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Juan Alfonseca Giner de Los Ríos - Historia Del Exilio Republicano Español en La Soc.dominicana

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constituye unasuerte de conclusión preliminar sobre la política inmigratoriadel régimen hacia los refugiados, sobre la historia de su llegada,permanencia y salida de la isla, sobre sus posibles influjosculturales, y sobre algunos otros aspectos más que bien pueden dar pie a una nueva labor de investigación. Si bien estaversión resulta mucho mejor documentada en aspectos comola política del régimen hacia la España republicana, la emergenciade la política de inmigración hacia los derrotados de laGuerra Civil, la política de colonización agrícola seguida conellos, o el uso pragmático que hizo de todo ello el sistema político,no puedo dejar de declarar que esta nueva inmersión enlos acervos dominicanos me produce el mismo asombro queme produjo hace veinte y tantos años en materia, por ejemplo,la presencia intelectual de los exilados en la vida culturaldominicana.

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  • El incidente del trasatlntico CubaUna historia del exilio republicano espaol

    en la sociedad dominicana, 1938-1944

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  • Archivo General de la NacinVolumen CLXII

    El incidente del trasatlntico CubaUna historia del exilio republicano espaol

    en la sociedad dominicana, 1938-1944

    Juan B. Alfonseca Giner de los Ros

    Santo Domingo2012

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  • Archivo General de la Nacin, volumen CLXII Ttulo: El incidente del trasatlntico Cuba. Una historia del exilio republicano espaol en la sociedad dominicana, 1938-1944Autor: Juan B. Alfonseca Giner de los Ros

    1ra. edicin: abril, 2012

    Cuidado de edicin: Toms Castro Burdiez (editor externo del AGN)Diagramacin y diseo de cubierta: Fundacin EducarteIlustracin de portada: rea de Fotografa Miguel A. Holgun-Veras Roulet del Archivo General de la Nacin (AGN)

    De esta edicin: Archivo General de la Nacin, 2012Departamento de Investigacin y Divulgacinrea de PublicacionesCalle Modesto Daz Nm. 2, Zona UniversitariaSanto Domingo, Distrito NacionalTel. 809-362-1111, Fax. 809-362-1110www.agn.gov.do

    ISBN: 978-9945-___-___

    Impresin: _____________________

    Impreso en Repblica Dominicana / Printed in Dominican Republic

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  • ndice

    Introduccin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .9

    CAPTULo PRIMERoEl incidEntE dEl trasatlntico cuba o los oscuros mvilEs

    dE una poltica dE inmigracin En la Era dE trujillo

    1. Los anlisis sobre la poltica de inmigracin y asilo del dictador Trujillo hacia el exilio espaol . . . . . . . . . . . . . .28

    CAPTULo SEGUNDola guErra civil Espaola En la poltica ExtErior dE trujillo

    1. La Guerra de Espaa como teln de representaciones polticas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .392. Las negociaciones para la inmigracin de los refugiados de la Guerra Civil . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .58

    CAPTULo TERCERoEl arribo dE los rEfugiados y El procEso dE implEmEntacin dE la poltica inmigratoria

    1. De Francia a la Repblica Dominicana: el proceso consular de la emigracin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .702. La llegada de los refugiados al pas . . . . . . . . . . . . . . . . . . .763. Los refugiados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .105

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  • CAPTULo CUARToEl incidEntE: una valoracin dE la poltica inmigratoria

    trujillista hacia El Exilio rEpublicano. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .123

    CAPTULo qUINTola saga dEl incidEntE. aspEctos En pos dE una historia

    social dEl dEl Exilio Espaol En la sociEdad dominicana

    1. La reemigracin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .1512. El proceso dominicano como historia del exilio espaol en Amrica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .160

    CAPTULo SEXToEl Exilio Espaol y su influjo En

    la vida poltica y cultural dominicana

    1. El arribo de nuevas corrientes intelectuales, la coyuntura poltica del rgimen y la insercin de los exiliados en los proyectos culturales del Gobierno dominicano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .2022. Presencia del exilio espaol en la vida cultural dominicana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .225

    Eplogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .285Bibliografa y fuentes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .295Anexos 1 al 4 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .305ndice onomstico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .327

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  • 9Introduccin

    La aparicin del libro del profesor Vicente Llorens Castillo Memorias de una emigracin, en 1975, puso ante los ojos de la sociedad dominicana el relato ms comprehensivo de lo que en el pas haba sido la historia del exilio republicano espaol de 1939, desencadenando un prolongado proceso de toma de conciencia, apropiacin y conmemoracin cultural, en cuyo presente se ubica la impresin de este libro por parte del Archivo General de la Nacin.

