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Esa eterna desconocida: la voluntad de Dios José A. GARCÍA, SJ* ST 98 (2010) 507-518 * Jesuita, director de la revista Manresa. Madrid. <[email protected]>. sal terrae Dos cuestiones previas para comenzar. La primera podría expresarse así: ¿Qué conjunto de símbolos, de representaciones mentales y senso- riales surgen en nosotros asociados a la expresión «voluntad de Dios»? Pronunciamos o simplemente pensamos esa palabra, y automática- mente se suscita un mundo simbólico en torno a ella... ¿Cómo es ese imaginario? ¿Qué datos acentúa y cuáles calla? Seguro que no serán los mismos para todos. Dependiendo de las imágenes de Dios que ca- laron en nosotros desde la infancia, de la educación religiosa que reci- bimos y de nuestra propia psicología, ese mundo simbólico será dis- tinto en unos y otros casos. Por poner dos casos extremos: ese imaginario podría sugerir una especie de camino ya hecho y determinado por Dios, que nos viene en- cima como un bloque de hormigón armado y ante el cual no cabe más salida que aceptarlo o huir de él; o podría, por el contrario, parecerse a una oferta de salvación que Dios dirige a nuestra libertad, a la vez que se compromete a secundarla. La diferencia entre uno y otro imaginario es, como se ve, muy grande, y también lo serán los efectos que impri- ma en nuestra relación con Dios y en eso que llamamos su «voluntad sobre nosotros». Que las cosas sean así no debería escandalizarnos ni echarnos pa- ra atrás fácilmente. Es cierto que tales imaginarios ejercen en nosotros

Esa eterna desconocida: la voluntad de Dios - José A. García, SJ

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Esa eterna desconocida: la voluntad de Dios - José A. García, SJ.

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  • Esa eterna desconocida:la voluntad de Dios

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    * Jesuita, director de la revista Manresa. Madrid. .sal terrae

    Dos cuestiones previas para comenzar. La primera podra expresarseas: Qu conjunto de smbolos, de representaciones mentales y senso-riales surgen en nosotros asociados a la expresin voluntad de Dios?Pronunciamos o simplemente pensamos esa palabra, y automtica-mente se suscita un mundo simblico en torno a ella... Cmo es eseimaginario? Qu datos acenta y cules calla? Seguro que no sernlos mismos para todos. Dependiendo de las imgenes de Dios que ca-laron en nosotros desde la infancia, de la educacin religiosa que reci-bimos y de nuestra propia psicologa, ese mundo simblico ser dis-tinto en unos y otros casos.

    Por poner dos casos extremos: ese imaginario podra sugerir unaespecie de camino ya hecho y determinado por Dios, que nos viene en-cima como un bloque de hormign armado y ante el cual no cabe mssalida que aceptarlo o huir de l; o podra, por el contrario, parecerse auna oferta de salvacin que Dios dirige a nuestra libertad, a la vez quese compromete a secundarla. La diferencia entre uno y otro imaginarioes, como se ve, muy grande, y tambin lo sern los efectos que impri-ma en nuestra relacin con Dios y en eso que llamamos su voluntadsobre nosotros.

    Que las cosas sean as no debera escandalizarnos ni echarnos pa-ra atrs fcilmente. Es cierto que tales imaginarios ejercen en nosotros

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    una influencia que va ms all de nuestra voluntad, pero tambin lo esque, cuando nos hacemos conscientes de su presencia e influjo, pode-mos modularlos e incluso trasformarlos en otros ms acordes con elsignificado evanglico de la voluntad de Dios. Imgenes alternativasque alienten y sostengan ese cambio no nos faltarn, comenzando porla del propio Jess. Siempre podremos ex-ponernos a que su propioimaginario en este tema transforme el nuestro. Tu imagen sobre mme cambiar, suplicaba el P. Arrupe.

    La segunda cuestin, tambin de amplio calado, es la siguiente:con respecto a Dios, es ms lo que no sabemos que lo que sabemos, yesto vale de un modo especial referido al tema de su voluntad. A Diosno lo sabe nadie, nadie ha sido su consejero. A ningn ser humanole ha sido dado conocer en detalle sus planes. Tampoco a Jess?Tampoco. Por eso hombre como era, a la vez que Hijo de Dios Jesshubo de pasar por la prueba de la tentacin, el desconcierto y la au-sencia... Es cierto que Jess es para nosotros revelador de Dios, perocon un tipo de desvelamiento sacramental que, a la vez que lo descu-bre, lo oculta.

