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HOMILÉTICA Por Antonio Rivero Cómo mejorar la predicación sagrada São Paulo, 25 de enero de 2013 (Zenit.org ) Predicación sagrada Queridos amigos sacerdotes: Agradezco a Zenit la oportunidad de colaborar con un grano de arena en la formación sacerdotal en este campo de la Predicación Sagrada, tan importante hoy día. Hoy iniciamos este curso que con alegría y placer quiero compartirles, fruto de mi formación, primero como profesor de oratoria durante más de 30 años, y después, con la experiencia que Dios me ha concedido durante estos 26 años de sacerdote yendo por estos mundos de Dios predicando, llevando y explicando la Palabra de Dios. Todos los años tengo la gracia de predicar al mundo latino de los Estados Unidos. También Colombia, Venezuela, Bolivia y Perú, además de Brasil, han podido oír mi voz. Y para ser más claro en esta presentación de mi curso, les dejo unos puntos para que queden grabados en el gran tesoro de la memoria: Toda nuestra vida como sacerdotes será predicar. Hay varias formas de predicar: la oración, el sacrificio, el testimonio personal, el ministerio de los sacramentos y el ministerio propiamente dicho de la predicación sagrada. La predicación sagrada u oratoria sagrada no es una técnica para vender nuestra “mercancía” de Dios. Esto sería una especie de profanación de la Palabra de Dios. Así hacen algunas sectas protestantes que se preparan en los resortes psicológicos de la oratoria para ganar adeptos y sacar dinero. Esto no se debe dar entre nosotros, ministros y predicadores de los Misterios de Dios. Nadie quiere tener un auditorio dormido, bostezando, disgustado…a la hora de la predicación. Queremos un auditorio que disfrute y esté bien dispuesto para nuestra predicación. Para esto, hay que saber predicar bien. No sólo predicar. Se trata de predicar bien, pues no siempre tendremos gente que por caridad nos soporta, nos aguanta y nada nos dice sobre nuestra predicación. Les ofrezco este curso de Predicación Sagrada fruto de mi experiencia como predicador durante mis 26 años de ministerio sacerdotal. Doce de esos años, prediqué diariamente en la parroquia de Buenos Aires; además de dar charlas, triduos, retiros y ejercicios espirituales que ofrecía a hombres y mujeres. Son consejos que a mí me han ayudado. Ojalá que también a ustedes les ayuden, queridos sacerdotes. Introducción general I. Primero unos presupuestos: 1

HOMILÉTICA - zenit 2013

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HOMILÉTICAPor Antonio Rivero

Cómo mejorar la predicación sagrada

São Paulo, 25 de enero de 2013 (Zenit.org) Predicación sagrada

Queridos amigos sacerdotes: Agradezco a Zenit la oportunidad de colaborar con un grano

de arena en la formación sacerdotal en este campo de la Predicación Sagrada, tan importante

hoy día.

Hoy iniciamos este curso que con alegría y placer quiero compartirles, fruto de mi formación,

primero como profesor de oratoria durante más de 30 años, y después, con la experiencia que

Dios me ha concedido durante estos 26 años de sacerdote yendo por estos mundos de Dios

predicando, llevando y explicando la Palabra de Dios. Todos los años tengo la gracia de

predicar al mundo latino de los Estados Unidos. También Colombia, Venezuela, Bolivia y Perú,

además de Brasil, han podido oír mi voz.

Y para ser más claro en esta presentación de mi curso, les dejo unos puntos para que

queden grabados en el gran tesoro de la memoria:

Toda nuestra vida como sacerdotes será predicar.

Hay varias formas de predicar: la oración, el sacrificio, el testimonio personal, el ministerio

de los sacramentos y el ministerio propiamente dicho de la predicación sagrada.

La predicación sagrada u oratoria sagrada no es una técnica para vender nuestra

“mercancía” de Dios. Esto sería una especie de profanación de la Palabra de Dios. Así hacen

algunas sectas protestantes que se preparan en los resortes psicológicos de la oratoria para

ganar adeptos y sacar dinero. Esto no se debe dar entre nosotros, ministros y predicadores de

los Misterios de Dios.

Nadie quiere tener un auditorio dormido, bostezando, disgustado…a la hora de la

predicación. Queremos un auditorio que disfrute y esté bien dispuesto para nuestra

predicación. Para esto, hay que saber predicar bien. No sólo predicar. Se trata de predicar

bien, pues no siempre tendremos gente que por caridad nos soporta, nos aguanta y nada nos

dice sobre nuestra predicación.

