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II. EL DIAGNÓSTICO DE LA CRISIS DE LA MODERNIDAD Y LA
DECADENCIA DEL PROGRESO
2.1. Preámbulo: una mirada al siglo XX
En las últimas décadas del siglo XX se acuñó el término postmodernidad. La palabra
refleja la situación de crisis que ha caracterizado todo el siglo pasado y la perplejidad
que le es propia, puesto se sabe bien lo que queda atrás, pero no tanto qué puede haber
por delante. La postmodernidad, como ha sido definida por sus teóricos1, es una etapa
respecto de la cual existe conciencia de transición: lo viejo ya no vale, y se anda a la
búsqueda de lo nuevo2. Se vive con la conciencia de hallarse en una encrucijada cultural,
aunque no se sepa muy bien, en realidad, hacia dónde se dirige.3
La postmodernidad se articula en razón de múltiples cambios en diversas
direcciones, desde el nivel económico hasta el ideológico, que ponen de manifiesto la
crisis de la modernidad. Pero no debemos perder de vista que el germen de esta época,
por lo menos en lo teórico, se puede encontrar en Nietzsche, cuyo pensamiento es
considerado plataforma de entrada a la postmodernidad, con su diagnóstico nihilista
premonitorio de la crisis cultural, moral y filosófica del siglo XX4.
Si algo caracteriza a la modernidad es la confianza en la razón, esa razón
concebida como autónoma y universalista, capaz de sustentar sus pretensiones. Tal
confianza es la que sostiene el proyecto emancipatorio de la Ilustración, cumbre de la
modernidad5. Paradójicamente el siglo XX, en el que nace la Declaración Universal de
los Derechos Humanos, y en el que más se ha impulsado su defensa y promoción, puede
calificarse por su irracionalidad y barbarie como el más destructivo en la historia de la
humanidad, también como el siglo de la crisis de la razón y de la filosofía.
Sabemos que el siglo se inauguró con un gran optimismo, aun traía aires
provenientes del positivismo y de la Ilustración del siglo XVIII y se manifestaba en el
continuo desarrollo y diversificación de las ciencias. Pronto se vio cuestionado por la
Primera Guerra Mundial, a la que siguieron después acontecimientos traumáticos: la
Segunda Guerra Mundial, la barbarie nazi, los regímenes totalitarios, la Guerra Fría, la
1 Cf., J. F., Lyotard, La condición postmoderna, Madrid, Cátedra, 1987; G. Vattimo, El fin de la
Modernidad. nihilismo y hermenéutica en la cultura postmoderna, Barcelona, Gedisa, 1987; J. Baudrillard
et al, La postmodernidad, México, Colofón, 1988; Vattimo y otros, En torno a la postmodernidad,
Barcelona, Anthropos, 1990. 2 Cfr., «Historia del término “postmoderno”», en A. Quevedo, De Foucault a Derrida, Pamplona, Eunsa,
2001. 3 Cfr., J. Muguerza, Desde la perplejidad, Madrid, FCE, 1990, p. 334. 4 Cfr., J. Habermas, El discurso filosófico de la modernidad, Madrid, Taurus, 1989, p. 109ss. 5 Cfr., J. Habermas, El discurso filosófico de la modernidad, p. 29.
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amenaza nuclear, etc. Lo que en principio se presentaba como el siglo de grandes logros
humanos, acaba siendo el de las grandes crisis, que pone a Occidente nuevamente frente
al dilema: «civilización o barbarie». Sin duda, desde tal contexto hay que situar la
evolución de la filosofía, en sus diversas corrientes, a lo largo de este tiempo y su
desembocadura en la postmodernidad.
Durante el siglo que recién concluyó, la filosofía se ve cuestionada desde
diversos frentes. Además de los acontecimientos que acabamos de señalar, ante los
cuales la filosofía no siempre ha estado a la altura que debiera, se ha visto obligada a
replantearse su quehacer y función6. En la postmodernidad se ven cuestionados esos
rasgos que perfilaban un determinado concepto de razón y la autocomprensión de sí
misma. En esa línea, se acusa el entredicho en el que queda la propia razón autónoma, de
vuelta de sus excesos por pensarse incondicionada; se percibe cierto cansancio de la
crítica, se cuestiona el paradigma de la conciencia debido a la crisis del sujeto y a las
insuficiencias patentes del solipsismo metódico7; se aprecia el trasfondo mitológico que
supuso la noción de progreso y, consiguientemente, se pone en tela de juicio el sentido
emancipador de la historia. A continuación veremos, en ese marco, las críticas a la
concepción moderna de la historia y del progreso, tomando como apoyatura histórica ese
nombre paradigmático del fracaso del proyecto de la modernidad ilustrada:
«Auschwitz».
2.2. La Dialéctica de la Ilustración de Horkheimer y Adorno8
La postmodernidad es definida por uno de sus más prominentes teóricos como una época
perpleja9, de relajamiento, y esto es expresión de una crisis civilizatoria profunda, como
6 En ese punto incide todo el proceso de desarrollo de las ciencias y de especialización del saber; pero
además, la filosofía constata su propio agotamiento en lo que hasta el momento habían sido temas,
enfoques y paradigmas muy asentados. Lo que supone para la filosofía esta época posterior a la
modernidad, se podrá valorar si nos fijamos en algunos rasgos definitorios de esa modernidad:
consolidación de la razón en su autonomía, actitud de sospecha y crítica por parte de esa razón autónoma
que todo lo hace comparecer ante su «tribunal»; paradigma de la conciencia, viéndose todo desde ese
prisma del sujeto, considerado en términos del racionalismo e idealismo, concebido como sede de la
razón; afirmación del sentido emancipador de la historia, haciéndolo gravitar sobre la idea de progreso.
Junto a ello, otros rasgos de su perfil como desarrollo acelerado de las ciencias, fragmentación del saber,
ambigüedad del desarrollo económico y sociopolítico. Para un análisis comparativo entre Modernidad y
Postmodernidad, véase el trabajo de Armando Roa, Modernidad y postmodernidad. Coincidencias y
diferencias, Santiago de Chile, Andrés Bello, 1990. 7 Sobre este punto cabe mencionar la crítica que desde Nietzsche, pasando por Heidegger y hasta el
estructuralismo de Foucault, conduce definitivamente a la desaparición del sujeto. Véase, M. Foucault.,
Saber y verdad, Madrid, La Piqueta, 1985, pp. 14-18. 8 Una reflexión paralela se encuentra en el artículo: R. Rivas, «Dimensión crítica de la filosofía de la
cultura: “la dialéctica de la ilustración”» en Avatares, año 10, núm. 29, jul-dic/2007, pp. 33-42. 9 J. F. Lyotard, La postmodernidad. (Explicada a los niños), Barcelona, Gedisa, 1995, p. 11.
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sostiene Pérez Tapias10. Ante esto, la filosofía occidental no puede eludir el cometido de
enfrentarse a sus raíces más hondas, por lo que en pleno siglo XX la razón y la
racionalidad imperante han sido llamadas a dar cuenta de sí mismas ante el tribunal de la
historia, para deslindar responsabilidades ante su propia crisis. Si la razón ilustrada es
emblemática de la cultura occidental, y Occidente se encuentra en crisis, esto significa
también, concomitantemente, la crisis de dicha razón.
En este sentido, consideramos pertinente traer a colación el trabajo de Max
Horkheimer y Theodor W. Adorno, miembros importantes de la Escuela de Frankfurt,
quienes han hecho de manera sumamente incisiva la crítica a la Ilustración y el
racionalismo moderno y «tratan de ilustrar radicalmente a la Ilustración sobre sí
misma»11; llevan a cabo su crítica desde una óptica distinta a la hecha previamente por
Nietzsche y Heidegger. Nos parece imprescindible una relectura de la Dialéctica de la
Ilustración,12 como requisito para entender el diagnóstico postmoderno, pues éste es
heredero de un saber caracterizado por una visión pesimista de la sociedad y del futuro y
de la crítica visión ideológica de la historia.
a) Ilustración y el desencantamiento del mundo:
El punto de partida de la obra, se resume en la aporía consistente en la «autodestrucción
de la Ilustración»13. El dominio de la razón termina llevando a la sinrazón; el dominio de
la naturaleza se vuelve contra el hombre transformándose en venganza de la Naturaleza
sometida; y la importancia dada al sí mismo del hombre como nueva forma de
reorganizar la sociedad termina haciendo del hombre un mero ejemplar de su especie. La
causa de todo hay que buscarla en la mitificación de la Razón, su matematización y la
consiguiente supresión de toda autocrítica de aquello que constituye la máxima
expresión de la Ilustración y de la humanidad misma: un pensamiento que, pretendiendo
ser objetivo, ha eliminado toda autorreflexión; una Razón que no puede ser cuestionada,
es una sinrazón y el dominio absoluto sobre aquello que excede el poder del hombre –la
Naturaleza- es también una sinrazón. Por eso la Ilustración lleva en sí misma el germen
de su propia autodestrucción14.
El positivismo promovió el prejuicio durante mucho tiempo vigente de que en
Grecia se había dado el paso del mythos al logos, considerando éste como antítesis del
primero. La ilustración era heredera y resultado necesario de ese progreso de la razón y
10 J. A. Pérez Tapias, Filosofía y crítica de la cultura, p. 112. 11 J. Habermas, El discurso filosófico de la modernidad, p. 136. 12 M. Horkheimer y Th. Adorno, Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos, Madrid, Trotta,
1998. 13 «La aporía[…] que debíamos analizar [es] la autodestrucción de la Ilustración». (Dialéctica de la
Ilustración, p. 53). 14 De ahí que, en adelante y como consecuencia del catastrófico ‘dominio de la razón’, el pensamiento
tenga que tornarse «débil» como única forma de supervivencia. Esta es la salida postmoderna, que
desarrollaremos adelante.
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denuncia el carácter autoritario y coaccionante del mito que se manifiesta en el
encantamiento del mundo. Por ello opone la fuerza del logos, que rompe el
encantamiento que ejercen los poderes colectivos: «La ilustración contradice el mito
escapando con ello a su poder»15. La disolución de todos los mitos era uno de los
objetivos de la Ilustración: el desencantamiento del mundo y de todos los órdenes de la
vida humana. La Ilustración había sido ese gran movimiento revolucionario de la
historia en el que se pretendía superar todo tipo de supersticiones y mitos. Su programa
era el desencantamiento del mundo: disolver los mitos y derrocar la imaginación
mediante la ciencia16.
Sin embargo, para Horkheimer y Adorno hay una cierta complicidad entre
Ilustración y mito: es la «regresión» de la Ilustración a mitología: «el mito es ya
Ilustración; la Ilustración recae en mitología»17. La doble paradoja interna es que la
Ilustración, por un lado, se ha convertido en el mito por excelencia de la historia
contemporánea y de la sociedad industrial moderna; y por otro, los autores denuncian
que «los mitos que caen víctimas de la Ilustración eran ya producto de ésta»18, según
comentaremos a continuación.
b) Origen común del mito y la razón:
A partir de las reflexiones de Nietzsche sobre el pesimismo griego en torno a la
experiencia del sinsentido de la vida, se ha dado por supuesto que la racionalización es
fruto del miedo y no surge como búsqueda de la verdad sino como defensa frente a la
misma19. Como sostiene Nietzsche, el origen de la razón y de la ciencia es instintivo, se
debe al mero instinto de conservación, ante el caos, el azar y el sinsentido de una
Naturaleza que nos aplasta. En este sentido, puede decirse que la Ilustración es fruto del
miedo, tal como se observa en las primeras líneas del ensayo «Concepto de Ilustración»
con el que comienza el libro: «La Ilustración, en el más amplio sentido de pensamiento
en continuo progreso, ha perseguido desde siempre el objetivo de liberar a los hombres
del miedo y constituirlos en señores»20; «el hombre cree estar libre del terror cuando ya
no existe nada desconocido… La Ilustración es el temor mítico hecho radical… Nada
absolutamente debe existir fuera, pues la sola idea del exterior es la genuina fuente del
15 K. Heinrich, citado por Habermas, El Discurso filosófico de la modernidad, p. 136 (n. 1). 16 Dialéctica de la Ilustración, p. 59. 17 Dialéctica de la Ilustración, p. 56. 18 Dialéctica de la Ilustración, p. 63. Horkheimer sostiene: «El mundo desencantado, que aquellos
impertérritos luchadores contra las supersticiones tiránicas alzaron como estandarte en el siglo XVII, vive
hoy en secreto culturalmente, largo tiempo tras la victoria de los residuos de aquella herencia mítica, en la
que tiene que contarse también, desde hace mucho, la filosofía metafísica…»: «Sobre el concepto de la
razón» en Horkheimer y Adorno, Sociológica, Madrid, Taurus, 1996, p. 209. 19 Vid., F. Nietzsche, El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música, en Obras Completas. (Trad.
