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HABERMAS: HISTORÍA Y CRÍTICA DE LA OPINÓN PÚBLICA
RESEÑA
Pedro Posada Gómez
La “opinión pública” habla mucho y da mucho de qué hablar. Sin embargo, el “sujeto” que
aquí habla es difícil de precisar. ¿Qué o quién es la opinión pública? ¿Es un sujeto colectivo
o muchos sujetos hablando detrás de una máscara común? ¿Cómo se construyó el concepto
de opinión pública? ¿Quién puede hablar a nombre de la opinión pública? ¿Conducirla,
engañarla, instrumentalizarla?
Para abordar estas preguntas, seguiremos el estudio de J. Habermas: Historia y crítica de
la opinión pública (La transformación estructural de la vida pública)1. Bajo esta guía
haré (A) una síntesis apretada de la reconstrucción habermasiana del proceso histórico en el
cual se construye (se abre) el espacio de lo público, para ver enseguida (B) cómo en ese
proceso surge el concepto moderno de “opinión pública” y la prensa escrita. Luego, (C)
precisaré el paso de la opinión pública literaria a la opinión pública política. (D) En cuarto
lugar reseñaré el paso histórico del público lector al público consumidor de cultura (E)
Finalizo con un intento de presentar una definición provisional del concepto
contemporáneo de opinión pública.
1Jürgen Habermas (1962): Historia y crítica de la opinión pública (La transformación
estructural de la vida pública) Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 1981. Traducción de
Antoni Domènech. Titulo original: Strukturwandel der Öffentlichkeit (Untersuchungen
zu einer Kategorie der bürgerlichen Gesellschaft). Considero que sería preferible una
traducción más fiel al original: La transformación estructural del espacio público
(Investigación sobre una categoría de la sociedad burguesa). La expresión “Öffentlichkeit”
que Domènech traduce como ‘publicidad’, será tratada en este escrito como “espacio
público”. (P. P.)
A. La construcción histórica del “espacio público” burgués.
El “espacio público” entendido como “territorio de la vida social”, en principio accesible a
todos los ciudadanos, y “donde puede formarse algo así como una opinión pública”2, no
existía como tal en la Edad Media europea. En esta época, el Señor que detentaba el poder
lo “representaba” públicamente (en el sentido escénico de “representar”) al ser considerado
como encarnación de un poder “supremo”. El príncipe o sus señores representan su poder,
“representan su dominio, en vez de para el pueblo, ante el pueblo”3 De allí que esta forma
representativa del espacio (poder) público (que el traductor de Habermas, 1962, denomina:
“publicidad representativa”) esté ligada a los atributos de la persona que ejerce el dominio:
insignias, hábitos, gestos y aún la retórica misma de la alta Edad Media4. Esta forma de
representación pública del poder no tiene nada que ver con la idea de un espacio público
representativo.
Habermas considera que esta ‘publicidad’ representativa cortesano-caballeresca, por su
expresión en los torneos, comparte con la ‘publicidad’ de la polis griega una
“escenificación agonal de la areté”; no obstante, siendo aquella un ‘publicidad’ de los días
festivos, de las “épocas elevadas”, “no constituye una esfera de la comunicación política”5.
Volveré sobre ello, ante la denuncia de una tendencia de retroceso a una “publicidad
representativa, manipulativa y plebiscitaria” en el “espacio público” contemporáneo.
En el surgimiento de la época moderna, los poderes feudales (Iglesia, Príncipes, Señores,...)
se desmoronan y desintegran “en un largo y lento proceso” y sólo a finales del s. XVIII dan
lugar a una separación entre poderes privados y poderes públicos. En los países protestantes
2J. Habermas (1964): “El espacio público” (“Öffentlichkeit”, ein Lexiconartikel), Fisher
Lexicon, Staat und Politik, 1964. 220-226. Traducción de José María Pérex Gay. 3 Habermas (1962). p. 47.
4Habermas (1962) p. 47.
5Habermas, 1962, p. 47
la Reforma cambió la relación de la Iglesia con la autoridad divina que ella representaba y
la religión se convirtió en un asunto privado: “la llamada libertad religiosa garantizaba
históricamente la primera esfera de autonomía privada”6.
Gracias a la actividad de la burocracia, el ejército y la jurisdicción secular, las instituciones
del poder público se volvieron autónomas. De los intereses y las expectativas de poder de
los gremios surgieron los órganos del poder público, tales como el parlamento y la
jurisdicción.
Los grupos profesionales (incluidos en las corporaciones urbanas) dieron lugar a la
sociedad “burguesa” como espacio de autonomía privada opuesto al poder del Estado. De
allí que el “espacio público burgués” pueda definirse como “el territorio público que reúne
a las gentes privadas”. Muy pronto esas gentes privadas buscarán apoderarse de los
“periódicos de la inteligencia”, una forma del espacio público reglamentada, para lanzarse
contra el poder público7. Volveré sobre ello en las secciones siguientes.
El espacio público burgués (“publicidad burguesa”) tiene su génesis en el tráfico de
mercancías y noticias, creado por el comercio a larga distancia en el capitalismo temprano.
Por un lado, la vida privada de la sociedad quedó enfrentada al Estado, por otro, los
intereses de esa misma sociedad pasaron a ser asuntos públicos, pues “la reproducción de la
vida en la dinámica de la economía de mercado rompió los límites de las economías
domésticas”.
6Habermas, 1962, p. 50
7Habermas, 1964
B. El surgimiento de la prensa escrita y de opinión pública literaria.
La prensa surge en el orden político y social configurado en la fase del capitalismo
mercantil (orden en el que aparecen por separado lo político y lo social). A mediados del
siglo XVII existen periódicos diarios que publican noticias sobre dietas imperiales,
acontecimientos bélicos, rendimiento de cosechas, impuestos, transportes de metales nobles
y, especialmente, noticias sobre el tráfico comercial internacional.8
Las noticias mismas se han convertido en mercancía: “La información periodística
profesional obedece, por tanto, a las mismas leyes del mercado, a cuyo surgimiento debe
ella su propia existencia”9. Una parte del material noticioso que llega a las oficinas de
correspondencia se empieza a imprimir de forma periódica y a venderse anónimamente,
consiguiendo así ‘publicidad’ 10
.