    En ese ao, la historia escrita del paso por nuestro territorio de alrededor de 4,500 refugiados espaoles, que entraron y casi totalmente salieron de l en el curso de unos pocos aos, pareca reducirse a discursivas de invectiva ideolgica here-dadas del rgimen trujillista. Aunque el recuerdo de los refu-giados resida como acto cotidiano en muchos hogares de la Repblica, conmemorndosele con hondo aprecio en planos que iban desde el ancdota remoto del otro cultural a la me-moria entraada de un intenso contacto intelectual y humano y familiar dado que no pocos aqu casaron y arraigaron, o se fueron y regresaron, lo cierto es que, por entonces, las fuen-tes escritas sobre el exilio espaol se reducan, digamos, a la historiografa trujilloniana plasmada en obras como La polti-ca exterior de Trujillo, el Libro blanco del comunismo en la Repblica

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    Dominicana o Trujillo, prcer del anticomunismo.1 Aunque la me-moria viva de los dominicanos registraba mucho sobre la his-toria de los republicanos espaoles, nada exista ms all del conjunto de artculos monogrficos sobre personalidades in-telectuales, artsticas y polticas de ese exilio (entre las cuales, por supuesto las de Jess de Galndez y Jos Almoina) apareci-dos en la prensa escrita nacional durante los aos sesenta y los primeros setenta.

    Tampoco era mucho lo que se haba publicado en el ex-terior sobre el caso dominicano como captulo dentro de la historia general del exilio espaol en el continente americano, que comenzara apenas a ser tratado en el marco de las obras generales de Jos Luis Abelln y Javier Rubio.2

    De all el enorme poder de evocacin y el deslumbrado in-ters que produjo la lectura de Memorias de una emigracin, con sus bien documentados captulos sobre la obra del exilio en el plano de la cultura dominicana y con su minucioso recuen-to de las identidades de la Espaa peregrina arribadas al pas. Las Memorias de Llorens dieron a la sociedad dominicana, en suma, las coordenadas precisas por las que comenzara a tran-sitar el largo ciclo de introspeccin y toma de conciencia que alcanza el tema del exilio republicano espaol hoy, particu-larmente tras la serie de actividades conmemorativas que ha venido desplegando el Archivo General de la Nacin en los ltimos dos aos.

    Poco tard la sociedad dominicana en comenzar a recu-perar la memoria colectiva que Llorens se haba dedicado a

    1 Virgilio Daz ordez. La poltica exterior de Trujillo, Impresora Domini-cana, Ciudad Trujillo, 1955; Secretara de Estado de lo Interior. Libro blanco del comunismo en la Repblica Dominicana, Ciudad Trujillo, Editora del Caribe, 1956; Pedro Vergs, Trujillo, prcer del anticomunismo, Editora El Caribe, Ciudad Trujillo, 1958.

    2 Jos Luis Abelln, El exilio espaol de 1939, 6 vols., Madrid, Taurus, 1976-1978; Javier Rubio, La emigracin de la Guerra Civil de 1936-1939. Historia del xodo que se produce con el fin de la II Repblica espaola, vol. 3, Madrid, Librera Editorial San Martn, 1977.

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    sistematizar, tomando inicio un proceso de rememoracin his-toriogrfica que, de modo disperso, en diarios y revistas, fue devolvindonos la semblanza de muchos de los llegados en su paso por las artes plsticas, la Universidad, el teatro, la msica, el periodismo o la poltica dominicanas. A la vuelta de unos aos, hechos como la gran exposicin retrospectiva Los Inmigrantes (celebrada en la Galera de Arte Moderno en mayo de 1989) o el Primer Congreso sobre la Emigracin Espaola hacia el rea del Caribe, fueron muestra de ese esfuerzo introspectivo.

    Este libro surgi por los mismos das en que los dos even-tos citados conmemoraban el cincuentenario de la llegada de los exilados. En los hechos, esta versin constituye la puesta al da de un escrito indito presentado en 1989 al Instituto de Cooperacin Iberoamericana (ICI), organismo que apoy su confeccin con una pequea ayuda de investigacin.3

    Surgi bajo el influjo definido de la resea cultural que nos haba entregado Vicente Llorens, cuyo deslumbrante recuento se quiso profundizar bajo la premisa advertida por el propio au-tor de que las bases de su relato enfrentaban lmites originados tanto en la capacidad de la memoria en cuanto en la imposibili-dad de consultar fuentes y acervos dominicanos. Y surgi tambin del definido propsito de descentrar el anlisis historiogrfico lle-vndolo ms hacia el estudio de la historia de carcter colectivo (y menos al del proceso vivido por las lites intelectuales) y a la reflexin del impacto que la presencia de los inmigrantes haba tenido en la vida dominicana. En otras palabras, el libro al que ahora introducimos naci del inters por reconstruir la historia colectiva de los exiliados en el pas y aquilatar el impacto que su presencia tuvo sobre la sociedad dominicana.

    Mucho ha ganado aqul manuscrito con la espera de estos aos.

    3 Juan, Alfonseca, El exilio espaol en la Repblica Dominicana (1939-1945), Informe final de investigacin a la Comisin Nacional quinto Centena-rio, Mxico, 1989.

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    Por un lado, ha venido sumndose un creciente nmero de trabajos de investigacin generados por acadmicos dominica-nos y espaoles, que le anan el conocimiento de nuevas fuen-tes y enfoques. Asimismo, ha emergido un acervo importante de fuentes testimoniales, tanto de refugiados residentes en la Repblica Dominicana como de reemigrados a otros pases, particularmente tiles para la reconstruccin de cierto tipo de procesos.

