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El menor en situación de abandono en la novela del siglo XIX: la prehistoria del debate sobre la institucionalización del menor M~ Dolores LLANAS DUQUE* Carlos PLÁ BARNIOL** Resumen Abstract Este articulo pretende discernir, a través del testimonio literario de la novela del Xix, la realidad del niño huértano o abandonado y la res- puesta social e institucional ante esta situación. El análisis de varios hipotéticos modelos de insti- tucionalización, que podrian responder a distintas trayectorias históricas y culturales, se ha querido realizar siguiendo la obra de los novelistas más representativos de la época, en sus respectivas literaturas: Balzac, Dickens, Galdós,... nos ha- blan de tos niños huértanos o abandonados, como algo que forniera parte integrante del pai- saje cotidiano de la realidad social del siglo xtx. La institucionalización, o no, de estos niños, es un debate que ya se planteaba en el pasado siglo y que aún continúa vigente, se resume aquí, bre- vemente, el largo camino recorrido —en tos dos últimos siglos— hasta la asunción por el Estado de la responsabilidad en materia de protección de menores en situación de desamparo. Introducción La llamada “desinstitucionali- zación” del menor —trabalenguas fre- cuentemente practicado por docentes y alumnos de las Escuelas de Trabajo Social— está ya asentado, casi defini- tivamente, como uno de los principios de la política social. Los autores de THE ARANDONED MINOR IN xtxth CENTURY NovELs: THE PREHI5TORY OF THE utscussto~ ON MINOR INsTITuTIONAL- IZATION This articte tries lo tind out, through the titerary testimony ot the novel ol Ihe XtXth century. the reatity of the orphan anó neglected chitdren and Ihe social and state response to this probtem. The authors want to anatyse sone hypothetic modets el institutionalisation, that coutd answer lo the ditferent historio anó cultural paths of Ihe ditterent countries. And they want lo do it trhough the titerary works ol the most representative oontemporary novetisís: Balzac, Dickens, Galdós... telí us about Ihe orphan and neglected chitdren as something rnaking part of Ihe daity tandscape ot the social reatity in the xtxth century. The institutionatisation, or nol, ol these cólidren is a debat, etilí in force, since the tast century. This is, in short, Ihe long history ol the state intervention and protection abeul Ihe neglected chitdren. este artículo pretenden ofrecer una muestra de las raíces decimonónicas —cuando menos— de lo que, hoy en día, se entiende como novedoso, es decir, el debate “institucionalización versus desinstitucionalización’; debate que, hace década y media, al estar fuertemente condicionado por posicio- namientos políticos propios de aque- Licenciada en Fitologia Románica <UGM~ Directora de la Biblioteca de la E.U. de Trabaio social ucM. Licenciado en Derecho (LJCM>. Protesor Asociado de la FU. de Trabajo social ucM. Cuadernos de Trabajo Social pS lO (1997) Págs. 245 a 288 Ed. Universidad Complutense. Madrid 1997 245

El menor en situación de abandono en la novela del … · y que aún continúa vigente, se resume aquí, bre- ... claro ensayo “Vigilar y castigar”. El menor en situación de

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El menor en situación de abandono en lanovela del siglo XIX: la prehistoria deldebate sobre la institucionalización delmenor

M~ Dolores LLANAS DUQUE*Carlos PLÁ BARNIOL**

Resumen AbstractEste articulo pretende discernir, a través

del testimonio literario de la novela del Xix, larealidad del niño huértano o abandonado y la res-puesta social e institucional ante esta situación.El análisis de varios hipotéticos modelos de insti-tucionalización, que podrian responder a distintastrayectorias históricas y culturales, se ha queridorealizar siguiendo la obra de los novelistas másrepresentativos de la época, en sus respectivasliteraturas: Balzac, Dickens, Galdós,... nos ha-blan de tos niños huértanos o abandonados,como algo que forniera parte integrante del pai-saje cotidiano de la realidad social del siglo xtx.La institucionalización, o no, de estos niños, esun debate que ya se planteaba en el pasado sigloy que aún continúa vigente, se resume aquí, bre-vemente, el largo camino recorrido —en tos dosúltimos siglos— hasta la asunción por el Estadode la responsabilidad en materia de protección demenores en situación de desamparo.

Introducción

La llamada “desinstitucionali-zación” del menor —trabalenguas fre-cuentemente practicado por docentesy alumnos de las Escuelas de TrabajoSocial— está ya asentado, casi defini-tivamente, como uno de los principiosde la política social. Los autores de

THE ARANDONED MINOR IN xtxth CENTURYNovELs: THE PREHI5TORY OF THEutscussto~ ON MINOR INsTITuTIONAL-IZATION

This articte tries lo tind out, through thetiterary testimony ot the novel ol Ihe XtXthcentury. the reatity of the orphan anó neglectedchitdren and Ihe social and state response to thisprobtem. The authors want to anatyse sonehypothetic modets el institutionalisation, thatcoutd answer lo the ditferent historio anó culturalpaths of Ihe ditterent countries. And they want lodo it trhough the titerary works ol the mostrepresentative oontemporary novetisís: Balzac,Dickens, Galdós... telí us about Ihe orphan andneglected chitdren as something rnaking part ofIhe daity tandscape ot the social reatity in thextxth century. The institutionatisation, or nol, olthese cólidren is a debat, etilí in force, since thetast century. This is, in short, Ihe long history olthe state intervention and protection abeul Iheneglected chitdren.

este artículo pretenden ofrecer unamuestra de las raíces decimonónicas—cuando menos— de lo que, hoy endía, se entiende como novedoso, esdecir, el debate “institucionalizaciónversus desinstitucionalización’; debateque, hace década y media, al estarfuertemente condicionado por posicio-namientos políticos propios de aque-

Licenciada en Fitologia Románica <UGM~ Directora de la Biblioteca de la E.U. de Trabaio social ucM.Licenciado en Derecho (LJCM>. Protesor Asociado de la FU. de Trabajo social ucM.

Cuadernos de Trabajo Social pS lO (1997) Págs. 245 a 288Ed. Universidad Complutense. Madrid 1997

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líos años, no alcanzó, en nuestro país,la misma profundidad que en otros denuestro entorno.

Ante la circunstancia, siempre la-mentable, del menor abandonado,muchos profesionales recordarán losdilemas doctrinales de finales de lossetenta; dilemas hoy superados, sibien, más por enfoques pragmáticos,que teóricos: ¿qué es mejor “familiasalternativas”, o centros de acogi-miento?, ¿en qué casos?; ¿quizás“hogares tutelados”?; ¿cómo se al-canza una mejor “socialización” delmenor?; ¿es, el menor, “objetivoidóneo del intervencionismo estatal?,o, ¿acaso es, más bien, su víctima?Cuestiones que se planteaban (iasípasa el tiempo..!) cuando estaban na-ciendo los, hoy día, estudiantes deTrabajo Social.

En este breve trabajo se trata, ensíntesis, de mostrar cómo, tanto elmodelo “institucionalista o publicista”,como el “desinstitucionalizador o pri-vatista” no son simples construccionesque obedecen a determinadas cir-cunstancias político-sociales actuales,sino que se trata de una trayectoriaantigua y que su enfrentamiento —enlos años de la embestida “thatche-nana” a la política social del Estado deBienestar de los setenta— es un epi-sodio más, aunque no el último, deuna confrontación secular.

Tal vez, una torma amena y no-vedosa de evocar este prolongado de-bate podría ser —a nuestro juicio ycon todas sus posibles limitaciones—la invocación de referentes literariosacerca de la acción tutelar sobre elmenor abandonado.

Por otra parte, los textos que seaportan podrían servir para contrastarlos planteamientos de una posiblenueva “escuela de la política social;escuela o corriente, hoy en su mo-mento de eclosión, que podríamosdenominar “neohistoricista” (algo“schmolleriana”>, representada, enItalia, por Maurizio Ferrera <1995>, dela Universidad de Pavía; y, en nuestropaís, por Luis Vila <1995> y ManuelAznar (1996>. Ellos propugnan, poruna parte, la formulación de modelosde política social regional, vinculadosa sociedades y “solidaridades’ con-cretas, a nociones de “pobreza” espe-cíficas, evitando apriorismos reduccio-nístas y homogeneizadores; así como-por otra parte- impulsan una reelabo-ración de la historia de la política so-cial, sobre premisas alejadas de la PO.litización y el dogmatismo progresistao “evolucionista”, de los años setenta<quizás justiticado durante la transi-ción política, ante la necesidad dedotar de un discurso impulsor y reno-vador a los servicios sociales), revalo-rizando científicamente anteriores ex-periencias, politicamente estigmati-zadas en las dos últimas décadas.

