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Un repaso por la evolución de las acusaciones de herejía y brujería durante la Edad Media y Moderna
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Índice
Introducción ...…………….………………………………………..……2
Herejía …………………………………………………………………12
El concepto ……………………………………………………………14
Los inicios ……………………………………………………………..22
Fe ………………………………………………………………… …...25
Pobreza Voluntaria …………………………………………………….26
Herejía y ciudad ………………………………………………………..28
Igualdad social y antijerarquismo ………………………………………
29
El caso dolcinita ……………………………………………………….30
El problema cátaro …………………………………………………….32
La Inquisición y su proceso de conformación
………………………….39
La represión y aparición de los manuales de brujería
…………………...45
Relación herejía-brujería
………………………………………………..53
Mentalidad animista ……………………………………………………57
Realidad de la brujería
………………………………………………….63
Encuentro herejía-brujería
……………………………………………..65
Concepto acumulativo de brujería ………………………………….
….68
El concepto acumulativo en el Malleus
…………………………………83
Conclusiones …………………………………………………………..87
Fuentes y Bibliografía ………………………………………………….93
Anexos ………………………………………………………...………96
1
Introducción
El estudio histórico de la herejía y brujería es un problema
complejo. Actualmente estas palabras se encuentran cargadas de
connotaciones de sabor más bien siniestro y confrontacional, y es
precisamente ese problema, el de nuestra situación temporal cinco
siglos después, lo que impide acercarse y conocer realmente el
significado de la herejía y la brujería en una sociedad como la Medieval
e inicios de la Moderna.
Sin duda, el primer recurso metodológico para acercarnos a la
realidad histórica medieval es recurrir al lenguaje que entonces se
usaba y, a partir de las palabras, hurgar en el sentido que ellas
envolvían y el imaginario que podía hallarse detrás de las mismas.
En el lenguaje corriente de la época podemos distinguir
equivalencias acerca de conceptos muy dispares entre sí, como cisma,
apostasía, simonía, secta, judaísmo o brujería, conceptos heredados de
los escritores de la antigüedad cristiana y que se veían oficializados en
la nomenclatura utilizada por los jueces de los tribunales eclesiásticos.
El concepto herejía abarca un universo temático muy amplio que
no constituye ni puede constituir el propósito de este estudio
monográfico, puesto que podría extenderse más allá de las confesiones
2
religiosas alcanzando las ideologías. Sería inabordable si no contáramos
con un aparato teórico previo que nos permita delimitar el problema.
Entonces, Herejía se utilizará en su sentido estrictamente religioso,
más acotado en su relación con la fe, es decir, alcanzar la comprensión
de la actitud del hombre medieval a través del asentimiento de “algo
dado”, esto es, rigurosamente, la comunión con la divinidad. Entre los
siglos XI y XII la Iglesia configura un corpus dogmático y sacramental
que servirá de referencia estricta e incuestionable para la sociedad del
Occidente medieval. Precisamente, es en este contexto que la
“elección” (herejía) asumida por el hereje se convertirá en ruptura
estructuralmente religiosa para la civilización, que la Iglesia debía
“extirpar” para mantener la pureza de la ortodoxia, utilizando ciertos
métodos que constituyen nuestro objeto de estudio y que detallaremos
más adelante.
Esta claro que el concepto teológico de la herejía, en ningún caso
agota ni involucra todos sus aspectos históricos. Y como esta
investigación no tiene carácter teológico sino histórico, utilizaremos la
definición de R. Morghen: El historiador debe considerar hereje a quien
la autoridad religiosa de ese momento reconoce como tal 1.Ortodoxia y
herejía son dos grandes corrientes de un fenómeno que las engloba, la
civilización cristiana-occidental. Pero debe entenderse cabalmente que
esta misma civilización y la ortodoxia no constituyen un fenómeno fijo
ni estable, sino que ambas han experimentado variadas influencias, a
manera de estimulus, de parte de las herejías. Hay, pues, una dialéctica
viva que muestra una ambivalencia, a la vez destructora y creadora.
Aun así, es necesario destacar que este concepto está sujeto a
controversia. En el Coloquio de Royaumont y después en Lovaina en
1973, se discutieron largamente todos los aspectos de este fenómeno,
1 LE GOFF, J. (comp.), Herejías y sociedades en la Europa preindustrial, siglos XI-XVIII, Barcelona, 1980, p.1. Esta obra se citará en adelante LE GOFF, Herejías… (n. 1) y página correspondiente.
3
que demuestra, por una parte, la dificultad de aprehender teórica y
metodológicamente un problema que, de continuo, se le escapa por
entre los dedos al historiador, y por otra, la importancia de este proceso
en la conformación de las estructuras mentales de la civilización
cristiano-occidental.
Es preciso aclarar esto con mayor precisión. Luego de la Querella
de las Investiduras, la Iglesia medieval había salido reforzada y
enriquecida; los grandes y pequeños señores, conmovidos por las
amenazas y las sanciones económicas, comenzaron a restituir las
porciones de los bienes temporales eclesiásticos que se habían
apoderado en los siglos precedentes: iglesias, diezmos y diversas
prestaciones volvieron poco a poco a manos del clero y, en particular,
de los monjes, quienes eran los principales beneficiarios de estos
aportes2.
Es a fines del siglo IX y a comienzos del siglo X, cuando tanto
clérigos como laicos experimentaron la influencia del ideal de la vida
apostólica, caracterizado por el deseo de una vuelta a la vida en común
que había caracterizado a los apóstoles de Cristo y a la renuncia de la
propiedad privada. Así nacen diversas modalidades de asociación entre
ambos estamentos de la sociedad, como por ejemplo, los campesinos
que se pusieron bajo las órdenes de los monjes de Hirsau, como
labradores y servidores de sus comunidades, en una especie de
asociación, aunque no en igualdad de condiciones. Pero muchos, que
tenían pocas esperanzas en la institución eclesiástica, se apartaron de
ella y entablaron violentas polémicas contra el clero, como es el caso de
Pedro de Bruys y Enrique de Lausanne, quienes incitan a no pagar el
diezmo y a rechazar los sacramentos, en particular el bautismo y el
matrimonio. Se llega a una negación de la propia Iglesia y sus ritos,
manteniéndose como única exigencia una fe puramente espiritual.
2 FOSSIER, R., La Edad Media. Vol.II: el despertar de Europa 950-1250, Barcelona 1988, capitulo 9, “Una severa normalización”, por André VAUCHEZ p. 379.
4
Esto es el comienzo de una seguidilla de movimientos, tanto de
tipo violento, como el emblemático caso del Dolcino en el norte de
Italia, como de tipo más pacifico, los cuales son adoptados por muchos
fieles, quienes esperaban que la Iglesia se acomodara a la pobreza de
Cristo, pero sin animo de escisión. Aparecen personajes como Arnaldo
de Brescia y Pedro Valdo, que dado el tipo de vida que adoptan, se
consideran habilitados para ejercer libremente la función de la
predicación, lo que por supuesto, la Iglesia no estuvo dispuesta a
aceptar.
A partir del siglo XII, este clima de entendimiento entre clérigos y
laicos es sólo un recuerdo. La Iglesia refuerza los privilegios de los
clérigos y acentúa la separación del mundo profano. Se colocan todo
tipo de obstáculos entre una Iglesia que desarrollaba sus estructuras y
reforzaba su armadura jurídica, mientras las corrientes evangélicas
tendían a un espiritualismo exacerbado.3
Es sintomática la actitud, característica de algunos personajes del
clero, tanto en la forma de dirigirse a los laicos, cargada de altivez y
suficiencia, como en el lenguaje, lo que demuestra hasta qué punto la
Iglesia no estaba dispuesta a tolerar este tipo de disidencias; ejemplo
de esto es un comentario de Walter Map, curialista inglés, quien asistía
al cardenal penitenciario en el proceso a los valdenses (1179):
Hemos visto a los valdenses, gentes sencillas e iletradas, así
llamados a partir del nombre de su jefe, un ciudadano de Lyon-sur le-
Rhone… Pedían insistentemente que se les confirmara la autorización
para predicar, pues se consideraban instruidos, mientras que eran
mínimamente cultos… ¿No sería como echar margaritas a los puercos,
dar la palabra a unos simples que estamos seguros son incapaces de
recibirla y más aún de transmitir lo que han recibido? Es inviable y hay
que impedirlo…Estas gentes no tienen domicilio fijo en ningún sitio; van
3 Op. Cit., p. 379
5
de dos en dos, descalzos, visten ropas de lana y no poseen nada
siguiendo el ejemplo de los apóstoles; siguen desnudos al Cristo
desnudo. Comienzan muy humildemente, porque aún no se han
asentado. Si los dejamos actuar, nos echarán a nosotros…4.
Otro ejemplo, aunque posterior, es el caso de Dolcino de Novara,
al ser tomado prisionero, se da la noticia en los siguientes términos:
Han llegado a nosotros noticias muy gratas, que nos llenan de
gozo y júbilo, porque después de muchos peligros, fatigas, estragos y
repetidas incursiones, ese demonio pestífero, hijo de Belcebú y
horrendísimo heresiarca, Dolcino, se encuentra finalmente preso, con
sus secuaces, en nuestras cárceles…5
He aquí dos ejemplos que nos hablan de la actitud de una parte
significativa de los clérigos ante la herejía, usando un lenguaje cargado
de simbolismo e imaginería.
Es imposible no mencionar al movimiento disidente más
importante y más peligroso para la Iglesia medieval: el Catarismo, que
estudiaremos en profundidad; una verdadera Iglesia al margen de la
Iglesia oficial, con jerarquía y estructuras, quienes no dudaron en
desafiar a los católicos con motivo de controversias publicas en que no
faltaron argumentos para denunciar las indisciplinas del clero y su
ignorancia teológica. En este caso, la respuesta de la Iglesia Católica, a
través de Inocencio III, fue clara y terminante: la eliminación de estos
herejes con la represión más dura hasta el momento, la convocación de
una Cruzada en las mismas tierras cristianas.
La Iglesia fue conducida por las circunstancias a tomar conciencia
de esta situación. En un comienzo los cátaros no se diferenciaban de
otros movimientos heréticos. Sólo a fines del siglo XII comenzaron a
4 Op. Cit., p. 3805 HISTORIA DE FRAY DOLCINO, HERÉTICO, actas del Santo Oficio de Bolonia; actas
del proceso tridentino de 1332-1333, citado en GUGLIELMI, N., Marginalidad en la Edad Media, Argentina 1998, p. 285.
6
aparecer algunos textos eclesiásticos que ponían en evidencia los
aspectos de su doctrina, conocidos como manifestatio. Las primeras
condenas fueron poco eficaces, porque iban dirigidas indistintamente a
varios movimientos conocidos, actitud que denominaremos condena
asistemática.
A través de diversas formas el papa Inocencio III fue capaz de
discernir entre estos movimientos a algunos a quienes aceptó, como los
humiliati, franciscanos y en cierta forma a los valdenses, y aplastando
otros, como los cátaros, convocando contra éstos la cruzada en 1208 e
instituyendo la Inquisición. A finales de siglo, el Catarismo sólo
subsistía alejado de todos los centros urbanos y bajo formas populares
asociados a creencias folclóricas, como analizaremos en este estudio.
Tras la caída de Federico II en 1250, el triunfo político de los
papas fue acompañado por una liquidación completa y definitiva de las
herejías, que sucumbieron, según André Vauchez, bajo el peso de una
Inquisición de la que los mal pensantes no podrían librarse en lo
sucesivo6. Esto es lo que podríamos denominar, historia oficial.
Georges Duby ha interpelado a tomar conciencia clara de un
hecho muy importante en la historia de la civilización europea: la
permanencia y la ubicuidad de la herejía, siempre decapitada y siempre
renaciente bajo múltiples formas. Se pueden situar los períodos de
vitalidad y las fases de relajación, es decir, se puede situar al hereje en
“el proceso histórico”. Durante este proceso las herejías, “vencidas o
sofocadas”, son permanentes, abundantes, endémicas, incluso
necesarias, vitales, orgánicas, pero siempre terminan derrotadas. Con
la ruptura luterana, que hizo estallar un mundo que se suponía unitario,
las herejías fueron toleradas con indiferencia cada vez mayor hasta ser
aceptadas. Desde este momento, la función del hereje, en relación
consigo mismo y los demás, cambia radicalmente. Esta es la razón por
6 VAUCHEZ, A., p. 379
7
la cual el medievalista y el modernista no pueden estudiar la herejía de
igual manera, porque el progreso de las técnicas de expresión —la
imprenta y la predicación—, que son las armas de la herejía, ya no son
las mismas. Además, el clima de conjunto no es el mismo al sufrir una
“mutación decisiva”7. De hecho, para algunos especialistas no hay
herejía en la Época Moderna, sino brujería, con lo cual, se cambia
claramente la figura y la acusación.
Hay una dificultad para definir al hereje y esto es lo complejo
para los historiadores: reconocerlo a través de los documentos.
Partiremos de las definiciónes teólogicas, pero en el trayecto nos
daremos cuenta que la tarea más compleja es distinguir con exactitud a
aquellos que en un momento determinado, fueron designados por
algunos de sus contemporáneos como herejes. Según Duby, la empresa
es muy delicada e incluso se pregunta el ilustre historiador si esto será
posible, en un medio tan fluido, que escapa a cualquier límite8.
Es necesario aclarar que la orientación de la investigación histórica
tratará de distinta manera, según trate de la formación de una doctrina
herética, de su difusión, o, en este caso, de las acusaciones de que
fueron objeto. Se estudiarán, pues, las acusaciones y no la doctrina y su
difusión.
La historia, por lo general, no puede conocer más que la herejía
visible, pero se le escapan las herejías ocultas y aquellas que por su
capacidad mimética se confundieron con la ortodoxia. Por esto es
importante situar con exactitud las que aparecen claramente en los
documentos, los cuales, en este caso, solamente pueden ser
suministrados por la jerarquía, porque intentar analizar desde otro
punto de vista, tropezaría con obstáculos insuperables9.
7 DUBY, G., en LE GOFF, Herejías… (n. 1), p. 3078 Op. Cit., p. 3069 DUBY G., en LE GOFF, Herejías (n. 1), p. 308
8
Entonces, es vital destacar la importancia que tiene para este
estudio la represión en la historia de la herejía. Ya hemos indicado que
la ortodoxia promueve la herejía al nombrarla y condenarla; además de
esto, reabsorbe a más de una herejía, reconciliándose con ella y
apropiándosela (San Francisco y la orden franciscana). Pero el hecho de
castigar, de perseguir, crea todo un arsenal que sobrevive a la herejía y
que estaba destinado a hacerla desaparecer, que tal es el caso de la
Inquisición y del concepto acumulativo de brujería. El historiador debe
considerar atentamente estas instituciones de detección y represión,
desde el punto de vista de que crean determinadas actitudes mentales,
la obsesión por la herejía y, posteriormente, por la brujería. Nos parece
que, con toda esta tradición, se crea entre las autoridades de diversas
épocas la convicción de que estos fenómenos son peligrosos, que están
ocultos y que, por consiguiente, hay que detectarlos por todos los
medios. Consecuentemente con esta convicción, algunos intelectuales
crearon un material que es objeto de estudio de esta investigación: los
manuales de brujería. Ellos hicieron posible una sistematización de
las acusaciones al objetivar toda la carga teórica que se había creado
con el tiempo desde la aparición de las distintas doctrinas heterodoxas
en la Edad Media hasta comienzos de la Edad Moderna.
La forma en que se ha estudiado este complejo problema sería
imposible de abarcar desde el punto de vista meramente conceptual,
por la naturaleza misma del tema. Encasillarlo es virtualmente
imposible ya que los ángulos de estudio son diversos y requieren la
ayuda de varias ciencias como la antropología, etnología o psicología.
El problema se complejiza aún más al tratar el tema de la brujería,
Julio Caro Baroja, enfrentando las criticas a su libro “Las brujas y su
mundo”, increpa a los historiadores generalizantes diciendo que
manejan demasiado fácilmente los conceptos de edad histórica para
establecer diferencias de calidad y cantidad, utilizando conceptos de
contenido vago y fluido, a los que asignan significaciones que dan como
9
profundas y concretísimas y que no son ni lo uno ni lo otro, es decir, se
habla hace varios años de Occidente y Civilización Occidental,
utilizando el concepto de continuo 10. Para efectos de investigaciones de
este tipo, de ideas y mentalidades, esta continuidad desaparece, ya que
“Occidente” no es un continuo, a lo más es una multiplicidad de
continuos, donde se entrelazan diversos aspectos, tanto del pasado
primitivo, pasando por la herencia clásica y el cristianismo. Ahí es
precisamente donde reside el conflicto, ya que no se puede remitir los
procesos brujescos a una época determinada ni a un momento preciso,
eso ya sería una tarea sin fin, lo que pretendemos en esta investigación
es estudiar lo que la autoridad de una época determinada veía como
peligroso y que pensaba debía atacar con todas sus fuerzas. A esto lo
llamaremos, de acuerdo con Peter Burke: control social, punto de
partida de nuestro estudio.
Definiremos control social de la siguiente manera: “Expresión
sociológica tradicional para describir el poder que la sociedad ejerce
sobre los individuos por medio de la ley, la educación o la religión.”11.
Dejando de lado la pregunta básica acerca de qué es la sociedad, qué
no es objeto de este estudio, establecemos para efecto de esta
investigación que el consenso social existe y que la sociedad tiene un
centro; entonces control social es la imposición del consenso sobre las
normas y los mecanismos para el restablecimiento de un equilibrio
amenazado por las “desviaciones sociales”, que en este caso serían las
herejías y posteriormente la brujería.
La pregunta si los valores de la clase dominante son o no aceptados
por los dominados, en determinado momento y lugar, es difícil de
responder. Según Gramsci, la clase dominante no gobierna por la
fuerza (o en todo caso, no por la fuerza solamente), sino por la
persuasión. La persuasión es indirecta: las clases subalternas aprenden
10 CARO BAROJA, J., Vidas mágicas e Inquisición I, Istmo, Madrid, 1992, p. 21 y ss.11 BURKE, P., Historia y Teoría Social, México, 1997, p. 101.
10
a contemplar la sociedad a través de los ojos de sus gobernantes,
debido a la educación y también a su lugar en el sistema12.
Por la imposibilidad de definir la sociedad medieval y moderna de
una manera unitaria, debemos tomar en cuenta la relación entre los
gobernantes y gobernados según la definición anterior de la siguiente
manera: Guerreau sostiene que la Iglesia medieval englobaba todos los
aspectos de la sociedad, ejercía un control estrecho de todas las normas
de vida y estaba, desde ese punto de vista, en posición de cuasi
monopolio, lo que el autor llama ecclesia13. Siguiendo este
razonamiento, el conflicto básico de este estudio es la relación de
hegemonía-resistencia de una sociedad en permanente cambio y la
forma en que esta ecclesia, espina dorsal de la Europa medieval, lleva a
cabo la vigilancia espiritual de sus dirigidos.
Pierre Bourdieu llama a este tipo de hegemonía, violencia
simbólica, referida a la imposición de la cultura de la clase dominante
a los grupos dominados y, especialmente, al proceso por el cual esos
grupos dominados reconocen la cultura dominante como legítima y su
propia cultura como ilegítima. Ejemplos de esto van desde la historia
del lenguaje hasta lo que corresponde a esta investigación, la de los
curanderos populares convertidos en herejes o criminales al colgarles
la etiqueta de “brujos”, y obligados a confesar sus actividades como
literalmente diabólicas14.
Entonces, los objetivos de este estudio serán:
1.- Relacionar las distintas formas de conducta herética y analizar
sus características principales en los siglos XIII y XIV, utilizando el
estudio de casos en el fenómeno Cátaro y Dolcinita
12 Op. Cit., p. 103.13 GUERREAU, A., El futuro de un pasado, la Edad Media en el siglo XXI, Barcelona,
2002, p.23 y ss.14 BURKE, P., Historia y Teoría (n.11), p. 101.
11
2.- Analizar e interpretar el concepto acumulativo de brujería,
consecuencia del proceso canónico acusatorio.
3.- Analizar la evolución de las acusaciones desde Nicolás Eymeric,
con el Directorium Inquisitorium (1376) hasta el Malleus
Maleficarum (1486) de Sprenger y Kramer, poniendo especial
énfasis en dos aspectos:
a) Progresiva importancia de la figura del demonio en la sociedad
de los siglos XIII y XIV
b) Cambio de la figura acusatoria, del hereje a la bruja
Nuestra hipótesis consiste en que existe una relación evolutiva
entre los conceptos herejía y brujería, puesto que se producen distintos
cambios en las acusaciones que la jerarquía de la Iglesia Católica
emprendió en contra de los disidentes al sistema establecido. En un
comienzo estas acusaciones son asistemáticas, porque fueron
confundidas con las herejías iniciales o teológicas de los primeros siglos
del cristianismo. Pero posteriormente la realidad de estos movimientos
hizo que se tuviera que reaccionar con fuerza, con medidas cada vez
más sistemáticas y elaboradas. Gran culpable de esta reacción fue la
herejía catara, verdadera anti-Iglesia que hizo reaccionar a las
autoridades de la época. Las consecuencias de esta reacción eclesial
son variadas, desde la institución de la Inquisición, en manos de los
dominicos comisionados para investigar en terreno la efectiva
desaparición de la herejía cátara, hasta una definición doctrinal durante
el desarrollo de los concilios lateranenses. Además, tuvo una
consecuencia que importa en nuestro estudio, cual es la creación de
uno de los primeros manuales para uso de los inquisidores, el
Directorium Inquisitorium, de Nicolás Eymeric, primera obra de
carácter sistemático y acumulativo de las acusaciones acerca de los
herejes. En Eymeric hay un elemento importante que merece ponerse a
12
la vista: negaba éste que hubiese formas de herejía que pudieran
quedar fuera del alcance de la brujería. Nos parece importantísimo en
esto, el comienzo de la relación entre los dos conceptos en la cultura
escrita, lo que a la larga conduciría a la gran caza de brujas del siglo
XVI y XVII.
Este encuentro herejía–brujería de ningún modo fue directo e
inmediato, más bien se dio paulatinamente un cambio en el concepto
acumulativo de brujería, que llevó a constantes coincidencias en las
esferas de los dos conceptos. La gran acumulación de todo este proceso
fue el manual conocido como Malleus Malleficarum, de los dominicos
Jacob Sprenger y Heinrich Kramer, tratado de gran importancia que
hizo accesible a todo el mundo europeo el concepto acumulativo de
brujería, publicado por primera vez en 1486 y reimpreso en treinta
ocasiones antes de 1520. Este manual es más que una síntesis de una
diversidad de opiniones sobre las brujas y su recopilación en un tratado
bien estructurado. También proporcionó un soporte teológico a las
ideas que proponía y asesoramiento legal sobre cómo instruir causas
por brujería. Tal vez lo más importante: declaró de manera decidida
que quienes negaban la realidad de la brujería eran herejes.
Considerados en conjunto, estos manuales lograron que las clases
eruditas tomaran conciencia del problema y se convencieran de su
realidad.
Por lo tanto, desde el siglo XI al XVII, la población europea vivió
un proceso sistemático y evolutivo, que consistió en la creación de un
concepto acumulativo, el que parte de la realidad de las herejías hasta
la creación de un estereotipo brujesco, que la sociedad sentía como real
y peligroso. Esto da origen a un sistema articulado de acusaciones.
Lo que nos proponemos estudiar es la evolución de estas
acusaciones en los siglos XIII y XIV, analizando exhaustivamente estos
manuales, de uso común en la época: El Directorium Inquisitorium
13
(1376) y el Malleus Maleficarum (1486).
Estudiando estos manuales, nos proponemos demostrar la
objetivación de las acusaciones, de asistemáticas a sistemáticas, a
través de un proceso de articulación de la vigilancia espiritual realizado
por la Iglesia Católica, garante de la fe, frente a las desviaciones que
amenazaban con desestructurar los cimientos de la religión, en especial
luego de la disidencia cátara.
14
Haeresis est sententia humano sensu lecta —escripturae sacrae contraria—
palam edocta— pertinaciter defensa.Haeresis graece, electio latine.
Matías Paris, 1235.
Herejía
Al realizar un estudio acerca del problema herético, lo primero
que al estudioso llama la atención, es que las definiciones utilizadas en
los primeros siglos del cristianismo para referirse a las herejías son, en
verdad, distintas a las que surgirán después. Las primeras “herejías” de
los siglos III al VI, las llamadas “heterodoxas” o “iniciales”, no reflejan
el concepto tal como se entendió en el siglo XI. Lo que en aquella época
se llamó herético, cambió progresivamente su significado. Al aparecer
un nuevo tipo de desobediencia, completamente distinto a las primeras
discusiones acerca de la naturaleza de Cristo. Estos fenómenos nuevos,
no fueron, en un principio, preocupación especial de la Iglesia; de
hecho, la respuesta a estos movimientos fue tentativa, y se fue
ajustando con el tiempo. Ello obliga al historiador a proponer un
acercamiento multidisciplinario al concepto de herejía, utilizando la
mayor cantidad posible de enfoques, ya sea el teológico, antropológico,
sociológico y, por supuesto, el histórico. Debido a la escasez de fuentes
documentales de parte de los grupos disidentes, el historiador se
encuentra frente a un problema metodológico complejo, puesto que
15
ninguno de los enfoques, aisladamente, reflejan en su magnitud el
problema. Sólo podemos observarlo a través del punto de vista
eclesiástico, es decir, desde la visión de los represores.
Enfrentados, pues, a esta difícil aproximación, consideramos que,
necesariamente, esta investigación debería orientarse alrededor de las
siguientes líneas:
1.- La disidencia puede estudiarse históricamente, es decir, de manera
dinámica, distinguiendo en su desarrollo procesos. La realidad histórica
de la herejía, según Le Goff15, está constituida por los fenómenos de
marginación, que pueden llevar a la exclusión de la sociedad y luego a
la recuperación o reintegración. En el caso de nuestro estudio, esta
“reinserción” del hereje a la sociedad se lleva a cabo a través del
aparato represor que va paulatinamente acompañando a la Iglesia en el
proceso de identificación e investigación de las acusaciones de delitos
heréticos.
2.- ¿Qué es más importante?, ¿acaso la evolución de la disidencia misma
o el concepto que de ella tenga la sociedad?, Julio Caro Baroja16 piensa
que en el curso de los siglos lo que cambia no es la bruja misma, sino el
ambiente en que ella se mueve. Por su parte, Jean-Claude Schmitt17, al
estudiar los fenómenos heréticos de los siglos XIII al XV, considera que
ellos no manifiestan cambios tan significativos. La herejía y la conducta
de los herejes han permanecido casi idénticas en el tiempo. Sin
embargo, los fundamentos ideológicos que dan pie a las sospechas de la
Iglesia y de la misma sociedad, muestran una gama variada que va
desde las acusaciones de herejía propiamente tales, pudiendo llegar
hasta por vagancia, como se advierte en los beguinos y begardos, al
15 LE GOFF, J., Lo maravilloso y lo cotidiano en el Occidente Medieval, Madrid, 1994, p.130 y ss.
16 CARO BAROJA, J., Las brujas y su mundo, Barcelona, 1997, p.18.17 SCHMITT, J. C., La herejía del Santo Lebrel. Guinefort, curandero de niños desde el
siglo XIII, Barcelona, 1984, p.9.
16
verse asimilados los mendigos con dichos grupos rebeldes. Ello no hace
más que demostrar el amplio rango en el que se mueven los delitos
llamados “heréticos”.
