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8/4/2019 JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO El aporte de Américo Castro a la interpretación del sentimiento religioso español http://slidepdf.com/reader/full/jose-jimenez-lozano-el-aporte-de-americo-castro-a-la-interpretacion-del 1/18 EL APORTE DEL PROFESOR AMERICO CASTRO A LA INTERPRETACION DEL SE NTI MIE NT O R ELIG IO SO E SP AI\ rO L por Jose J IME NEZ L OZ ANO E L pensamiento historico del profesor America Cas- tro ha naeido y ha ida perfilandose ante la urgen- cia de una explicacion de nuestra historia espanola, enteramente distinta de la vision europeizante de Es- pafia, cuyo fracaso, para entender nuestro pasado, re- sulto, para el, evidente en un determinado momenta. Es decir, toda 1a obra de Castro trata de darse una explicacion autoctona de un hecho realmente obvio: la singularidad de nuestra historia a la que, hasta el, se h ab ia n ap li cad o la s mis ma s ca teg or ias hi sto rio gra fi cas can que puedan e ntende rs e otras na eio na lid ade s eu - ropeas, romano-germanicas. Cas tr o se h a p reg un tad o, en ton ee s, p or 1a r ad ic ali dad de se r e spa fio l, p ar el « no so tro s» es paf iol , ta n di fer ent e de l « nos ot ros » d e Oc ci den te y par la manera de c6mo ha venido a constiruirse esa realidad historica y exis- tencial que es Espana, ese «nosotros» espafiol, su «vi- vidura», su «morada vital». Y el resultado de sus inves- tigaciones (1), cada vez mas rnatizado y que ha ido (1) Las nociones de «r nor ada vit al> y «vi vi dur a» han s ide expuestas por Castro con total claridad en el capitulo IV de su La rea lida d h isto rica de Es pa ii .a ( Editor ial P or ru a, M ,b dc o, 1%2, pp. 109 y sgs.): y son tan obvias, que no se cornprende bien que hayan tenido que ser tan defendidas por e1 autor. 211

JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO El aporte de Américo Castro a la interpretación del sentimiento religioso español

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EL APORTE DEL PROFESOR AMERICO

CASTRO A LA INTERPRETACION DELSENTIMIENTO RELIGIOSO ESPAI\rOL

por Jose J IMENEZ LOZANO

EL pensamiento historico del profesor America Cas-

tro ha naeido y ha ida perfilandose ante la urgen-

cia de una explicacion de nuestra historia espanola,

enteramente distinta de la vision europeizante de Es-

pafia, cuyo fracaso, para entender nuestro pasado, re-

sulto, para el, evidente en un determinado momenta.

Es decir, toda 1a obra de Castro trata de darse una

explicacion autoctona de un hecho realmente obvio: la

singularidad de nuestra historia a la que, hasta el, se

habian aplicado las mismas categorias historiograficas

can que puedan entenderse otras naeionalidades eu-

ropeas, romano-germanicas.

Castro se ha preguntado, entonees, por 1a radicalidad

de ser espafiol, par el «nosotros» espafiol, tan diferente

del «nosotros» de Occidente y par la manera de c6mo

ha venido a constiruirse esa realidad historica y exis-

tencial que es Espana, ese «nosotros» espafiol, su «vi-

vidura», su «morada vital». Y el resultado de sus inves-

tigaciones (1), cada vez mas rnatizado y que ha ido

(1) Las nociones de «rnorada vital> y «vividura» han side

expuestas por Castro con total claridad en el capitulo IV de

su La realidad historica de Espaii.a (Editorial Porrua, M,bdco,

1%2, pp. 109 y sgs.): y son tan obvias, que no se cornprende

bien que hayan tenido que ser tan defendidas por e1 autor.

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8/4/2019 JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO El aporte de Américo Castro a la interpretación del sentimiento religioso español

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exponiendo a 10 largo de mas de veinte afios, puede

resumirse en esta afirmaci6n: «La historia hispana es,

en 10 esencial, la historia de una creencia y de una sen-

sibilidad religiosas, y, a 1a vez, de la grandeza, de Ia

miseria y de 1a locura provocadas por ellas» (2).

Por eso resulta casi impensable que, en todo ese

lapso de tiempo, no haya habido nadie que se haya

ocupado de comprobar experimentalmente el alcancede tal afirmaci6n para el entendimiento de nuestra his-

tori a religiosa, que sigue haciendose de manera mar-

ginal a la de nuestra historia profana, y para 1a corn-

prensi6n de nuestra manera de ser catolicos espafioles,

hecho sabre cuya autoctonfa no parece que haya que

insistir demasiado.

En agosto de 1952 se preguntabael profesor Aran-

guren, en uno de sus articulos de caracter religioso,

que luego recogi6 en el volumen «Catolicisrno dia tras

dia»: «Antes hemos mencionado a America Castro. iNoes un grave cargo de conciencia para los intelectuales

catolicos espafioles que todavia no se havan tornado en

consideration sus agudas tesis de Espana en su histo-ria y del libra antes citado (Aspectos del vivir his-panico ), aunque solo fuese para refu tarlas? Fuera de

nuestro pais han tenido 1a suficiente perspicacia para

.darse cuenta de Sil importanda religiosa» (3),

Porque el catolicisrno espafiol deberia haberse hecho

cuestion de sf mismo mucho antes de esa fecha, cons-

ciente como 10 era de su singularidad, En nuestros mis-

mos dtas se habia dado muy sumaria y tranquilizadora

explicacion de un hecho historico tan tremendo como

la cruentisima persecucion anticlerical y antirreligiosa

de 1936-1939(4)" pero al comienzo de nuestros afios 60

se ha enfrentado, por fin, can una situaci6n historica

limite, que ya hace inaplazable la pregunta por su ra-

revista de los jesuttas espa fioles, Ra.z6n y Fe, de los PP. Gue-

rrero y Granero. «Y nosotros, entre tanto ---concluia Aran~-

ren- sin enterarnos de nada, 0, a 10 sumo, refutando a Man-rain», nuestro «hereje» y «judfo» de esos afios,

cComo es posible que , ent re nosotros, no suscitase ningun

cornentario religiose el tan jugoso cornentario-dialogo que

BATAILLON publico, en 1950, precisamente sobre Espana en su

historia y que llevaba por titulo «L'Espagne religieuse dans

son histoire» (Bulletin Hispanique, Torno LII, Bordeaux, 1950,

pp, 6 y sgs.)? ;Cuanta baldia y hasta absurda historiograffa

o ensayfs tica re ligiosa s nos hubiera evi tado!

Solarnente una voz, Ia de P. La in Entr algo , se habia encarado,

entre nosotros, can el libra de Castro, un ana antes, el misrno

de su publicacion, 1949, en un brillantlsimo ensayo que se

titulaba Sobre el ser de Espana y en el que, implfcitamente,

iban planteados muchos problemas religiosos hispanicos que,

Iuego, el propio autor explicitaria en otros libros 0 articulos.

(4) El fenorneno de Ia guerra civil era tan tremendo ya de

por si, que estaba exigiendo una revision de toda nuestra his-

toria, un preguntarse por el ser de Espana; y Bataillcn ha

visto muy bien como Castro, desde su situacion existencial

personal, se lanza entonces a la busqueda de l gran problema

de Espana, de las razones y la verdad que obraron en esa

si tuac ion existencial (Marcel BATAlLLON, «L'Espagne religieuse

dans son histoire», Bulletin Hispanique, tomo cit., pp. 8-9), Esta

es la unica postura profunda y honesta en historia, como ha

escrito H.-L. MARROU, en su esplendido libra De la conaissance

historique. Por esto mismo, esa tremenda matanza sacerdotal

y todo el ancho campo de valores existenciales que afectaba

tenian que haber provocado, ya entonces, una pregunta radical

per nuestro catolicismo, Todo era tan doloroso, sin embargo,

que preferimos diferlr esta pregunta, soterrarla, darn os mil ex-

plieaciones provisionales y tranquilizadoras, rnaniqueas y tras-

cendentes de nosotros mismos.

Otra cosa serfa discutir la filosoffa de Ja histcria de que son

tributarias.

Pa ra la evoluclon del pensamiento y de la obra historicos

del profesor Castro, que no ha dejado de rna tizarse: ~Evolu-

c ion de l pensamiento hist6r ico de Americo Cast ro", de GUillermo

ARAYA, separate de la revista Estudios Filologicos, num. 3, 1967.

(2) A. CASTRO, Espana en su historia, Edi to rial Losada, Bue -

nos Aires, 1948, p. 97 ,

(3) Catolicismo dia tras dia, Editorial Noguer, Barcelona,1956, 21 edici6n, p. 185. Aranguren cita, en efeeto, el mirnero

corr espondiente a junio de ese ana de Ia revis ta catdl ica a:~-

mana Hochland, que habia publicado el capitulo «Ordenes mili-

tares, guerra santa, tolerancia» del libro de Castro, y alude a

la rnanera de como este capitulo era utilizado por La Vie Intel-

lectuelle para oponerle a ciertos artfculos publicados par la

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dicalidad; tanto mas, cuanto que la propia Iglesia se

ha hecho cuestion de sf misma en ella: esa situacion

ha sido la creada par el Cancilia Vaticano II.

