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  • 8/17/2019 Imbelloni

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    Concepto y praxis del Folklore

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    DOCTRINA DE LA PERVIVENCIA, BASEDEL FOLKLORE

    En el capítulo que antecede hemos terminado por asignar gran 

    valor a la vieja definición dé Thoms, y, a pesar de que muchos auto-

    res se empeñan en buscar otras nuevas, hemos concluido que, 

    previa una ligera perífrasis en su primer término (el  gemís proximu

    m ) , es  entre todas la más perfecta:  Aquella sección de la 

     Antropología Cultural que abarca el saber tradicional de las cla-

    ses populares de las naciones civilizadas.

    De ello surgió la obligación de conocer cuál es el lugar que 

    corresponde a la Etnografía y al Folklore en las ciencias del 

    Hombre:

    C i e n c i a   d e l   H o m b r e   (Antropología):

    ------------------- -------------------- -------------------- -------------------- ------- -------------------- -------------------- -------------------- ------------------ .

    1-A. Morfológica: A n t r o p o l o g í a , A n t r o p o t a x i s :

      ---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

    C o n s u s   p e c u lia res c ien c ia s d e sc rip ti v a s y co m p a ra tiv as

    2 - A . C u l tu r a l : C u l tu r o l o g í a .

    E t n o l o g í a :

      Prehistoria;

     Arqueología en el sentido que usamos

    en America;

     Etnografía; 

     Folklore

    Luego nos hemos propuesto dirimir la controversia sobre lo 

    que debe ser admitido como objeto del Folklore, y hemos termi-

    nado por reconocer que deben acogerse ‘todos’ los bienes patri-

    moniales, sin distinción: 1° porque del punto de vista teórico resulta indesglosable la porción ‘psicológica’ de la ‘tecnológica’, 

    y este sentido dualista de la vida es del todo anticuado; 29 porque, 

    en el terreno de los hechos prácticos, existen objetos, utensilios, 

    dibujos, creaciones plásticas, etc. que están cargados de actividad 

    espiritual.

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    Pero esta última digresión —necesaria sin duda— no debe

    alejarnos sobremedida del hilo lógico de nuestro discurso. Se trata

    de considerar, ahora, cuál es funcionalmente el lugar exacto que

    corresponde al Folklore, y en cierto modo plantear la cuestión de

    su mismo derecho a figurar como actividad científica.

    7. — Ya hemos dicho que la finalidad general de toda la

    Antropología cultural es la reconstrucción de los patrimonios. 

    Hacia este fin nos impele una curiosidad irrefrenable. Deseamos

    esclarecer todas las formas por que ha pasado cada uno de nues

    tros instrumentos, canciones, utensilios, armas, plegarias, mitos e

    intuiciones del Universo.

    Hacia el pasado, en el secreto de las tumbas, trabajan la Ar

    queología  y   la Prehistoria.

    Hacia la periferia del mundo civilizado, trabaja el viajero et

    nógrafo.

    Tenemos, pues, de un modo teórico, asegurada la indagación

    de toda la Humanidad en el pasado y en el espacio: digo toda la

    Humanidad que muestra a las claras tener con la vida civilizada

    una relación de anterioridad, ya cronológica, ya formal.

    Y entonces ¿qué otra curiosidad, qué otro sector pudo incitara los creadores del Folklore?

    En contra de todas las apariencias, está el hecho que también

    en las naciones civilizadas había lugar para una búsqueda comple

    mentaria de la prehistórica, arqueológica y etnográfica.

    Y es que hoy ninguna persona de medianos conocimientos es

    taría dispuesta a aceptar un mapa del mundo habitado, en que

    figurasen distintas mediantes dos colores la zona civilizada y la

    zona inculta, porque tal separación es arbitraria. Tampoco el his

    toriador aceptaría un cuadro cronológico de la vida de la

    Humanidad, en el que fuese fijada una fecha para separar neta

    mente la época inculta de la civilizada, aún se tratase de estable

    cerla por separado en cada una de las naciones. Sabemos perfecta

    mente que toda tentativa de separación neta, en el territorio y en

    la cronología, debe resultar inexacta y en cierto modo infantil.

    La razón consiste particularmente en la certidumbre que hoy 

     poseemos sobre la estratificación de las capas culturales.  El estudio

    topològico de las Culturas-patrones ha tenido por efecto el deli

    neamiento de un mapa mucho más verídico del que antes habíase

    imaginado. Cada uno de los patrimonios, es decir, cada una de las

    civilizaciones construidas por el hombre, si la consideramos aísla

    da como entidad vital autónoma, la vemos dotada de una fuerza

    expansiva, de una verdadera “sed de espacio” que la impele a

    atravesar largas distancias, emprender luchas de dominación cul

    tural, instalarse en territorios lejanos, expulsar patrimonios o cul

    turas preexistentes, y configurar, en definitiva, un cuadro integral

    del Mundo cuyo aspecto preséntase harto complicado para el

     profan o, aunque per fectamente inteligible para el filósofo de las

    Culturas. De muy pocos lugares del mundo decimos con suficiente

    seguridad que no se han producido allí superposiciones culturales

    (y son los escasos sectores donde encontramos los últimos represen

    tantes de las Culturas Primarias:  Pigmeos-Pigmoides, Cazadores 

    inferiores,  etc.). En cambio, es necesario distinguir en la totalidad

    de la Ecumene, a unos cuantos sectores donde la superposición de

     patrimonios se ha realizado con intensidad acentuada, de manera

    que si empleamos una imagen que es familiar a los que ejecutan per

    foraciones del suelo para excavar pozos, podremos decir que se en

    cuentran allí numerosas capas patrimoniales, cubriendo una a otra

    a guisa de hojas de cebolla. Estos sectores son los yacimientos perfo

    rados por el arqueólogo: Creta, los Dos Ríos, el Nilo, Etruria, etc.,

    y en el Nuevo Mundo la América Central, Mexico y el Perú An

    tiguo.

