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OBRA REUNIDA Mario BeUatin Pr6logo: Diana Palaversich ALFAGUARA

El Jardin de La Señora Murakami

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OBRA REUNIDAMario BeUatinPr6logo: Diana PalaversichALFAGUARAEl jardin de la senora Murakami Oto no-Murakami monogatari1 El jardin de la sefiora Murakami Izu iba a ser demolido en los dfas sieuientes. Serian removidas las grandes piedras blancas y negras que lo habfan conformado hasta entonces, y derribados los arboles cultivados con tanto esmero. Secarian ademas los senderos acuiticos y el lago central> donde siempre hab/a sido posible apreciar las carpas doradas. La sefiora Murakami

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OBRA REUNIDA

Mario BeUatin

Pr6logo: Diana Palaversich

ALFAGUARA

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El jardin de la senora Murakami Oto no-Murakami monogatari

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El jardin de la sefiora Murakami Izu iba a ser demolido en los dfas si-euientes. Serian removidas las grandes piedras blancas y negras que lo habfan conformado hasta entonces, y derribados los arboles cultivados con tanto esmero. Secarian ademas los senderos acuiticos y el lago cen-tral> donde siempre hab/a sido posible apreciar las carpas doradas. La se­fiora Murakami solia sentarse frente a ese lago para contemplar, durante varias horas seguidas, los reflejos de las escamas y las colas. Abandon6 aquel entretenimiento s6lo cuando enviud6. Durante esa temporada la casa se mantuvo cerrada. Las ventanas no se abrieron. Sin embargo, el jardin sigui6 manteniendo su mismo esplendor. La vivienda continu6 al cuidado de Shikibu, la vieja siivienta.' Del jardfn se encarg6 un anciano con mucha experiencia, que habi'a sido contratado por la senora Muraka­mi para que lo visitara dos veces por semana.

Al final de algunas tardes, cuando las sombras hacen difusos los contor-nos de los objetos, la senora Murakami cree ver la silueta de su marido en la otra orilla del estanque. Hay ocasiones en que percibe c6mo le ha-ce senas con las manos. La senora Murakami suele sentarse entonces en una piedra situada en la explanada mayor, y entrecierra los ojos para ver mejor el especticulo que se le presenta al fondo del jardm. Aquellas apa-riciones ocurren cuando las condiciones de la atm6sfera son las apropia-das. Cierta vez, vio c6mo el fantasma iba hundi^ndose de pie en uno de los senderos acudticos.

La muerte del marido fue un trance penoso. Pas6 los ultimos dfas en un delirio constante durante el cual pidi6 a gritos la presencia nada menos que de Etsuko, la antigua saikoku de su mujer. El esposo querfa ver nuevamen-te sus pechos. Al principio, la senora Murakami pretendi6 no entender aquellos reclamos. Hacia oidos sordos a sus palabras, y busc6 siempre mantener una actitud serena al lado de la cama del moribundo. Unica-mente Shikibu advirti6 el pdlido rubor de sus mejillas, que aparecia sobre todo cuando el marido hablaba de Etsuko delante del m^dico.

' V ase nota 5.

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La senora Murakami prohibi6 que visitaian al enfermo. Ni siquieia fue-ron admitidos en la casa Ios amigos mas cercanos, con quienes el senor Murakami solia cenar una vez a la semana. Para descargar la ira que mo-tiv6 la ins6lita conducta de su esposo sali6 al jaidin, mientras prepara-ban el cuerpo del recien fallecido, con la intenci6n de arrancar las canas de bambu que el marido habfa plantado durante la inauguraci6n de la casa. Se trataba de bambues reales, cuyos minusculos tronquitos habfa obtenido el sefioi Murakami la Noche de las Linternas Iluminadas, dfa en que le propuso matrimonio. Aquel ataque de furia no fue advertido por los empleados de la funeraria. Shikibu cerr6 las puertas y ventanas de aluminio que daban al jardin. Trat6 luego de calmar a su sefiora.. Le aconsej6 tomar un bafio aiomatizado con yerbas silvestres, y prepar6 el kimono* que usari'a para la ceremonia. Se trataba del kimono color lavan-da que la senora Murakami habfa vestido en su boda. En la espalda es-taba decorado con dos garzas azules en pleno vuelo. El ob? elegido era de un tojo intenso. Durante todo el tiempo que tardaron los empleados en tener listo al marido para el funeial, Shikibu pein6 cuidadosamente a la esposa de su sefior. El peinado era complejo. A la senora Murakami le parecf6 incluso ostentoso, Pens6 que arreglada asi no la reconocerfan ni siquiera los viejos amigos de su marido. Le preocupaba lo que pudie-ran pensar. Shikibu la consol6 con palabras carifiosas. Le hizo ver c6mo a pesar de las circunstancias, su entereza se mantenfa intacta.

Los funerales se desarroUaron en un dia espl^ndido. El sol ilumin6 de manera inusitada el jardin. Las piedras blancas se vieron mas claras que de costumbre. Las negras absorbieron la luz hasta alcanzar un tono ma-te. Antes de salir rumbo a la ceremonia, la senora Murakami pas6 al la-do de los senderos acuaticos. Mir6 de reojo el pequeno lago. Las aletas y las colas de las carpas brillaban como si emitiesen luz propia. Le habria gustado quedarse contemplando los peces, Pero afuera la esperaban en el autom6vil negro de su marido.

El sefior Murakami habia posefdo un autom6vil fabricado poco despu& del final de la guerra. Perteneci6 primero al ej^rcito, habia sido asignado a un coronel extranjero que casi no lo pudo utilizar porque de improviso fue destacado fuera del pais,, Sus amigos le reprocharon una adquisici6n

^Traje tradicional confeccionado principaImente poi mujeres. ' Cintut6n cuyas medidas suelen tomarse de las figuras de las diosas de la teli-gi6n shintoista.

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tan ostentosa, teniendo en cuenta las condiciones en que se encontraba la sociedad. Tampoco veian con buenos ojos Ios intercambios econ6mi-cos con las tropas de ocupaci6n.. E1 sefior Murakami sonieia cuando es-cuchaba aquellas crfticas. Se defendfa diciendo que pronto su actitud sen'a copiada por los demas. En efecto, al poco tiempo su circulo de ami-eos no tuvo el menor reparo en mostrar publicamente los signos exter-nos de su riqueza.

La sefiora Murakami recordaba aquel auto con aprensi6n. Cuando co-menz6 a cortejarIa, su futuro marido mandaba al chofer hasta la puerta de su casa con costosos obsequios,. La sefiora Murakami —en ese tiempo solamente Izu—, observaba, desde la ventana, c6mo se estacionaba el auto frente a la veija. El primer regalo fue un ramo de orquideas negias, de las que se cultivaban unicamente en las islas del oeste del pais. En aquel entonces, la dolencia de su padre se habfa agudizado. Pasaba pos-tiado la mayor parte del dia. Si bien es cierto que el pietendiente era viu-do y algo mayor, Izu iba a cumplir ya veinticinco anos. La familia no se encontraba en condiciones de rechazarlo.. Muchas personas sabian que la familia estaba ansiosa por casar a la hija.. Su mano habia sido pedida ya en dos ocasiones. Sucesos lamentables impidieron ambas bodas. El primero de los pretendientes, Akira, muri6 atacado de mal de rabia. Cier-ta taide, fue motdido por un pequefio peno que le sali6 al encuentro cuando abandonaba la casa de su prometida. Akiia apenas atendi6 la he-rida en la pierna derecha. Hizo caso omiso del incidente y, dos meses despues, rnoria presa de araques nerviosos. Del segundo pretendiente, Tutzfo, no se volvi6 a saber nada despu& de un viaje que realiz6 antes de la planeada boda. Iba a Am&ica, supuestamente por un tiempo breve. Queria visitar a sus hermanos antes del matiimonio, y exploiar la posi-bilidad de emigrar con su esposa unavez casados. En realidad, queriape-dir perd6n por la conducta que habia mostrado durante un viaje anteiior. Un afio mas tarde, le lleg6 a Izu el rumor de que los hermanos habian concertado un compromiso con la hija del duefio de una cadena de res-taurantes de comida oriental, antes de su llegada a San Francisco.

Despues de aquellos fracasos, Izu decidi6 olvidar un futuro matrimonio y dedicarse con mayor disciplina a los estudios. CursabaTeoifa del Aite en una de las universidades mas impoitantes de la ciudad. Su meta era convertirse en una critica destacada,, Piecisamente, conoci6 al senor Mu­rakami duiante la iealizaci6n de un nabajo a'cademico que le habian en-comendado. El sefior Murakami mantenia en casa una colecci6n de piezas tradicionales. El conjunto no era muy extenso, pero contaba con

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un gran prestigio. Muchos objetos databan de diez siglos. Sus amigos, aquellos con quienes se reunfa a cenar una vez por semana, fueron los responsables de bautizar esa parte de la casa como el Museo Murakami. El habfa heredado la mayor parte de las piezas de su padre, quien en el siglo anterior se habfa enriquecido gracias al comercio con el extranje-ro. Sus aficiones no abarcaban s6lo los negocios, pues desde muy joven habfa mostrado predilecci6n por diversas manifestaciones artfsticas. En-contr6 siempre tiempo para asistir a las iepresentaciones kabuki? o para pasar dfas enteros en los museos y en las casas de anticuarios. No habfa estudiado arte, pero parecfa contar con un don que le hacia reconocer al instante una obra valiosa. Aquellas aptitudes hicieron que en pocos anos comenzara a hablaise de su colecci6n entre los especialistas. Poco a poco le fue inculcando a su hijo la pasi6n que le producfa atesorar un patiimonio. A su muerte, le dej6 como legado la casa y todo lo que hu-biera dentro. Antes de que el padre muriera, el hijo prometi6 incremen-tar la colecci6n hasta convertirla en la mas importante del pafs. Sin embargo, no pudo cumplir su palabra. Todo fue bien mientras dur6 su piimer matrimonio con la honorable y enfermiza Shohatsu-Tei, y aun durante los anos de viudez. Pero desde el dfa en que conoci6 a Izu, na-da volvi6 a ser igual.

Izu se present6 en la casa del senor Murakami cierta manana a principios de diciembre. La noche anterior no habfa nevado y, sin embargo, se no-taba en la atm6sfera aquella sensaci6n seca que lo invade todo cuando la nieve ha dejado de caer, Lleg6 acompanada de Etsuko, su fiel sirvienta.' Habfa concertado la cita con una semana de antelaci6n. El mismo senor Murakami habfa contestado el teleTono. El jueves siguiente a la llamada, unos dfas antes de la cita, cont6 a sus amigos que le habfa sorprendi6 agradablemente el timbre de voz de la mujer que habfa solicitado visitar la coIecci6n. Al verla, el senor Murakami se mostr6 mas amable que de costumbre. Confes6 despu& que habfa crefdo descubrir en ella rasgos de su esposa difunta cuando era joven. Izu llevaba puesto un kimono tiadi-cional verde oscuro con un obi negro. Se trataba de uno de los que se

* Foima teatral donde todos los actores son hombres. Nunca hay sincionia en­tre los pailamentos y las acciones repiesentadas. ' En iealidad una saikoku, tal como se entendfa este oficio en el periodo impe-iiaI. Sus funciones estaban a medio camino entie sirvienta, ama de llaves, don-cella y dama de compania. Las saikokus desempenaban todas estas funciones y al mismo tiempo ninguna.

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confeccionaron en los anos de la represi6n.^ No tenfa dibujos ni relieves en el bordado. Era notable el trabajo artesanal que habfan desarrollado las modistas en esos anos, durante los cuales debieron Uevai su talento hasta el punto mis elevado sin dar muestra evidente de ello. Dos pasos atras se mantenia Etsuko, quien vestfa un kimono prestado por su senora. El se-fioi Muiakami despidi6 a sus empleadas y mosti6 6l mismo las piezas. Permiti6, sin embargo, que permaneciera presente su sirvienta Shikibu. En voz baja le pidi6 que se mantuviera atenta para lo que se pudiese ofre-cer. La vieja siivienta salud6 a Izu con recelo. Pero le brind6 el mismo trato cordial que siempre ofrecfa a los invitados. Tardaron cerca de cua-tro horas en terminai el recorrido. Los objetos estaban iluminados por pequenos mecheros alimentados por alcohol colocados en lo alto de las paredes. Izu se pregunt6 c6mo los encendian, pues los encaigados de ilu-minar en aquella forma las casas y las calles de la ciudad habfan desapa-recido anos antes. El senor Murakami fue particularmente explicito al hablai de cada uno de los objetos de la colecci6n. Luego convid6 a su vi-sitante a tomar el te. Alab6 las viitudes de Shikibu paia prepaiarlo. Si bien no haria gala de una ceiemonia en regla, Shikibu habfa adecuado un m^-todo paiticulai para tomai el te" en menos de media hoia. Llenaba de agua una olla de metal, que colocaba luego sobie la hoinilla de la cocina. Mien-tias el agua hervia, la vieja siivienta elegfa las tazas apiopiadas paia cada ocasi6n y colocaba, en cada una, cieitas bolsitas de papel que contenian hojas secas de la planta del t^. Acto seguido, ietiraba el agua del fuego y lo veiti'a en esas tazas, las cubiia con el plato en el que mis taide las colo-caria, y espeiaba unos cinco minutos. Sacaba despu& las bolsitas de pa­pel del interioi de las tazas. El ultimo paso consistfa en ponei sobie una bandeja de ceiimica las tazas, un platito con rodajas de lim6n finamente cortadas, y una azucarera con una cuchaiilla de plata que hacia juego con la bandeja. Mientias Izu declinaba la invitaci6n con una soniisa, guaid6 la libieta donde habi'a hecho sus apuntes y se despidi6 con amabilidad. Dej6 la casa seguida poi Etsuko. En la teuni6n que sostuvo con sus ami-gos el jueves siguiente, el senoi Murakami sefial6 que s6lo en el momen-to de la despedida repai6 en la piesencia de aquella joven siivienta.

En los dias posteiioies, Izu estuvo muy atareada con los asuntos de la universidad. Sobre todo, en la iedacci6n de un ensayo sobre la visita que

^ Lapso hist6iico —entre la era Meiji y el peiiodo Kamakura— dominado por las fueizas militares, en el cual todo adorno personaI era considerado un home-naje al antiguo podei imperial.,

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acababa de realizar. Teni'a la intenci6n de destacar las relaciones entre el | piesente y el pasado que podian haIlarse en la colecci6n. Encontraba cier- | tos desequilibrios en la seIecci6n que debia mencionar.. Quiza" esos erioies .;!| sutiles eian los que hacian evidente la falta de formaci6n acadeYnica del j padre del senoi Murakami.. No le quedaba otro remedio que ser dura en 'i el comentaiio contra los criterios empleados. Era intolerable, pensaba, que para piezas aitisticas de ciertas epocas se utilizaian las pautas dindsti- 'i cas como metodo de selecci6n y para otras se pensara s6lo en el caracter utilitaiio o militai de los objetos. Aquella muestra parecfa el producto de un tiabajo improvisado, sentenci6, el capricho de alguien que de pionto se encuentra con la posibilidad de cumplii el menor de sus deseos.

El profesor al cual le present6 el trabajo, qued6 sotpiendido. Se llamaba Matsuei Kenz6 y tenia el cuerpo fotnido, como si en sus iatos libies se dedicara a frecuentai los shojibo? de los aliededoies o se ejercitaia en apa- > ratos gimndsticos. Algunas muchachas de la univeisidad estaban enamo-iadas del maestro, y se matriculaban en sus cursos s6lo para estar cerca de 6l. A pesar de ese asedio, nunca se le conoci6 historia amorosa alguna. Es-to Io hacia aun mis iespetable a los ojos de Izu, quien jamas habiia acep-tado tomar ningun curso con alguien que no mostrara una conducta intachable. Acudi'a a sus clases aun cuando no soportaba la actitud de sus companeras, quienes pasaban las horas de dictado murmurando y ha-ciendo comentarios irrelevantes. El maestro Matsuei Kenz6 calific6 la crftica de Izu de veraz y arriesgada. Habl6 con su alumna para decirle que no eran usuales en el pais esa clase de trabajos. Aquello era comun en el extranjero, donde las opiniones est^ticas o intelectuales no tenfan necesariamente que ver con cuestiones personales. Era factible, prosigui6, que alguien criticase en los terminos mas duros a un amigo artista, y que la amistad continuara como siempre. El maestro habia quedado tan sor-prendido con el ensayo, que sugiri6 la posibilidad de verlo publicado en una revista de arte con la que tenfa relaci6n. Si estaba interesada en la propuesta, Izu debia presentar una versi6n condensada.

En esos dfas el fno hizo prever que el invierno, que estaba a punto de co-menzar, serfa bastante inh6spito. Izu acostumbraba asistir a sus clases vestida a la usanza occidental. En aquella ocasi6n, llevaba puesto un su^-ter de cachemira beige y una falda escocesa cerrada con un gran imper-

^ Establecimientos que tenfan la funci6n de hacer sentir a los usuaiios como si estuvieian en la playa. Se pusieron muy de moda en los afios sesenta.

