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ESTUDIOS Apologia de la Pequefia Naci6n' C ASI quisiera comenzar estas palabras con un acto de gracias. Durante el semestre academico he disfrutado de una de las cosas mas dulces que existen: la plcida luz de Puerto Rico, que dando las m~s extrafias tonalidades al mar y jugando con las pequefias colinas que ofrecen en flores, arboles y frutos el trabajo secular del hombre puertorriquefio, perfila este paisaje contenido y armonioso donde el Tr6pico, tan agresivo y desmesurado en otras tierras americanas, parece humanizarse y limitarse frente al ojo que lo mira y las manos que anhelan palparlo. Ya Puerto Rico ha cumplido con esa primera tarea de cultura que es domesticar la naturaleza; someterla a las claves y al servicio del hombre y vencer ese espanto que produce el desierto y la soledad. A las gentes de este pais no se les presenta, de ningtin modo, el misterio de una tierra inc6gnita, sino un paisaje ya poblado y fecundo como un regazo donde cada rinc6n, cada pe- quefio valle o cada fuente hablan al espiritu una lengua de reminis- cencias, de generaciones que laboraron y pasaron. Ello me explica el ardiente patriotismo puertorriquefio, la desaz6n que siente el hom- bre de aqui cuando, emigrando a otros sitios en busca de mayor ganancia, no puede olvidar su casal lejano y esta siempre en trance de retorno a la isla. En la inmensa metr6poli neoyorquina hay, por ejemplo, una considerable minoria puertorriquefia, cuya resistencia emocional a adaptarse a otras formas de vida era para mi un hecho 1 Discurso pronunciado en la colaci6n de grado de la Universidad de Puerto Rico, el 31 de mayo de 1946.

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ESTUDIOS

Apologia de la Pequefia Naci6n'

C ASI quisiera comenzar estas palabras con un acto de gracias.Durante el semestre academico he disfrutado de una de las cosas

mas dulces que existen: la plcida luz de Puerto Rico, que dando lasm~s extrafias tonalidades al mar y jugando con las pequefias colinasque ofrecen en flores, arboles y frutos el trabajo secular del hombrepuertorriquefio, perfila este paisaje contenido y armonioso dondeel Tr6pico, tan agresivo y desmesurado en otras tierras americanas,parece humanizarse y limitarse frente al ojo que lo mira y las manosque anhelan palparlo. Ya Puerto Rico ha cumplido con esa primeratarea de cultura que es domesticar la naturaleza; someterla a lasclaves y al servicio del hombre y vencer ese espanto que produce eldesierto y la soledad. A las gentes de este pais no se les presenta,de ningtin modo, el misterio de una tierra inc6gnita, sino un paisajeya poblado y fecundo como un regazo donde cada rinc6n, cada pe-quefio valle o cada fuente hablan al espiritu una lengua de reminis-cencias, de generaciones que laboraron y pasaron. Ello me explicael ardiente patriotismo puertorriquefio, la desaz6n que siente el hom-bre de aqui cuando, emigrando a otros sitios en busca de mayorganancia, no puede olvidar su casal lejano y esta siempre en trancede retorno a la isla. En la inmensa metr6poli neoyorquina hay, porejemplo, una considerable minoria puertorriquefia, cuya resistenciaemocional a adaptarse a otras formas de vida era para mi un hecho

1 Discurso pronunciado en la colaci6n de grado de la Universidad dePuerto Rico, el 31 de mayo de 1946.

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RE V I S T A IBEROAMERICANA

sociol6gico de gran importancia. La pobreza y la lucha por el sus-tento los une ally con potente fuerza tribal, pero pocas veces sedescastan y se injertan como minoria etnica, celosa de sus costum-bres, de sus comidas y sus canciones. A la puerta de los tenduchosde las proletarias calles del Nueva York alto se amontonaban las mu-

jeres y los nifios como en una calle de barrio puertorriquefio; seguiantratindose y reconociendose, preguntaban por Pedro o por Juana,como si su coraz6n no hubiera aprendido todavia la inhumana indi-ferencia, la terrible soledad del hombre entre los millones de hombresque es la tragedia de las grandes urbes. Y he aqui uno de esos pro-blemas imponderables, casi inaprehensibles, para los economistas quequisieran reducirlo todo a signo numbrico y que de las grandes ex-

periencias y las grandes intuiciones que ofrece la vida desdeiian

aquellas que no encuadran en sus estadisticas. Y no es acaso la grancuesti6n contempornea hacer un sitio para el alma -para el almaindividual y para el alma de los pueblos- en este mundo creciente-mente tecnificado y materialista donde el culto de las cosas parece

absorber el respeto por las personas? La tecnica crece en relaci6ninversa del ser humano. Y junto a las ciencias de la naturaleza nuncaestuvimos mas urgidos de una autentica sabiduria del hombre querestablezca el equilibrio perdido entre la inteligencia orgullosa y lasensibilidad embotada, entre nuestra cabeza y nuestro coraz6n. Juntoal irracionalismo de los nazis que se entregaban al ciego llamado de la

sangre, el frio clculo de los tecn6cratas que miran el problema dela vida en mera relaci6n de cantidad, que impondrian a los ncleoshumanos la disciplina de los grandes rebafios. En un casi olvidadolibro de Schiller, La edutcacin estetica del hombre, que hay que leerporque en la querella de la vida corresponde siempre a los poetas lailtima ratio, se explicaba para mi la discordia de nuestra civilizaci6n.

Despues de la barbarie del instinto que caracteriza a los pueblos pri-mitivos donde la reflexi6n humana no elabora todavia la concienciamoral, habiamos caido, por contraste, en una barbarie de la inteligen-cia; nos libertamos de la naturaleza, pero para olvidarla, para vivircomo en un abstracto mundo donde hasta los sentidos del hombreson ya mecanismos oxidados e inttiles y el goce de mirar y de soiar

desaparece en un dinamismo sin objeto. La prisa de vivir, de quemaren carrera loca los frenos de nuestra existencia, ya no nos deja dar-nos cuenta de la belleza del mundo. Hay ahora mas erudici6n quesabiduria, mas noticias que conocimiento. Aprendemos demasiado,

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E S T DOS

menos lo que hemos de hacer con nuestra propia vida. La discordias6lo se vence uniendo el organismo escindido, restableciendo otra vez-como en la hora luminosa del clasicismo griego- aquella comunica-ci6n rota entre inteligencia y sensibilidad, aquella cultura que partedel propio asombro portico del Universo, del ojo que aprende a very el oido que aprende a escuchar, para que la mente del hombre ela-bore despues sus cinones y sus arquetipos ideales.