3.- En busca de la justificación ideológica del fenómeno más amplio que
la herejía, llegamos a la marginación y la exclusión. Conocer las
motivaciones generales de la sociedad nos permitirá delimitar el ámbito
en que se mueve la herejía como tipología de estudio. En este caso,
insertaremos a los herejes dentro de los “excluidos o destinados a
exclusión”, diferenciándolo de otros tipos, como los despreciados (los
que ejercen oficios deshonestos), los marginados (locos, mendigos,
usureros) o los marginados imaginarios (monstruos, hombres salvajes).
Los herejes representan un peligro para la sociedad medieval,
“comunidad sagrada” o ecclesia, que tiene como características ser una
cristiandad cerrada, temerosa, viviendo en un clima de inseguridad
material y mental, tendiendo a la simple reproducción, sospechando de
todos aquellos que, consciente o inconscientemente, amenazan este
frágil equilibrio.
Este miedo a individuos o grupos peligrosos se centra alrededor
de algunas obsesiones, como la enfermedad y el cuerpo, la identidad
(fobia a los judíos y extranjeros), el repudio a lo contranatural
(sodomitas y monstruos), necesidad de estabilidad física y social. Por
ello la condenación a los vagabundos y errantes, al trabajo, en un
comienzo despreciado por ser consecuencia del pecado original, es
rehabilitado y convertido en valor de la sociedad que se lanza al
crecimiento económico a partir del siglo XIII, excluyendo a ociosos y
mendigos. Finalmente, la obsesión de la religión, referida al amplio
marco de la herejía, convirtiendo a éstos en los marginados y excluidos
por excelencia, creándose etiquetas de segregación y desprecio, por
ejemplo se les llamaba zorros, lobos, serpientes, monos y arañas, por
nombrar algunos.
17
El Occidente medieval, acosado por el miedo a la contaminación
ideológica, muestra una actitud vacilante en cuanto a la exclusión.
Según Le Goff, lo que prevalece es una actitud ambigua, ya que la
cristiandad medieval parece detestarlos y admirarlos a la vez; los
mantiene a distancia, pero fija esa distancia de manera que los
marginados estén a su alcance. Tiene necesidad de esos parias
apartados, porque si bien son peligrosos, al menos están visibles.
Además, en virtud de los cuidados que les prodiga (nosotros
agregaríamos la condena que se les imparte), se asegura la tranquilidad
de conciencia y, por último, proyecta y fija en ellos, de manera algo
mágica, todos los males que aleja de sí18.
El concepto
Etimológicamente hablando, herejía proviene del griego αϊρεσις,
que significa elección. En esta definición los teólogos observan que
existe herejía cuando ante lo dado intrínsecamente homogéneo por la
ortodoxia, el espíritu decide dividir esa unidad objetiva para eliminar,
de acuerdo con su propio juicio, tal o cual elementos en juego. Cuando
en el siglo XII los teólogos occidentales reflexionaron no sólo sobre
aquello que juzgaban ser la fe, sino también sobre las condiciones y los
valores de su aceptación, recurrieron lucidamente a este sentido
etimológico y lo convirtieron en eje de los diversos elementos
psicológicos y sociológicos observables en el fenómeno de la herejía.
Inteligente decisión, a juicio de Chenu, mediante la cual se dedicaban a
delimitar el carácter propio de la herejía, mientras que en el lenguaje,
entonces corriente, heredado de los escritores patrísticos, oficializado
en los tribunales eclesiásticos, las equivalencias continuaban actuando
18 Op. cit., p.135
18
sobre realidades muy dispares, como cisma, apostasía, simonía, secta,
judaísmo o brujería, entre otras19.
Ateniéndose a esta etimología, el concepto puede extenderse mucho
más allá del ámbito religioso, llegando a las ideologías, ya que ellas
suponen la entrega a una causa, como una especie de destino cuasi
providencial en el interior de una colectividad estrictamente unificada.
Dado el amplio alcance del concepto, éste se utilizará en el sentido
estricto del dominio de la religión medieval, más concretamente en
relación con la fe, es decir que estas categorías tienen vigencia y
sentido en la comunión con la divinidad y la sociedad medieval. Por la
extensión que significaría definir satisfactoriamente la sociedad
medieval y moderna de una manera unitaria, utilizaremos una
definición que, a nuestro juicio, expresa de manera satisfactoria la
importancia de la Iglesia dentro de la sociedad medieval; es la
propuesta por Alain Guerreau, quien dice que esta institución
englobaba todos los aspectos de la sociedad, ejercía un control estrecho
de todas las normas de la vida social, y estaba, desde ese punto de
vista, en posición de cuasi monopolio, por lo tanto, toda interpretación
parcial es inevitablemente falsa: el clero y sus innumerables
subdivisiones, las edificaciones, las tierras y las rentas, el culto y los
sacramentos, el dominio sobre las reglas de comportamiento, la
utilización de un punto de referencia fijo y único (la Biblia y San
Agustín), el sistema de enseñanza y el control sobre la lengua culta, el
control del tiempo y de la cronología, el sistema de beneficencia, el
poder sobre el sistema de conocimientos y la visión del mundo; cada
uno de estos elementos, lo que en cierta manera “constituye” lo
19 CHENU, M. D., “Ortodoxia y Herejía. El punto de vista del teólogo”, LE GOFF, Herejías (n. 1), p. 2
19
esencial de la sociedad medieval; sólo tenían sentido por su inserción
en el conjunto. Todo esto es lo que este autor llama ecclesia20.
Siguiendo este razonamiento, el conflicto básico es la relación de
hegemonía-resistencia de una sociedad en permanente cambio y la
forma en que esta ecclesia, espina dorsal de la Europa medieval lleva a
cabo la vigilancia espiritual de sus dirigidos.
Entonces, será ortodoxo quien da su consentimiento al conjunto de
verdades admitidas, aun cuando estas verdades evolucionen en el
tiempo con las distintas regulaciones de los concilios y edictos papales,
producto del desarrollo histórico de la Iglesia cristiana. Será hereje,
aquel que, por razones que se deben examinar tanto psicológica como
sociológicamente, separa su elección, en tal o cual contenido del
misterio. Teológicamente, herejía será verdad, aunque verdad parcial,
que como tal, se convierte en error, en tanto se toma como verdad
total21.
El hereje cometerá las siguientes faltas: 1º.- Impertinencia hacia
el dios cuya palabra pretende escuchar y 2º.- Distanciamiento y pronto
ruptura hacia la comunidad cuyo consensus es, sino una regla jurídica,
al menos una base dogmática de los misterios divinos.
Las anteriores definiciones son dadas por Chenu, teólogo, pero es
importante resaltar que el historiador debe considerar hereje a quien
las autoridades religiosas reconocen como tal, según señalan la mayoría
de los historiadores especialistas. Además, señala que incluso la
ruptura con la comunidad no basta para constituir herejía, como bien
indica Morghen22, sino que hace falta que el individuo y el grupo tome
20 GUERREAU, A., El futuro de un pasado, la Edad Media en el siglo XXI, Barcelona, 2002, p.23 y ss.
21 CHENU, M. D., Ortodoxia y Herejía. El punto de vista del teólogo, en LE GOFF, Herejías (n. 1), p.3
22 Op.cit. p.5
20
conciencia de la separación y la admitan. Por eso Manselli23 concuerda
en que el punto fundamental de la herejía es la conciencia de estar
separado.
Por lo tanto, la opinión teológica de la herejía que antes se ha
comentado concuerda en cierto modo con la de Isidoro de Sevilla, para
quien heretici, qui de eclessia reccesserunt, es decir, es hereje el que
ya no acepta o critica los dogmas cristianos y rechaza el magisterio de
la Iglesia que anteriormente reconocía. La mayoría de los historiadores
concuerda en reconocer que el hereje no es ni un anormal ni un
neurótico, sino un hombre preocupado por la verdad al que el dogma de
las verdades reveladas ya no le satisface, y que puede ser inducido a
este estado por razones personales, de orden metafísico, o por
constataciones sociales, que le hacen percibir en la sociedad cristiana
constituida, anomalías o desviaciones que ya no corresponden a las
directrices iniciales.
Siguiendo el razonamiento, esta actitud puede ser obra de un solo
individuo, el que puede llegar a representar las mismas aspiraciones, o
las mismas necesidades de reforma, o plantearse los mismos
problemas, según Thouzellier24: desde un principio no existe un hereje
aislado, o bien por aislado que esté, no lo sigue estando mucho tiempo;
tarde o temprano reunirá a su alrededor un grupo de adeptos que lo
seguirán por las razones anteriormente mencionadas. Del iniciador sólo
quedará la denominación original, por ejemplo “valdenses” por Pedro
Valdo, “dolcinitas” por Dolcino de Novara o “husitas” por Juan Hus.
Cuando el hereje se separa de su medio social primitivo para
formar otro, que generalmente es reconstituido en sus elementos
esenciales, nace la originalidad del grupo herético, que consiste en la
23 Op.cit. p.624 THOUZELLIER, C., Tradición y resurgimiento en la herejía medieval.
Consideraciones, en LE GOFF, Herejías (n. 1), p.75
21
nueva forma de vida de sus miembros, que contrasta con la colectividad
de la que proviene. En general, una Iglesia herética representa una
familia de adeptos a una misma creencia que, a medida que evoluciona,
se organiza en jerarquías y constituye sus cuadros25. Esto quedaría
fielmente representado en el caso cátaro y dolcinita, que analizaremos
más adelante.
Sostiene Morghen que las herejías de la Edad Media, aún dentro
de la variedad de sus proposiciones, tienen un punto de partida y de
llegada común: la actitud de polémica y de lucha que todas adoptaron
hacia la Iglesia romana y la jerarquía, ya fuera porque deseaban un
retorno antihistórico a la Iglesia apostólica de los primeros siglos, ya
fuera porque aspiraban a la creación de una nueva Iglesia que, según
se creía, sería más fiel a las enseñanzas del Evangelio que la Iglesia
romana26.
Entonces, las principales características generales de la herejía
son: ruptura con la ortodoxia y con las leyes unánimemente reconocidas
en la Europa medieval; es, también, tradición y resurgimiento de
oposiciones antiguas y tenaces, que se han filtrado a través de los siglos
y reaparecen adoptando nuevas formas aprovechando ciertas
condiciones.
Aunque de cierta manera lo anterior define en general al hereje,
la complejidad histórica de los movimientos heréticos no se debe
minimizar ni simplificar. Para no formar puntos de vista preconcebidos,
hay que comprender que estos movimientos de reforma nacen desde
dos planos: de los medios populares y de los medios cultos. El primero,
de la necesidad de encontrar religiosidad y las respuestas que la Iglesia
no entrega, el segundo por las polémicas escolásticas, de carácter
25 Op.cit. p.7626 MORGHEN, R., Problemas en torno al origen de la herejía en la Edad Media, en LE
GOFF, Herejías (n.1), p.91.
22
dogmático o evangélico, o las polémicas en el plano político. Todas
tienen como punto de partida común combatir la hegemonía
eclesiástica posterior a la reforma gregoriana y luego, porque las
medidas tomadas por ésta parecieron insuficientes
Las herejías cultas, también llamadas herejías dogmáticas,
teóricas o intelectuales, son obra de teólogos o filósofos, que en algunos
casos fueron condenados como herejes por las diferencias en relación
con el dogma ortodoxo de la Iglesia. Frente a estos herejes no puede
constatarse de manera general la frase de los teólogos no hay hereje
aislado, porque ellos pudieron tener discípulos, sin que por esta razón
fueran iniciadores de una secta herética organizada, pudiendo incluso
ocurrir lo contrario, porque la Iglesia intenta a toda costa aislar a estos
herejes.
El grupo social al que pertenecen no está constituido por otros
herejes, sino por otros eruditos, cuya intención no es hacer alejarse
necesariamente de los dogmas. Sus propuestas son discusiones
intelectuales, favorecidas por los métodos escolásticos, por lo tanto no
pretenden oponerse a la fe o al dogma.
A pesar de esto, a veces los herejes cultos dieron origen a herejías
populares o a sectas heréticas, como el ejemplo de Juan Wiclef, erudito
teólogo de la Universidad de Oxford, que fue acusado de hereje al final
de su vida, pero jamás quiso crear una secta; luego de su muerte los
lolardos se convirtieron en sus seguidores y constituyeron secta
herética. Igual caso presenta Juan Hus, quien al ser invitado a explicar
sus ideas murió en la hoguera en el Concilio de Constanza en 1415. No
creó secta herética, pero a su muerte los husitas reivindican sus
enseñanzas y lo convierten en héroe nacional suizo.
23
Según Grundmann27, hay que tener en cuenta las diferencias que
existen entre los heresiarcas o herejes originales y los sectadores de
herejías preexistentes, porque más de una vez herejías nuevas se
insertan en antiguas y se mezclan con ellas, ya que existen razones
para admitir que una secta herética no conserva nunca la doctrina de
su heresiarca epónimo sin alterarla. “Creo que la determinación y la
estructura social de una secta herética pueden asimismo sufrir cambios
y modificaciones”28, concluye Grundmann.
¿Qué es lo que llamamos precisamente “popular” en la sociedad
medieval?
Para la época medieval, puede designarse como popular todo lo
que no sea clerical o monacal o docto, es decir, todo lo laico. En la Edad
Media, los laicos, incluidos los nobles, son generalmente analfabetos,
por lo tanto, incapaces de leer la Biblia o cualquier otro texto en latín, y
como el carácter fundamental del cristianismo es ser una religión
basada en un libro principal, su contraparte fue una cultura por sobre
todo oral y en lengua “vulgar”. Entre estas dos culturas, “cuyo
enfrentamiento, nos parece, ha representado uno de los rasgos más
importantes se la sociedad feudal, existían unas relaciones complejas,
en que la incomprensión llegaba hasta una hostilidad abierta, sin
impedir empero, algunos intercambios, favorecidos en ocasiones por los
mismos conflictos”29.
Por esto mismo, son oyentes aunque no lectores, escuchan a los
predicadores, a los poetas, a los juglares y, por supuesto, a los herejes.
Y, teológicamente hablando, el punto de partida de una herejía es casi
siempre el esfuerzo de alcanzar la intellectus fidei, inteligencia de la fe,
27 GRUNDMANN, H., Herejías cultas y herejías populares en la Edad Media, LE GOFF, Herejías (n. 1), p.159.
28 Op. cit., p.160.29 SCHMITT, J. C., La Herejía del Santo Lebrel. Guinefort (n.17), p.11.
24
y como pocas herejías medievales se basaron en una inspiración
inmediata: había que leer la Biblia para correr el riesgo de ser hereje.
Por ello es casi imposible que un laico se haga hereje sin haber sido
arrastrado a la herejía por herejes más cultos que él, es decir, por la
propaganda herética30. Es importante recalcar que casi todas las
herejías, incluido el catarismo, se apoyan en la Biblia y aportan una
interpretación distinta a la que ofrece la ortodoxia, entonces las causas
que arrastraron a una persona a la herejía y le mantienen en ella,
difieren de las que permitieron el nacimiento de dicha desviación
religiosa.
Más claramente lo plantea Schmitt, señalando que existe una
relación entre una cultura escrita, latina, urbana y clerical, garante de
la ortodoxia, dotada de un poder espiritual y temporal y productora de
nuestros textos, y una cultura distinta, popular, oral, en lengua
vernácula, campesina, laica, igualmente cristiana (aunque en sentido
diferente) y tomada como “objeto de represión”31. Este llama a la
primera “cultura intelectual” y a la segunda “cultura folclórica”, para
evitar el amplio sentido del concepto popular.
Una de las grandes diferencias entre las herejías cultas y las
populares es que la gran mayoría de las segundas, que recogían de
modo tosco doctrinas de origen más sofisticado, fueron condenadas por
la ortodoxia. Diferencia fundamental para explicar la relación entre las
dos, ya que generalmente el paso de lo culto a lo popular se efectúa en
forma indirecta. Lenta y paulatinamente son penetradas las creencias
populares con polémicas que tienen su fuente en las escuelas o
discusiones eruditas. Y aunque según Leff32 no es una relación de
causalidad, es decir, las teorías cultas serían una fuente directa de las
30 GRUNDMANN, H., en LE GOFF, (n. 1), p.167.31 . SCHMITT, J. C, La Herejía (n.17), p.22.32 LEFF G., Herejía culta y herejía popular en la Edad Media., LE GOFF, Herejías (n.
1), p.167
25
creencias populares, a menudo, existe una sorprendente relación entre
unas y otras.
Este mismo autor plantea que existen tres momentos de
convergencia entre las dos esferas a fines de la Edad Media, claves
para entender el proceso de evolución religiosa, intelectual y social que
dio origen a las intensas persecuciones masivas del fenómeno herético.
1.- En 1220 hizo su aparición el último de los movimientos reformistas,
el de las órdenes mendicantes, aceptados por la Iglesia; un siglo más
tarde, estos movimientos perdieron su fervor inicial y se
institucionalizaron en la Iglesia con el aumento de sus riquezas, en
especial de los franciscanos. El descontento que antes fue canalizado en
estas ordenes y su precepto de pobreza, cuyo principal representante
fuera Francisco de Asís, desencadenó una serie de movimientos
irregulares. Desde el punto de vista religioso, el desarrollo de estos
movimientos no reconocidos por la Iglesia, marca la diferencia entre el
año 1200 y el 1300. Estos medios no eclesiásticos se convirtieron en la
única vía para la eterna aspiración de la pobreza apostólica. En manos
de laicos, inevitablemente, dichos movimientos se convirtieron en
objeto de sospecha de herejía.
2.- En 1227 se produce una crisis intelectual: la condena por la
Universidad de París de más de doscientas tesis, principalmente sobre
temas de filosofía pagana (Aristóteles y los pensadores islámicos) marcó
el principio del fin de la tentativa de unir la filosofía a la teología, el
conocimiento natural a los artículos de fe. De ahí la progresiva
separación de ambos campos y el énfasis en la escasa confianza que
podía depositarse en el mundo creado como testimonio de los caminos
de Dios. Este era libre de hacer lo que quisiese, sin referencia a
segundas causas que, por lo demás, podía ignorar. En Ockham y sus
discípulos, esta doctrina cobró una forma que tuvo efectos devastadores
al demostrar la imposibilidad de llegar a una teología natural, por lo
26
cual, en materia de fe, la creencia era suficiente33. Paralelamente a este
ataque intelectual contra los cimientos de la escolástica, surgió una
renovación del misticismo, influido sobre todo por Eckhart y sus
discípulos, planteando el principio de la acción inmediata de Dios al
tomar contacto con el alma. Esta se convirtió en la actitud religiosa más
extendida, tanto entre los verdaderos místicos como entre las masas
exaltadas por el entusiasmo místico.
3.- Creciente interés por las nuevas formas de organización eclesiástica
que llevaban consigo modificaciones en la estructura interna de la
Iglesia, al nivel de las relaciones entre el papa y los fieles y el Estado.
Es una prolongación de los debates de la querella de las investiduras,
pero con la aparición de nuevos elementos: el predominio de los
conceptos reformistas, en especial los relativos al papel del papa, así
como la introducción de consideraciones morales y las cuestiones del
poder temporal y de la gracia. Movimientos de protesta general contra
los privilegios eclesiásticos, la riqueza y el relajamiento del clero se
desarrollaba simultáneamente en el pueblo.
Todos estos elementos no constituyen la totalidad de los
problemas aquel tiempo, pero de ahí que los principales temas de la
discusión culta se tradujesen en oposición popular en el plano religioso,
no por su carácter herético, sino porque respondían a un estado de la
sociedad de la época. Esto se evidencia cuando se consideran las
temáticas de mayor importancia, en primer término, la doctrina de la
pobreza absoluta de Cristo. Esta teoría fue formulada al más alto nivel,
primero por los franciscanos y por grandes teóricos como Juan de
Parma y Pedro de Juan Olivi, para ser declarada anatema, en 1323, por
Juan XXII34. Esta doctrina dio origen a grupos disidentes en las filas de
la Iglesia, los fraticelli, y se convirtió en principio fundamental de toda
33 Op.cit., p.168.34 LEFF, G., op. cit., p.169.
27
la reforma religiosa, ya fuese ortodoxa o herética, durante la Edad
Media.
Es en este sentido cuando muchos historiadores expresan que la
herejía aparece, a finales de la Edad Media, como la expresión más
evidente de una toma de conciencia generalizada, y el comienzo de los
ataques contra los privilegios de la Iglesia, a través de la experiencia
directa con Dios, en la nocividad de los privilegios, en la inviolabilidad
de la palabra divina y la predicación, que se hicieron sentir en los
grupos irregulares más extremos y posteriormente en las rebeliones
campesinas del siglo XV.
Francisco Ricci - Auto de Fe (1683)
Los inicios
28
La mítica frase del cronista Raoul Glaber35: “La humanidad,
sacudiéndose de sus sucios harapos se iba cubriendo con el manto
blanco de las Iglesias”, ha pasado a ser un símbolo de la regeneración
de una Europa que surgía luego de los turbulentos siglos anteriores.
Este resurgimiento ha sido estudiado desde distintas ópticas,
económica, política, reforma religiosa, renacimiento cultural, ya que se
trata de un conjunto de fenómenos que no se pueden estudiar de forma
aislada y cuyas raíces se encuentran al iniciar el año mil36.
La mejora de las condiciones materiales de la sociedad occidental
se ha simbolizado, con frecuencia, en la expansión mercantil y en el
renacimiento urbano que habrían supuesto una autentica revolución37.
Sin embargo, tales manifestaciones de vitalidad solo son explicables en
el contexto esencialmente rural en que vive Europa durante el Medievo.
El argumento fundamental de esta vitalidad fue el crecimiento global de
la sociedad debido a una combinación de múltiples factores, entre ellos,
unos autores juzgaron importante un cierto óptimo climático, de
inviernos más templados y menos lluviosos; otros pusieron acento en la
superación de los peores efectos de las expediciones de húngaros,
piratas sarracenos y, sobre todo, vikingos; y otros subrayaron la
incidencia de las innovaciones técnicas que mejoraron la producción de
los campos europeos. En conclusión, los historiadores han aproximado
posturas en torno a un hecho: hacia el año 1000, y con enorme rapidez,
35 Cronista benedictino, nacido en Borgoña en el año 985 y muerto en Cluny alrededor de 1050 Entre sus obras de encuentran las Historias escritas a finales del 1031. Introdujo varias reformas de contenido, como iniciar las Historias con una reflexión sobre la divina cuaternidad, y adecuar la parte final del libro I al esquema teológico inicial. La redacción final de los cinco libros la llevó a cabo durante su retirada al cenobio de Saint Germain d'Auxerre, donde inició su andadura monástica y al que regresó al final de su vida.
36 AA.VV, Historia económica de Europa, vol.1: “La Edad Media”, Carlo Cipolla (dir.), Barcelona, 1981. RÖSENER, W., Los campesinos en la Edad Media, Barcelona, 1990. TOUBERT, T., Europa en su primer crecimiento, Granada, 2006.
37 Expresión impuesta por LÓPEZ R. S., La revolución comercial en la Europa Medieval, Barcelona, 1981, utilizada luego por Guy Bois, citados ambos en MITRE E. Y GRANDA C., Las grandes herejías de la Europa cristiana, Madrid, 1983, p.53.
29
se produjeron o, al menos, se revelaron en muchas regiones, cambios
sociales que permiten hablar de una revolución, de una mutación
feudal38. A través de ellos, la sociedad entró a un proceso de
crecimiento global, intelectualmente hablando; es la Europa que
descubrió el rico caudal clásico de la Antigüedad y por lo tanto, la
Europa de la reavivación de las corrientes heterodoxas.
Para los sociólogos, existe un tipo de sociedad intermedia entre
las “cerradas” o de castas y las “abiertas” o de clases, son las llamadas
sociedades de “posiciones”, entre las que se ubica el Occidente
medieval, hablamos de la idea del “ordo trinus” o sociedad “trinitaria”,
típica del feudalismo maduro y cuya imagen aparece claramente
delimitada por Duby39. Este orden consiste, ideológicamente hablando,
de la defensa de una sociedad trinitaria (oratores, bellatores y
laboratores), la búsqueda de un orden y concordia en el seno de la
sociedad cristiana, donde se exigía que cada uno de los grupos sociales
que la integraban desempeñara bien sus funciones en servicio de todo
el conjunto.
Según Von Martin, “no solo era el imperativo de la
autoconservación de la Iglesia el que exigía la persecución de cualquier
herejía: la opinión pública se identificaba con esta actitud, porque la
colectividad veía su sacrosanta ordenación vital amenazada por una
mentalidad hostil a la comunidad religiosa ordenada, causa de la
deformación y, por ende, desaforada. El juicio religioso coincidía aquí
38 GARCÍA DE CORTAZAR, J. y SESMA MUÑOZ, J., Historia de la Edad Media: Una síntesis interpretativa, Madrid, 1997, capitulo 6: La primera expansión de Europa: El dominio del espacio europeo, p.305 y ss.
39 DUBY, G., Los tres órdenes o lo imaginario del feudalismo, Barcelona, 1980. El propósito del libro es estudiar la articulación de la estructura social en la época feudal con la "superestructura" ideológica. Duby limita el campo de su investigación al Norte de Francia. El núcleo del libro es el análisis de la sociedad feudal a través de numerosos documentos y autores hasta ahora, prácticamente abandonados por la investigación. Apoyado en esos textos, Duby considera que hay una clara trifuncionalidad en dicha sociedad.
30
con el juicio ético-social”40. La afirmación no es completamente
aceptable por varios conceptos, especialmente por “opinión publica” y
“colectividad”, pero demuestra que los fenómenos heréticos, después
del año mil, no son fenómenos aislados, especulaciones puramente
teóricas, sino que tienen una trascendencia indudable en las masas
populares, pero no en el sentido de herejía de masas, dado el amplio
sentido que este fenómeno comporta, sino como un fenómeno que
cuantitativamente y cualitativamente preocupa profundamente a las
autoridades eclesiásticas.
Algunos autores hablan de herejías antifeudales, pero esto es
más complicado, dado que el propio concepto “feudalismo” esta sujeto
a controversias profundas. Para no entrar en este complejo escenario,
entenderemos este fenómeno como una tupida red de relaciones
personales, e intentaremos responder hasta qué punto los herejes
cuestionaron esta organización y su expresión máxima, el trinitarismo
funcional.
A continuación examinaremos las características más importantes
que movieron a los heresiarcas y sus correligionarios.
40 VON MARTIN, A., “Sociología de la cultura medieval”, Madrid, 1972, p.32
31
Auto de fe, Francisco Ricci
Fe
Más arriba Chenu expresaba, desde un sentido teológico41, que la
característica fundamental que define al hereje es la opción desde
“dentro de su fe”, no “contra” su fe, defensa que lo lleva a una posición
de obstinada pertinacia en la defensa de sus ideales, hasta la muerte
misma. El cuestionamiento de los dogmas es la expresión de la falta de
satisfacción del hereje dentro de las estructuras de una Iglesia que
difícilmente puede considerar como propia, una Iglesia clericalizada,
pero demasiado interesada en los asuntos terrenales. Iglesia que
predica la reforma, pero que a los disidentes se les antoja ser sólo de
forma pero no de fondo. En definitiva, una Iglesia cada vez más
identificada con un aparato burocrático e institucional. García de
Cortazar habla de “sentido antijerárquico”, ya que los disidentes ven a
la Iglesia como una institución que ha perdido las múltiples
posibilidades de su carisma espiritual a manos de su uniformismo
legal42. Así, la fe se convierte en una especie de “canal de saneamiento
religioso”43. El grado de virulencia y radicalismo alcanzado será el
elemento de referencia del que la Iglesia como institución se valga para
proceder o no a la condena.
41 Véase n.3.42 GARCÍA DE CORTAZAR, J y SESMA MUÑOZ, J., Historia de la Edad Media…,
(n.38), p.396 y ss.43 MITRE E. Y GRANDA, C., Las grandes herejías de la Europa cristiana, (n.37), p.63.
