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UNIVERSIDAD CATÓLICA DE SANTIAGO DE GUAYAQUIL FACULTAD DE ARQUITECTURA Y DISEÑO
CARRERA DE ARQUITECTURA ASIGNATURA: “ESTÉTICA Y FILOSOFÍA DEL ARTE”
PROFESORA: DRA. AIXA ELJURI FEBRES PROMETEO DOCENTE UCSG
IDEAS ESTETICAS DEL IDEALISMO Y EL ROMANTICISMO
1
Filosofía idealista
El rasgo fundamental del idealismo es tomar como punto de partida
para la reflexión filosófica no «el mundo en torno» o las llamadas «cosas
exteriores» (el «mundo exterior» o «mundo externo»), sino el «yo», «sujeto» o
«conciencia». Precisamente porque el «yo» es fundamentalmente «ideador»,
es decir, «representativo», el vocablo “idealismo” resulta particularmente
justificado. En efecto, aquello de lo que se parte es, para emplear los
términos de Schopenhauer, «la representación del mundo» y no «el mundo».
Así pues, el idealismo comienza con el «sujeto». “Se ha dicho por ello que el
idealismo no se ha iniciado con la filosofía moderna, sino con el cristianismo y
en particular con el pensamiento de San Agustín”.1 Esta tesis de Heinz
Heimsoeth se apoya en un hecho importante: que la tradición agustiniana
empieza con el «sujeto» y no con las «cosas». “A ello se debe que San
Agustín haya sido llamado «el primer filósofo moderno» y que también el
agustinismo haya influido en autores que, como Descartes y Malebranche,
1 Ferrater Mora José, Diccionario de Filosofía, Tomo II (E-J), Editorial Ariel, S.A., Barcelona, 1994, p. 1736.
2
son usualmente considerados como «idealistas»”.2 Sin embargo, es razonable
restringir el idealismo propiamente dicho a la Edad Moderna, pues aun
cuando en ésta no se eliminan los motivos teológicos, van cobrando
decisiva importancia los motivos gnoseológicos y las tesis metafísicas.
Considerando pues, el idealismo primariamente como idealismo
moderno, y teniendo en cuenta que el punto de partida del pensamiento
idealista es el «sujeto», puede decirse que tal idealismo constituye un
esfuerzo por responder a la pregunta: ¿Cómo pueden conocerse, en
general, las cosas? Esta pregunta no es simplemente una pregunta
gnoseológica, sino también, y sobre todo, una pregunta metafísica.
Para el idealismo «ser» significa primariamente «ser dado en la
conciencia (en el sujeto, en el espíritu, etc.)», «ser contenido de la
conciencia (del sujeto, del espíritu, etc.)», «estar contenido en la conciencia
(en el sujeto, en el espíritu, etc.)». El idealismo es, así, un modo de entender el
ser. Ello no significa que todo idealismo consiste en reducir el ser –o la
realidad- a la conciencia o al sujeto. Una cosa es decir que el ser o la
realidad se determinan por la conciencia, el sujeto, etc., y otra es manifestar
que no hay otra realidad que la del sujeto o la conciencia. Esta última
posición es también idealista, pero es solo una de las posibles posiciones
idealistas.
La base filosófica inmediata del idealismo alemán fue proporcionada
por la filosofía crítica de Immanuel Kant. El punto de partida más
conveniente para explicar el desarrollo del idealismo metafísico a partir de la
filosofía crítica es la noción kantiana de la cosa en sí. Las cosas en sí en la
filosofía de Kant son independientes del conocimiento, ellas son en sí,
2 Ibíd., p. 1736
3
incognoscibles, ellas no pueden ser conocidas por la intuición empírica
porque no serían cosas en sí, ni por la intuición pura, porque entonces serían
apariciones, ni tampoco pueden ser conocidas por el mero pensamiento,
porque el mero pensamiento no conoce nada si no hay intuiciones
empíricas. Kant no puede renunciar al concepto de cosa en sí, porque se
caería también el concepto de aparición; ya que mera aparición, mero
objeto, solamente son posibles en contraposición al de cosa en sí. Si la cosa
en sí fuera una representación, sólo habrían meros fenómenos subjetivos
individuales y por tanto, un idealismo subjetivo (como lo llama Kant), y cada
conciencia sería una especie de Dios respecto de sus fenómenos, de su
mundo fenoménico, y ocurriría que los conceptos puros serían verdaderos
respecto de los fenómenos que cada sujeto percibe, porque cada sujeto
produciría los fenómenos, el ser humano sería una especie de Dios respecto
de sus fenómenos.
