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El Pensamiento Criminologico

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EL PENSAMIENTO

C R I M I N O L ~ G I C O

VOL

Un análisis crítico

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R ob erto Bergalli Ju a n Bustos Ram irez

Teresa Miralles

E L P E N SA M IE N T O

CRIMINOL~GICO

VOL

Un

análisis crítico

Obra dirigida por

R B E R G A L L I

y

J

BUSTOS

Editorial TEMIS Librería

og~ ta Colombia

1 9 8 3

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O Roberto krgalli Juan Bustos y Teresa Miralles

1983

Editorial Temis, S. A. 1983

Calle 13, núm. 6-53

Bogotá Colombia

ISBN 84-8272-283-2 La obra)

84-8272-284-0 V.

1

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  refacio

Hace algo más de un par de años y con motivo de las clases

que los autores daban en el Instituto de Criminología de la Uni-

versidad de Barcelona se gestó el proyecto de preparar este libro.

Con bastante ímpetu se discutió la idea que prontamente se con-

virtió en algo muy ambicioso: constituir con otros compañeros un

grupo más o menos estable en cuyo seno se fueran esbozando los

trabajos que expuestos

y

discutidos pasarían luego a formar las

diferentes partes

y

capítulos de un futuro libro. Con el paso del

tiempo esa pretensión resultó ser poco realizable por diversas cir-

cunstancias Más allá de las cuestiones personales que impedían la

realización de reuniones regulares con aquellos fines lo que genera-

ba aplazamiento de encuentros posposición de temas a discutir

y

una discontinuidad en el plan de trabajo trazado para el grupo

había una razón de fondo que paradójicamente al mismo tiempo

que acabó con dicho plan de actividades fue lo que en su origen

impulsó la gestación de este libro. ella es entonces oportuno

referirse ahora al par que se abunde en otros aspectos de este

Prefacio.

No es el caso de dar en este momento un repaso a la evolución

del pensamiento criminológico sobre todo en los últimos lustros.

Debe confiarse en que semejante tarea haya sido ampliamente cum-

plida en el contenido de este libro. No obstante conviene resaltar

algo sin duda obvio para los estudiosos de los pqoblemas sociales

pero que no será superfluo recordar a los que se acerquen por

primera vez a esos temas. En efecto el origen

y

desarrollo de

propuestas alternativas a lo que generalmente se ofrece como re-

flexiones tradicionales en las ciencias sociales está íntimamente

vinculado a la existencia de un clima cultural en el que se respire

y

se admita la heterogeneidad.

Pues bien sin lugar a dudas un clima así sólo ha comenzado a

respirarse en España en época reciente. Pero lo que es más

¿quién puede negar que lo que se ha entendido habitualmente en

España por pensamiento criminológico ha estado ligado precísa-

mente a la falta de respeto a la heterogeneidad? En efecto es

evidente que la disidencia política

y

social ha sido controlada me-

diante la aplicación más directa y abierta del sistema penal. En

consecuencia la única reflexión criminológica admitida durante las

décadas de aguda represión ha sido la afiliada a las teorías que sos-

tienen que el delito como comportamiento reprobable es propio

de personas que atacan el orden social y ponen en peligro la esta-

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bilidad de la sociedad; o bien la emergente de aquellas que, ligadas

al paradigma etiológico

O

de busca de las causas de semejante con-

ducta, dirigen todos sus análisis a resaltar las razones de patología

individual que pueden haber determinado al sujeto autor del hecho

penal. De esta forma de pensar es bastante sencillo extraer -tal

como puede comprobarse con la lectura de ciertas partes de1

presente t raba jo - la conclusión de que resulta fácil equiparar

di-

sentimiento con criminalidad o diversidad con anormalidad. Esta

facilidad ha convertido a esas equiparaciones en maniobras atrac-

tivas para el poder, motivo por el cual se entiende por qué fue-

ron impulsadas todas aquellas actividades que vigorizan el sistema

de orden y los aparatos de control.

Así es. En virtud de la homogeneidad de los estudios crimins

lógicos y la orientación seguida por ellos en España, la docencia

en este terreno ha estado siempre relacionada con la formación

de aquellos funcionarios que integran las llamadas fuerzas del

orden; dicho más técnicamente, los planes de enseñanza de los

centros o institutos de criminología españoles, admitidos antaño

por el régimen -que por cierto han sido de nivel universitario-,

han debido orientar sus preferencias por aquellas asignaturas y

por el contenido de las mismas que reflejan una clara voluntad de

seguir comprendiendo la criminalidad y su sistema de control

como unas cuestiones que deben ser entendidas, por quienes ha-

cen funcionar este sistema los que hoy se denominan «operado

res del sistema penal»), como de estricto orden público, o como

se llama en España, de seguridad ciudadana. Esta particular si-

tuación de la disciplina, sin embargo, no ha sido exclusiva de

aquellos centros o institutos de criminología. En efecto, en razón

de la acentuada opinión de que la criminología ha de aceptar como

base de sus investigaciones el punto de partida de que el concep-

to del delito es un concepto jurídico y que por lo tanto es el de-

recho penal objetivo el que delimita su campo de actuación, se

insiste que la criminología no se ocupa de las normas jurídicas,

sino de los hechos que subyacen a esas normas c f . Rodríguez

Devesa,

De rech o pena2 -Par te gen eral ,

p.

75,

Madrid,

1979 .

Y esto ha determinado dos rasgos característicos en el estudio

de la criminología de nivel universitario: a

que pese a ese predo-

minio de lo jurídico, la enseñanza y más aún la investigación

criminológica, han sido absolutamente excluidas de los planes de

estudio de las Facultades de Derecho españolas, y b) que la fun-

ción empíricamente subalterna que ha cumplido esa criminología

respecto del derecho penal, en cuanto sólo se ha nutrido del ma-

terial de estudio proveniente de la propia actividad de aquél, ha

dejado sin cuestionar su carácter ideológico y ha aceptado acríti-

camente que el sistema de ese derecho sirva para la protección

de unos intereses sociales en detrimento de otros. Todo lo que

se acaba de decir no disminuye los esfuerzos de voluntades con-

cretas, puestas de manifiesto en las últimas décadas, empeñadas

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en introducir una enseñanza de la criminología en el ámbito uni-

versitario; voluntades éstas que lamentablemente chocaron contra

la barrera que el poder político impuso durante cuarenta años en

España.

La creencia en una criminología como la señalada hace que

los conocimientos -es decir, lo que tradicionalmente los juristas

han entendido como contenido de la disciplina- no sean brindados

a los estudiantes del derecho como un cuerpo propio, sino, en el

mejor de los casos, reducidos a un punto del programa de ense-

ñanza del derecho penal.

Y

a esto es a lo que ha estado circuns-

cripta la enseñanza de la criminología en España.

Expuestas así las cosas es posible suponer, en definitiva, la

razón de fondo que impidió la continuación de un auténtico tra-

bajo de discusión y construcción de conclusiones por quienes se

propusieron escribir este libro. Esto ha sido así, pues quienes

colaboran en esta obra -todos profesores de la Facultad de De-

recho de la Universidad de Barcelona- no han contado con el

impulso que hubiera significado una actividad didáctica ins titucio

nalizada, de investigación o de seminario, que les hubiera permi-

tido la continuidad en la reflexión o la profundización de sus pun-

tos de vista. Tampoco ha sido posible contar con el apoyo de una

infraestructura académica dentro de la cual la docencia y la in-

vestigación criminológica tuvieran una franca acogida, ni como

previsión específica para la disciplina, ni acoplada al estudio

de la realidad social de las normas, es decir, como pprtenecien-

te al campo de una sociología jurídica. Esta, pese a los progre-

sos que la consciencia democrática ha hecho en España para

acercar el derecho a la sociedad, está aún extrañamente ausente

de la formación de los futuros juristas v.

E.

Díaz,

Sociología

y

filosofía del De rech o

esp. Tercera parte, Taurus, Madrid, 1980

2a. ed. .

Todo lo dicho no pretende ser una jiistificación por las falen-

cias, lagunas o incoherencias que pueda presentar el contenido

de este libro.

Por el contrario, la precedente aclaración ha de

tenerse únicamente en cuenta a efectos de un mejor reproche por

la falta de imaginación o de empeño de los autores en buscar

una mayor profundidad a los razonamientos que la comunidad de

trabajo debería haber creado.

De cualquier manera que haya sido, la inexistencia en España

de un tipo de trabajo como el que aquí se presenta siguió alen-

tando la voluntad -inicial de quienes colaboran en este libro y

hoy, después de muchos inconvenientes, con la inestimable ayuda

de Ediciones Península y del director de esta colección, Salvador

Giner, puede presentarse el resultado de un esfuerzo.

Llegados a este punto es necesario también resaltar que, por

lo menos ea Barcelona. la dirección del Instituto de Criminolo-

gía se ha demostrado sensible de cara a la existencia de «otra

forman de acercarse a la cuestión criminal y hoy, algunas discipli-

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nas que allí se dictan ofrecen - e n 10 que se denomina «Curso

SU-

perior- la posibilidad de presentar a 10s estudiantes las perspec-

tivas alternativas que el pensamiento criminológico en estos últi-

mos años ha desarrollado. En este sentido es oportuno resaltar

asimismo que el resultado de esa experiencia es francamente posi-

tivo. Habida cuenta que el aludido «Curso superior» está abierto

tanto a los licenciados universitarios como a quienes hayan supe-

rado el nivel básico la asistencia a aquél está constituida por per-

sonas de formación teórica y por auténticos prácticos del control

penal de modo tal que la discusión de las corrientes críticas pue-

de ser sostenida desde esas dos ópticas contrapuestas pero nun-

ca adversarias. Esto último ha quedado bien demostrado por el

interés que revelan los operadores del sistema penal hacia las mo-

dernas orientaciones criminológicas

y traduce abiertamente la fa-

lacia que supone el pensar que su formación o perfeccionamiento

debe ser siempre orientado por los únicos fines de seguridad y

orden. El respeto a los derechos individuales la aceptación de la

pluralidad cultural y política el reconocimiento de la existencia de

intereses de grupo aspectos todos estos que son señaladamente

puestos de manifiesto por los recientes desarrollos de la crimino-

logía cuando proponen correcciones democráticas en el empleo de

los sistemas penales son estudiados aceptados o rechazados con

un espíritu abierto y receptivo lo cual habla muy en favor de la

tenáz apertura acordada por quienes fueron los directores del Ins-

tituto hasta el año académico pasado don Octavio Pérez-Vitoria y

don Juan Córdoba Roda. Existe ahora en consecuencia un r azo

nable optimismo de que la futura actividad docente y de investi-

gación en Barcelona encabezada por los nuevos directores del Ins-

tituto de Criminología emprenda la definitiva puesta al día de sus

perspectivas las cuales servirán para que dicho Instituto -además

de ofrecer una moderna

y

realista manera de encarar la cuestión

criminal- se vincule a los centros europeos homólogos y sirva de

puente a sus similares latinoamericanos que quieran vincularse

con el pensamiento criminológico del viejo continente.

Tal como ha quedado esbozado más arr iba a raíz del imperio

de una forma de entender la criminología los textos que se han

venido utilizando en España han sido todos aquellos que discurren

sobre la disciplina desde lo que hoy se denomina una perspectiva

tradicional. Ello significa que todos esos libros más o menos clá-

sicos -en su casi entera mayoría traducidos del idioma alemán

y

representativos de esa concepción predominante en la crimino-

logía germana- encaran la exposición de los conocimientos sin

ponerse en cuestión por lo menos de forma decisiva respecto de

sus contenidos el propio objeto de estudio. Ciertamente que una

situación semejante tiene estrecha conexión con el tema de las

relaciones que deben existir entre el pensamiento y la sociedad en

la que aquél surge y sobre la cual actúa; es decir que el proble-

ma de la sociología del conocimiento es uno que necesariamente

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debe ser abordado por una disciplina que pretenda captar un fe-

nómeno de la realidad social, tal como lo es el delito y la desvia-

ción. Sin embargo, ese pensamiento tradicional que ha dominado

la criminología ha obviado todo análisis en ese sentido, y dando

por válido

y

firme el objeto que le proporciona la ciencia del de-

recho, ha continuado investigando y elaborando teorías. Esto ocu-

rrió en España hasta los años setenta por razones autóctonas,

pero también fue común en otros ámbitos europeos de décadas

anteriores. Pero no cabe duda que superados los tiempos en que

el más puro positivismo naturalista orientara la reflexión crimino-

lógica, ha tenido su razón de ser en la clara tendencia que los

mismos estudios del derecho observaron durante las décadas en

que el último obscurantismo fascista cubriera en Europa el cam-

po de lo jurídico. El aislamiento en que la ciencia del derecho se

recluyó

y

su distancia de las demás ciencias sociales en general

antropología, psicología, sociología), tuvo un claro motivo en la

necesidad que tenían los regímenes autoritarios por apartar toda

posibilidad de crítica a su legislación y en general a sus sistemas

de control social. El dato de la realidad fue desplazado por el ele-

mento técnico

y

la construcción de sistemas jurídico-penales, apa-

rentemente neutros frente al poder, comprendidos exclusivamente

como reglas de aplicación de una ciencia Rocco con su Código

penal de 1930 Beling con su teoría del delito), se convirtieron en

los mejores disfraces de las ideologías discriminantes y arbitra-

rias. Esta situación fue, por supuesto, ignorada por la criminología.

Fue necesario un largo período de tiempo para que el análisis

de la cuestión criminal llegara a ser abordado desde un enfoque

distinto. Acontecimientos de índole socio-cultural, que fueron gene-

rados por tensiones de política internacional y por los crecientes

reclamos de una mayor sensibilidad democrática en distintos ám-

bitos nacionales, provocaron en torno al final de los sesenta la con-

moción cultural más trascendente de esta segunda mitad del siglo.

Desde el

c a mp us

universitario de California, pasando por las ba-

rricadas de París

y

Berlín, hasta las pedreas de Valle Giulia

y

los

encierros de la

i t ta univers i tar ia

en Roma, una corriente reco-

rrió el mundo occidental

y

comportó a la postre una fuerte sa-

cudida sobre ciertos campos del pensamiento, sobre todo en

aquéllos relativos al análisis de lo social. El ataque a la sociología

académica

y

al modelo de sociedad que ella había alimentado plan-

teó la necesidad de propuestas alternativas. Un retorno al pen-

samiento crítico se imponía

y

así las reflexiones de la escuela de

Frankfurt adquieren carta de ciudadanía en diferentes ámbitos

de los estudios sociales. El delito, la desviación

y

el control de

estos fenómenos, como puntos centrales de la propuesta de un

modelo social en el cual esas cuestiones no podían aparecer como

problemas aislados

y

sólo comprendidos por las perspectivas del

orden y de la patología individual o social, pasaron a integrar un

cuerpo de conocimientos integrado en el mismo bloque de las

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reflexiones sobre la sociedad total. El concepto de totalidad ad-

quiere así su madurez en la criminología. entonces las propues-

tas acerca de aquellos aspectos entraron a formar parte de una

teoría global de la sociedad y la formulación de enfoques críticos

reconocieron su matriz en el ámbito del materialismo dialéctico.

Las concepciones así acuñadas vinieron obviamente a cuestio-

nar no sólo el concepto tradicional del delito sino asimismo los

más conspicuos de derecho y de Estado como aristas superestruc-

turales del orden social y de su control. Los análisis emergentes

pusieron abiertamente al descubierto la verdadera fachada de

aquella criminología obsecuente y ocultadora. La disciplina fue

desenmascarada como exclusivo desarrollo y aplicación de m é te

dos de control al servicio de un modelo de sociedad que pretendía

pasar a través del tiempo y del espacio. El cordón umbilical que

ha atado desde hace más de cien años el estudio del delito de su

autor y de las formas de controlarlo con un concepto del derecho

y de una forma-Estado quedó abruptamente cortado. Así vieron

la luz los movimientos

y

análisis que se propusieron primero des-

nudar la vieja criminología

y

después reformular toda la cues-

tión criminal en forma alternativa. En ese orden pueden anotar-

se muchas iniciativas. Sin embargo es suficiente señalar dos que

por su forma de presentarse y formular análisis pueden servir

como ejemplos de reflexión los que a su vez quienes pensaron la

siguiente obra tuvieron como modelo para presentar en España

las propuestas alternativas en el campo de la desviación

y

su

control. Una es la que tuvo origen en Gran Bretaña con la wNa-

tional Deviance Conference» que se concretó a través de reuniones

y seminarios pero que tuvo su fe de nacimiento con el libro

Th e

ew

Crim inology. For a Social Th eor y of Deviance.

La otra es la

que se fue construyendo en el gran marco de libertad cultural ita-

liana y se concretó en Bologna a través de los siete años de apa-

rición de la magnífica publicación La

quest ione cr iminale

en lo

que hoy se reconoce ampliamente como

«la poli tica crimin ale del

m ov im ento opera io i ta l iano» .

Puede decirse por lo tanto que

la preparación del trabajo que ahora se ofrece se llevó a cabo te-

niendo como modelos las perspectivas cuestionadoras que propu-

sieron ambas corrientes de reflexión aludidas para encarar el

desenvolvimiento del pensamiento criminológico.

Hoy se afirma concretamente que es posible plantearse la cri-

minología como un problema político del Estado moderno. Según

la concepción que de éste se tenga así será el uso que se haga

de la disciplina. Si la forma-Estado pensada es una que se apoya

en propuestas autoritarias no hay duda que la criminología vol-

verá a ser aquella qiie se traduce como pura expresión del con-

trol social; si por el contrario el Estado ha de orientarse hacia

formas por las cuales la convivencia social sea considerada como

aceptación recíproca de grupos que bien pugnando por proteger

sus necesidades e intereses particulares respetan el derecho de

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las mayorías para imponer su hegemonía y aceptan el libre di-

sentimiento de las minorías, entonces la criminología, conservando

la naturaleza política de su objeto de estudio, contribuirá a la

legitimación de un orden social más justo.

Lo último que se ha dicho constituye en sí mismo una profesión

de fe criminológica que solidariza a los autores de esta obra y que,

cada uno a su manera, ha pretendido traducir en los temas que le

compitieran.

De esta manera el contenido se inicia, después de una exposición

de las circunstancias de origen y las cuestiones epistemológicas ca-

pitales, con una presentación de las relaciones que la criminología

puede haber mantenido y mantiene con los sistemas políticos

con los cuerpos de ideas sociales de mayor vigencia.

La segunda parte encierra un repaso de los planteamientos

que a través del tiempo han tenido predominio en la reflexión

criminológica. Así.

desde los aspectos biológicos hasta las pro-

puestas más recientes, se expone quizá pretensiosamente casi todo

el iter del pensamiento criminológico.

El libro contaba en principio con la inclusión de una tercera par-

te que ha sido elaborada por los tres autores que firman este vo-

lumen más los compañeros Ángel de Sola Dueñas quien ha he-

cho la unificación de estilo de toda la obra), Carlos González

Zorrilla y Carlos Viladás,

y

que intenta recoger algunos de los

grandes temas de la criminología actual. Por razones de extensión,

la obra no puede presentarse ahora en su totalidad, y, de acuerdo

con la política editorial de Ediciones Península y la colección

«Horno sociologicus~~,sa tercera parte constituirá en su momento

la materia específica de otro volumen que tendrá próxima apari-

ción -dado que el manuscrito está también terminado- por cuan-

to ha sido ya programado por el mismo sello editorial y colección

que ahora publica el que aquí se entrega.

Un aspecto muy importan te que debe ser abordado en este Pre-

facio es el relativo al ámbito potencial de destinatarios de esta

obra. El trabajo ha sido preparado en España -tal como se ha

dicho- pero teniendo muy presente a los eventuales lectores de

toda el área castellano-parlante. En consecuencia, los estudiosos

y los estudiantes de problemas sociales en los países latinoameri-

canos constituyen cuantitativamente los más numerosos lectores

posibles de lo que aquí se ofrece, motivo por el cual

«Temis», de

Bogotá, hará una coedición de la obra.

Dado que entre los colaboradores de este trabajo se encuentran

dos latinoamericanos y una buena conocedora de los problemas

que la criminología presenta hoy en aquella región, puede suponer-

se que en la preszntación de sus respectivos temas haya existido

una mayor atención hacia aquella área geográfica y cultural. En

todo caso es de esperar que estas circunstancias puedan modesta-

mente servir para un mejor conocimiento de culturas que debe-

rían poseer elementos positivos en común, dado que, a veces -y

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esto puede ser el caso de a criminología del llamado cono sur de

América latina, que muy buenos servicios ha estado prestando a

las sangrientas dictaduras que asolan aquellos pueblos-, 10s ne-

gativos han constituido la nota dominante de sus patrones políti-

cos y sociales. En este sentido, existe desde hace unos años en

América latina una abierta y saludable tendencia de juristas, so-

ciólogos, psicólogos, politóiogos y, en general, estudiosos de los

problemas que genera el control social, para comprender a éstos

desde una perspectiva no tan parcial como la orientada por la

vieja criminología positivista que reinara indiscutidamente hasta

hace pocos años. Esforzados investigadores y estudiosos, desa-

fiando el poder que las oligarquías autóctonas y el capital multi-

nacional ponen en movimiento a través de las instancias del con-

trol que manipulan -incluso con riesgos personales de sus vidas

y seguridades-, comenzaron primero esbozando la denuncia de

aquella criminología y hoy construyen ya propuestas críticas de

ese control social.

Todas estas razones han sido las que han provocado la aparición

de esta obra. Sólo queda por agradecer la sana crítica que han

de despertar los puntos de vista que en ella se ofrecen. Ojalá este

modesto esfuerzo contribuya a avivar el positivo ambiente que

la democracia necesariamente provoca en la ciencia y que, parti-

cularmente, se comprueba en esta disciplina que por ahora se si-

gue denominando criminología. Así lo demuestra el desarrollo del

pensamiento criminológico que aquí se ha querido presentar.

OS UTORES

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Primera

parte

INTRODU IÓN

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por Armand Mergen

(p. 4 , León Radzinowicz (pp. 7 y SS.) y

Gresham M. Sykes (pp. 8 y SS).

Pero en el campo de la sociología también se sitúa su comien-

zo en el positivismo. Así el propio Marsal, a pesar de su afirma-

ción anterior, expresa: «creemos que es más conveniente la solu-

ción convencional de colocar el comienzo de la disciplina socio-

lógica con la invención del nombre por Comte» (p. 40). Por su

parte, en el ámbito de la criminología, muchos autores prefieren

referir su inicio al siglo XIX, es decir, al período del positivis-

mo criminológico, y, para que el pararelo sea todavía más perfecto,

es en ese lapso de tiempo, en 1879, cuando el antropólogo francés

Topinard inventa el nombre de criminología. Por eso Stephan

Hunvitz afirma que «el primer gran estudioso de criminología

sistemática fue César Lombr oso~ p. 44), y Jean Pinatel sostiene

que «los tres fundadores de la criminología han sido tres sabios

italianos: César Lombroso (1835-1909) C ] Enrico Ferri (1856-1929)

C ]

Rafael Garófalo (1851-1934)

C ] »

(p. 5 . Esta discusión sobre

el punto de partida de la criminología, al igual que sucede con

el de la sociología, no tiene un carácter meramente historicista,

sino que apunta a una controversia más profunda de carácter

epistemológico. Ello se aprecia con claridad al analizar las ca-

racterísticas que se asignan al iluminismo y al positivismo.

Francisco Marsal establece con mucha precisión los rasgos

esenciales del pensamiento iluminista:

«crítico-negativo racional-

científico utópico-práctico. Es un pensamiento crítico-negativo

en cuanto que se opone al orden existente, la Alianza del Trono

y el Altar , y a la ideología tradicional entonces dominanten

(pp. 37-38). [

]

es un modo de pensar racional-científico. La

novedad consiste no tanto en la generalización de un tipo de

razones que había venido avanzando desde Descartes, sino en

agregarle la lógica científica presentada como inconmovible, con

leyes naturales seguras como en la física newtoniana, a las que

se llegaría mediante la observación y el experimento* (pp. 39-40).

«El último par de características del pensamiento de la Ilustra-

ción, aparentemente contradictorias, es su sentido utópico-prác-

tico. La reflexión de los hombres de letras del siglo XVIII no tiene

nada de utópica en el sentido de irrealízable. Todo lo contrario;

su idealización del estado de naturaleza o de unas imaginadas

Rusia o China, no tenían nada de erudito ni de ficticio

[...]

pues estaba construida como elemento de una praxis dirigida al

derrumbamiento de los poderes tradicionales de su siglo* (p. 40 .

El positivismo se contrapone al pensamiento iluminista -aun-

que no por ello deja de estar entroncado con él, y a que el desa-

rrollo de las ideas parte siempre del estadio anterior- en tanto

que despoja a éste de lo crítico-negativo, de lo utópico, y se

queda exclusivamente con una filosofía racional, científica y

práctica. Como ya señalara su autor más preeminente, «lo po-

sitivo vendrá a ser definitivamente inseparable de lo relativo

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factores que los causan en cada caso. Por eso lo orgánico, 10 útil

y lo relativo aparecen como sus rasgos distintivos. Se trata de la

armonización y coherencia del cuerpo social en su totalidad, ya

no de criticar sino de organizar y, por eso mismo, de reducir

todo análisis a la búsqueda de aquello que es útil para la conso-

lidación del Estado, desechando entonces cualquier otra disquisi-

ción o crítica como irreal o metafísica. Con ello, lo real, que es

igual a lo que existe, es lo único que tiene valor pleno en sí. De

ahí entonces que se rechace cualquier utopía, con la cual se plan-

tean otros valores que no se agotan en el estado de cosas existente

- e n lo real-; ahora bien, como la aprehensión de lo existente o

real es un proceso lento y constante para el hombre, el conoci-

miento positivista será relativo, ya que no está regido por nin-

gún absoluto a priori d i v i n o o utópico-, sino sólo por el absoluto

éxistente o real, que siempre se va aprehendiendo-poco a poco y

mediante la corrección de nuestros conocimientos anteriores en

virtud de nuestros fallos en el proceso de aprehensión. Por eso el

positivismo creerá firmemente en el

continuo, ya que

siemure se dará un continuo avance en el desvelamiento de ese

absoiuto que es la realidad existente, ese estado de cosas que te-

nemos ante nosotros.

En suma, quien conciba el mundo social como algo dado, ab-

soluto perfecto en cuanto tal, en que lo único que cabe es sólo

su organización y armonización racional, es decir, eliminar el de-

sorden o los fallos que en él se producen y que tienen su origen

en nuestra defectuosa aprehensión de la realidad, pondrá como

origen de la sociología la criminología al positivismo. Por el

contrario, quien conciba el mundo social como algo sujeto a trans-

formación, en que no se trata simplemente de corregir los fallos

de funcionamiento, sino de cambiar y replantearse sus estructu-

ras, en otras palabras, quien asuma una postura crítica, pondrá

como punto de partida de la sociología

y

la criminología al ilu-

minismo.

Ahora bien, sin negar, por la trascendencia del tema, que la

decisión fundamental sobre el origen de la criminología, o bien

de la sociología, depende de la postura teórica que se asuma fren-

te al mundo social, como se ha reseñado en el párrafo anterior,

parece también claro que como ciencia la criminología aparece

con el positivismo. En efecto, desde un punto de vista metodo-

Ibgico, el iluminismo se planteó exclusivamente en el plano con-

ceptual o filosófico; por eso, para contrastar o verificar sus afir-

maciones, acudió al recurso de la utopía o de un aestado natu-

r a l ~ .Es el positivismo, en cambio, el primero que completa la

metodología

y

da nacimiento con ello a una metodología cientí-

fica, al posibilitar no sólo una contrastación o verificación concep

tual, sino también

empírica. Con ello se da nacimiento a

una

ciencia que podrá ser o mantenerse positiva, pero también supe-

rar ese estadio ser una ciencia crítica.

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2 CONCEPTO Y DZSCUSION SOBRE EL CONTENIDO

Cada autor, evidentemente, da una definición propia de la cri-

minología, pero todas ellas, por muy diferentes que aparezcan en

su redacción, se remontan a unos rasgos comunes, sea cual sea

la postura teórica adoptada por el autor.

En el fondo se puede decir que esos rasgos comunes se cen-

tran fundamentalmente en tres aspectos, en torno a los cuales se

hace girar el resto de los elementos conceptuales: el hombre el

delincuente), la conducta social delictiva) y la organización social

concreta en que se dan.

El positivismo hizo girar la criminología exclusivamente en

torno al hombre, tratando de distinguir entre un hombre anor-

mal. y un hombre «anormal» o «peligroso». Dentro de él, una

tendencia plantea la criminología como una actividad científica

dirigida a la investigación de las causas biológicas, antropológi-

cas, psiquiátricas y psicológicas del delito. Entre sus sostenedores

antiguos destaca Lombroso y en la actualidad Eysenck. La otra,

si bien pone su acento en lo social, lo hace en tanto que oposi-

ción entre sociedad

y

hombre delincuente, trata de caracterizar

y señalar los factores sociales de la actividad criminal como for-

ma de distinguir a l «normal» del «anormal», del peligroso social.

También es de antigua tradición y con ilustres sostenedores en la

historia de la criminología, como Quetelet, Ferri y Hurwitz. Al

respecto es muy representativa la definición de Stephan Hurwitz

de la criminología como «la rama de la ciencia criminal que

ilustra los factores de la criminalidad por medio de la investiga-

ción empírica» p.

17 .

Pero el problema con que topa el positi-

vismo es que frente a la criminalidad surgen infinidad de causas

o factores aislados, lo que en definitiva hace estéril toda investi-

gación y, por otra parte, tampoco la simple suma de todas ellas

sirve de explicación. Resulta que entre delito y no delito y entre

delincuente y no delincuente no existe una diferencia esencial sino

simplemente relativa o circunstancial, en último término sólo de

control. El aborto es delito en España, pero no en Holanda. El

auxilio al suicidio de un pariente anciano es delito en España,

pero no entre los esquimales. La bigamia es delito en el mundo

cristiano occidental, pero no en el mundo del Islam. Hay, pues, un

fallo estructural en todo el análisis del positivismo. Por otra par-

te, el método empírico utilizado ha sido básicamente el de la esta-

dística, pero ésta no es suficiente para conocer la criminalidad

real; hay siempre, pues, en l a estadística un espacio oculto que

se ha denominado la

c i f ra oscura

En otros términos hay una cri-

minalidad que aparece en las estadísticas oficiales y otra que sur-

ge de las estadísticas de los diferentes órganos de control, pero

ninguna de ellas coincide necesariamente con la real. Esto se ha

podido observar con claridad en todos los países, por ejemplo,

respecto del aborto. De ahí que siempre resulten dudosas las

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tarse poniendo el acento, como en general hacen los funcionalis-

tas, en la norma social. Así, por ejemplo, últimamente Werner

Rüther señala que «comportamiento desviado es un comporta-

miento que es definido como tal por el medio ambiente), p. 61 .

El problema de tal definición, como de otras semejantes, es agre-

gar todavía más confusión. En primer lugar se da a la criminali-

dad una amplitud excesiva, de modo que dentro de ella cabe

cualquier tipo de disidencia o diferencia. Se trata, en el fondo, de

legitimar un totalitarismo de consenso o bien un totalitarismo de

la mayoría cf. Sola, pp.

122 y

SS.).En segundo lugar,

y

con ello

revelamos el punto

crítico básico, se da la imagen de que el

proceso de norma social

y

su contrapartida de desviación tiene

un carácter neutral

y

abstracto. Con ello en realidad se encubre

el hecho de que la desviación surge mediante un proceso de asig-

nación que tiene su origen en los aparatos de control,

y,

en tal

sentido, de modo primordial en el aparato estatal

en

tanto que

órgano de control máximo. Cuando el Estado determina el catá-

logo de bienes jurídicos, está al mismo tiempo fijando las conduc-

tas desviadas criminales); luego lo que interesa dilucidar en pri-

mer término, desde un punto de vista criminológico, no es la con-

ducta desviada, sino el proceso de surgimiento de los objetos de

protección cf. Bustos-Hormazábal, p.

126;

Sack, p.

244 .

Las demás posiciones teóricas importantes para los efectos de

fijar el contenido de la criminología, como el interaccionismo sim-

bólico, la teoría del conflicto

y

el marxismo, sea directa o indirec-

tamente, consideran la criminalidad desde un punto de vista po-

lítico. El interaccionisrno profundiza en el proceso de significa-

ción que tiene la intercomunicación entre los individuos

y

que

lleva a la instancia social, destacando que los actos de comunica-

ción no son de carácter unilineal, sino encadenados en forma re-

cíproca

y

con carácter continuo. Es ello lo que en el ámbito cri-

minológico hace que los interaccionistas planteen el carácter cri-

minógeno del proceso de control - e l labeling-; con esto nueva-

mente se da importancia a los aspectos jurídicos -en tanto que

instancia de control- en la criminalización

y

necesariamente se

toca al mismo tiempo la esfera política. Pero el interaccionismo se

mantiene exclusivamente en el plano del estudio concreto de los

procesos interactivos -hace sólo un análisis microsocial-, lo cual

implica no ponerlos necesariamente en relación con el sistema en

su totalidad

y,

por lo tanto, de este modo se elude un plantea-

miento político directo

y

claro. Los autores de la teoría del con-

flicto, en cambio, saltan al análisis macrosocial, pues para ellos

el problema esencial reside en las relaciones de poder que se dan

entre capital y trabajo, esto es, las posibilidades que se presentan

dentro de esas relaciones para ejercer el poder o ser excluido de

él. Se trata pues de un análisis eminentemente político y no sólo

del simple enfrentamiento entre individuo

y

sociedad. Pero este

análisis macrosocial resulta demasiado abstracto, por una parte,

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ya que no descience a la realidad concreta y por otra parte, al re-

ducir su ámbito al plano industrial, abarca sólo la masa disciplina-

da y no la marginada - c o m o sería el caso de los parados-, todo

lo cual conduce a que el fenómeno criminal propiamente tal quede

en verdad sin consideración. Los criminólogos marxistas utilizan la

metodología marxista para el análisis de la criminalidad, si bien

Marx dedicó poco espacio específicamente a ésta, salvo en

s s

artículos periodísticos de juventud. Tal análisis lleva a una crí-

tica del sistema como tal, en tanto que es el sistema capitalista

mismo el que da origen a la criminalidad; pero ello no obsta

para que al mismo tiempo se haga un análisis de la situación

concreta

y

para ello la concepción de la lucha de clases permite

hacer diferentes cortes analíticos dentro del sistema mismo, y es

así como surgen los planteamientos de una justicia de clases o de

un derecho de clases, sumamente fructíferos para comprender los

procesos de control

y

de la estigmatización criminal.

En definitiva, pues, hay diversas formas de entender la crimi-

nología. De una forma estricta, como un puro problema individual;

de una forma limitada, como un enfrentamiento entre individuo

y

sociedad, o de forma amplia, esto es, fundamentalmente como

un problema político, como una definición de vida social que se

hace en una determinada organización social. Desde otro plantea-

miento se puede decir que la criminología se considera desde un

punto de vista estático o desde un punto de vista dinámico, esto

es, poniendo el acento en el carácter de proceso social que re-

viste la criminalidad. En otras palabras, el problema del conte-

nido de la criminología no está tanto en un aspecto formal de

materias a comprender, como surge de la distinción que hace Kai-

ser p.

3)

entre concepción estricta «investigación empírica del

delito

y

de la personalidad del autor»)

y

amplia «comprende el

conocimiento empírico experiencia1 sobre las variaciones del con-

cepto de delito criminalización) y sobre la lucha contra el delito,

los controles de los demás comportamientos sociales desviados,

así como la investigación de los mecanismos de control policial

y

judicial»), sino en el objeto mismo de referencia y en el criterio

con que se enfoca dicha referencia.

Ciertamente, partir del delito como fenómeno político no ex-

cluye estudiar los problemas de la conducta

y

su etiología, pero

ello subordinado a una consideración

y

explicación al mismo tiem-

po global. Evidentemente un trabajo manual o de escritorio pro-

vocan diferentes transformaciones en los hombres que se dedican

a uno u otro, pero ello no significa que esas transformaciones o

características sean la causa de que unos sean trabajadores ma-

nuales

y

otros de escritorio -aunque con el tiempo se produzcan

con ello limitaciones o estigmatizaciones sociales-; tal método

explicativo tiende a convertir lo que es en un deber ser, a inducir

del ser una norma dogma) natural o social. Como señala Sack,

«un modelo que parte de que un determinado comportamiento

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3 .

RELACIÓN DE LA CR IMIN OLO GfA

CUN E L DERECHO PENAL LA POLfTICA CRIMINAL

3.1. Relación con el derecho penal

Ésta se puede plantear como de dependencia absoluta o de

autonomía, en mayor o menor grado. Como recalca Baratta, d a

vieja criminología estaba subordinada al derecho penal» p.

441

en el sentido de que era un dato no cuestionable desde el que se

partía. El problema, pues, está en determinar cuál es la naturaleza

de la relación, ya que ésta resulta evidente, como señalan Cobo

del Rosal y Vives Antón: «El derecho penal y la criminología

aparecen así como d o s disciplinas que tienden al mismo f in con

medios d ive rsos . El derecho penal a partir del estudio de las nor-

mas jurídico-penales. La criminología a partir del conocimiento

de la realidad. La crítica de las normas en su aspecto ideal y la

crítica de la realidad reglada por ellas son complementarias. In-

necesario es decir que desde tales planteamientos no cabe hablar

de una contraposic ión entre saber criminológico y saber normati-

vo» p. 116, el subrayado es nuestro). Los autores precisan de ma-

nera muy clara la autonomía de ambas disciplinas y al mismo

tiempo su interdependencia recíproca. El derecho penal no está

en condiciones, como se pensaba antiguamente, de circunscribir

el contenido de la criminología, pues ello significaría que la cri-

minología no podría, a pesar de que lo hace, estudiar una serie

de mecanismos de control que en modo alguno son propiamente

penales, ni tampoco estudiar una serie de procesos confluyentes a

la criminalidad, que la norma penal no abarca; esto es, las cues-

tiones referidas a la problemática de la conducta desviada en

general. Más aún, la criminología en la actualidad se erige en un

estudio crítico del propio derecho penal en cuanto forma de de-

finición y control de la criminalidad. En otras palabras, la rela-

ción entre criminología y derecho penal en modo alguno puede

ser de subordinación c f . Lola Aniyar, pp. 66 y SS.).

Lo que sí, en cambio, es importante dejar aclarado es que el

derecho penal es supuesto indispensable de la criminología. Sin de-

recho penal no sería posible concebir la criminología. Ésta sur-

ge en razón de que, a través de un mecanismo institucional y for-

mal como es la norma penal, una organización social determinada

f i ja ob je tos de pro tecc ión y con ello determina qué es delito y

quién es delincuente y al mismo tiempo una forma especial de

reacción social. Estos datos -no dogmáticos, sino justamente su-

jetos a revisión

crítica- son el punto de partida indispensable

para la criminología, salvo que se quiera hacer un planteamiento

criminológico exclusivamente metafísico o meramente naturalis-

ta. De ahí que uno de los aspectos básicos para el análisis crimi-

nológico tendrá que ser precisamente el proceso de fijación de

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esos objeto s de protección, est o es, los llamados .bienes jurídi-

cos» en el derecho penal.

3 2

R e l a c i ó n c o n l a p o lí ti ca c r i m i n a l

La relación entre ambas disciplinas resulta muy sencilla si se

concibe la criminología a la usanza antigua como una ciencia ex-

clusivamente empírica. Difícil en cambio se tornan los términos

de la relación si se concibe la criminología como una ciencia crí-

tica, ya qu e entonces am ba s tienden a coincidir, en tan to que am-

bas estudiarían la legislación desde el punto de vista de los fines

del Estado y, además, harían la crítica de ellos para la refor-

m a del derecho penal e n general. La diferencia estribaría en el he-

cho de que la política criminal implica más bien la

e s t r a t e g i a

a

adoptar dentro del Estado respecto de la criminalidad

y

el control.

E n ese sentido l a criminología se convierte, respecto de la política

criminal, más bien en una ciencia de referencia, en base material

para configurar dicha estrategia.

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I I

riminología evolución

de las ideas sociales

por

Juan ustos Ramírez

1.

EL ILUMINISMO

Y

EL PENSAMIENTO CLASICO

SOBRE LA PENA

Y

EL DELIl O

Ciertamente los iluministas no pueden ser reconducidos a una

misma línea de pensamiento y, como veremos más adelante, entre

ellos se observan diferentes tendeccias. Pero como muy bien re-

calca Radzinowicz p. 4 :

«Todos estaban afectados por el crecimiento del análisis cien-

tífico. Todos se volvían hacia la razón y el sentido común como

armas contra el orden antiguo. Todos se erguían en contra de la

aceptación incuestionada de tradición y autoridad. Todos encon-

traron fáciles objetivos en la ineficiencia, corrupción

y

caos de las

instituciones existentes. Todos protestaron contra las difundidas

superstición y crueldad. Su visión de los derechos del hombre y

los deberes de la sociedad estaba en conflicto directo con lo que

veían alrededor de ellos. Su punto de partida era la apelación a

la «ley natural)), los .derechos naturales)) y la igualdad natural))

interpretados por la voz de la razón.»

Una de las bases fundamentales del pensamiento iluminista es

partir del reconocimiento de un «estado natural)); este método teó-

rico-conceptual permite entonces, dentro del marco de este esta-

do originario o primario, atribuir determinadas cualidades a las

relaciones entre los hombres y, al mismo tiempo, fijar los térmi-

nos del paso a un Estado organizado es decir, a un estado se-

cundario o derivado.

En

el estado natural los hombres gozan de

libertad e igualdad

na tura l

que se pierde por el

c on t r a t o

social,

pero ello les hace ganar su libertad

civil

y la

propiedad

de todo lo

que posee cf. Rousseau, cap. V I , p. 21 cap. VIII , p. 26 . En otras

palabras, la libertad como tal no desaparece, es un atributo en las

relaciones de los hombres, pero en el estado secundario o deriva-

do se organiza a través del contrato,

y la mejor síntesis de esa

organización está constituida por la propiedad. Luego el principio

de organización del estado derivado -justamente en razón de

esa libertad originaria- es el contrato social). Por eso, enton-

ces, es delincuente quien se coloca en contra del contrato social,

es un traidor en tanto que rompe el compromiso de organización,

producto de la libertad originaria o natural; deja de ser miem-

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bro de la organización y debe ser tratado como un rebelde

cf. Rousseau, cap. v , pp. 39 y SS. .

En virtud de este tipo de planteamientos también se puede

hablar de leyes naturales y positivas. Es decir, el hombre en

cuanto tal, por su propia naturaleza, tiene leyes, como es la que

le lleva a buscar su origen, la que imprime la idea de un creador,

que sería la más importante, pero no la primera en el hombre,

que es la de conservar su propio ser

cf.

Montesquieu, L. 1, cap.

11

p. 53 . En cambio, las leyes positivas surgen por la organiza-

ción, por el hecho de vivir en sociedad

cf.

Montesquieu, L. 1,

cap. 111 p.

54 .

Sobre estas bases de lo que es natural y lo que es

organizado, es decir poder estatal, se puede señalar también la

contraposiEión que puede surgir entre lo natural y el poder esta-

tal en relación con las penas;

así se expresa Montesquieu:

«Sigamos el ejemplo de la naturaleza, que ha dado a los hom-

bres la vergüenza como azote, y sea la mayor parte de la pena la

infamia de tenerla que sufrir. Pues si existen países donde la ver-

güenza no es consecuencia del suplicio, la única causa es la tira-

nía, que ha impuesto los mismos castigos a los criminales que a

las gentes de bien. Y si se ven otros donde no se contiene a los

hombres más que por suplicios crueles, tengamos por seguro que

la causa es en gran parte la violencia del Gobierno que ha em-

pleado dichos suplicios para castigar faltas leves. C ] n legis-

lador que q ukre corregir un mal no suele pensar más que en

dicha corrección;

sus ojos se abren sólo con este fin y no ven

los inconvenientes. Una vez que se ha corregido el mal, ya no se

ve más que la dureza del legislador, pero en el Estado queda un

vicio producido por tal rigor: los ánimos se corrompen, acos-

tumbrándose al despotismo. C ] Hay dos clases de corrupción:

una se produce cuando el pueblo no observa las leyes; la otra,

cuando las leyes le corrompen: mal incurable, ya que está en el

propio remedio» L. VI, cap. XII, p. 106 .

Por cierto, es Beccaria quien mejor expresa en su obra la pro-

blemática del delito y la pena. Partiendo de la idea del contrato

social, saca como consecuencia necesaria el principio de la legali-

dad de las penas es decir, su surgimiento sólo es explicable en

virtud de la organización social producida por el contrato, pero

no sólo eso, sino que además sólo el legislador las puede dictar,

ya que es el único que puede representar a todos los hombres que

han convenido en el contrato

cf.

cap. 3, pp. 29-30 . Ahora bien,

como el objetivo social que surge del contrato es lograr la feli-

cidad de los hombres, ello quiere decir que el legislador debe

tender a evitar los delitos más que a castigarlos. En otras pala-

bras, se pone el acento en la tarea de

prevención

más que en la

de represión, para lo cual es necesario que las leyes no sean dis-

criminatorias y que refuercen el aspecto educativo, ya que el «más

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seguro, pero más difícil medio de evitar los delitos es perfeccie

na r la educación» cap. 45, p. 110; cf cap. 41, p. 105; cap. 42,

p. 106 . Es decir, plantea como origen del delito el hecho de que

el Estado, la estructura social, favorezca a un determinado grupo

de hombres, a una clase, y no a los hbmbres en cuanto tales y

que, por otra parte, no se preocupe de eliminar la ignorancia

entre ellos. Por ello, entonces, la tarea tiene que ser pnmordial-

mente preventiva y no represiva, lo que significa sencillamente

que el Estado corrija sus propios fallos estructurales. Respecto de

la pena propiamente tal, como de lo que se trata es de la con-

servación del contrato social, de procurar las condiciones para

mantener dicho vínculo entre los hombres, aquélla debe adecuar-

se a este objetivo. Con esto, por lo tanto, se recalca como princi-

pio fundamental de la pena el de su necesidad;

éste será el crite-

rio fundamental para su aplicación y medida, lo cual quiere decir

que toda pena que vaya más allá de la «necesidad de conservar»

el vínculo entre los hombres, será una pena «injusta por natura-

leza» c f . cap. 2 p. 29 .

En suma, pues, los iluministas adoptan una posición crítica

respecto del estado de cosas existentes, y por ello también res-

pecto del Estado, su estructura y su actividad. Necesariamente

desembocan en una posición política, que engloba la considera-

ción del delito y la pena, en tanto que son también producto de

ese Estado. Como ya dijimos al comienzo, el recurso metodológi-

co del aestado natural» o de la «utopía», aunque sea puramente

conceptual o teórico, permite contrastar aquéllos con el estado

de cosas existente y al mismo tiempo verificar las diferencias y

criticar las características actuales de la sociedad, lo que implica

una transformación total de ésta. Se analiza con mucha claridad

la relación entre el Estado -organización política y social com-

prensiva del sistema jurídico legal y de la justicia-, la produc-

ción de delitos y el carácter de la pena. Se hace así un análisis

globalizante y al mismo tiempo ~interaccionistam.La criminología

aparece inseparable de lo político, pero más aún se borran las

diferencias entre derecho penal, criminología y política criminal,

y se ve todo ello como un solo problema: el fenómeno criminal

o el poder del Estado de sancionar. El delincuente nace con el

contrato social, con la sociedad organizada.

Ahora bien, esa sociedad organizada se ha convertido en un

Estado absoluto mediante la total centralización del poder a fin

de lograr una acumulación o concentración acelerada de la rique-

za, lo que conlleva una violencia despiadada en todos los ámbitos

jurídicos, sociales, económicos, políticos, etc.), y, necesariamente,

una revuelta continua de las clases pobres, que termina en su per-

manente aniquilamiento o marginación. Este estado de cosas es el

que ha destruido la libertad e igualdad natural de los hom-

bres, que el contrato social limitó pero no suprimió. En este

contexto, pues, hay que entender la problemática del delito y la

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pena, que ciertamente tienen su origen en el contrato social, pero

distorsionados en sus alcances y contenido por e l estado de cosas

existente. Delincuente, delito

y

pena son productos de la sociedad

organizada; la legitimidad del poder punitivo de ésta se halla a su

vez en su acta de constitución, el contrato social, pero tal poder

es limitado por la libertad e igualdad de los hombres, pero sobre

todo por su

fin

la felicidad de éstos. Es necesario, entonces, ter-

minar con el estado de cosas existentes, con el Estado absoluto,

debido a que no se ha atenido a estas condiciones que dieron

origen al Estado.

Dentro del iluminismo, si bien todas sus expresiones coinci-

den en cuanto a las limitaciones

y

condicionamientos originarios

del poder, se pueden distinguir tres corrientes:

a)

la que pone el

acento en planteamientos de derecho natural, que tiene un claro

origen en Samuel

A

Puffendorf cf. vols.

y 1 1 ;

b

la que destaca

sobre todo la racionalidad como cualidad inherente al hombre y

también al Estado, en definitiva el racionalismo como bien supre-

mo, que se expresa especialmente en Charles Louis de Montes-

quieu cf.

El espír i tu d e las leyes , y c

la que pone su acento en

el utilitarismo

y

pragmatismo, en la que se destaca Cesare Bec-

caria cf.

De los del i tos y las penas y

los autores ingleses cf.

Je

remy Bentham).

Estas tres corrientes, que juntas dan como expresión el ilumi-

nismo, se separan con el surgimiento del Estado de derecho li-

beral del siglo

X I X .

Una vertiente recogerá del iluminismo la ra-

cionalidad como un absoluto, sus aspectos teorizantes

y

abstrac-

tos, la tendencia hacia lo deductivo, hacia la filosofía, hacia el de-

recho natural. Ella dará origen a la llamada escuela clásica del

derecho penal y en concreto al estudio del derecho penal como una

disciplina autó oma dentro del fenómeno criminal. La otra ver-

iente recogerá el iluminismo su utilitarismo

y

pragmatismo so-

bre todo, tenderá simplemente al análisis del nuevo estado de

cosas existentes, a lo empírico; es el positivismo, que dará origen

a la criminología como disciplina autónoma dentro del fenómeno

delictivo. Posteriormente, esfuerzos eclécticos, dirigidos a cons-

trui r un puente entre ambas disciplinas derecho penal

y

crimi-

nología), darán nacimiento a la política criminal. El criterio glo-

balizante

y

eminentemente político de los iluministas ha quedado

atomizado, predominan la separación

y

el antagonismo o bien

subordinación) entre diferentes formas del saber respecto de un

mismo fenómeno.

La llamada escuela clásica del derecho penal consideró la pena

como un absolpto, como un mal que debe eliminar otro mal, re-

presentado por el delito - e s el caso de Kant, Hegel, Carrara-,

O

como una cuestión de racionalidad dentro de la organización so-

cial, es to es desde los fines de la sociedad - e s el caso de Scho-

penhauer, de Feuerbach. Para esta escuela todos los hombres

son iguales, libres

y

racionales. Por ello la pena para unos, los

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constante de la imaginación a la observación», .la naturaleza rela-

tiva del espíritu positivo» y «el destino de las leyes positivas: pre-

visión racional» Comte,

Discurso

pp.

54

y SS.). Pero es que t e

dos estos postulados están al servicio de ese absoluto que es el

mundo social. Lo que sucede es que la capacidad de aprehensión

del hombre es limitada, en oposición a su objeto que es absoluto,

y por ello no se debe sustituir la observación por su imaginación,

ya que de todas maneras dicha observación será siempre relativa

y

necesitada de corrección.

A

pesar, pues, de que el espíritu posi-

tivista pretende deslindar ciencia de ideología, relegando a ésta a

un estado inferior del pensamiento

y

señalando a la ciencia como el

pilar del orden social de la racionalidad) y a la ideología como

el desorden la irracionalidad), el pensamiento positivista es pura

ideología, pues para él el orden social existente es un

absoluto

no

sujeto a discusión. En suma, el positivismo es la ideología de la

naciente sociedad burguesa-industrial.

Dentro de este contexto hay que entender, pues, los atributos

que Comte en Selección

...

de Hubert, pp. 7 y SS.) señala a la fi

losofía positivista:

«Positivo designa lo real por oposición a lo quimérico c ]

con exclusión

de los impenetrables misterios que la

embarazan, especialmente en su infancia [a la ciencia] indica el

contraste entre lo

út l

y lo inútil: recuerda así, en filosofía, el de-

bido destino de todas nuestras justas especulaciones en pro de

la mejora continua de nuestra condición, individual y colectiva,

en lugar de la vana satisfacción de una curiosidad estéril C...]

señala la oposición entre la certeza

y

la indecisión C ] la aptitud

característica [...] para construir espontáneamente la armonía

lógica en el individuo

y

la comunión espiritual entre toda la es-

pecie, en vez de aquellas dudas indefinibles y aquellas discusio-

nes interminables que necesariamente suscitaba el antiguo régi-

men mental. C...] consiste en oponer lo

preciso

a lo vago C...] ob-

tener en todo el grado de precisión compatible con la naturaleza

de los fenómenos y conforme con las exigencias de nuestras ver-

daderas necesidades

[ ]

como lo contrario de negativo [...] por

su naturaleza no a destruir sino a

organizar;

[...] tendencia ne-

cesaria a sustituir en todo a lo absoluto por lo

relativo.»

Todas estas característica implicadas en lo positivo son, a la

vez, una refutación del pensamiento iluminista, al que se moteja

de metafísico. Esto es, que está más allá de lo real, que es irreal,

y que por ello mismo resulta totalmente inútil para el orden de

la sociedad; por el contrario, sólo tiende a destruirla en vez de

organizarla. El carácter crítico del pensamiento iluminista pasa a

ser para el positivismo la característica propia de un pensamien-

to que se ha quedado en un estadio inferior, que no ha madurado

y

es incapaz de aprehender la nueva sociedad burguesa-industrial,

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«jam ás ha podido ser más que crítico» (Comte, en Selección ... de

Hubert, p. 76 . Evidentemente, Comte tenía razón en gran medida,

pues los iluministas habían puesto en tela de juicio, con gran pro-

fundidad, las bases mismas del Estado absoluto, pero no habían

ofrecido, ni lo podían hacer, el detalle de las bases de consolida-

ción del nuevo orden social. Por cierto que habían señalado las

líneas generales, como era el caso del planteamiento del contrato

social, como fundamento de legitimación del Estado, y, en lo es-

pecífico penal, la idea de prevención general de la pena, como

forma de configuración ordenada de la sociedad, pues como muy

bien señala Foucault:

.Los iluministas que han descubierto las

libertades también han inventado la disciplinan (p.

224 .

Pero en

todo caso, y en esto tenía razón el positivismo, todo ello no era

.suficiente para la conformación de la nueva sociedad. Más aún,

la postura crítica tendía a perpetuarse y no parecía que se fuera

a detener en la destrucción del <(antiguo égimen*, sino que ade-

más amenazaba a la nueva sociedad. Había que volver al abso-

lutismo, no ya del poder, sino del orden social, esa era la tarea

que se impuso el positivismo: orden y progreso sólo son posibles,

como pilares fundamentales del nuevo orden social, bajo el alero

de la filosofía positivista, pues «la crisis de la sociedad no es de

orden material, sino intelectual. No se trata de reformar simple-

mente las instituciones como tales, sino el sistema de ideas sobre

el cual se apoyan» (Ferrarott i, p.

41 .

Desde el punto de vista de la teoría del conocimiento, y por

lo tanto también del método positivista, resulta esencial «la ley o

subordinación constante de la imaginación a la observación», lo

que, en propias palabras de Comte, se traduce en que «en lo su-

cesivo, la lógica reconoce como regla fundamental que toda pro-

posición que no es estrictamente reducible al simple enunciado

de un hecho, particular o general, no puede tener ningún sentido

real e inteligible» (Comte, Discurso p. 54 . Es decir, para el posi-

tivismo hay un mundo de hechos, el Único que existe y absoluto

como tal, que hay que observar; al sujeto no

le

cabe otra tarea

que la de observación de ese objeto, debe vaciarse constantemen-

te de su propio mundo (subjetivo) y llenarse de ese mundo que

está frente a él (objetivo). El conocimiento es objetivo, ya

que sólo depende del objeto. Pero la aprehensión de los datos que

proporciona el objeto está condicionada al grado de organización

teórica y empírica alcanzado; luego, en ese sentido, la observa-

ción será siempre re la t i va es decir, superable. Ahora bien, una

ciencia no puede constituirse solamente por una acumulación de

datos, pues ello la convertiría únicamente en erudición O enciclo-

pedismo; lo importante es entonces establecer las relaciones que

surgen entre ellos, establecer las leyes que los rigen, lo que per-

mite una

previsión racional:

«de lo que es, deducir lo que será»

(Comte, Discurso p. 60 .

La ciencia positiva no sólo es descriptiva, sino también causal-

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explicativa, la ley de la causalidad resulta esencial para la expli-

cación del mundo. La previsión está basada en que todos los

he-

chos de la naturaleza están subordinados a leyes naturales inmu-

tables, que justamente la observación permite descubrir. Por eso,

para hablar de una ciencia sociológica resultará indispensable la

extensión a ella del adogma fundamental de la invariabilidad de

las leyes naturales» y entender el orden social como un absoluto

cuyos datos podemos obtener mediante la técnica de la estadís-

tica; la previsión racional surge gracias a las leyes que descu-

brimos en esa recolección de datos, dentro de las cuales la cau-

salidad juega el rol fundamental.

Todo esto permite al positivismo enunciar una especie de cos-

mogonía del orden y el progreso, ya que una ciencia que descu-

bre las leyes que regulan los hechos, aun los sociales, permite

justamente establecer el orden de esa sociedad y al mismo tiem-

po señalar un progreso constante, pues gracias a la invariabilidad

de las leyes es posible prever órdenes futuros más perfecciona-

dos en forma continua. Se da un continuo y progresivo descubri-

miento de ese absoluto que es la realidad, sea natural o social.

Varios son los puntos débiles del positivismo. Uno de ellos se

refiere a su teoría del conocimiento en tanto que parte de la po-

sibilidad de un conocimiento objetivo, esto es, determinado exclu-

sivamente por el objeto, lo que supone desconocer que no exis-

te una separación entre sujeto y objeto, que el conocimiento es

un proceso y, por lo tanto, que el observador siempre agrega algo

a lo observado

y,

por ello, que también ese proceso de observa-

ción puede constituirse en objeto. Ya en este primer paso es ne-

cesario someter a revisión crítica nuestro conocimiento, en tanto

que puede estar sujeto a nuestras vivencias, valores y experien-

cias culturales. Por otra parte, al aislar simplemente diferentes

datos que luego pone en relación, aísla el fenómeno de todo el

contexto orgánico en que se da, con lo cual se proporciona un

conocimiento de simple detalle y estático, no muy diferente del

de carácter enciclopédico que se impugna. Luego también aquí

falta una visión crítica referida al objeto como elemento integran-

te de una determinada estructura. Además desde un punto de

vista científic~metodológico e basa en el dogma de la causalidad

que, como constatara el propio Comte Discurso, p. 6 2 , ya en su

tiempo se ponía en duda y con mayor razón después, a través

de la teoria de la relatividad y la teoría cuántica. Ahora bien, el

planteamiento particular del dogma de la causalidad, como el ge-

neral de la invariabilidad de las leyes naturales, estaba basado

en la idea de un objeto absoluto; es decir, toda la cosmogonía

planteada por el positivismo resultaba ser nuevamente una «me-

tafísica» -tan denigrada por él- justamente porque se partía de

un absoluto con ello necesariamente de dogmas -aserciones in-

discutibles-, con lo cual había una contradicción manifiesta con

la pretensión de un quehacer científico.

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por eso mismo el funcionalismo se va a convertir en el si-

glo xx en el intento más serio e intenso de establecer una socio-

logía única y universalmente válida, lo que también recogía del

espíritu de los positivistas, esto es, constituir la superciencia, la

superordenación de la sociedad (burguesa) (cf. Marsal, pp. 145

y SS., 189 y SS.).

Los antecedentes del funcionalismo están en Europa y se cita

comúnmente como fuentes específicas a Emile Durkheim, Bronis-

law Malinowski y Max Weber. Su fuerza de expansión fue inmen-

sa y realmente dominó durante más de un cuarto de siglo el cam-

po de la sociología mundial hasta los años sesenta, época en que

se inicia una revisión crítica. Sus dos representantes fundamen-

tales han sido Talcott Parsons y Robert Merton.

El concepto central de la teoría, pero también el más discuti-

do incluso entre los propios funcionalistas, es justamente el de

función (cf. Merton, pp. 3 y SS.). Con él se intentaba crear un

sistema propio para las ciencias sociales, apartándose del mero

trasplante de categorías de las ciencias naturales, y en especial

reemplazar el concepto de causalidad y, con ello, superar al posi-

tivismo en su tendencia factorial y de datos aislados. Como expre-

sa Merton, «interpretar el mundo en relación con la interconexión

de funcionamiento y no por unidades sustanciales separadas»

(p. 56, n. 49).

Talcott Parsons intenta en su obra precisar al máximo el ina-

sible concepto de función con el objeto de dejar en claro que es

totalmente diferente del de causalidad y que no puede confun-

dirse con él:

((La significación del concepto de función implica concebir el

sistema empírico como una empresa en marcha . Su estructura

es aquel sistema de pautas determinadas que, según lo muestra

la observación empírica dentro de ciertos límites, «tienden a de-

sarrollarse~de acuerdo a una pauta constante (por ejemplo, la

pauta del desarrollo de un organismo joven). L ] La significa-

ción funcional, en este contexto, es intrínsecamente teleológica.

Un proceso o conjunto de condiciones contribuye al manteni-

miento (o desarrollo) del sistema o, al ir en detrimento de su in-

tegración, eficacia, etc., resulta disfuncional. L ] De este modo.

pues, lo que proporciona el equivalente lógico de las ecuaciones

simultáneas, en un sistema plenamente desarrollado de teoría

analítica, es la referencia funcional de todas las condiciones par-

ticulares y el proceso al estado del sistema total como una em-

presa en marcha.

[ ]

El tipo lógico de sistema teórico generali-

zado que se expone puede, pues, llamarse sistema estructural-

funcional para distinguirlo de un sistema analítico» (pp. 188-189).

Para una mayor comprensión del sistema funcionalista y del

concepto de función es necesario agregar a estas palabras de Tal-

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cott Parsons las significativas observaciones de Merton cf. pp. 5

y SS.,

5

y SS.) a los llamados postulados funcionalistas desarrolla-

dos fundamentalmente por la dirección antropológica. Tales pos-

tulados son el de la unidad funcional de la sociedad, el del funcio-

nalismo universal

y el de la

indispensabilidad funcional.

Según el primero, un sistema social dado tiene en cuanto tal

unidad. Pero si bien ciertamente un sistema social requiere uni-

dad, ya que de otra manera no existiría como tal, por ello mismo

el postulado resulta una perogrullada y lo que interesa entonces

determinar, en forma empírica y no a priori o axiomáticamente,

es el grado de unidad. Luego, a priori, ninguna manifestación cul-

tural podrá plantearse como funcional para el sistema total ni

en forma uniforme para los individuos que están en él y siempre

será necesario una especificación del sistema y la función. Así, por

ejemplo, no se puede decir axiomáticamente que la religión es

necesaria para el sistema social en tanto que realiza su unidad,

pues hay sistemas sociales con varias religiones y en ellos éstas

provocan precisamente grandes tensiones y conflictos.

Conforme al postulado del funcionalismo universal, toda ma-

nifestación persistente es inevitablemente funcional, es decir, tie-

ne carácter positivo; lo cual significa desconocer que las conse-

cuencias de una manifestación pueden ser tanto funcionales como

disfuncionales. En verdad este postulado resulta ser producto

del planteamiento antropológico de las «supervivencias sociales»,

que muy poco aporta al entendimiento de la conducta humana.

Así, por ejemplo, el mantenimiento de los botones de las boca-

mangas, como una tradición, resulta intrascendente para explicarse

la conducta humana.

Por último, el postulado de la indispensabilidad resulta es-

pecialmente criticable, pues es desconocer que una misma fun-

ción pueda ser desempeñada por manifestaciones diferentes, lo

que se ha denominado alternativas funcionales, equivalentes fun-

cionales o sustitutos funcionales.

En resumen, conforme a Merton p. 61 , junto al concepto de

función -«las consecuencias observadas que favorecen la adap-

tación o ajuste de un sistema dado)+ hay que considerar las

disfunciones -«las consecuencias observadas que aminoran la

adaptación o ajuste del sistema»- y las consecuencias afuncio-

nales -«ajenas al sistema en estudio*.

Evidentemente, desde un punto de vista tanto epistemológico

como metodológico, el funcionalismo constituye un gran avance

respecto del positivismo. El concepto de función no sólo le per-

mite percibir la sociedad como un proceso, sino además apar-

tarse de una traspolación mecánica del bagaje científico de las

ciencias naturales a las ciencias sociales; por otra parte, el con-

cepto de función lleva implícito que no se trata del análisis

del hecho aislado, sino de la consideración del sistema, esto es,

de la relación con el contexto general en que se dan las diversas

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manifestaciones. No hay duda, pues, de que era una direccion

mucho más acabada y fructífera que el positivismo para llevar

a cabo los postulados de orden y progreso dentro del sistema

capitalista, aquejado por las fuertes crisis posteriores a la Pri-

mera Guerra Mundial.