    En medida no tan vistosa, también el etnógrafo encuentra es

    tratificaciones de patrimonios, cuand o el arco y flecha, las plega

    rias, los dioses, cantares, etc. del pueblo natural que investiga

    muestran haberse originado en horizontes culturales anteriores, que

    subyacen a los bienes culturales llegados en tiempos más recientes

    de fuera, ya sea por el medio de conquistas y migraciones, ya de la

    imitación por contacto, comercio y dominación religiosa o sujeción

     polí tica.

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    Ahora bien, y en esto consiste justamente el núcleo del asunto,

    idéntico fenómeno fue descubierto en las naciones civilizadas, algo

    vagamente en los tiempos anteriores, pero con notable firmeza a

     p a rt ir de la m ita d del sig lo XIX, es to es, en la épo ca de la cre ac ión

    del Folklore.

    La primera y más sencilla manera de explicarlo consistió en la

    fórmula que la nación se divide en dos entidades que conviven en

    su seno, la primera es el  Populus ,  la segunda el Vulgus,  a guisa de

    capas en. cierto, mod o superpuestas e impermeables.

    Conservan esta formulación —a ún hoy— muchos tratadistas

    entre los más encumbrados. Veamos a A. C. Haddon, autor que

    hemos citado hasta este momento como experto folklorista, y que

    fué además, óptimo etnógrafo:  En todas las naciones civilizadas  

    hay siempre una parte menos culta, que ha quedado atrás en el  

    camino de la civilización , y que tod avía conserva en mayor o menor  

     grado una cierta fe en las antigu as tradiciones, y practica las 

    viejas costumbres  (aunque de manera algo atenuada) ; esta parte de 

    la población es el “pueblo”, el  Fo lk ; el   Lor e   del pueblo  (esto es, 

    el conju nto de las nociones que lo integran ) es justam ente el objeto 

    de nuestra indagación.  Como se ve, considera este autor únicamen-

    te el aspecto actual del problema, e insiste en la diversidad de las

    dos nociones  Na ció n y Folk ,  sin prestar la menor atención al meca-

    nismo que la produjera, y aduciendo la muy vaga explicación con-

    tenida en la palabra  surviva l,  ya insistentemente empleada por

    Tylor.

    Tenemos, evidentemente, que trabajar más a fondo este terreno,

    e introducir de manera sumamente cautelosa las nociones de  per vi

    vencia, estratificación  y tradición.

      8. — Para empezar, no renunciaremos a la eficacia elegante

      que es propia de las demostraciones filosóficas, ya que nos perm i-

    ten por sí solas ahondar el sentido del  Folk.

    Cuando dijimos que la nación se divide en  Populus  y Vulgus, 

    no sospechábamos siquiera que habríamos encontrado el equivalente

    filológico del término anglosajón  fo lk .

     Populus  era para los romanos toda población, y, añadimos, la

    ‘nación’ organizada políticamente; en la fórmula S. P. Q. R. se

    indica que lo que nosotros llamamos el Estado se entendía compues-

    to del Senatus y el  Populus;   este último dividido, como todos saben,

    en  gentes  y  plebs. Vulgus   no es propiamente la  plebs,  es decir una

    ‘casta’ como diríamos hoy, o clase social, sino el conjunto de los

    no ¡lustrados, que constituyen el populacho; pertenecen a él los

    miembros de todas las clases que no tienen cultura o sabiduría: el

     judiicium sapientis  es diferente del  jud icium vu lg i  (Cicerón). En

    las cosas de la religión y las altas especulaciones Horacio puede jac-

    tarse de repudiar al  profa num vulgus .  El concepto es idéntico al

    del clásico español: Y no penséis, señor, que yo llamo vulgo sola

    mente a la gente plebeya y humilde, que todo aquel que no sabe, 

    aunque sea señor y príncipe, puede y debe entrar en el número de  

    vulgo  (Cervantes) .

    En griego tenemos las mismas acepciones, quizás con predomi-

    nancia del sentido de masa y muchedumbre, o grey, en la palabra

    oylo? que fue ciertamente FoyXo; antes que cayese el antiguo

    Digamma, letra desterrada más o menos en el siglo vi y repre-

    sentada luego únicamente por una sobrevivencia gráfica, que es

    el espíritu.

     N o ha sido un a va na dig res ión : ten em os ah ora var ios anillo s dela antigua cadena:

    lat. Vulgus;  gr.  FoyXo^;  saj.  Folk;  germ. Volk.

    En la forma del segundo se nota una metátesis evidente de los

    dos sonidos consonanticos; en cuanto al sajón  Folk,   hermano del

    Volk   germánico, habría que escudriñar si ya se había operado la

     pér dida del sen tid o dif er en cia l y má s o m enos dé bi lm en te despec tivo ,

     pér did a que es un hech o en la len gu a alema na, don de Volk   indica

    acumulativamente todo el conjunto nacional.

    Todo indicarla que el  Folk   sajón, palabra sobreviviente en la

    sincresis lexicológica del Inglés moderno, conservaba un recóndito

    y nostálgico sentido diferencial; del punto de vista semántico bien

    fué elegida por Thoms al fundar el término  Folk- lore,  de consuno

    con su clásica definición the uncultured classes of civilized nations.

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    A título de curiosidad, no puedo dejar en silencio la doctrina

    etimológica sostenida por el lingüista inglés arzobispo Richard C.