    Por otra parte, han sido puestos a consulta del pblico acer-vos documentales enteramente relevantes para la reconstruc-cin histrica de este segmento del exilio espaol. En primer trmino, los de la Junta de Auxilio a los Refugiados Espaoles (JARE), que hoy se encuentran en la red digital y que contie-nen una crnica detallada de los vnculos que ese organismo de la emigracin espaola tuvo, desde Mxico, con los que lle-garon refugiados al pas. Tambin ha sido clasificada y puesta a consulta por la Fundacin Sabino Arana, de Vizcaya, parte de la documentacin del Servicio de Emigracin de Republica-nos Espaoles (SERE), organismo con el que acord el gobier-no dominicano la inmigracin de los refugiados. Del mismo modo, el Ateneo Espaol de Mxico organiz y dispuso para su consulta la documentacin relativa a la delegacin de la Unin de Profesores Universitarios Espaoles en el Extranjero (UPUEE) en Santo Domingo.

    Tambin han contribuido los avances de la era digital, que hoy hacen posible rastrear con facilidad fuentes distantes, tan-to a travs de bsquedas en la red como en los recursos puestos en medio electrnico a disposicin de quienes realizan inves-tigacin en el (Archivo General de la Nacin) AGN, como lo son, entre otros, colecciones digitalizadas de diarios y prensa peridica de la poca, los testimonios orales y la fotografa. Debe remarcarse que pocos acervos ofrecen hoy recursos como los que pone a disposicin del investigador el Archivo, y cmo esto facilita la labor del que, como en mi caso, investiga desde fuera.

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    Pero, sobre todo, a diferencia de 1989: hoy es posible consul-tar el llamado fondo Presidencia de la Repblica, gigantesco acervo en proceso de reorganizacin en el Archivo General de la Nacin, contentivo de informacin cardinalmente impor-tante sobre el actor menos documentado y de mayor inters para la comprensin de este exilio: el rgimen de Trujillo, las motivaciones de su poltica inmigratoria y el carcter de sus relaciones con los refugiados.

    La historia general sobre el exilio espaol en la sociedad do-minicana que aqu se presenta se ha beneficiado de la consulta de esos nuevos acervos, especial y decisivamente del ltimo, en el cual pude indagar recientemente gracias al apoyo del Archivo General de la Nacin.

    Acceder a ese acervo permiti despejar dudas, iluminar as-pectos, percibir procesos que, por el momento, resultaban ig-notos; as como contrastar afirmaciones propias y de otros in-vestigadores. Los Por qu, quines, dnde y cmo del origen de una poltica, cuyas motivaciones, en mucho, slo hemos in-ferido? Cuntos fueron, quines eran, dnde y cmo vivieron los refugiados? Cmo se fueron? qu dejaron? Como se ir sealando en el relato, la documentacin de ese fondo arroja nueva luz a nuestro conocimiento de la historia del exilio re-publicano espaol en la sociedad dominicana.4

    Resultando ser ste, en gran medida, un nuevo escrito y no slo el producto de una labor de correccin y aumento sobre aqul manuscrito: Por qu insistir en sus orgenes?

    Ante todo, porque sigo considerando que constituye una suerte de conclusin preliminar sobre la poltica inmigratoria del rgimen hacia los refugiados, sobre la historia de su llega-da, permanencia y salida de la isla, sobre sus posibles influjos culturales, y sobre algunos otros aspectos ms que bien pue-

    4 En el curso de este escrito se citan numerosos documentos hallados en el Fondo de Presidencia de la Repblica. Por hallarse ste actualmente en proceso de organizacin, no es posible brindar aqu las debidas referen-cias archivsticas.

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    den dar pie a una nueva labor de investigacin. Si bien esta versin resulta mucho mejor documentada en aspectos como la poltica del rgimen hacia la Espaa republicana, la emer-gencia de la poltica de inmigracin hacia los derrotados de la Guerra Civil, la poltica de colonizacin agrcola seguida con ellos, o el uso pragmtico que hizo de todo ello el sistema pol-tico, no puedo dejar de declarar que esta nueva inmersin en los acervos dominicanos me produce el mismo asombro que me produjo hace veinte y tantos aos en materia, por ejem-plo, la presencia intelectual de los exilados en la vida cultural dominicana. Ms afinada hoy la bsqueda y el recuento de los distintos campos de la vida cultural en que se hicieron pre-sentes, considero simplemente aunar nuevos elementos a la labor de ubicacin y rescate de documentos necesaria para el desarrollo de una futura historia cultural e intelectual, materia que constituye la descripcin estricta que contiene el captulo final, donde bien podrn hallar fuentes quienes se interesen en indagaciones temticas ms profundas.5

    Los hallazgos del fondo Presidencia confirman, de modo general, la hiptesis de que la poltica de inmigracin hacia los republicanos espaoles obedeca esencialmente a objetivos de poltica exterior vinculados con el descrdito internacional provocado por la matanza de haitianos de 1937 y que deba-mos excluir del marco de su interpretacin los presuntos fi-nes de orden racial, demogrfico y cultural que se entreveran eclcticamente tanto en el orden del conocimiento acadmico como en las representaciones ciudadanas de sentido comn.6

    5 La edicin de diversos volmenes de compilacin de la contribucin intelectual de los llegados emprendida por el Archivo General de la Na-cin resulta una obra encomiable, que sienta bases para futuros estudios temticos en materia de historia de la cultura dominicana.