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dible. Calzaba unos mocasines a los que se les debia colocar una moneda como adorno. Cuando sali6 al campus, se puso un abrigo largo de Iana de oveia. Estaba entusiasmada con el dictamen del maestro Matsuei Kenz6. Le ilusionaba sobremanera la posibilidad de que el articulo pudiera ser publicado. En la universidad habfa dos grupos que pugnaban por el po-der. El de los Conservadores Radicales, liderado por la diminuta maes-traTakagashi, y el de los Modernos a Ultranza, del que formaba paite el maestro Matsuei Kenz6. Los Conservadores Radicales habfan detentado el poder desde la cieaci6n de la facultad, y en sus planteamientos busca-ban defender el pasado ativico sin permitir la inclusi6n de ideas foraneas ni de m&odos contemporaneos para encargarse del acervo artistico del pafs. Antes de encontrarse con Etsuko, que todas las tardes iba a la uni­versidad a recogerla, Izu se cruz6 con dos compafieios de curso. Ambos eran delgados, de cabello algo largo y usaban gafas cuadradas. Estaban sorprendidos con una noticia que habia aparecido esa manana en la pd-gina cultural de los peii6dicos. La nota se referia a un hombie que habia decidido vomitai sobie ciertas obras de arte cdebies. Aquel sujeto comi'a pirlas o fiambuesas hasta hartarse. Acto seguido arrojaba sobre las obras un v6mito amarillo o rojo segun fueia la fruta que hubieia ingeiido. Lo amparaban las leyes de los pafses donde habia cometido el acto, pues no podi'a probarse que fuera intencional. Izu los escuch6 sin hacer comen-tarios. Luego les dijo que tenia prisa.

Izu contaba con un sal6n en casa de sus padies donde se dedicaba al tra-bajo inteIectual. Cuando se matiicul6 en la univeisidad, le acondiciona-ron una pequena estancia que alguna vez habia seivido para la ceremonia del ti. Daba a un jardfn pequefio, que si bien era algo refinado no se comparaba con el que Izu disfrutaria despu^s de su boda. A veces, Izu le pedia a Etsuko que trasladara sufut6r? al estudio. En esas ocasiones dor-mia alli, en lugar de la sala principal de-la casa donde descansaban todos los miembros de la familia. Del estudio se salfa al jardi'n a trav& de unas puertas coiredizas, que se iegulaban de acueido con las condiciones del clima. En los dias soleados y caIuiosos, las puertas se abrfan de par en par. Los libros, los cuadernos de apuntes y la maquina de escribir Olivetti eran entonces iluminados por una luz fulgurante. Por el jard{n pasaba un iia-chuelo. Pero como el terreno era en pendiente, resultaba imposible que sobievivieran los peces que tiat6 de criai. Debia contentaise con el ru-

' Colch6n de algod6n prensado que da al usuario sensaci6n de abrigo cuando hace fiio y viceveisa, de frescuia cuando hace calor

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mor del agua corriendo. Con el frescor que, de cuando en cuando, en-traba por la ventana,.

Dos dfas despu& del dictamen del maestro, Izu se dispuso a trabajar en la condensaci6n necesaria para publicar el articulo en la revista. Estaba a punto de hacerse de noche. Un viento frio venia del sur, lo que impe-dia que se viera mas aUa de los lfmites del jaidin. Las puertas y ventanas estaban cerradas. Izu se habia puesto un kimono grueso y unas medias de lana. Ese dia no teni'a previsto salir. Habfa regresado una hora antes de la universidad y su unico deber, ademis del trabajo encomendado, era el de acostat a su padre. Las tres mujeres de la casa debi'an trasladarlo por las noches del tatami' al fut6n donde dormia. Una vez acomodado, la madre le dejaba junto a su cabeza una toallita para el tratamiento de la mafiana siguiente. Antes de acostarse Izu debfa rezar las oraciones del monje Magetsu, deI que su padre y toda su familia eran devotos. Segun la leyenda, Magetsu^ fue el iniciador del juego de tres piedras blancas contra tres piedras negras, que durante siglos se practic6 furtivamente. Mientras rezaba, Izu daba masaje en los pies al padre, siguiendo los pre-ceptos de la ticnica shiatsu^ que habia lei'do en un manual.

En las mananas, Izu le aplicaba al padre otro tratamiento. El m6dico le habfa ensefiado la manera de hacerlo. Cada sesi6n duiaba un piomedio de hora y media. Inmediatamente despu& de levantarse, debia acercar-se al lugar donde su padre dormfa y mirar fijamente sus parpados cerra-dos. Tenia, al mismo tiempo, que colocar su mano derecha en la frente del enfermo. Soplaba, despues, suavemente sobre su rostro. En aquel momento la madre, que dormia en unfut6n a pocos centfmetros del lu­gar, soh'a despeitai. Casi sin desperezarse, se levantaba para ayudar a su hija. Era muy curioso verla, a esas horas de la mafiana, con el largo ca-bello blanco y despeinado. Debfa sostener a su esposo por los brazos, pa­ra que Izu comenzara a dar masaje a la zona alrededor del cuello. Izu presionaba con el dedo i'ndice de una mano, mientras que con el mismo dedo de la otra oprimia la clavicula. Se detenia en esa regi6n casi una

' Esteia de mimbre con la que se suelen cubiir las habitaciones. Tienen una medida unica, de ahi que el aiea de una habitaci6n se indique por el numero de tatamis que caben en ella.. '" Monje fundamentalista que afirmaba no habei tenido una sino muchas muer-tes. En cada uno de estos decesos lanz6 alaimantes profecias que aun estdn por cumplirse. Su culto estd muy difundido sobre todo en las regiones montafiosas. " Forma de masaje curativo.

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hora. Las dos mujeres ignoraban si aquellas sesiones le eran o no agra-dables al padre. El paciente no parecfa estar despierto mientras era so-metido al tratamiento. S6lo de cuando en cuando, emitfa unos sonidos cuyo significado ni la madre ni la hija logiaion nunca desentrafiar. Otras veces, el anciano despedfa un interminable hilo de saliva, que la madre limpiaba con la toallita que por las noches dejaba para ese fin junto a su fiit6n. Concluido el proceso, las dos mujeres trasladaban al padre al ta-tami en el que pasaba el di'a.

Una semana despu& de que Izu visit6 la colecci6n de piezas tradieiona-les, se produjo la primera senal del senor Murakami. A las nueve de la mafiana, cuando Izu ya habfa terminado de aplicar el tratamiento a su padre y estaba prepara tidose para ir a clases, el autom6vil negro se esta-cion6 frente a la verja. El chofer baj6, llam6 a la puerta y deposit6 en los brazos de Etsuko el ramo de orquideas negras. "Por aquel sonido que irradi6 vida a la colecci6n", decfa la nota que lo acompaiiaba. Al dia si-guiente Izu recibi6 una llamada de una empleada invitindola, de parte del sefior Murakami, a un restaurante c^ntrico. No acept6. Adujo un compromiso. Luego fue a su estudio y se acerc6 a las ventanas para mi-rar el jardin. A pesar del frfo, las entreabri6 para respirar el aire helado. Pens6 en el resumen que acababa de hacer de su ensayo. Por pudor habfa eliminado algunas de las crfticas vais contundentes. Sin cerrar las venta­nas, se dirigi6 a su escritorio. Despu& de revolver algunos papeles, tom6 asiento. Cinco minutos mas tarde, empez6 a teclear en la miquina. Es­taba redactando nuevamente el texto original.

Durante los dfas siguientes, los regalos continuaron llegando sin inte-rrupci6n. De manos de Etsuko, Izu recibi6 perfumes, tallas artesanales que conmemoraban las distintas muertes del monje Magetsu, las floies mds extranas, asf como catilogos de arte tradicional. Todos los objetos iban, casi siempre, acompanados de una tarjeta que aludfa a su voz. El senor Murakami incluso la lleg6 a comparat con la de la diosa Tamabe, que con s61o dos trinos habfa conseguido que los cielos dieian origen a las semillas del aiioz. Nunca, nadie habfa reparado en la voz de Izu. Salvo en una ocasi6n, cuando uno de los ganadores del juego de tres piedras blan-cas contia tres piedras negras le obsequi6 la cinta que habfa usado en la contienda. Dijo que lo hacfa en agradecimiento a los vftores angelicales que habfa escuchado durante la lucha. El jugador asegur6 que aquella especie de trinos Io habfa hecho ganar. Tras mandar durante algunas se-manas distintos presentes, el senor Murakami envi6 una pulsera de oro. Izu la recibi6 desconcertada. No quiso que la viera su madre, por lo que

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se encerr6 en el cuarto de bano,. Cuando escuvo sola se prob6 la joya, y pas6 cerca de media hora contemplando c6mo lucfa en su antebrazo. Izu tenfa la piel un tanto tostada y sus brazos mostraban el aspecto piopio de las mujeres de Ochun.'^ El tono de piel y la peculiaridad de su figura delataban el cruce de procedencias que habi'a en su sangre. Mientras que su padre eia oriundo de un pueblo gueirero del centro del pais, su ma-die provenfa de las pequenas islas del archipielago.. Desde nina, el fisico de Izu habia llamado la atenci6n. Fue toda su vida consciente de ello, pero nunca le gust6 demasiado que s6lo apreciaran su apariencia. Siem-pre trat6 de demostrar que lo realmente importante era su determina-ci6n para enfrentar, con valentfa, las distintas situaciones que se le iban presentando.

Una vez que hubo observado lo suficiente la pulsera en el biazo, le or-den6 a Etsuko que el siguiente fin de semana fuera a devolver la joya. La empaquet6 con cuidado, para que no se notaia que la habia abierto. Etsuko obedeci6, y el sabado camin6 sola con destino a casa del senor Muiakami. Izu se esmei6 en que fuese bien piesentada. La visti6 con un kimono de galas menoies. Etsuko se fue alejando, poco a poco, con el paquete en las manos. Taid6 varias horas en regresai. Izu la esper6 an-siosa. Queria sabei c6mo habfa reaccionado el sefior Murakami ante su rechazo. La tardanza la llev6 a pensar, por un momento, en un acciden-te. Cuando Etsuko por fin volvi6, la not6 mas palida que de costumbre. Al preguntarle por su demora, Etsuko contest6 que el senor Murakami no estaba en su casa. Habia tenido que esperar varias horas en el vesti-bulo. Cuando Izu quiso seguir indagando, Etsuko se retir6 sin decir una sola palabra mas.

El aitfculo fue publicado en enero. Result6 sorprendente la rapidez con la que apareci6, teniendo en cuenta que la autora era una desconocida. Pocos dfas mas tarde, dejaron de llegar los regalos a la casa. Izu esper6 una semana antes de llamar al senor Murakami. Queria disculparse por haber rechazado la joya, y agradecer las demas atenciones. Le contest6 la misma empleada que la habfa llamado para transmitirle la invitaci6n a cenar,. Dijo que no habia nadie en casa, pero que en cuanto llegara su se­fior ella misma se encargarfa de darle el recado,, El senor Murakami no devolvi6 la llamada. Izu volvi6 a hablar por telefono la semana siguiente.

'* Regi6n enclavada en el centro mismo del pafs, cuyas mujeres tienen la parti-cularidad de lucir unos muy bien delineados cuerpos

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Nuevamente la atendi6 la misma empleada, quien otra vez le asegur6 a Izu que su senor no estaba en casa. En aquella segunda ocasi6n, el senor Murakami tampoco llam6.

Al dfa siguiente, despues de las clases en la universidad, Izu se present6 en la pequena oficina del maestro Matsuei Kenz6. Queria saber que* con-secuencias habfa tenido la publicaci6n del artfculo. El maestro le contes-t6 que precisamente acababa de hablar con el director de la revista de aite donde habfa apaiecido su ensayo. Pdr lo visto, hasta ese momento no habfa sucedido nada. Era extrano, poique habitualmente los afecta-dos poi alguna crftica pagaban avisos en los diarios para desmentir las opiniones vertidas. El maestro Matsuei Kenz6 tambi^n dijo que el direc­tor estaba muy contento con la crftica. "Al fin alguien se ha atrevido a desenmascaiar a un falso coleccionista", fueron sus paIabras. En ese ins-tante, Izu pens6 que nunca habfa queiido desenmascarar a nadie pero le agradaba que el director estuviera satisfecho. Antes de irse, le pregunt6 al maestro Matsuei Kenz6 de que" manera podfa cobrar sus honorarios.

El director de la revista se llamaba Mizoguchi Aori. A instancias del maes­tro Matsuei Kenz6, Izu fue a verlo la semana siguiente. Llevaba un abrigo con botones forrados.. Febrero estaba empezando, y aquella tarde habia sentido tanto frio que tenia puestos unos guantes oscuros. Para evitar la luz del sol de invierno, decidi6 colocarse unos anteojos de vidrios ahu-mados. Se los habfa quitado al entrar. Los llevaba encima de su peinado. Las oficinas de la revista estaban situadas en un espacio agradable. Se ha-bian decorado con muebles de lineas precisas, cubiertos con placas de formicaP En la entrada habia dos llmparas de pie con luces graduables, y un par de palmeras enanas. De las paredes colgaban reproducciones de pinturas tradicionales y de arte moderno. El director vestia de negro. Era un hombre de unos treinta y tantos anos, que estaba comenzando a per-der cabeIlo. Lo acompanaba un perro danes, que se mantuvo todo el tiem-po echado en la alfombra en un rinc6n de su despacho. En las paredes de esa secci6n, s6lo habfa reproducciones de Francis Bacon.^ El director Mizoguchi Aori la recibi6 personalmente. Despues de saludarla, le dijo

" Material artificial uriIizado especialmente por la industiia del mueble. Puede sei usado tambi^n paia la decoraci6n de inteiioies. Entie sus virtudes estan su capacidad de imitar materiales nobles como la madera o el mirmol y la ventaja de que puede sei Iavado con facilidad. " Pintor ingle^.

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que su aiticulo era muy valiente. Coment6 tambie^i que era tal el silencio que habfa seguido a la publicaci6n que estaban desconcertados. Mizogu-chi Aoii s6lo sabfa que eI jueves anterior, en la reuni6n semanal con sus amigos, el sefior Muxakami habfa sido vfctima de burlas sutiles. Durante toda la cena, el senor Murakami habfa estado muy serio. No adopt6, ni Iejanamente, la complaciente actitud que tomaba con esos mismos ami-gos cuando criticaron la compra del coche y sus tratos con las tropas de ocupaci6n.

Izu comenz6 a sentir remordimiento por su conducta. Algo le hacfa sos-pechar que habfa actuado de manera apresurada. En realidad la idea ini-cial no le pertenecfa, pensaba. Habia sido el maestro Matsuei Kenz6 quien le habia asignado la tarea de hacer un trabajo sobre la colecci6n Muraka-mi. En clases previas se habfa hablado, muchas veces, del peligro que su-ponfan los coleccionistas improvisados. Eran los que sin fundamento se atrevfan a dar las pautas al mundo del aite, sostenfa el maestro casi siem-pre en forma acalorada. Mientras Izu, sentada en su estudio, intentaba concentrarse en una monograffa que debfa entregar al dfa siguiente, trat6 de descubrir las verdaderas causas que la habfan llevado a escribir aque-llas impresiones sobre la muestra. Tecleaba con furia en su m4quina Oli-vetti. El senor Murakami tenfa un aspecto compacto, de piernas y biazos cortos. Era calvo y su cabeza formaba una circunferencia casi peifecta. De las orejas un tanto puntiagudas sobresalian algunos vellos, que segu-ramente la mafiana en que se conocieron habfa olvidado emparejai. Por un momento, el senor Murakami le paieci6 la triste cuspide a lo que en ese momento podfa aspirar como mujer. El tiempo se le estaba yendo demasiado aprisa. Le parecfa que apenas ayer asistfa, junto a su padre, a ver el juego de tres piedias blancas contia tres piedias negras que se prac-ticaba cada sdbado en el s6tano del negocio familiar. En ese instante, sin-ti6 que no habfa vivido lo suficiente. De pronto tenfa veinticinco anos y, sin habeilo buscado, un pasado motivo de cierta veiguenza.