32
Pobreza voluntaria
Dentro de los actuales estudios medievales, la pobreza es un tema
recurrente. La recuperación de la pobreza (de espíritu, de fortuna) fue
una aspiración general de los movimientos de renovación espiritual, por
lo que surgió paralela al gregorianismo. Ejemplos de esto son los
movimientos de la Pataria en Milán, Pedro de Bruys o Enrique de
Laussane, Arnaldo de Brescia o Pedro Valdo, quienes siempre vieron la
riqueza como la gran corruptora de la Iglesia. Para evitar su influencia,
el cristiano debía vivir al margen de la jerarquía, ya que para salvarse,
bastaba una fe puramente espiritual, un bautismo recibido con
discernimiento.
Los principios evangélicos exigían a la Iglesia la aplicación de la
caridad, vista como un lazo entre el cielo y la tierra, lazo que se
manifestaría en la práctica de la limosna y en el desarrollo, en especial
desde el siglo XI, de organismos promovidos por las autoridades
eclesiásticas, el rey o los propios organismos comunales. Sin embargo,
Duby ha concluido que esta ideal imagen de la caridad fue acompañada,
muchas veces, de un profundo desprecio hacia los pobres, a los que se
culpa de sus males44. Michel Mollat afirma: “el desprecio mantenido
44 DUBY, G., La sociedad medieval, París, 1971, p.36.
33
contra el pobre se torna muchas veces en odio”45. En este ambiente
material y mental hacia la pobreza, aparece, aunque a un nivel
minoritario, un ideal: el de la pobreza voluntaria absoluta, proceso que
con el tiempo adquirió una lenta maduración, distinguiéndose varias
etapas, según Manteuffel46.
Los precedentes de la primitiva Iglesia hasta su reconocimiento
oficial: primeras comunidades cristianas, primeras células monásticas,
primeros movimientos en los que el modelo apostólico se mezcla con las
reivindicaciones sociales.
Un primer período, desde finales del siglo X, en que a la reforma
impulsada por Cluny se une la promovida por las instituciones de poder
pontificio, particularmente por Gregorio VII. Desde este momento,
dentro del fenómeno de la pobreza voluntaria empezarán a perfilarse
dos actitudes: la moderada, que se pondrá al servicio del orden
establecido, y la radical, que acabará condenada.
Un segundo momento cubriría los años finales del siglo XI y
buena parte del XII. Es el período que Manteuffel llama: “de los
primeros apóstoles de la pobreza voluntaria”, muchos de los cuales
tratan de desligarse del elemento eclesiástico secular. El eremitismo
pasa, en ocasiones, a considerarse como la única solución para acceder
al ideal de la pobreza voluntaria. Sin embargo, al lado de este medio de
alejamiento, se ponen en práctica otros intentos de sentido más
comunitario. La reforma cisterciense, en sus comienzos al menos, se
impregna de estos ideales frente a la mundanización en la que Cluny
terminó cayendo. Predicadores itinerantes, como Roberto de Arbrisel
(1060-1117), llegarán a reunir en torno a sí una heterogénea multitud
de peregrinos, juglares, enfermos, ex–delincuentes, prostitutas, a los
45 MOLLAT, M., La pobreza en la Edad Media, París, 1978, citado en E. Mitre y C. Granda, Las grandes herejías de la Europa cristiana, (n. 37), p.65
46 MANTEUFFEL, T., Nacimiento de una herejía, en LE GOFF, Herejías (n. 1), p. 70
34
que guía en un vago ideal de “edificar el reino de Dios en la patria
temporal de Cristo”47. Ideal, que en caso de radicalizarse, podía entrar
en confrontación con el orden social establecido. La sedentarización en
que desembocó el caso de Arbrisel, constituye la mejor garantía para el
mantenimiento de estas corrientes dentro de las normas oficialmente
admitidas, aunque ello pueda suponer también el fracaso del ideal de
pobreza absoluta.
El tercer momento discurre entre los años centrales del siglo XII y
comienzos del XIII. Los roces con la Iglesia-Institución se hacen cada
vez más inevitables. La ciudad es el auténtico lugar de prueba de la
pobreza, y desde ella, van a empezar a actuar los grandes
reformadores, desde Arnaldo de Brescia y Pedro Valdo hasta San
Francisco. En realidad, la pobreza voluntaria en este contexto se ve
presa de una fuerte contradicción, ya que la ética de los nuevos
pauperes Chisti, esta radicalmente distanciada de la que rige en un
medio urbano en que se va forjando una nueva moral justificadora del
comercio y la acumulación de riquezas. Ética con que la Iglesia como
institución, e incluso las mentes más conservadoras, acabaran
transigiendo.
El cuarto momento arranca simbólicamente de la muerte de San
Francisco en 1226 y quedaría marcado por las escisiones que se
produjeron en el seno del franciscanismo, hasta degenerar en las
corrientes en que la mística milenaria y el carácter anárquico van a
desempeñar un importante papel48.
La Iglesia no condenó sistemáticamente este ideal, ya que hubiese
ido en contra de elementales principios evangélicos; por el contrario, se
canonizaron numerosos adeptos a esta idea como San Francisco49. Las
condenas se produjeron en función a las circunstancias, ya que se alaba
47 MANTEUFFEL ,T., op. cit., p.7248 Op. cit., p.74.
35
la decisión personal o de grupo, pero se mira con recelo la utilización
de la pobreza voluntaria como un instrumento de proselitismo que
pueda acarrear graves consecuencias sociales o políticas. La obediencia
a las autoridades eclesiásticas es la condición para el mantenimiento de
la ortodoxia50.
En definitiva, tanto en el campo de la pobreza voluntaria como en
otros, en que la frontera entre ortodoxia y heterodoxia estaban un tanto
difusas, la Iglesia buscó su salvación en el conjunto de normas jurídicas
que por entonces estaban tomando cuerpo. De los dos medios de
actuación con que contaba: la caridad y la autoridad (poder, potestad),
uno acabó tomando ventaja, la potestad sobre la que se apoyaba la
jerarquía. Con ello, hereje llegaría a ser no tanto el que cuestionase el
dogma o aspirase a ideales de vida concretos, sino el que transgrediese
la norma jurídica, la disciplina y la organización eclesiástica que los
canonistas estaban consolidando.
Herejía y ciudad
Según C. Violante, “las herejías encuentran la condición favorable para
su difusión en la nueva y excepcional movilidad de los hombres de los
siglos XI al XIII. El dinamismo social típico de la ciudad favoreció la
formación de actitudes de oposición al orden establecido”51. Diversos
autores han expresado las coincidencias entre la “herejía religiosa” y la
49 El caso de los franciscanos es un ejemplo claro, según Manteuffel; el destino de valdenses y franciscanos corrió por las mismas zonas de aceptación o rechazo. La diferencia es el sometimiento de Francisco a Inocencio III; más aun, entre Roberto de Arbrissel, Enrique de Lausanne, Pedro Valdo y Francisco de Asís, dos fueron convertidos en santos y los otros dos fueron anatematizados. Véase T. Manteuffel, Nacimiento de una herejía, LE GOFF, Herejías (n. 1), p.69 y ss.
50 Op. cit., p.7651 VIOLANTE, C., Herejías urbanas y herejías rurales en Italia de los siglos XII al XIII,
en LE GOFF, Herejías (n. 1), p.127.
36
“herejía política”, como De Stefano y Volpe52, quienes prefirieron dejar
de lado los componentes doctrinales y filosóficos de las herejías e
insistir en los factores externos que permitieron que estas ocurriesen
como corrupción eclesiástica, luchas de partidos o vinculaciones
sociales. Todo esto íntimamente ligado al conocido escenario será la
ciudad; el caso de Milán es paradigmático, como variado campo de
diversas experiencias religiosas, será llamada: “sentina de errores”,
“madre y nodriza de herejías” o “cueva de herejes”53.
El renacimiento urbano, en especial desde el siglo XII, propició el
impulso de nuevas formas de desarrollo intelectual. Las escuelas
catedralicias y luego las universidades van a ser grandes focos de una
renovación cultural cuyas pautas se alejan enormemente de las
seguidas en los scriptoria monásticos. Como dice Le Goff: “los
intelectuales del siglo XII tienen la sensación de estar haciendo cosas
nuevas, de ser hombres nuevos”54. Esto, obviamente podía conducir a
una ruptura con la ortodoxia. En cuanto al aparato represivo, la ciudad
tendió a castigar antes que el campo y fue muy común que una vez
identificadas y reprimidas, las herejías se trasladasen al sector rural,
mutando en formas que las hicieron casi irreconocibles del original al
pasar de los siglos.
52 Citados en Las grandes herejías de la Europa Cristiana, n.37, p.7153 VOLPE, G., Movimenti religiosi e sette ereticali nella societa medievale italiana.
Secoli XI-XIV, citado en n.37, p.71.54 LE GOFF, J., Los intelectuales en la Edad Media, Buenos Aires, 1965, p.177
37
Igualdad social y antijerarquismo
Otra hipótesis muy vinculada a la anterior, es la de la herejía como
medio de expresión de un malestar social y de un consiguiente
cuestionamiento del orden jerárquico. Desde un punto de vista
estrictamente marxista, las herejías habrían sido la expresión en el
mundo medieval de la lucha de clases de la que Marx y Engels hablaron
en el Manifiesto Comunista. En un tipo de sociedad en que primaba lo
religioso, este contexto era el único campo en el que se podían expresar
las reivindicaciones de tipo material.
Esta hipótesis, muy debatida a lo largo de los años, al ser
analizada en profundidad por variados autores de distintas tendencias,
observamos que ha sido una simplificación excesiva, dado que los
movimientos heréticos no están vinculados a sectores sociales
determinados. Le Goff afirma que las herejías han reunido coaliciones
sociales heterogéneas en el interior de las cuales las divergencias de
clases han debilitado la eficacia del movimiento, para concluir
expresando que “las herejías han sido las formas más agudas de
enajenación ideológica”55. Observamos que el cuestionamiento del
orden tradicional de la sociedad no sólo viene del lado de la heterodoxia
religiosa, sino que se va manifestando desde diversos frentes. La
imagen del trinitarismo funcional de la sociedad fue potencialmente
denostada en su propio tiempo, en especial ante la falta de orden entre
55 LE GOFF, J., La Civilización del Occidente Medieval, Barcelona, 1968, p.87. Debemos mencionar, solo como comentario, que estas afirmaciones han traído las acidas criticas de otro autor, Alain Guerreau, quien ironiza diciendo que los estudios acerca de la herejía oscilan entre dos polos: tratar a estos problemas de forma ostensiblemente neutra, pero con lujo de detalles suficientemente complicados como para ilustrar la noción subyacente de oscurantismo; o al contrario, atribuir a estas expresiones un sentido social, como analizábamos anteriormente, como embrionaria lucha de clases, hasta que se constata la participación de diversos sectores sociales, concluyendo en afirmaciones carentes de conciencia o falsa conciencia, como la anterior de Le Goff.
38
los oratores y bellatores, quienes hacían más problemática la imagen
ideal que la Iglesia quería mostrar.
La ausencia de un conjunto de características ideales en el seno
de la jerarquía llevó a algunos movimientos heréticos a crear jerarquías
paralelas para regir la vida de la comunidad. Por lo tanto, el
antijerarquismo que caracteriza a los movimientos heréticos no asume
un papel cuestionador del feudalismo en su globalidad como crítico de
la jerarquía eclesiástica. Es este el caso de Dolcino de Novara y el más
emblemático, el Catarismo.
El caso dolcinita
Secta de claros rasgos apocalípticos e influenciada por Joaquín del
Fiore56, los dolcinianos se consideraban una secta de perfectos que
observaban un modo de vida semejante al de los primitivos apóstoles.
Dolcino cuestionaba la jerarquía eclesiástica desde el Papa hasta los
inquisidores, y no le reconocía capacidad de criticar, modificar o
condenar la vida de los apostólicos.
Además de esa iluminación de conocimiento, pretendía tener otra
previsión de acontecimientos. Decía que se producirían novedades en el
dominio temporal y en el espiritual, habría diversas etapas que se
sucederían hasta la entronización de Dolcino como Papa, entonces
predicarían la recta fe de Cristo a la que todos serian convertidos57.
Al ser perseguidos y capturados, en sus declaraciones ante la
56 Joaquín del Fiore (1145-1202), ha sido, con San Agustín, una de las más influyentes figuras en la formación de la “filosofía de la historia cristiana”. Su obra histórico-profética, titulada después de su muerte como El evangelio eterno, experimentaría un fuerte impulso en manos de un maestro de la Universidad de Paris: Gerardo del Borgo San Donino. Con Fiore y sus discípulos llega a su punto culminante la visión de la historia como un despliegue sucesivo de las personas de la divina trinidad. La Edad del Padre habría correspondido al Antiguo testamento; la Edad del Hijo sería la de Cristo, dominada por la fe y constituiría el reino de los clérigos. La tercera Edad correspondería a la del Espíritu Santo, reino del amor y de la amistad, que empezaría a fructificar hacia 1260.
57 La historia de Dolcino y los dolcinitas está extraída de GUGLIELMI, N., Marginalidad en la Edad Media, Buenos Aires, 1998, cap.6, p.286 y ss.
39
Inquisición se sacan las siguientes conclusiones:
1.- Se declaran apostólicos. Al parecer, no moran siempre en
comunidad de grupos extensos pero tratan de mantenerse en contacto,
por lo menos con alguno de los suyos. Tienen conciencia de constituir
un grupo con una doctrina determinada, consideran a Dolcino apóstol y
piensan que será Papa antes de su muerte de acuerdo con su propia
predicción; creen en el Anticristo que les ha anunciado.
2.- Se declaran contrarios a la jerarquía religiosa, representada por el
Papa y la Iglesia; consideran que sólo la Iglesia primitiva fue perfecta,
luego perdió esa perfección debido a las riquezas y las posesiones que
adquirió.
Lo más destacado de esta doctrina es la prédica, pero también es
posible que hubiera formas de culto como prácticas nudistas para
probar que eran capaces de vencer la tentación de la carne, al igual que
se les acusó de doctrinas demoníacas como orgías incestuosas, muertes
rituales de niños y adoración a Satanás. La secta, al final, desapareció,
tanto por la persecución como porque al extenderse, perdió cohesión y
precisión de doctrina. Algunos años más tarde de la muerte del
heresiarca, aparecen algunos aspectos de sus tesis; pero sin duda
alguna fue una secta de gran influencia durante este período y
ejemplificadora del estado de la sociedad de la época que permitía que
estas herejías florecieran58.
58 Estas ideas fueron estudiadas en mi memoria para optar al título de profesor de Estado titulada “Herejía y Brujería: un estudio conceptual”, Universidad del Bío-Bío, 2000; a su vez, parte de ellas fueron expuestas en el VI Coloquio de Estudios medievales, Universidad del Bío-Bío, Chillán, 2003: “Dolcino de Novara: Estudio a un disidente medieval”.
40
El problema Cátaro
El Catarismo es la máxima expresión de las herejías medievales en
Occidente, desde el momento de su aparición en la historiografía en
1849 con la obra Histoire des Cathares et Albigeois de C. Schmidt. Es la
que mayor controversia ha levantado, cuya la bibliografía es realmente
inabarcable, recorriendo desde obras de indiscutible seriedad científica
hasta delirantes teorías de tesoros ocultos, más cercanas a la ficción
que a la realidad histórica59.
Para entender el complejo escenario doctrinal del Catarismo es
necesario entender las influencias que las doctrinas de origen dualista
tuvieron en Europa en el pleno medievo. El dualismo es la universal
creencia de la lucha entre dos principios antagónicos. G. Bouthoul ha
escrito que la mayor parte de las mentalidades son, en el fondo,
maniqueístas, y este carácter se acentúa durante los períodos de crisis
59 Periódicamente se realizan actualizaciones histórico-bibliográficas sobre el tema. Una de las más rigurosas es la de Cahiers de Fanjeaux. Historiographie du Catharisme. Toulouse, desde 1979.
41
social, en especial en tiempos de guerra60. La mentalidad dualista
surge, por lo tanto, desde el momento en que, admitido un creador
omnipotente y omnisciente, las cosas del mundo no marchan como la
voluntad de este creador las quisiera. El dualismo sería entonces un
intento de explicación racional del por qué existe el mal en el mundo61,
en definitiva, una especie de protesta ante al monoteísmo.
La primera doctrina completamente dualista es el mazdeísmo,
creado por Zoroastro, quien habla de la eterna lucha entre Ormuz y
Ahrimán, con el hombre en juego y la venida de Zoroastro como eje62.
El maniqueísmo es la doctrina por excelencia del dualismo,
creada por Mani o Manes (216-277), su doctrina tiene el valor de haber
potenciado hasta las últimas consecuencias el mito cosmológico de los
dos principios eternos e inengendrados, dotados de un mismo poder:
luz/oscuridad, bueno/malo, Dios/materia63. Uno de sus valores
fundamentales es que se presenta como una especie de sincretismo
religioso, un último llamado a la salvación a la que parcialmente
habrían contribuido Buda en la India, Zoroastro en el Irán y Jesús en
Occidente. Así, el maniqueísmo se manifiesta con un carácter absoluto
y total, superador y culminador de todas las revelaciones precedentes.
Demostró una enorme fuerza organizativa y gran poder
proselitista; podemos hablar de una verdadera iglesia maniquea
organizada en “catecúmenos” y “elegidos” y de una gran expansión
tanto hacia Oriente como hacia Occidente. Un ejemplo de esto es el
edicto persecutorio lanzado contra los maniqueos por Diocleciano en
60 BOUTHOUL ,G., Las Mentalidades, Barcelona, 1970, p.5161 LING, T., Las grandes religiones de Oriente y Occidente, vol. 1, Madrid, 1972, p.14562 DUCHESNE-GUILLEMIN, J., La Iglesia Sasánida y el Mazdeísmo, en “Las religiones
en el mundo mediterráneo y en Oriente Próximo”, Madrid, 1979, p.263 PUECH, H. G., Cristo y las religiones de la Tierra, citado en E. Mitre y C. Granda,
“Las grandes herejías de la Europa cristiana”, (n. 37), p.109.
42
29764, o el juvenil interés de San Agustín por esta doctrina, manifestada
en sus Confesiones, donde los ataca con fervoroso arrepentimiento.
Hacia el siglo VI el maniqueísmo parecía desarraigado en Occidente. En
otros ámbitos geográficos, el dualismo seguía latente.
No profundizaremos en el desarrollo del catarismo en Occidente,
ya que el objetivo del trabajo es determinar sus consecuencias desde el
momento del éxito de la represión pontificia. Las fuentes para el
conocimiento de este fenómeno son de cuatro órdenes:
1.- Tratados de los polemistas católicos como Ecberto de Schönau, Alain
de Lille, Joaquín del Fiore, Duran de Huesca.
2.- Escritos redactados por cátaros o personas que lo fueron en algún
momento de su vida. La obra más importante en este sentido es el Liber
de duobus principiis, que se complementa con otro escrito llamado El
ritual Cátaro, estudiadas en profundidad por eruditos como Dondaine y
C. Thouzellier.
3.- Disposiciones conciliares y los registros inquisitoriales, como la del
obispo J. Fournier, publicado por J. Duvernoy y que ha servido de base
para el conocido estudio de Le Roy Ladurie65.
4.- Crónicas que hacen referencia a la represión militar de la herejía en
el Mediodía de Francia. Son las obras de Pedro des Vaux-de-Cernay,
Guillermo de Tudela y Guillermo de Puylaurens.
Con estas fuentes, que demuestran la importancia y vitalidad del
Catarismo, se han podido reconstruir, con las reservas
correspondientes, lo que fue esta doctrina.
Supuestamente, en dos herejías orientales se hallan los
64 JIMÉNEZ MONTESERÍN, M., Introducción a la Inquisición española. Documentos básicos para el estudio del Santo Oficio, Madrid, 1980, p.82 y ss.
65 LE ROY LADURIE E., Montaillou, aldea occitana, 1294-1324, Madrid, 1981.
43
antecedentes del Catarismo, el paulicianismo y el bogomilismo66, éstos
se caracterizan por poner en práctica una existencia de humildad y de
penitencia, abocada a la plegaria y a la vida interior, revestidos de
ropas sencillas, alimentados frugalmente, caminando y mendigando
incesantemente, para ellos todas las pompas de la Iglesia y sus
sacramentos, los iconos y las oraciones ostentosas son vanidad y vacío.
El hecho de que este mundo sea malo, es para los bogomilos una
experiencia de la cual extraen una enseñanza: Satanás hermano de
Cristo e hijo de Dios, se ha apartado del Señor, y ha sido él quien ha
creado el mundo, el Dios del Génesis, de las tablas de la ley y del
Antiguo Testamento. Estos elementos bogomilos continuarán siendo
piedras angulares del Catarismo.
En Lieja, alrededor de 1144, se observa la presencia de unos
nuevos herejes que cuentan ya con una jerarquía bien definida,
practican la castidad y profesan horror por el juramento. Estos nuevos
herejes llevan la vida de los apóstoles, desprecian los bienes materiales,
rehúsan los alimentos carnívoros, rezan día y noche, empleando el
Padrenuestro como principal oración.
En el Concilio de Reims de 1148 se menciona sin darle mayor
importancia que “hacia el sur de Francia viven unos maniqueos que
rechazan el matrimonio, que son tejedores, que se desplazan de un lado
a otro acompañados de mujeres”67, mientras las autoridades de este
Concilio despachan este asunto sin más comentarios. Los cátaros ya
habían establecido su primer obispo del que se tenga conocimiento en
Albi.
66 Cabe agregar que estas influencias no están claramente determinadas, se siguen analizando y son parte de una polémica que enfrenta a autores desde el siglo XIX, como Dondaine, Schmidt, Douais y Morghen, en el siglo pasado: Thouzellier, Nelly, Duvernoy, Le Roy Ladurie, entre otros, continuando la controversia hasta la actualidad.
67 MESTRE GODES J., Los Cátaros: problema religioso, pretexto político, Barcelona 1995, p.97.
44
A partir de aquí su presencia se comienza a notar por la
Lombardía, Nápoles, Inglaterra y Alemania. En la ciudad de Colonia
empiezan a llamarlos los kathari, los puros. También reciben los
nombres de publicanos, tejedores, bogues (deformación de bogomilos);
pero el nombre más conocido fue el de albigenses, aunque no está clara
la razón, puesto que en Albi no había más cátaros que en otras
poblaciones. Quizás por la existencia del primer obispo herético, o tal
vez por la resistencia que presentaron los habitantes de esa ciudad
para que el obispo católico no quemara vivos a unos heréticos, llegando
a obtener la liberación de los implicados. Dicha denominación era ajena
a los heréticos, ya que ellos siempre se autodenominaron “los
cristianos”.
Mientras los cátaros se iban consolidando en la zona sur de
Francia (Languedoc) se producen dos hechos claves: el Concilio de
Tours (1163), presidido por el papa Alejandro III; y la reunión de
Lombers, donde se produjo un debate entre católicos y cátaros. La
propagación cátara era demasiado evidente para que la Iglesia no
intentara ponerle remedio. Alejandro III lo dice claramente: una
condenable herejía se ha asentado en el país de Tolosa, desde donde ha
llegado hasta Gascuña, infectando a un gran número de personas68.
Debido que los prelados occitanos no tenían fuerza suficiente para
llevar a cabo ninguna política de contención, se proyecta una reunión
en la ciudad de Lombers, situada a diecisiete kilómetros al sur de Albi,
con el fin de celebrar un debate entre la más alta jerarquía occitana,
católica y los dirigentes cátaros.
El debate, calificado de antemano como controvertido, se llevaría
a cabo delante del pueblo; según Mestre Godes fue un diálogo de
sordos, pues los cátaros no se dejaron interrogar “¿por qué los lobos,
los hipócritas, los seductores que se adornan con vestimentas
68 Op. cit. p.99.
45
centelleantes y llevan en el dedo un anillo ornado de piedras preciosas
tienen que pedirnos explicaciones?”; los prelados hicieron caso omiso
de cuanto tenía que ver con la moral y contraatacaron con el dogma; los
cátaros eludían precisamente esas cuestiones. Llegó un momento en
que los clérigos obtienen una respuesta contundente: es verdad,
nosotros no creemos en el Antiguo Testamento. La parte católica ya
tenía argumento suficiente: Muy bien, os declaramos pues heréticos69.
Desde luego, los cátaros no reconocieron la condena y se dirigieron al
pueblo, que seguía el debate atentamente, explicando lo que ellos
consideraban la fe justa y verdadera. El encuentro concluye con
palabras fuertes y la amargura de la imposible convivencia. Una vez
más quedaba abierta la fisura que separaba a unos y a otros: el dogma
por sobre todas las cosas.
Las desavenencias explotaron con un hecho crucial condicionado
por la Iglesia, la Cruzada, que se convocaría frente a ellos y que haría
que desapareciesen de la faz de la tierra.
El día quince de enero de 1208, Pedro de Castelnau, legado papal,
se disponía a atravesar el Ródano en compañía de su séquito. Este
personaje volvía de una reunión con un noble cátaro que había sido
excomulgado, cuyo objetivo era convencerlo de que prestara ayuda en
la persecución de la herejía, a cambio de concederle el privilegio de
levantarle la pena. Al negarse rotundamente el laico, la reunión
concluyó de mala manera no llegando a ningún acuerdo. Casi a punto
de pisar la madera de la barcaza que había de conducirlo a la otra
ribera del Ródano, unos tolosanos impidieron el paso a Pedro y su
séquito. Se entabló una discusión entre un cortesano y el propio legado,
la cual fue subiendo de tono hasta transformarse en una gresca
violenta, en la que Pedro fue herido de gravedad. Antes del amanecer,
el legado del pontífice moría, creando un problema gravísimo.
69 LABAL, P., Los Cátaros, herejía y crisis social, Barcelona 1988, cap.10, p.210.
46
La noticia de la muerte del legado llegó a oídos del papa
Inocencio III quien empezó a preparar una ofensiva para detener a los
miembros de la secta y recuperar a los cristianos convertidos a la
herejía. Con la finalidad de que no quedara impune la muerte de su
legado, en primer lugar, le escribió al rey de Francia para exponerle las
circunstancias de la muerte del embajador papal, situación que a juicio
del pontífice precipitaba las decisiones. Había llegado la hora de librar
al Languedoc de la plaga herética: Otorgamos indulgencia plenaria a
todos los que lleven a efecto la venganza por la sangre inmolada del
justo...70. Pero el rey Felipe Augusto era ante todo un hombre cauto,
que tenía otros problemas y no deseaba embarcarse en esta aventura,
por más que contara con la bendición de Roma.
Ante la negativa francesa, Inocencio III decide convocar por su
cuenta la cruzada, la primera en tierra cristiana71. A lo largo de 1208 se
predicó la cruzada contra los cátaros y se comenzaron a concentrar las
primeras fuerzas, todas ellas de barones franceses. Un cronista las
describe como un agrupamiento tan grande como yo no había visto otro
igual 72 . La razón del éxito ante el llamado del papa se explica por las
ventajas espirituales y materiales que los futuros cruzados extraerían
de la aventura, ventajas que se centraban, entre otros beneficios
menores, en la absolución de todas las faltas cometidas con
anterioridad; las mismas indulgencias otorgadas para los cruzados de
Tierra Santa, pero sin las contrariedades de un largo viaje, los desiertos
tórridos y de grandes gastos; el compromiso de servir como cruzado
durante una cuarentena, es decir, simplemente por cuarenta días, las
deudas que daban prorrogadas de inmediato sin ninguna acumulación
de interés hasta el regreso.