Desde un punto de vista gnoseológico. sin embargo, no hay

una mayor diferencia entre funcionalismo y positivismo, ya que

también el funcionalismo se basa en la separación entre sujeto

y objeto y , por lo tanto, en la pretendida objetividad del conoci-

miento, en su «neutralidad». Por otra parte, a pesar de que

ahora la sociedad no se considera estáticamente sino en forma

dinámica, el mundo social sigue siendo un dato dado absoluto

-que se desarrolla según «una pauta constante*, según Talcott

Parsons-, y de lo que se trata entonces es solamente de intro-

ducir las correcciones o rectificaciones que sean necesarias den-

tro del sistema; pero el sistema como tal resulta indiscutible,

pues es el absoluto objeto de nuestra observación. A pesar, pues,

de su carácter dinámico, el funcionalismo es una teoría del statu

quo, la ideología no de la naciente burguesía industrial - c o m o

fue el positivismo- sino de la burguesía industrial desarrollada.

Ya con sus precursores - c o m o Durkheim- el funcionalismo

tuvo una gran influencia sobre la criminología y ello será amplia-

mente examinado posteriormente cf . nfra,cap.

VII .

En el campo

del derecho penal sus repercusiones han sido menores que las

del positivismo. Pero también, ya en sus inicios, con los plantea-

mientos de Weber, se pueden constatar efectos dentro de la teo-

ría de la acción en e: derecho penal, en la llamada «teoría de la ac-

ción social», intento de replantear desde el punto de vista del siste-

ma social la llamada «teoría natural causal», que era el derivado

más puro en el campo del derecho penal del positivismo naturalis-

ta. Pero más aún, en el plano de la teoría de la acción hay coinci-

dencias sorprendentes entre los planteamientos de Weber

y

aún de

Talcott Parsons y la llamada teoría de la acción finaln cf. Bustos-

Hoi inazábal, p.

539 ,

que justamente pretende desligarse del puro

causalismo

y

dar un sentido o un carácter teleológico

a

la acción.

últimamente, además, se aprecia una influencia del funcionalismo

en lo que se refiere a la dilucidación del concepto de culpabilidad

dentro del derecho penal, puesto en crisis por el positivismo natu-

ralista y sociológico, pero que no plantea una vía de solución com-

patible con el Estado de derecho de la sociedad burguesa indus-

trial. Por eso algunos autores, aunque de acuerdo con las críticas

positivistas al concepto iusnaturalista de culpabilidad, han trata-

do de salvarlo recurriendo al funcionalismo como planteamiento

superador de las deficiencias del positivismo, pero que se encuen-

tra dentro de su misma línea de pensamiento. Es el caso de Gün-

ther Jakobs en Alemania

c f .

Schuld und Pravention) y de Francis-

co Muñoz Conde en España c f . Uber den materiaellen Schuld-

begriff).

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4 . EL ZNTERACCIONISMO SIMBdLICO

La dirección academicista del funcionalismo, con su pretendida

neutralidad valorativa, prescindiendo del sujeto actuante

y

con su

interks sólo por el cambio de detalle dentro de la sociedad, pro-

vocó siempre grandes críticas, que cada vez arreciaron más. Así,

Wright Mills expresaba: «Por su trabajo todos los estudiosos del

hombre

y

la sociedad asumen e implican decisiones morales

y

po-

líti cas~ p. 93). .Quiéralo o no, sépalo o no, todo el que emplea su

vida en el estudio de la sociedad

y

en publicar sus resultados

está obrando moralmente y por lo general, políticamente tam-

bién» (p. 95).

Pero los años sesenta no sólo implicaron una crisis puramen-

te intelectual del funcionalismo, sino que además la sociedad

americana se reestructuraba, dando paso a una nueva clase media

cf. Gonos, pp.

134

y

SS.). Los años sesenta dejan en claro que

las guerras no han terminado con la Segunda Guerra Mundial,

presencian el despertar de la juventud

y

el recrudecimiento de las

luchas raciales en Estados Unidos. Pero al mismo tiempo se

asienta cada vez más la fuerza de la clase media

y

de una nueva

burguesía no tan directamente ligadas a la producción como an-

taño, sino más bien relacionadas con las empresas de

servicios.

Es el auge de una nueva actividad sumamente lucrativa, aparen-

temente superior e independiente de la actividad productiva; a

la par de ella florece también enormemente el estrato de las

estrellas

en todo sentido, esto es, de personas que se lucran con

sus cualidades personales en todos los ámbitos de la actividad

social. todo ello encuentra su síntesis en la expansión del con-

sumismo como actitud que absorbe a todos los estratos sociales.

Es el mundo de fantasía del celuloide hecho realidad; es la fe-

licidad que provocan los anuncios luminosos de neón a todo color:

burguesía

y

lumpen burguesía se confunden.

Todo esto, evidentemente, quedaba fuera del esquema funcio

nalista o no era claramente recogido. De ahí que, como una res-

puesta a la preocupación tradicional positivista de orden

y

p r o

greso, pero al mismo tiempo recogiendo las críticas que había

provocado la crisis de la sociología academicista, surge junto a

posiciones radicales el interaccionismo simbólico, expresivo de

esa nueva clase media.

Los orígenes del interaccionismo simbólico se remontan a Georg

H. Mead (cf. Espíritu, persona y sociedad), esto es, antes de la

Primera Guerra Mundial, pero su auge surge con posterioridad

ella

y

sobre la base de diferentes direcciones teóricas, en espe-

cial la llamada «escuela de Chicagon cf. H. Blumer, Symbolic In-

teractionism) y la de Iowa cf.M.

H.

Kuhn, Major Trends in Sym-

bolic Interaction Theory in the Past Twenty-five Years),

y

de al-

gunas que plantean variaciones significativas de las ideas de Mead,

caso del «enfoque dramatúrgicon de Goffman cf . The presenta-

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tion of Self in Everyday Life) o de la «etnometodología» de H. Gar-

finkel (cf. Studies in Ethnomethodology).

El interaccionismo concibe al individuo como «activo frente

al ambiente

y

a éste moldeable por el individuo;

y

viceversa, el

individuo también es flexible para poder adaptarse al ambiente

mismo. La relación entre ambos es de interacción y mutuo in-

flujo» (Carabaña

y

Lamo de Espinosa, p. 278 . Todo acto social

comienza en un Yo, que implica entonces la iniciativa, el as-

pecto creador, y termina en un Mi, que implica la incorporación

a la persona de las estructuras organizadas de los otros, inclui-

dos tanto las personas como los objetos naturales. En esta rela-

ción entre Yo y Mi resultan necesariamente fundamentales Ien-

gu je

y reflexión; por eso señala Mead:

«Necesitamos reconocer que estamos tratando la relación exis-

tente entre el organismo y el medio seleccionado por su propia

sensibilidad. Al psicólogo le interesa el mecanismo que la especie

humana ha desarrollado para lograr el control de dichas relacio-

nes.

l ]

El control ha sido posibilitado por el lenguaje. Y es ese

mecanismo de dominio sobre la significación, en ese sentido, el

que afirmo, ha constituido lo que llamamos espíritu . C ] Del

lenguaje emerge el campo del espíritu» (p. 165). « l espíritu

surge en un proceso social sólo cuando ese proceso, como un

todo, entra en la experiencia de cualquiera de los individuos

dados involucrados en ese proceso o está presente en ella. Cuan-

do tal ocurre, el individuo tiene conciencia de sí tiene espíritu;

se torna consciente de sus relaciones con ese proceso como un

todo y con los otros individuos que participan en dicho proceso

juntamente con él. [ ] Es mediante la reflexión que el proce-

so social es internalizado en la experiencia de los individuos impli-

cados en él; por tales medios, que permiten al individuo adoptar

la actitud del otro hacia él, el individuo está conscientemente ca-

pacitado para adaptarse a ese proceso y para modificar la resul-

tante de dicho proceso en cualquier acto social dado, en términos

de su adaptación al mismo. La reflexión, pues, es la condición

esencial, dentro del proceso social, para el desarrollo del espíritu))

(p. 166).

El interaccionismo parte, pues, del sujeto como ser reflexi-

vo

y

de que la comunicación en cuanto tal resulta fundamental,

pues lo que hay es un intercambio de significados o de símbolos.

Justamente mediante

el lenguaje es posible el autoacondiciona-

miento constante en tanto que el individuo, mediante su pensa-

miento, internaliza la interacción, es decir, la reacción ante los

símbolos transmitidos por el lenguaje, con lo cual la significación

es objetiva, pues consiste en esa reacción aprendida y

con ello

el símbolo tiene un carácter general e igualmente significativo;

pero el proceso mismo, la interacción, se produce en el sujeto,

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en su interior cf. Carabaña-Lamo de Espinosa, p. 281 . Al res-

pecto señala Mead:

«El yo es la reacción del organismo a las actitudes de los

otros; el mi es la serie de actitudes organizadas de los otros que

adopta uno mismo. Las actitudes de los otros constituyen el mi

organizado, y luego uno reacciona hacia ellas como un yo» p. 202 .

«E l yo es la acción del individuo frente a la situación social que

existe dentro de su propia conducta, y se incorpora a su expe-

riencia después que ha llevado a cabo el acto. Entonces tiene con-

ciencia de éste. Tuvo que hacer tal y cual cosa, y la hizo. Cumple

con su deber y puede contemplar con orgullo lo ya hecho. El mi

surge para cumplir tal deber: tal es la forma en que nace en su

experiencia. Tenía en sí todas las actitudes de los otros, provo-

cando ciertas reacciones; ése era el mi de la situación, su reacción

es el yo» p. 203 . «El yo provoca el

mi

y al mismo tiempo reac-

ciona a él. Tomados juntos constituyen una personalidad, tal

como aparece en la experiencia social. La persona es esencialmen-

te un proceso social que se lleva a cabo con esas dos fases dis-

tinguibles. Si no tuviese dichas dos fases, no podría existir la res-

ponsabilidad consciente, no habría nada nuevo en la experien-

cia» p. 205 .

La teoría del interaccionismo simbólico es, pues, fundamental-

mente una teoría de la significación:

«a

los seres humanos buscan

ciertas cosas sobre la base del significado que esas cosas tienen

para ellos; b estos significados constituyen el producto de la

interacción social en las sociedades humanas, y c tales signifi-

cados resultan tratados y explicados a través de un proceso in-

terpretativo que es utilizado por cada individuo para asociar los

signos que él encuentra)) Bergalli, p. 215 .

El interaccionismo simbólico plantea, pues, una nueva forma

de orden y progreso basada en el consenso que implica la co-

municación, en el autocontrol de la persona. Es la acentuación

del espíritu individualista y la más clara expresión del optimis-

mo liberal; el individuo es un ser creador pero al mismo tiempo

social, en esto reside el carácter reformador del interaccionis-

mo. Por eso mismo también es claramente idealista, sea idealis-

ta subjetivista en tanto que se pone el acento en el YO

O

idea-

lista objetivado en tanto que se pone el acento en el Mi. En ese

sentido hay un vuelco inmenso en relación al funcionalismo des-

de el punto de vista de la teoría del conocimiento. Lo que im-

porta no son los objetos dados, sino el sujeto, cómo conoce él,

cómo entra en contacto con los otros; lo que interesa es el pro-

ceso del conocimiento; el conocimiento no es neutro u objetivo,

sino que está ligado al sujeto, a la persona, sea como Yo o como

Mi. Lo que se torna objetivo es el proceso de conocimiento en

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tanto que los símbolos adquieren una significación igual para

todos.

La importancia del interaccionismo simbólico reside en que

por primera vez se plantea una posición reflexiva y se cuestiona

con ello la neutralidad del conocimiento, poniendo el acento en el

sujeto, en el proceso de comunicación, en la significación. Hay,

pues, una viraje de

180

grados respecto del positivismo

y

el fun-

cionalismo, aun cuando el objetivo sea el mismo: plantear una so-

ciedad que se desenvuelve en la armonía del Yo y del

M i

y

que

esta en un continuo

progreso

a través de los impulsos del Yo

y

alcanzando también siempre un continuo orden a través del Mi.

Es, pues, un nuevo paradigma del

orden, el progreso

y

el con-

senso social. Desde un punto de vista epistemológico hay un

continuismo respecto del positivismo

y

el funcionalismo:

la es-

tructura del mundo social sigue siendo un

absoluto

encubierto

por la preocupación únicamente respecto de la significación.

El gran fallo del interaccionismo simbólico reside en que al

absolutizar el cómo, la comunicación, la significación, plantea

una ausencia de estructuras sociales objetivas y, evidentemente,

la comunicación o la significación no pueden reemplazar al ob-

jeto mismo, a las estructuras sociales en que la comunicación

y

la significación se dan. El mundo de la «fantasía» y de la

«felicidad» no es el de Alicia y el país de las maravillas. El in-

teraccionismo simbólico tiende a desconocer la existencia de gru-

pos sociales, de clases sociales, el proceso de producción y de

poder. El juego entre el Yo y el Mi tienden a encubrir tal rea-

lidad. El interaccionismo simbólico «ha olvidado la teoría de la

verdad para absolutizar la del significado» Carabaña y Lamo de

Espinosa, p.

316).

El interaccionismo simbólico, como se profundizará posterior-

mente

infra,

cap.

V I I ,

ha tenido una inmediata repercusión en la

criminología a través de las teorías de la reacción social o del eti-

quetamiento. Si bien ello, por una parte, ha permitido una fruc-

tífera investigación en el campo del control social, mostrando la

relevancia que éste tiene en cada instancia particular para la cons-

titución del comportamiento desviado; por otra, en cambio, ado-

lece de los mismos defectos que la teoría madre, esto es, el ab-

solutismo en la significación, que ahora se expresa en el absolu-

tismo del proceso de etiquetamiento, encubriendo entonces la

estructura social en que se dan el control y la desviación. En el

derecho penal no ha tenido hasta el momento mayor influencia,

aunque es predecible que la tenga con bastante fuerza en el ám-

bito explicativo de las teorías de la pena, donde evidentemente

puede contribuir mucho a su esclarecimiento. De todos modos es

necesario hacer notar que, en el último tiempo, tanto en la cri-

minología a consecuencia del interaccionismo como en el dere-

cho penal por la política criminal, ha habido vuelcos paralelos

en sus paradigmas. Así como en la criminología

l

paradigma

del

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estudio etiológico del delincuente ha sucedido el paradigma del

estudio del control como forma de criminalización, así también en

el derecho penal el esquema dogmático del delito ha dado paso

al análisis político-criminal de la pena. Es decir, que en ambos

campos se pone hoy el acento sobre el control, por ello mismo

necesariamente se producirá una mutua interrelación entre am-

bos ámbitos. Justamente, Calliess ha planteado últimamente una

concepción de la pena sobre la base del modelo de comunica-

ción interaccionista (pp. 80

y

SS.).

5

L M R X I S M O

Desde el positivismo, que excecró el pensamiento crítico ilu-

minista, pasando por el funcionalismo

y

llegando hasta el inter-

accionismo simbólico, el esfuerzo de os científicos sociales aca-

demicistas ha tendido exclusivamente a explicar el funcionamien-

to del sistema capitalista burgués y a llevar a cabo una revisión

de detalle. En forma radicalmente opuesta a tal dirección surgió

el planteamiento de Marx, que justamente recoge y reivindica el

pensamiento crítico iluminista (cf. Zeitlin, pp. 97-98). Desde un

punto de vista teorético no hay diferencias: hasta el pensamiento

utópico se hace carne en el marxismo, y la utopía comunista cum-

ple igual función teorética que las «utopías» o «estados naturales»

en los iluministas; la diferencia está en que Marx emprende una

crítica científica, es decir, no se queda en el plano de las ideas,

sino que por el contrario parte del análisis de la realidad concre-

ta. La lucha de clases, la lucha contra el Estado, la lucha contra

el sistema de producción no ha terminado, la Revolución francesa

no ha sido suficiente para implantar la libertad, la igualdad y la

solidaridad. Una clase, el proletariado, ha quedado sometida y ex-

plotada, y por ello mismo desde los años posteriores a la Reve

lución francesa surgen sus levantamientos a través de toda E u r e

pa. De ello se hace cargo Marx, y su pensamiento es expresión

de esa clase y de ahí que sea completamente diferente al que

surge de la burguesía. No se trata, pues, de la reforma, sino de la

revolución; no se trata de la revisión en detalle, sino de la revi-

sión de las estructuras del sistema social mismo. No se trata de

teorizar sobre el consenso sino de analizar la lucha de clases y

desde allí llegar a una etapa superior; el consenso encubre esta

realidad la de la formación de bloques hegemónicos dentro de

esta lucha de clases.

Como señala Marsal, los temas centrales para Marx serán <<las

clases sociales. la relación entre estructura v suverestructura v

el paso de la 'sociedad capitalista

y

explotadora

a

una sociedad

liberadoran (p. 117). En el prólogo de Contribución a la crítica

d e

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la economía política Marx explica en pocas palabras con mu-

cha claridad los conceptos de estructura

y

superestructura:

«El resultado general a que llegué, que una vez obtenido

sirvió de hilo conductor a mis estudios, puede resumirse así: En

la producción social de su vida, los hombres contraen deter-

minadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad,

relaciones de producción, que corresponden a una determinada

fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. E1 con-

junto de estas relaciones de producción forma la estructura eco-

nómica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la su-

perestructura jurídica política

y

a la que corresponden deter-

minadas formas de conciencia social. El modo de producción de

la vida material condiciona el proceso de la vida social, política

y

espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que

determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que de-

termina su conciencia» p.

373 .

Es cierto que tales expresiones han provocado

también que

durante mucho tiempo el marxismo vulgar sólo se preocupara

del estudio de la estructura y dejara la superestructura totalmen-

te en segundo plano, lo cual evidentemente no se corresponde con

el pensamiento de Marx que ciertamente puso un acento en la

estructura por su debate con los socialistas utópicos más preocu-

pados por las formas de vida) ha dado lugar a un largo debate,

que dura hasta nuestros días, sobre la importancia que ocupa la

concepción de superestructura en Marx y respecto de las interre-

laciones existentes entre ambos órdenes.

Ahora bien, en el proceso de producción el hombre participa

de forma activa siendo su actividad principal el trabajo, que es

la que le proporciona sus medios de subsistencia, su vida mate-

rial. Pero ese trabajo se ha vuelto alienante en tanto que le son

ajenos los medios de producción, pues ha sido separado de ellos

y

entonces el producto de ese trabajo le es ajeno y por ello mis-

mo es dividido y empobrecido en su quehacer

y

sometido a las

cosas, a la máquina. Así surgen la clase de los que no son posee-

dores de su trabajo, que trabajan para otros,

y

la de los dueños

de esos medios de producción. La interrelación entre ellas se

produce, pues, a través del modo de producción una queda ne-

cesariamente sometida a la otra, lo que origina una lucha entre

ambas: una por mantener su dominación, la ot ra para lograr

su liberación. Esta forma de interrelación de dominación origina

también una superestructura de dominación: hay una ideología

y

una institucionalidad de dominación. Pero también a la superes-

tructura se traslada la lucha de clases, esto es, también al nivel

de las ideas aquélla tiene lugar, aun cuando evidentemente el ca-

mino sea más fácil para la clase dominante, pues se trata de la

defensa ideológica del sistema existente. Es este aspecto dinámi-

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co y complejo el que se olvida generalmente en la clásica distin-

ción vulgar de estructura y superestructura. Pero, más aún, la

interrelación genera la existencia junto a la burguesía

y

al pro-

letariado de otros grupos y estratos sociales (la llamada clase

media, la pequeña burguesía, el lumpen proletariado, la lumpen

burguesía, los intelectuales, etc.). Ahora bien, esta lucha de clases

sólo puede terminar mediante el cambio de la estructura, es

decir, mediante una revolución: el modo de producción tiene que

pasar de capitalista a socialista, para lo cual es necesaria la do-

minación política del proletariado sobre la burguesía, con lo que

la relación ya no será alienante entre una y otra clase, pues si

bien el proletariado es el alienado, se crea una relación de alie-

nación que también afecta a la burguesía. Al cambiar el modo

de producción se irá a la reorganización de la sociedad, ya que la

producción se basará en la asociación libre de productores igua-

les; ello llevará a la desaparición de las clases sociales y, por lo

tanto, de la lucha de clases.

Esta muy breve incursión en Marx no tiene por objeto sino

ratificar lo que expresa Marsal: «Ignorado o mixtificado durante

muchos años, hoy está perfectamente claro que Marx es uno de

los padres fundadores de la sociología, tanto como Comte o

Saint-Simon pueden serlo de otra vertiente.

[

Porque, como

hemos visto, el marxismo es una concepción global que excede

del marco especial de la sociología. Pero la contienen (p.

109 .

Desde el punto de vista de la teoría de la ciencia, el marxismo

se opone al análisis reductivo del positivismo «que prescinde

-por abstracción- de la peculiaridad cualitativa de los fenóme-

nos complejos analizados y reducidos» (Sacristán, p. 20 , con lo

cual sólo plantea enunciados generales, las llamadas leyes del po-

sitivismo o de la ciencia positiva, que informan también de modo

general sobre toda una clase de objetos. En contraposición a ello,

el marxismo utiliza el análisis dialéctico, esto es, trata de recu-

perar lo concreto, la comprensión de las concreciones o totalida-

des, «entender la individual situación concreta (en esto es pensa-

miento dialéctico) sin postular más componentes de la misma

que los resultantes de la abstracción y el análisis reductivo cien-

tíficos (y en esto es el marxismo un materialismo))) (Sacristán,

p.

21 .

Frente al funcionalismo como concreción de la corriente posi-

tivista y que convierte a la sociedad sólo en un sistema estruc-

tural que funciona como un organismo cualquiera, Marx opone la

actividad creadora del hombre, su actitud reflexiva, su concien-

cia, y con ello también el concepto de clase social y, por lo tanto,

la sociedad no como un organismo transparente en su funciona-

miento sino como una relación de lucha de clases.

Por último, frente al interaccionismo, que estructura la sacie-

dad como una comunicación diáfana entre el Yo y el Mi, con lo

cual la sociedad aparece sólo como producto de la significación,

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Marx opone que «no es la conciencia del hombre la que determina

su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su

conciencia, loc.

c i t . ) ,

esto es, que no se puede prescindir del

modo de producción concreto, a través del cual precisamente los

hombres entran en relación entre sí; esa base real no se puede,

pues, pasar por alto.

Ciertamente el positivismo logra grandes resultados con su

análisis reductivo, lo que no es desdeñable en modo alguno, aun-

que llegado el momento de analizar un fenómeno social, lo hace

a menudo de modo sumamente parcial

y

a veces intrascendental.

El funcionalismo, por su parte, permite una mejor explicación

de cómo funciona en lo general la sociedad capitalista

y

del pa-

pel que le caben a las diversas estructuras, pero se trata de un

análisis en el vacío, es decir, no aplicable a una sociedad en con-

creto, pues prescinde del motor de ella, que es el hombre. Por

último, si bien el interaccionismo destaca la función creadora

del hombre

y

lleva a cabo una teoría de la comunicación que no

se encuentra en Marx, prescinde de la realidad y se trata enton-

ces de un motor que gira sobre sí mismo. En definitiva, se pue-

de decir, como expresa Zeitlin, que la sociología se ha dado en

torno al iluminismo

y

a Marx, «surgió en el siglo

X X

como par-

te de la reacción conservadora frente a la filosofía del Iluminis-

mo, así también en el siglo

xx

una gran porción de la sociología

tomó forma en el choque crítico con las teorías de Karl Marx»

p.

123 .

Pocas son las referencias concretas en la obra de Marx al fe-

nómeno criminal. Quizá las más extensas y punzantes son las de

sus artículos sobre la ley de hurto de leña en el Rheinischen Zei-

tung de 25 de octubre a

3

de noviembre de 1842 que son un claro

ejemplo demostrativo de un derecho de clases

y,

por lo tanto, de

la determinación de lo que es criminal por parte de la clase en el

poder. Sobre la base de los escritos de Marx se desarrolló una

teoría de la criminalidad fundada en el derecho de clases, en la

justicia de clases, en la pauperización, en el hecho de tratarse de

una protesta inconsciente del proletariado y, en definitiva, sobre

la estructura económica de la sociedad. En el último tiempo la

teoría crítica o radical de la criminología, como se verá más ade-

lante, ha intentado una revisión de ésta sobre la base de Marx,

pero profundizando también en los aspectos metodológicos al re-

coger las aportaciones de la llamada escuela de Frankfurt o teoría

crítica.

Tampoco Marx planteó expresamente una teoría jurídica, si

bien se refirió al derecho directamente en muchas de sus obras.

Por eso ha habido desde siempre un largo desarrollo teórico mar-

xista en este campo. Clásicas son ya las obras de Stucka

L a fun-

ción revolucionaria del derecho

y

del Estado)

y

PaSukanis

L a

teoria generale del dir i t to e i l marxismo)

y en la actualidad cabe

destacar, entre otras, las de Cerroni

Marx y el derecho moderno)

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y la reciente, muy completa, de Abel

M.

Barceló Sociedad

y

de-

recho). En cuanto al derecho penal en concreto, ha habido un

desarrollo mínimo de la teona marxista. Ello es explicable por-

que los códigos y la teoría del llamado socialismo real han estado

fuertemente influidos tanto por el positivismo naturalista como

por el positivismo jurídico

y

por otra parte, en el ámbito europeo

y

latinoamericano, la irresistible influencia del positivismo natu-

ralista primero

y

luego de la dogmática jurídica, con el gran

atractivo de sus modelos explicativos brillantemente construidos,

no han permitido el surgimiento de modelos alternativos.

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Segunda parte

PLANTEAMIENTOS CRIMINOLÓGICOS

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1 1 1

Patología criminal aspectos biológicos

p r

Teresa Miralles

1

LA NOCION DEL DELINCUENT E SU ANORMALIDAD

Desde sus inicios en el siglo

XIX

a explicación científica de la

criminalidad ha elaborado sus planteamientos a partir del presu-

puesto básico del carácter singular y distinto del Eomporta iento

delincuente con relación al comportamiento adaptado a las nor-

mas sociales

y

jurídicas. lo que es más, en este origen singular

del comportamiento delincuente está implícita una base patoló-

gica del individuo que lo lleva a cabo. a partir del momento en

que se convalida científicamente esta afirmación, el científico se

permite encauzar el estudio de la delincuencia a través de formu-

laciones que evidencien el «por qué» y las causas de tal singula-

ridad.

Inmediatamente se opera una separación tajante entre el in-

dividuo adaptado

y

el delincuente, de modo que aquél juzga a

éste como ente distinto; y desde el momento en que se coloca

como normal y poseedor de la verdad sobre lo que es bueno y

malo, sobre lo que es justo e injusto, el hombre adaptado ocupa el

lugar ventajoso dentro de esta relación de distanciamiento. No es

sólo un distanciamiento social y psicológico sino que fundamen-

talmente es un distanciamiento ideológico.

No hay por tanto posibilidad de integrar las acciones delictivas

dentro de los atributos de la conducta adaptada. Se le podrá de-

cir al delincuente lo que él tiene de cierto y errado, por qué hizo

lo que hizo e incluso se le podrá predecir su conducta futura, así

como los sentimientos que le animarán para, en último término,

imponerle un cambio en su manera de ser

y

de pensar.

Por lo tanto la primera condición que la relación de distancia-

miento otorga al individuo adaptado es el apoderarse de la posi-

ción de autoridad sobre el destino del sujeto delincuente.

Además, dentro de otro orden de cosas, el sujeto adaptado, al

considerar al delincuente como ente distinto, provoca en sí mismo

una reacción: experimenta un sentimiento de desinterés absoluto

para comprender una conducta tan distinta -que se desarrolla

en otra esfera de la realidad humana- y para acercaree al hom-

bre que la realiza,

y

ello porque hay un impulso

de

rechazo,-de

aprensión hacia lo desconocido y lo diferente.

Sería, pues, interesante encontrar el origen de la noción de

*distinto» y de «anormal» que se ha otorgado al su je to delin-

cuente.

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iincuente se diferencia por una serie de defectos en la conducta

cuya causa es exterior a él.

Sin embargo, años más tarde, durante el siglo XIX la misma

creencia protestante lleva a considerar la conducta delincuente

dentro del mismo origen que la enfermedad: son efecto de la

inmoralidad, la falta de higiene y el desorden epidémicos en los

tipos sociales no integrados. El delito

y

su autor entran en la es-

fera de ia patología médica.

Es evidente que el postulado determinista del positivismo sur-

girá con mayor fuerza en el mundo protestante cuando evidencia

que la propensión al vicio, al desorden y a la provocación que tie-

nen el pobre, el vagabundo y el delincuente arranca justamente de

su esencia, que es radicalmente distinta a la del rico. Así, el pr@

testantismo vehicula la creencia de que las categorías rico

y

pobre

son algo más que categorías sociales con sus distintos atributos

a ellos incorporados; han venido predeterminadas por designio

de la divinidad. Es Dios quien ha dividido a la raza humana en

dos categorías fundamentalmente distintas.

La base científica de los argumentos médicos se encuentra en el

materialismo psicológico de Hartley

-0bserva t ion on Man

1749)-

con el postulado de que la psique no es menos material

que el cuerpo; de ahí que los disturbios en el sistema corporal

produzcan distorsiones perceptivas y angustia mental; siguiéndo-

se de ello que las enfermedades físicas puedan tener causas mo-

rales. Así, las asunciones hartelianas posibilitan a los médicos el

argumentar que la mente desordenada del pobre adquirirá un

interés por el orden cuando su cuerpo se sujete a regulación

-regulación que está en la base del postulado disciplinario peni-

tenciario.

Esta corriente materialista médica se introduce en Francia,

donde deja sentir sus efectos inspirando la reforma del hospital

y

del asilo propugnado dentro del movimiento revolucionario.

El argumento materialista de que la reforma del delincuente

se puede realizar también a través de la mente legitima la lucha

de la profesión médica para establecer un monopolio en la di-

rección del asilo

y

de la prisión. Para ello, asimilan la crimina-

lidad a la insanidad convirtiéndolas en patologías médicas en-

raizadas en las lesiones del cerecro Ignatieff,

1978 .

Cabanis

-Ske tch o f the Revo lu t ion

o

Medical Sciencie and V ie w s re-

l a t i n g t o i t s R e f o rm 1806)-,

médico propagador de las ideas

revolucionarias, es quien extiende la creencia de que «los hábitos

criminales las aberraciones de la razón están siempre acom-

pañadas por ciertas peculiaridades orgánicas manifestadas en

la forma externa del cuerpo o de características de la fisono-

mía».

¿Por qué las distintas categorías patológicas que se fueron des-

cubriendo en el ser humano fueron inmediatamente referidas al

delincuente, hasta llegar a considerarlas como peculiares de él?

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Es justamente porque el médico al entrar en el asilo como figura

moral de autoridad Foucault,

1961)

y en las prisiones -para aca-

bar con las epidemias y enfermedades-, encuentra a su disposi-

ción científica un considerable número de individuos sobre los

que puede investigar y llegar a constatar la presencia de las ano-

malías enunciadas teóricamente. Los reclusos pasan a ser espe-

címenes vivientes de las más extrañas anomalías. Este estudio

biológico y la consiguiente clasificación se legitima no sólo por-

que los reclusos están sometidos a la autoridad del médico -y

por lo tanto son presa fácil- sino también por la situación de

inferioridad humana del prisionero a causa del desvalor social

que el delito conlleva y que la categoría de recluso reafirma. De

tal manera que los prisioneros pasan a ser entes socizles de

segunda categoría sobre los que es válida y legítima cualquier im-

posición externa, incluyendo la que los degrada a categorías pa-

tológicas.

Estamos en los comienzos del siglo XIX el pobre, el vagabun-

do y el ocioso, categorías sociales distintas a partir del siglo XVII

se han convertido en individuos anormales. La patología biológica,

ciencia que explicará las «diversas peculiaridades orgánicas» o

las múltiples «características de la fisonomías, está dando sus

primeros balbuceos. Con el avance del siglo, el triunfo del pen-

samiento determinista positivista sobre las premisas iluministas

permitirá a la clase médica sobresalir y tomar la hegemonía en

el estudio y tratamiento del individuo no integrado.

2

LAS CONCEPCIONES MÉDICO-BZOLOGICAS

DE LA CRIMINALIDAD

A lo largo del siglo XIX primero en Francia y luego en el norte

de Italia, los postulados del materialismo médico han adquirido

carta de naturaleza a la vez que el positivismo va ganando pres-

tigio científico al adoptar en su estudio del hombre el método ex-

perimental de las ciencias naturales. Todo converge para posibili-

tar el triunfo científico del biologismo. Este triunfo se hace efec-

tivo a fines del siglo cuando Lombroso -L1uomo delinquente

1876)-,

profesor de psiquiatría y de antropología criminal de Tu-

rín, utiliza las técnicas del método científico, especialmente la

estadística, en su teoría de la existencia del tipo criminal, cuyos

signos particulares externos como decía Cabanis) son una serie

de e stigmas deformantes que evidencian que el criminal es, en

nuestra sociedad evolucionada, la supervivencia de factores atá-

v i o ~ ue lo equiparan al salvaje primitivo.

A

este tipo especial lo denomina Lombroso «criminal nato*,

categoria que comprende el loco moral y el criminal epiléptico.

Tienen una misma característica ~emperamentai:ausencia con-

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génita del sentido moral e imprevisión. La originalidad de este

autor es adelantar una hipótesis explicativa de la delincuencia:

el atavismo, es decir, la reaparición accidental de rasgos ances-

trales desaparecidos en el curso de la evolución de la especie

humana. El atavismo se manifiesta por una serie de estigmas pre-

sentes en todo criminal nato y exteriorizado tanto en los facto

res craneales como en los anatómicos, fisiológicos y mentales. El

autor cita la existencia de 15 factores degenerativos, delimitando

la presencia de

degeneración

a la reunión de 5 de estos factores

en una persona. En su estudio de 25.000 criminales

(presos en

las cárceles de Italia y Europa) encuentra las reunion de 5 factores

(aunque no la misma combinación) en el 65O)o de sus sujetos de

estudio. Ello le lleva a explicar 12 relación existente entre los tra-

zos del carácter y las disposiciones criminales antisociales del in-

dividuo que delinque.

Con la teoría lombrosiana, el criminal comienza a ser consi-

derado como un ente aparte, como una especie humana particu-

lar. partir de aquí las explicaciones biológicas posteriores con-

sideran que las bases biológicas de la personalidad influencian

directamente la actividad criminal, singularizándola.

La noción fundamental es la llamada predisposición biológica,

que es una posibilidad evolutiva susceptible de conducir, a través

de características psicofísicas particulares, a la delincuencia como

forma especial de conducta. Esta predisposición biológica es de-

finida por Di Tullio (1950) como «la expresión de un conjunto de

condiciones orgánicas psíquicas, hereditarias, congénitas o ad-

quiridas que disminuyen la resistencia habitual a las instigacio-

nes criminógenas llevando con mayor facilidad al individuo al

comportamiento delincuente» (Fattah y Szabo, 1969).

Más concretamente, el sector biológico representado por las

funciones vegetativas, humorales, nerviosas y el cerebro

subcor-

tical, es la base de la explicación que relaciona las disfunciones

del cerebro y la criminalidad; para esta teoría es en el cerebro

subcortical donde nacen las disposiciones instintivas, las tenden-

cias afectivas, las necesidades y las instigaciones. Las lesiones en

esta zona llevan a convertir en comportamiento delincuente las in-

citaciones criminógenas externas que aquí juegan el papel, no de

factor causal, sino de factor desencadenante.

Un capítulo importante de la explicación biológica del compor-

tamiento criminal lo constituyen los estudios sobre endocrinolo-

gía con los múltiples trabajos de Pende

(1927), Vidoni (1923), Di

Tullio (1967) y Ruiz de Funes (1927). El punto de partida o hipb

tesis explicativa es que las disfunciones hormonales, por su in-

fluencia sobre el temperamento carácter del individuo, pueden

influenciar el desarrollo de la delincuencia. Por lo tanto, las

1

Las d iversas teor ías que esquem at izamos en es te apar tado part ir de es te

punto han s ido tomadas de la obra de Fat tah y Szabo 1969) .

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glándulas de secreción interna, por sus estrechas relaciones con

el sistema nervioso vegetativo, muy ligado a la vida instintive

afectiva, ejercen una influencia considerable sobre el desarrollo

carácter del individuo. De ello se derivan relaciones más o me-

nos estrechas entre las funciones endocrinas

y

las actividades psí-

quicas, entre los temperamentos endocrinos y el carácter, entre

la constelación hormonal individual la criminalidad.

Di Tullio 1967) explica que las glándulas endocrinas intervie-

nen en la criminogénesis por la constitución misma del individuo.

Este autor adelanta la hipótesis de que la constitución misma de

los criminales está bajo la dependencia de su sistema endocrino.

A partir de este enunciado, elabora una tipología de delincuen-

tes basada en su constitución, determinada por tales funciones.

Con el estudio del sistema glandular de delincuentes, diversos

autores han querido constatar la relación entre una disfunción

glandular

y

un tipo definido de conducta delincuente.

Como derivación de los trabajos lombrosianos se ha seguido

estudiando las posibles relaciones entre defectos físicos y fisio

2ógicos y criminalidad, intentando establecer tanto la frecuencia

de defectos físicos en los delincuentes como la frecuencia rela-

tiva entre los criminales y los no criminales.

Dentro de la biología criminal se ha concedido gran importan-

cia al estudio de la herencia peyorativa consistente en una heren-

cia mórbida potencial, débil en los padres que se transmite agra-

vada a los descendientes hasta convertirse en enfermedad o ano-

malía grave. Diversos autores han propuesto que este tipo de

herencia se encuentra con más frecuencia en los criminales que en

los individuos normales; destacan entre ellos Saporito

1929),

Ver-

vaeck 1925, 1929), Apert 1919) y Exner 1949). Por su parte, Di

Tullio

1967)

matiza diciendo que la herencia no transmite ni la

criminalidad ni la enfermedad, sino únicamente el terreno de

predisposición que da lugar, por lo general, a un proceso mórbido

O criminal solamente bajo la influencia de otros factores.

Los métodos que se han utilizado para estudiar las relaciones

entre herencia y criminalidad son:

1.

Las genealogías ascenden-

tes descendentes. 2. El estudio estadístico de las familias crimi-

nales. 3. El estudio de los gemelos monozigóticos dizigóticos.

Mucho más recientes son los estudios de biología criminal con

relación a las anomalías biológicas innatas en la forma de aberra

2

Para ampliar el tema con relación a las diversas teorias,

cf

los textos de

V0n Henting, 1971 y 1972; Hurwitz, 1954 Mezger, 1950.

3.

Para mayor información sobre estas teorias se pueden consultar los textos

e

Hunvitz 1954); Von Henting 1972); Vidoni 1923); Di Tullio 1967)

y

Fattah

4 Szabo 1969).

4. Para información sobre las teorias correspondientes se pueden consultar

10s textos de Hurwitz 1954) y Fattah y Szabo 1969).

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ciones cromosómicas

especialmente aquellas que afectan a los

cromosomas sexuales o «gonosomas». Cuando la fórmula cromo-

sómica es alterada, tanto en el hombre como en la mujer, se pro-

duce una serie de trastornos. Durante algunos años, varios inves-

tigadores han tratado de establecer si existe una

correlación

entre

estas

aberraciones cromosómicas

y

la delincuencia.

De los resul-

tados obtenidos se puede concluir que la presencia en exceso de

gonosomas, bien se trate de un suplemento del tipo

X

o del

tipo Y, puede ser el origen de una verdadera predisposición a la

delincuencia, traducida por una mayor facilidad para cometer

actos delictivos, incluso bajo la influencia de estímulos criminó-

genos que son inoperantes para la mayoría de los individuos.

De todos modos señala un autor, Moor

1967),

que estas anoma-

lías crornosómicas son relativamente raras, afectando como má-

ximo a un 1 por ciento de los delincuentes.

Un gran interés ha suscitado en biología criminal el estudio

de la morfología o tipo somático con relación a la hipótesis de

base de la correlación existente entre los datos morfofisiológicos

y

los caracteres psicológicos, incluida la tendencia al delito. La

obra más conocida es la de Kretschmer,

Korperbau und Charak-

ter

1921):

3

CARACTER CIENTfFZCO DEL MÉTODO UTILIZADO

Respecto de cualquier teoría, dicen Taylor, Walton

y

Young

1973),

debemos plantearnos dos tipos de pregunta: cuál es su

poder explicativo

y

cuál es su atractivo. La primera pregunta

se ciñe al análisis de las características del método aplicado,

mientras que la segunda cuestión implica el estudio relativo a

su eficacia políticecriminal. En este apartado tercero nos de-

tendremos en la exposición de la primera cuestión, para dedi-

carnos en el próximo apartado a la segunda.

La biología criminal, de método positivista, utiliza el método

experimental propio de las ciencias naturales, aplicándolo al cam-

po de la conducta humana. El procedimiento es el siguiente: se

parte de una hipótesis a verificar7 referida a la relación entre

dos variables dentro de la dependencia causal unilateral. En la

5 Para su estudio se pueden consultar las obras de Hurwitz 1954), Fattah y

Szabo 1969) y Bergalli 1980).

6. El experimento es una experiencia científica en la que se provoca delibera-

damente algún cambio

y

se observa e interpreta su resultado con alguna finalidad

cognoscitiva Bunge, 1980, p. 828).

7 .

La

hipótesis es el enunciado de relaciones plausibles entre una serie de

fenómenos observados o hechos imaginados.

8 na variable es el conjunto de caracteres cuantitativos que poseen las

unidades de observación, referidos tanto a cuestiones objetivas como subjetivas. La

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etapa de observación se contrasta en la realidad esta relación en-

tre variables a través de las técnicas experimentales. Las variables

son «el dato biológico» y «el comportamiento social»; esta última

variable es escindida en dos dimensiones «comportamiento delin-

cuente* y «comportamiento no delincuente».

Por ser los valores de las variables números o cifras, es decir,

que expresan una cantidad, la relación entre los valcres del dato

biológico y los del comportamiento social se han medido y ex-

presado matemáticamente por medio de frecuencias y porcenta-

jes. La técnica experimental más utilizada en biología criminal ha

sido el grupo de control.

La fidelidad y la validez O de la técnica empleada para la me-

dición de los datos son de suma importancia para la cientificidad

de la explicación que estos datos puedan aportar e incluso para

hacer factible esta explicación. Fidelidad y validez propician la

generalización y de ésta se llega a ¡a explicación. La biología cri-

minal ha interpretado el comportamiento criminal explicándolo

a través de la teoría del sistema motivacional del individuo, den-

tro de la etiología del dato biológico (Matza,

1964 . En

el positi-

vismo biológico la generalización, es decir, llegar a la explicación

científica en base a una ley general, es el principal objetivo del ex-

perimento; de esta manera se expresa Ferri

1886):

«para noso-

tros [los positivistas] la ciencia exige estar examinando los hechos

uno por uno durante un largo espacio de tiempo, evaluarlos, re-

ducirlos a un denominador común para extraer su idea central»

(P.

244 .

Estamos sin duda en presencia de la primera característica del

método positivista, que es su

unidad científica

ya que utiliza las

premisas, hipótesis e instrumentos de las ciencias naturales con

la explicación causal de los acontecimientos, aplicándolos como

si fuera igualmente válido al estudio del hombre, es decir, sin

ninguna reflexion previa sobre la validez científica de esta apli-

cación (Taylor, Walton y Young,

1973 .

Se puede efectuar una crítica general del método científico

usado por la biología criminal, comprendida dentro de la crítica

del método causal de experimentacion. Esta crítica lleva a con-

sideraciones más profundas sobre características inherentes al

método positivista, que son: la neutralidad y la objetividad cien-

dependencia causal unilateral es un tipo de covariación que funciona del siguiente

modo: a las modificaciones en los valores de la variable independiente en nuestro

caso, el dato biológico) le seguirán modificaciones en los valores de la variable de-

Pendiente en nuestro caso el comportamiento social).

9.

La fidelidad de una técnica se refiere a su capacidad para ser comparada

Por otros experimentos sobre la misma realidad.

10

La

validez de una técnica se refiere a su capacidad para reflejar el fenó-

m no

que estudia. Una técnica fiel es aquella que mide exactamente lo que quiere

medir.

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tíficas, la explicación determinista y la cuantificación. Estos as-

pectos críticos han sido ya apuntados en el capítulo de esta

obra. Aquí es interesante presentar unas breves notas críticas de

los problemas metodológicos más sobresalientes que comportan

los estudios de la biología criminal.

La primera dificultad está referida al mundo objeto de estu-

dio, que influye en gran manera en la objetividad del investiga-

dor. Los estudios biológicos quieren investigar en la persona del

delincuente y para ello utilizan un concepto formal de indivi-

duo delincuente, definiéndolo como aquel que ha sido condenado a

una pena privativa de libertad o aquel que está detenido en es-

pera de sentencia condenatoria. Ahí reside la primera deficiencia,

ya que en realidad, incidiendo el estudio no propiamente sobre

un individuo delincuente, sino en el detenido y el condenado, hay

una distorsión en la elección del ámbito de estudio. El estudio

de un tipo de individuos -con características propias- no per-

mite científicamente transferir los resultados encontrados a otra

categoría de individuos.

De este modo y de partida, la biología criminal, al explicar al

individuo criminal con datos relativos al individuo detenido o

condenado, crea un estereotipo del delincuente, estereotipo basa-

do en la patología. Y ya desde este inicio la criminología asimila,

en su explicación, al individuo condenado y al delincuente, repro-

duciendo y fijando el estigma de la delincuencia solamente en los

actos y los individuos sobre los que recae el interés represor del

sistema de control.

Una segunda deficiencia reside en las características cualitati-

vas que algunos estudios han empleado para formar los valores

d e la variable independiente -dato biológico. El estudio de

Kretschmer adolece de este mal ya que las modalidades de su

«tipo

morfológico» - e s decir el dato biológico-, como dice Ellen-

berger

1968),

no corresponden a la realidad, sino que son tipos

ideales.

El principal problema de los estudios de Lombroso recae tam-

bién en su concepto de ((estigma atávico», ya que está constituido

por características morfológicas altamente dudosas en las que

obviamente está implícita la particular visión del autor: sus pre-

juicios sociales y raciales y la influencia de la teoría darwiniana,

lo que desvirtúa considerablemente su objetividad; es además de-

ficiente la significación estadística de esta variable, exigiendo la

reunión de sólo factores en un individuo cuando el concepto se

forma por

15

Una tercera limitación se refiere a la etapa de experimento o

contrastación, ya que se detectan problemas con relación a las téc-

nicas de medidas cuantitativas que se han utilizado. Por ejemplo,

11 La objetividad del investigador influye: a en la elaboración de la hipótesis;

b en el tratamiento del dato biológico, y c en la interpretación del resultado.

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10s diversos estudios sobre «herencia peyorativa» que inciden en

el estudio de las parejas de gemelos a través del empleo de la

técnica del grupo de control. Estos estudios se encontraron con

que en muchos pares de gemelos había imposibilidad de definir

con certeza si eran parejas uni o bi-vitelinas por carecer de las

indicaciones pertinentes. En la duda se colocaron en la variable

nunivitelinosu. Esta misma dificultad llevó a que los estudios em-

plearan criterios distintos para la formación de las parejas de ge-

melos. Este error de tipo aleatorio, que no se puede corregir, ha

distorsionado en gran manera los resultados, ya que la técnica

del grupo de control no se ha mostrado fiel ni válida.

Del mismo modo, el estudio de Goring The Engl i sh Con-

vinct

1913)-, que utiliza la técnica cuantitativa de la correla-

ción -dejando aparte la discusión sobre la capacidad de uti-

lización de técnicas cuantitativas para el estudio del compor-

tamiento humano que es cualitativo y que también incide en la

fidelidad de la técnica en si, pero que trasciende a esta obra-: se

encuentra con el problema de la variable «número de años en pri-

sión» que traduce, para este autor , la delincuencia l y que es de

naturaleza distinta a la de las demás categorías biológicas) con

que se correlaciona. La diferencia estriba en que las variables pro-

ceden de universos fenomenológicos dispares que a lo sumo com-

portarán una descripción pero nunca una relación valorativa. De

modo que, incluso utilizando la correlación, que

es un procedi-

miento estadístico sofisticado, se convierte en técnica de escasa

fidelidad.

Como cuarta y última deficiencia, las teorías biológicas, por

su método positivista que basa su explicación en la

di fe renc ia

tienden en la interpretación de sus datos a exagerar las diferen-

cias encontradas, distorsionando la realidad del mundo que han

observado Matza, 1964). De es te modo se ha exagerado la inci-

dencia del dato biológico en el comportamiento criminal.

4.

L A

BIOLOGZA CRIMINAL

SU

REFLEJO EN LA

POLfTICA CRIMI NAL

La posibilidad que tiene una teoría de aportar determinados

instrumentos de acción al sistema de control, en términos de po-

lítica criminal, está directamente relacionada con el atractivo que

contienen sus conclusiones. El atractivo de una teoría se mide por

1 acogida que encuentra dentro del pensamiento científico de su

epoca, en la que juega un importante papel la oportunidad con

12 Para este punto de gran interés metodológico remitimos a la obra de Ma

deleine Grawitz

1975). pp. 310-311.

13

Recordemos aquí la primera deficiencia metodológica antes expuesta.

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criminal puede ser ya relacionado con ella, porque al ser él el

propio instrumento de su patología se convierte en un alienado

social.

El objetivo declaradamente perseguido por Lombroso y sus dis-

cípulos queda enfocado no hacia una organización distinta de la

sociedad que por lo demás supondría poner en cuestión sus apa-

ratos institucionales y científicos), sino hacia la eliminación de la

conducta antisocial enfocada en la peligrosidad que comporta

Ciacci y Gualandi, 1977; p. 31).

Con ello se entra de lleno en el estudio médico-biológico-antro-

pológico del delincuente, con la elaboración de un concepto mé-

dico básico, el de profilaxis criminal, con sus dos aspectos, la res-

ponsabilidad penal y el estado de peligrosidad. partir de aquí,

la pena privativa de libertad pasa a tener como función «la trans-

formación del .hombre» Melossi y Pavarini, 1977; p. 205). las

nociones de castigo y arrepentimiento, con sus implicaciones mo-

rales y legales, dejan de ser útiles, siendo reemplazadas por la

noción de «rehabilitación»,concepto de netas implicaciones médi-

cas Del Olmo, 1979).

La biología criminal, como fundamento teórico de la nueva po-

lítica criminal rehabilitadora, es estimulada e internacionalizada

en el ámbito criminológico, llegando a constituir la forma de pen-

samiento de la élite científica durante una larga época. La

inter-

nacionalización de la nueva ideología de control social se realiza

con el papel rector y hegemónico de los Estados Unidos de Amé-

rica del Norte, país que ya comienza a desplegar su programa

económico. Dos congresos definen y

establecen la nueva política

criminal: el Congreso Nacional sobre Disciplina de las Penitencia-

rías y Establecimientos de Reforma Estados Unidos), en 1870, pro-

mulga la declaración de principios de reorientación de la política

criminal; la implantación a nivel internacional de tales principios

se efectúa en el primer Congreso Penitenciario Internacional ce-

lebrado en Londres en 1872. En este Congreso se institucionaliza

internacionalme~tea nueva ideología del control social, en la que

se señala y especifica que el objeto destinatario del tratamiento

es el criminal y no el crimen. Para tal cometido se revela de pri-

mera necesidad elaborar e implantar una clasificación del indivi-

duo delincuente atendiendo a su carácter singular. es un téc-

nico, un especialista, un científico quien ha de estudiar a este

individuo. Es justamente en este ambiente científico en el que

Lombroso, en 1885, expone su teoría del criminal nato, en el Pri-

mer Congreso Internacional de Antropología Criminal celebrado

en Roma.

La eventual transformaci6n que la teoría lombrosiana implicó

en las leyes fue tan profunda que en 1889 se funda en Alemania

la Unión Internacional de Derecho Penal siendo Von Listz uno

de sus fundadores) con el fin de coordinar las nuevas tendencias

reformadoras dando mayor autoridad a las proposiciones de cam-

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bios en la legislación penal y en su aplicación.

El

propio

van

L i s t ~

relaciona el derecho penal, la criminología y la penología al refe-

rirse a la necesidad de una política criminal basada en la preven-

ción especial.

Así pues, con el alborear del siglo

xx

la prevención especial

-como nueva función de la pena- y la ideología positivista

-que la sustenta-, implícitas en la biología criminal, son objeto

de aprobación internacional como .norma universal de resolu-

ción del problema delictivon (Del Olmo, 1979, p. 71). Por todo ello

no es de extrañar que hasta hace escasamente una década,

Eysenck (1969) siga entendiendo que la explicación biológica de la

criminalidad, ampliamente extendida, continúe asentando esta con-

ducta en la noción de la base patológica individual.

Dos son fundamentalmente las instituciones de política crimi-

nal creadas a partir de la teoría biológica

y

legadas por el si-

glo

XIX

las medidas de seguridad

y

las medidas de tratamiento.

Ambas son en la actualidad los pilares básicos de la política cri-

minal.

Es Ferri (1887) quien elabora los llamados sustitutivos pena-

les, que no suponen la responsabilidad del individuo culpable de

la comisión de un delito, sino que se basan en las propias carac-

terísticas de su autor. Son instituciones que se aplican al autor

de un acto no por el carácter antisocial de este mismo acto y el

grado de culpabilidad individual, sino porque la comisión de este

acto antisocial traduce tendencias patológicas existentes en el in-

dividuo.

Las modernas legislaciones contienen medidas de seguridad que

continúan presuponiendo la existencia de personalidades defectuo-

sas de índole biológica patológica. Por ello la medida de seguridad

se aplica al individuo atendiendo a su anormalidad e implica en

su tratamiento la consideración del carácter irreversible de la

anomalía, lo que se traduce en el carácter totalmente indetermi-

nado de la medida.

En España, las medidas de seguridad aparecen en el Código

Penal de 1928, de línea correccionalista, y con posterioridad entran

como ley especial en 1933 en la Ley de Vagos y Maleantes, la cual

es sustituida por la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social

de 1970. Tanto la Ley como el Reglamento contienen normativa

referida directamente a las explicaciones biológicas. Así, con re-

lación a la investigación del hecho y su autor, dice el art. 16, pá-

rrafo 2 de la Ley: «Acordará asimismo el juez la investigación

antropológica psíquica patológica del sujeto a expediente me-

diante dictamen pericia1 médico..

»

su vez el Reglamento, refiriéndose a las medidas de trata-

miento, dice en el art . 36, apartado 2: «Estará basado en el estu-

15 Sobre la teoría de Ferri y la Escuela de Defensa Social. remitimos al

capitulo V de esta obra donde se tratan con amplio detalle estas cuestiones.

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dio científico de l constituciór?, tenrperatnento, carácter, rc,rlderz-

cias

y

condicionamientos ambientales del sujeto, con la variable

utilización de los adecuados métodos psiquiátricos, psicológicos,

pedagógicos y sociales.»

El art.

83

y

siguientes regulan el tipo de investigación a llevar

a cabo para obtener todos los datos pertinentes del sujeto peli-

groso». Así, se exige la investigación antropológica, psíquica y

patológica» mediante «dictamen pericia1 médico». En cuanto a la

investigación antropológica, dice el art.

83

apartado

2:

«Tenderá

a

lograr el diagnóstico biotipológico

y

cuantos datos de dicha na-

turaleza se consideren útiles.» En cuanto a la exploración pato-

lógica, señala el apartado de dicho art. : Tendrá por objeto el

descubrimiento de cualquier enfermedad orgánica

»

El art.

85

con relación al estudio de determinados individuos, señala, refi-

riéndose a vagos

y

prosti tutas: «Se pondrá especial atención en

el

examen psíquico, complementándolo a ser posible con la

apli

cación de métodos psicométricos»; con relación a los rufianes se

aduce: «Se estudiará su personalidad psicopática y eventual dege-

neración ética..

»

Específicas medidas de tratamiento se desgajan especialmente

de las conclusiones biológicas sobre anomalías cromosómicas, en-

docrinas cerebrales. La idea implícita en ellas es ver si medidas

médicas. tales como la castración. la alteración o suuresión de

sistemas gland~ilareso 3 aniquiliición de materia cerebral por el

elcctrochoquc son medidas preventivas. Así, la castración es una

medida terapkutica o

preventiva

realizada en gran escala en Dina-

marca v Aleniania. La administración de electrochoaues está a la

orden del día como medida preventiva en las distintas y múlti-

ples clínicas y establecimientos socio-terapéuticos, en individuos

violentos

y

perturbadores, rebeldes a la disciplina aplicada tanto

en las prisiones como en las clínicas.

Las medidas de nolítica criminal desarrolladas a uartir de los

aportes de la biología criminal se han dirigido únicamente hacia

soluciones represivas, habiéndose olvidado la posibilidad de in-

troducir aspectos correctivos a travks de eximentes o atenuantes.

Por otro lado, una misma anomalía biológica tiene capacidad

para arrancar medidas de política criminal represivas

O

no. Esta-

mos pensando más concretamente en las implicaciones de la cito-

genética, que sugirieron dos decisiones judiciales totalmente opues-

tas en el año

1968.

Así, el

9

de octubre de este año, un tribunal

australiano absuelve a Edward HanneII del crimen de asesinato

por poseer la fórmula

XYY

en su cariotipo fórmula gnosómica).

Cuatro días más tarde, un tribunal francés en situación análoga

condena a años de prisión a Daniel Hugon; como testimonio

ante este tribunal, el genético profesor Lejeune declara que «el

criminal nato no existe, pero que los nacidos con anomalías cro-

mosómicas son un

30

h más aptos para convertirse en criminales

que los demás individuos».

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Ya a comienzos del siglo XX la evolución del pensamiento cri-

minológico parecía hacer realidad las predicciones de Offray de

la Mettrie, quien en

1749

señalaba:

«Llegará un día en que las

categorías culpable e inocente serán asuntos a decidir únicamente

por los médicos» Man a Machine .

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por la importancia de su influencia en la política criminal, dedi-

camos este capítulo a su estudio. Siguiendo el mismo método

que en el capítulo anterior, destacaremos primero los aspectos

políticos e ideológicos que rigen el nacimiento y evolución de las

tres disciplinas médicas, psicológicas y psicoanalíticas; segundo,

en cuanto a la teoría, comenzaremos trazando un esquema de los

conceptos freudianos que han nutrido el aporte psicoanalítico y,

en tercer lugar, expondremos los conceptos referidos a la perso-

nalidad criminal que las tres disciplinas han aportado; en cuar-

to lugar destacaremos la política criminal de este enfoque y

fi-

nalmente veremos sus implicaciones ideológicas actuales.

2.

N A C I M I E N T O

Y

EVOLUCIÓN DE

L

P S I Q U I A T R f A

L A P S I C O L O G f A Y E L P S I C O A N A L I SI S

Hemos visto en el capítulo anterior cómo en el siglo XIX la

antropología criminal obtiene una amplia repercusión en Europa,

por lo que el estudio del delincuente pasa a depender de la bio-

logía y de la medicina. Es en este momento, como señalan Lindes-

mith y Levin (1937, p. 669), cuando tanto psiquiatras como psi-

cólogos se sienten atraídos por el estudio del hombre delincuente

de modo que emprenden una serie de trabajos basados y orienta-

dos en la obra de Gall, Lavater, More1

y

Esquirol.

este respecto señala Wrigth Mills (1943) que el psicoanálisis

-que actualmente es una de las principales ideologías del positi-

vismo institucionalizado- emerge en el campo científico como pro-

ducto de la profesión médica pero debido justamente a la insatis-

facción que muchos de sus seguidores sintieron por el enfoque es-

trictamente médico. Aunque ello no impidió que la técnica del psi-

coanálisis haya permanecido impregnada de concepciones bioló-

gicas y psicológicas.

Cómo

y

en qué momento se efectúa la escisión entre medicina

física y psicológica,

y

cuál es la ideología implícita en el trata-

miento (teórico

y

práctico) de los problemas de la mente, son los

puntos clave que hacen patentes las influencias del pensamiento

positivista en estas disciplinas.

Un tipo de pensamiento psicoiógico -entendido en sentido

amplio- no es producto directo de la época positivista, es decir

de fines del siglo

XIX

aunque sí lo sea su institucionalización

como ciencia, sino que adentra sus raíces profundamente en el

tiempo, en la época clásica en que las cuestiones psicológicas

morales son tratadas junto con los problemas físicos, sin estable-

cerse una separación tajante entre cuerpo y alma, donde lo psi-

l . No trataremos del conjunto teórico de estas disciplinas; nos ceñiremos al

aspecto de la personalidad criminal.

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cológico y lo físico se yuxtaponen pero no se interfieren mutua-

mente Foucault,

1961 .

La escisión empieza a anunciarse hacia fines del siglo XVI I I

cuando la zona animica

y

sus enfermedades comienzan a ser

tratadas por la psicología contraponiéndolas al discurso de la ra-

zón que enfoca el tratamiento de la mente

y sus problemas en

términos de verdad y de error. La razón, que posee la verdad,

discurre con los problemas de la mente en términos de error,

si-tuándola en la no razón.

Dentro de esta postura metodológica se desarrollan dos técni-

cas; centrada u n a

en la imposición de la sabiduría pedagógica, ver-

dad incontestable de la vida cotidiana que implanta desde su ex-

terior y por la fuerza la exactitud del orden social. Hay una ac-

titud moralista, legalista

y

autoritaria en esta técnica psicológica.

La

otr

técnica entiende la mente desordenada como un producto

del desorden de vida y de la violencia. Así, se basa en la vuelta

al ritmo de la naturaleza, al orden de los alimentos, del cobijo,

a

la no violencia de la moral. Esta realidad inmediata es eficaz

en la medida en que se trata de una realidad programada desde

la verdad y la moral.

En estas técnicas la locura y sus desórdenes mentales son alie-

n a d o ~ , eparados, contrapuestos a todo lo que en esta época sig-

nifican los valores aceptados: el orden moral, la razón como valor

supremo, la libertad del individuo como ente razonable, la verdad

de la razón. Dentro de este discurso, las causas de los desórdenes

mentales y nerviosos entran, pues, en el terreno de lo patológico,

lo anormal, rigiéndose por coordenadas distintas, opuestas a las

que dominan en la sociedad sana, libre

y razonable. En ambas téc-

nicas las causas se centran en todo lo que lleva al individuo a

romper con su realidad inmediata. Con ello, pues, la mente y sus

desórdenes encuentran el camino de una explicación específica y

alienante. En último término, esta alienación se sitúa en el te-

rreno de la no aceptación del orden social.

Estas técnicas alienantes y su discurso moral impregnado de

explicación causalista ganan al espíritu de la Reforma y se erigen

en la base de las concepciones psicológicas que se elaboran en el

siglo XIX Concepciones que son vistas como algo positivo ya que,

aunque no lleguen a descubrir la verdad, sí posibilitan su conoci-

miento. Por ello en el siglo

XIX

las concepciones psicológicas son

elevadas a la categoría de científicas, positivas y experimentales.

Ya en el siglo xrx las concepciones psicológicas pasan a ope-

rar también en el terreno práctico y toman un lugar preponde-

rante en el sistema institucionalizado, un espacio médico y psico-

lógico. Cuando el científico sitúa la interrogación de su estudio

del individuo en el terreno de lo moral, surge también este espa-

cio moral en el terreno práctico, que pasa a definirse por la psi-

cología. Además, este discurso moral se convierte en un discurso

moral de castigo, y de este modo la distinción entre tratamiento

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médico psicológico pasa a operar en toda su profundidad. Hay

un discurso moral de castigo cuando el discurso sobre la locura

y su curación se coloca en el terreno de la culpabilidad utilizando

el miedo como método punitivo. este respecto dice Leuret

-Fragments psycologiques sur la folie

1834)-:

ue vuestra razón sea su regla

de conducta, sólo una cuerda

vibra en ellos los locos),

tened el valor de tocarla.

Es en el método de castigo donde la psicología encuentra su

propia esencia

y

donde se despliega específicamente no sólo en la

técnica en sí, sino también en el ámbito en el que ésta se realiza:

el asilo, donde se caracterizan la singularidad de la figura médica

y el diálogo autoritario que éste establece con el enfermo. Con

el método propio de la psicología, el tratamiento gana un espa-

cio médico institucional porque han surgido nuevos contactos en-

tre el enfermo y el médico-psicólogo, contactos basados en las

nuevas concepciones alienantes. Cambio profundo que dirigirá

toda la experiencia psiquiátrica moderna Foucault, 1961). Porque

suponen una garantía jurídica moral, el médico y el psicólogo

adquieren un espacio preeminente en la institución hospitalaria.

