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Estrategias familiares para la prevención Colegio Sagrado Corazón de Jesús Pontevedra, 29 de mayo de 2013 Juan Luis González Psicólogo clínico Comencemos con un comentario sobre la adolescencia. ”...Nuestros adolescentes ahora aman el lujo, tienen pésimos modales y desdeñan la autoridad. Muestran poco respeto por sus superiores y prefieren la conversación insulsa al ejercicio. Los muchachos son ahora los tiranos y no los siervos de sus hogares. Ya no se levantan cuando alguien entra en su morada. No respetan a sus padres, conversan entre sí cuando están en compañía de sus mayores. Devoran la comida y tiranizan a sus maestros” La frase es de Sócrates (s. IV a.C.). Tiene más de dos mil años y sin embargo suena rabiosamente actual. ¿Qué significa esto? Pues para empezar significa que esto viene de lejos. Una cosa es la adolescencia de siempre y otra cosa es la adolescencia de ahora. Intentemos distinguirlas. Podemos ver la adolescencia “de siempre” como un estado transitorio, inevitable, esencial al ser humano, y del que se suele salir con éxito. El caso es que esta etapa no sólo es inevitable sino que tiene que ocurrir. ¿Cuáles son las características propias de la adolescencia, comunes a cualquier época? Transcurre aproximadamente entre los 12-13 y los 18-19 años y se trata de un período lleno de cambios a todos los niveles: físicos, mentales y sociales. Cambios rápidos, vertiginosos. En el plano corporal las hormonas comienzan a actuar modificando el aspecto y la voz, uno se siente raro, confuso e incómodo en su nuevo cuerpo y no acaba de entender qué le ocurre al espejo, que tanto cambia. Esto dispara una “lucha por encontrarse”. Comienzan las preocupaciones sobre su “imagen” y su aspecto físico que muestran dedicando horas a mirarse en el espejo o quejándose por ser “demasiado alto o bajo, flaco o gordo”, o en su batalla continua contra granos y espinillas (acné). Muchas veces intentan remediarlo adhiriéndose a determinadas marcas, ocultando lo que no le gusta, introduciendo detalles estéticos, etc. Conviene tener en cuenta que el cuerpo no se desarrolla todo al mismo tiempo ni con la misma rapidez por lo que la coordinación de movimientos puede sufrir alteraciones provocando temporadas de torpeza. Las diferencias de tiempo entre unos y otros pueden dar lugar a preocupaciones: los que tardan más (especialmente los varones) pueden sentirse inferiores ante algunos compañeros y dejar de participar en actividades físicas o deportivas; las chicas que se

Estrategias familiares para la prevención

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Estrategias familiares para la prevención

Colegio Sagrado Corazón de JesúsPontevedra, 29 de mayo de 2013

Juan Luis GonzálezPsicólogo clínico

Comencemos con un comentario sobre la adolescencia.

”...Nuestros adolescentes ahora aman el lujo, tienen pésimos modales y desdeñan la autoridad. Muestran poco respeto por sus superiores y prefieren la conversación insulsa al ejercicio. Los muchachos son ahora los tiranos y no los siervos de sus hogares. Ya no se levantan cuando alguien entra en su morada. No respetan a sus padres, conversan entre sí cuando están en compañía de sus mayores. Devoran la comida y tiranizan a sus maestros”

La frase es de Sócrates (s. IV a.C.). Tiene más de dos mil años y sin embargo suena rabiosamente actual. ¿Qué significa esto?

Pues para empezar significa que esto viene de lejos. Una cosa es la adolescencia de siempre y otra cosa es la adolescencia de ahora. Intentemos distinguirlas. Podemos ver la adolescencia “de siempre” como un estado transitorio, inevitable, esencial al ser humano, y del que se suele salir con éxito. El caso es que esta etapa no sólo es inevitable sino que tiene que ocurrir.

¿Cuáles son las características propias de la adolescencia, comunes a cualquier época?

Transcurre aproximadamente entre los 12-13 y los 18-19 años y se trata de un período lleno de cambios a todos los niveles: físicos, mentales y sociales. Cambios rápidos, vertiginosos. En el plano corporal las hormonas comienzan a actuar modificando el aspecto y la voz, uno se siente raro, confuso e incómodo en su nuevo cuerpo y no acaba de entender qué le ocurre al espejo, que tanto cambia. Esto dispara una “lucha por encontrarse”. Comienzan las preocupaciones sobre su “imagen” y su aspecto físico que muestran dedicando horas a mirarse en el espejo o quejándose por ser “demasiado alto o bajo, flaco o gordo”, o en su batalla continua contra granos y espinillas (acné). Muchas veces intentan remediarlo adhiriéndose a determinadas marcas, ocultando lo que no le gusta, introduciendo detalles estéticos, etc. Conviene tener en cuenta que el cuerpo no se desarrolla todo al mismo tiempo ni con la misma rapidez por lo que la coordinación de movimientos puede sufrir alteraciones provocando temporadas de torpeza. Las diferencias de tiempo entre unos y otros pueden dar lugar a preocupaciones: los que tardan más (especialmente los varones) pueden sentirse inferiores ante algunos compañeros y dejar de participar en actividades físicas o deportivas; las chicas que se desarrollan primero pueden sentirse presionadas a entrar en situaciones para las que no están preparadas emocional ni mentalmente. Sea cual sea su velocidad de desarrollo muchos adolescentes tiene una visión distorsionada sobre si mismos y necesitan que se les asegure que las diferencias son perfectamente normales.

En el plano cognitivo nos encontramos con una cabeza con una potencia plenamente desarrollada (tan fuerte como la de un adulto) y sin embargo con muy poca experiencia de por medio. Todo es nuevo y se vive como nuevo. Es la edad de los grandes temas, donde se estrenan pensamientos, se toma postura, se defiende el propio criterio incluso de forma radical, se hace crítico e intransigente con las ideas contrarias a sus descubrimientos, y se establecen los sistemas de creencias (dimensiones conservadurismo-progresismo, grado de religiosidad, sentido épico de la justicia, etc.).

Durante este período suele ocurrir que estén demasiado centrados en sí mismos: creen que son la única persona en el mundo que se siente como él, o que solo a él le ocurren las cosas, o que es tan especial que nadie puede comprenderlo (y menos su familia). Este centrarse en sí mismo puede dar lugar a momentos de soledad y aislamiento, o puede afectar a la forma de relacionarse con familiares y amigos (“no soporto que me vean salir del cine con mis padres”). Las emociones exageradas y variables así como cierta inconsistencia en su comportamiento son habituales: pasan de la tristeza a la alegría o de sentirse los más inteligentes a los más estúpidos con rapidez. Piden ser cuidados como niños y a los cinco minutos exigen que se les deje solos “que ya no son niños”.

Otro aspecto cambiante es la forma de expresar los sentimientos. Los besos y abrazos de la niñez pasan a leves gestos de cabeza. Las expresiones de afecto hacia la familia les pueden parecer ridículas (“cosas de niños”). Conviene que recordemos que son cambios en la forma de expresarse, no cambios en los sentimientos hacia sus amigos, familiares o seres queridos.

En el plano social las influencias se incrementan exponencialmente y el motor del comportamiento es el miedo a no ser aceptado, principalmente por el grupo de iguales.

Una de las consecuencias más relevantes de estos cambios es la formación de la identidad: pensar en quienes son y quienes quieren llegar a ser es un asunto que les ocupa tiempo y hace que exploren distintas identidades cambiando de una forma de ser a otra con cierta frecuencia. Esta exploración es necesaria para un buen ajuste psicológico al llegar a la edad adulta. La capacidad de pensar como adultos acompañada de la falta de experiencia provoca que el comportamiento de los adolescentes no siempre encaje con sus ideas: pueden, por ejemplo, ser grandes defensores de la naturaleza pero tirar basura en cualquier sitio (explicar aquí la importancia de evitar la disonancia a toda costa, con el latiguillo de “primero me comporto… y luego lo encajo en mi cabeza para que todo sea coherente”).

