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EN PALACIO NOS ENCONTRAREMOS SUSO CASTRO

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EN PALACIONOS ENCONTRAREMOS

SUSO CASTRO

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Colección: Narrativa Nowtiluswww.nowtilus.com

Título: En Palacio nos encontraremosAutor: © Suso Castro

Copyright de la presente edición © 2007 Ediciones Nowtilus S. L.Doña Juana I de Castilla 44, 3o C, 28027 Madridwww.nowtilus.com

Editor: Santos RodríguezCoordinador editorial: José Luis Torres Vitolas

Diseño y realización de cubiertas: OpalworksDiseño y realización de interiores: JLTV

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por laLey, que establece pena de prisión y/o multas, además de las correspondientesindemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren,plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte,una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretacióno ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada através de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

ISBN 13: 978-84-9763-376-5

Libro electrónico: primera edición

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A mis padres, sin cuya colaboración no hubiera podido nacer.

A Beatriz, por el tiempo que escribir esta novela me privó de estar junto a ella y, sobre todo, por los dos hijos que me ha

dado, Daniel y Guillermo, orgullo y pasión de su padre.

A todos los demás, querida familia y amigos, primeros lectores de esta novela, por vuestras generosas críticas

y los ánimos insuflados para publicarla.

A todos los que se han ido antes de que pudiera compartir con ellos esta apasionante experiencia.

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ÍNDICE

Capítulo 1 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .011

Capítulo 2 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17

Capítulo 3 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .123

Capítulo 4 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .229

Capítulo 5 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .337

Capítulo 6 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .347

Capítulo 7 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .355

Capítulo 8 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .463

Capítulo 9 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .469

Capítulo 10 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .081

Capítulo 11 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .089

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Capítulo 11 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .097

Capítulo 13 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .103

Capítulo 14 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .113

Capítulo 15 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .121

Capítulo 16 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .131

Capítulo 17 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .141

Capítulo 18 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .157

Capítulo 19 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .165

Capítulo 20 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .173

Capítulo 21 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .185

Capítulo 22 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .193

Capítulo 23 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .199

Capítulo 24 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .211

Capítulo 25 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .223

Capítulo 26 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .239

Capítulo 27 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .253

Capítulo 28 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .271

Capítulo 29 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .281

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Madrid, a 15 de Septiembre de 2006

A quien corresponda:

Me llamo Antonio Mas Rincón y pretendo que esta carta sea tras-pasada de padres a hijos hasta que llegue a manos de la personaadecuada.

Convencido de que en el futuro serán posibles los viajes en eltiempo, he creído que sería una buena idea citar en mi presente a aquelde vosotros, o de vuestros contemporáneos, que tenga la fortuna de viviren la época en la que por fin se consiga convertir en realidad lo queahora es solo un sueño. Así de sencillo.

Y así de complicado; porque intuyo que durante mucho tiempo estaclase de viajes continuarán siendo una utopía, tan solo una imagen creadapor nuestra fantasía, una ilusión de la que se seguirán valiendo escritoresy cineastas para el disfrute y entretenimiento de nuestras mentes.

Pero, antes de continuar, en consideración a todos aquellos que nome hayan conocido, me presentaré aunque sea muy brevemente, sin

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entrar en detalles sobre mi persona, pues temo que estos solo serviríanpara interferir en el que debe ser nuestro objetivo común: conseguir quese materialice la cita que propongo; el resto es anecdótico. Sí creo quees importante, sin embargo, que sepas que no estoy loco, aunque al leerlas primeras líneas de esta carta te hayas podido llevar esa equivocadaimpresión. Y aunque no tenga forma material de demostrarlo, unabuena prueba de mi cordura es que este mensaje haya llegado a tusmanos, ¿o acaso piensas que los que sí me conocieron se hubieran pres-tado a participar en el juego de no haber estado yo en mi sano juicio?

Es cierto que tampoco soy un gran artista, ni un lúcido científicoo un valiente explorador, ni siquiera un personaje famoso de mi época.Soy sin más, aunque no es poco, un ciudadano del mundo, afortunadode haber nacido en su lado bueno, hijo de unos padres reconocidos ycariñosos, con un trabajo que me permite vivir satisfactoriamente sinque me sobre el dinero, que tiene amigos con los que compartir algu-nos buenos momentos y sin más preocupaciones que las propias de unavida civilizada; es decir, bien puede afirmarse que en mi entorno soyconsiderado una persona de lo más normal. Al menos hasta ahora,pues es muy probable que tú, lejano lector y destinatario de estacarta, ayudes a que se modifique este concepto tan modesto y real quetengo de mí mismo.

También debes saber que planteo este reto a título individual; perono por ello vayas a pensar que tiene menor importancia, pues debescreerme si te digo que es vital que se produzca el encuentro. Si estoyequivocado y los viajes en el tiempo continúan siendo una quimera quese prolonga hacia el infinito, no habrá nada que hacer. Pero si no esasí, si tan maravilloso logro llegara a alcanzarse, aunque sea dentro detrescientos, quinientos o mil años, y no ponemos todo lo que esté denuestra parte para provocar la ansiada unión entre presente y futuro,estaremos perdiendo una oportunidad única de hacer algo que muchasgeneraciones nos agradecerán. Debéis perdonarme si no soy más explí-cito en este sentido, pero creo que dar más detalles resultaría contra-producente.