Culturalmente, desde un pun to de vista de la pura

historia de la cultura, el Vaticano II representaba la

apertura y Ia asuncion de los valores y las conquistas

de la civilizacion moderna por parte de la Iglesia ca-

t6lica, pero, ademas, la apertura y la asuncion de

un cierto talante y de unos claros conceptos teologicos

(un mas destacado cristocentrismo, por ejernplo, y

un nuevo enfoque bfblico y teo16gico de la Iglesia,

frente a la tradici6n juridica eontrarreformista) que

pudieran llamarse de alguna sumaria, aunque no del

todo injusta, manera, «protestantes» 0 «erasmistas»,

Las plumas faciles y los observadores superficiales,

ante la conmocion que el eatolicismo hispanico expe-

rimento con estas «novedades», se apresuraron a invo-

car nuestro cerrilismo, nuestra intransigencia 0 hasta

la politizacion de la Iglesia espanola y el influjo dela contrarreforma. Ni siquiera les llamo 1a atencion

que fuese precisamente una de las decisiones del Va-

ticano II, la proclarnacion de la Jibertad religiosa, la

que entre nosotros levantara- mayores pasiones. iPero

no habfa que pensar, por el contrario, que las cosas

no podian suceder de otra manera, ya que la «morada

vital» del catolico hispanico estaba en el polo opuesto,

en un universo espiritual, cultural, vivencial y existen-

cial muy distinto de 1a «rnorada vital» del catolicismo

europeo, desde siglos? (5). iNo habia llegado la hora

inaplazable de plantearse Ia pregunta por 10 «espafiol»

del catolicismo, por la hispanizacion de 1a fe cristiana,

tan profunda, que los malentendidos y los ehoques

con otros catolicismos no databan de ayer, precisa-

mente? iEs que el «nosotros» cat61ico hispanico, en-

frentado, por ejemplo, a los problemas del mundo

moderno 0 a los no-creyentes, inconformistas religio-sos y «herejes» 0 seguidores de otras confesiones, sig-

nificaban 10 mismo que el «nosotros» del catolico fran-

ces, belga, norteamericano 0 aleman?

Pero si se plantean estas preguntas, y hay que plan-

tearselas, si se quiere entender algo de 10 que nos

oeurre como catolicos espafioles, no parece que se

pueda andar demasiado trecho sin topar primera-

mente con la brillantez (a veces cegadora, a veces

extremadamente dolorosa) de las tesis de Castro y,

Iuego, en seguida, con su feeundidad como instrurnen-

tos historiograficos.

Una mirada muy somera a nuestro catolicismo nos

le presenta, en su singularidad, frente a1 catolicismoeuropeo, con el que, sin embargo, Ie une, naturalmen-

te, una misma historia horizontal, como un catolicismo

1) Politico y belieoso.

2) De caracter predominantemente popular.

3) Sin te6Iogos y sin una elite laical.

sentaban fielmente eI talante religiose espafiol, Ia «morada

vital» de nuestra cristiandad hispanica,

No ha habido todavia interes, ni desapasionamiento, ni infor-

macion suficientes para hacer un estudio de los diversos uni-

versos culturales que convergieron en el Vaticano II y, entre

los cuales, deja bien acusada su personalidad el espafiol. Ouien

esto escribe recogio, en Roma y en Espana, un abundante ma-terial que, quizas, pueda servir, algun dia, para poner bien de

relieve que no era tanto 1a diversidad de opiniones teol6gicas

cuando Ia absoluta disparidad de «vividuras» y «moradas vita-

les» 10 que oponfa a toda nuestra cristiandad a los mismos

conceptos culturales y vitales que Ia Iglesia estaba aceptando.

La oposicion de la Curia Romana a toda esa reforma tiene

una distinta explicacion, infinitamente mas obvia,

(5) La historia del Vaticano II, por 10 que respecta al im-pacto que produjo en nuestra cristiandad y a las posturas

rnisrnas del episcopado espafiol en aquella Asamblea, esta por

hacerse y tardara mucho en hacerse, naturalmente, La postura

«conservadora» =-digamoslo asi, con el vocabulario de esos

dias- de nuestro episcopado sirvio para hacer algunos chistes

y para provocar algunas desesperaciones, pero no creo que se

comprendiese que no podia ser otra y que los obispos repre-

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4) Afectado endernicamente de un virulento anticle-

r'icalismo con explosiones peri6dicas de calidad

cruenta y cas! apocalfptica,

Y es que esa fe tiene una experiencia hist6rica de que

pervive solamente con el aplastamiento de sus enemi-

gos, Porque esa fe, mas que por una decision personal

de adhesion a la Persona y a las ensefianzas de Cristo,

se traduce, entre nosotros, por la pertenencia a una

casta: la casta de los hispano-godos en Iucha contra

las castas islamica y judaica. Y es la fe la que, a su

vez, determina la pertenencia a Ia casta, es decir, que

el contenido de esta fe no es solarnente una serie de

proposiciones y actitudes religiosas, un culto y una

etica, sino, de manera muy primordial, la pertenencia

a una «gens» (7), una expresion socio-politica. El ca-

tolico espafiol del XVI 0 del xx estara, par eso, mas

atento a que el horizonte politico en que el vive sea

catolico, que a la aventura misma de Ia fe y de Is.

gracia; y hasta sufrira de una especie de impotencia

para plantear cualquier problema religioso como no

sea en terminos socio-politicos, jurfdicos y morales.

La fe, pues, a1 ser asercion misma de la existencia

como casta en lucha can las otras castas ha de seruna actitud violenta. Y una actitud violenta ~sta

Cabrian sefialar infinitos otros matices: su miso-

neismo, su obsesi6n par el sexo, su ausencla de sen-

tido de los deberes de justicia, y, desde luego, la per-

vivencia de los valores espirituales del barroco 0 la

precariedad y menesterosidad de sus elites avanzadas,

pero estas singularidades me parecen que quedan sub-

sumidas en el anterior esquema 0 no son tan decisi-

vas. En todo caso, mi interrogaci6n par el ser de nues-

tro catolicismo insistira, aqui y ahara, en torno a ese

esquema, que me parece esencial,

UN CATOLICISMO POLITICO (5 bis) Y BBLICOSO

Todos los que tienen alguna experiencia de nuestro

catolicismo y hasta los que juzgan por estereotipos de

nuestra vida religiosa han topado can este caracter

militante y agresivo de nuestro catolicismo, con la evi-

dencia de que el catolico hispanico necesita Ia violen-

cia para creer. Y no puede negarse que este «pecado

de religion» ha sido en cierta manera un pecado cris-

tiano desde el principia. Tiene una perfecta explica-

ci6n psicol6gica e historica y hasta teologica, pero

cuando las propias ideas de tolerancia y libertad cris-

tianas logran una civilizaci6n pluralista en toda Europa

la belicosidad de Ia creencia hispanica pervive como

una insoslayable conseeuencia de la fe castificada (6).

dades, hay que insistir que, ni par un memento, se pone en

duda la sinceridad y lealtad de la fe de los hispanicos y, mucho

rnenos, se enjuicia para nada el trabajo de la gracia en toda

esta mediocridad historica y humana, que supcne toda encar-

nacion e his tori fi c ac ion. Ni siquiera, como se vera a travesde todas estas cuarrillas, se hace responsables a los hispano-

cristianos de esa muy pec uliar culturizacion del cristianismo.

Las cosas fueron asi, sencillamente.(7) Castro encuentra ya 1a conciencia de c asta religiosa 0

fe castificada en la actitud personal, «morada vital» de un

cronista del Mona sterio de Albelda, en 880, que habla de que,

contra los invasores sarracenos, luchan, dia y noche, los cris-

tianos : «Ya entonces, Ia filiaci6n religiosa servia para delimitar

la figura nacional y gentilicia de todo un pueblo, hecho nuevo

en Ocidente.» Autoconciencia que, para Castro, «era un simple

ca1co de la situacion ofrecida por el enetnigo»: los de «Ia casa

del Islam», que etnica y culturalmente -bereberes, arabes, oris-

tianos renegades, etc .. eran tan diferentes, pero que politica y

rnilitarmente aparecian como una «gens» definida par su fe

mahomentana (Realidad, 1962, p. 29).

(5 bis) Politico, en sentido etimo16gico, de «polis» "" sociol6-gico, castizo,

(6) Es decir, que en Hispania, la encarnacion cultural del

cristianisrno, en su muy peculiar contexte historico de cruce de

tres castas, se torna belicosa, Para evi ta r muchas suscept ibt li -

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es la averiguacion de Castro- calcada sobre la violen-

cia de islarnicos y judios para quienes tambien su fe

se adecua con su casta. No sera preciso insistir sobre

la singularidad de la Inquisicion hispanica -instru-

mente politico popular y castizo- frente a la Inqui-

siei6n medieval eclesiastica : esta es hija indudable de

una cierta teorfa canonica y teocratica en la que entran

sefialados elementos del derecho gerrnanico y barbara;

aquella es hija de una reaccion de defensa castiza,

«more judaico» de la peligrosidad que para la casta

y la fe cristianas supone la pacifica convivencia de

moros, judios y cristianos, con su 6smosis de ideas,

su relativismo religioso y la facilidad de medro y

ascenso social 0 poder politico y religioso para los

miembros de esas otras castas.

La subsiguiente historia espanola es un circulo ce-

rrado de violencia, en que la violeneia de los cristianos

viejos esparioles responde a la violencia 0 a la resis-

tencia de quienes se sienten extrafiados de su propia

pat ria, Espana, y reducidos a ciudadanos de segundoorden y «ganado rofioso»: prirnero, moros y judios;

protest antes e inconformistas religiosos 0 hereticos de

cualquier tipo y franceses, ingleses, afrancesados, Ilus-

trades, europeizantes, liberales. etc., 'despues.

El Estado que nace al final de la Reconquista, la

naeionalidad hispana que surge, no nace, en efecto,

de unas necesidades etnicas 0 culturales a de unas

decisiones racionales, sino por imperatives religiosos

y divinales, es 1a comunidad politica que resulta de

la eliminacion de las posibilidades politicas de las

otras dos fes y de las otras dos castas: un Estado-

Iglesia 0 una Iglesia-Estado. La politic a sera divinal,

social, y el cristianismo, politico (8).