E. Ovejero), Tomo V, Buenos Aires, Aguilar, 51961. 20 Dialéctica de la Ilustración, p. 59.
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miedo»21. La Ilustración, como los mitos, la religión, inclusive la misma ciencia, se da
para liberar a los hombres del terror que les produce una existencia carente de sentido.
En ese tenor, el miedo está en la base de toda racionalización. Esta razón surgida
del miedo no es la razón que busca la verdad, sino que es la razón que busca dominar. El
temor mítico busca objetivar el miedo para poderlo controlar. La Ilustración es ese temor
mítico llevado al extremo. Mientras la mitología dejaba fuera los malos espíritus y
ofrecía sacrificios a los dioses, la Ilustración pretende eliminar los mitos, eliminando
también los ritos con los que los hombres intentaban ahuyentar el peligro. La Ilustración,
como mitología llevada al extremo, no permite que nada quede fuera de su dominio: «La
Ilustración es totalitaria».22
Quien racionaliza, busca controlar el miedo por medio de razones que pueden ser
verdaderas o falsas, pero, en cualquier caso, no contrastadas. De ahí surge una «historia»
inventada por un proceso psicológico que guarda muchas similitudes con el mito. Pero
mientras los mitos tenían por objeto a seres sobrenaturales, entonces el ser humano tenía
siempre la posibilidad de la crítica por medio de la razón. Ahora bien, cuando la propia
razón es erigida en Razón, cuando es elevada a la categoría nuevo ídolo, de nuevo mito,
ella misma queda paralizada. La adhesión a esta Razón es entonces más afectiva, y por
tanto, irracional. Esto es lo que sucede con la ciencia convertida en mito, como aquella
de la que fue objeto de profesión de fe por parte del positivismo. La Ilustración profesa
una fe ciega en la Razón y en la Ciencia, al grado que nada de ellas –ni sus excesos, ni
sus limitaciones-puede cuestionarse. Se sigue que la Ilustración y la Razón, desde un
punto de vista psicológico, hayan sido elevadas a la categoría de nueva religión.
c) Ilustración y Razón instrumental:
Los precedentes de la Ilustración y del cientificismo, hay que buscarlos en la idea
baconiana de la «Gran Restauración» de los saberes y de la sociedad, fundada en el
dominio de la naturaleza por el conocimiento y la reforma de las ciencias, precedentes
cristalizados en la máxima de Bacon: «el saber es poder»23. Como cita Habermas: «La
necesidad en que se ve el hombre de dominar racionalmente las fuerzas naturales que le
amenazan desde fuera, ha puesto a los sujetos en la vía de un proceso de formación que
incrementa hasta el infinito las fuerzas productivas por mor de la pura auto
conservación»24.
21 Dialéctica de la Ilustración, p. 70. 22 Dialéctica de la Ilustración, p. 62. 23 «El saber, que es poder, no conoce límites, ni en la esclavización de las criaturas ni en la
condescendencia para con los señores del mundo. Del mismo modo que se halla a disposición de los
objetivos de la economía burguesa, en la fábrica y en el campo de batalla, así está también a disposición
de los emprendedores, sin distinción de origen. Los reyes no disponen de la técnica más directamente que
los comerciantes: ella es tan democrática como el sistema económico con el que se desarrolla…».
Dialéctica de la Ilustración, p. 60. 24 J. Habermas, El discurso filosófico de la modernidad, p. 139.
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Pero la Ilustración, desde sus comienzos, mutila a la razón porque sólo se sirve
de ésta en esa forma de dominación racional «con arreglo a fines», es decir, se sirve de
ella como «razón instrumental»25, razón formal o subjetiva -aquella que no es fin en sí
misma, sino que se emplea siempre en función de otra cosa-. Por ello, según Horkheimer
y Adorno, el verdadero conocimiento no interesa, esa curiosidad gratuita que supone el
deseo de saber, lo que importa es el conocimiento de los medios, de la técnica: «lo que
importa no es aquella satisfacción que los hombres llaman verdad, sino la operación, el
procedimiento eficaz». Por encima de la búsqueda de la verdad –verdad teórica y verdad
moral-, hay una renuncia al sentido26. Se sustituye el concepto por la fórmula, se
sustituye la causa por la regla y por la probabilidad, las cuestiones filosóficas no
interesan: hoy no se pregunta el por qué de las cosas, sino el para qué, como muestra
Horkheimer:
El pensar no sirve para determinar si algún objetivo es de por sí deseable. La aceptabilidad de
ideales, los criterios para nuestros actos y nuestras convicciones, los principios conductores de la
ética y de la política, todas nuestras decisiones últimas, llegan a depender de otros factores que
no son la razón. Han de ser asunto de elección y de predilección, y pierde sentido el hablar de la
verdad cuando se trata de decisiones práctica, morales o estéticas.27
La razón instrumental no cuestiona los fines, es la razón, es la razón del puro
instrumento; por ello la razón instrumental es una razón ciega o mutilada. Cuando ésta
ocupa el lugar que le corresponde, se integra con otras formas de razón. Pero cuando se
transforma en mito, pretende transformarse en «razón única» al servicio de aquellos que
detentan el poder para ejercerse despótica y autoritariamente. Ésta razón se torna
autoritaria y todo lo somete: «A partir de ahora la materia debe ser dominada por fin sin
la ilusión de fuerzas superiores o inmanentes, de cualidades ocultas. Lo que no se
doblega al criterio del cálculo y la utilidad es sospechoso para la Ilustración»28. Quien en
el ejercicio de la razón busca el procedimiento eficaz, la máxima rentabilidad y utilidad,
por encima del placer del puro conocimiento revela su afán de dominio: «El pensar es
hoy rápidamente conminado a justificarse más en relación con su utilidad para un grupo
establecido, que en su relación con la verdad. Aun cuando la subversión contra la
miseria y la privación pueda descubrirse como elemento implícito en todo pensar
consecuente, su capacidad para la reforma no constituye un criterio para la verdad»29.
Los dos movimientos filosóficos convergentes en el uso de la razón como mero
instrumento de dominio son tanto el positivismo como el pragmatismo, para los cuales
25 «Hoy… la verdadera esencia de la razón, consiste en hallar los medios para lograr los objetivos
propuestos en cada caso…La razón se realiza a sí misma cuando niega su propia condición absoluta –
razón con un sentido enfático- y se considera como mero instrumento [con arreglo afines]»: M.
Horkheimer, Crítica de la razón instrumental, (prefacio a la segunda edición alemana [1967]), Buenos
Aires, Sur, 1973, p. 5. 26 «En el camino hacia la ciencia los hombres renuncian al sentido». Dialéctica de la Ilustración, p. 61. 27 Horkheimer, Crítica de la razón instrumental, p. 19. 28 Dialéctica de la Ilustración, p. 62. 29 Horkheimer, Crítica de la razón instrumental, p, 97.
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nada, ni siquiera el bienestar material, que hipotéticamente reemplazaría a la salvación
de las almas como meta suprema de la historia, tiene valor en sí mismo y por sí mismo:
«…ninguna meta es por sí mejor que otra. El pensamiento moderno ha intentado
convertir este modo de ver las cosas en una filosofía, tal como la presenta el
pragmatismo. Constituye el núcleo de esta filosofía la opinión de que una idea, un
concepto o una teoría no son más que un esquema o un plan para la acción, y de que por
lo tanto la verdad no es sino el éxito de la idea»30.
Horkheimer y Adorno relacionan el fenómeno de la Ilustración con lo sucedido
en la época de los mitos. Y es que el propósito de la Ilustración era el desencantamiento
del mundo como desmitologización. Pero los mitos son engendros de la misma
Ilustración31. Como se enuncia en el excursus «Odiseo, o mito e Ilustración», el mito
tiene como elemento fundamental el sacrificio. Éste es el del hombre individual frente a
la sociedad32. Y ahí está el engaño, según los autores: «Todas las acciones rituales de los
hombres, ejecutadas según un plan, engañan al dios al que son destinadas: lo subordinan
al primado de los fines humanos, disuelven su poder; y el engaño cometido contra el
dios se transforma sin fracturas en el engaño que los incrédulos sacerdotes cometen
contra la comunidad creyente»33.
El objetivo es dominar a los otros en nombre de un principio superior. Este
principio superior era antes Dios o los dioses, como hoy lo es la Razón o la Ciencia.
Cuando la desmitologización desvaloriza el valor del sacrificio, éste se transforma en
renuncia, como internalización burguesa del sacrificio.
Como decíamos antes, el miedo está en la base de toda racionalización. Esta
razón surgida del miedo no es la razón que busca la verdad, sino que es la razón que
busca dominar. El temor mítico busca objetivar el miedo para poderlo controlar. La
Ilustración es ese temor mítico llevado al extremo. Mientras la mitología dejaba fuera
los malos espíritus y ofrecía sacrificios a los dioses, la Ilustración pretende eliminar los
mitos, eliminando también los ritos con los que los hombres intentaban ahuyentar el
peligro. La Ilustración, como mitología llevada al extremo, no permite que nada quede
fuera de su dominio: «La Ilustración es totalitaria».34
d) La Ilustración como renuncia a la razón:
Otro planteamiento de Horkheimer y Adorno consiste en que la Ilustración redujo la
razón a razón científica, al mismo tiempo que genera la hipostatización o reificación del
pensamiento, lo cual se manifiesta, según Horkheimer y Adorno, en su reducción al
ámbito de las matemáticas: «Con la previa identificación del mundo enteramente
30 Horkheimer, Crítica de la razón instrumental, p. 52. 31 Dialéctica de la Ilustración, pp. 63-64. 32 Dialéctica de la Ilustración, p. 104. 33 Dialéctica de la Ilustración, p. 103. 34 Dialéctica de la Ilustración, p. 62.
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pensado, matematizado, con la verdad, la Ilustración se cree segura frente al retorno de
lo mítico. Identifica el pensamiento con las matemáticas… El modo del procedimiento
matemático se convirtió, por así decirlo, en ritual del pensamiento»35.
Este pensamiento reducido a proposiciones matemáticas, es tautológico, se
reifica, se torna un pensamiento objetivante, cosificante, que renuncia a pensarse a sí
mismo y que «transforma el pensamiento en cosa, en instrumento, como él mismo lo
denomina»36. Esta renuncia a sí mismo es una abdicación a la praxis. Aunque según
Horkheimer y Adorno, esto estaba justificado: «La Ilustración ha desechado la exigencia
clásica de pensar el pensamiento… porque tal exigencia distrae del imperativo de regir
la praxis»37. Sin embargo esta renuncia a pensarse a sí mismo no es más que la evasión
del compromiso que implica toda crítica y autocrítica. Resulta paradójico que no sea el
predominio de la teoría lo que inhiba la praxis, sino más bien la ausencia de una teoría
comprometida con la crítica la que impide la rehabilitación de la praxis38.
El pensamiento que no reflexiona sobre sí mismo se convierte en dogmático.