    Trench en su obra  En glis h pas t and present,   1885, que la muy

    expresiva palabra compuesta  Folk -lore  fuese «introducida en tiem

     pos rec ien tes, tom ánd ola del idioma alemán». Ya sabemos qué el

    vocablo  Fo lk   nada tiene que ver con un supuesto préstamo reciente

    de la voz Volk,  pues existía en el caudal antiguo de Inglaterra.Segu nda c uestión es la de saber quién usó por primera vez el .

    conjunto  Folk lore . La encuesta llevada a cabo por Eliezer Edwards

    en su precioso Words, Facts and Pbrases,  1881, termina por com

     prob ar que vió por primer a vez la luz de la publicidad en el nú me

    ro del periódico inglés «Athenaeum» del día 22 de agosto de 1846,

    en un artículo firmado por Ambrose Merton. Hay que advertir que

    éste es un “ nombre de batalla” , y el artículo había sido escrito por

    W. J. Thoms. Lo afirma explícitamente Thoms en «Notes and

    Queries», 6 octubre 1872, al decir que fué un engendro propio;

    se sirve de la conocida frase de Shakespeare:  Alone l di t it   (Corio-

    lanus) .

    Tercera, pero más substancial acaso, es la disputa entre ios que

    admiten su pluralización y los que la excluyen, asegurando que la

    frase  Folk wan t me to go to Ita ly  es incorrecta. El gramático Wal

    ker sostiene que el plural debe decirse y escribirse, exactamente, en

    la forma  Folks.  Pero Samuel Johnson en su diccionario advierte que

    is  properly a collective noun and as no plural except by modern  

    corruption.  Y ésta, atendiendo a lo que arriba se ha expuesto, es

    la verdadera doctrina; consecuencia y comprobación a la vez de la

    ausencia de correlación directa en la vida semántica de Folk y

    Volk.

     Nótese bien que, al indicar, en las primeras páginas, la imp ro

     piedad del término Folklore, sólo hemos insistido por una par te en

    la indeterminación entre el ‘objeto’ y la ‘ciencia’ que lo estudia,

    y por la otra en la vaguedad ‘actual’ de las dos palabras  fo lk   y

    lore  en el vocabulario corriente, lo que de ningún modo incide en

    la propiedad ‘intrínseca’, y ésta pudo ser alcanzada luego por me

    dio de nuestra elaboración comparada y erudita.

    9. — Dilucidada, de este modo, la cuestión filológica, queda

     por ver si la concepción de que en un pueblo viven dos entidades

    superpuestas y prácticamente impermeables, puede ser expuesta por

    la ciencia moderna en una forma menos esquemática y con menor

    empirismo.

    En dos direcciones podemos explorar el funcionamiento de un

     patrimonio de bienes culturales con respecto a los patrimonios sub

    yacentes: la primera es la consideración de la circulación en un

    determinado territorio; la segunda es la de la receptividad.

    En cuanto a la primera, muchos son los antecedentes reunidos

     por la Culturo logía, por medio de sus mapas de distribución de ele

    mentos. Desde ya largo tiempo se venía observando que un patri-

    monio de cultura , imaginado a guisa de una ola en movimiento

    constante desde su foco hacia la periferia, encuentra en su marcha

    varias suertes de obstáculos, y entre ellos algunos que asumen el

    aspecto de vallas territoriales. Es lo que produce ciertos tipos de

    civilizaciones dispuestas en áreas entrecortadas, discontinuas. Si

    representamos el área de un grupo nacional a guisa de un valle, y

    señalamos la puerta de entrada de una civilización que avanza, así

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    como, mediante una flecha, el sentido de su ingreso, observamos

    una suerte de corrida de sus elementos constitutivos hacia las fron

    teras del valle, cuya manifestación evidente es el arrinconamiento

    del patrimonio más antiguo en las márgenes del área.

    En segundo término se advierte —una vez acostumbrada la

    vista a leer la página escrita por los fenómenos de la mecánica etno

    lógica— que también existen, aquí y allá, en el mismo cauce mayor. un cierto número de pequeños islotes refractarios, en que el

     patrim onio intru so encuentra dific ultad para su marcha y penetra

    ción. Son generalmente sectores, de amplitud variable, circunscrip

    tos por accidentes geográficos que hacen difícil, de modo más o

    menos eficaz, la ingresión del nuevo patrimonio . Las montañas,

    aun mas que las aguas, suelen producir tal efecto, y de allí la dis

    tinción general de complejos de las alturas y complejos de la lla

    nura, ya sea en el sentido propiamente racial, ya en el lingüístico,

    el tecnológico, el mitológico, musical, etc.

    Esta visión brutalmente física, debe ser enmendada y afinada

    mediante la consideración de un ejemplo. Véase lo que ocurrió enel Peloponeso.

    Todos saben que en el medio de este distrito casi insular se en

    cuentra una especie de taza cóncava, limitada de todos lados por 

    Concepto y praxis del Folklore

    una cadena de montañas, de naturaleza abrupta y regular elevación:

    es la Arcadia. Cuando, por la lengua de tierra de Corinto, se arrojó

    sobre el Peloponeso la invasión de los Dorios, éstos invadieron todas

    las tierras costaneras y fundaron sus reinos en los valles interdigi

    tales, pero dejaron intocada la Arcadia, que continuó siendo asilo

    seguro de los pacíficos pastores Eolios; allí fueron preservadas las

    novelas más remotas y el antiguo lenguaje, el Eolo-Arcadio. Podríase suponer que el ‘rol’ de las montañas saliese por ese ejemplo

    demostrado según el paladar del más ambicioso determinismo geo

    gráfico. Pero no es así. Los Eolios no se encontraban en la Arcadia

    ab eterno, y eran —también ellos— tan extranjeros e intrusos como

    los Dorios: se trata de dos ramas del grupo helénico de la migración

    Ariana hacia el Sud, que llegaron uno tras otros con breve inter

    valo de tiempo. Lo esencial consiste en que la migración primitiva,

    de los Eolios, había sido lenta y pacífica, tal que logró cubrir toda

    la península, sin distinción entre el altiplano interior y la costa,

    mientras la sucesiva, de los Dorios, fué tumultuosa y agresiva, tal

    que en brevísimo lapso estableció sus reales en la periferia, más

     preocupada por desarrollar cuan to antes su preponderancia hacia

    el Egeo, que por encerrarse en el claustro montañoso del interior.

