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IV PREGÓN DEL CARGADOR a la Semana Santa de San Fernando Organizado por la Asociación "Jóvenes Cargadores Cofrades" J.C.C. bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el Pregonero cargador" a cargo de D. José González García pronunciado en el Salón de Actos del Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad SAN FERNANDO 22 de marzo de 1.986 Sábado de Pasión

IV PREGÓN DEL CARGADOR

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pronunciado en el Salón de Actos del Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el Pregonero cargador" SAN FERNANDO 22 de marzo de 1.986 Sábado de Pasión a cargo de D. José González García

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IV PREGÓN DEL CARGADOR

a la Semana Santa de San Fernando

Organizado por la Asociación "Jóvenes Cargadores Cofrades"

J.C.C.

bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el

Pregonero cargador"

a cargo de

D. José González García

pronunciado en el Salón de Actos del

Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad

SAN FERNANDO

22 de marzo de 1.986 Sábado de Pasión

IV PREGÓN DEL CARGADOR

A la Semana Santa de San Fernando

José González García

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IV PREGÓN DEL CARGADOR a cargo de

D. José González García

Cargadores de La Isla, hermanos todos: Hoy comienza todo. Hoy empiezan a hacerse realidad todos nuestros sueños de

un largo año. Es increíble lo que se puede llegar a desear que el día de mañana, luminoso según casi todos los pregoneros, sea una realidad, sea ya hoy. Tanto se puede llegar a desear, que muchas veces no merece la pena, porque después todo pasa tan rápido que no nos damos ni cuenta. Bueno, no es cierto. La verdad es que, a pesar de que son sólo unos días, los vivimos exhaustivamente. Y decimos que hoy comienza todo. Porque es posible que – como dijo en cierta ocasión mi buen amigo Antonio Villena, refiriéndose a ésa nuestra Semana – “por desearla tanto nos da miedo de que llegue”. Y, tal vez, el disfrute esté más en esperarla que en vivirla propiamente. Sí, porque desde que se fuese para siempre aquel Domingo de Resurrección de 1985, hemos contado los días, tachándolos ávidamente del calendario, pero en ningún momento hemos estado parados. Los Cofrades por su lado, las Bandas de Música por el suyo, los Cargadores por el nuestro, cuando no hemos estado planificando, preparando, anotando fallos para que no vuelvan a producirse. En definitiva: hemos estado viviendo una Semana de más de trescientos días. Y yo creo que esto es grave. Y me pregunto: ¿Cómo es posible que esto ocurra? ¿Qué tiene nuestra Semana Santa para convertirnos a todos en unos locos por ella? ¡No lo sé! Y ese es un gran problema, sobre todo si le toca a uno hablar de ella. Por eso, cuando se me planteó preparar este Cuarto Pregón del Cargador a nuestra Semana Santa, en seguida pensé: ¿Qué puede decirle un cargador de La Isla a su Semana Santa? Y sólo encontré una respuesta...

El cargador isleño no puede decirle nada. El cargador se callará bajo la oscuridad de este imaginario Paso y sólo puede hacer una cosa: Levantar al Cielo a su Semana Santa, con todo el cariño que posea, y cargar con ella sin desfallecer, luchando para que nunca le roce una pata contra el suelo del olvido, concentrándose para que no pierda el ritmo por culpa de aquellos que no saben asimilarlo, esforzándose para que no rompa su equilibrio por los empellones que le puedan venir desde afuera, en definitiva, cargando con su Semana Santa como lo ha hecho siempre el cargador cañaílla, para que nunca deje de ser eso, su Semana Santa de La Isla.

Así, los cargadores vivimos todo un año, llevando esa carga espiritual por nuestra Semana Santa, siempre en busca de engrandecerla, mientras esperamos pacientemente que llegue la otra carga, la carga material de los Pasos. Esa que, como decimos, en realidad comienza hoy. Porque ya, a partir de este momento, no pararemos.