Cuando el pensamiento se torna independiente de la praxis, la praxis se torna
independiente de la razón, de ahí que pueda hoy darse un progreso puramente material
que deshumaniza a aquellos mismos a los que pretende beneficiar: «En el camino desde
la mitología a la logística ha perdido el pensamiento el momento de la reflexión sobre sí
mismo, y la maquinaria mutila hoy a los hombres, aun cuando los sustenta»39. Esta
mutilación no sólo es la opresión a la que se ven sometidos millones de seres humanos
para que un puñado progrese; sino que es una mutilación que sufren aquellos que hoy
disfrutan de los beneficios de la ciencia y de la técnica, pero que son igualmente a
quienes se les impide otra forma de pensamiento que no sea la de ser meros instrumentos
de ese pretendido progreso.
En definitiva, la liquidación de la Ilustración aparentemente es la tiranía del
pensamiento, pero en el fondo es más bien la ausencia de éste. Con la renuncia al
pensamiento, que cobra venganza, en su forma deificada como matemáticas, máquina y
organización, en los hombres olvidados de él, la Ilustración ha renunciado a su propia
realización. Al disciplinar a los individuos ha dejado a la totalidad indefinida la libertad
de volverse, en cuanto dominio sobre las cosas, en contra del ser y de la conciencia de
los hombres40. En la razón hecha instrumento de dominio está la reificación del sujeto
transformado en objeto y la eliminación del pensamiento auténticamente humano. En
ese sentido, la Ilustración, lejos de potenciar al ser humano como sujeto, lo aliena en una
sociedad que lo arrastra impidiéndole que piense por sí mismo.
35 Dialéctica de la Ilustración, pp. 78-79. 36 Dialéctica de la Ilustración, p. 79. 37 Dialéctica de la Ilustración, p. 79. 38 Vid. M. Horkheimer, «Teoría tradicional y teoría crítica (1937)» en Teoría crítica, Buenos Aires,
Amorrortu, 2003, pp. 223 ss. 39 Dialéctica de la Ilustración, p. 90. 40 Dialéctica de la Ilustración, p. 93-94.
Capítulo II
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La Ilustración, y aquí es paradigmático el pensamiento kantiano, hace imposible
la metafísica, por eso la Ilustración abandona el imposible conocimiento de las cosas en
lo que son en sí mismas, pare centrarse en los fenómenos, es decir, en lo que las cosas
son para el hombre:
De tal modo, en el en sí de las mismas [las cosas] se convierte en para él. En la
transformación se revela la esencia de las cosas siempre como lo mismo: como materia o
substrato de dominio. Esta identidad constituye la unidad de la naturaleza. Una unidad
que, como la del sujeto, no se presuponía en el conjuro mágico41.
El en sí de la metafísica se transforma en el para él –para el hombre- de la
técnica. Así, desconocida la esencia de las cosas, sólo interesan en tanto son útiles para
mí y en ese sentido se puede decir que la esencia de las cosas es siempre la misma:
simple materia o, lo que es lo mismo, sustrato de dominio, material a ser manipulado. Se
radicaliza así la dicotomía entre sujeto y objeto, sin embargo la independencia del sujeto
ha sido siempre una utopía. Particularmente radicales son Horkheimer y Adorno cuando,
después de haber afirmado que el sujeto es modelado desde su nacimiento en función de
las mercancías ofrecidas por el mercado, dice: «A los hombres se les ha dado su sí
mismo como suyo propio, distinto de todos los demás, para que con tanta mayor
seguridad se convierta en igual. Pero dado que ese sí mismo no fue asimilado nunca del
todo, la Ilustración simpatizó siempre con la coacción social»42.
Los autores insisten en que la Ilustración subraya la individualidad del sujeto,
justamente para convertirlo en un ser genérico. Mientras la personalidad venía modelada
por el clan familiar, la individualidad era algo secundario, ahora, sin embargo se insiste
en la individualidad del sujeto, mientras cada sujeto es igual a todos los demás. En las
pequeñas sociedades, el sujeto está muy condicionado socialmente, pero tiene un lugar
propio e insustituible. En las sociedades modernas, en cambio, el hombre puede tener la
sensación de no ser controlado por nadie, lo que los autores llaman «libertad negativa».
Esta libertad, sin embargo, además de ser muy relativa –pues existen leyes, hay más
policías que nunca y, sobre todo, la libertad está en función del dinero que se tenga-- es
una libertad engañosa, porque el anonimato no es garantía de libertad, sino únicamente
de que la presión social se ejerce sobre una masa obligada, por su propia supervivencia,
a algún tipo de pertenencia. «Oficialmente, nadie debe rendir cuentas sobre lo que pasa.
A cambio, cada uno está desde el principio encerrado en un sistema de iglesias, círculos,
asociaciones profesionales y otras relaciones, que constituyen el instrumento más
sensible de control social»43.
41 Dialéctica de la Ilustración, pp. 64-65. 42 Dialéctica de la Ilustración, p. 68. 43 Dialéctica de la Ilustración, p. 198.
Capítulo II
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En este sentido, el sujeto puede escapar –muy relativamente- aunque siempre
será al precio de su marginación:
El hecho de que en toda carrera, pero especialmente en las profesiones liberales, los
conocimientos específicos del ramo se hallen por lo general relacionados con una actitud
conformista, puede suscitar fácilmente la ilusión de que ello es debido sólo y
exclusivamente a los mismos conocimientos específicos. En realidad, forma parte de la
planificación irracional de esta sociedad el que ella reproduzca, en cierto modo, sólo la
vida de los que le son fieles. La escala de los niveles de vida corresponde exactamente a
la conexión interna de las clases y de los individuos con el sistema44.
e) La Ilustración como alienación:
La sociedad resultante de la Ilustración es aquella en la que predomina una ilusión de
individualidad: el sí mismo no es un principio personalizador, sino generalizador,
despersonalizador. Esta ilusión de individualidad conlleva a su vez una engañosa
libertad, porque si antes de la Ilustración la coacción era más directa, no por ello somos
ahora más libres, sólo que ahora no se nos presiona como individuos, sino
colectivamente en una sociedad cuyas preferencias consumistas son cuidadosamente
programadas. El que no se doblega queda aislado. La mayor injusticia radica en la
anulación de la libertad: «lo que sucede a todos por obra de unos pocos se cumple
siempre como avasallamiento de los individuos singulares por parte de muchos»45.
Como consecuencia de esta reificación del pensamiento, en la medida en que el
ser humano se distancia de la naturaleza para dominarla a través de la razón, en esa
misma medida está alienándose y objetivándose a sí mismo. Ahí se asienta la
contradicción radical de la Ilustración, que prometía la emancipación de los hombres y
de la sociedad, provocó la alienación más radical que se manifiesta en la sociedad
industrial moderna: La alienación por el trabajo.
Por lo demás, el pensamiento se vuelve ilusorio siempre que quiere renegar de la función
separadora, de la distanciación y objetivación. Toda unificación mística es un engaño: la
impotente huella interior de la revolución rebajada. Pero en la medida en que la
Ilustración tiene razón contra todo intento de hipostasiar la utopía y proclama impasible
el dominio como escisión, la ruptura entre sujeto y objeto, que ella misma impide cubrir,
se convierte en el índice de la propia falsedad y de la verdad. La condena de la
superstición ha significado siempre, a la vez que el progreso del dominio, también su
desenmascaramiento. La Ilustración es más que Ilustración: naturaleza que se hace
perceptible en su alienación46.
Marx había denunciado esta alienación, que para él se daba en el terreno de la
estructura socioeconómica, puesto que el ser humano que no posee los medios de
44 Dialéctica de la Ilustración, p. 198. 45 Dialéctica de la Ilustración, p. 76. 46 Dialéctica de la Ilustración, p. 92.
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producción, es decir, el obrero, a través del trabajo –alienado también-, se aliena de sí
mismo al vender su fuerza de trabajo, que es lo más propio de sí, se hace ajeno a sí
mismo; él y su trabajo se convierten en mercancía; el ser humano se aliena también del
producto de su trabajo, que ve como un objeto extraño y hostil, porque no le pertenece.
El trabajo no es más la humanización de la naturaleza, sino su objetivación, su
cosificación. El ser humano se aliena también respecto de la naturaleza, puesto que el
trabajo alienado produce una escisión entre trabajo (actividad humana) y naturaleza; el
trabajo alienado destruye la unidad del hombre –como especie- con la naturaleza y da
pie al individualismo más mordaz. El hombre se vuelve lobo del hombre, porque
cualquier «otro» aparece como extraño y hostil, como enemigo.
Cuanto más se mata el obrero trabajando, más poderosos se torna el mundo material ajeno a él
que crea frente a sí, más pobres se vuelven él y su mundo interior, menos se pertenece el obrero a
sí mismo… El obrero se hace [tanto] más pobre cuanto más riqueza produce, cuanto más crece
su producción… El obrero se convierte en una mercancía tanto más barata cuantas más
mercancías produce. La desvalorización del mundo crece en razón directa de la valoración del
mundo de las cosas… El producto que el trabajador produce, su producto se enfrenta al obrero
como un ser extraño y hostil… El trabajo que produce cosas tan maravillosas, para los mismos
trabajadores produce sólo privación… Produce palacios, pero para el obrero tugurios. Produce
belleza, pero para el obrero deformidad…47
La polarización que ve Marx es suscrita por Horkheimer y la adapta a la nueva
sociedad de masas, la sociedad industrial producto de la Ilustración, en la cual, tanto
poseedores como desposeídos padecen sus excesos, aunque en diverso grado. El
dominio sobre la naturaleza se lleva a cabo a través de tecnología que, supuestamente, al
suplir la mano de obra humana, generaría mayor disposición de tiempo libre para el ocio
o para la reflexión: «Cuantos más aparatos inventemos destinados a dominar la
naturaleza, tanto más debemos servir a éstos para sobrevivir»48. La ciencia y la
tecnología nos han satisfecho muchísimas necesidades, sin embargo crea nuevas y más
exigentes, de tal modo que por este lado tampoco hay libertad, porque el hombre de
nuestra cultura es más dependiente de la ciencia y de la tecnología que el de otras
épocas. Y paradójicamente, entre más dominio sobre la naturaleza ejerzamos, más
dependemos y necesitamos de ella para nuestra autoconservación y ello afecta tanto a
ricos como a pobres.
Según Horkheimer y Adorno, una de las explicaciones a la crisis de la Ilustración
ha sido el abandono a las relaciones económicas. Las relaciones económicas se
convirtieron en el criterio para entender al ser humano. Las relaciones económicas son
-además de las que se refieren a lo monetario- las que hacen a los seres humanos
intercambiables. En las relaciones económicas nadie es imprescindible, no importa el
currículo, no hay nadie insustituible. En las relaciones económicas los bienes materiales
47 K. Marx, Manuscritos económico filosóficos, México, Grijalbo, 1962, pp. 63-64. 48 Horkheimer, Crítica de la razón instrumental, p. 106.
Capítulo II
61
se convierten en elementos de desdicha49. La absolutización de los bienes materiales, el
despotismo de las relaciones económicas son la paradigmática aporía de la Ilustración:
queriendo elevar al hombre sobre la naturaleza, termina convirtiéndolo en un muñeco al
servicio de la economía y de las grandes transnacionales, que rigen nuestro destino y
nuestras mentes. Las relaciones económicas han llevado al hombre al anonimato, a la
estadística.