El problema para Kant es la verdad del conocimiento a priori, él no
quiere seguir la vía del idealismo subjetivo, ya que Kant afirma que existe una
especie de intersubjetividad, lo que él llama una validez general, que vale
no solamente para una conciencia, sino para todas las conciencias. Si las
apariciones fueran las cosas en sí y pudiéramos conocerlas todo nuestro
conocimiento sería a posteriori, y no habría conocimiento a priori, el
conocimiento se volvería completamente empírico, no sería posible conocer
a priori independientemente de la experiencia, el conocimiento sería
entonces contingente y particular, no sería entonces posible el
conocimiento de la matemática y de la física como ciencias. En
consecuencia, la solución al problema del conocimiento a priori, exige que
si bien se declara la incognoscibilidad de la cosa en sí, se admita su
existencia como algo diverso de la aparición.
4
Por otra parte, la distinción entre cosa en sí y fenómeno es necesaria
para explicar la libertad de la voluntad. En un mundo determinado
completamente por la causalidad, donde todo lo que ocurre tiene una
causa según una ley, no hay libertad, todo está determinado. De tal
manera, que si el conocimiento a priori del sujeto implica que el sujeto es
libre, eso no puede explicarse si no existe la diferencia entre la cosa en sí, no
sometida a la causalidad natural, o al determinismo causal y el mundo
sensible sometido al determinismo causal. Si hay libertad, tiene que haber
algo que no es el mundo sensible, porque solamente si hay una diferencia
entre mundo sensible determinado por la causalidad y un mundo inteligible
no determinado por la causalidad, solamente así puede haber una causa
libre, que a su vez no tenga causa, y ese es el problema de la libertad
humana como es planteado por Kant en la ética.
Sobre la base de la distinción entre cosa en sí y aparición, se deduce
que si ha de haber conocimiento a priori, es necesario que los objetos sobre
los cuales versa el conocimiento a priori sean meras apariciones, meros
fenómenos, y eso quiere decir que Kant se decide por el idealismo, el
idealismo tal como es entendido en la Edad Moderna: los objetos son en el
fondo representaciones de la conciencia. Pero el idealismo de Kant no es el
idealismo subjetivo, que identifica todo ente con representaciones, su
idealismo dice él es un idealismo crítico o trascendental, a saber, un
idealismo que admite la existencia de cosas en sí.
Para los idealistas postkantianos la filosofía crítica debía convertirse en
un idealismo puro; y esto significaba que las cosas tenían que ser
consideradas en su totalidad como productos del pensamiento. Ahora bien,
lo que concebimos como el mundo extramental no puede interpretarse
como el producto de una actividad consciente creadora del espíritu
5
humano. En lo que se refiere a la conciencia ordinaria, nos encontramos en
un mundo de objetos que nos afectan de diversos modos y de los que
espontáneamente pensamos que existen independientemente de nuestro
pensamiento y voluntad. Por lo tanto, el filósofo idealista debe ir más allá de
la conciencia, tenemos incluso que ir más lejos y admitir que la producción
del mundo no puede ser atribuida de ningún modo el “yo” individual, ni
siquiera a su actividad inconsciente. El idealismo postkantiano va más allá
del sujeto finito hasta una inteligencia supra-individual, un sujeto absoluto.
El principio último de los idealistas postkantianos, considerado en sí
mismo, no tiene objeto, fundamenta la relación sujeto-objeto y, en sí mismo
trasciende esta relación. Es sujeto y objeto en identidad: la actividad infinita
de la que proceden ambos. Fichte, partiendo de la postura de Kant empezó
llamando a su primer principio el “yo”, y convirtió el “yo trascendental” de
Kant en un principio metafísico u ontológico; explicando que entendía con
esto el “yo” absoluto, y no el “yo” individual. Con Hegel el principio último es
la razón infinita, el espíritu infinito. “Y podemos decir que, para el idealismo
metafísico en general, la realidad es el proceso de la autoexpresión o
automanifestación del pensamiento o razón infinita”.3 Esto no quiere decir
que se reduzca el mundo a un proceso de pensamiento en el sentido
habitual. El pensamiento o razón absoluta es considerada como una
actividad, como una razón productora que se coloca o se expresa a sí
misma en el mundo. Y el mundo conserva toda la realidad que posee. “El
idealismo metafísico no implica la tesis de que la realidad empírica está
constituida por ideas subjetivas, pero supone la visión del mundo y de la
historia humana como la expresión objetiva de la razón creadora”.4 Si, por lo
tanto, consideramos como una premisa la necesidad de transformar la
3 Copleston Frederick, Historia de la Filosofía, Volumen VII, de Fichte a Nietzsche, Traducción de Ana Doménech, Editorial Ariel, S.A., Barcelona, 2001, p. 17 4 Op. Cit., pp. 17-18
6
filosofía de Kant en idealismo puro, podemos decir que esta premisa
determinó la visión básica de los idealistas postkantianos.