Cuando Akiia, su piimer pretendiente, muri6, Izu se prepaiaba para in-giesar a la universidad. Debido a la enfermedad del padre, habfa retiasa-do algunos aiios la fecha de inicio de sus estudios superiores. Por eso cuando se decidi6 a piesentai su examen de admisi6n, muchos de sus compafieros de escuela eian ya piofesionales. Los novios convinieron en que Izu estudiarfa durante los primeros anos de matrimonio. Los padres de Akira se opusieron, de maneia rotunda, a ese acueido. No querfan que su hijo se casara con una intelectual. Nunca la vieion con buenos ojos. Poi ese motivo, ni siquiera en los funerales del hijo le asignaron un

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lugar a la altura de su rango. La sentaron con los parientes Iejanos de la familia. Tampoco le correspondi6 ninguno de los huesos que quedaron despu& de la incineraci6n. La tarde que Akira muri6 Izu regresaba de la casa del maestro Mitsubishi,quien impaitfa las clases particulares nece-sarias para aprobar las pruebas de ingreso. Su madre la esperaba frente a la puerta. A1 verla llegar, se abalanz6 a iecibirIa. Izu sospech6 que, tal vez, le habfa sucedido algo malo a su padre. En ese entonces su enfermedad comenzaba a ser iealmente grave. Si bien es cierto que todavfa no estaba postiado sobre el tatami la jornada entera, ya mostraba dificultades para desplazarse por la casa. "Deteiioio progresivo del sistema linfatico", ha­bfa sido el dictamen del m^dico. Un proceso que acabaria matando al enfermo cuando los sfntomas se manifestaran en las vfas respiratorias. Cuando Izu pregunt6 que* ocurrfa, su madre se ech6 a llotai tapandose la cara con las manos. "Tu novio tiene mal de rabia. Parece que no hay espeianza", dijo, y entr6 con rapidez. A Izu la noticia la dej6 desconcer-tada. Cuando reaccion6, sali6 corriendo a la casa de Akira. Vio algunos coches estacionados a la puerta. Llevaba consigo los cuadernos donde habfa estado apuntando las ensenanzas del maestro Mitsubishi. No ha­bfa podido ver a Akira durante la ultima semana. Sus estudios la mantu-vieron ocupada. Habfa llamado a su novio dos veces, pero la familia se neg6 a comunicarla. Le dijeion que estaba ligeramente enfermo, y no podia levantarse a contestar el tel^fono. Cuando Izu iba a entrar, sali6 un m^dico acompafiado de dos enfermeros. Una mujei, de pie junto a la pueita, le inform6 que las visitas no tenfan permitido traspasai eI vestf-bulo. La mujer se habfa hecho un extraiio peinado y llevaba un su&er de color iosa. Izu crey6 reconocerla. Meses despu&, iecordaifa que era la tfa preferida de Akira. Supuso entonces que aquel peinado se lo habfa he­cho antes de enterarse del trance final de su sobiino. La mujer le dijo que, previo al retiro del cadavei, el mddico habfa ordenado una desin-fecci6n a fondo. Izu sinti6 un intenso calor en la espalda. No habl6 una palabia en el funeial. Durante todo el tiempo que duraron las exequias, Izu unicamente pudo pensar en que debfa iegiesar a su casa para prepa-rat el examen de ingreso. Si lo superaba, sus padres habfan prometido convertir el sal6n destinado a la ceiemonia del t6 en un estudio en el que se pudieta dedicar con disciplina a su tarea inteIectual. Tambi^n trat6 de recordar las ensenanzas que, en esos dfas, le habfa impartido el maestro Mitsubishi. A la salida Etsuko, su fiel sirvienta, la aguardaba en la puer-ta del templo.

Izu conoci6 a su segundo pretendiente cuando estaba en el tercer semes-tre de la carrera. La familia de Tutzfo, era el nombre de aquel aspirante,

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habfa hablado meses antes con sus padres. Estaban pteocupados por la -solterfa del hijo menor. Sus hetmanos vivi'an en los Estados Unidos. E1 : mismo Tutzfo habfa residido un tiempo alli. Tenfa aficiones poeticas y, alentado pot un grupo de amigos literatos, habia viajado a Mexico para experimentar ciertas situaciones que la familia no supo explicar con exac-titud. Los hermanos lo habfan mandado de regreso a casa, advittiendo que no lo recibirfan nuevamente si no era con una esposa y con la inten-ci6n de instalar un negocio. A los padres de Izu les dijeron que buscaban aireglar un compromiso para su hijo. A Izu no le desagrad6 aquel mu-chacho. Siempre habfa sentido atracci6n por los hombres de su pais que conocfan Occidente y lograban, de alguna manera, poner en pr4ctica lo mejor de las dos culturas. Sin embargo, a los pocos dias de conocerlo co-menz6 a parecerle algo inusual su conducta. Le dio la imptesi6n de que Tutzfo se aburrfa cuando estaban juntos. Lo unico que su prometido ha-cfa cuando la visitaba en su estudio, era llamar constantemente a casa de sus padres para decirles que estaba allf. Le hablaba ademas con de-masiada frecuencia de Dazai Ozamu, a quien consideiaba el unico es-critor verdadero del siglo. Izu se apresur6 a comprar sus libros y los ley6 furtivamente. Le parecieron historias tristes. En alguna ocasi6n expres6 su punto de vista. Tutzfo, ni siquiera le contest6. Tampoco decfa nada cuando ella hacfa un recuento de la verdadera historia de arte del pafs, tal como la habfan estructurado algunos maestros de su universidad y no los historiadores oficialistas. Pasaban juntos todas las tardes. A1 anoche-cer desaparecfa, no sin antes introducir a Izu en los matorrales que habfa a un lado de la verja de entrada. AIIi' acariciaba su cuerpo con atrevimien-to. Cuando pocas semanas antes de la boda Tutzfo le anunci6 que iba a San Francisco a pieparar una vida futura para ambos, Izu presinti6 que no lo volverfa a ver. A pesar de que antes de irse le habfa hecho un rega-lo simb6lico. Le ofreci6 una cajita con su ombligo de bebeV Le asegur6 ademas que comprarfa un otsu^ de tierra para que los sepultaran juntos. Luego de la partida de Tutzfo, su madre empez6 a visitar a Izu todas las tardes. Parecfa que con aquellas horas buscara suplantar la presencia de su hijo ausente. Un ano despues, la madre de Izu tuvo que pedirle que no volviera mds. Lo solicit6 con delicadeza, dici^ndole que su hija nece-sitaba ese tiempo para dedicarlo al estudio.

" El regalo del ombligo es una costumbre ariaigada especialmente en la casta comercial del pafs, En muchas ocasiones suplanta a los esponsales. '* Medida de tierra que se suele usai en los cementerios.. Un otsu es equivalente a medio metro cuadrado, por lo que no es extrano que muchos de los difuntos sean entenados de pie.

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La esperada llamada del senor Murakami no lleg6 en los dfas siguientes. Como de costumbre, Izu dedic6 sus jornadas aI estudio y al cuidado de su padre.. La familia era duefia de unos almacenes en el centro de la ciu-dad. Unos anos antes, el padie habia sido uno de los administradores. Despu& fueron sus hermanos quienes se ocuparon del negocio. Todos los meses, depositaban en el banco la parte que le coirespondia de las ga-nancias.. A pesar de haber gastado mucho dinero en medicos y medici-nas, no se notaban en el hogar sintomas de carencia. Parece que el padre de Izu habia sido lo suficientemente precavido como para podei afron-tai sin angustias cualquier imprevisto. Pero pese a la seguridad econ6mi-ca, a Izu le habrfa gustado tener un trabajo fuera de casa. Sus clases eran, por lo general, en las mananas. Le quedaba la tarde libre. Deseaba un empleo porque sentia que el ambito universitario comenzaba a resultar estrecho para sus intereses. Desde la infancia habia querido sei parte ac-tiva de la vida publica. Siempre habia intentado demostiar que estaba prepaiada para enfrentaila. Ya a los once afios habia esciito un tiatado sobre el juego de tres piedias blancas contra tres piedias negras paia evi-denciar que contaba con los iecuisos intelectuales necesaiios. Habia si­do tambidn la mas habil de entte sus compafieios para llegar antes que ninguno a Ia casa de la biuja Higaona. Sin embatgo, pese a haber teni-do siempre el firme prop6sko de trabajar nunca habia hecho nada con-creto para llevarlo a cabo.

A mediados de febrero, al terminar una clase de crftica del arte, Izu fue requerida por el maestro Matsuei Kenz6. Cada vez que era Uamada por el, las demis alumnas se arremolinaban a su alrededor. A Izu le avergon-zabasemejante comportamiento. Sobre todo, por el temor de que el maes­tro pudiera pensar que Izu era igual a ellas. En aquella ocasi6n el maestro Matsuei Kenz6 vestia un traje de tres piezas, gris con rayas casi impercep-tibles. Su camisa era de una blancura impecable. El maestro Matsuei Ken-z6 tenfa el encargo de entregarle una invitaci6n de Mizoguchi Aori.

Izu supo entonces que era convocada para la fiesta de aniversario de la revista, que se llevarfa a cabo dos meses despu&. Estaba programada pa­ra la ultima noche del invierno. Primero habrfa un coctel en las instala-ciones y luego una cena en un restaurante situado en el centro antiguo de la ciudad, frente a la explanada donde se presentaban las Mujeres Ce-rezo. El restaurante lo frecuentaban personajes deI ambiente artfstico e intelectuaL. Se cuenta una an^cdota bastante triste del dfa en que lo visi-t6 el ganador del Premio Nobel. En ese entonces, era ya un anciano dis-minuido con el cueipo enjuto. Fue tal el agarrotamiento que sinti6 en

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los pies antes de cenar, que result6 imposible quitarle los zapatos para entrar al piivado. Los miembros del seivicio, diligentes y nerviosos, ade-cuaron unos tapetes en el lugar que ocuparfa para que pudiera comei con los zapatos puestos. Eso ocurri6 pocos dfas antes de que abriera la Uave del gas de su casa y se suicidara.

Dos dias mas tarde, a Izu la llamaron de la revista para confirmar su asis-tencia. Los festejos terminarian tarde. Tenia que decirle a su madre que esa noche no la esperara despierta. Habfa planeado salir de su casa des-pu6s de trasladar al padre del tatami Afut6n, y pioponerle a la madre que, s6lo en aquella ocasi6n, fuera Etsuko quien rezara las oraciones al Profeta Magetsu y practicara los masajes de shiatiu. La secretaria de Mi-zoguchi Aori le inform6 que habrfa servicio de taxi pagado poi la revis­ta. Despu& de colgai Izu se sinti6 satisfecha, no s6lo por haber sido invitada sino, sobre todo, por la llamada de confirmaci6n. Pens6, de in-mediato, en la ropa que debfa ponerse. Justamente ese dfa, Etsuko lo ha­bfa dedicado a envolver algunos de los kimonos que se usaban durante la piimeia parte del invierno. Habfa utilizado papeles de seda para guar-darlos. Dentro de cada uno coloc6 algunas bolitas de naftalina. De acuer-do con la tradici6n, esos kimonoi no podian seguir usandose despu^s de esas fechas. No importaba que el frfo continuase ni que fuese, incluso, mas intenso. En esa epoca era obligado usar los de tela un tanto mas li-geia. Sabia que no podia pedirle a Etsuko que desenvolviera ninguno y menos para pon^rselo dos meses despu&, que era cuando se lIevaifa a cabo la celebraci6n. Concluy6 que lo mas adecuado serfa llevar un ves­tido negro con escote, y como unico adoino un collar de perlas cultiva-das. Record6 que el vestido negro que posefa hacfa juego con la pulsera que le habfa mandado el senor Murakami meses atras. Lament6 que, poi reglas que de ninguna manera podfa ignorar, tuviera que haberla devuel-to. Lucirfa tambi^n un abrigo de piel de kohatsu.^ Probablemente serfa presentada como la autoia del texto sobre la colecci6n Murakami. Esta-ba seguia de que aceptar esa invitaci6n, significaba un paso importante en su cariera. Se le ocurri6 que ir vestida a la moda occidental acrecen-tarfa el impacto de su articulo. Debfa demostrar, con sus modales y su atuendo, que no compartfa el criterio artfstico del grupo de Conserva-dores Radicales quienes, pese a su celo y cultura, nunca habfan encon-tiado irregularidades en la muestra que Izu se habfa tomado el trabajo de analizar.

Nombre que ieciben las mattas en el pais.

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Cuando comenzaba a anochecer Izu se acerc6 a su madre, quien se en-contraba en la estancia principai Ieyendo en voz alta eI peri6dico, una costumbie que habi'a desarrollado casi al mismo tiempo que la enferme-dad de su marido avanzaba. Al principio, lo hacfa convencida de que el enfermo segufa su discuiso. Pero ahora le era imposible saber si escucha-ba. A veces, mientras su mujei lefa, el padre destilaba un hilo de saliva por las comisuias. Segun Izu, aqu&la era la sefial de que estaba pendien-te de la lectura. Pese a todo, cada vez eran menos las ocasiones en que aquel hilo se haci'a visible. Izu le dijo que quen'a hablarle antes de acos-tar al padre. Le pidi6 hacerlo en privado. La madre se levant6, y dej6 el peri6dico al lado del tatami. Juntas fueron al estudio. Sin decirse nada, se acercaron a la ventana. El canto de los paJaros de invierno habfa cesa-do. Pese a que una sombra negra inundaba los rincones del jardfn, aun habfa restos de luz. La madre dijo que ya era tiempo de encender las ldm-paras que colgaban de los irboles. No importaba que el frfo fuera persis-tente. Habfa que prenderlas. Esas luces no se encendfan en las fechas m&s frfas del ano. En ese periodo se debfa respetar la sensaci6n de que se es­taba aislado del mundo. Aparte de ser una costumbie ancestral, que so-bre todo la gente de las islas cultivaba desde siempre, para la madre era agradable hacerse a la idea de que aquellos meses podian tener una uti-Udad prictica. La de reflexionar, desde el encierro, sobre los sucesos que habian ocurrido el resto del ano. Cuando la madre volvi6 a mencionar el calendaiio para ieferirse a que se debfan encender ya las luces y reanudar asi la vida social, Izu aprovech6 para hablar de la invitaci6n al aniveisaiio de la revista. Aqu^Ua seria la primeia vez que saldria sola de noche. Era diffcil explicarle a la madre que piimero in'a a un coctel, despu& a una cena y que regresaiia en Ia madrugada. Tenia que sugeiirlo de una forma delicada. Podfa provocar el Uanto de la madre. Izu comprendfa que, para eUa, esa salida podfa significai el fin de una etapa. Si su hija salfa sola de casa, jam& volverfa a ser coitejada como lo exigfa la tradici6n.

Previendo una posible reacci6n desagradable, Izu prefiri6 comenzai men-cionando el artfculo de la revista. Continuaban frente a la ventana, pe-ro se habfan sentado en unos cojines azules. Le conto, tambi^n las metas que se habfa trazado en la vida. Le asegur6 que no le importaba haber dejado de lado los asuntos sentimentales si esa decisi6n le permitfa dedi-carse a ser una crftica destacada. Quizd a su padre no habrfa tenido que decirle tantas cosas. Desde pequena se habfa encargado de mostrarle sus m^ritos y estaba segura de haberlo conseguido. Aqu^lla era una de las ra-zones por las que pensaba que, en cierta medida, habfa escapado a la edu-caci6n que recibieron sus companeras. Sin embargo, siempre supo que

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con su madre Ias cosas eran diferentes. La veia apreciando el mundo coi'i8 ^*w

mo un lugar demasiado reducido. No queiia alarmarla. Debia ser cui-J | dadosa. La madre estaba enterada de que su hija habfa publicado un M artfcuIo, pero ignoraba Ios detalles y las consecuencias que eso habi'a su- 1 puesto.. Izu le explic6 por eso algunos poimenores de la veidadera natu- m raleza de su critica. A la madre le preocup6 que su hija pudiese haber 'i causado algun dano. Izu la tranquiliz6 diciendole que precisamente pa- | ia que no hubiese una interpretaci6n incoirecta, debfa ir a las celebra- % ciones de aniversario. '|

! Inexplicablemente, el tres de marzo fue un di'a soleado. Amaneci6 con '! esa luz intensa que s6lo es posible apreciar durante determinados medio- " dfas. A Izu le agrad6 aquella atm6sfera. A pesar de que sabfa que el frfo ^ continuaba igual, el amanecer le dio la esperanza de que pionto el clima " iba a cambiar. SaIi6 a sus clases despues de pracdcarle los ejeicicios al pa-die. Desde que a Izu le adecuaion el estudio, el padre habi'a empeoiado notablemente. Por eso nunca le habfa sido posible matiicularse en los pii-meios cursos del dia. Se habfa atiasado en unas cuantas materias, lo que demorarfa su graduaci6n quiza un afio mas. Ese rezago era otra de las ra-zones por las que empezaba a desilusionarse de la vida acad^mica.. En un comienzo, ctey6 que en esa univeisidad le iban a ensefiar todo lo necesa-rio para convertirse en una profesional competente. Sin embargo, con el paso del tiempo descubri6 que s6lo le darfan ciertos principios. Despuds de cuatro anos y medio de asistir a clases, de ocho semestres esperando recibir la educaci6n artistica necesaiia de sus maestros univeisitarios, Izu habfa comprendido que mientias la organizaci6n del piograma y del metodo de aprendizaje siguieia en manos del Grupo de Conservadores Radicales, no logiaria cubrir las lagunas que le impedian, a ella y a sus compafieros, entendei la verdadera esencia del aite moderno. Si querfa saber algo mas, lo cual parecfa vedado al iesto de estudiantes, debfa bus-carlo en otra parte. Tenfa la sensaci6n de que ya comenzaba a encontiai-lo. La incipiente relaci6n con el maestio Matsuei Kenz6 y con Mizoguchi Aori, era un avance impoitante. Estaba convencida de que con ellos, apren-derfa todo lo que no le ensefiaban en sus cursos iegulares,

Precisamente, aquella manana ambos la habfan visto pasar frente a la ventana de la pequena oficina donde se encontraban trabajando. El maes-tro Matsuei Kenz6 ocupaba una oficina mfnima, que s6lo contaba con un escritorio, dos sillas y un pequeno fut6n. El maestro llegaba tempra-no por la manana, y solfa quedarse hasta la noche. Estaba redactando un libro de catacter didactico sobre la historia del arte nacional, dirigido a