70 Op. cit., p.21171 MESTRE GODES, J., Los Cátaros: problema religioso (n.67), p.9972 Op. cit., p.101.
47
Así comenzó la destrucción de la herejía catara, y poco a poco,
luego de largos y sangrientos asedios, comenzaron a caer las
principales ciudades “contaminadas de enemigos de Cristo”. Una de las
más importantes fue Béziers, de donde seleccionamos una anécdota
para demostrar el celo de los cruzados en extirpar la herejía: al
preguntársele al legado papal cómo podían reconocer, entre la multitud
de vencidos, a los buenos de los malos, el obispo Arnaut Almaric
responde la célebre frase: Matadlos a todos, que Dios ya reconocerá a
los suyos...73.
Como la zona del Languedoc estaba llena de castillos, la cruzada
duró bastante tiempo, ya que hubo nobles que se resistieron a los
cruzados, y los castillos siempre estaban preparados para largos
asedios, por lo que la conquista de uno era una tarea de grandes
esfuerzos. Debido a esto toma el mando de las fuerzas cruzadas el
conocido guerrero Simón de Monfort, quien sería el que acabaría con la
herejía para siempre con sus dotes de gran estratega y ferocidad
reconocida.
Huyendo de castillo en castillo para escapar del asedio de los
cruzados, los cátaros llegaron a los dominios de los condes de Tolosa.
Unos cuantos comenzaron a poblar el que sería el último reducto:
Montsegur.
Finalmente, en 1243, luego de casi medio siglo de luchas que
pasaron de persecución de herejes a luchas políticas, por la importancia
estratégica del Languedoc, donde se concentraban las influencias de los
reyes de Asturias, Aragón, Cataluña, Francia y el Papa de Roma,
cayeron los últimos “perfectos” después de un cerco que duro de 1243
hasta el 16 de marzo de 1244. La capitulación, precedida de una
negociación, donde cuatro cátaros pudieron huir llevándose
supuestamente grandes tesoros y los textos de la doctrina, quedó en los
73 Op. cit., p.175.
48
términos de que los defensores de Montsegur se les perdonarían sus
pasadas culpas. Con todo, era necesario comparecer ante la Inquisición
para confesarse y contar todo lo que supieran. Esto corría para los
habitantes católicos de la ciudad; de los albigenses, ninguno abjuró y
así, unos doscientos mártires del Catarismo fueron pasto de las llamas
en un cercado de palos y estacas74, situado con toda probabilidad al pie
de la montaña de Montsegur.
Este, nos parece, es un momento histórico clave, pues la
actuación de la Iglesia frente a este fenómeno revela varias ideas;
según Griffe75, se identifican tres fases: la primera, de la utilización
preferente de la vía del dialogo y la confrontación doctrinal,
acompañada de intentos fallidos de recatolización, y discurrirá durante
toda la mitad del siglo XII y primeros años del XIII. La segunda fase se
abrirá en 1208 y se cerrará simbólicamente en 1256, con la caída de
Quéribus, ultima fortaleza cátara, y responderá a la utilización de la vía
74 LABAL P., Los Cátaros, herejía y…, (n.49), p.213.75 GRIFFE, E., autor de cuatro volúmenes acerca de la evolución del fenómeno cátaro
en Languedoc, Les debuts de l´aventure cathare en Languedoc (1140-1190), Paris, 1969, Le Languedoc Cathare de 1190 a 1210, Paris, 1970, Le Languedoc Cathare au temps de la Croisade (1209-1229), Paris, 1973, Le Languedoc Cathare et l´ Inquisition (1229-1239), Paris 1980, citado en E. Mitre y C. Granda, “Las grandes herejías de la Europa cristiana”, (n. 23), p.132 y ss.
49
militar en la solución del problema de la herejía. La tercera fase,
iniciada lentamente en conjunto con las anteriores, comienza desde la
segunda mitad del XIII y principios del siglo XIV y tiene como principal
elemento de referencia la utilización del aparato inquisitorial para
barrer los residuos del Catarismo y otras herejías para impedir su
reaparición, proceso del que nos ocuparemos a continuación.
La Inquisición y su proceso de conformación
El teólogo contemporáneo Hans Küng ha dicho que los obispos y papas,
en conjunto con reyes y emperadores, impulsados por el afán de
erradicar las amenazas heréticas, prepararon lo que llenaría muchas de
las páginas más terribles de la historia de la Iglesia con el terrorífico
nombre de la Inquisición, la sistemática persecución de los herejes por
parte de un tribunal eclesiástico (inquisitio haereticae pravitatis), que
disfrutó no solo del apoyo del poder secular, sino también de amplios
sectores de la población, que a menudo esperaban con ansias la
ejecución de los herejes. La Inquisición llegaría a convertirse en una
característica esencial de la Iglesia Católica romana76.
Durante los siglos XI y XII las ejecuciones de herejes no fueron
muy numerosas, puesto que en casi todos los casos fue obra de las
autoridades seculares o de la turba. El clero optaba generalmente por
76 KÜNG, H., La Iglesia Católica, Barcelona, 2001, p.132 y ss.
50
la persuasión y se mostraba renuente a aplicar el uso de la fuerza,
aunque claramente hubo excepciones, como en 1202, cuando el obispo
Gerardo de Cambrai hizo torturar a un grupo de herejes de Arras hasta
que, ya exhaustos, se mostraron claramente arrepentidos. Desde luego,
consiguió reconciliarlos con la Iglesia. En 1305, Heriberto, arzobispo de
Milán descubrió unos herejes en Monteforte, y como los encontrara
impenitentes, los llevó a la hoguera77.
Estos fueron los primeros ejemplos del tipo de procedimiento
legal que los especialistas en derecho e historiadores de las leyes
llaman “inquisitorial”, y que contrastaba marcadamente con el tipo de
procedimiento acusatorio que fue la norma durante la Edad Media78. En
éste, la iniciativa se originaba en un cargo interpuesto por un
particular; en el procedimiento inquisitorial la acusación era
responsabilidad de las autoridades. Éstas se ocupaban de reunir la
información del público que pudiera conducirles al descubrimiento de
los crímenes y a la identificación de los criminales; por lo tanto,
dependiendo todo el procedimiento de las denuncias oportunas y
veraces, una vez que se contaba con un número suficiente de ellas, el
juez en persona procedía a la investigación, o “inquisición” del
sospechoso79.
Los antecedentes de estos tipos de procedimiento pueden
rastrearse en el derecho romano de la época imperial. Tanto en el
romano, como en el germánico, el procedimiento normal era la
acusación, si bien había excepciones. En los casos de crimen lesae
majestatis se exigía a las autoridades una investigación y se solicitaba a
los particulares que colaboraran con sus denuncias. Estas costumbres
pasaron, en parte, al derecho canónico de la Iglesia medieval. Desde
77 LEA, H. C., Historia de la Inquisición Española, Madrid 1983, p.123.78 COHN, N., Los demonios familiares de Europa, Madrid, 1976, p.45.79 ROTH, C., La Inquisición Española, Barcelona 1989, p.43.
51
una época muy temprana se tendió a considerar al disidente religioso
como alguien que agredía la majestad divina, y resulta significativo el
hecho de que los primeros ejemplos de procedimientos inquisitoriales
ocurrieran en el contexto de la lucha contra la disidencia religiosa80.
Con el auge de las herejías a partir de la segunda mitad del siglo
XII, y con la finalidad de combatirlas, se introdujeron modificaciones en
la legislación. En el sínodo de Verona, el Papa Lucio III y el emperador
Federico I, decretaron la excomunión de los herejes; por otra parte,
aquellos que se rehusaban a retractarse o después de hacerlo
reincidían, habían de ser entregados al brazo secular para su castigo81.
Como respuesta a los decretos del IV Concilio de Letrán de 1215, varios
gobernantes decretaron la pena de muerte para el delito de herejía
reiterada82. Al pasar de los años, este proceso se fue institucionalizando
paulatinamente. A comienzos del siglo XII, Inocencio III dispuso que el
procedimiento inquisitorial fuese el medio normal de proceder contra
los clérigos. En la práctica, como éstos no podían ser acusados por
alguien de categoría inferior, significaba que los jerarcas de la Iglesia
quedaban fuera de las sanciones legales.
Como expresábamos anteriormente, el problema cátaro provocó
un avance sustantivo en el proceso inquisitorial. Inocencio III, en 1199,
dirige la decretal Vergentis in senium, que acentúa el rigor de los
edictos antes dispuestos. Dispone la confiscación de los bienes de los
herejes y da entrada a las ideas del jurista Huguccio de Pisa, tomadas
de su comentario al Codex Teodosianus: la herejía es un crimen de
laesa maiestatis que en el derecho común se penaba con la muerte (en
el canónico se adoptó la hoguera) después de un juicio sumario.
80 COHN, N., Los demonios familiares…, n.78, p.44 y ss.81 MARTÍNEZ DIEZ, G., Bulario de la Inquisición Española, Madrid, 1998, p.3 82 JUAN CAVALLERO, R., Justicia Inquisitorial: El sistema de justicia criminal de la
Inquisición Española, Argentina, 2003, p.17
52
Sin embargo, el avance del Catarismo y de otras tendencias, como
el averroísmo y el espiritualismo, y al observar que las medidas antes
mencionadas no funcionaban adecuadamente, hicieron a Inocencio III
convocar al Concilio Ecuménico más importante de la cristiandad
medieval, el de Letrán IV (1215), que en su canon tercero dispone las
medidas antiheréticas en cinco puntos:
1.- La herejía debe ser perseguida de común acuerdo por las
autoridades eclesiásticas y seculares.
2.- Los procesos de haeretica pravitate, serán incoados de oficio por el
obispo, sin esperar acusación de parte.
3.- En cada parroquia de su diócesis los obispos dispondrán la inquisitio
de herejes.
4.- Los herejes arrepentidos sufrirán la confiscación de bienes.
5.- Los recalcitrantes serán entregados al brazo secular para la
aplicación de la pena debida (animadversio debita), sin especificar
todavía el carácter de esta pena83.
El concilio de Narbona, en 1227, concretó la idea que había
perfilado el papa Gregorio IX: sin suprimir la autoridad episcopal, que
es siempre suprema en su diócesis, la herejía será perseguida en
adelante por jueces especiales nombrados por Roma que habrían de
“inquirir” los hechos, es decir, que la Inquisición será ejercida desde
entonces por inquisidores especiales, con lo que la inquisitio, que hasta
entonces estaba a cargo de los obispos, los que rara vez ejercían esta
función, pasó a ser responsabilidad de jueces designados por el Papa, lo
que dio nacimiento de la Inquisición Pontificia.
83 JUAN CAVALLERO R., Justicia Inquisitorial: El sistema de justicia (n.82), p.24
53
Proceso Inquisitorio
Si en un principio la pena no la imponía la Iglesia, la importancia
de Gregorio IX es capital en este aspecto, ya que en el mismo decreto
fundacional de la Inquisición, al convertir oficialmente en leyes
pontificias las constituciones del emperador Federico II de 1220, 1224 y
1227 relativas a la herejía, impusieron la pena de muerte en la hoguera
a los herejes. De este modo se terminaron las ambigüedades de la
animadversio debita a la que se refería Inocencio III. En adelante la
pena sería la hoguera84.
Para algunos autores, las iniciativas de Federico II prestaron un
doble servicio al Papado: ofrecía la intervención de la justicia laica
como “intervención de sangre” y liberaba a la Iglesia de la
responsabilidad de condenar a los herejes; por otra parte,
proporcionaba a Gregorio la ocasión de reafirmar que el tema de la
herejía era y debía continuar siempre bajo la égida eclesial. Se trataba
de fe, y el emperador, al igual que cualquier poderoso de la tierra, no
podía juzgar en materia de fe. La difícil funcionalidad oratores-
84 Op. cit. p.25.
54
bellatores, reencontraba su funcionalidad en la cuestión de la herejía85.
El año 1231 esta marcado como la culminación del ordenamiento
del derecho inquisitorial, con la constitución apostólica Excomnicamus
et anathematizamus, del mismo Gregorio IX, que refunde y ratifica las
anteriores disposiciones canónicas contra la herejía, tanto las generales
como las particulares, convirtiéndolas en ley universal de la Iglesia. Por
su importancia extractamos a continuación su contenido:
Excomulgamos y anatematizamos a todos los herejes: Cátaros,
Patarinos, Pobres de Lyon, Pasagianos, Josefinos, Arnaldistas,
Speronistas y otros, con cualquier nombre que se designen…
Los condenados por la Iglesia serán entregados al tribunal secular para
que sean castigados con la pena debida; los clérigos, habiendo sido
previamente degradados de las ordenes sagradas.
Si alguno de los antedichos, después de que fuesen apresados,
rehusaren someterse a una adecuada penitencia, sean recluidos en
cárcel perpetua; y a los que favoreciesen sus errores, los juzgamos así
mismo como herejes.
Del mismo modo decretamos que incurren en sentencia de excomunión
los encubridores, defensores y colaboradores de herejes, ordenando
que si, después de que alguno de éstos fuere públicamente
excomulgado, difiriere poner fin a su osada conducta, se convierta en
infame ipso iure y no tenga acceso a oficios, ni gobiernos municipales,
ni a participar en elecciones para tales cargos; inhabilitado en relación
con el testamento, no tenga derecho a testar, ni acceda a la sucesión
testamentaria.
Además, nadie le responda a él por ninguna obligación, pero él sí que
estará obligado a responder a los demás por sus obligaciones. Y si
85 BENAZZI, N.— D´AMICO M., El libro negro de la Inquisición, Barcelona, 2000, p.27.
55
ocurriere que ejerciere como juez, sus sentencias carezcan de todo
valor, y nadie aduzca ante su tribunal ningún litigio; y si fuere abogado,
no se le admita a defender a nadie; y si fuere escribano, los documentos
escritos por él sean totalmente nulos, pues son proscritos junto a su
proscrito autor; y en otras cosas semejantes ordenamos que se guarde
la misma norma; y si fuere clérigo, sea privado de cualquier oficio y
beneficio.
Igualmente, los clérigos no administren a estos pestilentes los
sacramentos de la Iglesia, no reciban sus oblaciones o limosnas; de
modo similar se conduzcan los Hospitalarios, los Templarios o
cualesquiera otros regulares. En caso contrario, príveseles también a
estos de su oficio, en el cual nunca podrán ser restituidos, salvo indulto
especial de la Sede Apostólica.
Igualmente, los que osaren dar a los excomulgados sepultura
eclesiástica, sepan que incurren a su vez en sentencia de excomunión
hasta que presten satisfacción suficiente; y no alcanzarán el beneficio
de la absolución, a no ser que con sus propias manos desentierren a los
tales y arrojen fuera los cuerpos de esos condenados; y aquel lugar
nunca vuelva a ser utilizado como sepultura.
Del mismo modo prohibimos con firmeza, que se permita a un seglar
disputar pública o privadamente acerca de la fe católica; el
contraventor incurrirá en excomunión.
También, si alguien conociere a algunos herejes, o a algunos de los que
celebran ocultas reuniones, o los que se apartan del común trato y de
las costumbres, de los fieles, sea diligente en denunciarlos a su
confesor o a otra persona, que él crea que hará llegar la noticia a su
prelado o a otra persona…
Los hijos de los herejes, de sus encubridores y de sus favorecedores
hasta la segunda generación, no serán admitidos a ningún oficio o
56
beneficio eclesiástico. Y lo que hiciere en contra de este precepto,
declaramos sea nulo e írrito86.
Libelo acerca de la Inquisición
Concluimos este bosquejo general de la conformación del
procedimiento inquisitorio con la bula Ad extirpanda (1252), de
Inocencio IV, la que en su articulo 25 introduce la tortura en el derecho
canónico (práctica ya existente en el derecho común), justificándola con
el argumento de que el delito cometido por un hereje, al robar almas, es
mucho peor que un delito de robo, en cuyo juicio se aplicaba la tortura.
Consideraba también que los beneficiarios van a ser los propios
acusados, porque “confesando sus crímenes como herejes se convierten
a Dios y por su reconciliación salvan sus almas”87.
86 MARTÍNEZ DIEZ, G., Bulario de la Inquisición Española, España, 1998, p.3 y ss.87 BURMAN, E., Los secretos de la Inquisición, México, 1990, p.41
57
Quema de Herejes
La represión y aparición de los manuales de brujería
Este es el momento en que comienza el período de represión a la
disidencia religiosa, que es el objetivo de este estudio. Al concluir la
cruzada cátara, se inician los mecanismos de control de la población
que había estado cercana a los herejes, para que no se repitieran los
errores cometidos por la Iglesia. Una de las primeras fuentes para
entender este turbulento período es el religioso dominico Bernardo Gui
o Guidoni, nacido en 1261 y muerto en 1331. Fue Inquisidor de
Toulouse entre 1307 y 1323. Escribió una guía práctica para
inquisidores, muy utilizada durante esta época, llamada Practice
Inquisitionis hæreticae pravitatis (Práctica de la Inquisición en la
depravación herética); es uno de los primeros que se encargó de
enseñar a los inquisidores los métodos de interrogación, prácticas que
se harían habituales en las futuras persecuciones, y más aún, serían
perfeccionadas a lo largo del tiempo. Un ejemplo, extractado de su
libro:
58
“Cuando un hereje es presentado por primera vez para ser examinado,
él asume un aire de seguridad, como para asegurar su inocencia. Le
pregunto por qué ha sido traído ante mí. Él responde, sonriente y
cortés, "Señor, me agradaría saber la causa de usted."
Yo: A usted se le acusa de hereje, y de creer y enseñar cosas diferentes
a las que la Santa Iglesia cree.
A. Señor, tú sabes que soy inocente de esto, y que nunca he tenido fe
diferente a la del cristianismo verdadera.
Yo: Usted dice que su fe es cristiana, puesto que usted considera la
nuestra como falsa y hereje. Pero le pregunto, ¿ha creído usted en una
fe diferente a la que la Iglesia Romana declara como la verdadera?
A. Creo la fe verdadera que la Iglesia Romana cree, la cual usted nos
predica abiertamente.
Yo: Quizás hay algunos miembros de su secta en Roma a quienes usted
llama la Iglesia Romana. Yo, cuando predico, digo muchas cosas,
algunas de las cuales son comunes entre nosotros, por ejemplo, que
Dios vive, y usted cree algunas de las cosas que predico. No obstante
usted puede ser un hereje debido a que no cree otras cuestiones que
debieran creerse.
A. Creo todas las cosas que un cristiano debe creer.
Yo: Conozco sus artimañas. Lo que los miembros de su secta creen es lo
que usted dice que un cristiano debe creer. Pero malgastamos tiempo
en esta treta. Diga claramente, ¿cree usted en un Dios el Padre, y en el
Hijo, y el Espíritu Santo?
A. Creo.
Yo: ¿Cree en Cristo nacido de la Virgen, quien sufrió, fue resucitado, y
ascendió al cielo?
A. Creo.
Yo: ¿Cree usted que el pan y el vino en la misa realizada por los
sacerdotes se transforma en el cuerpo y la sangre de Cristo por virtud
divina?
59
A. ¿No debo creer yo esto?
Yo: No le pregunto si debe creerlo, sino si usted lo cree.
A. Creo todo lo que usted y otros doctores buenos me ordenen a creer.
Yo: Esos doctores buenos son los maestros de su secta; si yo digo algo
de acuerdo con ellos usted cree con mí; si no, no.
A. Creo voluntariamente lo que usted cree, si usted enseña lo que es
bueno para mí.
Yo. Usted lo considera bueno. Diga, entonces, ¿cree usted que el cuerpo
de nuestro Señor Jesucristo está en el altar?
A. Creo que un cuerpo está allí, y que todos los cuerpos son de nuestro
Señor.
A. Si usted desea interpretar todo lo que digo de otro modo que lo que
digo simple y llanamente, entonces no sé qué decir. Soy un hombre
sencillo e ignorante. Pido que no me haga tropezar en mis palabras.
Yo. Si usted es sencillo, responda simplemente, sin evasiones.
A. Con mucho gusto.
Yo: ¿Jura entonces que usted nunca ha aprendido nada contrario a la fe
que creemos ser verdadera?
A. Si debo jurar, juraré dispuestamente.
Yo: No le pregunto si usted debe jurar, sino si usted jura.
A. Si usted me ordena a jurar, juraré.
Yo: Yo no le fuerzo a jurar, porque como usted cree que todos los
juramentos son ilícitos, usted transferirá el pecado a mí que lo forcé;
pero si usted jura, yo lo escucharé.
A. ¿Por qué debo jurar si usted no me lo ordena?
Yo: Para poder quitar la sospecha de que usted es un hereje.
A. Señor, no sé cómo hacerlo a menos que usted me enseñe.
Yo: Si tuviera que jurar, yo levantaría la mano y separaría los dedos y
diría, "Que Dios me ayude, nunca he aprendido herejías ni creído nada
opuesto a la fe verdadera."
60
Entonces, temblando como si no pudiera repetir las palabras, él
continúa desvariando como si hablara consigo mismo o en nombre de
otro, afirmando que no existe una forma absoluta de juramento y sin
embargo dando la apariencia de haber jurado. Si las palabras están allí,
son torcidas de modo tal que él no jura y sin embargo parece haber
jurado. O él convierte el juramento en una tipo de oración, como "Dios
ayúdame que no soy hereje ni nada similar"; y cuando se le pregunta si
ha jurado, él dirá: "¿No me oyó que juré?" [Y cuando se le presiona de
modo adicional, él apela diciendo] "Señor, si he hecho alguna cosa
mala, estoy dispuesto a soportar la penitencia, sólo ayúdeme a evitar la
infamia de la cual se me acusa aunque sin malicia ni culpa de mi parte."
Pero un inquisidor vigoroso no debe permitirse ser manipulado de esta
manera, sino que debe proceder firmemente hasta lograr que estas
gentes confiesen su error, o por lo menos renuncien públicamente a la
herejía, de modo que si subsecuentemente se descubre que juró
falsamente, se les puede abandonar al brazo secular sin que medie
audiencia adicional.”88.
Alrededor de 1376 aparece el Directorium Inquisitorum, de
Nicolás Eymeric, escritor, teólogo y filósofo, nacido en Gerona, en
1320; tomó el hábito de Sto. Domingo en su ciudad natal, el 4 de agosto
del 1334. Acerca de la importancia histórica de este personaje,
revisaremos diversas opiniones de variados autores89, partiendo por
Jean Claude Bologne90, quien habla del escrito Contra alchimistas,
1396, posterior al Directorium, en donde Eymeric resume la evolución
de la ciencia hacia el arte del engaño y luego a la invocación de los
88 LEA, H. C., Historia de la Inquisición de la Edad Media, Nueva York, 1887, vol. 1, p.411 y ss.
89 Estas ideas fueron presentadas en las IV° Jornadas Internacionales de Historia de España, organizadas por el Instituto de Historia de España “Claudio Sánchez Albornoz”, en la ponencia: Nicolás Eymeric: Una propuesta de investigación”, Buenos Aires, 2004.
90 BOLOGNE, J. C., De la antorcha a la hoguera: Magia y superstición en el Medioevo, Barcelona, 1997, p.287 y ss.
61
demonios, en ocho “cuestiones” argumentadas de una en una, con cinco
“conclusiones” extraídas de las Santas Escrituras o de la experiencia.
Demuestra que sólo la naturaleza puede engendrar oro, plata o piedras
preciosas, que el hombre sólo puede imitar la apariencia y que con la
ayuda del demonio puede hacerlo con eficacia. El demonio no puede
crear oro porque la obra de la creación es una prerrogativa divina; para
conseguirlo, recurre al alquimista, pero no puede enseñarle el arte de
fabricar oro; puede, por el contrario, transportar tesoros cuya
existencia conocía y mostrárselos para crearle la ilusión de que la
alquimia le permitirá realizar la gran obra; así, de la locura de la
alquimia, hábilmente se pasa al de la demonolatría. Esta evolución
apuntada por Eymeric es necesaria para que la alquimia se convierta en
un crimen contra la fe y caiga dentro de la competencia de la
Inquisición91.
Portada del Directorium Inquisitorum
91 Op.cit. p.288.
62
Brian Levack92 relaciona a Eymeric en tres temáticas, siempre en
función de su manual:
1. Como fundamental en la creación del nexo entre magia y pacto
demoníaco, que es la creencia de que las brujas establecían pactos
con el demonio, que va a ser la base de la definición legal del delito de
brujería en muchas jurisdicciones. La condena de este tipo de magia
fue obra sobre todo de los filósofos escolásticos y de inquisidores
papales, como Eymeric, quien al condenar tales prácticas fueron más
allá de los tradicionales ataques de la patrística contra la magia. La
clave de esta respuesta fue el argumento de que los demonios no
proporcionaban sus servicios sin exigir algo a cambio, por lo tanto el
mago era un hereje, pues negaba a Dios al pactar con el demonio, y
peor aún, era un apóstata, pues renunciaba a su fe cristiana al
acceder a adorar al demonio o servirlo de otra manera.
2. En cuanto a la tortura, en su Directorium, eludió la prohibición de
repetir el tormento, permitiendo su “continuación” en un momento
posterior.
3. Como prueba de que las creencias brujeriles tuvieron una
dificultosa aplicación en Italia, ya que la popularidad del Directorium,
el más usado en ese país, trajo consigo que al utilizarse los conceptos
escolásticos de Eymeric, los inquisidores italianos perpetuaron un
punto de vista sobre el delito que excluía muchos de los elementos
añadidos al concepto acumulativo de brujería después de escrito su
manual, en especial del Malleus y el Disquisitorium de Martín del Río.
Norman Cohn93 nombra a Eymeric como una de las tres
autoridades que tradicionalmente se han considerado como los
creadores del estereotipo de la bruja, en conjunto con Santo Tomás de
92 . LEVACK, B. P, La caza de brujas en la Europa Moderna, Madrid, 1995, p.144 y ss.93 COHN, N., Los demonios familiares (n.78), p.61 y ss.
63
Aquino y el papa Juan XXII, aunque no coincide con esa visión, ya que
considera que Eymeric no habla en su manual de la brujería en sí
misma, sino de la magia ritual, es decir, que aun este estereotipo no se
habría terminado de crear hasta más adelante.
Cohn reconoce que Eymeric es el más completo de los tres, ya
que tenía sobre ellos ciertas ventajas, había conseguido y leído muchos
libros de magia antes de quemarlos. Además, como inquisidor, le
interesa demostrar que quienes practican la magia ritual caen dentro
de la jurisdicción de la Inquisición. Para probar su punto de vista, cita
gran número de autoridades, incluyendo a Santo Tomás y a la bula
Super illius specula (1326). Concluye que la magia ritual es herética, ya
que es herético el solo acto de invocar a los demonios.
Cohn finaliza señalando que el resto de las fuentes poco de
sustancial añaden a lo que mencionan estas tres: “Enfrentados a la
expansión de la magia ritual en Europa, los papas, los escolásticos y los
inquisidores decidieron por igual que se trata de una forma de herejía y
apostasía”94.
Franco Cardini95 lo sitúa en un contexto más amplio, es decir,
dentro del complejo proceso de las relaciones entre herejía y brujería,
de las relativas competencias concretas en el seno de la Iglesia, que se
volvían cada vez más necesitados de sistematización. Según Oldrado da
Ponte de Lodi, célebre canonista, valiéndose de argumentos de San
Agustín y Tomás de Aquino, decía que las prácticas mágicas constituían
un grave pecado en todos los casos, pero no siempre adquirían el rango
de herejía. Federico Petrucci intentó definir el concepto de divinatio,
llegando a la conclusión de que se trataba de una práctica ilícita porque
94 Op. cit. p.63.95 CARDINI, F., Magia, brujería y superstición en el Occidente Medieval, Barcelona,
1982, p.46.
