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Daniel José Carrasco de Jaime Estudios, Expertizaciones, Valoraciones y Tasacione s.
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ESTUDIO Y EXPERTIZACIÓN DE BIENES MUEBLES
Exp.- 3/8/10 ET
Autor: FOS, Urbano. Título / identificación: María Magdalena penitente en el desierto Lugar de procedencia: Granada, Colección particular.
Anteriormente. Barcelona, Colección particular. Fecha / año de producción: 1640. Materia: Óleo sobre lienzo. Dimensiones: 105x 78cm. (117 x 88 cm, con marco). Realizado por: Daniel José Carrasco de Jaime Fecha: 1 de marzo de 2010
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PRELIMINAR.
El examen organoléptico, esto es, la inspección y comprobación sistematizada
de una obra de arte por parte de un experto, proporciona una opinión imparcial y fiable
de su estado de conservación y mantenimiento, que ayudará en la toma de decisiones en
cuanto a su valoración, o en relación al proceso de adecuación o intervención que pueda
requerir.
Una expertización profesional no pretende en modo alguno servir de certificado
para posibles reclamaciones de garantías o gestiones con compañías de seguros, sino
que está orientada a dar una información útil y fiable al propietario o al interesado en el
servicio, complementando sus conocimientos técnicos con los de un especialista.
El proceso de revisión ha sido cuidadosamente diseñado para analizar un
amplísimo porcentaje de elementos esenciales para el correcto funcionamiento y
entendimiento de toda la pieza, considerando su fábrica, sus materiales y elementos
auxiliares, y adicionalmente los elementos no sólo constituyentes, sino su alteración
temporal. No pretendemos analizar en cualquier caso, cuestiones de confort; sí de
estética. Las cuestiones reflejadas en esta expertización son siempre referentes a las no
perceptibles habitualmente por cualquier persona no especializada en la materia,
aplicando criterios técnicos.
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DON DANIEL JOSÉ CARRASCO DE JAIME,
LICENCIADO EN HISTORIA DEL ARTE, por la Excma. Universidad de
Granada (18009079), expedido el 18 de julio de 2002, con el número 115624 del
Registro universitario de Títulos, y en aplicación del Art. 6.1 del R. D. 778 / 1998, de 30
de abril, para que conste a los efectos curriculares y demás derechos habiendo superado
el período de estudios como DOCTORADO del programa de Historia del Arte:
Investigación y Conocimiento del Patrimonio, con referencia 23998, el 13 de octubre de
2004, con ejercicio legal como MAESTRO con título propio de la Facultad de Bellas
Artes de la Excma. Universidad de Granada y el Centro de Formación Continua, EN
MUSEOLOGÍA, otorgado el 26 de octubre de 2006; Técnico en Comercio Exterior
según el asiento 1001 de la página 38 del libro 2001 del Registro General del CEF en
colaboración con la Consejería de Empleo y Desarrollo Tecnológico de la Excma. Junta
de Andalucía y del Fondo Social Europeo; y considerando que, conforme a las
disposiciones y circunstancias prevenidas por la legislación vigente, es poseedor de la
APTITUD EN VALORACIÓN Y TASACIÓN DE BIENES CULTURALES, con
carácter de título propio de la Universidad de Granada, de acuerdo con lo dispuesto en
el artículo 34.3 de la Ley Orgánica 6/2001, de 21 de diciembre, de Universidades, que
faculta al interesado para disfrutar los derechos que a este título otorga las disposiciones
vigentes, con fecha 14 de junio de 2006, y conforme al Registro Universitario CA-
43691/06 con el número 445 del libro 2; con residencia en la ciudad 28051 de Madrid
(Madrid), con mayoría de edad, provisto del N. I. F.: 74.649.717-c, y requerido por el
particular Don _______________________________________, como particular que
responde con domicilio legal en la Calle _____________________________________,
en la localidad de __________________ de la provincia de __________________ con
dirección postal ________________, de una parte, y de otra, reunido con su anterior
propietario, el cual, prefiere dejar constancia en quedar en el anonimato afirmando que
sólo, ha de bastar la indicación de un ascendente Vasco y que habita en San Sebastián, y
que procede la pieza de una colección particular vasca.
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RELACIONO QUE:
Debidamente impuesto acerca de los extremos sobre los que tengo que informar.
Habiendo reconocido las circunstancias intrínsecas y extrínsecas del objeto de la
presente expertización, con las contrastaciones pertinentes, consultando a las personas
físicas y jurídicas que he estimado conveniente, analizado toda la documentación
obrante en el expediente que me ha sido suministrado referente al caso, llevado a cabo
un cambio de impresiones con personas prácticas en la materia y estudiando
técnicamente, y del modo solicitado, el asunto en cuestión.
En virtud de mis conocimientos profesionales, de acuerdo con mi más leal saber y
entender, paso a emitir el siguiente:
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1.- ESTADO DE LA CUESTIÓN Para el CINDOC1, las fuentes de archivo y la prestación de un servicio de apoyo
documental tiene que partir de la trasversalidad de materias, además de un desarrollo de
análisis y metodología apropiados. Motivo éste que obliga a seguir la indización que
propone para los informes histórico-artísticos, sabiendo que las fuentes de archivo
dentro del TESAURO son un componente específico que se integra en el análisis de las
Fuentes Textuales; en todo caso, siempre es auxiliar y hermana tangente de otras cómo:
fuentes bibliográficas, eclesiásticas, económicas, estadísticas, hemerográficas, literarias,
etc., que quedan agrupadas dentro del ordenamiento general de las llamadas Fuentes
Históricas como tesauro general que las vincula.
1 Centro de Información y Documentación Científica
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El objeto de la presente expertización se encontraba dispuesto colgado en una famosa
casa de subastas madrileña. Debido a la Ley de Protección de Datos, la misma no nos ha
facilitado su procedencia anterior, no obstante, a buen seguro, es de ascendente
madrileño; por tanto el anterior propietario no ha estado en conocimiento real de qué
pieza tenía entre manos, hasta el punto de restarle valor, significación e importancia
cuándo decidió ponerlo a pública subasta para proceder a la venta del bien.
De una cosa sí parecemos estar bien seguros. La tela ha sido objeto de intervenciones
pasadas. Al menos una, que coherentemente, ha asentado y devuelto el esplendor de su
belleza colorimétrica. He de suponer, que al menos, ha de existir documentación en un
expediente obrante en alguno de los talleres de restauración de Madrid o periféria. No
desestimamos en absoluto que la procedencia sea Toledo, pues el lienzo viene de allí.
El actual propietario, al ponerse en contacto con nosotros, no esconde sus intenciones
económicas, lo adquirió por su bajo coste, sabiendo cómo sabía, que el lienzo le era de
suficiente entidad y calidad como para realizar una inversión futura. Afirma, por su
conocimiento, que más vale en su conjunto. Por lo que significa y por ser una pieza tan
claramente atribuible.
Nos adjunta por tanto, no sólo un expediente obrante dónde incluye fotografías de
estudio de la pieza, sino además, un catálogo dónde el lienzo sale publicado. En
concreto, se trata del Catálogo de la Subasta número 455 de DURÁN, Arte y Subastas,
de la primera sesión del miércoles 27 de enero del presente año de 2010 dónde queda
recogida la pieza en la página número 13 con el número de lote 6. El objeto de la
presente expertización, fue recogido mal contextualizado como Anónimo, “ESCUELA
ESPAÑOLA ANTIGUA”, con el título de <<Calvario>>, óleo sobre lienzo 104 x 74
cm”, en una estimación o precio de salida de tan sólo 750,00€.
El actual propietario, conocedor, anexa el mismo catálogo de la subasta como
documentación importante en el expediente anexo obrante. Así mismo, facilita la
información de la transacción mediante ejemplar de la factura que no anexará por
motivos particulares. La transacción queda recogida con el Nº de factura: 102251 el día
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28 de enero del presente año de 2.010, por un importe total de 900,00€ en concepto de
remate, más un lógico IVA que responde a conceptos de comisión de sala aunado al
Impuesto del Valor Añadido que alcanza el 20%, sumando un montante total de
1.080,00€, pagado y recibido a satisfacción por Duran Sala de Arte, S.A., sita en la
Calle Goya, 19 del distrito postal 28001 de Madrid, CON CIF.- A-228303022, inscrita
en el registro mercantil de Madrid, en el tomo 3127, General, 2425, Sección 3ª, libro de
sociedades folio 78, hoja 22457.
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1.- ANTONIO DE PEREDA Y LA GENERACIÓN DEL VELAQUISM O.
En el ámbito madrileño, los artistas nacidos entre 1590 y 1610, rigurosos
contemporáneos de los grandes maestros, desarrollan su actividad en estricto
paralelismo cronológico a cuanto Velázquez realiza en la Corte desde su privilegiada
posición de pintor de cámara de Felipe IV. Sin embargo, resulta difícil señalar en ellos
—salvo quizás en el caso de José Leonardo, que trabajó para Palacio y sin duda hubo de
tratarle y admirarle— rastro cierto del estilo velazqueño, quizás desconocido a quiénes
no tenían acceso fácil a Palacio.
Casi todos los artistas de esa edad, que trabajan fundamentalmente para la clientela
eclesiástica, proceden, por su formación y vinculación personal, de la tradición del
primer naturalismo. Muestran todavía la huella de los modos de Carducho y Cajés,
maestros indiscutibles, junto a cierto naturalismo más o menos caravaggiesco y unos
avances de tímido barroquismo, en técnica suelta, color rico y composición dinámica,
que habrán de desarrollar poco tiempo después los artistas algo más jóvenes, nacidos
hacia 1615, que alcanzarán su madurez hacia 1650.