    Al abordar, pues, el tema de la voluntad de Dios, lo primero quedebemos hacer es quitarnos las sandalias, porque pisamos tierra sagra-da: Dios mismo en cuanto Misterio inabarcable e inefable (in-decible)para el hombre. Esta actitud de entrada nos ayudar, por otra parte, ano hablar demasiado fcilmente sobre un tema tan ntimo a Dios comoes su voluntad.

    1. A modo de trasfondo: Jess y la voluntad de Dios

    Atencin! No acudimos al caso Jess para zanjar el problema nadams plantearlo. No sera honesto. Lo nico que intentamos es pensar eltema de la voluntad de Dios, en cuanto problema nuestro, ante Jess ycon l; ante su modo de vivirlo y tambin de sufrirlo. Porque, siendoCristo para nosotros el hombre que vena de Dios (Joseph Moingt), esdecir, el autntico revelador de Dios en su ser de hombre, tampoco ten-dramos por qu plantearnos la pregunta por la voluntad de Dios a es-paldas suyas. Ni tendramos por qu hacerlo ni queremos hacerlo. Aspues, cmo entendi, vivi y experiment Jess la voluntad de Diosen su propia vida?

  • 1. Cf. Paul RICOEUR, Le sujet convoqu. 1cole des rcits de vocation prop-htique: Revue de 1Institut Catholique de Paris (octubre-diciembre 1988),88ss. Ver tambin, del mismo autor, Amour et justice, ditions Points, Paris2008, cap. III: Le soi mandat.

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    De un modo sinttico, ya que solo buscamos por ahora un telnde fondo sobre el que hacernos la pregunta, podramos afirmar losiguiente:

    1.1. Buscar y hacer la voluntad de su Padre fue siempre la autnticapasin de Jess, su Deseo unificador y centrante, su alimento. As loexpresan repetidamente los Evangelios, sobre todo el de Juan: Yo nohe venido al mundo para hacer mi voluntad, sino la de aquel que meenvi (Jn 6,38); mi manjar es hacer la voluntad del que me ha en-viado y llevar a cabo su obra (Jn 4,34); yo no busco hacer mi vo-luntad, sino la voluntad del que me ha enviado (Jn 5,30); etc. Por otraparte, hacer la voluntad de su Padre ser para Jess el dato clave quenos identifique con l y nos introduzca en el Reino, ms all de cua-lesquiera lazos de carne y sangre (Mc 3,35) e incluso ms all de ha-berlo invocado como Seor por las plazas o de haber comido y bebidocon l (Mt 7,21). Las citas seran innumerables, hasta el punto de que,privados de tales referencias, los Evangelios quedaran irreconocibles.

    De dnde le viene a Jess esta Pasin, este Deseo tan invasor? Parael hombre bblico, y muy especialmente en el caso de los profetas, loque nos constituye como humanos no nos viene dado por definicionesprevias de la esencia del hombre. El hombre es lo que est llamado aser de parte de Dios (Jr 1,5-10; Is 6,6-8). No posee una esencia previao diferenciada de la llamada de Dios, de su voluntad concreta sobre l.En palabras de Paul Ricoeur, el yo de los profetas es un soi mandat,un soi convoqu (un yo mandado, convocado)1.

    Pues bien, esto, que estaba ya muy claro en las vocaciones profti-cas del AT, se hace ms patente an e invasor en el caso de Jess. Jessno se auto-comprende desde s mismo, sino desde quien lo enva; no ha-ce lo que se le ocurre, sino lo que ve hacer a su Padre; no quiere ser due-o de su destino, sino que acoge y acepta el que le viene de Dios. Si haexistido en la historia un hombre absolutamente tenomo, es decir, radi-cado en Dios, llamado, alentado e inspirado por l, se ha sido Je-ss.

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    El Padre y yo somos uno (Jn 10,30). Jess vive de la voluntad de Diosporque est totalmente identificado con l, porque es uno con l.

