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ENSAYO DE FILOSOFIA Sören Kierkegaard (Copenhague, 5 de mayo de 1813 – Id., 11 de noviembre de 1855) fue un prolífico filósofo y teólogo danés del siglo XIX. Se le considera el padre del Existencialismo, por hacer filosofía del Sufrimiento y la «Angustia», tema que retomarían Martin Heidegger y otros filósofos de siglo XX. Criticó con dureza el hegelianismo de su época y lo que él llamó formalidades vacías de la Iglesia danesa. Gran parte de su obra trata de cuestiones religiosas: la naturaleza de la fe, la institución de la Iglesia cristiana, la ética cristiana y las emociones y sentimientos que experimentan los individuos al enfrentarse a las elecciones que plantea la vida.La categoría de subjetividad es la otra cara de la categoría de existencia. La existencia no es algo abstracto, sino el devenir concreto de un hombre concreto. Ahora bien, en esta existencia tiene propiamente su lugar el pensamiento. Pensar y existir van siempre juntos ya que el hombre que existe es un hombre que piensa. Pero el pensar del sujeto existente no es el pensamiento objetivo del filósofo que, envuelto en el humo de sus abstracciones se olvidad de sí mismo, sino pensamiento subjetivo, reflexión sobre el movimiento de su propia existencia. “La tarea del pensador subjetivo consiste en comprenderse a sí mismo en la existencia. El pensamiento abstracto no para de hablar de la contradicción y del progreso inmanente que se realiza mediante ella, pero lo

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ENSAYO DE FILOSOFIA

Sören Kierkegaard

(Copenhague, 5 de mayo de 1813 – Id., 11 de noviembre de 1855) fue un prolífico filósofo

y teólogo danés del siglo XIX. Se le considera el padre del Existencialismo, por hacer

filosofía del Sufrimiento y la «Angustia», tema que retomarían Martin Heidegger y otros

filósofos de siglo XX. Criticó con dureza el hegelianismo de su época y lo que él llamó

formalidades vacías de la Iglesia danesa. Gran parte de su obra trata de cuestiones

religiosas: la naturaleza de la fe, la institución de la Iglesia cristiana, la ética cristiana y las

emociones y sentimientos que experimentan los individuos al enfrentarse a las elecciones

que plantea la vida.La categoría de subjetividad es la otra cara de la categoría de existencia.

La existencia no es algo abstracto, sino el devenir concreto de un hombre concreto. Ahora

bien, en esta existencia tiene propiamente su lugar el pensamiento. Pensar y existir van

siempre juntos ya que el hombre que existe es un hombre que piensa. Pero el pensar del

sujeto existente no es el pensamiento objetivo del filósofo que, envuelto en el humo de sus

abstracciones se olvidad de sí mismo, sino pensamiento subjetivo, reflexión sobre el

movimiento de su propia existencia. “La tarea del pensador subjetivo consiste en

comprenderse a sí mismo en la existencia. El pensamiento abstracto no para de hablar de la

contradicción y del progreso inmanente que se realiza mediante ella, pero lo cierto es que,

al abstraer de la existencia y del existente, suprime la dificultad y la contradicción. El

pensador subjetivo, en cambio, es un existente y a la vez, un pensador; él no abstrae de la

existencia o de la contradicción, sino que está en ellas y, con todo, a de pensar. En todo su

pensamiento no tiene otra cosa que pensar que el hecho de que es un existente… Como el

pensador abstracto tiene por tarea comprender abstractamente lo concreto, el pensador

subjetivo tiene, por el contrario, la tarea de comprender concretamente lo abstracto. El

pensador abstracto aparta su mirada de los hombres concretos en beneficio del hombre

puro; la abstracción ‘ser hombre’ la comprende el pensador subjetivo concretamente: ser tal

hombre particular, existente”.