Cuestión previa 1: El valortestimonial de la obraliteraria como fuente parala historia social

Si bien es cierto que toda crea-ción literaria puede ser intemporal—¿quién puede ponerle freno a laimaginación del creador?—, tambiénlo es que el autor no puede sustraerse

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al influjo de la moda al uso, o a las co-rrientes de la época. Y si excep-tuamos autobiografías, crónicas, me-monas, que constituirían fuentes do-cumentales primarias, el género testi-monial por excelencia seria la novela,más aún, la correspondiente a laépoca que nos atañe.

Al igual que el arqueólogo buscarespuestas en el mudo testimonio delas piedras, la novela sería el gran gé-nero donde husmear en busca de ves-tigios, de rastros de época. Y, espe-cialmente, si se trata de la narrativa dela segunda mitad del XIX, recorridapor una corriente de realismo, es decirde reflejo de la realidad, sin evasionesni intemporalidades; llena de cotidia-neidad, como si el autor se viera obli-gado, merced a una extraña tuerzagravitatoria, a moverse a ras delsuelo, incapaz de levantar el vuelo desu imaginación y eludir, con ello, elmedio que le rodea; describiendo, de-tallando incluso; deteniéndose en losaspectos más sórdidos, sucios y mise-rabIes de la condición humana quecondicionan indefectiblemente, de ma-nera casi mecánica, la vida individual<naturalismo).

El positivismo de la segundamitad del XIX, su optimismo histórico<la idea de “progreso” impregna todoel pensamiento de la época) que pa-rece opinar que, no precisamente,cualquier tiempo pasado fue mejor,sino que la historia avanza en progre-sión hacia la perfección de la huma-nidad, es, quizás, lo que hace surgir eldeseo de una reforma social, en laidea de mejorar las condiciones devida de los más desfavorecidos.

Aunque no parece estar claro si la re-forma pretende hacerse, únicamente yen todos los casos, en favor de los po-bres y de las clases trabajadoras, o,más bien, con objeto de evitar el le-vantamiento de las grandes masasproletarias que, por primera vez, hantomado también conciencia de la in-justicia de su situación y empiezan amovilizarse, encontrando su fuerza enla unión y en el número. Lo que real-mente debería importar es que, porfin, parece tomar forma la idea de in-justicia, con respecto a la desigualdadsocial; desigualdad que, en siglos an-tenores, se habia contemplado, no yasolo, como algo inevitable, sino, in-cluso necesario y deseable para man-tener el orden social. Es debido a esaidea de reformismo, a esa confianzaen el progreso del hombre, que elorden social injusto no trata de ocul-tarse, ni de enmascararse, ni siquierade eludirse mediante la idealización;ya no se exalta el ideal de la vidacampesina como algo idílico, ni la con-dición rústica como el estado natural ydeseable del hombre; tampoco el idealestoico de saber acomodarse en ellugar que a cada uno le ha correspon-dido en suerte, sin rebelarse, a fin deno alterar el orden y la armonía uni-versalmenfe establecidos.

Ahora —esto es, en el momentohistórico al que nos estamos refi-riendo, al mediar el siglo XIX— elhombre confía en la humanidad y estáseguro de poder transformar la so-ciedad; ya no trata de ocultar sus de-ficiencias, ni de eludir sus injusticias.Por eso, la narrativa de la época tieneun enorme valor testimonial, como re-

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flejo de una realidad social, con todassus lacras (duras condiciones de vidade las clases obreras, miseria física ymoral, incultura, pobreza, doble moralde las clases privilegiadas), no vaci-lando en cargar, incluso, las tintas, va-liéndose de los recursos de esa hiper-bólica prosa decimonónica que, hoy,nos parece tan lacrimógena.

cuestión previa II: Elmarco referencial de laacción tutelar sobre elmenor abandonado

En orden a una mayor eficacia deuna relectura —como la propuesta—de la novela decimonónica “en térmi-nos de política social”, pasamos a for-mular y comentar una serie de enun-ciados sobre la realidad histórica de laépoca, premisas, por otra parte, siem-pre discutibles y relativas, mas—cree-mos— necesarías:

1. Entendemos por “menor’, alque, habiendo superado los primeroscinco o seis años de vida <reto com-plejo hasta fin del pasado siglo, dadala alta mortalidad infantil, especial-mente durante los dos primeros añosde existencia>, rio haya alcanzadoedad aún para mantenerse de su tra-bajo o protegerse, fisicamente, contralos abusos de los que pudiera ser vic-tima.

Hay que considerar además quesu temprano acceso al mercado detrabajo se produce, en la mayor partede los casos, entre los nueve y losdoce años y, en situaciones tales, quela entrada a trabajar, a través del

“aprendizaje”, con un artesano inde-pendiente o un pequeño empresario,implicaba pasar a la tutela del mismo.

II. El modelo tradicional de pro-tección del menor abandonado es, sinduda, la “familia de acogimiento, exis-tiendo referencias a la misma desdeañejos textos medievales <en España,Fuero Juzgo), pasando por la legisla-ción “intermedia”, hasta las convul-siones revolucionarias de finales delsiglo XVIII.

No obstante, desde el siglo XVI,el protestantismo, al vincular el so-porte financiero de las iglesias refor-madas a la aportación de los fieles, vaa dar lugar a la aparición de una ca-ridad privada, si bien comunitaria, quese proyectará en nuevas fórmulas deacogimiento, tales como centros deámbito parroquial, gestionados de ma-nera privada en base a una contratamás o menos fiscalizada por el órganorepresentativo de la parroquia.

Tales iniciativas privadas se venreforzadas por la acción de los po-deres públicos a partir de los años 20del pasado siglo, no tanto basándoseen planteamientos de carácter huma-nitario, como en una preocupación porel “orden público” caracteristica detoda fase contrarrevolucionaria. En tallínea instrumentalmente tutelar coin-cide el utilitarismo, para el cual el“vago —y tal es quien no desempeñauna función económica de produccióno consumo—, el niño abandonadopasa a ser “sospechoso” si no estáocupado. Así, la Ley de Pobres in-glesa, de 1834 hace desaparecer alos mendigos de las calles, “convir-tiendo —como señala algún autor— el

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socorro individual en socorro colec-tivo”. Se trata de un proceso de “pato-logización” de segmentos sociales(mendigos, locos, prostitutas, delin-cuentes hasta la fecha “integrados”)ajenos, o no asimilables al nuevoorden, que ha sido magistralmenteanalizado por FOUCAULT en su pre-claro ensayo “Vigilar y castigar”.

Los menores abandonados, huér-fanos e hijos de padres menesterosossolicitantes de la ayuda parroquial, pa-saban a ser tutelados en los hogaresparroquiales, aunque bien pronto —encuanto era posible— se sacudia deencima la carga la comunidad parro-quial. En cuanto los niños alcanzabanla edad de seis o siete años, eran en-tregados, en calidad de “aprendices”,a las manufacturas de algodón (HAM-MOND), o a los deshollinadores, quelos empleaban para trepar por las chi-meneas <climbing boys), demasiadoestrechas para permitir el paso de unadulto. La situación de los menores,dependientes en todo de los patronos,pasaba a ser de auténtica esclavitud,pues, ni aún los padres —de los quelos tenían— podían denunciar losabusos, so pena de perder el bene-ficio de la ayuda parroquial. Y no pu-dieron las leyes protectoras inglesas(la primera ley es de 1 802 “Ley a lamejor conservación de la salud... delos aprendices..”> conseguir un eficazsistema de control —inspección— queacabara con el lamentable abuso delos patronos sobre los menores, sinohasta época muy tardía.

Por otra parte, en los paises ins-critos en el ámbito de la Contrarre-forma, la Iglesia, en estrecha vincula-

ción con el poder politico, mantieneuna importante actividad asistencialque se ve bruscamente truncada araíz de las leyes desamortizadoras deépoca liberal. A partir de la misma, laacción tutelar sobre la infancia se li-mita a los recién nacidos abando-nados o “expuestos” (los “expósitos’),no existiendo una disposición especi-fica hacia los menores abandonadoshasta época muy posterior, y —encualquier caso— desde un enfoquebásicamente de responsabilidad pú-blica.