    Y, por otra parte, no fue Jess, al mismo tiempo que uno con Dios,el hombre de una asombrosa libertad para bien del mundo: libre de smismo y de su familia; libre ante la cultura, los poderes y la religinde su tiempo, y todo ello en nombre precisamente de Dios y de su vo-luntad salvfica?

    Ser, entonces, que venir de Dios y existir en comunin amorosay obediente junto a l haciendo nuestro su Deseo, lejos de alienarnosde nuestro ser humano, lo lleva a su mxima realizacin? Ciertamente,as sucedi en Jess.

    1.2. Para Jess, Dios fue siempre y al mismo tiempo Padre accesible yDios libre (W. Brggemann). Padre accesible en quien se puede con-fiar. Dios libre, porque, aun siendo as, se trata de Alguien que nos tras-ciende infinitamente.

    Ah estn para confirmar lo primero que Dios es Padre accesiblelas parbolas de la misericordia (Lc 15) y la insistente invitacin deJess a la confianza, a no tener miedo, al abandono sin lmites en laprovidencia y el amor de Dios (Mt 6,25-34 y par.; 8,23-27 y par; 11,28-30; etc.). Ah estn tambin los pasajes de las Tentaciones, el Huerto yla Cruz, en los que Jess ha de pasar por la prueba de un Dios mayorque l, libre e inmanipulable, para caer en la cuenta de la hondura yel dramatismo de lo segundo que Dios es libre.

    1.3. En lo tocante a los medios concretos del Reino la voluntad deDios no fue para Jess algo automticamente sabido o dado, sino ob-jeto de su propia bsqueda y discernimiento. Jess tuvo una autocon-ciencia luminosa de s en cuanto Enviado por su Padre para instaurarel Reinado de Dios, pero no de los medios concretos para lograrlo. Deah que Jess tenga que discernir esa voluntad a travs de la oracin yde la atencin a lo que va sucediendo en su vida; de ah sus tanteosapostlicos, sus entradas y salidas de escena; de ah tambin la pre-sencia de la tentacin en su vida, una tentacin que nunca versa sobrefines, sino justamente sobre los medios para alcanzar el fin, es decir, elreinado de Dios.

    Hasta aqu, pues, el caso Jess como trasfondo modlico denuestra pregunta por el significado y alcance de la voluntad de Dios en

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    nuestras vidas. Le guste o no a nuestro innato narcisismo, no aprende-mos lo que pueda ser para nosotros la voluntad de Dios (ni eso, ninada) en un espacio vaco, sino en un contexto, es decir, ante algo o an-te alguien: una persona, una cultura, etc., que estn ah, que nos cir-cundan por fuera y nos modelan por dentro. Y, siendo esto necesaria-mente as, qu mejor Referente podramos encontrar que Jesucristo?

    2. Solo Dios conoce a Dios

    Cmo podra ser de otra manera? Ese Dios en quien nos movemos,existimos y somos; que da la vida a los muertos y llama a la existenciaa lo que no existe; que es desde siempre y para siempre... nunca podraser abarcable por nuestra inteligencia o nuestro deseo; siempre ser pa-ra nosotros Misterio. Es cierto que en el interior de la fe, y gracias a larevelacin que de l nos hizo Jesucristo, hemos llegado a conocerlo co-mo Padre, como amor y compasin incondicionales, como futuro delhombre, etc.; pero, incluso as, qu significan esos conceptos huma-nos cuando no es al hombre a quien se aplican, sino a Dios? El miste-rio se atena, pero sigue estando ah, no desaparece

    Que solo Dios conoce a Dios es lo que dice Pablo a la comunidadde Corinto. Pablo se siente regalado con una sabidura que no le vienede este mundo, sino del Espritu; una sabidura que supera toda per-cepcin humana (1 Co 2,9-10a) y que le ha sido dada por revelacin deCristo; una sabidura real pero misteriosa, cuya plenitud solo Dios po-see: Solo el Espritu de Dios conoce las cosas de Dios (1 Co 2,11b).

    Lo mismo sucede en el conocido desenlace del libro de Job. En supelea con Dios, Job rechaza indignado la interpretacin de sus tresamigos con respecto a su tragedia personal, interpretacin que tambinDios desautoriza. Pero caer de bruces cuando, en los bellsimos cap-tulos 38 y 39, Dios mismo se encare con l, apelando a su inabarcableMisterio: Dnde estabas t cuando fundaba yo la tierra? Indcalo, sisabes la verdad.... Es entonces cuando Job se rinde definitivamenteante Dios: Antes te conoca solo de odas; ahora te han visto mis ojos(Job 42,5).

