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Sección científico-literaria IMÁGENES DE SAN NICOLÁS DE TOLENTINO S. Nicolás de Tolentino ha sido dignamente celebrado en el arte religioso ita- liano. Su fama bien lograda de santidad, y el cortejo magnífico de sus milagros esparcieron su nombre por Italia, sobre todo en las Marcas. Se le invocó como protector de la unidad de la Iglesia, y medianero de la paz en las luchas religiosas y políticas. Insignes artistas le rindieron el homenaje de su genio, extendiendo su culto entre los fieles con obras de inspiración y alta poesía. Por ellas podemos comprender mejor el alma del gran Taumaturgo de Tolentino. Sabido es que para realzar la fisonomía de los Santos se emplean los símbo- los, tomados de la biografía o leyenda de los mismos. Pero siendo tan rico el san- toral cristiano, y careciendo ordinariamente de una auténtica fisonomía, es decir, de un retrato, el artista tiene que superar una primera dificultad para pintar al vivo y calificar al sujeto de su arte. Ha de conocerse bien que el Santo pintado es S. Antón y no S. Onofre, S. Pacomio y no S. Sísoes, Sta Lucía y no Sta. Águeda, San Buenaventura y no S. Antonio de Padua. Y aquí interviene el simbolismo con valor expresivo de primer orden para retratar a los santos y educar la piedad popu- lar. El simbolismo es uno de los fundamentos de la armonía, cuyas notas se fun- den de todos los elementos del mundo real, enlazados de algún modo por la ana- logía. Non sai tu che la nostra anima é composta d’arrnonia? ¿No sabes tú que nuestra alma está compuesta de armonía? decía uno de los máximos genios del arte italiano, Leonardo da Vinci. Por un símbolo se va derechamente a una sem- blanza. El arte bizantino, por ejemplo, ha estilizado la imagen de la Virgen, multipli- cándola con réplicas innumerables por el oriente cristiano. Ella

IMÁGENES DE SAN NICOLÁS DE TOLENTINO

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Sección científico-literaria

IMÁGENES DE SAN NICOLÁS DE TOLENTINO S. Nicolás de Tolentino ha sido dignamente celebrado en el arte religioso ita-

liano. Su fama bien lograda de santidad, y el cortejo magnífico de sus milagros esparcieron su nombre por Italia, sobre todo en las Marcas. Se le invocó como protector de la unidad de la Iglesia, y medianero de la paz en las luchas religiosas y políticas. Insignes artistas le rindieron el homenaje de su genio, extendiendo su culto entre los fieles con obras de inspiración y alta poesía. Por ellas podemos comprender mejor el alma del gran Taumaturgo de Tolentino.

Sabido es que para realzar la fisonomía de los Santos se emplean los símbo-los, tomados de la biografía o leyenda de los mismos. Pero siendo tan rico el san-toral cristiano, y careciendo ordinariamente de una auténtica fisonomía, es decir, de un retrato, el artista tiene que superar una primera dificultad para pintar al vivo y calificar al sujeto de su arte. Ha de conocerse bien que el Santo pintado es S. Antón y no S. Onofre, S. Pacomio y no S. Sísoes, Sta Lucía y no Sta. Águeda, San Buenaventura y no S. Antonio de Padua. Y aquí interviene el simbolismo con valor expresivo de primer orden para retratar a los santos y educar la piedad popu-lar. El simbolismo es uno de los fundamentos de la armonía, cuyas notas se fun-den de todos los elementos del mundo real, enlazados de algún modo por la ana-logía.

Non sai tu che la nostra anima é composta d’arrnonia? ¿No sabes tú que nuestra alma está compuesta de armonía? decía uno de los máximos genios del arte italiano, Leonardo da Vinci. Por un símbolo se va derechamente a una sem-blanza.

El arte bizantino, por ejemplo, ha estilizado la imagen de la Virgen, multipli-cándola con réplicas innumerables por el oriente cristiano. Ella

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siempre ostenta los consabidos símbolos: las tres estrellas que siempre lleva, pre-gonan su triple virginidad, antes del parto, en el parto y después del parto. Los colores, siempre los mismos, gozan de idéntica prerrogativa: la túnica azul indica su naturaleza de criatura, y el manto rojo que la ciñe y envuelve, sus relaciones con el Hijo de Dios, es decir, su maternidad.

Maternidad divina, virginidad perpetua, santidad: tal es la semblanza de Ma-ría, tal como el arte bizantino se complace siempre en presentar a los ojos de los fieles y devotos de la Madre de Dios. El arte occidental, mucho más rico y variado en sus creaciones iconográficas, ha hecho florecer todas las hermosuras en los cuadros de la Madre de Dios. La misma libertad creadora se ostenta en la icono-grafía de los Santos con innumerables motivos y símbolos.

A S. Nicolás de Tolentino acompañan en sus cuadros casi con regular cons-tancia tres símbolos: la azucena, la cruz, y el libro de los Evangelios. La perdiz es la que no aparece por ninguna parte. Sospecho que la ha introducido tardíamente algún imaginero español, amigo de la caza.