Como señala Foucault 1961), el trabajo que desarrollan estos per-

sonajes es visto como parte de la inmensa tarea moral que se

debe llevar a cabo en el asilo dentro del programa de reforma

de las instituciones. Con ello se introduce no una ciencia, no una

práctica científica, sino un personaje cuyos poderes no provienen

del saber científico, sino del sistema moral y social de orden que

representan;

y u

fuerza, su superioridad, se basa en la inferiori-

dad del individuo tratado que es alienado en su persona moral,

social

y

mental. Dice Foucault 1961, p. 284): «Esta autoridad ab-

soluta ha sido posible desde el comienzo de la disciplina hospita-

laria, porque el médico ha sido Padre

y

Juez, Familia y Ley

su práctica médica ha seguido los viejos ritos del Orden, de la

Autoridad y del Castigo.» Es decir que la psicología nace como

ciencia que se dedica al tratamiento de un desorden, desorden

que se concibe como tal, usando como norma definitoria de lo ra-

zonable y justo todo el conjunto de valores establecidos por el

poder para el mantenimiento del orden social e institucional: la

familia, la ley la autoridad como principio rector de todo el

engranaje social de las instituciones. Así, el psicólogo y el médico

se revisten de la figura autoritaria del Padre y del Juez restau-

rando con su sola palabra el orden de la moral. La ciencia y su

problemática están todavía muy lejos.

partir de aquí, la psicologia y la psiquiatría se integran en

la sociedad como técnicas y conocimientos institucionales, admi-

nistrativos y correccionales al servicio del Estado, acordes con la

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ideología que sirve a los intereses del orden

burgués. En este

sentido, Pinel Traité cornpler

u

r é g ime s an i ta i r e de s a l i é né s

1836)- elabora en Francia un concepto tanto médico como so-

cial de la locura al fundamentarla en la concepción burguesa de

identidad individual

y

social de la persona cuyas desviaciones

(perturbación del autodominio, pérdida de la voluntad racional,

etcétera) constituyen lo que Fábregas y Calafat (1976, p. 15 deno-

minan «locura de alienación». Del mismo modo, la definición que

Battie da de la locura en Inglaterra se inserta en la desviación

der orden, es decir, del nuevo orden burgués (Dorner, 1974). En

este sentido, la locura es considerada como una desviación de las

sensaciones internas y de la imaginación, pudiendo por lo tanto

ser aplicada, como dicen Fábregas y Calafat (1976, p. 16), «a cual-

quier conducta del individuo que se distancia de la moral conven-

cionalmente establecida)).

El asilo

y

el hospital se han convertido en una institución

más en el engranaje de imposición de la moral social. Pero como

en ellos se exige la segregación de los desviados, pueden imponer

la moral burguesa como un derecho sobre todas las formas de

alienación. Este tipo de tratamiento moral es seguido en Francia

por todos los psiquiatras reforpistas, y en Inglaterra lo adopta

principalmente Tuke en su famoso Retiro. Así pues, en el asilo

y el hospital, instituciones públicas, imponen una obediencia cie-

ga al poder institucional, un conformismo pasivo y la imposibili-

dad de toda rebeldía.

A

lo largo del siglo

XIX

a medida que se va imponiendo el po-

sitivismo, las prácticas de la psicología

y

de la psiquiotría de tipo

moral, basadas en la relación autoridad-alienación, se vuelven ((más

oscuras» voucault, 1961, p.

287),

el

poder del psiquiatra más mi-

lagroso

y

la relación terapéutica se introduce más

y

más en un

mundo extraño, donde su autoridad científica, que se había origi-

nado en el orden de la moral y de la familia, pasa paulatinamente

a provenir de su conocimiento ({científico?) y de

é

mismo con-

vertido en autoridad científica (Foucault, 1961).

Y

con el avanzar de la segunda mitad del siglo

XIX

esta prác-

tica moral psicológica

y

psiquiátrica va siendo recubierta por los

mitos positivistas de la objetividad y de la razón -que se en-

tiende localizada en el cerebro-, lo que lleva al dominio de una

teoría de las ciencias psicológicas mediante el desarrollo de doc-

trinas somaticistas, que se perpetúan a nivel terapéutico hasta

nuestros días (Fábregas y Calafat, 1976). Sólo así se puede enten-

2.

En el Retiro de Tuke, los locos *considerados como niños, forman una

gran familia con los médicos y vigilantes que despliegan una autoridad paterna-

lista para educarlos

y

encaminarlos

a

la normalidad por el trabajo

y

la edu-

cación religiosa.

Es,

pues, una técnica que intenta lograr el autocontrol con el

que la libertad del enfermo, dominada por el trabajo y la consideración e

los

otros, está constantemente amenazada por el reconocimiento de su culpabilidad.

(Fábregas y Calafat, 1976, p . 21 .

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der cómo, junto a conceptos de raíz biológica y somática, se yux-

tapone hoy una práctica psicoanalítica moral basada en la cul-

pabilidad a la vez que en conceptos biológicos.

Para la psiquiatría somaticista la locura tiene su origen en un

disfuncionamiento orgánico cerebral, de modo que en el estudio

de los problemas de la mente se investigan sus causas corpora-

les y su etiología y se clasifican en entidades nosológicas con te-

rapias específicas basadas en las ciencias naturales. Con este mé-

todo se llega a la objetivación de la locura, sea como enfermedad

del cerebro o como detenimiento de la evolución cerebral, cla-

sificándola según sus peculiaridades individuales por su grado

de evolución destructiva, etc., lo que repercute en la estructu-

ra organizativa del asilo y el manicomio (Fábregas y Calafat,

1976).

En Inglaterra la psiquiatría toma una vía empirista con el in-

tento de aportar una solución al problema. Se asimila la locura a

la pobreza y a la falta de trabajo que ésta supone; la terapia que

se propone es, pues, la ocupacional y la higiénica, con un mani-

comio abierto al público donde se dispense una ayuda dialoga1 al

enfermo y éste desarrolle un trabajo productivo y actividades so-

ciales.

La psiquiatría somaticista obtiene la primacía, y de Francia

se extiende a Alemania, donde a partir de 1870, con el Estado

autoritario de Bismark, se impulsa su actividad en todas las uni-

versidades, llegando a la supremacia europea hasta el fin de la

Segunda Guerra Mundial, cuando, con la victoria de las democra-

cias burguesas, la psiquiatría, especialmente en los países vence-

dores, se orienta hacia el empirismo pragmático, siendo su prin-

cipal objetivo la curación y reintegración social de los enfermos.

No obstante, la psiquiatría somaticista postkraepeliana está hoy

todavía vigente en Europa, especialmente en Alemania y en Espa-

ña (Fábregas y Calafat, 1976, p. 27 .

Por lo que se refiere al psicoanálisis, encuentra su origen en la

medicina psicológica de fines del siglo XIX en el estudio

de la

histeria y de la neurosis y el uso de la hipnosis como forma de

interrogatorio o como terapia por Janet. Es Freud (1856-1939), el

fundador del psicoanálisis, quien comienza por averiguar el efecto

terapéutico de la ((catarsis))bajo hipnosis, así como sus limita-

ciones. Freud comienza por elaborar su concepción del conjunto

de la vida mental; pasa a explorar el inconsciente y los impulsos

inhibidos del instinto y desarrolla su teoría de la neurosis.

En cuanto a la cura psicoanalítica, supone una experiencia vi-

3

Es con Kraepelin que se configura la psiquiatría oficial

y

académica: sis-

tema jerarquizado de conocimientos de corte descriptivo

y

nosográfico en el que

la psicopatología del enfermo es ajena a la psicología de la normalidad.

4.

A parti r de la segunda mitad del siglo

xx

Alemania intenta, con la in-

corporación de las corrientes filosóficas irracionalistas. superar el simple positi-

vismo organicista integrando distintos elementos de la psiquiatría psicológica.

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un acontecimiento, sea normal o traumático, vivido muy profun-

damente, de modo que le produce un choque de tal fuerza que se

fija en el mundo inconsciente en el momento en que sucede; a

partir de aquí el inconsciente no evoluciona, fijándose en este he-

cho pasado. Hay una regresión al p a ~ a d o . ~sta fijación puede

ser de tipo espontáneo o traumático; en la fijación espontánea el

acontecimiento se engloba en el transcurso de la vida del indivi-

duo; mientras que la fijación traumática es un concepto enten-

dido en su sentido económico. porque es utilizado por Freud para

designar los sucesos que aportan a l a vida psíquica en poquísimos

instantes un enorme incremento de energía hacen imposible su

supresión o asimilación por los conductos normales, provocando,

asimismo, perturbaciones duraderas del aprovechamiento de la

energía.

En ambos tipos de fijación neurótica, Freud observa que el

paciente ignora los motivos por los que realiza determinados ac-

tos (exactamente aquellos que Freud conecta con la fijación) y por

ello ignora también el origen de su neurosis. De este modo, Freud

llega a descubrir el mundo del

inconsciente.

A partir de aquí este

autor descubre un ámbito de relaciones entre lo inconsciente

los síntomas neuróticos que funciona al modo de e~c lusión ecí-

proca; es decir, que los procesos conscientes no producen sínto-

mas neuróticos y que los procesos inconscientes (que sí producen

los síntomas neuróticos), cuando se tornan conscientes, hacen de-

saparecer los síntomas.

El

síntoma neurótico

se forma como sustitución de algo que

no ha conseguido manifestarse al exterior, de modo que procesos

psíquicos que hubieran debido desarrollarse normalmente hasta

llegar a la conciencia han visto interrumpido o perturbado su

curso por algo y han sido obligados a permanecer en el incons-

ciente, dando así origen al síntoma neurótico. Freud descubre que

ello se efectúa por medio de

la represión

como proceso patógeno

que se manifiesta por medio de la resistencia (producto ésta de

las fuerzas del Ego), que es una condición preliminar para la for-

mación de síntomas. De ahí que las tendencias reprimidas sean

las incapaces de deven@ conscientes; como dice Freud, son «re-

chazadas por el Vigilante» (el Super-Ego). Así pues, la esencia de

la represión estriba en el obstáculo infranqueable que el Super-

Ego opone al paso de una tendencia determinada, de lo incons-

ciente a lo preconsciente.

En este proceso de formación del síntoma neurótico juegan,

pues, un papel fundamental las fuerzas del

Super-Ego y

del

Ego

que junto con el

Ello

son los tres estratos de la personalidad. El

primero es el conjunto de normas y pautas, reglas que la socie-

6

La

regresión es un proceso en el que predomina el factor orgánico.

7

Por ejemplo un matrimonio no consumado una fijación erótica hacia el

padre.

8

Proceso puramente psicológico.

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taculizada sin poder llegar a su satisfacción. Hay dos clases de

regresión: la que conduce al retorno de los primeros objetos li-

bidinoso~y la que implica el retroceso de toda la organización

sexual a fases anteriores. Ambas son formas de neurosis de trans-

ferencia, con sus principales manifestaciones: la histeria

y

la neu-

rosis obsesiva.

A partir de aquí Freud explica que los neuróticos sólo pueden

trasladar su libido a un objeto sexual incestuoso. Cuando la re-

gresión de la libido está acompañada de represión puede conver-

tirse en neurosis, porque se ha negado al individuo la posibilidad

de satisfacer su libido; los síntomas neuróticos son el sustituto

de la satisfacción negada.

Explicada la neurosis, Freud llega a encontrar los siguientes

factores etiológicos: 1) la privación;

2

la fijación de la libido;

3

el conflicto psíquico entre las tendencias del Ego

y

las tendencias

sexuales del Ello Freud,

1 9 7 2 ~ .

El psicoanálisis como técnica tendrá, pues, como objetivo que

el analista llegue a transformar en consciente, para el paciente,

todo lo que en su inconsciente ha implicado la formación de la

neurosis, es decir, lo inconsciente patógeno, para a partir de ahí

poder llenar las lagunas de la memoria del paciente.

En último término, con el psicoanálisis, se pretende hacer

aceptar y entender por el paciente la supremacía de las fuerzas

sociales, legales y culturales externas del Super-Ego contra sus

deseos e intereses, que al chocar son vistos como desviaciones

patógenas.

4 P E R S O N A L I D A D C R I M I N A L I D A D

La criminología comienza a tomar en cuenta la personalidad

del individuo como factor determinante de delincuencia

y

desvia-

ción cuando en el ámbito de la psicología se entiende que en todo

individuo su comportamiento

y

actitudes dependen del funciona-

miento de su personalidad individual. La personalidad es enten-

dida como algo complejo formado por distintos componentes en

interelación y, a su vez, en relación con el medio ambiente exte-

rior social, cultural y normativo.

La psicología de la normalidad nos dice que los distintos com-

ponentes de la personalidad se desarrollan y estructuran a tra-

vés del proceso de aprendizaje, que tiene lugar durante la niñez

y

la adolescencia de tal modo que, llegando el individuo a la

edad adulta, tiene su personalidad formada de acuerdo con las

reglas

y

normas de conducta aprendidas. Cuando el individuo

presenta unas pautas de conducta que se consideran normales, es

decir, adaptadas al conjunto de normas de la sociedad, se dice

que este individuo tiene una personalidad equilibrada.

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No obstante, en psicología se estudia cómo, desde un inicio, la

personalidad de un individuo puede presentar defectos y disfun-

ciones que dificulten o hagan imposible un proceso de aprendiza-

je; de este modo, el individuo puede ser reacio a sujetarse al

conjunto de reglas

y

normas que se le quieren inculcar; esta re-

beldía o individualidad aguda es vista como un factor negativo

y poco armonioso en lo que se refiere a la propia personalidad y

a sus relaciones con el exterior. Cuando estas relaciones con el

exterior no son acordes con lo que se considera positivo y acep-

table, se entiende que las relaciones entre los distintos compo-

nentes de la personalidad, es decir, ésta en su interior, no actúan

equilibradamente. Estos factores de distorsión en el proceso de

adaptación pueden también surgir durante cualquier fase del pro-

ceso de aprendizaje y se entiende, repetimos, que ello es muestra

de una distorsión en el desarrollo armonioso de los componentes

internos.

De este modo, los defectos de la personalidad se juzgan por

una disfunción o desadaptación del individuo a unas normas cultu-

rales sociales e institucionales. por ser la familia

y

la escuela

las primeras instituciones sociales de sujeción del individuo, la

adaptación de la personalidad de éste comienza a estudiarse en

psicología desde los inicios del individuo dentro de la familia.

cuando la psicología patológica estudia los defectos de la per-

sonalidad, también comienza por situarlos desde un inicio de la

vida del individuo en el seno de la familia como institución que

impone las normas y refleja lo cierto y lo errado en el devenir

social del individuo. Todo lo prohibido, lo permitido

y

lo obliga-

do en la sociedad ya existe desde un inicio en su primera institu-

ción: la familia. La falta de adaptación a estas normas o la des-

viación de ellas han sido vistas como conducta distinta, peligrosa,

agresiva y delincuente; de tal modo la criminología en su enfoque

patológico ha fundamentado la etiología de la delincuencia y la

desviación en los defectos de la personalidad. Veamos las teorías

desplegadas a este efecto explicativo.

Dentro de las teorías criminológicas de corte biologista, una

de las más conocidas es la de Eysenck 1964), quien considera que

los problemas de la personalidad tienen su causa en factores he-

reditarios que producen en la personalidad una serie de atributos

característicamente asociados a la criminalidad.

Este mismo autor estudia otro trazo de la personalidad, de na-

turaleza psico-fisiológica, que él denomina ((la condicionabilidad)),

trazo que encuentra principalmente en los individuos psicópatas

que son muy lentos en lo que concierne al condicionamiento, al

13.

La exposición que efectuamos en este apartado de las distintas posiciones

teóricas ha sido tomada de

la

obra de Fattah Szabo 1969), en la que

pueden

encontrarse referencias más amplias.

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Autores importantes en el área clínica han elaborado diversas

teorías explicativas de la delincuencia en base a conceptos del

psicoanálisis: De Greef (1950) sobre el sentimiento de injusticia

que sufre el delincuente; Adler (1935) sobre las compensaciones

del sentimiento de inferioridad; Dollar y Doob (1939) sobre los

sentimientos de frustración y agresión; Aichhorn (1925) sobre ca-

rencia de Super-Ego; Friedlander (1951) sobre el carácter neuró-

tico."

b s

Lo importante a señalar estriba en que todos estos autores

han querido convalidar los conceptos básicos estudiando indivi-

duos por la aplicación de test proyectivos como instrumento de

trabajo, sin tomar en consideración aspectos tan decisivos para

la fiabilidad de los datos como la diferencia de representación

simbólica, de nivel de abstracción, de tipo de verbalización de

pensamientos y sentimientos, de recursos aprendidos culturalmen-

te para utilizar la verbalización como intercambio entre el sujeto

estudiado y el científico clínico. Intercambio que al imponer una

relación de autoridad (la ciencia, el adulto, lo moral y lo cierto)

al delincuente (marginado, estudiado, patologizado), le obliga a

en trar en iin régimen desequilibrador. Las conclusiones e interpre-

taciones sobre el sujeto estudiado, lo que se explica sobre él, son

unilaterales, provienen sólo del lado de la ciencia sobre algo muy

parcial del sujeto, alienándolo del conocimiento que se fabrica

sobre él. Estas teorías se elaboran a partir de innumerables es-

tudios de casos así efectuados.

Existen dos estudios, de Schueller y Cressey (1950) y de Waldo

Dinitz (1967), efectuados desde el objetivo crítico, que han com-

probado empíricamente y por estadística la presencia o ausencia

de las características de la personalidad que según tantos auto-

res llevan a la delincuencia. Constatan Schueller y Cressey que

subsiste la duda sobre la validez de las diferencias que se han

encontrado entre delincuentes y no delincuentes; falta coherencia

en los resultados, lo que imposibilita las conclusiones que se han

ofrecido. Para Waldo y Dinitz se está lejos de admitir que los

resultados de estos estudios son concluyentes, ya que el papel que

la personalidad del individuo juega en la criminalidad es un pro-

blema no resuelto.

En psiquiatría destaca el tema de la personalidad psicopática.

Es ~ r a e ~ e i i n1896) quien introduce en el lenguaje psiquiátrico el

concepto de «personalidad psicopática~.Existen innumerables de-

finiciones del término «psicopatía» y de «personalidad psicopáti-

cau, a las que se ha atribuido una etiología de muy distinta na-

turaleza, a la vez que en el concepto se han incluido múltip es

y

distintas características.

El autor italiano Di Tullio (1967) sitúa la etiología de la psi-

13

bis. Melanie Klein 1978) sobre el Super-Ego precoz.

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Este planteamiento que la psiquiatría ha desplegado con re-

lación a la psicopatía y su objetivo, distinto del estrictamente

científico, ha sido analizado criticamente por algunos autores.

Con relación a las tipologías y definiciones, a su multiplicidad

heterogénea, Cason (1943) es autor de un estudio en el que revisa

todas las publicaciones sobre el tema, y ya antes de la mitad de

este siglo, hace casi 40 años, encuentra que se han utilizado

202 términos distintos

y

opuestos como sinónimos de psicopatía.

Además, han detectado

55

características distintas

y

opuestas como

componentes de la personalidad psicopática y , por último, que se

han descrito 30 comportamientos distintos como formas frecuen-

tes de conducta psicopática.

Hace casi cuarenta años el tema de la personalidad psicopática

sólo había producido dispersión y heterogeneidad teóricas, que

distorsionaban en gran medida la trayectoria del tratamiento cien-

tífico de esta cuestión

y

ya anunciaban, como confirmará casi

3

años después Basaglia (1971), la imposibilidad de situar a la

psicopatía únicamente como una enfermedad, una disfunción de

la personalidad. Así, Sutherland

y

Cressey (1966) notan que el

diagnóstico de la personalidad psicopática iio es ni uniforme ni

objetivo; un individuo puede ser considerado psicópata por un

psiquiatra y no serlo por otro, segun las ideas preconcebidas de

quien lo analiza. Ello es debido justamente a la falta de clarifi-

cación sobre el tema en su definición y clasificación; así, según

se adopte una definición u otra o se considere válida una clasi-

ficación u otra, se entenderá que un determinado individuo pre-

senta o no una personalidad psicopática. Reina, pues, en esta

cuestión una falta total de rigor científico.

Pero es justamente en esta falta de rigor donde radica el in-

terés de la ta rea psiquiátrica por el tema, ya que obedece justa-

mente al objetivo político y moral que esta disciplina propicia en

su esfuerzo por preservar el orden moral normativo social. Así,

argumenta Basaglia (1971) que con este tipo de planteamiento la

psiquiatría reviste a los comportamientos de marginación de

la apariencia de lo psicopático. La definición de esta enfermedad

o

categoría psiquiátrica que Basaglia (1971, p. 25 nos muestra,

que proviene de un tratado italiano de psiquiatría, es un claro

ejemplo de la colaboración psiquiátrica al mantenimiento del

orden;

se define en el tratado: «El psicópata carece de voluntad,

presenta una mala adaptación dentro del grupo socio-cultural

[...]

14.

Así lo mues tra el caso de que el 98 de los reclusos de la prisión de

Illinois fueron considerados psicópatas por el psiquiatra del establecimiento: mien-

tra s qu e en instituciones similares, otros ps iquiatras encontraron esta categoría

sólo en el

9a

de los casos (Sutherland y Cressey,

1966).

15. Muestran Sutherland

y

Cressey (1966) cómo algunos psiquiatras claiifican

a

los psicópatas en tres grupos: egocéntricos, inadaptados

y

vagabundos. Cada ca-

tego rfa ha recibido numerosas denominaciones. Otros psiquiatras los clasifican en:

esquizoides, paranoides, ciclotímicos, anorm ales , sexuales, alcohólicos toxicó-

manos.

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dual le corresponde una especificación institucional. Dentro de

cada institución el tratamiento es más o menos riguroso pero

esencialmente se diagnostica un tipo determinado de personalidad

criminal con ayuda de tests de toda clase -aptitud, memoria,

madurez, inestabilidad, proyectivos, etc.- con arreglo a las carac-

terísticas y tipologías teóricas que acabamos de exponer.I6 La ex-

posición del funcionamiento, tipos y características de las clínicas

más importantes actualmente en el mundo occidental se encuen-

tran en distintas obras:

en especial para los Estados Unidos la

obra de Mitford [1973], ya citada; para Europa la obra de Hilde

Kauffman [1979]; una critica de estos programas y de los tests

empleados se encuentra en la obra de Bergalli,

La recaída en el

delito modos de reaccionar contra ella

[1980]. Por rebasar por

completo el objetivo de este capítulo, remitimos al lector a estas

obras.)

Pero sí nos parece interesante dar unas breves pinceladas de

las normas de tratamiento en la legislación española. En la Ley

General Penitenciaria de 1978 se establece que el principal obje-

tivo de la privación de libertad es la reiriserción social del indi-

viduo art . 1) y que se obtiene por el tratamiento psicológico y

psiquiátrico ar t. 62). Este tratamiento es obligatorio para el

recluso, ya que dice el art. 61, 2: «Serán estimulados L ] el in-

terés y la colaboración de los internos en su propio tratamien-

to [....l.»

Para efectuar el diagnóstico y la clasificación inicial, para ob-

servar la conducta y actitud positiva del recluso y dirigirlo en

el paso por los tres grados de condena, se dispone de especialis-

tas: el psicólogo, el psiquiatra

y

el criminólogo. Los conceptos

del enfoque psicopatológico están constantemente presentes gi-

rando todos en torno de la denominada personalidad criminal y

la muy reciente «personalidad peligrosan, de la convivencia ins-

titucional y del tratamiento rehabilitador.

Hoy se puede decir que la presencia del especialista en las

instituciones formales se plantea exclusivamente en términos de

enfoque patológico de la personalidad y se manifiesta en la reali-

dad por un tratamiento de contención estrictamente farmacoló-

gico.I8

El enfoque institucional de estas disciplinas clínicas es hoy,

igual que en los siglos

XVII I

y XIX su objetivo principal, que tra-

16

Es, pues, el conjunto teórico e hipotético que se ha elaborado sobre la

personalidad criminal. El aporte de la teoría psicoanalítica es también impor-

tante. Como argumenta Grawitz 1975, p. 198): *El psicoanálisis ha sido inmedia-

tamente utilizado en el marco de la patología social para explicar las personali-

dades inadaptadas las situaciones de crisis..

17. Este ~estímulooconsiste en realidad en rebajar al interno que no quiere

cooperar un grado en su clasificación penitenciaria.

18. Un análisis detallado de esta cuestión y de su realidad empírica en España

se contiene en l obra de Teresa Miralles

y

otros sobre la privación de libertad,

de próxima publicación.

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tado para controlar a la población. Se utiliza, pues, a la psiquia-

tría

y

al psicoanálisis, como dicen Fábregas y Calafar (1976, p. 28) ,

«para atender, tranquilizar, adaptar a la normal convivencia

a

los

disconformes, a los nerviosos, a los absentistas laborales, a los

miedosos y aprensivos, para que todos acudan dócilmente a su

trabajo, rindan más y no planteen problemas».

Esta situación actual de exasperación terapéutica se establece,

pues, con relación a la dialéctica: normas de adaptación demasia-

do estrechas, marginación de los inadaptados a ellas por medio

de la diferenciación y consiguiente psiquiatrización, para la acep-

tación del orden estrecho: la producción laboral. Ello es denomi-

nado por Basaglia (1971) ((ideología de la diferencia)), vista por

este autor como la exageración de ciertas características del indi-

viduo, con ayuda de las categorías científicas psiquiátricas, con el

fin de ampliar el margen de distanciamiento entre la salud y la

enfermedad, entre la norma y la desviación, entre el individuo

normal

y

el inadaptado. A partir de aquí se le reviste de una eti-

queta psiquiátrica que lo patologiza.

Esta situación lleva a Basaglia (1971) a preguntarse sobre el

verdadero significado del concepto y contenido de ((enfermedad

mental)) y del papel del psiquiatra en su elaboración. Así, argu-

menta este autor (p. 29) que «la verdadera abstracción de la en-

fermedad mental no está en su existencia sino en los conceptos

científicos que la definen sin que se la afronte como un hecho

real)). Por ello, definiciones de enfermedades como esquizofrenia

o psicopatía -que son las más utilizadas tanto en la clínica pri-

vada como en el área de prisiones- no son más que intentos

de resolver, con conceptos abstractos, las contradicciones del in-

dividuo. «Con la definición se etiqueta y se acentúa la diferencia

del individuo,

de

modo que lo psicopático, lo esquizofrénico, aca-

ban por convertirse en lo diferente , puesto que pone en cues-

tión los fundamentos de la norma que se defiende construyéndose

un espacio y una categoría médicelegal para circunscribirlo y ais-

larlo)) (p. 26 . Así pues, la definición

y

etiquetaje de la enfermedad

encierra un significado político porque mantiene intactos los va-

lores de la norma que el individuo marginado discute, no puede

o no quiere aceptar. Y se hace evidente que la enfermedad depen-

de de los objetivos políticos de la sociedad, y será la apariencia

abstracta de la enfermedad,

y

no ella en sí, lo que determine su

propia evolución

y

la del individuo que la expresa. Por implicar

un objetivo político de expresión de poder, la definición de la en-

fermedad mental con la diferenciación que comporta, «sigue es-

tando planteada a base de violencia y represión con clasificacio-

nes disc rimi na torias~ diagnósticos que adquieren el significado

psicofarmacologia la institucionalización del psicoanálisis

y

de la psicoterapia la

expresión de técnicas de grupo los métodos de relajación. sofisticadas terapias de

conducta la terapia institucional la terapia industrial etc.

22.

Para Basaglia 1971, p.

22)

el carácter clasificatorio de las normalidades

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de un determinado juicio de valor)) (Basaglia, 1971, p. 22). Con

todo ello el psiquiatra actúa siempre, según Basaglia (1971, pp. 28-

29), en su doble misión de hombre de ciencia y de mantenedor del

orden. Funciones que están recíprocamente en evidente contra-

dicción.

El orden social hacia el que se encamina al desadaptado im-

plica principalmente la consecución de una adecuada capacidad

-mental, emocional y de inclinación- de producción laboral. No

obstante, como señalan Fábregas y Calafat (1976; p. 30 , «poco

preocupa al Estado y al psiquiatra, a la clínica o a la administra-

ción de la prisión la índole de los problemas o la intensidad de

los sentimientos del individuo terapeutizado, lo único que se quie-

re es lograr una recuperación productiva»? En definitiva, «curar»

significa apaciguar la rebelión social y la conducta de desadap-

tación para volver al individuo socialmente apto, sin tomar en

consideración padecimientos y contradicciones internas, sin pre-

guntarse por la razón íntima de aquella conducta, sin respetarla.

En este sentido, Cooper (1971) califica de «fracasos psiquiá-

tricos)) a las rehabilitaciones que se toman como éxitos de la dis-

ciplina porque «tales éxitos, dice el autor , se consiguen a costa

de la destrucción violenta de la personalidad del enfermo y de la

aniquilación de sus auténticas inquietudes y rebeldías)). Curación

«social» conseguida por la destrucción subjetiva, donde la razón

de la técnica científica, o sea la razón del Estado, entra en cons-

tante conflicto con la razón individual.

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4.

psíquicas se mantiene en el interior de la ideología médica. incluso frente a

las

tendencias psicodinámicas. sólo para crear nuevas

y

diversas etiquetas que estig-

matizan todo comportamiento que se aparta de la norma.

23 Cuando la rehabilitación ocurre en una prisión o clínica penitenciaria, se

requiere además la capacidad de obediencia del individuo. su adaptación no al

orden macrosocial sino al microcosmos disciplinario de la prisión. Allí los sin-

tomas clasificadores de la enfermedad tenderán a operar una diferenciación toda-

vía más profunda por un etiquetaje y patologización todavía más procaz, un aisla-

miento más feroz del individuo una imposición

terapéutica más impertinente.

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objetivo final y más alto del empuje del hombre hacia el conoci-

miento scient ia scient ia rum ), la religión laica que Comte desarro-

lla, proporcionaba los elementos para la fundación teórica y la

verificación histórica del consenso social sobre el cual reconstruir

el mundo de los hombres después del trauma provocado por

aquellas dos grandes revoluciones.

El método de estudio inaugurado por Comte para analizar los

problemas de la sociedad adopta entonces el adjetivo de «positivo».

Consiste en la substitución del tradicional juicio intuitivo, [ ar-

t í s t ico~ individual por el análisis positivo de los hechos socia-

les, advertidos e interpretados mediante la observación. Cada

hecho social tendrá un significado verdaderamente científico sólo

si aparece concatenado inmediatamente con otro hecho de tales

características. Esta observación científica permite la elaboración

de las teorías que, a su vez, gobernarán a la primera.

El antiguo método teológico-metafísico, dominante antaño en

la ciencia social, pretendía explicar las «leyes» que regulaban los

fenómenos sociales, en vez de limitarse a establecerlas. Por el

contrario, el método positivo renuncia a la búsqueda de la causa

última de semejantes fenómenos, concretándose a identificar y

formular aquellas leyes mediante la observación sistemática Fe-

rrarotti, 1975 p. 37 .

Por otro lado, el entorno positivista en el que surge la socio-

logía criminal, debe relacionarse, y a veces muy estrechamente,

con la idea evolucionista, rectora del universo

y

con su concep-

ción orgánica de la sociedad. A estos conceptos debe unirse fun-

damentalmente el nombre de Herbert Spencer 1820-1903), cuyas

enseñanzas orientaron a Roberto Ardigó, guía y paladín de la

scuola positiva de derecho penal en Italia, quien encontraba en

la necesidad biopsíquica el hecho originario de la convivencia y

en ésta, luego, la justificación del comportamiento como acción

y reacción individual.

Spencer, quien estuvo entre los primeros en reconocer la im-

portancia del principio evolutivo, se adelantó a Charles

Darwin

1808-1882) aunque coincide con éste en que la evolución es pro-

ducto de la selección natural de las especies, si bien acaba distan-

ciándose al atribuir un papel importante al factor hereditario.

La ambición de Spencer fue unificar la compleja interrelación

de la evolución inorgánica, orgánica y superorgánica mediante la

filosofía que él denominó «sintética». Los axiomas principales de

la ley general de la evolución universal en el pensamiento spen-

ceriano eran:

a

la indestructibilidad de la materia,

b) la persistencia de las relaciones entre las distintas fuerzas,

C ) la transformación y equivalencia de las fuerzas, y

d)

la dirección y el ritmo del movimiento. En base a estos

principios tiene lugar una continua redistribución de la materia y

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de la fuerza. La fuerza integra la materia para después disiparse

y dar lugar al proceso de desintegración. En esto consiste pro-

piamente el movimiento, mientras el ritmo indica los períodos de

concentración

y

de desintegración de los fenómenos y, al mismo

tiempo, la curva de sus alternancias. La fórmula que expresa ese

movimiento incesante y las múltiples relaciones que tienen origen

en él constituyen la «ley de la evolución» que Spencer resume

en sus

Primeros prin ipios

(Parte

11

cap.

XVII

p.

145 .

Con lo dicho queda claro que si Comte fue el destructor de la

concepción metafísica del mundo, Spencer se hizo cargo de po-

ner en crisis la idea teológica del universo y, de este modo, el

conocimiento humano entra definitivamente en la etapa científica.

Analizados los dos primeros niveles de la evolución - e l inor-

gánico

y

el orgánico-, Spencer considera que el superorgáiiico

es el constituido por aquellos procesos que implican las acciones

coordinadas de un gran número de individuos. Así, llega a obser-

var esa forma de evolución superorgánica que supera a todas las

otras en extensión, complejidad e importancia: las sociedades

humanas en sus desarrollos, en sus estructuras, en sus funciones

y

en sus productos, y cuyos fenómenos reagrupados quedan

comprendidos bajo el título general de sociología.

2.

L O S S I S T E M AS S O C IO L O G IC O S :

N A C I M I E N T O D E L A S O C I O LO G I A C R I M I N A L

D I ST IN T A S V E R T I E N T E S

Ahora bien, la complejidad de los problemas sociales hizo que

la sociología fuera perdiendo el dominio global que ejercía sobre

los fenómenos particulares. Éstos, en consecuencia, asumieron

dimensiones propias, originando las diversas disciplinas socioló-

gicas cuyas autonomías quedaron en evidencia una Iez que logra-

ron independizar sus problemas particulares y definir los méto-

dos para sus respectivos tratamientos. Nace así cada una de las

ciencias sociales. Sin embargo, queda en pie la cuestión relacio-

nante que proviene de la misma evolución de las disciplinas par-

ticulares, cuestión que se define en términos epistemológicos y

que corresponde, en lo fundamental, a la vieja demanda por las

bases, instituciones

y

organismos de la sociedad.

Sobre la base de la correlación funcional de las disciplinas

particulares, se han levantado los

s i s temas

que promueven una

tercera fase diferencial de la sociología. Estos sistemas se origi-

nan en el cruce de las diversas ciencias de la sociedad y consti-

tuyen las especialidades de rango más elevado, llegando a la

máxima particularidad que registran los casos concretos de la

experiencia.

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De semejante paso ulterior de la scuola positiva, Ferri tuvo

plena consciencia y ha reivindicado repetidamente para sí el mé-

rito de ello, otorgando a su reivindicación más que nada el valor

del conocimiento.

Los criterios fundamentales de los que parte Ferri en sus in-

vestigaciones son los de la antropología criminal y la estadística.

por la primera se demostraría la «anormalidad» del delincuente,

de factores orgánicos

y

psíquicos, hereditarios

y

ad-

auiridos. Por la segunda se demostraría Que el aumento o la dis-

minución de los delitos -así como su aparición o desaparición-

dependen de razones diversas o más profundas que las penas de

los códigos. través de estas dos series de búsquedas se desen-

vuelven todos los presupuestos de la sociología criminal tradicio-

nal

y

se determinan todos los «factores» del delito, que Ferri re-

duce a tres clases fundamentales: factores «antropológicos», «fí-

sicos»

y

«sociales». Los antropológicos son inherentes a la persona

del delincuente

y

hacen referencia, en primer lugar, a la consti-

tución orgánica anomalías orgánicas, del cráneo y del cerebro,

de las vísceras, de la sensibilidad

y

de la actividad refleja

y

todos

los caracteres somáticos en general); en segundo lugar, a la cons-

titución psíquica anormalidad de la inteligencia

y

de los senti-

mientos)

y,

en tercer lugar, a las características personales con-

diciones biológicas: raza, edad, sexo; condiciones biológico-socia-

les: estado civil, profesión, domicilio, clase social, instrucción y

educación). Los factores físicos o cosmotelúricos pertenecen al am-

biente físico

y

son: el clima, la naturaleza del suelo, la alternan-

cia diurna

y

nocturna, las estaciones, la temperatura anual, las

condiciones meteorológicas, la producción agrícola. Finalmente,

los factores sociales del delito resultarían del ambiente social y

son, principalmente: la densidad de la población, las costumbres,

la religión, la opinión pública, la familia, la educación, la produc-

ción industrial, el alcoholismo, la estructura económica y política,

el orden en la administración pública, la justicia, la policía

y

por

ultimo, las leyes civiles

y

penales Ferri, 1900, pp. 299-300).

Para Ferri, la sociología criminal tiene tan amplio radio que

comprende en su seno todas las ciencias penales, englobándose en

ella el propio derecho penal, que no posee, por lo tanto, carácter

autónomo Jiménez de Asúa, 19977, t. I

p.

151). Esta posición extre-

ma

y

radical fue, por cierto, discutida por connacionales de Ferri

como Bernardino Alimena

y

Vincenzo Manzini, quienes atribuían,

como luego fue generalmente aceptado, un carácter normativo al

derecho penal y otro descriptivo a la sociología criminal. Franz

Exner en Alemania y Filippo Grispigni -quien se considera tam-

bién positivista- en Italia, fueron quienes dieron a la sociología

criminal la definición que, posteriormente, fue aceptada sin opo-

sición: «es la ciencia que estudia el fenómeno social de la cri-

minalidad» Grispigni, 1928, p. 1).

No obstante el retorno a los cauces epistemológicos, la opi-

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nión de Ferri había dejado marcada a fuego la necesidad mínima

de que el derecho penal no siguiera alejado de la realidad social,

puesto que, precisamente, su misión era la de constituir un en-

granaje del sistema de control social.

Pero así como comportó una «socialización» del derecho penal,

también el positivismo impulsor de la sociología criminal trajo

consigo ciertos caracteres propios que otorgaron a esta discipli-

na una fisonomía peculiar. En efecto, si se tiene presente que el

cambio de método de estudio, heredado de la filosofía positiva,

tenía por fin lograr la unidad de la ciencia y, en consecuencia,

imponer una cierta coherencia a todas las formas del conocimien-

to humano, se comprenderá que en el campo de las disciplinas

penales el positivis.mo criminológico haya querido buscar el mis-

mo objetivo. Para ello fue necesario encontrar la forma niedian-

te la cual se pudiera llegar a distinguir

el

comportamiento delic-

tivo, definido por la norma penal, del que no lo era, para así

establecer las leyes generales sobre el fenómeno global de la crimi-

nalidad. Esta tarea implicaba la necesidad de mesurar la pro-

ducción de semejantes fenómenos, es decir, que todo comporta-

miento humano criminalizado y registrado como tal a través de

los medios idóneos pudiera ser cuantificado. Al propio tiempo,

y relacionada íntimamente con la visión ya medida

y

evaluada de

un mundo social que se dividía en «normales» y «anormales»,

«sociales y «asociales», «participes» «marginadosi>, se presenta

la necesidad de la exigencia de objetividad en el científico. Esto

significa que quien analice el problema de la criminalidad debe

mantenerse apartado de incluir cualquier juicio de valor en sus

deducciones; el delito y su manifestación masiva constituyen una

cuestión que la ciencia no puede resolver enfrentándola con los

fines últimos de una sociedad dada. El científico positivista debe

interesarse por los instrumentos que tiendan si no a la solución,

por lo menos al control de la criminalidad, dejando a otras

instancias la determinación de los fines buscados con su tarea.

Esto significa que toda investigación en el terreno del comporta-

miento delictivo debe realizarse de forma aséptica, sin ingerencias

de análisis socio-políticos, socio-culturales o socio-económicos, te-

rrenos que indudablemente viciarían con prejuicios y sugerirían

valoraciones extrañas al campo de neutralidad científica en el que

debe moverse el analista penal, el criminólogo o el sociólogo cri-

minal. Por último, y como corolario de las premisas positivistas

referidas anteriormente, cabe destacar que el comportamiento hu-

mano está sometido a unos condicionamientos -ya sean de or-

den biológico, psicológico o social- que impiden al individuo to-

mar decisiones propias sobre su conducta. En virtud de ello, y

desaparecida la posibilidad de poder atr ibu ir al autor de un

hecho penal cualquier responsabilidad moral o jurídica por cuan-

to no puede ejercer su libre albedrío, la alternativa que cabe es

la de someter el comportamiento criminal a unas leyes generales

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fácilmente deducibles de los datos que proporcionan los medios

de

registro de la criminalidad.

Con lo referido anteriormente han quedado señaladas las tres

características principales con que la scuo2a positiva italiana mar-

a

fuego la forma de encarar el estudio del delito, de su autor

y

en general, de la sociedad. Ellas son: a la cuantificación del com-

portamiento, b) la objetividad o neutralidad científica y c) el

determinismo del comportamiento Taylor, Walton y Young, 1977,

pp.

22

y SS.).

3. S U I N F L U E N C I S O B R E L S C I E N C I S P E N L E S

Que la sociología criminal fue asumiendo cada vez un papel

ás

relevante en el ámbito de las ciencias penales es un hecho

inobjetable. El propio Franz von Liszt, pese a que no admitió su

independencia, dio cada vez más importancia a los factores exter-

nos al autor y describió el delito como un acontecimiento de la

vida social Jiménez de Asúa, 1977, t . 1 p.

152 .

Mucho más tarde,

en el mismo ámbito alemán, se pretendió dar una interpretación

valorativa al análisis sociológico de la criminalidad. Lamentable-

mente semejante análisis fue enraizado en la ideología nacional-

socialista, y sus connotaciones racistas tiñeron peyorativamente

sus juicios que, por otra parte, tendían

a

remover el influjo ita-

liano sobre la disciplina Jiménez de Asúa, 1963, pp. 992 SS).

En verdad e s la propuesta de Ferri la que promueve una nueva

fase en la evolución de la ciencia penal. A los principios apriorís-

ticos de la escuela clásica del derecho penal a saber: que el hom-

bre está dotado de libre albedrío o libertad moral, que el delin-

cuente tiene las mismas ideas y sentimientos que cualquier otro

hombre y que el efecto principal de la pena es el de impedir el

aumento y el desbordamiento de los delitos) Ferri contrapuso las

siguientes conclusiones:

«Primera: que la psicología positiva ha demostrado que el li-

bre albedrío es puramente una ilusión subjetiva; segunda, que la

antropología criminal prueba, mediante hechos, que el delincuen-

te no es un hombre normal, sino que constituye una clase espe-

cial que por su anormalidades orgánicas o adquiridas representa,

en parte, en la sociedad moderna, a las primitivas razas salvajes,

en las cuales las ideas y los sentimientos morales, aunque quizá

existieran, se encontraban en estado embrionario; tercera, que la

estadística demuestra cómo el origen, aumento, disminución y de-

saparición de los delitos depende, en su mayor parte, de razones

distintas a las penas establecidas por los códigos y aplicadas por

los magistrados» Ferri,

1884,

introducción).

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Por todo ello se comprende cómo, en la nueva fase de su evo-

lución, el derecho penal, aun permaneciendo como una disciplina

jurídica en sus resultados

y

en su fin último, debía ser transforma-

do en una rama de la sociología y fundado sobre los datos de

tres disciplinas preliminares: la psicología, la antropología y la

estadística. Así como en el campo orgánico la biología había sido

lógicamente subdividida en fisiología y patología, en el superor-

gánico o social la sociología habría debido dividirse en dos ramas,

la una comprensiva de la actividad humana normal y la otra de

la actividad humana anormal.

Y

esta última rama, con la deno-

minación de sociología criminal, habría debido absorber y su-

plantar al derecho penal.

Pero, ¿qué significaba la aplicación de las conclusiones de

Ferri? Significaba, ante todo, el absurdo de una responsabilidad

penal de la que la moral fuese una condición. Siendo el delito,

como todo hecho natural, fruto de la pura necesidad, resultaba

absurdo hablar de libertad.

Y

Ferri niega la libertad no sólo como

libre arbitrio, sino como cualquiera de sus otras acepciones. Pese

a confesarse discípulo de Roberto Ardigó, padre del positivismo

filosófico en Italia, que había reconocido la existencia de hecho de

una libertad relativa al acto humano, Ferri se vanagloria de no

haber llegado nunca a comprender qué es la llamada libertad mo-

ral. Se derrumban, en consecuencia, las construcciones jurídicas

basadas en la voluntariedad y la culpabilidad. Pero tal ruina, para

Ferri, no debe engendrar el temor de que se quiera proclamar la

irresponsabilidad de los actos humanos. Porque la

scuola posi t iva

aunque considere las viejas teorías como abstracciones metafísi-

cas más o menos impregnadas del principio religioso, no entien-

de con ello conceder un aval a la delincuencia e incluso asume

como un mérito ~roviol haber construido una teoría de la res-

ponsabilidad que garantiza mejor que ninguna a la sociedad con-

tra los ataques antijurídicos. Pero la sociedad, como cualquier

otro organismo, se encuentra en ala ineluctable necesidad de pro-

veer a la propia conservación. De aquí el derecho de castigar, un

derecho que no tendrá ya el significado místico que tuvo mien-

tras se le confundió con el orden moral

y

que todavía no puede

ser puesto en dudan Ferri, 1884, cap. 1 . De esto se sigue que ya

no se trata de distinguir una acción de otra; el hombre es siem-

pre responsable ante la sociedad por el solo hecho de vivir en

ella. Y ocurre en el orden social lo mismo que en el biológico o

en el físico. A toda acción sigue la reacción. Por lo tanto, la san-

ción social no es más que un caso particular de la reacción na-

tural Costa,

1953,

p. 202 .

El positivismo criminológico, siguiendo el pensamiento de Fe-

rri, da por supuesta la existencia de un consenso sobre el modelo

de sociedad imperante y sobre el necesario orden que debe reinar

para preservar aquél.

A

tal fin es oportuno recordar que el posi-

tivismo criminológico conoce su esplendor en los años posterio-

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res a la unificación italiana. Son los años de auge del liberalismu

como doctrina política y del capitalismo liberalismo económi-

co) como doctrina economica. La burguesía, como clase triunfadora

en la Revolución francesa, pugna por desembarazar la sociedad

de los resquicios del orden feudal. Todo ello redundaría y confor-

maría la ideología propia de la escuela positiva. Por ello, puede

entenderse con mayor facilidad no sólo la dureza que los postu-

lados de la scuola positiva encierran y que se traslucen en la

severidad d e las sanciones y en los substitutivos penales, sino tam-

bién la actitud que sus partidarios asumen frente a fenómenos

que vienen a poner en duda la estabilidad social. Sirva el ejem-

plo de la criminalización del anarquismo que realiza el positivis-

mo criminológico italiano Lombroso, 1894) -cuando no su me-

dicalización- como prueba de que el sistema de relaciones so-

ciales entonces imperante echó mano de las nuevas ideas para

vigorizar la defensa del orden, como justificación para una reac-

ción más violenta frente a las nuevas amenazas internas.

4. LA ESTADISTICA SU UTILIZACION

Se han hecho anteriormente algunas alusiones a la influencia

que la estadística, como disciplina matemática, tuvo en el naci-

miento y desarrollo de la sociología criminal. este proceso van

indisolublemente ligados los nombres de Adolphe Quételet 1796-

1874) y A. M Guerry 1802-1866).Sin embargo, la investigación de

Guerry (Essai sur la statistique morale de la France, París, 1833)

es más expositiva que analítica. Por su parte, Quételet luego de

publicar monografías particulares sobre argumentos demográficos

y

estadísticas especiales sobre la población de diversos países,

saca a la luz su obra más importante (S ur l homme et le dévélop-

pement de ses facultés. Essai de physique sociale, París, 1835) en

dos volúmenes, cuya segunda edición ya es conocida bajo el títu-

lo principal de

Física social.

Dicho trabajo es hoy conocido como

el que inaugura la demografía moderna, pero en esa segunda edi-

ción también aparecen delineadas por Quételet las bases de la so-

ciología general y las de la sociología criminal especialmente.

Entre las ideas fundamentales de la obra de Quételet, es esen-

cial la que advierte que la facultad

y

las acciones morales e in-

telectuales del hombre» están sometidas a leyes naturales. por

acciones morales e intelectuales también entiende los hechos so-

ciales. Leyes insospechadas, pero que funcionan del mismo modo,

directo y eficaz, que las leyes físicas cuyos efectos parecen no ata-

car más que a la naturaleza muerta, o que funcionan como las

leyes que gobiernan el desarrollo biológico del organismo huma-

no. Por lo tanto, estas leyes deben ser estudiadas en igual medida

y con el mismo método de investigación. Los hechos moiales, in-

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telectuales, sociales, se colocan, en cierto sentido, en el orden de

los hechos físicos y naturales Niceforo,

1925,

p.

145 .

De estas re-

flexiones nació la denominación de estadísticos morales» con que

actualmente se recuerda a Quételet y Guerry particularmente

Kaiser,

1980,

p.

22 .

Sin embargo, no todos los interesados en la sociología crimi-

nal han estado de acuerdo en que la estadística se identifique con

aquella disciplina.

A

tal punto, basta recordar que si la estadística

es el método apropiado para el examen de los fenómenos de

masa, esto no significa en modo alguno que tales fenómenos no

deban también ser estudiados con otros niétodos que puedan

integrar el estadístico o bien

lo substituyan donde éste resulte

imposible de aplicar. Así, se han señalado diversas restricciones

para la estadística como, por ejemplo, que la sociología crimi-

nal no se limita a la aplicación del método estadístico ya que

se sirve también de todas las otras formas de la observación

la experiencia, las cuales son sugeridas por la ciencia gene-

ral de los fenómenos sociales, o sea, por la sociología general;

que el método estadístico no es siquiera suficiente para me-

dir la criminalidad que se produce en las sociedades modernas,

aludiéndose a lo que antiguamente se conocía como criminalidad

latenten; que dicho método sirve muy poco por sí mismo cuando

los datos recogidos por mediación de él no son interpretados y

quizá desarrollados por otros medios, sobre todo teniendo en

cuenta que ya entonces se dudaba de la capacidad de la esta-

dística para detectar las

causas

de un fenómeno; finalmente, lo

que es más importante, es necesario destacar que la estadística

no fue considerada una ciencia, sino únicamente un método del

que se sirven un gran número de ciencias y, en especial, las cien-

cias sociales particulares, que no por eso han sido absorbidas

por la estadística Grispigni,

1928,

pp.

21-23 .

Una exposición de los

métodos empleados en la sociología criminal se encuentra ya en

los textos que se ocupan de los aspectos generales de la disci-

plina Solís Quiroga,

1977,

pp.

15-32

y, evidentemente, hoy en día 1 )

estadística no ocupa un plano de primer orden en el estudio

del

fenómeno del comportamiento criminal masivo.

La más importante de las objeciones que se formulan a la es-

tadística como instrumeilto de mensuración de la criminalidad es

la relacionada con la cuestión de la «cifra o número oscuro» d a r k

number ) de la criminalidad. La ciencia se ocupa desde hace mu-

cho tiempo de conocer hasta qué punto coinciden las infracciones

legalmente conocidas con la criminalidad real; es la criminalidad

latente» -como decía Niceforo- la que provoca más escozor

desconfianza por la estadística. Tanto más cuanto que se sabe

que no todos los delitos son descubiertos, y de los descubiertos

no todos son denunciados; y de los delitos denunciados, no todos

terminan con el procesamiento, acusación y condena de su autor

o autores. La estadística criminal reproduce, por consiguiente, so-

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1964 .

Según la evaluación de investigaciones sobre el campo obscu-

ro de la criminalidad Kaiser, 1978, pp. 139-140 , éstas no han hecho

más que confirmar, en lo esencial, lo que las instancias de control

practican con mayor o menor plenitud de intención desde hace

tiempo. El resultado demuestra diversidad de tolerancia en las

personas interrogadas respecto de las infracciones legales. Tanto

el campo obscuro como la criminalidad registrada permiten descu-

brir por igual la presión normativa y sancionadora. Las diferen-

cias, en parte considerables, entre campo obscuro y criminalidad

registrada permiten sospechar que el volumen y la estructura de la

delincuencia son configuradas decisivamente por la reacción

san-

ción sociales. De ahí que tampoco se pueda afirmar con buenas

razones que la investigación del campo obscuro transmite una ima-

gen más exacta que la estadística criminal Sack,

1974 .

Si se

acepta el comportamiento delictivo encuestado como indicador

del supuesto control del crimen, también ese comportamiento

reproducirá solamente la estructura del control social. Los re-

sultados de la encuesta participan, por lo tanto, de las debilida-

des de las estadísticas criminales de la policía y de la justicia. En

consecuencia, la encuesta, lo mismo que la estadística, no es un

instrumento de medición totalmente independiente de los meca-

nismos de control social. En cambio, si se acepta el comporta-

miento encuestado como indicador de la actividad de los interro-

gados, las diferencias en general no serán mucho más significati-

vas que las existentes en la esfera delictiva registrada. La impor-

tancia de la investigación del campo obscuro se centra probable-

mente en las consecuencias socio-políticas y político-criminales.

Esto es así porque, dadas la amplitud y la ubicuidad del comporta-

miento social negativo reveladas por semejante investigación, pa-

rece especialmente urgente delimitar el concepto de delito si se

quiere que éste cumpla con la función de factor social de integra-

ción que le habría sido asignada Kaiser, 1978, p. 142 .

Pese a todos los defectos que se le reconocen a la estadística

criminal, ésta sigue siendo el patrón de medición de la crimina-

lidad casi unánime. Como ha quedado dicho, ese atributo provie-

ne directamente de una de las premisas fundamentales con que

el positivismo criminológico fundó las bases de los sistemas pe-

nales vigentes: la necesidad de cuantificar el comportamiento

criminal.

Conocidas las cifras reales del fenómeno criminal, en un espa-

cio y tiempo fijados, se supone que la creación de instrumentos

que sirvan para controlarlo es tarea allanada. Sin embargo, tal

presupuesto da por descontada una situación que, sobre todo en

los últimos tiempos, con el crecimiento de la posibilidad de una

mayor información por parte de los ciudadanos, el aumento de

una mayor conciencia democrática

y,

en general, un mayor reco-

nocimiento de la libertad de opinión, aparece cada vez más en

crisis: el consenso político-social.

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La criminalidad registrada se concreta sobre la base de que

los hechos punibles recogidos son violaciones al código y leyes

penales, las cuales se supone que reflejan el consenso de la socie-

dad respecto de la moral que impera. Quienes establecen las pau-

tas de medición representan el poder social institucionalizado po-

licías, magistrados, funcionarios penitenciarios, etc.) lo cual re-

vela que la determinación de la conformidad y la desviación si

no es dudosa por lo menos es cuestionable, ya que debe tenerse en

cuenta la crítica profunda a la que han sido sometidos tanto

los procesos de gestación de la ley, como la actividad de las

instancias de control social, a la que más adelante se hará refe-

rencia.

5 E L E L I T O

N T U R L

Uno de los conceptos básicos con que el positivismo crimino-

lógico, sobre todo el de origen italiano, ha estructurado sus teo-

rías es el de delito natural.

Raffaele Garofalo 1851-1934) fue el primer partidario de la

scuola positiva que intentó da r ropajes jurídicos a las nuevas teo-

rías criminales, y su tentativa es de una importancia notable por-

que a través de su obra surge

la primera crítica de las conclu-

siones demasiado absolutistas de Lombroso. Los criterios de la

antropología criminal son sometidos por Garofalo a una revisión

general y ya en 1885, fecha de la primera edición de su Crimino-

logia, aquéllos aparecen reducidos a simples criterios ~subsidia-

r i o s ~ .

El primer concepto que Garofalo pretende determinar es el de

delito natural como hecho psicológico inconfundible con cual-

quier otro. Preocupado por sistematizar las nuevas teorías, Garo-

falo no podía desistir frente a la dificultad de establecer una de-

finición del delito. El desplazamiento del centro de estudio desde

el delito al delincuente no eliminaba, en efecto, la necesidad de

una

primera noción de aquel delito en función del cual, unica-

mente, era posible hablar de delincuentes.

Si el delito significa mal y mal es contrario de bien, inmoral

es contrario de moral. Por lo tanto, del delincuente y el delito a la

moral, el problema debe lógicamente ampliarse hasta la conside-

ración filosófica de la realidad humana. Esta realidad la ve Garo-

falo, sobre la huella de Gpencer, en el sistema de una evolución

natural, en cuyo ritmo se pierde cualquier determinación fija e

inmutable. El bien y el mal se convierten en conceptos relativos

según los tiempos y los lugares; y relativo también aparece, por

lo tanto, el concepto de delito, que así se escapa a toda determi-

nación científica y a toda clasificación jurídica. Pero Garofalo no

quiere y no puede renunciar a la ciencia del derecho y debe, no

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obstante, limitarse a determinar lo indeterminable y a fijar de

cualquier manera la categoría de delito Spirito, 1974, p. 147).

«E l delito social o na tural es una lesión de aquella par te del

sentir moral que consiste en los sentimientos altruistas funda-

mentales piedad y probidad) según la medida media en que se

encuentra en las razas humanas superiores, medida que es ne-

cesaria para la adaptación del individuo a la sociedad» Crirnino-

logia, la. ed. 1885).

«Delito natural

[ ]

es [ ] la violación de los sentimientos

altruistas fundamentales de

piedad

y

d e p r o b i d a d

en la medida

media en que se encuentran en la comunidad, por medio de ac-

ciones nocivas a la colectividad, C r i m i n o l o g i a , 2a. ed., 1891).

«...podemos extraer la conclusión de que el elemento de in-

moralidad necesario para que la opinión pública pueda conside-

rar criminal un acto nocivo es que perjudique tanto el sentido

moral como para atentar contra uno o ambos de los sentimien-

tos altruistas elementales de

piedad

y

prob idad .

Además, esos

sentimientos deben verse perjudicados, no en sus manifestaciones

superiores y más puras, sino en el p r o m e d i o en que existen en

una comunidad, promedio que es indispensable para la adaptación

del individuo a la sociedad. Si se produce una violación de uno

cualquiera de esos sentimientos, tendremos lo que puede deno-

minarse correctamente un

de li t o natz4ral» Crimirzo logia,

3a. ed.,

1914).

Estas definiciones no convencieron ni a los propios positivis-

tas. Colajanni, que también publicó una

S o c i o l o g í a c r i m i n a l ,

les

contrapuso otra, afirmando que las acciones punibles son «aque-

llas determinadas por motivos individuales y antisociales que per-

turban las condiciones de existencia y atacan a la moralidad me-

dia de un pueblo en un momento determinadon Colajanni, 1889).

Vaccaro negó radicalmente la posibilidad, para el positivista,

e

concebir el delito de otro modo que como una acción castigada

por la ley vigente Vaccaro, 1902, cap. V

y

apéndice).

Las contradicciones de GarofaIo son agudas. Por un lado se

esfuerza en proclamar el carácter natural del delito que no es

estrictamente natural y, por otra , cree en el concepto lombrosiano

del delito como anomalía de la estructura somática. aunque su

clasificación de los delincuentes se funda en la distinción de los

instintos inmorales -distinción ya adoptada por la definición del

delit- por lo que reviste un carácter psicológico), y aunque con-

cibe la anormalidad del delincuente más como una falta o una

desviación o una insuficiencia del sentido moral que como una

anormalidad física, todavía se declara profundamente conven-

cido de la frecuencia de ciertas anomalías somáticas en los indi-

viduos predispuestos a las formas más graves de delito», admi-

tiendo, por lo tanto, la existencia de un delincuente dotado de ca-

racteres antropológicos específicos Garofalo, 1885, Introduc.).

La conclusión que emerge del análisis tan breve de las opinio-

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nes de Garofalo se resume de la manera siguiente: también en

la derivación jurídica que tuvo el positivismo criminológico apa-

rece el presupuesto del consenso social. En efecto, la repetida alu-

sión a la existencia de una moral media da por descontado la

creencia en un acuerdo social sobre lo que debe considerarse con-

forme a esa moral, y con ello queda al descubierto la imposibi-

lidad de cuestionar la valoración que pueda hacerse sobre el acto

humano que se aparta de lo establecido.

6 R E F L E X I O N E S F I N A L E S

A

esta altura de la exposición de los temas, si se tienen presen-

tes las afirmaciones hechas cuando se habló de la biología crimi-

nal, en especial en lo que atañe a su reflejo sobre la política

criminal v . cap. 3 4 y se compara con lo expresado en este

capítulo, se podrá quizás estar de acuerdo con las siguientes re-

flexiones.

No cabe duda ya de que uno de los fines cumplidos por la cri-

minología positivista fue el de esforzarse por racionalizar

y

legi-

timar las instancias represivas en la Europa a caballo de los

siglos

X X

y

XX.

Para ello, fue predominantemente aplicada una

interpretación etiológica del delito

e

tipo bioantropológico en

detrimento de otra más social. Es verdad que si bien los estudios

de estadística social impulsaron el enfoque sociológico, también

es innegable que el determinismo biológico cobró mayores venta-

jas sobre cualquier otra orientación criminológica. Obviamente,

una explicación de este proceso al que estuvo sometida la disci-

plina puede vincularse con la supuesta legitimidad que hubieran

adquirido las contradicciones sociales como causas decisivas del

delito, habida cuenta de que si bien fueron reconocidas en la in-

vestigación etiológica, nunca ejercieron un predominio real.

Estos hechos han sido determinantes - c o m o lo acaba de de-

mostrar claramente Pavarini

1980,

pp.

29-31 -

de la postura refor-

mista asumida por esa criminología positivista. Es decir, que sin

restar importancia a las contradicciones sociales propició una polí-

tica dirigida a la remoción de ellas. Con ello se encuentra justifica-

do que muchos criminólogos de la época tuvieran, asimismo, una

militancia activa en la política e, incluso, con una orientación de iz-

quierda caso Ferri, por ejemplo). Todo lo cual, sin embargo, no

impidió que esos científicos, al propio tiempo, suministraran los

instrumentos político-criminales para que la clase dominante man-

tuviera su hegemonía.

Si esa criminología consideraba al delito como una entidad on-

tológica

y

a su autor como un individuo que revela aspectos de

su cuerpo o de su personalidad con contenidos patológicos, no es

difícil entonces comprender por qué aquélla se transformaba en

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una ciencia sin parámetros históricos o geográficos, o sea, univer-

sal. Es decir, que sus conclusiones orientadas únicamente por el

interés que despertaba el peligro encerrado por el delincuente no

parecían determinadas en modo alguno por los influjos sociales,

políticos o económicos de la época. Sus enfoques, en consecuen-

cia, eran absolutamente acríticos

y

ahistóricos, toda vez que el

sistema penal en general representaba esa necesaria reacción de

la sociedad -que obviamente no era problemática para el crimi-

nólogo- frente a la criminalidad, la cual debía ser tutelada por

aquélla ante el agravio que ésta encerraba para los valores so-

ciales.

Así nace lo que hoy ha sido correctamente denominado ideo-

logía de la defensa social)) Baratta, 1975 , base

y

sostén legiti-

mante de la ciencia penal, la cual, a su vez, ha cristalizado en

normas los intereses sociales predominantes que, por imperio de

los intereses sociales vigentes en las sociedades centrales de Oc-

cidente -que han sido los intereses de la burguesía liberal-,

también se han extendido a las sociedades periféricas como única

ciencia penal. De tal modo, puede verse que, si en esa ciencia el

delito constituía la violación de aquellas normas, la criminología

ha estudiado sólo el fenómeno de la criminalidad como si fuera de

raíz normativa. Así, esta disciplina cumplió un papel subalterno

y,

a

la vez, realimentador del derecho penal; el material para in-

vestigar era sólo el producto de las normas penales

y

éstas se

conformaban con el saber criminológico.

BARAT~A,. 1975). Criminologia liberale e ideologia della difesa socia-

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VI Perspectiva sociológica

desarrollos ulteriores

por

Roberto BergaIli

1

ENFOQUES MULTIF CTORI LES

Desde los comienzos de la interpretación criminológica puede

reconocerse un cambio en las teorías sobre la criminalidad, desde

la biología, pasando por la psicología, hasta la sociología. Muchas

veces las viejas ideas de la primera criminología son retomadas,

o sea, que los conceptos médico-biológicos se transforman en s e

ciológicos (así, por ejemplo, ocurre con los de «desviación», «nor-

malidad)), «selección», «estigma», o

«psicopatías/sociopatías~~).

in

embargo, no sólo se observa un cambio en las teorías o una mu-

danza de paradigma en el transcurso de la historia científica de la

disciplina. También puede comprobarse en un mismo período de

tiempo, como ocurre en las últimas épocas, la concurrencia de va-

rias teorías y de enfoques de interpretación alternativos de la

criminalidad.

Aunque en la actualidad dominen abiertamente los conceptos

formulados sociológica o psicológicamente para la interpretación

de la criminalidad, igualmente sigue afirmándose que las teorías

significativas son de orden biológico, psicológico, psicopatológico

sociológico; es decir, en muchos autores perdura una división

de la criminología en compartimentos disciplinarios. No obstante,

parece indudable que muchas de las tendencias que han seguido

este camino únicamente ofrecen un interés histórico y, por lo tan-

to, sólo pueden ser consideradas a ese nivel. Asimismo, una muy

importante orientación sigue sosteniendo la necesidad de que la

criminología se base en un enfoque interdisciplinario al cual de-

ben concurrir todas y cada una de las disciplinas particulares

aludidas (por ej. Wolfgang y Ferracuti, 1966, 1967, 1972); enfoque

que ha preponderado tanto en los centros de investigación en-

señanza más tradicionales como. sobre todo. en la vráctica de la

criminología administrativa o penitenciaria (éjecuci penal). Esta

orientación se fundamenta en la com~l ei id ad e elementos aue

.

constituyen el hecho penal y puede denominarse «teorías de al-

cance medio» (Kaiser, 1980, p. 125). No obstante, estas últimas pe-

can, en ciertos casos, para sus partidarios, de una abundancia per-

turbadora del influjo sociológico y, en los demás casos (por ejem-

plo en la mencionada criminología administrativa), de un exceso

de enfoque biológico y sobre el comportamiento.