En general, los artistas del segundo tercio del siglo producen impresión un tanto
rezagada y conservadora. Pueden señalarse sin dificultad rasgos procedentes de los
maestros de la generación anterior, y la asimilación de las novedades flamencas
rubenianas es muy pausada y casi tímida, frente a lo que harán los más jóvenes.
Nacido en Valladolid, en marzo de 1611, según se ha precisado a través de los estudios
de Urrea en Archivo Español de Arte (1976), Antonio de Pereda es hijo de un pintor
modesto, Antonio de Pereda Tribilla, natural de Espinosa de los Monteros, y de doña
María Salgado, nacida en Flandes, hija del maestre de campo Antonio Salgado y de
madame Leonor Claris, natural de Bruselas.
Las ínfulas nobiliarias que asoman con frecuencia en sus firmas, con la insistencia en el
Don, le vienen sin duda por la rama materna. El apellido paterno se encuentra a veces
escrito con muy diversas grafías, tanto Pereda (que es la forma más frecuente y aceptada
y la que aparece en casi todas las firmas de lienzos del pintor), como Perea, Perera,
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Pereira y hasta Pérez en alguna ocasión. Es sabida la imprecisión ortográfica del siglo
XVII, pero no deja de sorprender esta tremenda variedad en su apellido, que no ha
podido menos que crear algunas confusiones y perplejidades.
La primera educación hubo de recibirla en Valladolid y en el taller paterno. Todos los
miembros de la familia de un modo u otro se vinculan al arte de la pintura. Sus
hermanos, José, nacido en 1615y, y Mateo, en 1622, van a dedicarse también a esa
actividad. Incluso su madre va a ser mencionada años más tarde, como <<pintora>>,
aunque es posible que, como sugiere Urrea, no sea sino <<vendedora de cuadros>>,
sosteniendo abierto el taller de su esposo después de la desaparición de éste.
El padre, Antonio de Pereda, <<El Viejo>>, muere en Valladolid en octubre de 1622
como demostró Agulló y Cobo en 1978, dejando por herederos a sus hijos, Antonio,
José, Manuel y Mateo. Por testamentario figura otro pintor vallisoletano, Andrés
Carreño, tío de Juan Carreño de Miranda. Se ha pensado que el joven Pereda hubiese
frecuentado en Valladolid el taller de Diego Valentín Díaz, sin duda por considerarlo el
más acreditado de Valladolid por esas fechas. Por supuesto que no es hipótesis
rechazable, pero parece más lógico que fuese en la casa paterna, hasta sus once años, y
luego en casa de Carreño, hasta su marcha a Madrid, donde el niño aprendiese los
elementos materiales de su oficio y se familiarizase con colores, aceites y barnices.
En fecha todavía imprecisa, pero <<de tierna edad>>, marcha a Madrid, llevado, según
Palomino, por un tío suyo. Lázaro Díaz del Valle, que declara haberle <<conocido
desde su primera juventud>>, no habla para nada de ese desconocido pariente, que cabe
sospechar fuese precisamente Andrés Carreño, <<tío>> de Juan Carreño, que por
parecidas fechas debió llegar a Madrid y entrar, como veremos, en la misma escuela que
Pereda. En mayo de 1627 aún estaba en Valladolid su madre. Quizá entonces, a sus
dieciséis años, hay que situar su arribo a Madrid, si es que no fue antes, en fecha más
próxima a la muerte de su padre.
En Madrid entra en el taller de Pedro de las Cuevas (+ 1644). Este pintor, cuyo estilo y
producción nos son hoy totalmente desconocidos, tuvo en su tiempo notable prestigio.
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Ya Palomino pondera sus dotes pedagógicas y enumera entre sus discípulos a muchos
de los más importantes pintores madrileños de la generación de Pereda. Por su taller
pasaron —y seguramente coincidieron con nuestro artista algún tiempo— Francisco
Camilo, hijo de un primer matrimonio de la mujer de Cuevas, su hijo Eugenio, José
Leonardo, Antonio Arias, Juan Carreño, Juan Montero de Rojas y otros muchos, hoy
desconocidos.
Parece indudable que a la vez que se forma en el taller de Cuevas el joven Pereda hubo
de tener los ojos bien abiertos a cuanto se veía en el Madrid de la décadas de los 20.
ecos de Vicente Carducho, el pintor erudito de gran prestigio, que en esos años
precisamente realiza sus obras de mayor empeño, se pueden señalar en su obra; motivos
de Angelo Nardo alusiones al mundo de Eugenio Cajés vamos a encontrar también en
la producción posterior de Pereda, subrayando su curiosidad y atención al medio
artístico madrileño.
Del taller de Cuevas, dónde en <<poco tiempo dio muestras de buen ingenio y natural
para pintor>>, le sacó la protección de don Francisco Tejada, oidor del Consejo Real,
coleccionista y mecenas que, según Carducho, tenía en su casa <<un discreto museo>>.
En esta casa y <<con este amparo dibujaba y pintaba copiando de pinturas originales de
grandes artífices, que le fue de mucha utilidad, porque viendo su aplicación el oidor le
daba con todo cuidado más de lo necesario para animarle a los estudios>>. De casa de
Tejada le sacó a su vez el interés atento y el mecenazgo de Juan Bautista Crescenzi,
marqués de la Torre, figura importante en la vida artística madrileña, cuya protección va
a ser decisiva en la formación de Pereda, entreabriéndole la posibilidad de horizontes
más amplios. Crescenzi era noble romano, hermano del cardenal de su nombre, educado
en el amor a las artes —que él mismo practicaba— y tempranamente interesado en el
naturalismo caravaggista. Venido a España en 1617, con el Cardenal Zapata, trajo en su
séquito al pintor Bartolomeo Cavarrozzi, ganando pronto la estimación real y
encomendándosele la decoración del Panteón Real de El Escorial, para el cual hizo
venir de Roma broncistas italianos y expertos en piedras duras. Como pintor le sabemos
autor de naturalezas muertas, que seguramente dejarían su huella en Pereda, y su casa
era lugar de reunión y de tertulia en el ambiento culto madrileño de estética más
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avanzada. También Carducho alude a ese gusto al señalar cómo <<en casa del marqués
de la Torre suplicámosle nos enseñase sus pinturas, y con afectuoso gusto de todos nos
enseñó grandes cosas destas artes del dibujo, como quien tan bien las conoce y sabe
hacer>>.
En esta casa y en este ambiente completó sin duda Pereda su educación, y es
significativo subrayar el interés por el naturalismo de su protector y el gusto
neoveneciano que simultáneamente habría de filtrarse en casa de quien dieciocho años,
estaba aún en casa de Crecenzi, y que a esa edad era ya pintor excelente, <<tanto que
sus primeras obras que salieron a la luz parecían de artífice muy experimentado>>.
Hacía esa fecha, o en los años inmediatos, hay que situar la Inmaculada Concepción
que pintó por encargo de su protector, y fue enviada a Roma, a su hermano el cardenal.
Según Díaz del Valle, testigo de vista, <<ese lienzo hizo mucho ruido en esta corte y
despertó muchas envidias>>.
La protección de Crecenzi le abre, como es lógico, las puertas de palacio. En agosto de
1634 cobra ya 100 ducados a cuenta del gran lienzo del Socorro de Génova, destinado
al Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro, para cuya decoración se habían reunido
como en competencia, todos los viejos artistas madrileños (Carducho, Cajés Maíno), el
gran Velázquez, recién vuelto de Italia; Zurbarán, llamado expresamente desde Sevilla,
y, entre los más jóvenes, Castello, discípulo de Carducho, y José Leonardo, viejo
discípulo de Pedro de las Cuevas y protegido ahora de Cajés. El gran lienzo, su primera
obra de empeño, ya está entregado en junio de 1635, en que concluye de cobrar los 300
ducados en que se estimó su labor. En ese mismo año firma el Agila, para el propio
palacio madrileño, que, como el gran lienzo del Socorro, había de formar serie con otros
de artistas ya introducidos en la corte.
El éxito seguro y las buenas perspectivas económicas que parecen abrirse al joven
pintor de veinticuatro años le deciden a contraer matrimonio. En agosto de ese año de
1635 firma las capitulaciones matrimoniales y la boda se celebra el 9 de septiembre, en
la parroquia de San Sebastián. La esposa Mariana Bautrés, es hija de un Jácome
Bautrés, seguramente flamenco, arquero de su majestad. La madre de Pereda, doña
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María Salgado, está en Madrid, y debemos recordar que también ella era de sangre
flamenca por parte de madre y nacida en Flandes. Quizá el Bautrés arquero fuese viejo
conocido del Salgado, maestre de campo, abuelo del pintor. En cualquier caso, las
capitulaciones son detalladas, y en ellas se fija cuidadosamente el importe de la dote que
la esposa aporta (2.500 ducados, cantidad de evidente importancia), y se nos dice
además cómo José, hermano de Pereda, está en Madrid con él, como aprendiz de pintor,
y cómo el otro hermano menor, Manuel, <<asiste en la ciudad de Valladolid en casa de
un maestro de pintura>>. Nuestro artista rebosa en esta ocasión una evidente seguridad
en sí mismo. Afirma que nada trajo a Madrid de los bienes de su legítima paterna ni
materna y que <<los que hoy tiene en esta villa de Madrid han sido y son adquiridos con
su industria en el arte de pintar, del que es maestro aventajado>>.
Al año siguiente, en julio, nace su hijo primogénito, Joaquín Antonio, que veremos,
años más tarde, causar graves preocupaciones y gastos a su padre.
