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GUINEA ECUATORIAL. La España de cada Provincia. Publicaciones Españolas. Madrid. 1964

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GUINEA ECUA'fORIAL

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GUINEA ECUATORIAL

Por I~rco DE ARANZADI

A los viejos coloniales, que tanto país han hecho.

I.-RIO l'vf 1 I

LA PLAYA

La ballenera aproaba las arenas del varadero. En d mminente ecuatorial las arenas son doradas por el norte, grises por el sur, blanquísimas en Corisco, y la mar, se azula y verdeguea según los días, la luna y la nostalgia.

La ballenera, digo, traía gentes de la Península a quienes marinos de barcos con nombres de ríos, poetas y ciudades, habían señalado la ceiba que todavía es alidada para los buenos arribos. La ceiba está, por eso, como figura grande en el escudo municipal de Bata.

El fondo rascaba quilla y, los pasajeros de la ballenera, se ayudaban en los car­gadores de la calle para alcanzar la orilla. Otros cargadores negros, avisados y co­merciadores, aparejaban los tipoys a la vista de clientes no dispuestos a tocar agua y así a la propina larga, estipulada, a cambio de pasearse, desde la barcaza a la playa. sentados en trono primario como reyes circunstanciales.

Después del trasiego y la bienvenida, la pl<!ya del veradejo viejo acogía a la ballenera, que se quedaba muy cansada, sin poder levantar la manga, muy cerca del chiringuito asomado a un malecón de m.aderas del bosque.

Pero la recepción se mudó de playa y los nombres hicieron un muelle muy largo, muy fuerte, muy macizo, para ganar eficacia -riqueza, comodidad, tiem­po- aun a costa de la belleza. A la ballenera le do lío la proa de tanto triquitraque de grúas y remolcadores y se murió de una jaqueca, descuadernada en el varadero antiguo. Un mozo pámue, ayudante de factoría , desclavó las puntas para hacerse

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un armatoste y un pescador combe se llevó el achicador, lo puso entre sus aparejos y completó su cayuco que, según decía, cuando no hacía agua se la daba el mar.

El muchacho factor no viene a historia, pero sí me contaron que el combe se hizo a la mar, con su cayuco de ocume vaciado, y le puso trapo para el ir a vela. El hombre se dedicaba a la pesca para el mercadeo al detall y se iba a los colorados, en el banco de Punta Mbonda, que es un pueblo de ones, parientes de los combes por parte de hembra y forman cultura Ngowe, que es marinera y ha aprendido a pescar, que a la fuerza ahorcan, desde que se llegaron a la costa cuando las gue­rras y los escarceos con los pueblos agresivos que los echaron de su bosque. El pes­cador combe se llamaba Rocu y cuando el viento daba del Sur, pasaba por Mbonda a toda veJa y süplaba un cuerno de antÍlope gigante dándole sonido de amor por­que tenía a quien mensajear desde su canoa y sabía que entre el cocotal, en la finca de maíz, alguie dejaría de azadar para sonreír hacia la mar y empezar la espera.

Rocu llegaba al anochecer con el cayuco colmado de colorados, alguna bipaca para muestra, ñangas a esgalla y palometas para la amada. Sus cuñados, a estilo del país, se acercban al amanecer a Bata, por el caminü de U conde, a vender la cosecha. Si no era día de avión llegab:m los peces frescos y, si el aeropuerto internacional funcionaba, los chiquillos dejaban pudrir el pescado viendo el aterrizaje de los aeronavíos casi marcando con el tren el agua del Utonde.

Rocu , a pesar de sus cuñados, ganó dinero y se compró un motor fuera de borda, pues si otros hermanos suyos lo tenían, no iba a ser él menos siendo mejor pescador. Se fue a la orilla del Ecuco, en donde había un carpintero de ribera; le pidió con­sejo y wnstruyó un cayuco con la popa en abismo para fij:~r el motor. Decía Rocu que en la barra del Ecuco, a una legua de Bata, había una manatí con los pechos hartos y una cría a ama,:nar.tar. Los braceros nigerianos daban en llamarle mamÍ uatá, madre del agua, a la que temen por mujer y por sir-ena. Pero para Rocu no era más que un pez grande y, si alguna vez lo intuyó paciendo hierbas fluviales en la no­che del delta, se acercaba sin sacar el remo pJra más sigilo, y cuando el manatí desaparecía con el hijo lactante, Rocu se reía solemnemente, juraba no olvidar el arpón y añadirlo a sus artes, y tiraba del cordón de puesta en marcha. El manatÍ no daba más ni menos valor al paisaje de Rocu al igual, decía, que las Iiístorias de mboetis y ritos antropófagos ocultos en las orillas del Ecuco. El estaba a cubierto porque se iba a dormir a Punta 11bonda; pero un día que se le averió el fueraborda, por no pasar la noche en tierra del Ecuco, pretextó una amiga de l1ola y se llegó a Comandachina, afueras de Bata, en donde los salones de baile hacían su :~go to con los burócr:~tas negros de la ciudad y los marineros extranjeros.

Donde más disfrutó Rocu fue haciendo la travesía de Yengüe a Campo, en el río Ntem. El río Campo está arriba, haciendo frontera con el Camerún, y tiene una mala barra, unas arenas en la desembocadura capaces de producir s;ndías y un cauce terso y navegable a favor de marea. Rocu recaló en Y engüe porque doña Loreto de Castro, una señora muy señora, le había pedido un transporte de pes­cado seco para racionar en u explotación de paLnera de aceite. De subida pe eS al curricán, un tiburón de metro y tres cuartos de eslora, en el mismo río. Llegó

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a Y engüe con el transporte y la mercanda nueva que distribuyó a tocateja. Esto le dio admiradores; Rocu es combe y muy vanidoso; y los baseques de Y engüe, astutos como pueblos originarios, adularon la voluntad de Rocu, siempre dispuesto a la lisonja y, poco a poco, los baseques consiguieron tener un cayuco fueraborda previo pago, naturaLnente, de los portes. Rocu se encontró a gusto y se dedicó un tiempo a llevar pasajeros y bultos río arriba y río abajo.

La casa de doña Loreto estaba sobre una loma asomada al gran meandro que formó el río en un milagro. A la orilla de la casa empezaban los saltos y allí tenía lugar el baño del atardecer. Un día Rocu, el que no temía al manad, vio dos hi­popótamos, acaso el último vestigio en los ríos guineos, y se escapó en cueros vivos hasta el poblado. Se le rieron; Rocu se enfadó, no pudo dormir de coraje y, al cla­rear, se marchó con su cayuco sin despedirse ni de doña Loreto.

-A las 6ipacas, pens6. En Cogo rescaré miles de bipacas. Pasó de largo frente a Punta }..;fbonda. No pensaba fondear en Bata, pero cuan­

do avistó las agujas de la Catedral Misión, decidió repostar gasolina. Después co­mió en el "Gran Bar comidas hay tortilla macarrones y tiburón" y se fue al fon­dero -mucho más barato que el muelle-. 1.-fas se lo pensó mejor, hizo tiempo y se metió en el cine.

A la amanecida le dio el sol de costado, pasado ya el Ecuco. Antes de medio día llegó a la altura de U pandyo, en donde aún existe el cementerio más patético de AfL·ica y la casa colonial de más fuste; y dobló Bolondo, río Benito adentro. Mientras llegaba a la villa de Río Benito, la balsa hacía su segundo viaje de una a otra arilla. (La balsa del Benito ha sido el último rastro ::t extinguir en el gremio de la boga necesaria para salvar márgenes distantes. Hoy se le recuerda con el cariño de las cosas perdidas y unidas a un tiempo importante, porque el tiempo importa mucho a quien lo ha montado con los estribos de las cosas entonces a la mano. El gran puente de Sendye, de más de medio kilómetro de largo, ha relegado, casi totalmente, a aquelb balsa del Benito, almadía hechurada para el paso de bs aguas a compás de los flujos de la mar.) Rocu pasó lejos y veloz en su cayuco y los pasajeros de ]a balsa, desde el medio del río, recostados en un automóvil y sentados en los soportes de apeo de un camión, le gritaron. Rocu, dignamente, les saludó con la mano.

La fonda Río Benito está situada en la ribera izquierda y tiene un amplio mirador abierto al río. Desde allí se ven llegar a la otra orilla los camiones que todavía circu­lan por la carreter:1 vieja, desde Bata a las fincas de palmeras y explotaciones ma­dereras, aunque apenas se distingue a las gentes. Rocu entró en la fonda y pidió una cerveza y a continuación una ginebra con agua fría. El dueño de la fonda, san­tanderino y cocinero, le preguntó si era suyo el cayuco a motor arrimado al pan­talán.