Hemos llegado al extremo trigico de una civilizaci6n positivistaque lo sacrific6 todo a la voluntad de poder; que endios6 la energiapor la energia, sin ningin otro m6vil estetico y moral; que prefiri6lo cuantitativo a lo cualitativo. El balance de todo eso, la liquidaci6nde los superhombres, se ha visto en el apocaliptico paisaje de Europa.Ser grandes y poderosos mas que ser justos era la filosofia que, des-prendida de un monstruoso biologismo social, aplicaba a la relaci6nde los hombres la lucha de los animales en el terciario. En ese volun-tarismo selvitico a la manera como lo practicaban los nazis, no sejustifica la existencia de un pais pequefio como Puerto Rico o cual-quiera de nuestras naciones hispanoamericanas, y yo recuerdo toda-via la impresi6n que me produjo en el Museo de Higiene, de Dresden,una sedicente escala de las razas, de la que se desprendia que losdolicocefalos rubios sefialados como el grupo nimero uno entre todoslos nicleos humanos, estaban avocados a tener sobre los otros el mis-mo predominio del tibur6n sobre las sardinas. A pocos metros delimponente pabell6n nazi se levantaban -como otra cara mas bellade la vida, como la cultura del sobrevivir frente a la cultura de lamuerte- los maravillosos jardines del Zwinger, la gran pinacotecacon los cuadros de Rafael y de Durero, las afiosas alamedas y susespejos de aguas, dorados por el otofio, cuya lejania parece poblarseaun con la misica de Mozart, que alli cant6 y alli compuso. Peroesto, precisamente, era lo que ya no podian contemplar los nazis. Laprepotencia sobre la belleza, el resentimiento sobre la justicia, iba aprecipitarnos en el despefiadero de horror de los iltimos afios.

Mirando esta tierra de Puerto Rico, tan hecha a la escala delhombre, donde toda fuente se utiliza y donde toda ceja de monte setrabaja y se puebla, se me ocurria pensar que significan y que puedenhacer los paises pequefios en esta terrible edad nuestra que, sobrecualquiera otra, merece llamarse una edad macroc6smica. Parad6jica-mente diriase que Puerto Rico llega a su madura conciencia nacionaly anhela ser mas aut6nomo, en el preciso instante en que en el esce-

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nario hist6rico se estin formando organismos cada vez mas vastosy tres o cuatro paises inmensos (menos de los que existian en 1939)parecen asumir por si solos la suprema direcci6n del Universo. Escierto que -como se dice en algunas revistas de Economia- ya hasido superada la etapa de las naciones pequefias, o bien por el con-trario, el equilibrio de la Historia Universal y el propio destino de lacultura requieren que no desaparezca esta variedad para que la es-pecie humana no llegue al patr6n finico, al uniforme imperio queharia del mundo venidero el mas mon6tono de todos los mundos?Quiero lanzar esta pelota, este buen tema de discusi6n, para que re-botando en el verde crsped del campus universitario provoque vues-tro entusiasmo, penseis en ello con esa decisi6n y arrojado impulsodeportivo que he visto en todos los muchachos puertorriquefios. Esesta una tierra de excelentes jugadores de pelota; os he visto discutirideas con el mismo impetu con que en los soleados domingos trazangallardas parabolas vuestros balones; yo soy mal lanzador y casi mesatisface mas, me entretiene mis, provocar el tema que resolverlo.A mas de que la cuesti6n que quiero suscitar rebasa los limites deun discurso y podria ser motivo de estudio o preocupado seminarioen vuestros mats activos cursos de Historia o de Ciencias Sociales.

Elogio de los paises peque~ios

Comenzare con un elogio de los paises pequefios. Lo mis afirma-tivo de la aventura humana no se inici6 en las grandes masas con-tinentales de Asia, de Europa o de America, en esa inmensa zonade llanuras que mas ally del Elba juntan lo europeo y lo asittico envasta horizontalidad, sino en el mundo maravillosamente limitado yarticulado de la cuenca mediterranea. En parang6n con el vastoAtlhntico y el entonces solitario Pacifico, el Mediterrineo no era misque un charquito azul. Un charquito azul donde humanidades todaviafinas y diminutas emprendian su gracioso juego de nifios, cuyo pri-mer testimonio nos viene en los mitos y en los cantos en que Homeroverti6, en poesia inmortal, las leyendas mucho mas viejas. De Creta-isla como Puerto Rico, pero mas 4rida- partian para la "granverde" las primeras naves que condujeron a Egipto los grandes cin-taros de aceite y de vino. Pueblo hijo de la luz, amaba sobre todo sumar caminador, y la fiesta que les ofrecia el Universo sabian devolver-

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ESTUDIOS

la en un arte vivido, de frescos motivos naturalistas, donde las flores,el tema marino, la alegre danza o la marcha ritmica de los segadoresqued6 pintada en la indeleble pintura milenaria de sus vasos y enlos murales de Knosos y de Hagia Triada. Cuando dos mil afios antes

de nuestra era caen sobre ese luminoso mundo meridional, erguidos

sobre sus caballos de guerra, los indoeuropeos, aquellas sosegadasculturas del Sur (culturas del vifiedo y del olivo, de la nave a remos,de la danza ritual y del telar domestico) debieron sentir el mismoespanto que nuestros indios pacificos ante los corceles piafantes delconquistador espaFiol. Los invasores traian lo mas peligroso para lafelicidad humana: una ticnica de la guerra.

Amaestrando caballos y ponindolos a tirar carros desde donde

disparan los arqueros, se forman esos pesados y crueles imperios del

Asia occidental (hititas, asirios, medos y persas). Pero, simultanea-

mente, y como para ofrecer al mundo otro destino que el de las mo-

narquias teocraticas y militares y las grandes multitudes esclavas,

junto al Mediterrneo, adornado como nuestro Caribe de collares de

islas, de boscosas colinas, abundantes golfos y ensenadas, el pueblohelknico comienza tambien su aprendizaje.