    En general, los mismos accidentes geográficos que oponen valla in

    franqueable para ciertas migraciones de hombres y costumbres, sonen cambio fácilmente superados por otras. No se trata, pues, de un

    determinismo geográfico ‘absoluto’, sino ‘relativo’, cuyos efectos

    se hacen visibles sólo en combinación con propiedades inherentes a

    la masa, energía y grado del flujo incidente, tan to como a las posibilid

    ades es de oposición del complejo humano paciente.

    Tenemos, con esto, una base general para interpretar el fenó

    meno de la expansión de una corriente de cultura A o B en un

    ambito X o Z, en lo que concierne particularmente al concepto

    de su circulación en el territ orio invadido. Pronto hemos de apro

    vechar estos puntos en la formación del Folklore.

    10- El momento a examinar ahora es el receptivo. N o se

    trata, en realidad, de dos cosas distintas, sino de dos aspectos del

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    mismo fenómeno; el primero, o de circulación, de índole más con

    cerniente a la Culturología, el segundo, o de receptividad, a la

    Etnología (y en la nomenclatura científica vieux style,  también

    a la Sociología),

    Al considerar objetivamente cualquier agregación nacional,

    y a pesar de toda doctrina social y política adoptada oficialmente,

    siempre encontraremos el interesante fenómeno de su diferenciación

    en varios eslabones o clases, y la existencia de una de ellas que

    desempeña funciones directrices. No podrían hallarse fórmulas

    generales para describir este proceso: en ciertos casos, especial

    mente los de la historia, fue consecuencia del origen distinto

    (clanes y gentes dominadoras y subyugadas), pero en los tiem

     pos modernos la experiencia nos ha mostrado el caso de grupos

    sociales constituidos en islas lejanas sobre la base de colonias de

    criminales deportados, cuya segunda o tercera generación pre

    sentaba de modo inequivocable los efectos del mismo proceso. Es

    evidente que el ineluctable trabajo de especificación funcional

    que surge en el seno de las sociedades, siempre conduce a la for

    mación de un tejido dirigente (élite)  distinto de la masa. De

    ninguna manera hemos de intentar la discriminación de los varios

    aspectos ‘profesionales’ del núcleo dirigente, pues todos saben dis

    cernir la casta terrateniente, la sacerdotal, militar y tecnocrática

    (neologismo que nos ahorra largas definic iones) . Su conjunto ac

    túa, en medio del consentimiento común, como una real ‘clase su

     perior’. Que los impuestos, las penalidades, los derechos legales, etc.

     propios de esta clase sean teóricam ente iguales a los demás ciudada

    nos, no es cosa que pueda interesar directamente a nuestro asunto;

    nuestra atención se vuelve hacia la característica más saliente de

    su actividad, que consiste en elaborar constantemente un patrón

    de vida que cumple ante la masa el papel de ‘modelo’, porque

    ésta lo considera la forma ‘cu lta ’ de la existencia.

    El centro de acción de esa élite  está formado por las gran

    des ciudades, y particu larmente la capital política, y a veces la

    capital financiera; más raramente la capital moral o religiosa.

    Ahora bien, si se presta atención a los medios materiales que

    condicionan la movilidad de los bienes de la cultura, pronto se

    tiene la prueba de que las posibilidades de circulación favorecen en

    amplia medida a la clase-modelo, ya sea en la marcha que siguen

    desde el exte rior libros, modas, costumbres, juegos, licores, can

    ciones, teatro, etc., ya en la que a partir del centro imitativo

    asegura la dispersión hacia adentro. A guisa de las ramificaciones de

    un ganglio, se extienden las redes de comunicación económica, co

    mercial, política, artística y fabril.

    Sea dicho, de paso, que esas mismas líneas conductoras son uti

    lizadas por otros dos movimientos de bienes: el primero constitui

    do por una circulación ‘complementaria’, en el mismo sentido cen

    trífugo; el segundo por otra de ‘oposición’, en sentido contrario,

    centrípeto. Ha y que considerar en el primer caso el lore  de las

    clases ínfimas de la ciudad, ya que también en la ciudad vive

    y fermenta, en la capa subyacente, un ‘vulgo’  su i generis y   fabrica

    incesantemente modismos idiomáticos, cantares y costumbres de un

    gusto más o menos discutible, que tienden, ellos también, a inva

    dir las comarcas periféricas.

    En cuanto a la corriente opositora, se tra ta del lore  de las

     provincias alejadas y conservadoras, que han guard ado en su

    seno antiguas semillas de cultura y las envían, a guisa de reflujo,

    en dirección a las ciudades. En los grandes cen tros esta merca

    dería de rebote goza de una circulación prácticamente limitada,

    siendo apetecida por pequeños núcleos de intelectuales, a manera

    de añoranza.

    “5 .

    Que las condiciones que venimos ilustrando sobre la base

    de un gráfico de natura leza simple y esquemática como es nuestro

      dibujo, existan en la realidad concreta de las sociedades orga

    nizadas, o naciones, no puede haber dudas, y es suficiente con

    siderar algunas características del fraseario más común. En el len

    guaje de muchos pueblos de Europa y Nortea méric a el adjetivo

    montañés  tiene un marcado sentido despectivo, o al menos des

    valorativo. En Sudamérica abunda en general la calificación de

    llanero,  en virtud de peculiares condiciones de la instalación hu

    mana con respecto a la configurac ión geográfica. En cuanto a

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    urbano y villano o rústico,  no hay por qué Insistir en tales for

    mas, heredadas ya del latín (villicus  y rusticus,  en oposición a

    urbs) .

