Estado después de la globalización neoliberal (Mabel Thwaites Rey)

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  • 8/3/2019 Estado despus de la globalizacin neoliberal (Mabel Thwaites Rey)

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    Despus de laglobalizacin neoliberal

    Qu Estado en Amrica Latina?

    mAbel ThwAiTes rey

    Proesora e Investigadora del Instituto de

    Estudios de Amrica Latina y el Caribe (IEALC),

    Facultad de Ciencias Sociales, Universidadde Buenos Aires. Coordinadora del Grupo de

    Trabajo de CLACSO El Estado en AmricaLatina. Continuidades y rupturas.

    ResumenEste trabajo repasa el sentido de laglobalizacin neoliberal, de su expansiny crisis a nivel mundial y su impactoespecfco sobre los Estados nacionalesen Amrica Latina. Sostiene adems quedichos Estados conservan resortes clavepara resistir la dinmica globalizadoraen sus aspectos ms perversos parala vida de los pueblos y tambin quelos sectores populares tienen un

    papel central para la reorganizacin yreorientacin de esos Estados.

    AbstractThis paper reviews the meaning o theneoliberal globalisation, its expansionand crisis at the global level and itsspecifc impact on Latin Americannations. In addition, it claims that thesenations retain key devices to fght themost perverse globalising dynamics orpeoples lives and that popular sectorsplay a central part in the reorganisationand new direction o these nations.

    Palabras claveMundializacin, Estado, soberana, autonoma estatal, antiestatismo, movimientossociales

    KeywordsGlobalisation, nation, sovereignty, autonomous state, anti-nationalisation movement,

    social movements

    Cmo citar este artculoThwaites Rey, Mabel 2010 Despus de la globalizacin neoliberal: Qu Estado enAmrica Latina? en OSAL (Buenos Aires: CLACSO) Ao XI, N 27, abril.

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    Despus de la globalizacin neoliberal20 Debates

    IntroduccinTras casi treinta aos de hegemona neoliberal y de e ciega en las virtudes delmercado global y desregulado, se desat en pleno corazn del capitalismo una

    crisis sistmica de indita gravedad. Las mismas voces que denostaron la intere-rencia pblica en la lgica de la acumulacin a escala planetaria, que se negarona establecer renos regulatorios al sistema fnanciero globalizado, que propiciaronel ajuste de los Estados periricos y abominaron de la intervencin estatal, comen-zaron a apelar a las herramientas de los Estados para intentar renar la espiral dedestruccin econmica en la que cay el sistema.

    La gravedad de esta crisis capitalista, abierta en el centro mismo del sistemaen setiembre de 2008, arras con varios de los supuestos en que se sustentaba lahegemona neoliberal. El primero y principal de los mitos cuestionados: la supe-

    rioridad del mercado libre para articular la sociedad a escala nacional y planetariay el correlativo desprecio por la intererencia poltica del Estado en la actividadeconmica. La desesperada intervencin de los gobiernos de Estados Unidos, Eu-ropa y Asia para intentar renar la crisis fnanciera, muestra a la vez la necesidad ylos lmites de la conduccin poltica del sistema capitalista mundial y reinstala laopacada evidencia de que la intervencin estatal es un componente central de lareproduccin capitalista.

    La crisis capitalista, que augura un perodo de gran inestabilidad, tensio-nes y debates, encuentra a Amrica Latina en un proceso particular. Pasada

    la ola del ajuste estructural y las polticas de reormas pro-mercado que es-tigmatizaron al sector pblico, en los albores del nuevo siglo en la regin seinici un ciclo en el que el papel estatal empez a adquirir una nueva enti-dad, tanto en el plano valorativo-ideolgico como en las prcticas concretas.A partir de fnes del siglo XX, varios gobiernos latinoamericanos iniciaronprocesos encaminados a superar los eectos ms devastadores de las polticasneoliberales ensayadas desde mediados de los ochenta. Partieron, casi todos,de cuestionar el automatismo de mercado y la subordinacin acrtica a lalgica de la acumulacin global e intentaron, con suerte y caractersticasdiversas, restablecer el poder estatal para defnir algunos rumbos centrales de

    su poltica econmica y social.En este trabajo nos proponemos repasar el sentido de la globalizacin neo-

    liberal, su expansin y crisis a escala mundial y su impacto especfco sobre losEstados nacionales en Amrica Latina. La idea principal que sustenta estas pginases que, pese a los incuestionables cambios que la globalizacin le trajo a la din-mica econmica, poltica y social de los Estados nacionales de la regin, el rasgoms caracterstico de la hegemona neoliberal ue el servir como ariete ideolgicopara asegurar la pasiva subordinacin de la perieria capitalista a la acumulacindel centro. En tal sentido, y pese a todos los cuestionamientos que pesan sobre los

    Estados nacionales y su contradictoria conormacin y dinmica, estos conservanresortes clave para resistir la dinmica globalizadora en sus aspectos ms perversospara la vida de los pueblos. En suma, aqu se sostiene que los espacios territorialesestatal-nacionales deben rearticularse a partir de procesos polticos y sociales lide-rados por los sectores populares, porque son ineludibles como jugadores centralesen la bsqueda emancipatoria.

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    Se comienza por ubicar el contexto de la crisis mundial en curso, para pasar aanalizar el auge neoliberal en Amrica Latina en los ochenta y noventa, las lecturasde la globalizacin y los procesos polticos de esa etapa. Luego se aborda la crisis

    de representacin poltica y del ascenso de los nuevos movimientos sociales en laregin, as como la conormacin de las lecturas anti-estatistas autonomistas. Fi-nalmente, se pasa revista a la emergencia de los nuevos gobiernos posneoliberalesde la regin y se apuntan los problemas tericos y prcticos que se plantean a lagestin de los Estados nacionales, especialmente a la luz de las experiencias detransormacin de Bolivia y Venezuela.

    La globalizacin y su crisis

    El contexto actual de la crisis mundialLa crisis actual del capitalismo mundial abri un escenario de incertidumbre que hahabilitado los ms encarnizados debates y las ms diversas perspectivas. Ms alldel carcter que se le atribuya a la crisis desencadenada en septiembre de 2008,el consenso sobre su proundidad es unnime, as como sobre el advenimiento deun nuevo ciclo histrico del capitalismo mundial de contornos an indescirablesy en disputa. En palabras de Joseph Stiglitz (2008), la crisis de Wall Street es para elmercado lo que la cada del muro de Berln ue para el comunismo.

    Las polmicas giran en torno a las causas de esta crisis, las posibles conse-cuencias y las propuestas sobre la accin poltica encaminada a superarla. Paragran parte de los analistas (Walden Bello, Immanuel Wallerstein, Vincen Navarro,Torres Lpez y otros), a lo que estamos asistiendo es a una crisis sistmica de so-breproduccin y sobreacumulacin, producida por la reduccin de la capacidadde consumo de las clases populares. Esta crisis arraiga en la tendencia del capi-talismo a construir una ingente capacidad productiva que termina por rebasar lacapacidad de consumo de la poblacin, debido a las desigualdades que limitan elpoder de compra popular, lo cual redunda en la erosin de las tasas de benefcio.Precisamente, la etapa neoliberal supuso la ms enomenal transerencia de recur-

    sos desde los sectores populares a los segmentos ms ricos y concentrados de lapoblacin mundial.

    En eecto, la polarizacin en la distribucin de las rentas producida desde losaos ochenta est en la base de esta crisis. En la mayora de los pases de la Organi-zacin para la Cooperacin y el Desarrollo Econmico (OCDE) y los de la perieriacapitalista, la desregulacin de los mercados laborales y fnancieros, el aumentode la regresividad fscal a partir de la promocin del mundo empresarial y de lossectores ms ricos, la privatizacin de los servicios pblicos y el desarrollo depolticas monetarias avorables al capital fnanciero a costa de la produccin crea-

    ron las condiciones para la crisis actual. Tales polticas ueron promovidas a nivelmundial por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y por el Banco Mundial (BM),la Comisin Europea y el Banco Central Europeo. Como resultado de tales polti-cas ha habido en la mayora de los pases de la Unin Europea (UE), por ejemplo,un aumento del desempleo (mayor en el periodo 1980-2005 que en el periodoanterior 1950-1980, cuando las polticas existentes eran de corte keynesiano) y un

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    descenso muy marcado de las rentas del trabajo como porcentaje de la renta na-cional, descenso especialmente notable en los pases de la eurozona, que ueronlos que siguieron con mayor celo tales polticas (Navarro, 2009). La consecuencia

    directa de esto ue la restriccin de recursos disponibles por los sectores popularespara destinarlos al consumo (Monereo, 2009). Para paliar esta defciencia en lademanda, los centros de poder fnanciero pergearon la expansin del crdito sinsustento eectivo en la economa real, lo que llev a la conormacin de una bur-buja gigantesca, cuyo estallido coloc al sistema completo al borde del colapso.