Y aqui una digresi6n, que acaso nos ahorre todo un discurso di-

latado. Cuando de muchacho oia de mi profesor, en un liceo de pro-vincia, el clisico relato de las guerras medicas, parecia que el maes-

tro se ensafiaba contra los persas. Tema de composici6n escolar era quehabria ocurrido al mundo si en Marat6n y en Platea triunfaran lasmasas orientales sobre los agiles hoplitas griegos. Llegud a pensar

que, a lo mejor, nosotros tenemos de tan lejanos hechos hist6ricos

la visi6n que nos impuso la historiografia heldnica. Y que, si del lado

persa conociesemos el testimonio de sus propios Herodotos y Jeno-

fontes, tal vez variaria nuestro juicio, cambiando, tambien, el punto

de mira. Pero he aqui que aquel maestro olvidado en un rinc6n pro-

vincial de mi patria tenia -acaso sin saberlo- la misma teoria

sobre estos hechos que Hegel o Jacobo Burckhardt. Porque frente

a los grandes imperios del Oriente las minisculas ciudades-estadosgriegas con su Agora discutidor, con su clara raz6n que delibera

antes de obedecer, representan el primer triunfo de la individualidad

y de la conciencia libre. Como lo dice Burckhardt en palabras insus-

tituibles, en Grecia "todo el 'mundo tenia la sensaci6n de que la Polis

vivia en el". La Patria -si asi puede decirse- era como la proyec-

ci6n del individuo a un pequefio mundo familiar, a la naturaleza cir-

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cundante, y tan hecha al ojo y la caricia del hombre, que parecia laraiz misma, el Ambito y la explicaci6n de la persona. En el Oriente,en cambio, el gran Estado feroz se imponia sobre la multitud comouna fatalidad, con la misma tirania ciega e irreversible de aquellosdioses del terror, dioses castigadores y colericos, del trueno, la fiebrey la destrucci6n, a los que el barbudo mago conjuraba en vano desdela torre de su zigurat. Junto a la monotonia y la pesadez oriental, alsometimiento mjigico a los tiranos del cielo y la tierra, aquel mundomts flexible, mis diminuto y -si quereis- mas versitil de la pe-quefia ciudad-estado griega donde el hombre, como dice Hegel, noestaba ensimismado en la naturaleza, sino se respondia a si mismo"incitado por la intuici6n de las cosas". Sus dioses son la trasposi-

ci6n al piano poetico y religioso de la propia alma inventora. En Gre-cia -vuelve a anotar el fil6sofo- "la musa en que la fuente se con-vierte es la fantasia misma, el espiritu del hombre. Homero invocala Musa para que le hable, pero la Musa es su propio espiritu creador".

Mundo de la libertad y al mismo tiempo de la diferenciaci6n, dedonde procede toda autintica cultura. El hombre ya siente el universocomo claro y gozoso Cosmos y, ordenando el torrente de las impre-

siones sensibles, Ilega al Arte y la Filosofia. Es -a diferencia delOriente y a diferencia tambien del excesivo pragmatismo moderno-

una actividad desinteresada en que basta al sujeto el goce de aquella

tarea de afirmaci6n de la individualidad, del descubrimiento de ese

otro mundo m~s suyo, que erige la cultura frente a la naturaleza. Ytienen que aprender de los pequefios y Agiles griegos, los futuros do-minadores romanos. Ante los dioses y las estatuas, ante todo canon

de belleza y de humanidad que habia creado el genio helenico, seprosterna Escipi6n, el Imperator que mand6 Roma. Sabe que misalli del poder y de la fuerza, transitorios como las guerras que hacenlos hombres, esti la potencia imponderable -no reductible a canti-

dad- del espiritu objetivo. Y Roma y su gran Estado se explican,sobre todo, para el hombre moderno -como lo ha dicho Burck-hardt-, por la virtud de conservar aquellas maravillosas formas crea-das por la cultura antigua. Discipulos tardios de la H6lade, maspracticos y concretos, fundadores tambien del primer gran imperia-lismo mediterrineo, sienten ya lo griego en dimensi6n de cantidad;parecen los ingenieros y ticnicos del mundo antiguo, y lo que el he-leno habia hecho a la medida del hombre se dispara en el romano

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EsT UDIOS

hacia otra escala y dimensi6n mas ambiciosa y, por lo tanto, misdesproporcionada.

i Cuidado con lo colosal! Las culturas comienzan a morir cuan-

do agotada su belleza, su libertad y veracidad interior, se hace pre-ciso simular la fuerza; la esterilidad y cansancio del alma se disfrazanen el alarde externo del gesto; al atleta griego de cuerpo armonioso,al agil disc6bolo o al reflexivo doriforo cuya aparente calma es s61ofuerza contenida y energia guiada por la raz6n, lo reemplaza el Hercu-les de feria, el desproporcionado gigante. Atlas de su propio corpach6n,que va por circos y plazas ensefiando la monstruosidad de sus mtiscu-los. Quien paseara por la Roma del siglo ii despues de Cristo, porsus basilicas, termas, anfiteatros y arcos de triunfo, por ese mundode lo colosal -gran imperio, enormes masas bulliciosas, edificiosdonde la euritmia griega era sustituida por los enormes bloques demortero y ladrillo, por los circos donde podian alborotar miles de es-pectadores- y viera tambien los anchos caminos y las estatuas delos Cesares habria pensado, con ilusi6n muy moderna, que el mundoya casi no tenia problemas y que se avanzaria desde la anchurosaplenitud de hoy a la pr6spera seguridad de mafiana. i Pax romana,lex romana!, a travis de la literatura de los panegiristas oficiales deentonces se escucha esa ret6rica satisfecha, como hace dos o tresdecadas oimos la palabra "progreso" o la palabra "prosperidad".Pero Roma moriria no s61o de aquellos barbaros que desde los diasde Marco Aurelio no respetaban frontera, sino de su propia inmensi-dad. La dolencia de esa monstruosa Roma imperial es de hidropesiahist6rica. Se va gastando su destino espiritual: el vientre se le llenade agua. El alarde de fuerza va matando el espiritu creador. La vidaes agitada y ya carece de objeto. Y cuando en el extraio Museo delos Conservadores o en el Museo Vaticano contemplamos aquellosbustos enormes de la filtima antigiiedad clIsica y los cotejamos conlos de la escultura griega, es como si pastramos del mundo del hom-bre al mundo de la mascara. Cabezas colosales; mascarones llenosde angustia, cuyos hendidos pirpados parecen perderse en una leja-nia sin tregua ni reposo; fealdad o simple fuerza brutal, es el iltimopaisaje de la antigiiedad muriente. La grave voz de San Agustin,que ha salido de su iglesia de Hipona a recibir a los barbaros, rezala oraci6n funeral de ese paganismo desaparecido, y levanta, comoantitesis de lo que muri6, la idea de otra cultura que vuelve a con-quistar el espiritu.