    11. — Y a hemos renunc iado a tra tar el mecanismo que permite

    la erección de las élites  en su carácter de árbitros de las costum

     bres y la c ul tu ra. Int erv ien en en ese proceso varias razones y causas

    de orden mecánico (el ingreso de un pueblo más poderoso en el

    caso de conquista militar, o de una población más refinada, en el

    caso de captación comercial o pedagógica; no se olviden los fenó

    menos de centralidad y vialidad, y la permeabilidad del territorio

    desde los ganglios hasta la fronteras; ténganse presentes las ra

    zones económicas, que permiten a los urbanos mayor acercamien

    to a los centros de estudio y cultivación mental, y la considera

    ción del tiempo útil, como  sup erávit   de los trabajos más o me

    nos manuales y rudos y más o menos prolongados).

    Pero quedan indudablemente razones de otro orden menos ma

    terial, formadas p or factores psicológicos. Principalísima es la ten

    dencia —consciente o inconsciente— de los núcleos encumbrados,

    de renovarse a cada instante, y su afinidad hacia todo lo nuevo:

    costumbres, bebidas, modismos del lenguaje y modos de vestir.

     No repetiremos lo que excelentemente se ha dicho sobre el  snob, 

    de modo particula r en. la literatu ra inglesa. Ese afán de lo nove

    doso, esa absorción avidísima del dernier cri se extiende de las cosas

    nimias hasta las concepciones y doctrinas.

    De manera consciente o inconsciente, esta conducta del gru

     po direc tor no deja de ser, además, un medio para mantener su

     propio brillo y asegurar siempre m ayorm ente su predominio. No se

    olvide que los modismos y costumbres del ganglio central, al des

     plazarse incesantemente hacia las clases y zonas imitadoras, están

    expuestas a un continuo desgaste: muy pronto cesan de ser bri

    llantes y conspicuas, y se convierten en patrimonio ‘vulgar’. De

    allí la necesidad, por parte de la élite,  de absorber periódicamente

    formas nuevas y prestigiosas, del mismo modo que el modisto

    tiene interés en mantener continuamente despierta la inquietud

    de su clientela con el renuevo de los patrones.

    Siempre hablamos, sin distinción, de las formas superficiales

    de la vida diaria, así como de las orientaciones del pensamiento.

    Véase el ejemplo tan conocido entre nosotros de la revolución

    cumplida cinco lustros atrás, en las Universidades de Buenos Aires y La Plata, donde un núcleo de. profesores jóvenes subs

    tituyó a los que enseñaban en esas aulas, después de haber absor

     bido el neo-idealismo del último movimiento filosófico europeo,

    cuyos”cánones lograron esgrimir co nt ra el ya esclerótico sistema de

    las ternas progresivas v del positivismo comtiano. De esos ganglios

    intelectuales el movimiento se extendió con siempre menor resisten

    cia a todas las universidades del país, para ejercer una notable

    influencia también en las del exterior. Ello no quita la posibili

    dad, y hasta la probabilidad, de que un nuevo grupo de profe

    sores intente, mañana, reproducir la gesta a expensas de los

     primeros, que natura lmente no serán más jóvenes, esgrimiendo

    una nueva carta orgánica del pensamiento. (N o quiero ade

    lantar conjeturas sobre cuál sería su ‘sentido’, si de reacción o

    de intensificación: por un lado se vislumbran claras simpatías

    hacia la reimplantación positivista de los problemas, aunque disimu

    ladas bajo terminologías ambiguas, y por el otro las tendencias a

    corregir la reforma anterior en lo que resultó ‘un cuento’, por

    haberse cargado de todo el lastre sociológico de Durkheim y com

     pañeros, que fueron los más empecinados epígonos de Comte.)

    Esto naturalmente vale sólo para los hechos de fermentación in

    terior, y prescinde de las corrientes que proceden de los ganglios

    mundiales1, las que, de acuerdo a nuestro desarrollo teórico y aun

    más a lo que enseña la experiencia, son —en definitiva— las

    fuerzas preponderantes en todo lo que atañe a la concepción del

    universo y condicionamiento de la conducta.

    1 Esta profecía se cumplió en el último trimestre de 1955, pero  las

    fuerzas que operaron no fueron de origen mundial, sino puramente interiores.

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    12. — Penetramos así, sin casi darnos cuenta, en el compli-

    cado metabolismo de la Moda. Este campo, que ostenta nombres tan

    ilustres como el de Simmel, está dominado por una personalidad

    cien tífica de altísima alcu rnia: Gabriel Tarde. Son de Tarde los

    conceptos de la invención   y su complemento la imitación; Tarde

    ha explicado egregiamente el mecanismo del duelo de invenciones 

     y   distinguido las ‘acumulables’ de las 'substituibles´; suya es ladoc tr ina de los. núcleos im itadore s y los patrones. A él debemos

    si hoy se discierne con claridad que en el conjunto de las naciones

    existe en cada período histórico una nación modelo, que es seguida

     po r tod as las demás (nac ione s imitadoras ), mien tras que en una

    misma nación existe una clase modelo y otra capeadora y asimila-

    dora, no sin poner en relieve que esta última opone, también, una

    cierta resistencia a las novedades, una cierta inercia, que en parte

    tiene efecto de conservación o antimoda, y esto constituye la

    oposición.

