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Testimonio de Mónica Naranjo en el libro de autoayuda escrito por María José Barroso.
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“EL QUE MOU LA MEVA VIDA”
(Libro De autoayuda) MARÍA JOSE BARROSO SÁEZ
DATOS DEL LIBRO:
Nº de páginas: 128 págs. Encuadernación: Tapa blanda Editorial: PLATAFORMA Lengua: CATALÁN ISBN: 9788496981829
RESUMEN DEL LIBRO:
27 catalanes relevantes han accedido a compartir cuál es su fuerza
interior, qué conduce sus vidas, en qué creen. Son personalidades
destacas en diversos ámbitos de la actividad: Luis Bassat, Ernest
Benach, Eudald Carbonell, Carlos Checa, Marta Corachán, Josep
Cuní, Juani de Lucía, Manuela de Madre, Santiago Dexeus,
Valentí Fuster, Roger Grimau, Judit Mascó, Gabriel Masfurroll,
Federico Mayor Zaragoza, Gemma Mengual, José Montilla, Sita
Murt, Mónica Naranjo, Pedro Nueno, Josep Oliu, Magda Oranich,
Miquel Roca, Núria Sardá, Adolf Todó, Rosa Tous, Miquel Vilardell i
Jorge Wagensberg. Son voces representativas de un momento y de
un territorio, comparten el hecho de ser valoradas por su notoriedad
profesional, y que todas ellas han hecho el camino hacia el éxito
acompañadas de unas fuertes convicciones. En momentos de crisis,
más que nunca, se hace imprescindible no perder de vista aquello
que realmente importa, que tiene sentido, que nos hace ser lo que
somos. “El que mou la meva vida” es un viaje sincero e intimista por
los sueños, las motivaciones, y los valores de 27 catalanes
excepcionales.
A continuación os ponemos la parte relatada por Mónica Naranjo traducida al
castellano:
Título del libro: “Lo que mueve mi vida”
“MIS DOS SITITOS” – por Mónica Naranjo.
<<El día 10 de Octubre de 2006 mi vida quedó rota para
siempre. Estaba trabajando cuando recibí esa llamada
fatídica. Al otro lado del teléfono, mi marido,
completamente destrozado, con la garganta congelada y en
medio de una autopsia, buscaba la manera de explicarme lo
que había pasado. Hacía diez días que no comíamos ni
dormíamos después de saber que mi hermano
desapareciera, le buscábamos incluso bajo las piedras. Yo
no hacía más que engañarme a mi misma pensando que
sólo necesitaba aire fresco y soltar lastre. Tenía un trabajo
de responsabilidad que le obligaba a estar al doscientos por
ciento todos los días.
Llevaba muchos años arrastrando demasiado peso
emocional, nadie de su entorno no lo intuía, era una
persona muy reservada y fingía muy bien su papel de
“superhombre”. Yo sabía desde hacía tiempo que las cosas
no mejoraban y que vivía refugiándose en un mar de
tormentas. Cada vez que sacaba el tema, él me lo negaba
con rotundidad y me juraba que siempre estaría conmigo.
Pedí ayuda desesperadamente, pero todo el mundo me lo
negó todo alegando que él se encontraba estupendamente
y que yo vivía en una paranoia continua. Sólo mi marido
creía en lo que yo decía, lo sentía, lo veía como yo. Cuando
pasaron unos días de su desaparición fue cuando empecé a
ganar credibilidad entre los incrédulos y la angustia que
hacía tiempo me invadía se empezó a contagiar a los
demás.
El día que decidió abandonarnos en aquella triste
habitación de hotel, me envió un mensaje despidiéndose y
diciéndome todo lo que me quería y que siempre me
llevaría en su corazón. También dejó cartas donde nos
pedía perdón, y nos explicaba que estaba ya cansado y que
no sentía fuerzas ni ilusión para seguir luchando con esa
depresión profunda que desde hacía años le acompañaba y
maltrataba. Tenía 29 años cuando se marchó y toda una
vida por delante deseando hacerse amiga íntima de él.
Desgraciadamente, no fue así.
En casa, ya no se hablaba, no se reía, únicamente se lloraba
a escondidas en cualquier rincón oscuro para evitar el
contagio de la desesperación y la impotencia más absoluta.
Yo no quería comer, no quería dormir, me negué el derecho
de explotar dentro de mi llanto. Me cerré con llave dentro
de mi propia ansiedad y fue por el inmenso amor a mi hijo
que me llevaba cada mañana y me ponía en marcha
intentando hacerle entender, indirectamente, que la
muerte no existe, que es sólo un “hasta ahora”.
Llegó el día en el que nos tocó esparcir sus cenizas en esa
pequeña cala que tanta paz le había regalado su brisa. Era
noviembre y soplaba la tramontana. Mientras íbamos a su
rincón me venían una y otra vez los últimos besos amargos
que le hice al frente helado, aquel frente que tantas veces
me había comido a besos. Cuando llegamos al lugar preciso,
adornado el mar con flores, allí le liberamos hundiendo mi
mano en esa urna de la que nunca, egoístamente, me
hubiera separado. Fue curioso y mágico ver cómo, a pesar
del temporal, varias mariposas blancas volaban alrededor
de las cenizas, como si nos quisieran anunciar que él estaba
bien y que ya era libre.
Las personas que hemos sufrido una infancia llena de
agresividad, hostilidad y desequilibrio somos muy
vulnerables y en muchos casos muy frágiles. Para nosotros,
la mayor meta es conseguir formar una familia, es nuestro
tesoro y daríamos la vida por ella.
Si yo no hubiera tenido el apoyo de mi marido, y de mi hijo,
hubiera sufrido el mismo destino que mi querido hermano.
No lo he superado y sé que nunca lo superaré, pero con el
amor y la paciencia de ellos he aprendido a llevarlo con mis
altos y bajos. No hay un solo día que no me acuerde de él y
sé que en mi último aliento en este mundo, él será la
persona que vendrá a indicarme el camino a la luz.>>
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