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RE VISTA I BEROAMERICANA

Roma es una lecci6n para todos los que ponen el poder fisicosobre el alma; para las civilizaciones crecientemente mecanizadas dehoy; para el Estatismo feroz que se traga a la persona; para esa des-trucci6n de la individualidad y de la diferencia, a que quisiera llegarla mas inhumana tecnocracia. Una Roma mas petrificada afin, se con-tamina de mayor despotismo oriental en la segunda Roma cruel yritualista, que se llama durante diez siglos el Imperio bizantino.

La nueva cultura retofiara primaveralmente, despues que Europa

absorba su potente raci6n de birbaros, en ese mundo tambien peque-fio, limitado por mar y colinas, de las comunas y repiblicas italianas.Pisanos, venecianos, genoveses y florentinos van a sacar otra vez,

como una segunda Venus y del mismo mar azul, la belleza y las for-

mas perdidas. Entretanto, en el Norte, el G6tico marcaba, tambien,una hora de liberaci6n y de conciencia comunal frente al atropello

de los grandes sefiores. Con un espiritu agonistico, semejante al delos griegos, con gran emulaci6n de belleza, luchan entre si estos

mundos minfisculos de las reptiblicas italianas, donde el Arte sirve

de escape a la violencia. A travs de ellas, y principalmente en esosmraravillosos trescientos afios que van del nacimiento de Dante a

la muerte de Miguel Angel, Italia madura bajo su claro sol, comoun vifiedo de encanto, las mas perfectas formas del arte y de la aven-tura humana. Poesia lirica que hizo ya del Dante la primera concien-cia europea que se nos revela; nueva plstica que yergue otra vez

al hombre en el centro y soberania del mundo y le hace recobrar el

perdido Paraiso con la potente dignidad de las figuras de Masaccio;arte terrenal de vivir en la arquitectura de jardines, fuentes y pala-cios; en la narraci6n profana, en aquel ideal civico y estetico de lostratados humanistas; investigaci6n de la naturaleza que Ilenaba depianos y miquinas fantisticas los cuadernos de Leonardo de Vinciy conduciria despues a la nueva ciencia del provando e riprovando,

al modo de Galileo, es el copioso tributo de Italia a la Europa re-

naciente. El mundo europeo quiere -- con las nuevas claves magnificas

que le ha dado el genio italiano para acercarse al misterio de la natu-

raleza y a la movilidad de la vida- su emancipaci6n religiosa, y el

individualismo estetico del Renacimiento se completa con el individua-

lismo moral de la Reforma. Como en el gran instante que en el mundo

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ESTUDIOS

antiguo engendr6 el clasicismo griego, la conciencia individual selanza otra vez, sefiera y audaz, duefia de si misma, en otra gran pe-ripecia exploradora del espiritu. Se comienzan a integrar tambien,a partir del siglo xv, los grandes Estados nacionales, cuya mis poten-te imagen habrin de ofrecerla, despues, la Espafia de los Habsburgosy la Francia de Luis XIV. Pero con su reglamentismo y su imposi-ci6n de unidad contra todos los elementos divergentes que no serviana la causa de la Iglesia o a la causa del Soberano, la cultura europease hubiera petrificado, si no llegara de las pequefias naciones -delas agitadas comunas flamencas, de Holanda, de la Suiza calvinista-un creciente impetu de libertad. Lo que no se puede decir en Espafiase imprime en Amsterdam. En los puertos del Norte, donde burguesespr6speros, muy celosos de su primacia, combaten contra la crecientepresi6n estatal, se elaboraran algunos de los sistemas libertadoresdel espiritu moderno, desde la Filosofia de Spinoza hasta el Derechode Gentes de Hugo Grotio. Rend Descartes busca un lejano retirosueco, asi como las propiedades de Voltaire, siglo y medio despues,abren una puerta de escape hacia la libre Suiza.

En esa Europa que tiende a cerrarse como la Espafia de Felipe IIen el sepulcro imponente de los grandes Estados, la pequefia naci6nencarna el espiritu de diversidad; es como el alfil Agil que se defiende,para no ser engullido, en la querella por el predominio mundial delos imperios. Una iltima cultura -una tiltima cultura que busc6 laUniversidad, que viaj6 a Grecia para que la belleza griega actuasetambidn como ejemplo y vigencia en el hombre moderno- orden6los grandes sistemas de razonar con que hemos pensado en los dosiltimos siglos, di6 a la mfisica aquella solemne infinidad y vagorosalejania del contrapunto, las suntuosas formas barrocas de la mmisicainstrumental, y se elabora todavia en las pequefias cortes y ciudadesalemanas de los siglos xvii y xviII. Para la historia de la cultura, elpequefio Weimar donde cant6 Goethe y el Koenigsberg donde pens6Kant, son mucho mais importantes que el belicoso Berlin de Guiller-mo II y del coldrico Adolfo Hitler. z Y no se deshar, precisamente,en un ca6tico suefio de potencia mundial, en un oscuro y regresivoculto de la fuerza aquella Alemania que en los dias de Schiller y deGoethe, de Hoelderlin y de Kleist, de Beethoven y de Hegel, pareciael jardin espiritual del mundo? Como en la trigica hora del paganis-mo muriente, el gusto de lo colosal, la violencia hecha alarde, el olvidode aquel imperativo dtico que Kant defini6 como la primera raz6n

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practica del hombre, produjo ante nuestros propios ojos la disoluci6nde Alemania. Ojala su ejemplo ensefie a los pueblos que otros valores,qui metas mais altas y duraderas hay mas alli de la ciega "voluntadde poderio". El arte aleman en Schiller y en Beethoven luch6 porun mundo libre; el Estado alemin, desde Bismarck a Hitler, se afan6por un mundo esclavo.

