Fabian Casas - Mi Casa Vieja

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  • 8/16/2019 Fabian Casas - Mi Casa Vieja

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    Mi casa vieja  Por Fabián Casas | 

    21/05/2016 | 03:28 

    En 1960, el poeta Javier Heraud está en París. Es una breve escala antes

    de viajar a Cuba a recibir instrucción militar y posteriormente morir fusilado

    en el río Madre de Dios, en la selva peruana, mientras lo cruzaba con una

    canoa tratando de importar la lucha armada al Perú. La poesía a veces

    tiene, como me dijo una vez Leónidas Lamborghini, ciertos poderes

    adivinatorios; Heraud escribió estos versos que parecen advertir su final: “Yo

    nunca me río/ de la muerte./ Simplemente/ sucede que/ no tengo/ miedo/ de/

    morir/ entre/ pájaros y árboles”. 

    Pero es 1960 y está en París, altísimo, muy joven, acaba de sacar su

    segundo libro, El viaje. Y es entrevistado por Mario Vargas Llosa, quien en

    ese entonces se ganaba la vida como periodista en Radiodifusión de la

    televisión francesa.

    El reportaje es breve, y sobre el final Vargas Llosa le pregunta acerca del

    poema que les va a leer, un poema de su último libro. Heraud dice: “El

    poema fue escrito el año pasado y narra o cuenta una experiencia afectiva.

    La casa en la que yo vivía anteriormente fue derruida y sobre esa casa

    construyeron otra, y en ese libro cuento cómo era mi casa vieja”. El poema

    empieza así: “No derrumben mi casa/ vieja, había dicho./ No derrumben mi

    casa”. 

    El poema está dividido en seis secciones, algunas más largas que otras, y

    es, como casi toda la poesía de Javier Heraud, cristalina, precisa, casi

    invisible.

    Como sabemos, todos los que hacen bien su trabajo en el mundo son

    invisibles. Y el mundo está sostenido por estas personas anónimas, no por

    los charlatanes que aparecen en los medios como payasos de los poderes

    concentrados de turno. El poema continúa; en la sección cuatro dice: “Todo

    esto contenía/ mi pequeño jardín/ Era un pedazo/ de tierra custodiado/ día y

    tarde por una verja (…) Es cierto, no lo niego/ Las paredes se caían/ y las

    puertas no cerraban/ totalmente/ Pero mataron mi casa/ mi dormitorio con

    su/ alta ventana mañanera”. Si un poema es bueno, el poeta consigue

    otorgarle dignidad y permite que los lectores entremos en él a buscar

    nuestra propia experiencia. Si un poeta es bueno, permite a veces que el

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    poema diga cosas que él en un principio no había querido decir, no sujeta al

    poema a su voluntad sino que lo deja crecer interiormente.

    Leyendo a Javier Heraud esta mañana de invierno, con mis hijos durmiendo

    en mi cama ancha, pienso yo también en mi casa vieja, que derrumbaronpara construir otra más moderna. Sus largos corredores, sus baños

    precarios, la cocina inmensa, el sillón de mamá.

    Pienso en su número de teléfono, que permanece intacto en las bajas

    temperaturas de mi inconsciente.

     Antes, cuando tomaba demasiado whisky y me ponía melancólico, llamaba a

    mi casa vieja y me atendía su nuevo dueño. Yo le decía que se fuera de ahí.

    El tipo a veces me hablaba, a veces me cortaba.

    Yo era Javier Heraud.