Castro ha insistido, a mi en tender con razon, en la

singularidad de esta creaci6n tan distinta del teocra-

tismo medieval 0 del cesaropapismo de Occidente, que

se dio entre nosotros, por ejemplo, solarnente en la

epoca visigoda. Y esta tesis merece alguna insistencia,

porque del correcto entendimiento de una cuesti6n

como esta pueden derivarse correctas y felices0,

porel contrario, disparatadas y catastr6ficas consecuen-

(8) Serian infinitas las pruebas existenciales que podrfan

aportarse: «a un espafiol Ie importa infinitamente mas que

su horizonte polltico-social y su «status» juridico sea catolico,

que el serlo el misrno. La «casta», su pertenencia a la «gens»

espanola, hispano-catolica Ie exime -eso cree el- de toda aven-

tura religiosa personal, de toda complicacion teologica, de toda

exigencia etica cristiana (ver: p. 24 y nota 13 de mi Meditaci6n

espanola sabre fa l ibertad rel igiosa, Edit. Destine, Barcelona,

1966). Puede forzar doncellas y matar a sus padres y maridos

-como en el teatro clasico y en la realidad hist6rica-, puede

adoptar y encarnar todas las categorlas paganas del pensar

y del actuar, puede ser incluso ateo existencial, perc se levan-

tara en cruzada, si un dia el Estado se declara laico, si se quita

el crucifijo de los lugares oficiales y publicos, Y considerara

extrafio, no hispanico, traidor seguramente a quien ha abando-

nado la fe de la casta. A. CASTROita, en De la Edad conil io-tiva (Taurus Edlciones, Madrid, 1963, pp. 104-105), dos casos ex-

trernos, pero no excepcionales : el de Servet y el de un espafiol

converso al luteranismo, Juan Diaz, que es asesinado «honoris

causa» -el honor de la casta- por un criado de su hermano

don Alonso. Y Jose F. Montesinos hace la misma constataci6n

respecto a ciertos personajes galdosianos, encarnaci6n viva del

«reaccionarismo espafiol, que el novelista ha sabido person i-

ficar en asperas figuras femeninas, cuya figuracion clasica,

para casi todo el mundo, es Dona Perfecta. .. Unas palabras

que reaparecen siempre en el mismo orden, «mason, judio,

hereje» -durante 1a guerra se afiadia «Irancess-« designan todo

10 que es ajeno a la tribu», Y, en otra parte, refiriendose a

un personaje de El equipaje del Rey Jose, don Fernando Ga-

rrote: «EI espaiiolismo no es una naturaleza, una "nacion", en

el antiguo sentido de la palabra, sino una ortodoxia: «Esa

gente no es gente, esos espafioles, no son espafioles. Entre

ellos y nosotros, Iucha eterua» (Jose F. MONTESIOS,Galdos,

Editorial Castalia, Madrid, 1968, pp, 12 2 y 123). Perc 10 queolvida decir Montesinos es que si el espafiolismo es crtodoxia,

recrprocamente, Ia ortodoxia es aqul, ante todo, espafiolismo:

La vividura de Ia fe, en el hispanico, es juridico-polltica y pa-

triotica mas que especificamente teol6gica. Con ese espfritu,

esta escrita una obra como «Los Heterodoxos espafioles» de

Menendez Pelayo, e incluso el noventa por ciento de los docu-

mentes eclesiasticos espafioles hasta nosotros.

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cias para nuestro propio presente. Como ocurri6 ya

en el pasado, cada vez que los partidarios de las tesis

europeizantes sabre el ser y la realidad historica de

Espana, creyeron un puro «atraso» 0 una pura «cerra-

zon», 0 unos puros «intereses», cosas como Ja con-

fesionalidad del Estado espafiol y la preponderancia

socio-poHtica de la Iglesia 0 no dudaron en instalar,entre nosotros, una planta de importacion : el sentido

de 10 Iaico,

La simbiosis que existe en Espana entre Estado e

Iglesia 0 la aparicion, mejor dicho, de un Estado-

Iglesia 0 de una Iglesia-Estado no tiene nada que ver

can el concepto del constantinismo 0 del agustinismo

politico, vigentes durante toda la Edad Media en todo

el occidente cristiano, y que, mas 0 menos, han alar-

gada hasta la epoca moderna ciertas tentativas cleri-

cales en todos los parses. La teorta teocratica 0 del

agustinismo politico es la instrumentalizacion del po-

der politico para la defensa de la fe y los interesesreligiosos -la misma que inspira las cruzadas eu-

ropeas, tan distintas de la «guerra santa», que es la

cruzada contra moros en Espafia-, Ia absorcion del

orden natural en el orden sobrenatural y del derecho

natural, por 10 tanto, en la justicia sobrenatural, el

derecho del Estado en el de la Iglesia. Pero esta teo-

cracia 0 su enves, que se apoya en los mismos presu-

puestos filos6ficos de confusion de los ordenes natural

y sobrenatural (9): ,el cesaropapismo, la sacralizacion

del rey-sacerdote, no se han dado nunca entre nos-

otros, tras el entrecruce isl<imico-judaico-cristiano; y

el profesor Castro ha hecho muy bien en rnantenerlo

frente a sus contradictores. Sf se ha dado en la mo-

narquia visigotica, y fue un hispano-visigodo, no un

espafiol, Isidoro de Sevilla, uno de los mas frances

defensores de esa teocracia (10). La unidad religiosa

espanola, proclamada par Recaredo, es tambien un

expediente teocratico 0 cesaropapista, pero no tiene

nada que ver can la unidad castiza, castizamente reli-

giosa y religiosamente castiza, que se dio despues,

Entre nosotros, no es que la Iglesia aniquile la rea-

lidad del Estado 0 el Estado se sacralice como con

Carlomagno, no es que el derecho natural quede sub-

sumido en categorias canonicas, es que es el Estado

el que, en si, es religioso, sacral; y no existe derecho

natural 0 civil alguno. Es la Iglesia la que se ha

hecho Estado, COmola fe se ha hecho carne y sangre,

biologia y casta. Pueden, luego, darse toda clase de

luchas con Ia Iglesia de Roma, par cuestiones como

la provision de cargos eclesiasticos, 0 hasta extorsio-

nes de propiedades y personas eclesiasticas, perc fue

puro daltonismo hist6rico el de los ilustrados del XVIII

o el de los liberales del XIX el querer encontrar en

(10) Id. , ibidem, p, 142. Es muy curioso y muy reveladorel hecho de que sea ISIDORO DE SEVILLA en sus Sentencias el gran

defensor del constantinismo 0 agustinismo politico. Es declr,

un visigodo, cuya «rnorada vital» no era, desde Iuego, sacral,

como sucederta tras el entrecruce de islamic as, judios y cris-

tianos. Un hi spano-go do para qui en la vida no tenia un hori-

zonte exclusivamente e integralmente religiose, Las pp. 153

y sig, de Realidad historica, edic. 62, son sumamente esclarece-

doras a este extremo.

Creo que el P. Danielou, refiriendose a la sociedad de tipo

sacral antigua y a 10 que Maritain llam6 «cristiandad», no hace

esta diferencia, tan evidente sin embargo: «Eso era el Imperio

Romano, eso es actualmente el Islam y eso eran los Estados

medievales» (J. DANIBLOU, Santidad y accion, traducci6n espa-

fiola de Editorial Nova Terra, Barcelona, 1963, p. 34). Perc el

mismo P. Danielou escribe exactamente que, «para asegurar

1a estabilidad de 10 temporal, el mundo antiguo conferia uncaracter sagrado a las instituciones politicas» (10., ibidem).

No, en pleno paganisrno; no, en Oriente; no, en Israel; no, en

el Islam. Ni por suefios hay esta idea de la instrumentalizacion

de 10 religiose, como la hay en la Edad Media. Ni par suefios,

la hay en Espaiia. Es que esas instituciones polfticas «son"

sagradas,9) A . H. ARQUIUERB , L'agustinlsme politiaue, Librairie Philo-

sophlque J. Vrin, Paris, 1955, p. 54.

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vidad y toda creatividad mundanales. Y es mas: el

misrno espafiol, que abandona su fe cat6lica, no me

parece que se convierta, como se ha dicho tradicional-

mente, en un ateo, sino en un anticatolico a «ateo

militante», para decir las cosas can una expresion pa-

rad6jica. EI atefsrno a el agnosticismo son opciones

espirituales perfectamente posibles en otros universos

mentales, mas no tan faciles en el nuestro. EI mismo

catolico de otros pafses, una vez superada la gran

lucha del XIX contra el laicismo liberal, ha Uegado a

formarse un concepto sano del Estado Iaico y ha acep-

tado la no confesionalidad de este: el cat6lico espaiiol

no tiene otro concepto, ni experiencia de 10 laico que

sectariarnente opuesto al catolicisrno. EI aconfesiona-

lisrno espafiol es un anticatolicismo, En nuestro suelo,

todo ha sido una lucha sangrienta y a muerte, desde

siglos, y de aquf ese apego del catolico espafiol por el

poder politico, ese constante tono belico de nuestra

religiosidad, ese continuo estado de excepcion de nues-tra fe. El ateo hispanico, al encontrarse sacra lizado el

mismo aire que respira : sus propias coordenadas men-

tales, ha de comenzar por Iuchar contra ella; par as}

decirlo, ha de practicar una cierta «ascesis atea», El

pensar y eI obrar al margen de 10 religioso es una

actitud europea, no hispanica, y, probablernente, apa-

rece par vez primera en nuestro suelo can los hom-

bres de la Institucion, la mayor parte de los cuales,

sin embargo, presenta tambien un profunda tal ante

religiose y hasta cristiano. Pero esta es, sin duda, la

prirnera vez, en todo caso, en que, despues de los

conversos de los siglos xv, XVI y XVII, la religion se

hace asunto y decision personal, aventura de un espf-

ritu, y no se define por una pura pertenencia a la

casta, a la nacion, Esta es la razon profunda de Ia

inquina que levanto en el cristiano-espafiol castizo.