Mientras la carta alcanza su destino final habréis participado eneste proyecto un número de intermediarios que no puedo imaginar.

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Supongo que ya vuestros padres os habrán informado puntualmenteacerca de la naturaleza de este asunto y que, por tanto, no os cojo porsorpresa. Esto habrá sido así siempre y cuando el proceso se hayadesarrollado bajo unas condiciones ideales. Pero soy consciente de queeso es muy difícil y de que también puede haber ocurrido que en algúnmomento del incierto periplo de esta carta hacia el futuro se haya rotola cadena, apareciendo hoy ante tus ojos de manera asombrosa, mien-tras curioseas entre unos viejos legajos o haces limpieza en el trasterode tus abuelos. Hasta es posible que ni siquiera seas descendiente mío yque las hojas que ahora lees constituyan el único nexo de unión entrenosotros dos. Si ese es el caso, y ya que no puedo apelar a los lazosfamiliares, te suplico con especial elocuencia que accedas desde estemismo instante a convertirte en partícipe de este plan como si fuerashijo de mis hijos, aceptando hasta las últimas consecuencias las obli-gaciones que de ello se derivan.

Yo, por mi parte, voy a poner todo el empeño del que soy capaz paraque este proyecto de tan alto potencial llegue a buen fin y os garantizoque podéis confiar plenamente en mí, aunque solo sea porque soy elabuelo de todos los abuelos. En cuanto a vosotros, creo necesario animarosa participar con mucha ilusión y amplitud de miras, sobre todo teniendoen cuenta que es razonable que algunos penséis que trato de implicaros enuna empresa imposible, pues en el más que probable dilatado espacio detiempo que transcurrirá hasta que alguno pueda considerarse destinatariofinal, infinidad de factores pueden interferir en contra del correctodesarrollo del encuentro. Además, hay que tener en cuenta que las prime-ras generaciones, las menos evolucionadas, serán las más difíciles deconvencer de la bondad de la idea. Pero salvado ese primer escollo, ya seapor lealtad al que llevó vuestra misma sangre o por un generoso ejerciciode responsabilidad, confío en que haréis todo lo que esté en vuestrasmanos para superar cualquier dificultad que surja en el camino, demanera que poco a poco conseguiremos ir acercándonos al objetivo.

Por otra parte, el asunto es bien simple, ya que lo único que serequiere es que se fijen con precisión los detalles necesarios para que elencuentro se produzca con todas las garantías. Y eso es lo que medispongo a hacer a continuación.

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He decidido que la reunión tenga lugar a las 10 de la mañana,hora oficial en España (las 9 horas de Tiempo Universal), del día 3 deNoviembre del año 2007. La ciudad elegida para la celebración de tanimportante evento ha sido Madrid, donde yo resido en el momento deredactar esta carta; y el punto concreto donde debemos encontrarnos esel centro geométrico de la Plaza de la Armería del Palacio Real que,para más señas, se halla situado en el punto de latitud 40º 25’ 02, 3Norte y de longitud 3º 42’ 49, 6 Oeste, medidas referidas al Ecuadory al Meridiano de Greenwich. Identificarme será fácil, pues en la foto-grafía que acompaña a esta carta aparezco vestido con la misma ropacon la que me presentaré a la cita.

Llegados a este punto considero necesario sugerir que, puesto quetanto el manuscrito como la fotografía pueden sufrir un considerabledeterioro a lo largo de los años, sería conveniente que quien lo detectasepusiera el remedio técnico adecuado para solventar el problema.

Pienso que no es necesario añadir nada más. Si acaso resaltar laimportancia que tendrá este experimento, no solo para vosotros o paramí, sino para toda la humanidad, e insistir en el ruego de que sembréisentre vuestros descendientes la misma ilusión que llevó a este antepa-sado vuestro a iniciar tan ambicioso proyecto. El esfuerzo de todos nospermitirá alcanzar la gloria únicamente reservada a los valientes.

Me despido de todos vosotros con un fuerte abrazo y el deseo y laesperanza de un feliz viaje a quien corresponda.

Antonio firmó y respiró tranquilo. Llevaba varios díasdándole vueltas a una idea que había surgido de la maneramás tonta y que en vez de esfumarse inmediatamente, comohubiera cabido esperar, se mantuvo con tanta persistencia quellegó a obsesionarle hasta límites insospechados y le obligó,finalmente, a tomar la decisión de plasmar por escrito elresultado de sus cavilaciones. Ahora ya podía decir, tras variosborradores, que se encontraba ante el documento definitivo,totalmente limpio y resplandeciente, repartido en cuatrohojas blancas tamaño DIN A-4 de calidad superior quedescansaban, desplegadas y perfectamente alineadas, encima

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de su escritorio. Sobre ellas, unas esmeradísimas letras azules,fácilmente confundibles con trazos de imprenta, alegraban enlíneas paralelas las relucientes superficies. Y es que, aunquehubiera resultado mucho más práctico editar el texto en elordenador y después sacarlo por la impresora, pensó queescribirlo a mano le daba un aire mucho más auténtico ypersonal. Pero como era tan perfeccionista, no descansó hastaconsiderar que el escrito era ya imposible de superar en sufondo y en su forma. Y así estaba ahora la papelera, llena hastaarriba de pelotillas arrugadas.