Ahora bien, Horkheimer y Adorno piensan que la Ilustración se torna en una
ideología legitimadora de esas relaciones económicas, en una ideología que se está
transformando en cultura universal. El problema de fondo es lo que llaman «mala
filosofía»50, porque la estrategia del engaño consiste en hacernos creer que la cuestión es
ajena a cualquier filosofía. Esto es lo que los autores describen como la expulsión del
pensamiento. La ignorancia ha sido siempre el cómplice de toda manipulación
ideológica. Pero la ignorancia de hoy tiene características peculiares, pues, por ejemplo,
no está referida a personas analfabetas, ya que la sociedad moderna, producto de la
Ilustración es una sociedad de gentes con estudios superiores, cualificados para trabajos
especializados. Pero son ignorantes en cuanto a que han abandonado a la razón. La mala
filosofía es la que abandona el pensamiento. Los métodos para dicho abandono son
variados: por ejemplo, obligar a las personas a un ritmo excesivo de trabajo, no solo por
coacción –como sucedía en otros tiempos-- sino por medio del consumismo y la
necesidad ilimitada de competir en todos los campos. Un trabajador estresado está
incapacitado para pensar. Este abandono del pensamiento es uno de los síntomas más
preclaros de la regresión de la Ilustración, manifestada en la total ausencia de sentido
crítico y reflexivo: «La regresión de las masas consiste hoy en la incapacidad de poder
oír con los propios oídos aquello que no ha sido aún oído, de tocar con las propias
manos aquello que no ha sido aún tocado: la nueva figura de ceguera que sustituye toda
ceguera mítica vencida»51. Es la incapacidad de percibir por uno mismo la realidad:
«…la resignación del pensamiento a la producción de conformidad, significa el
empobrecimiento tanto del pensamiento como de la experiencia»52.
La ideología de la Ilustración consiste en un pragmatismo que rechaza todo
aquello que no pueda ser verificado:
Pero la ideología llevada así a la vaguedad y a la falta de compromiso, no se hace por ello
más transparente, ni tampoco más débil. Precisamente su vaguedad, su aversión casi
científica a comprometerse con algo que no pueda ser verificado, sirve eficazmente de
49 Cf., Dialéctica de la Ilustración, p. 55. 50 «Forma parte de la actual situación sin salida el hecho de que incluso el reformador más sincero, que en
un lenguaje desgastado recomienda la innovación, al asumir el aparato categorial prefabricado y la mala
filosofía que se esconde tras él refuerza el poder de la realidad existente que pretendía quebrar».
(Dialéctica de la Ilustración, p. 54). 51 Dialéctica de la Ilustración, p. 89. 52 Dialéctica de la Ilustración, p. 88.
Capítulo II
62
instrumento de dominio. Ella se convierte en la proclamación enérgica y sistemática de lo
que existe53.
Al proclamar como real únicamente lo que existe de forma verificable, se está
rechazando sistemáticamente como irreal cualquier posibilidad de cambio, cualquier
crítica a la situación presente.
f) La tarea de la razón según Adorno y Horkheimer:
Desde nuestra interpretación, para estos dos miembros de la Escuela de Frankfurt, en
cierto sentido anticipándose a Apel y Habermas, la única forma de resistir a la ideología
es desenmascararla y, para desenmascarar una ideología sin caer en una ideología de
signo contrario, la única posibilidad es el pensamiento crítico, aquél que se piensa a sí
mismo, que no se deja engañar con lugares comunes y vagas generalizaciones, sino que
va al fondo de las cuestiones, un pensamiento re-filosófico. Pero, he aquí una de los
desafíos más delicados para la filosofía y para la Ilustración: ¿cómo sustraerse la
filosofía a ese peligro de convertirse en el apoyo logístico del sistema?:
Cuando los funcionarios que la industria mantiene en sus departamentos intelectuales, en
las universidades, en las Iglesias y en los periódicos, piden a la filosofía su declaración de
principios, mediante los cuales legitima sus investigaciones, la filosofía se encuentra en
una situación embarazosa mortal54.
Ya que la filosofía, como sostienen los mismos Horkheimer y Adorno, «no es
síntesis, base o coronamiento de la ciencia, sino el empeño de resistir a la sugestión, la
decisión a favor de la libertad intelectual y real»55, es instancia crítica. «La Ilustración…
se encuentra a sí misma sólo si rechaza el último compromiso con estos enemigos y se
atreve a abolir el falso absoluto, el principio del ciego dominio. El espíritu de esta teoría
intransigente podría reorientar al del inexorable progreso mismo hacia su fin»56.
El pecado de la Ilustración que denuncian Horkheimer y Adorno ha sido el dejar
de serlo, el haber renunciado a aquello mismo que constituye su esencia. La pérdida de
identidad ha venido justamente por el abandono de la capacidad de pensar en aras del
dominio a toda costa. No se debe renunciar al pensamiento, no se propone caer en la
irracionalidad; la única vía de esperanza se encuentra en la renuncia más bien al ciego
dominio que sólo puede ser vencido por una filosofía crítica, capaz de romper con la
lógica mortal del sistema alienante que despoja a los seres humanos de su característica
más propia: la capacidad de pensar críticamente.
53 Dialéctica de la Ilustración, p. 192. 54 Dialéctica de la Ilustración, p. 289. 55 Dialéctica de la Ilustración, p. 288. 56 Dialéctica de la Ilustración, p. 94.
Capítulo II
63
Mientras este horror no permite verdad alguna con la que pueda ser comparado, en el
exceso mismo de su absurdo aparece -negativamente- cercana la verdad, y sólo debido a
la pérdida total del pensamiento es posible mantener alejados de ella a los hombres
privados de juicio. Es la Ilustración misma, dueña de sí y en proceso de convertirse en
fuerza material, la instancia que podría romper los límites de la Ilustración57.
La aporía de la Ilustración, consistente en la absolutización de una razón parcial
y enana que dio un golpe de Estado para expulsar de su seno a todo lo que la razón
significa, ha tenido consecuencias tan deplorables y absurdas que sólo ha sido posible su
justificación desde un fanatismo extremo. Por eso, tal aporía no se resuelve con una
renuncia a la Ilustración, sino precisamente rompiendo los límites de la Ilustración desde
la propia Ilustración. Los límites de la Ilustración son justamente los del uso de la razón
con la exclusiva función del dominio de la naturaleza, es decir, la absolutización de una
forma de razón al servicio de los intereses económicos de una minoría. En definitiva, los
límites de la Ilustración son los del limitado uso de una razón que pretende ser absoluta.
La única forma de luchar contra esos límites es, en realidad, la coherencia con los
propios principios acerca del valor absoluto de una razón que pueda llamarse justamente
humana. Es así como la ruptura de la aporía interna de la Ilustración tiene que surgir del
seno de la misma. Pero este círculo no se puede superar del todo, porque está ubicado en
la lógica de las sociedades humanas, que es contradictoria o paradójica. El terreno en el
que se sitúa la dialéctica de la Ilustración, su aporía y la necesidad de superación de la
misma es en el de la filosofía de la Historia. Y en esta filosofía de la historia, con su
«lógica» propia, no hay otra salida que la de un futuro siempre nuevo, aunque no
ingenuamente esperado, sino trabajosamente construido en el único tiempo real, en el
presente.
La clave, -que no la respuesta-, que dan Horkheimer y Adorno, para superar la
aporía es el pensamiento que se piensa a sí mismo críticamente. Es un pensamiento que
no se reduce a una explicación lógica, sino que parte de la vida y de la experiencia,
porque la verdad de la que hablan estos autores es la verdad de la vida, no una verdad
lógica, matemática o metafísica. Buscar la verdad es desenmascarar la mentira, una
mentira que tampoco tiene entidad metafísica, una mentira que no puede ser descubierta
de una vez para siempre. Además, ese pensamiento que se piensa a sí mismo no puede
ser el sistema de un filósofo o de una escuela filosófica. Esa verdad de la que hablan
Horkheimer y Adorno es una verdad siempre buscada, pero nunca encontrada del todo.
No es una realidad dada, sino una realidad por hacer. No es sustancia, sino apertura. En
realidad puede decirse que lo positivo es mentira, mientras que la verdad es ausencia de
mentira. Porque la mentira es instalación en una verdad a medias, la mentira es miedo a
una verdad nunca alcanzada. La mentira es deseo de dominio, porque la verdad es
presente y el presente siempre escapa de las manos. En esto consiste la dialéctica de la
57 Dialéctica de la Ilustración, p. 250.
Capítulo II
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Ilustración, en una razón que, cuando se cree poseer, se transforma en dominio, mientras
que, cuando renuncia al dominio, entonces alcanza el conocimiento y se aproxima a la
verdad.
Por último queremos mencionar que Horkheimer ve como salida, en principio, la
reivindicación del potencial emancipatorio de la filosofía crítica, que no abomina de la
razón sino que la entiende en su justa dimensión; como razón que en el análisis causal y
en la comprensión de las contradicciones de la dialéctica histórica busca las causas de la
dominación y alienación. Esta razón se distingue radicalmente de la instrumental; ambas
fundan teorías y tienen implicaciones no sólo metodológicas o epistemológicas, sino
principalmente sociopolíticas y económicas. Pero la razón crítica y su consecuente
Teoría crítica no caen en el irracionalismo, como la razón instrumental y su teoría
tradicional; constantemente se actualiza o reactiva, por la misma dialéctica de la historia.
El interés que mueve a la razón y teoría críticas es emancipatorio que pueda reconstruir
el curso de la historia, persiga ideales racionales y aspire a la emancipación de los seres
humanos de la opresión y alienación que producen nuestras sociedades actuales. «El
reconocimiento crítico de las categorías que dominan la vida de la sociedad contiene
también la condena de aquellas»58. Esta va a ser uno de los compromisos intelectuales
del pensamiento habermasiano, como veremos en los capítulos posteriores.
2.3. Las Tesis de Filosofía de la Historia de Benjamin
Walter Benjamín, como es sabido, forma parte de un grupo de pensadores pertenecientes
a una minoría excluida de la modernidad y que, sin embargo, no dejó de reflexionar
críticamente sobre ella: es el llamado Pensamiento nuevo, representado principalmente
por filósofos judíos, algunos de los cuales sufrieron el holocausto59. En la misma línea
de la Dialéctica de la Ilustración, Benjamin, en sus Tesis sobre filosofía de la historia60,
parte de la premisa según la cual la filosofía moderna -léase: «Ilustración»,
«Modernidad»-, se sustenta en una confianza ilimitada -dogmática-- en la razón humana,
en una fe ciega en el progreso, es decir, en una historia concebida como un «gran relato»
de emancipación o desarrollo de la libertad, y en un paradigma tanto cognoscitivo, como
ético y político, centrado en el sujeto, pero tendiente a la universalidad u homogeneidad
cultural. Benjamin hace una crítica radical de la historia tal como la entendía la
racionalidad ilustrada, es decir, como un camino recto hacia una meta final. A esta
continuidad le opone la idea de un progreso discontinuo en el que las rupturas son más
prometedoras que la homogeneidad. Esto lleva a una segunda crítica a la racionalidad
58 Horkheimer, Teoría tradicional y teoría crítica, p. 241. 59 En el caso de Benjamin, quien murió en 1940, al cruzar la frontera franco española y con la amenaza de
ser deportado a Francia, se quitó la vida para no sufrir el exterminio. 60 W. Benjamin, «Tesis sobre Filosofía de la Historia» en Discursos Interrumpidos, Madrid, Taurus,
1992. (En adelante se citará: Tesis, no. y página de la presente edición).
Capítulo II
65
ilustrada, particularmente en lo que se refiere a la filosofía de la historia –de Occidente,
por supuesto- dimanada de ese proceso «emancipador» que fue la Ilustración.
Benjamin vio en la primera guerra mundial el desmoronamiento de todo el
modelo occidental de historia, sostenido por las ideas de continuidad, causalidad y
progreso: «La representación de un progreso del género humano en la historia es
inseparable de la representación de la prosecución de ésta a lo largo de un tiempo
homogéneo y vacío. La crítica a la representación de dicha prosecución deberá constituir
la base de la crítica a tal representación del progreso»61. A estas ideas enfrenta las de
discontinuidad y actualización del tiempo histórico: «La historia es objeto de una
construcción cuyo lugar no está constituido por el tiempo homogéneo y vacío, sino por
un tiempo pleno, “tiempo - ahora”»62.