    Sobremanera interesante es el fenómeno de la antimoda, que

    se revela en todas las actividades exteriores del Hombre, aunque

     pro ced e de un sen tim ien to que nace sólo en peculiares condiciones

    de cultivo interior, y puede definirse como una especie de hastío

    co ntr a las formas gregarias en general. Thomas Carlyle ha sacado

     bue n prov echo , en su fin o libro Sartus Resartus, de  esta actitudaristocrática en favor de los ‘trajes desusados’. Se trata, natural-

    mente de manifestaciones propias de pocos individuos, o, en las so-

    ciedades más refinadas, de grupos poco numerosos, tal que se Ies

    llama comúnmente ‘excéntricos’; nunca de grandes masas. En

    Buenos Aires se ha podido observar, en las salas del teatro clásico

    de prosa y en las reuniones artísticas de gran selección, a un juez

     jubi lado que se dist ingue por sus chalecos violeta punteados y el

    saco de corte largo, sin hombreras, corbata negra con nudo volu-

    minoso, cabellos sueltos al estilo de los grandes melancólicos; es una

    figura austera, algo romántica, del final del Ochocientos, que sus-

    cita el sarcasmo de los engominados, pero encarna un perfecto

    ejemplar de la antimoda. Su oposición dialéctica a la uniformidad

    gregaria es en cierto sentido reconfortante, como contraprueba de

    un refinamiento de cultura de que por lo general carecen las so-

    ciedades ‘nuevas’; en cuanto a la dosis de valor moral, es cierta-

    mente mayor en un portador de ‘traje desusado’, según la frase de

    Carlyle, que en el que se atreve a lucir por primero el chocante

    último figurín de un artista de cinematógrafo.

    Esta fuerza de oposición,  por su parte, no sale del ya co-

    nocido mecanismo de la primera ley de Tarde, o de la imitación,  porque se resuelve en imitar a sus propios antecesores, y cultivar

    su herencia, que es la ‘costumbre’.

    He aquí el deslinde: cuando el ‘modelo’ se elige dentro de su

     propio pasado, tenemos la ‘costumbre’, que opera en sentido con-

    servativo; cuando se amolda a los contemporáneos, tenemos la

    ‘moda’, que es veleidosa.

    El carácter de oposición deriva de la resistencia opuesta por la

     primera al fenómeno imitat ivo, que tiene por objeto los modelos

    exteriores.

    Por último, hay que recordar la gran verdad que en cada época

     predomina el cultivo de una peculiar forma de vida, considerada

    ‘moderna’ y ‘superior’, aunque es simplemente la forma carac-

    teríst ica del ‘pueblo modelo’ de ese instan te. En cuanto a las leyes

    que condicionan ese sentir y especialmente la elección del modelo,

    no cultivemos la ilusión que se trate de una operación infalible,

    tal que mediante ella se sopesen las cualidades y la esencia de una

    real superioridad. Y he aqu í una parado ja: mientras los filósofos

    y sociólogos se ven siempre en apuro cuando hay que juzgar sobre

    el concepto de ‘superioridad’, la sensibilidad inconsciente de los

     pueblos no prueba vacilación alguna y cuelga siempre a su cabecera

    el símbolo de un ‘pueblo modelo’ designado sin dificultad de

    elección. Tarde ha podido convencerse de que a este concepto

    están vinculadas en particular modo las ideas de  poder   y riqueza, 

    es decir, que en un momento determinado, al cundir la convic-

    ción que un grupo nacional privilegiado posee en mayor copia la

    serie de bienes sociales más apetecidos, se levanta su figura con

    Jos contornos y las prerrogativas del prestigio.

    Cuestión secundaria es si la copia del modelo procede ab inte-

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    rioribus ad exteriora,  c o m o a f i r m a T a r d e , o , e n c a m b i o , ab exterioribus ad interiora.  E l hecho c ier to es que en t re los zu lúés deÁ f r i c a y l o s m e d i c i n e - m e n d e la P r a d e r a n o r t e a m e r i c a n a f u é n o

    tado e l uso del sombrero de copa mucho an tes que pudiesen apreciar

    l a poes ía de B yron (aun que a veces fuese l l evado no para cubr i r

    l a cabeza, s ino como adorno de l a p ierna) . De l mismo modo los

    zapatos romos con l a caracter í s t i ca curva ‘amer icana’ han go

    zado de l a p referencia de muchos pueblos semicu l tos , y yo pude

    notar no s in sorpresa su enorme acep tación por los c iudadanos

    calz ado s de las colonias del Áf rica o cciden tal y las islas del Cabo

    Verde, aunque no l l egaran todavía a esos puer tos los Magazines

    q u e s e p r e g o n a n e n Br o a d w a y .

    13. — C um plido nue stro am plio ‘excursus’ sobre los caracteres

    d e circulación y receptividad , vemos ahora con mayor aproximación en qué consiste la materia propia del Folklore.

    Cuando Thoms, en su irreprochable definición del Folklore,

    hab ló del traditional learning of the incultured classes of civilized  nations,  sabemos ahora que se refería justamente a la finalidadde prese rvar los bienes que integ ran el patrimonio o los patrimonios

    ‘sumergidos’, los que bien merecen el apelativo de  substratumo substraía,  porque en la vida nacional han quedado encubiertos p or el  superstratumque llena la superficie.

    Si queremos d istinguirlo por su objeto, o — mejor dicho— por

    el mecanismo que ha determinado el objeto, diremos que el Folk

    lore es el estudio de las supervivencias ( survivals), que en castellano llama remos con m ayor propiedad las pervivencias. Tal es la

    definición de Haddon, aunque conviene subrayar que no es en

    rigor una verdadera definición, y más bien una acertada cali

    ficación.