Además, se robustece el interés de las nuevas autoridades por utilizar a la prensa, según los
objetivos de la administración, para dar a conocer órdenes y disposiciones a unos lectores
ya convertidos en “público”: “La autoridad dirigía sus participaciones “al público”, es
decir, en principio, a todos los súbditos; pero no llegaban por este camino, de ordinario, al
“hombre común”, sino, en todo caso, a los “estamentos ilustrados”: juristas, médicos, curas,
oficiales y profesores. Esta capa “burguesa”, el estamento de los “sabios”, “es la verdadera
sostenedora del público, el cual es, desde el principio, un público de lectores.”11
8Habermas, 1962, p. 58.
9Habermas, 1962, p.59
10Habermas (1962), P. 59
11Habermas (1962), p. 61
El “espacio público burgués” se desarrolla en la medida en que el interés público de la
esfera privada de la sociedad burguesa “deja de ser percibido exclusivamente por la
autoridad, y comienza a ser tomado en consideración como algo propio por los mismos
súbditos.”12
La zona de contacto administrativo entre lo público y lo privado se convierte
en “zona crítica” y reclama la crítica de un público raciocinante. El público atiende esta
reclamación haciendo uso del mismo instrumento que le había servido para convertir a la
administración de lo social en asunto público: la prensa13
.
En la primera mitad del s. XVIII aparece en los periódicos el artículo “sabio” y con él, el
raciocinio público (o para el público). El razonamiento periodístico esta sometido a una
reglamentación estatal: En un periódico alemán, Hallenser Intelligenzblatt, fundado en
1729, se aclara que los sabios (profesores de las facultades de Derecho, Medicina y
Filosofía) podrán enviar a la dirección del periódico notas claras, para participar al público
“verdades susceptibles de aplicación”14
. Federico II de Prusia escribe en el año 1789 (el
mismo año en el que Kant pública su famosa “Repuesta a la pregunta: ¿Qué es la
Ilustración?”): “Una persona privada no esta autorizada a emitir juicios públicos,
especialmente juicios reprobatorios, sobre tratados, procederes, leyes, reglas y directivas
del soberano y de la corte, de sus servidores estatales, de colegios y cortes judiciales, ni está
autorizada a dar a conocer noticias recibidas acerca de todo ello ni a divulgarlas por medio
de la impresión. Una persona privada no está capacitada para someter todas estas cosas a
juicio porque le falta el conocimiento completo de las circunstancias y los motivos”.15
12
Idem 13
Idem, p. 62 14
Idem, p. p. 62- 63 15
Citado en Habermas, op. cit. p. 63.
Como ya se anotó, el espacio público burgués (la “publicidad burguesa”) se concibe como
“la esfera en la que las personas privadas se reúnen en calidad de público”. Esta esfera se
opondrá al poder público para concertar con él las reglas del tráfico mercantil y del trabajo
social. Concertación que se orienta por el raciocinio en su doble sentido de ‘llamado a la
razón’ y de ‘mera sutileza’.16
En Inglaterra esto condujo a que el Parlamento relativizará el poder omnímodo del
Príncipe. El razonamiento expresa intereses psicológicos (además de económicos) cuando
se ejerce en nuevos espacios culturales como la sala de lectura, el teatro, los museos y los
conciertos. La cultura, ya en su forma mercantil, es objeto de discusión de los sujetos
insertados en el público. La ciudad ya no es sólo el centro vital de la economía burguesa,
contrapuesta de forma política y cultural a la corte, es el lugar donde cuajan de forma
institucional las “coffe-houses”, los “salons” y las “Tischgesellschaften” (reuniones de
comensales)17
En estos espacios de comunicación sociable se tendió un puente entre la
decadente “publicidad cortesana” y el germen de la nueva “publicidad”, la burguesa.
Habermas propone el siguiente esquema de los ámbitos sociales del espacio público
burgués en el siglo XVIII, (me permito invertir el orden de algunas líneas):
16
Habermas se refiere al concepto de “Räsonement” introducido como galicismo en el idioma alemán. 17
Habermas, op. cit. p.p. 67-68. Recuérdense aquí las tertulias literarias de Don Antonio Nariño y los
ilustrados criollos de la Nueva Granada. Véase: R. Gómez Hoyos: La Revolución Granadina de 1810. P.
247.
Ambito Privado Esfera del poder público
Espacio celular de la pequeña Ciudad Corte (Sociedad aristocrático-cortesana)
Familia. (mercado de bienes culturales)
(Intelectualidad pequeño-
burguesa)
Espacio público burgués Publicidad Literaria Estado
(ámbito del tráfico mercantil (clubs, prensa) (ámbito de la “policía”)
y del trabajo social) Publicidad Política*
* “La publicidad política resulta de la publicidad literaria; media, a través de la opinión
pública, entre el Estado y las necesidades de la sociedad”. (Habermas, 1962, p. 68)
En el siglo XVII, en Francia, “le public” designaba a los “lecteurs, spectateurs, auditeurs”
como destinatarios, consumidores y críticos de arte y literatura, y comprendía a la corte, a
la aristocracia urbana y a la capa de la burguesía que tenía asiento en los palcos del teatro
de París. Pero aún no aparecía la autonomía que transformaría “la conversación en crítica y
las bonmots (agudezas, ocurrencias) en argumentos”18
. Sin embargo, “El mismo proceso
que lleva a la cultura a convertirse en una forma mercantil, y la hace por primera vez una
cultura capaz de discusión y controversia, lleva (...) al desenclaustramiento del público”19
18
Idem, p. 69 19
Idem, p. 75
El público de la primera generación, como circulo especificable de personas, se reconoce
como parte de un público mayor. El “gran” público, sin embargo, es más reducido que la
masa de la población rural o el “pueblo” urbano. En un comienzo las masas son iletradas,
analfabetas y paupérrimas.