- Lo digo porque ahí están dos c::tzadores que quieren subir hacia Sendye. Es buena ocasión de ganar unas perras.

-Y o voy a Cogo --contestó Rocu. -Usted es nmy dueño, caballero - le dijo el ant.mderino c:-~si cantando.

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Los cazadores estaban en el pantalán mirando el motor del cayuco de Rocu. El río Benito llevaba aguas de torrentera que rompían con la marea creciente. Allá, al otro lado, estaba el norte de Río Muni; la provincia queda dividida en dos por el río que, de naciente a poniente, va salvando barranqueras en cascadas y saltos y, desde Sendye, se hace navegable para los troncos almadieros arrastrados por gabarras hasta los barcos forest:lles fondeados a dos millas de Río Benito. L:t villa es muy africana y bonita. Bordeada de cocoteros adquiere aspecto oceánico y las playas, llanas y accesibles hasta Bolondo, en la otra orilla empiezan a agrisarse y a ser frecuentes las pizarras y arrecifes de margas. Es curioso que las gen tes del norte y del sur del río Benito tengan maneras diferentes sin distinguir raza o color. Acaso el río, que durante tantos años ha separado Benito y Cago de Bata, haya influido en ello. El paso del río da matices no sospechados para las gentes del norte (Nficomeseng, Ebibeyin) que no conocen la zona del estuario.

Rocu bebió su ginebra, se sentó en el comedor y pidió el cubierto más barato. Los cazadores entraron en fa fonda , hablaron con el dueño y éste señaló a Rocu.

Cuando Rocu terminó de comer ya se había comprometido con los cazadores y habían aplazado su viaje a Cago hasta el día siguiente. A la tarde llevó a Sendye -veinte kilómetros corriente arriba- a los matabúfalos y se entretuvo en contar los camiones de tonelaje insólito que acarreaban la madera de la explotación al pe­queño pant:~lán que la Jover t iene junto a la casa gerencia, mientras los cazadores, después de esperar al guía y pistero con quien se habían citado, se adentraron en el bosque mas profundo.

Rocu se quedó en Sendye y al día siguiente bajó hasta la mar, cruzó la anchísi­ma barra por el mejor paso y enfifó hacia el sur.

Del Benito al Etembue las playas son difíciles. El bosque llega hasta ellas im­petuoso como un arrebato. Y el arranque del bosque lo corta el hombre, árbol a árbol v lo echa a flotar por la corriente dd Iume, del Endote, Janye, Aye y del Etem­bue. El bosque se h:~ ido desaviando por vía fluvial. Las empresas madereras han desguazado la selva de la costa y van, qué remedio, invadiendo los bosques vír­genes del in terior. Los barcos forestales se llevan de las costas de Río :Muni más de un cuarto de millón de toneladas al año.

Rocu iba cantando mientra el cayuco, a medio gas, había rebasado Etembue. Camaba alegremente y pensaba en que si tuviera una lancha de cien toneladas en vez de un cayuco, se llevaría de las playas los innumerables t!'oncos perdidos de las almadías, o de prendidos a b hora de la carga, que b mar había mandado ·varar en las playas del sur. Maderero en esa fornu sí que le convencía. Pero tra­bajar en una explotación foresta! , con la soledad a cuestas alternada con la barahunda aterradora de la jornada, no le result:tba h:tbgüeño. Para él su pesca, su ir y venir, u cayuco a motor y su libertad.

Se quedó en N"guele porque nccesit:~ba una certificación del P:~dre Saborit, en h :vfisión de Egombegombe. El Padre Saborit, misionero expedicionario :1 los casi setenta años, es un hombre venerable y andariego qu sa!tJ lo paso como un

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mozo y recorre los senderos hablando a los hombres de D ios después de haber hablado a D ios de los hombres.

Por el río Ijono, la franja de las fincas de café de los agricultores nativos era, otra vez, pura selva. En C abo San Juan, lo más occident:ll del continente, los hombres trabajaban en la enorme finca de palmera de aceite, la mayor y mejor de la provincia, en el desaguar del Ñañe. El jefe de empresa, un navarro azagreño, festivo y cabal, dio a Rocu un porte a Puerto Iradier, capital de C ogo, y un recado para el aislado finquero de Punta C alac:rava. Luego le invitó a un salto de brandy y agua, bebida antigua y colonial, rito preciso para el encuentro o fondo t raslúcido del diálogo ecuatorial.

Rocu consideró el estado de la mar, habló del comunal y disparatado n egocio de los taxis, de la industria de los bares, y terminó su juicio dando fe de que un hombre, un cayuco y un motor es lo mejor de lo mejor, sentencia que ha tomado cuerpo entre los playeros y se generaliza al tiempo que los fuerabordas se venden como el pan, casi tanto como la radio portátil, verdadera plaga del bosque. P orque, decía Rocu, si la mar tiene algo de m alo es lo trabajoso de la boga y el trapo no encuentra siempre la brisa y un motor cuidado en un tronco bien marinero da sopas con onda a las estrechas carreteras de tierra, en las que para la vira es me­nester maniobra; y el pasajero de taxi, cuando sale incordio, acaba rebajando la tarifa o llevando la cosa a los tribunles; y esa palabra no existe en la mar; si un pasajero sale sansirolé o metecuentos, se le acerca a la cost;a, se le tira al agua y la paz es ancha como el mar océan o.

Los saltos se repitieron. Muro, el navarro, se divirtió como un enano y Rocu se amoscorró sin darse cuenta. Muro le dijo al combe que estaba muy cocido para navegar, y más en solitario. Así que le buscaba un cobijo y se quedaba en San Juan, que el porte llegaría a tiempo si salía al amanecer y no se entretenía en Calatrava.

Rocu salió de Cabo San Ju:m por cerca del lugar en donde, en r885, los daretianos fundaran su primera misión continental.

Calatrava es un lugar maravilloso. D espués de Punt;a Negra y Punta C orona, torciendo hacia el sudeste, está en el extremo poniente de la Bahía de Corisco. Es Punta lvfosquitos, célebre en las épocas de los barcos negreros y anotado en la cartas de marear para los navíos de entonces. Hoy se llama Calatrava, acaso porque es el nombre del campamento militar que hiciera crear un caballero cala­travo, gobernador de los territorios.

A Calatrava se llega por mar o andando o no se llega. Rocu desprecia los vehículos de ruedas, p ero sus hermanos de color, desde San Juan a Punta Y eke, van despoblando la costa porque, dicen, no tienen carretera a la general. Los habitantes de la Bahía de Corisco están aislados del resto del mundo y ya ólo su ir a Cogo es un gran viaje, casi siempre por mar. La Bahía e uno de los lugares más bellos de la tierra. D esde Calatrava, o lvfosguitos, hasta la punta oriental, Y eke, de la bahía, no hay paisaje más acariciador para los ojos. Al sur, Corisco, la isla del amor, la Yfandyi de los benga , capital de negros holande es en el >.'VJJ

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y cuna y sepulcro de Uganda, último rey de los bengas (dice la tradición que Uganda descendía de una holandesa raptada de niña), devuelta a los portugueses en r648, en que fundaron la Compañía de Corisco. La isla y territorios pasan a España ciento treinta años después (por el Tratado de El Pardo). Y pasado un siglo se ven en la isla, centro comercial de toda la región costera de Guinea de aquel tiempo, comerciantes catalanes, mallorquines y valencianos, como la Casa Vinent y Simó, que tenía, además, un hospital para los marinos que mal arrib:~ban.

Los portugueses la llamaron Corisco, relámpago, porque vieron destellar sus playas cuarzosas y blanquísimas a la luz de mediodía.

Desde C alat;rava, Carisea es como un deseo; poblada de árboles minúsculos que dejan horizonte a su través, sus playas, las más blancas y caracoleras, coruscan, satinan, espejean a ramalazos el sol más brillador.

Desde C alatrava las islas Elobeyes son como dos grandes sirtes enmarañadas. En la grande quedan algunos pescadores y en Elobey chico las ruinas de los edificios de cuando el subgobierno de Elobey, que se fue a Cago por los años veinte y dejó, luego, su jurisdicción en manos del subgobernador de Bata.