    “El estudio de las llamadas Pervivencias es una de las ramas

    más im portantes de la Antropología” — dice el magnífico Rec tor

    de Ox ford, prof. R . Mar ett— y añade: "parece que coincide con

    el interés central de lo que se conoce por Folklore”.

    Y cuando otro definidor, Hartland, ya en 1897, dijo que “el

    Folklore es la ciencia de la tradición”, no hay que entender que

    quisiese evocar algo distinto del  survival, como objeto del Folklore, sino simplemente, por medio de una figura o traslado, enfo

    car al proceso que ha hecho posible la conservación del objeto,

     pro ce so qu e se c ond ens a en un a sola pa lab ra : la tradición. Recordemos que este vocablo es el abstracto operativo del verbo tradere; del mismo y con igual desinencia se forman los vocablos herma

    nos traducción, traición y tracción, los que con sutiles distincionessemánticas significan respectivamente la traslación de un idioma

    a otro, la entrega al enemigo, y el arrastre material de un cuerpo

     pesa do. De ah í que ‘tr ad ic ió n’ no in diq ue co n pr op ied ad un ob je

    to, sino la acción de su transferencia. Luego, en nuestro asunto,

    tradición indica el mecanismo por el cual heredamos los bienes que

    fueron propios de nuestros mayores, mientras pervivencia es la

     pro pie da d de esos biene s her eda ble s, de co ns er va r su fo rm a a tr a

    vés del tiempo. Sólo por extensión de lengua je, a guisa de tropo,

    ambas palabras son empleadas para indicar las formas concretas

    que heredamos.

    Y aqui viene al caso dirigir una segunda mirada crítica a las

    formulacion es de p uro gusto ‘psicologista’, las cuales tiende n a

    confundir las modalidades interiores de un agregado social o de

    uno de sus sectores, por ejemplo, de la infa ncia , con las formas

    de lo que es objeto de tradición. Nadie duda que en el fondo de

    tales agregaciones o sectores perduren impulsos hondamente arrai

    gados, correspondientes a culturas de  substratum,  sumergidos ocamuflados por barnices y modismos de  superstratum,  pe ro deesto a confundir la tendencia con las formas concretas, hay un

     paso insa lvab le.

    Ya sabemos que existen juegos de la infancia y cantilenas,

    coplas y centones en que se ve clara la pervivencia de costumbres

    y ritos de épocas muy remotas, tales como, por ejemplo, los sacri

    ficios cruentos de fundación, etc., y que esos juegos y cantares se

     pue den ve r y oí r en las plaz as y pat ios de nu es tr as ciud ades . Per o

    hay quien ha tomado por su cuenta la tarea de efectuar cómputos

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    de gran paciencia y diligencia, en unas cuantas plazas y sitios de

     juegos infant iles de las g randes ciudades, y ha averiguado por este

    medio que una masa ingente de los niños que allí concurren, alrededor del cincuenta por ciento, no tomaban pa rte en tales re

    gocijos, porque ignoraban tanto el juego como los cantares. He

    aquí una prueba palpable de la conveniencia de no confundir el

    objeto con el mecanismo transmisorio: a estos niños les había fal

    tado Io que substancialmente constituye la ‘tradición’.Ésta notable observación del Prof. J. L. Gillin, de la Universi

    dad de Wisconsin, comunicada en su artículo The sociology of  recreation  (1914), permite al antropólogo excluir el concepto delas creencias innatas’, y adm itir sólo el de los ‘estímulos’. Las

    fórmulas concretas deben ser en todo caso ‘trasmitidas’, y para elniño, asi como para el adulto, es un placer emocional recibir ese‘lenguaje’ por medio del mecanismo de la tradición.

    14. — Esta parte de la indagación folklórica, que se preguntacuál es el lugar que ocupan las formas heredadas (trasmitidas)en la vida moderna, con respecto a la actividad del núcleo que lasrecoge, no es de las más simples. Pertenece con todo derecho aaquel sector de la Etnología que es dominado por el “criterio funcional”, con tanto fervor aplicado por Malinowski.

    Es cierto que las formas heredadas tienen el poder de conservar por mucho tiempo su estilo y conformación, y Marettañade que en teoría pueden ser preservadas indefinidamente, perola experiencia nos enseña que un giro ineluctable las condena a perder progresivamente su eficacia vital en el desenvolvimientomoderno de una etnía . También en esto hay que hacer diferencias:los sacerdotes conservaron po r muchos siglos el uso del pedernaly la yesca, cuando ya otros métodos más recientes para encender

    el fuego habian sido aceptados en todas las demás costumbres dela masa laica. En las ceremonias de “desen terrar el hacha” o “se pu ltar el hacha” que son equivalentes a la declaración de guerray respectivamente a la contratación de la paz, tuvo igualmente su

    empleo el antiguo pedernal de los padres, aún mucho después de

    usarse el hacha de metal en la vida diaria. Vemos en estos ejemplos

    (podríanse fácilmente citar miles) que en la religión y el derecho público, lo que se hereda de los mayores no solamente conservasus formas exteriores, sino también su ‘función’.

    Menor eficacia evidencia la preservación propia de los sectoressociales dedicados a la vida económica, comercial e industrial. Y

    como estas actividades dominan actualmente la existencia de las

    naciones, se comprende fácilmente que las reliquias de los patrimonios pretéritos representan siempre mayormente un resto sin im

     portancia. “Éste es el fuego vivo —dice Marett hablando de la

    existencia diaria—, aquello el rescoldo.”Es muy posible que en determinadas ocasiones de la vida

    de un pueblo las fuerzas conservadoras intenten un movimientode acentuada antimoda; así lo hicieron los partidarios de Catónel Censor en la Roma de los Escipiones, así el emperador Juliano,enalteciendo la filosofía de la religión nacional contra el Cristianismo. Pero el poder que está en las manos de las clases directivastermina generalmente por imponerse y sofocar tales insurrecciones

    más o menos individuales.Estas contra-reacciones de los estados organizados fueron com

     paradas a las operaciones de apendicitis (Maret t): consisten, enefecto, en la estirpación de un órgano que aparentemente no tiene

    ya funciones específicas. Tal el decreto de la República China queobligó a cortar la coleta occipital, cuya costumbre se perdía en laantigüedad más remota; tal es el de la República turca, que acabade desterrar el característico harím  y substituir la escritura árabe

     por el alfabeto latino.

