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La «cuestión religiosa» Hilari Raguer 1. Un tema polémico Dentro de la compleja problemática que la 11 República española tuvo que afrontar, lo que entonces se llamó «la cuestión religiosa» ocupaba un lugar muy singular. En una reflexión de posguerra, Ji- ménez de Asúa enumeraba estos cuatro grandes problemas de la 11 República: la reforma militar (una reforma técnica), la cuestión religiosa (una reforma liberal), el problema agrario (una reforma tar- día) y el problema regional (una reforma patriótica) 1, pero proba- blemente el religioso fue, de los cuatro, el que más contribuyó a exacerbar los ánimos y, por consiguiente, a desencadenar la crisis del régimen que desembocaría en la guerra civil. Siguen enconadas las opiniones al respecto, tanto entre los histo- riadores como entre los políticos. Todavía en el tardofranquismo Víc- tor Manuel Arbeloa realizó una encuesta dirigida a una larga serie de personalidades que consistía en tres preguntas, la primera de las cua- les era: ¿Qué piensa usted de la actitud de la Iglesia española ante la II República? ¿Quiere indicar algunos aspectos positivos y negati- vos, si le es posible? 2 Lo que más sobresale en las respuestas es la 1 DE AsíJA, L., La constitución de la democracia española y el problema regional, Buenos Aires, 1946, pp. 57-67. 2 ARBELOA, Víctor Manuel, La Iglesia en España ayer y mañana, Madrid, 1968. La censura requisó y destruyó la edición entera. Un ejemplar se ha conservado en la biblioteca de la Abadía de Montserrat. AYER 20*1995

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  • La cuestin religiosaHilari Raguer

    1. Un tema polmicoDentro de la compleja problemtica que la 11 Repblica espaola

    tuvo que afrontar, lo que entonces se llam la cuestin religiosaocupaba un lugar muy singular. En una reflexin de posguerra, Ji-mnez de Asa enumeraba estos cuatro grandes problemas de la11 Repblica: la reforma militar (una reforma tcnica), la cuestinreligiosa (una reforma liberal), el problema agrario (una reforma tar-da) y el problema regional (una reforma patritica) 1, pero proba-blemente el religioso fue, de los cuatro, el que ms contribuy aexacerbar los nimos y, por consiguiente, a desencadenar la crisis delrgimen que desembocara en la guerra civil.

    Siguen enconadas las opiniones al respecto, tanto entre los histo-riadores como entre los polticos. Todava en el tardofranquismo Vc-tor Manuel Arbeloa realiz una encuesta dirigida a una larga serie depersonalidades que consista en tres preguntas, la primera de las cua-les era: Qu piensa usted de la actitud de la Iglesia espaola antela II Repblica? Quiere indicar algunos aspectos positivos y negati-vos, si le es posible? 2 Lo que ms sobresale en las respuestas es la

    1 DE AsJA, L., La constitucin de la democracia espaola y el problemaregional, Buenos Aires, 1946, pp. 57-67.

    2 ARBELOA, Vctor Manuel, La Iglesia en Espaa ayer y maana, Madrid, 1968.La censura requis y destruy la edicin entera. Un ejemplar se ha conservado en labiblioteca de la Abada de Montserrat.

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    polarizacin de opiniones. Aunque los encuestados contestaron inde-pendientemente unos de otros, sus respuestas se agrupan en dos cam-pos tajantemente contrapuestos. Unos sostienen que la Iglesia jerr-quica, y los catlicos en general, hicieron todo 10 que en su mano es-tuvo para vivir en paz con la Repblica, y que fue sta la que, desdeel primer momento y de modo sistemtico, persigui la religin conla pretensin de extirparla de Espaa. Entre los personajes ms co-nocidos de esta tendencia podemos subrayar los nombres de RafaelAizpn, Joaqun Arrars, Manuel Aznar, Esteban Bilbao, Jaime delBurgo, M. Fal Conde, Jos M. Gil Robles, E. Gimnez Caballero,A. Herrera Oria, Salvador de Madariaga, Jos M. Pemn y YanguasMessa. Otros, por el contrario, afirman que la Repblica empez sinningn deseo de persecucin religiosa, y que fue la Iglesia la que des-de el primer momento sabote el nuevo rgimen legalmente estable-cido. A este parecer se pueden reducir las respuestas de Bergamn,Bosch Gimpera, Casado, Monseor Fidel Garca, Jos M. GonzlezRuiz, De Guzmn, De Irujo, Jimnez de Asa, Victoria Kent, MiguelMaura, Federica Montseny, Peirats, Jos M. Semprn Gurrea y Tu-n de Lara. Los primeros justifican con su tesis la necesidad del al-zamiento militar y juzgan las intenciones de los republicanos en 1931a la luz de las matanzas de eclesisticos en 1936; los segundos con-sideran la actitud de la Iglesia en 1931 desde la ptica de la cartacolectiva de 1937. Son contados los que se muestran capaces de dis-cernir las responsabilidades de tirios y troyanos, y evitan una res-puesta demasiado simplista. Citemos entre este pequeo grupo a Jo-sefina Carabias, Coll i Alentorn, De Leizaola, Serrahima y Tarra-dellas.

    En estos ltimos aos, la publicacin del archivo del cardenal Vi-dal i Barraquer, a cargo de Miquel Batllori y Vctor Manuel Arbeloa,ha introducido un elemento de objetividad y, por tanto, de desdra-matizacin en la polmica 3. Es un conjunto de 1.332 documentospropiamente dichos que, junto con los anexos, ocupan cerca de cua-tro mil pginas, con bastante letra menuda. El cardenal Francescd'Ass Vidal i Barraquer, arzobispo de Tarragona, presidi la confe-rencia de metropolitanos (arzobispados cabeza de las provincias ecle-

    ;{ Arxiu Vidal i Barraquer. Esglsia i Estat durant la Segona Repblica,1931-1936, texto en lengua original (casi siempre castellano), edicin al cuidado deMiquel BATLLORI y Vctor Manuel ARBELOA (coleccin Scripta et Documenta, nms. 20,21, 23, 24, 27, 28, :17 y 39), cuatro tomos, subdivididos en nueve volmenes, 1991.

    Mabel Holgado Gonzlez

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    sisticas) desde la expulsin del cardenal Segura hasta la elevacinal cardenalato del Dr. Gom, que le haba sucedido en la sede tole-dana. En la introduccin al primer volumen (1971) los editores anun-ciaron los rigurosos criterios de seleccin de los documentos. En 1968haban aparecido los primeros volmenes de la documentacin vati-cana sobre la guerra mundial, fruto de una decisin personal de Pa-blo VI para reivindicar la memoria de Po XII de ciertas acusacionesde silencio culpable ante el holocausto judo 4, y se haban levantadovoces sobre la parcialidad de la seleccin. En previsin de crticas pa-recidas, Batllori y Arbeloa establecieron una lista de cargos eclesis-ticos y polticos (Secretario de Estado, obispos, ministros, diputa-dos, etc.) cuya correspondencia activa o pasiva garantizan que se pu-blica, aunque no sea ms que una tarjeta de felicitacin navidea.Adems, a los documentos de tales personalidades o a ellas dirigidosse aaden, en anexos o apndices, muchos ms de otras personas quea menudo son tanto o ms importantes s. Los editores, de acuerdocon los sobrinos del cardenal, han prescindido (salvo en algunos con-tadsimos casos, carentes de inters para la historia y que afectabanslo a personas particulares) de los calificativos de reservado oconfidencial aplicados en su momento por sus autores a algunos do-cumentos, por considerar que lo eran slo en el momento en que seescriban o enviaban y al presente ya no se justifica el embargo. Ade-ms de la aportacin estrictamente documental, y de las ricas notasbibliogrficas y biogrficas que la acompaan, cada volumen va pre-cedido de una introduccin que ayuda a no perderse en aquella selvade papel y traza el hilo de la cuestin religiosa a travs de los mo-vidos aos de la 11 Repblica 6. La historiografa sobre la espinosacuestin de la Iglesia y la Repblica se ha renovado sensiblemente yha ganado en objetividad a partir de la aparicin de este cuerpo do-cumental. Cierto que, como el mismo Batllori ha reconocido, es al finy al cabo una fuente parcial (en el sentido de incompleta) que debe-ra ser completada con otras, pero la Santa Sede no ha abierto an

    4 Acles el documents du Sainl-Siegle relalifs a la seconde guerre mondiale,11 vols., ciudad del Vaticano, 1965-1981.

    ;, Con parecidos criterios de objetividad prepara quien esto escribe la edicin delArchivo Vidal i Barraquer desde el 19 de julio de 19:36 hasta la muerte del cardenalen 194:3.