La influencia directa del pensamiento de Kant fue naturalmente más
fuerte en Johann Gottlieb Fichte (1762-1814) que en Friedrich Wilhelm Joseph
Schelling (1775-1854) o en Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), ya que
la filosofía de Schelling presuponía los primeros pasos del pensamiento de
Fichte, y el idealismo de Hegel admitía aspectos iniciales de las filosofías de
Fichte y de Schelling. Pero esto no altera el hecho de que el idealismo
alemán como un todo partió de la filosofía crítica de Kant.
Los idealistas postkantianos no estuvieron sólo influidos por la idea de
que la cosa en sí debía ser eliminada, sino también por otros aspectos de la
filosofía crítica. Por ejemplo, la doctrina de Kant del primado de la razón
práctica ejerció una poderosa atracción sobre el pensamiento ético de
Fichte. Y lo vemos interpretando el “yo” absoluto como una razón práctica o
voluntad moral infinita que concibe a la naturaleza como campo e
instrumento para la actividad moral. En su filosofía los conceptos de acción,
deber, y vocación moral son muy importantes. En el caso de Schelling, el
énfasis estuvo en la filosofía del arte, el papel del genio y la significación
metafísica de la intuición estética y la creación artística que lo vincula más a
la tercera Crítica que a la primera o a la segunda.
2
Romanticismo alemán
Con el nombre de romanticismo se designa el movimiento filosófico,
literario y artístico que se inició en los últimos años del siglo XVIII, que tuvo su
máximo florecimiento en los primeros decenios del siglo XIX y que constituyó
7
la característica propia de ese siglo. Uno de los aspectos más significativos
del romanticismo es el reconocimiento de valor que atribuyó al sentimiento,
categoría espiritual que la antigüedad clásica había ignorado o
despreciado, y que en el romanticismo adquiere un valor predominante.
Este valor predominante es la principal herencia que el romanticismo recibe
del movimiento denominado Sturm und Drang,5 que constituye la tentativa
de superar los límites que la Ilustración había reconocido como propios de la
razón humana apelando a la experiencia mística y a la fe. Lo que la razón
no puede dar puede darlo, en cambio, según los filósofos del Sturm und
Drang, la fe, entendida por lo tanto, como hecho de sentimiento o de
experiencia inmediata. Pero, precisamente por esto, la razón siguió siendo
para los discípulos del Sturm und Drang (entre los cuales se contaban
Goethe y Schiller en su juventud) lo mismo que para la Ilustración: una fuerza
humana finita, si bien capaz de transformar poco a poco el mundo, ni
absoluta ni omnipotente y, por lo tanto, siempre más o menos en contraste
con el mundo mismo y en lucha con la realidad que está destinada a
transformar. Del Sturm und Drang se pasa al romanticismo al abandonarse
este concepto de la razón y comenzar a entender por razón una fuerza
infinita (por lo tanto, omnipotente) que habita en el mundo y lo domina y,
por ende, constituye la sustancia misma del mundo. “El principio de la
autoconciencia, es decir de la infinitud de la conciencia que es todo y que
5 Se aplica esta expresión, que es el título de un drama de Maximiliam Klinger de 1776 y significa “tempestad e ímpetu”, a un movimiento filosófico y literario que se desarrolló en
Alemania en la segunda mitad del siglo XVIII y que constituye el antecedente inmediato del romanticismo. Las actitudes propias de este movimiento son las que, precisamente, pueden
ser simbolizadas por las dos palabras en cuestión. Se trata de actitudes que encuentran su expresión en la Filosofía Idealista, las cuales toman en consideración los límites que Kant impusiera a la razón, pero sólo para proceder más allá de la razón misma y recurrir a la experiencia mística o a la fe. Del Sturm und Drang se llega al romanticismo, cuando se pasa del concepto kantiano de la razón finita –a la cual se opone la fe o el sentimiento, al que se atribuye el poder cognoscitivo más alto- al concepto de la razón infinita o capaz de alcanzar lo Infinito, que comienza con Fichte. A este último se debe, en efecto, la primera inspiración del romanticismo. (Véase Abbagnano Nicola, Diccionario de Filosofía, Traducción de Alfredo N. Galletti, Fondo de Cultura Económica, México, 1994, p. 1096)
8
hace todo en el mundo, es el principio fundamental del romanticismo y de
dicho principio resultan los rasgos distintivos del movimiento”.6
Fichte identificó por primera vez la razón con el Yo infinito o
autoconciencia Absoluta e hizo de él la fuerza cuyo producto es la totalidad
del mundo. “La infinitud, en este sentido, es una infinitud de conciencia o de
potencia, no una infinitud de extensión o de duración y encuentra su
modelo en conceptos de la filosofía neoplatónica y en especial en Plotino”.7
Hegel opuso, el falso infinito (que es diferente a lo finito, es decir, a la
realidad o al mundo, y se opone a él intentando transformarlo o superarlo) al
verdadero infinito, que se identifica con lo finito mismo, esto es, con el
mundo y en él y por él se realiza. Este infinito es un Principio espiritual creado
y es lo que Fichte denominara “Yo”, Schelling “Absoluto” y Hegel “Idea”.