Carisea, cerca de la línea del Ecuador, tiene las primicias de la historia de Río lvfuni; descubridores que la rebasaron, exploradores que la nominaron, ne­greros que la habitaron, comerciantes que la poblaron, misioneros que la evange­lizaron. A ella están unidos los nombres de Lerena, Chacón, Iradier, Ossorio, Montes de Oca, Bonelli H ernando y V alero Berenguer. Y los jesuítas, y tantísimos claretianos.

Carisea es la delicia del Yfuni y el Muni es un estuario bellísimo. Primero fue la Angra -ensenada- de los portugueses ; más tar'de los ingleses le lla­maron D anger, por lo peligroso de su . navegación. Tiene a su salida a la mar las islas Elobeyes, y los ríos Congüe, Mitong y Mitémele recibiendo y despidiendo la mar en la llanada de sus manglares que dejan las raíces al aire, en la bajamar. como un bosque fantasmagórico. Los manglares de los ríos tributarios del gran estuario son silenciosos, deshabitados y laberínticos; mueren en un pantano ancho y mágico tierra adentro, por el norte hacia casi el Masaringa y por el Utoche hasta Amanening, el final de la vida, del mundo de los fang.

Rocu vio en C alatrava a uno de los hijos de Alberto Blasco, arquitecto y esmal­tista catalán; le dio el recado de Muro y le dejó en solitario con la isla de Cori co a su frente, el G abón más al sur, Punta Yeke al este y las Elobeyes en la bocana de la ría; y tierra adentro el trabajo, la finca de café y cacao que iniciara en otro tiempo Barbero, uno de los pioneros españoles a quienes debe la tierra su esfuerzo constructor.

Frente a Cago, Ruco contempló los cayucos pescadores a la bipaca. Al hombre se le alegraron los ojos y tensó los músculos de complacencia. Aguas del ur, bancos de bipacas para ahumar, secar, vender y ganar. Aguas del ur para un hombre, un motor y un cayuco. A empezar la vida, cada día a empezarla; ama­necer con un nuevo ánimo y a babor la suerte.

Rocu aceleró el dos tien;pos y el piraguón saltó cabrio lera. Y a estaba en aguas de bipacas. Pronto, a dejar la mercancía en Cago para volver a la Bahía de Cori~co,

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a Mbinda, a Bogo o junto al arroyo Marisa de Malandya. Si le ofrecían en Cago transporte para los ríos grandes, que lo hiciera Nilo Campos, el fabuloso Nilo Campos, el que ofreció a Onassis asociarse, con derechos iguales, aportando su flota de un lanchón y tres cucharones. Rocu a la bipaca, Nilo a su flota, el pez bajo la mar y la red a la batida.

Allá quedaría Cago dividiendo· mangles, cortando ríos, soltando turistas a la isla de los Papagayos; Cogo con sus gentes, sus comerciantes y sus auxiliares administrativos de trajes impecables; Cogo en el lugar más hermoso de Guinea, y él, Rocu, combe y marinero, singlaría aguas de Evor o Bondy o }vfalandya a la pesca de la bipaca codiciada en Bata y en el interior. Y, a buen seguro, encontraría un motivo de dar sonido de amor a su cuerno de antÍlope gigante.

De Acalayong, pantalán y estación última de la guagua de la capical, venía una lancha, apretada hasta las bordas, de viajeros polvorientos de laterita roja del camino. Un barco maderero fondeaba cara a Cogo y ya iba una baHenera remolcada a recibir carga al costado del buque. Una ballenera. Rocu quitó gas, tomó el achicador y, en memoria de una barcaza muerta en olor de historia cum­plida, c-omenzó a echar el agua del calado, por encima de su hombro, a la estela blanca de su cayuco aproando malecón de tregua.

Los BOSQCES. LAs GE:\'TES.

Nieganf es un mirador sobre el río; Micomeseng, una aventura ; Evinayong, un sortilegio.

El Niefang que fundó Ayala, estrenó D aniel Artieda, vivió Gisbert, comerció Ortiz y roturaron Moyana y Casajuana, no era aún llamado Sevilla. Eso vino después, cuando un gobernador andaluz se empeñó en apellidado a corte de cintas sobre un nuevo puente de Triana con faralaes en el talle de muchachas de color, aguas abajo del paso increíble que montaran Rancaño y Zubiaurre.

Niefang era límite -nie- de los fang y sus bosques orillaban el largo Benito que, en Nguandum, salta ensanchando cauces con piedras a flor para sesteo de cocodrilos aburridos.

Los fang trajeron el éxodo y la vicisitud y, en un tiempo, Niefang de la tribu Y emvam fue puesto de avanzadilla en la selva a la que iban empujando a los mocuc, los bujeba, en retirada guerrera. El ncu, b tum-ba o camtam, que de tales voces se conoce, tenía centinela perpetuo y en ningún poblado -nam cá' asup mbot abelé- podía faltar cu todiador de turno.

A las fiestas de agosto de 1963 llegaron a Niefang gentes de diferentes tribus a ganarse el concurso de peinados o de la lucha mesing, el torneo de b.lleles o la justa de aitzcolaris cortatroncos de elón y samaguila. Los remeros del b:~jo Benito se pasearon mirando, sin mover el cuello a los bogadores del interior, con ínfulas a pan comido, antes de la regata de cayucos.

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Un comerciante buhonero hizo en la o-uap-ua del alba las doce leguas )' buen o o . pico de asfalto mediador, desde Bata, capital residencial en la orilla atlánttca, Y se

llegó con sus bártulos a la fonda del lugar.

Dio su nombre -Pedro Obiang Nsógo, para servir a Dios y a ustedes, d'e oficio vendedor ambulante, natural de Nfúa de la tribu Anvom, distrito de Evt­nayong, soltero para lo que cumpla, especializado en la venta de jabón, pañuelos, latas de conserva, aceite de orujo, encendedores baratos y medicina de fuerte; buenos elotes, tabaco en rama, tabaco en paquetillos, cuchillas de afeitar, relo¡es (dos me quedan), cerillas y pescado salado; petróleo, pilas de linterna, colo111a Y crema de ungir, ollas de ;luminio y dompedro de a cuarto- y le asigna_ron una habitación del principal con agua corriente en el lavabo, colchón de v1ruta de corcho, zofra de rafia al pie y espejo iluminador.

La mañana de Niefang estaba oyendo misa con panegírico y cantos ?e las alumnas de las Madres, de bote en bote la Misión, circunspectas las a,utondad~ en sitiales de primera -alcalde, delegado, médico, maestros, jefes de tribu, gu:~rdta civil y comisión de festejos- y el pueblo compacto fermentando detrás.

Pedro Obiang sógo, natural de Nfúa, deshizo la batería de cajas y male_tones y sacó mercadería del armatoste mayor, desvencijado ya de puro compru111r los cachibaches hasta casi hacer saltar los oxidados clavos birlados, irrespetuosamente, de un barcaza jubilada en la playa de Bata, cuando sus tiempos de factor. e duchó, vistió su traje más ñangá, se ungió aceite perfumado y pidió un mozo para llevar al zacatín del ferial los géneros más propios.

Cuando llegó al mercadillo todo estaba ocupado desde la mañanica y un haussa de fez recortado le había tomado el sitio. Pedro Obiang sacó un papel, con cere­monia, y el haussa, poco palabrero, se retiró a un extremo del zoco pidiendo a Alá que la agricultura de los fang fuera próspera y no le trajera competencia en el comercio, pues, desde que los pamues se lanzaron a negociar, el vaivén de los precios, de un mercadillo a otro, no tenía sujeción.

Cuando terminaron los actos religiosos -en Niefang la procesión va por fuera- la calle principal o carretera general, que es a la vez parada de guaguas y mentidero de los citados a pleitos pequeños y real de la feria, se abarrotÓ de lugareños y forasteros, los bares se atestaron, los tenderetes se animaron y alguno que otro se largó a pasear el puente de T riana antes del almuerzo confortador Y la exhibición de Matéu en el frontón, único del país, que construyeron los hermanos Lauzirika en el primer solar de Artieda. El río pasaba colmado y, a ambos lados, los bosques canteaban las riberas rebasadas de frondas.

Niefang es cruce de caminos. Por el agua, hasta la mar, Benito abajo. Por la tierra de Evínayong, carretera del sur, monte Chocolate arriba y las cascadas. Y hacia el este a Micomeseng, Ebibeyin y borde del río Kíe, frontera del Gabón.