Hoy se culminan todos nuestros anhelos e ilusiones. Desde aquella tarde cualquiera en que, paseando, oímos lejanos los sones de una banda de cornetas y tambores que ya abandonaba la música de cabalgata y comenzaba a preparar su repertorio para la Semana Santa; desde aquel anticipo que nos erizó el vello y hasta tuvimos que pararnos en nuestra ruta para que el ruido de nuestros pasos no interfiriese

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el difuminado mensaje y que, aun así, el viento hacía desaparecer a rachas; desde aquel instante de excepción que nos provocó la ilusión de que oliese a incienso en una calle en que realmente olía a castañas tostadas, desde entonces, y sin darnos cuenta apenas, nos vimos de pronto inmersos en Funciones y Besamanos en los que el incienso ya era real. Y, más aún, casi sin percatarnos, los cargadores hemos cambiado la corbata por la ropa vieja, la de batalla, porque “hemos tenido traslados y no fuera que nos hubieran pintado de nuevo la mesa...”. Y, en los traslados, hemos vivido ese misticismo, mitad ansia, mitad temor, que nos sobrecoge, a pesar de que protestamos “porque los traslados son un follón”. Y hemos convivido un rato con los compañeros de Cuadrilla, esos cuyas reacciones nos han llamado la atención cuando les hemos visto acercarse cohibidos al más veterano y le han preguntado si cree que “va a dar” mucho, o cuando, con preocupación mal disimulada en el rostro y aparentando una expresión dura, desenmascarada por sus ojos brillantes, han mirado al Cristo y le han susurrado: ”¡A ver cómo te portas este año!” Y hemos terminado tomándonos unas copas en el bar de al lado, con las inevitables conversaciones de barra y el buen humor de algunos que incluso se permiten despedir con un sarcasmo a los que se tienen que ir porque les espera la novia...

Pero hoy hemos vuelto a ponernos la corbata, quizás despidiéndonos por ahora de ella, que pronto será sustituida por el pañuelo. Y nos encontramos aquí, en este querido Salón, yo hablándoos y vosotros soportándome. Pero es que, cuando para vuestro bien yo haya terminado, vendrá la Banda que, con sus marchas nos hará evocar experiencias pasadas bajo los palos y, simultáneamente, nos estará introduciendo en ese otro mundo que hemos intuido y que mañana se materializará por fin.

Y, cuando la suave melodía de los clarinetes vaya “in crescendo” y comience a inundarnos, los arrolladores trombones, las severas tubas, los brillantes platillos y el recio bombo nos sobresaltarán, haciendo sonar en nuestros oídos un ¡Quieto! que nadie ha dicho pero que estaba ahí, en el corazón de todos. Y luego la música bajará, y se irá perdiendo, en rumor de tambores. Y una voz, sin anuncio ni boato, rasgará las armonías de la partitura y, desconcertantemente, se adueñará de la noche, forjándola de sobrio encaje, como si de un cierro de La Isla se tratase.

Y retornará la música, desangrándonos de sentimiento por esa herida que ha abierto la saeta. Y brotará una tímida lágrima en los ojos más sensibles. Y se cruzará una mirada con aquella que, a pesar del año que la hemos hecho pasar, hoy está aquí, compartiendo nuestra alegría, como corresponde a una compañera fiel, como corresponde a las que mi amigo Carlos llamó “Verónicas de Cargadores”.

Y, emocionados, saldremos de este muy entrañable para nosotros Salón con la sensación de haber tocado ya el Domingo de Ramos. Pero, lejos de “portarnos como niños buenos en la Noche de Reyes”, esa en la que hay que acostarse pronto para que las horas pasen volando, nosotros los cargadores aún queremos estirar más esta noche de fiesta, esta gran víspera. En realidad, nos gustaría parar el tiempo para que el fastuoso Domingo de Ramos tardase un poquito más en llegar; para regodearnos en nuestra anhelante felicidad. Porque, en realidad, lo que estamos celebrando es como una despedida de soltero y nos resistimos a dar el paso crucial, por temor a que algo falle.

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Por eso, esta noche, la Noche del Cargador, la Gran Noche del Sábado de Pasión, los Cargadores marcharán a celebrarlo, a brindar por un feliz matrimonio entre ellos y su Semana Santa. Desde ahora, y ya sin tregua, los Cargadores se entregarán a su desposada con todo su ser, con todo su amor y, sobre todo, con todas sus fuerzas (eso esperamos...).