Frente a las exigencias, par parte del Vaticano II,

de una fe personal, formada e informada, iinica posi-

bilidad de pervivencia en el universe irremediable-

esas actitudes el poso de algun indicio de pensamiento

y de convicciones laicas y seculares frente a1 universe

clerical, como se encuentran de hecho, y muy tempra-

namente, en las teorias polfticas de los juristas de

Felipe el Hermoso de Francia frente al Papado,

El concepto de laicidad es un concepto impensable

para una mente espanola, desde siglos. No s610 nues-

tra polrtica ha sido «politica de Dios y gobierno de

Cristo» y rruestras guerras, divinales y santas, sino

que hasta nuestra economfa ha sido «a 10 divino»,

como ha escrito Ramon Carande; y basta la vida del

hampa ha fiado en la proteccion divina para sus fecho-

rias (11). No hay parcela de la vida humana que no

se haya sacralizado, no ha habido aqui jamas senti-

miento civil 0 aut6nomo de la obsesion religiosa y de

las motivaciones divinales, y Americo Castro ha visto

muy bien que, cuando entre nosotros 1a fe religiosa ha

fallado, la ha sncedido la impotencia para toda acti-

(11) Buen ejemplo de esta economfa "a 10 divino" =escribe

Castro, ilustrando esta forrnulacion de R. Carande- es el de un

naviero, que hacia la carrera de las Indias can dace a trece

naos y no las aseguraba en las Gradas,' a sea, en un paseo

o anden, alrededor de la Catedral de Sevilla, en donde los

mercaderes hacian lon]a para sus contrataciones _.Este naviero,

«sefior de Cantill ana Y de otros lugares, preferia asegurar sus

riquezas maritimas en las gradas "de los altares " , porque mu-

chos rogaban a Dios par su buen viaje. De cuanto cargaba daba

a los hospitales Y monasteries». etc. (Real idad Historica, 62,

p. 322, nota 61).Del bandolerismo « a 10 divino» hable en Meditaci6n espanola,

nota 13, antes citada, Y el Bar6n de Davillier cuenta estreme-

cido el « su ce did o» n ar ra do por don Emilio LA.Fum<m ALCANTARA

en su Cancionero popular. Coleccion escogida de sus seguidillasy coplas (Editorial Bailly-Bailliere, Madrid, 1865),de un famoso

bandolero y baratero de Malaga, que habia ccnfiado a un sacer-

dote como en cierta ocasion habia matado a un adversario suyo

can una especie de «talante divinal»: «Me encornende a Ia

Virgen de Ia Victoria, y le meti una pufialada tal, que ni tiempo

tuvo de decir Jesus» (Baron Charles DAVILLIER, Viaje por Es-

pana, traducd6n espanola, Ediciones Castilla, Madrid, 1957,

p. 902).

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mente pluralista de nuestro mundo de hoy; frente al

fin de las cristiandades y la extension de un mundo

cada dia mas secularizado -y no solo en sus dimen-

siones politicas-; frente a la exigencia de una justa

y necesaria laicidad del Estado; frente a una efectiva

libertad religiosa, que exige Ia muerte de los ultimos

restos de conciencia tribal religiosa y, naturalmente,

de cualquier consecuencia diferenciai en la existencia

real y en la normatividad jurtdico-polirica por causa

de religion, el cristiano viejo espafiol, el catolico his-

panico, no solo precisa entonces realizar en S 1 mismo

y en la contextura de su catolicismo una «rnetanoia»

mental de 18 0 grados, sino, 10 que es mas profunda,

ha de percatarse de que esa «metanoia. 0 «conversion»

va a afectar a su rnorada vital y a su vividura, a los

entresijos de su existencia como espafiol y como hom-

bre. Algunos apresurados reformadores debieran to-

mar buena nota.

En cierto sentido, el drama que se presenta al cato-

licisrno espafiol es existencialmente el mismo que seplanteo en el XVI ante Ia presion de la reforma protes-

tante y que Castro ha entendido perfectamente. En

realidad, la dialectica de Ia tesis y de la antitesis, Ia

dialectica misrna de la renovacion' eclesial hace, un

poco par todas partes, que, frente a la abso1utez de

la vividura de las actitudes y doctrinas tradicionales,

se absoluticen ahora las tesis renovadoras: Iibertad

contra autoridad, pueblo contra jerarquia, valores del

sexo y del matrimonio contra celibato, mundanismo

contra esperanza escatologica. Pero una «rnorada vi-

tal» como en Ia que se sittia Ia fe del espafiol, esen-

cialmente polftico-juridica, corre el indudable peligro,

al destruirse, de arrastrar con ella a esa fe. El catoli-cismo es la integridad del vivir hispanico -aunque

solamente 10 sea en ese horizonte comunitario y poli-

tico- y la teologia conciliar respecto a esos extremos

enunciados, como con respecto al mismo concepto de

Iglesia, ecumenismo 0 pueblo de Dios, comporta para

el «homo religiosus hispanicus» una sustitucion de su

«rnorada vital» -politico-social- por otra «rnorada

vital» espiritual y mistica en franca repugnancia yean.

tradicci6n con sus habitos seculares. El paso de una

a otra se me antoja mas delicado que el de una nave

a otra del espacio, por emplear una metafora que

connote losdfas

que vivimos. Asi que el oponerse a

ese paso no hay que interpretarlo ligeramente como

una arbitrariedad, como no 10 era en el XVI «eI opo-

nerse a la idea de Ia participation comun en el bene-

ficia de la muerte del Redentor» (12) 0 a la austeriza-

cion de las iglesias de Ia epoca, Porque «los temples

en Espafia tenian entonces que ser eso (10 que eran:

centro de la vida y de las alegrias menos espiritua-

les), 0, en otro caso, convertirse en severas iglesias

protestantes» (13).

Al igual que para enfocar nuestra situacion catolica

actual, tampoco puede hablarse de categorias concilia-

res como «post-constantinismn; 0 «dialogo can el rnun-

do rnoderno», aqui donde no ha existido constantinis-rna y el mundo moderno, a excepcion de la tecnica, no

es aun una entidad de cierta magnitud, ni sus cabezas

pensantes tienen un respetado derecho de ciudadania

en nuestro catolicismo misoneista.

UN CATOLICISMO DE CARACTER PREDOMINANTEMENTE POPULAR

(Como no iba a serlo, si la fe es casta y raza? E1

hispanista frances Robert Ricart ha sefialado muy agu-

damente el talante popular del catolicismo espafiol,que VB extrafiaba en su tiempo a hombres como Be-

rulle, Saint-Cyran, Bossuet y Fenelon, frente al talante

(12) A. CASTRO, Aspectos del vivir hispdnico, Editorial Sur,

Santiago de Chile, 1949, pp. 133-134.

(13) Aspectos ..., p. 133. EI parentesis es mio.

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aristocratico del catolicismo frances; y achaca la razon

al predorninio del fraile en Espana frente a1 del sacer-

dote secular en Francia; predominio evidente, sin duda

alguna. Y Ia razon no es desdefiable (14). Practicamente

no hace sino profundizar y amp liar 1a constante extra-

fieza de los viajeros extranjeros por la Peninsula, a1 en·

contrarse can 10 que Menendez y Pelayo llamarfa 1a

«democracia frailuna» de nuestra cristiandad, la per-fecta movilidad social en el universo eclesiastico, que

llevaba a las mas altas cimas de la jerarquia a hom-

bres de la mas hurnilde extraccion. Mas es preciso ha-

cerse cargo, para comprenderlo, de la situaci6n cen-

tral, umbilical, del fraile en 1a cristianadad espanola,

en la propia morada vital del cristiano viejo, «hijo

de Iabradores», «La pletora de frailes -escribe Cas-

tro- era expresion del poderio de la casta, que habia

conseguido alzarse hasta las cimas de un imperio mun-

dial. Los frailes eran hidalgos a 10 divino» (15). Los

estatutos de limpieza, vigentes en las 6rdenes, los tor-

naban espejos y como quintaesencia de la pureza de

la casta. Salidos en su mayor, inmensa, parte del pue·

blo, eran pueblo, pasaban su vida entre el pueblo y

daban una version popular de la fe en sus predicacio-

nes, con una tecnica popular (teatral) de las mis-

mas (16), a mas de tener como mision principal la de

defenderla, y una tradicion de lucha contra la herejia

a sus espaldas, dominicos y franciscanos, sobre todo.

Los frailes eran los defensores de la casta y de todas

las «vejeces catolicas», encabezaron muchas revueltas

populares en demanda de justicia 0 apoyando las iras

de un pueblo hambriento, y dieron a ese pueblo la

sopa de los conventos. Protegieron, hasta can la es-

pada y hasta nuestros mismos dias, el misoneismo po-

pular, su antiintelectualismo e incluso su sentirniento

anarquico,

La influencia del fraile de baja extraccion y de ta-

lante popular -el pueblo estuvo siempre enfrentado,

por otra parte, al monje aristocratico y al teatino, cuya

espirituaJidad contemplativa, ejercicio intelectual y li-

beralidad de espfritu para admitir judfos y conversos

en sus filas nunca pudo comprender- es, pues, mas

consecuencia que razon, a mi entender, contra 10 que

piensa Ricart, de un catoIicismo castizo, popular, anti-

intelectual, voluntarista, socio-politico. En esta cris-

tiandad, todo ejercicio intelectual aparece como $OS·

pechoso y como vano. Vano, porque quien es cristiano,(14) Robert RrcA.RD,Estudios de tueratura religiosa espanola,

traduccion espanola de Editorial Credos, Madrid, 1964, p. 256.

[Cuan distinta hubiera sido nuestra historia religiosa, en efecto,

si las doctrinas teologicas scbre el sacerdocio y la espiritualidad

sacerdotal de un Juan de Avila, por ejemplo, que tanto influye-

ron en el jansenista Antoine Arnauld, en su Iibro De la frequente

communion ..., concretamente, del que dice Sainte-Beuve, con

raz6n, que «determine (en Francia) como una revclucion en la

manera de entender y practicar la piedad y en el modo de

escribir la teologia» (Port-Royal, col. "La Pleiade», Editions

Gallimard, Paris, 1953, tomo I, p. 633) no hubieran side aplas-

tadas fatalrnente en la represi6n contra el naciente protestan-tismo hispanico, pero tambien contra nuestro erasmismo y

nuestro paulinismo! Creo que puedo expresarme, con esta nos-

talgia, con bastante asidero en 10 real y sin [ugar a futuribles.

Aunque bien se me alcanza que esa represi6n de defensa anti-

protestante no podia andar matizando demasiado.

(15) Realidad historica, 62. p. 299.