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Sir' i69 mmp.: :_______ fpfp5c i-j estudiantes de los ultimos afios de bachillerato. De cuando en cuan-W$S&' do lo visitaba Mizoguchi Aori, quien acostumbraba quedaise un pat de

horas. Los dos hombies vieron a Izu cuando se dirigi'a a su curso de apre-ciaci6n artistica. En ese momento, Izu mir6 accidentalmente hacia eI edificio de profesores. E1 maestro Matsuei Kenz6 y Mizoguchi Aori le hicieron entonces desde la ventana un gesto con la mano. Izu se aver-gonz6. Sigui6 caminando. Aun fakaban unos minutos para el comienzo de la clase. Izu lleg6 al aula y tom6 asiento en el primer pupitre del lado izquieido. En aquella ocasi6n llevaba un su^ter muy grueso de cuello de tortuga. Era de lana jaspeada y le llegaba hasta las orejas. El cabello suel-to le caia sobre la cara, cubri^ndole ligeramente un ojo. De pronto, el maestro Matsuei Kenz6 y Mizoguchi Aori entraron al aula causando cier-to asombro entre los estudiantes, quienes esperaban a la diminuta maes-traTakagashi. Mizoguchi Aori fue el primero en acercarse a Izu. Le dijo que deseaban tomar un cafe" con ella ese mismo dia. El maestio Matsuei Kenz6 se mantuvo unos pasos atris. No dijo nada. A Izu le agrad6 el contraste entre esos hombies y los estudiantes.. Como la piimera vez que lo vio, Mizoguchi Aori vesti'a de negro. Sus zapatos eran de gamuza. Apat-te de la elegancia, encontr6 algo ii6nico en ellos. Lo not6 observando la forma en que hablaban, su manera de sonreir. Advirti6 ademas que el maestro Matsuei Kenz6 no era el mismo cuando estaba al lado del direc-tor de la revista. Izu crey6 entender que querfan ofrecerle una estrategia para que pudiera responder a las preguntas inc6modas que seguramente le harian en ielaci6n con su articulo duiante la fiesta de aniversaiio. A Izu le molest6 que sus compafieros escucharan la conveisaci6n. Le des-agrad6 especialmente la actitud de las muchachas, quienes de inmediato empezaron a cuchichear como siempre. Antes de salir del aula el maes­tro Matsuei Kenz6 dijo, iepentinamente, que no podrfa ir a tomar cafe" con ellos. Sefial6 que acababa de iecordar una cita programada para esa misma hora. Mizoguchi Aori paieci6 molestarse. Dio media vuelta y sa-li6 del aula. Un momento despu&, la maestra Takagashi entraba en el sal6n. Le sorprendi6 la piesencia del maestro Matsuei Kenz6. Ambos ha-bfan sostenido mas de una pokmica en el imbito acad^mico. Tenfan cri-teiios divergentes. Pertenecian a diferentes lineas politicas, que entrarfan en contienda en las casi inmediatas elecciones universitarias. Pese a todo, se saludaron con cortesia. La maestra Takagashi esper6 a que saliera para dirigiise a sus alumnos. Uno de ellos le recibi6 elfuguya** que siempre lle-

" Vata tradicional que simboliza el podei de quien la detenta. Antiguamente la usaban los maestios de mas alto iango..

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vaba consigo. Sentada en su pupitre, Izu no supo si la invitaci6n segufa; en pie. Subitamente, el maestio Matsuei Kenz6 regres6 y, tras disculpar-i se con la maestiaTakagashi, se diiigi6 a Izu para decirle que la esperarfan; tal como estaba acordado. "El director Mizoguchi Aoii estard en el come-dor universitario a las dos", dijo antes de volver a pedir disculpas a la con-tiaiiada maestia Takagashi por la interrupci6n y retirarse.

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Durante sus afios de casada, la senora Murakami acostumbraba esperar a su marido despierta hasta altas horas de la noche. Desde el final de la tarde, lo tenfa todo preparado para su llegada. Tenfa arreglado con Shi-kibu los detalles de la cena. EI senor Murakami era muy afecto al somo­bono,^ tal como Io preparaban en su familia desde que la anguila fue un artfculo de consumo no restringido. Pero, pese a todos los esfuerzos era infrecuente la ocasi6n en que el sefior Murakami cenaba en casa. A ve­ces no aparecfa en varios dias. De nada le servia entonces a la senora Mu­rakami vestirse diariamente de forma especial para agradar a su marido. Casi siempre usaba batas de colores iridiscentes, que el mismo sefior Mu­rakami le llevaba a casa. El marido nunca revel6 la procedencia de aque-llas ropas. Extrafiamente, las ausencias de su marido no llevaron a la senora Murakami a sospechar una infidelidad. El secreto pareda estar en el bungaIo, que el sefior Murakami se habfa hecho construir cerca del monte principal. Nunca se lo confes6 abiertamente, pero la senora Mu­rakami sabfa que esa pequena construcci6n era un viejo sueno que su marido no habfa podido cumplir mientrasestuvo casado con su prime-ra mujer, la honorable y enfermiza Shoshatsu-Tei. Sabia tambi^n que fi-nalmente habia sido levantado segun un diseno traido de Europa algunos anos atras. Eia curioso que, pese a las circunstancias deI matrimonio, la senora Murakami aguardase con impaciencia el regreso de su marido ca-da noche.

El somobono, que religiosamente preparaba la vieja sirvienta casi siempre se echaba a perder. Ya antes de comenzar a prepararlo sabfa que proba-blemente no seria comido, por lo que casi nunca usaba los ingredientes correctos. Le parecfa absurdo recorrer los mercados del centro en busca de la gelatina dulce para preparai un pIato que nadie probarfa. Hacfa fal-sos somobonos, como los que aparecen hechos en cera en las vitrinas de algunos restaurantes. A pesar de sus anos, Shikibu se mostraba vigorosa. S61o en su rostro se descubrfa la huella de los anos. A veces espolvoreaba

Pkto piepaiado con verduras y caines.. Suele ir acompanado de gelatina dulce.

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su cata hasta dejarla de un bIanco opaco. SoIfa hacerlo en las primeras | horas del dfa, antes de salii a iealizai las compias a un mercado ceicano. % Sin embargo, a lo largo de la jornada el maquillaje se iba deshaciendo y J muchas veces cafan partfculas en los platos que preparaba. '

i j

Ademas del somobono de anguila, otra de las recetas preferidas del sefior ! Murakami eran los rollos de algas con arroz, una comida sencilla que da- '; ba mucho de que hablar entre la servidumbre. Se sabia que tenfan como fin mantener el vigor sexual de quien los comiera. En las casas donde el jefe de familia era algo mayor, el servicio redoblaba sus esfuerzos para en-contrar algas iealmente concentiadas. Shikibu las tostaba hasta dejarlas crujientes,. Luego las cocfa con el arroz. Los sudares^ donde se asaban eran siempre de metal. Su madre le habfa ensefiado a usarlos. Antes habia ha-bido uno en la casa, tambien impoitado, peio no de metal sino de bam-bu. El paquete en el que lleg6 inclufa las instrucciones de uso escritas con extrafios caracteies, que el padre del sefioi Murakami logr6 descifrar des-pues de muchos esfuerzos. A veces los rollitos eran acompanados de tut-somoro^ o dejiru-matsubae.^ Esa fotma de preparai los alimentos habfa sido habitual en la familia por geneiaciones. Shikibu la habfa aprendido en la infancia. En esa epoca el padre del senor Murakami aun mantenfa relaciones con el Jap6n. Mas de una vez, la vieja sirvienta habl6 con la se-nora Murakami sobre sus recuerdos de esos tiempos. En aquel entonces, algunos miembros de la familia hacian largos viajes a aquellas islas. Pero Shikibu no las habra vuelto a ofr nombrar desde que se difundi6 la terri-ble noticia de que una bomba lo habfa convertido en un pafs en ruinas. El sefior Murakami casi nunca vari6 la cantidad de rollitos que consumfa habitualmente. Ni siquiera dej6 la costumbre en su periodo de residencia en el extranjero, que llev6 a cabo en su juventud. Tampoco cuando regre-s6 y se cas6 con la honorable y enfermiza Soshatsu-Tei. Durante su largo viaje por Europa, donde viaj6 interesado en apreciar los avances que po-dfa haber en arquitectura, descubri6 un rec6ndito restaurante donde una mujer corpulenta preparaba los rollitos tal como siempre los habfa co­mida. Mas de una vez los consumi6 acompanados de carne de cerdo en

^ Olla japonesa diseftada especialmente para cocinar rollos de algas. Por la di-ficultad en su obtenci6n es muy apreciada en el pai's, especialmente entre las clases medta y alta. ' Trozos de pescado.

" Carne de res prensada.

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lugai &e.jiro-matsubae. Al senor Murakami parecfa no importarle des-plazarse largas distancias entre su aIojamiento y el pequeno restaurante. Efectuaba el trayecto varias veces a la semana. Sobre todo en las tardes. gn el camino de ida pasaba casi siempre fiente a la fuente de la Kinders-chwartzplatz y el Jardfn Zool6gico, sus lugares de paseo preferidos.

Un ano antes de la boda, la madre de Izu Ia despert6 una manana mas fn'a de lo habitual. Estaban a finales del invierno. Sefial6 alaimada que el riachuelo del jardfn teni'a una gruesa placa de hielo. Habfa oido por la ra-dio que las actividades en la ciudad estaban suspendidas. Pocos dias an­tes, la madre le habia comunicado a Izu que pensaba encender las luces de los arboles como simbolo de que la familia se reintegraba a una vida normal. Sin embargo, esa manana la madie se mostr6 temerosa de que semejante clima fuera a durar varios meses.. Recoid6 otro invierno que se prolong6 incluso por un ano entero. Eraun mal presagio. En aquel perio-do, el padre de Izu fue acusado de responsabilidad penal poi Ia mueite violenta de dos empleados del almacen. Se le acus6 tambi^n de organi-zar en la clandestinidad los juegos de ties piedtas blancas contra ties pie-dras negras. El padie tuvo que soportai una setie de compaiecencias, tramites, y amenazas de encarcelaci6n. Todo ces6 cuando los rayos del sol calentaron nuevamente la casa. El padre debi6 sufiir prisi6n preven-tiva unas cuantas semanas. Parece que el tiempo suficiente para que, despues de su absoluci6n, comenzaran los primeros si'ntomas de la en-fermedad.

Cuando aquella manana fue despertada por su madre, Izu habia imagi-nado, entre suenos, al sefior Murakami levantandose de la cama en me-dio de aquel frio. A una hora desusada, ademas. Lo vio dirigidndose antes de que amaneciera a la parte de la casa donde tenia instalada su colecci6n. Querria, seguramente, vetla a la luz cteciente de una atm6sfera helada. Recoireria las piezas teniendo como fondo la escarcha adherida a las ven-tanas, que se iban iluminando con los primeros rayos de luz. A Izu aque­lla aparici6n se le hizo muy extrana.

Unos minutos despu&, Izu le avis6 a Etsuko que esa manana no podria darle a su padre el tratamiento acostumbrado. Le pidi6 que se hiciera caigo, junto con su madre, de los diferentes tipos de masaje que le de-bi'an efectuar. Le dijo tambien que no olvidara retirar la toallita coloca-da junto al fut6n. Era impoitante que si destilaba saliva esta no cayera al suelo. Cuando Etsuko la mir6 algo extranada, Izu le dijo que a pesat del frfo de aquella manana querfa salir de inmediato a la calIe. Irfa a casa del

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senor Murakami. Le orden6 que sacara uno de los kimono.s de la prime- % ra etapa del invierno. Etsuko qued6 inm6vil. No miiaba hacia Izu sino i a sus propios pies, enfundados en medias blancas de lana. Izu tuvo que repetir la orden.

—Desenvuelve el kimono ambai, no hay tiempo que perder. Se* que de-berfamos esperar la llegada del pr6ximo invierno para desempacarlo pe­ro ahora eso no importa. Prosigui6: —No vayas a decir nada de mi salida. Di que estoy encerrada terminan-do un trabajo urgente por favor. Le habrfa gustado pedirle a Etsuko que la acompanara, pero el m^dico habfa sido terminante al afirmar que un solo di'a sin ejercicios podfa ser fatal para el enfermo. Mientras la miraba dirigirse al guardarropa, cam-bi6 de parecer y Ie pidi6 el kimono que habfa usado en su primeia visita a la colecci6n. Abrigaba menos, pero recoid6 la agradable impresi6n que aquel traje parecfa haber causado en el sefior Murakami. Pidi6 ademas que le alcanzaia el abiigo de piel de zorro.

Aquella manana eI trdnsito era intenso. A primeia vista iesultaba poco visible el cese de actividades anunciado por la radio. Hubo muchos au-tom6viles atascados a causa de la nieve, y mas de uno sufri6 una colisi6n tras desIizarse en el hielo. Los camiones anaranjados del municipio pa-recfan incapaces de dejar las calles en buenas condiciones. Algunos veci-nos retiraban por su cuenta la nieve acumulada en las puertas. Pero para los ninos todo aquelIo constitufa una gian diversi6n. Ese dfa estaban ce-iradas las escuelas, y aIgunos construfan muflecos en la entrada de las ca-sas. En su camino Izu pudo descubrir las efigies del nino salvaje Kintaio,^ asf como la del fiero y temido Tatsumaki.** A pesai de que, habitualmen-te, las ninas tenfan prohibido salir a hacer los munecos eI padre de Izu siempie se lo habfa permitido. Su pieferido eia Ketsamono, eI duende que perdi6 los brazos practicando el juego de tres piedras blancas contra tres piedras negras en el parafso. Algunos padres de familia paiecfan no habei escuchado a tiempo el aviso de la suspensi6n de actividades y ha-

*' Nifio abandonado en la iegi6n septentrionaI, adoptado por Wara Waia, el esp(titu de las montafias, quien lo convirti6 en un hombte de fuerza herculea. ^ Drag6n de agua con cabeza humana, que es la personificaci6n de las trombas marinas. Cuando se eleva a los cielos desde su morada en el fondo del mar, la cola genera terribles repercusiones en eI agua.

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bfan llevado a sus hijos al colegio. Los habian depositado y paitido, de-iindolos desconcertados frente a las puertas ceriadas. Para que en la casa no echaran de menos su ausencia, antes de partii Izu le habia pedido a Etsuko que despu& de los ejercicios y del desayuno sacara el juego de

25 y organizara una partida con la madre.

En su caminata, Izu se extiavi6 en dos ocasiones. Tom6 una avenida principal, pensando que la casa del senor Murakami se encontraba en la esquina siguiente. En su lugar haU6 un edificio moderno. La planta ba-ja loocupaba un negocio de comida pieparada. Habia una gran barra con la gente comiendo de pie. En las vitrinas que daban a la calle se ex-hibian los sushi,^ ramerF y mategeihin^ de cera. Considei6 apetecibles algunos de esos platos. Pens6 al verlos en la importancia de las aparien-cias. Lo razon6 de un modo simple, no como cieia que era necesario tras los cursos de est&ica a los que habia asistido en la universidad y tras su nueva ielaci6n con los maestros Matsuei Kenz6 y Mizoguchi Aori. Ca-min6 hasta un paique cercano, donde las hojas de los irboles mantenian en sus iamas gotas de agua congelada esperando algo de caloi paia por fin caer.

Cuando lleg6 a casa del senor Murakami, Izu pareci6 arrepentirse de ha-ber empiendido aquella travesia matinal. Durante la caminata habia ido aminorando la importancia de su visita. Cuando adviiti6 que a pesar de las condiciones atmosfericas una anciana conducia una bicicleta por la ciclovfa que cruzaba el parque, sinti6 una calma que la hizo sentii mis abrigada. Al llegar a la acera frente a la casa, no supo que* hacer. El auto-m6vil negto se encontraba estacionado en la puerta. El chofer lo acaba-ba de limpiar, pues el pavimento alrededor del vehiculo estaba libre de rastros de nieve o hielo. El senor Murakami debfa encontrarse aun en la casa. Izu se detuvo en la acera de enfiente.

Le llam6 la atenci6n que en la planta baja hubiese una luz encendida: aquella manana se habfa imaginado al senor Murakami iecorriendo, ca-si a oscuras, la colecci6n. Lo habia visto observax el contraste de laspie-zas con el gdido resplandor del amanecer. La luz que Izu miraba salfa de la sala de exposici6n. Las demas ventanas estaban con los visillos corri-

^ Entretenimiento tradicional en el que los contrincantes deben apodeiaise del univeiso iepiesentado en la simbologfa de los vientos. ^, ^ y PlatiUos u'picos cuya descripci6n no aportarfa nada sustancial al relato.

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dos. Izu observ6, largo rato, la luz de la ventana descubierta y se dio cuen-ta de que provenfa de una bombilla. Eia extrano. Aquella muestra debfa estat, como siempre, iluminada s6lo por pequenos mecheros alimenta-dos con alcohol.