    Curiosa y desconcertante confesin la de Job! Qu han visto enrealidad sus ojos? Tal vez a Dios mismo? No. Lo que han visto essu misterio, su esencial in-comprensibilidad por parte del hombre, la

  • 2. William J.OMALLEY, SJ, Creer hoy? Asentar la fe sobre roca firme, SalTerrae, Santander 2009, pp. 18-19, 31.

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    insensatez en que ha cado l mismo al querer explicarse a Dios. Laconfesin de Job termina en adoracin y en confianza, porque eseDios, inabarcable para l y misterioso, es santo.

    Pero entonces, si las cosas de Dios son as, qu podemos saber del y de su voluntad sobre nosotros? Solo su misterio, es decir, nada?

    Me siento identificado a este respecto con la afirmacin del jesui-ta W.J. OMalley en su reciente librito Creer hoy?: Con demasiadafrecuencia la gente describe la fe como un salto en el vaco, lo cuales una pura estupidez. Darle diez mil dlares a un individuo que llamaa tu puerta ofrecindote una parcela edificable en Florida s es un sal-to en el vaco. Casarte con la hermana de tu compaero de habitacinen la universidad sin siquiera haberla visto una sola vez s es un saltoen el vaco. El acto de creer se parece ms, prosigue el autor, a unacerteza moral que excluye todo temor razonable, o a lo que el carde-nal Newman llamaba inferencia informal: la convergencia acumula-tiva de muchos fragmentos de experiencia que genera conclusionesdignas de confianza2.

    Entre esas dos afirmaciones polares se sita justamente nuestrapregunta por la voluntad de Dios: en un polo est la afirmacin de queDios es para nosotros Misterio inabarcable e inefable; en el otro, quecontamos con muchos fragmentos de experiencia que generan conclu-siones dignas de confianza. Avancemos por pasos, de lo que es msevidente a lo que lo es menos.

    2.1. La primera voluntad de Dios, su Deseo primero, es la salvacinde todo lo que l ha creado y crea. T, Seor, amas a todos los seresy no odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa,no la habras creado. Y cmo subsistiran las cosas si t no las hubie-ras querido? Cmo conservaran su existencia si t no las hubieras lla-mado? (Sab 11,24-25). As piensa el Libro de la Sabidura.

    En esa misma ptica se sita Jess cuando, invitndonos a confiaren Dios y a no vivir angustiados, nos habla de los lirios del campo y lospjaros del cielo como criaturas de cuyas vidas Dios mismo cuida (Lc12,22-32 y par.). Y mucho ms cuando se acerca a los pobres, enfermos

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    y pecadores, todos ellos excluidos del amor y la convivencia humana, yen nombre de Dios los cura e integra en la comunin humana.

    Pienso que, antes de hablar de otras formas o manifestaciones dela voluntad de Dios, tendramos que hablar de sta: que lo que Diosquiere, ante todo, es la vida lograda de todo aquello que l ama y,por amarlo, lo crea. Para que nuestro imaginario en torno al conceptovoluntad de Dios no nos extrave, tendramos que ex-ponernos unay mil veces a ste su primer significado.

    2.2. Cercano al sentido anterior, y como derivado de l, la voluntad deDios est vinculada igualmente a nuestra implicacin en la instaura-cin de ese Reino de Dios como reino de inclusin. No se trata aqu deningn imperativo categrico que fuerce esa implicacin; en tal caso,no estaramos hablando del deseo de Dios, sino de un deber nuestro.Se trata ms bien de algo que surge en nosotros como fruto de un actocontemplativo: ver el mundo entero y a nosotros en l como criaturassurgidas del amor de Dios. Al entrar en esa contemplacin, sentimosque es imposible vernos surgiendo del amor de Dios sin alabar y can-tar a Dios por ello y sin ofrecernos enteramente al servicio de su Sueosobre el mundo.