Y todo este follón, ¿es realmente necesario?; además, necesario ¿para qué?. Pues parece que sí, que es necesario para la formación de la identidad adulta: Todos estos cambios son descompensados y se precipita una CRISIS DE IDENTIDAD que tiene que ser resuelta de alguna manera.

En esta etapa se metaboliza lo aprendido en la niñez, se combina con las predisposiciones genéticas, constitucionales y biológicas, y todo ello interactuando con las innumerables influencias actuales, lo que produce como resultado la maduración de la persona como individuo único y diferenciado de los demás. Es, en definitiva, el puente entre la niñez y la vida adulta.

En fin, debemos ser conscientes de que las cosas no ocurren en muchos aspectos como desearíamos. Como padres y madres, nos gustaría que nuestros hijos tuviesen una continuidad tranquila desde la niñez hasta alcanzar la madurez. Que los principios y valores que les hemos ido inculcando con tanto esfuerzo prendan con fuerza en sus cabezas y que continúen por ese camino tranquilo, que es el seguro. Pero no es así, y no es así desde el principio de los tiempos, y este hecho nos debe hacer pensar. La adolescencia forma parte de la naturaleza humana, es inherente a nosotros y de alguna manera la necesitamos para garantizar, entre otras cosas, la inmensa diversidad de ideas de nuestra especie, sus avances y, por tanto, su incesante y admirable adaptación a un medio ambiente siempre cambiante.

De esas características que hemos comentado, ¿cuáles son las que convierten a la adolescencia en una etapa especialmente vulnerable?

Necesidad de reafirmación: Los adolescentes necesitan reafirmar su identidad, tanto individual como grupal, y para ello han de compartir unos “ritos” específicos que reafirman la condición de ser joven. En la actualidad algunos de estos ritos están íntimamente ligados a los escenarios nocturnos del fin de semana, entre ellos el consumo de alcohol y otro tipo de sustancias utilizadas entre otras cosas para generar y fortalecer sus vínculos sociales, lo cual redunda en el sentimiento de pertenencia grupal e identidad frente a otros grupos de jóvenes, incorporándose a determinadas subculturas juveniles.

Tendencia a la transgresión: Tal vez un problema de los adolescentes actuales es que no les hemos dejado suficiente espacio para la transgresión. El conflicto generacional apenas es perceptible pues para transgredir se necesita que alguien esté dispuesto a ofenderse. En general los padres, a fuerza de querer ser liberales, hemos dejado a sus hijos sin muñeco contra el que tirar los dardos. En este contexto, el espacio para la transgresión se ha reducido a muy pocos aspectos, uno de los cuales es el consumo de drogas vinculado habitualmente a sus tiempos y espacios de ocio. No es que la tolerancia paterna lleve a esto, ni mucho menos, pero cuando ésta se convierte en una ausencia absoluta de límites puede suponer un riesgo, de la misma manera que lo puede suponer la actitud contraria.

Necesidad de conformidad intragrupal: El grupo de iguales pasa a ser un elemento de referencia fundamental para el adolescente. Ahí puede explorar una gran variedad de papeles, adquiere una mayor orientación social y dependencia de sus amigos del grupo y se observa una mayor tendencia a la conformidad con el mismo. Si el menor se relaciona con un grupo proclive al consumo de drogas, le será muy difícil resistir la presión del grupo.

Sensación de invulnerabilidad: Se produce una distorsión cognitiva que les hace creer que están libres de las consecuencias negativas de sus acciones, una especie de coraza personal que les protege mágicamente de todos los peligros. Se sienten en un período pletórico de salud y vitalidad y, por tanto, son poco receptivos a las advertencias sobre los efectos de las consuctas de riesgo sobre su salud, las cuales suelen caer en saco roto. Si además de todo esto han tenido experiencias positivas de riesgo, tal experiencia pondrá en entredicho los mensajes “atemorizantes” que hayan recibido y su sentimiento de invulnerabilidad se verá reforzado. Recuerdo hace poco un telediario en el que se veía a unos moteros en una carretera comarcal; cuando le preguntaron a uno de ellos por qué no iban con más cuidado, dijo “sin riesgo no hay gloria”.

Rechazo a la ayuda del adulto: La creciente necesidad de autonomía que experimenta el adolescente le lleva a rechazar la protección de los adultos, sobre todo si ésta es impuesta.

Susceptibilidad frente a las presiones del contexto amplio: Los adolescentes pueden ser particularmente sensibles a las sofisticadas campañas de publicidad diseñadas para asociar el consumo de drogas con una determinada imagen. Hace poco, por poner un ejemplo, la Federación Española de Cerveceros llevó a cabo una campaña para promover el uso responsable del alcohol, en teoría una actitud loable, pero resulta que presentaron una rueda de prensa en la que algunos futbolistas de élite comentaban que tras cada partido se tomaban unas cañas como parte del disfrute de sus logros, y esto es peligroso. A diferencia de los programas preventivos reales, donde se promueve el no consumo de alcohol, y en caso de consumo se promueve el uso responsable, esta campaña tenía como meta la promoción del consumo; eso sí, responsable.

Bien, hasta aquí hemos visto algunos aspectos de la adolescencia de siempre. Pero este entorno amplio que acabo de comentar da lugar a una serie de características propias de los adolescencentes actuales, porque cada sociedad genera formas específicas de socialización y los jóvenes son particularmente sensibles ante el tipo de sociedad que les rodea. Veamos algunas de esas características actuales:

Perspectivas de futuro negativas: El período necesario para la emancipación y la independencia se alarga sin horizontes claros y desde la incertidumbre. El temor al paro, la tensión de la competitividad y el escepticismo sobre el resultado de los esfuerzos propios conducen a la utilización de recursos alternativos que prometen felicidad y disfrute a corto plazo.

Tendencia al hedonismo: O lo que es lo mismo, pánico al aburrimiento. El no divertirse implica una carencia personal con la consiguiente pérdida de autoestima y es un motivo de compasión social, prevaleciendo la búsqueda de la diversión y del placer inmediato.

Presentismo: El énfasis en el aquí y el ahora. Lo inmediato pesa mucho más que lo remoto.

La transformación química de los estados de ánimo: Nuestro modelo social refuerza la idea de que existen pociones mágicas que ofrecen soluciones y satisfacción para todo, y los jóvenes han interiorizado que el estado de ánimo puede modularse mediante sustancias de todo tipo. Algunos jóvenes buscan la alteración del estado de conciencia como condición previa para divertirse. Ojo, no sólo me refiero a lo que denominamos drogas. Forma parte de una filosofía más general: recordad anuncios como “Redbull te da alas”, o la ya antigua clasificación de bebidas light y maxi.

Impulsividad: Se potencia continuamente el placer y el bienestar, tanto que los sujetos se vuelven cada vez más incapaces de soportar el más mínimo malestar, y les cuesta organizar su conducta hacia metas positivas si aparece una tentación por el medio que resuelva el problema en poco tiempo, aunque a largo plazo resulte peor. Es lo que se llama un “bajo nivel de tolerancia a la frustración” o, por decirlo claramente, un mal aguante a los contratiempos.

A pesar de todo esto no olvidemos que si bien es cierto que algunos adolescentes encuentran obstáculos, la mayoría los superan llegando a ser adultos que encuentran su lugar en la vida, se relacionan satisfactoriamente y llegan a ser buenos ciudadanos.

EL USO DE DROGAS

En primer lugar, y muy brevemente, comentaros algunas cuestiones básicas sobre las drogas para situarnos.