Pero el mismo año de 1635, en marzo seguramente, había fallecido su protector
Crescenzi. Las puertas de Palacio se cierran para Pereda, que no vuelve a trabajar ya
nunca para la corte. Sólo en el año siguiente, 1636, se le adquieren dos paisajes para el
propio Buen Retiro, pagándole por ellos el conde de Castrillo 22.400 maravedíes.
Seguramente, como se ha supuesto repetidas veces, la hostilidad del conde-duque de
Olivares hacía el marqués de la Torre y, por supuesto, hacía sus protegidos, bloqueó el
acceso al joven artista prometedor. Díaz del Valle comenta que <<le faltó al mejor
tiempo el amparo del marqués, con la muerte que hurtó la hebra de sus esperanzas>>.
Este truncamiento determinó sin duda, tras la amargura consiguiente, un cambio en la
dedicación principal de nuestro pintor, que hubo de volcarse enteramente a clientela
eclesiástica. Su fidelidad a la memoria de su protector se mantuvo a lo largo del tiempo.
Todavía cuarenta años más tarde, en su testamento de 1678, al fundar unas memorias de
misas, incluye entre los beneficiarios de la pía memoria al alma <<del marqués, mi
señor>>. Pero nuevos empeños había de ocuparle, y quizá con un punto de noble altivez
no invocó jamás esos méritos de servicios en Palacio, tan precozmente truncados.
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Su dedicación será enteramente otra y, como continúa diciendo Díaz del Valle tras la
frase trascrita, <<no le desamparó la fortuna porque prosiguiendo en sus estudios se
adelantó tanto con su natural e inclinación a la pintura que hoy generalmente es tenido
por uno de los más valientes artífices que honran en estos tiempos los pinceles>>.
A partir de ese año de 1635, tan lleno de acontecimientos de importancia, comienzan a
aparecer obras fechadas y noticias dispersas que nos permiten evocar un tanto su vida de
artista prestigioso. De 1636 en la Inmaculada depositada por el Prado en el Museo
Colón de Las Palmas de Gran Canaria; de 1637 la pequeña Anunciación del Prado y la
Inmaculada de los filipenses de Alcalá; de 1639, una espléndida Anunciación,
aparecida en 1953 en el mercado anticuario inglés. En 1638, a la muerte de V.
Carducho, acude, como otros pintores madrileños, a la Almudena de sus bienes, y
compra en ella treinta y tres estampas, cinco dibujos, unas cabezas grandes de yeso y
una docena de brochas.
El eco de sus éxitos llega, sin duda, a su ciudad natal, y en marzo de 1639 se le encarga,
formalizando la escritura ante un escribano de Madrid, la realización de un gran cuadro
con Los Desposorios de la Virgen para el altar mayor del convento de capuchinos del
Campo Grande de Valladolid. El lienzo, que por fortuna subsiste, aunque
<<desterrado>> en la iglesia de San Sulpicio de París, está fechado en 1640 y
constituye, sin duda, uno de los mayores empeños del pintor, como ya supo ver Bosarte,
que al describirlo lo pondera en extremo y advierte —con razón— que <<no es de
maravillar que en obsequio de su patria echase el resto>>. El aumento de su
<<cotización>> es fácil de comprobar, comparando los 500 ducados que ha de recibir
por ese lienzo con los 350 percibidos por el cuadro de Palacio sólo cuatro años anterior.
La década de 1640 está llena de obras importantes que señalan quizá el punto más alto
de su producción. El mismo año de 1640 firma el gran lienzo del altar mayor de las
carmelitas descalzas de Toledo. También del mismo año es la bella Magdalena, del
Museo Puchkin, de Moscú, y de 1641 el Cristo Varón de Dolores, del Prado. En 1643
están fechados el San Jerónimo, penitente y el San Pedro liberado por el ángel,
también en el Prado, y piezas ambas las más divulgadas de su producción.
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De 1644 es, seguramente, el Niño de las Calaveras, de la parroquia de Maravillas,
réplica del que hubo en las carmelitas de Toledo, y de 1645 el San Jerónimo, del
marqués de Molins.
Es esta década le nace una hija, Teresa (1644), que debió morir niña, y en ella también
su hermano José, completada ya su educación de pintor, pero aún <<mozo soltero>>,
decide pasar a Indias en busca de horizontes nuevos. En abril de 1643 se inicia el
expediente de limpieza de sangre, gracias al cual hemos conocido algunas interesantes
precisiones biográficas de la familia.
Sus relaciones con otros artistas deben ser intensas en estos años, si no las agria la
envidia a que aludía Díaz del Valle. Con Diego Valentín Díaz, el maduro maestro de
Valladolid, ha debido activar sus contactos después del éxito del gran lienzo de los
capuchinos. En agosto de 1645 le dirige una carta muy cordial, enviándole aceite de
espliego y prometiéndole el envío de colores. En la almoneda de Antonio Puga, muerto
en 1648, y a la que concurren también casi todos los pintores de nota de Madrid, acude
a comprar varias estampas y papeles sueltos, una cabeza de caballo de plomo, dos
medallas pequeñas y un libro de grabados, objetos todos de uso y provecho en un taller
de pintura. Tres años más tarde, en 1651, volvemos a encontrarlo en otra almoneda de
pintor, la del desconocido Domingo Guerra Coronel, adquiriendo también lienzos y
esculturas.
Su fama y prestigio deben estar ya bien asentados. Recibe encargos abundantes y a él se
recurre para tasaciones, confiando sin duda en sus conocimientos y experiencia. En
1643 le encontramos obligándose a pintar una Asunción de la Virgen para un
escribano, Alonso Portero, que debía de ser buen aficionado, coleccionista y mecenas,
pues suya fue también, y así lo recoge Palomino, la obra maestra de Diego Polo, la
Recogida del maná.
La década de 1650 es en estos aspectos la más rica de información. Se abre con una
obra de importancia, la Profesión de la Infanta Margarita con San Agustín y la
Virgen, del convento de la Encarnación, fechada precisamente en 1650. podría pensarse
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que este cuadro, por tratarse de una hija natural de Felipe IV, representase un relativo
regreso al favor real, o al meno, una renovada relación con Palacio. No parece ser así,
sin embargo, pues nunca en el testamento del pintor ni en los memoriales de su hijo se
alude para nada a trabajos para la corte o en servicio directo del rey. Es más lógico ver
en este lienzo una iniciativa de la comunidad, que recurre al pintor de prestigio en el
ambiente de los conventos, para perpetuar la profesión de una monja noble que honra al
monasterio y de la que esperan, seguramente, beneficios. En este mismo año tasa las
<<cosas de pintura>> que quedaron por muerte de Luis González de Salas, contador de
Rentas Reales, y en 1653, las pinturas del conde de Monterrey, importantísimo
coleccionista madrileño, añadiendo interesantes precisiones al inventario, dando
atribuciones a piezas anónimas y rebajando entusiasmos en otras, demostrando unos
notables pujos de <<conocedor>>.
Muchas obras de consideración se fechan en esta década. En 1651 los soberbios
bodegones de Lisboa; en 1652, el Crucificado del colegio de San Ildefonso, la
Curación de Tobías, de Barnard Castle, y el Bodegón del Museo de Moscú. En 1654
firma la Inmaculada, del Museo de Ponce (leída otras veces como de 1635), y el San
José del Palacio Real. De 1655 son el Antonio de la Hispanic Society, el San José del
Museo de Dallas y el Salvador de las capuchinas de Madrid, obra maestra de nobleza y
dignidad venecianas. También en ese año habrá que situar el Santo Domingo en
Soriano, hoy en el Museo Carralbo, pintado para el marqués de la Lapilla, don
Fernando Ruíz de Contreras, por cuyo cuadro, según el testimonio de Palomino, recibió
<<dos mil ducados y una plaza de Ujier de Cámara en Palacio para don Joaquín de
Pereda, su hijo>>, cosa perfectamente verosímil y que parece confirmarse además por
otras noticias documentales. En 1657 —año en que s amigo Díaz del Valle redactaba su
breve biografía, diciéndole vivo <<este presente año… en esta villa de Madrid>>,
mencionando ya el lienzo de Santo Domingo como obra reciente y aludiendo <<a otros
muchos que por no ser cansado a los lectores no relato, que ellos están diciendo (aunque
mudos) mejor, lo grande de su artífice que mi pluma no puede significar>>— firma la
Inmaculada del Hospital de la Orden Tercera, y en 1659 fecha los grandes lienzos,
hasta fecha reciente ignorados, de San Elías y San Eliseo, para el Carmen calzado de
Madrid, obras de gran empeño también. La década se cierra en agosto de ese año, con
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su contrato para las pinturas murales de la Merced calzada, en colaboración con Juan
Fernández de Gandía, desgraciadamente perdidas, pues en ellas tendríamos seguramente
el testimonio de su capacidad de decorador que, sinceramente y a la vista de sus lienzos,
no sospecharíamos. La obra de Pereda habría de comprender 23 historias en las bóvedas
de la iglesia, incluida la gloria sobre el coro y los recuadros de la media naranja, todo
por 6.500 ducados. Fernández de Gandía haría arquitecturas fingidas en los testeros y
paredes, y alrededor del retablo mayor. Por las mismas fechas pintaba también en el
convento Miguel Ángel Colonna, que en 1662 cobraba lo que se le debía por la pintura
del tambor de cúpula, las pechinas y tres arcos torales. No es fácil saber el alcance de la
expresión de Palomino, que le supone autor de <<la traza de la historia de la cúpula que
ejecutaron los Colonna>>, aunque a la vista de los documentos es lógico pensar que el
boloñés se atendría a su habilidad de <<cuadraturista>> y Pereda haría lo figurativo en
los recuadros, sin que se interfiriesen sus estéticas, tan diferentes.