De acuerdo con Benjamin, el modelo occidental de historia excluye de la
memoria colectiva los fracasos, centrándose en los triunfos y, por ende, en los
triunfadores. «La gran Revolución introdujo un calendario nuevo. El día con el que
comienza un calendario cumple oficio de acelerador histórico del tiempo. Y en el fondo
es el mismo día que, en figura de días festivos, días conmemorativos, vuelve siempre.
Los calendarios no cuentan, pues, el tiempo como los relojes, son monumentos de una
consciencia de la historia de la que no parece haber en Europa desde hace cien años la
más leve huella»63. Por ello, el progreso tiende a ocultar y negar los derechos de los
vencidos.
En el planteamiento de Benjamin la política tiene el primado sobre la historia; el
pasado exige cuentas y es la «memoria» la encargada de despertar ese lado olvidado de
la historia, el de los vencidos. Sin embargo, la crítica hacia el progreso no lo lleva al
pesimismo, sino a la esperanza como categoría histórica64: la redención es posible en
cada instante del tiempo, tiempo que es aleatorio y abierto en todo momento a la
aparición de la novedad: «El don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza
sólo es inherente al historiador que está penetrado de lo siguiente: tampoco los
muertos estarán seguros ante el enemigo cuando éste venza. Y este enemigo no ha
cesado de vencer»65.
Su idea de la historia puede expresarse en lo siguiente: para Benjamin el pasado
es autónomo en cuanto que no tiene un punto fijo a disposición del conocimiento; por el
contrario, tiene vida propia, asalta a la conciencia y la despierta: «La verdadera imagen
61 «Tesis XIII», p. 187. 62 «Tesis XIV», p. 188. 63 «Tesis XV», pp. 188-189. 64 El pensamiento de Benjamin está fuertemente impregnado por la tradición mesiánica del pensamiento
judío, en el cual fue formado intensamente. En dicha tradición finca esta categoría histórica de la
«esperanza». Hay que tomar en cuenta también que Benjamin entra en contacto directo con las ideas y la
persona de Ernst Bloch, quien escribirá su famoso El principio de esperanza (3 vols. Madrid, Aguilar,
1977). Cf., T. Urdanoz, Historia de la filosofía, vol. VIII, Madrid, BAC, 1985, pp. 101-102. 65 «Tesis VI», pp. 180-181.
Capítulo II
66
del pasado transcurre rápidamente. Al pasado sólo puede retenérsele en cuanto imagen
que relampaguea, para nunca más ser vista, en el instante de su cognoscibilidad»66. El
pasado se capta por el recuerdo: «Articular históricamente lo pasado no significa
conocerlo “tal y como verdaderamente ha sido”. Significa adueñarse de un recuerdo tal y
como relumbra en el instante de un peligro»67. El pasado no interesa como
reconstrucción, sino como construcción, para incidir en el presente:
El cronista que narra los acontecimientos sin distinguir entre los grandes y los pequeños, da
cuenta de una verdad: que nada de lo que una vez haya acontecido ha de darse por perdido para
la historia. Por cierto, que solo a la humanidad redimida le cabe por completo en suerte su
pasado. Lo cual quiere decir: solo para la humanidad redimida se ha hecho su pasado citable en
cada uno de sus momentos68.
En la tesis IX utiliza la imagen del «ángel de la historia» para mostrarnos su
crítica a la idea de progreso, idea motriz de la filosofía de la historia de la modernidad
ilustrada:
Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa a un ángel que
parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus
ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y este
deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado.
Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que
amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera
él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el
paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que
el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el
futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él
hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso69.
Lo que el ángel percibe como un montón de ruinas es, precisamente, lo que
nosotros vemos como progreso. Benjamin quiere hacernos ver, a través de esta imagen,
la naturaleza catastrófica de una visión de la historia que acepta pagar el precio del
progreso en el sufrimiento humano. No es que el autor se sitúe contra el progreso, sino
contra la pretensión de ocultar el fracaso y el sufrimiento; contra la pretensión de
considerar que todo vale, en aras del progreso.
La idea ilustrada de progreso, se ha convertido en el fin que la historia debe
perseguir ante el cual se justifican todos los medios.
Para aquellos que ponen el progreso como el fin de la historia, los sufrimientos
pasados representan el precio que hay que pagar para lograr la felicidad futura. De este
modo el pasado se convierte en una ideología que refuerza los intereses de los
vencedores y facilita la reproducción del sufrimiento que se dio en el pasado. Por ello,
66 «Tesis V», p. 180. 67 «Tesis VI», p. 180. 68 «Tesis III», pp. 178-179. 69 «Tesis IX», p. 183.
Capítulo II
67
Benjamin nos habla de ese pasado político que no sólo tiene el deber de develar la
injusticia, sino también de impedir su reproducción: «Articular históricamente lo pasado
no significa conocerlo “tal y como verdaderamente ha sido”. Significa adueñarse de un
recuerdo tal y como relumbra en el instante de un peligro... El peligro amenaza tanto
al patrimonio de la tradición como a los que lo reciben. En ambos casos es uno y el
mismo: prestarse a ser instrumento de la clase dominante»70.
Otro problema que se pone de manifiesto en la crítica de Benjamin al progreso es
el del sujeto de la historia. Para Benjamin, igual que para Marx, el sujeto de la historia es
la clase que lucha, pero mientras que Marx le asigna la tarea de redimir a las
generaciones futuras, Benjamin quiere que luche en nombre de las generaciones
vencidas en el pasado. El sujeto de la historia no está en función del futuro, sino del
pasado.
La clase que lucha, que está sometida, es el sujeto mismo del conocimiento histórico. En
Marx aparece como la última que ha sido esclavizada, como la clase vengadora que lleva
hasta el final la obra de liberación en nombre de generaciones vencidas. Esta consciencia,
que por breve tiempo cobra otra vez vigencia en el espartaquismo, le ha resultado desde
siempre chabacana a la socialdemocracia. En el curso de tres decenios ha conseguido
apagar casi el nombre de un Blanqui cuyo timbre de bronce había conmovido al siglo
precedente. Se ha complacido en cambio en asignar a la clase obrera el papel de
redentora de generaciones futuras. Con ello ha cortado los nervios de su fuerza mejor. La
clase desaprendió en esta escuela tanto el odio como la voluntad de sacrificio. Puesto que
ambos se alimentan de la imagen de los antecesores esclavizados y no del ideal de los
descendientes liberados71
Si la historia es interpretación, sólo puede interpretarla quien paga el precio de
las interpretaciones dominantes: las víctimas del pasado a las que hay que reivindicar.
Por otro lado, para Benjamin la cultura es la herencia acumulada y transmitida
por los vencedores; por ello no hay monumento de cultura que no sea, a la vez,
monumento de barbarie que oculta el sufrimiento del vencido; por ello, aconseja
«pasarle a la historia el cepillo a contrapelo» a fin de descubrir esa dimensión obscura y
oculta de la historia sin la cual ésta no tiene sentido:
Los respectivos dominadores son los herederos de todos los que han vencido una vez. La
empatía con el vencedor resulta siempre ventajosa para los dominadores de cada
momento. Con lo cual decimos lo suficiente al materialista histórico. Quien hasta el día
actual se haya llevado la victoria, marcha en el cortejo triunfal en el que los dominadores
de hoy pasan sobre los que también hoy yacen en tierra. Como suele ser costumbre, en el
cortejo triunfal llevan consigo el botín. Se le designa como bienes de cultura. En el
materialista histórico tienen que contar con un espectador distanciado. Ya que los bienes
culturales que abarca con la mirada, tienen todos y cada uno un origen que no podrá
considerar sin horror. Deben su existencia no sólo al esfuerzo de los grandes genios que
los han creado, sino también a la servidumbre anónima de sus contemporáneos. Jamás se
da un documento de cultura sin que lo sea a la vez de la barbarie. E igual que él mismo
70 «Tesis VI», p. 180. 71 «Tesis XII», p. 186.
Capítulo II
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no está libre de barbarie, tampoco lo está el proceso de transmisión en el que pasa de uno
a otro. Por eso el materialista histórico se distancia de él en la medida de lo posible.
Considera cometido suyo pasarle a la historia el cepillo a contrapelo72.
Los dominadores de hoy pueden presentarse como los defensores de la historia y
cultivadores de los valores recibidos de la tradición, ya que son herederos del botín de
los dominadores de ayer. Pero dicho botín existe, no sólo debido al esfuerzo de los
creadores, sino a las fatigas y al sufrimiento de los sin-nombre de sus contemporáneos,
de aquellos que, por decirlo de algún modo «no han pasado a la historia». Construir la
tradición equivale a interpretar la historia y sólo querrá interpretarla el que se siente
fuera de ella; por eso los dominadores prefieren repetirla, reproducirla.
La propuesta de Benjamin se puede resumir en la substitución de la noción lineal
de tiempo que vacía al presente de capacidad revolucionaria –ya que la felicidad viene
sólo al final- por la idea de que el presente tiene una capacidad revolucionaria que
consiste en la irrupción en él de un pasado inédito. Paradójicamente, este pasado
fracasado, es el único que tiene esperanza: «Existe una cita secreta entre las
generaciones que fueron y la nuestra. Y como a cada generación que vivió antes que
nosotros, nos ha sido dada una flaca fuerza mesiánica sobre la que el pasado exige
derechos»73. Esa débil fuerza mesiánica no es asunto de ciencia, sino de «memoria».
Pero si los que recuerdan son las víctimas, y éstas no están en posibilidad de testimoniar,
se hace necesario que otros «recuerden», esto es, se necesita una forma de solidaridad
entre las generaciones, ya que mientras la causa de los vencidos de la historia y del
progreso no sea atendida, los vencedores seguirán causando más víctimas. Benjamin
sugiere que tenemos una responsabilidad frente a las víctimas reconociendo la vigencia
de los derechos de los vencidos en la constitución de un presente que no se construya
negándola. «No se debe despachar esta exigencia a la ligera». Hay una denuncia que
hace Benjamin: en aras del futuro idolatrado y mitologizado, se ha sacrificado y se sigue
sacrificando a la gente del presente y del pasado. Se han pedido sacrificios en el
presente y en el pasado en aras del futuro. Ese sacrificio ha consistido en el hambre, la
muerte y la injusticia del presente y la sangre de las víctimas del pasado, a cambio de un
progreso que nunca quedó esclarecido.
72 «Tesis VII», pp. 181-182. 73 «Tesis II», p. 178.
Capítulo II
69
2.4. «El fin de la modernidad y de su Historia» según Lyotard y Vattimo
a) Contextualización:
Entre 1918 y 1922 apareció una de las obras de mayor impacto en el siglo XX: La
decadencia de Occidente, de Oswald Spengler. Se trata de un análisis y diagnóstico de
los síntomas de una grave crisis cultural, percibida desde la situación de la Alemania
vencida tras la Primera Guerra Mundial. Spengler acertó en los síntomas globales –que
llamó «crisis de Occidente»-, y consideró como causas de su diagnóstico la crisis de la
religión -que es, según él, el alma de toda cultura-, cuya manifestación más evidente es
el triunfo del dinero sobre todos los valores de la vida y el imperio tiránico de la técnica;
engendro aberrante del cientificismo positivista del siglo XIX74. A partir de esta obra de
Spengler en el siglo XX se hicieron efectivas muchas predicciones acerca de los horrores
sobre el mundo y sobre Occidente75.
Según Pérez Tapias76, Occidente se encuentra en una encrucijada civilizatoria
que ha ido mostrando cada vez más sus contradicciones internas. En primer lugar resulta
dudoso que muchos autores hablen de decadencia, crisis o cansancio77, cuando la
civilización occidental -junto con su racionalidad imperante y su concepto de historia y
de progreso, mismos que se han impuesto en nuestra cultura-, es hegemónica y en todas
las latitudes se aspira a la emulación del modo de vida que le es inherente. Dice al
respecto Hal Foster: «…a pesar de los asaltos de pre, anti y posmodernistas por igual, el
modernismo como práctica no ha fracasado. Por el contrario: el modernismo, al menos
como tradición, ha “ganado”».78 El modernismo es hoy la cultura oficial.