Un viejo pidió a Pedro Obiang medicina de fuerte; pero que no quería de país sino de ntang, que le era la mejor; que él sabía mucha medicina de país, y le habló a Pedro Obiang de la medicina de correr. Pedro le escuch~ba c;¡da vez más interesado, pero no por ello dejó un momento de atender a la clientela.

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Es posible que h hist;oria de la medicina de correr la conociera Ossorio cuando, . en r886, exploró los bosques de Niefang y remontó el curso del Benito superior.

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Hay testigos de mayor excepción que la sitúan hace cerca de cuarenta años, cuando Artieda hacía finca en 1vfongó, años antes que el popular Moyana, y mercadeaba en Niefang. En Bata tenía una casa que compartió muchas veces con Gisbert, antes de asociarse para el comercio y la construcción. Pero Obiang contó muchas veces la historia en bs casas de la palabra •a su paso, de mercado en m.ercado, junto al fuego tradicional y el silencio boquiabierto de los demás.

Gonzalo Gisbert y Gárate, natural de Portugalete, y el navarro Daniel Artieda, tafallés, ocupaban al alimón la casa del segundo con factoría acoplada qu_e abarcaba. como todas las del país, desde los caramelos a la lámpara de bosque. Tenían un criado bujeba, naturalmente, pues en aquella época los fang no sabían ni ha~lar español, a diferencia de ahora que, de cuarenta años de edad abajo, no luy anal­fabeto. Este criado era tan lento en su hacer las cosas que les tenía desesperados. Pero un día le mandaron a recado de peces, y, si de común tardaba de dos a tres horas. volvió con ellos, fresquísimos, al cabo de qu ince minutos. Le preguntaron de dónde los traía y el bujeba contestó que del Ecuco. Le dijeron que era imposible El criado insistió. Porfiaron y Artieda concluyó que les estaba tomando el pelt v que habría comprado la pesca a algún cayuquero lkgado a Bata ; que, de toda~ formas, era mejor dejarlo. Mas en ocasiones sucesivas se repitió la cosa. Gisbert indagó y comprobó que no se traían peces por alrededores y que el bujeba sola­mente podía comprar en donde decía . El criado hacía ya las cosas a velocidad v tanto Gisbert como Artieda sentían gran curiosidad. El bujeb:~. les dijo que e;a un hombre veloz porque tenía medicina de correr y les juró, por Nzambi de los bisió, que podría ir a Niefang, tres días y medio de andanza, en media hora o tres cuartos a lo más. Como Artieda debía subir por :1guellos días a su finca de :vfongó, quedaron de acuerdo en que el jueves siguiente, a las dos y media de b tarde, Gisbert dirÍJ al bujeba que se fuera a Niefang, en donde él esperaría.

Daniel Artieda llegó a iefang en la tarde del miércoles. Al día siguience hizo inventario, arregló cuestiones, se fue a comer y s:1lió con su escopeta. Artieda ha dejado fama de gran cazador. Se cuenta de él y de otro Andrés Artieda y Aurelio , alias "el cojudo", que iban juntos al elefante, anécdotJs innumerables y pin torescas. Artieda llegó, por senda de bosque, a la orilla del Benico tras una p::~reja de turaco coloridos que le ganaban la mano y le llevaban la mírada a mal traer de copa en copa y la paciencia a término de zarza a pantanó. Artieda se p:1rÓ al pie de una terminalia fronteriza entre el bosque y el río ancho. Los turacos se ech3ron a volar a la otra orilla, en oblicuo, corriente abajo. Artieda se encaró la e capeta :-' al ir a disparar e quedó con el sobrecogimien to de un cazador de vocación ante una pre a in ólita. Por el punto de mira vio venir por el río, en direcc ión a él, perdiendo ::~ltura, un bicho gigante co y volador entre águila y cóndor. El ave se acercaba y Artieda olvidó los turacos. T Jn sólo tuvo tiempo de carg3r un cartucho de post3, apuntar, hacer fuego y esperar. El ave graznó an­gusti a, abatió un ala y, chorre::mdo sangre, volvió timón, y sobre los árboles ~e

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perdió. Artieda anduvo al rastro toda la tarde y volvió a su casa cuando el cabo

de la guardia colonial, con gentes y antorchas, salí:! a buscarlo.

El criado bujeba no ll egó -Artieda lo esperaba así- y supuso. g_~e en dos

d ' h ' l . e ' . . 1 y d biO el onn tas no ana e can11110. onto su penpeCia a os emvam, escn ;:, ' pájaro y conjeturó sobre cuánto podría haber volado con el ala rot a.

Cuando Daniel regresó a Bata, le dijo Gisbert que había admitido ,un nue.vo · d 1 b · b d.· 1' N. f h b' ·¿ l d¡a antenor cna o porque e u¡e a !JO que sa ta a te ang y a 1:1 :1pareo o e '

con el brazo destrozado por un tiro de postas.

P d Ob. N ' d 1 f. d · f · on la tr:~di-e ro tang sogo, cuan o as testas e Nte ang term.maron e ' ' cional elección de "miss", hizo cortesía al alcalde Rondó, combe )' poeta, Y ~e dedicó a mercadear por los alrededores. Cuando no había guagua, o no q~ten:l

d d . b 1 · ' d ' d · 'n avenado gastar, se e tea a a auto-stop; sttuan ose en cerca111as e un camto ' ' paraba a los coches y pedía ir al pueblo en el que, decía, tenía b pieza de repue ro y gente para ayudarle; o bien, si no había lugar a esa excusa, mostr.:~b:J un papel de citación del Juzgado con fecha de dos años antes que, generalmente, los con-

ductores camino de Bata no tenían tiempo de leer. .

Pedro Obiang anduvo por Añisoc, capital de los Bimvile, donde estudtara T essmann, cincuent:l ai1os antes, la etnografía de :Nfalén. Valladolid de lo~ Bmwd_e,

·¡¡ · l · 1 · d · · '1. · ' nmer edd vt a cornercta , ttene co eg10 e mon¡as negras, eme y _,/ tswn, un P ' Jacinto Roca, dibujante de los fang, y la solanera siempre en la andadur:J 3 las fincas de los pámues. Añisoc o Valladolid estuvo siempre unido a MICotn:seng hasta que el m.ercadillo mensual de cacao -el de los hombres báscula e~ la epoca más rica del país- se convirtió en sedentario al levantarse una pequena c;udad con pretrazado total, avenida de palmeras reales en el centro y la instalacron . de beneficios agrícolas, para hacer exportable el café, en gran parte de los edtficlO '

enjalbegados y limpios como el ayang de los ríos.

A Pedro Obiang, natural de Nfúa, le hicieron palabra de l'vficomeseng, a ;u venida a Añisoc. El, dice, no tuvo culpa de que unos individuos de la tnbu Mab~n le prihibieran cortejar a una muchacha y lo expuls:1ran del pueblo. Ob!ang d.IJO que no se iba, que España era de los españoles y la c:~lle de todos, que si la ch~ca era soltera n:1die era quién para impedirle tirarle los tejos; que en vez de chrn­chorrear por cosas de tan poco fuste que se avergonz:Jran de ser de una ,wbu tan

~ " 1 · ¡· " '1 d ¡ ·b A I as grande pequena porque no mu ttp tea ; que e era e a tri u nvom, a 11.1 • de los oc:~c y a mucha honrJ. Los parientes de la novia sintieron ofcnd1do su celo creador y armaron la de Dios, pegaron a Obi:~ng, que se escapó como pudo, mal­trecho y aporre:~do, '/ para colmo, decía después, le acusaron de insultos gr:JV,e · Y JC:JSO por esto fallaron en contra de él y, por agresión, en contra de los .Mab:Jn. Se hicieron comp:~ñía en la cárcel y resultaron la mar de amigos. T rabapb: l~ ~11

distintos lugares y andab:~n ?vficomeseng durante el día. e cambiaban ':oCI 1.3 •

y, a la noche, la tren:J era un ágora comadre:wte injertada en patio de montpodiO. A í se enteró Pedro Obiang Nsógo de la lleg:~da de ~1onsieur Edinger.