Validez de las pequeiias naciones

De lo que Keyserling ha llamado la "fecundidad del insuficiente",proviene para mi el valor y justificaci6n de las pequefias naciones.Mientras que los grandes Estados disfrutan de una inmensa 6rbitanatural que los satisface a si mismos y tiende, por ello, a petrificar-los (como en el clhsico ejemplo de los primeros imperios orientales),o a imponer su fuerza sobre los debiles -como en el moderno im-pacto imperialista-, el pais pequefio siente la vida como agitada anti-tesis; sale, como los griegos, por las rutas del mar en busca de ese

espiritu ecumenico, ya que al comienzo no le basta lo propio. Su in-genio y agilidad requieren probarse, como la destreza del pequefioanimal junto a la pesadez del paquidermo. Esta en una hora de vi-gilancia, mas que de adormecido optimismo. Frente a la dimensi6nde los grandes Estados que en la 6poca moderna se miden, sobre todo,por la capacidad industrial y belica, las pequefias naciones deben afir-marse y deben justificarse -para sobrevivir- por el culto y des-arrollo consciente de los valores mas permanentes y pacificos, de losvalores autenticamente creadores de la cultura. Es la pequefia Belgica,maravillosa colmena humana, o la pequefia Suiza, donde los idiomasrominticos y los idiomas germanicos se juntan sin combatir. Comolo ha dicho Hegel en su maravilloso analisis de la polis griega, la pe-quefia naci6n, frente al choque inevitable de las culturas y las influen-cias extrafias, se afirma a si misma "superando la heterogeneidad".Se ve obligada a unificar los contrastes y a concentrar sus fuerzasreales y peculiares. Un pueblo que todo lo tiene, puede dejarse vivir;la Historia se inmoviliza como en las monarquias teocraticas delOriente, mientras que en la naci6n pequefia ya el solo hecho de suexistencia es una tarea y una reflexi6n cotidiana. Contra la auto-satisfacci6n del grande Estado, que de poder hacerlo -como en el sue-iio de un Luis XIV o de un Felipe II- impondria al Universo sus

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normas propias e inflexibles, el pequefio pais expresa una insustitui-ble corriente de cultura que se nutre de divergencia y diversidadhumana; la diversidad que cuando desaparece, como en la hora masmadura del Imperio romano, indica ya la agonia de un ciclo hist6rico.La Historia se estanca como en la milenaria China que, cerrada trasde sus murallas, mantiene durante siglos las tecnicas ya adquiridas,continia viviendo del ritual mas que de la creaci6n.

Y un poco por su obligado cosmopolitismo, por su curiosidadhija de la urgencia de mirar afuera y de equilibrarse en medio de ladiscordia de los grandes, la naci6n pequefia es el mas flexible y des-interesado vehiculo de la cultura nacional. Enlaza el Oriente con elMediterrneo como los viejos fenicios, como los griegos, como losvenecianos de la Edad Media; sirve al humanismo paneuropeo comola Florencia de los Midicis o la Holanda del tiempo de Erasmo;emulsiona culturas e influencias antiteticas, para buscar, comparan-do, su propia individualidad, como parece hacerse en este momentoen la America Hispana.

Cualquier hispanoamericano (valga mi modesto testimonio) sesentia en la Europa de antes de la catistrofe con una actitud mis cos-mopolita, mas libre y desprejuiciada ante las culturas extrafias, quelos nacionales de los grandes paises europeos, quienes exaltaban loaleman para negar lo frances o lo ingles y viceversa. A travis delos libros que estudiabamos debiamos realizar la conciliaci6n, en nos-otros, de esas grandes culturas en perpetua polemica. Y es que elfrances, el ingles o el alemin podian vivir de la sustancia espiritualde sus pueblos, mientras que nosotros, en trance de formarnos, re-queriamos consultar a cada cultura -- como Edipo a la Esfinge-algo del secreto de nuestro propio destino. Ningin prejuicio nos in-hibia, como al frances, de leer el libro alemin, o al contrario. En lacultura media de un suramericano de nuestra generaci6n se revolviala prosa francesa con el ensayo ingles, la novela rusa, los libros defilosofia alemana y nuestra potente tradici6n espafiola. En aparien-cia -y para quien mirara superficialmente-, el aluvi6n. j Pero esque todo pueblo que esta surgiendo no necesita esa como inmersi6nprevia en la Historia Universal; no es recibiendo y tratando de su-perar lo heterogineo -para citar de nuevo a Hegel- como descubresu propio ser? En una misma aula universitaria, en Santiago de Chile,escuchibamos durante una temporada al frances Paul Hazard y alalemin Hermann Keyserling, al espaiol Ortega y Gasset y al norte-

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americano Waldo Frank. Tanto como lo que se pudiera aprender, era

significativo para mi la cortesia y el oido abierto a lo que nos viene

de las ms lejanas latitudes. La cultura como realidad supranacional

se nos imponia como uno de los signos mas validos de nuestra actitud

ante el mundo. Es el mismo buen didlogo ejemplar que he visto entre

profesores de diversas lenguas, en estos claustros de Puerto Rico.