Sin embargo, ese no es ningún argumento contra la crisis, sino la confirmación
de que la crisis se plantea a nivel global, ya que la civilización científico-técnica ha
llegado a todos los rincones, aunque evidentemente no a todos ha llevado sus ventajas.
Es el modernismo tecnocrático que Habermas opone al «proyecto de la modernidad», y
74 O. Spengler, La decadencia de Occidente, (2 vols.), Madrid, Espasa-Calpe, 1976. 75 Remito nuevamente a la conferencia de Habermas: «¿Aprendemos de las Catástrofes? Diagnóstico y
retrospectiva de nuestro breve siglo XX» (J. Habermas, “Learning By Disaster? A Diagnostic Look Back
on the Short 20th Century”, en Constellations vol. 5 no. 3, 1997, pp. 307-320). 76 J. A. Pérez Tapias, Filosofía y crítica de la cultura, pp. 112 y 249-251. 77 Cf., Argullol y Trías, El cansancio de Occidente, Barcelona, Destino, 1992; J. Muguerza, Desde la
perplejidad, Madrid, FCE, 1990; J. Sebreli, El asedio a la Modernidad, Barcelona, Ariel, 1992; P.
Lanceros, La modernidad cansada, M. Berman, Todo lo sólido se desvanece en el aire, siglo XXI, A.
Heller, Historia y futuro. ¿sobrevivirá la Modernidad?, Basta poner atención en títulos de obras tales
como La miseria de la razón, de I. Reguera (Madrid 1981); La razón sin esperanza, de J. Muguerza
(Madrid 1977); La crisis de la razón, de F. Jarauta (Murcia 1986), para notar cómo hay entre los
pensadores actuales un desprecio a la razón, tan estimada en Occidente, por inservible para ofrecemos
verdades ontológicas. La consideran más bien como un instrumento deportivo que sirve para juegos del
lenguaje y para «verdades» siempre provisorias, temporales y sospechosas. 78 H. Foster, «Introducción al postmodernismo» en Baudrillard et al., La postmodernidad, México,
Colofón, 1988, pp. 7-8.
Capítulo II
70
del cual no se ha seguido un efecto emancipatorio79. Por eso lo que se percibe por parte
de algunos es el «cansancio de Occidente», resultado de sus excesos, del alto precio que
imponen los mismos, de la incertidumbre en que sumen al futuro de la humanidad, y de
la misma desorientación de los occidentales ante todo ello. De todas maneras la crisis es
profunda y exige replantear muchas cosas a fondo.
Por lo demás, debemos recordar que la crisis de la modernidad se fue fraguando
desde la lógica interna de su pensamiento, tanto por lo que se refiere a sus excesos, por
un lado una arrogancia racionalista y por otro un escepticismo de cuño empirista, lo que
desemboca en el cientificismo y el positivismo a ultranza. Ahora bien, los pensadores
críticos -racionalistas, empiristas o positivistas- eran ilustrados o herederos críticos de la
Ilustración que desde sus planteamientos intentaban radicalizar esta última. Pero, como
Habermas nos recuerda insistentemente, en esto consistía la naturaleza y carácter de la
Ilustración y la amnesia sobre ello provocó esos mismos excesos:
La autocrítica de la Ilustración es tan antigua como la Ilustración... El que la Ilustración
se ilustre sobre sí misma, también sobre los desastres que puede ocasionar, es algo que
pertenece, pues, a su propia naturaleza. Sólo cuando se ignora tal cosa puede
recomendarse la contra-ilustración como ilustración sobre la Ilustración80.
Este es el marco en el que aparecen las posiciones posmodernistas que hacen
mella en su crítica a la razón. La cuestión que plantean es que esta crisis da la razón para
abominar de la razón ilustrada propia de la «decadente cultura occidental».
Vamos a revisar los planteamientos de los posmodernistas anti-ilustrados, que en
primer lugar se refieren al «final de la historia» en el sentido en que –mutatis mutandis-
Heidegger entiende «el final de la filosofía»81, esto es, no que la historia haya llegado a
su punto culminante y definitivo, como sugería Hegel o Marx, sino que el fin de la
historia es, ante todo, su fracaso. Como hemos dicha arriba, cuando la Modernidad
identifica su filosofía –su metafísica- con «La Filosofía» y su proyecto histórico con «El
Proyecto Emancipador de la Historia», al secularizar la idea de la providencia –como ese
logos inherente que como ley universal rige y gobierna el destino del género humano--,
y la sustituye por el «progreso», conservando las mismas características atribuidas a la
providencia, el hombre ilustrado concibe el destino humano como destino universal e
inexorable, orientado siempre hacia «mejor». Según Javier Sádaba, «final de la historia»
significa sacar las consecuencias de la muerte del logos: «Es una especie de vuelta atrás,
de cambio de sentido: del logos al mito. Y es que si no existe un discurso coherente
sobre la historia, si ésta es simple relato o narración puramente accidental (una fábula),
79 J. Habermas, «La modernidad. Un proyecto inacabado», en Baudrillard et al., La postmodernidad,
México, Colofón, 1988, p. 25. 80 J. Habermas, Escritos sobre moralidad y eticidad, Barcelona, Paidós/ICE-UAB, 1991, p. 27. 81 M. Heidegger, El final de la filosofía y la tarea del pensar, en M. Heidegger, Tiempo y ser, Madrid:
Tecnos, 2003, pp. 77-93.
Capítulo II
71
entonces la historia se reduce a mito. La historia como concepto desaparece. La historia
formaría parte de uno de nuestros deseos de verdad, no de la verdad»82. Saltan a la vista
las reminiscencias nietzscheanas, en cuanto que el concepto de historia no es más que
una ilusión de verdad con la que encubrimos nuestro miedo a la verdad: el sinsentido. Y
parafraseando un pasaje de La voluntad de poder: «no hay hechos, sino sólo
interpretaciones»83, la historia no es más que un conjunto de interpretaciones, que no
tiene porqué llevarnos a ningún lugar; es un «metarrelato» más, una ilusión de verdad
que esconde nuestro miedo a un mundo sin ley. Como asegura Sádaba:
Es aquí… donde se hace fuerte el postmodernismo. Cansado de una historia que se
presenta con seguridad inalterable [como se concibe en la Modernidad], de tanta
promesa sin cumplimiento o de tantos intentos de fundamentación, se atrinchera en el
fragmento, en el simple relato y hasta en el mito. No habría razones sino expresiones.
Ni principios éticos sino estética fugaz. Ni un universo de comunicación sino
individuos que se agotan en su propia esencia [con una pluralidad de juegos de
lenguaje, que en tanto “inconmensurables”, hacen imposible cualquier acuerdo]84.
b) El fin de los metarrelatos: ‘Historia’ y ‘Modernidad’:
¿Qué significa «fin de la historia» como «metarrelato»? El término «metarrelato» fue
introducido por J. F. Lyotard en 1979, en su obra La condición postmoderna,85 para
referirse a los discursos -especialmente el saber o «discurso» científico--; discursos
legitimadores de ciertas verdades parciales que han permitido un alto grado de
certidumbre en las sociedades desarrolladas o «modernas».
La condición postmoderna expresa un análisis de la realidad de la cultura actual
como expresión del análisis del progreso. En esta obra Lyotard nos dirá que el avance y
el desarrollo económico de las sociedades post-industriales, hacen que en el ámbito de la
cultura se geste un nuevo paradigma cultural, donde caen desde un punto de vista
relativista, todas las grandes concepciones o cosmovisiones por las cuales el hombre
occidental ha vivido.
Todas estas cosmovisiones, según Lyotard han fracasado; y una de éstas a nivel
cultural es el marxismo. Además hace alusión a la escuela de Frankfurt, que ha gestado
una visión crítica de la sociedad capitalista en su versión totalmente consumista y
placentera de la vida.
Considera que los metarrelatos son narraciones que están destinadas al fracaso:
no hay verdad porque la misma cultura ha evolucionado de tal manera que se centran
con una pluralidad de verdades y esto hace pensar que no hay una verdad fuerte sino que
82 J. Sádaba, «¿El fin de la Historia? La crítica de la postmodernidad al concepto de historia como
metarrelato», en M. Reyes Mate (ed.), Filosofía de la Historia, Valladolid, Trotta, 1993, p. 193. 83 F. Nietzsche, Obras Completas, Aguilar Buenos Aires1967 (Tomo IV: La voluntad de poder, «Lenguaje
y conocimiento » 7[60], §§ 465-583; pp. 187-229). 84 J. Sádaba, «¿El fin de la Historia?», p. 194. 85 J. F. Lyotard, La condición postmoderna, Madrid, Cátedra, 1987.
Capítulo II
72
solamente se tienen impresiones subjetivas acerca de lo que es la verdad. La verdad no
está más en el centro de la teoría sino que la verdad aparece y se manifiesta en los
márgenes.
Lyotard identifica la cultura contemporánea como «chatarra» y «eclecticismo»
debido a su buena voluntad de absorber una variedad de estilos sin importar su
procedencia o estado86.
En suma, el trabajo de Lyotard en La condición postmoderna tiene por objeto el
saber (el conocimiento) en las sociedades más desarrolladas. Y tal condición designa las
transformaciones culturales que han afectado las reglas de juego de la ciencia, la
literatura, las artes con relación a la crisis o pérdida de vigencia de los «metarrelatos».
La caída definitiva de esos «metarrelatos», sin posibilidad de restauración desde la
fragmentada sociedad actual, es el síntoma principal de la postmodernidad:
«simplificando al máximo, se tiene por “postmoderno” la incredulidad con respecto a los
metarrelatos»87.
En su obra de 1986, Le Posmoderne expliqué aux enfants, Lyotard aclara cuáles
son los metarrelatos que han marcado a la Modernidad:
Emancipación progresiva de la razón y de la libertad, emancipación progresiva o
catastrófica del trabajo (fuente de valor alienado en el capitalismo), enriquecimiento de
toda la humanidad a través del progreso de la tecnociencia capitalista, e incluso, si se
cuenta al cristianismo dentro de la modernidad (opuesto, por lo tanto, al clasicismo
antiguo), salvación de las criaturas por medio de la conversión de las almas vía el relato
crístico del amor mártir. La filosofía de Hegel totaliza todos estos relatos y, en este
sentido, concentra en sí misma la modernidad especulativa88.
Estos relatos se articularon en el llamado Proyecto de la modernidad, orientado
hacia el futuro, en cuyo corazón se encuentra la noción de «Progreso». La tesis de
Lyotard es que dicho proyecto no sólo no ha sido llevado a su término, como sostiene
Habermas89, sino que es un proyecto destruido, liquidado: «Auschwitz» es el nombre
paradigmático del fracaso trágico de la Modernidad90. Haciendo eco de las críticas de
Adorno y Horkheimer, Lyotard piensa que la victoria de la tecnociencia –engendro de la
«razón instrumental»- sobre todas las otras opciones del Proyecto moderno, es en el
fondo la causa de su fracaso, porque aunque se haya extendido a casi todos los rincones
86 Dice Lyotard en otra obra: «El eclecticismo es el grado cero de la cultura general contemporánea: oímos
reggae, miramos un western, comemos un McDonald a mediodía y un plato de cocina local por la noche,
nos perfumamos a la manera de París en Tokio, nos vestimos al estilo retro en Hong Kong, el
conocimiento es materia de juegos televisados». «Respuesta a la pregunta: ¿Qué es lo postmoderno?», en
J. F. Lyotard, La postmodernidad, p. 17. 87 J. F. Lyotard, La condición postmoderna, p. 10. 88 J. F. Lyotard, La postmodernidad, p. 29. 89 Cf., J. Habermas, «La Modernidad, un proyecto incompleto», en Baudrillard et al., La postmodernidad,
pp. 19-38. 90 J. F. Lyotard, La postmodernidad, p. 30.