    La oracin de Ignacio de Loyola al final de los Ejercicios, Tomad,Seor, y recibid..., pone en palabras esta misma dinmica de una ad-miracin y agradecimiento tales que inducen en el ejercitante un ofre-cimiento total a Dios. Su fuerza interna no le viene de ningn cdigotico, por excelso que pudiera ser. Le viene ms bien de un cdigorelacional tanto amor recibido que pone en marcha una entrega asde total.

    As pues, ser instrumentos en sus manos, co-laboradores de Cristoen su misin, forma parte de lo que Dios quiere y espera de nosotros,de su voluntad.

    2.3. Cules hayan de ser las mediaciones concretas de esa colabo-racin nuestra con Dios no nos es dado sin ms; necesitamos discer-nirlo. Nuestro caso no es distinto del de Jess. Si para l no fue evi-dente cul de las distintas y posibles mediaciones del Reino era la msapropiada, tampoco lo ser para nosotros. Ms an, si l fue tentado enese terreno, tambin lo seremos nosotros. Y si lleg hasta el extremode sudar sangre por su fidelidad a Dios, en contra de su deseo natural

  • 3. Ver, entre otros, en este mismo nmero de Sal Terrae, el artculo de UrbanoValero, Discernir para decidir en la Vida Religiosa.

    4. Guardo en la memoria desde hace muchos aos este esquema, pero, desgracia-damente, he olvidado de quin lo tom. Lo siento.

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    de no pasar por la cruz, tambin se acercar a nosotros algn tipo desufrimiento nacido de esa misma fidelidad.

    As pues, en el campo de las mediaciones del Reino, Dios nos re-mite al discernimiento, lo cual no significa en absoluto que nos deje so-los en esa bsqueda. No podemos entrar a fondo en este tema, objetode otro artculo de este mismo nmero3; pero si algo queda claro en eldiscernimiento cristiano, es que se trata de una bsqueda de la volun-tad concreta de Dios, hecha ante l y con l. Solo Dios conoce a Dios,solo Dios habla bien de Dios. Y, por tanto, solo en contacto con suEspritu podemos barruntar su voluntad.

    El paso siguiente parece, pues, obligado: cmo sucede ese con-tacto con el Espritu divino que hace posible que Dios nos hable so-bre Dios?

    3. El Espritu de Dios y nuestro espritu: mutua interaccin

    Para comprender mejor esta interaccin entre el Espritu de Dios ynuestro espritu tal vez pueda ayudarnos el grfico adjunto y una lige-ra aclaracin del mismo4. En l aparecen dos tringulos: el superior,

    que simboliza a Dios trinidad (Padre,Hijo y Espritu Santo), y el inferior,que simboliza al ser humano (Cuer-po, Mente y Espritu). La interaccinsucedera del modo siguiente:

    a) La iniciativa la toma Dios (fle-cha descendente), no el hombre. EseDios Trinidad, a travs del EsprituSanto que envan el Padre y el Hijo,penetra en el espritu humano crean-do en nosotros una zona invadida(sombreado) mayor o menor, segnsea nuestra disposicin para recibirloy dejarnos transformar por l.

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    b) Esa zona invadida constituye el espacio habitado por Dios ennosotros, el lugar donde el Espritu de Dios se comunica con nuestroespritu. Es el lugar de la escucha. En el grfico queda tambin claroque otras zonas de nuestro yo no han sido alcanzadas todava por elEspritu de Dios y que, por tanto, reaccionarn a su aire, no necesaria-mente al Aire de Jess ni del Padre.

    c) La respuesta del hombre es acto segundo con respecto a la ac-cin de Dios. Nace del sentir y gustar esa Presencia real y esa accinde Dios en nosotros. Es una respuesta totalmente nuestra, pero a la veztotalmente de Dios, porque nace en el seno de una autocomunicacingratuita de Dios y del agradecimiento por tanto bien recibido.

    d) En esa zona invadida se produce la captacin espiritual no solodel Amor de Dios, sino tambin de su voluntad sobre nosotros. Esa zo-na es tambin el lugar de nuestras elecciones concretas, en cuanto ins-piradas por el Espritu y no por las pulsiones del hombre viejo. El cre-cimiento de nuestra vida en el Espritu, que abarca no solo los espaciossagrados, sino toda la vida, vendra sealado y confirmado por el en-sanchamiento de esa zona ocupada. Su punto lmite estara en esa im-posible posibilidad humana que solo se dio en Jess: una identifica-cin total de su Espritu con el Espritu de su Padre, Dios.