64
estaba relacionada con la evocación latente o patente del demonio96. En
virtud de estos dos testimonios era una postura contraria a la
intervención de la Inquisición en asuntos brujescos. Es en este punto,
que esta polémica jurídica se sumergió en el “gran terror” de la Peste
negra que sumió a Occidente en un estado de pánico colectivo,
propenso a estallar en psicosis colectivas, entre otras, las de las
conjuras del demonio y los enemigos de la cristiandad. A mediados de
siglo, la Cristiandad occidental tenía la sensación de vivir en una
fortaleza asediada y aunque se había derrotado el brote herético cátaro,
por todas partes aparecían focos de herejía y entre éstos y la brujería
parecía haberse concertado una serie de alianzas o confluencia,
especialmente en las zonas periféricas de Europa, en las montañas y
bosques.
A esta preocupación cada vez más intensa por la extensión de la
brujería pertenece la obra sistematizadora de Nicolás Eymeric, quien
compendió cuanto ya se había dicho contra los brujos en el tratado
Contra advocatores daemonum, de 1369. Afrontando la obra de Gui, no
negaba que hubiese formas de brujería que, no obstante constituir
pecado grave, pudiera quedar fuera de la herejía.
Sin embargo, el tema fundamental en torno al cual se podía
edificar la imagen teológico-jurídica de la brujería realmente herética
era el pacto con el demonio, entendido no tanto en sentido contractual
de igualdad de condiciones, sino más bien de sujeción, de fidelitas que
el hombre juraba al diablo en cuyo acto le rendía un homenaje, como el
vasallo a su señor; a partir de aquí la creación de todo un cuerpo de
tratados, como el de Nicolás Eymeric97.
Con respecto del manual mismo, es escrito en Avignon en 1376,
reeditado cinco veces, tres en Roma y dos en Venecia, y es
96 Op. cit. p.48.97 Op. cit. p.50.
65
precisamente la reedición romana la que le da un valor agregado a este
texto, en palabras de Sala Molins, prologador del texto: “como si Roma,
dos siglos más tarde, reconociese la tarea de Eymeric como su propia
obra, la orientación del autor como su propia orientación, la trama
teológica del texto del inquisidor de Aragón como su verdadera
orientación teológica frente a una nueva estirpe de modernos
cátaros”98. Esta reedición estuvo a cargo de Francisco Peña, canonista
español, quien enriquece el texto de Eymeric, ya que al final de la obra
incorpora todas las cartas apostólicas y las bulas relacionadas con el
oficio de la Santa Inquisición, a partir de pontificado de Inocencio III
hasta el de Gregorio XIII, en que vieron la luz las ediciones romanas,
cubriendo el período de 1198 a 1585.
El manual incluye todo lo que en actos o palabras, en gestos o
intenciones guarda alguna relación con una doctrina, una costumbre
condenada por Cristo, por los padres de la Iglesia, por los concilios, los
papas, todo ello, es competencia de la Inquisición. Están todos los
textos que permiten al funcionario del Santo Oficio dirimir con claridad
y entera soberanía, ya que él apenas se pronuncia, se limita a reunir los
textos, y que los emperadores, los papas, los concilios, no él, precisen la
estructura de la fe y la norma de vida. No anticipa ni media palabra,
nada que no haya sido autorizado por los grandes textos relacionados
previamente o añadidos durante su exposición.
El Directorium, en su formulación general comprende tres partes
generales, subdivididas en varios extensos capítulos:
1.- La primera parte incluye la colección de textos pontificios,
conciliares, patrísticos y canónicos referentes a la definición y la
salvaguardia de la fe católica.
98 EYMERIC, N. y PEÑA F., Compendium Maleficarum, El manual de los Inquisidores, Introducción, traducción del latín y notas de SALAS MOLINS, L., Madrid, 1973, p.21.
66
2.- La segunda parte esta dedicado a una serie de doce preguntas
teológicas sobre la legitimidad del procedimiento inquisitorial, en
cuestiones de práctica concreta.
3.- El tercer capitulo se plantea finalmente la cuestión de la jurisdicción
inquisitorial en el espacio y el ámbito doctrinal y se dan las respuestas
con arreglo a lo que se infiere legítimamente de las dos partes teóricas
precedentes.
Como ha señalado Dondaine: “Eymeric ofrece un tratado
sistemático para exclusivo ejercicio de la función”; lleva a cabo en
derecho inquisitorial lo que Raimundo de Penyafort realiza en derecho
canónico. No hay una sola línea de su manual que no remita a los
textos conciliares, bíblicos, imperiales o pontificios y cuando la duda es
permisible, relaciona con escrupulosidad las tesis existentes,
contradictorias o complementarias. “Si la institución tuviese una
memoria, el manual de Eymeric sería esa memoria”99.
Quema de herejes
99 Op. cit. p.32.
67
Relación Herejía y Brujería
A esta altura, entramos en un terreno complejo, pues comienzan a
fusionarse dos conceptos fundamentales en este estudio: Herejía y
Brujería. Intentaremos explicar, comenzando por entender qué significa
brujería, las causas que llevaron a la unión de estos dos fenómenos,
separados en cuanto a su origen, pero íntimamente relacionados en su
fin.
Los conceptos Hechicería y Brujería designan un conjunto de
creencias y acciones de naturaleza mágica que se consideran negativas
desde los puntos de vista social, legal, ético ó teológico. Las
definiciones de magia no suelen ser precisas y menos aún unívocas. El
Diccionario de la Real Academia Española lo define así: Ciencia o arte
que enseña a hacer cosas extraordinarias y admirables100. Se distingue
en esta definición la magia blanca o natural, que obra efectos
extraordinarios por medio de causas naturales, de la magia negra, en la
que se recurre al auxilio de espíritus malignos y donde encontraríamos
la brujería y hechicería.
Pero esta definición nos enfrenta con una serie de interrogantes y
problemas, ya que no hay distinción entre magia y religión, y menos
aún entre magia y ciencia, además de la separación entre lo benéfico y
maléfico, así como de intervención o no de seres sobrenaturales.
100 Diccionario de la lengua castellana de la Real Academia Española, Madrid, 1964, p.455.
68
Según Cardini101, quién se pregunta qué es la magia, o mejor aún,
qué se entiende en las diversas culturas por dicho término (o sus
equivalentes o derivados) debe en primer lugar, rendir cuentas a las
ciencias humanas, especialmente con la Antropología Cultural, ciencias
que tienen considerable ventaja sobre los historiadores, porque pueden
comparar entre sí diversas series de mitos, ritos y usos, extraídos de
culturas incluso extrañas recíprocamente, como hacen, precisamente,
los antropólogos. Un etnólogo, por ejemplo, puede dedicarse a indagar
un mundo preciso y definido en el terreno espacio-temporal; el
historiador no puede permitirse esta clase de lujos porque nunca una
sociedad es completamente cerrada y todas las influencias exteriores,
absorbidas y estratificadas, en cualquier caso deben ser identificadas y
evaluadas constantemente. Por esto hay que ser muy cuidadosos en
cualquier estudio de este tipo.
Así, siguiendo con esta línea, intentaremos definir el pensamiento
mágico desde el punto de vista antropológico, quienes han prestado
especial atención al estudio de este tema, intentando descubrir los
principios en que la magia se fundamentaba, lo mismo que sus
diferencias y relaciones con la religión y con la ciencia. Según Sir James
George Frazer102, el pensamiento mágico, universalmente extendido,
anterior a la religión, consistía en la visión de la naturaleza como una
serie de acontecimientos que ocurren en orden invariable y sin
intervención de seres personales.
Así la magia se resolvería en un principio: que lo semejante
produce lo semejante, o que los efectos semejan a sus causas (ley de
semejanza), esto significa que el pensamiento mágico da por supuesto
que en la naturaleza un hecho sigue a otro invariablemente, por lo
101 CARDINI, F., Magia, Brujería (n. 95), p. 54.102 FRAZIER, J. G., La Rama Dorada. Magia y Religión, citado en “Hechicería y Brujería
en Canarias en la Edad Moderna” de Fajardo Spínola, F., Las Palmas de Gran Canaria, 1992, p.56.
69
tanto, hay una semejanza entre la concepción mágica del universo y la
concepción científica.
“El defecto de la magia no está en su presunción general de una
serie de fenómenos determinados en virtud de leyes, sino en su
concepción por completo errónea de las leyes particulares que rigen
esa serie. Los principios de asociación son excelentes por sí mismos.
Correctamente aplicados, producen la ciencia, incorrectamente
aplicados, producen la magia, hermana bastarda de la ciencia”103. Así,
la diferencia entre magia y ciencia sería la forma de apreciar ciertos
fenómenos y las leyes que los rigen, donde científicos y magos llegarían
a conclusiones distintas a partir del mismo hecho y la diferencia seria la
aplicación del método científico.
Frazer, en su concepción evolucionista, postula que la magia “era
una fase más ruda de la de la mente humana, por la cual han pasado o
están pasando todas las razas de la humanidad”104, que siguiendo con su
razonamiento, posteriormente pasarían hacia la religión y hacia la
ciencia. Entonces la magia sería considerada por los antropólogos como
una seudo-ciencia, a la que el hombre recurre en circunstancias
adversas e imprevisibles, cuando resultan impotentes sus
conocimientos y técnicas. La magia es un “arte específico para fines
específicos”105, un conjunto de medios para lograr un fin determinado.
Por otra parte, aunque antropólogos e historiadores de las
religiones han coincidido en considerar que la existencia de un
pensamiento mágico-religioso es un fenómeno común a todas las
civilizaciones, son inaceptables las teorías generales que pretenden, a
partir de un campo de observación, generalmente limitado, extraer
principios de validez universal. Igualmente hay que rechazar el uso de
103 Op. cit. p.27.104 Op. cit., p.28.105 LEVACK, B. P., La Caza de Brujas (n.92), p.25.
70
conceptos y términos sin duda útiles para determinadas colectividades,
pero que tienen un alcance y significación distintos en las sociedades
europeas modernas.
La separación entre magia y religión en el mundo antiguo es casi
imposible, porque si bien no existe una visión maniqueísta propiamente
tal, no puede afirmarse que la magia actúa en la órbita del mal y la
religión en la del bien, porque hay muchos ejemplos de dioses que
obran mal y amparan malas acciones, mientras que la magia se
practicaba en Grecia y Roma públicamente, además de tener sus
propias deidades protectoras.
El mago conjura y amenaza a las fuerzas sobrenaturales, en tanto
que el sacerdote suplica, distinción que se mantiene hasta hoy. En la
Antigüedad como en la Edad Media, los ritos religiosos estaban unidos
a los actos mágicos, conjuros y oraciones; se pasaba de uno a otro
imperceptiblemente, por lo cual en estas sociedades resultaba
imposible separar del todo, magia y religión
Tomando en cuenta todas estas aclaraciones, para los efectos de
este trabajo la definición de magia para los pueblos europeos será la
siguiente: “Cierta actividad fundada en un vinculo de simpatía o
afinidad, establecido refrendado por un pacto u operación de carácter
más o menos contractual, entre ciertas potencias sobrenaturales o
divinidades, de suerte que aquellas potencias o divinidades satisfacen
los deseos y pasiones de los hombres y éstos hacen entrega de una
parte de su ser, o de la totalidad de éste, a las mismas potencias,
sobrenaturales o preternaturales, que unas veces son malignas y otras
no, pero que siempre tienen un carácter específicamente ligado con
algún aspecto de la psique humana: amor, odio, deseos en general”106.
106 FAJARDO SPINOLA, F., Hechicería y Brujería (n. 102), p.55.
71
Según esta definición los hombres, los dioses, los astros y todos
los seres de la naturaleza estarían ligados por vínculos especiales; el
mago conocería las simpatías y repulsiones de las cosas y provocaría,
con ciertos actos y palabras, determinados efectos. De esta definición
puede desprenderse que en la magia hay necesariamente intervención
de seres sobrenaturales, e incluso pacto con ellos. Veremos cómo en la
época cristiana, si bien la Iglesia tendió a considerar que toda magia es
diabólica, las creencias populares consideran que estas relaciones
verdaderamente sí existen107.
¿Qué relación existe entre la hechicería y la brujería?, Henry
Charles Lea separa claramente los dos fenómenos: “La brujería es la
culminación de la hechicería, y sin embargo no son lo mismo. Ya no se
trata de un pacto con el demonio, expreso ni tácito, para obtener
ciertos resultados, esperando lavarse el pecado en el confesionario y
burlando así al diablo. La bruja ha abandonado el cristianismo, ha
renunciado a su bautismo, rinde culto a Satanás como a su dios, se ha
entregado a él en cuerpo y alma, y existe ya solo para ser su
instrumento de hacer el mal”108.
¿Qué hay de cierto en esto? Ningún historiador nos podría dar
una respuesta concreta. Lo claro es que en algún momento de los siglos
XII y XIII, estas creencias pasaron a ser reconocidas e identificadas por
las autoridades, y lo más importante, a convertirse en acusaciones
concretas, amalgamándose con el fenómeno herético, creando un
corpus jurídico que utilizaron los inquisidores desde el siglo XIV, a
través de procesos evolutivos, en especial, desde el punto de vista de la
mentalidad clerical y popular.
107 Op. cit., p.60.108. LEA H. C, Historia de la Inquisición Española, Madrid, 1983, p.38.
72
Libelo acerca del Demonio
Mentalidad animista
Las creencias populares tienen una historia tan larga como la
humanidad misma. En todas las culturas encontramos una serie de ritos
con múltiples objetivos; es la relación entre el hombre y la naturaleza,
tan rica en formas y detalles, que su estudio es francamente
inabordable para las diversas disciplinas que se encargan de ellas.
En sus inicios el cristianismo tuvo que enfrentarse a una serie de
creencias y prácticas en las zonas de evangelización, las que fueron
condenadas rigurosamente, afectando principalmente a las técnicas
adivinatorias, algunas de las cuales implicaban el uso de las Escrituras.
Otras afectaban a los maleficia contra las personas y contra los
animales y las cosechas, o bien la magia erótica o las prácticas
meteorológicas. Y todavía otras que se relacionan con los ritos
vinculados con las exequias, las tumbas, la sombra de los muertos. Pero
otras eran más bien vinculables a una relación difícil entre una
naturaleza ingrata y hombres que querían dominarla para someterla a
sus necesidades; por ejemplo, provocar una lluvia beneficiosa o a alejar
73
un temporal. Había, en fin, una amplia gama de prácticas
estrechamente dependientes de necesidades socio-económicas, además
de ligadas a una ética a todas luces diferente de la cristiana y, como tal,
condenada por la Iglesia109.
Es difícil reconstruir con sus rasgos específicos el rostro de esta
Cristiandad “profunda”, todavía copiosamente pagana. Las fuentes
escritas, si bien menos escasas y menos lacónicas de lo que podría
creerse, contienen dos defectos fundamentales110: primero, proceden de
una sola parte, la eclesiástico-intelectual; y segundo, a menudo
confunden las cosas, porque explican, por ejemplo, creencias vivas en
determinada área cultural poniéndolas en contacto y mezclándolas con
otras de origen completamente distinto, y hasta cronológicamente
anteriores; o bien, distorsionan profundamente ciertas realidades,
forzándolas a encajar como sea, en esquemas aceptados, o a coincidir
con modelos basados en la escritura formal111.
Sin embargo, en sus comienzos la Iglesia no pareció estar tan
preocupada por estos problemas. Más aún, parece no haber encarado
nunca con rigor excesivo, lo que Cardini llama “problema
catequético”112. Por otra parte, respecto de las supertitiones vinculadas
a las creencias mágico-brujescas, bastante extendidas (y no
exclusivamente entre los estratos inferiores) se tendía a encontrarlas
inofensivas en conjunto; se dejaba que ciertas estructuras mentales
continuasen existiendo a pesar de la adhesión superficial al
cristianismo113.
109 CARDINI, F., Magia, Brujería y Superstición (n.95), p.26.110 Op. cit., p.27.111 Op. cit., p.28.112 Op. cit., p.28.113 Op. cit., p.29.
74
Según esto, y considerando la clasificación propuesta por
Mandrou114, se pueden distinguir en esta sociedad, tres planos
culturales distintos:
1.- Una elite, compuesta principalmente por la nobleza y el clero
2.- Una amplia fracción de habitantes de las ciudades entre los que se
fue difundiendo progresivamente una especie de instrucción, al menos
rudimentaria, gracias a la multiplicación de los libros y pequeñas
escuelas; y
3.- Las capas rurales, frecuentemente sumidas en la ignorancia. Y
puesto que esta masa representaba la inmensa mayoría de Europa, se
convierte en un importante antecedente para explicar la cristianización
superficial.
Este grupo comienza a ser importante en la medida en que es
conocido y reconocido, en especial sus creencias y mentalidad, un
importante acervo de ideas, representaciones y formas de ver la vida,
distintas de las creencias oficiales, las cuales intentaron de un
comienzo hacer desaparecer. Al no lograrlo amalgamaron las ideas de
ambos grupos para crear rituales y ceremonias originales, que han sido
estudiados por antropólogos y folcloristas115.
114 MANDROU, R., Spiritualité et la pratique catholique au XVIIIº siècle, citado en DELUMEAU, J., El catolicismo de Lutero a Voltaire, Barcelona, 1973, p.198.
115 Con respecto a esto, Alain Guerreau sostiene que estas creencias y relatos rurales se han etiquetado y clasificado arbitrariamente, sin interrogarnos acerca de la significación de las narraciones que contienen, en apariencia, ridículas e intemporales. Fue en definitiva su misma absurdidad la que llevó a definir estos relatos como folclóricos. Este criterio es aún más patente para el conjunto de costumbres folclóricas; no se obtiene un rasgo o una costumbre sin diseccionar el continuo de las prácticas rurales, elementos que tienen el doble carácter de no ser ni funcionales ni sabios u oficiales. De esta forma, lo que caracteriza al “espíritu del pueblo”, es ser fútil y carente de sentido, inexplicable. Aunque se haga referencia al elemento primitivo, original o arquetípico, el resultado es el mismo: el folclore selecciona de la realidad aquello que le parece absurdo y decide que esta sinrazón es en el fondo una realidad sui generis. Lo que nos quiere decir es que existen dos realidades pare entender este tipo de mentalidad campesina: una es funcional y explicable, la otra es arbitraria y no podemos ir más allá de su simple descripción. El folclore es simplemente los residuos de la incoherencia primitiva, lo que no se puede
75
Le Goff116 señala que la cultura eclesiástica derrota a la cultura
campesina folclórica gracias a tres procesos: la destrucción, la
obliteración, es decir, la sustitución de cultos paganos por otros
parecidos; y la desnaturalización, o sea la conservación cuando menos
parcial de las formas, acompañada de una profunda y absoluta
mutación de significados.
Esta cultura campesina folclórica tiene una estructura mental,
llamada por Delumeau “mentalidad animista”, y que definiremos como
la mentalidad profunda del hombre “vulgar”, en particular la del
campesino117. Al indagar en estas creencias se descubren estructuras
mentales radicalmente distintas a las actuales, en la medida en que
nuestros antepasados no tenían la misma concepción del universo.
Creían que todo cuerpo viviente o inerte estaba compuesto por una
parte material y otra espiritual, concepción que fue compartida por los
más eruditos hasta la revolución científica del siglo XVIII; esta visión
implicaba la creencia neoplatónica característica de los hombres del
Renacimiento acerca de la existencia del alma en las estrellas, lo que
justifica la prolongada creencia en la astrología. Esta mentalidad,
fundamentalmente primitiva, era incapaz de distinguir claramente
entre lo natural y lo sobrenatural, y creía que el mundo, más que por
leyes, estaba regido por el capricho de los seres y las cosas; reflejando
la profunda angustia del hombre ante un mundo que lo amenaza desde
todos los ángulos y sobre el que posee escaso dominio.
Los múltiples testimonios reunidos por los folcloristas,
especialmente por Delcambre, conducen a una misma conclusión: que
el hombre medieval y moderno se hallaba fuertemente influido por esta
explicar, en GUERREAU (n.17), p.42 y ss.116 Citado en CARDINI, F., Magia, Brujería y Superstición (n.95), p.28.117 DELUMEAU, J., El catolicismo de Lutero a Voltaire (n. 114), p.199.
76
mentalidad animista, la que básicamente creía en tres leyes básicas,
algunas de las cuales, hasta el día de hoy son observables118:
1.- Ley del contacto, que es la creencia de que los magos o brujas
actuaban, curando o atacando por el simple tocamiento o incluso por el
medio de un soplo. El mal de ojo pertenece al dominio de esta ley, pues
se cree que existe contacto entre el fluido maléfico que sale del ojo y la
persona o cosa tocada. Esta ley explica la costumbre tan arraigada de
llevar talismanes, piedras preciosas, caracteres y otros preservativos
milagrosos, muchos objetos piadosos en realidad actuaban como
talismanes.
2.- Ley de la similitud, es la ley más ampliamente utilizada, son los ritos
de imitación, como por ejemplo, provocar lluvias moviendo las aguas o
destruir cosechas quebrando espigas.
3.- Ley del contraste, es decir, la oposición de contrarios, oponiendo el
frío al calor, el agua al fuego, esta noción de antipatía da origen a las
múltiples formas de contrasortilegios.
Estas tres leyes tienen como característica que desprecian la
distancia, es decir, que la lejanía no es un obstáculo en el mundo
mágico, en el que pensamientos y palabras están dotados de un poder
concreto: sólo desear, mirar o hablar es lo mismo que actuar, de ahí la
importancia de los ritos y encantamientos. Puesto que las palabras se
consideran se consideran eficaces por sí mismas, un formalismo
meticuloso está presente en todo momento en los encantamientos119.
Cualquier error hará inoperante la operación y debido a la potencia que
se creía que tenían, era necesario que los católicos realizaran
peregrinaciones, pero con determinados formalismos, los que en
118 DELCAMBRE, E., Le concept de sorcellerie dans le duché de Lorraine, Nancy, 1948, citado en DELUMEAU, El catolicismo de Lutero a Voltaire (n. 114), p.201 y ss.
119 Op. cit., p. 202
77
general eran transmitidos de generación en generación, de madre a hija
o de tía a sobrina.
Existen variados ejemplos de esto, Ginzburg, en su obra “El queso
y los gusanos”120, narra la historia de un proceso judicial que sufre un
condenado por religión. Una narración que lejos de quedarse en la
crónica del acontecimiento, analiza las características que tuvo para así
delimitar el pensamiento, valores y ética que regían la época
circunscrita en el siglo XVI, haciendo explícito el sentir de religiosos y
de los campesinos, en la figura de Menocchio, Así como nos ofrece todo
un panorama de las creencias que éste defendió durante el proceso
inquisitorial y cuál era su cosmovisión acerca de la creación del mundo,
la virginidad de María y la mortalidad de Jesucristo. En otro ejemplo,
Leproux121, expresa que sólo en el departamento de Charente, en
Francia, ha catalogado más de 200 manantiales curativos que
significaban otros tantos lugares de devoción hasta una época muy
reciente. Se conoce cierto número de ellas que ya eran veneradas antes
de la época cristiana. Además, la practica de convertir en sagradas las
fuentes es un legado de un pasado muy remoto.
El comportamiento de los cristianos con respecto a la sangre, en
especial la sangre menstrual, el esperma, la saliva, la orina, los
excrementos e incluso deshechos tales como trozos de uña y cabellos
caídos, responde a un nivel arcaico de la mentalidad colectiva122, por la
razón de que cualquier cosa que saliese del cuerpo humano, de alguna
manera se encuentra bajo tabú, ya que no contiene solamente el alma
del individuo, sino el alma colectiva del grupo a que pertenece, de ahí la
120 GINZBURG, C., EL queso y los gusanos, Barcelona, 2001.121LEPROUX, M., Dévotions et saints guérisseurs. Contribution au folklore charentais,
Paris, 1961, citado en DELUMEAU, J., El catolicismo de Lutero a Voltaire (n.114), p.203
122 DELUMEAU J., El catolicismo de Lutero a Voltaire (n.114), p.204
78
peligrosidad de los filtros y pociones mágicas de las brujas, ya que éstas
utilizaban estos elementos, poniendo en peligro a la sociedad cristiana.
Las fiestas cristianas son otro elemento de esta mentalidad
animista, dirigidas en general a una masa ignorante, tendieron a
“folclorizarse”, a pesar de la resistencia de la jerarquía. Estas
desviaciones son especialmente sensibles en el caso de la noche de San
Juan, una de las principales fiestas del año para los europeos
medievales y modernos. Ésta proporcionaba la ocasión para recoger
hierbas mágicas, encender fuegos que alejaban a los malos espíritus, a
los que frecuentemente se quemaban gatos, animales diabólicos por
antonomasia. En la región de Metz y en otros lugares se creía que quien
se bañaba en la noche de San Juan antes de que salga el sol quedaba
inmunizado contra las fiebres por todo el año123.
Las estructuras mentales y el peso de una civilización arcaica no
solo provocaron la folclorización de las ceremonias y fiestas, sino
también de las creencias, por lo que se cayó en una especie de
paganismo. Un ejemplo de esto es lo lejano que se encuentra del dogma
cristiano de la vida eterna y la resurrección final de la carne los típicos
“aparecidos”, almas en pena, muertos sin sepultura y los fantasmas que
pueblan, hasta la actualidad el imaginario colectivo de la sociedad.
La eficacia de los ritos fue aplicada por los católicos a la
ceremonia del bautismo; se creía entonces que los niños muertos sin
bautizar iban al infierno. Inversamente, la ceremonia bautismal bastaba
para salvar el destino eterno de un niño muerto, de ahí la
desesperación cuando los hijos nacían muertos y la necesidad de ciertos
santuarios dedicados a la Virgen, como los de alrededor de Lille,
adonde eran llevados estos niños; se depositaban sobre el altar y se
123 Op. cit. p. 204.
79
pensaba que por un segundo revivían, ocasión en que se le bautizaba
rápidamente124.
Gran número de hechos semejantes ayudan a comprender hasta
que punto la mentalidad animista folclorizaba inconscientemente el
cristianismo. Un ultimo ejemplo: el culto a los santos; considerados
oficialmente como modelos de virtud e intercesores espirituales cerca
de Dios, se convirtieron, y a menudo han permanecido así hasta
nuestros días, en una especie de divinidades especializadas en curación
de tal o cual enfermedad o en la conjuración de alguna eventual
desgracia. Fue tanta la creencia en la acción benéfica o maléfica de
éstos, que Delcambre125 distingue entre el “mal dado”, atribuido a los
demonios y a los sortilegios y el “mal de santo”, obra de la acción
particular de un santo específico, que a la vez es capaz de curar la
enfermedad, porque él mismo es quien la envía. Incluso la Virgen María
cae en esta denominación. Una acusada de Bazezney, en Lorena,
intenta saber quién ha enviado un maleficio sobre una mujer, si la
Virgen de Notre-Dame de Sion, la de Notre-Dame de Fricourt o la
Notre-Dame de La Maix. Sobran los comentarios.
Nicolás Rémy, en su Demonolâtrie, evoca la creencia en los santos
maléficos y asimila, no sin razón, este mito a la religión de los paganos,
que hacían a sus dioses responsables de sus desgracias126.
124 Op. cit., p. 205.125 DELCAMBRE E., Le concept de sorcellerie dans le duché de Lorraine, Nancy, 1948,
citado en DELUMEAU, J., El catolicismo de Lutero a Voltaire (n.114), p. 206126 Op. cit., p. 206.
80
Reunión de Demonios
Realidad de la brujería
Sin embargo, ¿cómo se pudo pasar en el curso relativamente breve de
dos o tres siglos de las prudentes y moderadas visiones acerca de estos
fenómenos a una especie de obsesión que, al cabo de un tiempo, daría
origen a la caza de brujas?