    (, Estas introducciones, obra de Miqucl BATLLORI, se recopilarn en un volumende sus obras completas, actualmente en curso de edicin.

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    sus archivos correspondientes al pontificado de Po XI, y los papelesdel cardenal Gom no es previsible que se publiquen de modo com-pleto y objetivo. La obra de Mara Luisa Rodrguez Aisa, preciosa porsu extenso apndice documental y por las numerosas citas de docu-mentos del primado, se centra en la gestin pblica del cardenal du-rante la guerra civil, y ms particularmente en el perodo en que fuerepresentante del Papa cerca de Franco, y por 10 dems la interpre-tacin se identifica demasiado con la actitud de Gom y, en definiti-va, con la de Franco.

    Otra publicacin reciente, ms testimonial que documental, peromuy importante para dilucidar responsabilidades, ha sido la apari-cin del captulo hasta ahora indito de L 'Histoire spirituelle des Es-pagnes del cannigo CarIes Card 7. Con su revista La ParauLa Cris-tiana, Card haba sido durante la Repblica el gran pensador queorientaba el catolicismo cataln ms abierto. Pudo huir de Barcelonaen agosto de 1936, con el pasaporte de un monje de Montserrat, perono se pas a la zona nacional, como tantos otros sacerdotes o religio-sos, sino que desde su exilio en Suiza mantuvo una actitud muy cr-tica tanto contra los rojos como contra los blancos. Cuando acababade redactar su Historia espiritual prest el manuscrito a un jovenvalenciano, Rafael Calvo Serer, que, como l, frecuentaba la univer-sidad catlica de Friburgo de Suiza y que se le presentaba como sim-patizante con su punto de vista. Pero Calvo Serer entreg el manus-crito a la embajada espaola y cuando Card se lo reclam dijo queya se lo haba devuelto por correo. Card le contest que en Suiza elcorreo no se pierde. Empez entonces una tremenda batalla diplo-mtica para tratar de disuadir al cannigo de la publicacin, pero nose dej impresionar ni por los palos ni por las zanahorias que le mos-traban, y finalmente el libro sali a la luz. Si tanto se esforz el go-bierno de Franco por impedir primero que el libro se imprimiera ydespus que se difundiera, fue porque atacaba uno de los pilares ideo-lgicos del rgimen: el mito de la cruzada. Lo grave era que no setrataba de un sacerdote en situacin cannica irregular, sino que se-gua siendo cannigo de la catedral de Barcelona, y la obra llevabael nihiL obstat del gran telogo monseor Charles Journet (a quien Pa-

    7 Hisloire spiritueLLe des E.spagnes. 'lude hislorico-psycoLogique du peupLe es-pagnoL, Pars, 1946. Edicin catalana, Les deus lradicions. Hi.slorill espirituaL de Le.sf,,'spanyes, Barcelona, 1977.

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    blo VI nombrara cardenal), que declaraba que non seulement rienne s 'oppose asa publication, mais elle me parait souhaitable a touspoints de vue. Card, sin dejar de reprobar los excesos anticlericalesproducidos, afirmaba que la desobediencia de los catlicos espaolesa las directivas pontificias tena que contarse entre las causas queagravaron la situacin y desembocaron en la guerra civil. Ya volversobre este punto. Pero en aquel libro haba un captulo, el sptimo,del que slo daba el ttulo, Le grand refus. El texto de este captulolo dej Card en un sobre cerrado con la indicacin: Dfense abso-lue d'ouvrir ce pli avant le 1. er janvier 1990. Este es el texto que aca-ba de publicarse en un pequeo libro, traducido del original francsal cataln, con una introduccin del que fue gran confidente de Car-d, Ramn Sugranyes de Franch (auditor laico en el Vaticano 11), quecuenta la deslealtad de Calvo Serer y todas las gestiones y presionesdel gobierno espaol para tratar de impedir la publicacin. Aade unprecioso dossier sobre el caso: informe de Card a mon seor Mon-tini, de la Secretara de Estado, un memorndum del Ministerio deAsuntos Exteriores al embajador ante la Santa Sede para ser presen-tado en Secretara de Estado, las cartas cruzadas entre Card y Ma-ritain sobre el mismo incidente y unas breves notas biogrficas de al-gunas de las dramatis personae 8. Lo que este opsculo aporta a laacusacin del cannigo Card formulada en el 1ibro ya conocido esla especificacin de hechos y, sobre todo, de nombres de eclesisti-cos. Salen especialmente malparados el obispo Irurita y su entornointegrista.

    Seguramente la obra hasta el presente ms completa, en cuantoa informacin, documentacin aducida, y a menudo extensamente re-producida, y bibilografa, es la de Gonzalo Redondo Historia de laIglesia en Espaa, 1931-1939 9 . Pero la seleccin y, ms an, la in-terpretacin del material revelan una orientacin netamente franquis-ta y antirrepublicana. Todo el primer tomo, relativo a los aos de laRepblica (1931-1936), con una significativa seccin casi hagiogr-fica dedicada a la carrera militar del general de divisin FranciscoFranco Bahamonde (pp. 417-423; qu tiene que ver Franco con el

    8 CARD

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    problema de la Iglesia bajo la Repblica?), es en ltimo trmino unalegato justificativo del alzamiento del 36. Por eso concluye:

    El alzamiento militar se produjo ante esta situacin de desorden pblicoclamoroso que amenazaba culminar en la bolchevizacin tan repetidamenteanunciada o denunciada por unos y otros. La defensa del orden hasta el mo-mento existente, un orden que por muchos era entendido como el nico po-sible, incluy muy comprensiblemente la defensa de los valores religiosos ca-tlicos en cuanto valores culturales que, tambin para muchos, haban con-tribuido con gran eficacia a lo largo de siglos a configurar el orden tradicio-nal ahora tan violentamente amenzado (p. 514).

    Pero ese pensamiento de muchos en favor de un cierto ordenque mezclaba rgimen monrquico, conservadurismo social y reli-gin, y que se aduce como una justificacin de la sublevacin mili-tar, es en realidad un reconocimiento de la oposicin contra la Re-pblica que gran parte de la Iglesia espaola (jerarqua y laicos)adopt desde el principio. Es un tpico de cierta historiografa eldesorden pblico de aquellos aos, olvidando que lo creaban los ex-tremistas tanto de la izquierda como de la derecha, que abiertamentepropugnaban la dialctica de los puos y las pistolas (Jos AntonioPrimo de Rivera).

    Un planteamiento parecido al de Redondo es el de Vicente CrcelOrt en La persecucin religiosa en Espaa durante la Segunda Re-pblica (1931-1939) H\ obra sta ya claramente pensada de cara alas beatificaciones de los mrtires de la guerra civil. Es significativoque en las beatificaciones a que ha procedido Juan Pablo 11 se hanmezclado muertos del 36 con otros de octubre del 34, que fue unainsurreccin contra la Repblica. Las dos grandes objeciones que heformulado al recensionar esta obra son: primera, hablar de la per-secucin 1931-1939, equiparando el sectarismo de los aos de pazcon las matanzas del comienzo de la guerra; segunda, negar que hagafalta tener en cuenta los asesinatos cometidos en la zona llamada na-cional, cuando forman parte del mismo contexto histrico. De estemismo autor es la interesante edicin completa, con una buena in-troduccin y notas, de las actas de las conferencias de metropolita-

    10 Madrid, 1990. El autor haba antieipado este trabajo en su extenso artculoLa persecucin religiosa espaola (1931-1939) en la historiografa antigua y recien-te, en Burgense, 1989, pp. 139-19:3; bsicamente igual que el que haba pu-blicado en Revue d'Histoire Ecclsiastique, 81/1, 1989, pp. 48-96.

