and Rousseau, Ann Arbor: The University of Michigan Press, 1960; Werner Stark, Montesquieu: Pioneer of the Sociology of Knowledge, Lon­dres: Routledge and Kegan Paul Ltd.¡ 1960.* Universidad de Puerto Rico, 1965.4 Emst Cassirer, The Pbilosophy o f the Enlightenment, Princeton: Prin­ceton University Press, 1951, págs. 210-11.

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lativa, y se hallan subordinadas a la forma del todo. La educación • y la justicia, las formas de matrimonio y la familia,- y las institu­ciones políticas, no solo ejercen una influencia recíproca, sino qüe dependen también de la forma básica del Estado; el carácter de este, a su vez, descansa en esos aspectos de la sociedad. Si fajgn los tipos idealgs^e,. M2BISSgM¿cu,- Qni iprmas.^ estáticas utilizadaséfl"Sl' KStuffioocTasesíi^cturas sociales,-‘de mngéa”-fliodo duda- .acerra df» wmtilrdarl paya pl .estudio fas pfprpcn< Si el examen

'■ ■¡me s0CT? ^ r, reveIa determinada interdependencia entre sus elementos, y si una serie de sociedades tienen tantas cosas en común que se las puede clasificar en el mismo tipo, entonces los procesos de funcionamiento de estas sociedades también pueden manifestar ciertas tendencias características sim ilares. Ni estos procesos ni el destino de los pueblos están determinados por ac­cidentes.En su estudio sobre la civilización romana, por ejemplo, se pro­puso demostrar que existen causas culturales y físicas que deter­minan el nacimiento, el mantenimiento y la caída de sistemás de poder y hasta de civilizaciones. Aunque se ha hablado mucho de ia atención que presta Montesquieu a Jas condiciones físicas, como el clima, el suelo, etcétera, en realidad las considera fundamental­mente como factores limitativos y les asigna mucha menor impor­tancia que a las variables socioculturales en la determinación de las formas de gobierno, las leyes y otras instituciones.Montesquieu fue quizás el más objetivo de todos los pbilosophes. Estaba tan interesado en los «hechos», que Condorcet observó en una oportunidad que aquel hubiera actuado mejor si no «se hu­biera ocupado más de buscar las razones de lo existente que de discernir lo que debe ser».5 Pespués de reatiraT'xíH~‘esffl,dio- em--- pírico bastante, cuidadoso de las sociedades pasadas y contempo­ráneas para determinar las causas jd j J a v^iedafL -de- 4*s~iftstitH- dones, llegó a la eonclasióti de que no habí a - ninguB -gobieEno qTi'L (Litiga llllÍ vLTS3Íffifenfe*iaproDiado. Las instituciones políticas deben adecuarse a las peculiaridad^ ae la sodedad en la que de­ben funcionar. Si Montesquieu se diferendaba en algo de sus contemporáneos era por su moderadón, tan evidente en su obra, y por su insistencia en quo no se puede legislar para todos los hombres y todos los lugares partiendo . de la suposidón de que existen leyes universalmente aplicables. No vacilaba en señalar tanto virtudes como defecto; en todas las formas de gobierno. Su moderadón y su objetividad evidentes suministraron a todos los partidos del espectro político argumentos en apoyo de sus respec­tivas posidones.Aunque quizá Montesquieu haya tenido una actitud algo menos crítica que la de sus contemporáneos, compartía sin embargo el ideal-.-de.cestos., acer«udg: j &J&e E f a d Pero tampfói SitjBf N su enfoque es un tanto diferente. U n aaesu s principales preocu- padones era el poder y su reladón con la libertad. Es menester

5 Cari Becker, The' Heavenly City of the Eighteenth-Century Pbilosophers, New Ha ven: Yale University Press, 1932, pág. 101.

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wdktd b iik jd-D adsr. m tr^ Jp s:úndtvi¿«e»^le6-H tRm Qs..-de uaajso- cieaad para asegurar ^jpáxiiBo* de-libertad» Los hombres no son li¿*es-''pOfqü^fefígán aerechos naturales o porque se rebelen cuan­do lá opresión se hace intolerable; son libres en la medida en que se distribuya y se organice el poder para impedir que se abuse de él, o al menos para reducir este peligro al m ínim o. Se conserva mejor la libertad allí donde los grupos interesados o los sectores públicos organizados se controlan mutuamente y controlan el go­bierno, y donde las leyes establecen debidamente la posibilidad de hacerlo.Montesquieu alimentó durante toda su vida una insaciable curio­sidad por otros países y otras culturas, y su enfoquecomgarativo de la sociedad y la cultura se basaba en gran parte en sus propio? viajes y en los relatados por otros.6 Cuando no viajaba realmente, fantaseaba que lo hacía. Por ejemplo, escribió y publicó sus Car­tas persas* en 1721, por razones de metodología comparativa. Dos viajeros persas escriben a un amigo que está en su patria y le transmiten sus impresiones de Francia como cultura extranjera; De esta manera, Montesquieu podía adoptar, al menos en su ima­ginación, otra perspectiva y contemplar las instituciones france­sas. a través de ojos extraños. Era una manera de ejemplificar la variedad y relatividad de las instituciones humanas. Aunque en verdad nunca viajó fuera de Europa, en 1728 y 1729 visitó Ale­mania, Austria, Italia, Holanda y, finalmente, Inglaterra, perma­neciendo allí unos dos años. Su experiencia en este país ejerció un profundo influjo sobre él, pues durante toda su vida continuó sumamente impresionado por el sistema político inglés, en parti­cular por la separación constitucional de poderes. De retorno a Francia, preparó su obra principal, El espíritu de las leyes, y luego una segunda, titulada Consideraciones sobre la grandeza y la de­cadencia de los romanos,**- publicada en 1734. Cuando finalmente apareció El espíritu, de las leyes, en 1748, despertó un entusiasmo inmediato y casi universal en los círculos intelectuales europeos. Los nuevos problemas que planteaba y las suposiciones novedosas que empleó, junto con su intento obvio de ser objetivo, le gana­ron reputación de originalidad. Este atributo ya era evidente en su primera obra, las Cartas persas, donde quizá por vez primera se examinaban muchas instituciones de una sociedad europea desde el punto de vista de un extraño.T a nhra rjp Montfsqnien sobre los mmanos .. ,era profunda­mente innovaqQia^pues estudiaba la"sociedad y las instituciones romanas'*ho solo con el fin de describirlas, sino, también para elaborar una teoría.-que pudiera.éxp ljca^ í nacúmento, el desarro-

•"tTo ¡y." la 2ecadendft-.dftJ^ cimli,7})ción,,3^ a p á .~ En SU 'exposíaÓrT trataba las instituciones romanas como elementos funcionalmente interdependientes e interreladonados de un sistema complejo. Ex-

6 Para estos y otros detalles biográficos, véase John Plamenatz, op. cit., pág. 253 y sigs.* Las cartas persas, Barcelona: Fama, 1965.** Madrid: Espasa-Calpe, Colección Austral.

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plicaba las victorias y las conquistas romanas como efectos de condiciones sociales y políticas específicas. El éxito de aquellas, que exigió cambios en la estructura política, condujo inevitable­mente a la declinación y, por último, a la caída. Interpretó el de­rrumbe final como una consecuencia del éxito del comienzo, y este transformó de tal modo toda la estructura de la sociedad que destruyó las condiciones mismas que llevaron al éxito.