Y esta celebración se prolongará incluso hasta las primeras horas de la madrugada, en que algunos -y lo sé a ciencia cierta- se pasarán por la Calle Ancha para embadurnarse del perfume de los naranjos, porque en esta noche parece que huele más intensamente el azahar. Otros se colarán de incógnito en la Iglesia Mayor para ver antes que nadie cómo irá este año la Virgen de las Lágrimas. E incluso alguno, más trasnochador, se meterá solapadamente bajo esa gran cúpula roja que es el Paso de Medinaceli por dentro y allí, respirando ese inconfundible olor a madera que tienen los Pasos, meditará un largo rato en la Soledad, sabiendo que su única compañía es Aquel Nazareno que, a través de las Columnas de otra nave, le observa desde el Sagrario. ¿No os habéis metido nunca debajo de un Paso vacío? Probadlo. Meteos solos debajo de un Paso, grande donde los haya, poneos de pie entre dos palos, apoyando los brazos en ellos y, cuando vuestros ojos se hayan acostumbrado a la oscuridad, observad las cuadernas, los palos alineados, los contrafuertes, medidos con precisión, los tablones del techo, apuntando todos hacia un punto central para formar el monte... En definitiva, la madera. -¿Es que hay algo tan noble como la madera?- Llegará el punto en que parecerá que estamos en la bodega de un antiguo galeón y la serenidad del mar imaginario nos contagiará y nos hará sentirnos bien. Y podremos pensar, e incluso rezar. Y si hemos entrado con alguien, la noble madera nos inspirará en conversaciones... Y pasará el tiempo y no nos daremos ni cuenta... Tal vez esté loco, pero os lo aconsejo: probadlo.

“Al día siguiente, la numerosa muchedumbre que había venido a la Fiesta,

habiendo oído que Jesús llegaba a Jerusalén, tomaron ramos de palmera y salieron a su encuentro...” (Jn. 12). Así describe el evangelista San Juan lo ocurrido en un día que nosotros llamamos “Domingo de Ramos”.

Y al Domingo de Ramos lo recibe en La Isla el tañer de sus campanas. Campanas de La Isla. Campanas que traen en su sonido una doble alegría, porque sólo suena en días especiales. Campanas de sonido personal. Campanas empeñadas en una insistente pugna entre el Cristo y la Pastora, y que han de rendir pleitesía cuando en la Iglesia Mayor se impone solemne la Campana de San Pedro, ésa que nos inyecta sus inmaculadas vibraciones hasta la misma médula. Y, por la tarde, al diálogo de bronces, le sustituye el bullicio infantil. La calle Real se pone de gente que no hay quien se mueva. El cargador tiene que abrirse paso entre la muchedumbre porque tiene que ir a amarrar y ya va justo de tiempo. Y, por si fuera poco, “la bolsa esta que no me deja andar bien”... Pero, no importa. El Domingo de Ramos es así y ojalá que siga siendo siempre así.

Cuando llegamos a la iglesia, hemos de entrar por la puerta trasera, donde hay

un hermano con la túnica ya puesta que no permite la entrada del público. Pero a nosotros, aunque no nos conociera, ni si quiera se molestaría en pararnos porque adónde íbamos a ir con esa pinta...

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Y estamos de nuevo bajo el Paso. Sólo han transcurrido unas horas desde que la pasada madrugada terminásemos encaramados en sus palos y ya parece otro. El olor a madera ha sido casi anulado por el de la lana enfundada en tela recién lavada. La casi total oscuridad que ayer reinaba en él, hoy se ha convertido en penumbra y al aire fresco de anoche lo está empezando a sofocar el aliento de los cuerpos que van ocupando el espacio ayer vacío.

Los Palos, esas ramas de árbol que ayer veíamos desnudas, áridas, ahora se

irán poblando de un extraño fruto, blanquecino y abultado, de apariencia mullida, y dividido en tres lóbulos, separados por dos abrazaderas de cuerda de pita: la almohada, elemento que, ya por sí solo, diferencia al cargador de La Isla de los demás. Por eso el cargador de La Isla, aunque no carga con un hombro sino con toda la línea que va de un hombro a otro, tampoco puede ser llamado costalero, ya que no utiliza el costal, sino la almohada. Si, para diferenciarlo del gaditano, no quisiéramos llamarle cargador, le deberíamos llamar “almohadero”. Pero, ¿no es cargar a fin de cuentas lo que hace? Por eso, en La Isla, se seguirá llamando cargador.