De tal modo, las orientaciones referidas aparecen envejecidas

como un segmento de la historia criminológica, excluyéndose

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predomina como el punto central de toda la criminología orienta-

da jurídicamente.

Es dentro del enfoque multifactorial donde tiene cabida una

cantidad de hipótesis de mediano y mínimo alcance. Con todo,

le será reprochado fundadamente el no constituir una teoría uni-

taria Wilkins, 1964, p. 37; Sutherland/Cressey, 1974, pp.

58

69). Sin

embargo, según Kaiser 1980, p. 165). la censura que formula Sack

de que el enfoque multifactorial sería hostil a toda teoría no sería

justa. Fundada aparece, por el contrario, aquella crítica que se

hace especialmente contra las llamadas «teorías vulgares» every-

day Theories/A11tagstheorien y las interpretaciones ad hoc. Por

lo demás, estas tesis multifactoriales acogen tanto recursos glc-

bales como aquellos de moda en torno a la degeneración genética,

la agresión, la armonía, la función del chivo expiatorio, la desocu-

pación laboral, la educación deficiente, los bajos estratos socia-

les, etc.; en efecto, todos estos vocablos aparecen siempre juntos

y

confundidos en una tentativa de interpretación criminológica

multifactorial y, por ello, su relevancia no es fidedigna. En conse-

cuencia, la mayoría de las interpretaciones monocausales o uni-

factoriales de la criminalidad terminan, a su vez, por resentirse

en los conceptos fundamentales que aportan a aquellas tesis.

Ciertamente, todo lo dicho tiene una

íntima relación con la in-

fluencia recíproca entre la criminalidad y su control.

La tesis de los enfoques multifactoriales, si bien corresponde

a una fase bastante evolucionada del conocimiento criminológico,

fue insinuada en los primeros tiempos de la disciplina.

Antes que nadie, fueron Ferri en Italia

y

von Liszt en Alemania

quienes buscaron reunir y ordenar, con una consideración ecléc-

tica y pluridimensional, los aspectos particulares de relevante

incidencia en el origen del delito. La «teoría del medio ambiente»

de Gabriel Tarde -«tout le monde est coupable excepté le cri-

minel»- y la concepción de Lombroso del «delinquente nato»,

fueron confrontadas por von Liszt con su «teoría unitaria», a p e

yándose en los «nuovi orizzontin de Ferri.

De aquí surge la idea de que el delito es producto de la sin-

gularidad de su autor

y

de las circunstancias externas que rodean

a éste, expresadas en el mismo momento del hecho. Este con-

cepto es también sostenido por el belga Prins y por el holandés

van Hamel, quienes junto a von Liszt fundan la «Unión Crimina-

lista Internacional» Znternationale Kriminalistische Vereinigung

IKV .

Semejante perspectiva determina una acentuación diferen-

te -bajo la fórmula «disposición-medio ambiente», en Europa,

O

como «enfoque multifactorialn, en Norteamérica Healy, 1915;

Glueck/Glueck, 1930, 1970)- en el pensamiento criminológico res-

pecto de la descripción y el análisis causal, hasta la Segunda Gue-

rra Mundial.

En efecto, la investigación en el campo de la personalidad re-

cibe, mediante la aplicación del enfoque plurifactorial, un impul-

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so considerable. Resultado de ello ha sido el desarrollo demostra-

do de lo que se conoce como «prognosis criminal., la cual, en un

primer tiempo, tuvo aplicación casi aislada en el ámbito de la

ejecución penal para luego extenderse al terreno de la política

de la ley penal, de las distintas tácticas policiales de persecución

de la práctica judicial de graduación de las penas. En todos

estos niveles, la expresión de posibilidades sobre el futuro com-

portamiento legal de las personas, a través de la constatación de

ciertos datos sobre alguien que aparezcan reunidos en las deno-

minadas «tablas de prognosi s~ , ermitía suponer que la previsión

del comportaniiento de sujetos que ya han sido identificados pe-

nalmente iba a otorgar mayor seguridad a las decisiones judicia-

les. Al mismo tiempo, la adopción por el juez de mcdidas substi-

tutivas de las penas privativas de libertad -tales como las de

ejecución condicional de esas penas- o las de mejora y seguridad,

así como las relativas al necesario tratamiento, libertad o enjui-

ciamiento en los casos del derecho penal juvenil, no sólo dio lugar

a la creencia de que se confirman en su decisión mediante la

prognosis criminal, sino que también se legitiman. Mas todo pun-

to de partida para llegar a semejantes decisiones por medio de

la prognosis está siempre constituido por el hecho penal y por la

personalidad de su autor, aunque, en algún caso, el afán desen-

frenado por saber siempre más acerca del comportamiento de

las personas, ha llegado a conectar sistemáticamente los presu-

puestos que otorga la prognosis criminal con sistemas de control

exacerbados. A tal punto se ha extendido la prognosis criminal

que, mediante el empleo de la estadística, el control se ha ido

transformando en influjo dominante que gobierna el objeto so-

cial de ciertas políticas. Así lo indican las muy recientes previsio-

nes formuladas en la República Federal de Alemania acerca del

futuro comportamiento criminal de los jóvenes integrantes de la

«segunda generación» de trabajadores inmigrantes en suclo ale-

mán, las cuales, por sus predicciones de carácter catastrófico, han

recibido el calificativo de «bomba social de tiempo». Según esas

previsiones, la falta de integración que esos jóvenes padecen

-tanto en su propio ámbito familiar como en el de la sociedad

alemana- permite suponer que, llegados a un límite de edad, la

gran mayoría de ellos pondrá en peligro el orden social al incu-

rrir en hechos que lo violen.

Ejemplos clásicos de investigaciones con enfoque plurifactorial

pueden consultarse, con abundancia de características datos, en

la Krirninologie de Hans Goppinger 1980, pp. 79-83). Mas si se acep-

ta que el enfoque multifactorial encierra una perspectiva de di-

mensiones múltiples de la realidad del delito en la que cada he-

cho ejecutado por uno o más autores no refleja una personalidad

independiente de las condiciones ambientales, sino un individuo

que lleva grabados en sí los caracteres del medio social que lo

circunda, entonces, como podrá verse más adelante, algunas de

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las tendencias que se enmarcan en la denominada escuela de

Chicago» son también ejemplos típicos de análisis multifact*

riales.

2.

L ES C U EL

DE

CHZC GO

El predominio de los enfoques multifactoriales puede empezar

apreciarse con la hegemonía que establecen, en la ciencia sociai

norteamericana, todas las perspectivas de análisis del fenómeno

criminal que se reconocen en lo que hoy se conoce como escuela

cie Chicago~.

La tradición de esta escuela de Chicago proviene, en realidad,

del espíritu pragmático en el que buena parte de la cultura nor-

teamericana tiene sus bases. Este pragmatismo sociológico es el

resultado de la recepción de las teorías de Spencer y Comte, lo

que significó el cultivo de un cierto ámbito por el cual los nor-

teamericanos poco

se habían preocupado. Las teorías de Spen-

cer y sus cultivadores fueron menos Ia expresión de una opi-

nión probada críticamente que la generalización de una experien-

cia de vida aceptada. En la medida en que estas teorías se fue-

ron enraizando dogmáticamente y la experiencia de vida que está

en sus bases se fue alterando, su fuerza de convicción fue per-

diendo importancia y, paralelamente, la vieja desconfianza contra

los sistemas abstractos se fue fraccionando.

Esto no sólo significó que la sociología fuera entendiéndose

cada vez más como una ciencia orientada empíricamente hacia

problemas particulares, sino también que dentro de ella se inten-

tara desarrollar un concepto teórico nuevo, no dogmático, ya de-

limitado por toda la tradición europea. Este cambio se opera en

el pragmatismo norteamericano que nace en el último tercio del

siglo X X y cuyas consecuencias teóricas pueden reconocerse en

muchas de las corrientes que nacen de la aludida escuela de

Chicago. Dicho pragmatismo resume entonces la tradicibn no dog-

mática activista por la cual la cultura científica de los Estados

Unidos se había separado de la pasiGn europea por los sistemas

y las teorías. La posición crítica frente a estos sistemas a los

conceptos, que ingenuamente se adelanta al empirismo, se refleja

en ese pragmatismo que constituye el desarrollo más interesante

y con más consecuencias que ha producido la ciencia social en los

Estados Unidos. Sus rasgos básicos se pueden ya encontrar en

Benjamin Franklin Baumgarten, 1936-1938)y sus fundamentos de-

ben i r a buscarse en las ideas de Charles Pierce 1839-1914),William

James 1812-1917) John Dewey 1859-1954); éste es el pragma-

tismo que se desarrolló en abierta polémica con la tradición de

Hegel, Spencer y Comte.

Ese desenvolvimiento se convierte luego en un empirismo abier-

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to, el cual tiene una amplia acogida en las ciencias sociales de

habla inglesa. La tradición de los Social Surveysn se inicia con

Charles Booth 1840-1916) y sus estudios sobre la pobreza en de-

terminados barrios de Londres, y se continuaron con los fundado-

res de la Sociedad Sociológica Británica en 1903, Ch. Geddes

cuyas obras conocidas son The Evo lu tion o f Sex , 1889 y Cit y Deve-

l o p m e n t , 1904) y

R .

Brandford autor de Zntroduction to Regio-

nal Surveys ,

1904). Al formular estos autores una tentativa de

transferir categorías de las ciencias naturales - e n especial de las

biológicas- sobre los problemas sociales, quedó demostrado que

dicha transferencia era imposible en su totalidad. Esto condujo

a una nueva teoría social sintética en la que se partía de sencillos

conceptos biológicos -tales como organismo, func ión y m e d i o

ambiente- y se llegaba - c o m o ocurrió con Geddes- a una ele-

vada síntesis del panorama práctico y teórico.

Sin embargo, es en los Estados Unidos donde los «Social Sur-

v e y s » tienen un pleno desarrollo y asumen un amplio espectro

investigador sobre problemas sociales concretos c f . por ejemplo,

Harmson, 1931). En semejante desarrollo jugó un papel decisivo

el departamento de sociología de la universidad de Chicago que

fuera fundado por Albion

W

Small en 1892. A este departamento

se unió Robert E. Park en 1915 y en su programa de trabajo vin-

culó el positivismo teórico a su tendencia por la investigación de

detalles concretos que le provenía de su antigua profesión perio-

dística. Junto a Ernest

W

Burgess escribió ciertos trabajos 1921,

1924) en los que se afirmaba que la sociología tiene la tarea de

penetrar tanto en las leyes de la naturaleza como en los enun-

ciados generales sobre los hombres y sus sociedades, los cuales

vendrían a ser independientes del tiempo y del espacio. Este pro-

grama, que pasa a ser el de la escuela de Chicago, había sido ya

adelantado en el American Journal o f Sociology 1916).

3 .

LA ECO LO GfA SOCIAL SU EMPLEO CRIM INOLO GICO

Bajo el aludido programa de la escuela de Chicago se comien-

za a comprender la ciudad como una unidad ecológica, de la

mano de la cual los problemas de la socialización

y

de los cambios

sociales pueden ser concretamente investigados. Puesto que las

formas que provocan dichos cambios sociales son particularmente

visibles en la ciudad, ésta se ofrece como un objeto especial de

investigación.

Con ese enfoque teórico, íos ecólogos retornan al presupuesto

fijado por Spencer y de ahí sus netas raíces positivistas- en el

sentido de que la sociedad sería un organismo que a través de

su desarrollo mantiene un cierto equilibrio. De tal modo, tam-

bién la ciudad debe ser reconocida a través de un determinado

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equilibrio ecológico el cual es el resultado de la competencia por

las oportunidades en la distribución del trabajo y en los esfuer-

zos por las acciones sociales así como de las experiencias en la

comunicación social. Conservación de la vida y comunicación u

orden moral son los dos puntos centrales en torno a los cuales

gira la competencia de los hombres que deben vivir en una co-

munidad. Por lo tanto competencia dominio y sucesión constitu-

yen las categorías con las cuales pueden ser descriptos el control

social

y

el cambio social en esta ecología humana.

El objeto de la investigación según el análisis ecológico lo

constituye una comunidad determinada pero en particular lo son

las relaciones que se crean entre los seres humanos y su medio

ambiente así como las reacciones de los individuos frente a ese

medio. Precisamente esta focalización más concreta es la que

permite luego a los acólitos de la escuela de Chicago proseguir

el análisis de los contactos personales de una forma tan cercana

como para llegar a interiorizar los fenómenos que dichos con-

tactos generan en el comportamiento humano. Con este avance

se puede afirmar consecuentemente que la escuela de Chicago

inaugura una tradición en el ámbito de la sociología norteameri-

cana en la que se enlazan las teorías criminológicas que serán

expuestas a continuación.

Uno de los primeros trabajos orgánicos que estudian la desor-

ganización social y las conductas que dicha situación genera den-

tro de la ciudad entendida como lugar donde el control social se

ha debilitado es el de

R.

E. Park E. W. Burgess y R. D Mc-

Kenzie 1925).

Ya

en esta obra se ponen de manifiesto los temas

generales que atraen la atención de los ecólogos: debilitamiento

de los vínculos que mantenían unidos a los grupos primarios en

las pequeñas comunidades a consecuencia de la vida ciudadana;

modificación de las relaciones interindividuales haciéndolas más

impersonales

y

superficiales; pérdida del arraigo en los lugares

donde se vive

y

relaiación de los frenos e inhibiciones en los gru-

pos primarios-bajo-la influencia del ambiente urbano. Estas sf-

tuaciones serían las responsables del aumento del vicio

y

la cri-

minalidad. Por eso es eñ esta obra donde aparece introducida la

noción de con tagio social» para describir el proceso típico de la

vida urbana mediante el cual los comportamientos reprochables

tienden a transmitirse entre individuos de características simila-

res. El «contagio social» es el núcleo originario de donde Edwin

Sutherland extraerá buena parte de sus ideas sobre la teoría de

la asociación diferencial como se verá luego aunque para Park

Burgess y McKenzie los rasgos típicos de las conductas cuestie

nables existen en los individuos ya antes de asociarse; por eso

el nacimiento de la subcultura es vista por estos autores como el

punto de llegada de un proceso de asociación entre sujetos ya do-

tados de características similares.

Sin embargo la primera investigación que dirige su análisis

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ecológico hacia la criminalidad en una ciudad es la de

F. M

Thrasher, quien en 1927 investigó a cerca de 25.000 miembros de

1.313 bandas de delincuentes en Chicago y concluyó afirmando

la existencia de un, por así llamarlo, «país o territor io de las

bandas»

Gang l and ) ,

para lo cual tuvo en cuenta el ámbito de re-

sidencia y acción de dichas bandas. Su descripción geográfica y

social incluyó lo que denominó un «ámbito intermedio», al cual

pertenecían las zonas fabriles, los terrenos ferroviarios, grandes

edificios de oficinas y comercios, etc. El descubrimiento de estas

zonas

de

transición, con abundancia de bandas delincuentes, le

condujo a la opinión de «que la criminalidad nace en el limite

de la civilización y de lo respetable, pero también en comunida-

des que revelan condiciones morales insuficientes))

v .

Thrasher,

1969, ed. abrev.).

Sobre los mismos ámbitos,

C R

Shaw,

H.

D. McKay,

F.

M.

Zorbaugh y L S. Cotrell 1929) y luego los dos primeros 1942,

1969) concentraron sus investigaciones. Con ellas pretendieron de-

mostrar que las cifras de la criminalidad disminuirían en rela-

ción con la mayor distancia de los centros industriales y áreas

urbanas.

En definitiva, lo que este género de investigaciones se propuso

demostrar fue que los comportamiento que podrían denominarse

predelictivos tienden a concentrarse en las llamadas

«de l i n qu en c y

Areas» , las cuales se determinan en las cercanías de comercios

y tiendas de mercancías, sobre todo en los complejos de vivien-

das de los cascos urbanos, mientras que 10s Iugares más apar-

tados y las zonas habitadas alejadas de las concentraciones per-

manecen libres de semejantes apariciones. Por supuesto que, en

esas áreas de delincuencia, las investigaciones se encargaron de

revelar que el control social estaba reducido al mínimo.

Sin embargo, pese a las numerosas investigaciones que se ocu-

paron del análisis ecológico de la criminalidad, nunca se pudo

formular un concepto firme de este fenómeno y se ha llegado a

decir que dicha orientación cayó en una simplificación del pro-

blema etiológico así lo afirma Morris, 1957). De tal manera que,

por ejemplo, nunca pudo ser explicada bajo este enfoque eco16

gico ni la delincuencia juvenil peculiar a esas áreas de delincuen-

cia ni la propia de las zonas alejadas de aquéllas. Por último,

también ha quedado sin explicación, bajo la perspectiva ecológica,

la cuestión referida a si eran ámbitos semejantes los que «prc-

ducían)) delincuentes o si, por el contrario , eran «atraídas» a

ellos sólo personas proclives al delito. Sobre las últimas inves-

tigaciones ecológicas,

c f .

Goppinger, 1980, pp. 59 y SS.,575 y SS.)

De cualquier manera, lo que ha condicionado por un buen

tiempo la supervivencia de los enfoques ecológicos y en general

de las investigaciones que, dividiendo la masa de fenómenos de-

lictivos según el lugar y el tiempo de producción, tienden a deter-

minar la influencia que los elementos demográficos, económicos,

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sociales, etc. tienen en su aumento (geografía criminal), ha sido el

contexto histórico-político en que se originaron. Para ello es nece-

sario recordar que fue precisamente en la ciudad de Chicago y su

periferia donde, en las décadas de los años veinte y treinta, se

produjo una importante concentración de corporaciones eco

micas. Esta situación, más allá de producir un velocísimo proceso

de industrialización y urbanización en las áreas metropolitanas

de suburbios, generó consecuentemente la necesidad de un con-

trol bien efectivo y capilar sobre las fuerzas que pudieran tener

capacidad para desequilibrar las relaciones sociales. Esto determi-

na que no haya sido casual que, precisamente en el ámbito inte-

lectual de la escuela de Chicago -como se verá más adelante-,

haya germinado el concepto de «desorganización social». En con-

secuencia, a partir de estas reflexiones se podrá considerar con

una mayor perspectiva el desenvolvimiento de la concepción eco-

lógica de la crimicalidad, así como el nacimiento y desarrollo

de otras teorías que reconocen su origen en la tradición de Chi-

cago.

4.

L A T E O R I A D E L A A S OC IA C IÓ N D I F E R E N C IA L :

R E F O R M U L A C I O N E S

Fue en especial Edwin Sutherland quien, interpretando orien-

taciones multifactoriales al complementar elementos psicológicos

con otros psicosociólogos, construye la teoría de la asociación di-

ferencial. Las investigaciones realizadas con grupos dio primero

a Sutherland (1924) y luego al mismo junto con

D

Cressey (1978)

la oportunidad de desarrollar los principios del aprendizaje.

Las denominadas teorías del aprendizaje, que reconocen sus

orígenes en el concepto de la imitación desarrollado a fin del si-

glo

X X

por el científico Gabriel Tarde, tienen sus predecesores:

H.

Ebbinghaus

Vbe r das Gedach tn i s ,

Leipzig,

1885 ,

con trabajos

sobre la memoria humana, y el fisiólogo ruso

1.

P. Pavlov, con

sus conocidas investigaciones sobre los reflejos condicionados (re-

flexología). Estas teorías no se interesan por el aprendizaje del

saber, o sea el aprendizaje escolar, sino que son teorías sobre el

aprendizaje del comportamiento humano en su totalidad; es de-

cir, son teorías del desarrollo psicológico. Gstas constituyen una

importante contribución a la conformación externa del compor-

tamiento individual. La genética, la investigación de la maduración

y muchos modelos de la división de los procesos de desarrollo

constituyen aportaciones al aspecto de la limitación endógena de

la personalidad. Una ulterior contribución de estas teorías son

los significados prácticos que han dado. Sobre esos muchos resul-

tados se basan hoy en día la didáctica moderna y la llamada ((di-

rección del comportamiento»

Verha l t enss t euerung)

que tanta in-

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fluencia tiene en la psicoterapia. Obviamente, el comportamentis-

mo» behaviorismo) orientado por

B.

F. Skinner 1967) reconoce

sus raíces en las teorías referidas.

En consecuencia, la teoría de la asociación diferencial formula

una propuesta sobre el origen del comportamiento criminal y de

sus modos de conectarse con un estilo de vida diferente. Debe

mucho, por cierto, a la tradición de Chicago y constituye la pri-

mera teoría sistemática en la que el delito es visto como un

comportamiento normal dentro de una sociedad, la cual es su

causa directa; no obstante, el material que emplea es socio-psi-

cológico.

La interpretación de Sutherland afirma que los contactos que

tienen lugar dentro de los grupos sociales llegan a conformarse

mediante un proceso de aprendizaje. De tal modo se conformarán

los modelos de conducta, la orientación de los valores y las for-

mas de reacción. Y puesto que en una sociedad existe una mul-

tiplicidad de grupos con sus respectivas y diferentes estructuras

de normas y valores, cada grupo adoptará -casi con seguridad-

su propia orientación para fijar semejantes valores. Éstos y los

modelos de conducta que se perfilen lo harán teniendo en cuen-

ta el sexo, la edad y el status socio-económico de sus compo-

nentes.

La tesis fundaniental de la teoría de la asociación o contactos

diferenciales se enuncia así: «el comportamiento criminal es siem-

pre comportamitnto aprendido» Sutherland/Cressey,

1974,

p.

75 .

Con tal afirmación, algunos autores entienden que se ha querido

expresar que el comportamiento criminal, puesto que es apren-

dido, no es algo que se hereda ni tampoco algo que se genera por

sí solo

cf.

Kaiser, 1980, p. 126).

La ventaja y el significado de esta teoría se traduce en el he-

cho de que, contrariamente a los enfoques tradicionales que dan

un sesgo biológico al estudio de la conducta humana, proporcio-

na un marco dinámico de análisis que se desarrolla, pero a la

vez se diluye, en una perspectiva multifactorial, a la que ha pro-

curado un cuadro de relaciones teóricas del que antes carecía.

Tanto esta situación como las consecuencias político-prácticas de

la teoría, han generado la posibilidad científica de una interven-

ción y un tratamiento social de la cuestión, todo lo cual es lo

que ha dado buena parte del eco y de la popularidad de que ha

gozado la teoría de Sutherland. Reeducación, aprendizaje compen-

satorio y modificación de la conducta, son conceptos que, a par-

tir del desarrollo de esta teoría de la asociación diferencial, apa-

recen científicamente fundados y teóricamente justificados.

Sin embargo, la teoría en cuestión revela ciertas debilidades.

Éstas reposan en la simplificación y en la construcción muy me-

canicista del presupuesto del aprendizaje. Debe subrayarse que

este proceso de aprendizaje depende de contactos simbólicos

nada concretos, que lo convierten en un desarrollo muy com-

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plejo. Del mismo modo la teoría desatiende las diferentes aptitu-

des individuales para el aprendizaje; tampoco aclara por qué su

interpretación está dirigida únicamente a los modelos de compor-

tamiento criminal y a las orientaciones de valores desviados. Por

otra parte se limita al marco de relaciones teóricas que generan

los contactos diferenciales entre los grupos sociales y sus miem-

bros concretos pero nunca a la conducta reactiva de los porta-

dores o agencias del control social. Por último las confirmacio-

nes empíricas de esta teoría han dado resultados poco positivos

v. Kaiser 1980, p.

127).

Pese a las c~ ít ic as punt~das a teoría de la asociación dife-

rencial tendrá una muy amplia aplicación en el análisis de todo

comportamiento que revele un carácter subcultural. Tal como fue

construida por su creador y como se ha dicho anteriormente la

teoría no resulta eficaz para la explicación de la conducta indi-

vidual; contrariamente sí fue eficaz para el análisis del ~gan gs te -

rismo» norteamericano de los años veinte y treinta. Puesto que

este tipo de criminalidad se presentaba como una organización rí-

gida dentro de la cual los sistemas de valores eran propios y au-

tónomos su estudio podía efectuarse sin recurrir a las categorías

psicológicas o biológicas típicas de la criminología tradicional. La

criminalidad norteamericana de aquellos años constituyó la otra

cara necesaria

y

coherente de la expansión económica que llevó a

la creación de los grandes monopolios. Los gangsters

y

los indus-

triales estuvieron a menudo aliados contra los obreros en huelga

los anarquistas los sindicatos que no podían ser controlados los

negros los inmigrantes que por su falta de inserción quedaban

fuera de su influencia. De tal modo -y en la medida en que los

lazos entre la mala vida organizada el capital y la política se hi-

cieron más estrechos sobre todo en ámbitos locales- el examen

de la criminalidad que producía semejante situación social pudo

hacerse pensando de qué manera un individuo había aprendido

ciertos códigos y no otros o se asociaba con un grupo y no con

otro.

Con esto la tradición de la escuela de Chicago recibe una nue-

va confirmación. Frente a la justificación de las altas tasas de

criminalidad por medio de la idea de «desorganización social»

Sutherland y Cressey

1947)

hablan de una «organización social

diferenciada». lo aue. si bien c o m ~ o r t a n afinamiento teórico

también reveía un progreso en la -técnica del control social.

Pese a todo ello la explicación subcultural del comportamien-

to criminal que según Sutherland es aprendido en los grupos

que se forman en las zonas de transición de las ciudades y que

se desarrolla como comportamiento conforme a un sistema de

valores que está en contraste con el sistema de la sociedad total

no resulta eficaz ni suficiente para comprender los nuevos com-

portamientos subculturales que la complejidad social fue gene-

rando.

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De ahí que la teoría de la asociación diferencial haya sido

objeto de ciertas reformulaciones en el curso de los años poste-

riores. Dos de las más importantes se inscriben en tendencias o

desarrollos de las que aún no se ha hablado en esta obra, pero que

conviene exponer tanto para no perder continuidad con la enun-

ciación original como para diferenciarlas del modelo prevaleciente

estructural-funcional) con que se estudian en sociología -según

las teorías liberales- las cuestiones del comportamiento y, ade-

más, por el énfasis que ponen sobre el carácter aprendido de la

conducta que, en definitiva, encierra un reconocimiento de la he-

terogeneidad cultural.

La primera de esas reformulaciones aludidas es la que propo-

ne Daniel Glaser

1956, 1960), teniendo presente la teoría de los

ro les

según fue expuesta por George H. Mead 1934).

Así como la teoría de la asociación diferencial fue utilizada

para explicar la criminalidad subcultural, también ha sido iriter-

pretada en el sentido de un contacto con grupos o personas que

reconocen valores opuestos a los reconocidos socialmente. Desde

esa perspectiva puede repetirse que quedan sin analizar las com-

ponentes de la personalidad individual, aunque éstas son determi-

nantes de la elección de un comportamiento u otro. Así pues, las

reformulaciones en cuestión tendrán su mayor incidencia en este

aspecto.

Para la teoría de los

ro les

resulta un concepto central el con-

cepto de

sel f .

Este

self

es la conciencia de sí mismo que se forma

a través del desempeño de diversos roles , desde la infancia ha.sta

la edad adulta. Tal conciencia de sí mismo se estructura me-

diante la contraposición y la interacción del yo y del mi Como

ya se ha observado anteriormente en esta obra v . Bustos,

cap.

11),

el yo es «la respuesta del organismo a las actitudes de

los otros» y el

m

es ala serie estructurada de las actitudes

de los otros como nosotros los percibimos.. El sel f entonces, es el

proceso conectado a estos dos momentos cognoscitivos

y

se confi-

gura, por un lado, como toma de conciencia y, por otro, como

posibilidad responsable de acción. El self c\ por lo tanto, sujeto

objeto al mismo tiempo, ubicado en el centro de una estructura

de expectativas de rol.

GIaser también señala el hecho de que los individuos dirigen

sus acciones, según la imagen del comportamiento, como desem-

peño de r o le s r o le -p lay ing ) , sobre la base de las concesiones que

ellos se hacen según como los demás los ven. La elección de

otro, desde cuya perspectiva se observa el propio comuortamien-

to, constituye el proceso de identificación que puede tener lugar

con «otros» -cercanos a nosotros inmediatamente- o con «otros»

lejanos -quizá generalizados abstractamente- que pertenecen a

nuestro grupo de referencia . Al mismo tiempo, el sujeto pone en

práctica una cierta «racionalización» que constituye un elemento

necesario

y

concomitante del comportamiento voluntario, espe-

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cialmente cuando existe un conflicto de roles. De tal modo, Gla-

ser identifica dos elementos fundamentales en la base de la elec-

ción del comportamiento: el grupo de referencia y los mecanis-

mos de racionalización. Ambos permiten extender los límites den-

tro de los cuales puede acontecer el proceso de la asociación di-

ferenciada y de tal manera la teoría de Sutherland resultaría así

reformulada: «un individuo persigue el comportamiento criminal

en la medida en que se identifica con personas reales e imagina-

rias, desde cuyas perspectivas su conducta reprobable resulta

aceptable» Glaser, 1956, p. 440).

Como se advierte, la reformulación de Glaszr atrae la atención

sobre la interacción durante la cual tiene lugar la elección de los

modelos de comportamiento, incluida la interacción del indivi-

duo consigo mismo en la racionalización de la propia conducta.

Por lo tanto, esta perspectiva hace que la teoría de la identifica-

ción diferenciada se constituya, para cada caso individual de cri-

minalidad, en una integración de condiciones de participación en

grupos, de las frustraciones precedentes, de los códigos morales

aprendidos o de otros elementos en la vida de un individuo. El

acento que la reformulación pone sobre la voluntariedad del acto,

mediante la introducción del proceso de racionalización, aleja la

posibilidad de incluir el comportamiento criminal en la categoría

e

lo patológico. De esta torma, si por un lado la propuesta de

Glaser se inscribe en la tradición de la escuela de Chicago, por

otro deberá afrontar los problemas suscitados por teorías que

nacen en la sociología de la integración, que más adelante se ana-

lizarán.

La segunda reformulación de la teoría de la asociación dife-

rencial que se desea apuntar aquí, es la propuesta por R. L. Bur-

ges y R. L. Akers 1966). Esta tiende a proveer, por medio del

estudio behaviorista de los estímulos reforzados, un modelo de

interpretación de las variables que intervienen en la producción

de la delincuencia individual, aspecto que, como se ha visto, la

teoría desarrollada por Sutherland no ha podido interpretar.

partir de los experimentos con perros del fisiólogo Pavlov,

se sabe que el comportamiento puede ser de dos tipos, a saber:

el reactivo y el operante. El primero es el producido como res-

puesta a ciertos estímulos y se genera en la esfera automática

del sistema nervioso; el segundo interesa el sistema nervioso cen-

tral y resulta ser una función de sus efectos ambientales pasados

y presentes. Cuando un comportamiento operante es seguido de

cierto tipo de estímulos, aquél aumenta su frecuencia en el futu-

ro Pavlov, 1972 . Segun Burgess y Akers esta frecuencia y la

variedad de dicho comportamiento dependen de seis posibles

efectos ambientales, entre otros.

De tal modo, la teoría de Sutherland resulta reformulada in-

troduciéndose como determinante el estímulo reforzador: si el

comportamiento criminal es aprendido según los principios del

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condicionamiento operante, ese aprendizaje tendrá lugar ya en si-

tu~icionesno sociales que sean reforzadoras o discriminantes, ya

en la interacción social en la que el comportamiento de otras per-

sonas cumpla ese papel reforzador

o discriminante respecto del

comportamiento criminal.

Éstas son las propuestas que han permitido verificar empírica-

mente, con mejores resultados, sobre todo en las experiencias de

laboratorio con pequeños grupos, la teoría de la asociación dife-

rencial.

Las teorías del comportamiento -a las que típicamente per-

tenece la reformulación de Burgess

y

Akers- operan sobre la

hipótesis de la perfecta legitimidad que tiene la investigación de

la acción social con este tipo de técnicas, por cuanto aquélla es

un dato concreto cuya causa

y

efecto pueden encontrarse sin ne-

cesidad de recurrir a nada

más,

ni a la personalidad del actor ni

a otro elemento no inmediatamente visible y deducible del com-

portamiento mismo.

En lo que hace a las conductas reprochables, el enfoque acom-

portamentistan no se enfrenta ni a sus causas generales, ni a sus

modos de expansión; se detiene en el análisis de la causa más

cercana, sea la que no sea deducible de un cuadro de referencia

general

y

que puede buscarse directamente en el ambiente donde

el comportamiento se produce. Sobre esta causa entonces se pue-

de actuar

y

por eso el enfoque «comportamentista» es el que más

inmediatamente sirve a las exigencias de los sistemas sociales

dominantes para asegurar su conformidad Pitch,

1975,

p.

47).

Aplicando los estímulos reforzadores y discriminantes se pue-

den obtener sensibles modificaciones del comportamiento. Estas

técnicas de la behaviov modification han sido aplicadas con sin-

gular relieve en las cárceles, en los hospitales psiquiátricos e, in-

cluso, en las escuelas de los Estados Unidos a niños «difíciles» o

con problemas de conducta. Tanto por la posibilidad de ser ge-

neralizadas - c o n la consecuente aceptación de quienes creen que

se ha alcanzado la «solución» de los problenias del comporta-

miento- como por la grave violación de la integridad personal

que acarrean, estas técnicas encierran graves peligros

y

esconden

una ideología aue commomete seriamente a la ciencia social aue

las

N O obstante, el proyecto de construir a travésAde

ellas una «sociedad perfecta» ha procurado un éxito sensible a la

propuesta «comportamentista» de su numen B. F. Skinner 1967,

y otras; sobre las teorías del aprendizaje sus vinculaciones con

el conductismo, cf en cast. Hill, 1980).

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disturbios emocionales engendrados por la frustración, las inse-

guridades, las ansiedades, los sentimientos de culpa y otros con-

flictos. Una buena cantidad de estudiosos cree, sin embargo, que

la única diferencia importante entre el delincuente y el no-delin-

cuente reposa en el grado de exposición a una subcultura crimi-

nal, por lo cual, esta subcultura constituye el eje de sus intereses

teóricos. La cuestión más atractiva e importante -dijo Cohen

1955)-, fue la de saber por qué un joven adopta el ejemplo cul-

tural al cual estuvo expuesto, mientras que la dificultad más lar-

gamente ignorada por los criminólogos fue la de saber, en pri-

mer lugar, por qué existe una cultura delincuente, toda vez que

nunca se trata de algo que se genera espontáneamente. estas

subculturas Cohen les atribuyó las características de

no ut i l i ta-

rias

en el sentido de que muchos de los robos que absorben el

interés de algunas bandas no constituyen medios racionales para

un fin determinado 1955, p. 26 ; de

nzaliciosas

en tanto que sus

miembros encuentran una aparente diversión en causar la discon-

formidad de otras personas 1955, p. 27 o una satisfacción en el de-

safío a los tabúes sociales; y de

negativistas

porque el comporta-

miento criminal dentro de ellas sólo es permitido o aceptado con

indiferencia cuando representa la polaridad negativa» a las nor-

mas de respeto de la sociedad de clase media 1955, p. 28 .

Lo que resulta verdaderamente trascendente de las reflexiones

de Cohen es que, cualesquiera que sean las inadecuaciones de las

estadísticas criminales, la delincuencia juvenil

y

las subc~flturas

aparecen concentradas siempre -según esos instrumentos de me-

dición- en los sectores sociales masculinos

y

de baja condición.

La razón de esta concentración, Cohen la encontraba en que, pre-

cisamente en la clase trabajadora es posible hallar el grado más

elevado de f r~s trac ión ocial. Urgidos por los valores de las cla-

ses medias, que son los del éxito, de perseguir metas de mayor

alcance, de obtener respetabilidad, de desarrollar una cierta habi-

lidad para conseguir amigos e influencias entre la gente, los j

venes de extracción proletaria se encontrarían a sí mismos seria-

mente desventajados. Los modelos de socialización en la familia

de clase trabajadora, la ausencia de influencia, la discriminación

que llevaban a cabo los maestros de enseñanza primaria y secun-

daria al revelar escasa simpatía por el estilo de vida proletario,

etcétera, todo viene a contribuir para reducir las oportunidades

de los niños provenientes de aquellos estratos sociales y a generar

en ellos un problema de ajuste que se produce cuando han sido

socializados primariamente a través de los valores de su clase

pero que luego, por diversos motivos, interiorizan los correspon-

dientes a las clases medias Cohen, 1955, p. 119).

La «solución» es, entonces, la subcultura criminal, o sea: un

conjunto de normas y valores que permitirán la obtención de los

modelos sociales pretendidos, en el ámbito de alcance del joven

de clase trabajadora. Incapaz o sin voluntad para obtener met:i\

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de clase media, el muchacho de extracción proletaria se vuelca

a comportamientos de agresión, vandalismo y desapropiación me-

diante los cuales el éxito es posible, logrando así escapar a la in-

tolerable frustración y ansiedad.

A ELEMENTOSONCEPTUALES

PARA C O M P R E N D E R

LA

TEORÍ

RADICIONAL

Las proposiciones fundamentales que ha utilizado la teoría tra-

dicional de las subculturas deben ser conocidas para poder com-

prender la propuesta que ella encierra.

En primer y más importante lugar es necesario considerar la

relación que, en el ámbito de esta teoría, se ha otorgado a la sub-

cultura y a la cultura dominante. Esta, obviamente, implica la

existencia de un sistema de valores compartidos paradigma del

consenso) y en la medida en que algunos individuos giran en tor-

no a él pero comparten otros valores enfrentados o paralelos,

generarán un contexto contracultural Yinger, 1960, pp. 625-635 o

subcultural.

En segundo lugar, corresponde decir que los valores compar-

tidos en una subcultura se hacen a menudo evidentes y pueden

ser fenomenológicamente identificados en términos de la conducta

que es esperada en ciertas formas de situación vital, desde la per-

misible hasta la requerida. La actitud social del grupo de perso-

nas en que se genera este comportamiento, frente a esos distintos

modos de reaccionar del sujeto, cristalizan generalmente en re-

glas cuya violación acarrea la réplica grupal. Estas reglas o nor-

mas son denominadas normas de conducta Sellin, 1938, p. 28 .

En tercer lugar, resulta difícil hablar de subculturas de nor-

mas de conducta -en términos sociológicos- si no se hace refe-

rencia a los grupos sociales. Los valores son compartidos por los

individuos

y

la coparticipación de valores construye los grupos.

Cuando se hace referencia a las subculturas se supone que se tra-

ta de sujetos que comparten valores e interactúan socialmente en

algún espacio geográfico limitado. Sin embargo, esa característica

de compartir valores no requiere necesariamente ia interacción

social. Por eso, para la teoría tradicional una subcultura puede

existir sin contactos interpersonales de sus miembros o de todos

los grupos de individuos) cf. Wolfgang/Ferracuti, 1971, p. 123 .

En cuarto lugar, debe tenerse presente que, en un ámbito sub-

cultural complejo, a veces resulta difícil distinguir empíricamente

las normas que establecen los distintos

ro l s

que asumen sus in-

tegrantes.

A

tal fin conviene recordar que los derechos y deberes

asignados a un

rol

específico en la cultura madre casi siempre

resultan distorsionados o exagerados en el ámbito subcultural, tal

como ocurre con el

rol

masculino o con los lenguajes, hábitos de

beber, conducta sexual, etc., los cuales pueden convertirse en ex-

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pectativas de rol normativamente inducidas

v .

Wolfgang/Ferracu-

ti, 1971, p.

125 .

Además, dado que la diferenciación de roles existe

en todas las sociedades pero que sólo en las heterogéneas pueden

coexistir las subculturas, es preciso reconocer que un individuo

puede participar en diversas subculturas, puesto que la interac-

ción social en una sociedad abierta puede provocar su intervención

en gmpos diferentes. Esto, sin embargo, no perturbará su per-

sonalidad ya que subculturas semejantes resultan a menudo com-

plementarias o suplementarias, por lo que no se originarían con-

flictos psicológicos al formar parte de diferentes sistemas de va-

lores.

En quinto lugar, debe subrayarse que algunas ideas, actitudes,

medios, metas o conductas pueden ser no sólo inducidas norma-

tivamente, sin también situacionalmente Yinger,

1964,

p. 634). Si

la situación cambia, presumiblemente también cambiarán los va-

lores y el comportamiento, lo cual indica la inexistencia de toda

fidelidad normativa real

y

duradera. Con esto se sugiere que una

norma de conducta o un conjunto de valores dados deben fun-

cionar de modo que puedan gobernar el comportamiento en una

variedad de situaciones en orden a clasificar esa norma o los

valores como una respuesta subculturalmente esperada o reque-

rida y no meramente como una reacción estadísticamente moda1

v .

WolfgangJFerracuti, 1971,p.

126 .

Todo ello implica que la com-

prensión empírica de la subcultura acarrea la observación de los

variados modos de interacción personal

y

social. Las categorías

resultantes serán significativas tanto desde un punto de vista psi-

cológico como sociológico, por cuanto los individuos asimilan las

distintas normas situacionales y subculturales según el grado, el

número

y

la clase de situaciones en que deben usar la norma

como explicación de apoyo para su comportamiento.

En sexto lugar, es necesario recordar el papel que juegan las

sanciones en el caso de violación de normas de conducta subcul-

turales. La energía de poder inherente a la norma, que se integra

con la sanción

y

que está dada por la actitud del grupo normativo

hacia la conducta que la viola, se denomina su potencial de re-

sistencia~ Sellin, 1938, pp. 33-34). Usualmente, la adhesión de los in-

dividuos a la subcultura hace relativamente sencilla la ejecución

de estas sanciones; más sencilla y efectiva que en las sociedades

mayores, sobre todo cuando aquel potencial es sólido.

En séptimo lugar, la cuestión de la transmisión de los valores

subculturales indica la posibilidad de integrar conceptual

y

empí-

ricamente la aplicación de las teorías psicológicas sobre la perse

nalidad con la teoría de las subculturas, en la medida en que esa

investigación puede servir para establecer si una subcultura es o

no un producto de la interacción con la cultura dominante. Ya

sea que el elemento primario de una subcultura es una contradic-

ción de la cultura mayor o bien que esté en conflicto con ella, queda

claro que las múltiples variables de la personalidad se presentan

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gadora de los valores de clase media, no constituye, de modo al-

guno, una teoría completa de la criminalidad. Sin embargo, la

aportación de Cohen, que superó ampliamente la de Sutherland

respecto a la concepción del aprendizaje como explicación causal

del comportamiento reprochable, ha constituido una contribución

inestimable a las teorías que hacen hincapié en el apoyo norma-

tivo que requiere la conducta desviada. Sea que toda o parte de

esa conducta se presente como explícitamente opuesta a la con-

formidad normativa y que la función primaria de una subcultura

constituya o no la reducción de la ansiedad, lo cierto es que los

conceptos desarrollados por esta teoría subcultural han resultado

esenciales para comprender ciertos tipos de comportamientos des-

viados que se generan en la sociedad dividida en clases y guiada

por unas pautas que reconocen su raíz en un sistema de produc-

ción cuyas metas no son propiamente las de crear una conciencia

humanitaria en base a la satisfacción de apetencias culturales,

sino, por el contrario, las de dar lugar a una mayor distancia so-

cial entre sus componentes a través de la acumulación de mayor

riqueza en pocas manos.

Por otra parte, es necesario recordar que esta teoría de las

subculturas criminales nace en el ámbito de la denominada socio-

logía académica, precisamente a mediados de los años cincuenta.

En esta época comenzaron a florecer

y

a tener fuerza propia

aquellos movimientos sociales asentados en la conciencia de mino-

rías marginadas; minorías étnicas, culturales y políticas -tanto en

el ámbito de las democracias industriales de Occidente como en

el de los países del llamado socialismo real- que, a medida que

fueron poniendo en evidencia el papel que les correspondía den-

tro del cuerpo social, revelaron asimismo una capacidad de auto-

nomía suficiente como para poder poner en peligro el poder so-

cial dominante Bergalli, 1980, p.

79 .

Pese a que Albert K . Cohen fue considerado un progresista, in-

cluso a riesgo de ser censurado y perseguido por la represión co-

nocida como maccarthysrno en los Estados Unidos de Norteamé-

rica, de forma inconsciente otorgó la base teórica para que se

pudiera aplicar el mote peyorativo de «subcultural» a todo aquel

comportamiento más o menos frecuente, generalmente juvenil,

que se permitiera desafiar los modelos de conducta impuestas por

el sistema de producción consumista. Así germina lo que con mu-

cha propiedad ha sido denominado c f . Schwendter, 1978, p.

12

«el fantasma del subculturismo» das Gespenst der Subkulturis-

mus) que sirvió para atribuir en Occidente la calificación de pará-

sitos, primero a los grupos hippies, beatniks, chicanos, portorri-

queños, negros, homosexuales, feministas y, luego, a las que se

conocen como subculturas progresivas. o bohemias Helms,

1966, p. 498), entre las cuales, sobre todo en la República Federal

alemana, comenzó a incluirse, poco a poco, a los simpatizantes iz.

quierdistas hasta involucrar a los trotzkistas, anarquistas de dis-

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tinto signo,

vietniks

contrarios a la guerra de Vietnam en los Es-

tados Unidos) y marxistas en general. Mientras, en el este de Eu-

ropa, al principio fueron así considerados quienes no se estable-

cían en una ocupación fija y más tarde, obviamente, los que de-

pendían de ingresos de terceros, los que no participaban de la

cultura oficial, hasta quedar incluidos los así denominados «disi-

dentes».

En ambas partes del mundo, los delincuentes considerando

como tales a los que la ley penal positiva define así) constituyen

siempre subculturas parasitarias. Pero, claramente, la capacidad

de criminalizar a integrantes de las consideradas subculturas es un

atributo que corresponde a los grupos sociales que pueden hacer

ejercer su influencia en la creación y aplicación de dicha ley pe-

nal, tal como podrá verse más adelante. Por todo lo cual, es fácil-

mente comprensible el peligro que ha encerrado el empleo de la

teoría subcultural cuando disentimiento cultural y social se trans-

forman en auténtico antagonismo político.

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V

Perspectiva sociológica estructura social

por Roberto Bergall i

1. INTERPR ETAC IÓN DE LA SOCIEDAD SU

DELINCUENCIA TEORPA DE LA ANOMIA

La teoría de la anomia se cuenta entre los conceptos fundamen-

tales más significativos de la sociología criminal de corte liberal.

Según una interpretación semántica, anomia significa «ausencia

de normas».

La expresión ya fue utilizada a fines del siglo

~

or el cientí-

fico social francés Emile Durkheim 1858-1917) para describir cier-

tos fenómenos de las sociedades con una economía desarrollada y

rápidos cambios sociales.

En épocas de profundas perturbaciones sociales la conciencia

social se debilitaría. Esta opinión de Durkheim fue construida pre-

cisamente en los tiempos en que el proletariado francés ya se

había constituido con sentido de clase y formado organismos po-

líticos firmes Durkheim escribe Les rkgles de la méthode socio-

Zogique

en

1895, Le suicide: étude de sociologie en 1897

y

anterior-

mente había dado a luz su obra De la division du travail social,

fundamental para su concepción de la sociedad, en 1893; en el

lapso que transcurre entre esas fechas límites se constituyeron el

frente de los trabajadores socialistas franceses, el partido socia-

lista obrero francés y la

GT

francesa).

Según este autor, las

normas y controles anteriores pierden efectividad. En tales situa-

ciones, los seres humanos desconocen los límites que la sociedad

les ha impuesto; pretenden el cumplimiento de reclamaciones irrea-

lizables.

El concepto de anomia desarrollado sobre todo en El suicidio)

es recogido especialmente.por la ciencia social norteamericana,

desarrollado y teóricamente profundizado entre otros por Robert

Merton en su obra Teoría

y

estructura social.

Para la concep

ción estructural-funcionalista, a anomia se convierte así en la te0-

ría del comportamiento desviado de la sociedad; al ser una inter-

pretación del modelo social que trasluce la sociedad de los Estados

Unidos, resulta deficiente para trasladarla como ejemplo en el es-

tudio de otras sociedades.

La teoría de la anomia en la actualidad ya no se limita a des-

cribir simplemente o a establecer el fenómeno de la falta de nor-

mas. Por el contrario, se ocupa de las condiciones en que se ori-

gina dicha ausencia normativa, mejor dicho, de los procesos de

cambios estructurales condicionados por la pérdida del poder de

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mando de dichas normas. Tras el desarrollo mertoniano, las situa-

ciones anómicas no se conciben ya como producidas por la bre-

cha que se genera entre los estados de necesidad social y las po-

sibilidades de satisfacción, sino más bien por el vacío que se pro-

duce cuando los medios socio-estructurales existentes no sirven

para el alcance de los fines culturales previstos. Con estos presu-

puestos, la teoría de la anomia ha dominado todos los enfoques

que puedan haberse ensayado en los últimos treinta años desde

el campo liberal de la sociología criminal.

Los partidarios de la teoría de la anomia, por lo dicho, se

han dejado influenciar por las convicciones habituales de la so-

ciedad norteamericana. En el trasfondo del

a m e r i c a n d r e a m

for-

mado de éxito y bienestar, aparece el desmoronamiento de fines

sociales y culturales

de los grupos a

os cuales está vedado su

alcance por razones socio-estructurales. La brecha observada en-

tre ideales igualitarios, así como el poner de relieve el éxito y el

bienestar -todo lo que es accesible para quienes tienen disposi-

ción a la adecuación-, por un lado, y, por otro, las oportuni-

dades diferenciales de acceso a través de medios sociales dispo-

nibles para el alcance de los símbolos y la superioridad que otor-

ga el éxito, dan a la teoría un nuevo punto de partida. Tal como

Cloward y Ohlin pusieron de manifiesto en Del inquency and Oppor

t u n i t y . T h e o r y of Del inquen t Gangs (escrito en Columbia en

1960 y publicado en Londres en 1961), la discrepancia entre fines

y estructura de oportunidades diferentes produce dentro de cada

grupo social una debilidad y, finalmente, una ausencia de nor-

mas, por lo cual sus integrantes se ven expuestos a una situación

anómica, que es más evidente en los estratos más bajos, cuando

se dan las condiciones que les hacen pretender con justicia una

participación mayor en el contexto social total. Sin embargo, en

la mayoría de los casos, la propagación general de fines no tiene,

para los bajos estratos, accesos igualitarios respecto de la capaci-

dad para alcanzarlos, demostrada por otros grupos sociales; las

condiciones de formación, profesión, propiedad y

s t a t u s

son de-

terminantes de ello. Lo único que queda expedito para los pri-

meros es el camino de la ilegalidad.

La teoría de la anomia, en consecuencia, reposa sobre la idea

de que aquellos a quienes la sociedad no provee de caminos le-

gales (oportunidades) para alcanzar el bienestar, se verán presio-

nados mucho antes que los demás a la comisión de actos repro-

b a b l e ~ ara lograr dicho fin (en general, delitos contra la propie-

dad).

Así vista, la teoría de la anomia toma como punto de partida

las situaciones sociales de presión. Constituyó una tentativa para

aclarar la distribución sobreproporcional de los bajos estratos

sociales en el terreno de los delitos contra la propiedad, tal como

se ha podido observar en las modernas sociedades industriales.

partir de ahí, ha pretendido suministrar evidencias para la

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transformación de las situaciones socio-estructurales desventajo-

sas respecto de los fines socio-culturales deseados.

Una interpretación semejante de la criminalidad y el consecuen-

te enloque aclaratorio no sorprenden si se dan por aceptados los

presupuestos de relaciones de producción propiedad privada

de bienes de usufructo público sobre los que se construye el mo-

delo social norteamericano. En otros contextos, los fines cultura-

les y las clases sociales pueden ser vagos e insuficientemente de-

terminados. Además de ello, semejantes fines y clases aparecen

vinculados a sistemas unitarios de valores

y

normas impuestos

por la hegemonía de los grupos dominantes, frente a la plurali-

dad de conjuntos normativos que presenta la sociedad norteame-

ricana.

Vista psicológicamente, la teoría de la anomia se reconoce por

medio de los sentimientos de soledad, aislamiento, extrañeza, or-

fandad, etc.

y

no significa otra cosa que la falta de orientación

hacia -y de relación con- las normas, todo lo cual constituye

el aspecto subjetivo de la desintegración social.

Observada desde la dificultad de obtener pruebas empíricas,

esta teoría aporta muy poco a las razones del origen de la des-

viación y del delito. Tales deficiencias aclaratorias impiden un

uso extendido de la tipología que Merton construyera para jus-

tificar la adecuación del comportamiento humano frente a situa-

ciones anómicas.

En efecto, según Merton 1957, pp. 139 y SS.), quienes tienen que

elegir entre los incentivos culturales y las realidades sociales pue-

den reaccionar de varias maneras en circunstancias difíciles. Al-

gunos individuos persisten tenazmente en sus esfuerzos para te-

ner éxito a pesar de los obstáculos que encuentran. Los que son

incapaces de resistir las tensiones creadas por la discrepancia

entre la cultura la estructura social son susceptibles de desviar-

se de las normas sociales establecidas; pero su conducta desvia-

da, como señala Merton, puede asumir diferentes formas. Para

identificarlas, Merton construye cuatro tipos distintos de no con-

formidad, que son: el ritua2isrn0 el retraimiento la inovación y

la

rebelión.

Obviamente, el tipo del

conformista

hablando de

una sociedad estable, encarna la conformidad tanto sobre las me-

tas culturales como sobre los medios institucionalizados, y repre-

senta e1 tipo de adaptación más difundido. Donde esto no ocu-

rra, la estabilidad y continuidad de la sociedad se verán amena-

zadas. La trama de expectativas que constituye todo orden social

se apoya en

el

comportamiento moda1 de sus miembros, que

demuestran así su conformidad con los modelos culturales esta-

blecidos, aunque sean cambiantes. Esto acontece, en efecto, úni-

135

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camente a causa de que la conducta humana está típicamente

orientada por los valores básicos de la sociedad, motivo por el

cual lo mismo puede hablarse de un conglomerado humano como

de una sociedad. De lo contrario, si la interacción entre los in-

dividuos no reconoce esa comunidad valorativa, no podrá su-

ponerse a asistencia de semejante sociedad

cf.

Merton, 1957,

p. 141).

1. Ritualismo. Incapaz de realizar los objetivos valorados, el

ritualista renuncia a ellos pero continúa conformándose a las re-

glas prevalecientes que rigen el trabajo

y

el esfuerzo. No habrá

evidencia pública de su desviación, pero su reacción interna será

claramente «un alejamiento del modelo cultural en que los indi-

viduos están obligados a esforzarse activamente, de preferencia

mediante procedimientos institucionalizados, para avanzar y as-

cender en la jerarquía social»

cf.

Merton, 1957, p. 150). Junto con

esta renuncia a la lucha aparece con frecuencia una adhesión com-

pulsiva a las formas externas, un ritualismo que puede aliviar las

ansiedades creadas por la disminución de los niveles de aspira-

ción. La perspectiva del ritualista es la del tímido empleado o

la del burócrata rígidamente apegado a los reglamentos.

2 Retraimiento. diferencia del ritualista, que renuncia a los

objetivos pero se adhiere a las normas de conducta sancionadas

que se supone conducen a tales objetivos, el sujeto retraído re-

nuncia a ambos. El total escape a las contradicciones de la situa-

ción se manifiesta en los prototipos de la desorganización social,

investigados tan minuciosamente en la tradición de Chicago a

través de los ejemplos del vagabundo, el alcohólico, el drogadic-

to, etc.,

y

que luego se extendió a la figura del beatnik, al que

muchas veces se ha atribuido la negación de la conveniencia del

éxito

y

rehusar conformarse a las exigencias de la moral de la

clase media, frecuentemente sin substituir sus valores por otros

que sean eficaces o tengan sentido. Un intérprete de este tipo de

adecuación ha encontrado también una manifestación de retrai-

miento en la apatía de los campesinos de un pueblo aislado del

sur de Italia v . Banfield, 1958, p. 65). La pobreza trituradora, los

violentos antagonismos de clase, un gobierno distante endureci-

do

y

la ausencia de cualquier organización efectiva de la comu-

nidad representan graves barreras para que dichos campesinos

puedan mejorar sus condiciones, aun cuando el contacto crecien-

te con el mundo externo estimule sus deseos. pesar de este re-

sentimiento frustración, el campesino no hace prácticamente

nadi, hundiéndose en la melancolía de la aldea, que es su atmós-

fera constante.

3. Innovación. Ésta es quizá la reacción desviada más fácil-

mente perceptible frente al desajuste entre la cultura

y

la estruc-

tura social; supone el uso de técnicas nuevas o ilícitas para ob-

tener los propósitos deseados. Se afirma que cuando estos obje-

tivos son más destacados por la cultura que los métodos me-

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diante los cuales pueden ser alcanzados, la gente tiene propensión

a soslayar las restricciones morales, legales

y

habituales sobre

los esfuerzos que realizan para lograr sÜs fines

cf.

Chinoy, 1966,

p.

377).

Una concepción estructural-funcionalista permite suponer que

las presiones para que sean ignorados los métodos convenciona-

les para alcanzar los objetivos culturalmente aprobados serán

por supuesto mayores entre aquellos cuyo acceso esté bloqueado

debido a su posición dentro de la estructura social. Para demos-

trar esta suposición se ha usado el ejemplo de los hombres de

negocios que se ven obligados a emplear prácticas astutas de-

bido a su deseo de incrementar sus ganancias, mientras que

aquellos que se encuentran en la base de la sociedad o cerca de

ella recurren al delito o al juego para obtener el mismo fin.

Como se ha señalado hace tiempo, por un lado el crimen

y

la

corrupción política han sido escalones de la movilidad social en

la sociedad norteamericana mientras que, por otro , el juego ha

sido siempre más popular entre la gente de los arrabales negros

y

otras minorías) véase, por ejemplo, Whyte, 1955, especialmen-

te parte

;

Bell, 1960, capítulo 7).

4

Rebelión.

Finalmente, las frustraciones que surgen cuando

existen oportunidades limitadas para alcanzar u obtener fines cul-

turalmente sancionados pueden conducir a un rechazo total de

los fines y las instituciones que permiten su obtención, seguido

de la defensa o de la introducción de valores distintos

y

nuevas

formas institucionales

y

de organización. La rebelión, no obstante,

según Merton 1957, p.

155),

debe distinguirse del «resentimiento»,

en el cual la condenación explícita de los valores tradicionales

oculta en el fondo una profunda vinculación a ellos.

Alcanzado este punto de la explicación se advierte con bastan-

te claridad que el enfoque que promueve la teoría de la anomia

en el estudio de la criminalidad invierte, si bien sólo parcialmen-

te, la clásica perspectiva positivista. Aun cuando la teoría intere-

sa por el aspecto etiológico del comportamiento reprochable

-Y

según Pavarini, en este sentido permanece todavía ligada a una

interpretación determinista de la conducta humana 1980, p. 87)-,

niega que las causas de la desviación y del delito deban buscar-

se en situaciones patológicas individuales o sociales. Ello es así

porque la acción socialmente definida como reprochable debe ser

considerada como una cosa normal en cualquier estructura social;

únicamente cuando el fenómeno criminal supera ciertos límites de

aceptación se convierte en negativo para la sociedad

y

provoca el

efecto típico de la anomia, o sea, el de una desorganización so-

cial por la cual el sistema de normas vigente comienza a perder

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su valor. Mientras no ocurra esto último el comportamiento

reprochable se mantenga dentro de estos límites funcionales para

la sociedad, cste será un factor útil y necesario para el desarrollo

social.

En este sentido, la teoría de la anomia -según su perspectiva

funcionalista- también puede proporcionar un; base explicativa

y

teórica a la génesis de subculturas criminales. En la medida

en que la estructura social de una determinada sociedad ofrece

diversas posibilidades para la consecución de las metas culturales

y en que esta distribución desigual de las oportunidades para ser-

virse de medios legitimos está en función de la estratificación

social -por lo que existen algunos individuos que siempre y ob-

jetivamente están excluidos de tales oportunidades-, la consti-

tución de subculturas criminales representaría la reacción nece-

saria de algunas minorías con desventajas en la supervivencia,

por su ubicación dentro de la estructura social.

Para terminar, y resumiendo las acotaciones críticas que se

han efectuado a la teoría de la anomia que surgen del apartado

precedente, pueden anotarse las siguientes observaciones que for-

mula Pavarini 1980, p. 91)

y

que se expondrán sintéticamente:

a

Esta teoría deja al descubierto la relatividad del concepto

de sociedad competitiva. En la medida en que la hipótesis de la

anomia no revela el origen estructural del proceso anómico, es

decir, no analiza cuáles son las causas que hacen que en una de-

terminada sociedad el nivel cultural lleve a una acentuación de

las metas finales junto con una atenuación de las normas institu-

cionalizadas e instrumentales, se termina por aceptar como natu-

r l

-y

por lo tanto ahistórica- una estructura social dominada

por la competencia. Esto significa que el modelo interpretativo

de la anomia puede subsistir teóricamente, siempre que se acepte

acríticamente que en todas las sociedades la gente vive su exis-

tencia como una competición deportiva, consistente en llegar a

tiempo antes que los demás a la meta final constituida por el

éxito económico; por lo tanto, si alguien tiene desventajas en esta

competición, es lógico que busque dicha meta por otros medios.

b

La reflexión anterior sobre la búsqueda de la meta final

supone que los miembros de una sociedad tienen plena fe en las

reglas de juego, o sea, que creen que las condiciones mínimas,

pero necesarias, para que esa competición tenga lugar están ga-

rantizadas; esto es, que existe una cierta igualdad formal -aun-

que no substancial- en el acceso a las oportunidades a una re-

lativa movilidad social vertical. La difusión de esta creencia -que

a su vez exalta el mito del éxito económico a través de la compe-

tición- tiende, sin duda, a la conservación del statu

quo.

En efec-

to, si se hace creer que todos los integrantes de una sociedad

pueden alcanzar la meta final porque a todos, incluso a los que

intervienen en condiciones materiales desventajosas, se les garan-

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tiza -aunque sea formalmente- el triunfo en la cnmpetición, lo

que se pretende es la integración de las clases subalternas en el sis-

tema de valores dominantes valores del trabajo, del éxito económi-

co, etc.). Obviamente, esto conspira contra la formación de una

conciencia de clase de los grupos sociales sometidos señala que

la teoría de la anomia es propiciadora de un modelo de sociedad

consensual.

C

Tal como se señaló más arriba, la teoría de la anomia fue

utilizada empíricamente para investigaciones limitadas a cierto

tipo de criminalidad: la que se refiere a los delitos contra la

propiedad cometidos por individuos pertenecientes a estratos so-

ciales bajos. Esto ha acarreado que se hable de la teoría de la

anomia como de una teoría de alcance medio. Pero esto ha ocu-

rrido así porque, al haberse distinguido dos variables del proceso

anómico como entidades separadas estructura cultural

y

estruc-

tura social), este enfoque teórico impide analizar los condiciona-

mientos que sufren las aspiraciones culturales por las necesidades

económicas o sociales recíprocamente. Semejante distinción ha

comportado una interrupción en la interdependencia que existe

entre lo cultural

y

lo social; consecuentemente, la teoría de la

anomia no puede explicar un sinnúmero de interrogantes que

escapan a su perspectiva, como por ejemplo por qué existe tam-

bién una criminalidad que no persigue afán de lucro, por qué no

delinquen ciertos ,sujetos que se encuentran en situaciones socia-

les desventajosas, por qué no se ilegaliza

y

persigue la criminali-

dad de los potentes en la misma medida en que lo es la de los

sometidos, etc.

d

Como consecuencia de las observaciones anteriores se des-

prende que la teoría de la anomia propone la absolutización de la

ideología de la clase media. En efecto, por una parte la propuesta

central de la hipótesis anómica es la del modelo utilitario en el

que el hombre, centro de la sociedad, persigue sus propios fines,

su exclusiva utilidad. Según esta óptica es evidente que el siste-

ma de valores pone su máximo énfasis en una meta final consti-

tuida por el éxito y la riqueza. Por otra parte, también se ad-

vierte la ideologización que supone la hipótesis anómica en la ho-

mogeneidad de valores que presume; en verdad, en la sociedad

norteamericana no tiene lugar esa supuesta comunidad unívoca de

normas y valores, puesto que en su estructura social pueden re-

conocerse distintas clases

y

una heterogeneidad cultural muy am-

plia. De esta forma, la afirmación de la pretendida adhesión a va-

lores únicos que presume la teoría, la aceptación de un consenso

general de la estructura normativa de la sociedad, significa de he-

cho) presentar los valores de la clase media como valores uni-

versales.

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2.

L AS T E O R Í A S D E L C O N F L IC T O

S U S

I N T E R P R E T A C I O N E S

S O B R E L A C R I M I N A L I D A D

El análisis de la cuestión del conflicto posee ya una larga tra-

dición en el ámbito de la sociología criminal.