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    nos 11, importantes porque fueron el rgano directivo de la Iglesia es-paola hasta que a raz del Vaticano 11 se cre la conferencia episco-pal, y que hasta ahora slo conocamos parcialmente por los archivosde Vidal i Barraquer y de algn otro prelado.

    2. Una herencia decimonnica: 'l8pain differentMs o menos como los dems problemas que Jimnez de Asa

    enumeraba, el religioso no fue un invento caprichoso de la Repbli-ca, sino que se lo encontr encima, como algo que los dems paseseuropeos haban dejado resuelto o al menos encauzado un siglo an-tes. Durante los largos siglos de la cristiandad medieval, y tambincon las monarquas absolutas de los Estados modernos de Europa, launin entre el trono y el altar haba sido dogma indiscutido (lo queno impeda serios conflictos entre ambas potestades, como la cues-tin de las investiduras y las guerras de reyes cristiansimos de Fran-cia o catlicos de Espaa con el Papa). Fue la Revolucin francesala que rompi este esquema.

    En la Iglesia contempornea ha habido dos grandes proyectospara afrontar la sociedad nacida de la Revolucin francesa y de lasrevoluciones que la siguieron. El primero fue el de Len XIII, que consus encclicas y su accin diplomtica reconoci que la religin cat-lica no est vinculada a ningn rgimen poltico, y que, por tanto,puede admitir una repblica democrtica. A la vez, admiti la tole-rancia de otras religiones. Pero aunque esto fue ya un progreso, nose trataba de una aceptacin cordial de la democracia y la laicidad.Se estableci la distincin entre la tesis, que segua siendo la del es-tado confesional, y que se mantena siempre que las circunstanciaspolticas lo permitan, y la hiptesis, que, como mal menor, aceptabaque donde la tesis no se poda imponer se tolerara el estado laico yla libertad religiosa. El segundo proyecto es el de Juan XXIII y suConcilio, con la plena aceptacin, sincera y como un bien positivo,de la libertad religiosa y de todos aquellos valores de la sociedad con-tempornea que el Syllabus de Po IX haba condenado: libertad, de-mocracia, igualdad, etc. El catolicismo espaol de 1931 estaba muylejos de esta visin abierta.

    t t CRCEL ORTI, V. (ed.), Actas de las Conferencias de Metropolitanos f.:spaoles(1921-1965), Madrid, 1994.

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    En Espaa los ejrcitos napolenicos, a principios del XIX, habansido derrotados, pero, por un fenmeno no raro en la historia univer-sal (Grecia frente a Roma, Roma ante los brbaros), los militarmentevencidos haban resultado ideolgicamente vencedores. As fue comolas Cortes de Cdiz, tan patrioteras, estaban empapadas del pensa-miento vehiculado por el ejrcito y la prensa del otro lado de los Pi-rineos. A pesar de ello, los espaoles reaccionarios, los filsofos ran-cios, se empearon en mantener intacto, a lo largo de todo el si-glo XIX y en el primer tercio del XX, el sistema de la unin entre lamonarqua absoluta y la religin catlica. El resultado fue aquel pn-dulo poltico que con violentos bandazos oscilaba del clericalismo alanticlericalismo, con las tres guerras civiles del siglo pasado hasta lle-gar a la ms terrible de todas, la de 1936-1939. En las tres primerasla derecha fue vencida, pero la izquierda la trat con gran generosi-dad, hasta con la convalidacin de los grados militares; pero al ga-nar en 1939 la derecha, la represin fue larga e implacable.

    La doctrina oficial de la Iglesia continuaba propugnando, casicomo dogma de fe, el principio del Estado confesional. En las nego-ciaciones para el concordato de 1851, la Santa Sede se mostr antesdispuesta a convalidar las desamortizaciones que a renunciar a la con-fesionalidad del reino.

    En el curso del Concilio Vaticano 11, el sector ms franquista delepiscopado espaol se mostr anacrnico defensor de la confesiona-lidad del Estado y se opuso obstinadamente a la proclamacin de lalibertad religiosa. Hubieran transigido con una declaracin de liber-tad religiosa en trminos de mero oportunismo, es decir, que en lospases de mayora catlica se tolerara a los no catlicos a fin de queen los de mayora no catlica se tolerara a los catlicos. Pero el textopropuesto se fundaba teolgicamente en el principio de que el actode fe slo puede emanar de una voluntad libre, y, por tanto, la coin-cidencia ha de ser respetada. Hasta monseor Pildain, obispo de Ca-narias, vasco, antifranquista y socialmente muy avanzado, que se ha-ba hecho aplaudir entusisticamente por toda la asamblea conciliaral exigir la supresin de las clases en los servicios eclesisticos, peroque por sus races tradicionalistas se opona al liberalismo religioso,lleg a decir patticamente en el aula vaticana: Que se desplomeesta cpula de San Pedro sobre nosotros (utinam ruat cupula sanctiPetri super nos...) antes de que aprobemos semejante documento!Cuando aquellos obispos espaoles vieron que el documento iba a ser

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    aprobado por una aplastante mayora de los Padres conciliares, di-rigieron al Papa Pablo VI un dursimo escrito en el que pedan quesustrajera aquel tema a la deliberacin de la asamblea conciliar. Mo-tivaban esta demanda alegando que si ellos, hasta el ltimo momen-to y en contra de la opinin dominante en el Concilio, se haban man-tenido fieles a la tesis catlica tradicional era porque la Santa Sedesiempre les haba ordenado defenderla: Si ste (el decreto sobre lalibertad religiosa) prospera en el sentido en que ha sido hasta ahoraorientado, al terminar las tareas conciliares los obispos espaoles vol-veremos a nuestras sedes como desautorizados por el concilio y conla autoridad mermada ante los fieles. Aadan con todo: Pero nonos arrepentimos de haber seguido ese camino. Preferimos habernosequivocado siguiendo los senderos que nos sealaban los Papas quehaber acertado por otros derroteros. Pero incluso despus de que eldecreto Dignitatis humanae fuera solemnemente promulgado por Pa-blo VI el 8 de diciembre de 1965, monseor Guerra Campos, secre-tario de la recin constituida Conferencia Episcopal espaola, publi-c, en nombre de la Comisin Permanente, un extenso documento enel que sostena que aquella doctrina conciliar no era aplicable al casode Espaa 12. Si esto ocurra despus del Vaticano 11, en 1966, no hade sorprendernos que un amplio sector del catolicismo espaol noaceptara en 1931 una repblica laica.

    Entre los obispos, el integrismo haba ganado posiciones al am-paro de la Dictadura de Primo de Rivera. Durante la Restauracin,el real patronato sobre el nombramiento de obispos, al margen de susinnegables inconvenientes, haba tenido al menos la ventaja de quese designaran prelados ciertamente monrquicos, pero isabelinos o al-fonsinos l:J. No pocos eran integristas de formacin y corazn, perotenan que contenerse. En cambio, la Dictadura, ya desde sus comien-zos, estableci una Junta de obispos para la provisin de obispadosy otras dignidades eclesisticas de nombramiento real que equivalaa una cooptacin y permiti que una serie de integristas accedieranal episcopado o pasaran de sedes insignificantes a otras preeminentes(como Irurita, que de Lrida pas a Barcelona). La consecuencia fue

    12 El subrayado es del original. Cf. RAGUER, lI., El Concilio Vaticano II y la Es-paa de Franco, en la miscelnea en honor del profesor Klaus Wittstadt (en prensa).

    l:l Por eso GOM, en un escrito al principio de la guerra, se muestra contrario aque Franco tenga derecho de presentacin, porque dice que no quiere obisposRomanones .

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    que la Repblica top con un episcopado en el que haba bastantesalgunos de ellos (Segura y Gom sobre todo) muy enr-

    gicos en la defensa de sus creencias.En la mayora de los Estados ya fueran monarquas

    constitucionales o repblicas se haba llegado a un ra-zonable pero la peleona Espaa era una galaxia distinta.Con humor britnico ha escrito Frances Lannon que si en el siglo XVIlos telogos discutan si la salvacin se alcanzaba por la fe o por las

    en la Espaa contempornea la cuestin parece haber sido siera posible la salvacin fuera de un Estado catlico confesional 14.