(16) EI hispanista inglis Gerald BRENI\Nhabla de que, hacia

1700, comienza un proceso de decadencia moral e intelectual en

la Iglesia, con la afluencia masiva de clerigos, y que «a partir

de ese momenta, el cura y el fraiJe espafioles dejan de ser los

portadores del saber hurnanista y se convierten, como ha sefia-

lado un historiador portugues, en una especie de brujos afri.

canos, cuya influencia se basa exclusivarnente en su habilidad

para manejar las pasiones de las clases ignorantes» (E l labe-

rinto espano!, p. 34, nota 3). Este juicio es doctrinario e injusto.

Brenan se hubiese explicado este «predicamento» del cura y,

sobre todo, del fraile hispanicos si hubiese comprendido su

situaci6n umbilical en la entrafia de ese catolicismo; «more

judaico» 0 «islamico». En todo caso, aparte de las razones

especfficarnente rellgiosas, par las circunstancias que son expli-

cadas en el texto. Todo 10 demas son juicios de valor doctri-

nario, aplicados redundantemente a enjuiciar una situaci6n.

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por casta y nacron, no comprende que haya necesidad

alguna de buscar en la fe para hallar su racionalidad,

y ese simple buceo se Ie antoja traicion de la fe y

de la casta. Y sospechoso, porque toda cavilacion

intelectual se Ie aparece como indicio judaico. Esta

tambien es la razon profunda de que, en esta cris-

tiandad espanola, perviva hasta nosotros mismos la

noci6n medieval de tiempo y su males tar ante la «no-

vedad» intelectual, y toda la distorsi6n, igualmente

medieval, entre vida y convicciones, dogma y etica,

La expresi6n espanola de la fe sera indulgente can

toda serie de superchertas y supersticiones, que puIu-

Ian en torno a ella y de ella y a su costa se nutren,

perc, consciente de su caracter esencialmente popular,

sera intolerante can cualquier aventura intelectual de

esa fe, que, al distinguir entre 10 esencial y 10 acci-

dental, 10 cristiano y 10 religioso, puede dar lugar a

una relativizaci6n -y la consiguiente muerte- de esa

fe popular y absoluta, que pone al mismo nivel la

revelaci6n y una -devoci6n mas 0 menos folk16rica.Esta versi6n popular y hasta popu1achera de 10 re-

ligioso es alga que, par 10 demas, ha espantado del

catolicismo a la -gran mayoria de _los espiritus selec-

tos hispanicos, no siernpre percatados de las servi-

dumbres historicas de la encarnaci6n del cristianismo

y de 1a Iglesia en un pueblo, pero escandalizados (17),

otra vez, can razon, de una plebeyizacion increible del

mensaje cristiano: desde las milagrerias 0 invocaciones

chocarreras hasta los exutorios de la violencia con

cruz alzada, como en las luchas politicas del siglo XIX,

para poner solamente un ejemplo de tremendas reper-

cusiones en nuestra historia religiosa reciente.

Pero esta versi6n popular del catolicismo hispanicoes tarnbien, ahara, la que plantea tremendos proble-

mas de adaptaci6n a la nueva liturgia y al nuevo sen-

tido eclesiaI, exigido por el Vaticano II. El Vaticano II

ha proclamado, como es l6gico, una doctrina de elite

y ha sido hecho fundamentalrnente por las elites ca-

t6licas centroeuropeas y francesas, pensando en cato-

Iicismos que viven en universos politica, social y cul-

turalmente desacralizados y en medio de un plura-

lismo ideol6gico y religioso y que son catolicismos

de elite. No se ve todavia como va a nacer un catoIi-

cismo popular del espiritu del Vaticano II y que sirve

a su renovaci6n, como el barroco sirvi6 la teologia de

Trento. Una liturgia bfblica, teocentrica y cristocen-

trica, de cierta alta finura espiritual y hasta estetica

0, por el contrario, expresi6n plastica del espiritu de

pobreza no se que fortuna va a correr entre nuestro

pueblo, mientras no varien profundamente las coorde-

nadas mentales y sentimentales barrocas, su «morada

vital» barroca en que se halla instalada atm.

(17) Efectivamente, el catolicismo popular se ofrece indefenso

a toda critica intelectual, pero esta ha de ser lucida y escrupu-

Iosa para no simplificar y para poder adivinar los valores de

autenticidad de la fe, que, naturalmente, en medics populares,

queda expresada muy mediocremente y se asocia a todas las

alineaciones de esos medics, quiza no mas numerosos, por otra

parte, que las de los medios mas elevados donde la fe corre

siempre el peligro de convertirse en una estetica, en fndice del

«status» social, en objeto de juego conceptual 0 de ejercicio

literario.

En gran parte, nuestros intelectuales han sentido esa vieja

repugnancia de Celso par la mediocridad del catolicismo po-

pular (ver mi articulo «El conflicto religiose en la familia de

Leon Roch», Destine, num, 1.593,13 de abril, 1968);perc, como

digo en el texto, no en balde, ni sin razon, se han quejado de

la excesiva populacheria y plebeyez del mismo, de una encarna-

cion tan chccarrera de los mas altos dogmas, que no tiene

igual en otros catolicisrnos. Y, sobre todo, han sufrido en su

propia carne Ia incomprension, las iras y hasta las cruentas

vias de hecho de ese actio catolico-castizo.

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UN CATOLICISMO SIN TE6LOGOS Y SIN UNA ELITE LAICAL

10 indiscutible, por insostenible que sea. Llega a ha-

blarse de «teologia segura», «Segura, ide que? No de

haber llegado a conquistas definitivas, desde luego.

Segura de no ser mal vista, de no comprometer» (19).

Me parece, pues, que no se debe minusvalorar 1a his-

toria horizontal, comun a espafioles y no espafioles :

el peso del espiritu contrarreformista. Pero Contrarre-

forma hubo en todas partes, y, hoy, esta ya claro que

la Contrarreforma no es un movimiento espiritual y

de Iglesia puramente negativo y represivo, sino inte-

grante e integrador. Y la misma Contrarreforma que

en Francia, por ejernplo, se abre a la razon rnundanal

y aun a las «razones» protestantes en una osmosis

fecunda (20), en Espana se hace reflejo paroxistico

contra la inteligencia misma. Castro explica: porque

«en 1ugar de Contrarreforrna, la contraofensiva de los

hidalgos deberfa llarnarse «Contrajuderfa» (21) y la

agudeza de entendimiento, la inteligencia misma, la

ocupacion intelectual eran cosa de judios. «El espafiol

cristiano viejo no se hizo "hidalgamente", intelectual-mente haragan por deseo de comodidad, sino por una

exigencia tan espiritual (no importa que esto parezca

chiste) como la del calvinista que laboraba tecnica-

mente con sus manes a fin de hacerse grato a Dios»;

y afiade Castro: «Ouien no entienda es to es mej or ( ... )

que renuncie a la comprensi6n de la historia espanola

posterior al siglo XVI» (22).

No habia, efectivamente, ciencia ni tecnica en Es-

Cuando el hispanista Ingles J. B. Trend habla de

fray Luis de Leon, en su libro, tan breve cuanto lleno

de intuiciones y juicios muy madurados, La civilize-cion en Espana, escribe que «era cristiano de fe dema-

siado impregnada de pensamiento para estar a salvo

en la ortodoxia de la epoca». He aqui toda 1a cuestion,

En la Iglesia universal, tras una cierta libertad inte-

lectual de un cierto medioevo -Newman via esto tan

claro, como experimento en su came las dentelladas

de la intolerancia y del odic a Ia inteligencia del ina-

cionalismo romantico y sacral de los pontificados de

Gregorio XVI y Pio IX-, el miedo a la raz6n (18) y

la defensa intolerante contra ella hicieron de la orto-

doxia un corse para la inteligencia, tarnbien para la fe.La historia del catolicismo es, desgraciadamente, en

gran parte, la historia de la represion de la Iibertad

cristiana por una autoridad eclesial, que funciona se-

gun los moldes mundanales, y el rniedo y el reflejo de

defensa «contra haereses» llega a su paroxismo en la

Contrarreforma, sin duda a1guna. A la muerte de Karl

Barth (10 diciembre 1968) ha podido decir, con toda

razon, el P. Y.-M. Congar que un teologo de su talla

era impensab1e en 1a Iglesia Cat6lica, dada 1a carencia

de Iibertad de investigaci6n y publicacion teologicas

en ella. E indudablemente, «si no hay realrnente teolo-

gos en Espana desde el XVII para aca, ello se debe al

miedo de pasar por sospechoso, de tener que subir

a 1a hoguera, ir a la carcel, cantar la palinodia 0 arras-

trar el sambenito. Entonces se repite incansablemente

(19) J . J IM E NE Z LOZANO,"La por de l'autoritat en l'Esglesia»,

en Questions ..., num, 37, p. 67.(20) Robert RICARDha vista muy bien que esta -Ia osmosis

catolico-protestante, Ia permeabiJidad del catolicismo galo a

cierto talante y categorias protestantes- es una de las razones

del caracter mas racional del catolicismo frances y de su dife-

rencia profunda con el hispanieo ... (Estudios de literatura re-

ligiasa. ""'p. 256.)

(211 A. CASTRO, De la edad conflict iva, Taurus Edic iones, Ma-

drid, 1961, p . 33.(22) A. CASTRO, Realidad ... 62, p. 265.

(18) M. D. CHENU, «La por de Ia rao», en Oiiestions de vida

cristiana, num. 37, 1%7 , p. 87 y S5.

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de a su caracter basico antes apuntado: desde la

cuestion de la libertad religiosa, que sigue siendo

basica y radical, hasta la cuesti6n del Concordato

-meta mesianica de la que muchos esperan un nuevo

esplendor del catolicismo patrio- 0 la de los medics

anticonceptivos. La sintesis de las enzymas, la llegada

a las proximidades de la Luna 0 los experimentos de

«pregnatio in vitro» no parecen significar aqui inquie-

tud metaftsica alguna. La enemiga al intelectual es,

por otra parte, una actitud de nuestro catolicismo,

que no ha variado gran cosa, y hombres como Lain

Entralgo, Jose Luis Aranguren y Julian Marias me

serlan testigos de un cierto calvario especificamente

hispanico, que les ha crucificado mas de una vez entre

sus dos polos vitales: su fe y su dedicacion cultural.