Los componentes culturales de las acciones humanas y socia-

les se relacionan con las normas, los valores, los conceptos, los

fines

y

los sistemas de interpretación y sentido de semejantes ac-

ciones, todo lo cual es anterior al individuo.

A

partir de aquí

debe tenerse presente e investigar el campo que abre el de-

nominado conflicto cultural». Al mismo tiempo, al ir determi-

nándose este problema aparecen en el panorama científico otros

tipos de conflictos. Sus determinaciones dependen de los concep-

tos elaborados teóricamente según la concepción que se tenga de

los

roles

sociales conflictos inter e intra

roles

y según las cate-

gorías generales de la teoría de los conflictos sociales

v .

Dah-

rendorf, 1958), cuyos conceptos constitutivos, como «intereses»,

«dominio», «grupos», conflictos manifiestos y latentes», qinstitu-

cionalización», requieren un esfuerzo

y

un trabajo analítico que

no ha de ejercerse sólo sobre el concepto general de cultura.

Dentro de

a

teoría del conflicto social, el conflicto de culturas

no puede desenvolverse como un concepto independiente, aparta-

do, o con una entidad peculiar. Por el contrario, dentro de ese

ámbito es necesario determinar sus relaciones con fenómenos

como los de integración

y

desintegración social, aislamiento so-

cial, etc. Pero también es muy cierto que los

s tandards

y

las

normas culturales a veces se oponen entre sí, hasta el punto que

pueden excluirse, sobreponerse o, incluso, subsumirse. Por o tro

lado, puede observarse igualmente que los choques que pueden

producirse entre ellas no se dan en todos los casos, sino única-

mente respecto de ciertos

roles,

instituciones y situaciones, lo que

obliga a análisis muy concretos de sus estructuras y organiza-

ciones.

Todo ello está indicando que la observación de los sistemas

culturales no prejuzga la comprensión total de las relaciones so-

ciales.

Y,

como conclusión, puede decirse que extraer una afir-

mación de la formulación del conflicto social respecto de los

comportamientos efectivos puede resultar erróneo, puesto que

una cosa es el sistema social

de

relaciones y otra los sistemas

personales. Por ello se ha afirmado que la hipótesis del conflicto

cultural debe contemplarse como un «principio heurísticon Sho-

ham, 1962), pese a que, en su momento, se le concedió una influen-

cia trascendente en la interpretación de la conducta social, apli-

cada sobre todo a explicar el comportamiento de la segunda ge-

neración de inmigrantes en los Estados Unidos de Norteamérica

V.

Sellin, 1938).

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La más relevante aportación de las teorías del conflicto, en lo

que aquí interesa, es precisamente haber controvertido la concep-

ción tradicional de que la ley penal debe ser un instrumento de

protección de la sociedad mediante la afirmación de que aquélla

es más bien el resultado de los intereses y los deseos de unos

pocos que logran imponer su voluntad sobre la mayoría.

La alternativa referida traduce, muy sintéticamente, las dos

grandes posiciones básicas y contradictorias entre sí acerca de

la sociedad. Una, que la interpreta como una estructura basada

en un empeño compartido, un modo de hacer las cosas común-

mente aceptado, y aunque ello presupone la existencia de desa-

cuerdos, éstos deben ser vistos como disputas que acontecen den-

tro de un consenso dominante. La consideración de ciertos hechos

como delitos y la adjudicación de consecuencias penales para sus

autores, expresa una unidad de valores y un acuerdo respecto de

que el orden social debe proteger a la sociedad. Otra, la posición

opuesta y que refleja una tradición intelectual diversa, sostiene

que la sociedad no está basada en un consenso, sino en un con-

flicto originado por el interés de los distintos grupos que luchan

para imponer sus pretensiones. El orden social es, entonces, re-

sultado más de la coerción que del consentimiento y así la histo-

ria de las sociedades se ha convertido en una colección de triun-

fos y derrotas de facciones particulares.

Los rasgos seiialados caracterizan en buena medida las funda-

mentales concepciones a que dieron lugar el funcionalismo -he-

redadas del positivismo véase capítulo 11 Criminología y evolu-

ción de las ideas sociales)-, por un lado, y el marxismo, por

otro.

Se ha dicho que Durkheim estaba tan fascinado por el estudio

de

f

cohesión social que descuidó el examen de Ios fenómenos

del conflicto; que estaba tan absorbido por el estudio de la s e

ciedad global que no se ocupó adecuadamente de los subgrupos

y subdivisiones que formaban esa sociedad; que descuidó al in-

dividuo y a sus demandas porque se

concentrb cn la sociedad y

sus exigencias; que acentuó la función cohesionante de la reli-

gión sin considerar sus rasgos decisivos; que no apreció debi-

damente el sentido de la innovación y del cambio social porque

estaba preocupado por el orden y el equilibrio y que dejó de

analizar el poder y la violencia en el cuerpo político porque se

interesaba demasiado por los factores que contribuían a la ar-

monía. Por todo esto Durkheim consideraba que la sociedad es

«buena» cuando es cohesiva; que puede haber desviación y delin-

cuencia en sus márgenes, pero que sus grupos constituyentes prin-

cipales, lejos de estar en pugna, deben complementarse entre sí

mediante la conformidad disciplinada a las normas prevalecientes

de la totalidad Coser, 1970, pp. 149-157 . En consecuencia, todos

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estos son precisamente los datos que demuestran la orientacibn

conservadora de Durkheim que tuvieron profundas implicacio-

nes en su teoría sociológica.

Mientras tanto, en el estudio de los sistemas sociales, Marx

consideraba que la variable más importante era la índole de los

intereses económicos que generaban sistemáticamente la estruc-

tura de las relaciones productivas. Por lo tanto, Marx centró su

atención analítica sobre la forma en que las posiciones relativas

respecto de los medios de producción, es decir, el acceso dife-

rencial a los recursos y al poder escasos, plasman las relaciones

entre los hombres. De tal modo, fue lógico que otorgara un gran

énfasis a la oposición, al conflicto y a la contienda en tanto que

elementos constitutivos de toda sociedad diferenciada.

En resumen, mientras que el funcionalismo normativo corrien-

te persistió en la idea de la integración de todos los actores com-

ponentes dentro de un sistema común de normas y valores, la

noción de contradicciones intrínsecas dentro del orden social fue,

el núcleo principal de las explicaciones de tipo marxista,

B I N T E R P R E T C I ~ N E SONTEMPORÁNE S DEL CONFLICTO

En el presente siglo, y más concretamente después de la se-

gunda postguerra mundial, sobre todo a consecuencia

de

la polé-

mica desatada en el ámbito de la sociología liberal producto de

las graves tensiones sociales que generaron las nuevas condicio-

nes político-económicas de la década de los años cincuenta, la hi-

pótesis del conflicto fue ampliamente acogida

y

relanzada por los

sociólogos no marxistas.

Ralph Dahrendorf inició un profundo examen de los sistemas

sociológicos de corte funcionalista Merton y Parsons) que se

basan en el modelo del consenso y del equilibrio

v.

Dahren-

dorf, 1957, 1958). Este autor formula el reconocimiento explícito

de que «las sociedades y las organizaciones sociales existen y se

mantienen no merced a un consenso o un acuerdo universal, sino

a causa de la coacción

y

la presiGn dc unas sobre otras» 1958,

p.

127). Cambio conflicto, así como dominio, son los tres elemen-

tos que se extraen de la formación del modelo sociológico del

conflicto)) de Dahrendorf. Sin embargo, como apunta Barat ta

1979, p.

5 ,

la concatenación lógica entre estos elementos se invier-

te con respecto

a

la realidad. En efecto, Dahrendorf afirma 1958,

p. 127) que la relación de dominio crea el conflicto, éste crea el

cambio, «y en un sentido altamente formal, es siempre la base de

dominio la que se encuentra en juego en el conflicto social)). Ade-

más, para este autor,

el

objeto del conflicto no son las relaciones

materiales de propiedad, producción

y

distribución,

s no

más bien

las relaciones políticas de dominación de unos hombres sobre

otros. Con esto, añade Baratta 1979, p.

6),

en lugar de considerar

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el conflicto como una consecuencia de intereses tendentes a trans-

formar o mantener relaciones de propiedad y las relaciones polí-

ticas como un resultado del conflicto, es más bien éste el que debe

ser considerado como una consecuencia de las relaciones políti-

cas de dominio. De semejante forma, no resulta dificil reconocer

la existencia de toda una estrategia de corte reformista que pre-

tende desviar la atención del contenido material del conflicto hacia

los modos variados de su mediación política, haciendo equivaleri-

tes los cambios estructurales a los cambios de gobierno.

Las tesis de Georg Simmel 1958), que dicen que el antagonis-

mo la armonía constituyen los dos principios de cuya consecu-

ción se deriva una condición esencial de la integración de los gru-

pos sociales, sirven a Lewis Coser para extraer su concepción

acerca de la

fun ión

positiva del conflicto no sólo porque asegura

el cambio sino también porque contribuye a la integración y a la

conservación del grupo social. Pero no todos los conflictos son

positivos para Coser; por el contrario, los que contradicen los

presupuestos básicos de la sociedad y además ponen en duda los

valores fundamentas sobre los cuales descansa la legitimidad del

sistema, dejan de ser funcionales. Asimismo, Coser distingue en-

tre conflictos reales e irreales, siendo los primeros aquellos que

se compadecen con actitudes existentes y racionales de los indi-

viduos o sea, que una de sus características es precisamente la

presencia de una alternativa funcional en los medios para obte-

ner determinados fines. Los segundos derivan de la necesidad de

«descargar una tensión agresiva» Coser, 1956, p. 50) y su análisis,

basado en la psicología profunda, demuestra que semejantes con-

flictos están ligados a una actitud irreal e irracional que se locali-

za en la esfera emocional.

Las criticas que arrastran las teorías del conflicto -funda-

mentalmente las posiciones sostenidas por Dahrendorf y Coser,

pergeñadas más arriba- se rcfieren a que dichas teorías son com-

patibles con la resolución de otros fenómenos sociales por medio

del modelo del equilibrio, lo que, como se ha visto, fue adelantado

por Simmel. Por otra parte, también se cuestiona a esos enfoques

el haber alterado los términos en que se produce el enfrentamien-

to en el conflicto social delineado por el marxismo capital y tra-

bajo asalariado), en pro de ot ro que versa sobre la relación de

poder entre obreros y management en la empresa industrial en

Dahrendorf), lo que revela asimismo una confusión de las partes

del proceso económico individuos y grupos) con sus sujetos

reales: capital, como proceso cada vez más internacionalizado de

explotación y acumulación, y trabajo asalariado, que no es otra

cosa que los obreros sindicados y las masas urbanas y rurales

desheredadas y marginadas v. Baratta , 1979, p. 20). De todo esto,

aún de otros aspectos de sus perspectivas para cuyo total co-

nocimiento es necesario remitirse a las obras que se citan), se

concluye que las teorías de Dahrendorf y Coser utilizarían un

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consiguiente, la naturaleza del delito está determinada por la

clase social dominante como forma de procurar ventajas a sus

intereses materiales y a su concepción de la moralidad. Si bien

se afirma que en una democracia quien hace la ley es, teórica-

mente, el pueblo, no puede creerse que son todos los ciudadanos

los que dictan todas las normas v. Friedman y Macaulay, 1969,

p. 575). Puede afirmarse entonces, sin mayor teorización, que los

que juegan un papel decisivo en la génesis de la ley y fijan las con-

diciones para su ejecución están más ansiosos que los que disien-

ten por ver cristalizados sus intereses y sus concepciones acerca

de cómo debe ser la sociedad.

No obstante, existe en todas las sociedades un buen número de

actos considerados como delitos que no reflejan la expresión ex-

clusiva de los intereses del grupo social que se ha apropiado del

aparato del Estado, de lo que se extrae que ninguna norma está

apoyada por todos y

cada uno de los distintos grupos. Por lo

tanto, si la perspectiva del conflicto puede ir más allá de esta

conclusión -dicen algunos autores v . Sykes, 1978, p. 54 -, debe-

ría especificar la extensión con que los objetivos de unos pocos

que controlan el Estado aparecen opuestos a los de la mayoría;

es decir, que semejante perspectiva no debería quedarse única-

mente en la observación de que en la sociedad no existe un acuer-

do absoluto entre los diversos segmentos que la conforman.

Tal como han afirmado los autores de La nueva criminología

Taylor, Walton y Young, 1973, p. 273), el desafío propuesto por las

teorías del conflicto a la concepción del consenso «aparece propi-

ciado no tanto por un reexamen de los teóricos sociales clásicos

como por los eventos del mundo real que promovieron la duda

acerca de la idea del consenso)).Con ello se hacía referencia a los

turbulentos acontecimientos de la década de los sesenta, tanto en

los Estados Unidos como en Méjico y Europa. La situación de

ciertas minorías étnicas, el consumo de drogas y la expresión del

disentimiento juvenil y político han sido algunas de las situacio-

nes más visibles de la ola de descontentos que continuamente han

chocado con una variedad de prohibiciones legales. En este estado

es fácil advertir cómo la ley penal se usa para perseguir com-

portamientos sobre cuya aceptabilidad existe gran desacuerdo.

Tal como han afirmado muchos científicos sociales, la manifesta-

ción de una crisis de ~sobrecriminalización» dvierte que la ley

penal ha sido extendida más allá de su tarea habitual de protec-

ción de bienes jurídicos fundamentales

y

que es, asimismo, fre-

cuentemente ejecutada de forma discriminatoria.

Las bases empíricas de la perspectiva del conflicto sobre la

cuestión criminal son, desafortunadamente, bastante limitadas.

Aunque existen buenos estudios que tienden a demostrar el

modo en que la ley penal puede ser hecha para satisfacer los

intereses de grupos pequeños con acceso al poder v., por ejem-

plo, Chambliss, 1964, pp. 67-77; Lindesmith, 1965; Platt, 1969, y en

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el primer giro copernicano en esta disciplina. Ello ocurrió me-

diante el desplazamiento del centro de interés científico, con-

centrado sobre la ley, hacia el autor del hecho penal, llevando a

cabo el estudio de éste con los conocimientos que se tenían en-

tonces respecto del ser humano y su comportamiento. Semejan-

te proceder significó

el empleo del método positivo, propio de

las ciencias naturales, para descubrir así las supuestas causas que

motivaban la conducta criminal.

El siguiente gran salto hacia adelante tuvo lugar, como se ha

dicho, cuando se alteró el ángulo de enfoque y se concentró sobre

la estructura del control paradigma del control). Es aquí, en-

tonces, donde se hace necesario explicar qué se entiende por con-

trol social del delito y, en particular, su forma jurídico-penal

cf. Kaiser, 1980, pp. 160 y SS.) sin perjuicio de que este tema sea

desarollado con mayor especifi-idad en la parte respectiva.

Habitualmente se dice que el autor penal es una persona que

se reconoce como tal porque sus relaciones sociales aparecen per-

turbadas, así como porque demuestra poseer una orientación des-

viada de los valores sobre los que debería basarse su conducta.

Sin embargo, cada vez que se comete una violación de las normas

penales también se revela que no todas las instancias destinadas

a restablecer el orden alterado denunciante, policía, justicia, es-

tablecimientos penitenciarios) funcionan del modo previsto por

los fines para las que han sido establecidas en el marco jurídico

del Estado.

Un presupuesto semejante no se determina simplemente por

la actuación objetiva de aquellas instancias, sino a causa de los

diferentes significados que las mismas atribuyen a los comporta-

mientos que caen bajo sus conocimientos, lo que determina, a su

vez, la selección que de ellos efectúan. Esto significa que no sólo

adquieren importancia el análisis de las personas, intervenciones,

procesos y mecanismos que constituyen esas instancias, los cua-

les transfieren a las generaciones jóvenes las riormas del orden

social dominante mediante lo que se denomina la «socialización».

También son importantes -y quizá aún más- las normas jurídico-

penales a las cuales debe ajustarse el comportamiento confor-

mista.

Las tareas referidas, como propias de las instancias del con-

trol social oficial y sus portadores, caen dentro de lo que se co-

noce como control social jurídico-penal o, sencillamente, control

del delito Kaiser, 1980, p. 160). Ésta es la problemática que cen-

trara el interés del segundo volumen de esta obra, sobre todo en

sus primeros temas.)

El género particular de control citado se diferencia de su es-

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pecie control social) en que aquél se concentra únicamente en la

prevención o represión del delito. Por el contrario, mediante el

control social general, e independientemente de su problemática

histórica o de la solución de los problemas que genera, se des-

criben los mecanismos por medio de los cuales la sociedad ejer-

cita y alcanza su dominio sobre el conjunto de las personas que

la integran Wolff, 1969, p. 969). En la concepción tradicional todos

los procesos de la integración social constituyen una parte central

y sirven para el cuidado de la denominada «conformidad» Konig,

1958, p. 253).

Con ayuda de ese control social se superan, tanto en las so-

ciedades totales como en grupos parciales de las mismas, las ten-

siones y los conflictos; si es más rígido y seguro, se supone que

la permanencia del sistema social está afianzada, mientras que,

por el contrario, si ese control social falla o falta, la sociedad

puede ver amenazada su continuidad c f . Haffke, 1976, pp.

6

y SS.).

El ejercicio de semejante control tiene lugar a través de lo

que se conoce como «reacción socialn

v .

Aniyar de Castro, 1977,

p.

22)

que consiste en la respuesta reprobatoria que el grupo o la

«audiencia social» da al comportamiento humano que se aparta

de las expectativas sociales.

Para explicar por qué despierta interés el análisis del control so-

cial -y en lo relativo a los temas hasta aquí tratados, el control

del delit- en conexión con la determinación del comportamien-

to desviado y del criminal en particular, es necesario retomar las

premisas básicas del interaccionismo

v .

capítulo 11 para poder

así señalar el origen de las teorías de la reacción social cf . , entre

otros, Bergalli, 1980a, pp. 49-96).

La psicología social ha asumido muy variadas formas según la

psicología, la antropología o la sociología hayan jugado el papel

más influyente en su desarrollo. Sin embargo, cuando ha sido la

sociología la que ha dominado esa combinación disciplinaria, gran

parte de la teoría y la investigación ha recibido la denominación

de

i n t e r a c c io n i s m o s i m b ó l i c o ,

haciéndose con ello referencia a la

crucial influencia del lenguaje y otros medios de comunicación

simbólicos en las relaciones sociales. El término, según el mismo

Blumer afirmara 1969, p. l ) , fue acuñado por éste como «un neo-

logismo bárbaro en una forma impensada* en una obra suya

muy anterior v. Blumer,

1937).

Si el comportamiento humano es un proceso interactivo

c f .

Blu-

mer,

1969,

p.

2 ) ,

las teorías que se construyen para compren-

derlo deben partir de las tres premisas fundamentales ya aludi-

das en otra parte de esta obra v . cap. 11, 111 . Si ello es así, en-

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tonces la actividad del control social y la interpretación de sus

efectos sobre los sujetos controlados pueden ser encaradas desde

una perspectiva interaccionista. Puesto que el ejercicio de ese

control se concreta en reacciones reprobatorias que traducen el

potencial de resistencia del orden social agredido por la conducta

cuestionada, no es difícil comprender que el análisis de la cues-

tión del control penal puede hacerse por medio de un modelo

procesal. Es decir, que la idea de la secuencia acción-reacción se

cristaliza en la interacción que se produce entre el actor autor

del hecho) y quien tiene la posibilidad de definir su comporta-

miento Órganos de control).

La hipótesis sobre la que se basan todas las teorías de la reac-

ción social parte del pensamiento de algunos científicos sociales

norteamericanos quienes, recogiendo la tradición de la entonces

naciente psicología social, comenzaron a estudiar las repercusis

nes negativas que las reacciones sociales podían generar en los

comportamientos humanos, así como sobre la imagen que las per-

sonas pueden formarse de su «sí mismo» self) una vez que esas

repercusiones producen sus efectos.

Sin embargo, también el marco en que se inscriben las teorías

de la reacción social y más concretamente lo que luego ha sido

denominado como labelling-approach) reconoce como punto de

apoyo otra corriente de la sociología norteamericana. Se trata de

la conocida como sociología fenomenológica, iniciada por Alfred

Schutz 1962), que desciende del pensamiento de los filósofos Hus-

ser1 y Gurvitch, en la cual se ha inspirado lo que se conoce como

«etnometodología» o construcción metódica de la realidad, desa-

rrollada a partir de los estudios de Harold Garfinkel 1967), Aaron

Cicourel 1968) y otros v. Douglas, 1970; Weingarten, Sack y

Scheinken, 1976).

La etnometodología sobre la que se volverá más adelante)

-que algunas veces ha srdo considerada como rama del interaccio-

nismo simbólico cf. Bergalli, 1980b, pp. 222-224)- permite conocer

la sociedad no como una realidad sobre el plano objetivo, sino

como el producto de una construcción social v . Berger y Luck-

mann, 1966). Se trata de un método de análisis destinado a poner

al descubierto la conducta social desde la perspectiva individual

del actor de su vida cotidiana, mediante las técnicas de partici-

pante-observador» e «introspección simpatética)) y por eso cons-

tituye el enfoque que más se centraliza en niveles microsocioló-

gicos.

a) Marco conceptual

Las afirmaciones que hiciera Frank Tannenbaum ya en 1938,

en el sentido de que la modelación del comportamiento desviado

se origina en el conflicto de valores que se produce entre el que

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viola las reglas y la comunidad -ocasión en que se dan dos defi-

niciones opuestas de la situación-, constituyen ya un buen ade-

lanto del desarrollo posterior. Para el sujeto, al comienzo, la

conducta en que se encuentra comprometido puede ser aceptable;

pa ra los demás, en general la denominada «audiencia», en la que

pueden estar incluidas las instancias del control oficial), semejan-

te conducta puede asumir el aspecto de un agravio que origina

una consecuente pretensión de corrección o represión cf. Tannen-

baum, 1951, pp. 17-18).

Semejante dialéctica individuo-audiencia) se va construyendo

a través de lo que Tannenbaum denominara la dramatización

de lo malo» D r a m a t i z a t i o n of Evil), que sirve para traducir la

mecánica de aplicación pública a una persona de una etiqueta

deshonrosa Tannenbaum, 1951, pp. 19-20). Así se puede llegar al

proceso de tagging o de auténtica reacción social, lo cual determina

futuros comportamientos y concepciones que el propio sujeto

forma de su «s í mismo)). De todo esto, visto a la luz del posterior

desarrollo teórico, se puede extraer la afirmación de que las ins-

tancias de aplicación de la ley penal generan o favorecen una con-

ducta reprochable.

Edwin M Lemert es quien realiza la aportación decisiva en la

construcción de una teoría de la reacción social como interpreta-

ción del comportamiento desviado. La conducta desviada asume,

en su elaboración conceptual, la distinción entre

pr imar ia se -

c u n d a r i a .

El primer tipo -que nacería de una variedad de fac-

tores sociales, culturales, psicológicos y fisiológicos, sea en co-

rrelaciones causales o preordenadas- no acarrearía perturbacio-

nes en la estructura psíquica del individuo, desde el momento

en que no conduce a la reorganización simbólica de las actitu-

des que tienen en cuenta el «sí mismo» y los roles sociales

v.

Le-

mert, 1951, p. 17). Del segundo tipo, que se conforma como

efecto de las reacciones sociales reiteradas que en el caso del

delito asumen dimensión jurídico-penal) a la desviación primaria,

se desprende la confirmación de una concepción desviada de la

identidad o «sí mismo» del sujeto, tanto como del refuerzo social

que ésta obtiene cf. Lemert, 1951, p. 77). A más reacción social ne-

gativa corresponde un aumento de la concepción desviada del «sí

mismo», que termina por traducirse en una aceptación por el

sujeto de su s t a t u s social de desviado. La asunción del papel o

rol que le corresponde desempeñar al individuo como «desviado»

o «delincuente» determinará luego el comienzo de la carrera c r i -

m i n a l ; su vida y su identidad se organizarán en torno a los he-

chos que conforman su comportamiento habitualmente desviado

cf. Lenert, 1967, p. 41). De esta manera tiene lugar un nuevo

proceso que contradice o afecta la socialización a que en su infan-

cia y juventud fue sometido el sujeto en cuestión.

Otra referencia interaccionista se encuentra en la construcción

de la figura del o u t s i d e r por Howard S. Becker 1963). La viola-

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ción de las reglas de comportamiento establecidas en los distin-

tos grupos sociales, determina que, quien así actúa, reciba la ad-

judicación de una «et iqueta» (label) de desviado por quienes tie-

nen el poder de fijar esas reglas. Mas la propiedad de desviado no

asume para Becker una comprensión absoluta o anhistórica; por el

contrario, debe ubicarse en un contexto normativo dado y en una

época precisa, que son datos que reflejan los intereses de quie-

nes han creado semejantes normas. Así, puede afirmarse que las

normas son creadas por ciertos grupos cuyos intereses pueden es-

tar en oposición con los de quienes resultan calificados por ellas

v.

Bergalli, 1980b, p. 229). Por lo dicho, pueden afirmarse dos co

sas: primero, que a pa rtir de Becker puede hablarse ya de enfoque

del etiquetamiento (labelling-npproach), y, segundo, que gracias a

él el proceso mediante el cual el desviado queda individualizado

como tal resulta reconocido como un proceso político en la medida

en que el comportamiento así discriminado es sólo el que viola las

reglas dominantes, impuestas según criterios de poder (cf. Becker,

1963, p. 163). Además, es a través de las dos etapas del labe2ling

-la constitución de la-desviación, que se concreta en el momznto

de creación de las normas (dice Becker que «los códigos sociales

crean desviación al fijar las reglas cuya infracción constituye des-

viación»; 1963, p. 9) y la aplicación del sistema normativo -que

tiene lugar el efecto de selección, el cual termina por ser un prin-

cipio unitario de ambas etapas. Asimismo, la actividad de crea-

ción y aplicación de normas da motivo al otro efecto del labelling:

Ia definición del comportamiento como desviado.

Por lo tanto, para Becker, asumen importancia los mecanis-

mos a través de los cuales se selecciona

y

define el comporta-

miento, puesto que entonces la conducta desviada es el resultado

de un proceso de interacción que tiene lugar entre la acción que

se cuestiona y la reacción de otros individuos. «Desde este pun-

to de vista -subraya Becker (1963, p. 9) con una expresión ya fa-

mosa- la desviación no es una cualidad del acto en sí que la

persona realiza, sino más bien una consecuencia de la aplicación

por otra(s) de reglas

y

sanciones a un transgresor . El desviado

es alguien a quien la etiqueta le ha sido aplicada con éxito: com-

portamiento desviado es el que la gente etiqueta como tal.»

Si además esa forma de concebir la construcción de una ((ca-

rrera criminal), se complementa con la entrada en función del

mecanismo de l a «profecía autorrealizable)) (self-fulfillingprophe-

cy -lanzada por Robert

K.

Merton (1957, pp. 421-428) y recogida

por Becker (1963, p. 34)- mediante el cual el sujeto termina de m e

delar su identidad según la imagen que los demás tienep de 9 a

-frente a la creencia de que hay deliberados controle

? 51-r

nales (Merton, 1957, p. 436)-, entonces podrá tenerse ,idea má s

clara de c6mo y hasta qué punto las expectativas k f i u d i e n c i a

determinan en buena medida el comportamiento $mano

Son las definiciones que sobre los demás ensayan las personas

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las que van construyendo la realidad social cf. Berger y Luck-

man, 1967). Esto fue demostrado por medio del conocido «teo-

rema de Thomas., que afirma: «Si los hombres definen ciertas

situaciones como reales, éstas serán reales en sus consecuencias»

Zf men define situations as real, they are real in their conse-

quences). De tal manera, las situaciones que al principio sólo

existen como presupuesto o definición en la mente de las perso-

nas, provocarán reacciones e interacciones en la medida en que

comiencen a ser visualizadas y, a consecuencia de ello, semejantes

situaciones se tornarán reales. Con la criminalidad sucede, así,

que únicamente existe en los presupuestos normativos

y

valorati-

vos de los miembros de la sociedad. Por eso, la existencia real

de criminalidad en una sociedad es aquélla cuya imagen puede

ser transportada a la realidad en virtud de una concreta fijación

creación) e imposición aplicación) de normas

v .

~ ü t h e r ; 978,

p. 752.

b) Evolución del Iabelling-approach

Esta forma de concebir el proceso de gestación de la crimi-

nalidad ha tenido -a part ir de la segunda postguerra mundial-

una importante recepción en Europa. La repercusión obtenida en

Gran Bretaña se vincula más -quizá incluso por razones de orden

cultural- al ámbito de la propia sociología interaccionista. En

este cuadro de situación tienen lugar importantes reflexiones crí-

ticas, algunas formuladas desde el propio campo interaccionista

y otras por científicos refractarios a este género de interpreta-

ción una presentación muy precisa de todas ellas puede encon-

trarse en Meltzer, Petras Reynolds, 1975).

Es sin duda también en la República Federal de Alemania don-

de han encontrado gran eco las reflexiones interaccionistas, re-

flejadas en el terreno de la criminología v. Bergalli, 1975). La

confrontación entre la aplicación de un paradigma de análisis

etiológico preponderancia sobre el estudio de las causas del de-

lito) y otro referido al control preeminencia de las instancias

de ese control como etapas del proceso de criminalización) dio

origen en los primeros años de la década de los setenta a una

áspera polémica. Esta polémica arribó a un punto de encuentro

al considerar que el labelling-approach no expone una teoría sino

sólo una perspectiva especial de los aspectos definicionales del

comportamiento en el cuadro de una teoría general de la conduc-

ta desviada cf. Ruther, 1975, p. 148),

y

a partir de entonces se en-

tiende como un «principio de investigación» Forschungsprinzip:

Kaiser, 1973, p. 62; y 1980, p. 164).

Para Fritz Sack, sin embargo, la pretensión de convertir el en-

foque de la definición Definitionansatz) en teoría comprensiva

y

explicativa del comportamiento desviado, sólo podría tener éxito

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si dicho enfoque fuera desarrollado en el cuadro general de una

teoría global de la sociedad Sack, 1973, pp. 251-254), cuyo conte-

nido solamente puede estar dado por el molde del materialismo

histórico.

Si en el marco de una sociedad dada alguien posee poder para

establecer normas que determinen la moralidad media, también

lo

tiene para escapar de ellas. Por eso, los procesos de creación

Normsetzung) y aplicación Normanwendung) de la ley penal

-donde se reflejan los niveles de poder de los distintos grupos so-

ciales, que son objeto de análisis por el enfoque de la definición-

constituyen los mecanismos de distribución de la propiedad nega-

tiva «criminalidad» cf. Sack, 1968, p. 470). Todo esto, a su vez, re-

vela la relación que existe entre la estructura clasista de la s o

ciedad capitalista y la producción y distribución de esa crimina-

lidad.

Haya sido o no substanciada la polémica referida en el ámbito

alemán, lo cierto es que el desarrollo del enfoque del etiqueta-

miento o de la definición) ha generado importantes resultados

empíricos. La labor de investigación llevada a cabo en los dis-

tintos niveles donde tiene efecto el ejercicio del control social

-tanto en el terreno de las instancias privadas como en el de las

oficiales cf. Bergalli,

1980b, pp. 257-266)- ha servido para poner al

descubierto ese proceso de criminalización que se produce, como

ya se aludió, en la interacción entre el comportamiento de los

sujetos controlados y la reacción de los órganos de control

v .

Steinert, ed. 1973; Hassemer, 1974, pp. 143

y

SS.).

c)

Capacidad teórica del labelling:

su

crítica

Los cuestionamientos con que se ha enfrentado el enfoque del

etiquetamiento y mediante los cuales se le acusa de no constituir

una teoría explicativa del comportamiento desviado, pueden con-

centrarse en algunos pocos aspectos centrales.

La primera y más frecuente limitación que se imputa a esta

perspectiva radica en que no otorga ninguna atención a las mo-

tivaciones iniciales que impulsan al sujeto a caer en la primera

desviación. De tal forma, el enfoque del etiquetamiento ignora

los orígenes de la acción desviada y, en consecuencia, frecuente-

mente deja sin significado al comportamiento

cf.

Gibbs, 1966,

pp. 9-14; Bordua, 1967, pp. 149-163; Mankoff, 1971, pp. 204-218; Tay-

lor, Walton Young, 1973, pp. 159-166; etc.). En verdad, como se ha

visto, mientras los teóricos del labelling originario Lemert) no

tie-

nen en cuenta la desviación inicial en principio, a veces sí lo hacen

en la práctica con referencias marginales a que las primeras fases

de las carreras desviadas pueden originarse de muy distintas fuen-

tes, pero, con todo, no asumen el problema de la desviación ini-

cial como un aspecto crucial. Pese a ello, se afirma que sería des-

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leal criticar una teoría por algo que ella no pretende hacer v. Plu-

mer, 1979, p. 105).

Otra crítica, muy vinculada

a la anterior, radica en que los

teóricos del

label l ing

habrían rescatado al desviado de una cons-

tricción determinista proveniente de fuerzas biológicas, psicoló-

gicas sociales tradición positivista) para encadenarlo, otra vez,

a un nuevo determinismo de la reacción social v. Schervish,

1973,

p.

47-57).

También se achaca al luhel l ing ser irrelevante en amplios sec-

tores del comportamiento desviado, en particular respecto de

ciertos hechos como los delitos violentos, desviaciones físicas

-que comportan peculiares reacciones sociales- como la cegue-

ra, o en ambientes culturales particulares que acarrean una visi-

bilidad normativa baja; por ejemplo, las relaciones prematrimonia-

les

cf .

Reiss, 1970, pp. 80-82).

Quizá la objeción más profunda que se puede haber formula-

do al enfoque del etiquetamiento -y que proviene del área pro-

pia de la criminología radical- es que en su proyección no cu-

bre lo suficiente ciertos aspectos políticos del problema de la

desviación. En este plano resultaba en verdad una preocupación

el que los teóricos del Iabelling se hubieran ocupado más de los

hechos cometidos por los débiles que por los llevados a cabo por

los poderosos Thio, 1973, p. 8) y que se hubieran concentrado sobre

la sociología de los petrimetrs, bribones y pervertidos»

n u t s ,

s l u t s a n d p e r v e r t s )

a expensas de la violencia institucional en-

cubierta v . Liazos, 1972, p. 11). Sólo en estos últimos años los

partidarios de este enfoque han volcado su interés sobre estos

campos cf. Schwendinger y Schwendinger, 1975; Pearce, 1976).

Asimismo, podría señalarse que, mientras en muchos trabajos

orientados por la perspectiva

label l ing

se hacía mención de la im-

portancia del

poder

en el etiquetamiento de personas, este par-

ticular, sin embargo, no aparecía desarrollado v. Liazos, 1972,

pp. 114-115).En aquellos se concentraba la observación en las rela-

ciones interpersonales y las denominadas «agencias» portadoras

del control, pero se soslayaban las estructuras económicas más

amplias en las cuales nace efectivamente la desviación. Sólo a

part ir de la tarea de critica desarrollada por la «nueva» crimino-

logía inglesa ha habido una reorientación hacia lo que se deno-

mina «la política económica del crimen)). No obstante, un examen

más detenido ha permitido sostener que la noción interaccionis-

ta del

poder ,

que contempla sus aspectos «negociados, ambiguos

y simbólicos», sirvió en realidad para producir una serie de

estudios empíricos concernientes a los orígenes de las definiciones

de la desviación en la acción política ver la descripción de todos

estos estudios en la defensa del Iabelling intentada por Plummer,

1979).

Por último, señalar la divergencia que se atribuye a la pers-

pectiva

Iabel l ing,

que permite fundar la crítica decisiva en el sen-

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t i do de que

no

puede constituir jamás una teoría total del com-

portamiento desviado. Se t ra ta , e n verdad, d e un a acusación

vá-

l ida, y hast a los parti dari os d e sus fundam entos científicos la acep-

t an como t a l v . Meltzer, Petras y Reynolds, 1975 p. 113). E s l a

relativa a qu e si el label l ing reconoce sus ba ses teóricas e n el in-

teraccionismo simbólico, con la atención tan preferente que éste

depa ra a los aspectos microsociales, s e hace evidente que, po r

fuera , el enfoque del etiquetamiento soslaya los aspectos macroes-

tructurales. De modo q ue n o supon e ninguna noción de estructura

social o económica y así declina cualquier posibilidad de referir

l

perspectiva e n cuestión

a

un marco teórico global.

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quiatria alternativa)), de las cuales quizá se haya abusado al ha-

berse presentado su significado con bastante vaguedad

v .

Jer-

vis, 1980 . El término antipsiquiatría debería emplearse exclusi-

vamente para designar las teorías o los aspectos de ellas, pero no

las personas de sus proponentes) que cuestionan radicalmente el

concepto de locura como condición patológica revalorando los as-

pectos globales de una paradójica

y

verdadera normalidad)

y

que

no aceptan la necesidad de una cura o terapia cualquiera. e

debería, eso sí, distinguir de esas posiciones la actitud -por ejem-

plo la de Scheff y la del propio Jervis- de quien entiende cri-

ticar el concepto tradicional de locura como enfermedad orgánica

y como categoría «radicalmente» diversas de la normalidad, pero

sin negar el carácter de sufrimiento esto es, de contradicción no

resuelta) y sin evadir el problema de su terapia.

En las actuales culturas latinoparlantes el problema de la des-

viación, que se asoma como tema pertinente a la sociología -lo

que ha provocado la advertencia frente al peligro de la importa-

ción en ellas de una «ideología de recambio., originada en la teo.

rización científica nacida en ámbitos foráneos

v .

Basaglia

y

Basaglia Ongaro,

1974

p.

21 -,

ha estado siempre ausente en el

terreno disciplinario de la psiquiatría, en el cual aparece bajo la

forma de las «personalidades psicopáticas», como una competen-

cia médica más. El «anormal», por lo tanto, continúa siendo en-

globado en una sinto~~iatologíalínica que se mantiene dentro

de parámetros noseográficos clásicos de naturaleza positivista. El

equívoco creado por la clasificación tradicional -que desde la

cultura alemana h a venido definiendo a los psicópatas «como per-

sonas que sufren y hacen sufrir a los demás» Basaglia y Basa-

glia Ongaro,

1974

p. 26 - ha servido para confundir los términos

del problema mediante un más explícito juicio de valor. El ca-

rácter clasificatorio de las anormalidades psíquicas se ha mante-

nido dentro de la ideología médica, incluso, luego de la aparición

de las teorías psicodinámicas y de otras teorías, con el único re-

sultado de crear etiquetas nuevas para estigmatizar cada compor-

tamiento que se apa rte de la norma

y

d

los cuadros de síndromes

psiquiátricos codificados.

Por eso conviene tener en cuenta ciertos aspectos de un en-

cuadre tan amplio del comportamiento desviado como lo propone

una concepción psicopatológica del mismo. Es verdad que la aten-

ción de las dinámicas psicológicas puede inducir a olvidar el he-

cho de que son, en buena medida, dinámicas políticas. El grupo

«sano» rechaza la consideración de la hipótesis de que dentro de

él mismo existan contradicciones tan gruesas como para crear

comportamientos desviados, por cuanto la sociedad debe defen-

der los privilegios, el

status

común

y,

en general, su propia ideo-

logía. Por ello, la etiqueta médica «está enfermo del cerebro»)

o su revisión psicoanalítica «tiene problemas no resueltos con

fuerzas e imágenes de su inconsciente.) es atribuida con tanta

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más facilidad cuanto más necesario es negar que existen contra-

dicciones sociales capaces de producir formas de desviación que

se manifiestan como críticas e insubordinaciones respecto del

sistenia social predominante. Semejante lógica es la que conduce,

por ejemplo, a la «psiquiatrización de la política», como parece

que ocurre en la psiquiatría soviética con la consiguiente reclu-

sión manicomial de los opositores y disidentes del régimen. Este

tipo de elección determina a esa psiquiatría soviética a perma-

necer anclada en una concepción médica y organicista de los dis-

turbios mentales verdaderos y presuntos, cuando no en una acti-

tud punitiva hacia los pacientes, en especial con los alcohólicos

cf.

Jervis, 1980, p.

26 .

Gran parte del problema político de la psiquiatría está hoy li-

gado al hecho de que el control social sobre la desviación en

general tiende a extenderse como control psiquiátrico sobre un

número cada vez mavor de personas que no están manifiestamen-

te afectadas por disturbios mentales. Esto está vinculado no sólo

a las ventajas ofrecidas por la descalificación psiquiátrica de los

disidentes, sino también a las posibilidades crecientes de modifi-

car

y

controlar los sentimientos, los pensamientos

y

las acciones

mediante el uso de fármacos, de técnicas de condicionamiento y

de la psicocirugía. Se va desde la inducción a un empleo volun-

tario cada vez mayor de tranquilizantes y euforizantes y el re-

curso de psicólogos, psiquiatras psicoanalistas para el control

social de las zonas urbanas más «explosivas», hasta la aplicación

sistemáticamente en aumento en ciertos países, como los lati-

noamericanos, sobre la base de «consejeros» extranjeros especia-

les) de métodos de tortura

y

reacondicionamiento de prisioneros

políticos, para los cuales la violencia física tradicional es subs-

tituida por atroces «lavados de cerebro», más científicos y efi-

caces.

Todo esto es debido a motivos políticos, pero se hace posible,

por un lado, por el hecho de que no existe una frontera definida

entre normalidad v anormalidad mental

y

por otro, porque el

poder

y

las decisiones del «técnico» es decir, del psiquiatra) so-

bre los límites de la psiquiatría y sobre sus deberes sociales son

habitualmente aceptados como indiscutibles, sobre todo cuando

s aplican al caso concreto. Este peligroso, continuo

v

renovado

respeto por la «ciencia» psiquiátrica. quizás en sus versiones más

modernas y expertas, no resulta ciertamente lesionado por los

pseudoextremismos de los que sostienen que la enfermedad men-

tal no existe; y , lo que es más grave, dicho respeto tiende a cre-

cer y transmitirse en forma masiva bajo el aspecto de una nueva

imagen social de la desviación entendida como desviación psi-

quiátrica.

En consecuencia, desde ese punto de vista, el desviado no es

simplemente quien se hace responsable de comportamientos anó-

malos o criminales, sino, sobre todo, quien, por unas determinadas

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características físicas, psicológicas, pero más que nada sociales,

se presta a representar la imagen estable de un modo de ser

que debe evitarse públicamente. Desviado es, en el fondo, aquel

a quien es atribuida la etiqueta de tal. En este sentido, desviados

son, más que cualquier otra cosa, los que encarnan una serie de

estereotipos, de imágenes ejemplares, como el loco, el ladrón, el

vagabundo, el alcohólico, etc., no debiendo confundirse estos ro-

les sociales dotados de características bien precisas y funciona-

les - c o m o modelos negativos y personajes expiatorios- para

el mantenimiento del orden social) con los marginados en ge-

neral.

En esta concepción psicopatológica de la desviación, así pues,

la idea más difundida es que la persona caracterizada por com-

portamientos irregulares, anormales, insólitos o antisociales debe

ser curada. Desde el momento en que esta persona tiene dentro

de sí el daño de la anormalidad psíquica, todas sus acciones son

de tal carácter que ya no pueden ser juzgadas según su responsa-

bilidad y moral como justas e injustas, aceptables o inaceptables,

sanas o insanas. Toda su actividad estará señalada por una alte-

ración imprevisible e irracional, cada acto suyo es tará marcado

por la locura y será parcialmente incomprensible al mismo tiem-

po que, quizá, peligroso.

Desde que se comienza a aceptar que el mundo de las relacio-

nes sociales comunes está gobernado por sistemas normativos

latentes, cuya violación provoca cierta reacción que puede ser

de tolerancia, aprobación o reprobación; v. Aniyar de Castro,

1977, p.

22 ,

ha nacido un interés por explicar las conductas que se

apartan de ellos. Estas conductas eran antiguamente señaladas

como las que constituían los .problemas de la sociedad» Ber-

galli, 1980, p. 169).

Actualmente la desviación no significa «excepcionalidad»; tam-

poco indica lo que «está fuera de la medidan, o «es poco fre-

cuente», ni coincide con la idea de inadecuado)).El concepto de

desviación, en realidad, supone todas estas ideas; pero, sobre

todo, implica aún ot ra cosa más: un juicio moral. Desviación

indica la indeseabilidad social, la oposición de hecho al código

moral y a las convenciones dominantes. De ahí que el concepto

de desviación sea, por lo tanto, normativo; es violación de nor-

mas consideradas «justas», «sanas», «morales» y, en consecuen-

cia, es violación de interdicciones cf. Jervis, 1978, p. 67).

Por todo lo indicado, si una definición sociológica del compor-

tamiento desviado puede

ser la que lo entiende como «el com-

portamiento que no satisface las expectativas sociales» Rose, 1971,

p. 298) o como «el modo de conducta que no corresponde a los va-

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lores y 1 normas sociales vigentes» (Lautmann, 1978, 2a. ed. ,

p.

154), serán desviaciones las expresiones de la actividad humana

que en un ámbito geográfico dado y en un espacio temporal de-

terminado reúnan aquellos elementos. La definición de la des-

viación reflejará siempre la estructura cultural en que se mani-

fieste.

En realidad, se han intentado muchas definiciones del com-

portamiento desviado. No parece oportuno ahora formular expo-

sición alguna de los distintos tipos de definiciones. Quizá sea

apropiado referir una clasificación convencional de tales defini-

ciones, que las reúne en cuatro categorías, a saber:

a)

las que

consideran la desviación como una anormalidad estadística; b) las

que la entienden como el comportamiento que viola las reglas

normativas, las intenciones o las expectativas del sistema social;

C)

las que la conciben como determinante de las normas cuya

violación se reconoce como comportamiento desviado, y d) las

que ven la desviación únicamente como un problema de defini-

ción cf. Bergalli, 1980, pp. 170-173). Las características y efectos de

las distintas definiciones revelan el desarrollo de la teoría socio-

lógica, acentuándose -tal como se verá- en todas las propuestas

que se originan en el funcionalismo; resumen en sí mismas una

comprensión de la evolución criminológica y traslucen cuanto

hasta ahora se ha dicho desde una perspectiva que ve la sociedad

como un permanente proceso de integración.

2.

L S O C IO L O G I DE L IN T EG R C IO N

E L C O M P O R T M I E N T O D E S V I D O

Cuando se encara el tema de la desviación desde el prisma de

la sociología, se hace inevitable una explicación previa acerca de

las dos orientaciones en torno a las cuales, dentro de la ciencia

social norteamericana, se han agrupado los más importantes es-

tudios sobre la cuestión. Ambas se diferencian por la distinta

acentuación de los mecanismos que aseguran la estabilidad y el

equilibrio del sistema considerado y de los procesos que promue-

ven el cambio social, como ya se refirió antes v . cap. VI I epí-

grafe 2 A). La teoría

de

la integración pone de relieve las fun-

ciones de perpetuación y de persistencia que tienen la cultu-

rización, la educación, la conformidad a las normas, la com-

binación armoniosa de las expectativas de rol, en una sociedad

cuyo elemento constitutivo se supone es el consenso en torno a

los valores. La teoría del conflicto demuestra mayor interés hacia

los mecanismos de la dinámica social, poniendo de manifiesto la

función de continua renovación que tienen los conflictos, que así

resultan considerados entre los elementos fundamentales para el

mantenimiento de un sistema social, en el sentido de que pro-

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mueven una continua adaptación institucional de este sistema a

las situaciones nuevas.

En el campo específico de la desviación, una orientación dis-

tinta de la integración, pero no del todo identificable con el en-

foque del conflicto, es la de los «neochicagoanos» Becker, Le-

mert, Matza, Erikson, etc.), continuadores en buena medida de

la tradición de la escuela de Chicago. En dicha orientación el

reconocimiento de las funciones positivas de ciertos comporta-

mientos desviados en determinadas estructuras sociales, lleva a un

tipo de definición del campo de estudio que sirve para resaltar

los mecanismos a los cuales esa desviación está sometida, con

un desplazamiento del interés sobre la denominada «desviación

secundaria» estudiada por Edwin Lemert v . cap. VI I , epígrafe 3 .

Esta perspectiva, como ya se sabe, debe reconducirse a la teoría

del

se2f

construida por George H. Mead y a sus posteriores desa-

rrollos, a propósito de la construcción sobre el estigma que llevó

a cabo

E.

Goffman a quien se aludirá más adelante).

Otras orientaciones han surgido en los años sesenta con la apa-

rición de una sociología programáticamente «radical» de la que

habrá tiempo para ocuparse en capítulos posteriores) -muy só-

lida en lo que hace a los planteamientos centrales, los campos

de investigación y sus relaciones con la ciencia social tradicio-

nal-, la cual ha puesto en cuestión, otra vez, los parámetros de

fondo de interpretación de la desviación, revocando legitimidad

a las definiciones del sistema introduciendo nuevas categorías

para la comprensión de los fenómenos de exclusión y margina-

ción social.

Pero, como Alvin

W.

Gouldner

1970)

ha demostrado, la orien-

tación estructural-funcionalista como eje de la sociología de la

integración) ha hegemonizado la ciencia social norteamericana

hasta por lo menos el fin de los años cincuenta y ha constituido

la plataforma de arranque para una gran masa de estudios sobre

el comportamiento desviado.

Por sociólogos de la integración se entiende convencionalmente

a los funcionalistas Talcott Parsons, Robert

K.

Merton, Kingsley

Davis y, en el ámbito de la teoría de la desviación, a estudiosos

como Marshall B. Clinard y, en cierta medida, a Albert S Cohen,

Richard Cloward y Lloyd C. Ohlin. Junto a éstos también deben

considerarse todos los investigadores empíricos y elaboradores

de datos, o simplemente compiladores de ensayos, que desde el

nivel teórico aluden implícitamente a la teoría de la anomia o

de cualquier manera hipotetizan la existencia de normas comunes

en torno a las cuales existe un consenso, sin aportar una contri-

bución original o intentar una redifinición propia.

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A

LA

C O N T R I B U C I ~ N

YUNCIONAL ISTA

DE MERTON

En el ámbito de la orientación de la integración, el concepto

de desviación es comúnmente definido como el comportamiento

aberrante respecto del rol que se supone el actor debe tener en

virtud de su posición social en el sistema considerado

cf.

Pitch,

1975, p. 59 .

El momento del cambio decisivo en el estudio de la desviación

tiene lugar con el ensayo de Robert

K.

Merton 1938, pp. 672-683),

reimpreso en su obra cumbre 1949), a partir de la cual obtiene

realmente esa propuesta su gran repercusión.

La contribución de Merton ha sido fundamental por varios mo-

tivos, que son los siguientes: porque sitúa la teoría de la desvia-

ción en un conjunto teórico y conceptual más amplio, del cual el

concepto de anomia suministra una clave interpretativa; porque

proporciona a la investigación empírica una serie de instrumen-

tos conceptuales y modelos teóricos que han facilitado de forma

determinante la comprensión de los comportamientos estudiados;

y porque coloca esta contribución específica, ejemplo típico de

teoría de alcance medio, en la perspectiva

y

problemática fun-

cionalista.

Por lo tanto,

y

como fue señalado en otra parte

v .

cap.

VI I

epígrafe

l ) ,

la teoría de la anomia, ya creada por Emile Durkheim

y desarrollada por Merton, establece el cuadro interpretativo de

las conductas no conformistas que resultan inducidas por la pre-

sión bien definida sobre ciertos miembros de la sociedad que ejer-

citan algunas estructuras sociales. Para descubrir el origen y la

dirección de estas presiones estructurales, Merton destaca dos

elementos fundamentales constitutivos del sistema social en su

complejo: la estructura cultural

y

la estructura social, formada

ésta por los

status y

por sus correspondientes comportamientos

de

rol

Dentro de cada estructura cultural son analíticamente se-

parables dos

tipos de valores institucionalizados, definidos unos

como

r7 etas

o aspiraciones -o rdenadas según una jerarquía de

prioridad que caracteriza a todo el sistema social examinad-

y

otros como medios o normas que fijan los modos legítimos para

alcanzar las metas. Sin embargo, las metas culturales y las nor-

mas relativas a los modos aceptables para alcanzarlas no gozan

siempre de un grado parejo de Cnfasis ni existe entre ellos una

relación constante.

Las sociedades, en general, mantienen cierto equilibrio entre

metas

y

normas institucionalizadas. La integración entre los dos

tipos de valores, factor primario de la estabilidad de un sistema

social, se verifica cuando se obtienen gratificaciones tanto en la

obtención de las metas como en el empleo de los medios pres-

critos para esa obtención. Por lo tanto, <<la istribución de los

status

por medio de la competencia debe ser organizada de tal

modo que existan incentivos positivos para el cumplimiento de las

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obligaciones que cada

s t a t u s

comporta, en cada posición esta-

blecida por el orden distributivo,, Merton, 1968, p. 134). En otra s

palabras, si el sistema social considerado se basa sobre la com-

petencia entre los individuos, puede ser integrado si se acentúan

lo suficiente, más que el objeto de la competencia, los modos le-

gítimos dentro de los cuales ésta se desenvuelve y si, puesto que

algunos sujetos parten con una desventaja permanente y están

destinados a la derrota en lo que se refiere a la meta más impor-

tante, existe para ellos cualquier otra meta substitutiva de mejor

acceso. Si, por el contrario, esta alternativa no se presenta, en-

tonces tendrá lugar el comportamiento aberrante. Así, Merton

afirma: «Mi hipótesis principal consiste en que el comportamien-

to aberrante pueda ser sociológicamente considerado como un

síntoma de la disociación entre las aspiraciones que están cultu-

ralmente prescriptas y las vías socialmente estructuradas para la

realización de dichas aspiraciones» 1968, p. 134).

Por eso, en la medida en que la sociedad moderna, estructura-

da sobre la base del modelo norteamericano, se caracteriza por

el otorgamiento de una gran importancia a las metas culturales

y

por una paralela atenuación del relieve puesto sobre los medios

para alcanzarlas, se provocarán más situaciones de anomia y, por

lo tanto, el empleo de cualquier método será eficaz para obtener

los fines cultiirales.

B) LA

CCIÓN

S O C I L

Y L

DESVI CIÓN DE PARSONS

La propuesta de Talcott Parsons acerca de una teoría de la

desviación ocupa un lugar muy destacado en la concepción del

sistema social que este autor construye. Al ser quizá Parsons el

científico social norteamericano que mejor logró establecer un

puente entre los temas y los conceptos de la ciencia social euro-

pea, continuador de Émile Durkheim, Wilfredo Pareto, Max Weber

Sigmund Freud, con la corriente de la acción social -de la que

él mismo es gran impulsor

v .

Parsons, 1937)-, su concepción

de la conformidad/desviación resulta esencial en la búsqueda de

un sistema social integrado. Una de las razones que tienen que

haber influido para que Parsons sea el sociólogo de la integración

por excelencia debe haber sido su formación, primero como alum-

no de Bronislaw Malinowsky - e l padre de la antropología fun-

cionalista británica- en la London School of Economics y luego

su contacto con Max Weber, mientras escribía en Heidelberg su

tesis doctoral,

T h e C o n c e p t of C a p i t a l i s m i n R e c e n t G e r i n a n Li

t e r a t u r e

así como la introducción que hizo de Weber cuando

tradujo T h e Pro te s tan t E th i c and t h e Sp i r i t of Cap i ta l is i n en 1930.

La teoría general de la acción de Parsons, en la cual da su vi-

sión completa de cómo están estructuradas las sociedades, incluye

cuatro niveles de sistemas: el cultural, el social, el de la perso-

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nalidad el del organismo comportamental. través de esos ni-

veles, y a partir del sistema cultural en que se fijan los valores

compartidos, tiene Irigar el proceso de socialización que consti-

tuye la fuerza integradora más poderosa para mantener el control

social y la unidad de la sociedad.

Parsons afirmó que su sistema social «es un sistema de ac-

ción, de procesos de acción interdependientcs)) 1976, p. 193). Estos

procesos de acción interdependientes son los que se conocen como

«comportamientos de rol)), lo que significa que el individuo actúa

sobre la base de su

st tus

social, el cual resulta definido por

ciertas expectativas en torno a su comportamiento, ya institucio-

nalizadas y de las cuales forman parte los status y roles de los

demás.

La acción, para Parsons, se define como orientada en relación

a una situación determinada, constituida ésta por un conjunto de

objetos físicos, sociales y culturales que tienen una relevancia mo-

tivacional para el sujeto que actúa acción finalista). Respecto

de tales objetos, la acción aparece subordinada a la posibilidad

de obtener gratificaciones sanciones; cuando tales objetos es-

tán constituidos por la acción de otra persona, la orientación se

manifiesta conformándose a las expectativas de aquélla. Por lo

tanto, el proceso de interdependencia se funda en esa orientación

motivacional y básica de la acción humana que es obtener gra-

tificaciones y evitar sanciones. En este caso, el problema del or-

den se resuelve en una interpretación de la personalidad y del sis-

tema social mediante el valor, el criterio de definición del rol y

el conjunto que se encuentre en la base de la estructura motiva-

cional de la personalidad. En consecuencia, en un sistema de ac-

ción en el que la motivación es la búsqueda de la gratificación y

en el cual se asegura ésta -en la medida en que se ejecutan unos

modelos de comportamiento definidos por ciertos valores com-

partidos por los demás que son por último quienes dispensan las

sanciones negativas o positivas)-, la uniformidad de los compor-

tamientos parece establecida «naturalmente».

Por lo visto, Parsons hace un uso bastante amplio de las téc-

nicas psicoanalíticas aun cuando, como ha observado Habermas

1970, p. 181), en la teoría de la acción n o se considera la no com-

pleta armonización de las motivaciones con las normas institu-

cionalizadas, por lo que las energías instintivas -que no resultan

enteramente satisfechas en los sistemas de roles- no son com-

prendidas analíticamente. Es decir, que en la concepción de Par-

sons quedan sin consideración no sólo la noción de los instintos

-vistos como necesidades y fuerzas de tipo biológico no reduci-

bles en la norma-, sino también el papel que Freud atribuye la

represión de esas fuerzas instintivas en la constitución de una

sociedad.

De tal manera, al quedar la estructura de la personalidad ab-

solutamente determinada por el condicionamiento social, el in-

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flujo hacia el comportamiento desviado no puede tener otro ori-

gen, en la concepción parsoniana, que no sea un funcionamiento

defectuoso de la misma personalidad. Por consiguiente, se pro-

duce un volver a considerar dicha personalidad como de natu-

raleza patológica, con lo cual se traslucen los restos positivistas

que emergen de la propuesta de Parsons.

Tal como hasta ahora se ha expuesto - e n una breve síiitesis

que conlleva el riesgo de dejar de lado ciertos aspectos de un

sistema social tan complejo como el construido por Parsons-, el

concepto de la desviación al que

él dedica todo el larguísimo ca-

pítulo

VI1

de su obra

l sistenza social

se perfecciona cuando se

hace notar que dicho sistema social se basa en las expectativas

normativas compartidas.

En

efecto, cuando se produce una per-

turbación en la comunicación entre el sujeto y los demás, que se

manifestará en el desinterés de éstos respecto de aquCl -lo cual,

a su vez, estructurará la personalidad del sujeto como un sistema

de necesidades disposicionescuya orientación, entonces, será falsa

o distorsionada en relación con las expectativas compartidas-,

se producirá, obviamente, un comportamiento desviado.

Entre las conclusiones que Parsons formula al final de su ex-

posición sobre la desviación

1976,

p.

301 ,

afirma -oponiendo una

teoría del control social a la de la génesis de las tendencias de la

conducta desviada- que «la relevancia de dichas tendencias [las

tendencias de la desviación] y la correspondiente retevancia de

los mecanismos de control social, se remontan hasta el comienzo

del proceso de socialización

y

continúan a lo largo de todo el ci-

clo vital>. La estructura de la personalidad individual, entonces,

está formada por necesidades

y

disposiciones que con relación

al sistema de roles sociales tienen una orientación de conformi-

dad o de alienación cuyo origen se encontrará en la interacción

con otros desde su nacimiento. Esto significa que el proceso inter-

activo asume una consideración notable en el origen de la des-

viación. Parsons también explica que la reacción del

ego

al cam-

bio de la conducta del

ulter

proceso de comunicación entre el

individuo

y

los demás), que tiene por resultado el recurrir a me-

canismos de ajuste y defensa que entrañan una ambivalencia,

será en cierto modo cornplenicntario 1976, p. 242 . Todo esto su p e

ne explicar la personalidad en términos del sistema de roles

y

a éste en tcrminos de la personalidad individual. Así se entra en

un círculo vicioso cuya salida no puede ser prevista.

Por cierto, el defecto de comunicación entre el

ego

y el

alter,

que según Parsons está en la base de la desviación, no se explica,

pues se reencuentra en la personalidad del

ulter,

lo cual, a su vez,

presupone un defecto de comunicación con otro

alter,

así inde-

finidamente.

M á s

allá de esa inexplicable situación del proceso de comuni-

cación, éste resulta analizado en la concepción de Parsons sólo

en términos psicológicos. Por ello, la desviación es explicada como

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una orientación individual y patológica respecto del sistema nor-

mativo compartido. configurándose como una adaptación a una

tensión individualmente experimentada. El esquema d e esas adap-

taciones, que dilieren entre ellas según el predominio de la pasi-

vidad sobre la actividad y de la coniponentc de la conformidad

sobre la alienación v . Parsons, 1976, apcndicc cap.

V I I ,

pp. 302-305 .

reproduce en sus líneas esenciales la tipología de Merton que

Cue representada en el cap.

V I I ,

epígrafe

1 .

Por todo ello es signilicativa la importancia que Parsons con-

cede a la psicoterapia y al efecto terapcutico de la relación mEdi-

co/paciente como instrurncnto de control social 1976, pp. 294-296).

Pero lo más decisivo para enjuiciar la concepción de Parsons está

constituido por el hecho de que en ella el desviado es el desadap-

tado; que el origen de su desviación debe buscarse en un defecto

de socialización, el c ~ i a l a est ructu rado su personalidad sobre la

base de

necesidades disposicioncs

que generan tendencias negati-

vas hacia el sistema de expectativas compartidas. No obs tan te,

cl comienzo de ese proceso, como se ha dicho, no resulta aclarado

en tanto que no aparece estudiado el nexo real entre el actuar

comunicativo y la realidad social. Esta debilidad o carencia de la

propuesta parsoniana presupone. por otra parte, la asunción del

nexo producción/comunicación intcrpersonal, como aparece en

el sistema de sociedad capitalista, por lo cual

la concepción de

la desviación que aquí se ha analizado

se agota con el modelo

funcionalista que presupone una sociedad integrada.

3

NATURAL I SMO DESVIACION

Que toda teoría sobre la desviación se haya cons truido en el

ámbito de la sociología norteamericana sólo refle,ja que en ese

contexto el debate sobre el tema se ha anticipado respecto de

otros ámbitos culturales en razón del proceso de academización

dc las ciencias sociales ocurrido en los Estados Unidos

cl.

Gould-

rier, 1970).

El desarro llo de una teoría de la desviación se cimenta , como

es sabido, a partir de la que se conoce como -escuela de Chicago.

y se gesta mediante la construcción de la dimensión desviación/

conformidad, como inherente

y

central a toda la

concepción

de la

acción social de Talcott Parsons y, po r ende, del sis tema social

Parsons, 1976, especialmente cap. V I I .

La metodología de estudio inaugur-ada por la escuela de Cliica-

go consistió en practicar la observación directa de los fenómenos

~

el trab aj o de campo; en habet- conservado y aument ado la r-e-

levancia del punto de vista del sujeto y, en muchos otros aspec-

tos, en la expresión de una re i~a lo r i zac iónde los fenómenos des-

viados y de las actividades conectadas con Cstos. Como ha pre-

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sentado muy claramente David Matza 1969), el naturalismo de

Chicago, que no debe confundirse con el simple método experimen-

tal desarrollado por el positivismo en las ciencias sociales, ha per-

mitido la inserción del investigador en los fenómenos interiorizán-

dolos. Esto ha determinado que, aplicado al estudio del hombre

y

de su comportan~ iento, o quede otra elección que considerar a

aquél no ya como objeto, sino como s t i je to .

El desarrollo de una visión sociológica de lz desviación impli-

có, en su fases principales, la substitución de una perspectiva co-

rreccional por una va oración consciente o aprec iac ión del sujeto

que se desvía, la depuración implícita de una concepción patoló-

gica poniendo un acento nuevo sobre la d iver s idad humana y la

erosión de una distinción simple entre fenómenos desviados y

convencionales, resultante de un conocimiento más íntimo del mun-

do; todo lo cual viene a subrayar la

co inp le j idad

de la cuestión.

Estos tres elementos: apreciación, diversidad y complejidad,

forman parte de la aparición del verdadero naturalismo en la ex-

plicación del fenómeno de la desviación.

A R E V A L O R I Z A C I ~ N

ENFOQUE CORRECCIONAL

De modo que la concepción naturalista del comportamiento hu-

mano, de la desviación en particular, ha comportado una revalo-

r i zac ión

de los fenómenos que aquélla estudia. Esa revalorización

se enfrentó a la visión correcc iona l que sobre la desviación tuvo

siempre la tendencia tradicional

y

que se manifestaba, como ya

se ha repetido en diferentes pasajes de este trabajo, en el interés

prevaleciente por las causas del fenómeno (paradigma etiológico/

causal-explicativo).