Y para servir a la cultura, mis alli de todo limite nacionalista,

surgen en los paises pequefios algunos espiritus curiosos cuyo des-

tino parece ser aproximar lo contradictorio, dar a cada uno su parte,

cumplir el equilibrado balance del espiritu humano. La Historia corre

el peligro de hacerse pangermanista, panfrancesa o paninglesa y vienen

ellos a distinguir lo universal dentro de lo nacional, a explicar para

todos los que pretendian monopolizar un solo grupo. Recuerdo, por

ejemplo, entre esos ciudadanos mundiales de pequefias patrias, a un

suizo como Burckhardt, a un danes como Brandes, a un holandes

como Huizinga. Toda la ingente obra hist6rica de Burckhardt es una

revisi6n, con criterio europeo, de los temas y los momentos decisivos

de la cultura occidental. Como pocos historiadores, Burckhardt mira

vivir las formas; les desentrafia su secreto mis all de todo prejuicio

nacional. Su germanismo no choca con su italianismo y lo concilia

de modo tan armonioso, como no lo lograban algunos grandes his-

toriadores alemanes de su tiempo, id61latras de la propia naci6n. Del

mismo modo, desde su pequefia Dinamarca, da Brandis la verdadera

perspectiva europea de la Literatura del siglo xIx; resuelve en un

admirable libro lo que pudiera llamarse la poldmica franco-germano-

brit.nica sobre el Romanticismo y entiende por igual -y con el mis-

mo desinteris- a Heine, a Keats, a Vigny. Hace poco muri6 el gran

Huizinga, victima de la guerra, victima del dolor de los illtimos afios,

de la disoluci6n de esa Europa espiritual que 1l invocara en al-

gunos de los libros de Historia mas bellos compuestos en este siglo

en que la atiborrada Erudici6n reemplaza al Humanismo, la escueta

ficha al concepto, la farragosa cita al estilo.

En Hispanoamerica hemos tenido la figura, mas citada que cono-

cida, de don Andres Bello, el arquetipo del educador y el guia de un

pais pequefio para quien toda cultura, todo trabajo del espiritu, en-

riquece de universalidad el ambiente nativo. Una distinguida profe-

sora de esta Universidad, Concha Melndez, ha analizado en valioso

ensayo el admirable discurso de Bello con ocasi6n de inaugurarse la

Universidad de Chile hace mis de cien afios, en 1843. Es el discurso

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ESTUDIOS 225

de Bello una todavia valida tesis sobre lo que ahora se llama la educa-ci6n integral del hombre y la misi6n social de la cultura. Esti escritoen esa sencilla lengua, casi socratica, en que Bello velaba con elegan-cia su densa sabiduria. Contratado por el recien nacido Chile paraorganizar su educaci6n, Bello realiza una previa labor de acarreo yde critica. El hispanoamericano, el hijo de una olvidada colonia delImperio espafiol, ha visto desde su laborioso observatorio de Londres

por d6nde va la ciencia de su siglo xix: el concreto pensamiento in-

gles, con su 16gica de los hechos y su tendencia hacia lo social y lopragmitico; la Filologia, esa ciencia profundamente intuida porel romanticismo germano y que, segin las palabras de Niebuhr, era lainsustituible mensajera de la eternidad, la Historia, el Derecho. Todolo lleva, todo lo sintetiza Bello, que habla simultineamente el latinde Virgilio y el ingles de Macaulay, el frances de Racine y el es-pafiol del Siglo de Oro, para la ingente tarea de crear las primerasinstituciones culturales de un pais que comenzaba a dirigir su des-tino. Y en polemica con el gran Sarmiento, a quien ya turba una

prematura y demasiado romantica pretensi6n de autoctonismo cultu-ral, Bello defiende, sobre todo, esa sabiduria del hombre, ese legadosupranacional de la cultura que es el que afirma la necesaria con-cordia humana sobre las querellas de pueblos, de razas, de poderiopolitico.

SNo es otro ciudadano magnifico de pequefia naci6n vuestro granHostos, nuestro gran Hostos -debieramos decir mis americana-mente-, caballero errante del Espiritu, quien lieva la doble imagende su Isla y de su deseo de saber por todos los caminos del mundo?Y como entonces no puede poner caitedra en Puerto Rico la pone encada escala de su itinerario, en Santo Domingo como en Chile, ha-ciendole decir a la lengua espafiola verdades y necesidades de su pue-blo y su gente, un nuevo metodo social y un nuevo metodo didactico

que son el trofeo conquistado a las culturas extrafias, el Arbol de sabi-duria que anhelaba trasplantar a su Isla para que fecundara en cose-cha de libertades.

Era de la boniba atomica

Estamos, sefiores ---imucho cuidado!-, en la era de la bomba

at6mica. Los pueblos parecen dividirse dentro de una posible y acaso

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catastr6fica ordenaci6n futura, entre los que tengan el poder at6micoy los que no lo posean. Es, por el momento, un instrumento costosoque no estart al alcance de las llamadas naciones proletarias. Habra,tal vez, una nueva aristocracia del atomo, como lo hubo de los cas-tillos, de las cortes, de las casas de banca, del petr61leo y del acero.Esta pequefia bomba, que es el mas tremendo juguete del Diablo yante la cual las tentaciones de Mefist6feles y aquella piel de zapa enque simbolizaba Balzac lo mis imposible del anhelo humano resultansimbolos y charlatanerias de comadres, nos hace revisar muchos delos conceptos de la Ilamada Historia Universal. La bomba at6micaaniquila, de momento, toda vigencia de la poesia epica y de la teoriacarlyliana de los hlroes. Ante el poder at6mico ya no se explican niAquiles ni Bolivar. El antiguo heroe personal es impotente ahora,ante la tirania de las cosas. Es una verdadera divinidad et6nica, deaquellas que, segfin los griegos, operan en el mundo subterr.neo yhieren de sorpresa a los mortales, sin que a su oscuro escondrijollegue el clamor de la voz humana. Contra los dioses et6nicos seirguieron, llenas de voluntad y parecidas a los hombres, las solaresfiguras del Olimpo. En una gran empresa antropocentrica que se lla-ma Filosofia, Arte, heroismo moral, anduvo la Historia -- con suspequefios colapsos, sus cambios y desvios- desde el tiempo de losgriegos. Pero he aqui que hoy, ante los nuevos artilugios diab61licos,ya nada puede el espiritu del hombre, y Prometeo, otra vez, yaceencadenado. Por el mismo horror de la guerra, llegar a abolirla yconvertir como los atenienses a la Atenea Promachos en la AteneaLemnia, en la diosa de la ciudad y del trabajo pacifico, es el deberineludible de todos aquellos caballeros que, venidos desde las maslejanas comarcas del mundo, se quieren llamar -i Dios los oiga !-las Naciones Unidas. Eso mismo se dijo en Ginebra en 1920, perogeneraciones de politicos educados en la diplomacia secreta, en losjuegos de alianzas, en el peor positivismo economicista del siglo xix,en el miedo al pueblo y en la voluntad de poder, permitieron que sur-giera el fascismo y su corolario: la segunda guerra. Cuidado con noaprender, porque la tragedia de estos dias es que, a medida que avan-zan las ciencias aplicadas y el alarde t&cnico inventa no s61o losaparatos ftiles, sino tambien los intitiles, parece obturarse la mente

para la verdadera reflexi6n hist6rica, y en el trato entre hombres ypueblos se repiten, casi con exactitud matematica, los viejos errores.