    Uno de los debates importantes gira en torno a qu papel tendr EE. UU. des-pus de esta debacle: si conservar o no su carcter de hegemn universal o si loresignar para compartirlo con Europa y Asia. Autores como Leo Panitch y SamGindin (2009) sostienen que esta crisis reuerza la centralidad del Estado norteame-ricano en la economa capitalista global, mientras se multiplican las difcultadesasociadas a su manejo. Otros autores sostienen que se asiste a un debilitamientodel proyecto imperial yanqui y a un reacomodamiento del sistema mundial impe-rialista, con la emergencia de rivales de la talla de Rusia y China. David Harvey(2009b), por su parte, recupera los aportes de Braudel y Arrighi para mostrar cmola evidente declinacin de la hegemona norteamericana, expuesta en la crisisfnanciera actual, no traer de modo lineal el predominio de China, pero bienpodra ser el preludio de una ragmentacin de la economa global en estructurashegemnicas regionales que podran terminar pugnando erozmente entre s contanta acilidad como colaborando en la miserable cuestin de dirimir quin tieneque cargar con los estropicios de una depresin duradera.

    Lo que parece merecer pocas dudas es que el fn de ese ciclo supone el cierre

    de la etapa neoliberal de capitalismo abierto de libre mercado, con acotado con-trol estatal. Y parece tambin ponerle fn a la e irreutable en las bondades de laglobalizacin, dominante durante las ltimas dos dcadas. Al decir de Hobsbawm(2009), no sabemos an cun graves y duraderas sern las consecuencias de lapresente crisis mundial, pero sealan ciertamente el fn del tipo de capitalismo demercado libre que entusiasm al mundo y a sus gobiernos en los aos transcurri-dos desde Margaret Thatcher y el presidente Reagan.

    El resurgimiento del papel activo de los Estados parece confrmarse por lamasiva intervencin de los gobiernos del mundo desarrollado, comenzando por el

    de Estados Unidos, para salvar al sistema fnanciero de la debacle. Y la otrora re-pudiada estrategia de la nacionalizacin se baraja como alternativa inevitable parasalvar de la quiebra a bancos y empresas en problemas. Sin embargo, es precisosealar que ni el Estado nacional perdi su importante papel en la constitucin deestructuras de dominacin a diversas escalas territoriales durante el auge neoliberal,ni parece verosmil que ahora recobre sin ms las capacidades perdidas.

    Lo que parece merecer pocas dudas es que elfn de ese ciclo supone el cierre de la etapaneoliberal de capitalismo abierto de libre

    mercado con acotado control estatal.

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    Como sealan Carnoy y Castells (1999), sin la decisiva intervencin estatalla globalizacin no habra tenido lugar. La desregulacin, la liberalizacin y laprivatizacin, tanto domstica como internacionalmente, conormaron las bases

    que allanaron el camino para las nuevas estrategias de negocios de alcance global.Las polticas de Ronald Reagan y Margaret Thatcher ueron clave para conormarla base ideolgica para que esto sucediera, pero ue durante los noventa que lasnuevas reglas de juego se expandieron por todo el mundo. La administracin deClinton, el Tesoro estadounidense y el FMI ueron decisivos en promover la glo-balizacin, imponiendo polticas a los pases reticentes mediante la amenaza deexclusin de la nueva y dinmica economa global.

    El poder global no se ha desplegado de manera autnoma, sino por medio delos Estados nacionales. Como destaca Guilln (2007), la globalizacin neoliberal

    ha sido impulsada activa y directamente por los Estados, tanto del centro como delas perierias del sistema: La apertura comercial y fnanciera, la desregulacin, lostratados de libre comercio, las privatizaciones, la exibilizacin de las legislacio-nes laborales, etc., han sido todas ellas medidas tomadas y aplicadas en la eseraestatal. Es ms, los organismos multilaterales como el FMI y el BM, si bien soninstancias supranacionales, constituyen prolongaciones estatales de los EstadosUnidos y de los pases del Grupo de los Siete (G7).

    Por eso es preciso discernir qu ue lo que realmente resignaron los Estadosnacionales durante la globalizacin, para poder ver si existe la posibilidad de querecuperen acultades anuladas o acotadas. Porque lo que resignaron los Estadosnacionales, comparado con la etapa beneactora precedente, ueron las acultadesligadas a la inclusin de los sectores no dominantes en los procesos de decisincolectiva y participacin en la renta y aquellas relativas al control del unciona-miento del mercado y la proteccin de la sociedad en uncin de objetivos na-cionales. Pero los Estados ueron el vehculo mediante el cual se confguraron lasalianzas de clase necesarias para el despliegue del capital global.

    El auge neoliberal en Amrica Latina y las lecturas de la globalizacinEn Amrica Latina, el apogeo mundial de la perspectiva y las polticas neoliberales de

    las dcadas pasadas se sostuvo sobre dos ejes bsicos. Uno: el proundo cuestiona-miento al tamao que el Estado-nacin haba adquirido y a las unciones que habadesempeado durante el predominio de las modalidades interventoras-beneactoras.Dos: la prdida de entidad de los Estados nacionales en el contexto del mercadomundial, provocada por el proceso de globalizacin. La receta neoliberal clsicapropuso, entonces, achicar el aparato estatal (va privatizaciones y desregulaciones) yampliar correlativamente la esera de la sociedad, en su versin de economa abier-ta e integrada plenamente al mercado mundial. Es decir, la lectura neoliberal lograrticular en un mismo discurso el actor interno, caracterizado por la acumulacin

    de tensiones e insatisacciones por el desempeo del Estado para brindar prestacionesbsicas a la poblacin enmarcada en su territorio, y el actor externo, resumido enla imposicin de la globalizacin, como enmeno que connota la inescapable sub-ordinacin de las economas domsticas a las exigencias de la economa global.

    El proceso de globalizacin capitalista supuso un cambio signifcativo en elproceso productivo mundial, con impacto sobre las ormas de ejercicio de sobe-

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    rana estatal en cuestiones tan bsicas como la reproduccin material sustantiva.La puja entre los distintos espacios territoriales nacionales por capturar porcionescada vez ms voltiles del capital global y anclarlas de manera productiva dentro

    de sus ronteras, llev a Hirsch a denominar a esta etapa como la del Estado com-petitivo (o Estado de competencia). Este es el resultado de la crisis del modelode intervencin ordista y propio de la etapa neoliberal (Hirsch, 2005).

    Sin embargo, tal articulacin con el mercado mundial no es un dato novedoso(Amin, 1998; Wallerstein, 1979; Arrighi, 1997; Kagarlinsky, 1999). La emergenciadel capitalismo como sistema mundial en el que cada parte se integra en ormadierenciada supone una tensin originaria y constitutiva entre el aspecto generalmodo de produccin capitalista dominante, que comprende a cada una de laspartes de un todo complejo, y el especfco de las economas de cada Estado-na-

    cin (ormaciones econmico-sociales insertas en el mercado mundial1

    ). Las con-tradicciones constitutivas que dierencian la orma en que cada economa estable-cida en un espacio territorial determinado se integra en la economa mundial, sedespliegan al interior de los Estados adquiriendo ormas diversas. La problemticade la especifcidad del Estado nacional se inscribe en esta tensin, que involucra ladistinta manera de ser capitalista y se expresa en la divisin internacional del tra-bajo. De ah que las crisis y reestructuraciones de la economa capitalista mundialy las cambiantes ormas que adopta el capital global aecten de manera sustancial-mente distinta a unos pases y a otros, segn sea su ubicacin y desarrollo relativose histricamente condicionados. La crisis actual no hace sino mostrar el desigualposicionamiento de los diversos Estados nacionales y, paradjicamente, la menorvulnerabilidad de corto plazo que tiene Amrica Latina en esta etapa, por haberquedado menos expuesta a la volatilidad fnanciera que sacude a las economasdel centro. Esta situacin peculiar se unda en las polticas posneoliberales quevarios pases de la regin vienen adoptando en lo que va de este siglo.