Les ofrezco este curso de Predicación Sagrada fruto de mi experiencia como predicador

durante mis 26 años de ministerio sacerdotal. Doce de esos años, prediqué diariamente en la

parroquia de Buenos Aires; además de dar charlas, triduos, retiros y ejercicios espirituales que

ofrecía a hombres y mujeres.

Son consejos que a mí me han ayudado. Ojalá que también a ustedes les ayuden, queridos

sacerdotes.

Introducción generalI. Primero unos presupuestos:Ser consciente de que somos ministros de la Palabra desde el bautismo, y después se

agrava esta responsabilidad y tarea el día de nuestra ordenación sacerdotal. Por eso debemos leerla, meditarla, rumiarla durante toda nuestra vida. Debemos hacerla propia, revestirnos de esa Palabra, encarnarla en nuestra vida. Sólo así la transmitiremos fielmente, sin cortes, sin menguas, sin oscurecerla ni rebajarla.

Ser consciente de que es Dios quien convierte a las almas, no nosotros. Pero Él se sirve de nosotros como canales, altavoces, acueductos y ministros de su Palabra para iluminar

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las mentes, caldear los corazones y mover las voluntades para que amen a Dios y cumplan sus mandamientos. Por eso, debemos estar bien preparados en este campo de la predicación de la Palabra. Todos nuestros estudios humanísticos, filosóficos, teológicos, pedagógicos…tienen como término final nuestra predicación, sea escrita (libros, artículos…), sea oral (homilías, retiros, congresos, charlas…). Estudiamos para estar mejor preparados a la hora de nuestra predicación sagrada, no por prurito de vanidad, sino porque esa Palabra de Dios merece ser tratada y anunciada con dignidad, claridad y unción.

Ser consciente de que la Palabra de Dios está destinada a germinar, a crecer y a dar fruto en el alma de los hombres. Por sí misma, la Palabra tiene toda la potencia de entrar en el corazón del hombre y convertirle. ¿Entonces dónde está el fallo? Una de dos: o en el que predica, que no lo sabe hacer, o en el campo –el alma- que recibe esa Palabra predicada. Que al menos no sea por nuestra culpa como predicadores sagrados. Si el corazón de los hombres se cierra como nos narra Cristo en la parábola del sembrador por culpa de las piedras, de las espinas, de la superficialidad (cf. Mateo 13: parábola del sembrador)…ahí está el desafío de un buen predicador: ayudar a que esas almas se abran a la Palabra. ¿Y qué recurso tiene además de la oración y el sacrificio? ¡La predicación bien preparada, incisiva, respetuosa, profunda, clara, motivadora y bien pronunciada!

II. Después, unos consejos prácticos:Conocer el auditorio, es decir, las almas a las que vamos a predicar. Conocer la

idiosincracia de esas personas, sus cualidades, sus debilidades, sus problemas, su modo de ser. A eso la Iglesia llama “inculturación”. No es lo mismo el español que el brasileño; ni el francés que el norteamericano, el alemán que el africano…Hay que hablar con el lenguaje de las almas, hacernos todo a todos para ganarlos para Cristo, como san Pablo (cf. 1 Co 9, 20-22). No podemos ir a Latinoamérica con categorías europeas. ¡Simplemente no nos entenderán! O peor, ¡nos rechazarán! “Mañana te oiremos”.

Preparar bien cada predicación, sin improvisar, dejándolo todo para última hora. La predicación no es algo que hagamos a título personal. ¡No! Lo hacemos en nombre de la Iglesia. Es la Iglesia quien en ese momento explica la Palabra de Dios, a través del predicador sagrado. Por tanto, preparar la predicación desde la oración personal. Pero también leyendo comentarios de Papas, de autores espirituales bien sólidos y probados, acerca de esos textos litúrgicos o sobre ese tema del que predicaremos. Los mejores comentarios que existen a los evangelios son LOS SANTOS PADRES. Tenemos que leerlos mucho y siempre. Son siempre actuales. Son un auténtico tesoro por descubrir todavía. Ejemplo de esto es el Papa Benedicto XVI. Por eso son tan profundas sus predicaciones, al tiempo que tan sencillas.

Ser ordenado y estructurado en las ideas de la predicación: hoy debemos dar solamenteuna idea en la homilía o en la plática, y desarrollar esa idea en dos o tres aspectos. Pero solamente una idea. Sólo así el oyente saldrá con una idea bien aprendida y tratará de vivirla en su día a día. De las tres lecturas dominicales se puede sacar perfectamente una sola idea, desarrollada en dos o tres aspectos. P.e. una homilía con la liturgia de un domingo: Dios nos invita a la conversión (única idea, sacada del evangelio); esa conversión supone reconocernos pecadores (primer aspecto de esa única idea, sacada tal vez de la primera lectura dominical o del salmo responsorial); esa conversión traerá como efecto la paz interior y la reconciliación con Dios (segundo aspecto de esa única idea, sacada tal vez de la segunda lectura dominical). Y ambos aspectos deben estar apoyados en los textos litúrgicos leídos. ¡Una sola idea! Quien habla de muchas ideas lo único que hace es dispersar al oyente y no saldrá con nada claro ni concreto. Quien dice muchas ideas está manifestando que no preparó a fondo la predicación.