    3. Posicin de la Santa Sede

    Cuando hablamos de la actitud de la Iglesia ante la 11 Repblicaespaola es preciso distinguir los distintos niveles: episco-

    catlicos militantes. La Santa al sobrevenir al cambio dese limit a aplicar la doctrina poltica comn establecida

    desde las encclicas de Len XIII sobre la indiferencia ante los diver-sos sistemas polticos y el deber de obediencia a las autoridades le-gtimas. Si stas conculcan los derechos y libertades de la Iglesia (lo

    a 10 largo de la hicieron muchos reyes loscatlicos deben unirse para actuar por los caminos constitucionaleso legales vigentes. La Santa Sede no slo no puso en duda (al prin-cipio) la legitimidad del nuevo sistema sino aunqueabrigara algn temor por el tono anticlerical que no tard enpor otra parte se porque dio por decado el derecho de pre-sentacin regio y por primera vez desde los Reyes pudoproceder libremente a la designacin de obispos. Por eso el astutomonseor Tardioi (tan odiado por los representantes de Franco en elVaticano durante la guerra civil) deca y refirindose a la ca-da de la monarqua: benedetta rivoluzione! 15

    1-l La Iglesia espaola de fines del siglo xx pareee haber eonfiado la justifiea-cin a la poltica, LANNON, F., Privilege, Perseculon, Prophecy. The Catholic Churchin Spain, 187.5-1975, Oxford, 1987; p. 146 (traduccin espaola: Privilegio, persecu-cin .y profeca, Madrid, 1980).

    15 ef. FELlCE CASlJLA, Cario, Domenico Tardini (1888-1961). L 'azione della San-ta Sede nella crisi fra le due guerre, Roma, 1988.

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    En virtud de esta doctrina, diez das despus de la proclamacinde la Repblica el nuncio, Federico Tedeschini, transmiti a cada unode los obispos espaoles, de parte del cardenal Pacelli, Secretario deEstado, la consigna de ser deseo de la Santa Sede que V. E. reco-miende a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles de su dicesisque respeten los poderes constituidos y obdezcan a ellos para el man-tenimiento del orden y para el bien comn. Todos los obispos, ob-secuentes con tal deseo, publicaron cartas o exhortaciones pastorales,aunque no todos lo hicieron en tono de verdadero acatamiento. M-gica, obispo de Vitoria, comentara aos despus: Yo era muy ami-go del Rey. Quiso llevarme de obispo a Madrid. Claro que me dis-gust cuando el nuncio nos pidi que escribiramos una pastoral aca-tando la Repblica, pero la escrib 16. El de Barcelona, Irurita, pu-blic una carta pastoral de tono apocalptico, como si la cada de lamonarqua fuera casi anuncio del fin del mundo; nada de compartirel optimismo con que grandes masas espaolas, y ms an en su di-cesis 17, haban recibido el cambio, sino que todo eran consideracio-nes sobre la gravedad del momento y exhortaciones a no desfalleceren la prueba, siempre confiando en el Sagrado Corazn. En trminosdel ms puro integrismo, como un eco del Viva Cristo Rey de Ra-mn Nocedal, deca a los sacerdotes:

    Recordad que sois ministros de un Rey que no puede abdicar, porque surealeza le es sustancial y si abdicara se destruira a s mismo, siendo inrnor-tal; sois ministros de un Rey que no puede ser destronado, porque no subial trono por votos de los hombres, sino por derecho propio, por ttulo de he-rencia y de conquista. Ni los hombres le pusieron la corona, ni los hombresse la quitarn.

    La ms dura de todas fue la de Gom, entonces obispo de Tara-zona 18, si bien pas bastante desapercibida por el tono teolgico deldocumento y por la insignificancia de aquella dicesis. En cambio,tuvo graves consecuencias la del cardenal primado de Toledo, PedroSegura, de 1 de mayo, dirigida no slo a sus diocesanos, sino a todos

    16 ARBELOA, V. M., La Iglesia en Espaa hoy'y maana, p. 285.17 Si El Debate al proclamarse la Repblica se mostr accidentalista o indiferen-

    te, el diario catlico de Barcelona El Mat empezaba su editorial del 15 de abril conestas palabras: Respirem amb satisfacei.

    18 COM, l., Carta pastoral sobre los deberes de la hora presente, de 1Ode mayode 1931, en BOE de las dicesis de Tarazona y Tudela, 1931.

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    los obipos y fieles de Espaa entera, en la que, invitando prctica-mente a las movilizaciones masivas, promulgaba una cruzada de pre-ces y sacrificios y les peda no slo oraciones privadas por las nece-sidades de la Patria, sino actos solemnes de culto, preces, peregrina-ciones de penitencia y utilizando los medios tradicionalmente usadosen la Iglesia para impetrar la divina misericordia. Al mismo tiempo,con una imprudencia provocativa en aquellos das de entusiasmo po-pular por la Repblica, haca el elogio de la monarqua, del bien queesta institucin haba procurado a la Iglesia y de la persona de Al-fonso XIII (que lo haba sacado de una parroquia de las Hurdes y lohaba encumbrado hasta la ms alta dignidad eclesistica de Espaa):

    La historia de Espaa no comienza en este ao. No podemos renunciara un rico patrimonio de sacrificios y de glorias acumulado por la larga seriede generaciones. Los catlicos, particularmente, no podemos olvidar que, porespacio de muchos siglos, la Iglesia e instituciones hoy desaparecidas convi-vieron juntas, aunque sin confundirse y absorberse, y que de su accin coor-dinada nacieron beneficios inmensos que la historia imparcial tiene escritosen sus pginas con letras de oro.

    Para Segura, el momento cumbre del reinado de Alfonso XIII ha-bra sido la consagracin de Espaa al Sagrado Corazn, ante el mo-numento del Cerro de los Angeles. Despus de haber recordado connostalgia los favores de la monarqua a la Iglesia, parece dar ya porhecho que la Repblica la perseguir, y proclama el derecho a defen-derse. Exhorta vehementemente a los catlicos a unirse y a actuar dis-ciplinadamente en el campo poltico, sobre todo de cara a las inmi-nentes elecciones a diputados para las Cortes Constituyentes. Comode paso, da por sentado que aquellas Cortes han de decidir la formade gobierno, con lo que, en vez de cumplir la consigna de la SantaSede de acatar y hacer que sacerdotes y fieles acaten los poderes cons-tituidos, les replantean la cuestin del rgimen.

    Segura fue siempre conflictivo. Un hombre tan de derechas comoPemn deca del talante del primado: Tena su figura un volumencolorista que casi le haca aparecer un torero de dificultades doctri-nales y pastorales 19. Su pastoral contra la Repblica fue amplia-mente divulgada y caus tal indignacin en el gobierno provisionalque inmediatamente exigi del Vaticano su remocin. El Vaticano

    19 PEMN, Jos M., Mis almuerzos con gente importante, Barcelona, 1970, p. 14;{.

  • La cuestin religiosa 227

    siempre es lento, pero mucho ms cuando se le piden destitucionesde prelados. Antes de que pudiera contestar, el propio primado semarch a Roma, espontneamente (segn la versin dada por unanota oficial del gobierno) o (segn fuentes eclesisticas) presionadopor las autoridades civiles, que le haban hecho saber que no respon-dan de su integridad fsica. El catlico Miguel Maura, ministro de laGobernacin, refiere que se senta como entre dos frentes, y que sele quit un peso de encima el da que el secretario del nuncio y donAngel Herrera aparecieron en su despacho y le pidieron un pasaportepara Segura, que haba decidido salir de Espaa. Al da siguiente lotena listo y sala por Irn hacia Roma 20. Pero poco despus, el 11de junio, la polica de fronteras comunicaba a Maura que el primadohaba entrado por Roncesval1es, sin avisar, pero legalmente, ya quetena su pasaporte en toda regla. Tres das anduvo loca la polica tra-tando de localizarlo. Maura esperaba inquieto por dnde y cmo rea-parecera el hombre, hasta que supo que se hallaba en la casa curalde Pastrana (Guadalajara), desde la que haba convocado una reu-nin de prrocos en Guadalajara. Maura, sin consultar al resto del go-bierno, asumi la responsabilidad de expulsarlo. La foto del cardenalprimado saliendo del convento de los Pales de Guadalajara rodeadode policas y guardias civiles no ha dejado desde entonces de exhi-birse como prueba de la persecucin de la Repblica contra la Iglesia.