Capítulo II
73
del orbe y ha pretendido homogeneizar a las distintas culturas, no ha llevado consigo
mayores cotas de libertad, de educación, de riqueza. Y en este sentido, el «relato» de la
tecnociencia se deslegitima por sus excesos y sus fracasos, en primer lugar porque la
razón científica no es cuestionada de acuerdo con el criterio epistemológico de lo
verdadero o de lo falso, sino en virtud de la performatividad de sus enunciados, de la
capacidad de convencer de que unos determinados argumentos son más verdaderos
porque son más eficaces en los efectos realizados, o porque son «más útiles»; y en
segundo lugar, porque esta razón se legitima por su poder, «saber es poder», es la razón
del más fuerte, como pensaban los autores de la Dialéctica de la Ilustración91.
Lyotard observa en Occidente, de los siglos XIX y XX, lo que ya hacía notar
Weber: un desencanto, traducido en una especie de decadencia o declinación en la
confianza que se experimentaba hacia el principio del progreso general de la humanidad.
La promesa de libertad había sido el horizonte del progreso y su legitimación. Pero estos
ideales están en declinación, en la opinión general de los países desarrollados, han
provocado dicho desencanto. Esto no se debe a la ausencia de progreso, porque tenemos
ahora telecomunicaciones, satélites, cibernética, nuevas vacunas, sube el promedio de
edad y de vida de las personas, hay tecnología que facilita la vida, etc. Pero para
Lyotard, como también era el caso de los frankfurtianos, el desarrollo tecnocientífico,
artístico, económico y político, lo que ha causado es «el estallido de guerras totales, los
totalitarismos, la brecha creciente entre la riqueza del Norte y la pobreza del Sur, el
desempleo y la “nueva pobreza”, la deculturación general con la crisis de la escuela…»92
La tecnociencia no puede detenerse, continúa desarrollándose, sólo podrá detenerse para
destruir a la humanidad. En resumen:
La modernidad… nos ha enseñado a desear la extensión de las libertades políticas, de las
ciencias, de las artes y de las técnicas. Nos ha enseñado a legitimar este deseo porque este
progreso –decía-- habría de emancipar a la humanidad del despotismo, la ignorancia, la
barbarie y la miseria… este progreso se encara actualmente bajo el más vergonzoso de
los nombres: desarrollo. Pero ha llegado a ser imposible legitimar el desarrollo por la
promesa de una emancipación de toda la humanidad. Esta promesa no se ha cumplido. El
perjurio no se ha debido al olvido de la promesa, [sino que] el propio desarrollo impide
cumplimentarla93.
El neoanalfabetismo (cultural), el empobrecimiento de los pueblos del Sur y del
otrora llamado Tercer Mundo, el desempleo, el despotismo de la opinión y, por
consiguiente, el despotismo de los perjuicios amplificados de los medios de
91 Conviene aclarar que la idea de «la razón del más fuerte» la vierte Lyotard criticando la tesis de la
Teoría de la Acción Comunicativa de Habermas, en la cual se puede llegar a una verdad consensuada,
apelando, en el diálogo, a la coherencia formal del argumento pero también a su capacidad de persuadir a
los otros argumentos débiles. Por ello para Lyotard todo se resuelve en la «razón del más fuerte»; la
verdad se reduce a «la fuerza del argumento». Cf., Habermas, Teoría de la acción comunicativa, tomo I. 92 Lyotard, La postmodernidad, p. 98. 93 Lyotard, La postmodernidad, p. 110.
Capítulo II
74
comunicación, la ley de que es bueno lo que es «performante», todo eso no es la
consecuencia de la falta de desarrollo sino todo lo contrario. Por eso, ninguno se atreve a
llamarlo progreso humano.
Ahora bien, Lyotard también apunta en su crítica a que no existe esa pretendida
«Historia Universal de la humanidad», no hay tampoco un «sujeto» de la historia, ni una
sola «Idea universal» a realizar en el futuro –la idea de la emancipación o «libertad
universal absolución de toda la humanidad»94-, como han querido mostrar las distintas
filosofías de la historia. Y es que, si bien se han aportado muchas y muy variadas
«filosofías de la historia», desde el mesianismo profético del pensamiento hebreo hasta
el proyecto de la Ilustración o el del socialismo, todas en el fondo coinciden en la
concepción de una única Historia Universal, como proceso gradual, ascendente, lineal,
progresivo y orientado hacia una meta de emancipación. Quien se apropia
arbitrariamente de esa concepción es la Modernidad y la radicaliza en su secularización
y mundanización, la cual conduce al imperio de la tecnociencia. El sujeto del proyecto
moderno es pensado como una especie de ciudadano universal, la «humanidad
ciudadana», y la Historia Universal como esa República instalada y reinstaurada en la
que se alcanza la emancipación, se supera la ignorancia y la superstición, etc. Pero,
como se ha dicho arriba, el proyecto moderno fracasó y la humanidad está dividida en
dos partes. Una de ellas se enfrenta al desafío de la complejidad, propia de la era de las
sociedades informatizadas: explosión de la tecnología de información, cibercultura,
realidad virtual, etc., y la otra parte, ha de habérselas con el terrible desafío de su propia
supervivencia. «Este es, quizás, el principal aspecto del fracaso del proyecto moderno
que… valía en principio para la humanidad en conjunto»95.
El fracaso del proyecto de la Modernidad se asocia al desfallecimiento del sujeto
moderno; como sostiene Foucault, a la muerte de Dios –y de la metafísica- le siguió la
muerte del sujeto (racional, que objetiva y se mantiene neutral ante cualquier
interpretación, ese sujeto en el que se da la identificación entre mundo-pensamiento-
lenguaje). Dice Lyotard al respecto:
Los datos que podamos recoger acerca de este desfallecimiento del sujeto moderno
parecen difíciles de recusar. Cada uno de los grandes relatos de emancipación del género
que sea, al que le haya sido acordada la hegemonía ha sido, por así decirlo, invalidado de
principio en el curso de los últimos cincuenta años. –Todo lo real es racional, todo lo
racional es real: «Auschwitz» refuta la doctrina especulativa. Cuando menos, este crimen,
que es real, no es racional. –Todo lo proletario es comunista, todo lo comunista es
proletario: «Berlín 1953, Budapest 1956, Checoslovaquia 1968, Polonia 1980» (me
quedo corto) refutan la doctrina materialista histórica: los trabajadores se rebelan contra
el partido. –Todo lo democrático es por el pueblo y para el pueblo, e inversamente: las
«crisis de 1911, 1929» refutan la doctrina del liberalismo económico, y la «crisis de
1974-1979» refutan las enmiendas poskeinesianas a esta doctrina96.
94 Lyotard, La postmodernidad, p. 36. 95 Lyotard, La postmodernidad, p. 92. 96 Lyotard, La postmodernidad, p. 40.
Capítulo II
75
Estos son los rasgos que ponen de manifiesto el desfallecimiento del sujeto
moderno y del proyecto moderno mismo.
Lo que sigue es definir a la postmodernidad, amén de los rasgos que ya se han
señalado, no como la época de la superación o de la consumación de la Modernidad, lo
que haría seguir en la misma frecuencia lineal, uniforme y homogénea de la Historia,
sino como la época de su total fracaso. Dice Lyotard que hay en la Modernidad una
tendencia a romper con la tradición e instaurar una manera de vivir y de pensar
absolutamente nueva. Por ello el prefijo «post» de la postmodernidad no se refiere a una
superación, sino que representa la necesidad de abandonar la neurosis moderna, la
esquizofrenia, la paranoia, etc., occidentales, fuente de los malestares que se han dado
durante los últimos dos siglos. Por tanto los «metarrelatos» se han tornado inviables,
inclusive un posible metarrelato de la decadencia de los metarrelatos está condenado al
fracaso. La postmodernidad es la disolución de la categoría de lo «nuevo», es la
experiencia del «fin de la historia»97.
No queda más que reconocer que la postmodernidad en tanto época de la
filosofía y de la cultura contemporánea es la época de la heterogeneidad –como se pone
de manifiesto con la diversidad de juegos de lenguaje, todos ellos inconmensurables
entre sí-, la época de la multiplicidad, del fragmento, de la circularidad, como lo habría
predicho Nietzsche. Desde este punto de vista, hay que asumir la fragmentación, el
relativismo, incluso el «nihilismo como destino»98, y rechazar cualquier pretensión
universalista, y más si de emancipación se trata, sostenida desde la razón, una razón que
en tanto más enfáticamente afirmada en el pasado, más estrepitoso es su fracaso en el
presente.
c) El Fin de la Modernidad y del sentido emancipador de la historia:
Gianni Vattimo, sacando las consecuencias de las intuiciones filosóficas de Nietzsche y
Heidegger, da continuidad a las tesis de Lyotard con su propuesta acerca de «El fin del
sentido emancipador de la historia»99. Vattimo afirma que la modernidad deja de existir
cuando desaparece la posibilidad de seguir hablando de la historia como una entidad
unitaria. «La filosofía surgida entre los siglos XIX y XX ha criticado radicalmente la
97 Cf., Vattimo, El fin de la modernidad, p. 12. 98 Cf., Vattimo, El fin de la modernidad, pp. 21ss. y 145ss. 99 Cf., G. Vattimo, «El fin del sentido emancipador de la historia» en El País, 6 de diciembre de 1986.
Véase además G. Vattimo, La sociedad transparente, Paidós, Barcelona 1990, pp. 73ss; G. Vattimo y
otros, En torno a la postmodernidad, Barcelona, Anthropos, 1990, pp. 9ss.
Capítulo II
76
idea de historia unitaria y ha puesto de manifiesto cabalmente el carácter ideológico de
estas representaciones»100.
La crisis de la idea de la historia como entidad unitaria lleva consigo la crisis de
la idea de progreso: si no hay un decurso unitario de las vicisitudes humanas, no se
podrá ni siquiera sostener que avanzan hacia un fin, que realizan un plan racional de
mejora, de educación, de emancipación. La modernidad perseguía como fin un ideal de
hombre al cual todos los acontecimientos tenían que sumarse; así también el progreso se
concibe asumiendo como criterio un determinado ideal de hombre. Pero este ideal de
hombre es para la modernidad el hombre europeo, todo el curso de la historia se ordena
según que realice más o menos ese ideal. Esta necedad del hombre europeo por la
universalidad y necesidad había sido previamente resaltada por Weber y criticada por
Lyotard cuando este último se refiere a la Declaración de los derechos, que no es más
que el despojo al «pueblo», a la «Humanidad» de su propia legitimidad narrativa, pues
dicha Declaración que se pretende de alcances universales, por ejemplo, se impuso a las
colonias americanas en el siglo XIX, y así América se «afrancesó»101.
Ahora bien, Vattimo critica las representaciones ideológicas de la historia,
sostenidas desde concepciones teleológico-metafísicas insostenibles, -críticas que tienen
su origen en Marx, Nietzsche y Freud, además de la crítica hecha por Heidegger, con su
destrucción de la metafísica, sin olvidar las posiciones de Benjamin y Horkheimer y
Adorno-, concepciones que pretendían garantizar las metas del sentido emancipador de
la historia, punto en que se condensa el metarrelato secularizado del progreso acuñado
por el pensamiento ilustrado. Si la Modernidad es la «época de la historia», la
postmodernidad es para Vattimo, siguiendo a Arnold Gehlen, la posthistoria, en la cual
«el progreso se convierte en routine». La Posthistoria no es más que el vaciamiento de
todo contenido de la noción de historia:
La historia de las ideas condujo –en virtud de un proceso que también puede describirse
como lógico desenvolvimiento de un razonamiento— a un vaciamiento de contenido de
dicha noción. La historia… se convirtió… poco a poco, en la historia del progreso: pero
el ideal del progreso es algo vacío y su valor final es el de realizar condiciones en que sea
posible un nuevo progreso. Y el progreso, privado del “hacia dónde” en la secularización,
llega a ser también la disolución del concepto mismo de progreso, que es lo que ocurre
precisamente en la cultura entre el siglo XIX y el siglo XX102.