Podrfa nombrar algunos mas. No muchos, sin embargo;

porque si los clerigos desertan de 1a teologia, los Jaicos,

y singularmente los laicos eminentes en el mundo del

pensamiento de cualquier tipo, hace tiempo que deser-

taron de esta cristiandad. La Iecci6n mas amarga de laobra de Menendez Pelayo, Los heterodoxos espanoles,

es la de subrayar que los hombres mas irnportantes

en cualquier ciencia 0 parcela del pensamiento, los

grandes reformadores sociales y las plumas de mayor

a1cance en nuestro pais no han sido cat6Iicos; y si se

continuase esa historia hasta nuestros dias, la eviden-

cia de esa misma trayectoria sen a sencillamente ate-

rradora. lD6nde se da, entre nosotros, esa pleyade

de «intelectuales catolicos», que otras Iglesias alinean

tan orgullosamente para escuchar su palabra sobre los

gran des problemas mundanales 0 especificamente reli-

giosos? lD6nde existe aqui siquiera una elite de laicos

que signifiquen algo en su Iglesia como 10 signific6

Pascal? La ausencia de una elite intelectual catolica

entre los laicos tiene su origen en las espantosas con-

secuencias que para el Iaico puede tener el ocuparse

de cuestiones religiosas, Si el simple ejercicio intelec-

tual es sospechoso, lque no sera el buceo en la racio-

pafia, aunque don Marcelino Menendez Pelayo se em-

pefiase en mostrarnos otra cosa (23), pero tampoco

habra teologfa, Aunque st canones, sumas y «morali-

dades» en abundancia. La propensi6n del espafiol a

enjuiciar todo 10 divino y 10 humane bajo el prisma

de 10 jurfdico-moral y hasta su incapacidad para en-

juiciarlo desde el punto de vista filos6fico0

teol6gicoes evidente y llega hasta nosotros. En las revueltas

aguas de este post-Concilio Vaticano II y ante Ia pre-

sion de las cada dia mas urgentes preguntas que 1a

ciencia y la tecnica 0 el pensamiento modernos hacen

al cristiano y al teologo -un verdadero cerco que ha

llevado a algunos de estes a aceptar «Ia muerte de

Dios» y desde luego «Ia ciudad secular»- el catolicis-

mo hispanico se ve enzarzado en problemas exclusi-

vamente juridico-polfticos 0 morales, como correspon-

(23) Y, hasta cierto punta, 10 mostro. Estaba en 10 ciertc,

par 10 menos, cuando se neg6 a responsabilizar a la Inquisicion

de esa ausencia. Castro hace 10 mismo y rnuestra que era la

«morada vital» del hidalgo y del cristiano viejo, aterrado ante

cualquier agudeza intelectual y ante el mundo de las ideas y de

las libras, tenidos como indicia judaico, y tareas que acababan

en el «brasero», la que, efectivamente, impidio esa floracion

cientffica, Asi como su abocamiento .ex.istehcial al «mas alla»,

la motivaci6n humana y la forma de su creencia Ie impedian,

par una parte, «adaptar sus creencias a formas de conducta

social y polftiea fundadas en principios despersonalizados- y,

par otra, «elevar las ocupaciones miradas como plebeyas (tra-

bajo manual y tecnico) al rango de actividades gratas a Dios»,

Hay que releer las paginas dedicadas par Castro a este tema

-y son algunas de las mas agudas y mas bellas escritas par

el- en yez de seguir, como se sigue haciendo hoy todavta,

responsabilizando a la Iglesia Catolica y aun al cristianisrno

de casas de las que, desde luego, no son responsables.

La famosa polemics de «La ciencia espanola» qued6 ya des-velada, en su profundidad de lucha historica y hasta igualmente

castiza, en el precioso libra de P. LAlNENTRALGO,a polemica

de la ciencia espanola, publicado en 1941, y que supuso una

verdadera iluminaci6n para todos nosotros y Ia ruptura can un

metoda secular de enfocar aqui las cuestiones desde «moradas

vitales» personalfsimas a de casta y corral ideol6gicos y po-

liticos.

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nalidad de Ia fe? Pero, adernas, si el clerigo carre ya

el riesgo de ser heretico, a1 pensar sabre una teologia

«segura», el laico, par e1 simple hecho de serlo y de

preocuparse de teologias, pasa ya par intruso en el

coto cercado de la clereda, excitando sus celos, ade-

mas de suscitar graves sospechas de judaismo y atefs-

mo. Sencillamente porque a l l aico cristiano viejo no Ie

preocupa en absolute la dimension intelectual de su fe

y ha abandonado gozosamente su libertad cristiana y

su cabeza en manos de los clerigos para que estes 10

encaminen al cielo, aunque sea tras una vida nada

cristiana y en el ultimo momenta. Es el judfo, el con-

verso al cristianismo, el caviloso en teologias -por la

sencilla razon de que el ha sufrido una «rnetanoia»

intelectual, a1 convertirse, y busca razones de su nueva

fe- 0 algunos cristianos viejos, que, cavilando, trai-

cionan a su casta y se hacen de casta de conversos

par esta sola actitud inquisitiva. Y, mas tarde, el clerigo

pensara que el Iaico, aficionado a teologias -que no

a canones0

a sumas-, es un ateo, porque, en suconcepto, nadie mas que un ateo puede hacerse pro-

blema de un cosa tan evidente y dada de una vez

por todas, tan pacfficamente detentada y can tan ab-

soluta seguridad como Ia fe., '

Pero al laico espafiol, descendiente de aquel «hidal-

go» cristiano viejo, siguen sin importarle esas cosas

de «teologia» y no cree que haya que hacer nada espe-

cial para ser cristiano, si ya 10 es par pertenencia a

la casta. Y esta conciencia, esta «morada vital» no

puede olvidarse a Ia hora de afrontar los problemas

del apostolado laical a que urge uno de los Decretos

del Vaticano II. El laico hispanico, comprometido en

tareas de Iglesia, goza entre nosotros de unos prejui-cios y una antipatfa evidentes. Se le considera una

«Ionga manus» clerical, nada honorable ciertamente,

y, desde luego, los cristianos de este pais, que no

pertenecen a esas asociaciones laicas, no se consideran

evangelizables en ningun sentido, mucho menos por

estos laicos a quienes se denomina con ciertos adjeti-

vas nada halaguefios, nada biensonantes y que estan

en la mente de todos.

El laico hispanico se encuentra en general muy a

gusto en su papel pasivo y confortable, como su

abuelo tenia por honor servir de alguacil en el Santo

Oficio 0 de espectador en los autos donde se castiga-

ban a los que habian «pensado de otro modo». Los lai-cos cat6licos hispanicos, que se ocupan de cuestiones

religiosas, son mirados como una especie de «paste-

res protestantes», cosa que le ocurria a Unamuno, par

ejemplo, 0 a ciertos krausistas y hombres de la Insti-

tucion Libre. La conciencia de miembro del pueblo

de Dios y de todos los derechos inherentes a esa con-

dicion, y la revalorizaci6n del papel laical que signific6

el erasmismo, fue en seguida confundida y condenada

con el protestantismo en la comprensible y necesaria

defensa que la Iglesia Cat6lica se vio precisada a hacer

contra el ataque al sacerdocio institucional por parte

de Ia Reforma. Y Ia sensibilizacion anti-protestanteen nuestro pueblo es bien evidente, hoy como ayer, aun

en sus desmesuras: el laico no se siente Iglesia, es

mas clerical que los mismos clerigos y su anticlerica-

lismo es un complejo fen6meno que no puede enten-

derse par el solo juego de unos acontecimientos his to-

ricos externos, sino que hay que bus car precisamente

en esa ligaz6n existencial al clerigo y, en ultimo ter-

mine, en la «rnorada vital» de su fe.

UN CATOLICISMO ANTICLERICAL

Un terna como el del anticlericalismo creo que no

puede abordarse, ya a estas alturas, sin una previa

delimitacion conceptual, si es que se trata de esclarecer

alga. Pero una nacion tan equivoca e historicamente

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y hasta psicologicamente tan flexible y llena de mati-

ces, no creo que pueda encorsetarse en una definicion

para utilizarla en unas reflexiones del tipo de las que

vengo haciendo, sin que falsee la perspectiva misma

de estas reflexiones, Hay un sentido tecnico, teologico

del anticlericaIismo (24), pero no hay duda de que, de

alguna manera, se da anticlericalismo cada vez que un

clerigo 0 una parte de elIos 0 todo el cuerpo sacerdotal

de la Iglesia es atacado 0 concernido en funcion de su

calidad de tales, de su actuacion como tales. Anticleri-

cales son las luchas cristianas medievales para despo-

jar al clero de sus monopolies, protecciones y configura-

cion como casta y casta privilegiada (latin, exc1usividad

del manejo de la Biblia, un cierto ritualismo, vestido

sacral, etc.) y anticlericales son las luchas racionalistas

contra la Iglesia en sf -personificada, naturalmente,

de manera primordial en sus miembros consagrados-

y contra la fe. Antic1ericalismo es una reaccion al cleri-

calismo, pero tarnbien cualquier oposicion a los cleri-

gos. Se ha hablado tambien de dos anticlericalismos

historicos muy diversos: el que reprocha a los clerigos

el mal vivir y el que les reprocha el «creer mal», el

mismo heche de ser clerigos. Anticlericales eran los

jansenistas y anticlerical Voltaire; y hay un anticlerica-

lismo purarnente politico y otro anticlericalisrno doc-

trinario (25). Hay has ta un anticlericalismo teologico,

como decia, que se ha manifestado en el propio seno

del Vaticano; y el anticlericalismo no es, por supuesto,un fenorneno exclusive de la cristiandad espanola. Pero

sf me parece que es un tenomeno radicalmente dis-

tinto en esta cristiandad. Nuestra burguesia hace su

aparicion historica, quemando conventos (26), el refra-

nero, el vocabulario y las otras manifestaciones de la

(24) EI cristianismo, en efecto, es por 10 pronto una revolu-

ci6n laica y anticlerical. EI solo hecho de proclarnar la radical

igualdad human a atacaba los fundamentos de toda sociedad

de Ia epoca, estructurada sobre los dos ejes del «cleros» (ad-

ministrador y ostentador delpoder politico y del patrimonio

cultural y espiritua] de la comunidad) y del «laos» (el pueblo

llano). Pero, adernas, frente a la Ciudad Antigua, oriental sobre

todo, en que hay una indiferenciaci6n de los pianos temporal

y espiritual, los Estados son teocraticos y las Iglesias estatales

el cristianismo afirma la neta diferenciacicn de los pianos re-

ligioso y mundanal, segun mostr6 Pustel de Coulanges; y «Todo

paganismo -ha escrito el profesor Vialatoux- es un c1erica-

Iismo, y la proposicion recfproca tambien es verdadera»,.En la historia de Ia Iglesia, la palabra «Jaicos» paso a signi-

ficar «profane» hacia 45 0 d. C., y el primer empleo de dicha

palabra, como opuesto a clerigo, se encuentra en una carta de

Clemente a los fieles de Corinto (Y.-M. CONGAR,alones para

una teologfa del laicado, traduccion :espanola de Editorial Es-

tela, Barcelona, 1961,pp. 21-22).