Qué es una droga.- Es una sustancia química que tiene la capacidad de activar, desactivar o perturbar el funcionamiento del Sistema Nervioso Central de forma temporal. Una droga puede dar lugar a:

Tolerancia: El efecto se reduce con el tiempo, teniendo que incrementar la dosis progresivamente.

Síndrome de abstinencia: Aparición de malestar físico o psicológico tras la supresión.

Craving: Necesidad irresistible de consumir la sustancia para evitar el malestar.

Tipos de drogas:

Estimulantes: Incrementan la activación (tabaco, cocaína, anfetaminas).

Depresoras: Disminuyen la activación (alcohol, heroína, tranquilizantes).

Perturbadoras: Modifican la percepción (LSD, alucinógenos).

Tipos de uso:

Uso controlado: La persona regula el consumo a voluntad, sin excederse en la frecuencia ni en la cantidad prevista, y no le ocasiona problemas de ningún tipo.

Abuso: La persona consume a pesar de la ocurrencia de consecuencias dañinas (no cumple sus obligaciones, consume en situaciones potencialmente peligrosas, o bien tiene problemas legales, sociales o interpersonales).

Dependencia: Cuando además existe tolerancia, síndrome de abstinencia, descontrol en la cantidad consumida, o bien dedica mucho tiempo a obtener y consumir la sustancia, o bien el individuo no se ve capaz de abstenerse del consumo a pesar de ser consciente de las dificultades que éste causa.

Obsérvese que el abuso o la dependencia no implican el hecho de consumir necesariamente todos los días.

El patrón del uso recreativo de drogas es el que prevalece con más fuerza entre los jóvenes y las sustancias sobre las que se está poniendo el énfasis en las intervenciones preventivas a día de hoy son el alcohol, el cannabis y la cocaína.

¿POR QUÉ ALGUNAS PERSONAS LLEGAN A DEPENDER DE UNA SUSTANCIA Y OTRAS NO?

Lo primero que debemos tener en cuenta es que el hecho de probar una sustancia no significa que se vaya a acabar dependiendo de ella. Aunque no lo parezca, lo cierto es que la mayoría de los jóvenes no consumen drogas; de los que lo hacen, la mayoría deja de consumir en poco tiempo, y de los que continúan, la mayoría no llega a tener nunca problemas de adicción. No es fácil, por tanto, adquirir una drogodependencia.

Supongamos que tenemos dos chavales. Uno es sociable, extrovertido, simpático, amigo de sus amigos, con buenas relaciones familiares y buen estudiante. El otro es más bien retraído, tímido, con pocos amigos y poco dado al estudio. Nos dicen que dentro de una ño uno de los dos va a tener problemas con el consumo de drogas. ¿Por cuál apostamos? No hay datos suficientes, y si se dan más datos iremos inclinando la balanza una y otra vez.

Cuando se desarrolla una adicción, lo hace a través de una serie de etapas más o menos comunes. Una persona normal, sin problemas particulares, puede llegar a ser adicta a una sustancia si se producen determinadas circunstancias en cada etapa. Son las siguientes (usaremos el nombre de Juan):

Etapa 1. Exposición. En el círculo social de Juan hay alguna o algunas personas consumidoras, importantes para él, y comparten algunos escenarios y actividades. Estos escenarios determinan situaciones propicias para consumir pero ninguna es lo suficientemente intensa como para hacerlo. Recibe ofrecimientos esporádicos, que él rechaza, y observa los efectos que la sustancia produce en los demás. En la vida de Juan se establecen ocasiones que facilitan el consumo.

Pongamos un ejemplo de nuestra época para entendernos mejor: "Juan tiene 16 años y lleva una vida normal. Algunos fines de semana va con su grupo de amigos a la discoteca. Una vez dentro de la discoteca, al pedir la consumición, algunos piden refrescos y otros piden cerveza o cubalibre. Juan no bebe alcohol y siempre pide cocacola. Ocasionalmente le ofrecen, y él lo rechaza amablemente. De vez en cuando

alguno de los que toman alcohol le hace comentarios despectivos del sabor de la cocacola. A veces pregunta a otro por qué bebe alcohol y se le suele responder "porque esto entona y te coges un punto muy bueno". Otras veces ha observado cómo el más tímido de sus amigos cuando toma alcohol sale a bailar y se atreve a ligar con alguna chica".

Etapa 2. Inicio. Entre esas situaciones se produce alguna que contiene los ingredientes necesarios para que Juan ceda ante el consumo. Suele haber alguien al lado, alguien relevante que invita, ofrece o presiona para consumir, y Juan anticipa algún tipo de beneficio en caso de hacerlo. Frente a las consecuencias físicas desagradables de este primer consumo (como ocurre con el tabaco o el alcohol la primera vez que se prueban) existen otras que compiten con las anteriores y que favorecen la aparición de nuevos consumos. Se trata de consecuencias sociales ventajosas que han hecho su aparición precisamente por el hecho de haber consumido (desaparición brusca de la presión social y sensación de pertenencia, aprobación e integración en el grupo, especialmente), así como consecuencias conductuales (haber hecho o dicho cosas gratificantes al usar la sustancia). Estas circunstancias, si son experimentadas, influyen poderosamente en la conducta futura y se convierten en señales que anuncian consecuencias favorables en situaciones parecidas.

"En la barra de la discoteca se encuentran él, su mejor amigo y la chica que le gusta. Están charlando amigablemente mientras esperan que el camarero les atienda. Es el cumpleaños de ella. El amigo propone pedir cubalibres. Juan queda callado y la chica acepta la idea encantada. Juan, tras un instante de duda, sonríe y exclama: "venga, un día es un día". Cada uno toma su cubalibre, a Juan no le gusta el sabor pero está pasando un buen rato, mejor que de costumbre. Se atreve a decirle a la chica cosas que anteriormente le daban corte, y llegan a cierto grado de intimidad. Juan está encantado. Al llegar a su casa se siente mareado y se acuesta. Se levanta tarde con resaca y dolor de cabeza".

Etapa 3. Uso ocasional. A partir de ahí esa situación queda estrechamente ligada al acto de consumir, y la probabilidad de que Juan lo haga cuando ésta (o una muy parecida) se repita es mayor que antes. Ahora cuenta más el valor que da Juan a la experiencia obtenida “en carne propia” que la información y sus miedos previos con respecto al uso de la sustancia. Estos consumos ya no van acompañados de malestar físico y la sustancia en cuestión despliega todo su efecto. La facilidad con la que el consumo pueda convertirse en un hábito dependerá en gran medida del grado en que esa situación original forme parte del entorno habitual de Juan (no es lo mismo que esta situación inicial se produzca en las fiestas anuales de un pueblo al que Juan sólo va en fiestas o que esté presente todos los días con los amigos del barrio).

"Cada vez que van a la discoteca Juan pide un cubalibre en lugar de cocacola. En alguna fiesta y en situaciones concretas con los amigos también lo pide, y cuando lo hace nota los efectos propios del alcohol, que le permite hacer y decir cosas a las que no se atreve normalmente".

Etapa 4. Uso sistemático. Por sistemático entendemos el punto a partir del cual el consumo de la sustancia se convierte en un hábito. No queremos decir con esto que el consumo llegue a hacerse diario. De la misma manera que algunos jugadores de fútbol tienen la costumbre de santiguarse cuando pisan el césped antes de cada partido, un joven puede desear consumir cuando se halla en situaciones concretas aunque estén espaciadas en el tiempo. Los fines de semana cuando salen con los amigos, por ejemplo. De ocasiones sueltas hemos pasado a ocasiones concretas, que pueden ser variadas o no, frecuentes o no, pero que cada vez que se producen la probabilidad de consumo es alta.