Rubio, fornido, cordia l y con aspecto de cuarenta y cinco :~ños a pesar ?e sus sesenta, los que le vieron poner en el suelo del solar de Banker grandes sa ban as

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en fornu de e para comunicar a un aviOn su primer campamento, decían que era un espía. Edinger, alemán, ex-legionario, cazador y residente en Y aundé, venía a buscar a una mujer blanca que, según peritos en radiestesia y conocedores del bosque, vive sin memoria entre el grupo de bayeles pigmoides que habitan las selvas del Ntem, desde un accidente que, en junio de 1962, cost:J.Cl la vida a Monsieur Morlot, joven marido de una muchacha de veintitrés años que, en dictámenes de videntes y radiestesistas belgas y alemanes que coincidieron exactitudes, habían caído, con una avioneta del aeroclub de Yaundé. sobre el monte Acoc, que sig­nifica piedra, en una región ignorada entre el río Campo o Ntem y la frontera de Río Muni, dentro de la república federal que explor:J.ra en 1874 el inglés Ca­maron. Acoc, la única con nombre de las cuatro montañas que encierran ese bosque misterioso, se ve desde territorio español (los fang la bautizaron asQ y desde el río Ntem del Camerún el acceso es difícil. Por eso Eding·er llegó a ?vficomeseng.

Micomeseng es una estación de guagu:.t -parada y fonda-, una famosa le­prosería, un hospital, un salón descubierto de cine, una capilla de fábrica, una escuela oficial, una casa cuna, una delegación gubernativa y todo lo demás son comercios, un taller mecánico y un par de secaderos de cacao.

Llamaron Yficomeseng al lugar en donde, junto a unos árboles caídos (micó) de palomeros (meseng), hicieran pobbdo los de la tribu Y enkeng, en su histórica migración. Luego vino un hospiciano, }Jfariano Lapaz Expósito, natural de Madrid, que se hizo carpintero en el :~silo, y, camino de Inglaterra, hundieron su buque y se fue a la oveja en el Oeste americano cuando bs guerras del catorce y de vaqueros contra ovejeros. Hizo dinero, volvió a España y sus antiguos comp:~ñeros de orfa­nato dieron a maiga to sus ahorros. Recaló en el puerto de Santa Isabel en el año veintiuno y un:1 compañía agrícola lo contrató par::~ reclutar braceros en los b::>sques del continente guineo. Así :~lcanzó Micomeseng, se hizo una casa de calabó y de nipa y trab:~jó durante algtm tiempo. Después, Julián A~rala, natural de Orgaz, explorador y adelantado, montÓ un camp:.tmento de _la guardia colonial en Mico­meseng, porque habÍ3 ya un blanco. Lapaz fue un hombre verdaderamente bueno. Abrió una fonda y todos los europeos residentes en Micomeseng comÍ:.tn en ella y pagaba el que quería, pues nunca Lapaz se molestó en hacer una factura. Era el único que vistió siempre tr.1je completo, blanco y sucísimo. Tuvo los mejores solares y, antes de morir, por el año cincuenta, le doraron la píldora sus vecinos para ganarse la herencia de un hombre sin parientes. Lap:1z a nadie dijo que no. Pidió que viniera el administrador territorial en funciones de notario para hacer testamento. Cada uno de los pretendiente se felicitó. Cuando llegó el entonces capitán Sáez le dijo que puesto que él, Lapaz, vivía gracias a una inclusa del Estado, que lo recogió, y que gracias al Est1do había aprendido un oficio y babí:t hecho su vida, todo lo que tenía se lo dejaba al Esc:1do. Y no hizo testamento. Fue enterrado en }..ficomeseng, y antes de echar la primera paletada de tierra, se asomó una vieja mujer fang y dejó caer sobre b caja dos flores rojas del bosque. A los que han visto nombrar Sevilla a Niefang, Valladolid a Añisoc y Guadalupe a

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Mongomo, no han pensado acaso en un ivficomeseng de Lapaz, fundador Y pio­nero, causa realmente vinculada a esta villa fronteriza.

Pedro Obiang salió de la cárcel de ~vficomeseng y no quiso seguir a EbibeY.in y Mongomo en su comercio andariego porque se sentía enfermo y pon:¡ue, diJ?, no era ya ocasión de ganar dinero hacia el bosque sino hacia Bata. La ocas1Ón h~bta pasado y en el negocio, como en la vida, anda más seguro el que más ve. Iv11Co­meseng le había supuesto una pausa inesperada y el que la doncella de color, causa de todos sus males, le llevara la comida diariamiente no le había aumentado caudal. Ebibeyin le gustaba para la ganancia y el cont,rabando. Acostumbró a cambiar artículos a los haussas, sobre todo medicinas vigorizantes, a las que los fang del interior del distrito son muy dados. En Ebibeyin había pasado temporadas de mercados con su equipaje ambulador y se trajo algunas veces, de las casas de la palabra, trofeos de gorila, situtunga, leopardo y chimpancé, que en Bata ~pre­ciaban y pagaban bien. Luego le hicieron la competencia los haussas. En la caree! se enteró de que el día 17 de enero había muerto, en Abere de la tribu Esatop, el gran Etó 1vfebimi, anciano de prestigio, héroe de las guerras antiguas, enemigo de los brujos y hombre de calidad tal que las fiestas de su defunción y las danz.:Js .de los muertos durarían !aro-o tiempo. D d .,

Obiang estaba enfermo, con hinchazones y picores, y se fue a Nief~ng. e¡o -su mercadería y siguió a Bata. Se hospitalizó y le diagnosticaron filanosiS: En la sala de distinguidos (el hospital de Bata es el primero en dimensión, ar9wrectura y dotación en toda la costa occidental de Africa; fue construido a iniciarrva de u.~ .. J . ' ) OCJO penense, 1ombre al que el país debe mucho v le pao-Ó con incomprenswn. con

/ 0 ·1 de a un combe llamado Rocu, pescador y marinero, que adolecía de anqw ostomas

manglar. Obiang y Rocu hablaron de .negocios y decidieron hacer comercio por ne~ra y por mar en sociedad. Cuando les dieron alt:.1 y tratamiento, ultimaron cond:co­nes en la plaza del Reloj en la que Obiano- tom.Ó un taxi colectivo a Niefang, ca-

. D mino de la convalecencia en su poblado natal.

En el kilómetro cincuenta, en el extremo sur. de la reserva de 1vfonte Raíces --cientos de kilómetros cuadrados de bosque hasta el río Nvía habitados de CJZJ

mayor, mediana y menor, desde el elefante a los pájaros indicadores de mie!­bajaron viajeros y Obiang se acomodó a vofuntad. Se amodorró después Y se en·

teró dónde estaba cuando el conductor fang le dijo: , -Don Pedro, ha llegado usted a la estación de Niefang; la guagua de Evw2

·

-yong está para salir. P edro Obiano- sóo-o estuvo en Nfúa mientras duró su tratamienw de hetrJ·

b D d ·zán. A última hora hizo algún viaje a Aconibe, por las cuestas increíbles . e unJ carretera abierta entre valles altos, donde la agricultura y el paisaje impreswmnte andan a la par. P ero apenas salió de su casa. Atendió ~ algún cazador ~e elefantes y tuvo que acompañar a su tío Santiago N guema, jefe de Acurnam a onllas del T ega, a b ofrenda anual a los espíritus de las aguas. En el río T ega, en. ums c.as­

cadas. s~lvajes ~ altísimas, N.sógo gon, h~chicero y tío, p~dre de Obwng. !JJ~~ maleficio a un ¡oven de la tnbu que no qmso pagar el preciO del alo¡amienco .. muchacho se despeñó por las cataratas y apareció su cuerpo en el reman so tnfenor.

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A Nsógo Ngon, tío padre de Obiang, le acusaron sus hermanos de tribu y A yala lo llevó J Santa Isabel hacia el veintiocho, :tcusado de aseninato. :-.J'sógo Ngon no soportÓ la incomprensión a su justicia mágica y se envenenó en su celda con yerbas desconocidas.

Desde fúa hasta Tegaeté (dentro del Tega), hizo Obiang la andadura recupe­rado y ágil. T amó la guagua de Alfonso Andújar, hombre alegre, optimista y ha­bitante primero de Evinayong con Rancaóo y Ramón Tomás, y en la capital del distrito le reservaron pasaje en cabina hasta Bata.

Al comercio de nuevo. Esta vez por tierra y por m:tr. La mar y el bosque en sociedad privad:1. L3 mar de los combes y bujebas, la de las play3s y las islas, in­tercambiando valores con los bosques de los fang. En Bata se verían Rocu y Obiang y emprenderían caminos compartidos, al ocaso la mar de la sal apetecida en un viejo éxodo y al interior la belleza y el sortilegio en eclosión.