La esfera propia del pensador subjetivo no es la ontológica, sino la ético-religiosa. La

existencia es pasión y pasión infinita o, más exactamente, pasión de infinito. Por ello, a

diferencia del pensador objetivo que se desinteresa de su propio destino, el pensador

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subjetivo se interesa apasionadamente por su eterno destino personal. “La consideración

objetiva consiste justamente en el hecho de que los individuos devienen cada vez más

objetivos, cada vez menos interesados en una pasión infinita… Cuanto más objetivo se hace

el observador, menos edifica una felicidad eterna, pues no hay cuestión de felicidad eterna

sino para la subjetividad apasionada infinitamente interesada… El cristianismo es espíritu,

el espíritu es interioridad, la interioridad es subjetiva, la subjetividad es esencialmente

pasión y, en su grado máximo experimenta un interés personal infinito por su felicidad

eterna… Tan pronto como uno aparta la subjetividad y de la subjetividad la pasión y de la

pasión el interés infinito no hay ninguna decisión ni en este ni en cualquier otro problema.

Toda decisión, toda decisión esencial, arraiga en la subjetividad… Desde el punto de vista

objetivo hay sin duda bastantes resultados, pero ningún resultado decisivo, justamente

porque la decisión nos lanza en la subjetividad, esencialmente en la pasión, máxime en la

pasión personal que siente un inertes infinito por su felicidad eterna”.

En estrecha relación con esta teoría de la subjetividad desarrolla Kierkegaard su concepto

peculiar de verdad. Idealismo y cientificismo exaltaban la llamada “verdad objetiva”.

Kierkegaard ve en ello una aberración que fustiga con su habitual ironía. No se ve, no se

obra, no se cree, no se ama, pero uno sabe muy bien qué cosa sea el amor, qué cosa sea la

fe y qué lugar ocupa todo ello en el sistema. Aún admitiendo que existe un imperativo del

conocimiento, piensa Sören que lo esencial está en su asimilación vital. Él busca, como

confiesa en el Diario, una vida plenamente humana y no limitada tan sólo al conocimiento,

que le permita fundar su pensamiento sobre algo sólido, “algo que, a pesar de no ser cosa

mía, nazca de las profundas raíces de mi vida, que me arraigue, por decirlo así, en lo divino

y me sostenga, aún cuando el mundo entero se derrumbe”. “Lo que en el fondo me falta es

ver claro en mí mismo, saber qué he de hacer y no qué he de conocer, salvo en la medida en

que el conocimiento debe proceder a la acción. Se trata de comprender mi destino, de

descubrir aquello que Dios en el fondo quiere de mí, de hallar una verdad que sea tal para

mí, de encontrar la idea por la que pueda vivir y morir”.

En una palabra, lo importante no es conocer la verdad, sino reconocerla y apropiársela

personalmente. No hay verdad, sino cuando hay verdad para mí, cuando yo como

subjetividad estoy en la verdad, me la hago mía y la vivo apasionadamente. “para la

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reflexión objetiva la verdad se convierte en un objeto y de lo que se trata entonces es de

dejar de lado el sujeto. En cambio, para la reflexión subjetiva la verdad es la apropiación, la

interioridad, la subjetividad y se trata de profundizar, existiendo, en la subjetividad”. La

verdad lleva siempre consigo la relación a un sujeto que la reconoce como tal. No hay

“verdad” sino es para “alguien”. De ahí la famosa y controvertida fórmula kierkegaardiana:

la subjetividad es la verdad.

Hay que entender esta fórmula en toda su rudeza, sin pretender edulcorarla. Kierkegaard no

es un relativista. Él no convierte al sujeto en medida de la verdad. Muy al contrario, él parte

expresamente de la concepción tradicional de la verdad como adecuación del pensar al ser,

pero cuestiona su posibilidad. En efecto, aquella adecuación sólo es posible, si el ser se

toma como ser abstracto. Hegel podía muy bien hacer suya aquella adecuación y afirmar

incluso la identidad de pensar y ser, precisamente porque concebía al ser como desligado

del sujeto concreto existente. La relación con la verdad que tiene lugar en éste caso es una

relación objetiva a una verdad objetiva, es decir, una verdad convertida en objeto. “si se

pregunta objetivamente por la verdad, se reflexiona objetivamente sobre ella como sobre un

objeto hacia el que se relaciona el sujeto cognoscente. No se reflexiona sobre la relación,

sino sobre esto, que la verdad, lo verdadero es aquello hacía lo cual uno se relaciona”.