Etapa 5. Uso indebido o abuso. Hay personas que toman sustancias sólo los fines de semana (con la cocaína, cannabis, éxtasis y alcohol esta forma de consumo

es frecuente), y parece que por tanto no crean adicción. Depende. La adicción es una cuestión de grado, y no sólo debemos entenderla como un patrón de consumo diario y abusivo, sino más cosas: a) que cuando se tome la sustancia se haga en cantidades superiores a las previstas, b) que cuando se tome se pierda el control sobre la propia conducta, c) que la persona no sea capaz de disfrutar de situaciones concretas si no consume, aunque sea pocas veces, y d) que la persona piense mucho en la sustancia aunque la consuma poco. Por otra parte, hay algunas sustancias con las que resulta muy difícil mantener un consumo espaciado de fin de semana, como la heroína o el tabaco. Juan requiere cada vez dosis mayores para obtener el mismo efecto (tolerancia), y ha notado que la necesidad de consumir es cada vez mayor (dependencia). Aunque Juan sólo consuma de vez en cuando, le cuesta manejarse con soltura en las situaciones que ha asociado con el efecto de la sustancia, y si no consume no disfruta de esas situaciones. Esto da lugar a dos circunstancias: a) cada vez que consume busca que la sustancia le haga efecto, cosa que efectivamente ocurre, y b) este efecto es, desde el punto de vista de Juan, necesario para desenvolverse en esas situaciones; curiosamente, es probable que Juan no lo reconozca, pero lo cierto es que actúa como si fuese así.

Seguimos con el ejemplo, exceptuando el caso del tabaco debido a su “normalización” y a su fácil disponibilidad. Si Juan ya ha llegado al punto de consumo diario, esta búsqueda del efecto comienza a convertirse en una necesidad frenética, ya que la falta de droga se acompaña de una serie de molestías físicas y sensación de vacío que se incrementan a medida que pasan las horas. Lo que en un principio era un chaval que funcionaba normalmente y que en ocasiones experimentaba sensaciones placenteras con ayuda de una sustancia, ahora se trata ya de una persona que hace uso de ella simplemente para funcionar cada día. El poder de este mecanismo es capaz de reducir a la mínima expresión las actividades no relacionadas con la obtención de la sustancia. Toda su vida gira en torno a la obtención de la droga, se distancia de las amistades no consumidoras, abandona actividades, evita responsabilidades y concentra su ingenio en no ser detectado, especialmente por su familia.

Etapa 6. Costes. Comienzan a hacer su aparición determinadas repercusiones desfavorables a causa del consumo. Estos costes compiten con las gratificaciones derivadas del consumo y en un futuro cercano pueden acabar adquiriendo el suficiente peso como para forzar la decisión de interrumpirlo, aunque de momento sólo hay una progresiva toma de conciencia de los perjuicios que le está causando su hábito, sin cambiar éste.

Etapa 7. Determinación. Es probable que se produzca algún episodio adverso impactante (ingreso en urgencias o acto delictivo, por ejemplo), o puede enterarse la familia del problema. La familia puede tomar cartas en el asunto, incrementando su control, empeorando la situación y viéndose desbordado por ello, o él inicia algún intento por su cuenta, llevándole a tomar conciencia de la dificultad para controlar el hábito y de la dimensión real del problema, pidiendo, en su caso, ayuda profesional para interrumpir el consumo.

Etapa 8. Abstinencia. Una vez finalizado el período de desintoxicación, si es que ha sido necesario, Juan comienza a reorganizarse: llena su tiempo con actividades diversas alejadas del ambiente de consumo, deja de ver a personas consumidoras, retoma metas, evita exponerse a situaciones que puedan suscitar deseo de consumo, se enfrenta a éste exitosamente cuando aparece, restablece la comunicación con su familia, ciñe su círculo social a personas no consumidoras que aún conservaba, rediseña su ambiente y sus rutinas diarias, frecuenta lugares de bajo o nulo riesgo y, en suma, toma distancia en relación a su reciente estilo de vida consumidor. Juan, además, anticipa costes relevantes a corto plazo en caso de reanudar el consumo.

CONCLUSIONES

De este proceso se deducen tres grandes Factores de Riesgo:

a) Estar altamente expuesto a la sustanciab) Mostrar baja resistencia a los ofrecimientosc) Recibir un alto impacto de la sustancia cuando se prueba

Y, por tanto, tres grandes Factores de Protección:

a) Baja exposición a la sustancia (no exposición o exposición poco relevante)b) Alta resistencia a los ofrecimientos (el joven está expuesto pero no prueba la

sustancia)c) Bajo impacto de la sustancia (el joven prueba la sustancia pero no le resulta útil)

Los factores de riesgo favorecen la probabilidad de contactar, probar o repetir el uso de una sustancia.

No causan una drogodependencia, ni juntos ni cada uno por separado. Simplemente entrañan un riesgo, de la misma forma que conducir sin haber revisado el estado de los neumáticos favorece la probabilidad de tener un accidente sin que por ello sea seguro que éste vaya a producirse.

En términos generales son:

* El trato social que reciben las distintas sustancias: Usos, costumbres y tradiciones, legislación vigente y grado en que se cumple, medios de comunicación y publicidad.

* Edad: En la adolescencia un sinfín de comportamientos sociales se encuentran en vías de desarrollo. Si el joven prueba una sustancia, corre el riesgo de atribuir un comportamiento ventajoso al efecto de ésta.

* Hábitos del grupo de amistades: Cuanto mayor es la influencia del grupo de iguales mayor es la asimilación de hábitos y menor es la resistencia a la presión del grupo. Es recomendable que el joven disponga de una red social amplia; aunque esto suponga mayor riesgo de exposición dada la variedad de contactos, aumenta la resistencia a la presión de cada grupo.

* Cantidad y calidad de actividades de ocio y tiempo libre: Si el joven tiene un pobre repertorio de actividades con las que ocupar su tiempo se favorece la exploración pasiva de ambientes con los que contacta, y estará más a expensas de lo que hagan o le propongan los demás.

* Funcionamiento emocional: La depresión, la ansiedad o la baja tolerancia al dolor suponen un riesgo en la medida en que su existencia incrementa la sensibilidad a determinadas sustancias. No es que las alteraciones emocionales "lleven" a la droga, sino que más bien cuando se prueba ésta sus efectos son más poderosos si concurren estos problemas dado que se produce un alivio del malestar preexistente.

* Habilidades sociales: En la medida en que un joven se muestra tímido en contra de su voluntad, o quiere abrirse a los demás pero no sabe cómo hacerlo, o bien se siente incapaz de expresar emociones positivas, o no sabe cómo iniciar y mantener conversaciones, o tiene miedo a aburrir a los demás o teme hacer el ridículo, o se bloquea en situaciones de flirteo y atracción física, será más vulnerable al efecto de drogas desinhibidoras ya que la sustancia puede proporcionarle la oportunidad de hacer lo que siente incapaz de lograr por sí mismo.

* Grado en que valora la salud: Los efectos remotos adversos de las drogas apenas influyen en la decisión de un joven a la hora de consumir o no una

sustancia. Sin embargo, los efectos a corto plazo afectan drásticamente la decisión. Supone un riesgo el hecho de que estos efectos adversos inmediatos sobre la salud no interfieran con el rendimiento del joven en algo que considera importante.

* Desinformación: Por desinformación no sólo hemos de entender falta de información, sino también información parcial o incompleta (por ejemplo, conocer exclusivamente los efectos placenteros de una sustancia). Las fuentes de información de que dispone el joven provienen fundamentalmente de otros jóvenes, lo que favorece la propagación de información errónea o parcial.

Sugerencias generales para reducir el riesgo:

Potenciar en los jóvenes la actitud crítica ante usos, costumbres y tradiciones en las que se manifiesta la aprobación social de determinadas sustancias (cuestionar la publicidad, los modelos, generar actitud crítica, etc.)

Intervenir preferentemente con jóvenes en edades tempranas a fin de ayudar a retrasar la edad de inicio.

Incrementar la cantidad y calidad de vínculos sociales del joven.