    Por si fuera poco, a Maura le toc tambin expulsar al obispo M-gica de la dicesis de Vitoria, que entonces abarcaba las tres provin-cias vascongadas. El gobierno supo que el prelado se dispona a cur-sar una visita pastoral a Bilbao, donde carlistas y nacionalistas (s-tos entonces formaban frente comn con los dems catlicos y las de-rechas, al contrario de lo que haran en 1936) haban organizado unamanifestacin con banderas y emblemas, y por su parte elementosobreros y republicanos se organizaban para impedir el acto. Maurapidi al obispo que desconvocara la asamblea, Mgica se neg y elministro lo expuls. Triste suerte la del obispo Mgica: durante la Re-pblica lo expuls un ministro catlico y durante la cruzada volvia expulsarlo un general masn, Cabanellas.

    Aadidas a estas dos expulsiones la quema de conventos del 11de mayo (en la que el gobierno, segn confesin del propio ministrode la Gobernacin, pec de falta de energa, pero de la que en nin-

    20 MAURA, M., cay Alfonso XIlI, Barcelona, 1966, pp. 299-300.

  • 228 llilari Raguer

    gn caso fue instigador, ni mucho menos autor) 21, los enemigos dela Repblica ya tenan argumentos para persuadir a los catlicos deque la Repblica estaba persiguiendo a la Iglesia. A esto se aadirael tenor sectario del artculo 26 de la Constitucin y, por si fuera poco,algunas leyes posteriores que agravaron an ms la situacin, por-que tocaban puntos a los que la jerarqua o aun los simples fieleseran muy sensibles: decreto de disolucin de la Compaa de Jess yde incautacin de sus bienes, aplicando aquel precepto constitucio-nal (23 de enero de 1932); ley de cementerios (30 de enero); leyesde divorcio y de matrimonio civil (2 de marzo y 28 de junio), y lams polmica de todas, la ley de confesiones y congregaciones reli-giosas de 17 de marzo de 1933.

    Pero ms fuerza que estos incidentes ha tenido, en la historiogra-fa ulterior, una frase de Azaa.

    4. Espaa ha dejado de ser catlicaLa tesis de la supuesta poltica deliberada de la Repblica contra

    la Iglesia ha esgrimido siempre como supremo argumento la famosafrase de Azaa: Espaa ha dejado de ser catlica. Para interpre-tarla debidamente es preciso tener en cuenta el contexto poltico yparlamentario en que fue pronunciada y, adems, desde luego, el tex-to entero del discurso en el que se insertan aquellas palabras.

    Los que alegan la frase de Azaa como prueba de la persecucinla interpretan como si fuera un programa poltico contra la religincatlica, o como si Azaa se jactara de que la Repblica, con su pro-ceder en materia religiosa, haba logrado o lograra extirpar del pasel catolicismo. De este modo las palabras del poltico ms emblem-tico de la 11 Repblica se convirtieron en una legitimacin de la cru-zada de 1936, y sta, a su vez, se presentaba a Espaa y al mundocomo un ments a aquella frase. No es justa esta versin.

    Dentro de lo que Arbeloa ha llamado la semana trgica de la Igle-sia en Espaa 22, es decir, el debate de la cuestin religiosa en las

    21 MAURA, M., op. cit., pp. 249-264. Al no permitirle el Consejo de Ministros sa-car la Guardia Civil para impedir los incendios, Maura present su dimisin irrevoca-ble, de la que slo desisti por los vehementes ruegos del nuncio, que le deca que ha-ra un gran dao a la Iglesia si abandonaba el gobierno en aquellos momentos cruciales.

    22 AHBELOA, V. M., La Semana Trgica de la Iglesia en Espaa. Octubre de 1931,Barcelona, 1976.

  • La cuestin religiosa 229

    Constituyentes, el momento culminante fue la noche del 13 al 14 deoctubre, la noche triste de Alcal Zamora 2:3. Los elementos ms mo-derados tanto de la Repblica como de la Iglesia haban tratado des-de la cada de la monarqua de evitar un conflicto, que a ninguna delas dos partes convena. El 20 de agosto haba tenido lugar una reu-nin del consejo de ministros en la que, con un solo voto en contra(Prieto), se acord buscar una frmula de conciliacin para resolverel problema religioso en el proyecto constitucional, y confi su estu-dio y negociacin al presidente, al ministro de Justicia y al de Esta-do, en particular en lo concerniente a las conversaciones con el nun-cio 24. Un mes exactamente antes de la noche triste, el 14 de sep-tiembre, se reunieron privadamente, en el domicilio de Alcal Zamo-ra, ste y Fernando de los Ros, de parte del gobierno, y Tedeschiniy Vidal i Barraquer, de parte de la Iglesia, y convinieron unos Puntosde conciliacin que, de haberse respetado en las Cortes Constituyen-tes, hubieran dado un cauce pacfico al vidrioso problema religioso.Pero en poco tiempo las posiciones de los extremistas de uno y otrolado se haban endurecido. Las famosas palabras de Azaa no fue-ron dichas para oponerse a las enmiendas de los diputados catlicos.Estos, por razn de su obediencia en conciencia al magisterio ecle-sistico, se vean obligados a defender la tesis catlica del Estado con-fesional, pero esta actitud no era ms que una obstruccin de ante-mano condenada al fracaso, pues de los 468 diputados haba apenasuna sesentena firmemente dispuestos a apoyar aquella tesis. Los Pun-tos de conciliacin convenidos reservadamente eran mucho ms rea-listas, y a ello se haba ajustado, en principio, la posicin del gobier-no. Pero socialistas y radicales presentaron una enmienda mucho msdura, y todava haba quien, como Ramn Franco Bahamonde y otrosseis diputados, pretenda que se privara de la nacionalidad espaolaa los que prestaran voto de obediencia religiosa. Azaa intervino paraimpedir que prosperaran estos extremismos, aunque para ello tuvoque hacer alguna concesin verbal e incluso de contenido. La ms so-nada de estas ltimas fue la inclusin en el texto constitucional de ladisolucin de la Compaa de Jess, mencionada con la perfrasis de

    2:1 Aquella sesin desde el atardecer del hasta la madrugada del 14 de octu-bre de 19:H fue la noche triste de mi vida, ALCAL ZAMORA, Niceto, Los defectos dela Constitucin de 1931, Madrid, pp. 87-97.

    24 As lo refera VIDAL 1 BARRAQlJER a Pacelli, Arxiu Vidal i Barraquer, 1, p. :H 8.er. AZAA, M., Obras completas, Mxico, 1966-1968, pp. 105-106.

  • 230 HiLari Raguer

    Quedan disueltas aquellas rdenes religiosas que estatutariamenteimpongan, adems de los tres votos cannicos, otro especial de obe-diencia a autoridad distinta de la legtima del Estado. Vidal i Barra-quer, informando al Secretario de Estado, reconoca que la interven-cin de Azaa haba sido el lazo de unin de los partidos republi-canos hacia una frmula no tan radical como el dictamen pri-mitivo 25.

    El discurso que pronunci Azaa aquella noche fue tal vez el me-jor retricamente y el ms importante polticamente de toda su ora-toria parlamentaria. Aunque despus dijera que haba tenido que in-tervenir improvisando, la verdad es que 10 tena muy preparado.Como mnimo hay que admitir que tena muy pensado lo que tenaque decir, aunque en la exposicin concreta se fiara de su facilidadde palabra.