Ser ingenioso a la hora de exponer la idea: esa idea tiene que estar presentada con alguna metáfora, imagen, novedad, un hecho o anécdota…Sólo así se graba más fácilmente

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en el alma del oyente, pues sonará a novedad y originalidad. En esto el cardenal vietnamita Van Thuan, que en paz descanse, era modelo. No ser aburridos con ideas ya trilladas y sin mordiente. Hay que ser atractivos. Esto no se logra con excentricidades ni con cuentitos ni haciendo reír, ¡no! Esto se logra habiendo meditado mucho y con profundidad en la Palabra de Dios. Y observando mucho el devenir humano.

Distinguir el modelo de predicación que se me pide y el lugar donde se da la predicación: primero, distinguir qué clase de predicación debemos dar, pues una cosa es predicar una homilía que una reflexión en una hora santa con Cristo Eucaristía ahí expuesto; distinta es una charla abierta en un auditorio que una meditación en un retiro; una cosa es predicar una conferencia a jóvenes y otra predicar a adultos o a niños o a sacerdotes. Y el lugar: porque una cosa es predicar en la capilla, otra cosa es predicar en un salón de estar o en un estadio o en una fábrica. Todo esto hay que tenerlo en cuenta a la hora de predicar.

Ser siempre expresivo: sin forzar el temperamento propio, sin querer ser el otro que es tal vez más apasionado y dinámico…pero hay que ser expresivo. Recordemos los tres elementos de toda predicación: fondo de ideas, forma concreta de esas ideas y expresión (ritmo y temperatura oratoria) de esas ideas. Hay que conjugar los tres elementos para que la predicación sea perfecta. Todo nuestro ser debe ser expresivo: voz, gestos, manos, cuerpo, ojos, sentimientos, emociones, silencio, interpelación y preguntas directas…No debemos ser acartonados, ni tener miedo ni hablar con voz apagada o monótona, o en abstracto o sin mirar al auditorio. Así se duerme la gente. Así odiarán las predicaciones, en vez de gozar de la predicación sagrada. Fides ex auditu, nos dice san Pablo, “la fe entra por el oído” (Rm 10, 17) .

Predicar a todo hombre y a todo el hombre: A todo hombre: al niño, al joven, al adulto, al anciano, al enfermo, al que sufre, al ignorante y al sencillo, al complicado y cuestionador…Y a todo el hombre: inteligencia, sentimientos, afectos, corazón, voluntad… Y la Palabra de Dios predicada tiene que “tocar” la existencia humana en todos los campos: personal, familiar, laboral, profesional, religioso... Por eso, el predicador tratará de aplicar esa Palabra de Dios y “hacerla caminar” por los vericuetos de la vida del oyente. El oyente durante la predicación debería decir: “¡Justo!, eso es lo que yo necesito, me viene a cuento lo que dice este predicador”. Es así cómo el oyente se dejará transformar por esa Palabra de Dios que el predicador supo bajar a la vida de ellos en concreto. Y de seguro que tendremos a esa persona en todas nuestras predicaciones porque nos entiende y entiende que la Palabra de Dios explicada es muy actual para su vida, y no algo del pasado o de museo.

Ser sencillo, respetuoso y positivo al predicar: no insistas tanto en lo que está mal. Presenta mucho más el bien que necesariamente atrae. No estamos en el siglo de cierta apologética agresiva, inflexible, estricta y un tanto altanera. Hoy hay que ganarnos a la gente con la bondad, con la sencillez, con el encanto y la gota de miel. Esto no significa que no digamos la verdad. Hay que presentarla, pero con bondad y respeto, para que atraiga. Cuando haya que decir algo fuerte, duro y negativo (p.e. los que viven juntos o divorciados y casados en segundas nupcias no pueden ni deben comulgar, etc…), hay que decirlo en tercera persona y nunca interpelar a la persona en cuestión. No decir: “Tú que estás juntado…no debes comulgar”. Sería muy ofensivo. Decir mejor: “Quien se encuentra en esa situación no debería acercarse a la comunión por estas razones…”. Y cuando es algo positivo, entonces sí, interpelar en segunda persona: “¡Qué bueno que fuiste generoso y fiel! Dios lo será también contigo”.