Cardini propone que las explicaciones pueden deberse a tres
órdenes de factores: primero, el renacimiento de la cultura antigua y
las ciencias transferidas a Occidente desde Bizancio y las zonas judía y
musulmana. Segundo, la progresiva organización del poder y la
ideología eclesiales en un sistema crecientemente riguroso, cuyos
pilares eran el derecho canónico, la teología tomista y el aparato
inquisitorial; cada vez menos dispuesta a tolerar la existencia de
espacios de inconformidad. Tercero, la crisis económica que se
81
vislumbraba el Occidente, que alcanzaría su punto culminante en el
siglo XIV127.
A. Tenenti ha visto en la propagación de las prácticas mágico-
brujescas de finales del cuatrocientos uno de los síntomas de la deriva
con que la sensibilidad colectiva navegaba en el seno de amplios
sectores de la sociedad europea de la época. En otras palabras, se
confirmaba el amplio movimiento crítico y confuso del que brotaría
poco después la Reforma.
Franco Cardini propone una hipótesis: “Puesto que estas
prácticas escapaban a la vigilancia del clero o trataban de escapar, se
abatió sobre ellas una dura reacción de la autoridad eclesiástica”128.
Esta hipótesis no responde la pregunta más importante, fruto de ríos de
tinta entre los historiadores europeos: ¿Realmente hubo casos de
brujería en Europa? ¿En qué consistieron? ¿Cómo nacieron?
Norman Cohn129, sostiene que la brujería no existió jamás y sólo
fueron el reflejo de antiguas acusaciones atávicas acerca de crímenes
nefandos; no hay una sola prueba concreta de la existencia de la tan
señalada antisociedad de las brujas, echando por tierra años y años de
discusiones acerca de este tema, comenzando por el conocido Michelet
hasta el día de hoy.
Aunque es sólo una opinión, entre muchas, lo que nos interesa
son las acusaciones de que fueron objeto, ya que el historiador debe
considerar hereje, o en este caso bruja, a quien las autoridades de la
época consideren como tal, como lo dijo Morghen en el Coloquio de
Royaumont130. A partir del trescientos, asistimos a una creciente
127 CARDINI, F., Magia, Brujería y Superstición (n.95), p.42.128 Op. cit. p.73.129 COHN, N., Los demonios familiares (n.78), p. 102.130 MORGHEN, R., Problemas en torno al origen de la herejía en la Edad Media, en LE
GOFF, Herejías (n. 1), p.91.
82
manifestación de ritos, ahora llamados heréticos y su lugar de origen es
la zona alejada, es decir, el campo y la montaña. Pero ¿Depende la
atención que se les presta del hecho de que parezcan o se reanuden en
estos siglos? ¿O se trata más bien de lo contrario, es decir, que eran
prácticas en realidad no interrumpidas nunca y que solo a partir de
determinado momento llamaron la atención de clérigos e inquisidores?
¿Se dio un “retorno de lo marginado”, una revigorización de las viejas
supersticiones todavía silenciosamente vivas en aquella Europa salvaje
que durante la alta Edad Media sólo se había cristianizado
superficialmente? O finalmente, ¿no hubo ningún retorno, en sentido
estricto, por la sencilla razón de que nunca había habido nada
marginado en ese mismo sentido, con la diferencia de que a partir del
siglo XIII la Iglesia dio muestras de no estar ya dispuesta a tolerar
manifestaciones inconformistas o masivas, ni siquiera cuando portaban
formas sacras, en realidad anteriores a su advenimiento y en
consecuencia no contrarias por definición a su mensaje?131.
Estas importantes preguntas de Franco Cardini sentaría las bases
de una interpretación de la brujería como un complejo de ritos y
prácticas de carácter atávico, nunca interrumpido realmente, aunque
escasamente documentado, sobre todo en los siglos XI y XII, en que la
atención de la Cristiandad “culta” estaba centrada en otros puntos, y
descubierta en el siglo XIII por una Iglesia decidida a no tolerarlas y
atacarlas totalitariamente con su doctrina y su disciplina toda expresión
cultural disidente, incluidas las más profanas.
Un ejemplo de esto es la herejía del Santo Lebrel, reseñada
magistralmente por Jean Claude Schmitt132; es el caso de un perro
muerto injustamente al salvar a un niño, que fue enterrado en un
131 CARDINI, F., Magia, Brujería y Superstición (n.81), p.75132 SCHMITT, J.C., La herejía del Santo Lebrel. Guinefort (n.3), p.17 y ss.(El texto
completo se encuentra en Anexos)
83
bosque y con el tiempo convertido en lugar de adoración y curación,
debido a los rumores de la valiente hazaña del animal; fue descubierto
por un legado papal y utilizado como exempla en sermones medievales.
En este caso observamos cómo la mentalidad animista asoció una serie
de factores: la valentía del animal, quien salvó un niño, el bosque en
que fue enterrado, lugar ancestral de adoración y de ritos de todo tipo,
desde la simple petición por salud hasta el infanticidio de algunos
niños, muy débiles, los cuales eran dejados en el bosque para que San
Guinefort los transformara en sanos y rollizas criaturas. Todo ello con
ayuda de una mujer, que para la Iglesia se convertía en bruja, pero para
la comunidad campesina sólo era la curandera133.
Encuentro Herejía-Brujería
La crisis del catarismo, afrontada y desbaratada gracias a la
propagación de las órdenes mendicantes, al aparato inquisitorial y a los
ejércitos cruzados, tuvo un papel importante en el resurgimiento
histórico de la brujería. Por motivos puramente eclesiásticos, la Iglesia
de las Universidades y las Summae canónicas y teológicas, maestra de
toda ciencia y señora de todo poder134, ya no podía considerar con la
tolerancia, habitual hasta entonces, la subsistencia, ni siquiera en los
márgenes de la Cristiandad, de antiguas y no integradas supersticiones
que, por si fuera poco, la creciente urbanización de los estratos
inferiores trasladaban del campo a la ciudad. Surgió la necesidad de
controlar con mayor atención estos fenómenos mágico-brujescos, y se
comenzaron a buscar indicios de la existencia de una verdadera
antiiglesia.
133 Estas ideas forman parte de la ponencia: “La mentalidad animista como objeto de acusación herética”, expuesta en el V Coloquio de Estudios Medievales, Universidad del Bío-Bío, Chillán, 2007.
134 CARDINI, F., Magia, Brujería y Superstición (n.95), p.73
84
El Papa que realmente fusionó los conceptos de herejía y brujería
fue Juan XXII. Era hombre sensible a estas realidades, cuando se vio
relacionado en sonados juicios por brujerías y envenenamientos en la
corte pontificia. En conjunto con sus obispos, superiores de ordenes y
teólogos, redactó la bula Super illius specula (1326), asimilando, a
partir de entonces, la brujería a la herejía. Con ello, los inquisidores
recibirían habilitación para perseguirla, porque los magos, al adorar al
diablo y firmar un pacto con él o tener a su servicio demonios en los
espejos, los anillos o los frascos, volvían la espalda a la fe verdadera.
Por lo tanto, merecían el destino de herejes. Con esto, quedaban
planteadas de ahora en adelante algunas cuestiones temibles:
maleficios, brujería diabólica y herejía. Como dice Delumeau, el
triangulo estaba cerrado y en su interior pronto iban a encenderse
numerosas hogueras135.
A partir del siglo XIV, la intervención de la Inquisición contra la
brujería se va precisando en los planos práctico y teórico. Aparece el ya
mencionado Directorium inquisitorum de Eymeric y todo estaría
preparado para la gran caza de brujas y brujos, confundidos, a contar
de ahora, con los valdenses y cátaros. Las autorizaciones estaban
dadas, el procedimiento se hallaba a punto, los crímenes estaban
catalogados. Además, la confusión creciente entre herejía y brujería
hizo que los presuntos culpables pudieran ser perseguidos
indiferentemente, según los tiempos y los lugares, por los tribunales
eclesiásticos o por autoridades laicas136.
Es en este momento histórico, 1486, cuando aparece uno de los
manuales más importantes en este proceso herejía-brujería, objeto de
este estudio: el Malleus maleficarum, “El martillo de las brujas”, escrito
135 DELUMEAU, J., El miedo en Occidente (Siglos XIV-XVIII). Una ciudad sitiada, Madrid, 1989, p.536.
136 Op. cit., p.538.
85
por Heinrich Kramer y Jacobus Sprenger, quienes intentaron despertar
a los líderes de la sociedad laica para que se percataran de la
conspiración diabólica. Su obra nace de su experiencia de inquisidores
en Alemania; como recibieron poca ayuda de los funcionarios locales, el
Papa Inocencio VIII, en la bula Summis desiderantes afectibus (1484),
exigió que se apoyase a sus inquisidores. El pontífice estaba decidido a
eliminar la amenaza herética y afirmó que en esencia, el problema
radicaba en unas personas que habían renunciado a la fe, cometían
acciones impuras con diablos, se valían de sortilegios para destruir a
los vástagos de los animales y seres humanos, anulaban las cosechas y
ponían obstáculos a la procreación137.
Acerca del impacto de este manual, las opiniones están divididas;
Delumeau indica que contribuyó, más que ningún otro libro antes que
él, a identificar la magia popular como una forma de herejía, uniendo de
este modo un crimen civil a un crimen religioso, e incitando a los
tribunales laicos a la represión. Por otro lado, nunca hasta entonces se
había dicho con tal claridad que la secta diabólica estaba constituida
esencialmente por mujeres. Además, el carácter sistemático del libro,
su metodología de la investigación y del proceso hicieron de él una
herramienta de primer orden para quienes lo utilizaron138.
Cardini plantea que el Malleus estableció con rigor el vínculo
directo e indisoluble entre la brujería y el sexo femenino139: desde el
título mismo, que no habla ya de los maleficios en general, sino de los
maleficae en sentido maligno, y por lo tanto objeto de persecución.
Ratifica que el demonio concurre siempre, directamente o no, al
maleficium; que el coito con íncubos y súcubos es posible y que el
137 QUAIFE, G. R., Magia y maleficio: las brujas y el fanatismo religioso, Barcelona, 1987, p.32.
138 DELUMEAU, J., El miedo en Occidente (n.135), p.540139 CARDINI, F., Magia, Brujería y Superstición (n.95), p.103.
86
demonio, pese a no poseer cuerpo material, puede volverlo fecundo,
sirviéndose de una estratagema más bien complicada:
“De modo que cuando se pregunta de qué clase es el cuerpo que asume
el diablo, se debe responder, respecto a su material, que una cosa es
hablar del comienzo de la adopción, y otra distinta hablar del final. Pues
al inicio no es más que aire… Y todo esto lo logran los demonios con
permiso de Dios, por su propia naturaleza; porque la naturaleza
espiritual es mayor que la corpórea…”140
Es interesante constatar que, al tocar temas como las prácticas
contraceptivas o abortivas y las actividades ilícitas de las brujas como
curanderas y parteras, Sprenger y Kramer nos ponen en contacto con el
mundo de la medicina popular empírica, bastante vivo en el momento,
sobre todo en las clases inferiores141.
Para que las acusaciones contenidas en el Malleus fueran
externalizadas en su tiempo, tuvieron que ocurrir una serie de procesos
evolutivos en cuanto a lo que se debía reprimir. A continuación
explicaremos de qué manera se dio el concepto acumulativo de
brujería, clave para entender este fenómeno.
140 KRAMER, H.—SPRENGER, J., Malleus Maleficarum, el martillo de los brujos, Barcelona, 2005, traducción de Edgardo D´Elio, p.239 y ss.
141 CARDINI, F., Magia, Brujería y Superstición (n.95), p.102
87
Brujería en Salem
Concepto acumulativo de brujería142
La gran caza de brujas no pudo producirse hasta que los miembros de
las elites dirigentes de los países de Europa, en especial los de la
maquinaria judicial, creyesen que el delito de brujería era de máxima
magnitud y se practicaba en gran escala y en forma conspirativa143. No
solo se debía creer que algunas brujas dañaban a sus semejantes por
medio mágicos, sino que, lo más importante, el gran número de ellas
rechazaba por completo la fe y menoscababa la civilización cristiana,
tenían que pensar que magos y brujas pertenecían a una secta
organizada y conspiratoria de adoradores del demonio.
Para entender de donde venían todas estas creencias nos haremos
las siguientes preguntas: ¿De dónde provenían las ideas sobre el pacto
con el demonio, el aquelarre, y la capacidad para volar?, ¿Cómo se
desarrollaron tales ideas, para difundirse luego entre las clases
superiores e instruidas de los países europeos? y ¿Por qué estas
142 Este concepto esta extraído de LEVACK, B. P., La caza de brujas (n.92), pero será aumentado y corregido con variada bibliografía actual.
143 LEVACK, B. P., La caza de brujas (n.92), p.55.
88
creencias explotaron en esta época? Intentaremos explicar estas
interrogantes a través de algunos conceptos en el tiempo.
El demonio
La figura del mal siempre se relaciona estrechamente con los valores
más activos de la sociedad. Durante los últimos siglos de la Edad
Media, a pesar de ser una Europa cristiana, la esfera religiosa no está
completamente cerrada, coincide con los fenómenos políticos, sociales,
intelectuales y culturales. La reafirmación del Demonio no es una
consecuencia única de las mutaciones religiosas. Ella traduce un
movimiento de conjunto de la civilización occidental, una germinación
de símbolos poderosos constituyentes de una identidad colectiva nueva,
que al mismo tiempo acarrea consecuencias importantes144.
En el Antiguo Testamento, Satanás no figura de forma destacada.
Solo uno de los últimos libros, el de Crónicas, muestra a Satanás con
una personalidad distintiva y se presentaba como enemigo de Dios y
encarnación del mal. En el Nuevo Testamento, adquiere una
preeminencia mucho mayor. Como cabeza de un ejército de demonios
subordinados, no sólo tentó a Cristo en el desierto, sino que se convirtió
en el poderoso oponente de la cristiandad.
A lo largo de la Edad Media, el demonio solía recibir el nombre de
Satanás, denominación que significa “el enemigo”. A medida que el
cristianismo se propagaba, fue natural que los dioses paganos se
identificaran con este demonio. Este proceso contribuyó de hecho a la
representación visual de éste en el arte cristiano. Una de las tácticas
más eficaces de la Iglesia en relación con los conversos reales o
potenciales que seguían adorando a los dioses paganos, fue de
demonizarlos, es decir, afirmar que tales deidades eran en realidad
144 MUCHEMBLED, R., Historia del diablo, siglo XII-XX, Buenos Aires, 2002, p.33.
89
demonios o el diablo en persona. Al ser esta equiparación tan frecuente,
los cristianos comenzaron a pintar al demonio tal como los paganos
veían a sus dioses. Se encuentran variadas y numerosas descripciones
del demonio en Europa hasta los siglos XII o XIII. El cristianismo no
logra fácilmente uniformidad en los pueblos mediterráneos, celtas,
germanos, eslavos y escandinavos, quienes experimentan la
penetración de las ideas cristianas en grados diferentes, seguidas de
una reformulación parcial de sus tradiciones anteriores en el nuevo
panorama que se impone. Jeffrey Burton Russel, destacado historiador
de estos fenómenos, afirma que la idea propiamente cristiana del
Diablo esta sumamente influida por elementos “folclóricos” surgidos de
las prácticas y tradiciones que llegaron a ser inconscientes, en
contraste con una religión popular cristiana, más coherente, deliberada
y consciente145.
De esta manera, la “folclorización” del demonio le atribuye a
veces rasgos celtas inspirados en Cernuno, dios de la fertilidad, de la
caza y del otro mundo. En todas partes de Europa, el diablo también
adoptaba muchos otros nombres como Satanás, Lucifer, Asmodeo,
Belial o Belcebú en al Biblia; en la literatura apocalíptica, a menudo
incluso sobrenombres, de los cuales muchos se aplicaban a dioses
menores, descendientes de pequeñas deidades paganas, como por
ejemplo: Old Horny, Black Boggie, Lusty Dick, Good Fellow, Old Nick o
Rumpelstiltskin; estas denominaciones los acercaban al hombre,
seguramente limitando el temor que podían inspirar146.
La acentuación de los rasgos negativos y maléficos del demonio
se percibe claramente a partir del siglo XIV, porque todas las
características, que sólo se conocían en los ambientes monásticos,
aparecen en el mundo laico, especialmente en el mundo del arte,
145 BURTON RUSSEL, J., Lucifer, El diablo en la Edad Media, Barcelona, 1984, p.62.146 MUCHEMBLED, R., Historia del diablo (n.144), p.26.
90
tomando dos formas esenciales, ambas reflejadas en la iconografía: una
alucinante imaginería infernal y la obsesión de las innumerables
trampas y tentaciones que el gran seductor no cesa de inventar para
perder a los humanos147.
Los teólogos del siglo XIII habían rechazado estas imágenes de
pesadilla, pero en esta época, al contrario, las alientan; en los años
posteriores a la peste negra, los suplicios del infierno aparecen, con
alucinante precisión sobre los muros del Campo Santo de Pisa y en la
Capilla Strozzi de Santa María Novella de Florencia, todos ellos con
referencias al Infierno de “La Divina Comedia” de Dante Aliguieri.
El miedo desmesurado al demonio, presente ya en todas partes,
se asocia, en la mentalidad común con la espera del fin del mundo. El
vínculo entre ambos se reconoce en el capítulo inicial del Malleus: En
medio de las calamidades de un siglo que se desmorona…, mientras el
mundo desciende en el atardecer hacia su declive y la malicia de los
hombres crece…, el Enemigo sabe en su furia que sólo queda poco
tiempo ante él. Por eso hay que hacer crecer en el campo del Señor una
perversión herética sorprendente148. Se refiere a la brujería, enviada
por el demonio para apartar al hombre de Dios.
147 DELUMEAU, J., El miedo en Occidente (n.135), p.363.148 KRAMER, H.,—SPRENGER ,J., Malleus Maleficarum (n.140), p.127
91
El Escriba y el Demonio
Uno de los cambios fundamentales que se aprecia en esta
evolución de las acusaciones relacionadas con el demonio es su imagen.
Ya hemos expresado que existió una creciente importancia en la figura
durante el siglo XIV, pero en los siglos anteriores, el folclore tendió a
ridiculizarlo y declararlo impotente; en ello, probablemente, hemos de
ver el deseo de domesticarlo y aliviar las tensiones del miedo. No es
una coincidencia que el período en que el diablo fue más temido por la
sociedad (durante la caza de brujas de los siglos XV a XVII) fuese el
período en que era comúnmente personificado como un bufón. Por la
naturaleza contradictoria de esas tradiciones, la opinión popular osciló
entre verlo como un amo terrible o como un estúpido149.
Máscara medieval de demonio. Del Tirol. (Tiroler Volkskunstmuseum,
Innsbruck)
149 MANSELLI, R., La religión popular en la Edad Media, Montreal, 1975, en BURTON RUSSEL, J., Lucifer (n.145), p.68
92
Las definiciones folclóricas y populares nunca están delineadas
con tanta claridad como en la teología; el demonio folclórico matiza
otros conceptos, como el Anticristo, los dragones, los fantasmas, los
monstruos o las mezclas de hombre y animal. En cambio, la imagen
teológica del demonio es ante todo una propaganda150, producida por
los eruditos y difundida por los artistas, los escritores y los clérigos en
sus sermones o contactos con los fieles. La idea subyacente es que la
exageración sistemática de los rasgos demoníacos resultaba necesaria
para borrar los rasgos poco inquietantes del diablo burlado, que siente
y sufre como un humano, evocado a la vez por gente del pueblo y por
los ilustrados aferrados a esta tradición. El problema por resolver para
aquellos que deseaban infundir un temor al demonio, no era que se
pudiera encontrarlo, ya que estaba presente en todas partes, en un
universo saturado de fuerzas invisibles, sino que el espectador
experimentara realmente un temor ante la idea de cruzarse con él en el
camino151.
Otro cambio importante es la forma corporal. Satanás, a menudo,
se parecía a los hombres; en lo sucesivo llegó a ser tan monstruoso, tan
bestial, que el hecho de imaginarlo dispuesto a introducirse en el
interior de todo ser, debía producir un sentimiento de angustia
extrema, y conducir a una lucha para mantenerlo lo más lejos posible152.
En conclusión, en una sociedad impregnada de magia, jueces y
teólogos crearon el mito a partir de elementos tomados del folclor y las
creencias y prácticas de tiempos pretéritos. Así la lucha contra la
brujería fue un aspecto más de la despaganización de Occidente, que
sin embargo condujo a la revalorización de un maniqueísmo, siempre
existente. Se aseguraba que Satán no podía emprender ninguna acción
150 MUCHEMBLED, R., Historia del diablo (n.144), p.46.151 Op. cit., p.47.152 Op. cit., p.46.
93
sin el permiso del Dios, y que los malos espíritus servían para la gloria
de su nombre, como ejecutores y verdugos de su alta justicia. Hecha
esta aclaración, toda la literatura de la bula Summis desiderantes
(1484), y del Malleus Malleficarum, exaltó el poder de Lucifer; una
estadística significativa: en un catecismo se cita 67 veces el nombre de
Satán y sólo 63 el de Jesús.
Demonio, Gustavo Doré
El pacto con el Demonio
La idea central del concepto acumulativo de brujería es la creencia de
que las brujas establecían pactos con el diablo. El pacto no sólo
suministró la base de la definición legal del delito de brujería en
muchas jurisdicciones, sino que sirvió como vínculo principal entre la
práctica de la magia nociva y el supuesto culto al demonio. La bruja
era, en el sentido más pleno del término, una maga nociva y una
adoradora del demonio y el pacto era el medio más claro para
relacionar ambas formas de actividad.
El Malleus, en su comienzo, explica este pacto de la siguiente
manera: …resulta fútil argüir de que cualquier resultado de la brujería
94
puede ser fantasioso o irreal, porque una tal fantasía no puede
alcanzarse sin acudir a los poderes del demonio, y es necesario que se
haya establecido un contrato con éste por medio del cual la bruja, real y
verdaderamente, se obligue a ser la sierva del diablo y se consagre por
entero a sus órdenes; esto no se hace en sueños, ni sujeto a la
influencia de ilusión alguna, sino que ella coopera real y físicamente
con el diablo y se somete a él…153.
Esto en relación a los que creen que los efectos provocados por
las brujas son sólo ilusión, los que por su incredulidad, también podrían
ser acusados de este delito. El pacto es real y conciente, tal como se
expresa en el siguiente párrafo: …las brujas firmaron un pacto que
consiste en obedecer en todo al demonio, de donde la afirmación de que
las palabras del Canon debieran extenderse hasta incluir y abarcar
todos los actos brujeriles es un absurdo, ya que las brujas hacen mucho
más que estas mujeres, y en verdad son de una especie diferente154.
La idea de que el hombre podía establecer un pacto con el diablo
fue muy conocida en la Edad Media a través de la leyenda de Teófilo,
que fue repetida incontables veces de diferentes formas en todos los
idiomas europeos en el curso de un milenio; apadrinó la leyenda de
Fausto e influyó indirectamente en la caza de brujas. Según esta
historia, una vieja leyenda anatolia escrita inicialmente en griego en el
siglo VI y traducida al latín en el siglo IX, Teófilo era un sacerdote de
Asia Menor al que se le ofreció el obispado a la muerte del obispo
anterior. Teófilo rechazó el honor, con gran pesadumbre posterior,
porque el nuevo obispo se puso a privarle de sus cargos y dignidades.
Enfurecido, conspiró para recuperar su influencia y buscar venganza.
Consultó a un mago judío, y éste le dijo que podía ayudarle llevándole a
ver al diablo. Fueron de noche a un sitio retirado y encontraron al
153 KRAMER H. SPRENGER, J., Malleus Maleficarum (n.140), p.56.154 Op. cit., p.57.
95
demonio rodeado de sus seguidores, que llevaban antorchas y velas. El
diablo preguntó a Teófilo qué quería, y él accedió a servir a Satán a
cambio de sus poderes perdidos. Teófilo hizo un juramento de lealtad a
Lucifer, renunció a su fidelidad a Dios y prometió llevar una vida de
lujuria, desprecio y orgullo. Firmó un pacto formal en ese sentido y lo
entregó al diablo, besándole en señal de sumisión. Desde entonces su
vida aumentó en poder y en corrupción. Llegó por fin el momento en
que el diablo reclamó su alma como pago y mandó a demonios para
atormentar al sacerdote corrupto y arrastrarlo al infierno. Teófilo,
aterrado, se arrepintió de su pecado y se entregó a la misericordia de la
Bendita Madre de Dios. María bajó a los infiernos, tomó el contrato con
Satán y se lo devolvió a Teófilo, que lo destruyó. María intercedió por él
ante el trono de Dios, Teófilo fue perdonado, y el diablo se quedó sin lo
que le correspondía155.
Al difundirse por Europa, esta leyenda promovió el antisemitismo
y el culto a María. Promovió significativamente la idea del pacto, se
consideró que éste incluía explícitamente el homenaje al diablo. Van
Neuffel156 ha expuesto que la idea del pacto se ajustaba tanto a la
tradición del bautismo cristiano como al homenaje feudal.
El nexo entre la magia y el pacto demoníaco se estrechó mucho
más en los siglos XII y XIII, cuando la traducción de gran numero de
libros de magia islámicos y griegos provocó un incremento
impresionante de la práctica efectiva del arte mágica, y los escritores
eclesiásticos se mostraron mucho más decididos y explícitos en su
condena de la misma. Esta magia suponía el conjuro y el control de
demonios y solía designarse como necromancia, que técnicamente
significa la evocación de los espíritus de los muertos. Esta se practicaba
155 Extractado de BURTON RUSSEL, J., Lucifer (n.145), p.88 y ss.156 Op. cit., p.89.
96
principalmente en las cortes de los monarcas e incluso en la corte
papal.
La condena de este nuevo tipo de magia fue obra sobre todo de
los teólogos escolásticos, quienes consiguieron una notable ayuda del
Papado y de inquisidores como Nicolás Eymeric, quien fue un especial
perseguidor de estas prácticas, como expresábamos anteriormente. Al
condenar tales destrezas, estos hombres necesitaron ir más allá de los
tradicionales ataques de la patrística contra la magia; tenían que
responder más bien, a la objeción de que los practicantes de este tipo
de magia demoníaca pretendían beneficios positivos y no servían a los
demonios que conjuraban, sino que les impartían órdenes. La respuesta
a este conflicto se encontraría en la escolástica, con el argumento
lógico de que los demonios no proporcionaban sus servicios sin exigir
algo a cambio. Así lo daban a entender las prácticas mismas de los
magos, pues era frecuente que mostraran respeto a los demonios o les
ofrecieran algo a su vez, como una gallina o su misma sangre, para
atraerlos a su servicio. La conclusión que extrajo la escolástica fue que
la totalidad de ellos establecía pactos con el demonio. Cuando el mago
conjuraba de hecho a los demonios y les ofrecía algo, el pacto era
explícito; en otras ocasiones se trataba de un pacto implícito o tácito,
en el sentido de que, aun no existiendo negociaciones directas, la
práctica efectiva de la magia implicaba el establecimiento de alguna
relación recíproca entre el diablo y el mago. El mago se convertía por
este razonamiento en un hereje, pues negaba a Dios su exclusiva
posición en el universo, como creador de todas las cosas; y peor aún,
era un apóstata, pues renunciaba a su fe cristiana al acceder a adorar
al demonio o servirlo de alguna manera157.
157 En esto se encuentran de acuerdo la mayoría de los autores, principalmente Russel, Levack y Cohn, notas 145, 92 y 78, respectivamente.
97
Auto de Fe, Pedro Berruguete
Lo novedoso de esta postulación fue la insistencia en el pacto
como razón de la herejía, por tal motivo; esto trajo una doble
consecuencia en el desarrollo de las creencias: por un lado, la condena
de cualquier magia ritual como herejía podía extenderse fácilmente a
otros tipos de magia que no interesaban a los escolásticos, por ejemplo
los maleficios simples realizados por campesinos; según la lógica
escolástica, también ellos tendrían que haber pactado con el diablo,
pues sólo él provocaba efectos mágicos, y además los campesinos
deberían haberle entregado algo a cambio.