En la década de 1660 pasa Pereda de su madurez a la vejez física y, en cierto modo,
inicia su decadencia artística, aunque no se refleje esto, de momento, en su actividad ni
en su prestigio.
En el aspecto biográfico, hay que situar ahora las incidencias que la inclinación de su
hijo por su criada de casa provocaron y de las cuales da cuenta el testamento del pintor:
<<También gasté con el dicho mi hijo en el pleito para que no se casase en Castrejón
con una criada mía, más de dos mil ducados, porque hubo pleito en Cuenca y en
Castrejón y en Madrid, y a ella se le dio una cantidad porque se apartase; y también me
llevó de mi casa el dicho mi hijo cantidad de dinero y joyas, y para cobrarlo y
disminución y gastos que hubo, porque se fue con ella a Castrejón, me costó más de mil
ducados>>. De esta unión, arrebatada y novelesca, nació una niña, que Pereda quiso
tener junto a él y a la que alude también en el testamento con mesura y prudencia muy
castellanas: <<Mando a Antonia, hija de una criada que fue mía y la he criado en mi
casa… doscientos ducados los cuales, juntos con otros doscientos que le mandó la dicha
Doña Mariana Bautrés, mi primera mujer, se le den luego que tome estado, en dinero de
contado con calidad que si ella pretendiese tener algún derecho a mis bienes por
cualquier título, causa o razón que sea, revoco este legado luego como ponga pleito>>.
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La historia del hijo se resuelve de modo drástico con el alejamiento de la criada y la
boda con dama de más porte y calidad: una doña Tomasa de Olmedo. Pereda,
preocupado por dotar adecuadamente al hijo, la de al casarse muebles de casa, el cuarto
que ocupó <<y más un oficio de Ugier de Saleta de su Majestad, cuya merced saqué en
su cabeza por mis servicios e inteligencias>>. Por Palomino sabemos que esos
<<servicios e inteligencias>> fueron la satisfacción causada al marqués de la Lapilla,
secretario del Despacho Universal, el éxito del gran lienzo de su capilla con Santo
Domingo en Soriano, ya mencionado. Efectivamente, Joaquín de Pereda había sido
nombrado en marzo de 1660 escudero de a pie de la reina, para obtener en octubre de
1661 la interinidad de una plaza de ujier de la Saleta, palaza que no obtiene en
propiedad hasta 1670.
El joven matrimonio vive con los padres hasta la muerte de la madre, en 1673. Por esos
años debe tener Pereda un obrador amplio, donde colaboran bastantes oficiales. No lejos
de 1660 hay que situar la entrada en él de Alonso del Arco, conocido por el Sordillo de
Pereda, que, según Palomino, entró en su taller <<en edad ya crecida>>. Nacido hacia
1635, y firmando en 1663 una obra, La Ponciúncula, del convento de San Pascual, ya
enteramente deudora de Pereda, se nos confirma su ingreso en el taller hacia 1660, en
torno a sus veinticinco años de edad.
En 1663 recibe en su casa como aprendiz a un Juan Francisco de Aragón, hijo de un
procurador de Segovia de igual nombre, por tiempo de cinco años. El curioso
documento presenta un panorama muy vivo de las relaciones contractuales entre
maestros y aprendices. Habría de darle de comer, cama y ropa limpia, y le curaría las
enfermedades no siendo contagiosas y no pasando de quince días. <<Por el trabajo de
ocupación que ha de tener el dicho don Antonio de Pereda en enseñar al dicho Juan
Francisco de Aragón, el dicho arte>>, se le pagarían 100 ducados, <<y dos marranos
muertos con sus despojos>>, uno para la Navidad de ese año y otro para la del año
siguiente.
Tres años más tarde no habría cobrado aún lo estipulado, pues el 19 de octubre de 1666
cede de limosna a la Orden de los trinitarios calzados, para la redención de los cautivos,
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1.100 reales y <<un marrano con todos sus despojos>>., que le debe Juan Francisco de
Aragón, vecino y procurador de Segovia. Sin duda, les sería más fácil a los frailes hacer
efectiva la deuda. Del aprendiz no hay noticias posteriores, como tampoco las hay de un
Pedro de Robles, <<menor de diecisiete años>>, que en 1664 entra como aprendiz en el
taller por tiempo de tres años.
En el mismo año le vemos de nuevo adquirir varias piezas de almoneda, en este caso en
la de un don Juan de San Martín, cuyas pinturas tasa Alonso del Arco. Pereda compra
allí, junto a cosas de poco valor (una frasquera con ocho frascos, cuatro bancos de pino
viejos), <<dos escritorios de concha y ébano con bufetes, cajas de caoba y ébano y las
garras de bronce y oro molido>> Piezas de evidente riqueza que dan tono de acomodo y
señoril alhajamiento de acuerdo con cuanto dice Palomino.
De estos años poseemos algunas obras que corroboran lo dicho respecto al declive de su
arte. De 1661 (o 63, que no es fácilmente legible la última cifra) son los Desposorios de
Santa Catalina del Museo de Sarasota; de 1663, la Inmaculada de colección madrieña,
repetición, sin duda de taller, de la de 1657 del Hospital de la Orden Tercera. De mejor
calidad, pero acusando también el evidente declive, son el San Francisco de Asís en la
Porciúncula, del Prado, en depósito en Valladolid, de 1664, y el San Jerónimo con el
Juicio Final, de la colección Varástegui de Vitoria, de 1668. de 1665 era una
Inmaculada, hoy perdida, que fue de la Reina María Cristina, y de 1667 La Muerte de
San José, de las carmelitas de Cuenca, destruida en la Guerra Civil.
Los últimos años de su vida se nos ofrecen también ricos de noticias biográficas que
acaban de perfilar su retrato. Viudo en noviembre de 1673, decide, con inusitada
rapidez, contraer nuevo matrimonio. En marzo de 1674, con sus sesenta y tres años,
firma capitulaciones matrimoniales con doña Mariana Pérez de Pereda (joven, sin duda,
pues aún vive su madre y sobrevivirá al pintor más de veinte años), viuda de Juan
Roldán de Tejada, <<profesor que fue del Tribunal de Monseñor Nuncio>> y madre de
una hija. La esposa trae por dote y caudal diez mil ducados en casas, una ración en la
casa de la Reina, que disfrutaba su madre, plata labrada, ropa blanca, pinturas y menaje
de casa. Pereda se hallaba aún haciendo las particiones de los bienes de su primera
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mujer con su hijo, que, al casar el padre, pasa, con su mujer, a <<otro cuarto que renta
150 ducados… y no me ha pagado un solo real de alquiler>>, como anotará luego en su
testamento.
El detallado inventario de los bienes de la dote, con abundantes ropas, joyas, plata,
muebles de cierta calidad, cuadros y demás, corresponde bien, con el gusto por la
apariencia externa y la ostentación señoril, al retrato que Palomino ofrece de la nueva
esposa, que <<perciábase de muy gran Señora, que lo era, y visitábale con algunas de
clase y que tenían dueña en la antesala>>. El biógrafo recoge la divertida anécdota de la
dueña pintada que, como Tormo comenta, <<nos declara que el pntor conservaba, en los
cuatro últimos años de su vida, a la vez que espíritu de dignidad y de broma, mano
segura para los pinceles>>. Bien merece la pena recordar el texto: <<echando ella de
menos esta ceremonia [la dueña de la antesala], Pereda le dijo que no se afligiese y que
ya la daría gusto en eso; y le pintó una dueña con tal propiedad en la mampara, sentada
en una almohada, con sus anteojos, haciendo labor, y como que volvía a ver quién
entraba, que a muchos les sucedió hacerle la cortesía y comenzarle a hablar hasta que se
desengañaban, quedando corridos de la burla, quanto admirados de la propiedad>>.
En estos años, sabemos que en mayo de 1671 sale fiador de doña Úrsula Ximénez en la
escritura de donación de un oficio de procurador que esta señora poseía. En enero de
1675 retasa las pinturas del conde de Molina de Herrera, que previamente habían tasado
demasiado alto, a juicio del albacea, Herrera el Mozo y Andrés Smith. En diciembre de
1675 tasa las pintura de una Juan de Vega, llamándose <<pintor y escultor>>, siendo la
primera mención que de esta actividad suya de escultor poseemos. En 1676 su hijo
Joaquín desea ascender en Palacio y ruega que se le tenga presenta en la provisión de
unas plazas de reposteros de camas de la Reina, vacantes desde 1671. Obtiene informes
favorables, pero su muerte en ese mismo año, o en el siguiente de 1677, impidió el
ascenso deseado. Su viuda queda a cargo de nuestro pintor, que acoge bajo su techo,
además, a la madre y la hija de su segunda mujer y a la niña hija natural del hijo recién
fallecido. Todavía Pereda interviene activamente en el largo pleito de los pintores con la
Hermandad de los Siete Dolores del convento de Santo Tomás, sobre la obligación de
sacar un paso en la procesión del Viernes Santo. En abril de 1677 figura entre los
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pintores que dan poder para seguir el pleito, tan característico de los problemas de
dignidad y nobleza del arte que se discuten en esos años.
En el 11 de enero del año siguiente hace testamento cerrado ante el escribano de Su
Majestad Alonso Martínez, que debía ser amigo, pues figura en él como testamentario.