Pero habia una bombilla encendida. S6lo despues de unos momentos, Izu repar6 en la presencia de unos hombres detras de la ventana. Reco-noci6 la silueta del senor Murakami, su calva perfecta. De pronto, su vi-si6n se vio obstaculizada por un cami6n de carga que se estacion6 tras el autom6vil negro del senor Murakami. Izu aguard6 unos momentos. No Iogr6 ver ya nada, salvo ese cami6n. Decidi6 irse. La mafiana no da-ba trazas de mejoiai. Un frio aun mas intenso habia comenzado a soplar del sur. Sentirlo la hizo reparar en que no habia desayunado. Ni siquiera habia querido aceptar el cuenco de te que Etsuko le ofreci6 mientras se preparaba para salir. Pas6 nuevamente frente al negocio que exhibia las figuras de ceia paia piomocionai su comida.. La gente se airemolinaba dentro. Parece que el fiio los obligaba a guaieceise, de manera inusual, en ese establecimiento. Record6 que en el invierno que habia durado un ano enteio, fue preciso adoptar medidas de uigencia. Algunas familiasi instalaron incluso, eneigfa el^ctrica por piimera vez. Izu pens6 en el es-critor Tanizaki Junichiro, quien en su tratado Elogio de U sombra afiiv-maba que tales instalaciones podfan llevar a la desapaiici6n del espiiitu propio de las casas orientales.. Aquel afio de invierno total los asuntos ju-diciales atoimentaron de una manera significativa a sus padres. Izu co-nocia bien a los empleados del almacen muertos durante las practicas del juego de tres piedras blancas contra tres piedras negras. Los habia visto jugar en el s6tano en mas de una ocasi6n. S6lo despues de un tiempo, cuando los abogados lograion minimizar los efectos que esas muertes causaron en la sociedad, Izu comprendi6 las razones que llevaron a su fa-milia a convertir precipitadamente aquel s6tano en un area destinada a productos de alta cocina importados del Jap6n. Los abogados defenso-res lograron que lo absolvieran despu& de compensar a los deudos. Pe­ro, sobre todo, lograron su libertad despu& de apelar a Ia tradici6n. Tras largas deliberaciones, los jueces paiecieion estar de acueido con la pre-seivaci6n de las costumbres atavicas. El caso incluso sirvi6 para legalizar la practica de ese juego. Se dictaron una serie de medidas, bastante es-trictas ademas, sobre todo para gaiantizar la integridad ffsica de los ju-gadores.

Mientias Izu pensaba en los sucesos ocurridos aquel ano, se top6 de pronto con Etsuko, quien venia caminando en sentido contrario. Llevaba pues-

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to un abrigo que Izu le habfa regalado meses antes. Para no ofenderla con sus obsequios, Izu solfa dejar sobre el tatami de Etsuko las ropas que pen-saba desechar. Cuando Izu lo compr6, el abrigo era amarillo intenso. Es-taba confeccionado con tela pIastica. Procedfa de una tienda del centro que Izu visitaba regukrmente. A causa del uso, el color habfa perdido aJl-go de brillo. Pero, de cierta forma, este tono resultaba mas agradable que el anterior.. Izu se lo obsequi6 cierta manana en que puso en orden su guaidairopa.. Como Etsuko en ese momento lo llevaba cerrado, no po-dfa saberse que atuendo tenia debajo, pero los zapatos de colegiala que calzaba de ninguna manera armonizaban con el abrigo. Izu solfa poneY-selo con unas botas de cuero negro que habfa comprado exclusivamente para ello. Aun conservaba las botas, pero ahora las usaba una vez al ano para ir con su madre a la obligada peregrinaci6n al Valle de la Luna.

A finales de la primera semana de marzo, Izu habfa recibido una Uamada de Mizoguchi Aori. El director de la revista necesitaba verla de inmediato. Mizoguchi Aori senal6 que la citaba para tratar un asunto delicado, que no tenfa que ver con la celebraci6n de aniversario de la revista, por la que Izu habfa demostrado en esos dfas bastante inter^s.. Al notar un tono pe-culiar en su voz, Izu pens6 que tal vez podia tratarse de un asunto senti-mental. Durante aquel tiempo habfan estado viendose, aunque de modo un tanto esporadico. Aquel hombre no le era del todo indiferente. Unos dfas antes Izu y Mizoguchi Aori habfan participado incluso en la cacerfa de orugas, fiesta organizada por la universidad con ocasi6n del ano bi-siesto. Su equipo lo conformaron ellos dos y el maestro Matsuei Kenz6, quien habfa vestido el elegante traje de principios de siglo con el que su abuelo solfa dirigir las cacerfas. Mizoguchi Aori, en cambio, habia decli-nado usar la gasa gris con la que todo participante debfa cubrirse el ros-tro. Pese a las sonrisas ir6nicas de Izu y del maestro Matsuei Kenz6, se atrevi6 a presentarse de ese modo ante los demas equipos.. ResuItaba gra-cioso apreciar su rostro redondo resaltando entre las docenas de gasas que confundfan a unos con otros. Llevar la cara desnuda es mala sefial, le re-piti6 Izu una y otra vez disimulando la risa. Veinte afios antes, hubiera sido imposible que un hombre participase en Ia cacerfa de orugas sin una gasa ocultandole el rostro. Sin embargo, de un tiempo a esa parte las cos-tumbres parecfan estarse transformando. En muchos puntos del pafs, se-mejante conducta era ahora tenida incluso por distinguida. Sobre todo en los medios intelectuales y artfsticos. Participar en la cacerfa de orugas de los afios bisiestos con el rostro desnudo era como afrrmar que se esta-ba de acuerdo con las costumbres, pero que en cierta medida habfa que reformarlas. Siendo director de una revista de arte, Mizoguchi Aori pre-

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tendfa quizd que todos en la universidad conocieran su forma de pensar. % A pesai de su inquietud inicial y de las bromas que Ie susurr6 al ofdo, a | Izu le entusiasmaba la conducta de Mizoguchi Aori. Estaba convencida i de que aliededoi del mundo sucedfan demasiadas cosas, y le resultaba | absurdo aceptai lo que muchos a su alrededor aun consideraban una j verdad absoluta: que las costumbres tradicionales tenian respuesta para > todo. Sin embargo, pese a su supuesta modeinidad seguia sin estar de acuerdo tampoco con ciertas modalidades extremas de la nueva cultura. No le gustaba, por ejemplo, el escritor Dazai Ozamu asi como tampoco muchos articulos que apaiecfan en la revista de aite dirigida por Mizo­guchi Aori. Aunque frente al director de la revista y delante del maestro Kenzo Matsuei se reservaba muchas veces sus comentarios, desde nifia habfa aprendido que lo mis inteligente era adaptarse a los cambios pero de una manera natuial, sin forzar la aceptaci6n o el rechazo que una obra puede producir. Aunque lo cierto es que despu& de las largas conversa-ciones sostenidas con aquellos hombres, empez6 a despertarle cierto in-ter&, entre otios asuntos, el sujeto que en los principales museos del mundo tenfa la costumbre de vomitar sobre las obras de arte de los gran-des maestros.

Desde muy nifia, Izu habfa querido demosttar a las personas a su alrede-dor que aprendfa con mayoi tapidez que los demds. Eia hija unica. Anos ati4s, su madre habfa dado a luz a un nino que Izu nunca lleg6 a cono-cer. Cuando aquel hijo naci6, su madre estaba casada con un oficial de las fueizas afreas desaparecido en la gueira. En esos meses de incertidum-bre, cuando. la sociedad iba siendo devastada sin remedio y su marido se encontraba desaparecido en el campo de batalla, la madre vivi6 tempo-ralmente con sus suegros en un apartamento del centro. Durante los ultimos bombardeos, sali6 cierta manana a recoger los escasos viveres ra-cionados. No pudo regresar al apartamento hasta dos dias despu^s. En lo que dur6 su ausencia la zona fue destruida totalmente. Nadie le pudo dar raz6n de su familia. Cinco anos mas tarde, transcurrido el lapso pres-crito por las autoridades para llevar luto sin hallazgo de un cuerpo, pu­do reconstruir su vida casandose con su segundo marido.

Izu, ademas de ser la primera en subir a la casa de la bruja Higaona —casi siempre colocada en la copa del arbol mas alto del patio de juegos—, durante la hora de recreo instalaba en el suelo una suerte de consultorio psicol6gico donde atendfa a los nifios que tuviesen problemas con sus estudios, con sus padres, o incluso con asuntos de caracter sentimental. Nadie sabi'a por qu^, pero los nifios aguardaban pacientemente su turno.

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Tzu los escuchaba primero en silencio. Dejaba que expresaran libremen-te lo que querian decir. Luego abri'a un libro de haikuP que Uevaba a las sesiones procedente de la biblioteca de la escuela, del cual citaba uno o varios poemas dependiendo de la importancia del asunto. Cuando los maestros notaron esa actividad, se alaimaron. No paiecia una conducta propia de una nina de esa edad. Citaron, por eso, r4pidamente a los pa-dres en la direcci6n de la escuela. La madre se mostr6 algo preocupada. En cambio, el padre paieci6 disfrutar ampliamente del comportamiento de su hija. Mas tarde, le confes6 a su esp6sa que esa conducta era tipica de la gente de su regi6n natal. Era incluso, el darse consejos unos a otros, parte del rasgo natural de esas personas.

El padre consinti6 siempre a Izu. De una manera, incluso, un tanto exa-gerada. Cuando Izu era nina, la madre debfa ir sola a la peregrinaci6n anual al Valle de la Luna en homenaje a los desaparecidos durante la guerra. Estaban prohibidos de participai de esas peregrinaciones a los menores de edad o las personas que pudiesen resultar molestas a los muertos. Por eso Izu y su padre en esas fechas debian hacer sus propias excursiones. Acostumbraban salit de paseo a las laderas del monte principal, donde dormian en las pequenas casetas acondicionadas para los viajeros. Cami-naban durante largas horas, admirando paisajes extensos e intrincados. Luego se tendfan a mirar las nubes, que casi siempre impedian que la ctispide del monte quedara totalmente descubierta. Solian entretenerse inventando las historias que esas nubes les podfan sugeiir. Abandonaron aquellos paseos cuando Izu entr6 en la juventud, y tuvo la obligaci6n de acompafiar a su madre a las peregrinaciones al Valle de la Luna. El padre y la hija tambi^n iban juntos los sdbados por la tarde a presenciar el jue-go de tres piedras blancas contra tres piedras negias que se practicaba en el s6tano de los almacenes. A Izu Ie impresionaba, sobre todo, el estado flsico en que quedaban los jugadores. En algunas ocasiones los emplea-dos iban a trabajar la semana siguiente disimulando con maquiUaje sus heridas. La policfa se enter6 de las luchas por una demanda que levant6 la madre del primero de los fallecidos. Por alguna casualidad, en el trans-curso de la investigaci6n ocurrieron las dos muertes mas.

Al padre parecia agradarle la entereza con que su hija era capaz de sopor-tar situaciones que, seguiamente, no hubiese tolerado otra nifla de su

^ Forma po&ica que demuestra la inutilidad de los grandes tratados filos6ficos, segdn palabras deI sabio Surinami Mayoki (1113-1128).

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edad. La regi6n de donde el provenfa era uno de Ios pocos lugares del pafs donde se practicaba de manera induso feiviente aquel juego. Su ori-gen se perdfa en el tiempo. Se sabe que fue prohibido ya desde la ^poca en que la casta guerrera usurp6 eI poder de la naci6n,, Los miembros de la policfa militar debfan ir de pueblo en pueblo ajusticiando en las plazas a quienes participaran en el. A Izu esa prohibicidn tan rigurosa nunca de-]6 de llamarle la atenci6n. Pensaba que se debfa quiza a que el juego repre-sentaba una mitologfa absolutamente imperial, tan odiada por el nuevo rdgimen. Con esa practica, acaso quedaba en evidencia la sangrienta his-toria del pafs. Sin embargo, pese a estar convencida de su importancia Izu nunca le mostr6 a nadie el ensayo sobre el juego de tres piedras blancas contra tres piedras negras que habfa escrito en su infancia.

Los pequefios mecheros alimentados con alcohol que solfan alumbrar la muestra del sefior Murakami eran tambien, y eso Izu lo descubri6 des­de el primer momento, una manera de indicar que se debia preservar la tradici6n. Por eso no podfa significar nada bueno que una bombilla e[6c-trica iluminara ahora la muestra. Izu lo pens6 sentada en el sal6n de t6 franc& al que habfa entrado en compafifa de Etsuko despu& de encon-trarla en la calle.. Algunos clientes giraron a mirar a las dos mujeres. Pese a que Izu llevaba bajo el abrigo de piel el kimono de los anos de la repre-si6n, curiosamente Etsuko fue la que mas llam6 la atenci6n. Podfa de-berse, tal vez, a la estridencia un tanto decadente de la tela amarilla del abrigo que llevaba puesto.

—El frfo sigue atroz —dijo Izu cuando olvid6 sus cavilaciones—. Sien-to que mi padre, Nakamura-Sen, resiente mucho este invierno. No se queja, pero me doy cuenta de que ciertas horas se le hacen insoportables. ^Has notado que ni siquiera pierde saliva cuando hace los ejercicios? ^Tu-vieron problemas esta manana para introducirle los dedos en la boca co-mo se debfa?

En ese instante lleg6 la camarera. Se trataba de una joven algo obesa ves-tida a la usanza francesa medieval. Izu se qued6 pensativa mirando el me-nu. Mantuvo, durante unos minutos, la vista fija en la carta. Al mismo tiempo, y de modo quiza inconsciente, empez6 a mover la mano dere-cha trazando pequefios cfrculos.

De improviso, levant6 la cabeza y mir6 a Etsuko. —Pide lo que te apetezca. Aquf preparan un deIicioso terrin de satsume-ri-oto. ^Desayunaste?

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Etsuko no contest6. La camaiera las miraba con una sonrisa. Tenfa unos extrafios lazos en la cabeza y el borde deI escote de su blusa estaba adornado con ribetes de hilo. Despues de pedir dos terrin y te" a la usanza ttadicional, hubo un si-lencio proIongado.

Parece que el sefioi Murakami ha iluminado su colecci6n con luz elec-

trica. Sin decir palabia Etsuko entreabri6 ligeramente la boca, como siempre que se hablaba de algo que no parecia comprender. Izu constat6, una vez mis, que sus dientes se pronunciaban hacia fuera. Un rasgo de la infan-cia. Cuando eran nifias, Izu habia sido muy cruel burlandose de su son­risa y de su forma de dejai entreabierta la boca. Lo hacfa, sobre todo, cuando Etsuko se resistfa a contarle a sus padres que los maestros en la escuela con frecuencia la felicitaban por su rendimiento acad^mico. —Una bombilla dando luz a la muestra no es buena sefial —continu6 Izu sin que Etsuko cambiara de actitud—. Esa colecci6n no debetfa es-tar alumbrada asf. ^No notaste nada extrafio en la visita que hiciste paia devolver la pulsera?

En ese momento la camarera dej6 la tetera y los cuencos a la derecha de la mesa, asumiendo que Etsuko se haiia cargo. Junto a los palillos y ca-da plato, puso tambi6n cubieitos occidentales. En el centro coloc6 la fuente con los terrin de satsumeri-oto. Etsuko se apiesur6 y siivi6 el t^, aun cuando aun no estaba lista del todo la infusi6n. Izu se lo hizo notar. Etsuko se disculp6, incIinando la cabeza y juntando las manos. Intent6 luego devolvei el lfquido a la tetera. Todos sabian que Etsuko era una experta anfitriona en la ceremonia del t^. Habia aprendido ese arte de su madre. Poi eso, Izu se sorprendi6 de que quisiera devolver a la tetera el contenido de los cuencos. No s6lo por el sabor mancillado que adqui-iiiia el liquido, sino porque iba en contra de la naturaleza de las cosas. Incluso, el haiku con el que la familia acostumbraba dar comienzo a la ceremonia del te' aludia a esa evidencia:

Lejano invierno Cerezos florecientes La golondrina

A1 percatarse de su torpeza, Etsuko se levant6 de la mesa con delicadeza y adujo habei olvidado un encargo urgente hecho antes de salir de la casa. Se vefa contrariada. Dijo que debia pasar por los almacenes de la familia paia recoger unos documentos que necesitaban la urgente firma de la

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madre. Izu, desde luego, no le crey6. Si la madre habia mandado a Et- '% suko a buscarla durante esa manana de frfo, era poco probable que le hu- .l biese ordenado cumpIir otra tarea. Le paiecfa extrafio, asimismo, que se | hubieran atrevido tanto la madre como Etsuko a abandonai sin haberlal acabado una partida de go. Lo mas probable es que ni siquiera la hubie- ; ran comenzado. Y sospech6 ademis que Etsuko, apenas Izu se alej6 de la casa en medio de la niebla matutina le habia comunicado a la madre la improvisada decisi6n de la hija. Etsuko se habia demoiado en alcan-zarla, seguramente porque no habian querido descuidar el tratamiento requerido por el padie. Izu qued6 preocupada. El m^dico le habfa adver- '"--tido, se lo habia dicho en privado para que los demas no pudieran escu-charlo, que un masaje dado a la ligera podia resultar incluso peor que uno no dado del todo. Mientias tanto, Etsuko se alejaba hacia la puerta. No habia probado ni un bocado de su terrin de satsumerz-oto, que que-d6 servido junto a los palillos y los cubiertos occidentales. Mir4ndola sa-lir, Izu se convenci6 definitivamente de que los zapatos de colegiala no hacian juego con el abrigo amarillo. En la mesa quedaron tambi^n la te-tera y los cuencos. Izu pidi6 un te" nuevo. Desech6 en foima decidida el tenedor, cogi6 los palillos y prob6, sin apartar los ojos de la puerta, un pedazo de su pastel.