    6 He desarrollado esa idea en los escritos: El exilio espaol en la Repbli-ca Dominicana, 1939-1945, Memorias del Primer Congreso sobre la Emigra-cin Espaola hacia el rea del Caribe desde finales del siglo XIX, Santo Domin-go, Fundacin Garca Arvalo, 2002, pp. 315-326; El influjo cultural del exilio espaol en la Repblica Dominicana, en: Alicia Alted y Manuel

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    Al tiempo que refuerza argumentos en contra de vincular la poltica trujillista con propsitos de orden demogrfico y cultural, la nueva documentacin disponible permite arribar a una explicacin ms compleja y dinmica de la propia po-ltica exterior, permitindonos captarla como un proceso de objetivos cambiantes dentro del cual el asunto mismo de la matanza de 1937 se revela como una racionalidad vigente, a lo ms, durante la fase que preludia la decisin de admitir masivamente en el pas a los exiliados, que arribaron ya en el marco de nuevos objetivos de poltica internacional. Pre-eminencia de la poltica exterior, aunque en el marco de un manejo estratgico de la poltica inmigratoria para adaptarla a objetivos cambiantes. Esa es la visin que permite sostener la documentacin de la poltica interior y exterior del rgimen que podemos consultar ahora.

    Finalmente, quiero agradecer de nuevo el apoyo recibido de parte del Archivo General de la Nacin, de su director Ge-neral, el doctor Roberto Cass Bernaldo de quirs (con quien tuve el privilegio de iniciar, hace muchos aos, la indagacin sobre este exilio) y de todas las personas que me brindaron su hospitalidad y apoyo durante la breve estancia de investigacin que realic en la institucin.

    Llusia, directores, La cultura del exilio republicano espaol de 1939, Madrid, UNED Ediciones, 2003, pp. 359-368 y El exilio espaol en la Repblica Dominicana, 1939-1945, en Dolores Pl Brugat (coord), Pan, trabajo y hogar. El exilio republicano espaol en Amrica Latina, INAH, Mxico, 2008, pp. 129-226.

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    captulo primEroEl incidente del trasatlntico Cuba o los oscuros mviles de una poltica de inmigracin en la Era de Trujillo

    El sbado 6 de julio de 1940, arrib al puerto del viejo Santo Domingo de Guzmn el trasatlntico francs Cuba, transportando poco ms de 600 refugiados de la Guerra Civil espaola destinados al pas en arreglo a los tratos migratorios establecidos entre el Gobierno dominicano y el Servicio de Emigracin para Republicanos Espaoles (SERE). Reclutado mayormente en los campos de concentracin franceses de Ver-net y Colliure, el nuevo contingente hubiese elevado a cerca de 3,600 el nmero de los que por ese mecanismo haban lle-gado al pas, pero no se produjo porque, sorpresivamente, el Gobierno desautoriz el desembarco, dando lugar a un poco claro incidente que cancel de facto la apertura inmigratoria del rgimen de Rafael Leonidas Trujillo hacia los vencidos.

    Llegado en la madrugada, al barco se le orden permanecer en el antepuerto, en tanto los representantes de los organis-mos de evacuacin espaoles buscaban una solucin al delica-do impasse en que se hallaba el contingente, carente desde ese momento de un destino cierto en Amrica y ya bajo la juris-diccin formal del gobierno pro-alemn de Vichy, a cuyas r-denes quedara el barco si la tripulacin desertaba del bando aliado. De ocurrir esto, el contingente de refugiados enfren-taba el terrible acecho de ser enviado de vuelta a la Francia ocupada una vez el Cuba arribase a La Martinica, escala final de su travesa.1

    1 Dentro del contingente a bordo del Cuba se hallaban personalidades, cuya aprensin resultaba desde todo punto de vista interesante a las autoridades franquistas, como las de Ramn Gonzlez Pea (dirigente

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    El trasatlntico francs Cuba anclado frente al Placer de los Estudios, en la boca del ro ozama. Fuente: diario La Nacin, AGN.

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    Al da siguiente, la prensa dominicana filtraba versiones de los motivos del Gobierno dominicano para prohibir el ingreso de los refugiados al territorio nacional. Segn el diario La Na-cin, la premura impuesta por el avance alemn haba hecho que la mayora de los pasajeros lo abordase careciendo de la documentacin consular necesaria, aventurndose a salir de Francia en cualquier forma y entrando en el barco de modo intempestivo. Aada, adems, que el contingente no se haba sujetado a la reciente disposicin oficial de que los refugiados europeos llegasen al pas por medio de la Asociacin para el Establecimiento de Colonos Europeos en la Repblica Domi-nicana, con sede en Nueva York.2

    Durante tres das, el asunto se mantuvo envuelto en una aureola de misterio. Anclado frente al viejo Alczar de Diego Coln, en la desembocadura del ro ozama, la prohibicin ab-soluta de subir o bajar del barco llen de expectacin la vida de quienes esperaban en el muelle. La prensa del da 8, por ejemplo, describe con tonos dramticos el incesante viajar de pequeas embarcaciones repletas de personas que se acercan al trasatlntico tratando de encontrar entre los de abordo a algn pariente o amigo.3

    Fue hasta el martes 9 cuando, al fin, se produjo una declara-cin en torno al Cuba. Citando fuentes oficiales, La Nacin de esa maana publica una extensa explicacin sobre las razones

    de la Unin General de Trabajadores y ministro de Justicia durante el segundo gobierno de Negrn), Demfilo de Buen (jurisconsulto del Tri-bunal Supremo) o Matilde de la Torre (periodista y poltica, cercana a Juan Negrn y a Julin Zugazagoitia, quien fue fusilado por Franco en 1940 tras su aprehensin en territorio francs).