Tras colocarse correctamente las gafas, con un movi-miento rápido y preciso, sobre el puente de la nariz, soplóconcienzuda y equitativamente sobre las cuatro hojas,cuidando mucho de que no se le escapara ninguna salivillaque pudiera emborronar su trabajo. Después, cuando creyóque la tinta ya estaría seca, las colocó en orden y empezó aleer pausadamente y en voz alta, recreándose tanto en la esté-tica de la grafía como en la claridad, precisión y concisión desu contenido. Rebosaba orgullo por los cuatro costados: nosabía de nadie que hubiera resuelto enigma tan complicadocon tan magistral sencillez; si algún día se llegaba a viajarhacia atrás en el tiempo, él sería el primero en saberlo. Y todoello sin necesidad de contar con nada ni con nadie, tan solocon su genial idea y una inquebrantable voluntad de llegarhasta el final.

Cuando acabó de leer, se detuvo durante unos segundos avalorar su propia rúbrica —nada que objetar, pues se veíafirme y rotunda—, y quedó tan satisfecho con el resultadodel conjunto que no pudo evitar esbozar una sonrisa.Depositó entonces suavemente sobre el escritorio la gruesapluma estilográfica que había estado acariciando entre losdedos. Pero no la dejó de cualquier forma, sino que lo hizomuy ceremoniosamente, como queriendo ceder a sucómplice y testigo mudo parte del protagonismo en esemomento histórico que juntos estaban viviendo. Pues aunque

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allí no había nadie más, y se hacía difícil imaginar presenciaalguna a causa del absoluto silencio que reinaba en la estan-cia, Antonio se sentía impulsado a actuar como si todos susmovimientos estuvieran siendo atentamente seguidos endirecto por millones de telespectadores.

Lo cierto es que no era para menos, pues había firmadoel que sin duda sería el más importante manuscrito de suvida. La carta, aunque tremendamente simple, podía marcarun punto de inflexión en la Historia de la Humanidad, demanera que cabía equiparar en trascendencia al acto deconvocar la reunión con el hecho de que esta se celebraraunos meses después. Así que, consciente de la responsabilidadque asumía a partir de entonces, empujó la silla en la queestaba sentado hacia atrás, separándose de la mesa, cruzó lapierna derecha sobre la izquierda, arqueó el tronco y se llevólas dos manos detrás de la cabeza, sujetándola firmemente.Esa postura, que denotaba claramente una gran confianza ensí mismo, le ayudó a relajarse y fue entonces cuandocomenzó a recorrer mentalmente el camino que le habíallevado a disfrutar de tan singular experiencia.

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Aunque era incapaz de situar con precisión el día enque había surgido la idea, sí recordaba que lo habíahecho de forma espontánea, sin que mediaran facto-

res externos que favorecieran su aparición ni hubiera obradopor su parte esfuerzo intelectual alguno. En un principiodejó que revoloteara un poco por allí, esperando a ver si lemostraba más detalles, pero aparte de la impresión de que setrataba de una ocurrencia original, no consiguió mayorinspiración y optó por alejarla de sus pensamientos. No erala primera vez que le pasaba algo similar. En otras ocasionesya había tenido ideas que él mismo calificó en principiocomo brillantes; ideas que, de repente, se le plantabandelante, augurándole con enfermiza obstinación un futurode fama o dinero —o de ambas cosas a la vez—. Pero apoquito que escarbaba en ellas su ímpetu inicial se iba dilu-yendo irremediablemente y tenía que acabar reconociendoque en ningún caso le iban a servir para alcanzar la gloria yel esplendor soñados. En consecuencia, jamás llegó nisiquiera a intentar la materialización de ninguna de ellas y, al

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final, todo se quedaba en una o dos noches de insomnioperdiendo el tiempo en la maquinación de absurdos e inúti-les planes.

Sin embargo, en contra de lo habitual, sucedió con estaque a ratos volvió a insistir, apareciéndose insinuante en losmomentos más insospechados para tratar de convencerle desu genialidad. Y así, casi sin quererlo, se descubrió a sí mismoen más de una ocasión fantaseando con la idea de diversasformas y adornándola de muy variados matices. De maneraque, tan pronto se veía viviendo el emocionante instante delencuentro con el viajero del futuro, como se imaginabaacompañándole de paseo turístico por Madrid mientras inter-cambiaban cientos de preguntas y respuestas sobre susrespectivos mundos. Caminando por las viejas calles delcentro, y a lo largo de las grandes avenidas plagadas de rasca-cielos del moderno Madrid, le iba contando de primera manola historia que él había vivido, a cambio de ser guiado por sudescendiente a través de un retrospectivo y surrealista reco-rrido por los principales rincones del planeta, en los que reci-bía noticia de interesantísimos sucesos que todavía estabanpor llegar.

Aunque en la escena en la que más le gustaba recrearseera aquella en la que se veía subiendo al estrado de un gransalón de conferencias para reclamar la atención de un nume-roso grupo de eminentes científicos que, reunidos conmotivo de la celebración de un prestigioso seminario, discu-tían vehementemente sobre la posibilidad de que en el futurola materia pudiera viajar a través del tiempo.

—¡Silencio, por favor! ¡Señoras y señores! ¡Ladies andgentlemen! ¡Por favor, escuchen un momento! Nada más lejosde mi intención que ofenderles, pero lamento anunciarlesque están ustedes malgastando su precioso tiempo, perdién-dose entre fórmulas y teorías que no les conducirán aninguna parte. La solución es mucho más sencilla de lo queimaginan y yo se la voy a resumir en una frase: si no somos

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capaces de viajar a través del tiempo camino al futuro, haga-mos que sea el futuro el que venga a nosotros, ¡convoquemosal futuro en el presente!