H.-FERNANDO POO

Un tal Fernao do Poo, cab3llero portugués, descubrió, hacia 1470, junto con López Gonzálves, una isla que llamó Formosa porque así lo merecía. No se sa lió con la suya porque la isla perdió el nombre y quedó para los siglos el de su descubridor. Gonzálves, sin embargo, perpetuó el suyo en el famoso Cabo López al sur del río Gabón.

La isla de Fernando Póo, en el golfo de Guinea, tenía muchos novios y aún ahora, compuesta y bien enmaridada, no falta quien la mire de reojo. Es una isla que, má que Fermosa es preciosa o, aún mejor, de maravilla.

D~sde la visita del Caballero Poo, hasta poseerla España en 1778, le hicieron carantoñas ~entes de distintos países, negreros unos, comerciadores otros, marinos los más.

La isla era un volcán y el volcán tenía un crater mayor, el crater una sima, la sima Lm doble 3bismo y el abismo un bosque con diablos trepadores, secreto de encanta­miento y deseo, en los viajeros, de una exploración con bienandanza.

Unos dicen que algunos padres claretianos, de los que tomaron contacto he­roico y primero con los pueblos y las cosas, bajaron el precipicio en el año que ini­ció el siglo, cuando la isla llevaba ya su XVII gobernador, José de !barra, muerto, por cierto, cuando volvía a España, y epultado en l\1onr.wia: otros dicen que la ima estuvo virgen hasta le reciente expedición de Jiménez l\1arhuenda y otros

mozo que, mal preparados, hicieron una proeza di per a a lo cuatro vientos y 3 la prensa internacional. Sea como ea, la caldera de San C arlos. impresionante, pro­funda y desconocida, fue pensada por bastantes ~' n.:~die daba con el paso aunque corrían sin certidumbre rumores de que cazadores nativo sabían el camino. Algu­nos lo intentamos en solitario y la entrada a la caldera era un enigma y el bajar a profundo una e calada. Los Marhuenda, H iginio y demás, tienen la empre 3 de

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encontrar acceso y de hincar en lo más hondo por primera vez h bandera de E sp3 ña,

y Dios con todos.

Los montes de la caldera fueron avistados por Argelejo, conde de un, ~ondado beneficiado por la Corona a la ciudad de Sevilla y brigadier por sus mentas. La caldera se llama de San Carlos, y esto fue así porque por voluntad de don_Febpe de Santos Toro y Freyre, conde de Argelejo, tarraconense y de valor conoc~~o , nom­bró San Carlos a la primera tierra que pisó en la isla al tomarla en posesron, coJ-r:o comisario regio, para honra del rey Carlos ; y San Carlos fue confín del territori O en el que cabían : la caldera, las playas tortugueras y wdo el sur monzónico.

Mucho ha llovido desde que Argelejo hiciera la machada, luchara con las fi e­bres y dispusiera que su cadáver fuera arrojado al agua en la mar del ecuador, lo que sucedió el I4 de noviembre de rn8 desde la fragata Santa Catalina, veinte días des­

pués de recibir para su soberano la isla fernandina. Mucho ha jarreado y más en el sur de la isb en donde, dicen los meteorólogos Y

magos de los vientos, e~tá el lugar segundo de más lluvias en el planeta.

No sé qué encontraron los expedicionarios de la caldera a principios del ses_en­ta y tres, pero sí es notorio que en b falda inclinada hacia la mar se ven mandnles por el bosque, y tanto desconocen al hombre que se quedan quietos aunque sorpren­didos. La caza es mucha y la soledad la guarda.

En la caldera nace el gran río Ole, el mayor de la isla, bautizado T ud~l a c~ n sus mismas aguas por un gobernador, el noveno, en la segunda mitad dd srglo ul­timo, por aquello de perpetuar el apellido ya que Ignacio García Tudela 5e lbmab1

el susodicho, teniente de navío a la sazón.

El río Ole es torrentera, ancho en el desembocar y en la época de lluviJs no ha~· quien lo atraviese. Hace seis años detuvo a los hermanos Navarro, naúfragos de ~111 bote que perdió rumbo y encalló en una playa del sur. Los encontraron desde el :urc y los rescataron a duras penas desde un cañonero, rompiendo el mar las b~ l as de caucho contra rocas. Se alimentaron de monos y, si dejaban ai(J'o para el dí1 s•guren-. o te, daban con ello por la noche los cangrejos anchos y moradores en cuev~s que no inunda el mar.

El río T udeb baja entre piedras por una pendiente tt'emenda y yo sé quién lo ha vadeado con agua a las rodillas para, a la media hora, no poder repasarlo )' quedarse a dormir bajo la lluvia, el sueño y la fatiga sobre la orilla, esperando que la turbonada cediera y se amansara el cauce.

El río T udela lo .conoció bien Avendaño, hidalgo montañés de la to~re de su nombre y descendiente de un ?vfartÍn Ruiz de Avendaño que, en 1377• ex pl ora r:~ Lanzarote cuarenta años después de descubrirlo el genovés Lmzarotto Malocello. Avendaño continuó la finca de cacao que el le (J'endario Romer1, marino v desbro-o . zador, plantara en Bococo a fin al del siglo. Bococo Avendaño y Bococo Dru~11 n, dan cacao a pala colmada, a tres leguas de San C:~rlos . En Bococo vararon d1 ez Y seis cachalotes en la bajamar de la playa y Avendaño decía que hubo pez ?:Jra me­ses v nadie se molestó en extraer el ámbar. V inieron de toda h isla a la pesca en seco' y los jirones a machetazos se sucedieron relevándose; lo ahumaron -en bs cas :J ~

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y I13die quiso salir en un tiempo a la mar que, por una vez, dejaba la pitanz;:¡ a b puerta de casa.

Bococo, hasta hace nada, era límite del plantío hacia el sur y sólo una finca so­brep1s3ba, Bococo G;:¡rcía, de una gente hospit3lit3ria y laboriosa que tenía y tiene un mangostán adulto para orgullo, con frutos deliciosos que dan semil la de poblar y unos perros guardares en la casa sobre un acantibdo sobrecogedor.

Los bJbitantes de los tres Bococos se reunían los domingos en Bococo Avendeño, y Angulo de la T orre er;:¡ el anfi trión que hacía servir la ginebra y el hielo en el conversJr que se alargabJ cuando alguien se refería al cacao: y, entonces, que si el de Los Chinos -en el lugar que RomerJ desbocara con coolíes- ibJ flojo o que si el de la parcela San José, la más alta, abundaba de cojines florales -así decían­o que si en la Ferrolana -en m.emoria de una corbeta, tal nombrada, que debió nundar Romera y que ya, en mitad de siglo, vino a la isla con el segundo gober­nador, GándarJ- el ;:¡bonado de potasa lnbía adelantado b fructificación y hs n11raos de c:tcao se 3piñ::tb111 en los troncos, y que si los chocolateros peninsu­lares querían )'"J el gr.mo más fermentado, y que no había duda de que el cacao de Feri1Jndo Poo tenía bma de ser el mejor del mundo. Y cuando el cacao se pasa­ba a tema de camiones, no habí:J contertulio que no diera baza, contara su anécdot3, su ;:¡vería o su accidente, repetidos c:IdJ media docena de domingos como mucho. Cuando a la peñ:1 se asomaba un misionero o topógrafo, o técnico de la geografía, o viajero en t ránsito a las plazas del sur, se toleraba, en atención al huésped, repetir los tenus de la tertuli::t domi nical últinu si no había otros a mano.

L::ts playas de Bococo son de arena oscura, como bs de casi toda la isla; hacia el río Etepo se acant ilan para volverse a acantilar después del río de los Tres Reyes y formar cascadas sal tando de una vez, allanarse a mar y volverse a escapar. (Recuer­do un;:¡ cueva bJñada por el océno, entre un sal to y una cab -Cala Preciosa- en medio de una punta, que tenía un eco extraño, una luz muy vieja y un esqueleto de ave m:trir13 flotando.) El río E tepo, :ti que llegan ya cacaotales, recibe el hurgo­yen por la ribera izquierda cerca de b play:t, y si en la sec:t se vadea sobre rocas, con aguas desencadenadas arrastra árbo les en teros, de espesor de una vara en el tronco, go lpeando el álveo.