Incrementar el repertorio de actividades en las que se implica el joven.

Entrenar al joven en habilidades para la vida (sociales y relativas al control emocional).

Utilizar el modelo de competencia como base de las interacciones de los adultos con el joven.

Implicar al joven en actividades cuya competencia dependa del estado transitorio de salud .

Incorporar la información explícita como parte de los programas de intervención con el joven.

Introducir la educación en valores como parte de los programas de intervención con el joven.

Algunos factores de riesgo son de naturaleza específicamente familiar:

- Estilo rígido, negligente o visceral por parte de los padres para marcar directrices y normas: Las normas familiares que el adolescente ha de acatar sin estar de acuerdo, sin haberlas comprendido o sin haber tenido la posibilidad de discutir tienden a ser transgredidas a la menor oportunidad en escenarios interpersonales en los que los padres no se encuentran presentes. Se produce una progresiva pérdida de información sobre las opiniones, actitudes, intereses y costumbres del hijo y por tanto se reduce la capacidad de influencia sobre él (precisamente a costa de perseguir implacablemente lo contrario). El motor de la conducta se traduce en el temor a las consecuencias de desobedecer, pero se mantiene el deseo persistente de transgresión.

Por otra parte, el exceso de tolerancia puede constituir un obstáculo para el aprendizaje del joven respecto de lo que está bien y lo que está mal. En un estudio sobre los hábitos de consumo de sustancias por parte de los adolescentes españoles (Comas, 1995), éstos reconocen el hecho de que sus familias apenas marcan límites a su comportamiento, consideran esta tolerancia familiar como excesiva pero a su vez aprovechan la circunstancia para sacar el mayor partido posible de ella.

Tan perjudicial como la rigidez y la tolerancia extremas se muestra la tendencia a soportar el comportamiento del hijo hasta que resulta molesto (estilo visceral), de manera que los mismos actos pueden ser sancionados, permitidos o incluso elogiados dependiendo del estado de ánimo de los padres o de factores relativamente azarosos, difíciles de identificar y por tanto sin ofrecer indicios claros que le permitan al joven saber a qué atenerse en una situación determinada.

- Exceso de protección: Hacer por los hijos lo que saben hacer por sí mismos o lo que pueden aprender a hacer si se les enseña constituye una de las mayores barreras para el crecimiento y desarrollo personal. Además, la sobreprotección basada en aconsejar lo que debe y no debe hacer a fin de que no sufra las consecuencias de ciertos actos le impedirá experimentar esas consecuencias y atenerse a ellas, corrigiendo y autorregulando su propio comportamiento a través de la experiencia personal.

Por autonomía entendemos la capacidad de una persona para desenvolverse y tomar decisiones con respecto a su propia vida.

El estilo educativo contrario, al que podemos denominar sobreprotección, se manifiesta de cuatro formas:

a) No enseñando competencias o destrezas apropiadas a su edad (hacer por él cosas que puede aprender a hacer por sí mismo).

b) No otorgando responsabilidades acordes con su capacidad y su edad (hacer por él cosas que sabe hacer por sí mismo, como cuando decimos “quita, ya lo hago yo”, o “déjame a mi, que acabamos antes”).

c) No permitir que realice determinados comportamientos (o advertir en su contra) para evitar que se exponga a consecuencias desagradables, siendo esos comportamientos propios de su edad (por ejemplo, tener pareja).

d) Reducir o eliminar la experimentación de consecuencias negativas tras la ejecución de un comportamiento que las genera de forma lógica y natural (por ejemplo, hacer sus deberes para que no le suspendan).

La sobreprotección, en sus distintas modalidades, frena las posibilidades de aprendizaje y de autocorrección, y anula las ocasiones de recibir elogio por la adquisición de nuevas competencias.

- Falta de reconocimiento: La búsqueda de reconocimiento es uno de los grandes motores de la conducta humana. Cada vez que un comportamiento nuevo de los hijos en la dirección deseada pasa desapercibido tiende a extinguirse, se apaga.

- Escaso nivel de comunicación: Con esto se quiere hacer referencia a cuando apenas fluye la información gratuita en la interacción familiar. La información gratuita es aquella que se ofrece sin que nadie la pida; constituye la base de las conversaciones, estrecha la confianza mutua entre los interlocutores y se puede aprovechar con eficacia para intercambiar opiniones, recibir información de difícil acceso, etc.

- Escaso repertorio de actividades compartidas: No compartir actividades con los hijos supone perder la oportunidad de inculcar aficiones desde muy temprano y promueve la dispersión conductual.

- Dificultad para disfrutar dentro de casa: La presencia de conflictos en el hogar tiende a aumentar el tiempo que los hijos adolescentes permanecen en la calle.

- Actitud de evitación y comportamiento familiar incoherente en relación con el uso de drogas: Un gran número de familias no desea sacar el tema con sus hijos por temor a estimular su curiosidad. Con ello no se logra evitar lo que se pretende, ya que la información acaba llegando al adolescente por otras vías. Por otra parte, desaprobar con contundencia todo lo que tenga que ver con el consumo de drogas puede producir un efecto similar al anterior pero más acentuado, ya que al expresar rotundamente su postura los padres fomentan el silencio del hijo al respecto si éste discrepa de su opinión.

A veces no nos sentimos con fuerza moral para transmitir mensajes, a causa de que fumamos. Se pueden transmitir mensajes de uso controlado coherentes con lo que uno hace.

Más frecuente es, sin embargo, mantener una actitud incoherente entre lo que se dice y lo que se hace. Por ejemplo, si los padres dejan por una parte claro al hijo que tiene que saber negarse a ofrecimientos, pero por otra insisten a sus invitados en probar el exquisito licor del pueblo cada vez que van a casa no aceptando un no por respuesta, le están transmitiendo inadvertidamente que negarse a un ofrecimiento es inútil en ciertas ocasiones, y que en estas circunstancias especiales el alcohol no sólo es aprobado sino que constituye una obligación social.

Fundamentalmente, lo que nos interesa es ver qué podemos hacer como padres o madres para ayudar a reducir el riesgo:

Comencemos con un par de pequeñas sugerencias que se explican por sí solas y que ya están casi comentadas:

- Promover el acceso a actividades de ocio y tiempo libre (exponerlos, apuntarlos si lo piden, llevar a cabo actividades compartidas –también las nuestras, por lo menos pueden observar el entusiasmo con el que las hacemos-).

- Sacar conversaciones intrascendentes dentro de casa como hábito. No es el contenido lo que interesa, sino el simple hecho de acostumbrarse a ello.

Vamos con lo más importante:

- Promover la autonomía: Enseñar a los hijos a valerse por sí mismos en lo que respecta a tareas, actividades y competencias acordes con su edad y con sus posibilidades constituye una labor compleja. El estilo propugnado por el Modelo de Competencia (Albee, 1980; Costa y López, 1987), según el cual la mejor ayuda es aquella que implica la posibilidad de prescindir de ella, no sólo abarca los escenarios propios de la relación de ayuda, sino que puede ser promovido desde el sistema familiar. Lo importante es conseguir suscitar el deseo del hijo por aprender y guiarle en nuevas competencias, reduciendo la supervisión poco a poco hasta que deje de ser necesaria.

- Mostrarse recompensante: El primer paso para potenciar la autoestima de los hijos consiste en saber elogiarlos y mostrar reconocimiento y atención cada vez que hacen algo bien o cada vez que intentan hacer algo, aunque aún no lo hayan aprendido a hacer correctamente.

Mientras que el comportamiento "defectuoso" de una persona rara vez se le escapa a los demás, la conducta correcta suele pasar desapercibida. Es frecuente recibir una crítica tras un error, pero no lo es tanto recibir elogio ante un acierto.

En buena parte, hacer una cosa o no hacerla depende de las consecuencias que la persona anticipa que va a recibir: las conductas que tienen éxito tienden a repetirse.