En segundo lugar, la calificación de los magos como herejes y
apóstatas los hizo culpables de todos los cargos atribuidos en la baja
Edad Media a los herejes por su conducta depravada y antihumana: y
como ahora los magos eran herejes, podían ser perseguidos como tales
por los inquisidores papales.
Una vez que se hubo extendido el concepto a quienes perpetraban
simple hechicería, la idea del pacto experimenta un cambio
significativo: los pactos que los magos rituales establecían siempre
98
suponían algún tipo de adoración al demonio, y por lo tanto la pérdida
de la integridad intelectual y la fe del mago. Pero daban también un
cierto tipo de poder de los magos sobre el demonio, quien quedaba al
servicio de éste; la negociación del pacto era en general una operación
entre dos partes iguales. No obstante, cuando los cargos de practicar
magia y establecer pactos se dirigieron contra campesinos ignorantes,
el mago, que se había transformado gradualmente en brujo, pasó a ser
más sirviente que señor del demonio, pero la opinión general fue que
“las brujas son sólo siervas y esclavas del diablo; pero los nigromantes
son sus señores y dueños”158.
La caída, Gustavo Doré
Todavía se establecía un trato, pero el control que la bruja ejercía
sobre el diablo quedaba limitado a su capacidad de obligarle a realizar
un maleficium, mientras que la reverencia que la bruja prestaba al
diablo pasaba a ser mucho más voluntaria, obsequiosa e incondicional:
158 Opinión expresada por el Rey Jacobo VI de Escocia, en Daemonologie, citado en LEVACK, B. P., La caza de brujas (n. 92), p.65.
99
el diablo salía ganando en la transacción colocándose en un lugar que
nunca había ocupado al tratar con el mago ritual. La bruja accede
servir al diablo a cambio de recompensas muy escasas, y una vez que ya
no se hallan en situación de igualdad, se puede convertir en su víctima.
Cuando el mago se transforma en bruja servil, el sexo cambia de
hombre a mujer159.
El aquelarre o Sabbath
Si se había pactado con el demonio, también se le debería rendir un
culto colectivo, así nació el aquelarre; palabra que proviene del vasco
'aker' (macho cabrío) y 'larre' (campo). Esta idea no estaba tan
extendida como las anteriores y sus expresiones regionales son
heterogéneas. Y así como la creencia en el pacto imponía que se
persiguiera a las brujas, la creencia en sus reuniones nocturnas impulsó
a las autoridades a buscar a sus aliadas.
La creencia en el aquelarre tiene fuentes psicológicas, que son las
pesadillas y fantasías referidas a actividades inhumanas e inmorales
provocadas en muchas sociedades; inherentes a cada cultura, estas
pesadillas generan mitos sobre personas dotadas de poderes o
características físicas peculiares que amenazan las normas morales y
religiosas de toda sociedad, y representan una amenaza a la
estabilidad; por ejemplo, en la Edad Media, la práctica del infanticidio
caníbal, considerado como el máximo delito moral, formó parte de la
totalidad de las pesadillas medievales. La creencia de que el infanticidio
caníbal se practicaba en el aquelarre, es la pesadilla común de finales
de la Edad Media y comienzos del mundo moderno; de igual manera el
contenido erótico que se sumó, consistente en los bailes desnudos y las
relaciones carnales con el diablo, derivan sin duda de la actitud
159 Op. cit., p.66.
100
desfavorable de la Iglesia medieval y moderna hacia el sexo. Asimismo,
la parodia de la misa católica que aparece en algunas descripciones del
aquelarre refleja el horror de los cristianos hacia la burla de su
ceremonia más sagrada160.
Una de las primeras declaraciones acerca de un Sabbath la
encontramos en unas declaraciones atribuidas a unas brujas tolosanas
del siglo XIV: Ana María de Georgel y Catalina, mujer de Delort, ambas
de Toulouse y de edad madura, han dicho en sus confesiones jurídicas
que desde hace unos veinte años se hallan afiliadas al innumerable
ejercito de Satanás, dándose a él, tanto en esta como en la otra vida.
Que muy a menudo, y siempre en la noche del viernes al sábado, han
asistido al Sabbath, que se celebraba ora en un lugar, ora en otro. Que
allí, en compañía de hombres y mujeres sacrílegos como ellas, se
libraban a toda clase de excesos, cuyos detalles causan horror. Cada
una, interrogada por separado, ha entrado en explicaciones que nos
han conducido a la entera convicción de su culpa.
Ana María de Georgel dice que una mañana, estando lavando sola
la ropa de su familia, muy cerca de Pech-David, sobre la villa, vio que
venía hacia ella un hombre de talla gigantesca, de muy negra piel,
cuyos ojos ardientes semejaban a carbones encendidos, vestido de
pieles de animales. Este monstruo le preguntó si quería darse a él, a lo
que ella respondió que sí. Entonces él le sopló en la boca y desde el
sábado siguiente fue llevada al Sabbath, por el simple efecto de su
voluntad. Allí se encontró con un macho cabrío gigantesco, al que
saludó y al que se abandonó…161.
El Malleus, por su parte, indica que una de las principales
actividades de las brujas es trasladarse corporalmente de un sitio a
otro, demostrándose de diversas maneras, siendo el más llamativo el
160 Op. cit., p.70.161 CARO BAROJA, J., Las brujas y su mundo, Madrid, 1997, p.115 y ss.
101
siguiente: …las brujas, instruidas por el diablo, fabrican un ungüento
con el cuerpo de los niños, particularmente aquellos que han matado
antes del bautismo, y lo untan a una silla o un trozo de madero. Al
instante son alzados por el aire, de día o de noche, visible o
invisiblemente, según lo deseen; porque el diablo puede ocultar un
cuerpo mediante la interposición de alguna otra sustancia… Y, aunque
en la mayoría de los casos el diablo produce efectos valiéndose del
ungüento, con el fin de que los niños se vean privados de la gracia del
bautismo y de la salvación, a menudo realiza estos actos sin esa ayuda.
Porque a veces traslada a las brujas sobre animales, que en verdad no
son animales, sino demonios que han asumido sus formas; y en
ocasiones se transportan sin ayuda exterior, simplemente por el poder
del diablo162.
La representación del aquelarre, como una antisociedad, tal como
aparece en las fuentes citadas, tiene su origen en los sermones
lanzados por los monjes en los siglos XI y XII. Amenazados por la
difusión de las herejías valdistas y principalmente cátaras, trazaron
deliberadamente un cuadro de sociedad antihumana y herética, con el
fin de impedir el desarrollo de tales movimientos y alentar su supresión.
Al crear esta imagen, los monjes se basaban en varias fuentes
específicas: la primera, la imagen que se habían hecho los romanos de
los primitivos cristianos, a quienes consideraban miembros de una
organización secreta que practicaba el infanticidio caníbal y el incesto.
La segunda fuente, fue la imagen de los herejes, de los magos y judíos,
desarrollada por los escritores patrísticos, para quienes eran idólatras e
hijos de Satanás. Una tercera fuente, expresada por Cohn163, basada en
parte en la realidad, pero referida indiscriminadamente a todos los
herejes, fue la convicción de que se reunían en secreto, al igual que los
162 KRAMER, H.—SPRENGER, J., Malleus Maleficarum (n.126), p.236.163 COHN, N., Los demonios familiares (n.64), p.15.
102
cristianos primitivos en la época romana, acusación fomentada por el
fracaso mismo de las autoridades en el descubrimiento de los herejes.
Una cuarta fuente fue el contenido doctrinal de la herejía o, más
exactamente, la manera en que ésta era interpretada. Los cátaros, por
ejemplo, eran dualistas, lo cual significaba que exageraban los poderes
del diablo y, en especial, su dominio sobre el mundo material. El
Catarismo, como sabemos, es notoriamente antidemoníaco, aunque es
fácil ver que la exageración del poder del demonio sobre el mundo y su
exaltación a un lugar igualitario con Dios podía llevar a la ortodoxia a
representar a los cátaros, y por extensión a otros herejes, como
adoradores del demonio164.
Basándose en todas estas fuentes, los teólogos de los últimos años
del siglo XII construyeron un estereotipo del hereje como adorador del
demonio, nocturno y sexualmente promiscuo. Esta imagen, que adquirió
en muchos aspectos vida propia, pudo aplicarse indiscriminadamente a
cualquier hereje o persona desviada del cristianismo. En la Baja Edad
Media se atribuyó, de hecho, a herejes, magos rituales y simples
maleficae o brujas.
164 LEVACK, B.P., La caza de brujas (n.78), p.68 y 69.
103
Aquelarre, Francisco de Goya
Los vuelos
El último componente principal del concepto acumulativo de brujería
fue la creencia en la capacidad de las brujas para volar. En muchos
sentidos se trata de un fenómeno derivado del aquelarre, pues
proporcionaba una explicación de la facultad de las brujas para asistir a
reuniones nocturnas secretas en zonas remotas sin que se detectara su
ausencia de la casa. No obstante, la idea del aquelarre existió
independientemente de la creencia en los vuelos nocturnos. Además, la
convicción de que las brujas volaban tenía orígenes que contribuyeron
sólo de forma indirecta a la teoría del aquelarre y no fue aceptada por
la elite hasta que ésta se hubo convencido de que las brujas establecían
pactos con el demonio y se reunían colectivamente para adorarlo.
La creencia de que las brujas volaban tenía orígenes mucho más
populares que el pacto o los aquelarres, y son dos las ideas que la
sustentaron165: la primera, cuyas huellas pueden rastrearse hasta la
época clásica, de que las mujeres podían transformarse de noche en
lechuzas, o strigae, que acostumbraban a devorar niños. Esta creencia
en las brujas nocturnas ha sido compartida por numerosas culturas, e
imperaba entre los pueblos germanos incluso antes del periodo de
influencia romana. Las strigae, término que pasó a ser una de las
muchas palabras latinas para designar a las brujas, se llamaban
también lamiae, en referencia a la mítica reina de Libia, amada de
Zeus, que sorbía la sangre de los niños en venganza porque Hera le
había asesinado a los suyos. Según la segunda creencia, las mujeres
salían de noche en una cabalgata, denominada a veces “cacería
salvaje”, con Diana, la diosa romana de la fertilidad estrechamente
relacionada a la luna y la noche e identificada a menudo con Hécate, la
diosa del mundo subterráneo y la magia. En la Alemania medieval,
165 Op. cit., p. 73 y ss.
104
Diana solía representarse como Holda o Pertcha, diosa que, al igual que
Diana, podía ser tanto aterradora como benefactora.
Estas ideas eran tan fuertes entre la gente común de Europa que
algunas mujeres creían realmente que salían volando de noche como
strigae y otras tenían la convicción de que se unían a la reina
sobrenatural en sus correrías nocturnas. Sin embargo, hasta el siglo
XIV, los hombres instruidos consideraron tales creencias como ilusiones
provocadas por el demonio. Puesto que la Iglesia siempre había
afirmado que todas las divinidades paganas eran demonios, fue muy
natural que considerasen a aquellas mujeres como influidas por éste. El
mejor ejemplo de esto es el canon Episcopi, conjunto de instrucciones
escrita en el siglo X por Regino de Prüm, que se incorporó al derecho
canónico de la Iglesia en el siglo XII. Se suele aludir a este documento
como ilustración del escepticismo de esta institución hacia la brujería,
interpretación engañosa, según Levack166, ya que el canon no trata de la
brujería en sí, sino de varias practicas y creencias que más tarde
formaron parte del concepto acumulativo de brujería. Además de
condenar las artes mágicas como una forma de herejía, el canon señala
en concreto:
Algunas mujeres embrujadas, pervertidas por el diablo, seducidas
por ilusiones y fantasmas de demonios, creen y confiesan que cabalgan
sobre ciertos animales durante las horas nocturnas acompañando a
Diana, la diosa de los paganos, y a una innumerable multitud de
mujeres, atraviesan en el mortal silencio de la noche grandes espacios
166 Op. cit., p. 74
105
de tierra, obedecen sus órdenes considerándola su señora y se someten
a su servicio en ciertas noches167.
Cuadro de brujas, Francisco de Goya
A lo largo de la Edad Media, la actitud culta hacia la creencia en
las strigae y las señoras de la noche experimentó varios cambios
significativos. En primer lugar, las dos ideas, perfectamente
distinguibles en la cultura popular, acabaron amalgamándose. Las
señoras de la noche pasaron a cometer infanticidio caníbal, mientras
que su comitiva o cabalgata a lomos de animales se convirtió en un
vuelo aéreo. La fusión de ambas ideas se puede observar ya en siglo XII
en la obra de Juan de Salisbury168, pero no se completó hasta el siglo
XV. En segundo lugar, la elite culta, que anteriormente había
mantenido que las actividades descritas por el pueblo solo ocurrían en
167 COHN, N., Los demonios familiares (n.78), p. 210.168 KORS, A. y PETERS E. (Ed), Witchcraft in Europe, 1100-1700, Filadelfia, 1973, citado en. LEVACK B. P., La caza de brujas (n.92), p. 75.
106
sus sueños, comenzó a defender su realidad física. No están claras las
razones para este cambio de actitud; la explicación más plausible es
que fue un producto de la demonología escolástica, una vez definido el
demonio como alguien dotado de poderes extraordinarios sobre el
movimiento espacial, la consecuencia natural era la de su facultad de
mover personas por el aire. Al mismo tiempo, la insistencia de la
escolástica en la capacidad del demonio para adoptar formas humanas
y de los individuos para establecer pactos con él estimuló la opinión de
que las personas podían presentarse ante él, y lo hacían realmente. El
tercer cargo, consecuencia en parte de los otros dos, fue la fusión de las
ideas de las strigae y de la comitiva de Diana con la creencia en una
secta secreta e inmoral de magos adoradores del diablo. Esta síntesis se
realizó a comienzos del siglo XV.
Existen más elementos dentro de este cuadro, como las
metamorfosis o transformaciones, pero sus expresiones fueron más bien
regionales, no tan extendidas como las analizadas anteriormente.
Demonio, Gustavo Doré
El concepto acumulativo en el Malleus
Como hemos ido observando, la evolución de las acusaciones tuvo su
corolario en este manual, pero obligatoriamente hay que preguntarse:
¿Hasta qué punto tuvo el Malleus influencia en su tiempo? ¿Qué tiene
este manual que no tenían los anteriores?
107
El Malleus sólo reflejaba algunos aspectos del dualismo, ya que
mantenía la ortodoxia al insistir que el demonio ejercía su poder con
permiso de Dios y que la autoridad de la bruja en manos de Satanás no
negaba el libre albedrío, sino que, justamente, este ejercicio de la
libertad de elección hacía que el comportamiento de ésta fuese la
apostasía última, la peor herejía169. El demonio no daba órdenes, sino
que persuadía, por lo tanto la bruja renunciaba a su libertad de elección
al hacer un pacto con el demonio.
Portada del Malleus Maleficarum
De esta manera el Malleus creó un estereotipo que podríamos
calificar, sin temor a equivocarnos, de temible; convirtió en enemigos
subversivos a ancianas seniles, identificables en todas las aldeas; ya no
eran las hechiceras de antaño, sino que practicaron un culto nuevo y
peligroso. Era necesario aplicar a esta situación un procedimiento
judicial simplificado que incluyese métodos inquisitoriales
simplificados, como los que ellos mismos mencionan con detalles en su
manual. La nueva herejía era negar la existencia de esta
conspiración170.
Su ataque a las mujeres es otro aspecto distintivo de este libro; en
uno de sus pasajes, llamado: Por qué la brujería se encuentra, por sobre
169 KRAMER, H.—SPRENGER, J., Malleus Maleficarum (n.140), p.180 y ss.170. QUAIFE, G. R, Magia y maleficio: las brujas y el fanatismo (n.137), p.33.
108
todo, en las mujeres171se encuentran las siguientes razones: ...hay tres
cosas en la naturaleza: la lengua, un eclesiástico y una mujer, que no
saben de moderación en lo bueno y lo malo, y cuando superan los
límites de su condición alcanzan las más grandes alturas y los abismos
más profundos de bondad y vicio. Cuando los gobierna un espíritu
bueno, se prodigan en virtudes; pero, si éste es malo, se dedican a los
peores vicios.
…la palabra mujer se utiliza para significar el apetito de la carne.
Y se dice: he visto que la mujer es más amarga que la muerte, y que una
buena mujer esta sujeta a la concupiscencia.
Algunos han considerado otras razone para que haya más mujeres
supersticiosas que hombres. La primera es que son más crédulas, y
como la principal motivación del demonio es corromper la fe, prefiere
atacarlas a ellas…, la segunda razón es que las mujeres son
naturalmente más impresionables y están más dispuestas a recibir el
influjo de un espíritu separado…
El tercer motivo es que tienen una lengua frágil y no son capaces
de ocultar a sus amigas los conocimientos que tienen por las malas
artes…
Esto es sólo una muestra. En general, en el libro se trata a la
mujer de crédula, impresionable, charlatana, inconstante en el ser y la
acción, deficiente en sus fuerzas del alma y de cuerpo, semejante a un
niño por la debilidad del pensamiento, más carnal que el hombre, por
naturaleza tiene una fe más débil, fémina viene de fe y minus, porque
siempre tiene y guarda menos fe. Tiene afecciones y pasiones
desordenadas, que se desencadenan en los celos y la venganza, los dos
171 KRAMER, H.—SPRENGER, J., Malleus Maleficarum (n.140), p.114 y ss.
109
principales resortes de la brujería. Es mentirosa por naturaleza, no sólo
en su lenguaje, sino también en su aspecto, su porte y su atuendo172.
En este sentido, el Malleus concluye con Catón de Útica: Si no
existiera la malicia de las mujeres, incluso sin hablar para nada de las
brujas, el mundo se libraría de innumerables peligros173. La mujer es
una quimera… Su aspecto es hermoso; su contacto fétido, su compañía
mortal174. Es más amarga que la muerte, es decir, que el diablo cuyo
nombre es la muerte según el Apocalipsis175.
La originalidad del Malleus, en lo sustancial, residía en que
seleccionaba y recalcaba aspectos concretos de la teoría general y daba
consejos detallados sobre el procedimiento de los acusados. El pacto
explícito y la vinculación detallada de la hechicería común y la herejía
diabólica proporcionaban el argumento principal, en el que se concedía
mucho espacio a la ligadura y, como vimos, al papel de las mujeres. Era
a través de la maldad de éstas que el diablo podía socavar la sociedad
cristiana. Este énfasis era reflejo de la misoginia paulina que dominaba
en aquel tiempo, exagerada por las obsesiones de Kramer176.
La aparición del Malleus como manual exhaustivo que
reflexionaba sobre los aspectos tanto teológicos como jurídicos del
problema, aumentó su atractivo. A ello contribuyó la metodología de los
autores, ya que aparecía lógico y argumentado con claridad mediante el
empleo de la quaestio y un análisis exhaustivo de posibles
contraargumentos, éstos se desarrollaban basados en autoridades que
no podían ser mejores: Aristóteles, la Biblia, San Agustín y Tomás de
Aquino.
172 Op. cit., pp.200 y ss.173 Op. cit., p.207.174 Op. cit., p 207.175 Op. cit., p.114.176. QUAIFE, G. R, Magia y maleficio: las brujas y el fanatismo (n.137), p.35
110
A pesar de la negación revisionista de los años posteriores, hay
que aclarar que el Malleus reflejaba puntos de vista académicos de la
época, unos puntos de vista en los que influían las leyendas populares y
experiencias de los autores. Tenía la autoridad que pretendía tener177,
aunque era menor a la que han alegado tanto detractores como
defensores. Su circulación fue relativamente amplia gracias a la
imprenta, pero no provocó cazas de brujas en el medio siglo que siguió
a su publicación. Sin embargo, el gran número de ediciones posteriores,
en los siglos XVI y XVII, tiempo de intensas cazas de brujas, induce a
pensar que es posible que sus repercusiones se hicieran sentir en dicho
período178. Según Cohn, Quaife y Delumeau, se ha exagerado la
importancia del Malleus, no fue el manual de consulta para el sistema
judicial en general y de todas maneras se exageraron sus
repercusiones. Lo importante para nosotros es que nos muestra un
ambiente social y mental, producto de un proceso evolutivo que
esperamos haber explicado satisfactoriamente, es la historia de la
Cristiandad occidental, con sus fallas y glorias, pero que es de
importancia capital hasta el día de hoy.
177 COHN, N., Los demonios familiares (n.78), p.112178 QUAIFE, G. R., Magia y maleficio: las brujas y el fanatismo (n.137), p.36
111
Conclusiones
El siglo XIV está marcado por una serie de desastres, la peste,
carestías, revueltas, avance turco y el Gran Cisma, los que habían ido
sumando sus efectos traumatizantes. La cultura de la cristiandad se
sintió amenazada179. Esta angustia alcanza su apogeo en el momento en
que la secesión protestante provoca un quiebre permanente sin
remedio. Los dirigentes de la Iglesia y del Estado se encuentran más
que nunca en la apremiante necesidad de identificar al enemigo. Es
evidente, Satanás dirige, con rabia, su último gran combate antes del
fin del mundo. En este asalto supremo utiliza todos los medios y todos
los camuflajes. Es él quien hace avanzar a los turcos; es él quien inspira
los cultos paganos de América; es él quien habita en el corazón de los
judíos; es él quien pervierte a los herejes, es él quien, gracias a las
tentaciones femeninas y a una sexualidad tenida por culpable desde
hacía mucho tiempo, trata de apartar a los defensores del orden, y por
fin, es él quien por medio de los brujos y las brujas, perturba la vida
cotidiana embrujando a hombres, ganados y cosechas. El enemigo no
está en las fronteras, sino dentro de la plaza, y hay que vigilar más aún
en interior que el exterior.
En estas frases de Delumeau se resume la sensación del hombre
en los inicios de la modernidad, pero: ¿Cómo se llegó a esto? Tuvieron
que ocurrir una gran variedad de fenómenos, los que se comenzaron a
179 DELUMEAU, J., El miedo en Occidente (n.135), p.601 y ss., las ideas están extractadas de las conclusiones de éste autor.
112
gestar varios siglos antes y que detonaron en el siglo XVI, no
espontáneamente, sino como una lenta acumulación de conocimientos
en el inconsciente colectivo de la población dirigente medieval. Ésta
acabo convenciéndose de que las brujas realmente realizaban las
acciones que se les atribuían. Para ordenar estas conclusiones,
comenzaremos por las herejías:
1. La época medieval es llamada, según Duby180, la era de las herejías
vencidas o sofocadas, son permanentes, abundantes, endémicas,
incluso necesarias, pero siempre terminan derrotadas, hasta la fase de
la reforma luterana.
2. Hay una clara dificultad para definir al hereje; en este estudio hay
una serie de conceptos, iniciado por un historiador teólogo, para quién
hereje es aquél que elige, selecciona una parte de la verdad total y
luego se obstina en su elección, aunque se señaló que esto no es la
verdad absoluta.
3. Un hereje llega a serlo por decisión de las autoridades ortodoxas,
marcándose claramente dos polos irreconciliables, ortodoxia y herejía.
Entre ambos se extienden anchos márgenes, enormes zonas de
indiferencia, y a veces de neutralidad, pero estos márgenes siempre son
movedizos e indefinidos.
4. Está claro que la Iglesia se mostrará más o menos exigente en un
momento o en otro con el sector de la sociedad tachado de herético y
como tal, hostigado y condenado.
5. Por último, hay que destacar el papel fundamental e inmediato que
desempeña la ortodoxia en la aparición y producción de la herejía que
180 DUBY, G., Conclusiones del Coloquio publicado por Jacques Le Goff, Herejías y sociedades (n. 1), p.305.
113
afecta también al contenido de las doctrinas heterodoxas.
¿A quién llega la herejía?: a seres insatisfechos a los que la Iglesia
a su alcance no ha sabido llenar sus exigencias espirituales, y que por
eso se apartan de ella y prestan oídos a otros mensajes; estas son las
herejías o devociones fallidas, frustradas. Estas doctrinas al ser
transmitidas y propagadas sufren degradaciones y renovaciones,
aunque casi no existen documentos para verificar la magnitud de esta
degradación. Ella puede observarse en el caso de las herejías populares
o folclóricas, paso final de cualquier doctrina herética.
Por último, importante es la represión en la historia de las
herejías, encontrándose casos en que estas son domesticadas y
reconciliadas y algunas se apropian de su doctrina como el caso de los
franciscanos. Pero al perseguir y castigar, la ortodoxia crea todo un
arsenal que luego sobrevive largo tiempo a la herejía contra la que
debía luchar (Inquisición).
La brujería es un tema distinto y aparece con frecuencia desde el
mundo pagano de la Europa alto medieval. No es un fenómeno “culto”,
en el sentido estricto, “las brujas no tienen bibliotecas”, dice
Thorndike181, si bien a partir del siglo XI magia y brujería parecieron
eclipsarse ante la herejía. A partir del siglo XIII la situación cambia
volviendo a florecer así un nuevo concepto: la magia culta. Entonces
nace el sentimiento del peligro que representaba para la opinión
general estos hijos del demonio que eran los brujos.
Desbaratada gracias a la propagación de las ordenes
mendicantes, el aparato inquisitorial y a los ejércitos cruzados, la crisis
del Catarismo tuvo un papel importante en el resurgimiento histórico
de la brujería. Por motivos puramente eclesiásticos ya no se podía
considerar con tolerancia la subsistencia de antiguas y no integradas
181 THORNDIKE, L., citado en CARDINI, F., Magia, Brujería y Superstición (n.95), p.124.
114
supersticiones que la creciente urbanización de los estratos inferiores
traía del campo a la ciudad. En las viejas hechiceras y curanderos
comienza a vislumbrarse la presencia directa del demonio y del culto
rendido a éste. En los antiguos ritos y técnicas terapéuticas comienzan
a buscarse las pruebas de una anti-Iglesia.
Esto no se debió al capricho de los teólogos sino que la Iglesia, al
acumular victorias, había agregado cada vez más adversarios y más
personas que se formulaban preguntas y se descubrían llenos de
dudas182. La Inquisición y toda la represión había acabado con la
mayoría de las herejías, pero las críticas y las tendencias a
reinterpretar algunos valores eran cada vez más abundantes. El interés
creciente por el demonio puede determinarse en parte como
consecuencia de la represión de los cátaros; la contrapartida del dios
bondadoso era cada vez más importante en la religión culta y popular.
Naturalmente el Catarismo no es responsable directo de esto; jamás un
cátaro realizó un culto demonológico, sólo se les atribuyó que lo hacían,
lo que pesó profundamente en el inconsciente colectivo.
El siglo XIII presenció la permanencia de las herejías,
oficialmente derrotadas, pero extraoficialmente florecientes. Sin
embargo, ya no hablamos de herejías cultas, sino a un nivel sumamente
deteriorado; es importante repetir las preguntas que hace Cardini
¿depende la atención que se les presta el hecho de que aparezcan o se
reanuden en este preciso instante?, ¿O se trata más bien de lo
contrario, es decir, que fueron prácticas en realidad no interrumpidas
nunca, y que sólo a partir de un determinado momento llamaron la
atención de clérigos e inquisidores?
Esto sentaría las bases de una interpretación de la brujería como
un complejo de ritos y prácticas nunca interrumpidas realmente,
182 CARDINI, F., Magia, Brujería y Superstición (n.81), p.74.
115
aunque escasamente documentadas y descubierta sólo en el curso del
siglo XIII por una Iglesia decidida a no tolerar manifestaciones
inconformistas o masivas, ni siquiera cuando se presentaban como
formas sagradas, quería evangelizar completamente todas las
doctrinas, incluso las más profanas. Además, implicaría que tras la
brujería existía toda una práctica litúrgica coherentemente articulada y
organizada. Lo que sí está claro es que a partir aproximadamente de la
mitad del siglo XII la sombra de la herejía se extiende por sobre
antiguas y hasta toleradas prácticas brujescas, profundas
supersticiones de la Europa rural y pastoril.