Lo Infinito o la infinitud de conciencia pueden entenderse de dos
maneras.
En primer lugar; como actividad racional que se mueve de una a
otra determinación con necesidad rigurosa y de tal manera que
cada determinación puede ser deducida de la otra
absolutamente y a priori. Este es el concepto que de la infinitud
de conciencia tuvieron Fichte, Schelling (sólo en una primera fase
de su filosofía) y Hegel. En segundo lugar; la infinitud de
conciencia puede ser entendida como una actividad libre,
privada de determinaciones rigurosas, de tal manera que se
pone continuamente fuera de toda determinación y, en este
sentido, la infinitud de conciencia es sentimiento. El sentimiento es
lo infinito en la forma de lo indefinido, y así reconocieron la
infinitud de conciencia Schleiermacher y la denominada escuela
romántica (Friedrich Schlegel, Novalis, Tieck entre otros).8
6 Abbagnano Nicola, Diccionario de Filosofía, Traducción de Alfredo N. Galletti, Fondo de Cultura Económica, México, 1994, p. 1023. 7 Ibíd., p. 1023 8 Op. Cit., pp. 1023-1024
9
El romanticismo literario se inició en efecto, con la obra de Friedrich
von Schlegel (1772-1829), que publicara, de 1798 a 1800, en colaboración
con su hermano August Wilhelm, en el periódico Athenaeum, que fue el
primer órgano de la escuela romántica. Friedrich Schlegel consideraba
explícitamente a Fichte como el iniciador del movimiento romántico, es
decir, como creador del concepto romántico de infinito. Pero interpretó lo
infinito como fuera y por encima de la racionalidad, como infinitud de
sentimiento. El mismo concepto de lo infinito se encuentra en el poeta y
hombre de letras, Ludovik Tieck, y en Novalis (seudónimo de Friedrich
Leopold von Hardenberg, 1772-1801). A esta misma corriente pertenece el
teólogo Friedrich Ernst Daniel Schleiermacher (1768-1834) quien definió la
religión como “el sentimiento de lo infinito”.
En esta segunda interpretación del principio infinito se funda la
supremacía que el romanticismo atribuye a veces al arte. Si, en efecto, lo
infinito es sentimiento, se revela mejor en el arte que en la filosofía, ya que la
filosofía es racionalidad y el arte, en cambio, es para los románticos la
“expresión del sentimiento”. Por ejemplo Schelling quien se inclinaba por esta
interpretación, consideró que la mejor manifestación de lo Absoluto se tiene
en el arte, que el mundo es una especie de obra de arte cuyo autor es lo
Absoluto y que la experiencia artística es para el hombre el único medio
eficaz para acercarse a lo Absoluto, es decir, al modo en el cual lo Absoluto
ha dado origen al mundo.
10
3
Diferencias y semejanzas entre el movimiento romántico
y el idealismo alemán
La descripción del idealismo alemán como la filosofía del
romanticismo se presta evidentemente a serias objeciones. En primer lugar,
supone que los grandes sistemas idealistas fueron simplemente la expresión
del espíritu romántico, cuando en realidad fueron las filosofías de Fichte y de
Schelling las que ejercieron una considerable influencia sobre algunos de los
románticos. En segundo lugar, los principales filósofos idealistas no estuvieron
siempre de acuerdo con los románticos. Schelling reflejó el espíritu del
movimiento romántico, pero Fichte criticó duramente a los románticos a
pesar de que estos se inspiraran en algunas de sus ideas. Y hegel no tuvo
mucha simpatía por algunos aspectos del romanticismo. En tercer lugar, es
posible que el término “filosofía del romanticismo” pudiera aplicarse mejor a
las ideas desarrolladas por románticos como Friedrich Schlegel (1772-1829) y
Novalis (seudónimo de Friedrich Leopold von Hardenberg, 1772-1801) que a
los grandes sistemas idealistas. Al mismo tiempo, hubo indudablemente
afinidad espiritual entre el idealismo y el movimiento romántico. El espíritu
romántico era verdaderamente una actitud frente a la vida y al universo
más que una filosofía sistemática. Sin embargo, cuando se vuelve la vista
hacia la escena alemana de la primera parte del siglo XIX, nos encontramos
sorprendidos tanto por las afinidades, como por las diferencias. El idealismo
metafísico y el romanticismo fueron fenómenos culturales alemanes más o
menos contemporáneos, por lo tanto, es indudable encontrar en ellos una
afinidad espiritual fundamental.