La trayectoria siguiente fue de una creciente preponderancia

del clerigo y un oscurecimiento total del laico en Ia Iglesia.

La palabra medieval, «Iaicis e- iletrados, es la correspondiente

a la griega, que se emplea en Oriente: «idiotai». Pero la lucha

de estos «laici» per recuperar de alguna manera su «status»

en la Iglesia 0 para desmitificar y desclericalizar a la clerecia

despojandola de sus defensas y tabues (latin, exclusividad de 1~

Biblia, etc.), se repite a to do 10 largo de la Edad Media. Lo

que ocurre es que estos «Iaici» son siempre hereticos 0 consi-

derados como tales por esta misma lucha ( J. J IMENEZ LoZANOlntroduccion al Decreta sabre el apostolado de los laicos Edi-

torial Estela, Barcelona, 1966 , pp, 13-16),Estas luchas, como las

de hoy, por tornar al laico a su «status» en la Iglesia y la lucha

~or Ia laicidad del Estado y la apoliticidad de la Iglesia, cons-

trtuyen en realidad un anticlericalismo cristiano de fundarnen-taci6n teologica rigurosa,

(25) As! 10 hace Alec MELLOR, distinguiendo entre las luchas

politicas contra la Iglesia, del antlclericalismo medieval 0 del

galicanismo, y las luchas antirreligiosas, doctrinales, de despues

de la Revolucion, en su libro Histolre de l'anticlericalisme

[rancais, Editions Marne. Paris, 1966.

(26) Ya es clasico citar la rnasacre de las monjas del mo-

nasterio leones de dona Froilo, que, irritados por su conducta

desenvuelta, perpetraron los burgueses y el pueblo de Le6n, enel novecientos, y que SANCHEZALBORNOZescribe en Estampas

de Leon hace mil anos (Editorial de la Revista de Archivos, Ma-

drid, 1926 , p. 150) , pero seria facil afiadir algunas decenas mas

de ejernplos, poco posteriores, de esta furia «sacral» contra la

cierecia, distinguiendolos de otras tensiones, que tienen como

claro origen intereses mundanales.

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profunda vividura hispanica son profundamente anti-

clericales, y nuestra historia moderna presenta toda

una serie de conflictos anticlerieales, con freeueneia

eruentos, que eulminan en la espantosa tragedia de

seis mil asesinatos sacerdotales llevadas a cabo por

los hombres del llamado Frente Popular en nuestra

contienda civil de 1936-1939.Esta especie de furor casi «sacral» contra Ia Iglesia

y toda esa historia y aun nuestra vestidura cat6lica

de hoy, que sigue presentando el rnismo juego cleri-

calismo-anticlericalismo, euando ya en el mundo ha per-

dido sentido una tal dicotomia, creo que justifican

ampliarnente la pregunta por la autoctonia de este an-

ticlericalismo hispanico, La estan urgiendo y haciendo

imprescindible, mas bien.

Pero este anticlericalismo tenia que ser tan autoc-

tono como 10 es toda nuestra re1igiosidad y el mismo

c1ericalismo. Y si el clericalismo y el anticlericalismo

de las cristiandades rornano-gerrnanicas occidentales

era una ineludible consecuencia del constantinismo 0

agustinismo politico, la teocracia 0 el cesaropapismo,

eI clericalismo y anticlericalismo hispanicos se derivan

de la peculiar instalacion de los clerigos en nuestro

universe religiose y social, como el rabi 0 el alfaqui

en los universes judaico y musulman y de la ecuacion

fe = casta, casta = fe, Iglesia = Estado, Estado =Iglesia.

Espana tiene una historia anticlerical paralela con

1a historia occidental, en 1a que el propio espiritu

cristiano censura la vida de los clerigos, cuya cercania

a la cruz y caracter sagrado destacan soberanamente,

en drarnatico e ironico contraste, su propia infidelidad

o su debilidad humanas. Y, natural mente, juegan, aqui

tambien, todas las circunstancias sociologicas y psico-

logicas que la ciencia moderna ha senalado como ge-

neradoras de un estereotipo «anti». Pero si en esas

cristiandades occidentales se ha dado, desde muy tem-

pranarnente, un cierto sentido de 10 laico y el hod-

zonte mental de esos cristianos era capaz de abarcar

parce1as de pensamiento y de accion mundanales y

mas 0 menus autoctonas de 10 religiose, entre nosotros

el horizonte religiose era, como dira Castro, la «inte-

gralidad» de la vida, y, por 10 tanto, eI clerigo resultaba

ser el paradigma y quintaesencia de esa integridad, el

hondon mismo del vivir hispanico, la existencia hu-mana y castiza mas lograda, Sobre todo el fraile, el

fraile mendicante salido de la casta, en honda cornu-

nicacion existencial con ella y alambique de su pureza,

"Pretender que en Espana hubiese habido menos frai-

les significa no conocer la estructura y los rumbas

de aquellas gentes -escribe Castro-; los frailes fue-

ron en Espana algo comparable a los funcionarios pu-

blicos en los Estados Unidos, que sobreabundan, con

dafio para el cultivo de los campos, y son a veces acu-

sados de corrupcion. Si en virtud de alguna arte rna-

gica el patrimonio de la Iglesia hubiese sido desarnor-

tizado en el siglo XVII, el Estado no habrfa sabido

c6mo aprovecharse de el, Hombres y mujeres aflutan

a monasteries y conventos porque las gentes -la rna-

yorfa de ell as al menos=- ruedan par el declive que su

misma historia Ies va preparando. Los procuradores

en las Cortes y todos los dernas que clamaban y Ian-

zaban arbitrios (incluidos los obispos) contra la super-

abundancia de frailes y monjas, se Iamentaban de Ia

gustosa dolencia de su mismo vivir-desvivirse» (27).

Quedaban encerrados, ef'ectivamente, en el circulo vi-

cioso vital de querer expresar de otro modo una fe

y una existencia espafiolas, que, sin embargo, iban uni-

das entrafiablernente a1 haberse fundi do esa fe y esa

nacion en la casta y en el Imperio religiose 0 Iglesiaimperial a que habia dado lugar.

El anticlericalismo espafiol, pues, de esa epoca impe-

rial y barroca es la conciencia dramatica de una vivi-

dura sacral de un universe social vertido al «mas alla»

(27) Realidad historica. _ 62, p. 300. (El parentesis es rnfo.)

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en mengua del «mas aca», pero que, impotente para

vivir sin horizonte sacral, integra1mente religiose, no

puede hacer otra cosa que dolerse de este su vivir.

Y esta conciencia conforrnara, en adelante y de manera

decisiva, toda actitud. Cualquier ataque al clerigo y a

su preponderancia econornica 0 politica, cualquier ata-

que a las inmensas posesiones e influencia de la Igle-sia, y, por afiadidura, cualquier planteamiento no sa-

cral de la vida hispanica -economica 0 politica- y

basta cualquier critica de los Irailes que supusiese un

juicio de valor sobre su existencia vertida al «mas

alla» -los ataques a sus debilidades 0 vicios morales

son cosa que queda muy superficial a todo esto-

crean un vacio tremendo en Ia vida espanola, que re-

sulta asi sin razon de existencia, y constituyen un

ataque a la fe, identificada con la casta. De entender

esto 0 no, se entendera por que una simple reforma

agraria, que apoyaban los mismos ilustrados catolicos

del XVIII, aparecfa sacrflega y atea, judaica y protes-

tante a los ojos de nuestra Iglesia. Las explicaciones

historicas son siempre tanteos hechos de claridades

y oscuridades combinadas y no es posible manejar

como una formula y evidencia cientfficas ninguna clase

de esas explicaciones, pero la peer, la mas inutil y vacfa

de estas es la explicacion moralista y psicologista -0

la puramente econ6mica y marxista tan de moda-,

esto es, ese recurso al maniquismo que se ha aplicado

desde los albores de 1a humanidad, porque es una

actitud humana de auto-defensa y auto-exculpacion,

Y, sin embargo, esta es la explicacion unica que se

ha dado al anticlericaIismo hispanico y a esa resisten-

cia de la Iglesia espafiola a todo cambio : su egoismo.

Mas sin disculpar este en modo alguno, cuando tuviere

lugar, hay que tratar de comprender que es esa misma

«rnorada vital» del cat6Iico y del clerigo hispanico Ia

que esta en la base de esa actitud de resistencia a un

horizonte de vida y de actitudes que ya no serta sacral.

El clericalismo occidental ha intentado manejar los

instrumentos mundanales como «Ionga manus» de los

intereses de la Iglesia 0, si se quiere, de la misma fe,

pero en Espana es el universo vital entero el que es

sacral, y el anticlericalismo, nacido de cualquier tip')

de conciencia laical, por muy cristiana que esta sea,

tiene que aparecer como antirreligioso y antinacionaL

Esta conciencia laical, en Espana, se revela con elerasmismo y los otros movirnientos mas 0 menos

perrneables a1 evangelismo y a1 «Iaicismo» de la Pro-

testa Luterana, de Ia «philosophia Christi», rnejor di-

cho : actitudes espirituales que son ajenas a la religio-

sidad de la casta y a la casticidad de Ia fe hispanica.