Sentir con la Iglesia en todo aquello que proponga para ese año: si es el año sacerdotal, no debería haber ninguna predicación durante el año sin hacer alguna mención a esa circunstancia…si es el año paulino, lo mismo. O el año dedicado a Jesucristo (1997), o al Espíritu Santo (1998), o a Dios Padre (1999), o el año de la Eucaristía (2000). O el año de la fe,

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en el que ahora estamos. No se puede ir en paralelo con la Iglesia. Los triduos de ese año y los ejercicios espirituales y los retiros, las homilías deberían estar enfocados y marcados por esa circunstancia eclesial. Esto es parte del “sentire cum Ecclesia”. Debemos ir al paso de la Iglesia. También en esto.

Sacar con frecuencia en las predicaciones aspectos y virtudes de los santos: los santos son hermanos nuestros que ya consiguieron lo que nosotros estamos buscando: la santidad de vida. Ellos nos dan ejemplo y nos dicen qué aspectos hay que practicar para agradar a Dios, crecer en las virtudes y alcanzar la salvación eterna, que es la gracia de las gracias. ¡Cuánto edifican las anécdotas de los santos! Cómprate libros de santos y léelos. Y así podrás poner en las predicaciones ejemplos maravillosos y edificantes de los santos en los temas que estás tratando en tu predicación.

Conclusión: Espero que estos consejos les sirvan para que su predicación sea cada día de calidad, para la gloria de Dios y la salvación de las almas. Esto es lo que a mí me ha ayudado. No sé si ayudará a todos, pues todos somos distintos.

----------------------------------------------------------El padre Antonio Rivero nació en Ávila en 1956. Fue ordenado sacerdote legionario de Cristo en Roma en 1986.

Es licenciado en Humanidades Clásicas, en Filosofía por la Universidad Gregoriana, y licenciado y doctor en Teología Espiritual por el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum en Roma. Ha escrito cinco libros de espiritualidad y ha grabado más de 200 CDs de formación católica. Da congresos y conferencias en Los Ángeles. Ofrece también cursos, retiros y ejercicios espirituales a laicos, religiosas y sacerdotes en Colombia, Perú y Brasil. Actualmente ejerce su ministerio sacerdotal como profesor de teología y oratoria, y director espiritual en el seminario Maria Mater Ecclesiae de Brasil.

Si desea hacer una pregunta o contactar al padre Rivero puede escribir a: [email protected].

Roma, 08 de febrero de 2013 

Hablemos ahora del predicador sagrado:catequista, diácono, sacerdote, obispo.

¿Qué debe hacer un predicador antes de predicar?En primer lugar, debe primero escuchar la Palabra de Dios, pues es ahí de donde “toda la

instrucción cristiana, y en puesto privilegiado la homilía, recibe de la Palabra de la Escritura alimento saludable y por ella da frutos de santidad” (Concilio Vaticano II, Dei Verbum 24). Puede seguir estos pasos:

Tomar el texto bíblico y leer: Debe ser una lectura en la fe y desde la fe: el predicador se aproxima al texto en la fe de la Iglesia, en un tiempo litúrgico, en un momento determinado de la vida eclesial y en medio del quehacer pastoral con su comunidad.

Le ayudará también un mínimo trabajo de exégesis de esos textos: ese enfrentarse científicamente con el texto, para llegar al sentido literal. El sentido literal (humano) logra llegar a lo que el autor sagrado quiso expresar, en su contexto histórico, sus destinatarios y el género literario empleado. Para la exégesis el predicador también puede ayudarse de comentarios a ese texto bíblico: Dicho comentario no debe ser muy prolijo, ni se debe perder en detalles, sino que nos acerque al contexto histórico y al sentido del texto. Pero no puedo quedarme aquí.

El predicador debe encontrar el sentido profundo de los textos, su alcance espiritual. Y esto lo logra mediante la propia meditación personal de esos textos. “Es en el interior de la letra, en la profundidad del sentido literal, donde debe buscarse el sentido espiritual del texto

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sagrado” (Ignacio de la Potterie, “La interpretación de la Sagrada Escritura”). Por tanto, hay que llegar al sentido espiritual (divino) del texto sagrado, a lo que Dios quería dar a conocer con esas palabras del autor sagrado. Este es el sentido que más nos interesa en la predicación, y se logra llegar a él cuando se leen y se meditan esos textos bíblicos bajo la influencia del Espíritu Santo en el contexto del misterio pascual de Cristo y de la vida nueva que proviene de él. Como predicador me interesa el sentido literal (exégesis) en orden alsentido profundo espiritual para que sea alimento para los oyentes. Así se pasa del “entonces” al “hoy”. Esto es la predicación.