Algunos afios atr4s, Izu habia leido en el Ehgi-o de U sombra de Tanizaki Yunichiro, que si se utilizaba energia el^ctrica lo mis conveniente era de-jar la bombilla descubieita. El sefior Murakami paiecia haber seguido ese consejo cuando decidi6 iluminar de esa manera la colecci6n. Dias des-pu6s, en la oficina de la ievista quedaion confiimadas sus sospechas de que esa decisi6n de abandonai los aItos mecheros tradicionales, no au-guiaba nada bueno. Mientras escuchaba las palabias de Mizoguchi Aori, tuvo la ceiteza de que no habfa sido convocada para una cita sentimen-tal como habfa supuesto. El asunto era, no podia ser de otro modo, el significado de la presencia de la bombilla. Izu no habia sido la primera en advertirlo. Era un comentario que Uevaba varios dias circulando. Qui-za" Izu incluso lo habia escuchado, en forma distraida tal vez, y aquella resonancia un tanto inconsciente habia sido la causa de su decisi6n de salir de su casa tan temprano en una manana tan fria, y, lo que era peor, dejando a su padre sin sus cuidados habituales. Todo indicaba que el se­fior Murakami habfa decidido deshacerse de su colecci6n. Mizoguchi Aori no podia ocultar su satisfacci6n. Eso les darfa ventaja en su afdn por restarle poder al Giupo de Conservadores Radicales. Izu recibi6 la noti-cia con estupor. No sabia hasta que" punto podia ser responsable de una decisi6n semejante. Vi^ndolas con detenimiento, las apreciaciones pu-

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blicadas en su arti'culo eian de muy poca monta. Izu siempre pens6 que con la asesoria de un acad^mico competente, quizd el problema del se­fior Murakami se habria podido iesolver en forma inmediata.

El senor Murakami habi'a comenzado algunos estudios de arquitectura en Europa. Nunca los concluy6, ni siquiera sigui6 los cursos de maneia regulai. Era una caracteristica de la vieja escuela: interesarse por un tema pero sin hacer alarde de una dedicaci6n exclusiva. Siempre habia tenido inter&, piincipalmente por el aspecto artfstico de esa disciplina. En ese entonces acostumbraba pasear por las calles cuando comenzaba a ano-checer. En ese tiempo habia muy pocos extranjeros en aquellas ciudades. Su presencia llamaba poderosamente la atenci6n. Poco antes de casarse, le cont6 muchas veces a Izu de sus caminatas vespertinas. Le gustaba, so­bre todo, realizarlas durante el otofio. Las hojas de los drboles que cafan sobre la fuente del Kunjurdamme —las recordaba claiamente—, eian la escenografia perfecta para apreciar la belleza arquitect6nica de los edifi-cios de la zona. En su camino era siempre seguido discietamente poi al-gunas liebres, que seguiamente espeiaban que al paseante se le cayera algo comestible de los bolsillos. Rodeaba luego el Jaidin Zool6gico hasta Uegai a la estatua del ultimo Kaiser. En ese momento daba media vuelta y volvia a su pensi6n. Ahf se detenfan los ielatos que el sefior Murakami le contaba una y otra vez a su prometida. Entre otras cosas, nunca lees-pecific6 las razones por las que habia abandonado Europa de manera tan repentina. Los motivos por los cuales el consulado de su naci6n tuvo que hacer uso de delicadas tdcticas diplomdticas para lograr que regresase sin problemas mayores aI pars. Tampoco mencion6 nunca que al volver a pasar por el Jardfn Zool6gico, ya cerrado a esa horas, algunas mujeres es­peiaban de pie fiente a las rejas. El senor Murakami devolvi6, vais de una vez, algunas de las sonrisas que le dirigian. A veces invitaba algun ci-garrillo. Otras pedfa que lo acompaiiaran a su habitaci6n.

Cierta tarde, despu^s de comer ioUitos de algas con arroz en el unico res-taurante donde los preparaban, asisti6 a una exposici6n en la Casa de las Culturas del Mundo. Allf conoci6 a Udo Steiner, un aiquitecto con el que forjarfa una amistad para el resto de su vida. Steiner habia estudia-do con un cdebre colega francds. En la muestra exponia dos maquetas. Una de ellas fascin6 al senor Murakami. Era el proyecto de un bungalo funcional con marcados rasgos oiientales. Lo que mds lIam6 su atenci6n fue que contara con una habitaci6n para suicidas. Se trataba de un cuarto donde s6lo habia lugar para una pequena cama y una mesa de madera. En realidad no tenia ningun elemento que lo diferenciara de una habitaci6n

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noimal. E1 senor Murakami lo coment6 en voz alta. Era obvio que no ha- 1 bfa visto, al lado de la maqueta, el texto que se referfa a la obligada coti- % dianidad del suicidio. Por lo demas las superficies planas eran extensas, y | las puertas corredizas podian crear distintos ambientes segun las necesi- .v dades. A partir de los planos de esa maqueta, el senor Murakami constru- ;' y6 un bungalo propio poco tiempo despu& de casarse con Izu. Excluy6, H eso si, aquella habitaci6n. Le coment6 por carta a Udo Steiner que esos ] cuartos ya no se precisaban. Su constiucci6n era comprensible quiza en los oscuios aiios que siguieron a la guerra. La maqueta asimismo conta-ba con ingeniosos sistemas de energia solar y con un racional uso del agua : potable. Tras veila, aquella tarde en la Casa de las Culturas del Mundo,.-) averigu6 de inmediato d6nde podi'a encontrar al arquitecto. Se enter6 de que impartia un cuiso en la misma universidad en la que el senor Mu­rakami tomaba sus esporadicas clases. Lo abord6 en uno de los patios. Durante las siguientes semanas conversaron muchas horas en distintos cafts. Udo Steiner lo invit6, alguna que otra vez, a su estudio. En mas de ;' una oportunidad hablaron acerca del Jap6n, pais del que ambos admira-ban la arquitectura. Se refirieron a la importancia de las sombras y las lu- .', ces en las casas que alli' soh'an disenarse. Antes de que el senor Murakami volviera a su pais acordaron en un futuro pr6ximo encontrarse en Tokio, ciudad que ninguno de los dos conocia. Lamentablemente no pudieron nunca cumplir su promesa.

Tanizaki Yunichiio afirma, en el Elogio de Lt wmbra, que suprimir los rin-cones oscuros propios de las casas de antano, es dar la espalda a todas las concepciones estiticas de lo tiadicional. Aquel tratado se convirti6, du­rante mucho tiempo, en el libio de cabecera de Izu. Fue ademas el uni-co que su marido le permiti6 llevarse de la biblioteca de su estudio despues ; de la boda. Fue motivo de la unica clausula que modific6 al contrato de matrimonio tradicional que tuvo que acatar. Pero cuando el senor Mu­iakami dej6 de ir a doimir iegularmente a la vivienda conyugal, la seno-ia Murakami no lo volvi6 a leei mas. La casa que comenzaron a habitar, fue encargada a un arquitecto que unicamente disenaba grandes edificios multifamiliares. Se tiataba de una vivienda moderna con techos bajos y habitaciones adecuadas para las distintas necesidades de la vida diaria. Las ventanas tenfan marcos de aluminio. Todos los muebles eran de es-tilo occidental, salvo cieitos utensilios de cocina con los que se prepara-ban las iecetas pieferidas del senoi Murakami.

La senoia Murakami dedicaba las mananas a supervisar el inmenso jar-din que rodeaba la casa. En el contrato de matrimonio se estableci6 que

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Izu contaria con un jardi'n tiadicional. En vista de que el arquitecto con el que contaban no tenfa experiencia en disefiarlos, llamaron a un espe-ciaIista. Por las tardes, la senoia Murakami acostumbraba encerrarse en su habitaci6n luego de ordenarle a Shikibu la preparaci6n de una cena que era muy probable el sefioi Murakami no proban'a,, Tuvieron que pa-sar varios meses para que Izu decidiera pedirle al senor Murakami un te-levisor. Aprendi6 tambi6n a jugar al go en soIitario. En ocasiones echaba de menos a Etsuko, pero las leyes d&[formot6n a.sai^ que le habfan apli-cado sus familiares eian muy rigurosas. Lo mas seguro era que nunca mas la volviera a ver.. En sus tardes de encierro manejaba ella sola todas las fichas del go. Era poseedora una y otra vez de los vientos alisios, de los sirocos, de las tormentas del sur, aunque en ciertos momentos cafa en la cuenta de que la obtenci6n del poder del universo entero, objetivo final de aquel juego, carecia totalmente de sentido mas aun en las cii-cunstancias en las que se encontraba. En esas tardes pensaba tambidn, en su relaci6n con el maestro Matsuei Kenz6 y Mizoguchi Aori. Sin em-baigo, estaba segura de que ninguno de los dos quem'a volvei a sabei de su existencia.

Antes de que dejaian de frecuentarse, cada vez que alguno de los dos la llamaba por telefono Izu dejaba inmediatamente lo que estuviera hacien-do para ii a su encuentio. El dfa en que el maestro Matsuei Kenz6 y Mi­zoguchi Aori ingiesaion a buscarla al aula donde aguardaba el comienzo de la clase de la diminuta maestraTakagashi, no almorzaion en el come-dor universitario como habfan acordado. Mizoguchi Aori se present6 solo a la cita,. Izu se encontraba espeiandolos en la puerta del comedor de la universidad dispuesta, apenas los hombres apaiecieran, a integrar-se a la fila. Llevaba puesto un abrigo largo de piel de oveja. Sobresalia, de la paite delantera, un su^ter de lana jaspeada y cuello de toituga que llegaba a las orejas,. Calzaba unas botitas rojas cuyos bordes adornaban pompones de peluche. Al ver la fila de estudiantes, Mizoguchi Aori su-giri6 ii a un restaurante del centro. Izu tuvo que llamar a su hogar para pedir que aquella tarde Etsuko no fuera a buscarla a la salida de clases. La madre le inform6 que la sirvienta habia salido horas antes de casa y aun no volvia.

Despues del restaurante, Mizoguchi Aori la invit6 a las oficinas de la re-vista. En la sobremesa le habia contado que acababa de enterarse de que

Vei nota 36..

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existia una acusaci6n contra el sefior Muiakami. No sabia bien de qu^ l se lo inculpaba. A1 parecei, se trataba de un asunto antiguo que en su i momento nadie habfa tenido el valoi de denunciar. "Tal vez la publica- -* ci6n de tu artfculo ayude a ponei en evidencia, de una vez por todas, al | senor Murakami", dijo. Estaban involucradas en el escindalo un grupo 2 de alumnas de colegios prestigiados. Mizoguchi Aori asegur6 que se lo 'k contaba para que estuviera pendiente de las repercusiones de su artfculo. ; Cuando llegaron a las oficinas, Mizoguchi Aori sirvi6 dos copas de co-fiac. Pasaron despu& al despacho privado, donde los recibi6 el petro da- -n6s moviendo la cola. Sac6 luego unas revistas de arte, Uegadas de los ; Estados Unidos. Tomaron asiento en un sofi, de coloi cenizo, para ho-jearlas. Cuando dejaron de mirai las reproducciones de las pinturas que allf aparecfan, Aori Mizoguchi senal6 que necesitaban de su ayuda para que el Grupo de Conseivadoies Radicales dejaia de influir en la univer-sidad. Le entreg6 una serie de cartillas numeradas, para que las repartie-ra secietamente entre las muchachas embelesadas con el maestro Matsuei Kenz6, muchas de las cuales se encargarfan de vigilar las urnas. Se trata­ba de impedir que los conseivadoies, que tanto daflo hacfan a la cultu-ia, ganaran las siguientes elecciones. Emplearian m^todos no del todo legales, eso si, pero la estupidez de muchos de los alumnos, que votaban mds por inercia que poi una verdadera convicci6n, impedia que hubiese una verdadeia democracia. De impioviso apaieci6 en la oficina el maes-tro Matsuei Kenz6. A Izu le llam6 la atenci6n que entrara sin Uamar a la puerta. Salud6 a Izu casi sin mirarla, y luego tom6 del brazo a Mizoguchi Aoii. Le uigfa hablai a solas. Salieron del despacho. El peiio los sigui6. Izu se qued6 en la oficina cerca de veinte minutos. Las reproducciones de Francis Bacon comenzaron a perturbarla. Mizoguchi Aoii regres6 acom-panado dnicamente por el peiro. Disculpdndose, le dijo a Izu que lo la-mentaba pero era pteciso que lo dejata soIo pues eia inminente la fecha de cierre del siguiente numero. De inmediato llam6 por el intercomuni-cador a su secretaiia, para pedirle unos aitfculos iecibidos el dfa anteiior. Cuando abandon6 el despacho, Izu no vio al maestro Matsuei Kenz6 por ninguna parte. S6lo se cruz6 con la secretaria. Le solicit6 entonces el te-tefono para llamai a casa. Querfa que Etsuko fueia a buscaila paia ir a efectuai una serie de compias que tenfa pendientes. La madre le infor-m6 que la sirvienta aun no habfa vuelto. Izu tuvo que iecuirii entonces a los setvicios de un taxi.

En esos dfas, salieion a la luz las acusaciones contra el senor Murakami. Aunque no habfa pruebas que lo culpabilizaran del todo, la prensa lo in-volucraba en un caso relacionado con el comercio ilfcito de prendas fnti-

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jjias. Se habfa descubierto una red, que operaba en el entorno de algunos colegios de senoritas, que compraba la ropa interior usada de las alum-jjas para revenderlas a un giupo de hombres adinerados. Junto a las no-tas periodi'sticas, aparecieron fotos de archivo del senor Murakami.

Cuando Izu ley6 las noticias, no pudo reprimir un giito. La madre fue j^pidamente a su estudio. Abri6 la pueita corrediza, y asustada vio a Izu riendo a carcajadas frente al peri6dico abierto sobre el regazo. Etsuko en-tr6 en ese momento y se qued6 mirando la escena desde el umbial. En-treabii6 la boca. Las risas de Izu eran extranas. La madre se acerc6, le quit6 el peri6dico e intent6 calmarla. Le pas6 repetidas veces la mano por la cabeza, mientras le pedia a Etsuko que prepaiara una infusi6n de flores. La risa de Izu fue cesando paulatinamente.

Unos momentos despues, Izu parecia mAs tranquila. Toda la familia se encontraba en la sala principal de la casa. El padre estaba tendido sobre su tatami, disftutando de unos timidos iayos de sol que entiaban por la ventana. Los dias seguian siendo fn'os. La sensaci6n de piincipios de in-vieino permanecfa a pesai de ser casi primavera. En la radio habfan anun-ciado que las tempeiatuias mejoiaifan el fin de semana. Izu repiti6 la noticia que acababa de leei. La madre pareci6 consternada. Etsuko se mantuvo imperturbable, mientias Izu iba desciibiendo los inciertos de-talles. El padre sigui6 sin dai muestias de haber atendido. Al menos no se hizo visible el hilillo de saliva. La madre senal6 que le parecia espan-toso que su familia hubiera tenido contacto con ese hombie. Se anepen-tfa de haberlo considerado un buen candidato paia su hija. Se anodill6 por eso ante Izu, para pedirle peid6n poi no haber sido una madre aten-ta. Despu& lo hizo frente al padre por no haber sido una buena esposa. Luego frente a Etsuko por no haber sido una patrona correcta. Finalmen-te se arroj6 al piso frente a las taIlas artesanales que representaban las muertes del monje Magetsu, y pidi6 perd6n por haber dejado solo a su pequeno hijo durante la manana de los ultimos bombardeos. Una vez cumplidos los iitos, se ech6 a Uorar. Izu se le aceic6. Trat6 de consolaila dici^ndole que su relaci6n con el sefior Murakami habi'a sido s6lo de tra-bajo. Diez minutos mas tarde pudo volver a su estudio. Cerr6 la puerta como siempre que no quen'a ser molestada. Se acerc6 a la salida que da-ba al jardin. Crey6 entrever una flor amarilla tras unos arbustos. Supo que se trataba de una ilusi6n 6ptica. En esa poca del afio, y mas adn en medio de ese invierno persistente, los jardines estaban condenados a con-tinuar sombrios.

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Durante aquellos meses, Mizoguchi Aori habl6 muchas veces por teleYo-no con Izu. En una de esas ocasiones, le pidi6 consejo sobre ciertos por-menores aun no previstos deI coctel de aniversario. Izu, entusiasmada, sugiri6 que se contratara a un famoso decorador de interiores que en una ocasi6n habia ofrecido una chaila en la universidad. A Mizoguchi Aori le paieci6 buena idea. El decorador propuso llenai el local con gigantes- | cas flores aitificiales de plastico transparente. Las flores tendrfan que ser '* confeccionadas segun la tecnica de los artesanos de flores del siglo III pa- '; ra establecer de ese modo un contraste interesante. A Izu le agrad6 que l su sugerencia hubiera sido tenida en cuenta. Eso le hizo volver a pensar '' en la posibilidad de buscar un trabajo fuera de casa. La revista no le pa- ' recia el sitio id6neo. Izu y Mizoguchi Aori habian vivido ciertas situacio- ' nes que seguramente dificultarian una relaci6n de trabajo. Mizoguchi Aori se habfa insinuado en mas de una oportunidad. Aunque siempre -daba la impiesi6n de arrepentirse inmediatamente despues. Izu creia que aquelIa conducta eia algo extrafia, aunque no le pieocup6 demasiado. ' Lo unico importante eia sacar adelante su carieia. Sin embargo, pens6 que quiza Mizoguchi Aori podria recomendarla con alguien que le ofre-ciera un trabajo por las tardes.

Izu y Mizoguchi Aori nunca estuvieron solos en el despacho. Siempre permaneci6 el perro. Ademis, los encuentros eran interrumpidos con frecuencia por una o varias llamadas del maestro Matsuei Kenz6. Des­pues de hablar con 6l, Mizoguchi Aori soh'a pedirle a Izu que abandona-ra la oficina. Aducia asuntos de trabajo o citas programadas que habia olvidado. La madre de Izu estaba al tanto de los encuentros de su hija. En mds de una ocasi6n Ie habia pedido que Etsuko la acompafiase. Pero Izu se negaba en forma rotunda, diciendo que estaba en juego su desti-no profesional. Mizoguchi Aori debfa considerarla una mujer indepen-diente. Por las noches, la madre aguatdaba algo preocupada el regreso de su hija. Muchas veces, Mizoguchi Aori la lIev6 en su auto. En dos oca­siones incluso la bes6 antes de que bajara.