Pero hs pby;:¡s del mar, desde el T udela, son las más oceánicas, vacías y dora­d:~s ; a fin de año, :~lgunos pe cadores se ll egan de San Carlos a la campaña de b tortugJ. H acen c:1mp:~mento, cercados por las presas vivas y esperan a que en la noche vengan las tortug:~s al lug:~r de su nacimiento para dejar la puesta )' volver a la m:tr ~mtes de Jinanecer. Los pescadores no les dan tiempo al regreso y las v:tn volteando una a una, dejándolas indefensas sin po ible escap1da, balanceando en el suelo do ciento kilos sobre el lomo de su capazarón. Cuando terminan la bena las encierran en un corto va l lad:~r a la sombra hasta la terminación de la temporada. Es inexplicable cabalgadas y sentirse llevado hacia la mar sobre h congoj:t y el e -fuerzo de un animal que b:~ vuelto por prodigioso instinto al lug~r del que salieran toda us generJciones y quiere cumplir el ciclo, año tras año, a la vuelta ~e una rut:~ de mile de mi ll as, porque t:~l vez, la huevada :~nterior se la llevaron las agudas o lo monos, o los bubi de Ureca.

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Cerca de Ureca hubo un día un banco de colorados y peces grandes ac~rralado por cientos de aletas de tiburones, soy testigo, haciéndolos salt:tr en la hu1~a Y es­perando su caída para destrozarlos. En Fernando Poo se han visto cosas exrran_as. U 11

tiburón marrajo mordió a P3llarés, en Punta Achada, y lo dejó entero. I\'~~Ie sabe por c¡ué no cerró bocado, pero soltó su cuerpo y, aunque muy herido, lo deJO entero pero no intacto, pues le tuvieron que coser con ciento y más puntos.

Ureca es el poblado más lejano. Sus gentes se dedican a pescar y -desde la Reducción del año once- hacen fincas de cacao. Son pocos los que andan estas play::~s y menos los que, desde Ureca a San Carlos, no siguen b senda de \{oca.

Había un valle, a mil doscientos metros de al tura sobre el mJr, que lo regía U~l mandamás llamado Nfoca. Era rey definitivo v bien asentado v dominab:~ un terri­torio de bu bis de la Istchulla, la' isla ; un te;ritorio verde, si1~ bosgue, propicio_ ~..r buen pasto y a la huerta, que lo llamaban Riabba . Era un valle fértil y más arn ba mandaba otro jefe al que decían ?\,fioco.

~1oca y i\!Iioco han dejado sus nom.bres a los pueblos desde los que reinaron Y hoy son puntos de veraneo (de noviembre a enero) cuando es bueno huir de b ca­lorin.:t de Santa Isabel, capita l de la isla. l\1oca es un valle precioso, centro de ex­cursión al lago, o a la cascada de Iladye, cuya cola de caballo tiene más de cien metros de alturJ . ¡.,tfioco, a mil quinientos metros sobre el mar, es, en el verano de la isla, delicioso. D espués, cuando llueve, no hay quien pase de frío, y la humed.:~d es tanta que los árboles se adornan de largas barb.:ts de líquenes y parecen fa!ltasmas en medio de las nieblas continuadas. Como en N'foca no hav rse-tsé, los caballos

y las vacas se crían bien y viven a gusto.

lvfoca, el rey, no quería que nadie se metiera en sus asuntos y los misioneros lo ganJron con. su ta¿to y s~I voluntad. Fue en r886 cuando lo; padres J_uanob y Aguirre y el geógrafo Sorda entablaron contacto con el monarca bub1. Este

:foca dejó oomo sucesor a un tal N'Ialabo. Pero, por lo que cuentan, Sas Ebuet~a se apoderó del reinado y no lo dejó hasta su muerte, en 1904- cinco años d:s¡~ues de la d~ !vfoca. Entonces sí fue "tvfalabo el que subió al poder y ha sido el ultimo rey de los bu bis. El valle de Moca es el mejor lugar de descanso en los. meses fimles del año. Sin mosquitos de paludismo, sin moscas de sueño o de fiLma, con una temperatura agradabilísima y con noches frías, es la vacación ilusionada de los habitantes del trópico.

Nfoca tiene, desde hace años, carretera asfaltada a Santa Isabel v treinta kiló­metros hasta el mar de Boloco, a tres tiros de honda de San C arlos; ~' en la bajada, ya en el albergue de Musola, real y de San Jorge, que está má en 'oloita que en :Vfusola, empiezan las fincas después de las potreros; y ha ta abacá, tabac,o Y café arábiga cultivan Labarta y Díaz de la Guerr.1 para una empresa que llego de Filipinas y abrió miles de hectáreas. Oloita es :::umbrera de vertientes Y ha ta Biapa, por naciente, llega la explotación de palmera de .:tceite; por la mar de Biapa la bahía se ll amó Concepción en la expedición de Primo de Rivera en I779· porque así la nombró Carbonee, comandante de la zumaca Nuestra eñora de la Concepción, gue ¡¡rribó a h bahb a mediados de septiembre, y por b Purí un:I de aquel año establecieron el primer camp:tmento en Punta Cañones, inmedwramcntc

1) J\i~

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al norte, izaron bandera, desbrozaron . chapearon, levantaron ti endas v mandaron pedir de Nfadrid una imagen de la Inmac~liada. '

Concepción es playa cangrejera y le llega el río Ruma, que baja entre barr:mcos y sa ltaduras que han hecho pas:J.r apuros a más de uno, y si no, pregunt:.Jr es bueno a Sánchez-Yfonge y Ramón Izquierdo que, haciendo topografía, se quedaron colgados al borde de un despeñadero sobre un remolino turbulento allá abajo hasta que los porta-miras bubis les sacaron de aprieto.

Por el río Ruma, agu:.~s arriba, lny un Balachá habitado de bubis cultivadores de fincas cacahueras y en us antiguas cuevas de Morimó, divinid1d diabólica, encontró ollas valiosas el doctor Ligero. (La arqueo logía de la isla la estudian , mano a mano, el padre Anudar :Vfartín y Arm:mdo Ligero, que aben más que nadie y han descub:erto una prehistori:.~ riquísima y prebubi en playa Carboneras, que es si t io en donde hiciera sus primeros trabajos Carlos G. Echegaray, el más importante erudito de los bujeba.) lvfonte arriba ::le B:~lachá, descubrió el Padre J uanola, en 1895, el Lago de Lo reto; es d:no curioso que escribió una carta al explor.J.dor Bonelli H ernando en b que asegur:.~ba que sus acomp:.~iíantes vieron hipopótamos.

Desde Oloita a San Carlos el río "!\.1usola recoge sus aguas en wu cascada y unas turbinas las aprovechan. "Nfusola, hast:J. que se formó el poblado, tenb casas de madera distribuídas por las fincas. Ahora :Vfusola es un pueblo rnás bien grande, :1gricu ltor y cooperativista; tiene, a dos kilómetros, un campo experiment:1l -en donde N osti hizo experiencias trascendentales-, que fue misión y matar: o en 1~6 que, al trasladarse, dejó para recuerdo una casa bonit1 v tropical de paredes metálicas, suelo de madera, tres tejados superpuestos y aire de p:~lacio ecuatorial, que las ardillas y galagos la pasean y los murciélagos b invaden; cerca de ella hay árboles del pan, m.J.copas de frutos re inosos, una presa en la cascad1 del Etoo, plantas de ricino, piñales y una granja ovejera y avícola.

1vfusob está tan cerca de San Carlos que los vecinos del pueblo y los finqueros se van con frecuencia al cine, a compra , a contr;:¡tar bnceros, ;:¡ consulta al hospi­tal o a pasar la tarde en el club náu~ico.