    Tanto en relacin con la Iglesia como en el problema de la refor-ma militar, la nocin clave del pensamiento de Azaa era la peligro-sidad. Su arraigada idea del Estado liberal y burgus topaba con dosinstituciones de fuerte tradicin en Espaa: la Iglesia y el Ejrcito.Azaa no era enemigo por principio de ste o aqulla, sino, con unaespecie de ignaciano tanto... cuanto... , slo en la medida en que fue-ran un obstculo para la repblica democrtica (con plena sujecindel ejrcito a la autoridad civil) y laica (aconfesional) que quera for-jar, y para ello estaba firmemente dispuesto a eliminar todo el poderde obstruccin que una y otro pudieran entraar. Tradujo esta men-talidad en dos frases que siempre ms le reprocharan las derechas:la que ahora comentamos sobre Espaa ya no catlica y la de tritu-rar el Ejrcito. EllO de junio de 1931, en la campaa electoral paralas Cortes Constituyentes, hablando en Valencia de las oligarquasque se oponan al pleno establecimiento de la democracia, dijo: Estohay que triturarlo, y hay que deshacerlo desde el gobierno, y yo osaseguro que si alguna vez tengo participacin en l pondr en tritu-rarlo la misma energa y resolucin que he puesto en triturar otrascosas no menos amenazadoras para la Repblica 26. Azaa, comoministro de la Guerra, se esforz por aplicar unas ideas que de tiem-po atrs tena bien precisadas para crear un ejrcito moderno, com-

    25 Archivo ridal i Barraquer, 1, nms. 166 y 168.26 Citado y comentado por CARDONA, Gabriel, El poder militar en la Espaa con-

    tempornea hasta la guerra civil, Madrid, 1983, p. 121.

  • La cuestin religiosa

    petente y, eso s, disciplinado o civilizado, es decir, plenamente so-metido al poder civil. Pero siempre ms se dijo y repiti que habaafirmado que triturara al Ejrcito. Una tergiversacin parecida sedio con su Espaa ha dejado de ser catlica. En el discurso de lanoche triste sobre la cuestin religiosa distingua entre las inofensi-vas monjas de clausura que confeccionaban repostera y acericos, ylos jesuitas y dems religiosos que se dedicaban a la enseanza, y deeste modo atentaban contra su proyecto, muy francs, de una edu-cacin nacional nica para la Repblica laica: esto era para l cues-tin de salud pblica.

    Azaa dej suficientemente claro para quien quisiera escucharleque no se trataba de procurar que Espaa dejara de ser catlica, sinode constatar el hecho de que, sociolgicamente, el catolicismo habaperdido el puesto que en otro tiempo tuvo en Espaa, y que, por tan-to, proceda reajustar a esta realidad el nuevo orden constitucional:

    La premisa de este problema, hoy religioso, la formulo yo de esta ma-nera: Espaa ha dejado de ser catlica. El problema poltico consiguientees organizar el Estado en forma tal que quede adecuado a esta fase nueva ehistrica del pueblo espaol [... J.

    Para afirmar que Espaa ha dejado de ser catlica tenemos las mismasrazones, quiero decir de la misma ndole, que para afirmar que Espaa eracatlica en los siglos XVI y XVll [ ... J. Espaa, en el momento del auge de sugenio, cuando Espaa era un pueblo creador e inventor, cre un catolicismoa su imagen y semejanza, en el cual, sobre todo, resplandecen los rasgos desu carcter, bien distinto, por cierto, del catolicismo de otros pases, del deotras potencias; bien distinto, por ejemplo, del catolicismo francs, yenton-ces hubo un catolicismo espaol, por las mismas razones de ndole psicol-gica que crearon una novela y una pintura y una moral espaolas, en las cua-les tambin se palpa la impregnacin de la fe religiosa [... J. Pero ahora, se-ores diputados, la situacin es exactamente la inversa. Durante muchos si-glos, la actividad especulativa del pensamiento europeo se hizo dentro delcristianismo [... ], pero tambin desde hace siglos el pensamiento y la activi-dad especulativa de Europa han dejado, por 10 menos, de ser catlicos; todoel movimiento superior de la civilizacin se hace en contra suya, y en Espa-a, a pesar de nuestra menguada actividad mental, desde el siglo pasado elcatolicismo ha dejado de ser la expresin y el gua del pensamiento espaol.Que haya en Espaa millones de creyentes yo no lo discuto; pero lo que dael ser religioso del pas, de un pueblo o de una sociedad no es la suma nu-

  • 232 Hilari Raguer

    mrica de creencias o de sino el esfuerzo creador de su mente, elrumbo que rige su cultura 27.

    Pero es adems de ser injusto hacer reproche eterno a Azaade unas palabras que fueron dichas para defender a la Iglesia de ma-yores la entendida en el sentido sociolgico y culturalque el propio orador explic a no slo era algo indis-

    sino que muchos hombres de aunque lodecan que as era en realidad. Un lcido informe de dos colabora-dores de Vidal i fechado en Roma dos semanas despusde la noche triste y entregado en Secretara de haca este ba-lance histrico:

    El oficialismo catlico de Espaa durante la monarqua, a cambio de in-negables ventajas para la Iglesia, impeda ver la realidad religiosa del pas ydaba a los dirigentes de la vida social y a los catlicos en general,la sensacin de hallarse en plena posesin de la mayora efectiva, y convertacasi la misin y el deber del apostolado de conquista constante para el Reinode Dios, para en una sinecura, generalmente en un usufructo de unaadministracin tranquila e indefectible. El esplendor de las grandes proce-siones la participacin externa de los representantes del Esta-do en los actos extraordinarios del la seguridad de la proteccin legalpara la Iglesia en la vida el reconocimiento oficial de la jerar-

    etc., producan una sensacin espectacular tan deslumbrante que hastaen los extranjeros originaba la ilusin de que Espaa era el pas ms catlicodel y a nacionales y les haca creer que continua-ba an vigente la tradicin de la incomparable grandeza teolgicay asctica de los siglos de oro.

    No obstante, aquellos con juicio ms clarividente y observacin pro-conocan la realidad no teman confesar bajo aquella grandezaEspaa se empobreca y que haba que considerar-

    la no tanto como una posesin segura y consciente de la como ms bientierra de reconquista y restauracin social cristiana. La falta de religiosidadilustrada entre las lites, el alejamiento de las multitudes, la ausencia de unaverdadera estructura de instituciones la escasa influencia de lamentalidad cristiana en la vida eran signos que no permitan abri-gar una confianza firme 28.

    27 AZAA, M., op. cit., 11, pp. 51-52.28 Informe de los sacerdotes Llus Carreras y Antoni Vilaplana, 1 de noviembre

    de 1931.

  • La cuestin religiosa

    Curiosamente, el mismsimo cardenal Gom sostena otro tanto ycon palabras casi idnticas a las de Azaa. En la pastoral antes ci-tada, que public al caer la monarqua, escriba Gom: Hemos tra-bajado poco, tarde y mal, mientras pudimos hacerlo mucho y bien,en horas de sosiego y bajo un cielo apacible y protector [... ]. Hay con-viccin personal cristiana en muchos; conviccin ""catlica", es decir,este arraigo profundo de la idea religiosa que lleva con fuerza a laexpansin social del pensamiento y de la vida cristiana, con espritude solidaridad y de conquista [...J, esto, bien sabis, amados hijos,que no abunda 29. En su primera pastoral tras el encumbramientoa la sede primada de Toledo aludi a aquella frase de Azaa dndolela razn:

    Nos atrevernos a sealar corno primera de ellas (las causas internas dela ruina de la Iglesia espaola) la falta de convicciones religiosas de la granmasa del pueblo cristiano [... J. Desde un alto sitial se ha dicho que Espaaya no es catlica. S lo es, pero lo es poco, y lo es poco por la escasa densidaddel pensamiento catlico y por su poca atencin en millones de ciudadanos.A la roca viva de nuestra vieja fe ha sustituido la arena mvil de una religinde credulidad, de sentimiento, de ruina e inconsistencia :30.

    De nuevo lo deca en la segunda de sus pastorales de guerra, LaCuaresma de Espaa, en cuya segunda parte, bajo el epgrafe Laconfesin de Espaa, puede leerse:

    Tal vez no haya pueblo en la historia moderna en el que el sentido moralhaya sufrido un descenso tan brusco -tan vertical, como se dice ahora- enlos ltimos aos [... J. Pueblo profundamente religioso el espaol, pero mspor sentimiento atvico que por la conviccin que da una fe ilustrada y viva,la declaracin oficial del laicismo, la eliminacin de Dios de la vida pblica,ha sido para muchos, ignorantes o tibios, como la liberacin de un yugo se-cular que les oprima [... J. Espaa ha dejado de ser catlica! Esta otra [fra-se], que pronunciaba solemnemente un gobernante de la nacin, da la me-dida de la desvinculacin de los espritus [... J. No floreca entre nosotros ya,corno en otros das, esta flor de la piedad filial para con Dios que llama-

    29 ROE de las dicesis de Tarazona y Tudela, 1, pp. :H5-:180.;{() Vase el texto ntegro de esta pastoral en GRANADOS, A., El cardenal Gom,

    primado de Espaa, Madrid, 1969.