Hay buenos expertos para todo: en zootecnia como en meteorologia,

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ESTUD D I O S

en gen&tica como en alimentaci6n, pero nos estin fallando, en cambio,

los autinticos peritos en cuestiones humanas. Se mide muy bien con

estupendos instrumentos de precisi6n el tiempo fisico, pero no se sabe

prever el tiempo moral. Vivimos demasiado en los ruidos del instante,

en la mas frivola actualidad, regidos por la prisa y el deseo de ganar

dinero y no queremos ocupar nuestra cabeza en ninguna reflexi6n

complicada. El ideal cultural de muchas gentes se satisface con esos

"digestos" de lectura donde un sistema filos6fico o una teoria fisica

se explican en cincuenta palabras. El buen burgues de nuestros dias

que pretende ser mas sabio que los griegos y, sin duda, mejor infor-

mado; que mira con lIstima aquellas epocas de la Historia en que 1l

no existia y no existian tampoco los fon6grafos automiticos, cree

cumplir con eso, con el sumario de noticias en el peri6dico y con dar

vuelta al bot6n de la radio, para sentirse hombre culto. Trasmitird

su repertorio de vulgaridades y lugares comunes y los chistes que

aprendi6 leyendo la tirilla c6mica, en las reuniones del club y el co-

loquio con los amigos. Mats que el zoon politikon aristotelico, este hom-

bre de hoy es el animal que se afeita, engulle de prisa, solaza su oido

con los mis inarm6nicos ruidos mecinicos y va el sibado por la noche

a hacer contorsiones de orangutan en una sala de bailes pfiblicos.

No podran -es un pleonasmo decirlo- competir las pequefias

naciones con las grandes, en esta carrera loca por la potencia militar

y la hegemonia financiera y politica que ha sido el m6vil predominante

en los dias del alto capitalismo y del imperialismo. Pero si pueden des-

arrollar -y esta es su justificaci6n- la otra fuerza hist6rica: la volun-

tad de cultura. Quizas el proceso ecuminico del hombre que llamamos

Historia Universal no sea mas que el conflicto entre la voluntad de

poder y la voluntad de cultura, entre las fuerzas de derroche y de des-

trucci6n y las de creaci6n y conservaci6n. En el ofuscado debate de los

grandes, si que pueden los pequefios -como la Atenas clhsica, como

las ciudades italianas frente al Papa y al Emperador, como Flandes

y Holanda frente al imperio espafiol y frente a Luis XIV- desen-

volver esa noble lucha que Hegel llamaba del espiritu objetivo.

La cultura, para no caer en la impotente inmovilidad y auto-

satisfacci6n de la pesada Roma imperial del siglo III o en el hieratismo

de los bizantinos, necesita este juego de tensiones, este aporte de di-

ferencias que le ofrecen los pueblos antag6nicos y distintos. Precisa-

mente esta necia y moderna aspiraci6n de uniformidad, es lo mis

destructivo para la vida de la cultura. Ella requiere -como toda

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empresa humana- lucha y antitesis. Oigamos un momento -porquenadie debate mejor el problema- a Hegel, en su Filosofia de la His-toria: "El pueblo griego -dice el fil6sofo- hubo de hacerse lo quefu. Los elementos nacionales de que se form6 eran de suyo rudosy extrailos unos a otros; es dificil determinar lo que originariamenteera griego y lo que no lo era. Esta heterogeneidad dentro de si mismaes lo primero que nos sale al encuentro y constituye un rasgo capitalde la nacionalidad griega, pues el libre y hermoso espiritu griegos610 pudo surgir por superaci6n de esa heterogeneidad. Un prejuiciocorriente sostiene que una vida hermosa, libre y feliz ha de surgirmediante el simple desarrollo de un primitivo parentesco familiar,de una raza que, desde su origen, esta unida por la naturaleza. Peros6lo la insensatez puede creer que la belleza proceda de la consan-guinidad en desarrollo homogeneo. En la planta tenemos la imagenmis pr6xima de un tranquilo desenvolvimiento; sin embargo, la plan-ta necesita el desarrollo antag6nico de la luz, del aire, del agua, etc.Aquel prejuicio tiene, pues, por base, una superficial representaci6nde la bondad natural del hombre, que es necesario abandonar, si sequiere considerar una evoluci6n espiritual. El espiritu que quiere serlibre necesita haber vencido; en los comienzos hay antagonismos.La verdadera oposici6n que el espiritu puede tener, es espiritual;es su propia heterogeneidad, mediante la cual consigue fuerza bas-tante para existir como espiritu."