    2 En lo sucesivo, DoRSA, siglas en ingls de la Dominican Republic Settle-ment Association. Vase: La mayora sali de Burdeos sin llenar los re-quisitos establecidos para entrar en el pas, La Nacin, Ciudad Trujillo, 7 de julio de 1940.

    3 Se ignora el destino que seguirn los pasajeros del trasatlntico francs, Cuba, anclado en el antepuerto de esta ciudad. La Nacin, Ciudad Tru-jillo, 8 de julio de 1940.

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    de la negativa dominicana. En ella, acusa a la Compaa Ge-neral Trasatlntica Francesa de haber aceptado, movida por el lucro, a todo el que le pudo pagar el pasaje, desentendindose de observar los requisitos sobre visado consular. Tambin se seala que dos meses atrs el Gobierno dominicano haba co-municado a los comits de evacuacin la decisin de no seguir aceptando inmigrantes espaoles pues no se haba cumplido con el precepto de que un 50 por ciento de stos se integrase por agricultores. Dice La Nacin:

    El Gobierno dominicano fue sorprendido al encontrar-se con que entre los miles de espaoles enviados por los comits citados, no se encontraba ningn agricultor pro-piamente dicho, y que en cambio, de manera sistemtica, era enviada a nuestro pas una cantidad de inmigrantes francamente indeseables con muy pocas excepciones ya que no se trataba meramente de personas cuyas ideas o filiacin poltica les obligaron a salir de Espaa [...] sino de gente de profesin desconocida an en su propio pas, y cuya historia prcticamente comienza con la guerra [...] con ttulos y cargos equvocos, que slo justifican en algu-nos casos papeles de dudosa garanta. A esto se aade que las susodichas organizaciones slo le entregaron cincuenta dlares a cada refugiado. Con suma tan pequea, apenas poda vivir una persona dos meses en el pas. Despus, sin un organismo que se dedicara al estudio de las posibilida-des de nuestro territorio para crear fuentes de trabajo [...] quedaron abandonados a su suerte, sin recursos para sub-sistir y sin preparacin para realizar trabajos agrcolas, por ser gente que evidentemente no ha trabajado en la mayor parte de su vida [...] As pues, la actitud de una gran ma-yora de los refugiados, ha sido y sigue siendo desde todo punto de vista censurable. Algunos, en vez de olvidar aqu sus rencillas [...] y deponer sus pasiones, continan tratan-do de formar grupos polticos, comits, organizaciones,

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    realizando as actividades incompatibles con su condicin de refugiados; y lo que resulta an peor es que con esto diseminan prejuicios e ideas perjudiciales para el pas que les ha acogido, en el disfrute de una era de paz y trabajo.4

    Por lo anterior, el Gobierno decida no aceptar a los refugia-dos del Cuba, reiterando que todo aquel que, en lo sucesivo, llegara, deba hacerlo por conducto de la DoRSA. El trasatln-tico permaneci en el antepuerto de Santo Domingo dos das ms y zarp el da 11 de julio hacia La Martinica, donde los emigrantes trasbordaron al vapor Saint Domingue que los con-dujo a Mxico, pas que los haba admitido por las gestiones de la Junta de Auxilio a los Republicanos Espaoles (JARE) ante el general Lzaro Crdenas.5

    Como nota final y con los rasgos de una clara poltica de produccin de sentido, La Nacin sellaba la trama histrica del Cuba con el relato de un incidente en que se haba envuelto el celador de puerto, Miguel A. Herrera, dominicano, quien puso en peligro la vida al lanzarse en aguas del ro ozama por la inflexible actitud del capitn francs de zarpar sin demora, levando anclas sin escuchar su ruego de hacer sonar el silbato para que una lancha de la Administracin del puerto lo re-cogiese y negndose, incluso, a proporcionarle un salvavidas cuando le dio a conocer su decisin de saltar. En la escena cruel del dilogo entre el dominicano y el francs, los refugia-dos espaoles entran del siguiente modo:

    Los refugiados que haban recibido algo de tierra y haban calmado su hambre, le insultaron. A esto, se haban arremolinado alre-

    4 Los refugiados del trasatlntico francs Cuba, en situacin muy difcil para poder desembarcar en el pas, La Nacin, 9 de julio de 1940.

    5 El acuerdo aparece en el folleto que rene la correspondencia suscitada por el incidente: Documentos relativos a la entrada en Mxico de los pasajeros espaoles del Trasatlntico Cuba, no admitidos en la Repblica Dominicana, Mxico, versin mimeografiada, 1940.