Pronto surgirán los “portavoces del público”: “Allí donde el público se institucionaliza
como grupo fijo de interlocutores, este no se equipara con el público, sino que, en todo
caso, reclama ser reconocido como su portavoz, quizá incluso como su educador; quiere
actuar en su nombre, representarlo: tal es la nueva forma de la representación burguesa”.20
Dado que en el público todo el mundo puede aducir competencia para juzgar, surgió la
disputa que opuso el juicio profano (el juicio del público como instancia crítica) al juicio de
los “connaisseurs”, círculo que vinculaba su competencia especializada con algún
privilegio social.
En 1747, La Font formulará el principio general: “Una imagen expuesta es un libro dado a
la luz de la imprenta, una pieza representada en escena: todo el mundo tiene derecho a
juzgar sobre ello”21
. Pero también se forman los amateurs éclairés (aficionados instruidos)
y luego los críticos de arte profesionales, y el juez de arte. Este último “se entiende a sí
mismo como mandatario del público y, al mismo tiempo, como su pedagogo”. En una nota
Habermas sintetiza el asunto: “Por principio, todo hombre que participe en una discusión
pública, compre un libro, consiga una plaza en un concierto o en un teatro y visite una
exposición, está llamado y facultado a emitir juicios y opiniones libres. Pero, en la disputa
20
Idem, p. 75 21
Citado por Habermas, p. 78
de los juicios y opiniones, no debe cerrarse a los argumentos convincentes, tiene que
prescindir de “prejuicios”. Con la superación de la barrera, propia de la publicidad
representativa, entre los legos y los iniciados, caen en principio todas las competencias
especializadas, tanto las heredadas como las conseguidas, tanto las sociales como las
intelectuales. Pero, en la medida en que la verdadera opinión sólo puede averiguarse
mediante la discusión, la verdad aparece como un proceso, esto es, como un proceso de
ilustración. Una parte del público, o algunos sectores de él, pueden estar más avanzados
que otros en ese proceso. De ahí que, si no privilegiados, sí por lo menos existan expertos.
Estos pueden y deben desempeñar una misión pedagógica respecto del público, pero sólo
para convencerlos mediante argumentos, no para adoctrinarles con ellos”22
Los jueces
artísticos pueden entenderse como portavoces del público en la medida en que sólo
reconocen la autoridad del razonamiento y del mejor argumento presentado en él.
Pero, mientras que el Juez tiene asegurada su audiencia institucionalmente, el Juez de arte
deberá procurársela. De allí que acudirá al escrito periodístico como instrumento
publicístico de su crítica. Surgen así, en el s. XVIII, los periódicos de crítica artística y
cultural y por mediación de la filosofía, la literatura y el arte, el público adquirió
ilustración: “Sólo por esta vía llegó a comprender el proceso vivo de la Ilustración”23
.
22
Habermas. Op-cit. p.p. 285-286, nota 32. 23
Habermas, op. cit. p. 79. Refiriéndose a los Essays periódicos, L. Stephen dice: “El ensayo periódico
representa la innovación más afortunada de la época (...) ya que significa la manera en que el escritor más
culto podía conectar de modo efectivo con los auténticos intereses del más amplio público”. Citado por
Habermas, op. cit., p. 236, nota 35.
Tanto en las “conversaciones de salón” como en la crítica periodística se manifiesta un
estilo dialogal: “la misma discusión es transportada a otro medio, proseguida en él, para
volver luego, a través de la lectura, al originario medio de la conversación”24
.
C. De la opinión pública literaria a la opinión pública política
Con el surgimiento de una esfera de lo social, por cuya regulación pugna la opinión pública
con el poder público, se produce una transformación por la cual el público de personas
raciocinantes se apropia de la “publicidad reglamentada desde arriba”, convirtiéndola en
una esfera de crítica del poder público. Para ello se contaba ya con un público organizado y
con plataformas de discusión desarrolladas por la “opinión pública literaria”. La tarea
política de la opinión pública burguesa será ahora la regulación de la sociedad civil
(diferente de la res pública).25
Contra la apología del secreto de Estado (por el cual se garantiza el dominio sobre un
pueblo ‘menor de edad’, por ejemplo en Maquiavelo) se tratará ahora de defender el
principio de la “publicidad”: “El público burgués opuso al poder el principio de los
controles sociales, vale decir la publicidad y la divulgación de los mismos”26
24
Idem, p. 80. 25
Habermas, op. cit. p.p. 88-89. El espacio público burgués posee dos características de las que carecía el
modelo griego: su carácter polémico y privado: “Al modelo griego de publicidad le faltan ambas
características: porque el status privado del Señor de la casa, del que, como ciudadano que es, depende su
status político, se basa en el dominio sin apariencia alguna de libertad; y agonal es el comportamiento del
burgués sólo en la competición de los negocios, que representa una aparente forma de lucha contra el enemigo
externo y no, por ejemplo, en la disputa con el propio gobierno.” Habermas, op. cit. p. 89. 26
Habermas: “Espacio público” (Artículo)
La categoría de lex generalis o universalis, conocida ya en la tradición aristotélica y
cartesiana, solo es introducida en la filosofía social y política, de forma implícita, por
Hobbes y explícitamente por Montesquieu y Locke. Este último dirá: “Quienquiera que
posea el poder legislativo o supremo de cualquier república, ha de gobernar mediante leyes
arraigadas y estables, conocidas y promulgadas por el pueblo y no mediante decretos
improvisados...”27
El espacio público servirá a la imposición de una legislación basada en la
ratio. Locke vincula la ley dada a conocimiento público con un common consent, y
Montesquieu la reduce a raison humaine. Los fisiócratas relacionarán explícitamente a la
ley con la razón que se expresa mediante la opinión pública. Así, en el espacio público
burgués, la opinión pública llegará a ser la única fuente legítima de las leyes: “En el curso
del s. XVIII la opinión pública exigirá la competencia legislativa para unas normas que sólo
a ella deben el contenido polémico – racionalista.”28
Las mujeres y los económicamente dependientes están, fáctica y jurídicamente, excluidos
de la “publicidad política”; no obstante, el público lector femenino, así como los aprendices
y criados, pueden ocasionalmente participar más activamente en la “publicidad literaria”
que los propietarios y padres de familia.