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con esas institifciopfrs. Puesto que rué uno de lospnmercw en a d a ta r ^?íe^enroque,seló puede considerar como un precursor de la subdisciplina llamada sociolo­gía del conocimiento.7. Contemplaba a un pueblo no como a una multitud de individuos, sino como a una sociedad que se disritF~ guía de otras por sus costumbres >J ^^TnginnEsrTyt«»-eeBfiéftrifln variables tan ixíéxtrTcaElementeir tefr la<;^op^das. qüeun cambió"

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’Offgg^^e^os? Y porloxomúP-K^cía hincapiejen 1fq sócialj mas que en To no so c í^ A™pe^™eT^ue'^Sman^ alemas ífflffiffl95í3S 3® fT ílÍctfSffl3 l^*Montesquieu no era un determinis­ta del clima o de la geografía. Tomaba a estos en consideración, pero los trataba como condiciones extrasociales que imponen cier­tos límites, al menos temporariamente, a una sociedad. Conceptua­ba transitorio y variable el efecto .limitador de estas condiciones, porque cuanto más lejos está un pueblo de la naturaleza — esto es, cuanto más desarrolladas están sus instituciones y su tecnología— , . tanto menor es la influencia que ejercen sobre él las condiciones no sociales.Con el término «espíritu», Montesquieu alude al carácter distinti­vo de un sistema de leyes. La forma en que estas se relacionan entre sí y con otros aspectos de la vida de un pueblo diferencia a una sociedad de otra. Aunque se interesa por los orígenes de las instituciones, considera este tema menos importante que el de las funciones y consecuencias de las mismas, como resulta evidente en su tesis acerca del ascenso y la caída de los romanos.

-Stt.Sodología dgl conocimiento, aunque -rudimentaria, ya anticipa muchos —-írno^todos— de los postulados principales acerca de una socieda^y^^i rnnripnria ’ExiSEnáli' mSlM raBa2S"’oniSS*éí:;* los aspectos ae la vida de un pueblo, entre el pensar y el actuar. La visión que tengamos de las costumbres y las ideas de una sociedad depende de la posición social que ocupemos y, por ende, de la perspectiva cultural que hayamos adoptado. Las reacciones de sus viajeros persas revelan que Montesquieu comprendía esto muy bien: comienzan a dudar de sus costumbres y de su ideolo-

.gía tan pronto como abandonan su propia sociedad, y cuanto ma­yor es el tiempo que permanecen en Europa, tanto menos extra­

7 Véase Werner Stark, op. cit.

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ñas les parecen las nuevas costumbres. Montesquieu postulaba la génesis social de las ideas y la interdependencia funcional de la acción social y las ideas; si bien aduce a veces causas físicas, tam­bién es cierto que, por lo general, las subordina a las condiciones socioculturales. Tenia más conciencia que la mayoría de sus con­temporáneos de la «variedad cultural» humana.Atribuía al hombre una naturaleza constante y ubicua, modificada por cada cultura específica; además, dentro de una sociedad y una cultura determinadas, la posición que cada uno ocupa en la divi­sión del trabajo — las ocupaciones y profesiones— tiende a deter« m in ar su carácter y su visión de la vida. Como veremos en un examen posterior, sin embargo, Montesquieu no siempre es con-, secuente, pues en ocasiones habla de leyes de la naturaleza que considera eternas y universales. Los hombres deben tratar de des­cubrir tales leyes y verdades, y lograr la armonía entre ellas y su sociedad. Este es un ideal al que es posible, aproximarse, pero que nunca se alcanza; pues el hombre, aunque posea las más lúcidas facultades de razonamiento, no puede conocer esas verdades, a causa del error y-la ignorancia. Mucho más tarde, como veremos, Mannheim haría algunas sugerencias acerca de la manera posible de ampliar y trascender dichas perspectivas limitadas; según él, ciertos grupos de la sociedad eran potencialmente capaces de su­perar, al menos en parte, las limitaciones de su punto de mira. Puede considerarse definidamente a Montesquieu, pues, como un precursor de la teoría y el método sociológicos. Su constante in­terés ñor las leyes del desarrollo y su «poleo del.fisanem^ te&ri?h ae íosü pos ideales -COnstltuveron algo innovador en su época, si fyTSffiparamo^con los merodA^1 ' * ( 3 ^ ,?ÜS~'gCgii-—«■Srnmm— — iiij 111 'i riiaSgaMMwaMwiMMgwpwwwMiw»)»»»» ■4ante, en cuanto delineó el ámbito de la socioIogia_^_¿bno_c^mm^s„ o ^ F | S | | | g 3 3 3 2 § 3 ^ 5 2 2 2 § i P l i S 3 2 Í ^ “ e^estesentiaoque Emile Durkheim se refiere a Montesquieu como a un pré- curseur.8 Para comprobar que la atención que a este pensador se ha prestado está totalmente justificada, es necesario examinar más minuciosamente su obra.Para Montesquien, el estudio de la «realidad» es una empresa enormemente complicada, que presenta muchos problemas difí­ciles. Una de las tareas de la ciencia es describir las realidades que estudia; pero si estas realidades difieren entre sí en un grado tal que resulta imposible clasificarlas o ubicarlas en tipos, enton­ces desafían toda comprensión racional. Si no hubiera en esas realidades ningún elemento común, sería menester considerarlas' una por una e independientemente unas de otras; pero puesto que cada fenómeno individual supone un número infinito de propie­dades, esta sería una tarea inútil e irrealizable. En suma, sin clasi­ficación y sin tipologías, la ciencia es imposible, y por lo tanto también lo sería una ciencia de los fenómenos humanos.

8 Etnilc Durkheim, Montesquieu and Rousseau, Ann Arbor: The Univer­sity of Michigan Press, 1960. [Traducción al inglés de Montesquieu et Rousseau, précurseurs de la Sociologie, París, 1953. (N. del E .)]