III. En lo referente, de manera es-pecífica, a España, ha de reseñarse laReal Cédula de diciembre de 1796que aprueba el primer Reglamentopara el establecimiento de casas deexpósitos, si bien encareciendo quelos niños permanezcan en los estable-cimientos el menor tiempo posible yque fueran enviados para ser criadosen casas de labradores mediante ladebida remuneración.

Asimismo, una situación fre-cuente era la de semi-acogimiento,esto es, apoyo a la difícil guarda ysostenimiento del menor por uno delos progenitores —normalmente lamadre, precisada de trabajar “de sol asol” fuera de una vivienda general-mente insalubre— a través del inter-nado del menor en un centro que,además de manutención, ofreciera ca-pacitación laboral, todo ello sin perderla relación familiar, restaurada en fre-cuentes visitas o durante los fines desemana.

La primera Ley General de Bene-ficencia <1822) prevé ya todo un sis-tema de establecimientos para la insti-

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tucionalización del menor abando-nado, desde la creación de Casas deMaternidad <para niños entre cero yseis años) hasta las llamadas Casasde Socorro, para niños mayores deseis años, donde éstos debían recibireducación y aprender algún oficio.

Según lo establecido por la citadaLey, debían existir, en Madrid, una omás casas de socorro para huérfanosdesamparados y niños mayores deseis años, procedentes de las casasde maternidad. Esta Ley, hace hin-capié, una y otra vez, en la pre-ferencia por la atención domiciliaria delos niños <sólo sería conducido a lacasa de socorro el que por ningúnmedio pueda ser socorrido en la suyapropia); el acogimiento <se preferiria,en las casas de maternidad, el métodode dar a criar los niños a nodrizas defuera de la casa) y el prohijamiento<los niños expósitos que no fueren re-clamados por sus padres, o los huér-fanos de padre y madre podrán serproh4ados por personas honradas quetengan posibilidad de mantenerlos,todo a discreción de las Juntas Muni-cipales de Beneficencia>.

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cionado texto legal, la respuesta de loque hoy llamaríamos “la sociedadcivil”, estableciendo que las juntas mu-nicipales se valieran “de las aso-ciaciones de uno y otro sexo que tu-vieran por objeto el cuidado de losniños expósitos.., procurando atraer aobjetos de caridad las demás herman-dades que hubiese en su distrito condistintos fines

El acogimiento remunerado per-durará, como forma tradicional de tu-

tela “derivada” hasta bien entrado elsiglo XX. La adscripción a una nuevaunidad familiar no se instrumentaliza através de una vinculación legal entreel menor y su nueva familia, sino queuna entidad pública o religiosa (elayuntamiento o la parroquia> remu-nera a un matrimonio o a una viuda, alobjeto de que se haga cargo de lacrianza del menor. Esta peculiar “insti-tución” perviviría hasta nuestro sigloen algunas regiones. De hecho, Gre-gorio Marañón, en uno de los artículosen los que reseñó el viaje realizadocon el rey D. Alfonso XIII, en 1922, ala región de Las Hurdes, da testimoniode su vigencia, denominándola“crianza mercenaria”. Resulta signifi-cativo el siguiente párrafo.

“Estos niños proceden de las in-clusas de Salamanca y Ciudad Ro-drigo, y su crianza mercenaria por lasjurdanas hambrientas, esqueléticascon pechos rudimentarios y ex-haustos, constituye un baldón infamepara nuestra Beneficencia, un modohipócrita de matar a la casi totalidadde los expósitos, encubriendo elcrimen bajo una máscara de caridadque lo hace más repugnante. Las in-clusas citadas entregan a los pilos [ex-pósitos] a las pobres nodrizas me-diante el estipendio de cuarenta realesal mes, del que descuenta todavía al-gunos el agente, cuando son pa-gadas..., lo cual no siempre sucede.Ninguna formalidad, ni reconocimientotécnico serio garantiza la eficacia de lanodriza., que se lleva al niño sin másvigilancia ni responsabilidad. Un certi-ficado mensual del párroco más pró-ximo atestigua después si el niño vive

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El menor en situación de abandono en la novela del siglo XIX..

o no, para seguir percibiendo elsueldo... algunos “pilos’ sobreviven, ypermanecen generalmente entre susvecinos adoptivos, tratados con igualconsideración que sus hijos legítimos”.

En cualquier manera, como nosrecuerda PEDRO TRINIDAD, en re-ciente obra colectiva, “Hasta el sigloXIX, es difícil seguir los pasos del niñoy joven que no vive dentro de unmarco social estable porque no consti-tuye un problema de orden, debido aque su número y el escándalo socialque provoca es muy limitado, o casiinexistente y, por lo tanto, no deja mu-chos testimonios que permitan evaluarsu alcance”

Volviendo a la citada Ley de1822, Mesonero Romanos, en su “Ma-nual Histórico Topográfico de Madrid’1de 1844, menciona, en efecto, la exis-tencia de una “casa de niños expó-sitos” (Inclusa) —en la calle de Emba-jadores-—, en la que se recogíantodos los niños expuestos en los“tornos” o “depósitos públicos”, de loscuales existían cuatro: uno en el Hos-pital General, otro en el “Relugio”<Hermandad de Nuestra Señora delRefugio>, otro en la calle de Amaniel yotro en la de Paredes. En esta instrtu-ción, los niños eran confiados a no-drizas que podían, o no, residir en elmismo edificio.

A partir de los siete años, losniños (varones) pasaban a la llamada“segunda Casa de Socorro” (Desam-parados), dedicada a su educacióndonde se les instruía en doctrina cris-tiana, principios cívicos y “subordina-ción”, leer, escribir, contar y gramáticacastellana. Después, se dice que se

procuraba su colocación en algún arteu oficio donde pudieran ganarse elsustent, sin que se mencione a quéedad abandonaban el establecimiento.

Las niñas, por su parte, una vezabandonada la Inclusa, pasaban alColegio de Nuestra Señora de la Paz,también en la calle de Embajadores,donde —dice Mesonero— fabricabanguantes de piel, sombreros de paja,bolsos y toda clase de labores deaguja. No dice que se les diera nin-guna educación de tipo intelectual.

Menciona, asimismo, una cárcelcorreccional de jóvenes (para me-nores de dieciséis años>, establecidapara que los menores delincuentes,además de cumplir la condena, pu-dieran aprender allí algún oficio y seles diera algún tipo de educaciónmoral e intelectual. Tenía un taller desillería y se les enseñaba a leer y es-cribir. Lo que producía el taller serviapara pagar la educación, la manuten-ción y el vestido de los reclusos.

Desde 1834 existia, además, enMadrid el asilo de San Bernardino, de-dicado a recoger mendigos de todaslas edades que vagabundeaban por laciudad.

Una experiencia institucional pa-radigmática es el Hospicio de SanFernando, en Madrid, del que te-nemos curiosas noticias proporcio-nadas en la biografía <o más bien, ha-giografía “naif”> de Pablo Iglesias, de-bida al socialista de primera hora JuanJosé Morato (1864-Rusia, 1938). Mo-rato se refiere, sobre todo, al régimeninterno del establecimiento, aludiendoal tipo de comidas, a las costumbres yal trato recibido por los asilados.

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En el Hospicio de San Fernando(calle de Fuencarral) no parece que elrégimen de alimentación, compuestofundamentalmente, por legumbres,patatas, arroz y algo de carne y tocino—potaje de bacalao en cuaresma ySemana Santa— difiriera gran cosadel que era usual, entonces, entre lasclases media y baja.

Una vez al año, el 31 de diciem-bre, la Hermandad del Santo Niño delRemedio acudía en procesión, desdela parroquia de San Luis, a llevar co-mida a los asilados, y el día del santopatrón <San Fernando), además decomida extraordinaria, se celebrabauna fiesta y se abrían las puertas alpúblico para poder ver la exposiciónde los trabajos de los niños.

Aquéllos que tenían familia Po-dían salir los domingos y también seles permitía pasar con ella la Navidad.

En general, la actitud de los cela-dores hacia los menores acogidosdebía ser más bien fría e indiferente,aunque los malos tratos físicos y depalabra eran algo corriente en laépoca y, aún sobre esto, nos dice Mo-rato, en su biografía sobre Pablo Igle-sias:

“Consideró el regente que erapoco reprenderle con la dureza decostumbre, así que amenazó al pe-queño con la Guardia Civil, le injurió yle golpeó.”