Determinando las causas fundamentales de origen se preten-

día extirpar tanto el fenómeno como su producto, pero se demos-

traba una aversión por el fenómeno en sí mismo

y

se revelaba

una incapacidad para distinguir los s t a n d a r d s éticos de la descrip-

ción verdadera y propia de dicho fenómeno. Todo esto quedó pa-

tente en las investigaciones llevadas a cabo en los Estados Unidos

en la década de la preguerra mundial última, en las cuales la

alianza entre la sociología, el

s o c i a l w o r k

y

la reforma social fue

evidente, puesto que aquellos s t a n d a r d s imponían que los fenó-

menos fueran observados nada más que desde el exterior y así

fueran descriptos.

Los estudios correccionalistas del comportamiento desviado se

inspiraban erróneamente en ciertos preconceptos teóricos. Uno

de

estos, que ha orientado por mucho tiempo las concepciones ori-

ginarias de la criminología - c o m o se

h

visto en los primeros

temas

de esta par te de la obra-, es el de lo pa to lóg ico que

elaborado por el naturalismo en el estudio de la vida animal

y

vegetal, fue transferido al examen disciplinado de la vida social

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por la perspectiva correccionalista, generando la confusión de que

el naturalismo fuese «la generalización filosófica de la ciencia

positivismo» cf . Matza, 1976, p. 73). Esto ocurría porque el hom-

bre, al ser considerado al mismo tiempo organismo y sujeto, venía

a ser contemplado -en su existencia subjetiva- en los términos

orgánicos de salud y enfermedad; luego las patologías biológicas

no fueron ya necesarias y entonces aparecieron las patologías de

la persona y la sociedad.

Considerando la dedicación a la integridad de los fenómenos

y dada la revalorización de la existencia subjetiva, la tendencia

fundamental del naturalismo -puesta de manifiesto en el estudio

de la vida social- fue la de poner en discusión el concepto de

patología, depurándolo de las disciplinas sociológicas Matza, 1976,

p. 74). Así se generó la noción de diversidad.

La escuela de Chicago, al estudiar los fenómenos sociales que

se manifestaban en la vida urb sna moderna, puso de manifiesto

lo que denominó sus «características patéticas» v. Matza, 1976,

pp. 83 y SS.).Los trabajos de Norman Hayner 1929), de Harvey

Zorbaugh 1929) y de Paul Cressey 1932) consideraron a la soledad,

al anonimato, al aburrimiento, como expresiones subjetivas que

pueden ser características esenciales de partes específicas de la so-

ciedad o de grupos sociales. Esto, si bien les valió a dichos auto-

res el reproche de pretender exagerar los aspectos patéticos de

los sujetos estudiados v . Whyte, 1943, y Magde, 1962), les per-

mitió afirmar que en la Norteamérica urbana de los años treinta

existían formas vitales que determinaban peculiarmente el com-

portamiento humano hacia manifestaciones diversas de quienes

-por estilo, condiciones socio-económicas en general por cali-

dad de vida diferentes- participaban de modelos de conducta

compartidos mayoritariamente.

Mientras que la concepción patológica resulta ser una variante

insostenible, en el sentido de que es una condición morbosa

y,

por

extensión, mortal pese a que para los que realicen los actos des-

viados no lo es tanto, puesto que se llega a mantener durante

toda una vida una actividad desviada aunque con debilidades,

problemas e .insatisfacciones), la idea de diversidad es considera-

da como sostenible aunque los comportamientos señalados sean

condenados, regulados o controlados.

En la alternativa patología/diversidad, los autores de la es-

cuela de Chicago, sin decidirse por una u otra concepción, se re-

solvieron por el concepto de «desorganización social)). Rechazando

la patología de la persona -pero no del todo-, reconociendo las

manifestaciones de diversidad -aunque con cierta oposición-,

los estudiosos de Chicago basaron su solución en la ubicuidad de

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la organización social. La sociedad, para ellos, se conlponía con

reglas y

roles

que aparecían organizados o coordinados de forina

coherente funcional. Cuando esos roles y las reglas tradiciona-

les, sobre los que debía basarse la vida social, resultan inopcran-

tes , el horiibi.c revela s er peligroso y desentrenado. En tales con-

diciones -que en el Chicago cle los anos de la gran depresión y

la veloz industrialización previa habían sido determinados por

los inipactos de un rápido cariibio social y una frenktica urbani-

zación- la metrópolis fue concebida poi- la escuela ,d e Chicago

como un ambiente en el cual la organización social era ~ii~rchas

veces obstacul izada o impedida. La escasez, la fragilidad la l r-ac-

tu ra de las rclaciones sociales urbanas contribuían -según las

conclusiones de los cuantiosos cstudios microsociales de la es-

cuela de Chicago- a la clesorgnnización social

y

a la consiguien-

te disniinución de control sobre los in~p ul sos ndividuales. Como

ya anteriormente se ha dicho V . cap. V I epígrafes 2 y 3 , en

Darte. las zonas de la ciudad -influidas uor el d istinto ueso de

la organización social- podian genera r comportan iiento s cuyas

manifestaciones. mas o menos numerosas. ~ e r m i t í a n a constitu-

ción de organiiaciones desviadas o propiamente criminales, lo

cual fue intcrpretado como una respuesta al fracaso de la organi-

zación social nornial.

Pese al desarrollo conceptual relatado, desdc la investigación

de Nels Anderson (1923) sobre la vida de los Izo1~o so vagabundos

-en la cual se describe la idea de un m undo peculiar, desviado,

con una lógica e integridad propias, como

elemento básico en el

estudio y que a dilerencia del concepto común y mas aproxima-

tivo de «subcul tur a» aparece ecológicaniente anclado- has ta la

de Harvey Zorbaugh (1929), los estudiosos de Chicago se conten-

taron con compartir con los psiquiatras el concepto de patología.

En realidad, fue escaso el esfuerzo hecho por ellos para encontrar

un acuerdo en tre las nianifcstaciones de diversidad su concepto

general de desorganización social. Así, las dos ideas ant itkticas

continuaron coexistiendo. Un ejemplo desconcertante de cómo los

estudiosos de Chicago tcorizriban sobre la patología cuando estu-

diaban la diversidad, lo traduce la descripción pletórica de deta-

lles de las sallis de baile con

t a x i - g i r l s

hecha por Paul Cressey

(1932), pero en la que la realidad d e ese fenómeno e ra proyectada

en una estructura moral que la hacía patológica.

Este trascendente dilcnia, nacido del contraste entre las ideas

de patología y diversidad, quedó francamente sin resolver en la

sociología académica norteamericana. La diversidad radical su-

puesta por Walter

B.

Miller (1958, pp. 5-19) con referencia a

tina subcu ltura delincuente, cuya concepción ya ha sido expues-

l . En la traducciúii itriliana del B~ co ii ii ii gDL'I'IU~IIe D Matza. Coiiie si (ir-

i ~ e i ~ t ar~ ,i ai it i. e explicri e n nota a pie de p.

49

que el termino Irol>o deriva d e

Iio I>caulr .

i ir i

sa l~ idoqiic c:iiiihi:ib;iri lo\ vagabundos. nhorrlbres sin morada..

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ta

v.

cap. V I , epígrafe 5 , y, en otra medida, por Richard Clo-

ward y Lloyd Ohlin

1960),

elige simplemente la diversidad. Aná-

logamente, el concepto de enferiizedud 111eiztu1 -desarrollado

por Erving Goffman

1961)-

no es una rcsolución, sino una

elección de diversidad radical y peligro, al sacrificar ciertas ca-

racterísticas del fenómeno que se intuían pero que aparecían

encubiertas por el concepto de enfermedad. Albert Cohen 1955)

se acerca a una solución sosteniendo que «tensión» v «an~bivalen-

cia» siguen siendo características intrínsecas d e una subcultura,

la cual, po r lo demás, posee Lina integridad propia ; sin embargo,

también en esto la síntesis no concierne a la alternativa pato-

logía/diversidad, sino más bien a actitudes de nliddle y lower

class.

4 .

C O R R I E N T E S F E N O M E NO L O G IC A S

Q U E I N T E R E S A N A I A T E O R l A D E

L A

DESVIACIÓN

La exposición de una concepción sociológica del comportamien-

to desviado no podrá considerarse terminada -aun a riesgo de

que sea incompleta por dejar de lado a importantes teóricos de

la misma- si no se hace alusión a las corrien tes fenomenológi-

cas que irrumpieron en la ciencia social y que trascendieron hacia

la criminología norteamericana. Algunas de esas corrientes, que

en buena medida serán expuestas más adelante, al igual que al-

gunos puntos de apoyo de las teorías de la reacción social, han

sido incluidas en ciertas ocasiones en la perspectiva teórica del

interaccionismo simbólico.

La discusión en torno a cuáles son las escuelas o ramas que

pueden incluirse dentro del interaccionismo simbólico no debe

revestir aquí mayor preocupación. Tal como se afirmó en otro

lugar c f . Bergalli, 1980, p. 217). todas esas ramas se han derivado

de las ambigüedades esenciales

y

de las contradicciones en que in-

curr iera George

H.

Mead en su teoría general c f . cap.

11,

epígra-

fe 4 , sin perjuicio de hacer notar que ese intei-accionismo tam-

bién reconoce o tra s fuentes de pensamiento ver Meltzer, Petra s

y Reynolds, 1975, pp. 1-42).

Lo que sí debe resultar importante resaltar aquí son las con-

diciones en que se produce el redescubrimiento de la fenomenc-

logia europea. En la década de los años sesenta tiene lugar en los

Estados Unidos lo que ha podido denominarse un «despertar»

de

las relaciones individuales. Hasta ese momento las condiciones

de vida norteamericanas, presionadas por un sistema estabilizado

del modo de producción capitalista, se habían cristalizado. Las

metas del Cxito material y del consumo habían provocado una es-

pecie de alienación que no dejaba espacio a unas alternativas cul-

turales capaces de proponer nuevos valores sociales. De tal modo,

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la sociología también veía obstruido su camino de investigación

del tejido de las relaciones sociales.

Estas circunstancias se vieron alteradas por los sucesos en que

se vio envuelta la sociedad norteamericana en esa década. La apa-

rición en la escena político-social de las minorías discriminadas,

la guerra del Vietnam, el movimiento estudiantil y la nezv Ieft

provocaron un interés nuevo por la participación democrática, lo

cual derivó en un desplazamiento de las preocupaciones populares

hacia las cuestiones político-culturales. De tal manera, la concep-

ción del american

way

of l i fe y los mitos que generaba entran en

crisis, produciéndose el cambio de análisis sociológico desde los

aspectos comunitarios hacia los «significados» que tienen las rela-

ciones individuales cf. Pitch, 1975, p. 132 .

No cabe duda de que si se presentan así los nuevos intereses

de la sociología, el desarrollo de la fenomenología se encuentra

justificado en los planteamientos del enfoque dramatúrgico de

Goffman y de la etnometodología, como ha de verse luego. En

efecto, la llamada sociología fenomenológica se esfuerza por res-

catar al sujeto, la conciencia y la intencionalidad para la ciencia

social, preocupándose de cómo es posible entender la comunica-

ción y el entendimiento mutuo y de cómo las acciones resultan

significativas para quienes las emprenden. A partir de la búsque-

da radical de lo originario que se propone la fenomenología y de

su pretensión de encararse con las cosas mismas», es necesario

que el observador elimine toda posición de espectador. Conse-

cuentemente, la fenomenología procede por un método de reduc-

ción que suprime lo que no es fenómeno en

sentido riguroso,

distinguiendo los fenómenos auténticos de los aparentes y los

fundamentales de los condicionados. Así, el método fenomenoló-

gico, tras sucesivas reducciones, deja al descubierto un residuo

fenoménico que muy poco tiene que ver con la descripción obje-

tiva de los fenómenos que se muestran por sí mismos c f .Beltrán,

1979, p. 163); y éste es el análisis de la intersubjetividad que se pro-

pone la sociología fenomenológica. Todo esto se traduce en el in-

terés científico por los modos en que los individuos se comuni-

can entre sí el lenguaje como símbolo) y, en definitiva, por todas

las vinculaciones interpersonales. Por eso, la comunicación entre

las subjetividades -que está en la base del interaccionismo- es

el aspecto que hace abandonar cualquier consideración macro-

sociológica.

En la presentación de una obra suya -quizás una de las más

afamadas 1959)-, Goffman explica cuál es su óptica y cuáles sus

pretensiones. El autor se coloca en «una perspectiva sociológica

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desde la que estudia la vida social que se organiza dentro de los

confines físicos de un edificio o fábrica C ] o cualquier estableci-

miento social concreto, sea doméstico, industrial o comercial. La

perspectiva utilizada C ] es la de la representación teatral; los

principios que de ella se derivan son dramatúrgicos. Estudiaré la

forma en que el individuo en situaciones ordinarias de trabajo

se presenta a

mismo y

a

los otros,

y

cómo nzaneja y controla

la impresión que éstos se forman

de

él».

En este párrafo queda fijado lo que puede llamarse la «deses-

tructuración del sí mismo» self), proceso que Goffman estudió

magistralmente en su investigación sobre la vida de los internos

en las instituciones totales, utilizando como modelo un hospital

para pacientes mentales 1961).

En esos ámbitos hospitales, cuarteles, cárceles, asilos, etc.) , la

interacción es casual. La diversidad no es antecedente de la ex-

clusión -o sólo lo es en los términos de la relación entre desvia-

ción primaria y secundaria- y esta exclusión tiene su inicio con

el internamiento.

El esquema de Mead v . cap.

11

epígrafe

4

a través del cual

se construye el sí mismo» self) es aplicado por Goffman para

estudiar la consciente manipulación que de él hace un individuo

en interacción con otros. El proceso de desestructuración del self

es el resultado de una compleja interacción entre las reacciones

de los otros que en el estudio de las instituciones totales es el

personal de esos establecimientos), sus definiciones

y

la interven-

ción consciente sobre la imagen propia. El nzi del sujeto, o sea,

aquella «parte» de su personalidad que es la asunción subjetiva

de las reacciones de los otros al yo, sufre un proceso de objetiva-

ción puesto que el personal de la institución es el que lo deter-

mina y define rígidamente. Esto significa que, a su vez, el

yo ,

o

sea la percepción subjetiva del sí mismo, resulta modificado, pro-

vocando en el individuo una dinámica objetivante y alienante.

Goffman se interesa por la «adaptación» progresiva de los in-

dividuos a las instituciones totales en que se alojan. En este pro-

ceso de desestructuración del self que provoca la pérdida de toda

característica individual, el sujeto generará ciertas técnicas para

no perder su identidad en esa mecánica de astucia, de acomoda-

miento, el «sí mismo» corre el riesgo de desaparecer o de identifi-

carse con la organización de la institución. Pero la institución

total de Goffman representa el caso límite de la situación existen-

cial moderna: la interacción siempre se desenvuelve entre el indi-

viduo

y

una organización superpotente, burocratizada.

Así expuesta la propuesta dramatúrgica de Goffman de la vida

como teatro, en la que la conducta de los actores construye la

realidad -cada uno tra tando de controlar a su vez la impresión

que produce en los demás- en un ámbito de relaciones cara a

cara, sólo tendrán cabida los intereses microscópicos y situacio-

nales. Aquí la desviación no existe y la reclusión en una institu-

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ción total es sólo una casualidad cuya dinámica interesa, pues re-

presenta el límite de una situación generalizada.

Es te enfoque de Goffman ha sido definido por Gouldner 1972,

versión italiana, pp. 378-390) como el mundo de la nueva burgue-

sía», puesto que propone una condición humana, parcial

y

trunca-

da, que carece de opciones reales tanto en el mercado económico

como en el político. En verdad, la propuesta de Goffman, elabo-

rada en microanálisis,

traduce un mundo en el que los sujetos.

n~an ipulando a inter-acción para presentarse del nlejor modo po-

sible, substituyen las normas de comportamiento internalizadas.

Según la definición de Gouldner, este modelo d e acción que se

adecúa a una estructura socio-económica basada no sobre la pro-

ducción, sino sobre la promoción el consumo, es realmente fun-

cional respecto de la ideología de la nueva burguesía.

Todo ello, pese al auténtico valor que encierra la perspectiva

de Goffman al poner al descubierto unos procesos de verdadero

interés psicológico-social, desenmascaradores de una realidad ins-

titucional mediante la cual es habitualmente «t ra tad a» la desvia-

ción. partir de los trabajos de Goffman tuvo lugar una crecien-

te investigación sobre el tema de las instituciones totales que

sirvió para denunciar, tanto en el plano de la psiquiatría como

en el propio de la criminología, la realidad manicomial carce-

laria.

La construcción metódica que propone la elnometodología se

dirige a descubrir el sentido de las

actividades prácticas de la

gente en el contexto en que se producen, a fin de que tales activi-

dades puedan ser interpretadas explicadas tanto por quienes

las llevan a cabo como por quienes las estudian Beltrán, 1979,

p. 188).

Si la tradición funcionalista norteamericana había impuesto

un paradigma normativo, por el cual las expectativas de

roles

so-

ciales eran supuestamente compartidas por la mayoría

-lo que

supone la existencia de un sistema de símbolos estables Par-

sons.)-, la aparic ión de un paradigma interpreta tivo impuso la

necesidad de reconstruir el significado de una expectativa de rol

a partir del análisis del comportamiento efectivo de los indivi-

duos mediante la interpretación de la interacción.

Esto es lo que los etnometodólogos proponen: estudi ar la rea-

lidad a partir de la continua definición y redefinición de los ele-

mentos significativos de situaciones. Pero como esta definición

nace de un proceso interpretativo en el cual aparecen implicados

los actores en una situación, la realidad es el resultado de con-

tinuas negociaciones de los ac tores mismos Pitch, 1975, p. 137).

Esta propuesta tiene importantes consecuencias metodológi-

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cas. Para Aaron Cicourel, el mktodo sociológico tradicional supone

dar por descontado lo que por el contrario debería ser analiza-

do de antemano. Mientras que su enfoque consiste en ver

córlio

se confieren significados a las acciones y los hechos sociales, los

conceptos de norma,

rol,

delito, desviación, etc. se ba san sobre u n

acuerdo pr or de interpretaciones significativas Cicourel, 1964).

En un análisis semejante, la desviación no es otr a cosa que una

interpretación cuyo significado cambia de situación en situación y

no existe como tal más al15 de cada situación específica, en la cual

este significado es acordado; no hay que olvidarse de que, para los

etnometodólogos, la desviación es un proceso de etiquetamiento

que tiene lugar mediante una negociación entre los actores im-

plicados. Para ejemplificar lo expuesto, Cicourel demuestra lo que

sucede con los delincuentes juveniles 1967).

u

etiquetamiento

castigo son decididos dentro de un proceso de contratación que

lleva a una redefinición de los actos cometidos según ciertas «re-

glas pragmáticas» dispuestas por los jueces que los juzgan.

El acto desviado no es para los etnometodólogos un efecto de-

finido por sus causas ni por sus consecuencias, sino, como ha di-

ch o Peter Mc Hugh 1970), por dos reglas típicas del sentido cc-

mún: la convencionalidad, que establece que par a qu e un acto

sea desviado debe acaecer en una situación en que haya alterna-

tivas a dicho acto, y la regla de la teoricidad, que fija que ese acto

debe ser cometido por alguien que conozca esas alternativas.

La distinción entre la identificación social de la desviación y

sus consecuencias es fundamental para la etnometodología, pues-

to que la sociedad es creada continuamente por la actividad de

sus miembros no por las causas y las consecuencias de dicha

actividad. La respuesta social a la desviación actúa ante todo so-

bre su identificación; el tratamiento del desviado no se interesa

por las causas o por h s consecuencias de los actos del desviado

y, si como se ha dicho, la realidad es creada continuamente por

los actores que la interpretan, el tratamiento entonces debe inci-

dir sobre la misma identificación social del acto como desviado.

Pero en el caso de los jóvenes delincuentes de Cicourel, si el

resultado final es

t llihi¿tz

el producto de una contratación acuer-

do) inmediata, ésta se desenvuelve, sin embargo, en un contexto

ya definido que establece - c o m o mínimo- las partes de cada ac-

tor y el poder relativo que cada uno de ellos tiene en aquella

contratación.

El enfoque etnometodológico tiene la virtud de haber puesto

al descubierto el hecho de que las categorías usadas por el in-

vestigador no pueden ser dadas por descontadas. Puesto que el

analista el acto r aparecen envueltos en una misma situación

e

interacción en tre sí, el observador debe tener debida cuenta d e

todo ello. Por eso, la etnometodoIogía, en el estudio de Ia vida

cotidiana, que pone de manifiesto situaciones de interacción que

no emergen directamente de la situación, resulta un redescubri-

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miento y una reapropiación del significado de la realidad social.

No obstante, d e algunas de las críticas que la

etnometodolo-

gía ha arr ast rad o aparec e como la má s significativa la qu e le

atribuye la elusión de los condicionantes

y

determinantes estruc-

turales más importantes (tiempo, lugar, poder, clases sociales, de-

sigualdad, dominación, etc., según Beltrán, 1979 p. 190 , E n conse-

cuencia, en los aspectos de la realidad que estudie p odrán descri-

birse, comprenderse y explicarse las relaciones interindividuales,

cumpliendo con ello lo que se proponen las corrientes fenomeno-

lógicas e n la sociología. Pero cuando se tr at e d e ana lizar cuestio-

nes en que necesariamente aparezcan implicadas las relaciones

estructura les de la sociedad, vinculando el fenómeno con una con-

cepción total d e esa sociedad, com o es necesario en el caso de la

desviación, entonces ser á muy dudoso qu e la etnometodología lo-

gre dar respuestas satisfactorias.

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IX

l

pens miento crítico y la criminologí

p r

oberto ergul l i

La crinliriologia interaccionista -tal como se ha visto cap.

VI1 - cumplió el impor tante papel de poner en cuestión las tareas

que ejerce el sistenia de control d e la criminalidad, al sumin istrar

los elementos de juicio pa ra d eterminar los intereses que están en

la base de los procesos de creación y aplicación de la ley penal.

Este desplazamiento del objeto de conocimiento criniinológi-

co i.cpresent6 - c o r n o ha sido señalado cap.

V I I ,

epígrafe 3 - un

autCntico salto cualitativo en el desarrollo de la disciplina.

Pero tal como se ha hecho notar en otros tenlas, las ideas que

han orientado las diversas teorías criminológicas se han produ-

cido siempre como consecuencia de los cambios mutaciones

acaecidos en los diferentes contextos histórico-culturales, donde

se generaron aquellas teorías. En general, puede entonces decirse

que la irrupción de las propuestas críticas en criminología fue

provocada también en otros ámbitos disciplinarios) por aconte-

cimientos que revelaban profundas contradicciones en el seno

mismo de la sociedad. Todo esto, adem ás, ocurrió porque el pen-

samiento crítico vino « a caballo)) de una situación teórica allanada

y

de un campo metodológico fértil donde actuar en virtud de la

labor realizada por los enfoques inter-accionistas.

1

LAS I DEAS CR Í TI CA S LA S OCI OLO GÍ A RADICAI

No cabe duda de que en la formación de una teoría crítica de

la sociedad tuvo una clecisiva intencnción la tarea llevada a cabo

por los honibi-es que integraron la denominada [escuela de Frank-

furtn Max Horkheimer, Theodor W. Adoi-no, Friecli.ick Pollock,

Felix Weil, Karl August Wittfogel, Waltei- Benjarnii:, Leo Lowen-

thal , Het-ber-t Marcusc, Franz Neuniann, Erich Fronim, Henryk

Grossmann, etc., has ta sus ac tuales rcpr-esentantes, Jürgen Ha-

bermas, Oskar Negt, etc.). Las actividades iniciadas en Europa

-primero FrankSurt, luego breveniente Par ís, las conexiones

personales de sus miembros en Ginebi-a

y

Londres durante la per-

secución racial e

ideológica de que fueron objeto por los nazis

ver, entre las muchas obras que se ocupan d e la escuela d e Frank-

furt, la de Jay,

1974 -

por el aIns titut Süi- Sozialforschung»

y

con-

tinuadas en los Estados Unidos de América fundamentalmente en

Columbia, pero tambien en Nueva York y California a causa de

los desplazamientos de sus integrantes) permitieron que todas las

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ciencias sociales -particularmente después de la Segunda Guerra

Mundial en Norteamérica-, en el quizá más importante esfuerzo

interdisciplinario de la historia de la cultura en el presente siglo,

se vieran favorecidas por esta tentativa de acoplar la investigación

empírica a la especulación y así poder interpretar los aconteci-

mientos sociales sin someterse a un materialismo dogmático.

La fuerza de las ideas marxistas originales, aunada a los puntos

de vista del psicoanálisis, permitió construir lo que luego se de-

nominaría la teoría crítica, cuya característica principal constitu-

yó su negativa a considerar el marxismo como un cuerpo cerrado

de verdades heredadas

y

como ciencia de la historia, aunque pre-

tendía extraer de él lo esencial a fin de construir ese tercer ca-

mino en su rechazo del positivismo y de todas las formas del idea-

lismo tal como ha señalado Van der Berg, 1980).

En los Estados Unidos de América esta teoría crítica es acogi-

da favorablemente, aunque no en sus cauces originales, por los

sociólogos que se consideraban lejos de aceptar el modelo con-

sensual e integrado de sociedad que había impuesto el funcionalis-

mo. Estos eran partidarios de utilizar la sociología para criticar

el modo en que la riqueza, el

st tus

y el poder estaban repar-

tidos en la sociedad Wallace Wolf, 1980). La gran mayoría de

esos sociólogos reconocían fuertes componentes marxistas en sus

análisis, puesto que en las décadas de los años treinta

y

cuarenta

la vida intelectual norteamericana estuvo impactada por científicos

sociales y economistas de semejante formación.

Durante este período, el más renombrado e influyente sociólo-

go fue C. Wright Mills, quien, aparte de ser introductor del tér-

mino

n tv

left cf. Pitch, 1975 p. 145 , entendió siempre la ciencia

social coino un permanente empeño crítico frente a la realidad.

Como ideólogo, Wríght Mills fue permanentemente sujeto de crí-

ticas, sobre todo en sus últimos años de vida, cuando sus traba-

jos se hicieron más acusadores y polémicos frente al estilo de

vida norteamericano. Él creía que la inmoralidad era la caracte-

rística del sistema social de su país, por lo cual nunca ejerció

el derecho de voto, pues consideraba a los partidos políticos como

organizaciones «irracionales» manipuladoras. Asimismo, atacó

duramente a los intelectuales de su generación por abdicar de sus

responsabilidades sociales y por ponerse al servicio de los hom-

bres de poder, mientras se escondían tras la máscara del análisis

«libre de valores». Wright Mills creía que era posible construir

una sociedad buena» sobre la base del conocimiento y que los

hombres de pensamiento debían asumir su responsabilidad por

no haberla aún edificado Wrigth Mills, 1959). Del mismo modo,

creyó en un socialismo libertario

y

al apoyar la revolución cuba-

na, atacó la reacción del gobierno de los Estados Unidos hacia

ella, por cuanto estaba seguro de que el socialismo revolucionario

podía combinarse con la libertad Wright Mills, 1960). En el

campo concreto de la sociología, sus mayores intereses se centra-

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ron en la relación entre la burocracia y la alienacion en la cen-

tralización del poder en una «élite».Ambos temas constituyen los

aspectos centrales de su ataque a la moderna sociedad norteame-

ricana Wallace

y

Wolf,

op. cit.

pp.

114-115 .

Con esa tradición de la escuela de Frankfurt, con científicos

sociales de cuño marxista Norman Birnbaum, Paul Sweezy, etc.)

y con otros neomarxistas, se conforma entonces lo que hoy se

reconoce como sociología radical)) .Así es como la variedad de los

motivos culturales

y

políticos de la nueva izquierda encuentra su

mejor continente en esta nueva sociología. Su orientación origina-

ria se definía por la crítica metodológica de las corrientes tradi-

cionales, dirigida a un estudio de la sociedad que sirviera para

recomponer la complejidad de expresiones y confiriera a la varie-

dad humana una cierta consistencia, pero también una nueva dig-

nidad Pitch,

1975,

p. 146 .

2. RUPTURA CON LA CRZMZNOLOGfA TRADZCZONAL

En un panorama cultural y científico como el referido escue-

tamente, no era difícil que apareciesen las primeras críticas al

sistema de control establecido por el orden social cuestionado.

A

remolque de los sucesos socio-políticos de los años sesenta

y

setenta que, aparte de reivindicar los derechos de los grupos o

minorías marginales, ponían en crisis la entera estructura social,

se produce la ruptura definitiva con la vieja criminología que

había legitimado con sus teorías el orden legal constituido.

Si bien este orden legal consiste en algo más que la ley penal,

ésta es -de cualquier mod o- la base de dicho orden. A parti r

de esta premisa adquieren entonces consistencia los primeros

mo-

vimientos radicales que se han dado en el ámbito de la crimino-

logía norteamericana. En efecto, al filo de las dos décadas antes

aludidas

-y

no por simple coincidencia contemporánea con los

choques más graves que enfrentan al movimiento estudiantil con

el

stablishment

universitar io- nace la «Union of Radical Crimi-

nologists). URC), constituida por profesores y alumnos de la

escuela de criminología de la Universidad de Berkeley, California.

El objetito básico de esta organización constituyó precisamente

enfrentarse a los fines institucionales de la escuela. Estos fines

eran formar técnicos y profesionales que debían luego luchar con-

tra el delito definido por el orden legal constituido, lo cual dio

pie a la virulenta batalla desplegada por la URC que terminó con

la clausura de la propia escuela y la interrupción de su excelente

órgano de difusión

Crime and Social Justice. Zssues in Crimino-

b y

Paralelamente, y no tampoco por pura casualidad, con los an-

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tecedentes de la experiencia políticucultural de 1968 -ya vivida

en el ámbito universita rio inglés- se crea en Gran Bretafia, en-

tre científicos sociales de distintas universidades, la ~National

Deviance Conference NDC) ver su gestación y desarrollo en Pa-

varini, 1975 p. 139).

Mientras tanto, en el continente europeo nacen diversas agru-

paciones con preocupaciones y orientaciones similares. En la Re-

pública Federal de Alemania, reaccionando al enfoque interdis-

ciplinario de la criminología oficial, inicia sus reuniones el «Ar-

beit skreis Junger Kriminologenn AJK) y saca a la luz la excelen-

te publicación periódica

Krirni~~ologischesorcrnal

que se difunde

continuadamente desde hace doce aiíos. En Noruega -concreta-

mente en el Inst itu to d e criminología de la Universidad de Oslo-,

como eje de preocupaciones críticas de los diferentes países es-

candinavos, se llevan adelante ciertos estudios e investigaciones

centrados en el terreno de la actividad asociacionista de los pro-

pios detenidos en defensa de sus derechos como tales como se-

res humanos . Las ya famosas organizaciones KRUM en Suecia,

KRIM

en Dinamarca y KROM en Noruega constituyen la base

institucional d e esa lucha, mientras que los ascandinavian Studies

in Criminology Law in Society Series», editado po r Martin R u

bertson en Londres y la ~ScandinavianUniversity Booksn de la

Universidad de Oslo, bajo los auspicios de «The Scandinavian

Research Council for Criminology» de Noruega, han recogido t e

das las experiencias y la construcción teórica surgida de ellas. En

Italia, en buena parte por el influjo de las corrientes de la nueva

psiquiatría o psiquiatría alternativa -1ideradas por Franco Ba-

saglia-, pero en general a consecuencia del gran clima de liber-

tad cultural y principalmente por el movimiento de crítica a las

instituciones desde den tro y desde fue ra de ellas) -precedente

del cual fue la ver tiente neorrcalis ta del cine-, se gesta un inte-

resante movimiento. En efecto, en el cam po de la política crimi-

nal y penal se va constituyendo casi espontáneamente lo que hoy

puede denominarse como [ Gruppo penalistico di Bolognan, que

centraliza las perspectivas alterna tivas críticas de las orienta -

ciones oficiales. En torno a lo que fue su excelente revista

«La

questione cr im in al e~ e concentra un amplísimo número de cstu-

diosos cle los problemas que genera el control social, y hoy puede

afirriiai-sc que el grupo de Bologna se ha constituido en centro

obligado de las mirada s del mundo latino que buscan preocupadas

la construción teórica alternativa al empleo tradicional y sólo

represivo del sistema penal.

Como consecuencia de los esfuerzos llevados a cabo en los dis-

tintos países europeos y como forma de coordinar una estrategia

com ún entre todos los estudiosos del control social, frcntc a la

agudización de los distintos

metodos llevados a cabo por los di-

feren tes gobiernos, un número de científicos sociales provcnien-

tes en su mayoría de las distintas organizaciones y grupos aludi-

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dos ante s), no exclusivamente criminólogos o juristas, decide

constituir una asociación abierta. El objetivo principal era procu-

rar un fluido intercambio de información entre sus miembros y

lanzar propuestas alternativas. En julio de 1972 se difunde un ma-

nifiesto y en 1973 se celebra la primera reunión y constitución de

este ~Europe anGroup for the Study of Deviance and Social Con-

trol» en Impruneta-Firenze, Italia ver distintas referencias sobre

este grupo en Melossi, 1975, 1976 1977; del Olnio, 1976 Mosco-

ni, 1979).

3 .

C O N O C I M I E N T O Y O B J E T O

P A R A U N A C R I M I N O L O G IA A L T E R N A T I VA )

Con las sucintas exposiciones anteriores se han querido señalar

algunos antecedentes históricos y políticcwuIturales de las distin-

tas propuestas críticas que s e han venido formulando Últimamen-

te en el campo de estudio de la desviación y de su control social.

Dado que dichas propuestas tienen en realidad una muy breve

historia algunas de ellas están todavía en período de formula-

ción), resultaría caprichoso y hasta presuntuoso exponerlas como

si formaran todas ellas un cuerpo de doctrina. Por otra parte,

si bien casi todas reconocen en su filosofía un origen común mar-

xista, no puede dejar de considerarse que en sus interpretaciones

se formulan reflexiones en torno a distintos criterios con que

debe afrontar se la cuestión criminal. Así es como ciertas corrien-

tes críticas dirigen sus intereses hacia el examen de la ley penal,

otras hacia la creación de nuevos conceptos de desviación y delito

las demás, en fin, hacia problemas muy concretos del sistema

penal que dan pie a la sugerencia de modelos alternativos d e cien-

cia penal. Sin embargo, en general, todas esas propuestas se [un-

damentan en ciertos principios que se construyen sobre la consi-

deración de que, antes que nada, es necesario reconoccr que la

criminología no puede seguir formulándose desde una teoría del

conocimiento y desde una concepción epistemológica que no se

ajusten a la realidad que la disciplina debe aprehender. Es conve-

niente, pues, referir tan to las posiciones quc tradicionalmente han

orientado en la criminología la determinación de una teoría del

conocimiento el condicionamiento ideológico del objeto de ese

conocimiento, com o las propuestas que -proviniendo del niarxis-

m o - sirven para fun damentar unas alternativas críticas.

En efecto, sólo una concepción epistemológica como la que

ha reseñado Lola Aniyar de Castro 1977, pp. 119 y SS.) puede pro-

porcionar una base para enfrentarse a la realidad de la cuestión

criminal con autenticidad. Esa perspectiva sugiere que el tipo de

conocimiento que ha de plantearse el criminólogo crítico debe

ser:

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  1 )

práctico,

porque tiene su comienzo en el nivel de la ekpe-

riencia antes de asumir el plano teórico;

b )

social y no producto

de una individualidad genial, ya que el conocimiento de la crimi-

nalidad es el resultado de la interacción entre los seres humanos.

y c)

1zistóric0,

puesto que se refiere a una realidad social concre-

ta de una época determinada en la cual el desarrollo del pensa-

miento de la ciencia seguramente ha de cambiar con el de-

venir.

Si se aplica un enfoque semejante a fin de señalar el tipo de

conocimiento apropiado para una visión crítica de la cuestión cri-

minal, es necesario convenir en que la criminología tradicional

fue otra de las ciencias guiadas por una sociología del conocimien-

to

Wisserzssoziologie)

de corte clásico. Según González García

1979, p. 367), la orientación impresa a esta última disciplina provo-

có dos consecueiicias que conviene resaltar. Por un lado, profun-

dizó la tergiversación de los conceptos marxianos -prolongada

hasta la actualidad-

y

por otro, generó el ocaso teórico en que

cayó esta sociología particular, al mismo tiempo que se multipli-

caban los estudios empíricos relacionados de diversos modos con

la hterconexión entre conocimiento y sociedad.

La referida tergiversación de los conceptos marxianos cae den-

tro de una operación mucho más amplia que ha sido denominada

como la «neutralización de la teoría marxista» cf. Lenk, 1972.

pp. 241 y SS.), l ser ésta recibida en la sociología alemana del si-

glo

xx.

Esta operación se cumplió mediante la falsificación del con-

cepto de [ ser social». En efecto, Max Scheler se enfrenta al materia-

lismo histórico, que hace depender todos los productos culturales

de la base económica, ampliando el «ser social» a todo el ser del

hombre y no sólo a las relaciones de producción y basando los afac-

tores reales» que condicionan el pensamiento en una metafísica de

los impulsos humanos v . González García, 1979, p.

370).

Pero tam-

bién tuvo mucho que ver en aquella «neutralización» la deforma-

ción que Mannheim hizo del concepto de ideología utilizado por

Marx, al que aquél infligió Ia pérdida de todo su valor crítico; y,

al ampliar la acusación de

ideológica»

a toda conciencia, incluyó

al propio marxismo. Esta actitud implicó, en cierta manera, tam-

bién un regreso a la consideración

psicológica

de las ideologías,

ya que desde el momento en que se considera como ideológico

todo pensamiento, desaparece la raíz económica de las ideologías,

lo que a su vez conduce al relativismo mediante la identificación

entre ligazón con el «ser social» y falta de objetividad, que para

Marx estaban claramente separadas. La operación en cuestión se

finiquita cuando el propio Mannheim opera una nueva psicologi-

zación del problema de las ideologías mediante

la

substitución de

las categorías económicas -centrales en Marx- por categorías

psicológicas o psicosociológicas, lo cual desconecta así la ideología

de una teoría global de la sociedad.

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4

L A Z D EO L OG fA E L D E R E C H O ;

M A T R I Z C O M ú N D E L A S P R O P U E S T A S C R I T I C A S

La criminología de siempre ha pretendido captar la cuestión

criminal como un fenómeno proveniente de la ciencia del derecho.

Esta ciencia es, desde un punto de vista tradicional, una dis-

ciplina autónoma cuyo objeto es el estudio del derecho, así como

la construcción y sistematización racionales de conceptos estable-

cidos a partir de dicho estudio. Pero en lugar de estar orientada

hacia las causas de su objeto de estudio -que es un fenómeno

social al mismo tiempo que una norma de conducta-, se vuelve

hacia el fin que las normas jurídicas se proponen alcanzar, cual

es lo justo en esta concepción tradicional, o sea, el bien desde el

punto de vista jurídico. Dicho en otros términos, a pesar de ha-

ber surgido de la experiencia, esta ciencia la supera para apun-

tar no ya al

s e r

mismo sino al

d e b e s e r

es decir, a ciertos valores

dados

a priori

a la conciencia. Por eso el derecho, que es feno-

ménico por su

origen

y

normativo por su destino, se presenta

como un objeto de ciencia autónomo. Su carácter parcialmente

normativo, debido a que descansa sobre una realidad que no vie-

ne dada enteramente por la experiencia actual sino en gran parte

por la representación de una realidad posible, futura y todavía

incierta, hace que desemboque en el espíritu aunque no siempre

salga de

él

Aun cuando emerja de la realidad social

y

retorne de nuevo a

ella, el derecho es, según la concepción clásica, el resultado de un

juicio de valor concreto con relación a un juicio espiritual abs-

tracto lo justo en sí) que, como se ha dicho, se refiere a lo que

debe ser, por lo que, en definitiva, reposa en lo esencial sobre el

reconocimiento de valores indiscutibles y dados a

priori

a la con-

ciencia.

Con semejantes premisas, el derecho construye la definición

del delito y, a partir de ella, la criminología orienta sus investi-

gaciones. Primero, basándose en el contrato social y partiendo de

la concepción filosófica de la Ilustración;

u

que se denomina como

escuela clásica de la ciencia penal Beccaria) se interesó funda-

mentalmente por los modos mediante los cuales el Estado debe

reaccionar frente al hecho penal limitación y proporcionalidad en-

tre las penas los bienes lesionados). Segundo, eliminando el con-

cepto metafísico del libre arbitrio e insistiendo en la unidad del

método científico, el positivismo criminológico se concentró sobre

el hombre delincuente y provocó una revolución copernicana res-

pecto del objeto de estudio. Tercero, dirigiendo la atención sobre

el aparato o sistema de control y fundándose en el proceso de de-

finición, el interaccionismo genera otro salto cualitativo en la cri-

minología.

Mientras tanto, la perspectiva marxista le discute al derecho,

objeto de estudio de la ciencia jurídica tradicional, todo tipo de

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autonomía. No solamente se deriva de la inlracstructura econ6-

mica sino que, además, no se separa nunca de ella. Todo modo

de producción posee su derecho y su Estado; por lo tanto, el pri-

mero no puede ser considerado en sí mismo, aisladamente de las

condiciones materiales que lo hacen surgir. No es nada en sí mis-

mo;

no tiene un valor propio por no ser más que una simple

expresión de las relaciones sociales, resultantes a su vez de las

relaciones de producción existentes. Todo enunciado que el de-

recho contenga debe ser inmediatamente referido al contexto eco-

nómico y social que lo condiciona, sin el cual sus reglas no serían

comprensibles, no tendrían un sentido suficientemente determi-

nado. Si se dice que el axioma de que alas convenciones legal-

mente formuladas son ley para las par tes» es un principio de la

más alta moralidad porque encierra el gran principio de respe-

to a las convenciones o a la palabra empeñada) y no se vincula

al sistema de producción capitalista del período liberal

y

compe-

titivo, no se agrega nada a su imprecisión inicial. Y aún hay más.

Se podría pensar -ntendiendo al revés el enunciado en cues-

tión- que es el derecho el que fundamenta las relaciones sociales

que resultan de las relaciones de producción vigentes y estas re-

laciones mismas, cuando la verdad es todo lo contrario. Incluso

podría deducirse que una autoridad social soberana es capaz de

cimentar, dictando reglas a su capricho, sin tomar en cuenta para

nada la necesidad histórica que le ha permitido hacer lo que

hace, cualquier tipo de relaciones sociales y, por lo tanto, cual-

quier tipo de relaciones de producción, cuando en realidad dicha

autoridad está absolutamente condicionada por el papel histórico

que le ha sido asignado y que está contenido en la infraestructu-

ra económica de la cual dimana todo su poder v. Mam, 1974,

t IJI p.

16 .

También la concepción marxista cuestiona el punto de vista

tradicional de que el derecho sería un conjunto de juicios de va-

lor. No lo es y no tiene nada en común con una pretendida teoría

de los valores, así como no es tampoco, sea como sea, una rea-

lidad objetiva contenida enteramente en las relaciones de produc-

ción económica; implica, además, una fuerte dosis de ideología

cf .

Stoyanovitch, 1977, p. 173). Es que, en verdad, así como Marx

afirma que no hay un Estado en el sentido abstracto del vocablo

v .

Marx, 1974, p. 24), sino que hay estados en el espacio y en el

tiempo Estado prusiano, Estado franccs, etc.) , no hay tampoco de-

recho, sino reglas jurídicas no hay contrato de venta sino rela-

ciones contractuales que se refieren a una prestación determinada).

O sea, que no hay conceptos en gencral ni conceptos jurídicos de

la realidad social, sino simplemente la realidad social misma, re-

belde a toda clase de abstracciones.

Ésta es la metodología que el marxismo propone para demos-

trar que la ciencia del derecho se basa en una ideología, o sea en

una falsa representación de la realidad. La construcción de con-

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ceptos jurídicos abstractos ha dado nacimiento a una ciencia nor-

mativa conforme a los intereses de una clase dominante explo-

tadora que, elaborada en la época del capitalismo de acumula-

ción, descansa sobre tales bases. Por eso, su fragilidad e inconsis-

tencia son consecuencias directas de la errónea creencia de que

esta ciencia puede aspirar a una autonomía legítima.

En consecuencia, si el derecho y la ciencia que

lo

estudia no

sólo no son disciplinas autónomas, sino que, además, los concep-

tos que crean son falsos

y

extraños a la realidad que deben

aprehender, el delito -como categoría creada po r ese derecho-

la disciplina que lo investiga, como también su autor y el sis-

tem a de control penal -la criminología-, est án asentados sob re

bases equívocas.

De reflexiones de un talante sem eja nte nacen los dis tintos en-

foques para corregir la orientación tradicional de la criminología.

Una concepción radical para dicha corrección tomó cuerpo en

Europa de una forma orgánica

y

vinculada por necesidades comu-

nes a los países de procedencia de los distintos representantes

que pretenden estudiar los fenómenos de la desviación y su con-

trol social desde el prisma que supone la crítica a los sistemas

sociales nacidos del Estado benefactor t l?e l fareS t a t e ) . Otra con-

cepción, absolutamente alejada de la primera, fundada en realida-

des sociales muy peculiares que han sido engendradas por la 16-

gica impuesta por los países centrales, es la que se está gestando

en América latina.

A

ambas serán dedicados los apartados si-

guientes.

5 U N A P R O P U E S T A R A D I C A L E U R O P EA :

E L G R U PO E U RO P E O P A R A E L E S T U D I O D E L A DE S VZ A CIO N

E L C O N T R O L S O C I A L

Como ha sido expuesto más arriba, es en Europa donde la re-

flcxion en torno al tem a de la desviación el control social asu me

una dimensión integrada desde una visión preocupada por la re-

gresión autoritaria que era perceptible a principios de los años

setenta. La publicación de un Mani f i e s to

y

la constitución formal

del Grupo Europeo para el Estudio de la Desviación y el Control

Social» E ilr op ea n Grotrp for t l ie St i id y of Dei~iut lce and Social

C o i l t r o l ) son los actos de nacimiento de la integración aludida.

El i t er de este grupo, que ya lleva celebradas diez conferencias

anuales

7:

Impruneta-Firenze, septiembre 1973;

:

Colchester-

Essex, septiembre 1974; :

Amsterdam, sept iembre 1975,

IV:

Wien,

septiembre 1976; v: Barcelona, septiembre 1977; VI: Steinkim-

men-Bremen, septiembre 1978;

vi^

Copenhaguen, septiembre

1979;

V I I I :

Leuven, septiembre 1980;

rx:

Derry, sept iembre 1981, y

x : Bologna, septiembre 1982) -a la luz de las reuniones ce lebradas

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por organismos intereuropeos en los que aparecen representadas

las opiniones de la criminología «oficial» por las personas de mi-

nistros, funcionarios de los distintos gobiernos o académicos es-

trechamente vinculados a las esferas gubernativas de sus países-

revela una marcada contraposición a las políticas criminales or-

todoxas de Europa occidental. En general, en cada reunión del

grupo se presentan documentos diferentes o únicos) sobre los

distintos países que aparecen representados de forma oficiosa, in-

formando sobre la situación nacional en lo que se refiere al tema

central -o conexos- seleccionado.

En la

pr imera

reunión Impruneta-Firenze) se informó -con

diversos documentos críticos- sobre el estado de la criminología

en los diversos países europeos y sobre los movimientos u orga-

nizaciones de presos en esos y otros países, centrándose las dis-

cusiones en la crítica de las sociedades que continuaban aislando

a sus miembros disidentes y colocándolos en situaciones margi-

nales de detención o de estigmatización social. Un tema trascen-

dente, que el Grupo Europeo consideró corazón de la criminolo-

gía radical de su momento, fue la exigencia ideológica para la

abolición de las prácticas segregadoras en el control social. Pero

para lograr este fin se consideraba necesario comprender t eór i

c am e n t e :

a) los procesos y motivaciones que informan las per-

manentes y crecientes actividades de los violadores de la ley, y

b)

los procesos y motivaciones que informan las reacciones de

quienes hacen las leyes gobiernos

y

grupos hegemónicos)

de quienes las ejecutan. En consecuencia, también en esta reu-

nión se aportaron documentos sobre la delincuencia organizada,

sobre el delito de exacción, sobre las tareas sociales del derecho

penal, etc.; todo lo cual contribuía a construir una teoría crítica

del derecho y del control social de los últimos veinte años en

Europa

c f .

Bianchi, Simondi e 1 Taylor, 1975).

En la

segunda

reunión Colchester-Essex) la tarea estuvo orien-

tada hacia un objetivo mayoritariamente teórico y prevaleció la

tentativa de reconstrucción his tór ica de las distintas formas de

control social realizadas a través de las instituciones y, precisa-

mente, en los hospitales psiquiátricos, las cárceles

y las escuelas,

seguida luego de intervenciones de carácter más general. Sin in-

tentar reconstruir aquí el desarrollo de las discusiones -para lo

cual se puede acudir al comentario sobre la reunión escrito por

D. Melossi 1975, pp. 189-196) o a los propios

papers

aportados-,

uno de los resultados más sorprendentes del encuentro fue la simi-

litud de muchos de los análisis nacionales, aunque casi todos pro-

venían de situaciones histórico-sociales por demás diferentes. De

todos esos

papers

surge que en esos países europeos la histo-

ria de las clases marginales es una parte integrante de la historia

del proletariado, tal como la historia de las instituciones segregan-

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tes es parte de la historia de1 capital. Mas estos tipos de análisis

provocan la pregunta acerca de qué es lo que está en la base del

Grupo Europeo cuando busca una reconstrucción histórica del

modo mediante el cual se ha ejercido la política social

y

de con-

trol y obviamente, dentro de ésta, la política criminal). La res-

puesta surge espontánea: el Grupo pretende demostrar la crisis

de semejante política. Dado que el Grupo está formado desde su

origen por representantes de los países centro-septentrionales Re-

pública Federal Alemana, Gran Bretaña

y

los que constituyen Es-

candinavia) e italianos, obviamente sus intereses se centran en el

origen y la crisis del Estado benefactor t v e l fa r e S t a t e ) .

El debate que también se había iniciado en Colchester sobre

las relaciones entre criminalidad y lucha política, desde el pun-

to de vista de la izquierda, reveló una gran heterogeneidad del

Grupo Europeo, compuesto por marxistas

y

por

radicales,

que re-

flejaba la variedad y la situación del marxismo y del movimiento

de clases en Europa. Ese debate se continuó con ocasión del co-

loquio de autores A u t o ~ e n k o l l o q u i t ~ m )elebrado en Bielefeld en

noviembre del mismo año de 1974 sobre el libro T he Netv Crimi-

nology de los b1,itánicos 1 Taylor,

P..

Walton y

J.

Young. Durante

las discusiones afloraron algunas iniciativas acerca de cómo po-

dría recomponerse la fractura que se notaba entre la clase obre-

ra y una serie de movimientos espontáneos que nacían fuera de

ella liberación de la mujer, homosexuales, etc.)

y

que se refieren

a grupos de

marginados.

Puesto que dicha fractura nace de la

incapacidad de las organizaciones de clase para elaborar

u

pro-

grama mediante el cual se pueda unificar

y

hegemonizar aquellos

estratos en torno a la clase obrera, este punto se transformó en

la indicación políticamente más significativa que emergió de las

reuniones de Colchester

y de Bielefeld c f . Melossi,

1975

ci t . ) .

En la tercera reunión del Grupo Europeo Amstei-dam) el tema

general de discusión fue el de «Los delitos de los poderosos» ~ T h e

Crimes of Powerful,,), que fue abordado desde el punto de vista

de la represión en algunas intervenciones de carácter general.

Mas, posiblemente, este carácter determinó que esas contribucio-

nes tuvieran el rasgo común de un tratamiento demasiado abs-

tracto. Por supuesto que se presentó como muy reductivo el as-

pecto de limitar la discusión sobre esa cuestión a la sola repre-

sión del disentimiento político, cuando podían haberse traído a

colación tantos otros temas partiendo del mismo punto de vista;

basta pensar en los crímenes del

imperialisn~o, ue para esa épo-

ca las sesiones del Tribunal Russell sobre América latina habían

puesto de relieve; pero es indudable que asuntos semejantes no

pasaban ya al terreno de los intereses del grupo. Pueden señalarse

los informes de

S.

Hall y de W. J. Chambliss sobre los distintos

aspectos que estuvieron en la trastienda del sonado Watergate

de las luchas de facciones que llevaron a la destitución de Richard

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Nixon como presidente de los Estados Unidos. De los grupos de

trabajo que se formaron en esta reunión -«El control social de

las mujeres», «La naturaleza cambiante de la represión legal»

«Cambio económico

y

control legal»- debe destacarse el primero

por sus discusiones más incisivas sus informes mejor prepara-

dos. Se discutió sobre los dos puntos centrales de la construcción

de una teoría del control apta para enfrentar la cuestión del com-

portamiento de las mujeres, los cuales, según se puso allí de ma-

nifiesto, han de ser: la distribución del

trabajo entre sesos y la

función los mecanismos de la intervención del Estado (crimina-

lización, hospitalización, asistencia) en un sistema socio-económico

dado.

En la

cua r t a

reunión (Wien) la discusión se organizó en torno

a t res núcleos temáticos fundamentales, que fueron: la legisla-

ción y la realidad de la familia la condición femenina, con par-

ticular atención al tema del aborto; las formas de control social

y de criminalidad más directamente vinculadas al desarrollo ca-

pitalista contemporáneo los problemas relacionados con el aná-

lisis de las políticas criminales y penales. Pero el tema central de

la reunión -retomado de la tercera conferencia de Amsterdam-

fue: ((Cambio económico

y

control legal». Ahora bien, ciertamen-

te, en el primer núcleo temático referido reapareció, con todo su

vigor, la cuestión de la condición femenina bajo las distintas face-

tas en que sus desventajas se reproducen en todos los países en que

falten estructuras democráticas que garanticen la participación de

las mujeres en la gestión pública del problema. Sin embargo, fue

en los dos núcleos temáticos restantes donde se pusieron bien de

relieve en esta reunión algunos motivos de transformación y tam-

bién de crisis en la actividad del Grupo Europeo. Razones de fon-

do han quitado espacio al análisis puramente criminológico -aun

en el enfoque más

radical

para privilegiar las investigaciones

sobre las causas de fondo, estructurales, políticas y económicas

del origen de la marginación de la desviación. La absorción de

categorías criminológicas en otras sociales más amplias comenzó

entonces a generar otros intereses y quizás una nueva conforma-

ción del Grupo Europeo.

La

q u i n t a

reunión su lugar de encuentro (Barcelona) cons-

tituyen una verificación de las tendencias marcadas en la confe-

rencia anterior. No fue casual elegir a España, en esos tiempos

de comienzo de la transición política de la dictadura a un régi-

men de garantías formales, pues de tal manera se subrayó la pro-

puesta de individualizar en la lucha por la democratización -pro-

pia del pueblo español antes que nada, pero de todos modos

común a toda Europa- la matriz política y el terreno adecuado

para

el

trabajo del Grupo Europeo. La conferencia fue convocada

para discutir cinco puntos programáticos que, en síntesis, podían

reconducirse al gran tema de la descentralización del control,

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como terreno de una más articulada represión

y

manipulación

de los comportamiento desviados y, por el contrario, de organiza-

ción de respuestas «descentralizadas» respecto de la estrategia del

poder en el ámbito de una diferente intervención política de base.

Sin embargo, de acuerdo con el desplazamiento del ángulo de en-

foque -ya surgido en conferencias anteriores- del estudio de la

desviación

y

de la base estructural

y

socio-política de la evolución

del control que la define, el espectro de los temas tratados se

amplió notablemente

y

provocó la ampliación de las cuestiones

-en forma poco orgánica- a trat ar en esta reunión de Barcelona.

Estas cuestiones pueden resumirse en los puntos siguientes:

1 Los fenómenos de descentralización sobre el territorio de

los procesos de control social; el significado político de estos fe-

nómenos.

2

El desenvolvimiento de las formas de represión en deter-

minadas situaciones políticas de transformación.

3. Las dinámicas internas correspondientes a determinadas

estructuras institucionales públicas, en relación con la organiza-

ción del control.

4

Cuestiones de criminología

y

análisis de algunos comporta-

mientos desviados.

5.

El control social sobre la mujer.

Una visión sintética del análisis de los resultados producidos

en esta

V

conferencia del Grupo Europeo deja percibir hasta qué

punto las tensiones especulativas con las cuales se cerró la reu-

nión en Wien no lograron madurar en la de Barcelona, quedando,

por un lado, el análisis de la involución autoritaria de las demo-

cracias occidentales

y

por o tro lado, en la perspectiva de una dis-

cusión de líneas de interevención política, la interpretación de los

fenómenos de desviación. Dos aspectos de un discurso posible,

que no llegó a encontrar en Barcelona un terreno de confronta-

ción más directo

y

específico. No es fa lso suponer que lo que ha

contribuido de manera notable a que se mantuviera esta situa-

ción ha sido la atracción inevitable del Grupo Europeo a la cri-

sis de la nueva izquierda*

y

de las tesis desarrolladas por los

movimientos europeos con esa orientación a partir del año 1968,

en el ámbito de los cuales había nacido y crecido aquel grupo sin

dejar de hacer referencia a ellos v . Mosconi, 1979 pp. 331-338).

Sobre la

sex t a

reunión del Grupo Europeo Steinkimmen-Bre-

men) pesaba una situación que puede resumirse en los puntos si-

guientes: la automarginación

y

la criminalización de los restos

del movimiento estudiantil en Alemania federal; el aislamiento

intelectual de los movimientos radicales ingleses; la eghettización~

de Ios movimientos contraculturales de los paises escandinavos.

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Todos estos aspectos parecieron reflejarse en la esquematización

de ciertos conceptos d e <<izquierda» alternativos, lo cual e n mu-

chas de las intervenciones de los asistentes a la reunión se tra-

dujo en la reconfirmación ritual de la identidad política de los

expositores, más que en tentativas reales de profundización ana-

lítica y de auténtica inventiva. El tema central de la reunión, muy

actual e incitante para la época, fue Terrorismo violencia de

Estado)) se pretendió desar rollar en ocho puntos, a saber: 1. De-

finición de terrorismo. 2. Institucionalización de la violencia.

3

Aun-iento de las fuerzas de policía. 4. Crirninalización d e la iz-

quierda y represión legislativa. 5. Las funciones políticas del terro-

rismo. 6. Las funciones

de los nzass rnedia en la definición del te-

rorismo. 7. Terrorismo y crisis del capitalismo. 8. Perspectivas de

estrategia revolucionaria en contraposición a l ter rori smo y a la

violencia de Estado.

Por razones organizativas las cuestiones tocadas e n realidad

en es ta reuniGn fueron las relativas a los puntos 4 5 y 6 Respecto

de las dos primeras debe señalarse -en cuanto a la República Fe-

deral Alemana- la exposición del clamoroso caso de monta je lle-

vado a cabo por la prensa a fin de crear un clima de terrorismo

psicológico y de organizar el consenso mediante lo que se conoce

conio el «caso Mescalero)). De éste debe decirse qu e consistió en

la persecución de estudiantes y profesores que se adhirieron a la

afirmación hecha por un pequeño periódico estudiant il en el sen-

tido de que la n-iuerte del fiscal general Buback abr il, 1977) a

manos de terroristas de izquierda no constituía un hecho dolo-

roso. Asimismo, se sostuvo que la Iegislación sobre orden público

no tiene realmente la función de combatir el terrorismo, sino la

de hacer iiiternalizar a cada ciudadano su papel de policía, lo cual

constituye un aspecto determinante del análisis de la alteración

de la función del derecho en el Estado fundado sobre el capita-

lismo maduro. En cuanto a Italia, se introdujeron cn el debate la

situación política intern a como conseciiencia de haberse aludido

al «caso Moro)), las posiciones políticas cxprcsadas por las ~ B r i -

gate Rosscs mediante s ~ i s omunicados

y

la tendencia a la ci-i-

n-iinalización de toda el área de la oposicitin extraparlamentaria

al rkginicn de gobierno.

Eii

relación con cstos aspecto seliaIados

y otros que sc tocaron en la conferencia que sc resena, cabe des-

tacar la dificultad evidente que existió para referirse concreta-

niente a movimientos o grupos quc, disociándose críticamente

dcl terror ismo, conservan una función de oposición de acusa-

ción a las involucioncs autoritwias del Estado en un tema tan

espinoso como el analizado cn esta reunión del Grupo Europeo.

Esta situación fuc la que evidentemente influy6 para que las po-

nencias presentadas estuvieran dedicadas a analizar casos muy

particulares o pa ra que, a travks de ellas, se asumieran posiciones

demasiado teóricas

1..

Mosconi, 1979, loc. cil. . Corresponde aquí

resaltar la manifestación hecha por uno de los miembros del con-

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sejo editorial

( Ed i to r ia l Bo ard )

del Grupo Europeo -difundida

en la publicación que el propio grupo hizo de algunos de los do-

cumentos de trabajo presentados a esta

V

conferencia cf. Euro-

pean Group for the Study of Deviance and Social Control 1979,

p.

3 - en el sen tido de que El creía que el ob jetivo de la conferen-

cia, que consistía en suministrar al grupo una comprensión aca-

bada de la cuestión del terrorismo, no fue alcanzado totalmente

por cuanto la discusión se basó en ciertas suposiciones respecto

de las cuales no hubo acuerdo de los partícipes

y que se resu-

men en el rechazo del terrorismo como forma de lucha política

para Europa.

La percepción de la dificullad subrayada en el párrafo ante-

rior fue, sin duda, el estimulante para las vivaces discusiones sos-

tenidas en Bremen y abriG la posibilidad de un interEs xnás pro-

fundo por cuestiones cruciales a debatir en la próxima conferen-

cia. La coincidencia dc la reunión anual de la «National Dcviance

Conferencen con la <<Conferenceof Socialists Ec on om is ts ~, ele-

bradas en Londres en tre el 6 el 7 de enero de 1979,

y

de sus te-

ma s centrales, que fueron las

hipótesis

de correlación de los pro-

cesos econOmicos con los fcnómenos norniativos

y

con los compor-

tamientos desviados, promovió en cl Grupo Europeo la exigencia

de retornar a pr ob le n~ as e la teoría materialista del derecho, así

como a la cuestión de la relación entre la desviación el mercado

de trabajo, partiendo del análisis dc Ruschc y Kirchhcimer 1968,

2a. ed.).

La

s¿ptir?ia

conferencia Copenhaguen) se planteó entonces bajo

la exigencia dc profundizar los contenidos teóricos del análisis

del derecho en experiencias concretas de transformación social

y

en la pcrspcctiva de la transición al socialisnio. Asimismo, otra

demanda que se presentaba a e sta reunión era buscar modelos de

interpretación criminológica que, alejiindosc tanto de los presu-

puestos del radicalismo idealista como de propuestas reformis-

tas, suministren instrrimentos útiles para incluir el ariilisis de la

desviación en la óptica más integral

de

la lucha de clases. Con

el impulso de est as indicaciones, el tema dc Copcnhag~icn «Des-

viación y disciplina»- parecía determinarse e n el sentido de una

reflexión compleja má s orgánica sobre los contenidos de las

relaciones entre los cambios económicos, los cambios de los sis-

temas de control

y

los fenómenos desviado?. Retornando las ela-

boraciones teóricas sobre el Estado, el derecho el control s u

cial hech~ispor autores como PaSukanis, Rusche, Kirchheimer,

Foucault

y

Thompson, la atención se centr6 particularmcntc en

los fenómenos de transformación del control social cn la última

década, con especial dedicación a la difusión de formas de

so t

C o n t r o l ,

así como a la introducción de la tecnología la medicina

cn los sis temas de .control difuso.. Asimismo, y como continua-

ción, se af rontó cl tenla de la función real d e la criminología .al-

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ternativa)) o «de izquierda)), como posible ideología de recambio

a la vista de la legitimación de las funciones represivas más es-

tructuradas que desempeñan los criminólogos en el proceso de

burocratización de los servicios públicos.

El tema central de la

octava

conferencia Leuven) fue Con-

trol del Estado sobre la información en el campo de la desviación

y el control social». Este tema, en realidad, ya había sido seña-

lado en uno de los papers presentados a la reunión de Copenha-

que

M.

Brusten, Social Control of Criminology and Criminolo-

gists),

que se incluye en la publicación que el grupo ha hecho de

todos los documentos presentados en Leuven

c f .

European Group

fo r the Study of Deviance and Social Control,

1981,

pp. 58-77); posi-

blemente es este el origen del tema central elegido y, consecuen-

temente, éste es el motivo de que la perspectiva general sobre el

mismo estuviera a cargo de quien hizo alusión al asunto, junto

con otro colega

M.

Brusten y

L

van Outrive,

The relationship

between state institutions and the social sciences i n the field o f

deviance and social control).