Para los estamentos ‘ilustrados’, agrega Habermas,”la publicidad [digamos, la noción de
espacio público] aparece en la autocomprensión de la opinión pública como una e
indivisible”. Esto es así en la medida en que ella apela a un auditorio racional
universalizable: “Tan pronto como las personas privadas no solo dialoguen qua hombres,
27
Locke: Dos tratados sobre el gobierno civil, citado por Habermas (1962), p. 90. 28
Idem, p. 90. “En ese sentido declaran los fisiócratas que sólo la opinión pública conoce el orden natural y lo
hace visible para que pueda el monarca ilustrado convertirlo, en forma de norma general, en fundamento de su
acción. Por ese camino ha de converger la dominación con la razón”. (Idem, p. 91)
sino que quieran también, qua propietarios, intervenir en el poder público de acuerdo con
sus intereses comunes, servirá la Humanität de la publicidad literaria [opinión pública
ilustrada] a la eficacia de la publicidad política [opinión pública política]”29
.
Con Humanität, se refiere Habermas a la ideología de la Ilustración, compartida por esta
opinión publica política desde el siglo XVIII. Desde esta perspectiva ideológica, esta
“publicidad burguesa” acabará basándose en la identidad ‘ficticia’ (idealmente configurada)
de las personas privadas reunidas en calidad de público, en sus dos roles de propietario y
hombre; “especialmente cuando las personas privadas reúnen las dos características de
propiedad e instrucción”.30
Esta figura de la opinión publica burguesa contribuyó a la
emancipación de la sociedad burguesa respecto del reglamento mercantilista y, en general,
respecto del Antiguo Régimen. Esto fue posible en tanto que la opinión pública burguesa
“volvió el principio de la publicidad contra las autoridades establecidas”, y pudo hacer
converger desde su inicio “la función objetiva de la publicidad política con la
autocomprensión adquirida mediante las categorías de la publicidad literaria”, y pudo
además compaginar “el interés del propietario privado con la libertad individual”31
.
En el mundo anglosajón, el nexo entre la opinión pública literaria y la política en la opinión
burguesa se muestra con las figuras como Defoe, Pope y Swift. Defoe, considerado el
primer periodista, defenderá en su periódico la causa de los whigs, “haciendo por primera
vez del ‘espíritu partidario’ un public spirit”32
.
29
Habermas, 1962, p. 92. 30
Idem, p. 92. 31
Habermas, 1962, p.p. 92-93. “La fórmula básica de Locke consistente en la preservation of property
subsume sin preocupaciones, bajo el capítulo ‘propiedad’, life, liberty and estate (...) así de fácil resultaba
entonces identificar emancipación política y emancipación ‘humana’” (Idem, p.93). 32
“La Review de Defoe, el Observator de Tutchi y el Examiner de Swift son discutidos en clubs y casas de
café, en el hogar y en la calle (...) En hombres como Pope, Gay, Arbuthnot y Swift se da una conexión de
A mediados del siglo XVIII se ha consolidado un ‘periodismo editorial’, que hará
competencia, en los periódicos, a la parte dedicada a las noticias. Según Karl Bücher: “Los
periódicos pasaron de ser meros lugares de publicación de noticias a ser también portavoces
y guías de la opinión pública, medios de lucha de la política partidista”33
Es así como la
empresa periodística introdujo en su organización interna la sección de redacción, como
instancia mediadora entre la recopilación de noticias y su publicación, y el editor paso de
ser “un vendedor de noticias frescas” a ser “un comerciante de la opinión pública”, dice
Bücher34
.
Habermas aclara que los editores aseguraban la base comercial de los periódicos, sin
volverlos absolutamente comerciales. Los articulistas llegaron a ser los críticos de la moral
social de la época, y los escritores “se sirvieron del nuevo instrumento de la prensa
periodística para dotar a su raciocinio, intencionadamente pedagógico, de eficacia
publicística” De allí que se hable de este período como el de un “periodismo de
escritores”35
.
En el apogeo de esta forma de periodismo, la opinión editorial llega a primar sobre el
interés económico36
: “En la fase en que la publicidad se impone como publicidad
políticamente activa, conservan también las redacciones de las empresas periodísticas
editorialmente consolidadas, el tipo de libertad que caracterizaba a la comunicación de las
personas privadas reunidas en calidad de público”37
La prensa, entonces, no era ya un mero
literatura y política comparable a la unión de literatura y periodismo encarnada por Addison y Steele”
(Habermas, 1962, p. 96). 33
Karl Bücher (1917), citado en Habermas, 1964, p.5 34
K. Bücher, 19179, en Habermas, 1962, p. 210. 35
Idem, p. 210. 36
“La prensa de opinión... como institución de la discusión del público, se preocupa primariamente por
afirmar su función crítica; y así, el capital de la empresa se convierte en asunto secundario, si es que llega a
invertirse con fines de valorización.” Habermas, 1962, p. 212. 37
Idem, p.211.
medio para la circulación de información, pero tampoco era aún un instrumento de la
cultura del consumo: “La prensa, surgida del raciocinio del público y constituida como
mera prolongación de la discusión del mismo, sigue siendo por completo una institución de
ese público a modo de mediador y vigorizador”38
Los periódicos surgen como una institución del público y muestran su eficacia en la
“transmisión y magnificación de la discusión pública”. Son el lugar en el que la gente
privada, por medio de la lectura, se transforman en seres públicos.39
Para 1735, en Inglaterra, la prensa se ha convertido en el “órgano crítico de un público
políticamente raciocinante”, se convierte en un fourth state, en un cuarto poder. (Habermas
1962, p. 97), que ejercerá funciones de control político.