    Comprender el lmite estructural que determina la existencia de todo Estadocapitalista como instancia de dominacin territorialmente acotada es un paso ne-cesario pero no sufciente para entender su uncionamiento. La reciente literaturasobre los cambios que ha impuesto la propia dinmica del capitalismo global a la

    defnicin de los espacios sobre los cuales se ejerce la soberana atribuida al Es-tado-nacin (Brenner, 2002; Harvey, 1999; Jessop, 1990, 2002) aporta una nuevamirada a incorporar en el anlisis. Esta literatura sobre el proceso de globalizaciny su impacto tempo-espacial, sin embargo, suele ocalizarse en el anlisis de losespacios estatales del centro capitalista, y muy especialmente de Europa. Por tanto,muchos de los rasgos que son ledos como novedad histrica para el caso de losEstados nacionales europeos (como, por ejemplo, la prdida relativa de autonomapara fjar reglas a la acumulacin capitalista en su espacio territorial, comparadacon los mrgenes de accin ms amplios de la etapa interventora-beneactora), no

    son idnticamente inditos en la perieria.Por eso hace alta avanzar en determinaciones ms concretas, en tiempo yespacio, para entender la multiplicidad de expresiones que adoptan los Estadosnacionales capitalistas particulares, que no son inocuas ni irrelevantes para laprctica social y poltica. Porque sigue siendo en el marco de realidades especf-cas donde se sitan y expresan las relaciones de uerza que determinan ormas de

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    materialidad estatal que tienen consecuencias undamentales sobre las condicio-nes y calidad de vida de los pueblos. En este plano se entrecruzan las prcticas ylas lecturas que operan sobre tales prcticas, para justifcar o impugnar acciones

    y confgurar escenarios proclives a la adopcin de polticas expresivas de las re-laciones de uerza que se articulan a escala local, nacional y global. Una tensinpermanente atraviesa realidades y anlisis: determinar si lo novedoso reside en laconfguracin material o en el modo en que esta es interpretada en cada momentohistrico. Probablemente la respuesta no est en ninguno de los dos polos, perodel modo en que se plantee la pregunta sobre lo nuevo y lo viejo, lo que cambia ylo que permanece, lo equivalente y lo distinto, se obtendrn hiptesis y explicacio-nes alternativas. Y la importancia de tales explicaciones no reside meramente ensu coherencia lgica interna o en su solvencia acadmica sino en su capacidad de

    constituir sentidos comunes capaces de guiar y/o legitimar cursos de accin conimpacto eectivo en la realidad que pretenden interpretar y modelar.

    Los procesos polticos en Amrica Latina durante los ochentaEs interesante ver cmo se ueron dando los procesos latinoamericanos en el mar-co general del desarrollo capitalista. Durante los ochenta, por ejemplo, los pasesdel Cono Sur empezaban a desembarazarse de las tremendas dictaduras que soo-caron a sangre y uego la rebelda popular de los primeros setenta. El problema po-ltico central pas a ser cmo consolidar un esquema democrtico y la cuestin delas transiciones ocup gran espacio poltico. Este proceso se dio en un contextomuy particular: por una parte, las naciones avanzaban en la reconquista de sussistemas democrticos arrastrando la pesada carga de la deuda externa acumuladaen la dcada dictatorial, lo que limitaba enormemente sus mrgenes de maniobray adems las ataba a los preceptos del FMI y el Banco Mundial. Por otra parte, seconormaba en los pases centrales la hegemona neoliberal, y los gobiernos in-augurales de Margaret Thatcher y Ronald Reagan sentaban las bases para proveerla legitimacin de la oensiva del capital sobre el trabajo a escala planetaria. Demodo que as comenz a confgurarse y expandirse una visin pro-mercado y anti-Estado, que anim las polticas que causaron estragos sociales en la regin.

    En los aos ochenta se dio la ltima experiencia de revolucin poltico-militartriunante en la regin, justo en paralelo al ascenso neoliberal en el mundo y al de-clive del socialismo real. El Frente Sandinista de Liberacin Nacional asume el po-der en Nicaragua en 1979, luego de largos aos de lucha armada, y lo resigna enlas urnas en 1990, poco despus de la cada del muro de Berln. Un ao despus,el Frente Farabundo Mart depona las armas en El Salvador, quebrando las expec-tativas de consolidacin de la experiencia revolucionaria en Centroamrica.

    El sandinismo, que surge en los aos sesenta, logra atravesar con sus luchaspolticas y militares la debacle que suren en los setenta y ochenta los movimien-

    tos populares en Amrica Latina. Su ascenso como rente poltico militar con basede masas contrasta con la realidad de derrota popular en el Cono Sur, sumidoen sendas dictaduras militares. Esta correlacin de uerzas desavorable para lossectores populares condicion uertemente las vas de salida de las experienciasautoritarias que se sucedieron en pases como Argentina, Uruguay, Chile y Brasilen los ochenta.

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    Lo paradjico es que el sandinismo vence en 1979, el mismo ao en que as-ciende al poder Margaret Thatcher en Gran Bretaa y apenas meses antes de laeleccin de Ronald Reagan en Estados Unidos. Es decir, el ltimo experimento

    revolucionario en Amrica Latina empieza a desplegarse en el peor momento dereujo del polo del trabajo en el contexto mundial y del correlativo ascenso de lahegemona del capital bajo la gida del neoliberalismo, que se va expandiendo yafanzando en toda la regin. La cada del Muro de Berln, en 1989, signifc unhito undamental en el ascenso neoliberal, pues a partir de la inexistencia de laalteridad no capitalista, la globalizacin y su correlato de pensamiento nico noslo arrasaron con muchas de las conquistas materiales obtenidas por las clasespopulares durante los aos de posguerra sino que tambin impactaron negativa-mente en las ormas de construccin poltica e ideolgica de los sectores subal-

    ternos. Durante los aos noventa avanza, entonces, la ms cruda transormacinneoliberal.

    Crisis de representacin poltica y ascenso de los movimientos socialesA las expectativas generadas por la recuperacin democrtica en la regin enlos tempranos ochenta, abierta con las elecciones en Argentina, Uruguay, Brasily Chile, pronto sobrevino la desilusin por la cruda realidad que impona el so-metimiento a los dictados de los organismos fnancieros internacionales, lo quese tradujo en recurrentes crisis de representacin. Porque si los partidos polticosperdan su capacidad y vocacin para plantear e impulsar alternativas dierentes alas impuestas por las condicionalidades externas, slo quedaban reducidos a con-ormar elencos gubernamentales ms dispuestos a ocupar los cargos pblicos parabenefcio personal que a producir las transormaciones demandadas (de modoms o menos explcito, ms o menos consciente, ms o menos organizado) por lossectores populares.

    Una de las herramientas de tal penetracin neoliberal la constituy la deudaexterna. El extraordinario endeudamiento contrado en los aos setenta se utiliz enlas dcadas siguientes como arma disciplinadora, de la mano de la receta de ajustefscal y achicamiento estatal del FMI y el Banco Mundial. Es precisamente por medio

    de la deuda (que exige refnanciamiento permanente) como se expresa el carctersubordinado de la globalizacin capitalista en la perieria. Las necesidades de fnan-ciamiento empujaron a los Estados nacionales de la perieria a solicitar prstamosa los acreedores y organismos fnancieros de crdito internacional. Para otorgarlos,segn el Consenso de Washington, los Estados debieron someterse a reormas es-tructurales y ajustes del sector pblico que acotaron sus mrgenes de maniobra parahacer su propia poltica econmica. De modo que los lineamientos principales dela poltica econmica interna se defnieron en esas instancias supra-nacionales y enuncin de lo que se consideraba adecuado para, por sobre todo, satisacer el pago

    de la deuda. Lo ms destacable es que los Ejecutivos de los Estados endeudados,constreidos por (o como expresin directa de) la amalgama de intereses dominan-tes (externos e internos), se comprometieron a aplicar polticas para cuya viabiliza-cin requeran la concurrencia de otros poderes, como el Legislativo. Esto hizo que,mientras el ncleo principal de la poltica se decida en los organismos, los Ejecuti-vos se convertan en correas de transmisin, encargados de procurar la aprobacin

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    parlamentaria. Si no lo conseguan, apelaban a decretos presidenciales para sortearel obstculo poltico legislativo, degradando an ms las instancias democrticas.

    Este mecanismo produjo innumerables tensiones polticas, a la par que contribuy

    a conormar la percepcin diusa y generalizada de que las instancias de articulaciny representacin poltica democrtica no tienen ninguna relevancia ni sentido. Por-que si los Parlamentos deben limitarse a aceptar y aprobar lo que enva el Ejecutivoy este acota su papel a transmitir las exigencias externas, no hay lugar alguno para laaccin poltica democrtica en los trminos clsicos de uncionamiento institucional.Los partidos se vacan as de todo sentido de trascendencia y quedan convertidosen meras agencias de colocaciones de empleo pblico. La crisis de representacinproducida por este distanciamiento es el correlato directo de la alta de alternativaspolticas genuinas y sustentadas en la movilizacin popular de amplio espectro.