Este Último documento fue redactado

teniendo en cuenta las respuestas a un cuestionario enviado a

miembros del grupo, en el que se solicitaba información sobre

investigaciones que pudieran estar llevándose a cabo en los países

europeos sobre control social. Esas respuestas fueron, por lo

visto así lo aseguran los autores del documento,

v

Brusten

y

V. Outrive,

op. cit.,

nota

l ) ,

bastante cualitativas y descriptivas,

motivo por el cual el trabajo en sí propuso más problemas que

soluciones. Vale la pena, eso sí, resaltar aquí que los mismos au-

tores

op. cit., loc. cit.)

confiesan haber comprobado, a través de

la confección de su informe, las grandes diferencias que separan

los países de Europa occidental, motivo por el cual -incluso

antes de enviar los informes tuvieron dificultades para preparar-

los de fo rm a eficiente- no se han satisfecho siempre todas las

situaciones particulares de los distintos países. Esta situación

marca un hecho digno de ser tenido en cuenta a Ia hora de eva-

luar la pretensión del Grupo Europeo por cubrir toda la proble-

mát ica de la desviación

y

el control social. Por otra parte, y como

remarcan unos comentarios que se formu laron al documento prin-

cipal v. A. Baratta y G. Smaus, Comments on the paper of

M Brusten and L van Outrive),

la esquemática oposición de los

conceptos «investigación contro lada po r el Estado» e investigación

libren -que emplean los autores del informe principal aludido

como correspondiendo la primera a la realizada por las agencias

de control oficial y la segunda a la investigación hecha por uni-

versitarios- merece una evaluación teórica y política que depende

del grado de legitimidad que pueda otorgarle la división entre

Estado y sociedad, la cual, en países que no se han convertido

en autoritarios como los europeos occidentales, no es tan aguda

como supone aquella oposición. Estas circunstancias marcan, asi-

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mismo, una medida de las distintas apreciaciones valorativas que

surgen en el seno del Grupo Europeo.

En la

noven

conferencia Derry) no existió una coincidencia

casual entre el país de celebración Irlanda del Norte)

y

el tema

central de la misma: Seguridad interior del Estado)). Muy por

el contrario, dadas las especiales circunstancias por las que pasa

y pasaba ese país, el Grupo Europeo demostró un compromiso

particular al reunirse allí y discutir el tema aludido.

Y

en efecto,

más allá del valor intrínseco de las ponencias aportadas, lo más

oportuno es señalar aquí las comprobaciones que los participan-

tes de la conferencia hicieron in loco así como las acciones que

emprendieron como parte de su empeño activo por reclamar un

control social democrático. Antes que nada debe insistirse en que

el Grupo Europeo y los participantes en la conferencia se encon-

tra ron en Irlanda del Norte con un «país en guerra)), en el cual

se ponen en práctica -sobre la población civil- todas las viola-

ciones, por ejemplo, de los derechos de los prisioneros, si se atien-

de a las degradantes situaciones en que se somete a los detenidos

por el gobierno británico. Esto fue debidamente comprobado por

el grupo y manifestado por la radio y periódicos europeos tras la

visita a Derry. Lo mismo se comprobó con respecto a ciudada-

nos «libres» en los

ghettos

católicos de Belfast y Derry. Pero una

reunión con grupos feministas irlandeses, que exaltaban su deseo

de independencia de Inglaterra, otorgó a la gente del grupo la

prueba de que, en ar as de concretar esa aspiración, las mu jeres

estaban dispuestas a sacrificar las conquistas logradas ba jo la

dominación inglesa aborto, divorcio, etc.) , puesto que tal ha de

ocurrir si Irlanda del Norte recupera su libre decisión, dada la

hegemonía católica sobre la población. Como se advierte, la ex-

periencia de Derry debió proporcionar a los miembros del Grupo

Europeo que asistieron a esa conferencia la evidencia -ya resal-

tada anteriormente- de que es difícil medir con el mismo rase ro

situaciones nacionales tan desiguales en el terreno del control

social. En general,

la

reunión sirvió para discutir una cuestión ini-

ciada en Leuven, con los casos de Alemania y España, cual es

la de las nuevas técnicas de máxima seguridad en el control

social.

La décim conferencia, convocada para septiembre de

1982

aca-

ba de celebrarse en Bologna como homenaje a Italia por haber

sido este país el que acogió a la primera reunión del Grupo Euro-

peo, ocasión en la cual se constituyó la entidad. Por otra parte, el

grupo contó con la acogida del gobierno de la región Emilia-Re

magna debido a la tradición progresista y partisana de la misma.

Los temas propuestos para la discusión fueron la problemática

psiquiátrica y la minoría de edad como ámbitos en los cuales el

control social asume formas particulares de ejercicio. No hay duda

de que con respecto al primero, y por constitutir Italia un país li

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der en el campo de la descentralización y la desinstitucionaliza-

zación del tratamiento psiquiátrico, la aportación de esa experien-

cia otorgó a los participantes en esa reunión una nueva prueba del

panoranla poco uniforme que brinda Europa en las cuestiones

de las que se ocupa el Grupo Europeo.

Hecha esta reseña sobre diez años de actividad del Grupo Eu-

ropeo pa ra el Estudio de la Desviación el Control Social, cabe

formular un juicio sobre los resultados obtenidos por el mismo.

Es indudable que la difusión de los resultados de las investigacio-

nes que en cada conferencia se han discutido no ha sido todo lo

amplia deseable, obviamente en razón de las comprensibles opo-

siciones oficiales que en todos los países europeos se han levan-

tado contra la actividad del grupo. Pese a ello, existe un recono-

cimiento -en algunos casos no explícito- de la obra empren-

dida, incluso por criminólogos «liberales». Sin embargo, vista la

actividad de cara al futuro, existe bastante evidencia de que los

intereses del grupo se siguen centrando en una problemática que

afecta casi enteramente a los países anglosajones de Europa occi-

dental, lo cual, por supuesto, satisface

la

hegemonía que sobre

la entidad ejercen los estudiosos provenientes de esos ámbitos

culturales. Pese a q ue desde su nacimiento han actuado dent ro

del grupo en ciertos casos con papeles de relieve) representantes

de países mediterráneos, es no obstante bastante claro que el

análisis de cuestiones propias de estos últimos siempre queda

relegado; una prueba de esto lo revela el hecho de la uniformi-

dad idiomática puesta en práctica el inglés ha sido, hasta ahora,

la lengua única) sin haberse hecho recurso a lengua romance al-

guna. Ciertas tentativas de acercamiento a grupos afines en paí-

ses mediterráneos Interlabo, de Francia) no han dado, por ahora,

frut os en ese campo. Estas circunstancias promueven una inte-

rrogante que debe formularse a los estudiosos del control social

de los países europeos meridionales, en el sentido de saber si los

que se encuentran compenetrados con la problemática de que se

ocupa el llamado Grupo Europeo no deben reclamar una mayor

sensibilidad de éste por lo que acontece en sus países, o bien si

son ellos mismos los que deben promover la actividad del Grupo

en esa dirección. Más allá de este aspecto no parece inoportuno

plantear también la posibilidad de generar otros niveles de aná-

lisis de los fenómenos de desviación

y

del control social propios

de los países mediterráneos.

6 A M E R I C A L A T I N A: N U E V O S C A M I N O S C RZ T IC O S

La historia de la dependencia cultural latinoamericana aparece

muy estrcchainentc vinculada a la existencia de las diferentes co-

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lonizaciones -sobre todo de ca rácter econcimico- de que ha11

sido objeto casi todos los países del subcoiitirientc, en el per-íodo

que nace a continuación de los procesos de independencia de Es-

paña. Hasta entonces, en niuy pocos casos sOlo eii aquellos en

que la importancia econbmica de las colonias lo imponía, puede

hablarse de c1es:irrollos cultura es propios, más allá del influjo que

habían dejado las culturas aborígenes, algunas dc tanto pcso

y

tradición.

En algunas circunstancias, sin embargo, parece que en ciertos

terrenos América latina ha ganado la delantera a Europa. Esto

ocurre cuando se analiza la aparición cl creciniiento dc la cri-

minología en

el

área latinoamericana, sin pre star atención

a

la5

razones externas a la disciplina que han pi-ovocado esa gesiacióii.

Por un lado, ciertaniente, esas razones deben buscarse en el sub-

desar rollo de la región, determ inado , a su vez, a fines del siglo

xrx

por el proceso de expansión del

capitalismo, el cual impuso la

necesidad de implantar cierta disciplina social en relación con la

nueva división internacional del trabajo. Por otro lado, hay que

analizar la exigencia de orden que planteaban las clascs dominan-

tes locales pa ra imponerse sobre la anarquía las guerras civiles

que durante largos períodos caracterizaron el tiempo posterior

la independencia, todo lo cual impedía el crecimiento de socic-

dades apegadas a sus intereses. E n este sentido, pese a las gran-

des diferencias en cuanto a conflictos clases sociales que ge-

neraban distintas manifestaciones del fenómeno criminal, la pri-

mera criminología de matriz italiana tuvo un asombroso trasplan-

te a Latinoamérica. Particularmente en Argentina, y so bre todo

en Buenos Aires, por s u condición de país lanzado a una plena in-

corporación al sistema capitalista de producción y como prototipo

de naciente sociedad conservadora-liberal, la nueva doctrina cri-

minológica tuvo la mayor acogida.

La historia de ese trasplante

y los hitos que marcan el rápido

progreso de la criminología en el Plata y luego en el resto dc

América latina han s ido ya magníficamente expuestos por Rosa

del Olmo (1981). Sobre ciertos aspectos y períodos más breves,

pero siempre intentando desvelar las razones histórico-políticas

y

socio-económicas que explican la precoz aparición de la disci-

plina, se han publicado algunos tr aba jos (García Méndez, 1979;

Bergalli, 1981) que , jun to al ya c itado de del Olmo, pretenden des-

mitificar el sistema de control social, el ciial, median te la crimi-

nología, se constituyó en la sólida base de un modelo propio de

sociedad para la periferia de los países industriales.

Particularmente interesante se presenta la evolución de la cri-

minología en América latina, precisamente en los ámbi tos donde

tuvo su originario veloz crecimiento y donde, po r imperio de las

fuertes demandas sociales

o

por influjo de la coyuntura interna-

cional que impuso la Segunda Guerra Mundial, se había agotado el

modelo de equilibrio social. La aparición en la superficie de las

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agudas tensiones y conflictos que provocaba la nueva situación,

por un lado, y la aparición de nuevas expresiones criminales im-

puestas por los procesos de industrialización y urbanización, por

otro, provocaron crecientes exigencias de control.

En este último caso, la vieja criminología positivista no pudo

dar respuesta a las requisitorias que se le habían formulado. Ape-

gada al estudio causal del delito y analizando los aspectos indi-

viduales de una criminalidad ligada a definiciones normativas, ha

seguido cumpliendo la mera tarea de clasificar delincuentes de

examinar unos comportamientos que sólo tienen relevancia para

mantener bajo custodia a quienes, por pertenencia a las clases

subalternas, son los clientes habituales del régimen penal.

Empero, al servicio de una política social injusta y privilegian-

te, esa criminología sí que ha cumplido un papel destacado. En

efecto, a medida que las oligarquías autóctonas fueron retoman-

do el aparato del Estado, convirtiendo a éste en el mejor instru-

mento de sus intereses sectoriales, la criminología se fue trans-

formando poco a poco en la herramienta idónea frente a la re-

beldía política y social. Los más recientes procesos históricos en

los países latinoamericanos del denominado

cono

sur, donde esa

criminología tenía un arraigo probado, han servido para demos-

tr ar aquella afirmación. Hasta su empleo su gestión, en favor

de esa orientación y en las manos de conspicuos representantes

de las élites, así lo ratifican cf.Bergalli, 1982 .

Llegada la exposición este punto,

y

de acuerdo con el propó-

sito señalado en el epígrafe de este párrafo, es oportuno interrum-

pirla para reconducirla hacia las manifestaciones de un pensa-

miento crítico en el campo criminológico.

No en vano s ha dicho que quien actúa como criminólogo sólo

puede desenvolverse en los ámbitos oficiales donde su disciplina

cumple la función asignada por el antiguo modelo integral de

ciencia penal, aplicando conceptos y categorías de delito y de-

lincuente válidas para todo tiempo y sociedad

cf.

avarini, 1982,

«Introducción» . En cambio, quienes se ocupan de interpretar lo5

pt

ocesos políticos socio-económicos intentando explicar los feno-

menos de desviación que generan y adecuando a éstos formas d c

control democráticas y apropiadas para proteger a las mayorici\

ciudadanas frente al uso discriminante del sistema penal, ya

n o

podrán denominarse «criminólogos». Serán estudiosos, formado5

en las distintas áreas de las ciencias sociales, que pretenderán

construir un modelo de control social que ha de ser crítico de los

métodos empleados hasta ahora y deberá enmarcarse en una teo-

ría política determinada.

Una transformación semejante es la que se está produciendo

actualmente en América latina entre quienes habitualmente, des-

de fuera de las agencias del control social oficial, se preocupan

por las cuestiones que a éstas atañen.

Las primeras manifestaciones de esa mutación comenzaron a

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producirse en Venezuela. Posiblemente fue consecuencia del cam-

bio peculiar que la explosión petrolera produjo en las costumbres

de la sociedad venezolana, o bien en razón de la recomposición de

la izquierda, que tomó posesión de los recintos universitarios

cuando a principios de los años setenta la lucha armada comenzó

a carecer de sustento y razón. Lo cierto es que en ese país re-

cibe un gran impulso la reflzxión progresista.

Unos cuantos estudiosos de cuestiones sociales, en su mayoría

juristas

y

algunos sociólogos

-casi todas mujeres-, formados

jun to a teóricos del marxismo Silva Michelena, Vasconi), comien-

zan a adentrarse en temas propios de la vieja criminología -dis-

ciplina que hasta entonces en Venezuela era cultivada por unos

pocos profesores d e derecho penal- con un enfoque crítico.

El instituto de criminología de la Universidad del Zulia Ma-

racaibo), dirigido por un prestigioso jurista y destacado intelec-

tual de la izquierda histórica -el doctor Francisco Burgos Fi-

nol-. se constituvó en el ámbito donde se manifestaron los ~ r i -

meros reproches a la criminología tradicional. Asumida la direc-

ción del instituto Dor Lola Anivar de Castro. rávidamente se Dro-

dujeron algunos hechos que concretaban aquel período de incu-

bación. Sus pr imeras publicaciones 1969, 1970) la revelaron como

una gran conocedora de lo que hasta entonces se denominaba

criminología interdisciplinaria y también como una fina jurista.

Pero poco después, con la aparición de los primeros números de

«Capítulo Criminológico», se manifestó también como una hábil

impulsora de nuevas ideas. Esto quedó confirmado con la orga-

nización del XXII I Curso Internacional de Criminología 28 de

julio de agosto de 1974), con la elección por ella misma del tí-

tulo del curso - Los ros tros de la violencia,,, que tra ía a estudio

nada menos que la expresión misma de la dominación y el some-

timiento en América latina-

y

con su audacia al enfrentar allí a

tradicionales representantes de las disciplinas que convergían en

la criminología ortodoxa con exponentes de posiciones muy radi-

calizadas en algunas de ellas como el caso de Franco Basaglia,

que promovió agudas polémicas en las sesiones).

Mientras en aquel instituto de Maracaibo se iba conformando

un equipo de investigadores orientados por su visión crítica, en

Caracas, aunque e n una sede dominada por el estudio de la dog-

mática penal, en la sección correspondiente del instituto de cien-

cias penales y criminológicas de la Universidad Central, un grupo

de sociólogos tenía similares preocupaciones. De ellas, sin duda,

ha sido Rosa del Olmo quien en primer lugar intentó acercar l

ámbi to latinoamericano los trabajos extranjeros en los cuales se

formularon los interrogantes básicos a la criminología tradicional.

Su traducción al castellano del llite Collar Crime de Edwin

Sutherland 1969), abr ió la puerta a la sociología criminal nor-

teamericana de posguerra, que comenzó a cuestionar las bases

estructurales del sistema social. Contemporáneamente y más tar-

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evolución teórica que en el terreno epistemológico había provo-

cado esa orientación, sólo podía encontrarse, en Venezuela y en

todo el subcontinente hasta 1977, en el texto de Lola Aniyar de

Castro 1977), fruto de sus lecciones universitarias.

Pueden citarse asimismo otras inquietudes latinoamericanas

que, desde otros países, han ido cimentando la creación de una

reflexión autónoma

y

crítica respecto de la desviación y el control

social, en especial el penal, en América latina. En Colombia, dos

publicaciones de Fernando Rojas H 1977, 1978) ponían de mani-

fiesto hasta dónde la criminología podía permanecer ajena o dis-

tante en América latina de las premisas políticas que mueven la

acción de los aparatos del Estado empeñados en el control social.

Mientras, Emiro Sandoval Huertas, con su tesis de grado 1978)

y

sus artículos sobre las penas y la prisión, difundidos en la «Re-

vista del Instituto de Ciencias Penales y Criminológicas de la Uni-

versidad Externado),, estaba demostrando hasta qué punto es ne-

cesario acercar la reflexión crítica a la ciencia penal tradicional

de su país, lo cual

ha

dejado ampliamente confirmado con su re-

ciente obra sobre la cuestión ejecutivo-penal 1982). Otros esfuer-

zos más modestos, pero no menos valiosos, son los que realizan

en Medellín Nodier Agudelo Betancur con la publicación que di-

rige «Nuevo Foro Penal»),

y

en Cali, donde la «Revista del Colegio

de Abogados Penalistas del Valle)), dirigida por Edgar Saavedra,

ha acogido en sus páginas algunos trabajos críticos.

Ha habido, asimismo, un buen número de expresiones aislada\

de una conciencia crítica en el resto de América latina, alguna\

producidas fuera del país de origen de sus autores en razón de la

irracionalidad allí imperante; és te es el ejemplo de Emilio García

Méndez 1979~. 979b, 1981), aunque en Argentina, sin duda, hasta

1977 las páginas de Nuevo Pensamiento Penal* -la revista fun-

dada por Luis Jiménez de Asúa- y luego Doctrina Penal. Teoría

y

Práctica en las Ciencias Penales», pese a la dura censura allí

reinante, han acogido trabajos de reflexión crítica

y

marxista.

Paralelamente a todo el movimiento de ideas sucintamente re-

señado, se estaba gestando algo más coherente y orgánico acerca

de la preocupación crítica en América latina. En efecto, al prome-

diar los años setenta, el instituto de criminología de la Univer-

sidad del Zulia -con la colaboración del Centro Internacional

de Criminología Comparada de Montreal- había convocado a un

buen número de especialistas latinoamericanos para iniciar una

investigación comparada en los paises del área sobre la temática

del delito «de cuello blanco),; mientras tanto, se estaba finiqui-

tando la que sobre la violencia se había iniciado con las reunio

nes de Quito 1976) Lima 1977). Con ese objeto se celebraron

encuentros anuales, hospedados por distintas universidades lati-

noamericanas, en los cuales se volcó el resultado de interesantí-

simos trabajos llevados a cabo sobre distintos aspectos de la cri-

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minalidad económica en general. En Bogotá 1978), en Río de

Janeiro 1979), en Valencia 1980), en México

D.F.

1981) y en Pana-

má 1982) se expusieron y discutieron los variados análisis sobre

las tres grandes categorías de conductas siguientes: a) las que

afectan a la salud y la vida de la colectividad; b) las que afectan

al patrimonio estatal,

y

c las que afectan al patrimonio social.

Hasta ahora los distintos informes nacionales han cubierto las

áreas de los delitos cometidos por la industria farmacéutica na-

cional

y

transnacional), los realizados contra la ecología, contra

la seguridad industrial

y

por la adulteración de sustancias alimen-

ticias, respecto de la categoría a) citada. La investigación actual-

mente está centrada en el plano de estudio de la corrupción ad-

ministrativa de alto nivel

y

en los delitos contra la economía na-

cional, como conductas propias de la categoría b).

La masa de resultados aportados por todas estas investigacio-

nes parciales, unidas a las que sobre la violencia ya han sido eva-

cuadas -algunas de excelente metodología y óptimo empleo de

los modernos instrumentos desarrollados por las ciencias sociales

para los análisis empíricos- persuadió a algunos estudiosos que

participan en el proyecto

y

a algunos otros que no habían estado

involucrados en ninguna de las investigaciones aludidas como,

por ejemplo, quien escribe aquí), de que estaban en presencia de

comprobaciones trascendentes. Una, quizá la más importante, con-

siste en que los fenómenos criminales estudiados - e n su gran

mayoría- eran propios de sistemas soci~económicos njustos e in-

teresados en beneficiar a grupos sociales minoritarios. Otra, que

puede seguirle en importancia, es que la criminología tradicional

en América latina había cumplido una función legitimante de esos

sistemas sociales, pues al ocuparse de una criminalidad ahistóri-

ca cuyos modelos

y

tipología eran importados, sólo atendió a

la que genera el mismo sistema penal, el cual, según se ha demos-

trado reiteradamente, sólo se aplica a quienes precisamente han

sido marginados por el orden social constituido.

En consecuencia, estaban echadas las bases empíricas para

comenzar a construir lo que ha podido denominarse la

Teoría crí-

t ica de l control social en Amér ica la t ina.

Así pues, se reunieron

Lola Aniyar de Castro, Emiro Sandoval Huertas y Roberto Ber-

galli -junto a otros colegas que no tuvieron intervención- y re-

dactaron un borrador de documento en el cual se pergeñaron las

ideas aue im~ulsaban sa redacción. Este borrador fue distribui-

do, independientemente de sus participaciones, a los investigadores

aue habían intervenido en los Drovectos internacionales aludidos

y a cierto número de colegas latinoamericanos y europeos a quie-

nes se sabía identificados con el impulso en cuestión. Emiro San-

doval actuó como remitente del borrador receptor de las res-

puestas. Finalmente, utilizando el último día libre que quedaba

tras la reunión para la investigación sobre «el delito de cuello blan-

co» -celebrada en Azcapotzalco, México D.F. sede de la Univer-

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sidad Autónoma Metropolitana, en junio de 1981-, se aprovechó

para discutir entre los asistentes la constitución de un nuevo gru-

po o movimiento -sobre la base del borrador aludido- con in-

dependencia de cualquier otro, que tenga por objeto la elabora-

ción de la buscada teoría critica del control social para América

latina, ahora ya sin injerencia de ninguna otra institución o per-

sonas no identificadas con los fines perseguidos.

A la discusión referida -que no fue especialmente tranquila

porque su tema mismo era enfocado por los participantes desde

distintos ángulos, aunque la preocupación central era común a

todos- fueron aportadas dos ponencias, en las cuales se centró

el debate de constitución del grupo. Una, presentada por Lola Ani-

yar de Castro bajo el titulo Conocimiento y orden social: crimi-

nología como dominación y criminología para la liberación», lue-

go publicada bniyar de Castro, 1981), y otra sometida por el au-

tor de estas líneas, denominada «Hacia una criminología de la

liberación para América latina» difundida luego de forma resu-

mida, Bergalli, 1981, y más tarde íntegramente, 1982b). En ambas

ponencias, luego de cuestionarse la función cumplida por la crimi-

nología positivista en América latina, se plantean los puntos bási-

cos, que sus autores consideran como tales, en torno a los cuales

debería elaborarse la teoría crítica pretendida, así como se for-

mula la epistemología y el método que deberían guiar esa tarea. En

la última de las ponencias citadas se expuso la evolución que ha

seguido en América latina la llamada filosofía de la liberación,

que en sus premisas contra la dependencia y el subdesarrollo cul-

tura l) se une a la búsqueda teórica que el nuevo grupo constitui-

do en Azcapotzalco se está planteando.

La reunión que tuvo que celebrarse en Santo Domingo, a conti-

nuación del

V

encuentro de criminología comparada para el área

del Caribe septiembre, 1982) -pero que fracasó por falta de or-

ganización-, proponía al nuevo grupo teórico la oportunidad de

comenzar su tarea al celebrar la primera discusión sobre el tema

de «El valor simbólico de la ley».

Hasta aquí los esfuerzos individuales y de conjunto para im-

pulsar el análisis crítico de los sistemas de control social -en es-

pecial el penal- en América latina. El futuro de una teoría con

semejante talante estará obviamente ligado a la intensidad de las

tentativas que pretendan enmarcarla en el cuadro más amplio de

la teoría política particular que se esboce en los distintos paises

latinoamericanos. Ya no cabe duda de que en criminología cual-

quier elaboración teórica que se formule, manteniéndola alejada de

las respectivas realidades sociales que pretenda abarcar y sin to-

mar parte de un enfoque global de éstas, está condenada al fra-

caso.

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X Criminología propuestas críticas concretas

por Rober to Berga l l i

Con la exposición formulada en el capítulo anterior es presu-

mible suponer que en el presente pueda realizarse una reseña de

las propuestas que, basadas en perspectivas nacionales más con-

cretas, han sido desarrolladas mediante reflexiones individuales

o comunes a algún grupo de estudio, pero, en todo caso, respon-

diendo

a

exigencias metodológicas y epistemológicas más afina-

das. Esta última afirmación tendrá más consistencia apenas se

entre en la lectura de esas propuestas, pues todas ellas traslucen

una línea de pensamiento que, evidentemente, se basa en desarro-

llos culturales de mayor tradición y solidez. Por eso en el presen-

te

capítulo no se han ubicado al azar las diferentes propuestas

que se exponen; su orden quiere reflejar el asentamiento crecien-

te de las ideas que transmiten todas ellas, de las primeras a las

ultimas.

1.

P R O P U E S T A S N O R T E A M E R I C A N A S

El desarrollo de una conciencia crítica en la criminología nor-

teamericana va muy vinculado al proceso de descubrimiento o

puesta de manifiesto del uso legitimador del sistema social que se

dio a todas las ciencias sociales en los Estados Unidos. Esto ocu-

rrió, paulatinamente, a medida que la sociología y su principal

orientación estructural-funcionalista fueron asumiendo un mayor

carácter académico.

La constitución de ~escuelas~e pensamiento sociológico y la

consolidación de verdaderas élites universitarias, enraizadas en

aquella orientación, contribuyeron a la legitimación científica de

un sistema social que, impulsado por el creciente poder imperial

norteamericano, se expandió como el modelo para todas las s e

ciedades occidentales en mayor medida, obviamente, para las pe-

riféricas y dependientes). Sin embargo, la institucionalización uni-

versitaria de esa sociología «oficial» inició una curva declinante a

partir de los años sesenta, cuyas causas y desarrollo han sido

muy bien descriptos como La

crisis de

l

sociologia occidental

tí-

tulo en castellano de uno de los más importantes ensayos sobre el

tema

v .

Gouldner, 1977 .

El particular desarrollo que la criminología tuvo siempre en

América del Norte, orientada por la vertiente sociológica, consti-

tuyó sin duda una de las razones para que se produjera la apari-

ción de un pensamiento crítico. Otra, seguramente, estuvo dada,

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por un lado, por el amplio clima de libertad cultural que se ha

respirado en los Estados Unidos y, por otro, por la consiguiente

posibilidad que se ha comenzado a otorgar a las minorías de todo

tipo a partir de 1968 para hacerse escuchar

y

puntualizar sus di-

sentimientos.

Sería muy difícil exponer en breve espacio cuáles han sido las

direcciones que el pensamiento crítico ha asumido en el norte de

América, sobre todo porque también las diversas posiciones refle-

jan una tradición bastan te compleja. Por todo esto han sido es-

cogidos los autores

de

mayor representatividad.

A)

Richard Quinney es quizás el autor que mayor atracción

provoca en un examen como el que aquí se lleva a cabo. Esto ocu-

rre así seguramente en razón de la evolución de su pensamiento,

que le lleva desde una perspectiva conílictual - e n la que utilizaba

explícitamente el rechazo del estructural-funcionalismo como rei-

vindicación de las posibilidades humanas y del libre arbitrio

cf.

Quinney, 1965, p. 126)- a un desemboque absolutamente ra-

dical.

La posición original de Quinney, sobre la que sólo se hará una

mencibn, pretendía armonizar la teoría de Dahrendorf sobre el

conflicto con cierto siibjetivismo que se enlaza con la fenomeno-

logía de Berger y Luckmann: la realidad social del fenómeno cri-

minal está construida e impuesta por los grupos dominantes a los

subordinados, los cuales, sin embargo, poseen suficiente fuerza

para luchar conflicto) y para imponer sus propias definiciones de

la realidad.

De los criminólogos norteamericanos, Quinney es el más influen-

ciado por la protesta estudiantil en las universidades y por los

temas correspondientes sobre los que discurre la

tz tv l e J t .

Es por

ejemplo suya la demanda de un abandono de la mentalidad le-

galista, característica del pragmatismo norteamericano; una «al-

ternativa radical a la opresión legal» Quinney, 1972. p. 1 es plan-

teada por 61 dentro de la llamada revolución por una descen t ru l i

ze l w

Quinney, 1972, p.

25

en el nivel de comunidades auto-

gestionadas.

Por todo esto es significativo cómo Quinney, a través de un

largo proceso evolutivo, dándose cuenta de la inutilidad de sus

propias posiciones que pretendían situar la liberación en el pla-

no de la conciencia de los pocos intelectuales capaces de alcan-

zarla, se halla convertido

a

una perspectiva marxista. Cierto que

ésta era tambicn una alternativa única para los intelectuales des-

pués de las dcsilusiones de los años sesenta, que habían demos-

trado la ineficacia dc una oposición expresada sólo en los ámbitos

estudiantil y universitario sin llegar a las masas. Pero, asimismo,

en el caso de Quinney resultaba una consecuencia lógica de su

adhesión original a una teoría del conflicto que casi deliberada-

mente llegaba al límite de atribuir la existencia de problemas,

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como el de la criminalidad, a la fallida aceptación de las reglas

de juego de la sociedad neocapitalista. De tal modo debía inter-

pretarse su rechazo total de la patologización de la desviación, la

cual debía ser vista como el vehículo por tador de valores alterna-

tivos a los dominantes.

Mas el paso de una teoría del conflicto a una marxista pura

requiere, aun cuando se continúe con la misma perspectiva, un

cam bio radical en los postulados teóricos. Esto conlleva el ries-

go de que bajo las nuevas vestiduras queden selladas las viejas

ideas, lo cual, en Quinney, pese a su adhesión al marxismo, s e ad-

vierte por el Cnfasis subjetivista propio del existencialismo y de

la fenomenología siempre ha formulado su relación con esas tra-

diciones del pensamiento citando a Husserl, Heidegger, Sa rtr e,

Schutz, Berger y Luckmann). Pero lo que resalta mayormente en

las posiciones de Quinney es la influencia ejercida sobre él por la

escuela de Frankfurt en general, y en particular por Marcuse y

Habermas. Esto se advierte en l as exaltaciones que formula Quin-

ney sobre la necesaria liberación preliminar de los vínculos que

atan al intelectual con el pensamiento cosificado; el cambio es-

tructu ral sólo puede seguir a un cambio interior, porque única-

mente éste puede consentir una c on~p rens ión o obnubilada de la

falsa conciencia dominante: «Una filosofía cr ítica es una filoso-

fía que es

ruái ulnzente

crítica. Es una filosofía que va a las raí-

ces de nuestra vida, a las bases, a los fundamentos, a los elemen-

tos esenciales de la conciencia. En el desarraigo de los prejuicios

podemos apreciar cualquier experiencia actual o posible. La ope-

ración que debe llevarse

a

cabo consiste en la desmitiíicación, en

la remoción de los mi tos -la falsa conciencia- creados po r la

realidad oficial. L ] La fuerza liberadora de la crítica radical est á

en el movimiento desde la revelación al desarrollo de una nueva

conciencia y de una vida activa en las cuales debe formar se la

vida común. Una filosofía crítica es un modo de vivir» Quinney.

1973, p. 83).

Si se analiza la concepción que del Estado formula Quinney

debería entonces reconocerse que acepta de pleno

la

teoría mar--

xista sobr e el nacimiento y los fines del Es tado burgués. Este

ú1

tim o tendría la función de legitimar el mod o de producción capi-

talista, atribuyendo sanciones legales generales

a

los intereses de

los menos y protegiendo tales intereses con el uso de la fuerza.

par tir de dicha concepción, Quinney desarrolla una filosofía

crítica del orden legal

v .

Quinney, 1974) partiendo d e la afir-

mación de que los modos corrientes del pensamiento filosófico han

impedido una real comprensión de dicho orden. Los modos de

pensamiento, incluyendo en primer lugar el positivista, el cons-

truccionismo social y en buena parte el fenomenológico, han esta-

do atados a sistemas sociales que no ha n hecho más que oprimir,

manipular y controlar a los seres humanos como objetos. El sis-

tema legal ha sido siernpre visto por las ciencias sociales como

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una fuerza necesaria para mantener el orden en la sociedad capi-

talista. Los positivistas han mirado la ley como un mecanismo

natural; los construccionistas sociales la han observado con gran

relatividad, según la conveniencia del momento social e incluso

los fenomenólogos, presuponiendo subyacentes aserciones, han

hecho poco para proveer o promover una existencia alternativa.

Por eso Quinney piensa que las formas de afrontar el orden legal

son inapropiadas e inadecuadas a la realidad social

cf.

Quinney,

1974, p. 15 .

Aunque el orden legal consista en algo más que el derecho pe-

nal, éste constituye la base de aquel orden. El derecho penal es

el instrumento coercitivo del Estado, empleado por el Estado y su

clase dominante para mantener el orden socio-económico existen-

te Quinney, 1974, p. 16). Por eso Quinney piensa que una teoría

crítica del control del delito para la sociedad norteamericana po-

dría ser delineada sistemáticamente como sigue:

1 La sociedad norteamericana está fundada sobre una desa-

rrollada economía capitalista.

2. El Estado está organizado para servir los intereses de la

clase económica dominante, la clase capitalista hegemónica.

3. El derecho penal es un instrumento del Estado

y

de la

clase hegemónica para mantener y perpetuar el orden socio-eco-

nómico existente.

4. El control de la criminalidad en la sociedad capitalis ta se

realiza a través de una variedad de instituciones y agencias esta-

blecidas y administradas por una

éli te

de gobierno que represen-

tan los intereses de la clase hegemónica, con el propósito de fijar

el orden doméstico.

5.

Las contradicciones del capital ismo avanzado -la disyun-

ción ent re existencia y esencia- requieren que las clases subor-

dinadas permanezcan oprimidas, incluso en el empleo de cual-

quier medio necesario, especialmente mediante la coacción y la

violencia del sistema legal.

6. Únicamente con el colapso de la sociedad capitalis ta y la

creación de una nueva sociedad, basada en principios socialistas,

ha brá una solución para el problema del delito Quinney, 1974,

p. 16).

Huelga decir que muchas de estas ideas, si bien no coordina-

das teóricamente con el planteamiento marxista que reflejan las

afirmaciones sobre el derecho anteriormente reseñadas, estaban

ya presentes en estudios que Quinney había realizado en años an-

teriores. Una prueba de lo dicho lo constituye el excelente trabajo

que le llevó a exponer lo que él denominó la

soci l re l i ty of

c r i m e

1970). Semejante realidad es para Quinney tan to concep-

tual como fenoménica, un mundo de significados y eventos cons-

truidos con referencia al delito. Ese enfoque teórico de la crimi-

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nalidad consiste en numerosos procesos relacionados entre sí que

Quinney estudia en profundidad sobre la base de distintas leyes

penales norteamericanas y sobre la praxis concreta de su aplica-

ción por los tribunales de su país. Dichos procesos son:

a)

el

de saber cómo son formuladas las definiciones del delito;

b)

el de

conocer cómo son aplicadas dichas definiciones;

c)

el de investigar

cómo se desarrollan modelos de comportamiento en relación con

esas definiciones criminales, y d el de desentrañar cómo están

construidas las concepciones criminales. La realidad social del

delito está siempre en constante creación.

Para los autores que ha n estudiado en profundidad las posicio-

nes de Quinney, su descubrimiento del marxismo es comprensible,

aun cuando su análisis teórico se mantiene en un plano muy su-

perficial v . Traverso y Verde, 1981, p. 161). Encuentran, po r ejem-

plo, muy simplista la esquemática división en dos clases de la so-

ciedad norteamericana; incluso Marx hablaba de una división más

compleja en la sociedad que él estudiaba

y

por eso temen que esa

contraposición revele un residuo de la distinción entre funciones

de dominación y funciones de subordinación efectuada por Dah-

rendorf en el nivel político y no en el económico. Esto constituirá

un notable elemento de perturbación para el análisis marxista

que Quinney propone. Asimismo, tales autores encuentran una bre-

cha muy amplia entre las afirmaciones teóricas, como derivación

del pensamiento de la escuela de Frankfurt y de los existencialis-

tas, relativas a la liberación del intelectual por medio de la cons-

ciencia, y las realizadas en el curso del análisis de la realidad

norteamericana. Razones de semejante comprobación podrían en-

contrarse en distintos elementos como, por ejemplo, la exaltación

de ciertos aspectos subjetivos causada por la frustración prove-

niente de la escasa posibilidad de lucha en los Estados Unidos, o

bien la voluntad de distinguirse del economicismo dominante o

quizás el deseo de liberarse de las relaciones con una sociología

que objetivamente permanece siempre al lado de la clase que

retiene el poder.

B

El trabajo de William Chambliss puede ser analizado a

través de tres ensayos suyos. En el primero intenta una compren-

sión

políticeeconómica del nacimiento y de las modificaciones de

las leyes inglesa norteamericana sobre el vagabundeo Cham-

bliss, 1964, también 1969). En la situación inglesa, caracterizada

por una carencia crónica d e la fuerza-trabajo que afligía a los

grandes propietarios feudales, se registra la aparición de algunos

Statutes que permitían la detención de vagabundos hábiles para

el trabajo y el cultivo de la tierra. En la situación norteameri-

cana, más allá de fijarse la obligación del trabajo, se creó la cate-

goría del delito de vagabundeo al punirse a quienes no se ocupa-

ban de tareas dependientes. La labor de Chambliss en este ensayo

no va más allá de la mera descripción del fenómeno de correla-

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cionarlo con la necesidad le proteger el comercio de las dos épo-

cas en que se divide el estudio siglos

X X

al

xv

y siglos xv-xvr

contra los robos y asaltos. Hay, pese a todo, una advertencia de

Chambliss acerca de que las leyes estudiadas constituían una in-

novación legislativa que reflejaba la necesidad socialmente perci-

bida de proporcionar a los propietarios mano de obra en abun-

dancia y barata, durante el período en que la servidumbre fue

abolida y cuando la disposición de esta fuerza-trabajo estaba au-

sentc. Cuando el feudalismo se debilita, la necesidad de tales lc-

yes desaparece por cuanto la economía aumenta su dependencia

del

comercio y de la industria.

En un ensayo posterior, Chambliss estudia comparativamente

el delito en Nigeria y en los Estados Unidos 1974). Mediante este

análisis, Chambliss sintetiza los postulados

y

las hipótesis dc

Durkheim

v

de la tradición estructural-funcionalista. confrontári-

dolos con íos de la criminología radical-marxista. ~ é s ~ u é se ha-

ber puesto de relieve los elementos comunes que caracterizan el

estado de la criminalidad en las dos ciudades objeto de estudio

Seattle, USA, e Ibadan, Nigeria), cuales son la aplicación selectiva

de la ley, la inmunidad diferencial gozada por los que poseen el po-

der económico y político, la extensión de la corrupción, etc., Cham-

bliss afirma que el enfoque «dialéctico» designando así impropia-

mente a la criminología radical-marxista), en lugar del funciona-

lista, es el que se encuentra en mejor condición para suministrar

respuestas adecuadas a los problemas fundamentales sobre la etio-

logía del comportamiento criminal, sobre el contenido y la fu~i-

ción del derecho penal y, por fin, sobre las consecuencias sociales

del delito.

En el tercero de los ensayos, Chambliss 1977) intenta profun-

dizar el aspecto teórico de sus afirmaciones. Su análisis parte esta

vez del modo de producción capitalista y de la consecuente ex-

tracción de la plusvalía a la cual está sometido el proletariado.

Tal situación, afirma Chambliss, se caracteriza por una elevada

criminalidad. Ésta es, en efecto, resultado de las contradicciones

de un capitalismo que, para mantenerse, debe crear en las mis-

mas clases inferiores el deseo del consumo. Pero, asimismo, los

bajos salarios y la calidad alienante del trabajo no permiten sa-

tislacer la emulación de los mitos propuestos por los medios de

comunicación y la publicidad. Lo que evita el abandono de seme-

jante tipo de trabajo alienante es el fantasma, siempre presente

ante los trabajadores, de la pobreza y la desocupación. Adcmás,

la misma división en clases conduce necesariamente a un con-

flicto que puede expresarse por medio de comportamientos del

proletariado, los cuales, amenazando los intereses de la burgue-

sía, son combatidos por las sanciones penales. De tal manera, el

derecho penal asume una función reforzadora de última defensa

del modo de producción capitalista; el comportamiento criminal

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se convierte en una de las formas mediante las iualea se revela

el conflicto de clases.

Sin embargo, la construcción de Chanibliss ae presenta denia-

siado rígida y, además, el hecho de que se adopte un 18xico marxis-

ta no es suficierite para otorgar calificaciún de tü a las conclu-

siones de cualquier examen. Hay algunos e emeritos de la tesis de

Chanibliss que no armonizan entre sí ni con la propia teoría mar-

xista. Por ejemplo, parece que Chambliss extrajera cierta luncio-

nalidad del delito para el sistema capitalista; la criniinalidad es

productiva en la misma medida en que existen en la sociedad

otras ocupaciones improductivas. Es decir, que el delito es tani-

bién improductivo

y

su funcionalidad se reduce a

u

papel idco-

lógico de catalizador del desencanto popular

y

de medio útil para

descalificar comportamientos potencialmente subversivos. Obvia-

mente, se habla del delito de los proletarios, pues sería excesivo

explicar la productividad que genera el crimen organizado que se

vale de manipulaciones y explotaciones subproletarias.

Por lo demás, la agudización de las contradicciones entre las

clases sociales, como elemento del marxismo ortodoxo, es una

cuestión que el desarrollo del capitalismo en el siglo xx ha con-

tradicho bastante. Los beneficios procurados por los welfuue Sta

tes de las sociedades altamente industrializadas constituyen pa-

liativos suficientemente sólidos para mitigar los resultados de la

explotación de los seres humanos como producto de las relacio-

nes sociales que genera el sistema capitalista. Esto ha sido evi-

dente sobre todo en los

Estados Unidos, donde hasta el mismo

concepto marxista de lucha de clases se ha visto desafiado por el

más funcionalista de estratificación social como resultado del cre-

cimiento extraordinario de las clases medias y de que, en

todo

caso, el liderazgo de aquella lucha ha quedado en manos de gru-

pos minoritarios y contestatarios (estudiantes, hippies chicanos,

etcétera).

C) El hecho de haber expuesto en otro lugar

v.

cap.

VI I ,

2

C)

la aportación que

A.

T.

Turk ha realizado modernamente a

las teorías del conflicto no exime de hacer aquí una referencia

a este autor como uno de los más conspicuos del pensamiento

crítico en la criminología estadounidense.

La propuesta de Turk (1969) constituye el límite de aplicacihn

de la perspectiva liberal en el ámbito de reconocimiento del con-

flicto como génesis del comportamiento criminal. Existe en Turk

la preocupación por comprender el modo en que la estructura de

dominación/subordinación resulta interiorizada por los individuos;

y si bien este cuidado reconoce en su sociología una concepción

behaviorista del comportamiento individual - c o m o surge de al-

gunos pasajes de sus obras (1969, p. 44)-, también hay un interés

por analizar la composición de las normas sociales y las normas

cult~~rales.stas últimas, dotadas de una fuerza impositiva

y

es-

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tablecidas por escrito, se transforman en leg les y el problema

de la desviación ha de situarse en la discrepancia que se presenta

entre esas normas culturales, provistas de sanción legal, y las nor-

mas sociales observadas en un sector determinado de la sociedad.

Esa discrepancia se explica por el hecho de que, mediante la apli-

cación de las normas legales, la consciencia de la subordinación en

los individuos pasivos aumenta; en un contexto de pluralismo cul-

tural se puede verificar asiduamente el nacimiento y desarrollo de

normas sociales en contraste con las normas legales.

Los detentadores de la autoridad, por su parte, a través de la

atribución del st tus de criminal a los que violan las normas le-

gales, producen la delincuencia, controlando por medio de la

represión el comportamiento de los subordinados. Pero las varia-

bles culturales significativas elegidas por Turk no son las de per-

tenencia a una clase, sino las de edad, sexo, etc., lo que le ha ge-

nerado las críticas formuladas por autores más radicales Taylor,

Walton y Young, 1977 p. 259). Si hubiera introducido en sus estu-

dios la aludida variable de clase a la cual pertenecen los sujetos

criminalizados, inevitablemente habría tenido que asumir una po-

sición radical.

Por lo indicado, la posición de Turk se entronca con la cons-

trucción de Dahrendorf, motivo por el cual -retornando a lo ex-

puesto sobre este autor v. cap. VI I , 2 B)-, puede vincularse

a la tentativa neocapitalista de reconstruir el consenso mediante

el uso de moderadas concesiones sociales y de una nueva propa-

ganda populista. El propio Turk ha declarado

1975)

ser partida-

rio de los motivos de la sociología liberal: un cauto reformismo

y la convicción de vivir en uno de los mejores países del mundo.

Ciertamente, esta convicción puede entenderse proviniendo de un

intelectual que ha asumido de manera comprometida la tarea de

recomponer las consecuencias provocadas por la política criminal

represiva ensayada desde la administración federal norteameri-

cana.

D) En los Estados Unidos, por haber sido el país donde la

sociología ha tenido el mayor desarrollo, y donde su proceso de

institucionalización académica ha sido el de más vigor en la pri-

mera mitad de este siglo XX es lógico que los teóricos que han

contribuido a la construcción del movimiento radical se hayan for-

mado junto a los grandes teóricos liberales. Éste es el caso concre-

to de Anthony M. Platt, quien, por intercesión de David Matza

-entonces integrante del eCenter for the Study of Law and Socie-

ty» , donde trabajaban los más selectos sociólogos interaccionistas,

o sea liberales-, recibió un puesto de investigador asistente y la

posibilidad de trabajar en el campo en que lo estaba haciendo

Matza: la delincuencia de menores y la institución de los tribu-

nales especiales. Así es como Platt lleva a cabo su investigación

sobre la ideología que subyace en la creación de los aludidos tri-

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bunales para menores en los Estados Unidos a fin del siglo

xix

V.

Platt, 1969).

En la obra de Platt sobre el problema de los menores y la

creación de los tribunales especiales no se encuentran, por cierto,

los resultados de una elaboración interaccionista o naturalista,

como sería de esperar a causa del ámbito en que se llevó a cabo

el trabajo y el patrocinio que recibiera. Muy por el contrario,

la investigación de Platt señala el marco ideológico dentro del

cual se da vida a los tribunales de menores y desenmascara las ver-

daderas intenciones con que las «benefactoras» damas de la alta

sociedad de Chicago animadas de un espíritu filantrópico) impul-

saron un verdadero movimiento «para salvar de la delincuencia»

a los jóvenes de la ciudad. En realidad, los tribunales aludidos

fueron creados mucho después por los distintos Estados, pero re-

conocen en su origen aquel impulso que, a la postre, sirvió para

generar un resultado quizá no querido por aquellas «salvadoras

de niños: la creación de la desviación criminal de los menores.

En efecto, comportamientos que antaño eran tolerados pasaron

a recibir un tra tamiento penal, lo que, a su vez, justificaba el in-

ternamiento de los niños en institutos especiales para su correc-

ción. Todo esto escondía una actitud paternalista, la cual, mezcla-

da con la rudimentaria mentalidad terapéutica, tendente a la

reforma de la conducta de los menores, pretendía traslucir la com-

prensión de los jóvenes. Pero en verdad -como demuestra Platt-

la ideología oculta era de naturaleza política puesto que, en defi-

nitiva,

de

lo que se trataba era de prevenir la rebelión juvenil

contra el sistema social, de educar a los jóvenes de las clases in-

feriores para el trabajo y de inculcarles los valores de la ética

burguesa. Estos, obviamente, estaban orientados por la tradición

WASP Whi te -Ang lo -Saxon-Pro tes tan t

Blanca-anglosajona-pro-

testante), típica de la creciente clase media norteamericana.

Por lo tanto, la tarea inicial de Platt -absolutamente contra-

ria a la perspectiva interaccionista del l abe l l i ng approach en tan-

to que ésta se distingue por analizar procesos segmentarios y res-

tringidos de la acción

y

reacción humanas- se dirigió a situar un

problema particular como resultado de situaciones macroestructu-

rales. Es decir, que las condiciones para la creación

y

desarrollo

de la llamada «delincuencia juvenil» fueron puestas por la pro-

pia sociedad norteamericana, lo cual se pone de manifiesto cuan-

do Platt examina en su totalidad el sistema social

y

la estratifi-

cación por clases, incluso desde la perspectiva histórica.

De esa manera Platt arriba a un enfoque teórico que le hace

repudiar las posiciones liberales para afrontar el entero problema

criminal desde una visión radical, sin someterse a un pasaje len-

to; es decir, asume desde el comienzo de su análisis una perspec-

tiva de fondo, actitud que puede tener su explicación también en

el ambiente político estadounidense de los últimos años de la

década de los años sesenta.

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Pero los años pos:eriores -también vinculados a la evolución

política interna dc los Estados Unidos- brindan a Platt la oca-

sión de hacer una interpretación del significado subjetivo y del

objrtivo-macrocstructural

dc cierto tipo de delito, difundido en la

sociedad norteamericana en una vastísima proporción y cn con-

tinuo aumento, sobre todo en las grandes ciudades. De la u t u

pía quizá revelada en su primera investigación, Platt pasa a una

lase caracterizacla por un mayor realismo y así afronta el

s t ree t

r i ine o delito de la calle v. Platt, 1978).

Examinando las estadísticas oficiales, Platt extrae, en un pri-

mer examen, que ese tipo de delito es producido en su gran ma-

yoría por individuos provenientes de los estratos más bajos de la

población, particularmente negros y desocupados. El fenómeno

puede ser considerado consecuencia directa de las relaciones so-

ciales de la situación general que pasa por una fase de capita-

lismo monopolista ( 1. Platt, 1978, p. 31).

Luego se destaca que la familia aparece unida solamente por

vínculos de consumo y no ya de producción, por lo que su papel

tradicional va desapareciendo bajo el proceso de evolución neo-

capitalista. El éxito se convierte en el objetivo que ha de alcan-

zarse por cualquier medio.

En

semejantes condiciones el delito no es más que la muestra

de la violencia y la alienación que destruyen al hombre moderno,

convirtiéndose en consecuencia de unas relaciones sociales distor-

sionadas. Es de aquí de donde Platt toma razón para criticar la

tendencia característica de la n e w l ef t identificar el sujeto de-

lincuente con el rebelde social, por cuanto, en definitiva, el daño

de su acción recae sobre las clases inferiores; tampoco acepta la

unificación de los criminales con el Lunzpenprole tar ia t . Para Platt

el delito no depende tampoco exclusivamente de la pobreza; pro-

cediendo de ese modo se iría hacia un economicismo simplifican-

te. Más bien es producto de condiciones también ideológicas, de

las relaciones sociales desmoralizantes y de la ética individualis-

ta que caracterizan al modo capitalista de producción en su más

alto nivel de desarrollo Platt , 1978, p. 33).

Existen, por lo tanto,

y

como se verá más adelante, ciertas si-

militudes entre los planteamientos de Platt y los de los británicos

del

ronzant ical approach

éstos marxistas de más rigor. Sin em-

bargo, existen algunas diferencias. Algunos autores v . Traver-

so y Verde, 1981, p. 184) encuentran que Platt resuelve todo adop-

tando el viejo gastado concepto creado por Engels de la degra-

dación moral, pero salta por encima de la evolución que él mis-

mo ha tenido. Si es necesario combatir la falsa consciencia, to-

davía es más necesario comprender detalladamente su formación.

Por eso critican que Platt transforme su tratamiento en un aná-

lisis rígido esquemático, en el cual no hay referencias a los

efectos del

labe l l ing

a la actitud diferenciada de la policía en

sus detenciones para con las clases inferiores o en sus interven-

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ciones en general, a la riaturaleza del s t r c e t c r i m e a las motiva-

ciones y las elecciones subjetivas d e los desviados. No basta

habla r de degradacihn mora l o de alienación producida por el neo-

capitalismo, de culto del éxito, etc. E s necesario analizar los lu-

gares y procesos eii que se grstan esas condiciones: los medios

de

comunicacióc, sus relaciones con el poder, la escuela, el apa-

rato asistencial, la misina socialización primaria. Sólo de esta

mane ra se podrá i r a las raíces complejas del fenómeno de la cri-

minalidad contempor' tnea.

Asimismo, Piatt y Paul Takagi (1937), Iian señalado con mucha

agudeza la inversión de la tendencia que fue tradicional en la

criminología norteamericana, como consecuencia de los hechos

que han generado una nueva situación socio-económica. En efec-

to, la pérdida de la estabilidad del dólar , la más estrecha depen-

dencia de la crisis energética a que se ve supeditada a estructu -

ra económica y la inflación que llega

a

cotas nunca alcanzadas,

impulsan la decisión de re stringi r con firmeza el gasto público.

Esta actitud recae esencialmente sobre los programas asistencia-

les y, particularmente, sobre las medidas sustitutivas de las pe-

nas privativas de libertad, como la

paro l e y

la

p r o b a t i o n .

Sin em-

bargo, querer frenar la inflación produce como consecuencia una

contracción de la demanda interna, la recesión

y por lo tanto,

la desocupación de un número creciente de trabajadores.

S e crea así lo que Pla tt y Takagi (1977) denominan , con una

categoría marxiana, la superpoblación relativa o ejército indus-

trial de reserva. esta condición son reducidos aquellos a quie-

nes el sistema capitalista no necesita para seguir extrayendo una

plusvalía d e los restantes trabajadores, de modo que los primeros

se trans form an e n «clientes» habituales del sistema penal. Pero,

a raíz de la situación económica, ya no es posible la aplicación

de las m edidas creada s po r aquella criminología liberal, medidas

demasiado costosas. Así se construye la inversión de la tendencia

antes aludida, lo quc se traduce e n una agravación d e las penas,

creación

de

ot ra s consecuencias niucho m ás rígidas y notables

reducción dcl poder discrecional d e las consecuencias en su aplica-

ción. Los crim'inólogos que auspician dicha inversión la .;ostic-

nen científicamente son denominados n e i v r e a l i s t . ~ Banfield, Wil-

son, Von Hirsch , etc.).

Est a nueva tendencia, descrip ta por Platt, constituye un tipo

de política criminal legitimada por las rectificaciones impresas al

sistem a social norteamericano; si han venido respondiendo -como

es evidente- a una orientación conservadora , entonces no cabe

duda de que la disciplina que ha auspiciado aquella tendencia

puede ser denominada como criminología conservadora.

Sin embargo, más allá del retorno a una ideología de tipo re-

tributivo como la propuesta por los

n e w r ea li st s

(Fogel, Van der

Haag), todavía hay una orientación má s reaccionaria apa recida

en el ámbito de la más reciente criminología norteamericana. Es

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disciplina que pase a reivindicar la moral de los.dominados y, por

consiguiente, no puede pre star una ayuda tecnocrática p ara re-

primir la desviación del orden impuesto por la clase hegemónica.

De esa manera, lo antisocial» debe ser considerado como aque-

llo que viola los derechos del hombre, pero no los exaltados por

las revoluciones burguesas del siglo XV I I I puesto que escondían

un a desigualdad substancial y dieron origen a la explotación en

los sistemas nacionales y al imperialismo en lo internacional.

Estos verdaderos derechos del hombre, exaltados por los

Schwendinger, están constituidos precisamente por aquellos que

el capitalismo monopolista t a destruyendo, o sea, las condiciones

fundamentales para el bienestar, como el derecho a la alimenta-

ción, al techo, al vestido, a la atención médica, al trabajo estimu-

lante

y

a las posibilidades recreativas. Por eso, los criminólogos de-

deberían tener como tarea la de identificar las formas de compor-

tamiento individual las reformas sociales que deber ían ser adop-

tadas para defender los derechos del hombre, tal como han sido

definidos. Es decir, que la mejor defensa sería señalar las violacio-

nes a esos derechos, por parte de quién y contra quién se dirigen.

Pero, aun más, es necesario individualizar también las formas

colectiias bajo las cuales es posible ejercer la mencionada defen-

sa, puesto que esto se relaciona con la afirmación de que son

criminales las mismas estructu ras sociales que generan compor-

tamientos individuales reprobables

cf . Schwendiger , 1975, pp. 133-

136). En definitiva, la tarea del criminólogo es descubrir denun-

ciar los ataques contra los derechos humanos, transformándose

de paladín del orden en guardián de esos derechos.

Sin embargo, la posición de los Schwendinger hasta ese pun-

to puede ser incluida en un radicalismo idealista, bastante pro-

pio de la llamada

n w l f t

del comienzo de la década d e los años

setenta. En efecto, en su ensayo no aparece adhesión alguna al

marxismo como método ni como contenido. Por ello, aquella pro-

puesta fue bastante cri ticada Pitch, 1975, p. 150 en un análisis en

perspectiva y concretamente por los propios criminólogos que ad-

virtieron la inutilidad de la simple denuncia en que consiste esta

xposé

riminology v . Taylor, Walton

y

Young, 1975, pp. 29-30).

Por eso, la profundización teórica de los Schwendinger conti-

nua. En un ensayo bas tan te poste rior 1977) intentan una nueva

definición de los derechos humanos de que habían hablado en

1970 véase 1975). Los derechos humanos de la últ ima formu-

lación se convierten en definiciones alternativas del delito por

parte del proletariado; la tarea del criminólogo sería entonces de-

linear, desde un punto de vista proletario, una base moral y cien-

tífica par a la correcta aplicación de la categoría de delito))a las

relaciones sociales dañinas. Por consiguiente, resulta fundamental

el estudio de la contraposición entre moralidad burguesa y mora-

lidad proletaria. Esta última se desarrolla a través de la lucha de

clases y agrega al concepto de derecho individual el de derecho

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colectivo; reivindica el derecho a l control de la propia plusvalía

y

el cese de los comportamientos objetivamente dañinos, como el

imperialismo y la explotación. Además, desarrollada en la lucha

contra el capitalismo, constituye la base de la futura moralidad

socialista.

Desde luego, semejante referencia a la moralidad socialista

presupone otr as inmoralidades respecto de las cuales su definición

es altamente peligrosa y, asimismo, se presenta como un concep-

to demasiado vecino al de ((legalidad socialista», lo cual despier-

ta la sospccha de que los autores estudiados no se estén refirien-

do a Marx; ellos aluden a l ((Estado socialistan y nunca a la abo-

lición del Estado.

Hasta aquí el examen de las propuestas norteamericanas que,

como es posible advertir, en i~i uchos asos generan serias dudas

sobre sus raíces autCnticamente marxistas. De todos modos, to-

das ellas se inscriben e n esa búsqueda por el reconocimiento de la

diversidad cultural que esta en la base del pensamiento crítico

tal coiiio po r lo menos lo propusieron originalmente quienes se re-

conocen en la matriz de la escuela de Frankfurt.

2 PROPUEST S BRIT NIC S

Quizá como ejemplo revelador de la afirmación formulada al

comienzo del presente capítulo hubiera sido más plausible tratar

de estas propuestas británicas antes q ue las norteamericanas. En

efecto, el allanamiento metodológico pai-ri la aparición del pensa-

miento crítico en la criminología qu e supus o la labor eí ectuada

por los enfoques interaccionistas, puede observarse en el len-

to pero constante desarrollo de la criminología británica.

El

paso

en ksta d e los tradicionales enfoques psiquiátrico, psicológico y

jurídico hasta los planteamientos radicales de los sociólogos mar-

xistas, no traduce una brusca ruptura como la que tuvo lugar en

los Estados Unidos, sino, por el contrario, un pausado decanta-

miento desde la importación de los primeros temas del interac-

cionisrno, propios de los teóricos del labelling-crpprouch y del «na-

t u ra l i smo~de David Matza.

Tal

como se dijo anteriormente

v.

capítulo

IX, 2 ) ,

en 1968

nace cii Gran Bretaña la ~NationalDeviance Co nf er en ce ~ NDC).

Las razones de su origen deben buscarse, frente a la tradición

netamente conservadora de la criminología británica -como hace

notar agudamente Pavarini

1975,

p. 139)-, en la esclerosis en que

el enfoque marxista tradicional había suniido el estudio de las re-

laciones entre estructura económica y superestructura políticu

social, lo cual impedía que la clase trabajadora fuera considerada

corno único agente del cambio social. Esto, unido a la clrísica des-

confianza hacia el Ltcrr~penproletariat, mpidió reconocer la na t~ i -

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ialeza de lucha de clase a la acción política de los grupos mar-

ginados alcohólicos, drogadictos, enfermos en hospitales psiquiá-

tricos, detenidos, etc.).

El descubrimiento de que la lucha de esas clases marginales

presentaba aspectos suficientes para la praxis política, permitió

a los crirninólogos radicales británicos integrarla en una concep-

ción de la criminología que la liberase de su clásica visión anor-

mal o patológica del acto delincuente o criminal y, en atención a

la calidad desviada de éste, otorgase una «racionalidad alternati-

va» una debida autenticidad al con ~po rta mie nto e aquellos mar-

ginados.

Una de las virtudes que reveló la asociación de sociólogos ra-

dicales en la NDC fue

su habilidad para generar las relaciones

en tre los ámbi tos académicos de su origen ciertas organizacio-

nes políticas de la izquierda no ortodoxa. Así, contribuyó a la ac-

tividad del «Case Con» organización política de operadores socia-

les), del

R P

Alternat ivas radicales a la prisión), del PROP De-

fensa de los derechos d e los presos) y del NCCL Consejo na-

cional por las libertades civiles). Todas estas organizaciones han

nacido de la revalorización

politica, efectuada po r los propios afec-

tados del sistema penitenciario, de las antinomia que se daban

entre las finalidades iiistitucionales

y

la realidad penitenciaria bri-

tánica. En verdad, Cste ha sido el terreno en el cual la acción de-

sempeñada por los miembros de la NDC tuvo un elevado resul-

tado, habiendo otorgado respaldo intelectual y científico a la ba-

talla llevada a cabo por los propios detenidos y personas implica-

das en sil lucha

cf.

Pavarini, 1974).

A)

Con este tipo de orientación, lo que la tarea de los radica-

les británicos quería demostrar fue, principalmente, la necesidad

de dar al fenómeno criminal su auténtica dimensión política. No

cabe duda de que sus primei-as elaboraciones teóricas estuvieron

guiadas por la adhesión a anlílisis del sistema de control según

un enfoque intcraccionista, partiendo de la afirmación de que la

acción desviada constituye la fo rma de reacciori:ir a la acciGn dc

control. Puede citarse una serie de investigaciones dirigidas co ~i -

firmar esta idea, fundada en el l ahe l l i r z g -upproac l~ ero antes es

necesario aclarar que, mientras en la perspectiva ortodoxa del

l a h e l l i r ~ gel problema de la voluntad del actor era casi absoluta-

mente ignoi-ado -hasta reduci r a éste al papel de un títere en

manos d e los funcionarios «ma los» qu e se ocupan del control so-

cial-, en el planteamiento de los primeros radicales británicos el

acento se coloca en el car ácter racional de la elección desviada,

en la tentativa del actor de reaccionar a los procesos etiquetado-

res, vistos siempre como instriimentos del poder. Ésta

s

la fase

definida por ellos mismos

v .

Cohen, 1971, y Taylor, Walton

v

Ycung, 1975) como «escL.ptica», atendiendo al uso ins trumental

hecho del enfoque l a b e l l i ~ g ara mostrar la relatividad del fcn6-

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meno desviado, cuya producción resulta desplazada a una serie

de procesos no previsibles con certeza: creación de las normas,

tarea de selección diferencial de la policía, discrecionalidad de

los tribunales, reacción del individuo a la redefinición de su «sí

mismo» se l f ) .

En

esta fase, lo que distingue al grupo británico

de la tradición interaccionista norteamericana es la creencia en

una teoría general de la sociedad: una sociedad dividida en peque-

ños grupos, los cuales producen o utilizan estereotipos para defi-

nir a los grupos extrafios a ella.

Aclarado lo precedente y vinculados a esa fase «escéptica»,

pueden citarse colectivamente todos los trabajos publicados en

la primera compilación publicada por el grupo, cuyo editor fue

Stanley Cohen 1971). De ellos pueden

señalarse los que a con-

tinuación se mencionan: el de Jock Young, The Role of the Police

as Arnplifiers of Deviancy, Negotiators of Reality and Translators

of Fantasy: Sorne Consequences of Our Present System of Drug

Control as Seen in Notting Hill.

Aquí es analizada la función fun-

damental de integración de la sociedad a través de la creación de

estereotipos que realiza la policía en una zona de Londres, carac-

terizada por la afluencia de consumidores de marihuana en aque-

llos años. Esta actividad era, a su vez, amplificada por los medios

de comunicación escrita, los cuales, siguiendo fines de lucro y no

atendiendo a una correcta información, sino sólo a hacer noti-

cia», acentuaban ciertos aspectos del fenómeno y ocultaban otros.

Este análisis, extendido a los

mass-media,

fue ampliado posterior-

mente por Young 1974) y por S. Hall 1974) en una nueva com-

pilación.

Maureen Cain, en la misma compilación editada en 1971, di-

funde su trabajo titulado

On the Beat: Interactions and Relations

in Rural and Urban Police Fovces. En él la autora parangona el

comportamiento de la policía de zona rural con los de la ciudad,

para demostrar cómo en esta última falta la relación personal y

un poco paternalista que se da entre los residentes en la zona

rural y aquéllos. También demuestra Cain cómo las diversas faci-

lidades y funciones atribuidas a los policías urbanos provoca en-

tre ellos cierta rivalidad y frustraciones; igualmente, la autora

pone de relieve cómo influye el aspecto exterior de las personas

en la consideración que les deparan los policías de ciudad puesto

que, en efecto, en la gran urbe la estereotipación es máxima y los

procesos de labelling más frecuentes.