En 1789, los periódicos parisinos dieron cuenta de los comités políticos más
insignificantes, en 1848, cualquier político importante creó su club o su periódico: “Durante
el proceso de legitimación del espacio público político, la publicación de un periódico
significaba el compromiso en la lucha no sólo por la libertad de expresión, sino por los
espacios de libertad de la opinión pública”.40
En 1972 se habla por primera vez en el Parlamento Británico de ‘opinión pública’ en
sentido estricto41
: fue en un discurso de Fox ante la Cámara de los Comunes. Dice Fox que
es prudente consultar a la opinión pública y que se debe retirar un proyecto público que sea
rechazado por esta; “pero, agrega Fox, una cosa es clara: que yo debo dar al público los
38
Idem, p. 211. 39
Habermas 1964, p. 5. 40
Habermas 1964, p. 5 41
En 1843, dos años después de la primer Reformbill, con ocasión de la reconstrucción del Parlamento, se
instalaron tribunas en él para los informadores. El Reformbill había convertido al Parlamento, durante tanto
tiempo, criticado por la opinión pública, en un órgano de ésta. (HCOP, p. 98)
medios para formarse una opinión”42
. La educación y la información serán esos medios
adecuados para que el público se forme una opinión fundamentada.
En el umbral del siglo XIX el raciocinio político público tenía ya un papel de permanente
comentarista crítico, convirtiéndose en el interlocutor oficial de los diputados (función que
antes era exclusiva del Parlamento).
En la Francia de mediados del siglo XVIII, la crítica se ocupa de religión, literatura y arte;
sólo con la Enciclopedia aparece una crítica filosófica que pasa desde la moral a la política.
En el enfrentamiento de la opinión pública política con el poder, se busca “reconducir la
volutas (voluntad) a ratio (razón), ratio que se elabora en la concurrencia pública de
argumentos privados en calidad de consenso acerca de lo prácticamente necesario en el
interés universal 43
. En la Constitución de 1791 se señala: “la libre expresión de ideas y
opiniones es una de los más preciados derechos de los hombres. Por consiguiente, todos
pueden hablar, escribir e imprimir libremente ateniéndose a la ley”44
. La Constitución de
1793 agregará: “El derecho a manifestar las propias ideas y opiniones a través de la prensa
o de cualquier otro modo, (...) no puede ser conculcado”.45
Los derechos fundamentales establecidos en la Constitución expresan las funciones del
espacio público así:
- Los derechos de libertad de opinión y expresión, libertad de prensa, libertad de
asociación y reunión, etc. se relacionan con la esfera del público raciocinante.
- El derecho de petición y el derecho al sufragio y al voto establecen la función política
de las personas privadas en el espacio público.
42
HCOP, p. 98 43
Para Habermas, esto equivale a invertir la sentencia de Hobbes, verittas, non auctoritas facit legem (la
verdad y no la autoridad, hace la ley). HCOP, p. 118. 44
HCOP, p. 107. 45
Un edicto de la Comuna de París denunciará a los enemigos de la Revolución como “emponzoñadores de la
opinión pública” y requisó su prensa. En febrero de 1800 Napoleón suprimirá la libertad de prensa.
- Los derechos a la libertad personal, la inviolabilidad de domicilio, etc. tienen que ver
con el status de libertad individual basado en la esfera íntima de la familia patriarcal.
- Los derechos de igualdad ante la ley, protección de la propiedad privada, etc. están en
conexión con el tráfico de los propietarios privados en la esfera de la sociedad
burguesa.
En síntesis, los derechos fundamentales garantizan:
1) Las esferas de lo público y lo privado (con la esfera íntima como su núcleo central).
2) Las instituciones e instrumentos del público, por una parte (prensa, partidos), y la base
de la autonomía privada (familia y propiedad) por otra.
3) Las funciones de las personas privadas, sus funciones políticas como ciudadanos y sus
funciones económicas como poseedores de mercancías.46
Con Kant aparece la opinión pública como principio mediador entre política y moral. Kant
entiende a la opinión pública como principio de ordenación jurídica y como método de
ilustración. En su famosa “Respuesta a la pregunta ¿qué es la ilustración?” dirá: “Es difícil
para todos los hombres, considerados individualmente, esforzarse por salir de la minoría de
edad [...] Pero es más posible que un público se ilustre a sí mismo; con sólo que se le deje
en libertad, es casi inevitable”. Habermas dirá por ello que “en la concepción ilustrada el
pensar por sí mismo parece coincidir con el pensar en voz alta, exactamente igual que el
uso de la razón equivale a su uso público”.47
En la Crítica de la Razón Pura, Kant había asignado al consenso público entre los
participantes la función de control pragmático de la verdad: “La piedra de toque de lo
46
HCOP, p. 118 47
HCOP, p. 138.
tenido por cierto, ya se trate de convicción, ya de mera persuasión, es, externamente, la
posibilidad de comunicarlo y de que todo hombre de razón lo halle valido”48
.