El largo documento, que publicó Viñaza y glosó el talante personal del pintor con
rasgos serenos y severos de hombría de bien. Sinceramente piadoso, las mandas
religiosas son muchas y generosas; su vinculación afectiva a Valladolid se expresa en el
deseo de fundar, con el importe de las casas principales —a la muerte de su mujer,
usufructuaria—, una memoria <<por mi alma y la de mis mujeres, hijo, y padre y
abuelos, y la del Marqués, mi señor>>, en la capilla de Nuestra Señora de San Lorenzo
de Valladolid, fundación que no tuvo lugar, sin embargo, por razones no claras, dando
lugar más tarde a curiosas gestiones desde Valladolid, que se prolongaron, sin éxito,
hasta muy entrado el siglo XVIII.
El razonado y sereno testamento debió redactarse al sentirse Pereda enfermo de
cuidado. Veinte días más tarde, el 30 de enero de 1678, a las tres de la tarde, <<poco
más o menos>>, moría el pintor. Su viuda se apresuró a hacer abrir el testamento y darle
validez legal. Entre los testigos figuran dos <<criados>> de Pereda, presumiblemente
aprendices. Uno, Teodoro Ardemáns, que contaba entonces trece años, será luego
importante pintor y arquitecto y vivirá hasta 1726; el otro, Eugenio de Raunoi, quizá
flamenco, es un perfecto desconocido.
Se le dio sepultura en el convento de San Francisco, y su tumba debió deshacerse,
desapareciendo su recuerdo y las cenizas cuando en el siglo XVIII se construyó el
nuevo San Francisco el Grande.
No poseemos retrato alguno que permita asomarnos a su aspecto físico. De su perfil
moral algo dice el testamento, glosado quizá con demasiado entusiasmo por Tormo. Se
muestra en él hombre muy de su tiempo, preocupado por cuestiones de honor y
prestigio —pues esto es lo que subyace en la historia del matrimonio de su hijo—,
estricto y escrupuloso, buen administrador y seguro de sí mismo y de sus habilidades y
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merecimientos, de los que hace en varias ocasiones mención expresa con cierta altiva
seguridad. Cristiano, sincero y devoto, muy al uso de su época, encarga que su funeral y
entierro sean <<con devoto, muy al uso de su época, encarga que su funeral y entierro
sean <<con la menor vanidad que se pueda>>, pero establece que han de acompañarlo
<<la Cruz de la parroquia, doce sacerdotes de ella y cuarenta y ocho religiosos de cuatro
órdenes>>. Deja prudentes para el sustento de su joven esposa, haciéndola heredera de
sus bienes muebles y usufructuaria de sus casas, salvo en el caso de que contrajese
nuevo matrimonio, expresando en todo cuidado y minuciosidad notables.
Debió allegar una hacienda de alguna consideración, que le permitiría vivir con un
cierto tono de acomodada hidalguía, que acreditan la compra, ya comentada, de ricos
bufetes de ébano y bronce, y la mención <<del fausto>> con que se trató su segunda
esposa <<mientras vivió su marido y aún algunos años después de viuda>>, antes de
caer en la suma miseria en que la conoció Palomino.
Gracias a las gestiones hechas en 1704 por la parroquia de San Lorenzo de Valladolid
para intentar hacer cumplir las disposiciones testamentarias del pintor a ella referidas,
poseemos un sumaria descripción de las casas de su propiedad que Pereda habitaba en
Madrid al tiempo de su muerte que corroboran también esa evidente holgura. Eran unas
<<casas principales, con un poquito de jardín>> que daban a dos calles. Por la calle de
la Cabeza tenían una puerta de arco y hacían esquina; por la calle del Calvario eran la
segunda volviendo la esquina con <<un balcón largo y unas puertas cocheras debajo>>.
Importante, también, por lo que pueda significar respecto a su formación y a los
recursos de su taller, es la afirmación de Palomino de que <<tuvo el mayor estudio de la
pintura que se ha conocido, no sólo en estampas, papeles y borroncillos, originales,
modelos y estatuas excelentes, sino una librería admirable: y especialmente de la
Pintura, en varios idiomas tenía libros excelentes>>.
Un aspecto problemático que plantea el relato biográfico de Palomino, y que ha sido
muy variamente discutido, es la afirmación tajante del biógrafo de que <<no sabía ni
leer ni escribir, cosa indigna, y más en un hombre de esta clase: de suerte, que para
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firmar un cuadro, le escribían la firma en un papel y él la copiaba>>. La afirmación es
demasiado explícita para ser considerada falsa. Palomino, llegado a Madrid
precisamente en 1678, conoció personalmente a quiénes le trataron, desde su viuda y
sus discípulos Alonso del Arco y Ardemáns, hasta artistas, en cierto modo colegas y
rivales suyos, como Carreño y Rizzi. En el esquema general del planteamiento teórico
de Palomino sobre la dignidad y nobleza de la pintura, una confesión de este tipo no es
lógica, por lo que tiene de <<indigna>>, si no fuese cosa pública y notoria, al menos
entre gente del gremio, y por ello la atenúa con la afirmación de que <<gustaba de que
los discípulo y algunos amigos le leyesen historias y especialmente las que había de
pintar: y de este modo disfrutaba de su librería>>, dejando a salvo, al menos, la
necesaria curiosidad intelectual.
Contra esta afirmación —aparte las consideraciones generales de Ceán Bermúdez, que
supone que tanto el oidor Torres como Crescenzi se ocuparían de darle <<una
educación decente y proporcionada a la profesión que seguía>>— se han esgrimido, por
parte de Tormo, el tono personal del testamento, tan sobriamente redactado, con <<tino
singular en las determinaciones y en la manera de expresarlas>>, evidentemente lejos de
la prosa cuialesca habitual, y, por parte de otros críticos, la existencia de la carta a
Diego Valentín Díaz. No parece que ninguno de los argumentos sea concluyente. Debe
recordarse, sobre todo, que el testamento se redactó ante Alonso Martínez, <<escribano
de Su Majestad del Juzgado de quiebras y rentas>>, que figura también como
testamentario junto a la esposa del pintor y el licenciado don Juan Álvarez de Castro,
presbítero, indicando Pereda en él, además, que <<dejo a cada uno de mis
testamentarios la alhaja que eligiese… por el cariño que les tengo>>. Parece claro que el
escribano Martínez era persona de toda su confianza y afecto, y no es aventurado
suponer que él acertase a dar forma, desde luego concisa, clara y notable precisión, a los
deseos de nuestro pintor, que los expondría verbalmente con esa <<sindéresis o
dictamen de razón tan bien regulado que desmentía con sus obras ese defecto [el
analfabetismo]>>, como Palomino dice, es evidente en ella que texto y firma son de
diversa mano y que esta última presenta rasgos cuidadosos y tímidos, nada cursivos, que
parecen, efectivamente, dibujados, y lo mismo ocurre en cuantas firmas de documentos
suyos he podido examinar.
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En cuanto a las firmas de los cuadros, llama la atención, ante todo, su gran variedad —
desde monogramas nunca idénticos, a capitales con o sin ligazón de letras, pasando por
minúsculas simples— y lo impreciso de la forma, unas veces con el <<don>> y el
nombre completo; otras, con el solo apellido. Curiosa es, especialmente, la firma del
bellísimo Bodegón de Moscú, donde en cuidadosas capitales romanas, que se simulan
grabadas en el antepecho o repisa de piedra, se lee <<D. ANTONIO>> (sic), error sólo
concebible en quien copia algo sin entenderlo. La primera firma conocida, la del juvenil
Socorro de Génova, es la única que presenta el nombre en forma latinizada y con
expresión de su edad, de modo ostentosamente erudito, respondiendo, sin duda ninguna,
a su deseo —y al de su protector, seguramente— de dejar testimonio culto de la
circunstancia de su prometedora juventud.
Sin duda, y probablemente para evitar el <<deshonor>> de no poder firmar los
documentos que le conciernen y haberlo de hacer otro en su nombre, Pereda hubo de
aprender a dibujar su nombre con cierta soltura y por eso no se ha hallado corroboración
expresa de su analfabetismo. Y no debe resultar demasiado excepcional esa condición,
aunque hoy nos sorprenda un tanto, en quién tanto empeño tiene en hacer figurar su
<<don>>. La contextura social de los pintores españoles del siglo XVII está muy lejos
de poder hermanarse con la de sus contemporáneos europeos, y en esa limitación
artesanal, en esa poquedad de horizonte, estriban tantas y tantas pobrezas de nuestro
arte, que en Pereda —hidalgo analfabeto, portentoso artesano de la paleta y el pincel—
encuentra una de sus expresiones más altas.
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2.- PERSONALIDAD ARTÍSTICA Y EVOLUCIÓN.
La figura de Antonio de Pereda ocupa, en la historia de nuestra pintura, un puesto de
evidente importancia pero de no fácil definición. Contemporáneo estricto, apenas más
joven, de la generación de pintores nacida con el siglo, asiste a la transformación que
lleva desde el naturalismo del primer tercio de siglo, apoyado en lo concreto visible, en
la inmediata materialidad de las cosas en reposo, hasta el pleno barroco decorativo de
fines de siglo, de formas disueltas, movimientos tensos y ritmos dinámicos en la
composición. Pereda, dotado de unas excepcionales condiciones técnicas, es testigo de
este proceso evolutivo sin participar por entero de él, fiel a unas formas que su
educación y su sensibilidad le marcan y de las cuales apenas puede sustraerle el
esfuerzo por asimilar novedades cuyo alcance real se le escapa. Y apoyado,
seguramente, por la inercia de una clientela estrictamente devota y monacal, poco amiga
de las grandes novedades, desconfiando, quizá, de las sensualidades cortesanas y
sintiéndose interpretada en las formas de nuestro pintor, que sabía servir lo divino con el
mismo ropaje, inmediato y concreto —y un poco más brillante de lo cotidiano—, que
las únicas lecturas de sus clientes —ascéticos y místicos— reclamaban.