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¿Acaso nadie vio este problema, antes de Montesquieu? Sí, sin duda alguna, pero de manera muy limitarla. Aristóteles, por ejem­plo, empleó el concepto de tipo, pero lo circunscribió a las formas políticas. Además, por mucho que difirieran dos sociedades, si am­bas estaban gobernadas por reyes se contentaba con clasificarlas como monarquías. Sus tipos, por ende, nos dicen muy poco acerca de la naturaleza de una sociedad específica y su sistema de gobier­no. Aristóteles estableció una tradición al respecto, y fue seguido por gran número de filósofos que adoptaron su clasificación y no hicieron ningún intento de modificarla o elaborar otra. Como ob­servó Durkheim, esos filósofos «pensaban que era imposible com­parar algún otro aspecto de las sociedades humanas que no fuera la forma del Estado». «Los otros factores — la moral, la religión, la vida económica, la familia, etc.— ( . . . ) parecían tan. fortuitos y variables que nadie pensaba en reducirlos a tipos. Sin embargo, tales factores tienen un vínculo estrecho con la naturaleza de las sociedades; son la sustancia concreta de la vida y, por consiguien­te, el objeto de estudio de la ciencia social.» 9 Precisamente porque Montesquieu prestó atención a la «sustancia concreta de la vida» y empleó el método de los tipos ideales para aprehenderla, su obra puede considerarse innovadora en un grado significativo y cons­picuo.Pero la ciencia exige algo más que descripción y clasificación; tam­bién supone interpretación y explicación. Estos procesos presu­ponen un orden determinado en los fenómenos, tales como las relaciones causales. Los sucesos percibidos no son arbitrarios ni fortuitos; ni la interpretación es la imposición de un orden total­mente subjetivo — un orden que solo existe en la mente1— a una realidad en esencia caótica y errática, es decir, desordenada. También fue este uno de los supuestos que guió a Montesquieu en su análisis social. En su obra principal, El espíritu de las leyes, no solo describe las leyes, las costumbres y otras prácticas diversas de una serie de pueblos, sino que también trata de descubrir los orígenes y las razones de ser de instituciones específicas. Por lo general, su actitud no es valorativa, más bien trata de comprender; así, aporta sugerencias acerca de las condiciones que hicieron posik ble la poligamia, las «religiones falsas» y la esclavitud. Cree que estas pueden incluso haber sido necesarias, en las condiciones que él observa. Aunque trata de ser objetivo, también ansia hacer recomendaciones que parecen derivar de sus análisis. La demo­cracia, señala, solo es apropiada para estados pequeños; por lo tanto; agrega, una democracia debe abstenerse de ampliar excesi­vamente sus fronteras.El uso que hace Montesquieu de los tipos ideales difiere también en otros: aspectos del de sus predecesores. Sus tipos no tenían pretensión alguna de trascender el tiempo y el lugar. Reconocía- que las costumbres, las leyes y otras instituciones de las socieda­des varían junto con las-demás condiciones de su existencia. Dis­

9 Ibíd., pág. 9.

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este punto de vista la época moderna era muy deficiente, en ver­dad. Como antídoto contra los principios de los pbilosophes y como crítica del «desorden» posrevolucionario, estos pensadores presentaron una serie de tesis acerca de la sociedad:

1. Es una unidad orgánica con leyes internas de desarrollo y pro­fundas raíces en el pasado, nó simplemente un agregado mecánico de elementos individúales. Los conservadores eran «realistas so­ciales», en el sentido' de que creían firmemente en la sociedad como una realidad mayor que los individuos que la componen. Esto se hallaba en oposición directa al nominalisnlo social ilumi- nista, esto es, al concepto de que solo existen los individuos y que ía sociedad no es más que el nombre dado a esos individuos en sus interrelaciones.2. La sociedad precede al individuo y es éticamente superior a él. El hombre no tiene existencia alguna fuera de un grupo o contexto social y sólo llega a ser humano por medio de su partici­pación en sociedad. Lejos de ser los individuos los que constitu­yen la sociedad, es esta la que crea al individuo por medio de la educación moral, para utilizar una expresión de Durkheim.3. El individuo es una abstracción y no el elemento básico de una sociedad. .Esta se compone de relaciones e instituciones; y los individuos son simplemente miembros de la sociedad que tie­nen ciertos status y roles: padre, hijo, sacerdote, etcétera.4. Las partes de una sociedad son interdependientes y están in- terrelacionadas. Las costumbres, las creencias y las instituciones se hallan orgánicamente entretejidas, de modo que el cambio o.la reforma de una parte altera las complejas relaciones que mantie­nen la estabilidad de la sociedad como un todo5. El hombre tiene necesidades constantes e inalterables, que cada sociedad y cada una de sus instituciones están destinadas a satisfacer. Las instituciones son, pues, medios positivos por los que se satisfacen las necesidades humanas básicas. Si se alteran o se dañan esos medios, el resultado será el sufrimiento y el des­orden.6. Las diversas costumbres e instituciones de una sociedad son positivamente funcionales; satisfacen necesidades humanas, direc­ta o indirectamente, sirviendo en este último caso a otras institu­ciones indispensables. Hasta el prejuicio es concebido en estos términos, pues tiende a unificar ciertos grupos, y también acre­cienta su sensación de seguridad.7. La existencia y el mantenimiento de pequeños grupos es esen­cial para la sociedad. La familia, el vecindario, la provincia, lós grupos religiosos, los grupos ocupacionales, etcétera, son las uni­dades básicas de una sociedad, los soportes básicos de la vida de los hombres.8. Los conservadores también tenían ciertos conceptos acerca de la «organización social». La Revolución, tal como la veían, no condujo a una forma superior de organización, sino a la desinte­gración social y moral. Querían preservar las formas religiosas

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más antiguas, el catolicismo no el protestantismo, y anhelaban restaurar la unidad religiosa de la'Europa medieval. El protestan­tismo, al predicar la importancia de la fe individual, habí» minado la unión espiritual de la sociedad. Como hemos visto <en ejL caso de Bonald, los conservadores también reconocieron las consecuen­cias desorganizadoras del urbanismo, la industria y el comercio.9. Los conservadores insistían, además, en la importancia esencial y el valor positivo de los aspectos no racionales de la existencia humana. El hombre necesita del ritual, la ceremonia y el culto. Los pbilosophes, con su implacable crítica de esas actividades como vestigios irracionales del pasado, habían debilitado los soportes sagrados de la sociedad.10. También consideraron el status v la jerarquía como esenciales para la sociedad. Temían que la igualdad destruyera los órganos «naturales» y consagrados por el tiempo que servían para trans­mitir los valores de una generación a otra. La jerarquía era nece­saria en la familia,.la Iglesia y el Estado, y sin ellos la estabilidad social era imposible.

Tales son algunos, de los principales postulados sociológicos lega­dos por los conservadores, herencia que ejerció un gran influjo sobre pensadores como Saint-Simon, Comte y, más tarde, Durk- heim. Estos y otros pensadores trataron de sacar las ideas y los conceptos conservadores de su contexto teológico-reaccionario e incorporarlos a una' sociología científica. Para ver cómo se inició este intento es necesario considerar la obra de Saint-Simon y Comte, los fundadores de la sociología moderna.

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cernía ciertos tipos generales, por ejemplo, la monarquía, pero también veía que las monarquías específicas varían según el tiem­po y el lugar. Por ello, las reglas nunca- pueden ser válidas para todas las sociedades o para todos los pueblos. Prestaba tanta atención a las constantes como a las variables. Independientemen­te de la forma particular de una sociedad, la naturaleza del hom­bre exige la satisfacción de ciertas necesidades básicas.