Definir el espíritu romántico es un tanto difícil, pero indudablemente se
pueden citar algunos de sus rasgos característicos. 1) Primero, frente a la
11
gran preocupación de la Ilustración por la comprensión crítica, analítica y
científica, los románticos exaltaron el poder de la imaginación creadora y el
papel del sentimiento y la intuición. “El genio artístico ocupó el lugar de le
philosophe”.9 Pero la insistencia en la imaginación creadora y en el genio
artístico formaba parte de un interés general en el desarrollo libre y pleno de
la personalidad humana, en los poderes creadores del hombre y en el goce
de la riqueza de toda posible experiencia humana. Es decir, se destacaba
más la originalidad de cada persona humana que aquello que es común a
todos los hombres. Este interés en la personalidad creadora estuvo asociado
a veces con una inclinación hacia el subjetivismo ético, esto significó que
hubo una tendencia a despreciar las leyes o normas morales universales fijas
en beneficio del libre desarrollo del yo de acuerdo con valores que
corresponden a la personalidad individual y arraigados en ella. No se quiere
decir con esto que los románticos no se preocuparon por la moralidad o los
valores morales, pero hubo una tendencia, en algunos de ellos como en el
caso de Friedrich Schlegel a insistir en la libre consecución por el individuo de
su propio ideal moral (la realización de su propia “Idea”), en vez de la
obediencia a leyes universales dictadas por la razón práctica.
Al desarrollar sus ideas de la personalidad creadora, algunos de los
románticos buscaron su inspiración y estímulo en las primeras ideas de Fichte,
esto ocurrió en el caso de de Schlegel y Novalis, pero la manera como
utilizaron las ideas de Fichte no correspondió siempre al pensamiento del
filósofo. “De este modo el idealismo trascendental de Fichte se convertiría en
el ‘idealismo mágico’ de Novalis”.10 La importancia dada por los románticos
al genio creador los aproxima más a Schelling que a Fichte, pues fue
Schelling quien insistió en la significación metafísica del arte y en la
9 Copleston Frederick, Historia de la Filosofía, Volumen VII, de Fichte a Nietzsche, Traducción de Ana Doménech, Editorial Ariel, S.A., Barcelona, 2001, p. 24 10 Op. Cit., p. 25
12
importancia del genio artístico en el proceso creador. Cuando Friedrich
Schlegel afirma que “el mundo del arte es superior a cualquier otro y que el
artista muestra la ‘Idea’ modelándola en sus obras en forma finita”,11 y
cuando Novalis dice que “el poeta es el verdadero ‘mago’, la encarnación
de las fuerzas creadoras de la humanidad”,12 estos pensadores se
encuentran más cerca del pensamiento de Schelling que de la
consideración fundamentalmente ética de Fichte.
2) El segundo rasgo importante del romanticismo se refiere a la
concepción romántica de la naturaleza. Los románticos, en vez de
considerarla como un sistema mecánico, lo que los obligaría a destacar los
contrastes y diferencias entre hombre y naturaleza, -como en el caso del
pensamiento cartesiano-, tienden a considerarla como un todo orgánico y
viviente que vibra al unísono con el espíritu, revestida del mismo misterio y
belleza que éste. “Este aspecto tiene su origen en parte, en el hecho de que
algunos románticos sintieron gran simpatía por Spinoza, y procedieron a una
transformación romántica del filósofo”.13
Esta visión de la naturaleza como totalidad orgánica correlacionada
con el espíritu es una de las características más propias de los románticos y
también de Schelling. La idea de los filósofos acerca del espíritu humano
como órgano de la conciencia de la naturaleza se incluye en este orden de
ideas. Es significativo que el poeta Hölderlin (1770-1843) fuera amigo de
Schelling cuando estudiaban en Tubinga. Hölderlin veía la naturaleza como
una totalidad viviente y esto pudo haber influido en las ideas de Schelling. La
filosofía de la naturaleza de Schelling ejerció una poderosa influencia sobre
algunos pensadores del romanticismo. La simpatía que mostraron por
11 Ibíd., p. 25 12 Ibíd., p. 25 13 Ibíd., p.25
13
Spinoza fue compartida por el filósofo y teólogo Schleiermacher, pero no por
Fichte quien rechazó cualquier forma de divinización de la naturaleza, a la
que él consideró solamente como campo e instrumento de la actividad
moral libre. En este aspecto, la concepción de Fichte era antirromántica.