Impulsar la autoestima de nuestros hijos consiste, esencialmente, en SUBRAYAR EL COMPORTAMIENTO DESEADO. Es más, consiste en subrayar el comportamiento en la dirección deseada.

Sonreir, elogiar, dar las gracias, mostrar reconocimiento, manifestar interés y dar atención son formas comunes de valorar una conducta y, aplicadas oportunamente, impactarán más en la conducta futura de los hijos que los consejos, advertencias y castigos.

Sugerencias:

Hacerlo inmediatamente después de que se produzca el comportamiento deseado.

Informar de la conducta que se está valorando.

No usar coletillas: a veces aprovechamos lo que ha hecho para pedir más la próxima vez, o introducimos una crítica (p.ej., "ya era hora de que lo hicieses"). Cuando se valora algo, se hace eso y ninguna otra cosa.

Y es que no es fácil, al menos por cinco motivos:

a) El listón (cuando los criterios de comparación son exigentes es muy difícil para el otro dar la talla, y para nosotros ver lo que está en el camino correcto).

b) Suele haber mezcla de lo bueno y de lo malo, y no “salen” las ganas de valorar algo en esos casos.

c) El llamado efecto MG (la trampa del etiquetado –egoísta, inmaduro, etc.-). Las etiquetas promueven el fatalismo y la resignación, se acaba convirtiendo en la manera favorita de expresar una queja y, lo que es peor, se autoconfirma y el comportamiento del otro se perpetúa.

d) No tener claros los objetivos (“no vaya a ser que se crezca”, o “él ya sabe que si no le digo nada es que está bien hecho”).

e) Nunca ocurre lo que queremos y por lo tanto no hay ocasiones para elogiar nada. Bien, aquí está claro que hay pedírselo (o enseñarle si no sabe) para establecer la ocasión.

- Cuidar la comunicación: Cada padre o madre tiene su propio estilo de comunicación interpersonal y transmite un modelo particular de comportamiento a los hijos. Esto tiene un importante impacto no sólo en la conducta de éstos sino en la forma en que se desenvuelve la influencia mutua dentro y fuera del seno familiar.

Una adecuada comunicación interpersonal favorece la transmisión de valores, el respeto y establecimiento de normas, así como el apoyo necesario para que los hijos e hijas crezcan seguros afectivamente.

En la comunicación influye tanto lo que decimos y cómo lo decimos con palabras (comunicación verbal) como lo que decimos con gestos, miradas y silencios (comunicación no verbal). Para que nuestros hijos e hijas crezcan en un ambiente de seguridad y claridad, será muy importante que exista coherencia entre lo que expresamos con palabras y lo que expresamos con los gestos. Si decimos, por ejemplo: “es muy interesante eso que me cuentas” mientras miramos muy

interesados un programa de televisión, probablemente pensará que no le hacemos caso. Además, hay que tener en cuenta que siempre que existe incoherencia entre la comunicación no verbal y la verbal, el mensaje que tiene más peso es el no verbal.

Determinadas habilidades de comunicación resultan especialmente importantes en la educación de los hijos: saber escuchar, dar información útil, hacer peticiones de cambio, ayudar a pensar, hacer y recibir críticas, responder a objeciones, negociar, imponer, negarse a algo o mostrar enfado son algunos ejemplos que, aplicados adecuadamente, dirigen la conducta de los hijos hacia el objetivo perseguido sin deteriorar la relación ni dañar su autoestima, a la vez que proporcionamos un modelo de comportamiento que ellos pueden aplicar en otros escenarios.

LA HABILIDAD DE ESCUCHAR

“Si uno es capaz de sentir lo que otro siente, este otro se convierte en alguien más respetable”. A. Muñoz Molina

Pregunte a cualquiera si escucha a sus hijos. Es casi seguro que le dirá que sí, ¡faltaría más! Sin embargo (y esto no lo podrá hacer), si pudiese observar en un video una interacción en la que un hijo comunica a su padre o madre algo preocupante o desagradable, es probable que aparezca alguna interrupción, discrepancia, consejo, reprobación o juicio de valor; en fin, algún “ruido” que enturbie la comunicación. Al final, el padre o madre tendrá la sensación de que su hijo no le hace caso, o no sabe lo que quiere, o no dice toda la verdad, o no quiere hablar con ellos, y el hijo a su vez pensará que no se le entiende y que no vale la pena volver a sincerarse. Cada cual responsabilizará a la otra parte del “ruido” producido.

En efecto, si hay una habilidad que todo el mundo cree poseer y que casi nadie practica, esa es la escucha. Pocas cosas son tan preciadas por una persona como el hecho de tener a su disposición alguien que está dispuesto a escucharla en un momento delicado.

Dedique un minuto a pensar en el número de personas a las que usted recurriría si tuviese un problema. ¿Cuántas le salen? ¿tres? ¿cuatro tal vez? ¿sólo una? ¿ninguna? ¿Qué tienen en común? ¿por qué recurre a ellas y no a otras? Muy probablemente ha elegido usted a personas que tienen la extraña y poco frecuente capacidad de escucharle. Las personas que nos hacen sentirnos escuchados se convierten con facilidad en dignas de nuestra confianza y recurrimos a ellas cuando deseamos hablar con alguien.

¿Tan difícil es? Pues, francamente, sí. Juzgue la dificultad que pueden entrañar situaciones como estas:

- el hijo o la hija discrepa de la opinión de su padre/madre sobre un tema que él/ella considera importante y tiene muy claro (religión, política, moral).

- el hijo o la hija le dice a su padre/madre que ha fumado un porro y que no tiene importancia.

- el hijo o la hija informa a su padre/madre de que no le gusta estudiar.- el hijo o la hija se muestra preocupado/a o deprimido/a por algo que el

padre/madre considera poco importante y que a su juicio es fácilmente superable.

En situaciones normales y cotidianas la escucha no requiere cuidados especiales, pero existen otras (como las que acabamos de enumerar) en las que conviene mostrarse especialmente sensibles al otro. Estas situaciones requieren un tipo especial de escucha denominado ESCUCHA ACTIVA.

Escuchar activamente responde a un doble objetivo:

Recoger información sobre lo que piensa o siente el otro. Hacerle sentirse escuchado y cómodo mientras habla.

Está claro que no es lo mismo oir que escuchar. Cuando una persona simplemente quiere enterarse de lo que otra dice, no tiene más que aguzar el oído. Sin embargo, si lo que persigue no sólo es enterarse, sino conseguir que el otro recurra de nuevo ante una preocupación o un problema, que se anime en el futuro a seguir comunicando información importante y que atienda a lo que se le pueda decir, tendrá que permitir que el otro se exprese hasta el final y deberá asegurarse de que ha entendido correctamente el mensaje, mostrando una actitud de respeto y procurando que el otro se sienta escuchado y comprendido, independientemente de que estén de acuerdo o no. Por tanto, el órgano responsable de la escucha no es el oído, sino la cabeza.

Efectos de la escucha activa

Facilita la comunicación, haciendo al otro sentirse comprendido (comprenderle no significa estar de acuerdo con él).

Es un formidable reductor de la hostilidad. Convierte al escuchador en una persona digna de confianza. Aumenta la capacidad de influencia. Se incrementa el acceso a información delicada. Preserva el respeto mutuo, aunque persista la discrepancia.

Cuándo escuchar activamente

Cuando intuyamos que el otro tiene algo importante que decir. Cuando nos interese que el otro hable. Cuando observemos un cambio en su comportamiento. Cuando el otro saque un tema al que solemos prestar poca atención o del que

solemos discrepar. Cuando observemos malestar o preocupación. Cuando llevemos una época de baja comunicación con esa persona.

En fin, sobre todo conviene prestar atención a ciertas señales emocionales, como cuando nos dice “mamá… qué… no, nada”.