Aquella gente quedaba tan impresionada que, después dedigerir su simple pero demoledor razonamiento en unos segun-dos de angustioso silencio, estallaba en aplausos y vítores tanatronadores que a punto estaban de echar abajo el auditorio. Enotras ocasiones se deleitaba con una reunión más discreta,aunque, para compensar, daba cabida en ella a personal másselecto; o creía escuchar que las alabanzas que le rendían eranmás sentidas y cariñosas. También era capaz, si se lo proponía,de introducir citas históricas en mitad de su discurso o depronunciar frases de lo más impactantes. Incluso podía interve-nir como conferenciante invitado y no como espontáneo impe-tuoso. Eso sí, en cualquiera de los distintos escenariosimaginados, todos los que le oían hablar quedaban fascinadospor la contundencia y sencillez de los argumentos con que él,Antonio Mas Rincón, resolvía un misterio que hasta entonceshabía resultado indescifrable. Y la verdad es que era divertido.

Pero según transcurrieron los días, lo que empezó siendouna inocente idea se fue complicando y enredando hasta elpunto de convertirse en una molesta obsesión de la que nopodía desprenderse, llegando a sentirla como una especie decuerpo viscoso constantemente pegado a su cerebro, que seendurecía justo cuando trataba de conciliar el sueño y seponía a latir arrítmicamente, para fastidiar aún más, en cuantose despertaba por las mañanas.

Así que ante tanta insistencia y convencido de que estosindicios eran un claro síntoma de que lo que quería la puñe-tera idea era hacerse notar, acabó rindiéndose ante la eviden-cia y llegó a pensar en ella con un mayor juicio y a plantearseproyectos más realistas. De ellos, los que pasaron el primerfiltro fueron el de divulgar la susodicha a través de los mediosde comunicación y el de exponer razonadamente su teoría enalgún organismo científico.

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Aunque si uno lo pensaba bien, la cosa no era tan senci-lla, pues, de momento, no sabía ni por dónde empezar. ¿Quéorganismo, ya fuera público o privado, podría estar intere-sado en su idea? ¿Le atenderían, por ejemplo, en el CentroSuperior de Investigaciones Científicas? ¿Y en qué departa-mento o sección? ¿Tendría que cursar una instancia o pregun-tar directamente en el mostrador de información por elnegociado responsable de los viajes en el tiempo? En cual-quier caso era bastante improbable que le recibieran si no eracapaz de aportar alguna prueba que garantizase la viabilidadde su proyecto, por muy original que fuera. Asimismo,dudaba sobre qué sería mejor, si exponer su teoría antes dehacer el experimento o esperar a disponer de los resultados.En el primer supuesto se arriesgaba a que lo tomaran por loco—o lo que aún era peor, por tonto— y que nadie quisieraescucharle; pero claro, para lo segundo sería preciso contarcon la complicidad de algunos testigos, y no creía que sirvie-ran sus amigos, por lo que volvía a encontrarse en la mismatesitura, es decir, la dificultad de convencer a alguien de queestaba hablando en serio. Y, por otra parte, nadie le garanti-zaba que fuera a cruzarse en su camino un funcionario ruin,ávido de dinero y dispuesto a arrebatarle la idea; o el típico yavieso listillo que, agazapado tras un disfraz de inventordespistado y bonachón, hubiera estado toda la vida esperandouna oportunidad como esta para hacerse con la genial idea ysaltar así a la fama. A este respecto se preguntaba si sería posi-ble patentarla. Creía que no, pero estaba dispuesto a hacer lasaveriguaciones necesarias.

En cuanto a lo de dar a conocer su idea a través de laprensa, la radio o la televisión, el miedo que sentía no eraprecisamente a la apropiación indebida. Reconocía que eramiedo al ridículo. Miedo a que en todo este asunto pudieraexistir algún detalle que se le escapara, que no hubiera sidocapaz de ver; cualquier nimiedad que convirtiera su idea enun absurdo total y dejara al descubierto, de manera inequí-

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voca, su extrema estupidez. Entonces no valdría la tan recu-rrente excusa de tacharse de despistado.

—¿En qué estaría pensando? ¿Pero cómo es posible que notuviera en cuenta algo tan simple? ¡Cuánto lo siento! Les ruegoque me perdonen por las molestias que les haya podido causar.Sigan con sus investigaciones, por favor. Estoy seguro de queestán en el camino correcto. Si ya me lo decía mi madre: ¡undía de estos te vas a olvidar la cabeza en casa! —gritaba mien-tras dos guardias de seguridad le sacaban en volandas delPalacio de Congresos y Exposiciones amenazándole con partirlelas piernas si se le ocurría volver a interrumpir.

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La desazón de Antonio, que vivía sumido en la incerti-dumbre, fue creciendo a medida que transcurría eltiempo y se veía incapaz de tomar una decisión en uno

u otro sentido, pues a pesar de que las múltiples dudas leaconsejaban, a ratos, olvidarse de todo, otras veces una espe-cie de quemazón o fuerza interior le apremiaba a seguiradelante, no ya por el simple hecho de acabar de una vez portodas con aquello y quedarse tranquilo, sino porque en elfondo no quería que su idea se quedara solamente en eso.Como había ocurrido tantas otras veces. Además, ya era horade dar un giro a su anodina existencia. Desde bien pequeñovenía soñando con ese momento de gloria que ansían todaslas personas y su idea tenía toda la pinta de ser de esas que lesacan a uno del estado de permanente y sobrada normalidad.