La almohada trae consigo una ceremonia propia y exclusiva de nuestra Semana Santa: el amarre. Así el cargador podrá prescindir de llevar la almohada siempre consigo. Pero no es ésa la principal misión del amarre. Se trata de que la almohada quede bien fijada al Palo, como si fuera parte de él, para, evitando el movimiento, evitar el roce y aumentar la funcionalidad. Para ello, el cargador empleará su primer esfuerzo del día y derramará sus primeras gotas de sudor. Y cuando lo haya terminado, se habrá cumplido el primer gran rito de la carga: ¡El gran rito del amarre! Cuando esté consumado, el nerviosismo se habrá trocado serenidad. Y con la tranquilidad que ello supone, el cargador irá a “merendar” con los compañeros de la Cuadrilla para relajarse y matar esos minutos que quedan. Después, los nervios nos invadirán de nuevo cuando, hostigados por el Capataz, que va a poner el Paso en carrera, nos fajaremos, con prisa, y daremos los últimos retoques a nuestro atuendo. Y, ya metidos bajo el Paso, nos enfrentamos a otro gran rito, el que más nos emociona y el que más nerviosos nos pone: La primera levantá. Todos la tememos porque ahí se va a ver lo que va a dar eso, y porque, muchas veces, va dedicada a alguien muy especial. Es la prueba de fuego. A raíz de ahí, lo demás viene sobreentendido. La tensión es grande y tanto es así que se produce un momento especialmente vibrante cuando el Capataz levanta la caída y dice: “Señores: Vamos a rezar porque esto vaya bien”. Y ahí ocurre el milagro. Los cargadores en las posturas más inverosímiles; uno sentado en el travesaño, el otro agachado y uno más apoyado sobre él, éste intentando mantenerse casi de pie y aquél hundido allí en la pata, y todas las miradas perdidas. Nadie mira a nadie porque todos estamos hablando con Alguien que en ese momento está más presente allí que nunca. Esa oración es reconfortante hasta el punto de que, cuando la terminamos, tenemos la sensación de que ya está todo bajo control. Y de hecho, hasta se le pierde el miedo – que no el respeto – a esa primera levantá que vamos ha hacer ya mismo, en cuanto el Capataz, que ha permanecido durante la breve oración semimetido en el Paso, nos diga con voz seca pero sincera: ¡Suerte! Y, de inmediato, desplegará nuevamente la Caída y se oirá su voz decir al Mayordomo: ¡Toca una!

Durante el trance de la oración, el hueco de la Caída levantada ha dejado entrar

en el Paso el olor a incienso, e incluso algún efluvio del aroma de los claveles. Pero

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ahora el faldón ha vuelto a caer, el Paso vuelve a oler a pita rozada en el amarre y el aire vuelva a ser pegajoso y sofocante.

Y levantamos, para dirigirnos lenta, muy lentamente, a la Puerta del Templo.

Minutos que parecen horas y baldosas y más baldosas que nunca se acaban. Ya en ese eterno instante se vislumbran los “caracteres etnológicos” de la

Cuadrilla. Porque también los Pasos tienen su geografía: para el mundo de la carga, los Paso limitan al Norte con una frontera, la llamada “Cabeza”, al Sur con otra llamada “Cola”, y están bañados por dos costas laterales que en este País imaginario llamamos “Bandas”. Y resulta curioso que los “habitantes” de las respectivas regiones mantienen, cada cual, sus “autonomías”. Así, la Zona Norte, “la Cabeza” es la que dirige el Paso – tal vez de ahí su nombre –. La Cabeza, como tal, es más cerebral, más seria, diría tal vez, un poco más fría, posiblemente debido a la responsabilidad que ostenta y también, quizás, a causa de la proximidad del Capataz. Sin embargo, la tan traída y llevada Cola es más familiar, más cálida, más temperamental y, como de todos es sabido, más dicharachera, manteniendo sus miembros unas relaciones más estrechas que en el resto del Paso, aunque nadie conoce la causa de este fenómeno. Esta disparidad de caracteres entre la Cabeza y la Cola provoca una sana rivalidad, y de hecho los únicos vínculos formales se producen mediante el intercambio de órdenes emitidas y recibidas.

El resto de las posibles conversaciones entre Cabeza y Cola está siempre en

clave de ironía y los temas a discutir siempre oscilan entre la resistencia física y la lucha por la popularidad. Los cargadores de Cabeza no comprenden a los de Cola y éstos no comprenden cómo se puede estar orgulloso de ser de Cabeza. Pero, éste es el Sino de las Cuadrillas y, siempre con buen humor, conduce a la larga al intento de superación por parte de altos y bajos (o como en realidad se llaman: largos y enanos).