La noción de los románticos de la naturaleza como totalidad
orgánica y viviente no significaba que concedieran a ésta mayor
importancia que al hombre. Ya antes se ha señalado como dieron especial
importancia a la libertad de la personalidad creadora. En este período la
naturaleza llega al punto más elevado de su desarrollo en el espíritu
humano. Por esta razón el concepto romántico de la naturaleza incluía una
clara apreciación del desarrollo histórico y cultural y del significado de
períodos culturales anteriores como momentos necesarios para el
despliegue de las posibilidades del espíritu humano. Los filósofos idealistas
compartieron esta concepción sobre la continuidad del desarrollo histórico.
Para ellos, la historia era la realización en el tiempo de una idea espiritual, un
telos o una finalidad. También cada uno de los grandes idealistas tuvo una
filosofía de la historia propia, en ello coincidieron con los románticos. “Puede
decirse que, por lo general, los grandes idealistas creían que, en su época, el
espíritu humano había llegado a ser consciente de la significación de su
propia actividad dentro de la historia y del sentido o dirección del proceso
histórico en su totalidad”.14
3) Pero fundamentalmente, el romanticismo se caracteriza por la
importancia atribuida al sentimiento y la nostalgia de lo infinito. Las ideas
sobre la naturaleza y sobre la historia de la humanidad se fundían al ser
consideradas como dos manifestaciones de la vida infinita. La concepción
de la vida infinita era el factor unificador de la visión romántica del mundo.
14 Op. Cit., p. 26
14
La totalidad infinita se entendía como vida infinita que se manifestaba a sí
misma en los seres finitos y gracias a ellos, aunque nunca reduciéndolos a
simples instrumentos mecánicos. El espíritu de los pueblos se concebía como
una manifestación de esta misma vida infinita, como totalidades que
necesitaban para alcanzar su pleno desarrollo la libre expresión de las
personalidades de los individuos, quienes venían a ser portadores de este
espíritu.
Evidentemente, el sentimiento del infinito es un rasgo común del
romanticismo y del idealismo. La idea del Absoluto infinito, concebido como
vida infinita, se encuentra en los últimos escritos de Fichte; el Absoluto es
también un tema central en el pensamiento de Schelling, de Schleiermacher
y de Hegel. La afinidad espiritual entre el movimiento romántico y el
idealismo es indudable. Cuando Hegel considera el arte, la religión y la
filosofía en relación con el Absoluto, se advierten claras semejanzas con las
ideas de Schlegel, sin embargo, no deben olvidarse los contrastes entre los
filósofos idealistas y los románticos. Schlegel identifica filosofía y poesía y
piensa que algún día serán una sola cosa. Cree que el filosofar es ante todo
una actividad intuitiva, cualquier demostración lo es de algo antes intuido; la
intuición precede a los argumentos deductivos y, por ello, el razonamiento
conceptual es siempre secundario. Pero, cuando pasamos de Schlegel a
Hegel, apreciamos en este último la necesidad del pensamiento conceptual
y sistemático.
No se trata de negar la existencia de una afinidad espiritual entre el
idealismo metafísico y el romanticismo, sino de indicar que, en líneas
generales, los filósofos idealistas se ocuparon del pensamiento sistemático
mientras que los románticos subrayan el papel de la intuición y el
sentimiento, e identifican filosofía y poesía. Schelling y Schleiermacher
15
estaban más cerca del espíritu romántico que Fichte y Hegel. Sin embargo,
es indudable que en sus filosofías se aprecian rasgos del romanticismo.
4
La estética romántica
Cuando se pasa de la estética kantiana a la estética romántica, se
advierte que el cambio se refiere a la vez al lugar atribuido al arte y al
atribuido al saber estético, pero al mismo tiempo se percibe que esta
postura supera toda cuestión estrictamente estética: la revolución romántica
es el lugar de una conmoción fundamental, de un cambio radical en la
manera de concebir el mundo y la relación del hombre con ese mundo,
tanto en lo que toca a la sensibilidad más individual y privada como a la
visión global de la existencia humana. Esta conmoción sin duda se resume
en el ámbito estético.