L a clasificación de las sociedades propuesta por M ontesquieu

Cuando Montesquieu habla de una república (que puede ser una aristocracia o una democracia), una monarquía o un despotismo, se refiere a sociedades totales, no solo a sistemas políticos, como en el caso de Aristóteles. Asimismo, estos tipos no derivan de un principio a priori, sino que se fundan en la observación. Su exa­men de un gran número de sociedades, su estudio de la historia, los relatos de viajeros y sus propios viajes le sirven de material empírico comparativo para esta clasificación y para las conclusio­nes que extrae. Cuando habla, por ejemplo, de la «república», piensa en las ciudades-estados griegas e italianas, en Atenas, Es­parta y Roma. Trata principalmente de mostrar que existe una relación definida entre los sistemas políticos y otras condiciones sociales y no sociales. La monarquía se adapta a las condiciones, de las grandes naciones de la Europa moderna. Los pueblos de la antigüedad también tenían «reyes»; los griegos, los germanos y los latinos, por ejemplo. Pero, según Montesquieu, estos reyes eran muy diferentes del monarca absoluto de la Europa moderna, sobre el que basaba su tipo ideal. También se conoce la existencia de formas variadas de despotismo en diversos lugares y períodos, resultantes a menudo de la corrupción de otras formas políticas. Pero solo en Oriente halla el despotismo su encamación «natural» o «perfecta». De este modo, cuando presenta sus tipos, señala que se los debe distinguir entre sí no solo por tratarse de sistemas diferentes de gobierno, sino también porque son sistemas que están funcionalmente interreladonados con otras condiciones. In­cluye entre estas, por ejemplo, el monto de población de una sociedad, la distribución de las personas en ella y su estructura. Se encuentra la forma republicana, arguye, en villas y ciudades', y es más apropiada para una población pequeña. Cuando esta crece más allá de cierto punto, la forma republicana se derrumba. En cambio, el estado despótico aparece en grandes sociedades. y sé extiende por vastas regiones, sobre todo en Asia. El estado mo­nárquico se halla entre los dos primeros: es de tamaño medio,' pues tiene una población mayor que la de la república, aunque menor que la del estado despótico. Pero lo más importante és que se diferencian en lo atinente a sus respectivas estructuras sociales. Todos los ciudadanos son iguales y hasta semejantes en una re­

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pública. Esto es particularmente cierto en lo qüe respecta a .una democracia. Distinguimos una especie de homogeneidad sodal y, por ende, de orden. Hay restricdones definidas sobre la exagera­da acumulación de riqueza y de poder, pues se sospecha que ta] exceso socavaría la solidaridad y la existencia misma de la repú­blica. Así, la democrada puede corromperse y transformarse en una aristocracia; cuanto más democrática es la república, tanto más «perfecta» es. En este tipo de sociedad se da mucha impor- tanda al bienestar de todos. Una república democrática es, pues, relativamente pequeña, igualitaria y homogénea, y se caracteriza por la solidaridad.En la monarquía, surgen ya las dases sociales. La agricultura, d comercio y la industria, y en general una división del trabajo cada yez más compleja, crean un complicado sistema de estratificadón, del que carecía la república, pero que llega a su máximo desarrolló en la monarquía. Sin embargo, es en esta y no en la democrada donde Montesquieu ve mayores posibilidades de libertad políti­ca. Las dases no solo frenan y limitan el poder del monarca, sino que además lo hacen entre sí mismas. Cada una de ellas impide que las otras lleguen a ser demasiado poderosas; así, pueden pro­mover sus intereses espedales, pero con moderación- Puesto que la monarquía es estructuralmente compleja y está compuesta de clases y grupos con grados variables de riqueza, poder y prestigio, surgen también como fuerzas poderosas el interés personal, la envidia, la rivalidad y el interés de clase. Los individuos y los grupos tienden ahora a descuidar el bienestar general de la so­ciedad y a favorecer los intereses personales y de clase. Así, Mon­tesquieu anticipa la doctrina utilitarista, pues sostiene que las rivalidades personales y de dase llevan a los miembros de Ja sodedad a cumplir con sus respectivas fundones de la mejor manera posible, lo cual conduce en última instancia al bien co­mún. También el honor se convierte en un incentivo importante en la vida pública de una monarquía, pues los hombres tratan de elevar su status todo lo posible.Tenemos, por último, el tercer tipo, el despotismo. O bien todos los órdenes de la sociedad se debilitan hasta el punto de que no pueden ofrecer ninguna resistenda organizada al déspota, o bien el régimen se convierte en una «democrada» en la que todos, ex­cepto d gobernante, son iguales en cuanto a su condición de ser­vidumbre. Si la virtud es la base de la partidpación en la repúbli­ca, y el honor lo es en la monarquía, el temor es la base de lá sumisión a un déspota. * •Montesquieu distinguía, pues, diversos tipos de sociedades, que diferían en muchos aspectos importantes. Prestaba tanta atendóna. las diferencias entre las sodedades como a sus semejanzas. El razonamiento subyacente en esta clasificadón es válido todavía hoy. Comprendió que d aumento de complejidad de las estructu­ras económicas y sodales, d acrecentamiento de las diferenaas de riqueza, la aparición de estratos, etcétera, provocaba cambios en la estructura política. Se percató del hecho de que una república

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como la Atenas o la Roma antiguas, donde la propiedad privad? se hallaba poco desarrollada, lógicamente presentaría el mayor grado de solidaridad social; y que una sociedad moderna, caracte­rizada por una compleja división del trabajo y por la existencia de clases y de grupos especiales de intereses, debía presentar un grado menor de ella. En este último caso, cada individuo establece una tajante distinción entre su persona y su grupo especial de interéses por una parte, y la sociedad por la otra. La solidaridad social, en la medida en que puede existir en la sociedad moderna, brota de una fuente distinta. Ya no depende de la igualdad y la semejanza, sino precisamente de la división del trabajo, que crea la interdependencia de individuos y grupos. Más tarde, Durkheim tomó esta idea de Saint-Simon (quien a su vez la había tomado de Montesquieu) y elaboró su propia clasificación de tipos de sociedades y tipos correspondientes de solidaridad.Antes de concluir con el examen de la clasificación de las socie­dades propuesta por Montesquieu, debemos dirigir la atención hada un cuarto tipo que él describió. Hay sodedades que viven de la caza y la cría de ganado. Es típico de ellas el contar con una pobladón pequeña y poseer la tierra en común. Las costum­bres, y no las leyes, regulan la conducta. Los andanos gozan de la autoridad suprema, pero tales sodedades son tan celosas de su libertad, que no toleran ningún poder permanente. Montes­quieu las divide, además, en dos subtipos: salvajes y bárbaros. Los salvajes son, por lo general, cazadores que viven en sodedades pequeñas y relativamente nómadas, mientras que los bárbaros crían ganado, viven en sociedades mayores y son relativamente sedentarios. Estas distinciones son aún defendibles y útiles para el estudio de las sociedades tradidonales y de aquellas que care­cen de un sistema de escritura. El cuarto tipo, en particular, mues­tra con daridad que Montesquieu no adoptó simplemente la da- sificadón de Aristóteles, sino que elaboró un sistema original.

M ontesquieu. y su con cep ción de las leyes

Como declaramos al prindpiq, la originalidad de Montesquieu en lo que se refiere a la sociología reside básicamente en dos puntos? su clasiticadón de las sodedades en tipos, que le permitió com­pararlas unas con otras en todos sus aspectos importantes; y sú preocupación por las «leyes», esto es, por las reladones necesarias que Tuxgen de la naturáljeza de las cosas. Las leyes no se aplican solo a la naturaleza, sino también a las sodedades humanas. En el ámbito sodal, las leyes dependen de la forma de una sodedad; así, las leyes de una república difieren de las de una monarquía. La forma de la sodedad, a su vez, depende de dertas condiciones, una de las principales es el «volumen de la sodedad».10 La repú­

10 Este concepto, así como otros que examinaremos luego, en el capítulo sobre Durkheim, muestra hasta qué punto era grande su deuda intelectual con Montesquieu.