  • Hilari Raguer

    mos religin, que era de pocos, de rutina, sin influencia mayor en nuestravida [... ] :31.

    Finalmente, en la pastoral Lecciones de la guerra y deberes de lapaz, publicada al trmino de la guerra (y prohibida por el gobierno,con estupefaccin y gran disgusto del cardenal), escriba: Es un he-cho innegable que en Espaa, en los ltimos tiempos, la ctedra y ellibro han sido indiferentes u hostiles al pensamiento cristiano. Peroa pesar de haberse emprendido una sangrienta cruzada para que Es-paa volviera a ser catlica, tena que denunciar una grave relaja-cin moral y religiosa: Y por qu no indicar aqu que en la Espaanacional no se ha visto la reaccin moral y religiosa que era de es-perar de la naturaleza del Movimiento y de la prueba tremenda a quenos ha sometido la justicia de Dios? Sin duda, ha habido una reac-cin de lo divino, ms de sentimiento que de conviccin, ms de ca-rcter social que de reforma interior de vida. El cardenal de Toledoaplica a la guerra civil espaola lo que alguien haba dicho de la pri-mera guerra mundial de 1914-1918: Los dos grandes mutilados dela gran guerra europea fueron el sexto y el sptimo mandamiento dela ley de Dios. Evocaba nostlgicamente los tiempos en que Diosestaba en el vrtice de todo -legislacin, ciencia, poesa, cultura na-cional y costumbres populares-, y desde su vrtice divino bajaba alllano de las cosas humanas para saturarlas de su divina esencia y en-volverlas en un totalitarismo divino (sic). Reclamando la libertadpara la Iglesia afirmaba: Se desconoce a la Iglesia [... ]. Se la des-conoce y se la teme a la Iglesia, o a lo menos se la mira con recelo.y lamentaba la absurda ignorancia religiosa, que es la causa deque, aunque todos se bauticen, entre la cruz sobre la frente del re-cin bautizado y la de la sepultura apenas si dan muchos una pal-pitacin de vida cristiana

    :{1 Pastoral de 30 de enero de 19:37. Texto ntegro en GOM, l., Por Dio.s y porEspaa. Pastorales, instrucciones, etc., Barcelona, 1940, fragmentos citados en pp. 99,106 Y 122.

    :J2 Texto ntegro de esta pastoral de 8 de agosto de 1939 en GRANADOS, A., op. cit.,apndice VII, pp. 387-429.

  • La cuestin religiosa

    5. Catlicos contra la Repblica

    235

    Un sector de los catlicos, inspirado por don Angel Herrera y di-rigido por Jos M. Gil Robles, pareci seguir la va pacfica y legal in-dicada por las consignas de la Santa Sede, pero al fin y al cabo hi-cieron como quien rompe la baraja porque pierde. Despus de la vic-toria del Frente Popular en febrero de 1936, Gil Robles, que desdeel Ministerio de la Guerra haba deshecho la reforma militar de Aza-a y haba colocado a militares de su confianza en los puestos clave(sobre todo, nombr a Franco jefe del Estado Mayor Central), antesde ceder su puesto a los que le haban vencido en las urnas trat deconvencer a ciertos generales de que dieran el golpe, pero el ambien-te militar se mostr fro. Franco, siempre cauto, se reservaba porqueno lo vera seguro. Algunas semanas antes del alzamiento le llegaronnoticias confidenciales de que Mola necesitaba urgentemente dineropara los preparativos de la insureccin, y por persona de confianzale hizo entregar un milln de pesetas tomadas del remanente del fon-do electoral de febrero anterior 33, creyendo que interpretaba el pen-samiento de los donantes de esta suma si la destinaba al movimientoId dE -:Hsa va or e spana .Algunos eclesisticos inculcaron a los catlicos, y en particular a

    las monjas, una mentalidad de Iglesia perseguida. El grito de jVivaCristo Rey!, nacido del integrismo espaol y renacido en los criste-ros mexicanos, cobr una nueva actualidad en aquel contexto. En unabiografa de las tres carmelitas descalzas de Guadalajara, que fueronlos primeros mrtires de la guerra civil beatificados, se refiere que enel convento las monjas realizaban representaciones dramticas de lascarmelitas guillotinadas por el Terror de la Revolucin francesa y delos mrtires de Mxico, y as se preparaban para el martirio :35. El de-creto de Juan Pablo II de 22 de marzo de 1986, que reconoca ofi-cialmente el martirio de las tres carmelitas (primer caso de beatifi-cacin de la guerra civil), aduca como prueba una ancdota que, en

    :n Inslito caso de supervit de una campaa electoral, y por un importe eleva-dsimo para el valor que entonces tena la peseta. Significativo indicio del entusiasmocon que la gente de derechas se haba lanzado a la campaa.

    :H GIL ROBLES, Jos M., No fue posibLe La paz, Barcelona, 1968.:15 ARTEASA FALGlJERA, Cristina de la Cruz, EL CarmeLo de San Jos de GuadaLa-

    jara y sus tres azucenas, Madrid, 1985.

  • 236 lliLari Raguer

    realidad, tiene un sentido opuesto al pretendido. Se dice que la her-mana Teresa del Nio Jess recibi de algn pariente una carta en-cabezada con un Viva la Repblica! . Estas palabras, escritas des-de luego con toda naturalidad y sin la menor intencin provocativa,reflejan la amplia popularidad que la Repblica tena al proclamar-se. Pero la monja le respondi: A tu Viva la Repblica! contestocon un Viva Cristo Rey! y ojal pueda un da repetir este viva en laguillotina :36. Lo que en este caso, y en el de tantos otros que en losprocesos de beatificacin se alegan, significaba el Viva Cristo Rey!era, en realidad, Muera la Repblica! .

    Los catlicos de extrema derecha no aceptaron la Repblica ni si-quiera despus del triunfo de Gil Robles en las elecciones de 19 denoviembre de 1933. Al contrario, no queran que el nuevo gobiernoenmendara el rumbo anticlerical del primer bienio y solucionara ra-zonablemente el problema religioso. Dos semanas despus de aque-llos comicios, el 6 de diciembre, Vidal i Barraquer denunciaba a Pa-celli el clima imperante y expona su criterio de que el fortalecimien-to de la fe cristiana en Espaa no haba de venir a travs de la con-quista del Estado o de medios violentos, sino por la predicacin delevangelio y el trabajo pastoral:

    Los extremistas de la derecha, unos por temperamento, otros con fina-lidades polticas que anteponen a todo, y algunos por falta de visin, creenque contando con un buen nmero de diputados pueden enseguida ser abo-lidas, por una especie de golpe de Estado o apelando a la violencia, todaslas leyes que les contraran, y aun la misma Constitucin. As lo predican ylo hacen creer al pueblo sencillo, y para conseguirlo parece que intentan di-ficultar la formacin de los gobiernos posibles, atendida la composicin delParlamento, siguiendo la poltica du pire, que tan fatales resultados produjoen Francia, sin tener en cuenta que una reaccin violenta, aunque tuviese unmomentneo xito, conducira a no tardar a una revolucin ms desastrosay de ms tristes consecuencias que la sufrida hasta el presente. La verdaderavictoria debe consistir en saber consolidar el triunfo alcanzado, actuando pa-ciente, celosa y constantemente sobre las masas, instruyendo y formando laconciencia de los fieles por los medios que Dios ha puesto en nuestras ma-nos, en especial por la Accin Catlica.

    :J6 Acta Apostolicae Sedis, LXXVIII, 1986, pp. 936-940. cr. RACLJER, JI., Losmrtires de la guerra civil, en Razn y Fe, septiembre-octubre de 1987.