Por tanto, nadie tiene que ser un oyente de la Palabra de Dios tan puntual y dispuesto como el mismo predicador. La Palabra de Dios va a penetrar primero en el predicador. Este conocimiento rumiante y sapiencial de la Escritura es el que más necesitamos como predicadores, y el que más nos dará luces y fuerzas para el camino tanto para nosotros (para no estar diciendo nuestras ideas personales o caer en la vanidad) como para los que nos escuchen. Sin meditación, la predicación se convierte en un producto de la mesa de despacho, que luego hay que verter al pueblo desde el púlpito. En la meditación se experimenta la fuerza viva del texto. Sólo cuando el predicador se ha dejado interpelar por el texto, puede invitar también a su comunidad. Se trata de hacer pasar el sentido de la página sagrada a la vida propia y a la vida de los fieles. La meditación es el puente donde se encuentran la Palabra de Dios y el hombre de hoy. Todo predicador debería decir lo mismo que san Juan: “Lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos…os lo anunciamos a vosotros” (1 Jn 1, 1-3). Don Ángel Herrera decía que “las homilías deben caldearse en el Sagrario y en la oración…La Palabra de Dios, sea cual fuere el tono, el lugar y el auditorio, no puede servirse fría” (La Palabra de Cristo, I, 67).

En pocas palabras, como decía D. Bonhoeffer, el predicador debe encontrarse con la Palabra de Dios: en la mesa de estudio, preparando seriamente su ministerio con la ayuda de los oportunos subsidios y comentarios; en el reclinatorio, orando la Palabra que va a predicar, de modo que no sólo sepa hablar “de” Dios, sino ante todo hable “a” y “con” Dios en su oración personal; y finalmente en el púlpito, dejando que en el momento mismo de su ministerio resuene en él mismo, antes que en sus hermanos, lo que Dios nos comunica.

(08 de febrero de 2013) © Innovative Media Inc.

Sigamos con lo que debe hacer el predicador:Roma, 15 de febrero de 2013 En segundo lugar, el predicador debe también escuchar a la comunidad a la que va a

predicarToda predicación debe tener en cuenta dos cosas: el mensaje bíblico y la situación de los

oyentes. Hablemos ahora de los oyentes.

Importancia de los oyentesLos oyentes son el otro libro de Dios “en el que tendremos que leer constantemente, con el

mismo amor, con la misma humildad y con la misma perseverancia que ante la Escritura y los sacramentos”. El predicador debe ser un “contemplativo de la calle”, capaz de asombrarse, maravillarse, entristecerse y sobre todo comulgar con lo que sucede a su alrededor. Nada le es ajeno. Debe abrir su corazón para acoger, escuchar y hacer suyo lo que va sucediendo.

El oyente debe sentir durante nuestra predicación que se trata de algo suyo, que se da una respuesta a sus interrogantes. Tenemos que tener en cuenta sentimientos, miedos, expectativas y gozos. Tenemos que conocer el contexto habitual de nuestros oyentes, su modo de ser, sus problemas, su trabajo y sus fiestas. No es lo mismo un pueblo de secano que un

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pueblo de regadío, ni uno del litoral que uno de montaña. No es lo mismo una comunidad rural que una comunidad urbana. Por eso, el predicador se debe preguntar qué es lo que determina la vida de sus oyentes, dónde tienen puesto su corazón. Una predicación sobresale no sólo por su profundidad teológica, sino también por su profundidad en la situación. Los oyentes son hijos de la época y constituyen un trozo de la actualidad.

El predicador no puede encerrarse en la sacristía o en el despacho parroquial. Tiene que pisar los espacios donde vive la gente, para conocerla mejor. El conocimiento amistoso, de simpatía y de bondad del predicador con el pueblo es fuente de una mutua interacción. El pueblo debe encontrar en el predicador a un amigo, a un hermano conocido, y con una predisposición confiada y abierta, que propiciará para que ese pueblo reciba a gusto la semilla del Reino. Ahora bien, esto no quiere decir que el predicador sermonee cada domingo sobre las cosas negativas que vio en la semana. Juan XXIII aconsejaba lo siguiente: “estar informado de todo, pasar por algo muchas cosas y corregir poco”. Quien trata con mucha gente necesita una buena dosis de paciencia. Si reacciona inmediatamente con amonestaciones se volverá un crítico y un gruñón. Hay que saber guardar un recto equilibrio entre no dar cabida en la predicación al chismorreo diario y llamar valientemente la atención sobre los desórdenes de la comunidad.