    Desde un esquema as, y aun contando con todas sus limitaciones,se entienden mejor algunas afirmaciones neo-testamentarias que ha-blan de la accin de Dios en nosotros con vistas al discernimiento y ala eleccin: Todos los que son guiados por el Espritu de Dios son hi-jos de Dios...; un Espritu que nos hace exclamar: Abba, Padre...; unEspritu que se une a nuestro espritu para dar testimonio de que so-mos hijos de Dios (Rm 8,14-16)

    Para percibir esa gua de Dios son necesarias determinadas acti-tudes espirituales y humanas sin las que ningn discernimiento evan-glico es posible. San Pablo, por ejemplo, habla de estas dos: no aco-modarse al mundo presente (Rm 12,1-2) y practicar un amor que estsiempre en continuo crecimiento, es decir, en permanente salida de s(Flp 1,9-10). Y tambin de los frutos que acompaarn la presencia ac-tiva y operante del Espritu Santo en nosotros: amor, alegra, paz, pa-ciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza (Ga5,22-23, etc.).

    As pues, si es cierto que solo Dios habla bien de Dios, tambinlo es que se nos ha dado el Espritu cuya misin es, en palabras de

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    Alfonso lvarez Bolado, hacer presente a Dios y contemporneonuestro a Jesucristo. Un maestro interior que unas veces susurra yotras grita lo que, segn l, parece ms conforme con el proyecto deDios y con el modo de llevarlo a cabo.

    4. Voluntad de Dios y realizacin humana:de la oposicin a la sinergia

    Digmoslo claramente: para el hombre moderno, incluido el creyente,el tema de la voluntad de Dios se ha vuelto problemtico. Se ha agu-dizado tanto en nosotros el sentido de la individualidad, por un lado, yla sospecha de todo cuanto suene a intromisin externa en nuestra vi-da, por otro, que hablar de voluntad de Dios en este contexto se con-vierte en tema ms bien espinoso. Habra que aclarar antes tantosequvocos...!

    En este ltimo apartado querramos abordar las fuentes de tal difi-cultad y tambin el modo cristiano de abordarlas. Nuestro propio serde creyentes est implicado en ello, como tambin lo est nuestra mi-sin cristiana, cuyo ncleo central es anunciar, ser testigos y crear sig-nos de que la voluntad de Dios es siempre Buena Noticia para el hom-bre, no una amenaza contra el despliegue y florecimiento de su propialibertad.

    4.1. La autonoma, mito por antonomasia de la cultura moderna. Laprimera dificultad con que tropieza el hombre actual (post-moderno ohiper-moderno: tanto da el nombre...) al plantearse el tema de la vo-luntad de Dios, es el mito de la autonoma radical del ser humano. Setrata, en efecto, de un autntico mito en lo que tiene de narracin ma-ravillosa situada fuera del tiempo histrico (DRAE), es decir, de pro-yeccin utpica del deseo que nunca es ni ser histricamente real.

    Nunca nadie ha sido ni ser radicalmente autnomo, es decir, ab-solutamente independiente de los dems en su ser, en su hacerse y ensu actuar. Ms verdadero y constatable resulta que somos seres antro-polgica, psicolgica y personalmente culturales, lo que equivale aafirmar que sin los dems no podramos ni existir ni llegar a ser perso-nas humanas. Que todo es gracia se convierte as en una afirmacin nosolo teolgica, sino tambin antropolgica

  • 5. Charles TAYLOR, tica de la autenticidad, Paids, Barcelona 1994, especial-mente pp. 68-76.

    6. A ese equvoco ha contribuido tambin la traduccin falseada de un texto deSan Agustn que a veces se cita as: No vayas fuera, vuelve a ti mismo. En elinterior del hombre habita la verdad. En realidad, San Agustn no dijo que enel interior del hombre habite la verdad, sino que en el hombre interior (in inte-riore homine) habita la verdad. Es decir, en aquellas personas que no viven de

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    Y con todo, siendo esto tan claro, ah est el mito de la autonomacomo la verdad ms indiscutible del hombre actual. Una gran cartele-ra publicitaria lo expresaba as hace un par de aos, puesto en boca deun actor famoso del momento: Unos das soy ngel, otros demonio;pero lo importante es que siempre soy yo mismo.