D. Del público lector al público consumidor de cultura
En los cien años que siguieron al apogeo del liberalismo clásico, el “capitalismo
organizado” disolvió la relación originaria entre la esfera pública y la esfera privada,
desfigurando los perfiles de la opinión pública burguesa: “Dos tendencias dialécticamente
enfrentadas simbolizan la decadencia de la publicidad [espacio público]: ésta penetra cada
vez en más esferas de la sociedad y, al mismo tiempo, pierde su función política, a saber: la
sumisión de los estados de cosas hechos públicos al control de un público crítico”49
En el
lugar de la opinión pública literaria aparece el ámbito pseudopúblico del consumo
cultural50
: “Cuando las leyes del mercado (...) penetran también en la esfera reservada a las
personas privadas en su calidad de público, el raciocinio tiende a transformarse en
consumo, y el marco de la comunicación pública se disgrega en el acto, siempre
uniformizado, de la recepción individual.”51
Las nuevas formas de socialización burguesa conllevaron “la abstinencia de todo raciocinio
literario y político”. El cine, la radio y la T.V. ya no exigen un público que discuta: “junto a
la pérdida de la forma privada de la apropiación [por el público lector], desaparece también
la comunicación pública acerca de lo apropiado”52
. En el siglo XX la conversación es
organizada en la forma de foros académicos, mesas redondas, debates televisados, etc. Así,
48
Citado en Habermas, 1962, p. 138. 49
HCOP, p. 171. 50
HCOP, p. 189. 51
HCOP, p. 190. 52
HCOP, p. 192.
la conversación se hace formal y cobra la forma de mercancía: “El raciocinio así
organizado cumple, ciertamente, importantes funciones psicosociológicas, sobre todo la de
aquietado sustituto de la acción; su función publicística es crecientemente socavada. El
mercado de bienes culturales se hace, en la forma ampliada del mercado del tiempo de ocio,
con nuevas funciones”53
. Surge entonces la llamada “cultura de masas” que se adecua a las
necesidades de distracción y diversión de grupos de consumidores con un nivel de
instrucción relativamente bajo. Anota Habermas que, mientras que el contacto con la
cultura forma, “el consumo de la cultura de masas no deja huella alguna; proporciona un
tipo de experiencia que no es acumulativa, sino regresiva”.54
Se trata de la destrucción del
público lector culturalmente raciocinante a través del público-masa de los consumidores.55
Los mismos periódicos aligeran sus contenidos y aumentan las imágenes. Hacen una
cuidadosa predisposición del material (predigesting) y “el raciocinio desaparece tras el velo
de las decisiones sobre la selección y presentación del material”. Las noticias políticas o
con implicaciones políticas, llamadas “noticias de efecto retardado”, son desplazadas por
las “noticias de efecto inmediato”: comics, accidentes, desastres, deportes, recreación,
eventos sociales, corrupción, etc. Los periódicos (y los medios audiovisuales después)
incitarán más al “consumo impersonal de estímulos apaciguadores” que a guiar e instruir el
uso público de la razón. La radio, el cine y la televisión harán desaparecer gradualmente la
distancia que mantiene el lector respecto a la letra impresa (distancia que preparaba para el
intercambio público de opiniones sobre lo leído). Los nuevos medios transforman la forma
de comunicación: Están diseñados para impedir la réplica del receptor (don’t talk back). En
53
HCOP, p. 193. 54
HCOP, p. 195. 55
En los años 80 del siglo XIX surge el nombre de “prensa amarilla” (o “periodismo amarillista”) aplicado a
la prensa sensancionalista que incluía cómics de color amarillo. Este tipo de prensa logró una maximización
de las ventas despolitizando el contenido. (HCOP, p.197)
vez del raciocinio de un público lector aparece el “intercambio de gustos e inclinaciones”
de los consumidores.56
En la conciencia del público consumidor, el espacio público “se privatiza”: el espacio
público aparece como la esfera en la que adquieren notoriedad las vidas privadas de los
llamados personajes públicos. Las mismas decisiones políticas tienden a ser presentadas de
forma personalizada: “el sentimentalismo respecto de las personas”, paralelo con el
“cinismo respecto de las instituciones”, contribuyen a limitar la capacidad de raciocinio
crítico de los sujetos frente al poder público.57
La disolución de la opinión pública literaria ha implicado que el público se escinda en las
minorías de especialistas que ya no razonan para el público (entregados a las elevadas
abstracciones del arte, las letras o la filosofía), por un lado, y la gran masa de consumidores
pasivos, por el otro.
La opinión pública crítica es desplazada por la propaganda y la publicidad manipuladora. El
debate político es sustituido por una política plebiscitaria, el público mediatizado es
solicitado para que “aclame públicamente” a aquellos que ejercerán el poder.58
La
notoriedad pública se logra mediante una aclamación en un clima de opinión no pública.59
En la prensa, los departamentos de relaciones públicas camuflarán los intereses comerciales
de la empresa, asumiendo el rol de alguien que está interesado en el bien público;
fabricarán un consenso (“engineering of consent”) que harán pasar por “opinión pública”:
56
HCOP, p. 199. Agregar cita #72 p. 315-316. 57
HCOP, p. 200. 58
HCOP, p. 207. 59
HCOP, p. 227.
“Al consensus producido bajo el señuelo de un public interest fingido por refinados
opinion-molding services [mecanismos moldeadores de la opinión] le faltan los criterios de
lo razonable”. Mientras que la opinión pública significaba desnudar al poder político
mediante el raciocinio crítico, la “publicidad” de los relacionistas públicos recobra
características del poder político feudal, de la “opinión pública representativa”, basada en el
“prestigio personal”.
En el Estado social, las organizaciones y partidos políticos asumen la función de “legitimar
la presión social ejercida sobre el poder estatal” y se proponen el objetivo de transformar
los intereses privados de muchos individuos en un interés público común; son instrumentos
de la formación política de la opinión y de la voluntad colectiva. Pero, dado que los
partidos no están en manos del público, sino en las de aquellos que controlan el aparato del
partido, aquellos están en condiciones de manipular a la opinión pública, sin estar obligados
a dejarse controlar por ella.60
Es así como la “notoriedad pública” pierde su función crítica
y adquiere una función “representativa”, en la cual “los argumentos son tratados como
símbolos a los que no puede responderse con argumentos sino con identificaciones”.61
La
“publicidad políticamente raciocinante” es desplazada por la “publicidad despolitizada de
un público mediatizado cuya expresa aclamación, o cuya silenciosa tolerancia, es recabada
por una notoriedad pública manipulativa o “representativamente” desarrollada “desde
arriba”.62
60
HCOP, p. 226. 61
HCOP, p. 233. 62
HCOP, p. 324.