Ayudará mucho al predicador reunirse de vez en cuando y tener un diálogo con los colaboradores más comprometidos de la parroquia y hacerles estas preguntas: ¿qué mueve a la gente? ¿De qué se habla? ¿Qué se cuenta en la comunidad parroquial? ¿Qué tendría que cambiarse? ¿Qué les resulta tan vez desagradable?

Al próximo día veremos los diversos tipos de auditorio u oyentes que tendremos.

¿Cuáles son los diversos tipos de oyentes que tendremos en nuestra predicaciones?Roma, 22 de febrero de 2013 (Zenit.org) Debemos adecuar a nuestro auditorio u oyentes tanto el contenido como la forma de la

predicación.

NiñosEn el Directorio para las misas con niños que la Santa Sede publicó en 1973 se resaltan

estas cosas:La homilía puede hacerse en forma de diálogo con ellos.Se recomienda un breve silencio después de la homilía para que los niños vayan

aprendiendo el arte de recogerse para orar a Dios.El predicador tiene que conocer a fondo al niño y su ambiente. Le ayudará tener algunas

nociones de psicología infantil. Ayuda explicar los textos de la Sagrada Escritura que son gráficos, que presentan acontecimientos o sucesos, como los milagros o las parábolas, aptos para captar la imaginación infantil. Hay que traducir el Evangelio al lenguaje del niño y a la vida del niño.

Consejos:Hay que familiarizar al niño con Jesús.Hay que introducirlos poco a poco a la vida religiosa de la comunidad, explicando los signos

y vestimentas litúrgicos, los períodos litúrgicos, los cánticos, las partes de la misa.Hay que ayudarles a que sigan a Jesús, a que se parezcan a Jesús.

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El tono de voz y el rostro del predicador de niños tiene que ser muy cordial, amable y sencillo.

Hay que salpicar las predicaciones de los niños con ejemplos y vida de santos.Es bueno solamente dejar una sola idea para los niños.Ser breves.

JóvenesCristo es tu Ideal, tiene algo que decirte y es amigo de los jóvenes. Debemos presentar a

Cristo tan atrayente que los jóvenes quieran seguirlo e imitarlo.Aprovechar el optimismo del joven, su impulso a la acción y la nostalgia de amistad y de

comunidad.El predicador debe demostrar que ama a los jóvenes y los acepta como son: idealistas,

inquietos, inseguros, etc. Sólo así se hará joven con los jóvenes y los conquistará para la causa de Cristo. No los debe atacar, sino alentar, estimular y ofrecerles ideales nobles y altos.

Hay que lograr que experimenten confianza en la Iglesia, que siempre quiere su bien y su felicidad.

El tono con los jóvenes debe ser vibrante, convencido, positivo y siempre transparente y veraz. Nunca perdonarán al predicador que les ocultó las exigencias de la vida cristiana. Siempre se recordarán del predicador que les explicó con respeto, pero con sinceridad, la verdad de Cristo y de la Iglesia.

AdultosDe ordinario los adultos buscan una predicación de cierta hondura, para profundizar su fe.Esto no significa que sea seca y sin vida. Siempre hay que hablarles a todas las facultades

del hombre: inteligencia, voluntad y corazón.Hay que comprometerles a que sean apóstoles en su medio ambiente. Por tanto, las

predicaciones deben ser concretas y con aplicaciones para la vida de ellos.El tono del predicador de adultos tiene que ser seguro, con aplomo, fuerza y siempre

motivador y positivo.

Ancianos y enfermosEn muchas iglesias predomina la gente mayor ya enferma, que es de ordinario la de mayor

práctica religiosa, pues tienen más tiempo y la tradición de ir a misa. Muchos como la anciana Ana y Simeón del Evangelio, esperan el atardecer de la vida en la casa de Dios.

Los ancianos y enfermos no quieren que se apele a la compasión, pero sí que se les comprenda. No quieren ser tratados infantilmente, como si fueran niños o débiles mentales, sino que desean ser tratados con dignidad y cariño.

Tanto el tono como el fondo de las homilías tienen que ser suave, amable, esperanzador y siempre cariñoso.

Hacerles ver cómo pueden ayudar a sus nietos con su ejemplo y su fe, y, si están enfermos, que ofrezcan sus dolores por la Iglesia, el Papa, las vocaciones y la humanidad necesitada.

Con religiosas y sacerdotesHay que ser profundos, con cierta originalidad al tratar los temas, pues son personas ya

cultivadas, no pueden estar escuchando siempre los mismos temas del mismo modo.Tiene que haber siempre mucha unción por parte del predicador.Valorarles su entrega al Señor para que crezcan en su amor a Cristo y estén orgullosos de

pertenecer a Él.