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blica, como hemos visto, tiene una población pequeña y está con­tenida dentro de límites relativamente estrechos. Todo ciudadano está al tanto de los asuntos de la comunidad. Como en lo que respecta a la posesión de la riqueza hay poca o ninguna diferencia entre los ciudadanos, las condiciones son aproximadamente las mismas para todos ellos. Aun los líderes de la comunidad tienen una autoridad muy limitada y son considerados como los primeros entre iguales. Pero en el caso de que el volumen de la sociedad aumente — si la población crece y se amplían los límites geo­gráficos— todos los aspectos de la spciedad variarán de manera concomitante. El individuo ya no puede percibir a la sociedad en su conjunto; tiende a ver solamente los intereses de su propio grupo especial o clase. La creciente estratificación da origen a puntos de vista y objetivos divergentes; y las grandes diferencias en la propiedad privada provocan una gran desigualdad en el poder político. El líder es ahora un soberano que está muy por encima de todos los demás. A medida que se han producido estos cambios, la sociedad ha evolucionado inevitablemente de la forma republicana de gobierno a la monárquica. Si estos desarrollos con­tinúan en la misma dirección, la monarquía desembocará en el despotismo, necesario ahora para controlar a las masas.Para Montesquieu, pues, la estructura y los cambios de una socie­dad están determinados por variables demográficas y sociales. El crecimiento de la población y la expansión de los límites geográ­ficos, que son variables fundamentales, provocarán cambios en todos los otros aspectos. Aunque la creciente división del trabajo y el aumento de la propiedad privada (con el consiguiente acre­centamiento' de las diferencias de riqueza) acompañan a la transi­ción del tipo republicano al tipo monárquico de sociedad y pare­cen ser funcionalmente interdependientes, el volumen de la socie­dad es para Montesquieu la causa principal de estos cambios. Más tarde, Durkheim adoptará el mismo punto de vista.Las interpretaciones tradicionales de la teoría de Montesquieu han pasado por alto su reconocimiento de las variables sociales y han llamado la atención, en cambio, hada otras variables: la geogra­fía, la topografía, la fertilidad del suelo, el clima, la proximidad (o la lejanía) con respecto al mar, etcétera. Montesquieu atribuía a todos estos factores una influencia restrictiva sobre la estructura de una sociedad; son las «constantes» retardantes cuya ausencia o presencia orientan a una sociedad en una dirección particular. Pero en su pensamiento estos factores eran menos importantes que las variables sociales.Montesquieu adopta un enfoque «sociológico» de todas las institu­ciones de una sociedad y lo aplica al análisis de las costumbres y las leyes. La costumbre tiene ciertos correlatos sociales definidos que son diferentes de los de la ley. Las costumbres surgen espon­táneamente de la existencia social; las leyes, en cambio, son es­tablecidas por un legislador de una manera formal y explícita. En este último caso, también la «ley» emerge espontáneamente. La estructura social de mayor complejidad parece requerir ciertas

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leyes definidas que se adapten en grado máximo a la misma. Pero estas permanecen ocultas e implícitas, creía Montesquieu, si al­gún legislador no las discierne y las formula explícitamente. Tales leyes, sin embargo, pueden entrar en conflicto con los requisitos de una sociedad, porque lo que exige la naturaleza de una socie­dad es una cuestión de juicio. Los hombres pueden apartarse de esta naturaleza porque sus juicios están sujetos a la ignorancia y al error. Se introduce, así, un elemento contingente. Una sociedad sería lo que prescribe su naturaleza, si no fuera por la ignorancia y los errores de quienes interpretan estas prescripciones...La concepción que Montesquieu tenía de la ley cómo expresión de la relación necesaria entre las cosas encierra elementos ambi­guos. Parece creer que estudiando una sociedad es posible descu­brir sus leyes (lo que su naturaleza exige) y, por tanto, crear las formas legales y otras instituciones que mejor se adapten a esa na­turaleza. La creación de tales instituciones supone una interpreta­ción de cuál es la verdadera naturaleza de una sociedad y, por lo tanto, está sujeta a error. Si faltara este elemento contingente — la ignorancia y /o el error— el hombre concebiría leyes en total acuerdo con la naturaleza de la sociedad, y en apariencia esto sería beneficioso. La vida social del hombre estaría totalmente deter­minada, y los elementos de la sociedad presentarían una articula­ción e integración perfectas. Los elementos contingentes que Mon- tesqúieu introduce parecen implicar que el hombre nunca puede alcanzar una articulación tan perfecta. Además, estos elementos conducen a no pocas desviaciones de las leyes naturales. Por ejem­plo, aunque la institución de la esclavitud se hallaba presente en todas las repúblicas griegas e italianas antiguas, Montesquieu in­siste en que ella repugna a la naturaleza de la república. Si los hombres no hubieran cometido errores en la interpretación de esta naturaleza, la esclavitud no habría surgido. En una república, la esclavitud es innatural y, por consiguiente, innecesaria. ¿Sobre qué basa Montesquieu este juicio? Aparentemente, en la república ideal que tiene en la mente. La esclavitud puede ser el resultado inevitable de ciertas condiciones sociales, pero una de estas con­diciones es la interpretación errónea que hace el hombre dé la naturaleza y exigencias verdaderas de una república. Esta verda-, dera naturaleza, que no expresa lo que es, sino lo que debe ser, ha permanecido oculta a los ojos de los miembros de la sociedad. Algunas de las leyes sociales de Montesquieu son, pues, como las leyes de la naturaleza, es decir, inherentes a los fenómenos, péío otras no cumplen con este requisito. En el ámbito social, lás leyes están a veces por encima de los fenómenos, donde no se recono­cen y son, en consecuencia, inoperantes.Probablemente, la ambigüedad de la concepción de las «leyes» sus­tentada por Montesquieu deriva de su reconocimiento de ciertos grados de libertad en el hombre. Los hombres no son criaturas irreflexivas que se adaptan de manera pasiva y automática a-las condiciones existentes. Montesquieu parece comprender, al menos intuitivamente, que los hombres también actúan sobre las condi-;

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dones de su medio modificándolas. Este acto supone una inter­pretación de cuáles son esas condidones y, por consiguiente, ya que están sujetos a la ignoranda y el error, los hombres muy a menudo crearán condiciones contrarias a su naturaleza. Sin em­bargo, los grados de libertad que permitieron al hombre instituir la esclavitud, que es contraria a la verdadera naturaleza de unarepública, también le permiten eliminarla una vez reconocido su error. \Para resumir, Montesquieu parece haber pensado en dos clases de leyes — ambas «naturales4— : una del mundo físico y otra de la vida humana. La primera funciona de fnanera automática, «natu­ralmente». La segunda se refiere a las «leyes de la naturaleza de la vida humana» que deben regular las actividades de los hom­bres. Pero en la práctica, resulta imposible actuar de acuerdo con estas leyes, a causa de las perspectivas inevitablemente limitadas de los hombres en cada una de sus posidones sociales, y también por el hecho de que sus actos no se hallan totalmente, determina­dos. Montesquieu postula unos pocos grados menores de libertad: éstá en la naturaleza humana actuar por inspiradón propia.11 La experiencia y la observación son importantes para Montes­quieu; más que cualquiera de sus contemporáneos, subordina la deduedón a estos procesos. Sin embargo, a pesar de su puesto descollante como precursor del método de la ciencia sodal, a menudo expone los hechos breve y resumidamente, sin tomarse el trabajo de verificarlos ni siquiera cuando son controvertidos. Era demasiado crédulo, por ejemplo, con respecto a relatos de viajeros que mererían muy poca confianza. Además, como obser-