El ambiente en que debió recibir su educación primera, en Valladolid, no era en modo
alguno brillante. Desde que la Corte abandonó definitivamente las riberas del Pisuerga
en 1606, la ciudad se reintegró a su vida conventual y los pintores allí establecidos, de
un nivel de calidad muy mediano, eternizan, empobreciéndolos, los esquemas del
<<manierismo reformado>>, de estirpe toscaza que introdujeron, con mayor nervio y
calidad, los artistas de la Corte de Felipe III. Los modelos de grave compostura de
Bartolomé y Vicente Carducho, con sus tímidos avances naturalistas, el color claro y
tenso de Pantoja o de Gregorio Martínez, y el poderoso lenguaje, entre veneciano y
tenebrista, que Orazio Borgianni había mostrado en sus lienzos de Porta Coeli, son todo
cuanto los modestos pintores locales pueden copiar. La clientela privada no existe sino
para hacer pintar cuadros de oratorio o retablos de capillas funerarias. Conventos,
cofradías e iglesias monopolizan los encargos. Un ambiente cerradamente piadoso, en el
cual los textos de meditación, sombría y milagrera, suministran los asuntos a
representar, condiciona la producción pictórica.
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El arte local por excelencia es la escultura. Son los años de apogeo del gran Gregorio
Fernández, que acierta a dar, físicamente, cuerpo a la exigencia de verdad de la
devoción contrarreformista. Frente a sus esculturas, de tan rotunda precisión, con sus
volúmenes sólidamente acusados y su áspera inmediatez tridimensional, la pintura cede
en retirada, en un decidido segundo plano. Antonio de Pereda el Viejo, padre de nuestro
artista, Andrés Carreño, Francisco Martínez, Bartolomé de Cárdenas o Diego Valentín
Díaz, son nombres de alguna estimación, pero que—a juzgar por los últimos, únicos de
los que poseemos obras sobre las cuales sustentar el juicio— apenas rebasan el nivel de
una digna —y modesta— provinciana.
Muerto su padre, niño aún, y mostrando quizá superiores condiciones, el deseo de
conocer otra cosa, le proyectase en otro ambiente, le lleva a Madrid. Allí, en el taller de
Pedro de las Cuevas, coincidirá un grupo de artistas de su edad que van a encaminarse
en distintas direcciones pero que muestran una inventiva, una riqueza de sugestiones
muy superior a la que podía advertirse en Valladolid.
Nada sabemos de los modos estilísticos de Cuevas, de quién no se ha conservado
ninguna obra y la posterior diversidad de direcciones de sus discípulos no nos facilita
tampoco el reconstruirlos por analogía. Pero seguramente no será demasiado fantasear
pensar que se moviese dentro de las formas de un Carducho, quizá con más interés hacia
el naturalismo tenebrista, que otros artistas estaban ya divulgando en la Corte, y que
alguno de sus discípulos (Montero de Rojas especialmente) habían de cultivar.
En este taller, que Palomino elogia repetidas veces como el más fecundo de Madrid, es
donde Pereda ha de recibir sus primeras lecciones, junto a Francisco Camilo, Eugenio
de las Cuevas, Juan Carreño de Miranda, Juan Montero de Rojas, Antonio Arias, José
Leonardo y algunos otros, que, elogiados en su tiempo, son hoy tan desconocidos como
su maestro.
Ya hemos recordado cómo la protección de don Francisco Tejada, primero, y la de
Crescenzi, después, completarían su educación, poniéndole en contacto con cuanto de
interés se podía ver en Madrid en esos años. Sólo una atenta familiaridad con
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colecciones y obras de muy diverso carácter explica la eclosión de la personalidad de
Pereda, tan al día en muchas cosas y en otras tan acusadamente arcaico. Recuérdese que
Tejada, su primer protector, era ya oidor del Consejo Real en tiempos de Felipe II (en
1598 firma, como recuerda Tormo, la Real Provisión prohibiendo las comedias). Si
recordamos el gusto de Felipe II y su Corte por los romanistas flamencos y por los
pintores venecianos, quizá haya que pensar que en la colección del oidor comenzó
Pereda a familiarizase con lo que para siempre constituiría la base de su estilo: la
objetividad minuciosa, preciosista casi, atenta a las calidades materiales, de la tradición
flamenca, y el gusto por la suntuosidad, casi carnal, del color y la materia, visto en los
grandes venecianos. El <<discreto museo>> de su protector y las obras <<originales de
grandes artífices>> que le hacía copiar serían seguramente de ese doble caudal y allí se
asienta muy pronto la base de su estilo, que nace ya un tantico arcaizante.
En casa de Crescenzi, marqués de la Torre, adonde pasa luego con la conformidad del
primer protector, encontraría un ambiente quizá más <<al día>>. No puede olvidarse
que Crescenzi había protegido ya —y traído a España entre 1617-19— a Bartolomeo
Cavarozzi, intérprete del caravaggismo en clave más dulcificada y clasicista, y que se
mantenía en contacto con la Roma de vanguardia, la del neovenecianismo incipiente y
la de la pintura de naturaleza muerta que él mismo cultivaba. Allí hubo Pereda de
entrever muchas más posibilidades de cuantas hasta ahora se le habían brindado. El
ambiente de curiosidad intelectual y artística, de contacto con la literatura y la música,
hubo de encender en nuestro artista muchas inquietudes, a las que, desgraciadamente, el
destino había de poner fín, pero de las que hay seguramente un recuerdo en la anécdota,
contada por Palomino y ya evocada, de que en su madurez <<gustaba de que los
discípulos y algunos amigos le leyesen historias, y especialmente las que había de
pintar, y de este modo disfrutaba de su librería, y solían decirle que los que veían libros
latinos y extranjeros, V. mrd. Será latino y entenderá la lengua italiana, la francesa,
etc., y él respondía: Yo, señor, no soy nada, y con esto les engañaba con la verdad>>.
En casa de Crescenzi pinta Pereda, después de cumplir los dieciocho años —es decir,
después de 1629—, la primera obra con la que, como dice Díaz del Valle, <<comenzó a
ganar opinión>>: una <<Nª. Sª de la Concepción del tamaño natural con una gloria de
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ángeles y serafines alados que envió el marqués a Roma a casa de su hermano el
cardenal>>. Dada por perdida desde siempre, quizá —en aventurada hipótesis—
pudiéramos intentar reconocerla en la Inmaculada Concepción del museo de Lyon,
atribuida allí a Pamphilo Nuvolone, pero que es, con toda evidencia (como ya señalaron
hace años Angulo y Soria), obra de nuestro artista. El esquema compositivo es el mismo
que empleará en otras versiones, inmediatamente posteriores, del mismo asunto, como
la de los filipenses de Alcalá de Henares de 1637 o la del museo de Las Palmas de 1636,
pero algo hay en ella de mayor esbeltez y elegancia, todavía un poco displicente a la
manera del manierismo tardío, con los ángeles que la coronan evocando aún al
Caballero de Arpino, pero a con sus alardes de perfección en el tratamiento de la túnica
de menudos pliegues, que presenta toda la maestría en las calidades que ha de ser su
característica personal. El cuadro de Lyon procede de Italia, de una iglesia de Turín, de
donde fue robado por las tropas de Napoleón. Conocidas las múltiples relaciones de la
familia Crescenzi, cabe pensar que el cuadro, enviado a Roma, acabase en Turín. En
cualquier caso, parece ser la obra de composición más temprana que poseemos de
Pereda.
Significativo del interés naturalista, que según todos los testimonios se respiraba en casa
de Crescenzi, es el pequeño Bodegón de nueces, firmado en 1634, que responde
admirablemente al gusto por lo concreto bajo la luz caravaggista, que sabemos cultivaba
en sus propias naturalezas muertas el marqués de la Torre.
Tras exhoridio tan prometedor, la protección de Crescenzi le lleva a participar en la más
ambiciosa empresa pictórica que se realiza en el Madrid de esos años: la decoración del
Buen Retiro, donde concurren, como dijimos, todos los nombres de nota en el ambiente
cortesano, desde los veteranos Carducho y Cajés al joven José Leonardo, casi de su
edad, pasando por Velázquez, Zurbarán y Maíno. El Socorro de Génova, para el salón
de Reinos, y el Ágila, para la serie inconclusa de los reyes godos, son dos lienzos de
asunto histórico y carácter profano, aparatosamente cortesano, que nos presentan a
Pereda dueño ya de lo más valioso de su lenguaje artístico y dispuesto a empeños no
habituales en el reducido en el reducido horizonte de los pintores de devoción.
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En ello hay que ver, por supuesto, su devoción a los flamencos, su gusto por el detalle
concreto de los encajes, de las diversas calidades de las telas y su interés por lo
individual de los rostros, que, a juzgar por este lienzo, nos prometería un excelente
retratista, luego frustrado. Pero advertimos también una limitación: el fondo denuncia
claramente un artificio que no por usual entre nuestro pintores deja de ser índice de
pobreza imaginativa: la utilización de estampas, flamencas sin duda, para componer
aquello a lo que no llega la inventiva del artista.
En estos años juveniles, la curiosidad múltiple de nuestro pintor se manifiesta también
en el cultivo de otros géneros. En 1636 vende unos lienzos de <<países>> para el propio
palacio del Buen Retiro. Se ha conservado en el Museo de Berlín un pequeño paisaje
firmado que quizá corresponda a estos momentos. Su estilo, fuertemente influenciado
por los paisajes flamencos tan conocidos en la Corte, no está lejos de lo que por los
mismos años realizaba Collantes.