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Les ayudaría mucho sacar a colación los Santos Padres y los documentos de la Iglesia respecto a ese tema que se está tratando.

Tienen que ser homilías y charlas más bien breves, pero enjundiosas, positivas, motivadoras, y con un tono cordial, alegre y bondadoso.

Con los pobres y necesitadosEs el público más receptivo y amable que tenemos como sacerdotes, el más gratificante, y

el que más llena nuestro corazón sacerdotal de alegría, simpatía y profundo amor, como le sucedía a Jesús. Ellos nos evangelizan en cada predicación que les ofrecemos. Sus ojos atentos, su sonrisa sincera, su abrazo cariñoso, su familia numerosa que semana tras semana participa de la santa misa… es para nosotros un incentivo para nuestra fidelidad como sacerdotes.

Tenemos que hablarles con mucha sencillez, cariño, aliento y claridad. Basta una verdad sacada de las lecturas bíblicas y explicada más con el corazón que con la razón. Los pobres tienen que sentir que son los consentidos y privilegiados de Cristo y de la Iglesia.

No olvidemos exponer algún ejemplo de la vida de los santos, que sea para ellos un estímulo para sus vidas.

Tienen que irse cada semana con algo, no sólo en el corazón, sino también en las manos, como manifestación caritativa de la comunidad parroquial.

(22 de febrero de 2013) © Innovative Media Inc.

São Paulo, 02 de marzo de 2013 (Zenit.org) Después de haber analizado los diversos oyentes que tendremos, dediquemos unas líneas a la figura del

predicador.

La figura del predicadorNingún predicador puede predicarse a sí mismo, sino que tiene que dar testimonio de la

Palabra de Dios, que se hizo hombre y habitó entre nosotros. La doble tarea del sacerdote según Orígenes será: “Aprender de Dios leyendo las Escrituras divinas y meditándolas muy a menudo y enseñar al pueblo. Pero que enseñe lo que ha aprendido de Dios, no de su propio corazón o en un sentido humano, sino lo que enseña el Espíritu” (In Num hom., 16, 9).

El predicador es servidor de la Palabra para que se realice el gran encuentro no sólo entre él mismo y los oyentes, sino, sobre todo, entre Dios y los oyentes a través de él. La predicación ha de ser un medio para que una comunidad, y cada uno de sus miembros en particular, vaya siendo “oyente de la palabra”. Tiene que hablar de esto afectado personalmente y no distanciando, indicando un camino y no sólo informando. No basta proporcionar frases correctas teológicamente. Entre una teología bien aprendida y una profunda convicción personal existe una gran diferencia.

Características del predicadorEl predicador del mensaje cristiano es un enviado. Le fue encargado este ministerio, como

aconteció con los profetas; no es una distinción sino una responsabilidad, de la que no podemos escapar, como quisieron algunos profetas1. Por eso debe ser un fiel administrador (cf 1 Cor 4, 2), porque no anuncia su propio mensaje, sino el de otro. En este caso, el de Dios y de la Iglesia. La misión permanece en nosotros pese a nuestra debilidad.

El predicador del mensaje cristiano es un testigo. Se exige del predicador no sólo la fidelidad externa al contenido del mensaje, sino también la entrega personal a la Palabra. No puede

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haber una contradicción entre su palabra y su vida. El predicador tiene que ser siempre testigo de su fe personal, si no quiere que su palabra sea al final una palabra vacía, no digna de crédito. El primer testimonio que se requiere del predicador es el de su lealtad absoluta de su humildad ante Dios, de su renuncia a sí mismo para ser portavoz de una verdad que no le pertenece. La predicación es la interpretación y la transmisión de lo oído. Por ello, el testigo dará a sus oyentes parte de lo que para él significa el Mensaje y de su experiencia personal con éste. El predicador transmite el mensaje cristiano no sólo con sus palabras, sino todavía más con sus obras2.

El predicador del mensaje cristiano es un traductor. El mensaje de Dios pronunciado en otro tiempo, en otras circunstancias sociales y culturales, en una situación histórica determinada, y a unos oyentes históricamente distintos…ese mensaje tiene el predicador que traducirlo para el mundo de hoy. Debe traducirlo con toda exactitud, pues en toda traducción existe el peligro de la traición (“traduttore…traditore”) . No se puede retocar el contenido de la fe, sino la forma de transmitirlo. Juan Pablo II nos invitaba a nuevos métodos, nueva expresión, nueva fuerza, nuevo entusiasmo…pero no, a nuevos contenidos.