La “visión del mundo” romántica está tan íntimamente vinculada a los
problemas estéticos que es imposible desentenderse por completo de ella. El
nacimiento de una teoría del arte en el romanticismo, resulta sin duda de la
conjunción de múltiples factores sociales, políticos e intelectuales. Pero todos
esos factores tienen el mismo centro: por una parte, la experiencia de una
desorientación existencial, social, política, cultural y religiosa. Por otra, la
nostalgia de una integración armoniosa y orgánica con todos los aspectos
de la realidad humana vividos como discordantes y dispersos. En el caso del
romanticismo alemán conviene recordar los factores políticos. El estallido de
las estructuras feudales precipitado por la revolución francesa, aclamada
primero y luego deplorada por los románticos alemanes, no deja de ser una
causa de “la doble característica paradójica que define sus textos: una
celebración del subjetivismo completamente radical combinada con una
16
nostalgia, cada vez más extendida, que deplora la destrucción de
estructuras sociales íntegras, consideradas como orgánicas”.15
La palabra clave del romanticismo es sin duda “unidad”. Esta unidad
tiene dos características. Por una parte, no se la concibe como un principio
abstracto sino como una fuerza viviente y vivificante, alma de un universo
orgánico donde todo vive. Su naturaleza es teológica: las vicisitudes del
romanticismo a través del panteísmo antiguo, el espinozismo, y luego el
catolicismo, revelan no tanto lo que los distingue, sino lo que los une, a
saber, esta exigencia de una visión teológica del universo. “Suele decirse
que el romanticismo era una religión del arte tanto como la teoría de un arte
teológico: la sacralización del arte es indisociable de su función religiosa”.16
Pero la unidad al mismo tiempo falla: los escritos de Friedrich Schlegel
y de Novalis hacen constante alusión al tema de su pérdida y de la
esperanza de su próxima restauración. Novalis lamenta la pérdida de la
unidad de la Iglesia de la Edad Media, deplora la fuerza de dispersión y de
singularización que resulta de la Reforma y de la Ilustración, acaricia el sueño
de la restauración del papado como poder supremo que reúna otra vez
bajo su bandera a los pueblos de Europa. Y por esta misma razón Friedrich
Schlegel lamenta la pérdida de la unidad orgánica de la cultura antigua,
deplora la dispersión subjetivista de la literatura moderna y anuncia la
reinstauración de una literatura clásica. De modo opuesto a Novalis,
Friedrich Schlegel piensa que esta reinstauración de una literatura clásica no
se hará a través de una regresión histórica sino, por el contrario, gracias a
una exacerbación del subjetivismo moderno, que a partir de sí producirá su
opuesto, a saber, una cultura objetiva renovada.
15 Schaeffer Jean-Marie, El arte de la edad moderna, (La estética y la filosofía del arte desde el siglo XVIII hasta nuestros días), Op. Cit., p. 85. 16 Op. Cit., p. 86
17
En el dominio filosófico la necesidad de unidad se manifiesta con más
amplitud, y se le encuentra no sólo en Novalis y Friedrich Schlegel, sino
también en Hölderlin y en las cabezas pensantes del Idealismo, Fichte,
Schelling y Hegel. Los románticos y los filósofos del Idealismo alemán
queriendo superar e integrar la crítica kantiana en una nueva doctrina
ontológica, vuelven a poner en boga los grandes sistemas metafísicos, de allí
que recurran a Leibniz, Spinoza, Boehme, Plotino, es decir a los filósofos de
sistemas monistas del universo –reinterpretados desde una perspectiva
subjetivista-. Así por ejemplo, Novalis desarrolla conjuntamente una teoría de
la poesía y una metafísica del universo de inspiración plotiniana.
En este marco global de la visión del mundo romántico hay que situar
la revolución estética, y en especial la nueva concepción de las artes y la
nueva definición del estatus del discurso sobre las artes; si se quiere
comprender sus motivaciones profundas. Esta visión del mundo ha sido
ampliamente comentada durante mucho tiempo, el estudio del “alma
romántica” ha sido uno de los temas privilegiados de las investigaciones
sobre el romanticismo. Más recientemente la atención se ha desplazado
hacia sus aspectos estéticos y poetológicos. Según Jean-Marie Schaeffer: “El
resultado más importante de esos trabajos ha sido mostrar que la revolución
romántica se puede considerar como el lugar de nacimiento de la mayoría
de las tesis poetológicas de la «modernidad»”.17
Ahora bien, el nacimiento del romanticismo resulta, de un factor más
específico: la convicción de que el discurso filosófico es incapaz de expresar
de manera adecuada la ontología teológica renovada. “La experiencia
fundamental de los románticos reside en la idea de que la filosofía no puede
17 Schaeffer Jean-Marie, El arte de la edad moderna, (La estética y la filosofía del arte desde el siglo XVIII hasta nuestros días), Op. Cit., p. 87.