Como hemos dichos, la muerte de Crescenzi, el mismo año de 1635 en que firma los
dos lienzos para el Buen Retiro, le cierra las puertas de Palacio. Junto a la hostilidad del
Conde-Duque hacia el noble italiano y sus protegidos, habría que rastrear otras
hostilidades y recordar cómo la Inmaculada de 1629 <<despertó muchas envidias>>.
Quién sabe si Velázquez no le agradó la proximidad de artista tan prometedor, posible
rival algún día. Lo cierto es que Pereda, que tan brillante aparición hace en la pintura
cortesana, ve truncada toda posibilidad de continuar en esa dirección palaciega y se ha
de volver hacia la única clientela posible, la Iglesia, convirtiéndose en un pintor de
devoción, sin otra salida <<profana>> que la simple pintura de naturaleza muerta, que
tiene venta fácil en la escasa burguesía y en la baja nobleza, y la más compleja, de la
alegoría moral, la Vanitas, que se mueve a caballo entre lo religioso y lo profano e
interesa por igual a los clérigos y a ciertos nobles educados en los rígidos esquemas
teológicos.
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3.- OBJETO DE LA PRESENTE EXPERTIZACÓN: CONCLUSIONE S.-
Se trata de un óleo sobre tela de 103 x 76 cm, vestido sobre un bastidor de pino no
original, en parte, debido a que parece haber sufrido restauración e intervención durante
la segunda mitad del siglo XX. Dicha intervención hubo de consistir en una limpieza
superficial, evidente con el objeto de recuperar su riqueza de color, sin mostrar
aparentes retoques de pincel. Aunque sí puede verse un reentelado antiquisimo.
Todo cuánto se ha plasmado en páginas anteriores acerca de su afiliciación por el
neovenecianismo, por los estudios de luces intensos, por el color rico y vistoso, por el
detalle y lo flamenquizante, es patente y evidente en esta pieza.
En la página 176 del estudio publicado por Don Diego Angulo Iñiguez y Don Alfonso
Emilio Pérez Sánchez, Pintura madrileña del segundo tercio del siglo XVII. Pereda,
Leonardo, Rizi, publicado por Instituto Diego Velázquez del CSIC en 1983, los dos
estudiosos compilan el catálogo del maestro Pereda. Con el Nº 28, recogen uno de los
retablos colaterales, en el convento de Carmelitas Descalzas de Toledo, concretamente
el del lado de la Epístola, dónde aprecian que el retablo mayor estaba firmado por el
maestro en 1640, y que responden los colaterales a las mismas fechas. La pintura del
encasamiento central del retablito citado, el San Pablo, responde a unas dimensiones
iguales a la nuestra, esto es, 103 x 76 cm, con la salvedad, de que podemos afirmar que
la tablazón que unificaba la pintura al retablo fue desprovista, por tanto la madera que
servia de encuadre para unir nuestra tela a la mazonería del retablo encuadraba un
conjunto hasta ahora, como dicen los estudiosos, desaparecido, un recuadro de 192 por
137.
Es el mismo caso que pasaba con el retablito del lado del Evangelio. No cabe duda de
que dichos retablitos fueron desmantelados, y se aportaron otras pinturas diferentes que
nada tienen que ver con el conjunto original de Pereda. En el que estaba el Niño Jesús
con la Cruz a cuestas camino Monte Calvario, se colocó un San José de Palomino. En
el retablo opuesto, quedó emplazado un lienzo de La Caída de Cristo, copia de Tiziano.
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Dicen, y cito textualmente: <<Aunque mutilados, seguramente en ocasión de la guerra
de la Independencia, conocemos la disposición original de estos dos retablos gracias a
la descripción de Ponz. (…), son muy bellos y significativos del mejor momento de la
evolución del artista, fechables hacia 1640, en que está firmado el lienzo del altar
mayor de la misma iglesia.>>.
Dicho todo lo cual, además, encontramos más que similitudes equiparables entre esta
pieza y otras que, cronológicamente, responden a los mismos años de 1640. Por
ejemplo, el Niño Jesús triunfante de la Muerte de la parroquia de Arc-Senans,
recogida con el número 87 del citado catálogo, mantiene la misma óptica de diseño del
modelo; curiosidades como la mano izquierda con la que sisa la Cruz, además, del
mismo tipo de Cruz. El modelado del rostro, con esos labios y el tabique nasal es el
mismo. Los haces de luz que desprende la Cabeza de Nuestro Señor.
De 1641, es el Cristo Varón de Dolores, del Museo Nacional del Prado, que guarda,
igualmente, la misma relación. Se puede comparar, ya no sólo la Corona de Espinas,
sino el tipo de modelados de manos y esbozo del rostro, que es el mismo en cuanto a
diseño de tabique nasal, expresionismo facial, manos.
Las tres piezas siguen el mismo ritmo de movimientos, composición. Los modelos y
tipos que prefiguran la imagen de Nuestro Señor, es idéntica. No cabe duda de que las
tres piezas son salidas de la misma mano en un momento cronológico muy cercano.
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TASACIÓN DE BIENES MUEBLES
Exp.- 2/0/10 ET
Autor: PEREDA SALGADO, Antonio de. Título / identificación: Jesús con la Cruz a cuestas camino Monte Calvario Lugar de procedencia: Madrid, Colección particular.
Anteriormente., retablo colateral de la epistola, del Convento de Carmelitas Descalzas de Toledo. Paradero desconocido. Recogido en Catálogo del artista por Don Diego Angulo Iñiguez y Don Alfonso Emilio Pérez Sánchez
Fecha / año de producción: 1640, según Antonio Ponz, Ceán Bermudez, Angulo Iñiguez y Pérez Sánchez Materia: Óleo sobre lienzo. Dimensiones: 103 x 76 cm. Realizado por: Daniel José Carrasco de Jaime Fecha: 1 de febrero de 2010.
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DON DANIEL JOSÉ CARRASCO DE JAIME,
LICENCIADO EN HISTORIA DEL ARTE, por la Excma. Universidad de
Granada (18009079), expedido el 18 de julio de 2002, con el número 115624 del
Registro universitario de Títulos, y en aplicación del Art. 6.1 del R. D. 778 / 1998, de 30
de abril, para que conste a los efectos curriculares y demás derechos habiendo superado
el período de estudios como DOCTORADO del programa de Historia del Arte:
Investigación y Conocimiento del Patrimonio, con referencia 23998, el 13 de octubre de
2004, con ejercicio legal como MAESTRO con título propio de la Facultad de Bellas
Artes de la Excma. Universidad de Granada y el Centro de Formación Continua, EN
MUSEOLOGÍA, otorgado el 26 de octubre de 2006; Técnico en Comercio Exterior
según el asiento 1001 de la página 38 del libro 2001 del Registro General del CEF en
colaboración con la Consejería de Empleo y Desarrollo Tecnológico de la Excma. Junta
de Andalucía y del Fondo Social Europeo; y considerando que, conforme a las
disposiciones y circunstancias prevenidas por la legislación vigente, es poseedor de la
APTITUD EN VALORACIÓN Y TASACIÓN DE BIENES CULTURALES, con
carácter de título propio de la Universidad de Granada, de acuerdo con lo dispuesto en
el artículo 34.3 de la Ley Orgánica 6/2001, de 21 de diciembre, de Universidades, que
faculta al interesado para disfrutar los derechos que a este título otorga las disposiciones
vigentes, con fecha 14 de junio de 2006, y conforme al Registro Universitario CA-
43691/06 con el número 445 del libro 2; con residencia en la ciudad 28051 de Madrid
(Madrid), con mayoría de edad, provisto del N. I. F.: 74.649.717-c, y requerido por el
particular Don ______________________________________, como particular que
responde al domicilio legal en la Calle ________________________________, en
_____________ (_____________) con dirección postal ______________, de una parte,
de mancomún interés personal, propietario de bien mueble en cuestión, y, con pleno
dominio sobre el mismo, o que está válidamente autorizado para disponer del mismo,
para informar acerca de la autoría.
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En virtud de mis conocimientos profesionales, de acuerdo con mi más leal saber y
entender, paso a emitir el siguiente:
TASACIÓN DE LA TELA, NIÑO JESÚS CON LA CRUZ ACUESTA S CAMINO
MONTE CALVARIO DE LA LAMENTACIÓN DEL MAESTRO ANTONI O DE
PEREDA SALGADO EN FECHAS CERCANAS A 1640, SEGÚN LA
DOCUMENTACIÓN OBRANTE EN EL CATÁLOGO DE DON DIEGO
ANGULO Y ALFONSO EMILIO PÉREZ SANCHEZ, TRATADO POR DON
ANTONIO PONZ Y CEÁN BERMÚDEZ, DE 103 X 76 CMS, PROCEDENTE
DEL CONVENTO DE CARMELITAS DESCALZAS DE TOLEDO ASEN TADA
EN EL RETABLO COLATERAL DE LA EPÍSTOLA, MONTADA SOB RE
BASTIDOR NO ORIGINAL, Y REENTELADA.
El óleo, de 103 cm x 76 cm., vestido en un bastidor creemos que no original, y,
reentelada, es una pieza comprada en la Casa de Duran Subastas. Históricamente, se
piensa que es de procedencia exacta, de Madrid, Convento de Carmelitas Descalzas de
Toledo, asentada en el retablo colateral del altar, al lado de la Epístola. Tratada con
anterioridad, a mediados del siglo XX, lo que ha permitido asentar perfectamente su
policromía, conservada con integridad, gracias al estanco de humedad y temperatura
relativas constantes, tendiendo a la baja. Aparte de su craquelado normal de época,
sabemos que ha fue objeto de una pertinente conservación, basada en limpieza general,
y algún repinte pero sin que sea susceptibles de menoscabar su apreciación.