Es bonito San Carlos. Es bonito y sus phyas están plantadas de cocoteros que se interrumpen en el espigón del puerto para seguir hasta la fi ne:~ Poi. Las embar­caciones con motor surcan la bahía, y el pueblo, la ciudad, se alza hast:~ un cen­tenar de metros sobre la aguas en el extremo de b propiedad de Jones. 1v1aximi­bno Jones fue un fernandino, natural de Sierra Leona, que compró fincas de cacao a los bubi v lleo-ó a poseer una notable extensión de terreno cultivado;

• 1::> -

construyó la central térmica para Santa Isabel e hizo muclus con por S:~n Carlos. El rey .le concedió la orden -de Isabel la C:~tólica y San C.1rlos su- nombre a una avenida y un monumento sobre el canal , y ~m herederos recibieron una manda considerable. T odavía queda la primitiva casa del fundador conservada a fuerza de criptogi lcs que e pantan el comején. La casa grande y nueva la habitaban dos malacólogos -p:.~dre e hijo Ortiz de Záratc- que buscaban caracoles para la anatomía y la da ificación y dicen que ponen m ingo en el mundo de esa ciencia

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y sus libros dan testimonio de una fauna fernandina desconocida hasta ahorJ. H :~y ~tra casa en la hacienda, al frente en la pequeña plaza, en la que Orteg:~ !vfonforte, famoso pintor de frescos y autor del retablo del Cristo de b Victoria de Madnd , trabajó unos baldes, hizo. retratos y se negó a pintar unJ réplica del rey U gandJ

de C orisco, quien posó p:~ra él en la isb "\fandyi. . Unos pasos más abajo, en b temible cuesta al mar, el n1.irador mqor lo trene

la galería oeste de la misión, que ha cumplido setenta y cinco años en S:m C:~rlos . Por allí han pasado los rapaces de Belebú, Bocoricho y Boemeriba de tres ge_ne­raciones. En la misión se agrupa toda la ciudad para el cumplimiento domrmcal y los vecinos van subiendo la cuesta más despacio para evitar trasprracwnes er; la mañana del sol bajo las camisas de día de fiest a. El P adre Sialo, bub1 que can to misa en el veintinueve, dirigía el coro y un grupo de muchachos berreaba a grito pelado. Luego les llegó un armonio y aprendieron a cantar como Dros mand:~ . Los vecinos salían de la misa v se iban a sus casas, menos unos cuantos que formaban rueda en el bar del 'ripi y jugaban a la escoba o al tute suba t ado mientras los demás salían en catamar~n o se iban a la playa de Balañá o hacían pesca submarina hasta lo del tiburón que mordió a Palbrés.

San Carlos tenía fincas bananeras,- y los dbs de embarque el puerto era ~n:J hilera interminable de camiones repletos de los que iban descargando, con m1mo especial, los racimos enfundados en papel Úasparente y estibados entre manta ' después de la selección de compra, y enviados al barco fondeado cerca del extremo del espigón. Cuando el rigor de .selección se pasaba de r-osca, se vebn por b carretera montañas de racimos en las cunetas.

A la noche, por b carretera de la playa de Boloco, los vecinos se iban a la caz·1 del cangrejo en automóvil . Era emocionante: cangrejo sobre la carreter::r fren azo al punto. Los faros en luz de cruce y el atrapador sale por una puert:J Y el secre­tario por otra. El atrapador, provisto de un cazo redondo y una bande¡a, se acerca al cangrejo sin interponerse en el foco para no hacer sombra. Sigilos::rmente se le pone el cazo encima; para cerrar el cazo por debajo y evitar que _la presa se escape, se mete la bandeja con cuidado parJ hacer tapadera ; el cangre¡o, sobre la bandeja, está ya en la jaula. El secretario, con un saco en las dos manos, abre la boca, la del saco, )' el atrapador, metiendo su arte en la arpillera, separa bru ca­mente la bandeja del cazo y ya está el cangrejo en talega. Y así, con med1~ docena de ejemplares, se hacen dos kilos. Alguno de ellos pesa hasta quinientos Cincuenta gramos. Se sigue la ronda muy despacio para dar tiempo a frenar, salir del coche y repetir la faena. Si la marea acompaña -los cangrejos salen a bañar e-, la luna no es redonda y el tráfico es poco o n:~da , b jornada es productiva. Lo can­grejos se dejan en una bañera y se les echa hojas de malanga para que queden limpios de las cosas que acostumbran :1 comer. La bañerJ -o bidón- ~ueda hecha un estercolero, pero, al cabo de tres días, e tarán muv sabrosos con prcant ~·. tomate. Las cangrefad::rs de San Carlos son muy sonada; y el médico Ran~Írcz hrzo célebre su mesa gracia a ellas. D ecía el e critor Julio Angulo. que pa o en San Carlos una temporada )' también probó las macopa de Mu ola. que los cangrejos de Boloco dejarían de ser una deli cia cuando e inventar.1 algo para pe-

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lados pronto, que lo mejor de la cangrejada era el tiempo de que uno disponía para hablar de todo y la salsa picante. Sin embargo, los cangrejos de San C::trlos no tienen que envidiar, en absoluto, a los de Chatka. Y desde San Carlos hacia el sur los hay :t mi ll ares.

El club náutico se ha convertido en puesto de pesca y el jardín municipal, que fuera una arboleda de bahuimias, se desgajó para convertirlo en almacén de recepción de la ban:uu y otros productos. El pretil lo bate la mar y cuando se encresp:t, s:t lpiCJ a pocos pasos de h casa en que aún vive Philipott, un gallego am.igo de aventuras que pidió la isla de los Loros, allá al frente, para tener la soledad, una granja y sacar m.uchos peces de la mar, que es cuestión que siempre le lu import:tdo, y cerámiCJ antigua -forrada de algas- de un pueblo que vivió en el islote y que a los arqueólogos fernandinos les tiene preocupados.

D e San Carlos al norte, el río T iburones es terminación de b playa de Boloco, donde la asbltada carretera a Santa Isabel se sep:~ra de la costa y sigue por Basacato y B:~ticopo. Baticopo fue fundado por bub!s cazadores; Baticopo quiere decir vencedores de búfalos, y da fuerza :t un:t tradic"ón de existencia de búfalos en la isla, en otro t iempo, a. más de los escudos de piel de ese animal que los bu bis heredan de padres a hijos en concadísimas familias.

La carretera es un cacaot:tl continuado hasta Santa Isabel, la belb capi tal, la ciudad siempre nueva y naciendo, la cantada por sus poetas en los juegos florales gue, año tras año, rinden honor a una corte de muchachas blancas y negras desde los primeros de la región ecuatorial, celebrados en la pl3ZJ del Reloj de Bata por Santiago del sesentJ y uno.

SJnta Isabel es una ciudad luminosa y recogida. Lleva el nombre de Is:tbel Il desde b expedición de Lerena en r843- Es la antigua Clarence City o Port Ch­rence, fundada p1n Guillermo IV, duque de Cbrence, en r827, y :tbandonada seis años más tarde. Tiene una b:~hía, que debió ser cráter de un volcán, emre Punta Fernanda -nombre de la herrn:ma de doña Isabel- y Punta Cristina, en recuerdo de la reina madre. L:~s playas de Santa Isabel forman ' r:tdas y abrigos con apellido de corbetas y fragatas que trajeron expediciones esp:~ñolas. como la Venus )' la de ervión..

Guillemar de Aragón, cónsul y comisario, publicó un bando en la primera mitad del XIX en el que daba nombres a las calles y el de su cargo al río - el río Cón ul- que contorna la ciudad.

Punta Fernanda es el lugar de más memoria par:t los residente de :mta Isabel y, obre todo, para lo que han n:tcido en ella. Es un brazo de tierr:t que se adentr:t en el mar, con jardines ;.' arboledas de egombegombes, sobre la cuest:t de las Fiebres que sube del puerto viejo. A punta Fernanda la pasean al atardecer los novio de b ciudad , la juegan lo niños y la piensan hs gente solitaria que no <e pierden el cotidi:~no p:~is.1je de la b:~bía con sus muelles, las luce del casino enfrente y el fluir de los ciudadanos a b plaza de E paña, entre la catedral de corte gótico, el p:~lacio del gobierno y la mi ión vieja.

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En punta Fernanda se ven los barcos saliendo; al sur está el camino por mar hacia Annobón, isla de b provincia en la que los lugareños, al otro lado del ecua-

dor, pe can los ballenatos y se juegan la vida. . Al parque de la inbnta Fernanda le han dedicado muchas págin:~s los cromst:Js

de la ciudad, que se ocupan de esas cosas, de las exposiciones de pintur:J, de_ los concursos de escultura y otras manifestaciones de arte, pues Sant:J Isabel nen~ inquietud y genio creador y poetas como Romero :Vloliner, escultores como Gene, pi~t~res como la Heredia, de Diego y Gomán, y periodistas como C ervera Y

Tunez. La ciudad, desde el barco que zarpa, es un canto 0 luz o anun~iación bajo

b montaña, el pico de Santa Isabel, cortado por las nubes, asccnd1do por sus cuatro costados y visto desde todos los rincones de una isla que llaman perb de Biafra v surgió de1 fuego para recibir homenaje de los hombres, del viento Y de

b mar.