El predicador del mensaje cristiano es un comentador. El predicador tiene que comentar, explicar, aplicar a las necesidades correspondientes, a la situación histórica del mundo, a los fieles concretos que tiene delante. El predicador es un humilde servidor de la palabra revelada. Nada puede hacer mejor que presentar a los fieles la palabra revelada de la Escritura de un modo que la puedan entender. No usarla como asidero o trampolín para los propios pensamientos e ideologías, o bien como adorno de la elocuencia del predicador.

----------------------------------------------------------1 Por ejemplo, Jonás (Jon 1, 2), o Jeremías (Jer 20, 8), o Elías (1 Re 19, 4).2 San Gregorio Magno dirá: “A cualquier predicador se le oiga en las obras más que en las palabras; y viviendo él

deje impresas las huellas para que le sigan; es decir que, más bien obrando que hablando, muestre por dónde se debe caminar” (Regula Pastoralis III, 40).

Hablemos ahora de las condiciones esenciales del predicador.BRASILIA, 08 de marzo de 2013 (Zenit.org) - El ser del predicador se compone de dos elementos, uno objetivo y otro subjetivo.

Expliquemos ambos.Primero, el elemento objetivo se basa en la misión. El ministerio de la predicación no se

basa en último término ni en la ciencia teológica ni en la comunidad y su aprobación, ni tampoco en la fe personal del predicador ni en su capacidad de predicar. La predicación está fundada primariamente en la misión y vocación por parte de la Iglesia. Pero se basa secundariamente en el carisma del predicador.

Y segundo, el elemento subjetivo: la competencia del predicador. El predicador es un mediador. Entendemos por competencia el conjunto de capacidades que son de desear en aquel que a va a desempeñar hoy el menester de la predicación1.

¿Cuáles son esas capacidades o competencias?Primero, la competencia jurídica: el uso más antiguo procede del terreno jurídico. En el

trasfondo de este concepto está la organización social, el sistema social de reparto del trabajo en el que hay diferentes roles y correspondientes incumbencias a respetar. El predicador sagrado tiene la competencia jurídica, un encargo pastoral, una misión canónica, un nombramiento como representante de la Iglesia.

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Segundo, la competencia profesional: competencia significa aquí el conocedor de cierta ciencia o materia o experto o apto en la cosa que se expresa o a la que se refiere el nombre afectado por competente. El predicador sagrado debe tener esta competencia profesional, debe conocer la tradición cristiana y desde una interpretación de la Sagrada Escritura sabe iluminar las situaciones humanas.

Y tercero, la competencia comunicativa: presupone una competencia personal. Significa que el predicador tiene que estar bastante lleno de Dios para darlo al pueblo cristiano. Quien más lleno está de Dios más lo comunicará.

Después de haber visto las condiciones del predicador veamos ahora las dimensiones de la formación homilética en el predicador

Primera, la dimensión intelectual. “El fundamento de la elocuencia –afirma Cicerón- como de cualquier otra cosa, es la sabiduría”. Lo que el orador latino llama sabiduría es lo que en castellano expresamos como sentido común. El estudio proporciona al predicador los conocimientos necesarios y le familiariza con el estado actual de la investigación teológica. Es lo que llamamos competencia profesional: conocimiento de la tradición de la Iglesia, de la Sagrada Escritura, de la teología, del mundo de hoy, etc.

Segunda, la dimensión pastoral. Se trata de adquirir seguridad en los objetivos con las personas que me fueron encomendadas.

Tercera, la dimensión humana. La predicación es predicación a personas. Por tanto, el predicador tiene que prepararse para esta comunicación con las personas. Le ayudará mucho el estar cercano con la gente con sencillez y humildad, y dialogar con ellos con franqueza y respeto.

Y cuarta, la dimensión espiritual. Esta dimensión es la que da hondura a las otras. La dimensión espiritual es tratar de ver todo con los ojos de Dios y dar respuesta desde Dios a todos las situaciones y problemas personales y comunitarios.

------------------------1 Santo Tomás recoge en un texto las diferentes imágenes con que la Escritura designa al predicador: “El apóstol

denomina con diversos nombres el oficio del predicador, puesto que lo llama, en primer lugar, soldado, pues defiende a la Iglesia contra los enemigos; en segundo lugar, viñador, ya que poda los sarmientos superfluos o dañados; tambiénpastor, pues apacienta a los súbditos con el buen ejemplo; buey, porque en todo debe proceder con gravedad; arador, puesto que tiene que abrir los corazones a la fe y a la penitencia; en sexto lugar , trillador, pues tiene que predicar frecuentemente y con fruto;arquitecto del templo, dado que ha de construir y reparar el edificio de la Iglesia; y, finalmente, ministro del altar, pues ha de enfrascarse en un oficio grato a Dios” (In I ad Cor., c. 9, lect. 1).

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