    Cabe recordar que a fnes de los ochenta se discuta uertemente sobre la su-puesta prdida de relevancia de los pases periricos en el mercado mundial ysobre cmo las nuevas relaciones Norte-Norte parecan deslizarse hacia un des-entendimiento de la suerte del Sur. Sin embargo, ms que una desconexin delNorte prspero, lo que qued en evidencia ha sido cmo los mecanismos de laglobalizacin integran a la perieria mediante nuevas ormas de explotacin, estavez impuestas como condicionalidades para la obtencin de prstamos y ref-nanciaciones de deuda. Ahora bien, si el condicionante global es una realidadincontrastable, la orma que este adopt en cada Estado-nacin tuvo que ver conla peculiar confguracin de relaciones de uerzas interna. Porque aunque el Con-senso de Washington promovi principios unvocos para todos los pases, no ueidntica su instrumentacin en cada caso nacional. La mayor o menor resistencia

    interna a las polticas de ajuste dependi, por una parte, de la confguracin eco-nmica de cada Estado-nacin (su nivel de endeudamiento, por caso) y, por laotra, de la percepcin que de la situacin tenan las clases antagnicas (dominantey subalternas) y como se posicionaron rente a eso. Es decir, dependi del poderrelativo del capital vis vis el polo del trabajo, tanto como de la matriz ideolgico-poltica de las clases dominantes nativas. Porque los lazos de vinculacin de lasburguesas externas con las internas conorman un entramado complejo, quedeviene de las ormas en que se engarzan en el mercado mundial.

    En tanto los intereses de las burguesas nativas se articulan o subordinan con

    los de los segmentos dominantes externos, aquellas tienden a representarse a s mis-mas como parte de una suerte de burguesa internacional. Salvo, podramos de-cir, el ms complejo caso brasileo, las burguesas latinoamericanas no se planteanensayar estrategias propias y dierenciadas de insercin en el mercado mundial. Engeneral, se consolidan como meras poleas de transmisin de los intereses dominan-tes a escala global, sin pretensin alguna de ensanchar sus mrgenes de accin ni

    Salvo, podramos decir, el ms complejo casobrasileo, las burguesas latinoamericanas

    no se plantean ensayar estrategias propias ydierenciadas de insercin en el mercado mundial.

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    de liderazgo relativamente autnomo. Su uncin se resume en viabilizar la expre-sin del capital global en el territorio nacional, como socios menores que, adems,anhelan ser parte de ese ncleo central que les es territorialmente negado.

    En ese marco de crisis de representacin poltica y de insatisaccin por losmagros resultados aportados por la democracia realmente existente, las luchaspopulares abandonaron el desprestigiado ropaje partidario y se transormaron enluchas de movimientos sociales, que se deslizaron de su inicial parcialidad haciaimpugnaciones e interpelaciones ms globales. Surgen as movimientos de la talladel MST en Brasil, de derechos humanos y de trabajadores desocupados en Argen-tina o de indigenistas en la regin andina.

    Como apunta Ouvia, en varios pases de la regin y Argentina es un caso paradig-mtico al respecto la emergencia de estas nuevas ormas de protesta y organizacin

    responde, en parte, a una nueva estructura socio-econmica marcada por la paulatinadesindustrializacin y la prdida de derechos colectivos. Mientras en las dcadas pa-sadas la mayora de las luchas remitan al espacio laboral predominantemente abrilcomo mbito cohesionador e identitario, las nuevas modalidades de protesta socialexceden la problemtica del trabajo y se anclan en prcticas de tipo territorial.

    La vivienda y la comida, la ecologa, los servicios pblicos, los derechos humanos o la recupera-cin de valores tradicionales, que tienden a ser subsumidos dentro del proceso de globalizacincapitalista en curso, son algunos de los principales ejes que atraviesan a los nuevos movimientossociales (Ouvia, 2004).

    A esto se le suma la debilidad de los partidos polticos establecidos, incluso losde izquierda, para dar cuenta de las transormaciones sociales negativas produci-das por la crisis del Estado interventor-beneactor. La conjuncin de estos actoresest en la base de la emergencia de organizaciones sociales que cuestionan, en sudiscurso o en sus prcticas, los lmites de la poltica institucional tradicional y queconstituyen una respuesta al vaco poltico.

    En Amrica Latina, en particular, expresan un cierto desencanto con relacin a los partidos pol-ticos y en especial al Estado como espacios nicos de canalizacin de demandas o eliminacin

    satisactoria de conictos (Ouvia, 2004).

    La conformacin de una lectura anti-estatistaPero es la irrupcin del zapatismo, en 1994, la que marca la tnica de un nuevociclo y una nueva orma de construccin poltica desde la izquierda. El Ejrcito Za-patista de Liberacin Nacional (EZLN) orma parte de la generacin de los nuevosmovimientos sociales que expresa la ruptura con las viejas ormas de hacer polti-ca, reerenciadas en el Estado. En su Primera Declaracin de la Selva Lacandona,el zapatismo se planteaba tomar el poder y avanzar militarmente sobre la ciudad

    de Mxico. Tambin intent en 2001, con la Marcha del Color de la Tierra, unareorma de la Constitucin que permitiera su insercin en la estructura estatal. Apesar de estas acciones, los zapatistas tempranamente lanzaron su consigna Noqueremos tomar el poder, que ue retomada por intelectuales y dirigentes polti-cos y sociales, y que impregn buena parte de los debates de algunos importantesmovimientos del continente.

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    Desde mediados de los aos noventa, y a partir de la inuencia creciente delzapatismo, ue ganando terreno la idea de horizontalidad, entendida como un re-chazo visceral de las prcticas centralistas y jerrquicas de la izquierda tradicional y

    los sindicatos. Se inaugur as una nueva orma de accin poltica: la organizacinen red, una suerte de estructura sin estructura, abierta en todos los canales y concapacidad de accin colectiva con incidencia real. Estas prcticas nacieron con elzapatismo y se expandieron en un nuevo ciclo de protestas que tuvo su punto culmi-nante con el altermundismo y el movimiento crtico de la globalizacin neoliberal,que irrumpe con marchas multitudinarias a fnes del siglo XX. Consignas como glo-balicemos la lucha, globalicemos la esperanza o que la resistencia sea tan globalcomo el capital, plasmaron las miradas alternativas de varios movimientos socialesde la regin, recuperando un sentido internacionalista de las luchas populares.

    Es a partir de estas innovadoras experiencias de lucha que comienza a confgu-rarse una lectura proundamente anti-estatista, que amalgama las insatisaccionespor las experiencias allidas de los socialismos reales y las socialdemocracias deoccidente, con la rebelin anti-neoliberal. El auge de los oros sociales de PortoAlegre y de los movimientos opuestos a la globalizacin neoliberal en los pasescentrales marca una uerte impronta anti-estatal.

    El autonomismo zapatista se enlaza con los aportes del marxista irlands JohnHolloway (1993, 2002) y con los planteos de Toni Negri y Michael Hardt (2001).Su eje ser la construccin poltica y social por uera del aparato del Estado y lalgica del capital. Holloway sostiene que

    [] los Estados nacionales compiten [] para atraer a su territorio una porcin de la plusvalaproducida globalmente. El antagonismo entre ellos no es expresin de la explotacin de los Estadosperiricos por los Estados centrales, sino que expresa la competencia sumamente desigual entrelos Estados para atraer a sus territorios una porcin de la plusvala global. Por esta razn, todos losEstados tienen un inters en la explotacin global del trabajo (Holloway, 1993: 7).

    La conclusin poltica que se extrae de esta posicin es que, en primer lugar,no hay alianza posible entre clases y grupos sociales dentro del territorio nacio-nal para enrentar al capitalismo central, de modo que toda estrategia nacional-

    popular en su ormato clsico debe ser descartada. Ms aun, en este razonamientoqueda diluida la existencia misma del Estado nacional como instancia, espacio oescenario de articulacin poltica sustantiva, en la medida en que el espacio estatalnacional mismo pierde entidad rente a la uerza del capital global (o el Imperio,en trminos de Negri). La derivacin de esta postura lleva a plantear que la cons-truccin poltica alternativa ya no debe tener como eje central la conquista delpoder del Estado nacional sino que debe partir de la potencialidad de las accionescolectivas que emergen y arraigan de la sociedad civil para construir otro mundo(Holloway, 2002; Cecea, 2002; Zibechi, 2003).

    Estos tericos contribuyeron a la conormacin de una corriente de pensamien-to y accin poltica muy ligada al zapatismo, con ramifcaciones en los movimien-tos por la reorma agraria en Brasil y en algunos emprendimientos autnomos detrabajadores desocupados en la Argentina. Uno de los problemas principales quetiene esta perspectiva es que no dierencia el espacio territorial nacional-estatalcomo lugar especfco de disputa a escala global de la lgica de dominacin es-

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    tatal al interior de tal espacio. La consecuencia es que subestima las luchas quese pueden desarrollar dentro de los lmites de los espacios jurdico-territorialesde los Estados realmente existentes y las ormas de materializacin de conquistas

    populares en la trama estatal.

    El posneoliberalismo en Amrica Latina

    Nuevos gobiernos, nuevos Estados?As se llega al 2000 con un amplio conglomerado de movimientos que expresanel descontento y que logran cuajar en diversas expresiones de gobierno. El cuestio-namiento al neoliberalismo y a las neastas consecuencias de estas polticas en la

    regin deriva en el surgimiento de gobiernos que, en conjunto y al margen de susnotables matices, pueden llamarse pos-neoliberales y que expresan correlacionesde uerza sociales ms avorables al acotamiento del poder del capital global. Entodos estos casos comienza a cuestionarse la bondad del mercado como nicoasignador de recursos y se recuperan resortes estatales para la construccin polticasustantiva. Se conjuga as una retrica crtica rente a las polticas neoliberales, eldiseo de propuestas para transormar los sistemas polticos en democracias partici-pativas y directas y una mayor presencia estatal en sectores estratgicos.