    15. — ¿Superior? ¿inferior?  he aquí una incógnita inquietante.

    ¿Son siempre superiores las formas nuevas, o del  superstratum y siempre inferiores las del  substratum?  Aunque así lo pretende lasuperstición del ‘progreso’, ninguna persona de conciencia y expe

    riencia podría afirmarlo con seguro criterio.En lo que concierne, por ejemplo, a la valoración estética, fá

    cil resulta reconocer que el rechazo de las formas ‘superadas´ y

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    el aprecio por las que las reemplazan, dependen, únicamente de la

    virulencia del nuevo figurín elegido, el que a su vez representa la

    mentalidad peculiar del ‘pueblo modelo’, es decir de las ricas ciu-

    dades o de la nación prestigiosa en cuyo campo magnético hemos

     penetrado en calidad de elementos pasivos. Cada cierto número de

    años nuestros ediles pasan en reseña las estatuas de los paseos pú-

     blicos, y advierten la necesidad de que algunas de ellas sean des-

     plazadas, de los lugares céntricos, y luego, paulatinamente, conde-

    nadas a refugiarse en los depósitos municipales. El caso de la ciudad

    de Budapest es realmente ejemplar. Existe en una de sus plazas más

    famosas un monumento al Congreso nacional, en cuya mole se le-

    vantan las estatuas de legisladores insignes del siglo pasado, en

    actitud de perorar en la asamblea con los gestos entusiastas o aira-

    dos que fueron propios de las costumbres del Ochocientos. Hoy

    ese monumento constituye un escándalo estético, a pesar de que sus

    autores fueron artistas concienzudos, muy celebrados en su tiem-

     po, y la comuna ha estudiado seriamente el proyec to de eliminarlo.

    ¿Acaso la concitación de las pasiones que suscitaron la admiración

    de nuestros padres y que, en suma, tejieron la vida política del si-

    glo xrx, es algo condenable como ‘inferior’, por el solo hecho que

    los pueblos idolatrados en el último veintenio hacen alarde de mo-

    dales flemáticos?

    Y, para hablar de cosas más cercanas, ¿estamos bien seguros

    de que los estilos  y vidalas  del Norte argentino son realmente ri-

    dicula escoria y resaca anticuada, por el solo hecho que han perdido

    su vigencia? Hoy en las provincias del Norte ya no queda casi

    vestigio de la música nat iva, ni de las danzas locales. Los jóvenes

    que se aprestan a bailar ponen en el gramófono discos de bailables

    más o menos discretamente conexos con la música de jazz, con

    mayor frecuencia que el mismo tango. ¿Es ello prueba de superiori-

    dad o de inferioridad?

    La cuestión, planteada en esta forma, no ofrece posibilidades

     para una respuesta responsable. Lo único que puede decirse con

    seriedad objetiva, es que estos hechos comprueban el cundir de una

    estética fundada en la elección del pueblo norteamericano como tipo

    y pauta, y ello no puede ser un misterio para nadie, puesto que la

    acción de este último en calidad de ‘pueblo modelo’, se ha exten-

    dido rápidamente sobre casi toda la esfera. Sería pueril pensar que

    antes de asimilar su música, los demás pueblos procediesen a la

    confrontación cuidadosa de los valores intrinsecos que le son pro-

     pios, por el hecho que el mecanismo es muy otro, pues la imitación

    acompaña en sucesión automática a la adjudicación del prestigio,y éste se basa, a su vez, en la fama de riqueza y poder. En el caso

     particular que citamos, es ú til elemento de juicio el recordar que

    cuando el maestro bohemio Antón Dvorak, alrededor de 1895, se

     propuso componer, en agradecimiento a EE. UU., su famosa sin-

    fonía N ° 5 “el Nuevo Mundo” e incluir en ella, como en una apo-

    teosis, algunas invenciones musicales representativas de Norteamé-

    rica, después de varios años de búsquedas construyó su obra sobre

    la base de los negro spirituals,  que —como todos saben— fueron

    elaboraciones melódicas hechas por los esclavos de las plantaciones,

    alrededor de los himnos cantados en los oficios religiosos protes-

    tantes.

    16.— Los principales ‘momentos’ del proceso de estratificación

    cultural de las naciones cultas, que acabamos de ilustrar en esta

    segunda etapa, han tenido, como es natural, diversos modos de en-

    foque, y explicaciones harto distintas. En algunos casos se trata

     —simplemente— de formulaciones concurrentes, o complemen-

    tarias de las nuestras, o de un mero cambio de terminología.

    Así, por ejemplo, los autores que emplean el lenguaje creado

     por las ciencias sociales y económicas, prefieren decir que en las

    grandes ciudades el comercio y la industria condicionan hábitos

    de vida más intensos, mientras en las aldeas se tiende a conservar

    un ritmo más lento. Por lo tanto, la cultura intensiva seria pro-

     pia del tipo de civilización industrial, y la menos activa del tipo

    agrario y pastoril. Nada tenemos que objetar a esta terminología,

     porque también ella conduce a reconocer, aunque de modo no

    explícito, que la captación de las formas del ‘pueblo modelo’ es

    mayor y más rápida en la ciudad que en el campo.