Habermas considera que la idea (o ideal) de “publicidad” (o espacio público) de la
democracia de masas del Estado social sigue siendo la misma que institucionalizó el Estado
burgués de derecho. Este ideal consiste en lograr la racionalización del dominio (político)
en el ambiente creado por el raciocinio público. Pero este ideal solo se puede realizar
actualmente mediante la racionalización del ejercicio del poder, con el control recíproco de
organizaciones que expresan pluralidad de intereses sociales, en el espacio público.63
Pero la sociedad actual está lejos de satisfacer este interés. Habermas se vale de los estudios
de la conducta electoral de la población, para mostrar el funcionamiento de una opinión
fabricada, que él llama opinión no pública, y que se escuda tras las “ficciones liberales de la
publicidad burguesa”. El Estado social administra, distribuye y asiste a un ciudadano cuyos
intereses políticos menguan y se hace un mero sujeto receptor que se limita a exigir
asistencia estatal y rara vez tiene la oportunidad de opinar públicamente y ser escuchado o
de incidir en la toma de decisiones. La participación política de este sujeto-receptor tiende a
ser nula.
Como mostró el estudio publicado por Katz y Lazarsfeld en 1955 (Personal Influence): “La
corriente de opinión política tiende a fluir verticalmente desde los grupos de estatus más
altos a los grupos cada vez más bajos (...) los lideres de opinión están, en general, en una
posición más desahogada, son más cultos y disponen de una posición social mejor que la de
los grupos sobre los que influyen”.64
Las discusiones políticas de los ciudadanos se limitan
a la familia, el pequeño grupo, los amigos o el vecindario, que tienden a constituir un clima
63
HCOP, p. 236. 64
HCOP, p. 239.
de opinión homogéneo, basado en las actitudes y prejuicios arraigados que conforman un
“consensus” ficticio, sustraído a la discusión pública.65
La cultura de consumo fomenta una ideología de conformidad, resignación o aceptación
fatalista de las circunstancias, dentro de un sistema de hábitos inducido desde afuera. Como
lo dijo Adorno: “Si quisiera compendiarse en una frase la finalidad propiamente dicha de la
ideología de la cultura de masas, habría que referirse a ella como parodia de la frase
“conviértete en lo que eres”: como abusiva reduplicación y legitimación de la situación
existente, con embargo de toda trascendencia y crítica”.66
Esta “opinión pública” manipulada, más que como opinión pública funciona como un
plebiscito de aclamación. El índice de popularidad le da a un gobierno la medida del control
que ejerce sobre esta opinión no-pública, o del grado de promoción publicitaria del que está
necesitado.67
Esta forma plebiscitaria de la opinión exige que los notables hagan verdaderas
concesiones a las expectativas de la población; pero, aun en un gobierno dispuesto a
corresponder a los deseos de la opinión público, “no se cumplirían las condiciones
necesarias para una formación democrática de la opinión y la voluntad”, pues aún falta allí
la autonomía y la racionalidad que ella supone.68
Las opiniones no-públicas (inclinaciones,
deseos, sentimientos) no se forman en una polémica consciente sobre los estados de cosas,
ni en discusiones que sopesen los pros y las contras en un diálogo sostenido públicamente.
De este modo, “el público de ciudadanos desintegrado como público, llega a estar
65
HCOP, p. 240. 66
Citado en HCOP, p. 241-242. 67
HCOP, p. 243. 68
HCOP, p. 244.
mediatizado por los instrumentos publicísticos que puede ser solicitado para legitimar
compromisos políticos sin que sea capaz de participar en decisiones efectivas, de participar
en el sentido pleno del término”.69
La transformación del Estado liberal de derecho en Estado social de derecho implicó un
empuje al principio del espacio público: su mandato se extendió de los órganos estatales a
todas las organizaciones sociales. Habermas considera que sólo el fortalecimiento de un
público de personas privadas organizadas “podría participar efectivamente en un proceso de
comunicación pública, valiéndose de los canales de publicidad interna a los partidos y
asociaciones. (...). El establecimiento de compromisos políticos tendría que legitimarse ante
ese proceso de comunicación pública”.70
El espacio público en el Estado social está marcado por dos tendencias:
a) Por un lado, la “notoriedad pública ‘representativa’ y manipulativa, desarrollada sobre
las cabezas de un público mediatizado; b) Por otro lado, y como continuidad del Estado
liberal de derecho, una opinión pública políticamente activa, en la cual el público mediado
por las organizaciones debe poner en marcha un proceso crítico de comunicación pública.
La medida en que esta segunda tendencia logre imponerse sobre la primera será el índice
del grado de democratización del Estado social, es decir, del grado de racionalización del
ejercicio del poder político y social.71
69
HCOP, p. 247. 70
HCOP, p. 257. 71
HCOP, p. 257.
La creciente burocratización del Estado ha llevado a que las actividades de los especialistas
se sustraigan a la crítica de la opinión pública. De allí que una opinión pública
políticamente activa presuponga minimizar las decisiones burocráticas y relativizar los
conflictos estructurales de intereses mediante el logro de un consenso sobre criterios
generales y obligatorios reconocibles como interés general. Sólo así se lograría neutralizar
el poder y racionalizar el dominio mediante la discusión pública.72
(E) Conclusión sobre el concepto de opinión pública
El concepto de “opinión pública” puede significar dos cosas distintas con funciones
contrapuestas y claramente distinguibles:
a) Una instancia crítica de la notoriedad pública del poder político y social, o
b) Una instancia receptiva de la notoriedad pública “representativa” y manipulativa de
personas, instituciones, bienes de consumo y programas.
Sólo la primera corresponde efectivamente a la opinión pública, la segunda es realmente
una opinión no pública, una ficción institucional.