La azucena —il giglio italiano— cuya hermosura ha hallado tan geniales pa-negiristas en los cuadros de la Anunciación de Simone Martini, Botticelli, Della Robbia, Dolci, etc., consigue su primacía simbológica en las figuraciones de S. Nicolás. Nada más propio que su candor para reflejar de algún modo la inocencia virginal de la Madre de Dios y de los que han imitado su pureza, como el Santo de Tolentino. Aun la misma mitología pagana vislumbró un origen celestial para la albura resplandeciente de esta flor.

Nata caelesti semine, Caelesti nectare candida…

Se acude a divinas semillas para explicar la hermosura de la azucena, lo mis-mo que la virtud angelical tiene orígenes divinos.

Sin duda las primeras representaciones de la vida de nuestro Santo comenza-ron en su Basílica de Tolentino donde se depositaron y se guardan aún sus restos.

Divinos frescos han perpetuado allí los hechos de la vida y milagros

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del Taumaturgo. Eh el gran cuadro mural de la Crucifixión del siglo XIV, atribui-do a un discípulo de Giotto, el Santo forma parte al pie de la Cruz del grupo de los amigos de última hora de Jesús: la Madre de Dios, Sta. María Magdalena, S. Juan, y a su izquierda, San Nicolás. La azucena resplandece con un noble decoro en su mano, pregonando la blancura de su alma. Los Evangelios y la estrella del pecho caracterizan también su figura. En este antiguo cuadro tenemos un atisbo, un es-corzo psicológico, y un panegírico de la semblanza espiritual del Santo. El arte y la piedad popular han visto en S. Nicolás al inocente y puro, al penitente y amante de la cruz, al apóstol y propagandista del Evangelio. ¿No hay aquí una biografía completa del gran Santo?

Estos símbolos se han incorporado a la tradición pictórica italiana. Así en un cuadro de Antoniazzo Romano, conservado en el museo de S.

Francisco de Montefalco, acompañan a Sta Iluminada, San Vicente y S. Nicolás de Tolentino, con la azucena y el crucifijo en la mano izquierda y el libro en la derecha.

En Perusa, uno de los grandes maestros del arte italiano, el llamado Perugino, pintor de dulcísimas Madonas, dejó un recuerdo de San Nicolás, poniéndole junto a la Virgen, en la gloria de los Santos. Abajo aparecen de rodillas, S. Jerónimo y S. Sebastián, y arriba a los lados de la Madre de Dios, S. Bernardino de Sena y S. Nicolás con la azucena y el libro. Los ojos del Santo, humildes, un poco tristes y pensativos, se posan en el gracioso Niño que la Virgen sostiene en su regazo. Pa-rece una meditación pintada, llena de sosiego y profundidad.

La Pinacoteca de Módena conserva la gran composición agustiniana de B. Loschi (1489-1540) cuyo título reza: La Virgen con los Santos. La armonía y be-lleza del cuadro impresiona al espectador. La Virgen con el Niño aparece sentada en el centro de una estupenda hornacina, de suntuosa decoración. El Niño, de pie sobre la rodilla derecha de la Madre, bendice con una mano. Abajo dos angelitos musicantes y cantores hacen juego con otros dos que arriba, junto a los arranques del arco, cantan también a nuestra Señora. A la derecha, S. Agusytín, de mirada severa y meditante, viste una lujosísima capa, orlada con varias figuras de Santos. A la izquierda, S. Nicolás, de rostro juvenil

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aún, ostenta los consabidos símbolos: en la mano izquierda el libro, y en la dere-cha un crucifijo y una azucena.

En la Colegiata de S. Geminiano (Toscana) se admira uno de los más belios grupos agustinianos que conocemos, debido tal vez al pincel de V. Tamagni. En el centro figura la Virgen, contemplando gozosamente al Hijo Niño, que con una mano bendice a los Santos, y con la otra tiene cogido un pajarillo. A sus lados están de pie S. Miguel Arcángel y S. Agustín: y de rodillas S. Nicolás de Tolen-tino, con su azucena, su libro, y un rostro radiante en el pecho. En el lado izquier-do se hallan Sta. Mónica con un crucifijo en la mano izquierda y Santa Lucía. Todas las figuras respiran una gran suavidad de expresión y dulzura.

En la Pinacoteca de Fabriano (Marcas), se guarda el tríptico de Allegretto Nucci. S. Agustín es la figura central, como Obispo y Fundador: con la mano de-recha gobierna el báculo pastoral, y con la izquierda muestra un volumen abierto, con las palabras iniciales de la Regla: Ante omnia fratres carissimi diligatur Deus. Vuelto hacia él, a la derecha, con la azucena y el libro, S. Nicolás da la impresión del perfecto agustino, que ha seguido y cumplido fielmente la regla del Santo fun-dador.

Muchas diferencias podrán señalarse entre ambos, entre el Padre y el hijo fiel: pero S. Nicolás, sin duda puede contarse entre los mejores seguidores del espíritu de S. Agustín. Aun como defensor de la Iglesia tiene con él un lazo que le une estrechamente.

Sirvan estas muestras del arte italiano, dejando otras muchas de menor relie-ve, para prueba de la devoción y popularidad de que ha disfrutado nuestro Santo en Italia y para encender un poco el afecto en los que todavía seguimos sus hue-llas, y confiamos en su valiosa protección.

FR. VICTORINO CAPÁNAGA DE S. AGUSTÍN Roma, 28 de julio de 1953.