Más allá de las situaciones tradicionales estudiadas por el la

belling-approach,

Maxwell Atkinson demostró con su investigación

Societal Reactions to Suicide: the Role o f Coroners

la validez

de los modelos de construcción de los estereotipos, también en

otros campos del tejido social. En efecto, en lo que es considera-

do comúnmente uno de los actos más personales de un individuo,

el suicidio, también se formulan estereotipos, efectuados por los

funcionarios policiales intervinientes

coroners)

y los medios de

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comunicación. También aquí la fantasía se traduce en realidad

y los estereotipos influyen sobre los comportamiento positivos.

B

Llevada a cabo la tarea descripta arriba, muy pronto fue

advertido por los integrantes del grupo NDC que ciertos compor-

tamientos expresados en forma colectiva no podían ser explicados

mediante la simple reacción al fenómeno del etiquetamiento; o

sea que formas de vida marginales a los usos tradicionales de la

sociedad conformista tales como algunas formas de vandalismo,

el sabotaje industrial, manifestaciones de los movimientos juveni-

les o minorías étnicas, etc.) debían analizarse más bien en el con-

texto de un orden social con rasgos propios, generados por el

sistema capitalista de producción como fenómenos reales y preexis-

t e n t e ~ l proceso de criminalización, que valorados como produc-

tos sociales «imaginarios» o «artificiales» resultan ser consecuen-

cia de las acciones dc

control.

De la forma indicada, los radicales británicos comprueban que

se sale de la tarea empírica, a través de la cual quedaba denun-

ciada la labor estigmatizadora del control social -que corría el

riesgo de un uso reformista por el labelling-approach- y se en-

tra en la construcción de una hipótesis socio-económica del fenó-

meno de la desviación, valorable en su real dimensión sólo desde

la perspectiva de una teoría completamente social y global de la

sociedad.

El interés del grupo de la NDC se dirige entonces hacia el es-

tudio de las formas más politizadas de desviación, o sea hacia

la frontera entre la criminalidad y la lucha politica. Lo que en la

fase precedente se podía afirmar sólo para algunas formas colec-

tivas de desviación, se transforma en característica constante de

los comportamientos no conformistas. La desviación política es

únicamente la parte visible de formas más sumergidas; es la ex-

presión consciente de aquello que formas más primitivas expre-

san silenciosamente: el rechazo de las relaciones sociales -y de

producción- dominantes.

En este sentido, toda la desviación es política, y éste es el hilo

conductor de la nueva fase de preocupaciones de los sociólogos

radicales británicos: la fase «romántica».

En esta fase, los sociólogos británicos asumen posiciones me-

diante las cuales personifican la calidad politica que atribuyen a

todo el fenómeno de la desviación sin, por cierto, establecer dife-

rencias entre los distintos comportamientos reprochables. No obs-

tante, pese a la fácil crítica de que pueden ser objeto, así se va

conformando una nueva concepción de la desviación. Una concep-

ción que rechaza a la vez la patología y el correccionalismo típicos

de la criminología tradicional, y sobre todo de la británica, para

afirmar en cambio el derecho de cada ser humano la diversidad

no sujeta a la criminalización. De esta manera se analizan fenó-

menos caracterizados por la consciencia de la elección desviada;

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como, por ejemplo, las ocupaciones abusivas de casas desocupadas

en Inglaterra, el fenómeno de los weatherrnen norteamericanos

los grupos

más

extremos de la new Zeft que realizaban actos

terroristas con un único objeto demostrativo), las manifestacio-

nes

hippies

etc. Aquí también deben inscribirse las tentativas

más generales de «politizar la vida cotidiana» en otros ámbitos de

estudio que, al par de lo que hace el grupo de la ND en el de

la criminalidad, pretendieron llevar al plano de cada individuo

singular la dimensión política; éste es el caso de Ronald Laing en

el examen de la locura 1967). Locura y criminalidad constituyen

un modo de rebelarse frente a la sociedad homogeneizante, tradu-

ciendo ambas una forma de pretender rectificarla. Es indudable

que en ambas posiciones se manifiesta una tendencia pareja al

romanticismo.

Sin embargo, dentro del grupo se expresan, asimismo, opinio-

nes discordantes. Sobre todo las que desean distinguir la desvia-

ción politizada de otras formas de desviación. En esta situación

puede colocarse el trabajo de Geoffrey Pearson 1975), para quien

seguir uniformemente la actitud romántica respecto de cada des-

viado podría significar que todos los que cometieran actos repro-

chables fueran considerados «inocentes primitivos envueltos en un

conflicto político con las autoridades institucionales» y, de esta

forma, se podría quizá considerar «política» una violencia sexual

cometida por un grupo de ebrios sólo porque ellos afirmaban ha-

ber actuado en nombre de la revolución proletaria. Está claro que

el romanticismo inicial del grupo debía ser circunscripto.

Por otra parte, el grupo de la

ND

estaba necesitando una

obra de alto nivel que sirviera para poner las distancias definiti-

vas con la criminología tradicional británica y que, al propio tiem-

po, constituyera la formulación final de todos los esfuerzos indi-

viduales o semicolectivos de sus integrantes en pro de una pro-

puesta alternativa para la desviación.

sí es como Ian Taylor, Paul Walton y Jock Young escriben

The netv Cviniirlology.

For social Theory of Deviance en 1973,

lueao traducida al italiano y al castellano 1975, 1977). Con este

libi-o queda formulada la propuesta de la primera criminología

radical, de cuño marxista, que transforma el nuevo paradigma de

análisis del fenómeno criminal y de la desviación en general -des-

de su molde interaccionista- y lo enraíza en una teoría crítica

materialista de la sociedad capitalista.

El libro, prologado por Alwin Gouldner, ha asumido con el

tiempo la estatura de un auténtico «manifiesto» de la criminolo-

gía radical británica. Su prologuista fue en realidad el primero

en advertir el peligro que encerraban las propuestas de los inte-

raccionistas, en el sentido de que podían ser utilizadas por el or-

den social establecido para mejorar su sistema de control

y

no

para edificar uno nuevo sobre la base de otro tipo de relaciones

de producción.

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En un segundo análisis, el libro

y

su tesis se revelan más bien

como una brillante exposición crítica de la historia de la crimino

logía, puesto que, paso a paso, desde el positivismo en adelante,

va desmenuzando cada teoría o escuela criminológica vinculán-

dola al proceso de maduración del capitalismo. No obstante, su

propuesta de fondo, cual es que más allá de entender la crimina-

lidad la desviación en general como un fenómeno políticamente

relevante se le atribuye consciencia política a la propia conducta

criminal, no es siempre compartida. En efecto, resulta bastante

difícil comprobar si las motivaciones subjetivas que están en la

base de cada conducta criminal tienen naturaleza política o no

sobre todo en las que no se dirigen contra bienes jurídicos que

pueden traducir la esencia de una sociedad capitalista, como la

propiedad). En consecuencia quedaría sin sustento la afirmación

de los tres criminólogos radicales británicos en el sentido de que

la acción criminal es siempre una elección consciente y dirigida

de actuar, por medio de la ilegalidad, contra el sistema burgués.

Pero es importante destacar, más allá de la crítica general

que los autores de la

n e w r i m i n o l o g y

formulan - c o m o se dij-

a los distintos desarrollos de la teoría criminológica, la puesta de

manifiesto de las lagunas o ausencias que el marxismo clásico re-

vela en el tratamiento de la cuestión criminal. En el capítulo de-

dicado a Marx y Engels, haciendo una profundización de las afir-

maciones de estos dos autores, Taylor sus colegas llegan a la

conclusión de que los dos

y

sobre todo Engels- no hacen caso

del problema del delito porque sus intereses están centrados en

la clase trabajadora. En efecto, el tema del

Lumpenpro le ta r ia t

se

estructura en torno a su capacidad de colocarse al lado del pro-

letariado en la revolución; los actos delictivos individuales son

más bien una forma primitiva de lucha contra las relaciones de

distribución capitalista. Si se quiere, una lucha destinada a no

tcner éxito. En este sentido, las motivaciones del delincuente, para

Marx Engels, tienen características más de falsa consciencia»

que de consciencia de clase, también quizá porque en la gran ma-

yoría de casos el delito, por su naturaleza, es una empresa solita-

ria, poco comparativa a veces. La crítica de los británicos, ade-

más, se basa en acusar de excesivo determinismo económico a

la posición de Marx que hace referencia expresa a la relación di-

recta entre condiciones económicas y porcentajes de criminalidad,

lo que habría sido tomado de Quételet fundador de la estadística

criminal). Pero, en substancia, la visión de los autores comentados

está enfocada a encontrar el marco dialéctico marxiano para el

estudio de la desviación, acusando al propio creador de la teoría

de haber abandonado esta cuestión en su concreto campo especí-

fico.

El libro que se comenta termina con un esquema formal de

teoría en el que se resumen las críticas del marxismo y la búsque-

da que en su ámbito debe intentarse. Van incluidas en el cap. X

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de «Conclusiones»

y

pueden, muy brevemente, citarse aquí; la pro-

puesta consiste en lo siguiente:

L o s f u n d a m e n t o s m á s g e n e r a l e s d e l a c t o d e s v i a d o deben ser

investigados en las bases estructurales económicas

y

sociales que

caracterizan a la sociedad en la cual vive el actor economía polí-

tica del delito).

L o s fu n d a m e n t o s i n m e d i a t o s d e l a c t o d e s v ia d o son «las ocasio-

nes, las experiencias o los desarrollos estructurales que hacen

precipitar el acto desviados, no desde luego en sentido determi-

nista, sino en el sentido de elegir, «con plena consciencia, la vía de

la desviación como solución de los problemas impuestos por el

hecho de vivir en una sociedad caracterizada por contradiccio

nes» psicología social del delito).

l ac to de l i c t i vo desv iado

debe ser explicado en términos de

la racionalidad que emerge de las elecciones o de las construc-

ciones de las cuales depende la acción dinámicas sociales de los

actos).

Los o r ígenes i nm ed ia to s de la r eacción de l soc iedad requie-

ren el análisis de los comportamientos formales e informales de

las instancias de control y del público psicología social de las

reacciones sociales).

Los or ígenes remotos de l a r eacc ión de l a soc i edad se encuen-

tran mediante un examen de los fines de la función punitiva del

Estado, de los intereses que ésta protege, así como de los impera-

tivos económicos y políticos que están detrás de los movimientos

dirigidos a hacer cambiar dicha función economia política de la

reacción social).

Ésta es, en substancia, la mueva criminologían propuesta por

Taylor

y

sus colegas, que, al atribuir al desviado la consciencia de

sus propias acciones, también le indica las posibilidades existentes

de dar una solución social a sus problemas fundamentales. Mas

la interpretación del marxismo dada por los aludidos autores, al

poner a los desviados como agentes potenciales del cambio revo-

lucionario, no explica sin embargo la relación que debe existir en-

tre éstos y la clase trabajadora. Es aquí, en este punto, donde

precisamente se alzan las críticas formuladas a la propuesta bri-

tánica. Ese «socialismo de la diversidad» que esquematizan Tay-

lor y compañeros reposa todavía en el campo de la utopía que se

construye sobre la idea de que todos los desviados luchan contra

la sociedad existente para hacer la revolución. Los críticos defi-

nen la propuesta, más bien, como un radicalismo anarquizante.

C

La evolución de los radicales británicos, brevemente ex-

puesta, dio pie a una variedad de expresiones provenientes del

seno mismo de la NDC; la forma de adhesión de aquéllos al mar-

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xismo, casi como una necesaria fórmula aglutinante, sin profun-

dización inicial, complica mucho la posibilidad de sintetizarlas.

Sin embargo, los propios autores de

The

N e t v C r i m i n o l o g y , en una

manifestación autocrítica de gran honestidad, se constituyeron en

editores de una compilación en la que recogieron las críticas y

acusaciones fundamentales formuladas desde dentro del mismo

grupo o desde el exterior, pero todas provenientes del mundo an-

gloparlante. Ahí se recogen las expresiones de los mismos edito-

res junto a las de Tony Platt, Herman y Julia Schwendinger, Geofl

Pearson, Wiliiam J. Chambliss, Richard Quinney la que puede

considerarse más relevante -sobre todo a los efectos de esta sín-

tesis-, de Paul Q. Hirst, junto a la réplica que 1. Taylor, P. Wal-

ton y J. Young formulan a aquél; éste es el material incluido en

Cri tica1 Cr imino logy en

1975.

La discusión entre los editores de la obra y Hirst es emble-

mática de la escasa aceptación que también en su propio ámbito

cultural obtuvieron las propuestas de Taylor sus asociados. En

efecto, Hirst cuestiona el objeto de estudio de la criminología ra-

dical propuesta por aquéllos y la ataca por carecer -¡nada me-

nos - de diferencia alguna con la crirninología conservadora.

Bajo el primer aspecto, Hirst alega (en su

M a r x E n g e l s o n C ri -

m e , L a w a nd M o r a li t y

que una genuina visión marxista de la

ciencia debe cancelar la criminología como objeto de estudio

resolver el problema del delito en la estructura económica misma

de un determinado periodo histórico en su correspondiente su-

perestructura jurídica. Si además los objetos científicos del mar-

xismo son únicamente el modo de producción, la lucha de clases,

el Est ado la ideología, pero no la criminalidad, entonces el ob-

jeto de estudio de la criminología no es compatible con el del

marxismo. Por lo tan to, la criminología radical -tal como est á

propuesta por Taylor y sus colegas- es endeble en su aspecto

epistemológico en tanto que, al igual que la conservadora, sólo

investiga superficialmente su objeto propio.

Esa polémica, llevada por Hirst con el rigor propio de las en-

seiianzas de Louis Althusser, se continuó sobre otros aspectos,

como el relativo a la alegada naturaleza política dcl acto desvia-

do, o sea, la consciencia subjetiva del mismo desviado. Hirst afir-

ma que dicho criterio tampoco es científico, provocando su exa-

men un retorno al terreno de la ideología.

Ciertamente, el cuestionamiento que formula Hirst logra poner

de manifiesto la esencia del pensamiento de Marx sobre los as-

pectos vinculados al delito. No obs tan te, parece desmedida su

pretensión de confrontar la criminoIogía radica1 de los sociólogos

británicos con Marx y de extraer del pensamiento de éste un

método epistemológico -basado en el rigor de Althusser- que

pueda aplicarse a ot ras disciplinas que se declaran explícitamente

como sociológicas y que, por razón de la naturaleza de las mate-

rias que tratan, utilizan los pocos instrumentos suministrado\ por

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el marxismo para trata r los fen jmenos que Marx analizó de modo

marginal.

D) Las posiciones británicas de carácter radical, intentando

superar posiciones tachadas de utópicas, tratan de volver sobre

lo que denominan la realidad dominanten paranzourzt reality)

frente a lo que caracterizó a las primeras fases del desarrollo de

la NDC, conocido como construcción de «realidades alternativas»

alternative realities),

propias de la lucha

v

de las culturas des-

viadas. Ahora se lucha por la construcción de la propia identidad

del individuo frente a la sociedad, lo que en otra época habían

hecho Goffman por su cuenta y Berger y Luckmann por la suya;

el primero, examinando cómo se forma esa identidad personal

en oposición o1 rol y al status social asignado; los segundos, ana-

lizando una de las realidades más accesibles y sólidas: la realidad

de la vida cotidiana.

Así es como Stan Cohen y Laurie Taylor 1972), iniciando una

línea de trabajo divergente respecto de la del grupo de la NDC,

que seguía acentuando el aspecto y el sentido politico de la des-

viación, se introducen en la investigación de la respuesta que el

individuo emite en forma activa frente a la situación en que se

encuentra, privilegiando el aspecto subjetivo de la misma. En

este sentido, los autores indicados utilizan también la elección po-

lítica radical o marxista) como una variable dependiente del mun-

do subjetivo del actor, pero la extienden al estudio de mundos con-

cretos y reales, como lo es la cárcel. En el trabajo citado reapa-

recen las fórmulas de las instituciones totales Goffman) pero con-

templadas no en la estructura vertical de la institución y de la

cultura que generan las relaciones de poder impuestas al interno,

sino examinadas en la cultura de los propios internos, constituida

por la prosecución del cambio de la situación y del ambiente ins-

titucional. Así, se analizan las diversas modalidades de resisten-

cia, correlacionadas con las distintas personalidades de los deteni-

dos. Dicha obra pretendía devolver la imagen del desviado a la

dimensión de la normalidad, cuando no era considerado un bravo

rebelde que se alzaba contra lo considerado indiscutible, o sea,

el desafío consciente al mundo del conformismo represivo.

El camino iniciado por Cohen y Taylor es retomado por ellos

mismos algunos años más tarde 1978) en el análisis de áreas en

las cuales aquella realidad dominante» paramount reality, en el

lenguaje de Berger y Luckmann) se presenta en la vida cotidiana

como episodios de rutina, con aburrimiento y sin satisfacción per-

sonal. través de esos episodios el individuo construye su propia

identidad, oponiéndose a la sociedad e intentando diferenciarse de

ella y utilizando ciertos mecanismos que le permiten resistirse y

fugarse hacia otras realidades que él considera más de acuerdo

consigo. Así se identifican los

scripts

o esquemas a través de los

cuales se fijan los estereotipos de comportamiento, transmitidos

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culturalmentc por los

i ~ z a s s -m e d i a ,

ontra los cuales se puede lu-

char con as mismas armas que contra la rutina, pero que sienl.

pre retornan bajo otros scr iprs ; también los autores individua-

lizan las free areus , escape r o t~ te s iden t i ty s i tes , que son los lzob-

bies , los juegos (de azar o de entretenimiento), el sexo ac t iv i t y

enc laves )

o las vacaciones y la cultura de masas

neiv lundscu-

p e s ) , que son medios de verdadera fuga, pero también la droga,

la psicoterapia, las religiones orientales, dirigidas a construir

mundos interiores

nz indscaping) .

Y así sucrsivamente.

Como se advierte, iiay un retorno al estudio de los mundos ín-

timos, es decir, a la microsociología de Goffman y de los etno-

metodólogos; o sea, a la fenomenología contra la cual, en buena

medida, se había lanzado la evolución iniciada por los que enca-

bezaron la fase romántica de la NDC. Lo prueba no sólo el trabajo

de Jason Ditton (1978), sino tambiCn la edición dc trabajos sobre

el líder del enfoque dramatúrgico (1979), estudiado ya antes en

esta obra v . cap.

VIII

A,

La v ida c o m o representac ión el en-

foqu

d r a m a t z i r g i c o d e G o f f m a n ) .

Claro que a estas alturas del

desarrollo del grupo de la NDC, con el regreso al mundo del in-

dividuo, cabe preguntarse si las propuestas tan radicales formu-

ladas a principios de la década de los años setenta no han quedado

detenidas en la fase romántica a que habían llegado los sociólo-

gos británicos. Y este interrogante surge de otro que podría for-

mularse cuando se advierte que la vida cotidiana que ahora se

vuelve a estudiar se genera, sin duda, en situaciones estructurales

que fueron propuestas sólo como objetos de estudio en aquella

fase.

3. P R O P U E S T A S E S C A N D I N A V A S

Seguramente una de las corrientes europeas, formada desde

mucho antes como orientación alternativa a los modos tradicio-

nales de concebir la criminología, puede muy bien englobarse bajo

el adjetivo de <(escandinava.. Esta denominación es pertinente

si se considera no sólo el ámbito cultural en que se generaron

esas propuestas -de características peculiares al núcleo de paí-

ses del norte de Europa-, sino también los rasgos propios de se-

mejante orientación.

Es justo señalar que el instituto de criminología de la Univer-

sidad de Oslo (Noruega), desde su fundación en 1954 por John An-

denaes en el ámbito de la facultad de derecho, pero mucho más

desde que Nils Christie es su director, trabaja con una inclina-

ción diferente (del Olmo, 1979, p. 183). Sus primeros trabajos son

poco conocidos, pues su alcance estaba limitado a quienes cono-

ciesen idiomas escandinavos. Mas a medida que se van publicando

los

Scandinav ian S tu d ie s in Cr imino logy

-obv iamen te en inglés-,

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se difunden las orientaciones alternativas que de ellas emergen.

De esos volúmenes surge el contenido problemático que los es-

tudiosos de aquellos países atribuyen principalmente al control

social. Ejemplo de esto lo es el volumen

11

pero el más afamado

hasta ahora de todos los publicados es el que difu nde el tr abajo

de Thomas Mathiesen, The Politics of Abolition. Essays in Politi-

cal Action Theory.

n

él se vierte el análisis de los movimientos

y agrupaciones de detenidos en establecimientos penitenciarios

escandinavos, los cuales ac túa n en pro de la reivindicación de sus

derechos humanos y para que se les reconozca la posibilidad de

constituir sindicatos con aptitud para luchar por la vigilancia de

tales derechos.

La organizacibn sueca KRUM abreviación de lo que puede tra-

ducirse como Asociación nacional sueca pa ra la reforma penal»)

fue fundada en otoño de 1966. A mitades de la década de los años

setenta la organización tenía una oficina nacional y trece locales

jurisdisccionales actuando a diversos niveles) en distin tas ciuda-

des y pueblos a través de todo el país. En esa época la organiza-

ción contaba con alrededor de 1.200 miembros, muchos de los

cuales eran convictos o ex convictos; el país poseía más de 8 mi-

llones de habitantes

y

una población reclusa de má s o menos

5.000 personas. La organización noruega llamada KROM Asocia-

ción noruega para la reforma penal») fue constituida en primave-

r a d e 1968 mediante firmes lazos con académicos críticos dedicados

a la sociología y a la criminología. La investigación iniciada sirvió

como apoyo para llevar a cabo una severa estrategia de presión,

que pudo influir en gran medida sobre las disposiciones adoptadas

por la política criminal oficial. La KROM tiene su consejo nacional,

que funciona en Oslo,

y

sucursales en dos grandes ciudades del

país; contaba en 1975 con unos

1 500

miembros el país poseía

casi

4

millones de habitantes y cerca de 2.000 reclusos). La crea-

ción de la propia organización de los presos

-FFF-,

en 1972, per-

mitió un trabajo de conjunto positivo que sirvib para neutralizar

ciertas iniciativas represivas de las autoridades. La organización

danesa KRIM Asociación danesa para una política penal huma-

na») se constituyó en 1967; su dirección está en Copenhagen y tie-

ne sedes en dos ciudades más. Poseía unos

400

miembros, mien-

tras que el país tenía casi 5 millones de habitantes

y

3.500 reclu-

sos c f . Mathiesen y Raine, 1975, p. 85).

Ulteriores y paralelas investigaciones han señalado criticamen-

te la labor estigmatizadora de las instancias del control penal,

resaltando su vinculación -como en el caso de la policía- con el

objetivo estatal de solucionar los conflictos políticos v . T.

S.

Dahl,

1975, p. 79).

Pero el campo en que al parecer el pensamiento crítico ha te-

nido en Escandinavia un mayor desenvolvimiento es el de la so-

ciología del derecho, que en muchas áreas se presenta muy co-

nectado con la criminología. En este sentido la reseña hecha por

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riamente sobre las disciplinas científicas cuyo objeto de conoci-

miento depende del tipo de formación social en que se presente

y de la forma-Estado que lo pueda determinar.

En consecuencia, no puede caber duda hoy de que la concep-

ción que se tiene en los dos países alemanes de la sociedad civil

y del Estado es profundamente opuesta. Por lo tanto, diversas han

sido también las formas de comprender la criminalidad, el com-

portamiento desviado en general y los problemas de su control.

Sin embargo, a estas alturas del desarrollo histórico de lo que

se reconoce como «cuestión alemana)), puede afirmarse con sufi-

ciente certeza que ksta ha tenido una repercusión importante por

lo menos en la gestación de nuevas propuestas en las ciencias pe-

nales de la República Federal Alemana.

Mientras tanto, en la República Democrática no ha surgido nin-

guna posición alternativa a la criminología oficial, obviamente a

causa de un principio general que es el de no poder disentir.

Como sostienen sin contradicciones los criminólogos de países co-

rrespondientes al área de influencia soviética v . Gerzenson, Kar-

per Kudrjawzew, 1966; Bucholz, Hartmann, Lekschas y Stil-

ler, 1971; Hindener, 1977; Bafia, 1978; Nezkusils t

al.

1978), la

disciplina que se practique en esos ámbitos ha de estar regida

por la metodología del marxismeleninismo. Esto significa que un

dato característico de esa criminología debe estar constituido por

el logro de su objetivo con el apoyo inmediato de la praxis, y con-

siderando que aquél es la .lucha» contra la criminalidad, no que-

da duda de que esa práctica debe robustecerse con una buena

disposición de los órganos de control. Por lo tanto, la criminolo-

gía del «socialismo real)) es ciencia aplicada. Desde este punto de

vista, estudia las circunstancias y las causas de la criminalidad y

relaciona estos resultados con la creación de medidas que tiendan

a evitar el delito. Con ello, es difícil encontrar diferencias con la

criminología tradicional y positivista de los países que no se pro-

claman socialistas.

En la República Federal se afirma, por un lado, que el dere-

cho penal se ha esmerado en buscar mayor protección de los dere-

chos humanos y, por otro, que la criminología ha ido cobrando

autonomía en ciertos temas clásicos vinculados al autor penal y

a la génesis del delito, lo cual en los últimos años le ha otorgado

unos rasgos característicos que se pueden generalizar en la afir-

mación de que muestra una «transformación del ámbito de sus

intereses.

cf.

Kaiser, 1980, p. 65 .

Pese a lo dicho, los desarrollos de una sociología de la desvia-

ción propia sólo pueden vincularse en la República Federal a la

constitución de lo que se conoce como ~Arbeitskreis unger Kri-

minologen» AJK, Círculo de Trabajo de Jóvenes Criminólogos),

al que ya se hizo alusión en el capítulo precedente. Los primeros

trabajos de este grupo, constituido por estudiosos formados en

distintas áreas de las ciencias sociales lo cual ya marca una pri-

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mera diferencia con las investigaciones penales clásicas que

revelaban una absoluta preponderancia de los juristas y los mé-

dicos), pero sin obligarse en torno a principios determinados, es-

taban directamente inspirados por el labelling-approach y, en ge-

neral, por el interaccionismo de matriz norteamericana.

Esta característica originaria del

JK

se nutre, sin duda, con

la esperanza de construir una ciencia independiente de las defi-

niciones jurídicas, lo cual ya era mucho decir en el ámbito de

los estudios penales tradicionales alemanes que, como se ha apun-

tado, han estado siempre fuertemente dominados por el derecho

o la medicina.

En este sentido vale la pena señalar, como dato sobresaliente

de las nuevas orientaciones, el rechazo que se hace de lo que ha

sido denominado «ideología del tratamienton, propia de una con-

cepción ejecutivo-penal que proviene de los países donde el wel-

fa re Sta te Estado benefactor) ha tenido vigencia. Las propuestas

que emergen de un Estado dedicado a procurar a los ciudadanos

ayudas y satisfacciones que sólo pueden concederse cuando los

recursos nacionales son asignados con cierta justicia distributiva,

únicamente pueden nacer de un Estado democrático. El Estado

y

la política social de la República Federal pueden muy bien ubi-

carse en el cuadro de situación expuesto, a partir de la llamada

reconstrucción o «milagro alemán» acaecido en el período de la

segunda posguera mundial. De tal modo, la política criminal ad-

quirió allí una mayor preponderancia frente al derecho penal, el

cual -según la vieja concepción de Von Listz- se reduce al papel

de mera técnica garantizadora de los derechos individuales. La

estructura social, cada vez más «justa», habría de ir reduciendo

vermanentemente el número de versonas «normales» aue delin-

quiesen y, por ende, el grupo de los criminales tendería a alimen-

tarse casi exclusivamente con suietos necesitados de «tratamiento».

Según esa política social más equitativa debía entenderse que,

en la tradicional dicotomía entre

«factores sociales» «factores

individuales» del delito, al disminuir las tensiones sociales, se

irían eliminando los primeros

y

adquiriendo preeminencia 10s se-

gundos.

Con el indefinido progreso social que prometía el welfare

Sta te, los «normales» cometerían cada vez menos delitos y, por

consiguiente, sería innecesario prever consecuencias jurídicas

orientadas sobre ellos, sino que habría que concentrar los esfuer-

zos en reforzar el tratamiento con internación para los ~anorma-

les», con una calidad

y

duración proporcionadas a las caracterís-

ticas de la personalidad de esos individuos, sin atender a la mag-

nitud de la injusticia cometida ni a sus culpabilidades valoradas

por el juez Zaffaroni, 1981).

Así es como se lrasvasa al campo ejecutivo-penal el concepto

de «resocialización»,«readaptación social», «reinserción social», et-

cétera, que proviene del campo médico cf. Bergalli, 1976) y que

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se t rans forma en el fin de las penas privativas de libertad al que se

puede llegar mediante la aplicación del método combinado que

se conoce como terapia social» conjunto de técnicas psiceso-

cieterapéuticas).

Es ta ideología del tratamienton promueve den tro del AJK

una fuerte repulsa de la que se hacen portavoces en respectivas

contribuciones Dorothee y Helga Peters 1970, pp. 144 y SS.)y M. Hil-

bers y W Lange 1973, pp. 52 y SS.),publicadas en la propia revista

que edita el grupo «Kriminologisches Journal» ). Mientras, fuera

del AJK se produce una aguda polémica en la que las posiciones

extremas aparccen representadas por Hilde Kaufmann -a favor

de la terapia social 1977; en cast. 1979, pp. 241 y SS.)-

y

por

W

Heinz

y

S.

Korn 1974, pp.

9

y SS.) - e n contra de la terapia

social-. E n es ta polémica han mediado Albin Esser 1977, pp. 276

y

SS.)

y B. Haffke 1977, pp. 291 y SS.) desarrollando la tesis de la

terapia social «emancipatoria» sobre aquella repulsa, la polémica

y la mediación aludidas, c f Bergalli, 1980, pp. 154-162, con mayor

información y bibliografía). Si tuvieran que sintetizarse las críti-

cas que se formulan en general, en el ámbito alemán federal, al tra-

tamiento socio-terapéutico, podría decirse que, por u n lado , no

comporta ninguna eficacia resocializadora y, por otro, produce

graves efectos de etiquetamiento.

Un analista alemán que escribe en italiano) de las posiciones

que s e enmarcan en su país dentro del áre a de lo que denomina

«nueva» criminología, sostiene que las concepciones formuladas

son similares a la

s c e p t i c a l t h e o r y

que los autores británicos

v .

en es te mismo capítulo, 2A) Priester, 1975). En efecto, en ge-

neral, para los criminólogos del AJK, las clases sociales más cri-

minalizadas son las más desfavorecidas, aun cuando quienes per-

tenecen a dichas clases no cometan un número más elevado de

delitos en comparación con los sujetos pertenecientes a las clases

más aventajadas socialmente. Esto se produciría porque las pri-

meras son habitualmente asociadas con más facilidad a la ima-

gen pública o al estereotipo del delincuente. Por lo tanto, a la

mu eva» criminología practicada po r el AJK podrían formularse

los mismos reproches que al enfoque

labe l l ing

en general y a la

scep t i ca l t heory

en particular, o sea que constituiría «sólo una

extensión y una modificación, pero nunca una alternativa radical

a la criminología tradicional)) Priester, 1975, p. 368).

Pero del grupo que originariamente constituyó el AJK se des-

ligan pronto algunos estudiosos decididamente más progresistas.

Unos, como M. Baumann

y M

Hofferbert 1974, pp. 158-189), criti-

can rudamente la labor general del grupo, bien por su falta de refe-

rencia a una teoría marxista y global de la sociedad, bien por la

excesiva confianza demostrada por el derecho burgués, lo cual no

permite comprender en toda su dimensión su intrínseca naturale-

za represiva ni tampoco imaginar su supresión.

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Otros autores, como Falco Werkentin 1971, pp. 49-63), proponen

una explicación causal de la criminalidad de la clase obrera y, en

general, de las clases inferiores. Interpretando la naturaleza co-

mun de la criminalidad de la fase capitalista en el ataque a la

propiedad, Werkentin justifica el delito como una actitud de los

trabajadores tendente a eludir el «mecanismo de distribución eco-

nómicamente determinado». Al hablar de imposibilidad de alcan-

zar las metas sociales mediante medios lícitos, la sugerencia de

Werkentin se presenta bastante enraizada en la teoría de la ano-

mia construida por Merton y, obviamente entonces, ello no es

suficiente -ni mucho menos- para fundar un análisis marxista

de la criminalidad. En efecto, aplicar esa perspectiva mertoniana

equivale a sostener que los fenómenos sociales como el delito

acaecen en el momento distributivo y no en el más importante y

estructural de la producción que, sin duda, es cuando se generan

las desigualdades sociales substanciales. En consecuencia, a la po-

sición de Werkentin puede reprochársele que sólo después de ha-

berse superado el análisis del aspecto estructural podría pasarse

al estudio de las desigualdades formales que se producen durante

la fase de la distribución. Para robustecer este reproche es nece-

sario recordar que la teoría de la anomia se basa en una supuesta

igualdad de medios legítimos para alcanzar fines sociales, la cual

sólo existe en el mundo abstracto de las leyes; el verdadero mar-

xismo, en cambio, presume la desigualdad distributiva y funda

su análisis en el momento de la producción.

Pero el intento más vigoroso y firme de integrar el análisis in-

teraccionista de la criminalidad en el marco de la teoría mar-

xista ha sido llevado cabo por Fritz Sack. Su esfuerzo comenzó

por señalar que el mayor interés de la investigación criminológica

debe estar orientado

a

analizar el problema de la distribución so-

cial de la criminalidad Sack, 1968, p. 472), puesto que todos los in-

dicios sociales que la definen y registran -sobre todo en los ba-

jos estra tos sociales- valen como determinantes de las reaccio-

nes diferentes del medio sobre los comportamientos y

no

como

determinantes del origen de los modos de distintos comporta-

mientos desviados. De aquí nace el interés por el problema de la

definición labelling) y las categorías de estos procesos de defini-

ción -principalmente las referidas a la creación Entstehung) y

aplicación

Anwendung)

de normas-, ya que el efecto final de la

estructura social -distribución de la criminalidad- repercute

únicamente sobre el control del comportamiento, pues este mismo

no será sin duda influido. Así, Sack rechaza la investigación de

supuestas causas originarias de modos precisos de comporta-

miento criminal. Esta propuesta genera una dura polémica con

autores como Tillman Moser, Heiner Christ y Karl-Dieter Opp, de

la cual en otro lugar se ha dado mayor información cf .Bergalli,

1980, pp. 247-251); lo que luego provocó algunas propuestas de inte-

gración entre el enfoque etiológico y el de la definición Defini-

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tionansatz), de lo que ya W. Rüther - e n alemán- había dado

un buen panorama Rüther,

1975).

El poder como elemento conceptual que está en el centro del

labelling-approach a lo cual se ha hecho referencia en el cap. VII,

3C

es identificado por Sack en su análisis de la distribución de

la criminalidad

1977,

pp.

248-278)

como la preponderancia que cier-

tos intereses tienen en el derecho penal, lo cual permite considerar

en un conjunto muy estrecho las relaciones que existen entre la

estructura clasista de la sociedad y la producción y distribución de

la criminalidad. En esta dirección propone Sack orientar la in-

vestigación criminológica, lo cual, por ahora, no ha tenido éxito

en la República Federal Alemana. Los estudios sobre el derecho

penal y el sistema de justicia criminal, junto a los que puedan

efectuarse sobre las clases sociales, permitirán el desarrollo de

una teoría completamente social de la criminalidad y en este sen-

tido puede señalarse, como contribución al conocimiento de Pa

opinión pública alemana, a fin de poder determinar cuáles son los

estereotipos de la criminalidad y las teorías «de sentido común»

Alltagstheorie) que tienen vigencia dentro de esas clases socia-

les, el trabajo de Gerlinda Smaus

1977,

pp.

187-204).

Puede ser indudablemente asombroso que en un ámbito de tan-

ta producción y tradición criminológica no hayan tenido un desa-

rrollo más intenso las propuestas de cuño marxista. Mas no hay

que maravillarse de esto si se tiene en cuenta que manifestarse

simpatizante de ciertas ideas implica un gran peligro en el campo

académico alemán como quedó expuesto al reseñarse la

V I

Con-

ferencia del ~EuropeanGroup for the Study of Deviance and So-

cial Control», v. cap.

IX,

5 .

La prohibición de ejercer una pro-

fesión Berufsverbot), aunque su legalidad sea discutible, ejerce

un poder restrictivo y limita el campo de investigación a los estu-

diosos progresistas.

5

P R O P U E S T S

I T L I N S

En el caso italiano no puede en absoluto asombrar que las

ideas críticas en el terreno del control social en general puedan

haber germinado de modo diferente que en otro país europeo;

esto se debe a la apertura del clima socio-cultural que ha venido

reinando en Italia en los últimos treinta y cinco años.

Esas circunstancias son las que han influido para que a lo que

se denominan «propuestas italianas» se

le

depare un tratamiento

prolongado al final de este capítulo.

La confluencia de tres filones culturales bien definidos y muy

ricos, como consecuencia de una decantación histórica nacida con

el proceso de unidad política, ha generado en Italia una libertad

de pensamiento inigualada, sólo interrumpida en sus expresiones

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exteriores durante el fascismo, ya que la

cultur dell resistenz

es quizá de una intensidad sin par. Por lo tanto, puede hablarse

hoy en Italia de la coexistencia de una cultura católica, otra laica

y una marxista, las cuales, cada una con su propio bagaje, han

realizado unas aportaciones inestimables a la consolidación de la

riqueza y la libertad cultural.

Sin embargo, por detrás de este panorama particular se mueve

la historia de ciertos hechos de índole económico-social, que han

funcionado como parteros de la presente realidad italiana y que,

asimismo

y

a la postre, son los determinantes de la aparición de

una sociología crítica de la desviación.

Un interesante estudio de los antropólogos Tullio Seppilli y

Grazietta Guaitini Abbozzo

1973)

pone de manifiesto una contra-

dicción fundamental en el desarrollo de la sociedad italiana. Con-

siste en la manifestación contemporánea de una veloz industria-

lización de tipo neocapitalista en la parte septentrional del país

y

a la vez, en la permanencia de una estructura de características

feudales y precapitalistas en el mediodía. Por lo tanto, la gran

operación de cirugía social que debía ejecutarse en Italia para

transformar definitivamente las estructuras de poder consistía en

la alianza a que estaba obligada la clase dominante -la burgue-

sía, compuesta en el norte de Italia por los empresarios moder-

nos- con los atrasados latifundistas del sur . Sin embargo, lo que

estaba obstaculizando esta empresa eran los aparatos burocráti-

cos del Estado que, en manos de aquellos últimos, resultan ine-

ficaces y traban el desarrollo del modelo capitalista.

Al propio tiempo, la fuerte movilidad social que genera el desa-

rrollo del polo industrial en el triángulo lombardo, piamontés y

ligur Milano, Torino y Genova), provocada por la inmigración y

por el éxodo general desde el medio rural, si bien constituye una

contribución para la homogeneidad cultural, también es motivo

permanente de desequilibrios

y

problemas de integración conflic-

tivos. La complejidad de las variables que dificultan la compren-

sión social de Italia se agranda con la presencia de un potente

movimiento obrero que se ha distinguido siempre por proponer

soluciones inspiradas en una perspectiva marxista de las relacio-

nes sociales.

Este cuadro social no ha tenido un marco analítico en la socio-

logía sino a partir de los últimos años de la década de los sesenta.

En efecto, con las grandes luchas obreras

y

estudiantiles de

1968

y

de los años sucesivos, las cosas cambiaron rápidamente. La im-

portancia del movimiento sindical en la gestión general del país

fue siempre en aumento

y

las izquierdas ganaron mucho prestigio

conquistando muchas administraciones regionales y locales, 10

cual influyó decisivamente en ese cambio.

A consecuencia de todo ello comenzaron a ponerse en práctica

variados experimentos en el campo del control social, protagoni-

zados por las propias organizaciones de base sobre sus respecti-

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vos territorios de influencia. Así se dio comienzo al empleo de es-

tructuras de prevención y tratamiento de la delincuencia, guiadas

por los principios de descentralización, intentando dar una visión

integral de los distintos fenómenos de marginalidad social, tales

como el problema de los ancianos, el de las mujeres, el de los

enfermos mentales, el de los minusválidos, el de los presos y, en

general, el de todas las personas que se caracterizan por su sepa-

ración del mundo de la producción; todas ellas aparecen aisla-

das sobre la base del principio que supone que quien no sirve má5

o no podrá ya servir jamás, quien ha sido explotado hasta el

final y quien ya no podrá serio más, es excluido y relegado a una

condición brutal y absoluta de aislamiento.

Obviamente, el fascismo no permitió el nacimiento de una so-

ciología de la desviación, pues quedó atrapado por los análisis de

tipo idealista propuestos por el filósofo Gentile. Cuando en algún

momento se propusieron las irracionales persecuciones raciales

de matriz nazi, entonces el fascismo recurrió

a los peores con-

ceptos del positivismo criminológico. Por lo demás, todos los es-

tudios sociológicos eran despreciados; incluso antifascistas nota-

bles como Benedetto Croce se opusieron violentamente a ellos.

En un ambiente semejante, la propia ciencia penal resultaba

anacrónica. En efecto, superada la vieja polémica entre escuela

clásica y escuela positiva, el derecho penal se había adherido total-

mente al tecnicismo jurídico que, encabezado por Rocco y pese

a su exaltación del principio de legalidad, favoreció que el dere-

cho se mantuviera alejado de la realidad social, prestando así un

importante favor al surgimiento del Estado autoritario.

De ahí que cuando surgieron en la posguerra, ante la nueva

gama de problemas sociales, los primeros interrogantes explicati-

vos, la investigación -aliada de la clase dominante-, además de

las ayudas financieras norteamericanas para la reconstrucción del

país, recibió también la doctrina del estructural-funcionalismo y

con ello se produjo la colonización en Italia de los estudios so-

ciológicos; es decir, por medio de teorías elaboradas en otros con-

textos sociales.

Pese a ello se hizo buena utilización de algunas de esas cons-

trucciones teóricas y, por ejemplo, siguiendo el análisis de las

ninstituciones totales* propuesto por Erving Goffman, se aplicó al

estudio de los ámbitos donde se cumplen las operaciones de mar-

ginación y control del comportamiento.

La primera institución puesta en discusión en Italia, por mé-

rito de un grupo de psiquiatras encabezado por el fallecido

Franco Basaglia, fue el

manicomio.

Pero no sólo se llegó a la

crítica de la lógica manicomial. Sobre la huella de los estudios

de

M

Jones 1964) y de R Laing 1967) se llegó también a dudar

de la existencia misma de la enfermedad mental. En efecto, no

sólo la familia burguesa es la génesis de los disturbios mentales

Cooper, 1971), sino que, en general, la locura es producto de la

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sociedad entera, de las relaciones de producción sobre la que se

construye y se constituye en un medio idóneo para el control de

quien quiere desviarse del proceso productivo Basaglia, 1975).

En esa línea de pensamiento es coherente que los psiquiatras

alternativos no hayan querido seguir al servicio del poder y, apo-

yados en las aciministraciones locales, hayan iniciado experiencias

dirigidas a la transformación y abolición del manicomio. El opor-

tunismo político y la manipulación de aquellas ideas llevó, sin

embargo, a que, imprevistamente, sin que existiera una coordina-

ción previa entre organismos regionales y gobierno central, el

Parlamento, mediante la mayoría relativa que le proporcionaba al

partido desde hace cuarenta años en el gobierno la permanencia

en él, sancionara la famosa ley 180/1978, por la cual, de la noche

a la mañana, se clausuraban los manicomios sin que estuvieran

preparadas las estructuras

y

servicios que fueran a reemplazar-

los. Esta situación ha producido sensibles dificultades e inconve-

nientes que sólo han servido para dar argumentos a quienes de-

fienden interesadamente el regreso a la psiquiatría tradicional, la

de las camisas de fuerza y camas de contención, la del electro-

choque.

Otra institución que resulta cuestionada por el creciente inte-

rés de las ciencias sociales en desarrollo es, en Italia, la cárcel.

Muchas investigaciones se hacen desde el ámbito oficial. En es-

pecial el denominado d e n t r o Studi Penitenziarin, dependiente del

Ministero di Grazia e Giustizia*, realiza estudios de las cárceles

italianas que se traducen en contribuciones aparecidas tanto en

la revista publicada por ese ministerio -«Quaderni di Criminolo-

gia Clinican- como en publicaciones especiales del centro aludi-

do. La ~Direzione egli Is tituti di Prevenzione e di Pena», de la

cual dependen la organización y administración de todos los esta-

blecimientos penitenciarios del país, se sirve de esas investigacio-

nes y coordina la aplicación de las recomendaciones que surgen de

ellas; con ello puede quizá comprenderse por qué este último orga-

nismo ha sido blanco - c o m o parte integrante de lo que se den@

mina en el lenguaje de los grupos que emplean la lucha armada,

l cuore ello Stato del ataque llevado a cabo en los últimos

años contra las personas de sus directivos, sobre todo si se con-

sidera que en él se organizó la instalación de las llamadas ~cárce-

les de seguridad».

Sin embargo, el primer análisis que se hace desde un punto de

vista que supone la integración de la población penitenciaria en el

subproletariado, proponiendo que, por lo tanto, quienes vayan a

la cárcel deben alcanzar como tales la consciencia de clase, es la

investigación que llevan a cabo Aldo Ricci

y

Giulio Salierno 1971),

la cual, por cierto, no recibe ninguna subvención oficial. Este tra-

bajo rompe con el olvido los prejuicios que el marxismo italiano

parecía tener respecto de los problemas de la criminalidad y la

cárcel y contribuye a la comprensión de que mediante el sistema

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penal se concrete la opresión de una clase. Otra aportación del

libro es haber dado un impulso a que todos los fenómenos de la

«diversidad» pudieron, en Italia, comenzar a ser considerados en

común, en el sentido de una disfuncionalidad con respecto al sis-

tema social v. Seppilli

y

Guaitini Abbozzo, 1975). No obstante,

el trabajo de Ricci Salierno, pese a sus méritos, adolece del de-

fecto propio de los análisis similares importados, de tipo liberal,

consistente en exponer los problemas un poco simplemente, sin

proponer soluciones más allá de la sencilla propuesta de abolir el

sistema carcelario.

El fenómeno de la cárcel va a provocar después análisis políti-

cos y levantar una auténtica lucha desde fuera y desde dentro de

los mismos institutos penitenciarios, quedando enmarcado en el

más vasto campo de toda la represión ejercida por el sistema

v. a simple título de ejemplo, Invernizzi, 1973; Lazagna, 1974;

Malvezzi, 1974). Sin embargo, tal como se mencionará luego, el

problema carcelario aparecerá estudiado en una visión más inte-

gral, vinculada a la perspectiva de toda la cuestión criminal.

Mientras tanto, se produce en Italia un auténtico interés por

analizar la desviación

y

su control desde una perspectiva marxis-

ta. La realización de la primera reunión en Impruneta Firenze)

del ~EuropeanGroup for the Study of Deviance and Social Con-

tro l» -a la cual concurren los estudiosos radicales británicos, es-

candinavos, alemanes e italianos entre éstos debe recordarse a

Marguerita Ciacci, Grazietta Guaitini Abbozzo, lrene Invernizzi,

Guido Neppi Modona, Raffaele Rauty, Tullio Seppilli y Mario Si-

mondi), quienes con sus ponencias contribuyeron a la edición del

volumen editado por

H.

Bianchi, M. Simondi e 1. Taylor 1975)-

la publicación de la versión italiana de The New Cririzinology

de 1. Taylor, P. Walton y

J.

Young 1975), han constituido, sin

duda, el impulso definitivo para que se produzca un hecho que se

estaba gestando desde hace tiempo en Italia.

Ese hecho se traduce en la presentación pública del grupo que

se formó en el ~IstitutoGiuridico A. Cicu» de la Universidad de

Bologna, en torno a Franco Bricola

y

Alessandro Baratta, el cual

venía ya trabajando desde hacía tiempo. Esa presentación da lu-

gar a la aparición del primer número de «La questione criminale))

1975), que se publicó durante siete años. través de los fascículos

de la revista de los «Quaderni» paralelos que fueron editados,

orientados por un estudio marxista de la desviación y de los meca-

nismos del control social v . Presentazione, 1975, p.

4 ,

se han ido

conformando unas propuestas concretas para construir el obje-

tivo final del grupo: la política criminal del movimiento obrero

en Italia. Esta política criminal puede definirse como una disci-

plina desvinculada de las restricciones de la criminología «oficial»

y orientada a la comprensión total, filosófica, histórica, económi-

ca y política de los problemas sociales; en una palabra, una crimi-

nología que, abandonando el mito de la objetividad, se ponga

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francamente del lado de la clase obrera. La necesidad de una

política criminal semejante surge por cuanto:

«un análisis de la realidad social de la desviación y del proceso de

criminalización, hecho desde el punto de vista de la clase obrera,

muestra que es ésta, hoy, la clase potencialmente portadora de

una política criminal alternativa, porque la clase obrera es la que

resulta francamente perjudicada por el mecanismo selectivo de la

criminalización, mientras, al mismo tiempo, es también portadora

del interés real por superar las condiciones materiales y las con-

tradicciones sociales que están en l base de la desviación crimi-

nalizadan Presentazione, 1975, p. 4 ) .

Es indudable que una exposición completa de todos los aspec-

tos que constituyen el ideario de lo que ya la opinión denomina

con justicia <[escuelade Bolognan es aquí materialmente imposi-

ble; únicamente podría obtenerse con un examen detallado de la

producción difundida por «La questione cr im in ale~ las obras de

los estudiosos más destacados del grupo. Sin embargo, quizá sir-

va como ayuda ilustrar, con muy breves referencias, la tesis cen-

tral de Baratta, relativa a la reconstrucción de un modelo inte-

gral de la ciencia penal, que ese autor formula a través de cuatro

contribuciones fundamentales 197 5, 1976, 1977a 197 7b) para con-

cluir con una propuesta concreta 1979). Del modo sugerido por

Barat ta han de part ir las nuevas direcciones político-criminales.

En primer lugar, Baratta ha expuesto críticamente la tradición

penal italiana, desde la concepción clásica, pasando por la positi-

vista y llegando a la técnico-jurídica. través de ese periplo, se-

gún el autor, fue tomando cuerpo -tal como ocurrió en Alemania

y, en general, en todos los países que se han orientado por ese

modelo político-criminal- lo que él denomina la «ideología de la

defensa social», la cual se concreta en un número de principios

fácilmente identificables en aquellos sistemas penales. Estos prin-

cipios son:

a )

el

p r i n c i p i o d e l b i e n y d e l m a l ,

por el cual se en-

tiende que el delito representa un daño para la sociedad, que el

delincuente es un elemento negativo y disfuncional del sistema

social y que el comportamiento criminal desviado es el m u l ,

mientras la sociedad es el b ie n ; b ) el p r in c ip io d e cu lp a b i l id a d : el

hecho punible es expresión de una actitud interior reprobable,

porque el autor actúa conscientemente en contra de los valores

y las normas que están dadas en la sociedad incluso antes de re-

sultar sancionadas por el legislador; c ) el ~ r i n c i p i o e leg itir ni-

d a d : el Estado, como expresión de la sociedad, está legitimado

para reprimir la criminalidad, lo cual se lleva a cabo por medio

de las instancias oficiales de control legislación, policía, tribuna-

les, instituciones penitenciarias) que representan la reacción legí-

tima de la sociedad;

c h

el

p r inc ip io d e ig u a ld a d :

el derecho pe-

nal es igual para todos y la reacción penal se aplica de igual ma-

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nera a todos los autores de delitos que, como tales, constituyen

una minoría desviada;

d)

el principio del interés social del de-

lito natural: la ofensa de los intereses fundamentales que protege

el derecho penal, y que son intereses comunes a todos los ciuda-

danos, constituye los delitos naturales, y

e

el

principio del fin o

de la prevención:

la pena no tiene Únicamente la función de re-

tribuir, sino también la de prevenir el delito mediante la adecua-

da contramotivación al comportamiento criminal.

Ahora bien, con el alejamiento de las corrientes técnico-jurí-

dicas Beling, Rocco) de las disciplinas antropológicas y socioló-

gicas -determinado por la política cultural y científica de los

regímenes autoritarios europeos- el modelo de la gesamte Straf-

rechtswissenschaft pierde eficacia. En consecuencia, Baratta pro-

pone la refundación de un nuevo modelo integral de ciencia pe-

nal, lo cual se logra poniendo en cuestión cada uno de los prin-

cipios de la ideología de la defensa social desde algunos de los

particulares desarrollos de la teoría sociológica liberal; es decir,

que sin recurrir a un enfoque marxista determinado es posible

demostrar la falacia del sistema penal tradicional. Si se acude

a los artículos de Baratta aludidos y ahora, en especial, a su re-

ciente obra -que aparecerá pronto en castellano- 1982), podrá

comprobarse cómo, en efecto, la teoría de la anomia permite

cuestionar el principio del bien y del mal; la de las subculturas,

el principio de culpabilidad; la psicoanalítica del derecho penal, el

principio de legitimidad; el

labelling-approach,

el principio de

igualdad; las del conflicto, el principio del interés social

y

del de-

lito natural; y las investigaciones sobre la cárcel

y

las institucio-

nes totales, el principio del fin o de la prevención.

En el nuevo modelo propuesto por Baratta debe proveerse a

la máxima contracción de los instrumentos de control hasta aho-

ra usados y a su substitución por formas de control organizadas

desde la propia clase trabajadora, mas sin cometer el error de

abandonar el sistema de garantías del Estado de derecho.

Más

bien será eficaz una reducción de la pena en todas sus formas,

como primer paso hacia la superación del mismo derecho penal.

Abandonar el derecho penal, superarlo, no quiere decir, sin

embargo, renunciar a cualquier forma de control social de la

desviación. Pero es igualmente cierto que, precisamente en los

ámbitos que una sociedad deja a la desviación, es donde puede

medirse la distancia que existe entre diversos tipos de sociedad.

En efecto, cuanto más está construida una sociedad sobre la desi-

gualdad -afirma

Baratta 1977b, pp. 356357)-, tanta más necesi-

dad de medios represivos tiene para mantener el orden. Por eso, la

sociedad socialista -insiste Baratta- es superior a la actual en

tanto que permite la libre manifestación de la individualidad de

cada uno.

Las perspectivas político-criminales de la escuela de Bologna

han asumido otra dirección precisa cuando han analizado el pro-

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blema de la cárcel. Cualquier referencia

a

eate tema, e n el ámbito

del grupo de «La questione criminale-, debe relacionarse con el

número monográfico de la revista -11, pp. 2-3, 1976- bajo el título

Carce re ed emarg inaz ione soc ia le y con el quaderno n . 2 I l car-

c e r e « r i f o r m a t o » ,organizado e introducido por Franco Bricola en

1977. El primero estuvo orientado a recorrer las etapas de la his-

toria de la institución carcelaria moderna y a conectar la

evolu-

ciGn del fenómeno carcelario con el movimiento real de la sacie-

dad. La compleja y políticamente instructiva historia parlamen-

tari a d e la reforma fue magníficamente expuesta por G Neppi

o

dona en ese fascículo -Appun t i per un a s tor ia par lame ntare de l la

r i f o r m a p e n it e nz i ar ia , pp. 319 y SS.-, y dos problemas jurídico-

políticos que caracterizan la vigente ley penitenciaria italiana fue-

ron analizados por G. Insolera -Legge 26 Lugl io 1975, n . 354 ed

ent i local i ,

pp. 409 y

SS-

y por Bricola

-L1a f f i dam en to i n prova

al serviz io socia1e: ' f iot -e al l 'occhiel lo ' del la r i forma peni tenziaria,

pp. 373 y SS. Pero es en I l carcere «r i f ormato» donde afloran los

aspectos má s relevantes en el análisis d e la escuela de Bologna,

por cuanto este

q u a d e r n o

fue publicado a distancia de la promul-

gación de la ley y del reglamento qu e constituyen la normativa

penitenciaria vigente en Italia que, desde el cam po político, ha

sido señalada como el ordenamiento destinado a poner en prác-

tica el fin reeducativo qu e la pena ha de tener, según lo dispuesto

po r la propia Constitución italiana art . 27).

En cuanto a la política penitenciaria en general, instrumenta-

da a part ir de la r eforma de 1975, las críticas de la escuela de

Bologna parten de que, habiéndose volcado el interés político en

transformar la cuestión criminal en una pura cuestión de orden

público -al centralizar todo el aparato de control penal sobre

la criminalidad subversiva-, la cárcel en Italia reconfirma su ca-

rácter violento y terr oris ta. La creación de las cárceles de máxima

seguridad, destinadas a la custodia de los detenidos má s peligro-

s o s ~ ,

muchas medidas paralelas, constituyen la prueba de ello,

todo lo cual, a su vez, se contrapone a las denominadas «medidas

alternativas a la pena privativa de libertad», propias de una po-

lítica criminal que practica un Estado benefactor.

Pero en ma teri a d e análisis más integral del fenhmeno de la

cárcel , no cabe duda de que los estud ios de Dario Melossi y Mas-

simo Pavarini, en conjunto, como quaderno n . de .La cluestione

criminalen 1977) o por separado , ya cuando el primero int roduce

el tema en el más vasto cuadro de las instituciones del control

social según la lógica de la organización capitalista del trabajo

en su p rimera época 1976, pp. 293 y SS.) y en la actualidad 1980,

pp. 277 y SS.),ya cuando el segundo enclava el problema mismo de

la pena y del trabajo penitenciario en el marco de la estructura

económica 1976, pp. 263 y SS.), esultan ser sin duda quienes oto r-

gan las dimensiones reales p ara analizar el fenómeno, según la

óptica de la presente realidad social italiana y europea.

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Los autores citaaos, además, basados en su anterior estudio

conjunto sobre las formas concretas de la cárcel y la fábrica, las

cuales fueron adoptadas en el pasado en aplicación de una disci-

plina social necesaria, son quienes acogen y revisan críticamente

las concepciones de G. Rusche y O. Kirchheimer por un lado, acu-

sándolos en cierto modo de economicistas y, por otro lado, las de

M.

Foucault, señalando la contraposición de éste a la visión marxis-

ta de la categoría disciplina. También

Melossi y Pavarini son

traductores de la obra de los autores alemanes de la escuela de

Frankfurt que tanta actualidad ha cobrado en el análisis de la eje-

cución penal en relación con las diversas formas de estructura eco-

nómica; son quienes descubren la verdadera historia particular

de este libro (Rusche y Kirchheimer,

1979) y,

a la vez, Melossi le es-

cribe una «Introduzione» -«Mercato del lavoro, disciplina, contro-

110 sociale: una discussione del testo di Rusche e Kirchheimern-

y Pavarini un ~Appendicen «Concentrazione e difussione del

penitenziario. Le tesi di Rusche e Kirchheimer e la nuova strate-

gia del controllo sociale in Italia»-, ambos publicados en La ques-

tione criminale IV, 1,

1978,

pp.

11-37

y

39-61,

respectivamente).

Es Massimo Pavarini quien ha escrito una apretada pero es-

tupenda exposición del desarrollo de la teoría criminológica, vin-

culándola a los contextos socio-históricos y políticos donde ese de-

sarrollo se ha ido gestando

1980),

la cual ve la luz en castellano

con un epílogo sobre la cuestión criminal en América latina 1982).

Por último, referir simplemente el trascendental debate en

torno al tema marxismo y cttestión critninal que ha centrado

buena parte de la discusión del grupo de Bologna. El análisis de

la desviación como expresión de una determinada formación eco-

nómicusocial, la mayor o menor validez de los instrumentos teó-

ricos marxianos para la interpretación del fenómeno y, finalmen-

te, las posibilidades y significado de una política criminal del mo-

vimiento obrero, son los puntos cectrales de aquel debate. Una de

las posiciones principales adoptadas está representada por L Fe-

rrajoli y

D.

Zoio

1977,

pp.

97-133),

quienes, si bien encuentran en

las reflexiones de Marx unas precisas indicaciones teórico-metodo-

lógicas para encarar la cuestión criminal, sugieren su integración

con teorías sociológicas, las cuales tienen que analizar empírica y

analíticamente los factores sobrestructurales, psicológicos, socio-

lógicos, políticos

y

culturales que actúan en los procesos criminó-

genos. Asimismo, por un lado, aquellos autores rechazan la doc-

trina del Estado que se deriva de Engels

y

Lenin y sólo sostienen

la que proviene de Marx, la cual concibe al Estado como aparato

represivo de clase que debe conservarse en la fase transitoria

bajo su forma socialista de dictadura del proletariado, hasta su

extinción en la sociedad comunista; por otro lado, insisten en que

pretender construir una teoría marxista de la desviación anclada

en los temas clásicos del marxismo, conlleva el riesgo doble de un

economicismo

y

de un holismo (como interpretación que consi-

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der a el obj eto científico en s u totalidad ) criminológico que, al in-

sistir en que se debe alcanzar la integración el consenso social

en el período de transición al socialismo, causaría la pérdida de

ias garantías del derecho penal moderno y conduciría a una po-

lítica criminal de tipo represivo

y

autoritario.

En este debate debe resaltarse la opinión aportada por N. Bob-

bio 1977, pp. 425-428), quien disminuye la importancia de la cues-

tión criminal en Marx, acusando de economicistas a quienes quie-

ran exponer

e x c l t i s i i ~ a m e n t e

as condiciones niateriales c om o base

del problema del delito y manifestando su temo r de que, contraria-

mente a las posiciones del propio Marx, la sociedad poscapita-

lista pueda caracterizarse po r un a extensión cuantitativa un em-

peoram iento cualitativo del derecho penal. Con todo esto, Bobbio

se manifiesta negativamente sobre la experiencia de la escuela de

Bologna.

Llegados a este punto puede decirse que las opiniones de Ba-

ra tt a, de Melossi, de Pavarini -ya brevemente expuestas-, así

como las de muchos otros componentes de la escuela de Bolo-

gna como F. Stame, F. Sgubbi, M. Sbricoli,

P.

Marconi, Th. Pitch,

E.

Resta, etc., constituyen u na impo rtante contribución en tor-

no a la construcción de una teoría crítica de las instituciones mar-

ginales del control social, del proceso de criminalización y, en ge-

neral, del comportamiento criminal y desviado en el ma rco de una

visión global

y

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Sumario

Prefacio

rimera parte: Introducción

1 La criminología por Juan Bustos Ramírez

1 Nacimiento

Concepto

y

discusión sobre el contenido

3 Relación de la criminología con el derecho penal

y la política criminal

Criminología y evolución de las ideas sociales por

Juan Bustos Ramírez

1

El Iluminismo

y

el pensamiento clásico sobre la

pena y el delito

El pensamiento positivista

3

El funcionalismo

El interaccionismo simbólico

El marxismo

egunda parte: Planteamientos crirninológicos

111 Patología criminal: aspectos biológicos por Teresa

Miralles

La noción del delincuente: su anormalidad

Las concepciones médico biológicas de la crimi

nalidad

3 Carácter científico del método utilizado

4

La biología criminal y su reflejo en la política

criminal

IV Patología criminal: La personalidad criminal por Te

resa Miralles

Consideracionesintroductorias

Nacimiento y evolución de la psiquiatría. la psi

cología

y

el psicoanálisis

3 La neurosis: estructura de la personalidad y de

sarrollo sexual

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4

Personalidad y criminalidad

5

Diagnóstico y tratamiento: consecuencias polí-

ticecriminales

6

La ideología de la diferencia

y

el orden social

V

Perspectiva sociológica: sus orígenes

por

Roberto Ber

galli

1

La sociología criminal: su origen positivista

2 Los sistemas sociológicos: nacimiento de la socio-

logía criminal Distintas vertientes

Su influencia sobre las ciencias penales

La estadística y su utilización

5 El delito natural

6 Reflexiones finales

VI

Perspectiva sociológica: desarrollos ulteriores

por

Ro

berto Bergalli

1 Enfoques multifactoriales

La escuela de Chicago

La ecología social

y

su empleo crirninológico

4 La teoría de la asociación diferencial: reformula-

ciones

5

La teoría de las subculturas criminales

A Elementos conceptuales para comprender la

teoría tradicional

B)

Valoraciones críticas de la teoría

VI1

Perspectiva sociológica: estructura social

por

Rober

to

Bergalli

1 Interpretación de la sociedad y su delincuencia:

teoría de la anomia

Tipología de la adecuación anómica

B) Acotaciones criticas

2 Las teorías del conflicto y sus interpretaciones

obre la criminalidad

A Aspectos generales

B) Interpretaciones contemporáneas del con-

flicto

El conflicto social

y

la criminalidad

Las teorías de la reacciGn social: sus interpreta-

ciones

A IntroducciGn

B

La cuestión del control

y

la reacción social

C) El interaccionismo

y

el enfoque del etiqueta-

iento lahelling.upprouch)

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VI11 Sociología de la desviación por Roberto Bergaffi

Construcción de una teoría

Concepciónpsicopatológica

l3

Concepción sociológica

2

La sociología de la integración

y

el comportamien-

to desviado