Sin embargo, quizás no debieraachacarse el mal trato a especialcrueldad, por parte del personal delasilo, sino al concepto pedagógico dela época de que los niños debían ser“corregidos” con dureza, como el árboljoven que aún puede enderezarse.

Las Hermanas de la Caridad eranlas encargadas de la cocina, de la en-fermería y del lavado y mantenimientode la ropa.

Otra costumbre, referente a losasilos, que mencionan, tanto Moratocomo Galdós, es la de que los niñosacogidos en la institución debían serobligada comparsa en las procesionesy los entierros. Para tales ocasionesse seleccionaba a los mejor pare-cidos, se les adornaba con lazosblancos en las mangas de sus trajes yesto les suponia algún tipo de remu-neración o premio <una peseta, diceMorato, que le daban las Hermanas aPablo Iglesias por salir en la proce-sión).

En el Hospicio de San Fernando,que originariamente recogía a todotipo de mendigos, se pasó a recogerúnicamente a los niños procedentesde la Inclusa, a los huérfanos depadre hasta los trece años y a los po-bres de solemnidad.

En 1847 se creó la Dirección Ge-neral de Beneficencia, Corrección ySanidad, que impulsó iniciativas entales ámbitos, siendo la misma ‘res-ponsable de administrar todas las ms-fui rinnna nnnnrnnrin~ rin nnhnrnnr tnÑ

variados sectores de la población quebien por enfermedad, incapacidad fi-sica o laboral no podían cubrir sus ne-cesidades”. El 20 de junio de 1849 sepromulgó la Ley General de Benefi-cencia según la cual las inclusas eranestablecimientos de ámbito provincial,situadas en la capital de la provincia ya las cuales se vincula una llamada“Junta de Señoras”, responsable devigilar las casas de expósitos y de ma-ternidad.

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El menor en situación de abandono en la novela del siglo XIX...

Culmina el proceso descrito decreciente asunción de responsabilidadpública, la Ley Moyano, de 1857, queobligaba a los niños de las clases po-pulares (que no podían recibir instruc-ción en sus casas o en escuelas parti-culares) a acudir a las escuelas pú-blicas, bajo penas de apercibimiento ymulta a sus padres o tutores.

En 1877 se atribuye a la Junta deReforma penitenciaria, junto a suscompetencias naturales, la de cuidarde los menores abandonados. En1899 se crea una Sección de patro-nato, dentro de la Junta Superior dePrisiones, con el mismo fin.

Desde mediados de siglo, y,sobre todo, desde el decenio de 1870,proliferan instituciones vinculadas aórdenes religiosas, en algunos casosprocedentes de Francia e Italia. expul-sadas por la política anticlerical deaquellos momentos. Junto a ellas,destacan los atisbos de lo que, con eltiempo concluiria constituyendo el en-tramado del “catolicismo social” <apartir de la Encíclica “Rerum novarum”de 1891>, pero que en la época a laque nos referimos se circunscribía a laactividad de congregaciones y de par-ticulares caritativos.

No es sino hasta comienzos delsiglo veinte, cuando finalmente, la Leyde 12 de Agosto de 1904, de Protec-ción a la Infancia, crea los organismoscompetentes —Consejo Superior yJuntas Provinciales y Municipales deProtección a la Infancia— dirigidos es-pecialmente a la protección de niñoshuérfanos y abandonados menores dediez años. Dichos organismos debíanatender a la salud física y moral del

niño, a la vigilancia de los que habíansido entregados a la lactancia merce-nana, o estuvieran en casa-cuna, es-cuela, taller, asilo, etc.

El menor abandonado enla novela realista del sigloXIX

La del “menor abandonado”constituye una temática más propia dela literatura romántica que de la rea-lista. Y ello, en la medida en que la di-solución de la sociedad estamental yla articulación en términos clasistasofrece, en un momento primigenio,una ilusión de nitidez propicia a un de-sarrollo argumental que el lector recor-dará: el niño abandonado (expósito)procedente de una clase privilegiadaque, tras una serie de peripecias, enlas cuales, pese a vivir en la margina-ción, es “diferente” <por sus senti-mientos, nobleza, etc) a los margi-nados y al fin y a la postre “retorna” asu clase originaria culminando así enun final feliz. De hecho, múltiples “cu-lebrones” hispanoamericanos, refe-ridos a sociedades con desarrolloselementales muestran idéntico argu-mento.

Por contra, la novela realista ex-pone un superior “determinismo” en loque al horizonte del menor se refiere.El menor abandonado “pertenece” alsegmento social en el que se educa,padece con él y lucha dentro de él, es-bozándose por lo común una movi-lidad social plena de barreras ytrampas.

Los fragmentos recogidos re-fieren diferentes supuestos, por más

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que configurar un modelo ciertamenteparadigmático.

a) Exponentes Internacionales:Balzac, Thackeray, Dickens yDisraelí

Los autores de los que procedenlos siguientes textos enuncian un mo-delo de escasa responsabilidad pú-blica sobre el menor abandonado, enel que un mecanismo tutelar frecuentees la asignación al cuidado de un -

particular que, mediante un esti-pendio, asume en forma de “contrata”el cuidado del menor, dándose el su-puesto —como en el texto deTHACKERAY— de que la tutela seanegociada por una madre algo frívola;o bien, —textos de BALZAC o DIC-KENS— que proceda de las autori-dades parroquiales ante una situaciónde desasistimiento pleno; cabe tam-bién, lamentablemente, la tutela deplano inexistente, como refleja el textode DISRAELI.

BALZAC, en “El médico dealdea” (1833> muestra el modelo de“contrata” de acogimiento anterior-mente aludido, de cuyas condicioneses bien característico el siguiente diá-logo:

Son h~os vuestros -preguntóel soldado a la vieja.

— Ferdonadlos, señor, son losniños del hospicio. Me dan tresfrancos y una libra de jabón por cadauno.

— Pero, buena mujer, tienen quecostaros eldoble

— Señor, eso es lo que nos diceel señor Benassis; pero si otros se

hacen cargo de ellos por el mismoprecio es menester pasar por ello. iNctiene niños todo el que quiere! Hacenfalta, además, la mar de requisitospara conseguirlos. Aunque les dié-ramos gratis nuestra leche, no noscuesta apenas. Por otra parte, señor,tres francos es una suma. Y repre-sentan quince francos llovidos delcielo sin contar las cinco libras dejabón. En nuestros cantones icuántohay que machacarse los riñones paraganar diez cuartos aldía!

Sin embargo, la crianza, por“contrata” de niños que contaban confamilia perfectamente integrada no erarara, sino incluso, de buen tono. Así,WILLIAM THACKERAY, en “La ho-guera de las vanidades” (1847) re-cuerda aquella señora que “siguiendola simpática moda de las madres fran-cesas, habíale colocado al cuidado deuna nodriza en una aldea de los alre-dedores de París, y el pequeñoRawdon pasó los primeros meses desu vida en un grupo numeroso de her-manos de leche que calzaban zuecos,y no fue desgraciado. El padre deRawdon iba muchas veces a caballo,a ver a su hijo, y el corazón paternalencendíase de satisfacción viéndolesonrosado y sucio, vociferando conenergía y muy feliz haciendo tortas debarro bajo la vigilancia de su nodriza,esposa del hortelano.

Rebeca no se preocupó muchode ir a visitar a su hijo y heredero. Enuno de esos viajes estropeó una pe-lliza nueva de color de tórtola. El pe-queño prefería las caricias de su no-driza a las de su mamá, y cuando seseparó definitivamente de la alegre

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El menor en situación de abandono en la novela del siglo XIX...

nodriza y casi madre lloró a voz encuello durante varias horas, y sólo secalmé al prometerle su madre que lellevarían al día siguiente a verla.. Adecir verdad, también a la nodriza,que probablemente se habría dolidomucho de la separación, le dileron queel niño le sería devuelto inmedia-tamente, y ella esperé durante algúntiempo su regreso con ansiedad”.