  • La cuestin religiosa 237

    En este mismo informe al cardenal Secretario de Estado, Vidal iBarraquer se ocupaba del libro que el cannigo magistral de Sala-manca y rector del Seminario de Comillas, Aniceto Castro Albarrn,acababa de publicar, y que, como expresaba su ttulo, El derecho ala rebelda 37, era una justificacin teolgica y una incitacin a la re-belin contra el rgimen legtimo. La editorial Cultura Espaola, quelo haba publicado, era tambin la de la revista Accin Espaola, enla que a lo largo de los aos 1931-1932 haba aparecido una seriede seis artculos de Eugenio Vegas Latapie con el ttulo de Historiade un fracaso: el ralliement de los catlicos franceses a la Repblica.La tesis de estos artculos era que la poltica conciliatoria de la SantaSede con la Repblica francesa haba sido un error, y que aunque hu-biera sido un xito no era aplicable a Espaa, que es diferente. Ape-nas desencadenada la guerra civil, Castro Albarrn fue uno de los pri-meros en exponer de modo sistemtico y con supuesto rigor escols-tico la teologa de la cruzada. En 1938 public, en el mismo sen-tido, el libro Guerra santa :38, con un prlogo del cardenal Gom fe-chado el 12 de diciembre de 1937 alabando al autor, ... el Magistralde Salamanca, a quien quisiramos quitar con unas amables frasesel amargor que pudo producirle la publicacin de otro libro, publi-cado en fechas no lejanas an. Libro de una tesis que, sin disquisi-ciones previas de Derecho pblico o tica social, el buen espaol, conun puado de bravos militares, se ha encargado de demostrar con elargumento inapelable de las armas. El libro de 1934 era contrarioa la doctrina poltica de la Iglesia y a las consignas concretas que Se-cretara de Estado haba impartido al episcopado espaol, por lo quetanto el nuncio Tedeschini como el cardenal Vidal i Barraquer pe-dan que fuera condenado pblicamente por Roma. No lo lograron,pero Castro Albarrn hubo de dimitir del rectorado de Comillas. Enla misma revista, Jorge Vign elogiaba a Hitler por la independenciaque mostraba frente a la Santa Sede: En Alemania no habr polti-ca vaticanista, sino alemana. Hitler habr recordado quiz ms de

    :n DE CASTRO ALBARRN, A., t.:l derecho a la rebelda, prlogo de SAINZ RODR-GUEZ, Pedro, Madrid, 19:H. No he podido comprobar si es el mismo libro que en 1941se public en Madrid cambindole el ttulo por el de El derecho al alzamiento.

    ;JII DE CASTRO ALBARRN, A., Guerra santa. El sentido catlico del Movimiento Na-cional espaol, Burgos, 19:38.

  • 238 Ililari Raguer

    una vez la frase de 'Connell: OUT faith from Rome, OUT policy fromhome 39.

    Una de las expresiones ms contundentes de este nacionalcatoli-cisma eran las que Eugenio Montes dirigi a Gil Robles cuando aca-baba de ganar las elecciones de noviembre del 33, sin citarlo por sunombre, pero intimndole inequvoca y amenazadoramente a apro-vechar el poder ganado para emplear lo que Gom llamara el ar-gumento inapelable de las armas:

    No estn hoy los tiempos en el mundo, y sobre todo en Espaa, para ha-cer el cuco. No; hay que dar la hora y dar el pecho; hay nada menos quecoger, al vuelo, una coyuntura que no volver a presentarse: la de restaurarla gran Espaa de los Reyes Catlicos y los Austrias. Por primera vez desdehace trescientos aos, ahora podemos volver a ser protagonista.

  • La cuestin religiosa 239

    suficientemente monrquicos, y de los ltimos Papas porque no le pa-recan lo bastante catlicos. Fue el fundador y gran animador del mo-vimiento Accin Espaola y de la revista del mismo nombre, pero sucompromiso no era slo intelectual, sino prctico. Plane seriamenteun atentado contra Azaa y otro contra el pleno de las Cortes.

    Despus del asesinato de Calvo Sotelo, su hermano Paco, militar,fue a verle para comunicarle que los jefes y oficiales del regimientode El Pardo haban decidido, como represalia, liquidar al Presidentede la Repblica, pero necesitaban una ametralladora y un coronelo general, a ser posible de Ingenieros, que se ponga al frente denosotros. As que vengo a que me facilites el general y la ametralla-dora. A Vegas la propuesta no le sorprendi y la hizo plenamentesuya. Lo del general o coronel era porque el jefe del regimiento deEl Pardo, coronel Carrascosa, aunque comulgaba con las ideas de losgolpistas, andaba muy preocupado por el futuro de sus seis hijas sol-teras, hasta el punto de que alguno de aquellos oficiales revoltosos de-ca que slo podran contar con el coronel Carrascosa si previamenteseis oficiales le pedan la mano de sus seis hijas. Eugenio Vegas pidiurgentemente una entrevista con el coronel Ortiz de Zrate, entoncesdisponible en Madrid. Fueron los dos hermanos Vegas a su domicilioy lo encontraron reunido con un grupo de militares que tomaban lasltimas disposiciones para el alzamiento. Sali Ortiz de Zrate de lasala donde estaban reunidos; Eugenio Vegas le plante la doble pe-ticin, Ortiz de Zrate fue a consultar con los conspiradores reunidosy al poco rato volvi a donde esperaban ansiosos los hermanos VegasLatapie y les dijo: Prohibido terminantemente. Todo est prepara-do en Madrid yeso podra echarlo a perder... As fue como EugenioVegas Latapie no mat a Azaa 42.

    Pero todava tuvo aquella misma tarde otra idea salvadora mspatritica y catlica. Un hermano de San Juan de Dios exclaustra-do, conocido suyo, que haba trabajado en el sanatorio mental deCiempozuelos, fue al local de Accin Espaola y le explic que su ex-periencia con locos le haba hecho conocer que hay una especie dealienados que se enardecen hasta extremos inconcebibles con los dis-paros de armas de fuego. Se comprometa a reclutar un grupo de ta-les infelices, armarlos con fusiles y bombas de mano, entrar con ellos

    42 VEGAS LATAPIE, Eugenio, Memorias polticas. El.wicidio de la Monarquia y laSegunda Repblica, Barcelona, 198:3, pp. :H0-311.

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    en el Congreso de los Diputados y acabar con todos los padres de lalo que sin duda desencadenara un movimiento nacional. No

    le pareci a don Eugenio viable el pero le qued en la men-te. Aquella misma tarde fue con su hermano Pepe a comunicar a losjefes y oficiales de El Pardo que por orden de los conjurados desis-tieran de asesinar a Azaa. Pero al da despus del entierrode Calvo que result bastante dando vueltas a la ideadel loquero de Ciempozuelos y creyndola dice que pen-s en la posibilidad de entrar en el Congreso con un grupo de amigospertrechados de gases asfixiantes para acabar all con los diputados.Por supuesto que no bamos a jugarnos la sino a perderla. Seraalgo semejante a lo que hizo Sansn cuando derrib las columnas deltemplo. En la guerra de Marruecos el glorioso ejrcito espaol habaempleado contra los moros un gas asfixiante llamado iperita (porquese estren en 1915 en la batalla de y a partir de entonces fun-cionaba una fbrica de aquel que en 1936 diriga un general deartillera Fernando a quien Vegas haba conocido en1926 en Melilla. Vegas visitaba con frecuencia aquella don-de era tambin amigo de otros de los entre ellos Plcido Alva-rez casado con una prima de doa Carmen Polo de Franco.

    Eugenio Vargas a ver al general Sanz para que le revelaraen qu fbrica se elaboraba la iperita del ejrcito. Fernando Sanzcomprendi perfectamente el alcance de la y despus de re-flexionar un momento le dijo: En ninguna fbrica militar. Se pro-duce slo en la factora en la que tu hermano Florentino es jefe deseccin. En la de Badalona. Ante esta implicacin yslo por desisti aquel gran catlico de su criminal intento: Misplanes haban sufrido una grave contrariedad 4:3. Seguramente na-die dara crdito a este rocambolesco relato si no nos lo hubiera re-ferido el propio protagonista en sus en testimonio de sussentimientos patriticos y religiosos.

    -t:J bid., p. 315.