Al preguntar objetivamente por la verdad, el sujeto se olvida de sí mismo y se pierde, por

así decirlo, en la objetividad. Concebir la verdad como verdad objetiva significa, pues,

pasar por alto la relación real existente entre la verdad y el sujeto que la busca. De otro

modo, antes de preguntarse por la verdad, el sujeto se preguntaría por su relación hacia ella.

Esto es justamente lo que hace el pensador subjetivo. Por ello, a diferencia del pensador

objetivo que sólo reflexionaba sobre la verdad, el pensador subjetivo reflexiona

doblemente: primero sobre la verdad y luego sobre la relación hacia ella en la que se halla.

Y aquí surge una discrepancia radical entre él y el pensador objetivo. El pensador subjetivo

reconoce sencillamente que no puede alcanzar la verdad objetiva, no por nada, sino

precisamente porque él es un sujeto. Lo único que puede hacer es tender hacia ella. La

única forma posible de darse la verdad para un sujeto concreto existente es el progresivo

acercamiento a ella. La verdad sólo se da para él en la forma del tender hacía ella. De ahí

deduce Kierkegaard una importante consecuencia. Si la verdad sólo se da en la forma de

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tender hacía ella, entonces lo que verdaderamente importa en la relación subjetiva hacia la

verdad no es tanto la verdad en su objetividad, sino el modo como el sujeto se relaciona con

ella. “Cuando se pregunta subjetivamente por la verdad, se reflexiona subjetivamente sobre

la relación del sujeto hacia ella: si el cómo de esta relación está en la verdad, entonces está

también en la verdad el individuo, incluso en el caso de que se relacionara con la no-

verdad”.

El tender como tender es, pues, el único modo como el hombre, como sujeto existente, está

en la verdad.

Kierkegaard ilustra su punto de vista con un ejemplo que, en el fondo, ha estado

presidiendo desde el comienzo sus reflexiones: el conocimiento de Dios. ¿Cómo funcionan

es este caso ejemplar ambos modo de relacionarse con la verdad, el objetivo y el subjetivo?

El pensador objetivo se olvida obviamente de sí mismo y se entrega sin más a la tarea de

determinar abstractamente la esencia de Dios. El pensador subjetivo, en cambio, reflexiona

primero sobre sí mismo como sobre alguien que quiere conocer a Dios y se pregunta:

¿puedo yo, como ser finito que soy, pretender conocer a Dios? Y responde: no puedo. Sólo

puedo tender hacia su conocimiento. La tendencia constituye, pues la única forma posible

de relacionarme con Dios, de dónde se sigue que lo importante para mí es reconocerme

como subjetividad que tiende hacia él. “La pasión por el infinito es lo decisivo, no el

contenido, puesto que el contenido no es en definitiva sino la misma pasión. El cómo

subjetivo y la subjetividad: he aquí la verdad”. En suma: aquello hacia lo que hay que

tender no es la verdad en su contenido objetivo, sino el mismo tender hacia ella. La

tendencia hacia la verdad se convierte en el contenido de la existencia humana. Si no puede

alcanzar la verdad objetiva sin olvidarse de sí mismo como sujeto, sólo le queda al hombre

ocuparse de sí mismo, de su orientación hacia ella. Kierkegaard va tan lejos en esa

exaltación de la subjetividad que convierte en criterio de verdad el acto mismo de la

apropiación. “La incertidumbre objetiva, adoptada firmemente por la más apasionada

interioridad es la verdad, la verdad más alta que pueda darse para un sujeto existente”.