La postmodernidad significa la disolución de la historia en tanto ruptura de la
unidad: «La historia de los acontecimientos –políticos, militares, grandes movimientos
de ideas- es sólo una historia entre otras…; la historia es “una historia”, una narración,
100 G. Vattimo, «Postmodernidad ¿Una sociedad transparente?» en G. Vattimo y otros, En torno a la
Postmodernidad, p. 10. 101 Cf., J. F. Lyotard, La postmodernidad, pp. 45-46. 102 Vattimo, El fin de la modernidad, pp. 14-15.
Capítulo II
77
un relato mucho más de lo que generalmente estamos dispuestos a admitir»103. La idea
del progreso –como última ilusión metafísica de la Modernidad- llega también a su fin, a
su disolución, porque –como hemos mencionado- al no realizarse el progreso, los
alcances que dicha noción pretendió no pudieron tampoco uniformar la historia como tal
ni pudieron devolverle la unidad de su discurso.
Para Vattimo, ante todo, la imposibilidad de concebir la historia como un proceso
unitario, imposibilidad que da lugar al «ocaso de la modernidad», es el resultado de la
irrupción de los medios de comunicación social. Estos medios han sido la causa
determinante de la disolución de los puntos de vista centrales de lo que Lyotard llamó
metarrelatos. Pero ello implica una paradoja, a saber: según Vattimo, la época
contemporánea es aquella en la cual se han perfeccionado los instrumentos para reunir y
transmitir información con lo que sería posible realizar una «historia universal», un
discurso unitario, una visión homogénea de los acontecimientos. Sin embargo, esta
«historia universal» se hace imposible porque «el mundo de los media en todo el planeta
es también el mundo en el que los “centros” de historia (las potencias capaces de reunir
y transmitir las informaciones según una visión unitaria…) se han multiplicado»104. La
historia contemporánea es la historia de la época en la cual todo, mediante el uso de los
medios de comunicación, sobre todo la televisión, tiende a achatarse en el culto a la
contemporaneidad y simultaneidad, lo que produce la deshistorización de la
experiencia105.
Tratando de dejar atrás toda nostalgia respecto a la metafísica, y de llevar hasta
sus últimas consecuencias la experiencia del olvido del ser y de la «muerte de Dios»,
anunciadas por Nietzsche y Heidegger, para Vattimo el pensamiento postmoderno como
pensamiento postmetafísico106, no puede tornarse sino en «pensamiento débil»:
El título «pensamiento débil»... apela a los siguientes aspectos: a) Es preciso tomarse en
serio el descubrimiento de Nietzsche, y quizá también de Marx, que establece un nexo
entre la evidencia metafísica (y, por tanto, entre la vigencia del fundamento) y las
relaciones de dominio, dentro y fuera del sujeto. b) Sin embargo, este hallazgo no debe
conducirnos hasta una filosofía de la emancipación, que utiliza como métodos el
desenmascaramiento y la desmitificación... ha de hacernos mirar de una forma nueva y
más amistosa a todo el mundo de las apariencias, de los procesos discursivos y de las
«formas simbólicas», y a verlos como ámbito de una posible experiencia del ser. c) Y
esto, no animados por el espíritu de una «glorificación de los simulacros» (Gilles
103 Vattimo, El fin de la modernidad, p. 16. 104 Vattimo, El fin de la modernidad, p. 17. A este respecto puede interpretarse lo que había dicho Lyotard
sobre que, detrás de la idea de una «historia unitaria» regida por la ley metafísica del progreso, se esconde
el terror de los dominadores y el deslizamiento hacia el totalitarismo. (Cf., J. F. Lyotard, La condición
postmoderna, pp. 117-118). 105 G. Vattimo, El fin de la modernidad, p. 17. 106 Sobre la acepción «época postmetafísica» o «pensamiento «postmetafísico», es central el aporte de
Apel y Habermas para la redefinición de las pretensiones de la razón, una razón también «débil», situada,
dialógica, hermenéutica, distinta de la razón dura, monológica de la Modernidad: Cf., K.-O. Apel, La
Transformación de la filosofía, 2 Tomos, Madrid, Taurus, 1985; J. Habermas, Conocimiento e interés,
Madrid, Taurus, 1990; además: J. Habermas, Pensamiento postmetafísico, Madrid, Taurus, 1990.
Capítulo II
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Deleuze)... sino moviéndonos en la dirección de un pensamiento capaz de articularse (y,
en consecuencia, de razonar) a media luz, de acuerdo con uno de los posibles sentidos de
la lichtung, de Heidegger. d) Por fin, la problemática identificación entre ser y
pensamiento, que la hermenéutica toma de Heidegger, no ha de concebirse como un
medio para encontrar de nuevo el ser originario y verdadero que la metafísica ha olvidado
al transformarse en cientificismo y tecnología, sino como una vía para volver a hallar el
ser entendido como huella, como recuerdo: un ser consumido y debilitado... y sólo por
ello digno de atención107.
Ahora bien, si la tesis de Vattimo se refiere al «fin del sentido emancipador de la
historia», es porque la postmodernidad realmente puede conducir a dicha emancipación,
en el sentido en que ésta, como época postmetafísica, de ausencia de fundamento, como
época nihilista, permite descubrir «nuevos y más ricos aspectos de verdad»108. La
reivindicación de un «sujeto débil» y el nihilismo, inherentes a la postmodernidad,
significan el fin de la metafísica, esto es, dejar que se pierda el ser como fundamento
para saltar a su abismo109. La propuesta de Vattimo se encamina a reconsiderar el
nihilismo consumado de Nietzsche y Heidegger, que nos permita acceder a una
«estetización de la vida»110, que mira al presente y que nos abandone a la invasión de lo
que hay. Se trata de «vivir una experiencia fabulizada de la realidad, experiencia que es
también nuestra única posibilidad de libertad»111.
2.5. ¿Es posible un remedio para el diagnóstico?
Como corolario de este capítulo, podemos decir que en los autores revisados
encontramos una cierta equivalencia entre las siguientes nociones: Occidente –
Modernidad – Ilustración - razón dura, monológica y autosuficiente - metafísica de la
subjetividad – solipsismo metódico - filosofía de la historia ilustrada - proyecto
emancipador de la historia. Los cinco coinciden en que estas nociones se han
radicalizado en una praxis autoritaria y han conducido a lacerantes aberraciones:
etnocentrismo, racismo, esclavitud más refinada, clasismo, inequidad entre sexos,
discriminación de minorías, terrorismo de Estado, tortura, asesinato de masas, sistemas
totalitarios, campos de concentración.
Pero es la misma cultura la que ha llegado al hartazgo, al desprecio y finalmente
a la abominación de esa razón ilustrada y lo único que hacen los filósofos aquí expuestos
es tematizar sobre algo de lo que ya se tenía constancia, para únicamente dar fe del
diagnóstico. Ciertamente esas son características del Occidente de la Modernidad tardía,
107 Vattimo y Rovatti, (editores), El pensamiento débil, Madrid, Cátedra, 1988, pp. 14-15. 108 Vattimo, El fin de la modernidad, p. 9. 109 Vattimo, El fin de la modernidad, p. 154. 110 Vattimo, El fin de la modernidad, pp. 52ss. 111 Vattimo, El fin de la modernidad, p. 32.
Capítulo II
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de los siglos XIX y XX, que se ya observaba como decadente y el diagnóstico para nada
es positivo.
Pero hay algunas diferencias entre los análisis que permiten matizar el
diagnóstico y el posible remedio a la enfermedad:
Horkheimer y Adorno no alcanzan a ofrecer ninguna solución, dada la voraz
tendencia del capitalismo a fortalecerse y reinventarse para superar cualquier oposición.
Entonces no queda más que resignarse ante el racionalismo e irracionalismo de la
sociedad industrial y defenderse contra todo tipo de instrumentalización (Horkheimer) o
refugiarse en lo «irracional», como el arte o la religión (Adorno). W. Benjamin, por su
parte, quiere encontrar una solución al mal provocado por el progreso racionalista, y es
la reconstrucción de la historia con una mirada esperanzadora hacia el futuro, a partir de
la memoria puesta en las víctimas, con la mirada en el pasado.
En Lyotard el diagnóstico no puede conducir a nada: ante la inminente pérdida de
vigencia de las ideologías y metarrelatos hay que ceder a la pluralidad e
inconmensurabilidad de los juegos lingüísticos, ante los millares de microhistorias, todas
igualmente legítimas, ante el relativismo e individualismo. Desde nuestro punto de vista,
tal diagnóstico tiene el riesgo de situarnos en una actitud más cómoda: el conformismo y
la resignación ante la imposibilidad de cambiar las cosas, y la búsqueda de placeres, ya
no estéticos o intelectuales, sino aquellos vulgares y narcisistas que se reducen a
«pasarla bien». Sólo eso puede traernos la ataraxia y la eutimia -recordando a los
escépticos de la antigüedad-, es decir, el trivial «vivir feliz».
Si bien Vattimo comparte algunos elementos del diagnóstico de Lyotard, más en
la línea de Nietzsche y Heidegger admite la transformación del «mundo verdadero en
fábula», sin fundamento, y allí ve un resquicio de emancipación, que tiene su base en la
multiplicidad, el fragmento, en la oscilación, en el devenir incierto, y en «la erosión del
mismo “principio de realidad”»112. En otras palabras, su diagnóstico abre la posibilidad
de emanciparse de la Modernidad y de su historia.
Pero como indica J. M. Mardones a propósito de esto último, no se ve cómo
pueda hablarse de emancipación en una visión tan inhumana e insoportable para la razón
como la «neoconservadora» de los postmodernos, especialmente la de Vattimo113.
Mardones hace ver que las tesis postmodernas sobre el fin del sentido emancipador de la
historia, el ocaso de la modernidad, el nihilismo como fin de la metafísica, el sujeto y
pensamiento débiles, son contradictorias en cuanto que se presentan como conclusiones
«fuertes», como «verdades evidentes».
112 G. Vattimo, «Postmodernidad ¿Una sociedad transparente?» en G. Vattimo y otros, En torno a la
postmodernidad, p. 15. 113 Cf., J. M. Mardones «El neo-conservadurismo de los postmodernos» en Vattimo y otros, En torno a la
postmodernidad, pp. 21-40. Sobre el punto de vista antihumanista en la línea de Nietzsche y Heidegger
que sigue Vattimo, véase: Vattimo, El fin de la modernidad, pp. 33ss. y 101ss.
Capítulo II
80
Haciendo eco del pensamiento re-ilustrado de Apel y Habermas, Mardones
sugiere que todas las atrocidades del Occidente en decadencia sólo pueden ser
combatidas en nombre de los más altos valores de Occidente. Del mismo modo, los
aspectos más perversos de la modernidad pueden ser criticados por la misma razón
moderna, sin necesidad de recurrir a ninguna irracionalidad postmoderna114.
Dado que la Modernidad es un «proyecto inacabado», los filósofos re-ilustrados
se proponen elaborar una teoría de la racionalidad que permita superar el diagnóstico
pesimista sobre la Modernidad ilustrada y el nefasto relativismo de los postmodernos,
llevando a cabo una nueva tarea crítica sobre la razón y sus alcances, en el mismo
contexto postmetafísico de la filosofía. En el siguiente capítulo pasaremos revista sobre
dicha teoría de la racionalidad o ética discursiva, poniendo especial énfasis en la
propuesta hermenéutica de Apel, para la reconstrucción de la racionalidad, que permita
una reconstrucción del sentido de la historia y una relectura moral de la idea de
progreso.
114 Cf., J. M. Mardones, «El neo-conservadurismo de los postmodernos», pp. 32-33. Cf., J. Sebreli, El
asedio a la modernidad. Crítica al relativismo cultural, Barcelona, Ariel, 1992, p. 64.