Es una pieza magnífica, tal y cómo hemos documentado, lo importante es que ahora
hemos recuperado un patrimonio perdido que en su momento era conocido, signado con
el número 29 del Catálogo Oficial del maestro, nos quedan las palabras y textos de Don
Antonio Ponz, Don Agustín Ceán Bermúdez y Don Angulo Iñiguez y Alfonso Emilio
Pérez Sánchez, señalamos que es un ejemplo único, y a pequeña escala de los modelos
neovenecianos y estilos flamenquizantes del que se considera el mejor período artístico
del maestro, la década de 1640 que inspiraron la obra del maestro en su mejor etapa
artística y cuándo gozaba de mayor fortuna crítica.
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Es un pintor con nombre y apellido propio, su óptica visual puede decirse, le condena
por seguir el trato y las formas prototípicas de su maestro, el de más crédito de la Villa,
sin duda, que en círculos cortesanos queda relegado tras la muerte de Crescenzi y su
magnífico lienzo del Socorro de Génova, por tanto, se dice, relegado a un segundo
término por la sombra alargada de Don Diego Velázquez.
El maestro claramente ha sido considerado históricamente en las subastas grandes y
pequeñas. Así pues, anexamos ahora la pieza que por rango y orden, mantiene vivo el
espíritu del que fue un maestro pintor con crédito en su tiempo.
El 10 de julio de 2003, la Casa Sotheby´s de Londres, vendía un óleo sobre lienzo del
maestro, con el lote número 42, publicado en la página 109 del catálogo, con unas
medidas exactas de 223 x 156,5 (34.899,5 cm2 ). La estimación que se hizo de la pieza,
alcanzó un precio de 34.610,10 €, alcanzando un remate total de 155.745,45€.
La última pieza que consta en el mercado vendida del maestro Pereda, fue
curiosamente, la misma pintura, pero ahora, traída a España. Pues el 22 de julio de
2008, la casa de subastas madrileña de Ansorena, databa la pieza en el año de 1631, y lo
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publicaba en su catálogo de subasta en la página número 13 del catálogo, con el número
de lote 22.
Ahora con unas medidas de 255 x 146 cm, una estimación libre de las décimas inflada,
sin duda, pero constando la misma superficie en centímetros cuadrados, se estimó en la
nada despreciable cifra de 75.000,00€, aunque no se especifica el remate de la pieza,
podemos estar convencidos de que seguramente, el mismo, superó con creces el precio
de remate de la pasada vez. En todo caso, la diferencia de estimación está en
40.389,90€.
En cinco años, el valor estimable del maestro ha crecido en más del doble de su misma
estimación en 2003. Esto son cifras superables, y sin duda, es una lástima que en la
actualidad, tal y cómo se encuentra el mercado de valores, la crisis del sector
económico, y, las circunstancias contractuales, es muy posible que la pieza no llegue ni
mucho menos a rozar la estimación lógica que propondremos.
En aquélla ocasión, es decir, el pasado año de 2008, podemos decir que con una
superficie de 34.899,5 cm2, una estimación lógica de 1c m2 equivaldría a 2,15€/c m2
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Sabiendo que el óleo sobre lienzo, titulado EL NIÑO JESÚS CON LA CRUZ
ACUESTAS CAMINO DEL MONTE CALVARIO, tiene un histor ial, esto es,
precio o base históricos rematado en Casa de Subasta por el importe de 1.080,00€,
con fecha 28 de enero de 2.010 en Duran Subastas, podemos sugerir en todo
momento, que el mercado sobre valores que cotizan las piezas del artista, está al
alza hoy, o por lo menos recuperándose. No obstante, una superficie real de tan
sólo 7.828 cm2, su cotización estimable para un futuro mercado ha de lograr
alcanzar una cuantía cotizable en torno a los 16.830,20 €.
En consecuencia, con una superficie real de 7.828 cm2 , y sabiendo que la
estimación lógica a centímetro cuadrado para la adquisición del bien, rondó en
2008 en torno al 2,15€ por cm2 , y sabiendo que de una apreciación aritmética
media de valores añadidos de los años posteriores, el centímetro cuadrado en que
ha cotizado el maestro habría de ser superior hoy , podemos afirmar que para el
mejor mantenimiento del bien en cuestión, aceptando su valor económico dentro
de un posible futuro asiento contable, el valor histórico de la pieza ha de quedar
recogido en la citada cantidad, contando con el hecho de que, LA PIEZA ES DE
1640, LA MEJOR ETAPA DEL MAESTRO, A LO QUE HABRÍA Q UE SUMAR
300,00 €, a la citada cifra; LA PIEZA ESTÁ RECOGIDA EN EL CATÁLOGO
DEL MAESTRO PUBLICADO POR DON DIEGO ANGULO ÍÑIGUEZ Y
ALFONSO EMILIO PÉREZ SANHEZ, PUBLICADO IGUALMENTE P OR DON
ANTONIO PONZ Y DON JUAN AGUSTÍN CEÁN BERMÚDEZ, A LO QUE
HABRÍA QUE SUMAR OTROS 300,00 €; además, por supuesto, habría que
sumar el precio de COSTE HISTÓRICO ESTABLECIDO EN 1.080,00 €, y, claro
está, el precio del presente estudio de EXPERTIZACIÓN, ESTIMADO EN
1.200,00 €, ADEMÁS DEL ESTUDIO DE PERITACIÓN, VALORACIÓN Y
TASACIÓN, ESTIMADO EN OTROS 1.200,00 €.
Por tanto, su precio de mercado ha de constituirse en 20.910,2 más su
correspondiente IVA (tipo 16%), fijado en 3.345,63, lo que cifra un montante total
de estimación lógica de la pieza según el mercado actual de 24.255,83 €.
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Advertimos, que por debajo de un caudal razonable de inversión, la estipulación
del coste histórico, nuestro cliente pierde beneficio a la pieza, dicho coste histórico
queda estipulado en 4.080€ (1.080 + 300 + 300 + 1200 + 1200€); a lo que habrá que
sumar su IVA (tipo 16%) de 652,8€; que cifra un montante total de: 4.732,80€. ES
DECIR, POR DEBAJO DE ESTE PRECIO, EL CLIENTE NO HA DE VENDER
O PROCEDER A LA VENTA DE LA PIEZA NUNCA, SI NO QUIE RE
PERDERLE BENEFICIO A LA MISMA.
Daniel José Carrasco de Jaime, habiendo manifestado bajo juramento que dirá la
verdad, que actúa con la mayor objetividad posible tomando en consideración tanto lo
que pueda favorecer, como lo que sea susceptible de causar perjuicio a cualquiera de las
partes, elabora el siguiente:
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INFORME DE TASACIÓN
DESCRIPCIÓN DE LA OBRA A TASAR
Autor PEREDA SALGADO, Antonio de
Titulo El Niño Jesús con la Cruz acuestas camino Monte Calvario.
Lugar Madrid, colección particular
Materia Óleo sobre lienzo
Año 1640.
Tamaño 103 x 76 cms., sin marco
Defectos
En general, buen estado de conservación. No tiene pérdidas de pigmentación, dejando entrever la preparación; no obstante, en caso de intervención en el futuro, mejor no reintegrar, siempre apostaremos por la consolidación del color. La pátina otorga valor por el concepto de la antigüedad.
Convendría una limpieza superficial
Notas Documentación trabajada sobre informe de expertización y tasación de Daniel José Carrasco.
Pieza documentada, Catálogo de Pereda, publicada por Don Diego Angulo Iñiguez y Don Alfonso Emilio Pérez Sánchez, Número 29, página 176.
Bibliografía (si es necesaria y/o está disponible):
ANGULO ÍÑIGUEZ, Diego, y PÉREZ SÁNCHEZ, Alfonso Emilio., Pintura Madrileña del segundo Tercio del siglo XVII. Pereda, Leonardo, Rizi. INSTITUTO DIEGO VELÁZQUEZ. Consejo Superior Investigaciones Científicas. Madrid, 1983.
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Valor medio de mercado al momento actual, según condiciones del ejemplar (siempre
en el supuesto de que por mal estado de conservación que sufra la obra, por lo menos
está completa y sin defectos excesivamente inaceptables). Se ha considerado
contemplar un precio real por cm2 principalmente, y una apreciación aritmética del
mismo, DADO EL ENORME INCREMENTO QUE SUSTENTA RAZÓN POR SU
VIABILIDAD, por calculo aritmético de valor medio de cm2 que advierte una cantidad
de no- exhacerbada; y de gastos totales por coste histórico o valoración inicial y valor
razonable, con un montante de
Entorno a los 24.255,83 €.
Con los datos estilísticos, técnico-artísticos y científicos y estudios de mercado
del arte de los que dispongo, y, de los que he sacado y advertido conclusiones, dando así
por finalizado el trabajo de mi recabado, que dejo sometido, como siempre, a cualquier
otra opinión más autorizada que la mía.
Y en cumplimiento de la misión que me fue encomendada, llevada a cavo recta y
cabalmente, según el más leal saber y entender, de buena fe y para que conste a los
efectos pertinentes, rubrico en la ciudad de Madrid, a lunes 1 de febrero de 2010; y que
dejo establecido una validez de seis meses contados a partir de la suscripción del
presente.
En Madrid, a 1 de febrero de 2010
Fdo: Daniel José Carrasco de Jaime