    Puede sealarse como primer hito de cambio la asuncin, en 1999, de Hugo

    Chvez como presidente de Venezuela, lo que abre un ciclo de gobiernos post-neoliberales en la regin: Brasil (2003), Argentina (2003), Uruguay (2004), Bolivia(2006), Ecuador (2007), Nicaragua (2007), Paraguay (2008) y El Salvador (2009).Varios de estos gobiernos son la expresin de la emergencia de movimientos ypartidos que se propusieron explcitamente disputar el poder del Estado. Bolivia yEcuador constituyen dos ejemplos cabales del entrecruzamiento entre los movi-mientos indgenas y campesinos andinos y el Estado. Los movimientos Pachakutikde la segunda mitad de los noventa ueron los ms visibles polticamente en laregin andina y lo ueron aun ms con la eleccin de Raael Correa en Ecuador,en noviembre de 2006. En estos casos se ha abierto un proceso muy rico de parti-cipacin, no exento de conictividad y contradicciones, en torno a la articulacinde nuevas ormas de gestin colectiva que intentan superar las limitaciones delaparato estatal burgus heredado. Los procesos de reorma constitucional encara-dos por ambos pases y la discusin prounda sobre la conormacin de Estadosplurinacionales superadores de las ormas tradicionales de Estado-nacin marcanun hito undamental en la praxis emancipadora del continente.

    El boliviano puede caracterizarse como un gobierno de transicin, cuya un-cin undamental es consolidar derechos por la va estatal y asegurar la nuevacorrelacin de uerzas avorable al campo popular, con la mira puesta en potenciar

    y abrir un nuevo ciclo de luchas del movimiento. Para el vicepresidente, lvaroGarca Linera:

    Cmo pensar en la posibilidad de una nueva democratizacin de la sociedad que no sea cuantohace el gobierno, sino cuanto vuelve a movilizarse nuevamente la sociedad para ir por encima opor debajo del gobierno, a una nueva oleada? Esta es nuestra esperanza (Garca Linera, 2008).

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    En el caso de Venezuela, con la experiencia denominada socialismo del sigloXXI o corriente bolivariana, el papel del Estado pareciera apuntar a un enoquems clsico: la recuperacin de los recursos naturales estratgicos, redistribucin

    de la renta petrolera, reorma agraria y desarrollo endgeno. Todo en el marco deuna retrica muy uerte de construccin de una unidad estatal latinoamericana yde tensin entre la participacin autnoma y la construccin partidario-estatal.Aqu tambin se plantea, a partir de las reormas constitucionales, generar un nue-vo tipo de participacin popular desde abajo. Este intento, sin embargo, an chocacon concepciones y tendencias hacia la centralizacin y concentracin piramidaldel poder (Thwaites Rey y Castillo, 2008).

    Tanto las corrientes de base indgena como el planteo de socialismo del sigloXXI empiezan a conuir uertemente y a plantear que no hay salida al subdesa-

    rrollo en el marco de la sociedad capitalista. Su horizonte, sin embargo, no es unsocialismo clsico, al estilo del modelo cubano, sino que avanzan por el caminode un experimento mixto, con diversas ormas de propiedad articuladas. Al Estadose le otorga un rol clave: el de centralizador y asignador de la renta del recurso na-cional bsico (petrleo, gas); a la sociedad civil, en sus diversas maniestaciones,se le cede la tarea del desarrollo endgeno y esto se combina con la interpela-cin a una burguesa nacional, que aparte de pequeos y medianos empresariosde base local incluira a empresas grandes y, en particular, a las transnacionalesde base regional (las denominadas multilatinas), que han crecido en las ltimas

    dcadas en la regin.Lo cierto es que en la ltima dcada se ha dado un cambio en la relacin deuerzas a escala regional, que ha determinado un clima de recuperacin de ciertaautonoma estatal-nacional para defnir cursos de accin que se pueden imponera las clases y sectores dominantes locales e internacionales. Esto marca los lmitesy posibilidades de accin de los gobiernos, que han surgido, en general, comoparte de procesos de lucha popular que han logrado alterar las relaciones de uerzavigentes en los ochenta y noventa. Si bien es cierto que el tamao del cimbronazomundial no podr dejarla al margen, las caractersticas actuales de la regin pare-cieran ponerla a mayor resguardo que en crisis anteriores con epicentro en la peri-

    eria. En palabras recientes del titular del FMI, si bien la regin no saldr indemnede la crisis global, est mejor preparada para resistir los embates. Esto se debe a lamenor vulnerabilidad actual de la regin a los vaivenes fnancieros, en la medidaen que el ingreso de capitales de corto plazo en la regin ya estaba acotado.

    El Estado Nacin en una perspectiva emancipadoraLa situacin actual plantea, entonces, grandes interrogantes con relacin a la un-cionalidad de los Estados nacionales, y ms an para cualquier estrategia queplantee un horizonte emancipatorio. Porque la cuestin del espacio estatal na-

    cional excede el anlisis del Estado como organizador de la clase burguesa, parapensarse como nudo especfco de contradicciones y relaciones de uerza socialesinsoslayables en esta etapa de reconfguracin mundial de los espacios de produc-cin y circulacin del capital. De modo que la dimensin interna del Estado,como articulador de las relaciones de poder que se confguran dentro de su espa-cio territorial nacional, y la dimensin externa, que remite al posicionamiento

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    histrico de esa unidad en el concierto de Estados que conorman el mercadomundial, se conjugan y conuyen, pero tienen especifcidades dierenciadas.

    En la etapa de la globalizacin observamos que se consolid la idea de laexistencia de una suerte de interconexin y paridad competitiva entre todos losEstados del orbe. Desde la visin neoliberal hegemnica, los imperativos del mer-

    cado mundial dominado por la revolucin tecnolgica y las fnanzas, que liber alcapital de las restricciones tempo-espaciales, aparecieron como una uerza naturalirreversible e irrerenable (Cernotto, 1998). La lectura poltica dominante ue quela nica opcin para los Estados nacionales era someterse a este movimiento deintegracin, abriendo y adaptando sus estructuras internas a los parmetros de lamodernidad global. De modo que las evidentes y persistentes dierencias en-tre territorios nacionales se atribuyeron a la incapacidad de algunos y habilidadde otros para adoptar las medidas necesarias para atraer capital y arraigarlo eninversiones dentro de sus ronteras. Como sealamos, para los pases periricosendeudados, el disciplinamiento a los estndares internacionales de acumulacinde capital vino de la mano de las imposiciones de organismos supranacionalescomo el FMI y el Banco Mundial, que revistaron como una suerte de gendarmesde una lgica unvoca e imparable del capital.

    La hegemona de esta visin, en sus versiones neoliberales entusiastas de losbenefcios de la competencia libre, trajo como una de sus consecuencias signifca-tivas el desarme terico y poltico para hacer rente a la irrupcin de una estrategiadisciplinadora brutal del capital global, muy especialmente en Amrica Latina. Nopuede dejar de sealarse que a esta visin desdeosa del papel estatal tambinaportaron las perspectivas que, aun con un propsito muy dierente, enatizaron

    en la prdida de poder relativo de los Estados nacionales vis--vis del agigantadopoder del imperio, como uerza omnicomprensiva, desterritorializada e ines-capable. Qued diluido as el hecho de que el Estado-nacin es un espacio dereproduccin del capital global, de las contradicciones, los enrentamientos, lasluchas, los antagonismos, pero tambin lo es de la mediacin, la negociacin, loscompromisos, los acuerdos, lo que hace a su morologa y a sus prcticas, y lo quedefne su historia como entramado cultural peculiar y especfco.

    La constitucin poltica nacional de los Estados, junto al carcter global de laacumulacin constituye la ms importante tensin del capitalismo contemporneo.

    Aunque la relacin de explotacin bsica capital/trabajo sea comprensible desdeuna perspectiva global, las condiciones para que esta se exprese se establecen nacio-nalmente. La identifcacin de las tendencias mundiales permite entender los mo-vimientos globales de la relacin capital-trabajo, pero no exime de analizar cmodicha relacin se materializa en cada sociedad cmo adquiere su orma histrica,para dar cuenta de la pretensin undamental del capitalismo de ser un proyecto de

    ... no obstante el imperativo global, la modalidadde insercin de cada pas en el sistema internacionalimplica opciones polticas construidas al interiorde tal Estado...