Los intentos por definir el concepto de opinión pública en el siglo XX siguen dos caminos:
el primero sigue la posición liberal que busca “salvar un público raciocinante en el
ambiente del público meramente aclamativo”. Aquí se tiene en cuenta el punto de vista de
los “ciudadanos relativamente mejor informados, más inteligentes y de mayor rectitud
72
HCOP, p. 258-260. Nota 131, p. 332: “...Desde que Wilson recurrió a la opinión pública internacional como
medio de sanción de la federación de pueblos (...) los gobiernos se han visto obligados a tomar – cuando
menos propagandisticamente – en consideración a la opinión pública mundial: la “paz”, tal como se define,
parece hoy haberse convertido en el tópico central de una opinión pública internacional (...) hoy como nunca
está la idea de la paz adherida al principio de publicidad”, cuyo fin sigue siendo “la liquidación del estado de
naturaleza (...) entre los hombres”.
moral”73
, pero esto implica sacrificar el momento de la universalidad. El segundo camino
se atiene a criterios institucionales y equipara la opinión pública con la concepción
dominante en el Parlamento (o en la “clase política”). Así lo presenta Fraenkel: “valiéndose
de la discusión parlamentaria, la opinión pública hace llegar al gobierno sus deseos y, a su
vez, el gobierno pone a la opinión pública en conocimiento de su política”74
. Leibholz
corrige esta formulación afirmando que los sujetos políticamente activos serían los partidos
en sus roles de gobierno y oposición: “la voluntad de los partidos coincide con la de la
ciudadanía activa, de modo que el partido en cada caso mayoritario representa la opinión
pública”, así la opinión no-pública sólo adquiere credenciales de “pública” en la
elaboración que de ella hacen los partidos. Esta vía hace de la opinión pública un concepto
neutro, pues no se sabe si procede de la comunicación pública o de la mediatización que de
ella hacen los partidos.
Tal neutralización de la opinión pública también aparece cuando se la estudia como un
concepto sociopsicológico que expresa las “actitudes” de las masas o los grupos y se la
hace neutral con respecto a la diferenciación entre comunicación racional y conformidad
irracional. Dicho enfoque califica a la opinión pública como una posible resistencia de
fricción a la práctica del Gobierno y la Administración, “una resistencia que puede ser
diagnosticada por la investigación de opinión y manipulada utilizando los medios
adecuados”75
. En estos análisis “la opinión pública ya no está vinculada ni a reglas de
discusión pública o a formas de verbalización, ni debe ocuparse de problemas políticos, o
73
HCOP, p. 263. 74
Citado en HCOP, p. 263. 75
HCOP, p. 268.
dirigirse a instancias políticas”76
. Se habla entonces de la “opinión pública” como un
concepto comparativo, de un grado de publicidad medible empíricamente.
En este modelo se oponen: por un lado el sistema de las opiniones informales, personales,
no-públicas; y por el otro, el sistema de las opiniones formales, institucionalmente
autorizadas. En el primer sistema es posible distinguir distintos grados de obligatoriedad de
las opiniones informales: desde las evidencias culturales no discutidas (opiniones
espontáneas, prejuicios), pasando por las opiniones que resultan de las experiencias
personales, hasta las evidencias culturales discutibles de la industria cultural y la
propaganda (relativas al consumo de las personas en sus tiempos de ocio y que señalan sus
gustos e inclinaciones). En el segundo sistema, las opiniones institucionales tienen un
carácter cuasi-público, pues están constituidas por comunicados, declaraciones, discursos,
notificaciones, que circulan a través de la gran prensa y van dirigidos al gran público, pero
no surgen de una deliberación pública. Es decir, no cumplen con los requisitos de un
raciocinio público, según el modelo liberal. Se trata aquí de una “notoriedad pública”
desarrollada de forma “representativa” o manipulativa, pues “una opinión pública, en el
sentido estricto de la palabra sólo puede producirse en la medida en que los ámbitos
comunicativos (formales e informales) sean mediados por el ámbito de una notoriedad
pública crítica” (272).
Puesto que no se da una opinión pública como tal – aunque existan tendencias aisladas
hacia su formación- esta sólo podrá definirse comparativamente. Esto es, se podrá sopesar
el “grado de publicidad” de una opinión según la medida en que provenga de una
“publicidad” interna de las organizaciones y por la magnitud que alcance esa publicidad en
76
HCOP, p. 268.
el tráfico vehiculado por los medios de comunicación de masas, entre las organizaciones
sociales y las instituciones estatales (273).
Ch. W. Mills estableció una distinción entre público y masa que le sirve a Habermas para
precisar su análisis de las dos vías de la opinión pública. Según Mills, en un público:1) el
número de personas que expresan opiniones puede ser igual al número de personas que las
reciben, 2) se puede replicar cualquier opinión expresada en público, 3) la opinión que
surge de la discusión se traduce en una acción eficaz (aún contra la autoridad imperante), y
4) las instituciones con autoridad no penetran en el público, que sigue siendo más o menos
autónomo. Por el contrario, en una masa: 1) el número de personas que expresan opiniones
es mucho menor que el número de las que reciben (especialmente por los mass media);
2) Es difícil o imposible que el individuo pueda replicar inmediatamente o con eficacia; 3)
la transformación de la opinión en acción es controlada por las autoridades que la
organizan, controlan y canalizan, 4) La masa no es autónoma con respecto a las
instituciones autorizadas. De aquí Habermas concluye que “sólo es posible construir el
contexto comunicativo de un público en las condiciones de una democracia de masas del
Estado social, mediando el ciclo de la opinión “cuasi-pública” con el ámbito comunicativo
informal mediante una notoriedad pública crítica avivada por las publicidades internas de
las organizaciones”77
. Sólo así se modificarán las formas hoy dominantes del ejercicio y la
compensación del poder, es decir, el consenso y el conflicto. Dado que el conflicto y el
consenso son indicadores analíticos del grado de estabilidad de la dominación y del poder,
sólo un método efectivo de controversia pública podría relajar las formas coercitivas del
conflicto, que hasta la actualidad no han sido objeto de debate público.
77
HCOP, p. 274.