•vaba Durkheim, cuando «. . .afirma que existe una reladón causal entre dos hechos, no se preocupa por mostrar que en todos los casos (o al menos en la mayoría) aparecen simultáneamente, desa­parecen simultáneamente o varían de la misma manera».12 A veces define sus*tipos por una sola característica observada en una so- dedad. Por ejemplo, siendo gran admirador de la constitución in­glesa, considera la separadón de poderes, que solamente se ha­llaba en Inglaterra, como esendal a una monarquía. La libertad inglesa, creía, era un resultado de la separación constitucional de la autoridad ejecutiva, legislativa y judidal. En apariencia, no comprendió el papel de las revoludones del siglo xvii en el esta­blecimiento de la supremacía del Parlamento sobre el poder eje­cutivo y sobre el judicial.Sin duda, es siempre erróneo rastrear el nacimiento de ciertas

. ideas hasta un pensador determinado. Sin embarco, puede consi- • derarse a Montesquieu como un precursor importante del pensa: j miento sociológico, pues usó los conceptos de tipo ideal y de lev con-mayor coherencia-que ¡ cualquiera de sus predecesores o coiv temporáneos, comprendió la -necesidad de los estudios comparati­vos, y sostuvo la suposidón de que los elementos de una sodedad sbnirundoñalmente ínterdependientes.. ~

l í ;Véase Werner Stark, op. cit., pág. 210.12. Durkheim, op. cit., pág. 53. •

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4. La reacción romántico- conservadora

La filosofía del Iluminismo, como hemos visto, tenía sus raíces en el pensamiento del siglo xvn . Los philosophes, que experi­mentaban una gran confianza en la razón y la observación como medio para resolver los problemas humanos, sintetizaron con bas­tante éxito las dos ccrrientes filosóficas principales de ese siglo: el racionalismo y el empirismo. Él universo estaba gobernado por leyes inmutables y era posible mejorar al hombre y a la sociedad ordenando el medio social y político de acuerdo con esas leyes determinables. Estas ideas se convirtieron también en los funda­mentos de los movimientos intelectuales del siglo xix , pero fue­ron considerablemente modificadas por los pensadores románti­cos y conservadores. Se apartaron de lo que ellos consideraban el optimismo y el racionalismo ingenuos del siglo xviii; y lo hicie­ron no solo al reconocer los factores irracionales de la conducta humana, sino al asignarles además un valor positivo. La tradición, la imaginación, el sentimiento y la religión fueron considerados entonces como naturales y positivos.- Los pensadores románticos y conservadores deploraron en general las consecuencias desorga­nizadoras que tuvo para Europa la Revolución Francesa, y atri­buyeron esas consecuencias a la locura de los revolucionarios, quienes habían aceptado los supuestos del Iluminismo sin some­terlos a crítica y habían tratado de reordenar la sociedad de acuer­do con principios puramente racionales. Reaccionando, pues, frente al ensalzamiento de la razón propio del siglo xvm , el siglo xix enalteció, en cambio, la emoción y la imaginación, y condujo a un gran renacimiento de la religión, la poesía y el arte. Además, el grupo, la comunidad y la nación se convirtieron entonces en con­ceptos importantes. Se consideró que las memorias y fidelidades históricas obligaban al individuo hacia su nación, categoría que fue elevada a un rango de suprema importancia. Se disipó el cosmopo­litismo de los iluministas. El siglo XIX se orientó cada vez más hacia la investigación de los orígenes de las instituciones existen­tes, más que hacia su transformación según principios racionales. Surgió nna actitud histórica que consideraba a las instituciones, en mayor grado que en tiempos anteriores, como el producto de yn lento desarrollo orgánico, y no de una acción racional delibe­rada y. calculada.1

1 .He elaborado este examen general partiendo de varias fuentes, las más importantes de las cuales son: C. J . H. Hay es, Histórica! Evolution o f Mo-

ídern Nationalism, Smith, 1931: T. H. Randall, The Making of tbe Mo-

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Aunque el movimiento romántico se manifestó en toda Europa, su form a varió de un país a otro. E n Inglaterra, y sobre todo en Alemania, este movimiento asumió la forma de una fuerte reac­ción nacional contra el radicalismo iluminista, tal como se expresó en la Revolución, y contra el expansionismo napoleónico. Fue rechazada, en general, la concepción que estos pensadores tenían de un universo racional y mecánico. En todos los campos — en la literatura, el arte, la música, la filosofía y la religión— realizóse un esfuerzo por liberar las emociones y la imaginación de las austeras reglas y convenciones impuestas durante' el siglo x v m . En lo religioso, la experiencia interna recobró su importancia; y en lo que se refiere a la filosofía, se asignó a la menté individual un papel creador en el modelado del mundo. Es el movimiento filosófico, en particular, el que guarda una relación más directa con nuestro examen de la teoría social.Ese movimiento, que comenzó con la obra de Rousseau y Hume y alcanzó un desarrollo posterior en la filosofía de Immanuel Kant, trasladó el centro de interés, del universo mecánico de Newton al carácter creador de la personalidad, y se propuso la liberación de la mente del pensamiento puramente racionalista y empirista. Rousseau, como hemos visto, aunque fue un pensador iluminista, se apartó un poco del punto de vista «típico»; se sin­tió menos indinado que sus contemporáneos a aconsejar la re- construcdón de la sociedad de acuerdo con prindpios puramente radonales y abstractos. La voluntad moral interna, la concienda y las convicdones son también importantes para que el hombre pueda liberarse.P ero la ruptura más espectacular con el Iluminismo halla expre­sión en la obra de David H um e .2 Su examen crítico de los su­puestos prindpales de aquel movimiento socavó la fe prevaledente en el universo como una red de reladones de causas y efectos. Estas reladones se hallan lejos de ser inmanentes al universo; por d contrario, argüía, la «causalidad» es simplemente una idea, una manera usual de pensar. Como el fenómeno B sigue al A, supo­nemos que B es el efecto de A. Hume, pues, atribuía un papel creador a la mente, al insistir en que la concepdón mecanidsta no era más que una manera de pensar, cuya relación con el mundo real constituía un problema no resudto. De este modo, Hume, * junto con otros pensadores, principalmente Leibniz — quien aceptaba la concepción newtoniana pero veía en ella elementos personales, idealistas y ideológicos— , sentó los cimientos de la filosofía de Kant, que tuvo gran trascendenda.

dern Mind, Houghton Mifílin, 1926, cap. 16; G . H. Sabine, A History oj Political Tbeory, Holt, 1937, caps. 28-30 (Historia de la teoría política, Mé­xico: Fondo de Cultura Económica, 2a. ed., 1963); R. Aris, History o f Political Tbought in Germany from 1789-1815, Macmillan, 1936; F. B. Artz, Reaction and Revolution, 1814-1832, Harper, 1934, y H. H. Ciernent, Romanticism in France, Modem Language Association, 1939.2 Véase Gladys Bryson, Man and Society: T be Scottish Inquiry o f the Eigbteenth Century, Princeton: Princeton Univeísity Press, 1945.