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    reproduccin social complejo. De aqu se desprende que, si bien los Estados pue-den competir entre s para atrapar porciones del capital que circulan libremente porel planeta, su capacidad constitutiva para hacerlo difere diametralmente y no es

    inocuo, entonces, el lugar que ocupa cada Estado en el contexto global. Y tampocoes indierente la capacidad de los distintos actores sociales que operan a escala na-cional para encarar sus propias estrategias de relacionamiento endgeno y externo.

    El creciente papel de las instancias supranacionales y de las locales, que ueronadquiriendo un peso propio tanto en la defnicin de metas colectivas como enla capacidad de llevar a la prctica acciones concretas, no implica, sin embargo,que el Estado nacional haya perdido irremediablemente su peso relativo, interno yexterno. Porque si bien no puede desconocerse que la globalizacin y la presinde los organismos internacionales ejercen una uerte inuencia para defnir las

    agendas de los dierentes pases, no lo hacen de modo mecnico y determinista.Estas inuencias son mediatizadas por las instituciones y por las lites responsa-bles de los Gobiernos nacionales (Diniz, 2004: 111). La lgica de acumulacinglobal del capital, insistimos, nunca se expresa de modo directo ni unvoco en losterritorios nacionales. Ni la dinmica de sus crisis, de contagio ineludible, tiene elmismo devenir en cada Estado y en cada momento histrico.

    Lo que se quiere destacar aqu es que, no obstante el imperativo global, lamodalidad de insercin de cada pas en el sistema internacional implica opcionespolticas construidas al interior de tal Estado, que ponen en juego sus capacida-

    des relativas para defnir cursos de accin con grados variables de autonoma ysoberana. Tales cursos de accin, entonces, no devienen de imperativos globalesnaturalizados, ni de atalidades inmanejables, sino de la capacidad de los acto-res sociales (de la organizacin y voluntad de accin de las clases undamentales)para ubicarse en cada coyuntura para avorecer tales o cuales intereses y deman-das. La orma de insertarse en el mundo, es decir, en la economa mundial cons-tituida, no supone un camino inexorable. Como advertan Mathas y Salama muycerteramente en los ochenta,

    [] la poltica econmica de un Estado en la perieria puede buscar adaptarse a las transorma-

    ciones que sure la divisin internacional del trabajo y a la vez inuir sobre esta. Es por lo tanto, ala vez, expresin de una divisin internacional del trabajo a la que se somete y expresin de unadivisin internacional del trabajo que intenta modifcar (Mathas y Salama, 1986).

    Para los pases de Amrica Latina, es tambin indudable que las uertes asi-metras en el sistema de poder internacional hacen que sea bastante improbableque cualquier Estado, en orma aislada, pueda modifcar el equilibrio de uerzas asu avor, poniendo as en evidencia la necesidad de defnir estrategias nacionalesconcertadas con otras naciones de la regin. Por eso, en la actual etapa de la glo-

    balizacin, no se excluye sino que se reafrma la poltica del inters nacional, noen el sentido de un nacionalismo autrquico o xenobo, sino como la capacidadde evaluacin autnoma de intereses estratgicos, en busca de ormas alternativasde insercin externa (Diniz, 2004).

    Vamos a rescatar, entonces, la necesidad de conceptualizar al Estado periricocon su especifcidad, que no es solamente de tamaos o capacidades cuantitativas,

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    en el marco de la totalidad del capital global. La reciente discusin latinoameri-cana post-neoliberalismo, afrma la necesidad de ver a ese Estado de la perieriacomo un momento de captura de espacios de soberana, de ms y mayores gra-

    dos de libertad rente a la lgica del capital. Durante el auge del neoliberalismose vea al Estado como sealamos como una instancia que, a lo sumo, buscabacapturar porciones del capital global circulante por el planeta e inmovilizarlo paratransormarlo en capital productivo asentado en su territorio. En concreto, el papelde la entrada de capitales y los benefcios y seguridades que se brindaban paraello ocupaba la inmensa mayora de la agenda de polticas pblicas de la regin.Pareca que la nica posibilidad de debate era si esa captura e ingreso deba serirrestricta, dando lo mismo el estado de metamorosis del capital que ingresaba (osea, si este se hallaba en orma de capital dinero, capital mercanca o productivo),

    o si se deban colocar una serie de limitaciones para que se garantizase que elarribo (la captura de masas de capital global) correspondiese a capital productivo,portador de una serie de benefcios, algunos de los cuales eran los mismos quediscutan los antiguos modelos desarrollistas de los cincuenta.

    Rumbos alternativosHoy podemos ver, a la luz del resquebrajamiento del neoliberalismo y del surgi-miento de modelos alternativos en buena parte de la regin, algo muy distinto.Empez a abrirse paso la idea de que la especifcidad de los Estados en el marco

    del capital global es ganar grados de libertad (soberana) mediante dos vas. Laprimera tiene que ver con la gestin propia, sin intererencias del capital global, deuna porcin sustantiva del excedente local: el proveniente de la renta del recursoestratgico (undamentalmente petrleo o gas). Apropiarse o reapropiarse de re-cursos no renovables y con una alta capacidad de generacin de renta dierencialaparece como algo central para ganar grados de libertad en los Estados periricos.Esta discusin, que comienza con los hidrocarburos, se est extendiendo al restode los minerales e, incluso, a la gestin del agua y la biodiversidad. La cuestinse vuelve un poco ms compleja con respecto a los recursos agro-alimentarios,tradicionalmente en manos privadas, pero la estrategia estatal de apropiacin deuna porcin creciente de la renta extraordinaria proveniente de las ventajas com-parativas naturales es una tendencia frme que plantea nuevos desaos tericos yprcticos (Thwaites Rey y Castillo, 2008).

    La segunda va, mucho ms en ciernes, es el intento de hacer que una parte dela masa de capital que circula por la regin, y de ser posible la mayor parte del ex-cedente producido en el interior de la regin, se desconecte del ciclo de capitalglobal, por lo menos en algunos grados. En este marco es posible leer los intentosde crear instancias supraestatales regionales. Al ya viejo proyecto del MercadoComn del Sur (Mercosur), permeado totalmente por la lgica neoliberal, se busca

    tmidamente reconstruirlo en esta direccin, no exenta de contradicciones. Cosasimilar se pretende hacer reactivando, con objetivos dierentes a los de la dcadadel 90, la Corporacin Andina de Fomento. Pero los dos experimentos que mejorpermiten ver este proceso son la Alianza Bolivariana para los Pueblos de NuestraAmrica (ALBA), donde, ms all de su an reducido tamao, una masa de ca-pital regional eectivamente es diseccionada con una lgica distinta entre pases

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    como Venezuela, Cuba, Bolivia y Nicaragua. Y, el ms importante por su tamaoy objetivos, la apuesta de crear un Banco del Sur, como entidad suprarregionalde captura del capital que circula y se valoriza por la regin. La crisis capitalista

    mundial, con epicentro en el sector fnanciero pero pronto devenida estructural,abre nuevas posibilidades pero tambin interrogantes sobre la viabilidad de estasinstancias regionales (Thwaites Rey y Castillo, 2008).

    Vemos entonces que estas dos vas nos llevan a repensar el lugar de los Estadosregionales: son momentos del capital global, pero uertemente mediatizados por laposibilidad o aspiracin de apropiarse y gestionar autnomamente el ciclo delcapital regional. Es interesante hacer notar que, en todos los casos, aun en aquellosque enuncian su intencin de construir una instancia que trascienda los marcosdel capitalismo, de lo que se est hablando es de gestionar una masa de capital

    que, tanto por la orma en que se valoriza como por los propios actores en juego,sigue uncionando en el marco de la lgica de la mercanca y la ganancia.Todo este proceso de reconfguracin de los Estados de la regin no est a salvo

    ni de contradicciones ni de interrogantes sobre su dinmica. Venezuela, Bolivia yEcuador son claramente un eje de anlisis, por su posicionamiento ms ntidamen-te alternativo. En el otro extremo se ubican los pases modelos de la regin desdela perspectiva neoliberal: Colombia, Per y Chile, estados cuyo eje es capturarporciones del capital global a partir de la apertura y las zonas de libre comercioy movilidad de capital. Tambin podramos incorporar en este bloque a Mxico,aunque con una dinmica distinta por el tamao de su economa, su pertenenciaal Tratado de Libre Comercio de Amrica del Norte (TLCAN) y tambin, contra-dictoriamente, porque nunca ha resignado la apropiacin de su renta petrolera, apartir de la estatal Petrleos Mexicanos (PEMEX). Y, pese a que el tamao de suseconomas es mucho menor, al conjunto de Centroamrica y el Caribe (exclu-yendo, obviamente, a Cuba), con la excepcin de Nicaragua y, recientemente, ElSalvador. El triuno del empresario liberal Sebastin Piera en Chile abre un som-bro panorama en la relacin de uerzas regional, pues puede activar a las distintasexpresiones de derecha para rearmar una contraoensiva a escala continental. Sindudas, el panorama se ensombrece con el golpe de Estado en Honduras, pese a la

    reaccin mayoritaria de repudio que gener en la regin.Queda la pregunta por el resto de Latinoamrica, en particular el bloque ori-

    ginal del Mercosur. Los pases ms pequeos del bloque, Paraguay y Uruguay,tienden a buscar su ubicacin en una posicin similar a la de Chile, aun cuandola pertenencia al Mercosur les otorga algunos grados de libertad que no tienen losEstados que se enocan directamente a los Tratados de Libre Comercio con EstadosUnidos. Argentina y Brasil, los pases grandes del bloque, son no casualmente loscasos ms complejos de analizar. Brasil, que desde la perspectiva de sus polti-cas econmicas durante la administracin de Lula podra ser ubicado como un

    continuista de las lgicas neoliberales en lo que respecta a la preeminencia delcapital fnanciero por sobre la lgica neodesarrollista sostenida por la burguesapaulista, dispone, sin embargo, de los inmensos grados de libertad que le confereel tamao de su economa. No en vano es ubicado mundialmente como un BRIC(Big Regional Industrialised Countries), una denominacin hoy comn en WallStreet para mencionar al peso en los ujos de capital global de China, India, Rusia