DICKENS, en “Oliver Twist”<1838) refiere la situación del pequeñoOliver, abandonado en una inclusa, lacual, tras unos meses de lactancia, dacuenta a la autoridades parroquialesde la situación de total desamparo delrecién nacido. Estas contestan inqui-riendo si existe en plantilla “algunamujer que estuviese en condicionesde otorgar <al niño) el consuelo y ali-mento que necesitaba”. Al recibir res-puesta negativa, la parroquia acuerdapensionar” al infante remitiéndole a

una “sucursal” del hospicio, en “dondeotros veinte o treinta transgresores delas leyes contra la mendicidad [aludeDickens a la Ley de pobres de 1834]se revolcaban por los suelos durantetodo el día, sin el engorro de un ali-mento ni de una ropa excesivos, bajola maternal custodia de una señora deedad, que recibía a los delincuentesen consideración a siete peniques ymedio por cabeza y semana’1 Con talcantidad —reflexiona Dickens— “hayde sobra para alimentar a un niño.., losuficiente para atiborrarle el estómagohasta que se sienta molesto. Mas lamadura señora era una mujer dotadade gran sabiduría y experiencia; sabíamuy bien lo que convenía a los niñosy tenía una idea muy precisa de lo que

a ella [el subrayado es nuestro] leconvenía. Por eso se apropiaba de lamayor parte del estipendio para suuso persona¿ y relegaba a la crecientegeneración parroquial a una raciónmás escasa todavía de la que en prin-cipio se le asignara, con lo que ha-llaba en la ínfima profundidad unamayor holgura, demostrando con elloposeer muchas veces una grandísimafilosofía experimental’~ El cuidado erabien escaso, hasta el punto —ironiza,con cierta crueldad el autor— que aveces se producían indagacionescuando algún niño resultaba escal-dado con quemaduras mortales al la-varíe, “si bien era extraño que ocu-rriera este último accidente, pues querara vez se efectuaba en el estableci-miento algo parecido a un lavado”.

La fiscalización de las irregulari-dades o el control de la calidad de esaespecie de “contrata” era muy pocoeficiente por parte de la Junta admi-nistrativa —él órgano parroquial com-petente— pues previamente a cada vi-sita se enviaba un celador [el Sr.Bumble] para avisar de la misma.Además, pese a las buenas inten-ciones de los componentes de laJunta, los mismos, que tenían unacondición casi funcionarial, carecíande todo interés en alterar el orden decosas descrito. Incluso en el propiohospicio, el régimen no era muchomás saludable, estando compuesto elmenu’ “de tres comidas al día de unasgachas claras, mas una cebolla dosveces por semana, y medio panecillolos domingos’1 No era de extrañar queno fuera preciso “lavar los cuencos, yaque los niños los pulían con sus cu-

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charas hasta sacarles brillo y despuésse entretuvieran en chuparse losdedos con la mayor fruición, a fin derecoger las salpicaduras de gachasque pudieran haber quedado en ellos YLos recelos de la Junta a que el tratodispensado “desmotive” a los asiladoslleva a ésta a vincular su actividadasistencial al ingreso en el hospicio,con sometimiento a su régimen, lo queexcluye, de por si, a muchos “aspi-rantes al socorro”. El convertirse enportavoz de sus hambrientos compa-ñeros hará que un miembro de laJunta exclame “iese muchacho aca-bará en la horca!” y se ordene —acontinuación— su aislamiento en unacelda de castigo.

No fue cosa de extrañar que Oli-verio llegara a los nueve años “pálidoy delgado, algo cofto de estatura y decircunferencia decididamente escasa YDurante esos años se ofrecía una re-compensa a quien diera cuenta delparadero de los padres del chico, aefecto de hacerle responsable delgasto y entregarle al menor, lo que eraciertamente complicado.

A los nueve años se estimabaque Oliverio tenía “demasiada edad”por parte del celador, el cual lo llevó apresencia de la Junta para que éstadecidiera sobre su futuro. El presi-dente de la misma le inquirió sobre “sicomo buen cristiano <rogaba) por lagente que te alimenta y te cuida” y leanunció que iba “a aprender un oficio”:cardar estopa. Mientras tanto conti-nuaría interno en el Hospicio. Al nocuajar tal proyecto, y tras estar apunto de ser entregado como aprendiza un deshollinador [el señor Gamfield

sobre el que pesaba la ligera imputa-ción de haber matado ya a golpes atres o cuatro niños], al que se ofreciauna prima” de 3 libras por librar a lajunta de la responsabilidad de Oli-verio, que acaba de mozo de un fabri-cante de ataúdes <el señor Sower-berry).

La novela dickensiana no estásino denunciando lo que por algúnautor fue conceptuado como “infanti-cidio legal”, que no era, sino la tole-rancia de una mortandad monstruosadentro de determinados ámbitos so-ciales a los que, por más que no sepretendiera de modo directo, se regu-laba de facto en su crecimiento.

No tuvo, con todo, mala suerteOliver, pues si comparamos su trayec-toria con la de otro niño, personaje dela novela “Sybif’ <1845), BENJAMíNDISRAELI acaba por parecer envi-diable:

“No podemos decir que pros-perara, pero no murió. Así que, a losdos años de edad, al haber perdido devista a su madre, y al haber cesadola paga semanal, le mandaron a‘jugar” a la calle, a ver si le atrope-llaban. Incluso este recurso falló...Todos sus compañeros sucumbieron.Tres meses de “jugar” en las callesbastaron para acabar con esta tiernacompañía —descalzos, medio des-nudos y desgreñados— cuya edad os-cilaba entre los dos y los cinco años.Unos fueron atropellados, otros se~F&eron, otros cogieron frío y fiebres,se arrastraron hasta sus buhardillas osótanos, les recetaron “Cordial God-frey” y murieron en paz. El niño sinnombre no desapareció. Siempre es-

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quivaba los carros y caballos, y nuncase extra vió. No le daban nada decomer, se lo buscaba él mismo y com-partía con los perros la basura de lascalles, y sin embargo siguió viviendo,raquítico y pálido, desafió incluso a lafiebre morta¿ el único habitante de susótano que nunca lo abandonaba. Ydormitando por la noche en un lechode paja pulverizada, única protecciónfrente al piso encharcado de su cubil,con un montón de estiércol a su ca-beza y un pozo negro a sus pies, se-guía apegado al único techo que leresguardaba del temporal... (final-mente) se escapó del sótano, aban-donó el barrio de la peste, y trasmucho caminar se tumbó a la puertade una fábrica. La Fortuna le habíaguiado hasta allí Poco después deamanecer, le despertó el sonido de lacampana de la fábrica, y vio congre-gada a una multitud de hombres, mu-jeres y niños. La puerta se abrió, en-traron. Elniño les acompañó. Pasaronlista. Advirtieron su presencia no auto-rizada, le interrogaron.,’ les llamó laatención su viveza. Hacía falta un niñoen Wadding Hole, un lugar para la ma-nufactura de algodón de desecho ydefectuoso. -

b) Un exponente españoLGaldós

Hemos escogido textos deGaldós para ilustrar este articulo, talvez por ser el autor más prolífico y re-presentativo de nuestra narrativa delXIX ; y, con toda seguridad, por su es-tilo, o por —a decir de otros— su faltade estilo. Porque su obra parece in-capaz de liberarse del marco de lo

real; porque —como señala MariaZambrano— sus personajes parecenabocados a una especie de destinotrágico y —añado yo— es como si laimaginación del creador, que, en esosmomentos, es como un demiurgo, encuyas manos está el destino de suscriaturas ideales, fuera incapaz demodificar ese destino que la realidadles impone, incapaz de substraerse alinflujo de lo real, que le aprisiona a élmismo. No hay inverosimilitud en lasnovelas do Galdós; no hay evasiónposible. No consigue idealizar a unosolo de sus personajes (Fortunata esbellísima, pero es una ordinaria; escapaz de amar sin condiciones, peroes una estúpida sin remedio...>.

Galdós, al igual que otrosgrandes de la novela del pasado siglo(Clarín, Zola, Dickens) hacen de lasgrandes ciudades protagonistas y es-cenario de sus novelas, como los lu-gares donde se desarrolla la vida de lasociedad burguesa <¿es la ciudad unacreación burguesa, o son los bur-gueses producto de las ciudades?>.

El protagonismo de la ciudad—Madrid— es evidente en la novelagaldosiana, especialmente en la seriede las llamadas “contemporáneas”,pero aparece también, de modo apa-bullante, en Clarín (La Regenta), enZola <Le ventre de Paris) y en Dic-kens <Oliver Tw¡st).