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Kant fue el primero en prestar una atención explícita, consecuente y cuidadosa a un problema epistemológico que desde entonces ha continuado ocupando a los filósofos: el del papel de la mente en la determinación del conocimiento.3 Kant sostenía que no es po­sible conocer el mundo tal como es en sí mismo. Hay ciertos patrones, como el espacio, el tiempo y la causalidad, que sonpropios de la mente, y la ciencia describe el universo en términosde estas categorías a priori. Por lo tanto, si Newton había consi­derado al universo como un mecanismo, no debemos deducir que este realmente lo fuera, sino que las categorías lógicas de su men­te lo condujeron a tal concepción. En contraste con Locke, quien atribuía a la mente una función esencialmente pasiva, Kant le asignaba un papel creador y dinámico: el de moldear y organizar activamente los datos de los sentidos en una concepción particu­lar del fenómeno en estudio. De esta manera, Kant trató de libe­rar la mente de su dependencia de fuentes exclusivamente exter­nas de conocimiento, y se propuso dar nueva validez a l'as ver­dades provenientes del ámbito espiritual: la religión, la moral y el arte .4Los philosophes habían juzgado el «conocimiento» derivado de esos ámbitos como inferior al que sum inistra la ciencia; solo esta podía brindar una concepción verdadera de la naturaleza y la sociedad, esto es, una concepción del mundo tal como es real­mente. Para Kant, los conocimientos derivados de ambos domi­nios, el espiritual y el científico, tenían la misma validez. Si los conceptos de «causalidad» y de «necesidad» son también produc­to de la actividad creadora de la mente, ¿por qué el conocimiento científico tendría mayor validez que el no científico? Al demos­trar las lim itaciones del conocimiento científico, Kant pretendía restaurar la validez de la fe y la intuición. Y en realidad, en agudo contraste con los iluministas, los pensadores románticos consideraron la fe y la intuición como esenciales para la com­prensión de la naturaleza y de la sociedad.Fue Kant quien puso en tela de juicio las suposiciones metodoló­gicas generales de los philosophes, y fue Edmund Burke quien criticó sus suposiciones sociológicas.8 Este expresó la creciente reacción nacional y conservadora contra los principios del Ilumi- nismo y de la Revolución Francesa. Las concepciones de Burke, como las de Hegel, suministran una base importante para com­prender el contexto intelectual e histórico en el que los fundadores de la sociología, Saint-Simon y Comte, desarrollaron sus propias ideas. Las reflexiones críticas de Burke contribuyeron mucho, no solo en Inglaterra sino también en el continenfe, a la formación de una filosofía política y social conservadora. Aunque criticó y

3 Véase Emst Cassirer, The Pbilosophy o f the Enlightenment, Princeton: Princetón University Press, 1951, págs. 93-133.4 William J . Bossenbrook, The Germán Mind, Detroit: Wayne State Uni­versity Press, 1961, pág. 227 y sigs.5 George H. Sabine, A History o f Political Theory, Nueva York: Holt, Rhinehart and Winston, 1961, pág. 597 y sigs.

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condenó a los líderes revolucionarios franceses, tenía una idea diferente de la Revolución Americana. Los colonos americanos trataban de mantener el carácter orgánico dé la sociedad luchando por conservar sus antiguos derechos y privilegios.. En efecto, era Jorge I I I quien socavaba este carácter orgánico ai tratar de des­pojarlos de esos privilegios. La sociedad es un «organismo», pero sus diversos órganos no se hallan necesariamente coordinados de manera perfecta, como lo están en un organismo natural. En el organismo social algunas partes pueden cambiar más rápidamente que otras. Y cuando esto sucede, es necesario introducir reformas para poner nuevamente en armonía las partes. Reformas, no re­volución. De su posición con respecto a la dominación británica en la India y en Irlanda se desprende claramente que Burke es­taba en favor de las reformas. Estas son necesarias para poner en armonía el Estado con las otras condiciones sociales. Pero no debe haber una ruptura brusca con el pasado, como ocurrió en Francia.Al exponer su concepción orgánica de la sociedad, Burke repudia­ba explícitamente la concepción racional abstracta de los philoso- phes, a saber, que hay leyes naturales generales y derechos na­turales que la mente puede descubrir; y que las leyes hechas por los hombres deben ajustarse todo lo posible a los principios idea­les. Al aplicar esta doctrina, argüía Burke, los revolucionarios habían tratado a la sociedad como una máquina, pues creían que podían simplemente quitar las partes anticuadas y reemplazarlas por otras nuevas. Por ello, descartaron las instituciones antiguas, ya establecidas,.que se habían desarrollado a través del tiempo y eran parte integrante del orden social, y trataron de reemplazarlas basándose en fórmulas abstractas. Se proclamó que el individuo era más importante que la nación o el estado, el elemento más importante que el todo; y lejos de concebir el Estado como orgá­nicamente relacionado con el resto del orden social, se lo trató como una mera relación contractual. Las implicaciones de esto eran claras: si el Estado es un mero contrato, entonces se lo puede y hasta se lo debe disolver tan . pronto como las partes contractuales deciden que ya no satisface sus intereses.En sus Reflexiones sobre la Revolución Francesa, Burke refuta punto por punto la posición racionalista.6 El individuo carece de derechos abstractos. Por el contrario, tiene solamente aquellos derechos y privilegios que rigen en una comunidad dada y que adquiere en virtud de haber nacido en ella. Los derechos y los privilegios se desarrollan lenta y orgánicamente; son de carácter histórico, no abstracto. Una comunidad no existe solo en el pre­sente; es una cadena interminable de generaciones, cada una de las cuales hereda a sus predecesoras y en ellas cada individuo sólo es un eslabón. La generación revolucionaria no tenía, pues,

6 Edmund Burke, Reflections on the Revolution in France, Nueva York: Dutton, 1960. (Reflexiones sobre la Revolución Francesa, Madrid: Instituto de Estudios Políticos.) "\í,'í-S ií

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derecho alguno de destruir costumbres e instituciones que no eran de su exclusiva propiedad, ya que también pertenecían a las generaciones pasadas y hasta a las futuras. Veintiséis millones de franceses no tenían derecho a considerarse con autoridad sobera­na sobre lo que pertenecía por igual al pasado y al futuro. Cada generación debe únicamente acrecentar lo que han obtenido y le­gado los muertos, y transferir la totalidad a sus herederos.En cuanto al Estado, no es un mero contrato hecho por indivi­duos para .el logro de fines limitados y que, por ende, debe disol­verse cuando se alcanzan esos fines o se rompe el acuerdo. Por el contrario, el Estado es una unidad orgánica superior, una parte integrante de la comunidad nacional. El Estado, escribía Burke, «es partícipe de toda ciencia, partícipe de todo arte, partícipe de toda virtud y de toda perfección. Como los fines de tal asociación no pueden lograrse en muchas generaciones, se convierte en una asociación, no solo con los vivos, sino también con los muertos y con los que nacerán».7 El Estado y la nación son organismos y, por consiguiente, el producto de un largo proceso de creci­miento; no se trata de puras invenciones deliberadas y calculadas. Además, lo que mantiene unidas a naciones y sociedades no son intereses especulativos ni convicciones racionales, sino ciertos fac­tores irracionales. No solo los intereses materiales, sino también- los lazos espirituales y los sentimientos vinculan a los miembros de una comunidad. Esos lazos pueden ser tan «livianos como el aire», pero son «tan fuertes como eslabones de hierro».8 Burke formuló de este modo sus reflexiones conservadoras sobre la Revolución. Como inglés, y como privilegiado a fin de cuentas, amaba las libertades que había heredado de sus antepasados. No cabe extrañarse, entonces, que deseara conservarlas y que, cuando contemplaba a Francia desde su perspectiva, solo viera el «reino del terror» de su época, no el milenario reino del terror que lo precedió y que condujo al levantamiento que él tanto aborrecía. Su ideología, sin embargo, también encerraba una concepción re­lativamente nueva de la sociedad, la cual llamó la atención de los pensadores sociales sobre una variedad de factores que el Ilumi- nismo había más bien ignorado. Burke presentó un panorama histórico, evolutivo y orgánico de la sociedad, panorama que, junto con su insistencia en los elementos irracionales de la con­ducta humana, ofrecía una perspectiva importante para considerar la estructura de una sociedad y el proceso por el que esta cambia. La concepción histórica y conservadora que elaboró Burke del Estado y la nación recibió un fundamento más explícitamente fi­losófico del pensador alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel.