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    y Brasil. Su capacidad de apropiacin endgena de excedentes es la ms alta dela regin, y probablemente aumente a partir del descubrimiento de nuevos yaci-mientos de hidrocarburos que transormarn a Brasil en una potencia tambin en

    ese rubro. Su estructura estatal contiene, en consecuencia, reas de organizacinburocrtica modernizada segn los estndares de insercin internacional, que co-existen con bolsones clientelares y de mayor atraso en la gestin.

    Argentina es un caso an ms complejo. Se relaciona con la renta global apro-piada continentalmente mediante sus acuerdos fnancieros y energticos con Vene-zuela, pero a la vez no ha dado pasos importantes para hacerse de la suya propia:tanto en el caso energtico como en el de la renta agraria, el peso del capital trans-nacional sigue siendo preponderante. El gobierno argentino (incluidos en un mismoanlisis las administraciones de Nstor Kirchner y la actual de Cristina Fernndez de

    Kirchner) da constantemente pasos contradictorios: es impulsor de iniciativas comoel Banco del Sur o la ampliacin del ALBA, pero a la vez sostiene un modelo deacumulacin uertemente vinculado al ciclo del capital global en el sentido msdirecto y menos mediado; nacionaliza el sistema de jubilaciones, de desastrosa ges-tin privada en los noventa, pero se dispone a reabrir el canje de la deuda externasin someterla a revisin. Todo esto se expresa en las idas y vueltas de su relacin conEstados Unidos y los organismos fnancieros internacionales. No es un caso tpicode neodesarrollismo, mucho menos de sus modelos ms radicalizados de so-cialismo del siglo XXI. Tampoco apuesta a una lgica de acumulacin como la deChile o Colombia. Se ubica en un camino intermedio, que se sostuvo hasta el 2008con el viento de cola del crecimiento econmico mundial, pero que a partir delenrentamiento con los benefciarios de la renta agraria (el amoso conicto con elcampo) empez a perder hegemona, al punto de ser derrotado en las eleccioneslegislativas de 2009. Ahora debe enrentar, en un contexto mucho ms desavorable,los embates de los sectores tradicionalmente dominantes ligados a la produccinprimaria exportadora, que lograron traccionar a las capas medias urbanas y ruralese, incluso, a segmentos de los sectores populares del interior del pas, transitoria-mente interpelados por la excepcional bonanza agrcola del perodo 2003-2008.Su disputa con los grupos mediticos ms concentrados, tras la sancin de la nueva

    ley de medios pblicos en 2009, le agrega un nuevo rente de conicto sin que,simultneamente, se perciba vocacin ni capacidad de articulacin de intereses po-pulares que eventualmente pudieran respaldar su gestin gubernamental.

    En sntesis, las proundas huellas econmicas, sociales y polticas que el neoli-beralismo dej en Amrica Latina han vuelto actuales algunos de los debates queprotagonizaron desarrollistas y dependentistas en los aos sesenta. La cada delsocialismo real y el auge de la globalizacin como eje estructurador de la econo-ma mundial parecieron diluir por completo las opciones nacionales, en cualquie-ra de sus variantes. Sin embargo, la realidad de la existencia de una articulacin

    en el mercado mundial y la preeminencia de los ncleos de poder supraestatalesno ha aniquilado las unciones, capacidades ni eventuales posibilidades de accinde los espacios estatales nacionales como instancias o nudos de concertacin deuerzas sociales y de desarrollo relativamente autnomo. La crisis actual no hacesino renovar la necesidad de pensar alternativas que consideren la cuestin estatalnacional desde una perspectiva renovadora.

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    Una mirada al futuroLo que resta analizar es la uncionalidad de los Estados al interior de sus espaciosnacionales. No hay duda de que la existencia del Estado, a secas, cumple un pa-

    pel esencial en el mantenimiento y la reproduccin de un determinado modo deorganizacin social, entendido como un concepto que permite abarcar la extraor-dinaria complejidad de la realidad contenida en las relaciones Estado-sociedad ysus respectivas instituciones. En ese sentido, suponemos que en cada experiencianacional la existencia de un aparato estatal responde a la necesidad de resolverun conjunto de antagonismos, necesidades, demandas, disputas y contradiccionesplanteados en el proceso de construccin de ese modo de organizacin social. Porlo tanto, el papel del Estado es el resultado del involucramiento de las institucio-nes que van surgiendo en el curso de los procesos de resolucin de las cuestiones

    socialmente problematizadas, exista o no consenso en que sea el Estado nacionalquien deba resolverlas.

    Destacando la complejidad de la relacin estatal, Poulantzas afrma:

    [] comprender al Estado como la condensacin de una relacin de uerza entre clases y raccio-nes de clase tales como se expresan, de orma especfca, en el seno del Estado, signifca que elEstado est constituido-atravesado de parte a parte por las contradicciones de clase. Esto signifcaque una institucin, el Estado, destinada a reproducir las divisiones de clase no es (...) un bloquemonoltico sin fsuras, sino que est l mismo, debido a su misma estructura, dividido (Poulantzas,1977).

    Y agrega que estas contradicciones de clase revisten la orma de contradiccio-nes internas entre las diversas ramas y aparatos del Estado, y en el seno de cadauno de ellos, en la medida en que constituyen el lugar privilegiado de una raccin

    del bloque en el poder.Como sintetiza Jessop (1990):

    Los aparatos estatales econmicos y sus medios de intervencin no son neutrales, sino que estnintegrados en el movimiento del capital y constituyen un campo de conictos entre distintos inte-reses. Esto signifca que la intervencin del Estado tiene limitaciones inherentes para garantizar lascondiciones para la acumulacin del capital y est siempre sujeta a la inuencia inevitable de die-rentes luchas de clase y democrtico-populares. Tambin signifca que la idoneidad de instrumen-tos particulares de poltica y ormas generales de intervencin no solamente variarn con cambiosen la estructura econmica sino tambin con cambios en el balance de uerzas polticas.

    Por eso, as como las ormas apropiadas de intervencin cambian con el progresode la acumulacin del capital, de la misma manera lo hacen las ormas apropiadasde representacin y legislacin. Es decir que los aparatos estatales son la orma enque se expresa materialmente la relacin social de dominacin (Estado en sentidoabstracto) y cambian en la medida en que se modifca la relacin social bsica.

    La crisis actual no hace sino renovar la necesidadde pensar alternativas que consideren la cuestin

    estatal nacional desde una perspectiva renovadora.

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    Despus de la globalizacin neoliberal38 Debates

    Los casos de Bolivia y Venezuela, en este punto, son especialmente interesantespara analizar los problemas polticos que la prctica de la construccin de poderpopular desde la conduccin estatal impone. Porque, tal como supo expresar el

    vicepresidente de Bolivia, lvaro Garca Linera, en estos casos el tema del poderestatal ya no es solamente un tema de resistencia o peticin, sino de mando y eje-cucin de la cosa pblica y ese es el lmite histrico que los movimientos socialesdeben superar en sus acciones polticas, electorales y de movilizacin, si es quequieren transormar y conducir la estructura estatal (Garca Linera, 2005).

    En eecto, es a partir de estas experiencias radicales que se vuelve a actualizarla preocupacin sobre las ormas de transicin hacia modelos emancipatorios des-de las realidades acotadas y restringidas por un presente en el que prevalece la or-ma de dominacin estatal capitalista. Qu orma material adquirirn los rganos

    de gestin de lo colectivo, mediante los cuales encarnarn las polticas populares,es un interrogante de primer orden. Porque hacerse cargo de la gestin del Estadocon un propsito transormador acarrea numerosos desaos y peligros a sortear.