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    dedor del celador varios refugiados que no pudieron des-embarcar en sta por razones ya ampliamente informadas por la prensa. Todava disfrutaban de algunos comestibles que les fueren enviados de regalo desde esta tierra, por personas caritativas de esta ciudad, entre las que se cuen-tan segn informes de gente del puerto el general Rafael Leonidas Trujillo Martnez (Ramfis), don Alejandro Ibarra y otras. Muchos comenzaron a burlarse de Herrera al verle en tan apurada situacin, y otros pasaron directamente a los insultos, de la manera ms injusta e inesperada En medio de gente que le era francamente hostil, prefiri co-rrer el albur de lanzarse al agua, a pesar de que por all abundan los tiburones6

    El tono del enfoque dado por La Nacin al tema de los re-fugiados contrasta vivamente con el trato que ese diario, en particular, haba dispensado a los desembarcos iniciados ocho meses atrs con la llegada del Flandre, el 7 de noviembre de 1939 y con la versin general sostenida por los medios de co-municacin sobre la solvencia moral e intelectual del colectivo refugiado en el pas, sobre su esfuerzo por adaptarse a una nueva vida y sobre los beneficios que derivaba de todo ello la sociedad dominicana. Viniendo de La Nacin, diario propie-dad del dictador, lo publicado era signo de que, profunda y amenazadoramente, las relaciones del rgimen de Trujillo con los refugiados haban cambiado.

    La negativa a dar refugio al contingente del Cuba dejaba definitivamente atrs los das en que la Guerra Civil Espaola motivaba de parte del rgimen dictatorial sonadas declaracio-nes humanitaristas en defensa del derecho de asilo, para abrir paso a una etapa de confrontacin poltica con el colectivo re-fugiado en el pas. Curiosamente, no sera La Nacin el medio por el que los refugiados y la sociedad dominicana en general

    6 La Nacin, 11 de julio de 1940, p. 9.

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    seguiran percibiendo los contornos del cambio de actitud del rgimen. Poco ms de ese tenor aparecera en las pginas del diario, que, justo en la vspera, haba dedicado dos notas edi-toriales dedicadas a destacar la vigencia de los principios hu-manitarios proclamados por Trujillo y el inters y el deber de practicarlos, incluso, por sobre los peligros de infiltracin del enemigo extranjero.7

    A poco de partir el Cuba, el diario La Tribuna publicaba una caricatura alusiva al tema de los refugiados extranjeros en cuyo cintillo, en una suerte de metfora inversa de la del celador, podan leerse algunas de las ideas con que comenzara a re-presentarse en crculos oficiales la presencia de los refugiados espaoles: la decepcin inmigratoria y la peligrosidad poltica. Puesto al calce de la escena donde un hombre levanta en vilo a otro con la intencin de lanzarlo al mar, el cintillo deca:

    Extranjero ingrato! te abrimos nuestros brazos hospita-larios y nos pagas con ingratitudes, haciendo propagandas subversivas de empresas que merecen todo crdito. Vinis-tes en barco de tu pas, de donde te arrojaron por algo mal hecho que hicistes pero ahora vas a tener que regresar nadando. Como estoy haciendo a ti se le debe hacer a to-dos aquellos que en vez de regar nuestros campos con agua extrada de la fuente de la gratitud, se complacen en hacer todo lo contrario. PERRo INDESEABLE!8

    Das despus, era el diario La Opinin el que volva sobre es-tas representaciones. Comentando la Apelacin a Trujillo,9

    7 Vase La cariosa espera a los hurfanos de la guerra europea Un problema de defensa y un deber de humanidad, La Nacin, editorial, 8 de julio de 1940.

    8 Diario La Tribuna, Ciudad Trujillo, 30 de julio de 1940. Negritas en el original.

    9 Apelacin a Trujillo, La Opinin, Ciudad Trujillo, 12 de agosto de 1940.

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    una carta abierta donde una fraccin de los exilados le solici-taba intervenir en defensa de los principios del derecho asilo violados en Francia por la GESTAPo, que haba entregado al rgimen franquista a Julin Zugazagoitia, Cruz Salido y otros lderes, prximos a ser ejecutados, La Opinin afirmaba:

    Hay muchos de estos refugiados que observan una con-ducta discreta y agradecida, pero la mayor parte de ellos, con una tozudez digna de haber sido aplicada en mejor ocasin, no piensan en otra cosa que en la poltica de Espaa, aprovechando las garantas condicionales de que disfrutan para desahogar sus odios y para hablar en el pas de doctrinas que jams podrn aclimatarse, ni si-quiera superficialmente, entre nosotros Porque ya lo hemos dicho muchas veces lo que aqu deseamos y ne-cesitamos en materia de emigracin es la llegada de gente trabajadora e inclinada a arraigar entre nosotros DEFINI-TIVAMENTE y no a los que carecen de todo sentimiento de gratitud y se expresan o se conducen de una forma censurable o desdeosa.10

    Semanas ms tarde, cuando visitaba el pas el seor Jos Toms y Piera, enviado por la JARE para conocer sobre la an-gustiosa situacin en que viva la mayora de los exilados, la pizarra pblica del Nuevo Diario sentenciaba lo siguiente:

    Estn de plceme los refugiados espaoles con la llegada al pas del exministro don Jos Toms y Piera, que a ma-nera de Mesas viene a resolver la situacin econmica de los mismos y a prepararles la maleta a cuantos deseen tras-ladarse a Mxico. Es una buena oportunidad que se nos presenta a los dominicanos de que nos saquen de aqu a

    10 A propsito de una apelacin, La Opinin, Ciudad Trujillo, 14 de agos-to de 1940.

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    muchos elementos que se han hecho acreedores a nuestro desprecio. que se vayan de aqu los que no desean vivir aqu!11

    En suma, la explicacin que comenz a configurarse oficio-samente sobre la poltica de inmigracin de refugiados espa-oles desarrollada desde mediados de 1939 tendi a construir imgenes que hacan aparecer, por un lado, al Gobierno do-minicano como parte defraudada en los arreglos migratorios establecidos con los organismos de evacuacin republicanos, mientras, por el otro, presentaba a los llegados como una co-lectividad que no haba correspondido la hospitalidad domini-cana. En qu medida reflejaban esas imgenes las realidades del proceso de incorporacin a la sociedad dominicana segui-do por los refugiados en los meses previos?