Tras un nuevo esfuerzo, acabó comprendiendo que loque más le asustaba de todo el asunto era la publicidad de suspensamientos, el que pudiera quedar al descubierto lo tonto ysimple que era. Y así llegó a la conclusión de que para salir deaquel atolladero en el que se había metido no le quedaba másremedio que erigirse, de momento, en protagonista solitario

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de su propia historia. Sería duro tener que enfrentarse sinayuda a un reto de tanta envergadura —pensó entonces—; ymuy triste no poder compartir, al menos con los seres másqueridos, unas emociones que presumía extremas. Perorenunciando a esos privilegios la jugada quedaba redonda:conseguía el doble objetivo de evitar el riesgo de convertirseen blanco de las burlas de sus semejantes e impedía que algúndesalmado pudiera aprovecharse ilícitamente de la gloria quesolo a él le correspondía.

Ahora, sentado aún en la silla y con la mirada fija ydesenfocada sobre las hojas recién escritas, Antonio recordabaque fue una vez que tuvo claro que debía acaparar las funcio-nes de guionista, actor y director, cuando se habían renovadosus ilusiones y recargado sus energías. Aquella decisión habíasupuesto una liberación temporal para su cuerpo y para sumente, permitiéndole, al fin, centrarse en la elaboración deun plan concreto.

Aunque también era justo reconocer que resultó másdifícil de lo esperado. Si Antonio hubiera sido una personamenos exigente habría hecho lo que tenía pensado y punto.Sin más complicaciones. Sin darle más vueltas. Pero Antonioera de esas personas a las que les gustaba hacer las cosas bien;y si no, no las hacía. Por eso, en cuanto se puso a trabajarseriamente en el proyecto y profundizó en la idea fue inevita-ble que surgieran nuevos y descorazonadores escollos enforma de interrogantes. Se preguntaba cosas tan disparescomo por qué, si se había conseguido fabricar una máquinadel tiempo, no habíamos recibido ya la visita de algún indivi-duo del futuro; o cuáles eran sus posibilidades de éxitoteniendo en cuenta que él era un sencillo y anónimo ciuda-dano español. Quizás todo hubiese sido más fácil de habernacido estadounidense o japonés.

Estas, y otras muchas y variadas cuestiones que enturbia-ban su sentido común parecían surgir para poner a prueba,una vez más, la fortaleza de su ánimo. Él consideraba que para

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embarcarse en la aventura lo primero que necesitaba era estarplenamente convencido y seguro de sus posibilidades deéxito. Por tanto, era preciso liquidar previamente todas lasdudas al respecto. Pero por mucho empeño que puso, pasóaún algún tiempo perdiéndose en disquisiciones que no leconducían a nada y gastando unas preciosas energías en labúsqueda de argumentos favorables a sus intereses. Y aunquea veces los encontraba, lo malo era que al poco se le embaru-llaban todos de tal forma que, aprovechando el desorden,volvían a escapar.

No consiguió amarrarlos hasta el día en que decidióenfrentarse al problema de la manera más natural que cono-cía: realizando un análisis metódico de la situación y, sobretodo, dejando después constancia escrita de los resultados.Para ello, tal y como posteriormente haría con la carta,empleó varios borradores antes de quedar conforme con ladefinitiva, clara y ordenada expresión de sus pensamientos.

Entonces, para continuar con el repaso cronológico delproceso vivido, tuvo que levantarse de la silla para poderalcanzar un tomo de la “Historia de España” que descansaba,junto a otros once, en lo alto de una estrecha estantería demadera de pino. Allí, escondidas entre las páginas del titulado“Descubrimiento, colonización y emancipación de América”,se encontraban las dos hojas que, en sus cuatro caras, conte-nían los fundamentos en los que habría de basarse para darpor buena su teoría y, en consecuencia, poder involucrarse enel proyecto con todas las bendiciones. A continuación, trasdesdoblar las dos hojas, leyó despacio; en voz alta porsegunda vez en aquella noche, y esforzándose en pronunciarcorrectamente, incluso mejor que si estuviera presentando eltelediario.

1. El hombre demostró en 1969 que disponía de la tecnologíaadecuada para llegar a la Luna y, sin embargo, la consecución de estelogro no implicó que a partir de entonces se originara un flujo cons-

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tante de personas desde la Tierra hacia su satélite. De hecho, solo seisde las distintas tripulaciones del proyecto “Apolo” —una docena dehombres en total— tuvieron la suerte de pisar su superficie. Es más,desde que el seis de diciembre de 1972 fuera lanzado el Apolo 17,ningún otro vehículo tripulado ha vuelto a posarse allí. Así que aunqueno existan dudas relativas a la capacidad tecnológica de situar a perso-nas y máquinas sobre la Luna, lo cierto es que, de momento, no hayplanes para repetir la experiencia y el programa espacial continúa porotros caminos.