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L a filosofía con servad ora y la sociología. Resumen

Hemos visto que los principios del Iluminismo tales como se ma nifestaron en la Revolución, produjeron una reacción filosofía conservadora. Esta, por su parte, provocó un nuevo interés por c orden social y por diversos problemas y conceptps relacionados con él.Los conservadores, como Burke, Hegel, Bonald y Maistre, son llamados así porque deseaban literalmente conservar y mantener el orden existente. Además, algunos de ellos, según hemos visto, no anhelaban tanto conservar el orden existente como volver a un statu quo ante. El desorden, la anarquía y los cambios radicales que esos pensadores observaron después de la Revolución, los lle­varon a elaborar en su filosofía conceptos que se relacionaban con el orden y la estabilidad: la tradición, la autoridad, el status, la cohesión, el ajuste, la función, la norma, el símbolo, el ritual, etcétera. En comparación con el siglo x v m , esto constituía un definido cambio de interés, que se desplazaba del individuo al gru­po, de la actitud crítica frente al orden existente a su defensa, y del cambio a la estabilidad social.1®Desde el punto de vista conservador, los cambios sociales que siguieron inmediatamente a la Revolución habían socavado y des­truido instituciones sociales fundamentales provocando la pérdida de la estabilidad política. Los conservadores atribuían estos resul­tados a ciertos acontecimientos y procesos anteriores de la his­toria europea que habían conducido, creían ellos, al progresivo debilitamiento-del orden medieval y, por ende, al cataclismo de la Revolución. Señalaban con toda precisión al protestantismo, el capitalismo y la ciencia, como los principales factores. Además, esos procesos, que sus contemporáneos liberales y radicales consi­deraban orogresistas, provocaban todavía una creciente atomiza­ción de ios pueblos. Aparecían ahora grandes «masas», presumi­blemente sin arraigo en grupos sociales estables; la inseguridad, la frustración y la alienación generales se ponían de manifiesto y, finalmente, había surgido un poder secular monolíüico, cuya exis­tencia dependía de la masa de individuos desarraigados.Las -conservadores habían idealizado el orden medieval, y desde

10 H e utilizado en esté examen varias observaciones hechas por Robcrt A, . Nisbcr en-su nrtíaii.? «Conscrvatism and Sociology», American Journal o/' Sociplogy, septiem bre, 1952.

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este punto de vista la época moderna era muy deficiente, en ver­dad. Como antídoto contra los principios de los philosophes y como crídca del «desorden» posrevolucionario, estos pensadores presentaron una serie de tesis acerca de la sociedad:

1. Es una unidad orgánica con leyes internas de desarrollo y pro­fundas raíces en el pasado, nó simplemente un agregado mecánicode elementos individúales. Los conservadores eran ‘ realistas so­ciales», en el sentido' de que creían firmemente en la sociedad como una realidad mayor que los individuos que la componen. Esto se hallaba en oposición directa al nominalismo social ilumi- nista, esto es, al concepto de que solo existen los individuos y que la sociedad no es más que el nombre dado a esos individuos en sus interrelaciones.2. La sociedad precede al individuo y es éticamente superior a él. El hombre no tiene existencia alguna fuera de un grupo o contexto social y sólo llega a ser humano por medio de su partici­pación en sociedad. Lejos de ser los individuos los que constitu­yen la sociedad, es esta la que crea al individuo por medio de la educación moral, para utilizar una expresión de Durkheim.3. El individuo es una abstracción y no el elemento básico de una sociedad. .Esta se compone de relaciones e instituciones; y los individuos son simplemente miembros de la sociedad que tie­nen ciertos status y roles: padre, hijo, sacerdote, etcétera.4. Las partes de una sociedad son interdependientes y están in- terrelacionadas. Las costumbres, las creencias y las instituciones se bailan orgánicamente entretejidas, de modo que el cambio o.la reforma de una parte altera las complejas relaciones que mantie­nen la estabilidad de la sociedad como un todo5. El hombre tiene necesidades constantes e inalterables, que cada sociedad y cada una de sus instituciones están destinadas a satisfacer. Las instituciones son, pues, medios positivos por los que se satisfacen las necesidades humanas básicas. Si se alteran o se dañan esos medios, el resultado será el sufrimiento y el des­orden.6. Las diversas costumbres e instituciones de una sociedad son positivamente funcionales; satisfacen necesidades humanas, direc­ta o indirectamente, sirviendo en este último caso a otras institu­ciones indispensables. Hasta el prejuicio es concebido en estos términos, pues tiende a unificar ciertos grupos, y también acre­cienta su sensación de seguridad.7. La existencia y el mantenimiento de pequeños grupos es esen­cial para la sociedad. La familia, el vecindario, la provincia, lós grupos religiosos, los grupos ocupacionales, etcétera, son las uni­dades básicas de una sociedad, los soportes básicos de la vida de los hombres.8. Los conservadores también tenían ciertos conceptos acerca de la «organización social». La Revolución, tal como la veían, no condujo a una forma superior de organización, sino a la desinte­gración social y moral. Querían preservar las formas religiosas

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más antiguas, el catolicismo no el protestantismo, y anhelaban restaurar la unidad religiosa de la Europa medieval. Él protestan­tismo, al predicar la importancia de la fe individual, habí» minado la unión espiritual de la sociedad. Como hemos visto «en ejL caso de Bonald, los conservadores también reconocieron las consecuen­cias desorganizadoras del urbanismo, la industria y el comercio.9. Los conservadores insistían, además, en la importancia esencial y el Valor positivo de los aspectos no racionales de la existencia humana. El hombre necesita del ritual, la ceremonia y el culto. Los philosophes, con su implacable crítica de esas actividades como vestigios irracionales del pasado, habían debilitado los soportes sagrados de la sociedad.10. También consideraron el status v la jerarquía como esenciales para la sociedad. Temían que la igualdad destruyera los órganos «naturales» y consagrados por el tiempo que servían para trans­mitir los valores de una generación a otra. La jerarquía era nece­saria en la familia,,la Iglesia y el Estado, y sin ellos la estabilidad social era imposible.

Tales son algunos, de los principales postulados sociológicos lega­dos por los conservadores, herencia que ejerció un gran influjo sobre pensadores como Saint-Simbn, Comte y, más tarde, Durk- heim. Estos y otros pensadores trataron de sacar las ideas y los conceptos conservadores de su contexto teológico-reaccionario e incorporarlos a una' sociología científica. Para ver cómo se inició este intento es necesario considerar la obra de Saint-Simon y Comte, los fundadores de la sociología moderna.