Pero es que también la Bandas son diferentes. Así, la Banda del Este, la

derecha, que, como tal “levante”, casi siempre puede más que nadie, parece bañada por el cálido mar que atrae a su costa a muchos “turistas”, lo que la hace un tanto autosuficiente; sin embargo, la Banda Occidental, la izquierda, se nos antoja abocada a un mar más oceánico, “de clima más inestable”, lo cual puede resultar peligroso cuando las tempestades del peso arrecian. Esta diferencia produce también un afán de supremacía entre la Bandas del Paso.

Pero, existe aún otra región – lo que algunos llamarían “el eje” – que es el silencioso y anónimo “macizo central”. Esta región, que no persigue la popularidad como la Cabeza y la Cola, ni la supremacía como las Bandas, es tal vez olvidada debido a que no participa en la pugna ritual, absurda y hermosa, que ha existido, existe y existirá siempre entre Banda Izquierda y Derecha, entre Cabeza y Cola. Pero ahí está, formando parte con los demás de la Cuadrilla, y haciendo causa común con ellas con un único objetivo: Que los Pasos caminen en señorial singladura con la dignidad que siempre los acompañó y, sobre todo, que lo hagan de esa forma que caracteriza el andar de los Pasos de La Isla, ese algo que, desde que el Paso emprende su descenso por la tarima, hasta el momento que vuelva a subirla, se mantendrá intrínseco e inviolable en él. Porque La Isla, la Real Villa de la Isla de León, como Real que es, ha sabido siempre tributar el tratamiento que adecuado a cada título. Por eso, el Cargador de La Isla, sin premeditaciones ni pretensiones, sino porque su sangre así se lo dictaba,

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dio el tratamiento adecuado a los Reyes del Universo, al Rey del Cielo y a la Reina de la Creación, Así, el cargador isleño inventó la MAJESTAD en los Pasos de La Isla.

Esa Majestad que es un hecho evidente en nuestra Semana Santa. Esa Majestad que, aunque quisiéramos ignorarla, bastaría con salir a la calle cualquiera de esos días para vernos obligados a aceptarla irremediablemente. ¿O acaso no es majestad ese solemne movimiento de las Caídas fruncidas del Medinaceli? ¿No se conmueve el alma ante la sobria majestad del Cristo de la Expiración? ¿No es acaso majestuoso el armonioso vaivén del arrogante olivo del Huerto, del límpido Sudario de la Caridad o del pendulante cíngulo del Señor de los Afligidos que, a manera de cordonería de palio, flagela suavemente las rodillas del Cristo caminante? ¿O la silueta del Perdón cruzando su puente? ¿O el olivo del Prendimiento confundido con la arboleda del Parque? Y el Paso del Señor de la Columna, ¿no es la majestad en su más pura expresión?

Y al igual que a Jesús, su Rey, el cargador de La Isla rinde tributo a su Reina

haciendo balancear su Palio, Palio de cimbreo inigualable en la madrugada nazarena de los Dolores, Palio de aterciopelada orfebrería de la radiante tarde la Estrella, Palio de carmelitana esbeltez en la Soledad del Mayor Dolor, Palio de rica flequería en la Salud y de perfecta armonía en la Piedad, Palio de estreno, Palio de ilusiones para la Virgen del Amor.

Pero, como Reina que es, María tiene otorgado para su uso personal el más

grande Palio de todos. El más negro Palio, bordado de estrellas y plata de luna, cubre la carrera de soledad, Dolores, Rosario, Caridad, Mayor Dolor, Amargura... Pero no, Amargura no. Yo que soy tu cargador sé que Tú, Amargura,

Tú no necesitas Palio. Que aunque el trance sea muy duro, Tú no vas sola en tu Paso. Que si Jesús subirá a la Diestra del más Alto, ahora a su Diestra estás Tú y Él te cubre con su brazo. Por eso, Amargura, no, Tú no necesitas Palio.

Pero, esa Majestad que los cargadores otorgan a los Pasos en La Isla tiene su

raíz precisamente en el hecho de ser La Isla.

Por eso en La Isla no se da la filigrana del movimiento que en otros lugares, ni se dan esas imperceptibles maniobras que pasito a pasito realizan, llegando a su conclusión sin apenas habernos dado cuenta del cambio. Aquí, en La Isla, los giros se dan avanzando, ganado terreno, las levantás al cielo, la marcha a las bandas y el mecío contrastando la finura y la suavidad con una brizna de cierta brusquedad. La razón de todo esto es bien sencilla: El cargador de La Isla respira mar por todos sus poros y por eso el mecío de nuestros Pasos no es comparable con ningún otro, al igual que el bravía oleaje de nuestro Océano no es comparable al siempre ondulado y nunca alterado curso medio de cualquier río. Porque en La Isla los Pasos son como un velero que, sin miedo, afronta las marejadas que provoca la tormenta musical en la noche.