Cómo escuchar activamente:

1. Con disposición psicológica

- Avidez de información (tener ganas de estar informado).- Tabla rasa (mente en blanco, sin anticipar ni “adivinar”).- Doble objetivo: recoger información y dar pistas al otro de que está siendo

escuchado.- Dejar entrar todo (fragmentos molestos y “tonterías” también).

2. Observando las señales del interlocutor

- Contenido (lo que dice).- Sentimientos (cómo lo dice).- Intención de que hablemos (respetar los silencios, puede estar pensando la

forma de continuar su discurso).

3. Con gestos y con el cuerpo

- Postura activa y tranquila.- Contacto visual.- Expresión facial de atención.- Tono y volumen adecuados.

4. Con palabras

- Incentivos verbales (mmhh, entiendo, sigue, te escucho, ya veo…).- Efecto eco (repetir, ante un silencio, su última palabra o frase).- Completar frases (con cuidado, sin “adivinar”).

- Resúmenes (si te he entendido bien…).- Preguntas (se pueden abordar preguntas comprometidas a través de un breve

comentario amortiguador -por ejemplo, “cuando uno no para de dar vueltas a la cabeza resulta bastante difícil concentrarse en los estudios, ¿te ocurre también a ti?”-, o insertando la pregunta en otra que incluye la respuesta -por ejemplo, “¿cuánto hace que has perdido la ilusión por esto?” cuando en realidad se quiere preguntar “¿has perdido la ilusión por esto?”-)

5. Con cuidado

- No interrumpir (ante la verborrea incómoda se le puede ayudar a retomar lo importante aprovechando un silencio y preguntando algo que le lleve al punto que nos interesa, sin que suene a interrupción: “antes me comentabas que a veces no te encuentras con ganas, ¿a qué te refieres?”).

- No juzgar (darle o quitarle la razón o expresar nuestra discrepancia con lo que dice antes de que haya tenido la oportunidad de expresarse). Esto no significa que no debamos discrepar, sólo cuestiona la forma de hacerlo. Por cierto, ¿qué diferencia hay entre “no tienes razón” y “no estoy de acuerdo”?

- No ofrecer soluciones prematuras (el problema de los consejos es que suelen ser prematuros; es mejor escuchar primero hasta el final y comprobar si lo que pretendemos aconsejar no se lo ha planteado ya). Suele ser más útil sustituir los consejos por preguntas.

- No rechazar lo que siente. No quitar importancia a su malestar o a su problema (por ejemplo, “bah!, eso es una pequeñez” o “ya se te pasará”).

- No contar nuestra historia (u otra) sin que se nos pida (por ejemplo, al comentario “estoy agotado” responder “pues si te cuento cómo estoy yo”).

- No contraargumentar (por ejemplo, a “estoy preocupado” responder con “no te preocupes”, o a “estoy nervioso” responder “tranquilízate”).

- No dar respuestas excesivamente largas que dificulten retomar el hilo.- Evitar el “síndrome del experto” (p. ej., “eres tan tímida porque no acabas de

confiar del todo en las personas y piensas que no te pueden dar la seguridad que necesitas”).

- No cambiar de tema (“tranquilo, que todos los males sean esos, ¡ah!, ¿te conté que se casa la prima Flora?”).

- Evitar el “efecto Hermida” (la saturación de señales de escucha puede vivirse con incomodidad y puede tener la sensación de estar siendo interrogado).

6. Empatizando

- Hacerse cargo de su situación, procurar ponerse en su “pellejo” y sintonizar con la forma en que dice que se siente (“me hago cargo... te estoy escuchando y te noto... imagino que estarás hecho un lío...).

- Recordar que si nuestro hijo da mucha importancia a algo y por ello se siente afectado, es porque según su lógica interna tiene motivos para sentirse así, aunque nosotros no lo entendamos.

- Entenderle no significa pensar como él; sólo significa comprender cómo se siente teniendo en cuenta la forma de pensar que tiene.

De lo que se trata es de permitir que los hijos expresen su punto de vista a pesar de que entre en conflicto con el propio, o el esfuerzo por entender cómo se sienten y hacérselo saber. Entender a los hijos no significa estar de acuerdo con ellos; es más, los intentos de empatizar con el malestar de los hijos son compatibles con la persistencia de la postura propia y no promueven el deterioro de las relaciones. Por ejemplo, cuando nuestra hija de 15 años se queja de las normas horarias y nos transmite su malestar por ello.

En resumen, aunque la escucha es tal vez la habilidad más difícil de encontrar, merece la pena hacer un esfuerzo por mejorar. Es, con diferencia, la actitud que los hijos más valoran en los padres. Acordaos de esta máxima: “la escucha es superior al consejo”.

Es más, constituye una excelente herramienta para ayudar a pensar (cuando se trata de un dilema, una decisión difícil o un asunto delicado que le concierne, por ejemplo). Un buen consejo, que tal se nos pida, entra mejor después de haber escuchado hasta el

final y de habernos cerciorado de las opciones que el otro ha valorado. Una vez llegados a este punto podemos mostrar las opciones que vemos, haciendo preguntas, valoranbdo las consecuencias de las distintas opciones y dejando la decisión en sus manos.

Por último, puede ocurrir que nos sintamos incómodos a la hora de intentar poner normas. Lo que está claro (ya lo hemos dicho antes) es que no hay peor favor a un adolescente que no marcar límites, pero también es cierto que las normas rígidas e impuestas “a piñón” pueden provocar un distanciamiento no deseable.

Otra cosa importante: saber enfadarse. Distinguir el amor (incondicional) del trato, que éste sí depende del comportamiento del otro. Uno no puede hipotecar al otro. La forma de actuar en el enfado no puede poner en juego la percepción que tiene el otro del grado en que es querido. “Te quiero y estoy enfadado” es una frase perfectamente coherente.

Sugerencias en relación con los hábitos de ocio y de consumo de alcohol a los que deben hacer frente los padres.

a) El manejo del dinero.

En general para un adolescente o un joven el dinero asignado por sus padres para sus gastos personales, sea cual sea su cantidad, nunca será suficiente, puesto que por sus propias características pretenderá hacerlo todo o, influidos por las modas y la publicidad, consumirlo todo. Además, es preciso tener en cuenta que una parte importante de las asignaciones económicas que las familias dan a sus hijos para gastos personales (unos 9,92 euros semanales como media a los escolares de 14 años y 21,34 euros a los de 18 años) se destinan a la adquisición de bebidas alcohólicas y tabaco. Numerosos jóvenes reconocen que no consumen más alcohol porque no tienen más dinero. Los padres deben ser conscientes de que la asignación de mayores cantidades de dinero para gastos personales podría contribuir indirectamente a intensificar el consumo de bebidas alcohólicas.¿Cómo abordar este tema? Las cantidades a asignar deben establecerse en base a tres criterios básicos:• Las posibilidades económicas de la familia.• El grado de cumplimiento de las normas y las obligaciones impuestas en la familia (estudios, tareas domésticas, etc.), de forma que, a mayor responsabilidad en el cumplimiento de las mismas, mayor sería el importe y la libertad en la gestión de las asignaciones para gastos personales de los hijos. Con ello, se conseguiría que la ‘paga’ sirviera para reforzar el cumplimiento de la normas y actuara facilitando una progresiva autonomía en el manejo del dinero.• Las actividades que realicen los adolescentes: los padres deben conocer que actividades llevan a cabo sus hijos en sus momentos de ocio, (¿qué van a hacer el fin de semana?, ¿cuánto les cuesta ir al cine?, ¿cuánto gastan en transporte?, ¿son razonables estos gastos?), valorar si éstas son adecuadas y en su caso intentar satisfacerlas.Sería además conveniente conocer si otros miembros de la familia les dan asignaciones complementarias (abuelos, tíos, hermanos mayores, etc.) para pactar con ellos su importe y forma de canalizarlas (se puede regalar un disco o un libro en lugar de dinero, o sugerir que el mismo se destine al ahorro para cubrir gastos excepcionales (un viaje, unas zapatillas, etc.).En el caso de que se tenga constancia de que una parte de las asignaciones se destinan al consumo de bebidas alcohólicas, deberían reducirse las mismas, para así explicitar el rechazo de los padres a esta conducta. No hacerlo supondrá lanzar el mensaje de que se toleran o aceptan los consumos.Una prevención: no importa el dinero que les den a sus amigos. El que sus padres o familiares les den una asignación mayor no significa nada (quizás sólo que tienen más medios o que son más despreocupados), sin que por ello sean mejores padres o eduquen mejor a sus hijos.

b) El horario de regreso a casa.