Tan ajenas como sedan las actitudes de los ilustrados

y, luego, de los liberales incluso cristianos, que siempre

creyeron poder reformar a Espana y transplantar a

ella formas de vida e instituciones que funcionaban en

el horizonte mental y existencial europeo, sin perca-

tarse en absoluto de la «rnorada vital» hispanica en que

iban a ser injertadas esas reformas e instituciones y

de 10 que hoy Ilamariamos «defensa organica de re-

chazo» en una operaci6n cardfaca, pues era realmente

el mismo coraz6n de la fe y de la casta el que querfa

sustituirse,

Tanto es aS1,que no solamente, como escribe Castro,

«los criticos de los frailes no hubieran sabido que

hacerse en un pais sin frailes» (28), sino que, «com')

autenticos espafioles, los frailes que censuraban a sus

cofrades hubieran querido ser ellos los unicos frai-

les» (29); y otro tanto Ies ocurrio a los crtticos laicos

y aun laicistas de los frailes. E1 Krausista de la pri-

mera y segunda generacion, un cierto tipo de liberal

sacral, de republicano a 10 Pi Y Margall, de anarquista

o aun de bandido «catolico» y generoso, desfacedor

de injusticias, no es otra cosa que un «fraile laico»:

y un cierto Krausismo, un cierto liberalismo del 69,

(28) Id. , ibidem.

(29) Id. , ibidem.

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un cierto republicanismo, socialismo a anarquismo no

son sino actitudes sacrales laicizadas frente a la Iglesia

de Roma, mirada como Ia Iglesia de los ricos. Actitu-

des mas a menos laicizadas, digo, que descienden de

los movimientos quiliasticos medievales, de un cierto

mesianismo y anarquismo cristianos de Santa Teresa,

Fray Luis, a Fray Francisco de Osuna y del cristia-

nismo sentimental de los Michelet, los Hugo 0 los La-

mennais.

Esto me parece un dato basico para entender algo

de esa furia sacral hasta en el asesioato de clerigos

y violacion de objetos y lugares sagrados, que no en-

cuentra historia horizontal en toda Europa can la que

relacionarse. Luego sf, luego puede seguirse la peripe-

cia de todo ese anticlericalismo hispanico del XIX en

adelante, desvelando el juego de acciones y reacciones,

confusiones y experiencias que nuestro pueblo ha ido

acumulando frente a su Iglesia.

Puede entonces hablarse de tremendos «schoks» psi-

co16gicos que han formado parte de Ia pedagogia reli-giosa de nuestro pueblo, de falIos de una conciencia

hist6rica y social de la Iglesia, de complicidades econ6-

mico-sociales y existenciales con Ia burguesia, de con-

. trol de ensefianza y confesionario; de determinadas

opciones politicas, etc. Pero pretender elevar toda esta

peripecia a causa profunda de un anticlericalismo tan

profundo me parece no entender nada, porque no se

ha entendido que, en muchos de esos casos, si no en

todos, la opcion que hubo de hacer el catolicismo

hispanico, la unica posible dentro de su horizonte y

morada vitales seculares y castizos, no podia ser otra

que la que hizo.

Exactamente como el anticlericalismo no podia serotra cosa que antirreligioso (30) y como el catolicismo

hispanico habia de ser clerical 0 como ese mismo anti-

clericalisrno tenia que ser esencialrnente antimonas-

tico. Y sirve de muy poco hacer paralelos, por ejemplo,

entre Ia lucha Estado-Iglesia en Francia, en tiempos de

Waldeck-Rousseau y Combes, y la rnisma lucha de esa

misma epoca en que aqui se estreno «Electra» (31).

Entre nosotros todo ocurrio de otro modo, todo vol-

vio en terminos de «casta», y en el viejo clima de la

Iucha castiza, realizando asi de nuevo la comprobaci6n

experimental de la tesis central de Castro, observable

ante nuestros propios ojos: el nuevo tipo de clerigo,

que nazca a la medida del Vaticano II y mas cat6lico

que castizo, por 10 mismo, 00 va a ser asimilado sin

drama por esta vieja cristiandad.

CONCLUSI6N

Esta atalaya, esta central categorfa historiografica

desde la que tan distintamente pueden contemplarse,enjuiciarse y revivirse tanto nuestra historia religiosa

como nuestro presente religiose y en la que ambos en-

cuentran una unidad de entendimiento -que ya es una

prueba de andar por buen camino- es 10 que nos

ofrece 1a obra de Castro. «Mi problema -ha escrito-

es, ante todo, el de la radicalidad de 10 espafiol y no

el de su frondosidad. El tema de estas y otras obras

mias no es la politica, ni Ia religi6n, ill la econornia, ni

el catalanismo, ni el centralismo, ni la tecnica, etc.,

quienes amablemente sugieren (son bastantes) que es-

y 10 que es puro ant ieclesialismo y anticristianismo y hasta

ateisrno, disfrazados de anticlericalismo,

(31) «Despite obvious pa rallels, spanish an ticlericalism wasautochtonous, both in its immediate and its long-range origins.

The results, therefo re, were very different», escribe con razon

Joan Connelly Ullman (The Tragic Week, Harvard University

Press, 1968,p. 27), y todo el error de nuestros politicos liberales

o de hombres como Galdos fue creer que la lucha anticlerical

tenia el mismo sentido a uno y otro lado de los Pirineos,

(30) Efectivamente, cuando un universe entero, como el his-

panico, aparece sacralizado, todo ataque a y todo inconformis-

rna can la estructura de ese universe es un ataque a Ia religion.

As! resulta que es rnuy diffcil saber 10 que es anticlericalismo

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criba una obra sistematica y bien estructurada, no se

dan cuenta de que... mi interes se encuentra en 10

espaficl (por ejernplo) de la economia, y no en la eco-

nomia de los espafioles» (32). Pero Ia espafiolidad del

catolicismo, la historificaci6n cancreta que aqui, en

Hispania, se ha hecho del catolicismo es precisarnente

10 que import a detectar al historiador y al escrutadordel sentimiento y de la realidad cat6licos espafioles.

Porque no basta evidentemente -ni en resumidas

cuentas es justo-- con diagnosticar, por ejernplo, la

autoconciencia de pueblo elegido de Dios, tan evidente

en el catolicismo hispanico, Tarnbien se da en otros

catolicismos y en otros cristianismos como el norte-

americano, por ejemplo. Pero ide que diferente mane-

raJ Tan diferente como Ia trarna histories que 10 ha

originado. No basta can diagnosticar evidencias como

que ese catolicismo hispanico es belicoso y ha resul-

tado intratable. Una cierta historiografia y literatura

liberales 0 antitradicionales en general se han cebado,

por ejemplo, en la critica despiadada de la Iglesia

espanola, sin detenerse a pensar si podia ser de otra

manera y sin comprender que una Iglesia es siempre

un dramatic a intento de encarnar las utopias del Reino

de Dies, y que una fe, al encarnarse, queda convertida

en religiosidad hasta su propio vaciamiento en situa-

ciones-lfmrte (33). Par esc, buena parte de nuestra

mas alta «intelligentzia» ha hecho responsable a la fe

de los exclusives pecados de la religiosidad (34), Y tam-

poco ha sabido preguntarse si incluso esa religiosidad

podia ser de otra manera. Todo 10 cual serta tener que

preguntarse por la radicalidad de «nuestro» catolicis-

mo, que, como decla al principio de este ensayo, es

pareja y se canfunde can la pregunta de Castro par Ia

radicaIidad de 10 hispanico,

Y basta con hacersela para percatarse de su fecun-didad. Aunque esta fecundidad, como por otra parte

ocurre siempre, resulte, a las veces, en extremo dolo-

rosa para nuestras inercias mentales, nuestras doradas

cosmovisiones historicas, nuestros idealismos secula-

res. Pero la verdad historica, como cualquier otra

parcela de verdad, exige que se hagan estos contrastes;

y como contraste van escritas estas paginas, En la

busqueda de este males tar, de este problema y de esta

gracia tambien, que a veces sentimos lacerantemente

en nuestra propia entrafia : los de ser catolicos espa-

fioles, La obra del profesor Americo Castro no podia

continuar siendo dejada de lado en esta investigaci6n

humana.

tres y de todas las «sinrazcnes» de nuestra historia. Por eso, el

programa de esa «intelligentzia» era, en gran medida, el de

«descatolizar» a Espana para incorporarla a Europa y echarla

a andar en el mundo modemo. Programa que Melquiades Al-

varez consideraba, en 1908, practicable para un fil6sofo 0 unescritor, pew no para un politico que quisiera gobernar, sa-

biendo 10 que, entre nosotros, es el catolicismo, pero que, sin

embargo, adoptaron algunos hombres de la II Republica con

el resultado que se sabe.

Gald6s, en esto, habia sido mas agudo, y, como escribe el

profesor Montesinos (Db. cit., p. 175), «la nota mas constanteen (sus) primeras novelas es precisarnente esta: todos los males

de la Iglesia espanola DO son de la Iglesia catolica como tal;

son males de Espana». A pesar de 10 cual, todavfa es costum-

bre seguir reprochando a la Iglesia espanola -y el mismo Gal-

dos 10 hizo- las singularidades del catolicismo espanol, como

si esa Iglesia fuese un ente separado del contexte de ese cato-

licismo y del pais entero,

(32) Realidad hist6rica ... 66 , p. 7 de la Introduccion,

(33) El problema viene preocupando, especialmente desde

Troelsch, a la nueva teologia protestante, y sus expositores

mas autorizados son, hoy, Richard NIEBUHR(Christ and Cul-tura) y Gabriel VAHANIAMThe death of God). En el campo

catolico se han preocupado de este asunto Jacques MARITAIN

iL'humanisme integral'; y R. GUARDINI E. MOUNIER,n la mayor

parte de sus ensayos,

(34) Desde Ortega a Araquistain, pasando por Unarnuno y

buena parte de los hombres de la Institucion, se ha creido a

pies juntillas que era el catolicismo el responsable de los desas-

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