Para el caso de los viajes en el tiempo cabría pensar en algo simi-lar, es decir, que se invente una máquina para viajar hacia el pasado nonos llevaría a un uso frecuente e indiscriminado del mecanismo. Másbien parece lógico suponer que sería utilizado por un número muy limi-tado de personas, en cuyo caso deben contemplarse tres posibilidades:

1.1 El, o los viajes de los hombres del futuro se realizaron aépocas anteriores a la presente, por lo que no es de extrañar nuestrodesconocimiento al respecto, pues estoy seguro de que la incultura yescasez de miras de nuestros antepasados se erigirían en un muroinfranqueable ante tan insólita situación. De este modo, lo más proba-ble en este supuesto es que el audaz viajero acabase quemado en algunahoguera, acusado de hereje y sin tan siquiera haberse ganado el mereci-miento de figurar en el anecdotario popular.

1.2 El viaje se hará a una fecha futura, más cercana a la delinvento, por lo cual nuestra ignorancia resulta obvia.

1.3 El primer viaje tendrá como destino una fecha de nuestropresente, seguramente la fijada por mí, pues no cabe duda de que espreferible encontrarse con alguien prevenido y dispuesto a colaborar,que se ha ofrecido como voluntario incluso antes de que ellos se plante-aran la posibilidad de realizar el viaje, que con cualquier otro indivi-duo cogido por sorpresa y del que no existen ni antecedentes nigarantías de que vaya a cooperar.

2. Parece lógico pensar que, en un principio, los viajes a épocasmuy separadas sean irrealizables. Me imagino que las primeras pruebasconsistirán en enviar a algún animal unos segundos o, como mucho,unos pocos minutos hacia atrás. Después se realizarán los primeros

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ensayos con humanos y, si todo va bien, se avanzará hasta que seandías, meses o años los que puedan recorrer los pasajeros. En el caso delargos trayectos en el tiempo podrían existir problemas con el regreso.Es de suponer que, para poder volver a su origen, habrá que disponer deparecidos mecanismos tanto en el tiempo de partida como en el dellegada, lo cual no parece sencillo. De cualquier forma, las opciones quehay son dos:

2.1 Si no hay esperanza de vuelta, lo razonable sería que elnúmero de experiencias fuera limitado y, por tanto, se puede aplicartodo lo expresado en el primer punto.

2.2 Si resulta que todo son facilidades para viajar de uno a otrolado, entonces no queda más remedio que aceptar que se organizaránviajes masivos, mitad científicos mitad turísticos. E incluso no habríaque descartar la posibilidad de que hombres y mujeres del futuro esténahora mismo creando colonias en su pasado, entre el que cabría consi-derar nuestro presente. Aunque sea pasar de un extremo a otro, hay quetener en cuenta esta circunstancia que, lejos de mermar mis opciones,puede que hasta las aumente, pues no solo hay que pensar en que siem-pre tendrá que efectuares un primer viaje, sino también en que, a másviajes, más posibilidades tendré de ser visitado.

Para aclarar conceptos conviene en este punto resumir y combinartodo lo que he escrito hasta ahora, estableciendo una hipótesis a partirde la cual se pueda empezar a trabajar. Por ello he decidido considerarcomo más probable que el primer viaje, ya sean pocos o muchos, seefectúe con la finalidad de reunirse conmigo. Pero incluso en el caso deque no sea así, o de que aún siendo así sobrevenga la circunstancia deque con posterioridad a nuestra cita se realice otro viaje a una épocaanterior a la mía, y surja entonces el interrogante de a quién han visi-tado primero, pues lo que para ellos ha sido después para mí ha sidoantes, la conclusión a la que se llega invariablemente es que todo seguarda en secreto, lo cual no reduce mis posibilidades de ser visitado,pues nada tiene que ver una cosa con la otra.

Antonio, después de leer este último párrafo se detuvomosqueado porque algo había llamado su atención. Lo releyó

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despacio, esta vez sin abrir la boca, y cayó en la cuenta de quesu carta, esa carta que creía perfecta, que tanto le habíacostado redactar, de la que se sentía tan orgulloso hasta hacíapoco y que aún yacía con la tinta fresca, recién desvirgada lablancura de sus cuatro hojas, pues resultaba que no era tanperfecta. Había quedado incompleta.

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Extrañado de haber pasado por alto un detalle tanimportante, pues si por algo destacaba era por su meti-culosidad, Antonio dedicó un tiempo a autocensurarse

mentalmente mientras, tal vez a modo de castigo físicoimpuesto por su subconsciente, paseaba a un ritmo frenéticoen el reducido espacio que delimitaban la mesa y el quicio dela puerta del despacho, girando muy marcialmente al llegar aambos extremos y con gran peligro de sufrir una torcedura,un golpe o un resbalón doméstico.

Pero antes de que sobreviniera cualquiera de estas desgra-cias, y tras más de veinte largos de a cuatro zancadas, unaincipiente sensación de mareo acabó convenciéndole de quelo mejor era volver a sentarse, con la intención más sensata deemplear sus fuerzas en buscar remedio a tan lamentable error.Y así, cuando tras un par de minutos de descanso su corazónvolvió a latir con normalidad, tomó de nuevo la estilográficay la carta que acababa de escribir a su descendiente para agre-gar algo nuevo. Pero viendo el escaso margen inferior de quedisponía en la última hoja y pensando en lo chapucero queiba a quedar añadir unas líneas más debajo de la rúbrica,prefirió tomar una nueva en la que, a modo de posdata,

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procedió a puntualizar que, por su parte, y mientras no leindicaran lo contrario, tanto los preparativos como el resul-tado del experimento quedarían guardados en el más abso-luto de los secretos. Después de todo, incluso quedaba mejorque esa especie de declaración jurada figurase en hoja aparte,pues le daba como mayor importancia y credibilidad a susintenciones.