El establecimiento de la hora de regreso a casa suele ser un motivo de discusión habitual entre padres e hijos, los últimos intentando llevar el límite lo más lejos posible. Es necesario que los padres establezcan horarios razonables de regreso a casa, negociados con los hijos cuando esto sea posible, adaptados a la edad, a las características de cada adolescente y joven (a su grado de madurez) y a determinadas circunstancias espaciales (existencia o no de transportes públicos, residencia en núcleos urbanos o rurales, etc.). Los horarios, como cualquier norma, deben ser estables (se fijan para ser cumplidos), sin que ello no impida que ante un acontecimiento singular puedan verse alterados (el día del cumpleaños, un concierto musical, etc.).Los horarios fijados deben permitir compatibilizar la práctica de sus actividades de ocio con el mantenimiento de un estilo de vida saludable, de forma que no impidan el adecuado descanso o que se vean alteradas ciertas dinámicas familiares (comer todos juntos) o el desarrollo de ciertas obligaciones (estudiar, etc).A medida que los hijos vayan mostrando un mayor grado de responsabilidad, iremos flexibilizando progresivamente las normas, puesto que pretendemos en último extremo que nuestros hijos se responsabilicen de sus propias acciones y decisiones. Pero hay que tener presente que el mayor grado de madurez y de autonomía exige como contrapartida el cumplimiento de las obligaciones familiares (llegar a casa tarde no puede convertirse por ejemplo en pretexto para no colaborar en la limpieza o en la compra).Algunas prevenciones:• Para los adolescentes es posible que cada día o fin de semana exista un acontecimiento especial que justifique la prolongación de la hora de regreso a casa, de manera que la norma dejaría de surtir efecto. No entre en ese juego peligroso.• Sus hijos le señalarán que todos sus amigos/as llegan más tarde a casa que ellos. Es probable que sea mentira o simplemente una táctica para prolongar la hora de regreso a la que son sometidos todos los padres.Pregúntese si ¿no es lógico que alguno de los amigos sea el primero en volver? y sea perseverante en el cumplimiento de la norma que regula la hora de regreso a casa de sus hijos.Un consejo: hable con los padres de los amigos de sus hijos y fije una hora de referencia de regreso a casa para el grupo si es posible o si está de acuerdo con ellos. En cualquier caso, recuerde que son los padres los responsables de tomar la decisión final. Sea equilibrado en su decisión, no impida salir a sus hijos, pero pregúntese qué puede hacer a determinadas horas de la noche.

c) Las contradicciones entre las posturas de los padres ante los consumos de alcohol y las actividades de ocio en el fin de semana.No deben existir contradicciones entre los padres en los aspectos básicos de la educación de los hijos, ni interpretaciones más o menos flexibles o duras por parte de alguno de ellos respecto a las normas establecidas. Las normas deben ser claras y están para ser cumplidas y si no han sido pactadas entre los padres o no se está seguro de exigir su cumplimiento, no las establezca, porque perderá credibilidad y autoridad ante sus hijos. Si los hijos perciben la existencia de desacuerdos tendrán un pretexto muy útil para justificar el incumplimiento de las mismas.Los padres deben consensuar una postura común ante aspectos tales como la respuesta a dar a los consumos de alcohol de sus hijos (¿se les va a prohibir tajantemente su uso?, ¿se va a tolerar un consumo puntual o moderado?, ¿qué respuesta van a adoptar ante la evidencia de que abusan del alcohol o sobre las normas respecto al ocio del fin de semana (horarios de regreso, etc.)?

d) Converse con sus hijos sobre los hábitos de ocio y de consumo de alcohol y otras drogas en su grupo de amigos.Hable con naturalidad del tema, tenga la seguridad de que sus hijos lo hacen con sus amigos, que es un tema presente de una manera u otra en su entorno y que perciben con relativa normalidad. Cuestiones como los consumos de bebidas

alcohólicas y otras drogas o las relaciones sexuales suelen preocupar habitualmente a los padres, pero con frecuencia son evitados pensando que "todavía es pronto para abordarlos con los hijos" o que "a nuestro/a hijo/a no le hace falta porque no tiene este problema" o que " seguro que ya lo han tratado en el instituto". Casi con seguridad, si usted duda de si debería o no hablar del tema con sus hijos, es que debe hacerlo.Tenga siempre en cuenta que si usted no les facilita la información la conseguirán por otras vías, probablemente menos adecuadas.

No hace falta ser experto en drogas para hablar con los hijos sobre ello. Primero recoja información, luego infórmese sobre aspectos que queremos transmitir (hay más días que longanizas), y luego transmítalo.

Cuando trate con sus hijos estos temas evite hacer preguntas con un tono que pueda ser percibido como policial, piense que lo que les interesa a los padres es saber si en el grupo de los amigos de sus hijos es habitual el consumo de alcohol y no el nombre de quienes beben. Recuerde, además, que el grupo es muy importante en estas edades y la lealtad al mismo le llevará frecuentemente a no contarle toda la verdad. Adopte una actitud abierta, pregúnteles qué opinión tienen de las distintas sustancias, por qué creen que se consumen, si consideran que su uso supone algún problema o peligro potencial, si estas opiniones son compartidas por sus amigos, si conocen a chavales de su edad que fumen o beban o si son frecuentes estas conductas entre sus amigos.Cuando aborde estos temas con sus hijos procure hacerlo sin dramatismos, elija momentos adecuados donde puedan dialogar con tranquilidad, utilice un lenguaje sencillo, apoyado en ejemplos concretos y cercanos y haga hincapié en las ventajas que supone no consumir alcohol (“te sentirás mejor, te costará menos estudiar o trabajar, tu salud no se resentirá, evitarás hacer el ridículo, estarás más guapo/a, serás más libre para decidir lo que quieras, ahorrarás dinero para otras aficiones, evitarás problemas que pueden ser graves”) en lugar de ‘sermonear’ o repetir constantemente los problemas que produce el consumo de alcohol y las restantes drogas.Responda a las preguntas que sus hijos puedan hacerle, teniendo en cuenta que la información a facilitarles debe adaptarse a su edad y características personales, de modo que por ejemplo con los más pequeños sólo tendrá sentido en general hablar de sustancias como el tabaco o el alcohol.

Sólo un par de comentarios finales al respecto:

Conviene hacerle saber hasta dónde puede llegar, comunicándole también las consecuencias de ciertas conductas y enfatizando que tendrá que enfrentarse a ellas. Y lo más difícil: hacerlo.

Esquema: si tú.. supongamos… esto es lo que pasará…. tú decides.

Ejemplo: Te pedimos que llegues casa no más tarde de la una. Si no cumples con esto que te pedimos te quedarás sin asignación el siguiente fin de semana.

¿Qué habilidades están implicadas aquí?

Primero, saber traducir la queja en petición.

Segundo, saber responder a objeciones y réplicas si se producen.

Tercero, saber recibir críticas (muy importante, por cierto) y replantearse la norma si se ve oportuno.

Y, sobre todo, no introduzca medidas disuasorias si todo va bien.Al contrario, si lo importante está en orden, muestre confianza.