    Ni la buena voluntad de los dirigentes ni la invocacin a la participacintransormadora de los movimientos sociales bastan por s solas para producir lasproundas transormaciones democratizadoras necesarias y esperadas. Como loseala Garca Linera (2007a), eliminar estrategias patrimonialistas de ocupacinde espacios pblicos para uso personal o grupal es una tarea poltica de primeramagnitud y de enorme difcultad, ya que tales rmoras no se circunscriben a lossectores dominantes sino que tambin estn bastante arraigadas en las prcticasplebeyas. Lograr la participacin activa y consciente de la ms amplia pluralidadde intereses y perspectivas, a la par que promover el sentido de lo pblico, cons-truir capacidades institucionales de gestionar lo comn, priorizar lo general porsobre lo particular, exige grandes esuerzos polticos y militantes.

    Asimismo a este desao habra que sumar el hecho de que esas mismas ins-tancias pblicas han sido histricamente construidas desde una matriz racista yhomogeneizadora, impuesta por las lites blancas, que trajo aparejada una pro-unda segregacin tnica, la cual torn prcticamente imposible al menos hastacomienzos del siglo XXI el acceso a los puestos estatales relevantes por parte de

    integrantes de los pueblos indgenas que habitan el territorio boliviano. A estoltimo se ha reerido precisamente Luis Tapia (2007) al postular que una de lasposibilidades de recomposicin del Estado en Bolivia, que implique enrentar se-riamente una reorma de las condiciones de no correspondencia entre Estado ymulticulturalidad, es la idea del Estado plurinacional. En consonancia con esteplanteo, Ximena Soruco Sologuren (2009) ha advertido que la propuesta de unEstado plurinacional constituye

    [] un intento de construccin de un sistema poltico que sea capaz de articular estos modos

    de organizacin del mundo, estas culturas indgenas y no indgenas, ms all de la colonialidadcapitalista. Pero este intento, plasmado en la nueva Constitucin Poltica del Estado, es un puntode partida no de llegada que requiere la uerza sufciente como para hacerse hegemnico, enel sentido comn mayoritario, lograr construir una institucionalidad poltica y preservarse en eltiempo (la educacin). Esta uerza es solo posible si el sujeto indgena no se piensa como sujetonico, es decir, no se vuelve autorreerencial, sino que nuclea, en torno al proyecto del Estadoplurinacional, a otros sujetos, visiones de mundo, exclusiones y necesidades.

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    Mabel Thwaites Rey 39Debates

    Tambin en Venezuela, seala Edgardo Lander, la superacin de las trabas bu-rocrticas y patrimonialistas remanentes en las estructuras estatales y la gestacinde nuevas ormas de gestin democrtica y participativa enrentan grandes desaos.

    Cuando a partir de 2003 el gobierno de Hugo Chvez se propone sustituir las polti-cas sociales paternalistas por polticas orientadas a ortalecer el tejido asociativo delas comunidades, la participacin y la creacin de la ciudadana poltica eectiva,advierte las difcultades de lograrlo con las estructuras administrativas heredadas.Crea, entonces, las llamadas misiones sociales que, con propsitos especfcos (es-pecialmente en salud y educacin de los sectores ms vulnerables), intentan sortearlos lmites de las burocracias establecidas, en una suerte de by-pass institucional.

    Segn Lander,

    las virtudes principales de las misiones residen, por un lado en su capacidad para saltar obstculos

    burocrticos y llegar en orma directa y rpida a los sectores ms excluidos de la poblacin, y porel otro, en el hecho de que buena parte de estas misiones se basan en la promocin de procesosorganizativos en las comunidades como parte de su diseo y ejecucin.

    Estas misiones han tenido gran impacto en las condiciones de vida de las pobla-ciones benefciarias, pero todava no est claro en qu medida constituyen el modelode organizacin de la administracin pblica del nuevo Estado que podra reempla-zar a las estructuras burocrticas tradicionales. Por una parte, cuando estas ormasnuevas se superponen con las antiguas, conllevan una costosa e inefciente carga f-nanciera para el Estado. Por otro lado, su limitado grado de institucionalidad, y livian-

    dad burocrtica, que es lo que les ha permitido a las misiones llegar en orma directay rpida a los sectores populares, es al mismo tiempo una uente de debilidad.

    La baja institucionalidad se expresa con recuencia en la ausencia de procedimientos claros, denormas administrativas de gestin de los recursos que hagan posible la contralora social paralimitar el clientelismo y la corrupcin que son denunciados una y otra vez por las propias orga-nizaciones populares. Por otra parte, la dependencia de muchos de estos procesos organizativospopulares de las iniciativas y del fnanciamiento de las polticas pblicas con dosis recuentes declientelismo, difculta la generacin de experiencias organizativas autnomas (Lander, 2007).

    Si bien no podemos extendernos en el presente anlisis, difcultades similares hansurgido luego de la creacin y el intento de implementacin de los llamados ConsejosComunales. Respecto de este punto, Cilano Pelez, Crdova Jaimes y Chaguaceda(2009) ormulan una sugestiva pregunta: cmo pueden conciliarse los mecanismostendientes a la democracia participativa y protagnica sealada en la ConstitucinBolivariana, con un modelo centralizado de planifcacin y gestin pblica?

    En ltima instancia, la tensin entre la organizacin y la participacin autnomaes, de acuerdo con Lander, una de las cuestiones ms importantes de la relacindel Estado venezolano con los sectores populares, de cuya resolucin depender engran medida el tipo de democracia que se pueda construir. Y esto es ms central aun

    si se tiene en cuenta que no es posible avanzar en la direccin de un proceso detransormacin prounda de la sociedad si simultneamente no se tiene la capaci-dad de gestin pblica requerida para mejorar las condiciones de la vida cotidianade la poblacin (Lander, 2009). Ms all del caso venezolano, esta tensin sobre laorma de gestin de lo colectivo, que supone una permanente transormacin, esten la base de la preocupacin de cualquier estrategia emancipadora.

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    La cuestin central, para el conjunto de la regin, radica en la construccin dela voluntad poltica capaz de impulsar un cambio radical. Para que tal voluntad segeste es preciso acumular las uerzas capaces de revertir el paradigma neoliberal

    an resistente y resituar el sentido de lo pblico, como condicin necesaria parareundar la estatalidad y dotar de verdadero contenido al permanentemente abor-tado proceso de conormacin de una ciudadana social, democrtica y autogestiva.Esto encierra la paradoja de que, para ser genuino, el cambio debe ir en contra de laesencia de la dominacin estatal. Porque, insistimos, el Estado no es una instanciamediadora neutral sino el garante de una relacin social desigual capitalista cuyoobjetivo es, justamente, preservarla. No obstante esta restriccin constitutiva incon-trastable, que aleja cualquier alsa ilusin instrumentalista es decir, usar libre yarbitrariamente el aparato estatal como si uera una cosa inanimada operada por

    su dueo es posible y necesario (en trminos de lucha poltica) orzar el compor-tamiento real de las instituciones estatales para que se adapten a ese como si deneutralidad que aparece en su defnicin (burguesa) ormal (Thwaites Rey, 2005).

    Claro que esto no es algo sencillo y entraa peligros intrnsecos. Porque lafccin del inters general se enrenta cotidianamente a la cooptacin de las ins-tituciones estatales por intereses especfcos, que plasman, se materializan, en laspropias instituciones y que van asegurando la pervivencia del sistema. El objetivoirrenunciable debe ser la eliminacin de todas las estructuras opresivas que, encar-nadas en el Estado, afanzan la dominacin y hacer surgir, en su lugar, ormas degestin de los asuntos comunes que sean consecuentes con la eliminacin de todaorma de explotacin y opresin.

    En el camino, en el mientras tanto productivo de una nueva confguracin so-cial, puede empujarse al Estado a actuar como si, verdaderamente, uera unainstancia de articulacin social. Esto es, orzar de manera consciente su contradic-cin nsita, provocar su accin en avor de los ms dbiles, operar sobre sus ormasmateriales de existencia sin perder de vista nunca el peligro de ser cooptados, de seradaptados, de ser subsumidos en un orden que arraiga la injusticia. Enrentar estepeligro no equivale a abandonar la lucha en el seno del Estado mismo, en el ncleode sus instituciones, porque el Estado mismo es un campo privilegiado de disputa.

    En ese como si tiene que conormarse un espacio para una gestin alternativay un camino para empujar en el sentido del autogobierno popular, de la irrupcinirreverente de lo plebeyo en la escena pblica. Se trata de caminar permanen-temente en esa tortuosa contradiccin de luchar contra el Estado para eliminarlocomo instancia de desigualdad y opresin, a la vez que luchar por ganar territoriosen el Estado, que sirvan para avanzar hacia la ampliacin sustantiva de la demo-cracia como conquista popular. Se trata de rasgar, rasguar, arrancar del Estadomismo, y no solo de la sociedad, las ormas anticipatorias de nuevas relacionessociales igualitarias y emancipadoras.

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