Como estaba inspirado no le costó mucho dar con laspalabras adecuadas, aunque lo importante, en cualquier caso,era que quedara absolutamente claro que se podía confiar enél. Probablemente, los habitantes del futuro preferiríanpermanecer en el anonimato, así como ocultar la naturalezade sus actividades ante los ojos de los visitados. Quizásacudieran tan solo a observar las costumbres de sus antepasa-dos y tuvieran estrictas instrucciones de no intervenir en elpresente. Había que pensar que cualquier cambio, porpequeño e insignificante que pudiera parecer a simple vista,podría tener inconmensurables consecuencias en el futuro, esdecir, en las vidas o no vidas de los visitantes.

A este respecto, Antonio defendía la postura de que lomejor que nos había podido ocurrir a todos los que habíamospasado por este mundo era que la Historia se hubieradesarrollado exactamente del modo en que lo había hecho.No podíamos limitarnos a ensalzar el día en que nuestrospadres se conocieron o, más concretamente, aquel en que seanimaron a darse un revolcón. Las cosas no eran así desimples. Aunque pudiera parecer exagerado venían de muchomás atrás: del principio de los Tiempos. Partiendo de lapremisa de que era mejor ser, aunque fuera en malas condi-ciones, que no ser, la fortuna de haber nacido había que adju-dicársela al hecho de que las cosas hubiesen ocurrido más omenos como contaban los libros de Historia. Al fin y al cabocada ser vivo era el resultado de un cúmulo de casualidades,con origen en el inicio de los Tiempos, que debía su idiosin-

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crasia al azar de una larguísima serie de encuentros y desen-cuentros.

Por tanto, tan obligado era estar agradecidos a Tariq porhaberse decidido a desembarcar en Gibraltar en el año 711 alfrente de casi diez mil bereberes, como a los Reyes Católicos,que siglos después ordenaron la expulsión de los que senegaron a convertirse al cristianismo. Aunque esto últimosonara políticamente incorrecto, si uno lo pensaba egoísta-mente llegaba a la conclusión de que si se hubiesen quedado,el resultado hubiera sido bien distinto, es decir, ni tú ni yoestaríamos ahora aquí —explicaba a quien quisiera escu-charle—. Es imposible obtener el mismo guiso cuando sequitan o se añaden ingredientes —sentenciaba para defendersus argumentos.

Además, con este razonamiento jugaba a establecer cone-xiones con protagonistas de la Historia con los que de otramanera no hubiera tenido jamás nada que ver. Así, imagi-nando las aventuras vividas por los primeros hombres queviajaron con Cristóbal Colón hacia el occidente, resultabagratificante pensar en que desde la dirección en la que sopla-ron los vientos aquellos días de dura travesía, hasta elcomportamiento y actitud de cada uno de los tripulantes,habían resultado determinantes en la forja de su existencia. Ylo mismo se podía decir de las decisiones que habían tomadopersonajes tan famosos como el Cid Campeador, Felipe II,Julio Cesar, Washington o Moctezuma. Era completamentelícito pensar que en la formación de su persona habían inter-venido las vivencias de tan ilustres individuos. Algunos máscabrones que otros, pero individuos todos al fin y al cabo.

Pero también había resultado crucial, en el resultadofinal, la suma y correspondencia mutua de las actuaciones delos millones de seres, reconocidos y anónimos, que habíanpoblado el planeta antes que él: exploradores, médicos, cien-tíficos, curas, militares, escritores, labradores, ambiciosos,filósofos, políticos, comerciantes, pescadores, artesanos,

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pobres, generosos, fulanas, mentirosos, madres, amantes,niños... Si uno se los imaginaba a todos ellos como piezasdispuestas en un gigantesco tablero de ajedrez, resultaba fácilcomprender que el más leve movimiento, el amago más sutil,acabara afectando hasta al más alejado e insignificante de lospeones. Otros, en parecidos términos, hablaban del “efectomariposa” y jugaban con la teoría de que cuando a uno deesos lepidópteros le daba por agitar sus coloridas alas enHong Kong, el efecto provocado se tenía que sentir, de algunamanera, en una ciudad tan lejana como Londres.

Tras estas reflexiones y después de conseguir —no sinesfuerzo— concentrarse de nuevo sobre el texto que acababade redactar, Antonio hizo un pequeño examen de concienciay llegó a la conclusión de que la adopción de este compro-miso de discreción no le causaba mayor problema. Se habíaconvencido de que el hecho de que sus méritos no llegaran aser reconocidos por el resto de sus semejantes carecía deimportancia. Su propia satisfacción le colmaría. Además,aunque no tenía experiencia en ese sentido, creía que seríanmás los inconvenientes de la fama que las ventajas que pudie-ran obtenerse de la publicidad de sus actos.

Entonces, empujado por una repentina sequedad degarganta y aprovechando la interrupción que había sufrido elrepaso, encaminó sus pasos hacia la cocina y allí, mientrasdejaba correr el agua del grifo en espera de que saliera másfresquita, se sorprendió al ver la hora que marcaba el reloj depropaganda de una pizzería que colgaba de la pared del fondoy que estaba allí, a pesar de lo vulgar que resultaba, porquedespués de que se lo hubieran regalado por ser cliente habi-tual le había dado pena tirarlo o condenarlo a la inutilidad enel fondo de un cajón.