Al lado del inmenso Londres vic-toriano y de la efervescencia de lavida parisina, el Madrid galdosiano senos aparece con todo el aspecto depoblachón manchego que se le haatribuido; es apenas algo más queuna ciudad provinciana.

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Pero es en esta ciudad dondevive y se afana la sociedad burguesa,la gran protagonista de la historiadesde las revoluciones de finales delXVIII; esa clase social ascendida porel poder del dinero a clase privilegiaday que busca la “legitimación”, la digni-ficación de ese poder y se codea conla aristocracia, empinándose para as-cender; comprando, buscando ha-cerse, a codazos, un sitio entre susfilas; pugnando por abrirse paso através de las fisuras, o de la permea-bilidad de esas capas sociales cuyaestructura se tambalea.

Para RINGROSE (aunque enpostura polémica con BAHAMONDE YTORO), la burguesía madrileña es,más bien, una mesocracia compuestade funcionarios y pequeños comer-ciantes, a más de un enjambre demiles de criados y sirvientes que deellos dependen, en una situación se-mimiserable. La industria se reduce aun centenar de talleres de metalis-tena, carpintería y artesanía tradi-cional (alpargateros, zapateros, tone-eros...). La construcción no despe-

gará hasta mediados los sesenta. Sinembargo, hay que reconocer que elestudio de RINGROSE, con respectoa la sociedad madrileña, se detiene amediados del pasado siglo y que, paracuando Galdós escribe sus últimasnovelas “contemporáneas” <la primerade ellas es de 1878 y “Misericordia” sepublicó en 1897), Madrid había cono-cido varias remodelaciones urbanís-ticas y barrios enteros habían sido le-vantados (Argúelles, Salamanca,Chamberí..) y grandes obras públicas—como el Canal de Isabel II— habian

necesitado de gran cantidad de manode obra.

Aunque, no se trata aquí de ana-lizar la postura de Galdós ante la rea-lidad social de la vida madrileña, entreotras cosas, porque, como ya se hadicho, no parece existir crítica, ni mo-ralina en sus novelas. El mismo autorparece estar atrapado irremisible-mente por esa fatalidad de la exis-tencia.

De lo que se trata es de analizar,a través de la obra galdosiana, la rea-lidad del niño abandonado o desam-parado y la respuesta institucional aeste problema.

Porque, tampoco los personajesinfantiles de Galdós parecen podersubstraerse a la inexorabilidad de sudestino; todas las tristes situacionesde la infancia, en la segunda mitad delXIX, están presentes en las novelasgaldosianas: orfandad, enlermedades,muertes prematuras, abandono, ex-plotación..

Huérfanos eran Isidora y Ma-riano, alias “Pecado” (La Deshe-redada); Marianela —la “Nela”—— (Ma-r/ene(a); Luisito Cadalso (Miau);Irene (El amigo Manso); “El Pituso’~o ¡a misma Fortunata (Fortunata yJacinta).

Del “garrotillo” se libra el perso-naje infantil de La familia de LeónRoch, pero no corren la misma suerteValentinito Torquemada, niño pro-digio y orgullo de su padre (Torque-mada en la hoguera>, que sucumbe auna meningitis; ni la pequeña Ción<Ángel Guerra); ni el ínquieto”Postu-ritas” <Miau), muerto de tifus a la edadde nueve años, ante la curiosidad

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morbosa de sus compañeros de clasey la mezcla de consternación, miedo yalivio de Luisito Cadalso, quien, pesea sus visiones sobrenaturales y susamigables conversaciones con elCreador, no puede evitar un vil pensa-miento revanchista ante la quieta y lí-vida figura del compañero muerto, queya nunca más se burlará de él<“iAnda, dimo ahora miau!’).

Ejemplos de abandono serían“Zarapicos y Gonzalete” (La Deshe-redada).

“Vivían de sus obras y de susmanos; su casa era la capital de Es-paña, ancha y ventilada; su lecho, elquicio de una puerta o cualquierrincón de casa de dormir; su vestido,una serie de agujeros pegados unos aotros por medio de jirones de tela; susombrero, elaire y el sol; sus zapatos,los adoquines y baldosas de las ca-lles.” (La Desheredada)

En cuanto al trabajo y explotacióninfantil, tenemos los ejemplos de “Pa-pitos’; críadita de Doña Lupe (Fortu-nata y Jacinta>; Marianela y FelipeCenteno, el “Celipe” de Marianela, Eldoctor Centeno y Tormento, queaparece sirviendo, sucesivamente, avarios amos.

“Allí al lado, en un cobertizo, vi-vimos muchos pobres. Nos cia decomer la mujer del guarda del al-macén. Cuando estuve en casa de latía Soplada.. - Me tomó de criado paraque le hiciera los recados.. No medaba salario, sino la comida.” (ElDoctor Centeno)

Y Mariano Aufete <La Deshere-dada>, a quien su tía, “La Sanguíjue-lera”, hubo de “poner a trabajar”, ante

la impotencia de conseguir que el mu-chacho asistiera a la escuela y que-riendo, con ello, evitar que anduvieraharaganeando entre los vagabundos yniños abandonados de las calles, queforman el lumpen de la clase infantil.

Es, sin embargo, en el siglo XIX,cuando empiezan a díctarse en Es-paña las primeras leyes protectorasdel menor, encaminadas a paliar laexplotación de los hijos de las clasesdesfavorecidas. Por primera vez, elconcepto de “infancia se percibecomo algo a lo que tiene derechocualquier niño, sea cual sea su origen;por primera vez se plantea que todostienen derecho a la educación.

Cabe la duda de pensar sí lasmedidas protectoras de la infancia, sila defensa del derecho a la educación,no empezaron siendo sino medidaspreventivas, para evitar que los niñosabandonados llegaran a convertirseen delincuentes y en un peligro para lasalud pública; o que masas de mucha-chos ignorantes, embrutecidos por eltrabajo y llenos de resentimiento, aca-baran convirtiéndose en hordas ame-nazantes, sumándose a la masa deproletarios que se unían en todo elmundo y que harían tambalearse elorden social.

El concepto de “higiene” es, tam-bién, algo novedoso en el XIX y laspropias sociedades de higiene temenel perjuicio que pueda ocasionar a laraza la multitud de niños raquiticos,mal alimentados, deformes y encani-jados, debido a las duras condicionesde trabajo y a las largas jornadas la-borales que se veían obligados a so-portar.

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¿Cual es la “respuesta institu-cional” a las situaciones de abandonoque encontramos en las ‘NovelasContemporáneas” de Galdós?

Pues bien, en cualquier caso,más que de institucionalización delmenor abandonado, abundan, enGaldós, los ejemplos de lo contrarío.

En el caso de la orfandad, sonfrecuentes, por no decir generali-zados, los casos de acogimiento, oprohijamiento de huérfanos en casasde familiares, más o menos cercanos,o de conocidos <como en el caso de laprotagonista de Marianela).

La orfandad era, por lo demás,una situación común en el siglo XIX ytema recurrente en toda la narrativade este siglo, tanto española, comoforánea. Las condiciones bío-sanita-rías de la época <mala alimentación,viviendas insalubres, falta de higiene—tanto privada como pública—, faltade asepsia en los cuidados médicos)tenían como consecuencia un elevadoindice de mortalidad y una esperanzade vida muy baja, especialmente entrelas clases trabajadoras.

Las alternativas, en el caso delos huérfanos, eran el acogimiento, oel prohijamiento, por parte de fami-liares y amigos, o su internamiento enlas casas de maternidad, el hospicio,o uno de los muchos asilos privadosque, según testimonio del propioGaldós, eran numerosisimos en elMadrid de la época.

“Encontróse a un anciano hara-piento, que solía pedir, con una niñaen brazos... Su única aspiración mun-dana era dejar colocaditas a las dosniñas en algún “arrecogimiento” de los

muchos que hay para párvulos deambos sexos. “(Fortunata y Jacinta).

Es Fortunata y Jacinta la noveladonde estos establecimientos sonmencionados mayor número deveces. Sin embargo, no parece que el“Hospicio” resultara una alternativamuy halagoeña para el internamientodel “Pituso” (supuesto hijo de Fortu-nata y Juan Santa Cruz).