Un dia antes de la celebraci6n de la fiesta de aniversario, Izu Ueg6 a las oficinas de la revista cuando el personal ya se habfa marchado. Ese dia temprano habfa revisado con la secretaria los detalles del coctel en la re­vista y de la cena en el restaurante. Fue, personalmente, a la agencia de servicios de banquetes y prob6 una muestra de cada uno de los canap& que se iban a servir esa noche. Fue muy estricta en la elecci6n de los lico-res. Le pareci6 que lo mejor para el coctel era un servicio internacional: pastelillos de la escuela francesayvino o champana. El menu tradicional

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serfa para la cena en el restaurante, a la que s6lo seiian convocados los invitados especiales: accionistas, anunciantes, crfticos prestigiosos y al-gunos artistas.

Ya para entonces, Izu se habi'a ganado la suficiente confianza como para entrai y salir de las oficinas de la revista sin previo aviso. El conserje le permitia pasar sin anunciarse. Siempre sali'a a recibirla el perro dan&. La saIudaba con un par de lenguetazos, para regresar de inmediato a la man-ta tendida en un rinc6n del despacho. Aquella taide, sin embaigo, le sor-prendi6 que el perro no saliera a saludarla y que la puerta de Mizoguchi Aori estuviera cerrada. En un primer momento, Izu crey6 que se debfa a un descuido. Trat6 de abrirla, pero tenfa el seguro puesto. Oy6 al pe­rro dentro. Intrigada insisti6. El dan& comenz6 a aullar. Era evidente que se habia quedado encerrado. Izu fue entonces al escritorio de la se-cretaria a ver si habfa Ilave de tepuesto. En ese momento, vio en el sofa de la recepci6n la chaqueta y el portafolios deI maestro Matsuei Kenz6. Se qued6 de pie unos instantes. No se movi6. Luego se retir6, sin mas, de las oficinas.

Cuando esa noche lleg6 a su casa, no tuvo animos de ayudar a trasladar al padre,. Su pretexto fue un insopoitable dolor de cabeza. Pero la madre le dijo que Etsuko no habfa regresado y debfan cargarlo juntas. Fastidia-da, cumpli6 su obligaci6n lo mas rapido posible. Le coment6 a la madre que las ausencias de Etsuko comenzaban a irritaila. Pese a la brusquedad del traslado, el padre no despert6. Se habia quedado dormido desde la taide. Esa noche no cenaiia. Pero el m^dico habia dicho que dado el ca-so, eia prefeiible el suefio a la alimentaci6n. Etsuko lIeg6 justo cuando le estaban poniendo las mantas encima. A pesar de que habiia querido reprenderla por su ausencia, Izu prefiri6 encerrarse en su estudio. Esa no­che dormiiia alli. Por primera vez, desde que la enfermedad del padie habfa empeorado, aquella noche no le aplic6 los masajes de shiatsu ni ie-z6 las oraciones del monje Magetsu. Mis tarde, Etsuko debia tocar la puerta del estudio para llevarle el fut6n. Una hora despu&, mientras la miraba disponer el espacio donde pasarfa la noche, los hombros de la sir-vienta le parecieron algo sensuales. Nunca antes lo habia advertido. Es-taba tan acostumbraba a su presencia, que nunca habfa imaginado que esa mujer pudiera gustarle a los hombres. No supo por qu^, pero la sos-pecha de que Etsuko sostenia citas clandestinas le produjo una leve sen-saci6n de asco. Pero teni'a cosas mas importantes en que pensar. Cuando se recost6, no pudo conciliar el sueno. Estuvo muchas horas pensando en el di'a siguiente, Record6 con insistencia la chaqueta y el portafolios

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del maestro Matsuei Kenz6 puestos en el sofa. Finalmente, decidi6 ha-blar con la maestra Takagashi al llegar a la universidad. Iba a denunciaf y, a mostrar piuebas, del fiaude electoral que el maestro Matsuei Kenz6 y Aoii Mizoguchi pietendian cometei.

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Las ocasiones que la sefiora Murakami crey6 ver a su marido al fondo del jardfn, sinti6 que entre eUos ya no habia nada que decir. Se habia ido di-sipando el abonecimiento que experimentara durante la agonfa de su es-poso, cuando el senor Murakami pidi6 ver nuevamente los palidos pechos de Etsuko.

El sefior Murakami le propuso matrimonio a la senora Murakami una noche de verano. En esa ocasi6n, habian acudido desde temprano a la celebraci6n de la Noche de las Linternas Iluminadas que, como de cos-tumbre, se llevaba a cabo en los jardines del Palacio Imperial. La luz, que esa tarde se filtr6 entre los aYboles, fue de una transparencia inusual. Izu recordaba pocos di'as tan espl^ndidos. Se preparaba la ceIebraci6n con el fasto de costumbre. En ese entonces, a los ciudadanos todavfa se les permitfa pasar la noche entera en aquellos jardines. Vieron el atardecer sentados en un promontorio. Cuando la celebraci6n comenz6, el sefior Murakami introdujo en el bolsillo del abrigo de seda de Izu un pufiado de cafiitas de bambu. Le susurr6 luego frases romanticas. Nuevamente hizo menci6n a su voz. De su parecido con el de la diosaTamabe. Cuan­do el chofer esa tarde habfa pasado temprano a recogerla, llevaba consi-go de parte de su senor un alfiler de oro para que lo llevara esa noche en la solapa del abrigo. La tarde anterior, Shikibu la habia llamado para pre-guntar cual iba a ser su atuendo para la celebraci6n.

Izu y el senor Murakami habfan estado vi^ndose, furtivamente, desde hacfa algun tiempo. Pocas semanas despu& de abandonar en forma de-finitiva la universidad, Izu iecibi6 una llamada del senoi Murakami. Etsuko fue la unica al tanto de todo. Incluso sirvi6 de correo para inter-cambiar las notas que se escribieron los amantes. Las primeras veces se vieron en el autom6vil negro. El sefior Murakami Ie ordenaba al chofer que lo estacionara en un lugar agradable y que saliera a dar una caminata. E] autom6vil casi siempre permanecia aparcado en un recodo del cami-no que lleva al monte principal. Desde alli podfa verse la ciudad entera. En ninguna de aquellas citas se mencion6 el aitfculo publicado en la re-vista. Tampoco se habl6 del asunto de las prendas de las ninas de cole-

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gios de prestigio,. El sefior Murakami se atrevi6 a tocarla s6lo a la tercerJ* salida.. Le dijo que su cuerpo le hacfa recordar a las mujeres de las islajS del archipielago. Le acatici6 repetidas veces los pechos. Pese a no sentiJ | un verdadeio placer, Izu se los dej6 tocai. No permiti6, sin embargo, qu& | en el autom6vil sucediera ninguna cosa mds. Hubo de transcurrir casI^ un mes antes de que Izu accedieia a acompanar al senor Murakami a urr^j hotel. Era un establecimiento de lujo bastante discreto. Por alguna ra->i z6n, el senor Murakami se neg6 a llevarla a casa. En ese tiempo vivia s6-M lo con la vieja Shikibu. Meses antes habfa despedido a las empleadas que l se habian encargado de mantener y mostrar la colecci6n de arte. ' |

Izu abandon6 la universidad de manera repentina. Faltaba s6lo un ano 1 para concluir sus estudios, pero su situaci6n academica comenz6 a ha- | cerse intolerable.. Por un lado estaban sus companeros, bastante menores i y con intereses divergentes. Por otio el caso del maestro Matsuei Kenz6, | destituido de su cargo luego de unajunta extraordinaria que convoc6 el '>' Consejo Universitario inmediatamente despu^s de que Izu hablara con ) la maestra Takagashi. Fue de prever que Izu no estuviera presente en las f celebraciones de la revista, que tanto ayud6 a organizar. A pesar de ha- ' ber sido una de las promotoras se dio cuenta, momentos antes, de que no era propio asistir. En un principio no le import6 demasiado pero, con ' el tiempo, el alejamiento del maestro Matsuei Kenz6 y de Mizoguchr Ao-ri le fue preocupando cada vez mas. )

El noviazgo con el sefior Murakami no dur6 mas de seis meses. En ese tiempo el senor Murakami estaba terminando de deshacerse de las piezas de su colecci6n. Por ultimo puso en venta la casa. En esos dias le encarg6 al arquitecto de edificios multifamiliares, que estaba transformando y ha-ciendo casi irreconocible la zona sur de la ciudad, que disenara la nueva vivienda. Querr'a que su aspecto fuese absolutamente occidental, y no acept6 que se construyera espacio alguno destinado a obras de arte. Fue entonces cuando Izu pidi6 su jardin. El senor Murakami accedi6 despues de meditarlo, pero le dijo que tendria que encargarse de su cuidado. Con el dinero que obtuvo por su antigua casa, compr6 un amplio solar aban-donado. Poco antes de terminar la construcci6n, le autoriz6 a Izu con-tratar a un jardinero respetuoso de la tradici6n.

El senor Murakami habfa llamado a la casa de Izu justo dos dfas despues de que la diminuta maestraTakagashi, quien pertenecfa al cfrculo de ami-gos que se reunfan a cenar una vez por semana, le contara sobre la con-fesi6n del fraude electoial que habfa realizado Izu en su oficina. Luego

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de un mes Ie propusomatrimonio. Hubo una separaci6n antes de la bo-<Ja cuando a Izu le const6 que el sefior Murakami estaba terminando de rematai la colecci6n. Este suceso la llev6 a pasar casi dos meses encerra-da en el estudio, pues se sentfa responsable de aquella teiiible decisi6n. Onicamente salia para tratar a su padre en la manana y en la noche. Pasa-ba el resto del dia contemplando los cambios que se producfan en el jar-dfn. Finalmente, aquel invierno no dui6 todo el ano como habian temido. El unico dia que sali6 a la calle durante esos dos meses, el caloi fue ago-biante. Se dirigi6 a la universidad a solicitar su baja. Adujo problemas fa-nuIiares. En aquella oportunidad, Izu llev6 un kimono apropiado para los cambios de estaci6n,. La tela no era muy gruesa, pero tampoco era la mis adecuada para el ins6lito caloi de esa manana. A1 Uegai a la universidad, Izu se quit6 el otogomo^ que Uevaba puesto y solt6 su cabello. Se encon-tr6 con aquellos companeios de cutso, que meses atias se habian refeii-do al individuo que vomitaba sobre las obras de axte. No Ia saludaion. Trat6 de daise prisa en los tramites. No quen'a cruzarse con la diminuta maestra Takagashi ni con el maestro Matsuei Kenz6, el cual en esos dias acudia aun a la universidad para vaciai su oficina.

Lleg6 a aveigonzarse de su ensayo, quizd su madre habfa tenido raz6n. Nunca imagin6 lo que podia desencadenar esciibiendolo. Era conscien-te, ahora, del esmero que habia puesto el padre del senor Murakami en reunii la colecci6n. Pens6 en marcharse de la ciudad. Tal vez a las islas de pescadores de donde era oriunda su madre, o a los Estados Unidos donde quiza podrfa tener una vida diferente. Sin embargo, sabia que no podia dejar sin cuidados a su padre. Los gemidos que emitia eran ya del todo ininteligibles, y el hilo de saliva que aparecia muy de cuando en cuando cambiaba sutilmente de color.

Durante las siguientes jornadas, las temperaturas fueron extremas. Podfa amanecer a menos de cero grados centigrados y alcanzai los treinta y cin-co por la tarde. Tambien se presentaron lluvias, fuertes aguaceros y tor-mentas tropicales. Izu vefa estos cambios desde su ventana. Pens6, de nuevo, en el trabajo fueia de casa pero le pareci6 muy importante seguir recluida un tiempo mas. A pesar de que, en las noches, ya se encendfan las luces de los aiboles del jardfn.

" Velo falso de papel de arroz que se pone sobie el kimono cuando se usa en el dia. Esta prenda suele desvanecerse poi si' misma a Io laigo de la jornada,

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Izu volvi6 a salir a insistencia de la madre, a quien le cost6 varios dias 4 convencerla de que fuera de compras al centro de la ciudad. Aquello era 3 una treta, pues a espaldas de Izu la madre iba a sostener una entrevista l con el sefior Murakami. A pesar de aborrecer a ese hombre, debido prin-cipalmente al escindalo de las prendas fntimas, y de no considerarlo un pretendiente adecuado, el habfa solicitado la cita de manera formal. El senor Murakami Ueg6 a la casa sin tener en cuenta el aguacero que cay6 esa tarde. Izu y Etsuko estaban en el centro de la ciudad. La sirvienta te-nfa el encargo de entretenerla hasta el anochecer. De cualquier manera, -tampoco hubiesen podido abandonar el centro comercial por la tromba de agua que se desat6. La madre lo recibi6 vestida con un kimono muy antiguo. Era de color coral y la pechera estaba atiborrada de briUantes hi-los de oro que se iban reflejando contra los objetos. Calzaba unas sarayas^ y medias de seda azules. Lo recibi6 en el minusculo pabell6n situado al poniente de la casa. Se accedfa a esa estancia subiendo unos cuantos es-calones de sindalo. Aquel espacio se encontraba algo alejado del resto de la vivienda. Habi'a sido construido para guardar las imagenes sagradas, que la madre sacaba una vez al ano para asistir a la peregrinaci6n al Va-lle de la Luna. En un extremo, una alta vidriera con ventanas de doble marco estaba cubierta con papel de arroz. En el suelo habia varios coji-nes acomodados. Los shojiP que alumbraban la estancia estaban elabo-rados del mismo material. Debido a la ausencia de Etsuko, la madre se habfa visto obligada a contratar a una maestra del te" para que llevara a cabo la ceremonia que le 0frendar1a al senor Murakami. Sin embargo, en aquella ocasi6n no permiti6 que se pronunciara el haiku con el que la familia acostumbraba empezar el ritual.

A su regreso, horas despu&, Izu no advirti6 nada extiano en la casa. Lleg6 cargada de paquetes: entre otias cosas unas blusas sin mangas, de colo-res pastel, y dos faldas plisadas. Habfa estado a punto de adquirii tam-bi^n unos mocasines, pero no se decidi6 poi ninguno de los modelos exhibidos. En su lugat compr6 dos pares de botas que cub11an las 10di-llas. Cuando iba de compras, solfa pedirle a Etsuko su opini6n. La sir­vienta se limitaba a asentii o a negar con la cabeza. A veces, tambi^n,

" Sandalias de madera. En un pivote atado a la suela se intioduce el dedo gian-de del pie.. " Candelabios cubiertos con papel de arioz y aIimentados con germen de soja seco. El combustible puede alumbrai varios dfas, pero una vez encendido no puede ser reemplazado hasta su extinci6n.

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s6lo entreabrfa la boca. Ambas mujeres tenfan casi la misma edad. Et­suko s6lo era medio aiio mayor. Habfa vivido con ella desde nina. Su 01adre habfa sido la saikoku^ de la madre de Izu. Paia sorpresa de todos una manana abandon6 la casa llevindose, cosa extiana, el suppenka^ de su senora. Es por eso que la madre de Izu, pr4cticamente habfa criado a Etsuko. Estuvo siempre pendiente de que estuviera limpia y bien vesti-da. Habfa sido una nina callada. Iba a la escuela con Izu. Mds de una vez les preguntaron si eran hermanas. Izu se lo cont6 a su madre y, desde en-tonces, dejaion de vestirlas y arreglarlas igual.

Izu ctuz6 el jardin y se diiigi6 directamente a su estudio. Etsuko iba de-lante, cargindole las bolsas. Izu se fue desvistiendo hasta quedar comple-tamente desnuda. Su piel tostada parecfa haberse abrillantado con la edad. Su cuerpo continuaba mostrando las peculiaridades de las j6venes de Ochun. Se prob6 las blusas. La rosa, la celeste y la de un tono ama-rillo suave. Las iba combinando con una serie de diademas de colores, que sacaba sin parar de un cajoncito del escritorio. Etsuko miraba aten-ta los cambios de vestuario. Cuando termin6, la ayud6 a ponerse el ca-mis6n de fianela para dormii. Tambi^n las medias de lana. Le piepai6 el jut6n que, desde hacia dos meses, tiempo de su encierro, ya no se encon-traba en la estancia principal de la casa. Luego se despidi6 y ceir6 Ia puer-ta despu& de apagai la luz cential y dejai encendida, unicamente, una pequena ldmpara que biillaba con baja intensidad.

Mientias tanto, en Ia pequena salita la madie lloiaba agotada. No habia sido casual que Izu no la hubieia visto esa noche. Etsuko habfa recibido el encaigo de contarle a Izu que su madre se encontraba en los aImace-nes de la familia, porque a causa de las toimentas el s6tano, donde ven-dfan pioductos de impoitaci6n estaba casi vacfo. Habfa naufragado el ultimo barco que llegaba deI Jap6n y necesitaban de su firma para esta-blecer contactos comeiciales de urgencia. En realidad, la madie ni siquie-ra se habfa quitado el kimono. Tampoco habfa lefdo el peii6dico a su maiido, de quien esa noche nadie parecfa haberse ocupado. Luego de de-jar acostada a Izu, Etsuko subi6 los peldanos de sdndaio y se acerc6 a sU senora, que se mantenfa boca abajo. En medio de la oscuridad se qued6 contempldndola largo rato. El laigo cabello canoso, aun se mantenfa su-

" Vei nota 4. " Lienzos de tela ligera que usan las mujeres para envolver sus cuerpos durante el sueno una vez consumada la noche de bodas.