—¡Las dos menos cinco! —exclamó en voz alta, extra-ñándose al instante de oír su propia voz.

Eso significaba que llevaba algo más de cuatro horassentado frente al escritorio y que habían pasado cinco desde

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que diera por finalizada la cena. Pero, a pesar de ser viernes—o más bien comienzo de sábado— y haber madrugado, seencontraba totalmente despejado. Además, volvía a tenerhambre. Cosa lógica si uno tenía en cuenta que había cenadode mala manera y apremiado por el ansia de dejar zanjado elasunto de la carta aquella misma noche. Así que abrió lanevera con la vaga esperanza de encontrar alguna sobra oalgún bocado fácil de preparar, pero como últimamente teníabastante abandonadas las tareas domésticas, un rápido vistazoal interior fue suficiente para convencerle de que lo mejorsería tirar el enmohecido trozo de queso que adornaba labandeja superior y coger unas galletas surtidas que guardabaen el armario.

Pensó también que, para acompañarlas, se merecía algomás fuerte que el acostumbrado vaso de leche y se sirvió unagenerosa copa de brandy. No era bebedor habitual —y muchomenos bebedor solitario—, pero de alguna manera tenía quecelebrar el exitoso desenlace de la primera parte de su plan.Incluso si hubiera tenido una botella de champán en lanevera, no habría dudado en descorcharla al estilo de losgrandes campeones del deporte.

De nuevo en su despacho, dispuso las galletas en filasobre la mesa, de menos a más apetitosa; se sentó, paladeó elprimer sorbo de brandy y retomó la lectura del texto justifi-cativo de su decisión desde el punto donde la había dejadounos minutos antes.

3. En el mundo es cada vez mayor la interdependencia entre las naciones.Factores como la inmensa expansión de las comunicaciones, que permiten elconocimiento de la realidad en los rincones más alejados del planeta, las cadavez más amplias asociaciones económicas y la creciente necesidad de plantea-mientos comunes para resolver las grandes cuestiones mundiales, están restandoimportancia, de forma progresiva y sin que apenas nos demos cuenta, a lassoberanías nacionales.

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Cuando llegue el momento de hacer correr el tiempo al revés, se habrállegado a un estado planetario global en el que será pura anécdota el habernacido en Estados Unidos, Brasil, Nigeria, Japón, Alemania, China o España.

De esta forma quedaban despejadas las dudas acerca depoder ser el elegido habiendo nacido en Madrid. Aunque enlos tiempos actuales esta circunstancia sí podía resultar deter-minante, debiéndose desconfiar de las posibilidades de todoaquel que no fuera oriundo de alguno de los países másdesarrollados del mundo, de cara al futuro era ridículo imagi-nar que para la culminación de su proyecto el lugar de naci-miento alcanzara a tener alguna trascendencia.

4. A pesar de no sentirme capaz de describir cómo será la sociedad futura,sí creo que acertaré al afirmar que será totalmente distinta a la actual.

Los cambios más llamativos de los próximos años estarán propiciados porel espectacular desarrollo de las nuevas tecnologías, principalmente las derivadasde la microelectrónica y de la biología molecular. Estos cambios serán a la vezla fuerza motriz que impulse a otros nuevos que ahora mismo no podemos nisiquiera aventurar. Y así irá ocurriendo sucesivamente, hasta que el mundoquede irreconocible para los que hoy vivimos en él; hasta que el hombre seacapaz de conseguir lo que ahora nos parece cosa de ciencia ficción: viajar através del tiempo.

CONCLUSIÓN FINAL: ES MUY PROBABLE QUE EN EL FUTUROSE INVENTE UNA MÁQUINA QUE PERMITA LOS VIAJES A TRAVÉSDEL TIEMPO, EN CUYO CASO EXISTEN MUCHAS POSIBILIDADES DEQUE, SI TODO DISCURRE CONFORME A LO PREVISTO, ALGÚN HABI-TANTE DEL FUTURO ACUDA A REUNIRSE CONMIGO EN EL LUGAR YFECHA DEL PRESENTE QUE POSTERIORMENTE DETERMINARÉ.

La lectura de la conclusión a la que había llegado trasestudiar las distintas posibilidades, tan repetida durante losúltimos días que hasta podía recitarla de memoria, le produjoesta vez un fuerte y prolongado escalofrío que recorrió todosu cuerpo. Por un instante fue consciente de que de su conte-

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nido se desprendían tan serias opciones de triunfo que yanada ni nadie podría evitar que siguiera adelante con su plan.Y ahora, mientras devolvía las dos hojas a su escondite origi-nal y el pesado tomo de Historia volvía a ocupar el espaciomarcado en la estantería por una gruesa franja limpia depolvo, recordaba que incluso después de finalizar la redacciónde aquellos cuatro puntos, que a partir de entonces le servi-rían para sustentar su determinación, aún se le habíanocurrido algunos razonamientos más que ya no considerónecesario expresar por escrito, pues los anotados le resultarontan convincentes que no estimó preciso seguir dándole vuel-tas al asunto y adoptó la inquebrantable decisión de continuarhasta el final, de citar con todas las consecuencias a su desco-nocido descendiente.

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