    En relacin con los presuntos fines agrcolas de la poltica del rgimen haba existido, ciertamente, una gran desorgani-zacin. A la hora del incidente, la gran mayora de las colonias agrcolas pobladas con refugiados ostentaba un perfil produc-tivo muy bajo, por no decir que inexistente. Iniciados muchos de los asentamientos hacia finales del mes de febrero de 1940 (apenas cuatro meses antes del arribo del Cuba), la situacin imperante en la mayora de ellos era humana y productiva-mente deplorable. Poseyendo, generalmente, profesiones de base urbana, una gran mayora de los llegados no era apta para el trabajo agrcola y presentaba graves problemas de adapta-cin climtica al medio rural dominicano, lo que aunado a la ausencia de apoyos productivos y tcnicos que facilitasen su esfuerzo de adaptacin a la vida de las colonias intervino de modo relevante en los magros resultados que registraban hacia julio de 1940.

    La fallida campesinizacin y el xodo hacia las ciudades presionaba en tal modo los espacios urbanos que pronto, muy

    11 Nuevo Diario, Ciudad Trujillo, 16 de octubre de 1940.

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    pronto, el exilio espaol comenz a ser considerado como un fenmeno problemtico. Justo en los das en que el rgimen se empeaba en interesar a Roosevelt en la capacidad de la Rep-blica Dominicana para absorber refugiados europeos, cientos de espaoles desocupados se amontonaban en las ciudades, re-clamando ayuda de sus organismos para ser evacuados del pas.

    Sin embargo, el Gobierno dominicano no poda, en rigor, declararse defraudado por el fracaso agrcola de la inmigracin. Como veremos, ese fracaso no obedeca, estrictamente, a la ca-pacidad organizativa y financiera del SERE en cuanto a cumplir con la proporcin de agricultores establecida y dotar los recur-sos adecuados para su establecimiento productivo, sino que tuvo tambin mucho que ver con la propia capacidad o inters del Gobierno para impulsar los fines que deca perseguir.

    De hecho, ms de un lector tuvo que sentirse confundido al leer en La Nacin que al contingente del Cuba se le negaba la entrada por el envo sistemtico de poblacin no agriculto-ra. No slo porque los fines de fomento agrcola se hallaron relativamente ausentes como marco explicativo en la llegada de los tres contingentes que arribaron durante 1939, sino por-que el propio diario se haba encargado de difundir imgenes triunfalistas y promisorias sobre los alcances de la colonizacin agrcola. Entre abril y junio de 1940, el diario public repor-tajes y notas editoriales que proyectaban una visin exitosa del proceso de colonizacin; sus ttulos son suficientemente expresivos: Colonizacin progresiva y eficaz, Un nuevo as-pecto de la colonizacin agrcola dominicana, Espaoles en la agricultura, Los colaboradores de Trujillo. Hombres de Espaa en El Seibo, adems de un extenso reportaje a doble pgina dedicado a la colonia de Pedro Snchez.12

    12 Refugiados espaoles en Pedro Snchez, La Nacin, 6 de abril de 1940; Espaoles en la agricultura, La Opinin, 12 de abril de 1940; Coloni-zacin progresiva y eficaz, La Nacin, 22 de abril de 1940; Un nuevo aspecto de la colonizacin agrcola dominicana, La Nacin, 17 de mayo de 1940; Los colaboradores de Trujillo. Hombres de Espaa en El Sei-bo, La Nacin, 9 de junio de 1940.

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    Pero si las imgenes vertidas por la prensa en los meses pre-vios al arribo del Cuba contradecan la versin de la decepcin agricultora, en mucho mayor medida contradecan la idea de un colectivo inmigrado integrado por personas francamente indeseables con muy pocas excepciones. Muchos eran los tcnicos y profesionales que en esos das, ttulos equvocos o no, elevaban el nivel de desempeo de las polticas pblicas del rgimen, segn poda leerse en las propias pginas del dia-rio, que se constituy en foro sistemtico de la accin cultural del exilio en los distintos mbitos en que este incida.13

    La diseminacin de prejuicios e ideas, aspecto que, sin eufemismos, debe entenderse como la difusin de ideologas anarquistas, socialistas o comunistas no dejaba de ser, a lo ms, un fenmeno de carcter informal y cotidiano, pues las distintas configuraciones polticas del exilio evitaron preme-ditadamente la manifestacin pblica de sus representaciones polticas, o al menos lo hicieron hasta los das del incidente.14 En principio, la inquietud poltica por el posicionamiento crtico que los exilados asuman colectivamente frente al es-cenario de la guerra mundial, los avances del totalitarismo y el problema de la democracia, resulta ser el nico elemento