‘7En el Hospicio! —exclamó Ja-cinta con la cara muy encendida—¡Para que le manden a los entierros.. -

y le den de comer bazofias..!” <Fortu-nata y Jacinta)

El Hospicio sale mejor parado enel caso de Saturno, hijo de Saturna,la criada de Don Lope, en Tristana.

“Mucho gustaban a Tristana talesescenas y ningún domingo, como hi-ciera buen tiempo, dejaba de com-partir con su sirvienta la grata ocupa-ción de obsequiar al hospicianillo, elcual se llamaba Saturno, como sumadre, y era rechoncho, patizambo,con unos mofletes encendidos y car-nosos que venían a ser como una cer-tificación viva del buen régimen delestablecimiento provincial.” (Tristana)

Son más frecuentes, sin em-bargo, los casos de no institucionaliza-ción de los huérfanos, es decir, de suacogimiento, o prohijamiento en casasde familiares, más o menos cercanos.Los hermanos Rutete —Isidora y Ma-riano—, de La Desheredada, fueronacogidos por sendos tíos maternos <elfalso “Canónigo”y “La Sangui~uelera’),y, a Irene, de El amigo Manso, lavemos al cuidado de doña Cándida.

“Esta inteligente y desgraciadaniña no era sobrina de doña Cándida,

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El menor en situación de abandono en la novela del siglo XIX...

sino de García Grande. Sus padreshabían estado en buena posición.Quedó huérfana en vida del esposode doña Cándida, el cual la trató comohija.” (El amigo Manso)

En los casos en que los menoresentraban a formar parte de una fa-milia, las condiciones podían variarsensiblemente de unas a otras; po-dían ser aceptados en la familia comoun hijo más, o podían serlo en calidadde parientes pobres, sin más derechoque la manutención y debiendo, acambio, prestar pequeños serviciosdomésticos; o bien su situación podríaasemejarse más a la de un criado quea la de un miembro de pleno derechode la familia.

¿En que casos se daría la legiti-mación de esta situación? Tal vez,sólo en los casos en que quisiera ga-rantizarse el derecho de sucesión.

Sin embargo, la falta de control,tanto social, como gubernativo, pro-ducía situaciones lamentables deabandono de hecho, pues las familiasacogedoras, a veces, no podíanofrecer las mínimas garantías de unascondiciones de vida favorables para eldesarrollo de los huérfanos. Como enlos mencionados casos del “Pituso’;en Fortunata y Jacinta (al cuidado deJosé Izquierdo, vago, alcoholizado einútil); o de la protagonista de Maria-neta, que, en casa de los Centeno,trabajadores de las minas asturianas,se hallaba en un estado de absolutadesidia: sucia, descalza y sumida enla mayor ignorancia, su lugar, en la fa-milia, no iba más allá del que ocuparíacualquier animal doméstico.

También el abandono de niñoses, en el XIX, un caso frecuente que

crece alarmantemente durante la se-gunda mitad de este siglo y empieza adecaer sólo a partir de la primera dé-cada del XX.

Como tema literario, ha sido tam-bién fuente de inspiración para los no-velistas, pues el misterio sobre elorigen del niño abandonado permitelucubrar acerca de cualidades, in-natas, o no, a determinada clase, asícomo el juego de transgresión de lasrígidas fronteras entre clases sociales.

Los abandonos se debían, sobretodo, a la miseria de madres solteras,prostitutas o demasiado jóvenes; o alocultamiento de hijos ilegítimos, porparte de las casadas y solteras declases acomodadas.

El recién nacido, abandonado enel torno de la Casa Cuna, o Casa deMaternidad, tenía pocas probabili-dades de sobrevivir, a juzgar por lasestadísticas <debido, sobre todo, a laescasa alimentación>; aquél que eraabandonado en edad temprana, caía,indefectiblemente, en manos de explo-tadores desaprensivos y era dedicadoa la mendicidad, convirtiéndose, final-mente en golfo callejero, robando, re-cogiendo colillas para venderlas en elRastro, o vendiendo panfletos —a me-nudo, pornográficos—. Las niñas,desde edad temprana, eran dedicadasa la prostitución.

Menores abandonados son, portanto, los ya conocidos “Zarapicos” y“Gonzalete’; personajes de La Deshe-redada, que dejaron sus hogares enbusca de mejor fortuna y llegaron aMadrid, atraídos por el imán de la granciudad. Allí viven “a salto de mata”, almargen de toda regla o convención;

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harapientos, libres como el viento,durmiendo en los descampados o encualquier portal. Nadie parece repararen su zarrapastrosa presencia —per-dida entre miles de zarrapastrosos—,hasta que estalla el drama y uno deellos muere en el transcurso de unapelea a navajazos. Es, entonces,cuando se pone en marcha todo el en-granaje institucional: la Beneficencia,la municipalidad, la Guardia Civil;todos acuden al lugar del suceso ycada cosa será puesta en su lugar.

La polémica en torno a los esta-blecimientos asistenciales parece que,ya en el pasado siglo, debía ser untema candente, tal como se deducedel siguiente diálogo, extraído de Ma-rianela, que es bastante elocuente alrespecto. Refíriéndose a la protago-nista de la novela, recogida en casade una familia miserable y que, por lotanto, se encontraba en una situaciónde abandono y desidia totales, hablanSofía y Teodoro:

¡‘lo sé para qué están losasilos de beneficencia —dijo, agria-mente Sofía— Lee la estadística, Teo-doro; léela y verás el número de des-dichados. -- Lee la estadística. -

— Yo no leo la estadística, que-rida hermana, ni me hace falta paranada tu estadística. Menudos son losasilos; pero, no, no bastan para re-solver el gran problema que ofrece laorfandad. El miserable huérfano, per-dido en las calles y en los campos, de-samparado de todo cariño personal yacogido sólo por las corporaciones,rara vez llena el vacío que forma ensu alma la carencia de familia... iON,vacío donde debían estar, y rara vez

lo están, la nobleza, la dignidad y laestimación de símismo.

El problema de la orfandad y dela miseria infantil no se resolveránunca en absoluto, como tampoco suscompañeros los demás problemas so-ciales; pero habrá un alivio a mal tangrande, cuando las costumbres, apo-yadas por las leyes-., por las leyes, yaveis que esto no es cosa dejuego, es-tablezcan que todo huérfano, cual-quiera que sea su origen.., no reírse..,tenga derecho a entrar, en calidad dehijo adoptivo, en la casa de un matri-monio acomodado que carezca deh«os. Ya se arreglarían las cosas demodo que no hubiera padres sin hijos,nihijos sin padres Y

¿Tutela institucional?, ¿acogi-miento remunerado?, ¿acogimiento noremunerado y no tutelado por el Es-tado?, ¿prohijamiento?, ¿adopción?

Según lo extraído de las novelasde Galdós y, sin entrar en figuras le-gales (lo cual excede de los limites deeste trabajo>, parece que lo más co-rriente era el acogimiento no remune-rado y, por lo tanto, no tutelado, lo quedaba lugar a situaciones penosas paralos menores, en muchos casos. Anteello, ¿qué dice la sociedad? “Institu-cionalización o adopción”, parece serla respuesta, según se deduce de lacita anterior. Sin embargo, la adopciónlegal debía darse en contadas oca-siones, pues, socialmente, debía re-pugnar el hecho de conceder legí-timos derechos a aquéllos cuyos orí-genes eran oscuros y dudosos.

Parece, por otra parte, que laoferta de plazas en establecimientospúblicos, para niños huérfanos o

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abandonados, no debía ser muy am-plia y sí debía ser más elevada (se-guimos con el testimonio de la novelagaldosiana) en lo que se refiere a es-tablecimientos privados, pertene-cientes a hermandades, asociacionesbenéficas, o religiosas.

Dice Galdós, en Fortunata y Ja-cinta:

“Hay en Madrid tres conventosdedicados a la corrección de mujeres.Dos de e/los están en la población an-tigua. uno en la ampliación del Norteque es la zona predilecta de losnuevos institutos religiosos y de lascomunidades expulsadas del centropor la incautación revolucionaria desus históricas casas. Los hay paramonjas reclusas y para las religiosasque viven en comunicación con elmundo y en batalla ruda con la miseriahumana, en estas órdenes modernasderivadas de San Vicente de Paúl,cuya mortificación consiste en recogerancianos, asistir enfermos o educarniños”

“La planicie de Chamber¿ desdelos Pozos de Santa Bárbara, hastamás allá de Cuatro Caminos es el sitiopreferido de las órdenes nuevas. Allíhemos visto levantarse elasilo de Gui-llermina Pacheco.., y allí también lacasa de las Micaelas”

En efecto, tras el desmantela-miento del viejo sistema asistencialestablecido por las órdenes religiosas(disueltas, las masculinas, salvo losEscolapios, dedicados a la ense-ñanza>, privadas de sus patrimoniospor la desamortización de bienes ecle-siásticos, la asistencia pública debió

resultar totalmente insuficiente y larespuesta de la sociedad civil no pudollegar a suplir el desaparecido sis-lema. Es, quizás, lo que hace decir aGaldós, en Misericordia que toda Es-paña parece un inmenso asilo, un her-videro de pobres, mendigos y desam-parados.