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¡Y la música! Inseparable aliada del cargador. ¿Qué sería del Cargador sin la música? ¿Qué sería de la Semana Santa sin la música?... ¿Qué sería de este pregonero sin la música?

Cuando la Procesión haya recorrido gran parte de su itinerario, el Paso pesará

mucho más que ahora y la única salvación del cargador será la música. Ella le obligará a hacer lo imposible, le proporcionará fuerzas de donde no las había y, además, hará protagonizar al Paso una escena incomparable.

Y para dirigir todo esto, La Isla pone bajo sus Pasos algo que también la caracteriza. Así, mientras la música suena, un sonido ronco y desgarrado surge por entre sus notas, envolviendo los cuerpos de los cargadores. Es la Voz de la Cuadrilla, ésa que muchas veces se filtra incluso a través de los respiraderos, aderezando con sus cortas y sentidas órdenes la marcha procesional, como si fuera parte de ella, como si en la partitura hubiese también una notación especialmente escrita para la Voz del cargador. Y éste, a su vez, será como un Director de Orquesta para la Cuadrilla. No sólo le indicará escueta y objetivamente lo que ha de hacer, sino que, contagiando al resto de los cargadores con su subjetivo sentimiento, les inyectará el cómo hacerlo. Y así, nunca el mecío será igual. Y así la música, mandando sobre la sensibilidad del que lleva la Voz, mandará sobre el Paso y tendrá lugar ese inexplicable misterio que año tras año se produce en nuestras calles, en las que se conjugan inusitadamente ese arte de la interpretación de esas maravillas que son la Marchas Procesionales y ese arte, quizás menor, pero único, de los Cargadores de La Isla.

Y este impersonal diálogo entre música y mecío será el que rubrique esa obra valiosísima de los tallistas y orfebres que son los Pasos de Semana Santa. Y será el que confirme esa inigualable maestría de las artesanas manos que los cubren de flores, con esa delicada elegancia con que sólo en La Isla se adornan los Pasos. Y será el que enaltezca ese gusto, ese exquisito gusto de mayordomos y camaristas, vestidores detallistas de nuestras Imágenes. Ese impersonal diálogo entre música y mecío será, en fin, el que dé vida a esos Cristos y esas Vírgenes de La Isla, a esas tallas que, contemporáneas o centenarias, catalogadas o anónimas, no puede decirse de ellas más que una cosa: ¡Qué bonita va!

Y cuando La Isla se vea recorrida por esas ordenadas filas de penitentes que van precediendo tanta belleza, cuando el incienso, canela del aire, nos envuelva en su perfumado manto de claveles y azahar, parecerá que toda La Isla se ha transportado a otra dimensión, a otro universo, y habrá quien afirme que merece la pena haber nacido sólo para vivirlo. Así se cumplirá aquello que, en palabras de Ángel Bartel, se describiría como “la exaltación de todos los sentidos, menos del sentido común”.

Por eso, cuando el Domingo de Resurrección volvamos a poner los pies en el suelo, cuando todos compartamos la alegría del triunfo de la Vida sobre la Muerte, los Cargadores de La Isla irradiaremos también – ¿por qué no? – nuestro gozo por haber sido parte de tal maravilla, por haber contribuido con nuestro esfuerzo a que se volviera a producir ese milagro de Primavera. Y nadie podrá reprocharnos que, con orgullo y satisfacción, gritemos a los cuatro vientos que somos Cargadores. Por eso, permitidme que, pues, que me despida de vosotros con estas palabras:

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Con corona de pañuelo y faja por cinturón, es la almohada mi flor y olor a pita mi incienso. Es mi túnica, pesada, de fruncido terciopelo. Y chorreante, sin celo, como cera, mi sudor. Y aunque no sea marinero, salinero o pescador, yo, que soy por vocación, de La Isla, cofradiero me meto abajo, pues quiero cargar, con todo mi esmero, el peso de la Pasión. Y si me llamáis cofrade – lo cual no es un deshonor – ése es quizás mi apellido, que mi nombre es Cargador.

Real Isla de León, 22 de marzo de 1.986, Sábado de Pasión

José González García (Joven Cargador Cofrade)