En la crisis contemporinea de un sistema de vida que desarroll6lo material y cuantitativo con desmedro de lo 6tico y, en menos detres decadas, presenta el balance pavoroso de dos grandes guerrasy sefiala a la reflexi6n, para indicar otro rumbo, las ruinas de Var-sovia y las ruinas de Coventry y las multitudes desencajadas y fa-melicas que, entre las abatidas torres de Europa, ya s6lo se contentancon un pedazo de pan; desde el colapso moral de estos dias invoca-mos con nostalgia esos perdidos mundos clasicos, mundos de lasofrosine y del equilibrio, mundos de la belleza proporcionada y del serbien conducido; mundos donde Frankenstein no habia aplastado toda-via al pequeiio ser humano. Hay que devolver a la cultura -que cadadia tiende a degenerar en profesi6n, en mercenario oficio, en trabajode birbaros especializados- su inicial desinteres y su tarea de recu-peraci6n del hombre. Desde el positivismo y el auge de la burguesiaindustrial del siglo xix se nos fastidi6 demasiado diciendo que pre-cisibamos ser practicos; que habia que supeditar la educaci6n a la

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ESTUDIJOS

economia; que como eran demasiado dudosos los premios en el cielo,debiamos buscar y atesorar, sobre todo, los discos de metal que sefabrican en la tierra. C6mo el joven pobre llega a ser banquero erala iinica y mas chata epopeya que podia concebir la burguesia. Puesbien, ante el fracaso de todo eso; ante la angustia y la esclavitudmoral que nos trajo todo eso, es necesario que nuevas generacionesse enfrenten a la Historia y digan sin miedo que ya no queremos serhombres practicos; que buscamos dentro de esta civilizaci6n lo quemis le falta: el alma extraviada y sonimbula; el alma, la Niobeprisionera, el alma, la Nike que quiere volar, en medio de un labe-rinto de miquinas, de torres, de usinas, de ruidos, que levant6 el

despiadado capitalismo.

Para esta tarea moral que no se mide por pies cibicos ni tonela-das mdtricas, acaso sean mis itiles las pequefias naciones, m~s agilesy universalistas por su propia pequefiez; menos sumidas en su narci-sismo econ6mico, belico o fabril; aisladas de aquel combate por laprimacia financiera y politica que ofusca a las grandes. Despues dela carrera por lo colosal y desproporcionado en que se empeii6 elmundo moderno, a partir del illtimo siglo, quiz6s sea ahora masurgente el trabajo inverso. Volver a descubrir el matiz, la calidad,lo diferente y lo individualizado. De lo contrario (ya lo dijeron va-

rios profetas: Burckhardt, Spengler, Berdiaeff; ya se anuncia en una

terrible pigina de Los endemoniados de Dostoievski), de lo contrario

seria el total reino del Anticristo, la perdida de toda direcci6n hu-

mana, la revuelta de las cosas contra los hombres; la nueva subver-

si6n -para utilizar otra vez la mitologia griega- de los oscuros

dioses et6nicos.

Latitud de Puerto Rico

Regresamos de un viaje presuroso al travis de algunos proble-

mas de la Historia Universal. Henos de nuevo en esta humanisima

latitud de Puerto Rico donde dos millones de seres humanos, en una

area de tres mil millas cuadradas y frente al mar materno, escrutan

pateticamente su destino. Alguna vez, conversando con agiles y muy

advertidos muchachos puertorriquefios que llevan consigo toda la

seriedad y la preocupaci6n de su pais, salt6 como un argumento de

desesperanza la estrechez territorial de la isla. "Somos la mis pequeia

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de las Antillas mayores" - observaba, como iiltima palabra del de-bate, uno de esos j6venes. Y yo insisti en que eso que Puerto Ricosentia como insuficiencia fisica, era lo que lo obligaba -precisamen-te- a perfeccionarse en un ideal de cultura. Debia ser un poco comoel agonismo griego, aquel espiritu de emulaci6n que, brotando de lasapretadas ciudades maritimas de la Hlade, prepar6 para el mundouna extraordinaria hora de libertad moral y de belleza. En el pobladoarchipielago caribe, el muy poblado Puerto Rico no s61o se concibecomo gran ruta de aviones y barcos, como llave militar o emporioazucarero, sino como activa colmena de cultura. Acaso ya tenga enproporci6n de cantidad el mais alto porcentaje de estudiantes univer-sitarios de ninguna otra naci6n de nuestra lengua y es preciso que,tambiin, los tenga en calidad. Futuros sabios, artistas y t&cnicos, sonlos arquitectos espirituales de ese gran Puerto Rico. Los antagonis-mos de raza, lengua y cultura son precisamente la conciliaci6n y lasintesis que debe realizar en si el hombre puertorriquefio. Volverrominticamente al 98 espafiol seria tan absurdo como pensar quenada existi6 y nada tenia importancia antes de 1898. Lo puertorrique-fio no retrocede, sino sigue adelante. Lo puertorriqueio son todosesos impactos, esos choques y, por itltimo, esa adaptaci6n consciente,limpiamente traducida, de todas las experiencias que ha recibidoPuerto Rico: su vieja cultura espafiola y su nueva tecnologia norte-americana y tambien ese "mis ally", ese "querer mis" que es el im-petu vital de los pueblos. Si no podemos rehacer la historia ni rehusarlo que estuvo antes de nosotros, si es posible -en cambio-, con nues-tra conciencia y nuestra voluntad, poner proa hacia el futuro. Poreso en la labor de los grandes hombres, exploradores del tiempo his-t6rico, hay tanto de futuro; hay planes que no se cumplieron, hay elmarco y el campo sefialado para una tarea que corresponde a losp6steros. En America, Bolivar todavia es futuro, como Hostos yMarti tambien lo son.

Y Puerto Rico tiene que hablar a la Amrica entera. Superadoaquel insularismo que analiz6 tan bien Pedreira, Puerto Rico se hallaen el cruce e intimidad de mas de veinte naciones que desean escu-charlo. Y esta experiencia humana que aqui se cumple no puede ser-nos indiferente a quienes, sin haber nacido en la isla, la sentimos en

la fraternidad del idioma y de la empresa comn. Se encuentra ya

trazado el camino para esa nueva hora de la creaci6n puertorriquefia;

estin estas aulas repletas de estudiantes; esta esa conciencia de que

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E STUDXos 231

estudiar es ma's que prepararse para una prof esion lucrativa ; es cum-plir y servir a la comunidad a que pertenecemos ; es cumplir y servir-Si ello Cs posible- a la humanidad entera. Es tener la orgullosaf e -i y ay de la generacion que no la tenga !- de que el mundo nece-sita de nosotros. Porque, por lo menos a los veinte afios, cuando lasangre fermenta como un vino ro jo y el ideal y la esperanza no tienenlimites, es preciso pensar que el Universo se habr4 hecho me jor des-puts que reciba el tributo de nuestro trabajo y de nuestros suefios.Para quienes nacieron con apetito de historia, toda tierra es de sem-bradura y toda epoca se puede cargar de destino.

MARIANO PIC6N-SALAS

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