18
ser el lugar de desarrollo de la ontoteología”,18 los románticos desvalorizan el
discurso filosófico, al conferir a las artes y a la poesía en primer lugar, una
función ontológica.
Esta censura dada al discurso filosófico, paradójicamente, es obra del
mismo discurso filosófico. El impulso filosófico romántico es bicéfalo,
dislocado entre una herencia metodológica que sigue siendo crítica y la
nueva ontología teológica. Los discursos se sitúan en niveles diferentes: la
ontología teológica funciona como una verdad evidente cuya naturaleza es
al mismo tiempo desconocida; en cuanto a la metodología crítica, se
considera que representa la discursividad filosófica por excelencia. La
ontología monista hace las veces de polo referencial “naturalizado” que se
vive como no enunciable en el horizonte de la discursividad filosófica,
regulada por el dualismo del sujeto y del objeto, y por tanto por la
imposibilidad de enunciar su unidad absoluta.
Friedrich Schlegel expresará esta no coincidencia entre el contenido
ideal de la filosofía y su forma discursiva distinguiendo entre el espíritu
filosófico y su letra:
Algunos creen encontrar la forma perfecta de la filosofía en la
unidad sistemática; pero se equivocan por completo, pues la
filosofía no es del orden de una obra exterior de representación
(Darstellung): es únicamente espíritu e intención (…) El concepto,
el nombre mismo de la filosofía, así como su historia, nos indican
que ella no es otra cosa que una investigación infinita que no
termina nunca (Ewiges Suchen und Nicht-Finden Können)19
18 Op. Cit., p. 88. 19 Schlegel Friedrich, Kritische Ausgabe, Schöningh Verlag, Paderborn, 1959, Tomo III, p. 99, Traducción de Jean-Marie Schaeffer, en Schaeffer Jean-Marie, El arte de la edad moderna, (La estética y la filosofía del arte desde el siglo XVIII hasta nuestros días), Op. Cit., pp. 88-89
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Novalis inspirándose ampliamente en teorías neoplatónicas, afirma
que la realidad fundamental es accesible sólo a través de un éxtasis que
escapa de la discursividad racional, pues esta última presupone siempre la
dualidad entre un sujeto que enuncia y un objeto al que se refiere la
enunciación. Sólo la creación poética tiene acceso a una contemplación
extática en la que el poeta es a la vez sujeto y objeto, yo y mundo.
En resumen, la instauración del arte como revelación ontológica no
nace simplemente de la extenuación de la filosofía como tal sino, de
manera más específica, de la incompatibilidad entre su forma discursiva y su
contenido (o su referencia) ontológico. Entonces surge el arte: este realizará
la presentación del contenido de la filosofía.
La especificidad del romanticismo en relación con los desarrollos
posteriores de la teoría del arte reside en esta doble disposición: no sólo dota
al arte de una función ontológica, más aún es la única presentación posible
de la ontología, de la metafísica especulativa. En este punto preciso, el
Idealismo se opone frontalmente a los pensadores románticos. Schelling y
Hegel, sin embargo, siguen atribuyéndole una función ontológica al arte,
pero su relación con el discurso filosófico es pensada de otra manera.
En el romanticismo entonces, la sacralización del arte y la génesis de
una teoría del arte son indisociables: las modalidades de la sacralización son
prescritas por la teoría del arte, pero al mismo tiempo la sacralización motiva
el establecimiento de una teoría del arte que habrá de legitimarla. Esta
explica sin duda por qué la tradición filosófica alemana, contemporánea a
la revolución romántica, siempre va a desarrollar también una teoría del arte
y a reservarle un lugar estratégico en la fundamentación de la metafísica.
Arte ontológico y metafísica del arte se condicionan recíprocamente: la
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teoría del arte es siempre al mismo tiempo una determinación específica del
contenido del arte y del lugar ocupado por éste en una ontología general. Si
el arte revela el Ser, la teoría del arte tiene que situar al arte en el Ser que
revela: el arte es a la vez revelación ontológica y objeto de la ontología.
En los románticos la poesía nos revela el universo, al mismo tiempo
que constituye su figura escatológica. La sacralización de la poesía es
posible apreciarla en la obra de Novalis y también en la de Friedrich
Schlegel, pero de todos los románticos quien persigue con mayor rigor el
proyecto de una teoría estética, y más específicamente de una teoría de la
literatura, fundada en la sacralización del arte es Friedrich Schlegel.
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