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jeto con unas horquillas casi impeiceptibles. Salvo el tenue aroma del agua de colonia del senor Mutakami, nada delataba la ieciente entrevis$ ta. La maestra contratada para la ceiemonia del te' habia guardado todaf los utensilios. Antes de abandonar la estancia, dejando a la madre sunu! da en su dolor, Etsuko camin6 sobre los cojines que habian utilizado mo-mentos antes los participantes de aquella ceremomia. '%

V x La aparici6n del fantasma del senor Murakami flotando en los estanque$' del jardfn, coincidi6 siempre con la Noche de las Linternas Iluminadas: En un comienzo Izu crey6 que esa suerte de espejismo podfa tener utf significado simb6lico, puesto que de algun modo esa fecha habia deterp minado su vida conyugal. En la actualidad quedaba poco de aquellosg afios. El jardinero estaba viejo. Desde haci'a un tiempo no cumplfa, de' manera adecuada, con sus horaiios de trabajo. A Shikibu apenas podia pediile que se ocupara de la cocina. Los platos que preparaba aparecfan? cada vez con mis frecuencia con particulas del polvo de arroz que sele desprendfa del cutis. |

"' J Las raices de los bambues ieales, los que crecieron de los tronquitos que el sefior Murakami le iegal6 a manera de simbolo de su uni6n, fueron terminados de sacar de la entrada de la casa poco despu6s del funeial.Pe-ro habia mas problemas. El dinero que el senor Murakami habia tenidQ ahoirado en el banco, estaba a punto de acabarse. A Izu parecia aguar? daile la pobreza. No cieia poder mantenerse por si misma. Ahora s6lo parecian quedaile la casa y el jardin. -;

Los obreros que recibieron la orden de destruii aquel jardin, no supieron poi d6nde empezar el trabajo. La maiiana que fueron convocados a aquel espacio exquisito tardaron en entender lo que se les pedia. La sefiora Mvi-rakami estaba decidida a demoleilo totalmente. Tenia pensado llamar des5 pu& a un arquitecto para ver que podia hacer con el terreno. C6mo podia conseguiise algo de dinero a partii de su comercializaci6n. ';

La sefioia Murakami no dijo nada cuando se abri6 el testamento de si marido. Desde que habfa pedido ver nuevamente los pechos de Etsuko, ya no esperaba nada de 6l. Segun aquel documento, la mayoiia de los bienes estaban destinados a la constiucci6n de un nuevo espacio publir co, que llevaria como t1tul0 N0v1sima Sala de Arte Murakami, que se 'm-auguraiia en el Museo de Aites Folkl6ricas. Tanto de la construcci6n de la sala como de los asuntos administrativos se encargaria el Grupo de Conservacionistas Radicales, bajo la cuiaduiia de la diminuta maestra

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Takaeashi. El bungalo se lo dejaba a su amigo Udo Steiner, cuya amistad nca habfa podido oIvidar. El autom6vil negro, que compr6 durante

los anos de la posguerra, serfa para la madre de la senora Murakami con la condici6n de que no lo vendiera. El usufructo de la casa y el jardm, asi como el dinero que quedaba en el banco eran para su esposa. La seno­ra Murakami qued6 sumamente soipiendida cuando advirti6 que a su marido le quedaba tan poco dinero en sus cuentas. La raz6n la descubri6 cuando Udo Steiner visit6 el pais para acudir al funeral de su amigo de toda la vida. Al abrir el bungalo, despues de que el notario le entregaia la unica copia de las llaves, enconti6 en 6l todas las obias de aite que el sefior Murakami, desde que le diagnosticaron cdncer de pr6stata, habfa estado comprando discretamente para la nueva sala del museo que pen-saba dejar como legado.

La situaci6n econ6mica de la senora Murakami parecfa casi desesperada. Adem& no podfa recurrir de ninguna manera a su familia. En la unica reuni6n que su madre habfa sostenido con el sefior Murakami, la tarde en que Izu compr6 tres blusas iguales de tonos pastel, aque1 le dijo que aceptarfa casarse con la hija unicamente si la familia le aplicaba el For-mot6nAiaL^ El senor Murakami exigfa que su futura esposa renunciaia a la dote para convertirse, de ese modo., en un marido de la vieja estirpe. Recibirfa una mujer sin nombre, sin privilegios y sin dinero. La madre le suplic6 que no pidiera la mano de su hija. Pero el sefior Murakami le di­jo que poseia pruebas de la presencia de Izu en el hotel donde se realiza-ron las citas clandestinas. Tenia tambi^n unas fotos, que hubiera preferido no mostrarle, en las que aparecfa Izu semidesnuda dentro del autom6vil negro estacionado en un recodo del camino.

Izu supo de aquel arreglo antes de casarse. La madre, durante una larga conversaci6n que sostuvieron las dos, le quiso hacei entender que social-mente no tenia alternativa, pero que podfan buscar una salida digna que no la condenara. Peio, habfa otro elemento que no habia querido men-cionarle para no empeorar las cosas. Los dos compromisos truncados, la publicaci6n del articulo, el escdndalo del comeicio de prendas intimas y el abandono de la universidad habfan afectado gravemente la salud del

** Forma juridica tiadicional sustentada en la palabia de honor, que no admite rectificaci6n. Sus reglas son bastante estiictas e incluyen el iepudio familiai, la prohibici6n de usai el nombie pateino y la p^idida del privilegio de ser cubier-ta con un suppenka por su maiido tias la consumaci6n de la noche de bodas.

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padre. La madre estaba segura de que el escandalo que podrian desenca^| denar las pruebas y las fotos, seria demasiado para 6l. "M

Sin embargo, a Izu no era necesario que su madre tratara de convencer-J la de nada. Hacia semanas que habia decidido que deseaba ser la senora^ Murakami. Habia llegado a esa conclusi6n luego de mirar, una y otra 1 vez, el reflejo de la solitaria flor amarilla que ciertas noches aparecfa en 1 el centro de su pequeno jardfn. J

y i"$

Cieita manana, poco tiempo despu& de que Izu hubiese hablado con su i madre, el autom6vil negio del senor Murakami volvi6 a estacionarse fien-1 te a la verja. Son6 la bocina un pax de veces. Sigui6 luego un prolongado | silencio. Diez minutos mas tarde, Izu sali6 de su casa con el mismo kimo- ',

i

no de la ^poca de la represi6n con el que habia visitado por primera vez la | colecci6n Murakami. Llevaba consigo el libro Ehgio de h sombra. Lo trafa " entre las manos. Su madre llor6 al ver a su hija cerrando las pueitas de su 'i estudio que daban al pequeno jardfn. Le suplic6 que no se fuera. Prome- ' ti6 que haiia todo lo posible por revocar el Formot6nAsai. El padre perma- ' necia tumbado en su tatami. Izu entr6 a despedirse pero parecfa dormido. Le sopl6 en el rostro. Las comisuras de sus labios no mostraron ninguna reacci6n. La ultima orden que Izu le dio a Etsuko antes de abandonar la casa paterna, fue que consolara a su madre y que en adeIante cuidara to­do el tiempo de ella. EI padre falIeci6 dos meses despu&.

Aquel dfa, por unica vez desde que Izu se fue de casa de sus padres, eila ' y el senor Murakami se sentaron solos a comei en un restaurante en las afueras de Ia ciudad, donde ofrecian la carne reci^n cortada de un pez que regresaban descarnado pero vivo a una pequena pecera que luego ponfan sobre la mesa. La comida debia durar el tiempo exacto que tar-daba el pobre animaI en dejai de nadar y morir. Tambi^n era posible, cuando servi'an eI ti, apreciar el proceso completo del florecimiento de una rama de cerezo adaptada especialmente para que eso sucediera asf. Al senor Murakami esos recursos, tanto el del pez cuya carne podia co-merse mientras estaba vivo como el florecimiento artificial de una rama, le parecieron mas propios de un numero de atracciones callejero que un avance en el ambito gastron6mico del pais. Izu se desconcert6 cuando se lo dijo, pues momentos antes habia sido una entusiasta defensora de aqueIlos artilugios.

Algunos ninos de los alrededores, al ver la maquinaria pesada apostada frente a la casa de la senora Murakami, se acercaron para preguntar por

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1 futuro de los peces una vez demolidos los estanques. Los ninos sabi'an ue en esa e >oca del ano no se podfan matat, bajo ninguna circunstan-- las Carpas Doradas. Que tampoco podfan venderse sino hasta cuan-

j terminasen de desovar. Se habian presentado con recipientes y bolsas de plistico para recibirlos. Shikibu tuvo que salir a espantarlos. Cuando volvi6 a entrar en la casa, le pidi6 a su senora que no mirase cuando los hombres empezaran a ejecutar su mandato. Le ofreci6, a cambio, daile un bafio con floies aromatizantes y haceile incluso un nuevo peinado. La senora Murakami estuvo a punto de aceptar, peio al final decidi6 que-darse a ver c6mo se llevaban a cabo las transformaciones. Estaba vestida con una de las batas, que no se sabfa si eran hechas para mujeies extran-jeras o para actores del teatro kabuki, que su marido le habfa ido regalan-do durante sus anos de matiimonio. En la pierna Uevaba una cadenita de oro que, curiosamente, su marido ni le pidi6 ni le prohibi6 nunca que usase. Antes de que los bulULozen comenzaian con su labor, la senora Murakami se puso de pie y se aceic6 al capataz. Tenfa claro por d6nde querfa que se comenzasen los tiabajos. Lo primero que se destruirfa se-rfa el fondo del lago cential. Habn'a que hacei pedazos la zona por don-de el fantasma de su marido solia aparecer cuando las condiciones del clima eran las apropiadas.

Izu Murakami cree ver, en medio del polvo que piovoca la destrucci6n de su jardfn, la aparici6n de una casa situada en las raldas del monte cen-tral iluminada s6lo con shojis de papel de arroz. Aquella casa cuenta con un cuarto de bano fuera del area techada. Le paiece, a pesar del iuido ensordecedor de las maquinas, escuchar la voz de su padre llamdndola en un idioma que se le hace imposible comprender.

Otsomuru?*

Palabra que se refiere a un final que es en realidad un comienzo. El poeta Basho (1644-1694) la utiIizaba en los poemas que no tenfa pensado que se publicasen.

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AdendaalrelatodeljardmdelasenoraMurakami ,*|

1- Si bien no esta dicho exph'citamente, la senora Murakami parece man? tener una extrafia relaci6n con el ensayo Ek>gio de ht sombra, de Tanizaki Yunichiro. Resulta dificiI de definir la veidadera naturaleza de dicho iril ter&. 3 2- La madre de la senora Murakami, aunque no se mencione constante-mente, lee el peii6dico en voz alta todas las noches. La escuchen o no % escuchen. Dej6 de hacerlo, el texto lo sefiala, en una sola ocasi6n. 3- Los futones que se usan en la familia piovienen de los talleres Tenkeij los mds resistentes del mercado. El padie los utiliz6 durante los largos aflos de su enfermedad. 4- La definici6n, clara y contundente, de las presentaciones de las Mu-jeres Cerezo, quienes actuaban en una explanada fiente al restauiante donde el Ptemio Nobel debi6 conier con los zapatos puestos, podriacani-biai el sentido del relato del jardfn de la senoia Mutakami. Se prefiri6 mantenei el sentido original. 5- Es imposible compiendei poi que se ha omitido la narraci6n del re gieso del sefioi Murakami a la casa conyugal, cuando supo que se estaba muriendo de cancer de pr6stata. Durante todo el tiempo que dui6su enfermedad, Izu Murakami tuvo que cuidarlo como lo han'a una esposa diligente. 6- El peinado que le hacen a la senora Murakami para el funeral de su marido, es muy parecido al que se hizo la tfa de Akira el dia en queel muchacho muri6 de mal de rabia. 7- En algun momento de la narraci6n, habria sido conveniente volver a referiise a la Caceiia de Orugas, tal vez explicar con detalle lo absuidb de una actividad semejante, mas aun cuando es practicada sin un tul cu-briendo Ia cara de los participantes. 8- ^Por que nunca llega a saberse si el sefior Murakami sabe conducir o no? 9- El Terrin de Satsumeri-oto que pide Izu en el sal6n de te" de estilo fran-c6s que visita en companfa de Etsuko, parece ser, sencillamente, un pas-tel con pescado. 10- No hay explicaci6n, ni cientffica ni de ningun tipo, que aclare las ra-zones por las que un hilo de saliva apareciese de la boca del padre cuan-

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do parecfa entender las cosas.. Menos, que con el tiempo cambiase de

coloi. H- La propuesta del famoso decorador de interiores, que sugiere enga-lanar las oficinas de la revista con grandes flores hechas de tela de pldstico _-pero siguiendo la t^cnica de los artesanos del siglo III—, fue seleccio-nada para participrar en la Bienal de Venecia de 1969. 12- Por el testimonio de algunos viajeros, se ciee que el maestro Matsuei Kenz6 y Aori Mizoguchi, continuan juntos, viviendo en la costa oeste de los Estados Unidos. Mis de uno ha descrito a los propietaiios de un bar de playa cuyas caracterfsticas concuerdan de maneia asombrosa con las de aquellos hombres que tanta impoitancia tuvieron en la vida de Izu Murakami. 13- Es, quiza, conveniente saber que las verdaderas razones por las cua-les los habitantes de las islas del aichipielago acostumbran apagar las lu-ces puestas en los arboles durante el peiiodo mds frio del invierno, son aun desconocidas. 14- El juego de tres piedras blancas contra tres piedras negras, luego de la legislaci6n oficial que marc6 sus h'mites, es posible adquirirse, empa-quetado, en las principales cadenas de jugueteilas del pafs. 15- El cabello, laigo y canoso de la madre de Izu, solfa verse muy albo-rotado cuando reci^n se levantaba. Fue una caiacteiistica que acompan6 a esta mujei desde la infancia hasta la vejez. 16- Nunca mis se volvi6 a oir del libro que redactaba el maestro Mat­suei Kenz6 en la paz de su pequefia oficina de la univeisidad: el texto de historia del aite paia estudiantes de los ultimos anos de secundaria. 17- Los amigos del senoi Murakami se ieunfan, todos los jueves, en un mismo iestaurante del centio de la ciudad. La unica mujer admitida en las juntas eia la maestia Takagashi, quien se habia foimado, junto con ellos, en los afios anteiiores a la guena. El restaurante estaba iodeado de sobeibios jardines y era considetado como uno de los mejores del pais. Parece que esos amigos eian peisonas muy podeiosas dentio del mun-do de la politica y de las finanzas. De allf que el sefior Murakami, mis de unavez, hubiese salido tan bien librado de sus problemas con lajus-ticia. 18- Resulta dificil entendei la actitud final del sefior Murakami cuando pedfa, a gritos, volver a ver los paHdos senos de Etsuko. Podria atribuir-se a los efectos de la medicaci6n o incluso a la agonia en sf misma. Sin embargo, se cuenta tambi^n con los elementos necesarios para, incluso, Uegat a pensar que ambos personajes mantuvieron relaciones ilicitas. 19- EI ombligo que Tutzio le regal6 a Izu como piueba de su piomesa de volver por ella, le fue devuelto a su madre cuando se le pidi6 que no

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visitase mds la casa. Esta mujer, a su vez, lo envi6 a Am^rica. Se desco- noce su paradero. ;| 20- Pocos afios despu& de la muerte del senor Murakami, la maestra1 Takagashi fue nombrada, poi el propio empeiadoi, como asesora oficia^ en los asuntos de arte de la naci6n. 21- Oiganizar consultas al aiie libie paia tratar asuntos del alma y el co-i raz6n, es una pilctica que, desde hace milenios, se suele Uevax a cabo en' la zona central del pais, regi6n cuyas costumbres son todavia poco cono-cidas. Lo que si' fue una invenci6n de Izu, fue sacar las respuestas de los distintos libros de haiku que iba sacando de la biblioteca. 22- Izu, despu& de su boda, s6lo vuelve a oir una vez a su marido refe^ riise a su particular timbre de voz. Fue cuando, no s6lo crey6 veilo apa--iecei al fondo del jardin, sino que experiment6 la sensaci6n de quele: dirigfa palabras cariflosas. 23- El juego de la biuja Higaona consistia simplemente en colocar una pequefia casa hecha preferentemente de bambu, en la ciesta del irbol mds giande de los aliededores. Ganaba quien piimeio la alcanzase. Se; ciefa que con esto se lograba que el espfritu de la bruja nunca pudiera poseer a aquel jugador. Habia la idea de que tomaba, de una vez y para siempie, al contiincante que quedaba en ultimo lugar. A pesai de no ser recomendable, era un juego que podia piacticaise mds de una vez. 24- Hasta ahora aquellos que pasean poi el paique Muiakami, que es eni lo que finalmente se convirtieron la casa y el jardin —al no poderse eludir las normas legales que amparaban el testamento del senor Murakami-, comentan que la beUeza de aquel lugar estd sustentada en la venganza que) llev6 a cabo un senor en contia de su esposa.