La opinión de los teólogos se superpuso a la tesis agustiniana,
demonizadora de las divinidades paganas y es aquí de donde nace la
constante amenaza del demonio sobre la humanidad. El encuentro
herejía-brujería de ningún modo fue directo e inmediato, más bien se
dio paulatinamente un cambio en el concepto acumulativo de brujería,
constantes coincidencias en las esferas de los dos conceptos. La
brujería como herejía tardó en denunciarse.
Luego de la gran crisis del siglo XIV en la cristiandad occidental,
la sociedad tenía la impresión de vivir como en una fortaleza asediada
por el demonio; gran responsable de esta preocupación corresponde a
la obra sistematizadora y acumulativa de los inquisidores, producto de
la evolución de la Iglesia en cuanto a la represión de la disidencia.
Nicolás Eymeric en su Directorium Inquisitorium inició las acusaciones
y métodos de represión, producto principalmente del fenómeno cátaro;
continuando con el Malleus Maleficarum, terminó por asumir los rasgos
de una verdadera conjunción de acusaciones, haciendo caer las
confusiones que todavía obstaculizaban la caza de brujas. Este texto
estableció con rigor, el vínculo indisoluble entre brujería y sexo
femenino, con un fuerte y sostenido contenido sexual referido a lo que
las brujas podían realizar a los hombres.
116
Sin embargo, el tema fundamental con el cual se terminó de crear
la imagen teológico-jurídica de una brujería fue el pacto con el
demonio, entendido no en un sentido contractual sino más bien de
sujeción, o una fidelitas, que el hombre juraba al diablo y en cuyo acto
le rendía un homenaje. Al hacer esto, el brujo traicionaba la base misma
de la ley: non habebis deos alienos coram me, no tendrás dioses
extraños por sobre mí.
Este cambio de igualdad a sumisión le corresponde
exclusivamente a la mujer como principal objeto de la brujería, las que
se vieron mayormente afectadas por la caza de brujas. ¿Serían éstos
antiguos elementos misóginos propios de la cultura eclesiástica? El
caso es que la profesión brujeril estaba profundamente vinculada a
condiciones profesionales femeninas, como por ejemplo, la comadrona,
curandera, mendiga o prostituta.
La imprenta también aportó a la caza de brujas, al masificar la
cantidad de manuales de inquisidores a lo largo de Europa, pasando a
poner en el nivel público las polémicas teológicas acerca de los poderes
del demonio.
Finalmente, la brujería siempre trata en el ámbito cotidiano, es
decir, la clientela del brujo o bruja pertenecía a las más variadas capas
sociales, que se homogeneizaban en el hecho de tener necesidades y
deseos inconfesables.
Como agitadora y al mismo tiempo conservadora de las
estructuras sociales en que operaba, la brujería fue siempre una
actividad conocida y reconocida por el pueblo que desde muchos
ángulos necesitaba de ella; la bruja era asesina, destructora de
matrimonios, procuradora de abortos, evitaba al mismo tiempo las
crisis domésticas e interfamiliares ocultando sus diversas causas,
vendía ilusiones, aliviaba a cuantos acudían a ella y los alejaba de la
117
rebeldía. Sólo cuando los teólogos, es decir la cultura literaria,
imparten su condena sobre ella es que esta práctica comienza a ser
perseguida.
Es por esto que a lo largo de este estudio hemos observado la
evolución de este fenómeno, nuestra hipótesis esta comprobada: la
población europea vivió un proceso sistemático, consistente en la
creación de un estereotipo de seres que atentaban en contra de la
sociedad, que debía ser perseguido y castigado por las autoridades.
Este estereotipo fue producto de siglos de ideas, como bien nos
demuestra Cohn y Cardini, autores con quien nos identificamos, que no
son nuevas ni originales, son sólo la conclusión lógica de la asistemática
persecución eclesiástica, quien en realidad no conocía al enemigo, por
lo cual persiguió todos los tipos de desviación de la misma manera,
hasta la sistematización de las acusaciones, sintetizadas en el manual
analizado por nosotros: el Malleus, que tiene el valor de concluir el
proceso iniciado por Eymeric en 1376, objetivando las acusaciones a
través de una articulación de la vigilancia espiritual, realizado por la
Iglesia Católica, garante de la fe, ante quienes amenazaban con
desestructurar los cimientos de la religión, en especial después del
fenómeno cátaro.
No podemos minimizar la importancia de la mentalidad animista
del hombre común, transmitidos a través de milenios. Es una corriente
oculta, nunca bien estudiada por la variedad de sus procesos y
fenómenos, es la gran protagonista de esta historia, lo que no se puede
cuantificar ni cualificar. Los ejemplos planteados en este estudio son
claros: el polipodio y la verbena son, para muchos, hierbas mágicas,
tanto en tiempos de Virgilio, Federico II o Luis XVI. Una fuente del siglo
XVII nos muestra que las creencias jamás se perdieron: “Se encontró
con un gran numero de mujeres que barrían con todo cuidado la capilla
más próxima a su pueblo y que una vez hecho esto, echaban al aire todo
118
el polvo recogido, a fin de obtener que el viento fuera favorable y
facilitara el retorno de sus esposos o hijos que se encontraban en la
mar. Otras tomaban las imágenes de los santos que había en las iglesias
y las amenazaban con todo tipo de malos tratos en el caso de que no les
concedieran un pronto y feliz retorno de las personas queridas, en
efecto, cumplían sus amenazas, flagelando las santas imágenes o
metiéndolas en agua cuando no obtenían lo que habían pedido…”183.
Los procesos por brujería disminuyeron y la creencia en ella
amainó a partir de 1650, con la aparición de una nueva mentalidad.
Seguramente se desarrolló el espíritu crítico entre las clases cultas,
pero al mismo tiempo las masas se sintieron más seguras que en otras
épocas.
¿Por qué? El miedo al demonio disminuyó en tiempos en que las
dos reformas se hicieron sentir a nivel parroquial, aunque podemos
afirmar que la mentalidad animista está todavía presente en la
población, continuando, generación tras generación esta corriente
atávica y silenciosa que ha caracterizado a nuestra civilización
occidental.
183 DELUMEAU, J., El catolicismo de Lutero a Voltaire (n.114), p.174.
119
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123
Anexos
124
De adoratione Guinefortis canis
(De la adoración del can Guinefort),
Extractado de SCHMITT J. C., La herejía del Santo Lebrel. Guinefort,
curandero de niños desde el siglo XIII, Barcelona, 1984, p. 17 y ss.
Hemos de hablar en sexto lugar de las supersticiones injuriosas,
algunas de las cuales son injuriosas para Dios y otras para el prójimo.
Son injuriosas para Dios las supersticiones que otorgan los honores
divinos a los demonios o cualquier otra criatura: es lo propio de la
idolatría, y también lo que hacen las miserables mujeres echadoras de
suertes, que piden la salvación adorando a los arbustos de madreselva o
haciéndoles ofrendas; desprecian a las iglesias o a las reliquias de los
santos, llevan a sus hijos a estos arbustos o a hormigueros o a otros
objetos, para que se produzca la curación.
Es lo que ocurrió recientemente en la Diócesis de Lyon, donde me
encontraba yo predicando contra los sortilegios y escuchar las
confesiones, numerosas mujeres confesaron que habían llevado a sus
hijos a san Guinefort.
Y como yo creía que era algún santo, realicé una investigación y
comprendí finalmente que se trataba de un perro lebrel que había sido
matado de la manera siguiente.
125
En la diócesis de Lyon, cerca del pueblo de las clausuras, llamado
Neuville, en la tierra del señor de Villars, existió un castillo, cuyo señor
tenía un hijo pequeño de su mujer. Un día, como el señor y su esposa
hubieran salido de su casa y la nodriza había hecho lo mismo, dejando
al niño solo en la cuna, una enorme serpiente entró en la casa y se
dirigió hacia la cuna del niño. Al verla, el lebrel, que se había quedado
en la estancia, persiguió a la serpiente y la atacó debajo de la cuna, la
derribó y cubrió de mordeduras a la serpiente, que se defendía y
mordía a su vez al perro. El perro acabó por matarla y la arrojó lejos de
la cuna. Dejó la cuna y, también, el suelo, su propio hocico y su cabeza
impregnados con la sangre de la serpiente. Agotado por su lucha contra
la serpiente, el perro se mantenía en pie cerca de la cuna. Cuando entro
la nodriza, creyó, ante esta visión, que el niño había sido devorado por
el perro y lanzó un terrible alarido de dolor. Al oírlo, la madre del niño
acudió a su vez, vio y creyó lo mismo y lanzó un grito semejante. De
igual manera, el caballero, al llegar a su vez a la estancia, creyó lo
mismo, y sacando su espada, mató al perro. Entonces, acercándose al
niño, lo encontraron sano y salvo, durmiendo dulcemente. Buscando
una explicación, descubrieron a la serpiente destrozada y muerta por
los mordiscos del perro. Reconociendo entonces la verdad de lo
sucedido, y deplorando él haber matado de manera tan injusta a un
perro tan sumamente útil, lo arrojaron en un pozo situado delante de la
puerta del castillo, echaron encima una gran cantidad de piedras y
plantaron en las proximidades unos árboles en memoria de este hecho.
No obstante, el castillo fue destruido por la voluntad divina y la tierra,
convertida en un desierto, abandonada por sus habitantes. Pero los
campesinos que llegaron a enterarse de la noble conducta del perro y
de cómo había sido muerto, aunque inocente y por una acción de la que
debió obtener recompensa, visitaron el lugar, honraron al perro como a
un mártir, le rogaron por sus enfermedades y sus necesidades y muchos
fueron víctimas de las de las seducciones y de las ilusiones del diablo
126
que, por este medio, empujaba a los hombres al error. En especial las
mujeres que tenían hijos débiles y enfermos fueron sobre todo quienes
los llevaron a este lugar. En un poblado fortificado distante como una
legua de ese lugar iba a buscar a una vieja mujer que les enseñaba la
manera ritual de proceder, de hacer las ofrendas a los demonios, de
invocarlos y que les conducía a ese lugar. Cuando se encontraban en él,
ofrecían sal y otras cosas; colgaban en los arbustos de los alrededores
los pañales de los niños; hundían un clavo en los arboles que habían
crecido en el lugar; hacían pasar desnudo al niño entre los troncos de
dos árboles: la madre, colocada a un lado, sostenía al niño y lo arrojaba
nueve veces a la anciana que estaba situada en el otro lado. Al invocar a
los demonios, suplicaban a los faunos que residían en la selva de
Remite que acogieran a este niño enfermo y debilitado ya que, según
creían ellos, les pertenecían; y que les devolviesen su niño gordo y
lustroso, sano y salvo, que ellos se habían llevado consigo.
Una vez hecho esto, estas madres infanticidas volvían a coger su hijo
y lo colocaban desnudo al pie del árbol sobre la paja de una cuna y con
el fuego que habían llevado, encendían a un lado y otro de la cabeza dos
lamparillas que median una pulgada y las fijaban en el tronco por
encima de la cuna. Seguidamente se retiraban hasta que las lamparillas
se hubiesen consumido, de manera que no pudiesen ni escuchar el
llanto del niño ni verlo. De esta manera, al consumirse las lamparillas
quemaron enteramente y mataron a varios niños, como hemos sabido
por no pocas personas. Una mujer incluso me refirió que acababa de
invocar a los faunos y se retiraba ya, cuando vio un lobo que salía de la
selva y se aproximaba al niño. Si no hubiera regresado junto a él,
movida a piedad por su amor maternal, el lobo, o el diablo, bajo su
apariencia, como ella misma decía, habría devorado al niño.
Cuando las madres volvían junto a su hijo, y lo encontraban vivo, lo
llevaban a las rápidas aguas de un arroyo próximo, llamado el Chalaron,
en el que lo sumergían nueve veces: si salía con bien de las aguas y no
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moría inmediatamente, o poco después, significaba que tenía las
vísceras muy resistentes.
Nos trasladamos a ese lugar, convocamos al pueblo de esas tierras y les
predicamos contra todo lo que le hemos referido. Hicimos exhumar al
perro muerto y talar el bosque sagrado y ordenamos quemar este con
los huesos del perro. Y yo hice que los señores de la tierra emitieran un
edicto previendo el embargo y la expropiación de los bienes de quienes
en adelante acudiesen a ese lugar para perpetuar estos ritos.
Canon Concilii Turonensis , o anatemas del Concilio de Tours
Extractado de MARTÍNEZ DIEZ G, Bulario de la Inquisición Española Madrid, 1998, p. 104
Hace algún tiempo surgió en la región de Tolosa una herejía que,
extendiéndose como un cáncer por los lugares cercanos, ha contagiado
a muchas personas en Vasconia y en otras provincias. La cual herejía,
mientras a imitación de las serpientes se esconde entre sus propios
anillos, cuanto mas ocultamente serpentea tanto más gravemente
destroza la viña del Señor entre los sencillos.
Por lo cual, ordenamos que los obispos, y cuantos sacerdotes del
Señor habitan en aquellas partes, permanezcan vigilantes frente a esos
herejes, y prohíban bajo amenaza de anatema que nadie, una vez
identificados los seguidores de aquella herejía, se atreva a ofrecerles
refugio en su tierra o prestarles su apoyo.
Y no se tenga con ellos trato alguno de compra o venta, para que
al menos, privados así del consuelo de las relaciones humanas, se vean
presionados a abandonar su camino equivocado.
Y, si alguno osare contravenir lo aquí dispuesto, sea fulminado
con el anatema, como participe de la iniquidad de los herejes.
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Si estos herejes fueren aprehendidos, sean castigados por los
príncipes católicos con prisión y confiscación de todos sus bienes.
Y porque con frecuencia se reúnen desde diversos lugares en
algún escondite y viven en un mismo domicilio, sin que exista ninguna
causa de esa cohabitación, salvo la coincidencia en el error, sean
investigados esos grupos con mayor atención y, si se comprobare la
sospecha, prohibidos con todo rigor canónico.
Bula Ad abolendam diversarum haeresium pravitatem
Concilio de Verona (1184)
Extractado de JUAN CABALLERO, R., Justicia Inquisitorial: el
sistema de justicia criminal de la Inquisición Española, Buenos Aires,
2003, p. 21 y ss.
Para erradicar la pravedad de las diversas herejías…
Sin embargo, por la presente ordenación mandamos que
cualquiera que fuere sorprendido claramente en herejía, si se trata de
un clérigo o de alguien revestido al menos con aparente pertenencia a
una orden religiosa, sea privado de todas las prerrogativas del orden
clerical, despojado asimismo de todo oficio y beneficio eclesiástico y
entregado al arbitrio del poder secular para ser castigado con la pena
debida, salvo que inmediatamente después de haberse descubierto su
error, espontáneamente se reintegre a la unidad de la fe católica y
consienta en abjurar públicamente su error, según pareciere al obispo
de la diócesis, y en ofrecer suficiente reparación.
Pero el laico que se haya contaminado con alguna de las culpas
antedichas secreta o notoriamente, sea entregado a la decisión del juez
secular para que reciba el debido castigo según la categoría de su
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crimen, salvo que, abjurada la herejía y prestada suficiente satisfacción,
como queda dicho, se reintegre de inmediato a la fe ortodoxa.
Idéntica pena sufrirán quienes aparezcan ante la Iglesia como
meramente sospechosos, a no ser que demostraren su propia inocencia
con pruebas suficientes a juicio del obispo, según la importancia de la
sospecha y la clase de la persona en cuestión.
Pero si aquellos que tras abjurar de su error o haber quedado
justificados a juicio del propio obispo, como hemos dicho, fueren
convictos de haber recaído en la herejía que abjuraron, ordenamos que
los tales sean entregados a la jurisdicción secular sin necesidad de
audiencia judicial alguna, aplicándose los bienes de los clérigos
condenados a las iglesias en las que ejercían su ministerio, conforme a
las normas canónicas.
Por el consejo de los obispos y a sugerencia de la majestad
imperial y de sus príncipes, añadimos a lo antedicho, que todo
arzobispo u obispo, ya sea por sí personalmente o ya por medio de su
arcediano o de otras personas honestas e idóneas, visite dos veces al
año o al menos una, aquella su parroquia de la que se dice ser morada
de herejes; y si allí obligue a tres o mas hombres de buena fama, o si
pareciera conveniente, incluso a toda la vecindad, a prestar juramento,
de que, si alguno de ellos supiere que algunos herejes celebran allí
reuniones secretas, o que con su vida y costumbres se apartan del trato
ordinario de los fieles, se apresurará a denunciarlos ante el obispo o
arcediano.
Ordenamos además que los condes, barones, rectores y
magistrados de las ciudades y de otros lugares prometan bajo
juramento prestado personalmente, de acuerdo a la admonición de los
arzobispos y obispos, que ayudarán a la Iglesia fiel y eficazmente contra
los herejes y sus cómplices en todas las cosas antedichas, cada vez que
fueran requeridos para ello…
130
Y si hubiere algunos que, exentos de la jurisdicción diocesana,
solo estuvieran sometidos a la potestad de la Sede Apostólica, con todo,
en estas cosas anteriormente ordenadas en contra de los herejes, se
someterán al juicio de los arzobispos o de los obispos, y obedecerán a
estos prelados en todo esto como a delegados de la Sede Apostólica, no
obstante los privilegios de su exención.
Excomnicamus et anathematizamus 1231, Gregorio IX,
Extractado de JUAN CABALLERO, R., Justicia Inquisitorial: el
sistema de justicia criminal de la Inquisición Española, Buenos Aires,
2003, p.25 y ss.
Excomulgamos y anatematizamos a todos los herejes: Cátaros,
Patarinos, Pobres de Lyon, Pasagianos, Josefinos, Arnaldistas,
Speronistas y otros, con cualquier nombre que se designen…
Los condenados por la Iglesia serán entregados al tribunal secular
para que sean castigados con la pena debida; los clérigos, habiendo
sido previamente degradados de las ordenes sagradas.
Si alguno de los antedichos, después de que fueran apresados,
rehusaren someterse a una adecuada penitencia, sean recluidos en
cárcel perpetua; y los que favorecieren sus errores, los juzgamos
asimismo como herejes.
Del mismo modo decretamos que incurren en sentencia de
excomunión los encubridores, defensores y colaboradores de herejes,
ordenando que si, después de que alguno de estos fuere públicamente
excomulgado, difiere poner fin a su osada conducta, se convierta en
infame ipso iure y no tenga derecho a oficios, ni gobiernos municipales,
ni a participar en elecciones para tales cargos; inhabilitado en relación
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al testamento, no tenga derecho a testar, ni acceda a la sucesión
testamentaria.
Además, nadie le responda a él por ninguna obligación, pero él sí
que estará obligado a responder a los demás por sus obligaciones. Y si
ocurriere que ejerciere como juez, sus sentencias carezcan de todo
valor, y nadie aduzca ante su tribunal ningún litigio; y si fuere abogado,
no se le admita a defender a nadie; y si fuere escribano, los documentos
escritos por él sean totalmente nulos, pues son proscritos junto a su
proscrito autor; y en otras cosas semejantes ordenamos que se guarde
la misma norma; y si fuere clérigo, sea privado de cualquier oficio y
beneficio.
Igualmente, los clérigos no administren a estos pestilentes los
sacramentos de la Iglesia, no reciban sus oblaciones o limosnas; de
modo similar se conduzcan los Hospitalarios, los Templarios o
cualesquiera otros regulares. En caso contrario, príveseles también a
estos de su oficio, en el cual nunca podrán ser restituidos, salvo indulto
especial de la Sede Apostólica.
Igualmente, los que osaren dar a los excomulgados sepultura
eclesiástica, sepan que incurren a su vez en sentencia de excomunión
hasta que presten satisfacción suficiente; y no alcanzarán el beneficio
de la absolución, a no ser que con sus propias manos desentierren a los
tales y arrojen fuera los cuerpos de esos condenados; y aquel lugar
nunca vuelva a ser utilizado como sepultura.
Del mismo modo prohibimos con firmeza, que se permita a un
seglar disputar pública o privadamente acerca de la fe católica; el
contraventor incurrirá en excomunión.
También, si alguien conociere a algunos herejes, o a algunos de
los que celebran ocultas reuniones, o los que se apartan del común
trato y de las costumbres, de los fieles, sea diligente en denunciarlos a
su confesor o a otra persona, que él crea que hará llegar la noticia a su
prelado o a otra persona…
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Los hijos de los herejes, de sus encubridores y de sus
favorecedores hasta la segunda generación, no serán admitidos a
ningún oficio o beneficio eclesiástico. Y lo que hiciere en contra de este
precepto, declaramos sea nulo e írrito.
Pseudomonarchia Daemonum (1584),
Johannes Weyer
Extractado de COHN N., Los demonios familiares de Europa,
Madrid, 1976, p.154 y ss.
“Purson, alias Curson, un gran rey, se aparece como un hombre de
cara de león, llevando una crudelísima víbora y montada en un oso. Su
llegada es anunciada con trompetas. Sabe donde se ocultaban todas las
cosas y puede hablar de todas las cosas presentes, pasadas y futuras,
guarda grandes tesoros, puede tomar cuerpos humanos y celestiales,
responde la verdad acerca de todas las cosas terrenas y secretas, de la
divinidad y la creación del mundo, y es capaz de hacer aparecer a los
mejores familiares. Le obedecen veintidós legiones de diablos
provenientes en parte del orden de las virtudes, y en parte del orden de
los troncos...
Glasya Labolas, alias, Caacrinolas, o Caassimolar, es un gran
presidente que se aparece con nombre de perro y tienes alas de grifo.
Es quien da el conocimiento de las artes y es el capitán de todos los
asesinos. Comprende todas las cosas presentes y futuras, se gana las
mentes y el amor de amigos y enemigos, es capaz de hacer invisible a
un hombre y gobierna a treinta y seis legiones...
Shax, alias Scox, es un marqués grande y oscuro con aspecto de
cigüeña, con una voz ronca y sutil. Hace cosas maravillosas tales como
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quitar la vista, el oído, y el entendimiento de cualquier hombre, sise lo
pide quien lo conjura: extrae dineros de las arcas de cualquier rey...
Malphas es un gran presidente, a quien se ve con forma de
cuervo, pero vestido al modo humano. Habla con una voz ronca,
construye casas y altas torres de aspecto maravilloso rápidamente se
gana a los artífices. También hace que se derrumben las fortificaciones
enemigas, ayuda a los buenos familiares, gusta de recibir sacrificios
pero rechaza a quienes lo hacen, le obedecen cuarenta legiones...
Una Crónica del Proceso Inquisitorial y su aplicación
mediante tortura.
Extraído de. ROTH C, La Inquisición Española,
Barcelona 1989, p. 168 y ss.
Cuando el prisionero ha sido examinado tres veces y todavía
persiste en le negativa, sucede a menudo que es retenido durante un
año entero o más tiempo antes de ser admitido a otra audiencia, para
que cansado pos su encarcelamiento, sea más propenso a confesar lo
que se desea; mas si todavía persiste en le negativa, finalmente se le
entrega su acusación entremezclada por cierto número de supuestos,
crímenes de naturaleza nefanda, cuya composición de verdad y falsedad
es una trampa para el infeliz desgraciado; pues, como raramente deja
de exclamarse contra los crímenes fingidos, sus jueces concluyen que
los otros de los que se queja menos son verdaderos. Cuando se celebra
en serio su juicio, los testigos son examinados de nuevo, y se le entrega
una copia de las declaraciones suprimiendo las circunstancias que
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pudieran revelar la identidad del testigo; el prisionero replica a cada
particular y da interrogatorios a los que quisiera que se sometiesen los
testigos y los nombres de otros que quisiera que se examinasen en su
nombre; se le designa un abogado, lo cual, pese a tener apariencia de
Justicia, en realidad de nada sirve al prisionero, pues el abogado a
prestado juramento ante el oficio, no se le permite hablar con su cliente
salvo en presencia del inquisidor, ni puede alegar en su favor nada
salvo lo que juzgue apropiado. Después de llevar el proceso de esta
manera durante un tiempo considerable, los jueces, con sus asesores,
examinan las pruebas y determinan la suerte del prisionero; si sus
respuestas y excepciones no son satisfactorias, ni las pruebas contra él
bastan para declararlo culpable, se le condena a la Tortura.
El escenario de la diabólica crueldad es una oscura bóveda
subterránea; a su llegada allí el prisionero es cogido inmediatamente
por un torturador, que lo desnuda enseguida. Mientras lo desnudan y
mientras es torturado, el inquisidor lo exhorta encarecidamente a
confesar su culpa, pero sin levantar falso testimonio contra sí mismo o
contra otros. La primera Tortura es la de la Cuerda, que se lleva a cabo
de esta manera. Las manos del prisionero se atan a su espalda, y por
medio de una cuerda ligada a ellas y pasando por una polea, es
levantado hasta el techo, donde habiendo colgado durante un rato con
pesas atadas a sus pies, es bajado hasta casi tocar el suelo con
sacudidas tan bruscas que le descoyuntan los brazos y las piernas, por
medio de lo cual se le infringe el más exquisito dolor, y se le obliga a
gritar de modo terrible. Si la fuerza del prisionero aguanta,
normalmente le torturan de esta manera durante cerca de una hora, y
si esto no le arranca una confesión que les guste, recurren a la
siguiente tortura, a saber: el Agua. El prisionero es tendido de espalda
en una artesa de madera por cuyo centro pasa una barra sobre la que
repose su espalda, y a veces se le rompe así la espina dorsal y se le
inflige un dolor increíble. La tortura del agua se ejecuta a veces al
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prisionero a tragar una cantidad de agua y luego apretándole el cuerpo
atornillando mas los lados de la artesa; otras veces se le coloca un paño
mojado sobre la boca y las ventanas de la nariz del prisionero y una
pequeña corriente de agua descendiendo constantemente sobre ella
introduce el paño en su garganta, que al ser retirado de pronto sale con
sangre y agua y hace pasar al infeliz desgraciado las Agonías de la
muerte. La siguiente tortura, a saber, la del Fuego, se ejecuta así: el
prisionero hallándose en el suelo se le acercan los pies a una hoguera y
se le frotan con materia untuosa y combustible, por medio de la cual, el
calor penetrando en esas partes, sufre dolores peores que la muerte
misma...
Auto de fe
Extractado de ROTH C., La Inquisición Española,
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Barcelona 1989, p. 59
El pasado domingo hizo quince días que se celebró en Murcia un
acto que en Toledo llaman acto de la Inquisición, en el cual veintinueve
individuos fueron quemados por judíos. Entre ellos había algunos
personajes principales, por lo que la confiscación de sus propiedades
reportara al rey más de 4.000.000 de ducados. Ya he informado a
vuestra serenidad de que un judío, mientras se hallaba preso en aquella
ciudad, corrompió a gran parte de la población y de cómo ello fue
descubierto, de modo que el castigo de los culpables aun no ha
concluido. Las veintinueve personas que fueron quemadas últimamente
eran todas impenitentes, pero, si se hubieran retractado y pedido
misericordia incluso en él último momento, les habrían respetado la
vida, aunque con perdida de sus propiedades y de su libertad, en virtud
de un privilegio en ese sentido de que gozan los reinos de Murcia,
Granada, Aragón, Cataluña y Valencia, pero que no se concede a los de
Castilla, donde, a menos que la retractación se haga dentro de cierto
periodo, el individuo que omite hacerla es necesariamente ajusticiado...
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