    He ah un modelo del hombre sin trabas, que dira R. Musil; del serhumano auto-referenciado, que no debe nada a nadie y cuya nica me-ta es ser l mismo. Cmo es posible que, debiendo a los dems cosasque tanto amamos, como la vida, el amor, la amistad, la posibilidadmisma de llegar a ser humanos, etc., etc., podamos definirnos de es-paldas a quienes lo han hecho posible?, se preguntaba admirado el fi-lsofo canadiense Charles Taylor5. Cmo, sin cometer un delito de al-ta traicin tambin contra nosotros mismos?

    Pero, con todo y con eso, existe en mucha gente, incluso creyente,una cierta sensacin de que obediencia a Dios (a quien, por otra parte,se confiesa como autor amoroso de la vida) y autonoma personal nose llevan del todo bien entre s...

    4.2. Ni la obediencia a la ley ni el imperio de la subjetividad humanason criterios fiables del actuar humano. Menos an del cristiano. Lasleyes son necesarias, pero en absoluto podran ser fuente ltima delobrar humano. San Pablo se refiere a la Ley como pedagoga, no ms.

    La Ley no, la autorrealizacin personal! Tal fue, en multitud decasos, la alternativa. El lugar ocupado anteriormente por la Ley pas aocuparlo otro dolo: la subjetividad humana.

    Por qu dolo? A estas alturas de la vida, hacen falta muchas tra-gaderas para creer que la subjetividad humana pueda ser instancia lti-ma de nuestro proceder y que, por tanto, la sumisin a ella merezca lapena como alternativa a la obediencia a Dios. Como hemos experimen-tado una y mil veces, lo que llamamos subjetividad humana es un lu-gar de esencial ambigedad al que no podemos conceder ese privilegio6.

  • 4.3. Solamente un T profundamente amado y admirado des-vela laverdad del yo y su vocacin ms profunda. sa es la razn (antropo-lgica) de que seguir la voluntad de Dios no equivalga a alienacin,sino a todo lo contrario. Vuelven a la escena Martin Buber y los fil-sofos de corte ms personalita. Es tanto como decir que vuelve a pres-tarse atencin a la afirmacin de que solo un t es capaz de descu-brir verdaderamente quin soy yo.

    Nadie existe desde un yo puro, incontaminado, silente. Vivimossiempre frente a un horizonte de sentido que nos es dado y ante el quese forja nuestra identidad. Ese algo o alguien ante quien existimos ynos hacemos humanos puede ser la ambicin, el poder, el dinero; pue-de ser la bsqueda de la felicidad, la sabidura o el placer; puede ser lahonradez personal, la lucha por los derechos humanos, un ideal tico opoltico. Y puede ser tambin Jesucristo, una persona amada cuya be-lleza, verdad y bondad humanas brillan de tal manera que producen ennosotros una autntica y dinamizadora revelacin: mi ser llegar asus propios mximos de verdad, belleza y bondad en la medida en quereproduzca su imagen (Rm 8,29).

    Parece, por tanto que si lo anterior es inevitable, todo estriba en lacalidad de ese t, personal o cultural, frente al que vivimos y en el mo-do en que nos relacionamos con l. Existen todas las razones del mun-do para temer que el encuentro con un t perverso (individual o cultu-ral) pueda pervertirnos tambin a nosotros; pero hay razones muy hon-das para desear el encuentro con un t como el de Cristo que descubray active nuestro yo interior, nuestra libertad, en una direccin como lasuya. Algo de eso quiso expresar sin duda San Pablo en aquella apa-sionada confesin suya: Para m, vivir es Cristo (Flp 1,21).

    * * *

    En un primer momento de su largo epistolario, san Ignacio de Loyolafinalizaba sus cartas diciendo: De bondad pobre. Iigo. No muchodespus, cambiar este final por otro que, con ligeras variantes, man-tendr hasta el final de su vida: Ceso rogando a Dios N.S que su san-tsima voluntad sintamos y aquella enteramente la cumplamos. Sentirprimero, para discernir y cumplir despus.

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    exterioridades, sino en comunin con el Espritu Santo dentro de ellos, comosu maestro interior: De vera Religione, XXXIX, 72.