Con la llegada de nuevas ór-denes, procedentes de la Francia re-volucionaria (durante años, la fronterapirenaica conoció un incesante tra-siego de monjas y frailes, que iban deun país a otro, según soplaran losvientos de la política> y con el resurgi-miento de las antiguas órdenes, tras laRestauración, debió aumentar consi-derablemente la oferta asistencial.

Esto es, al menos, lo que pareceextraerse de las novelas de Galdós. Y,tal vez, sirva para corroborar tal alir-mación, en lo que a menores abando-nados se refiere, el hecho de que,hasta el siglo XVIII —según mencionaPEDRO TRINIDAD en su ya citadaobra—, todas las iniciativas asisten-ciales se deben a la beneficencia pri-varia, o a instituciones de la Iglesia.Las recomendaciones de los trata-distas, como Pérez de Herrera —sigloXVII—, solo se plasman en institu-ciones eclesíales, que serán las en-cargadas de gobernar la infancia y ju-ventud vagabunda.

El paradigma de institución dedi-cada, en un principio a la asistencia, y,más tarde, a la corrección de menoresmendigos y abandonados fue la lla-mada do los Toribios, de Sevilla. Fun-dada por el hermano Toribio, en 1723,perduraría hasta 1834. Que, en añosposteriores, ninguna otra institución

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vino a ocupar el hueco de la desapa-recida, parecen avalarlo las siguientesfrases de cierto tratadista del XIX,mencionado por TRINIDAD: “Era muycomún en la primera mitad de estesiglo, al ver un joven travieso, indócil,maligno, holgazán, el decir: ¡Ese de-biera estar en los Toríbios! Desde elaño 1834 al 50 todavía en igual casose decía: Oué lástima que no hayaToríbios! ¡Qué bien estaría en los Ion-bios!”.

El identificar vagabundos y men-digos con delincuentes ——o posiblesdelincuentes— y establecimientosasistenciales con preventivos, es algoque también se ha mencionado repeti-damente a lo largo de este trabajo.

A modo de breveconclusión

Tal vez los testimonios literariosaportados no resulten suficientementeconcluyentes para avalar la tesissobre dos diferentes modelos de trata-miento acerca del problema del menorabandonado; tal vez las diferentes tra-yectorias históricas, institucionales yculturales de cada pais incidan sólocoyunturalmente, pero no condi-cionen, a la larga, la evolución de laspolíticas sociales en una u otra direc-ción.

Lo que sí es cierto es que un co-nocimiento de la historia y de las insti-tuciones es imprescindible para com-prender actuales situaciones y evitalos falsos juicios apriorísticos; falsospor desconocimiento de alguna de suspremisas.

De hecho, las politicas socialesen las sociedades occidentales, detradición cristiana, han seguido —enlíneas muy generales— trayectoriassimilares, con avances y retrocesosdependiendo de la coyuntura política.Por una u otra razón, los Estados hantardado en asumir la tutela sobre losmenores en situación de abandono,delegando esta responsabilidad en or-ganízaciones filantrópicas o religiosas,Y si nos atenemos a la época de quehemos hablado en nuestro trabajo y alos testimonios de aquellos docu-mentos —tanto fuentes primariascomo secundarías— de los quehemos echado mano, debemos con-cluir que, si bien en Inglaterra, lasleyes de pobres —ya desde el sigloXVII— habían delegado la responsabi-lidad sobre los niños pobres, huér-fanos y abandonados a la asistenciaparroquial, a mediados del XIX, éstosaún continuaban siendo un problema.Por estas fechas, en Londres y otrasciudades industriales del país, pulu-laban enjambres de niños andrajosos,dedicados a la mendicidad y al vaga-bundeo, predelincuentes y víctimas deadultos sin escrúpulos —padres o “pa-tronos”—, tal y como refleja vívida-mente la novela dickensiana; este es-pectáculo denigrante y lastimosohabía dado origen, desde el sigloXVIII, a multitud de obras filantrópicas,de carácter privado <escuelas para po-bres, u obras como la del celebredoctor Barnardo of Stepney, “thefather of nobody’s children”). Y aún elEstado se preguntaba si debia inter-venir, o debía respetar la autoridad depadres evidentemente irresponsableso incapaces.

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El menor en situación de abandono en la novela del siglo XIX...

Por principio, al liberalismo inglésrepugnaba cualquier tipo de interven-cionismo y las leyes protectorasdaban lugar a prolongados —secu-lares— debates parlamentarios y aencendidas polémicas por parte de laopinión pública. No es hasta bienavanzado el siglo XIX, cuando los po-rieres públicos asumen que los dere-chos de los niños, por principio inalie-nabíes, deben ser garantizados y queesa garantía corresponde al Estado.

Paralelamente, en España,aunque no existe una legislación ge-neral sobre beneficencia pública (equi-valente a las leyes de pobres> hasta1832, tanto la normativa parcial comolas ordenanzas municipales, ten-rientes a la erradicación de la mendi-ciclad, solían tener un carácter preven-tivo y represivo. Los poderes públicosdelegaron también la responsabilidaden la caridad privada y, sobre todo,eclesial. Y no es sino hasta principiosdel siglo XX, cuando los menores sonobjeto de una ley específica —Ley deProtección a la Infancia, de 1908— yse crean los organismos públicoscompetentes.

La Iglesia católica fue, principal-mente, como ya se ha dicho, quienasumió la tarea de protección de estosniños desamparados, pero, con la su-presión de las Órdenes y ladesamorti-zación de sus bienes en el primertercio del XIX, el Estado se vio obli-gado a asumir la responsabilidad enmateria de beneficencia y, en con-creto, sobre los menores en situaciónde desamparo. Pese al despliegue le-gislativo (leyes de beneficencia, ley deobligatoriedad de la enseñanza pri-

maria, leyes protectoras contra la ex-plotación laboral> y pese a la multitudde obras caritativas y filantrópicas quesurgieron, todavía en 1916, ADSUAR,en su breve monografía —citada en albibliografía de este articulo— se la-menta acerca del deplorable espectá-culo de la explotación de niños men-digos, basureros, colilleros, prosti-tuidos... que pululaban por la vía pú-blica. Clama, tanto por que se cumplala legalidad vigente <mediante el opor-tuno control ciudadano y oficial) enmateria de obligatoriedad de la ense-ñanza, como por que las Juntas deProtección a la Infancia realicen efi-cazmente la labor para la que fueroncreadas.

En definitiva, debemos concluirque, pese a las diferentes trayectoriaspolíticas y culturales <liberalismo o in-tervencionismo), no es sino hasta me-diado el siglo XIX, cuando los go-biernos toman conciencia de la res-ponsabilidad de su actuación sobre elproblema de los menores aban-donados y desamparados. Es enton-ces cuando, empleando argumentos—unas veces utilitaristas; sentimen-tales, otras— se va abriendo paso laidea de que los derechos de estosniños y de todos aquellos cuya tutelaefectiva —incluso la de los propios pa-dres naturales— no sea ejercida deforma que pueda garantizarlos, de-berá ser asumida por el Estado. Es alEstado a quien incumbe, en último tér-mino, garantizar los derechos de susciudadanos incapaces de defenderlospor si mismos.

La institucionalización, o no, deestos niños —¿qué es mejor para

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M5 Dolores LLANAS DUQUE y Carlos PLÁ BARNIOL

ellos? ¿acogimiento familiar o su inter-namiento en establecimientos tute-lados?— es un debate que Galdós, enel último tercio del XIX, ponía en bocade dos de sus personajes y que, hoyen día, aún continúa vigente.

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M” Dolores ILLANASotiousCarlos PLÁ BARNIOL

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