    13 Memorias de una emigracin, de Vicente Llorens [Barcelona, Ariel, 1975] proporciona un extenso, aunque ciertamente parcial, recuento del in-flujo cultural que ejerci el exilio espaol en la sociedad dominicana. He intentado profundizar ese recuento desde una perspectiva menos centrada en glosar la labor cultural de la lite intelectual de este exilio en el escrito El exilio espaol en la Repblica Dominicana, 1939-1945, que forma parte de la obra coordinada por Dolores Pl Brugat, Pan, tra-bajo y hogar. El exilio republicano espaol en Amrica Latina, Mxico, Instituto Nacional de Antropologa e Historia; Instituto Nacional de Inmigracin, 2007.

    14 En la circular no. 1 de la delegacin de Accin Republicana Espaola en el pas (julio de 1940) se deca: Como quiera que las circunstan-cias especiales de nuestra situacin en esta Repblica no aconsejan la celebracin de una Asamblea, cosa que expresa la referida alusin de manifestaciones pblicas. Archivo Personal de Bernardo Giner de los Ros (APBGR en lo sucesivo).

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    que podra explicarnos la sorpresiva dureza de lo expresado por La Nacin, cosa que obliga a resolver analticamente la paradjica apertura de un rgimen totalitario a la inmigra-cin de un exilio liberal, de izquierdas en todos sus matices posibles.

    Por qu facilit el dictador la inmigracin de una co-lectividad que haba librado una guerra por principios e ideologas sociales por su inspiracin proscritos en la ley dominicana?15 qu cambi en adicin a esto en la ma-nera de pensar del decisor supremo de un rgimen poltico que, slo tres aos atrs, pareci desestimar la inmigracin al pas de un reducido ncleo de judos agricultores a partir de lo que le aconsejaba su Canciller, que era que los nicos judos en el mundo que se dedican a la agricultura son los judos polacos, y los judos polacos son comunistas,16 qu lo hizo considerar que no ofreca peligro para el pas la lle-gada de numerosos contingentes de comunistas, socialistas y anarquistas espaoles?

    1. Los anlisis sobre la poltica de inmigracin y asilo del dictador Trujillo hacia el exilio espaol

    El hecho de que la poltica que hizo llegar a la Repblica Dominicana alrededor de cuatro mil refugiados espaoles tuviese un carcter informal, carente de bases institucionales claras e inmerso en el secreto y esquivo mundo de los procesos de poltica pblica durante la tirana, traslada una apreciable carga de ambigedad a las interpretaciones esbozadas por los

    15 En octubre de 1936 Trujillo envi al Congreso la primera ley antico-munista que conoci la legislacin dominicana (con excepcin de una orden Ejecutiva de 1921), la nmero 1203, que penaba severamente las actividades de propagacin de ideas anarquistas y comunistas.

    16 Ernesto Bonetti Burgos (Secretario de Relaciones Exteriores) a Rafael L. Trujillo, Ciudad Trujillo, 26 de octubre de 1936.

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    historiadores sobre los determinantes y la naturaleza de la po-ltica seguida hacia el exilio republicano.

    Las hiptesis sobre esta inmigracin han tendido a producir un marco explicativo caracterizado por el empleo de mltiples variables presentes en la sociedad dominicana de la por enton-ces ya decenaria dictadura. El anlisis ha sido, por ello, mult-voco y, podra decirse, en cierto modo eclctico y confuso.

    Procesos de poltica exterior e interior, por supuesto (an-lisis de la poltica-poltica en la apertura al exilio: relaciones internacionales, propaganda, control interno), aunque tam-bin como mandato derivada de otras polticas del Estado (en materia de demografa, fomento agrcola, etc.) o con procesos informales presentes en el Estado dominicano como la corrup-cin y el despotismo burocrtico.

    Las propias cifras del nmero de exiliados llegado a la Re-pblica Dominicana han admitido tambin falta de uniformi-dad, lo que es igualmente expresin del carcter informal de la poltica. Voces autorizadas dentro del exilio, como Jess de Galndez y Jos Almoina Mateos, dieron, en su momento, cl-culos divergentes sobre el nmero de refugiados que llegaron a la isla a partir de 1939. Galndez consideraba que esa cifra de-ba situarse entre las cuatro y las cinco mil personas, cantidad que rebasaba la estimacin del segundo, para quien definida-mente ms de cinco mil personas llegaron a la isla entre 1939 y 1941.17 Hacia finales de la dcada del cincuenta, un apologista de la dictadura public, por ejemplo, que los refugiados ha-ban sido aproximadamente siete mil.18

    17 Jess de Galndez, La Era de Trujillo, Santiago de Chile, Pacfico, 1956, p. 382. Puede verse tambin: Gregorio Bustamante, Una satrapa en el Caribe. Historia puntual de la mala vida del dspota Rafael Leonidas Trujillo, ciudad de Guatemala, Ediciones del Caribe, 1949, p. 104. Este libro se atribuye a Jos Almoina Mateos, quien lo habra dado a publicar bajo seudnimo al gobierno de Guatemala, entonces enfrentado al dictador, y a causa del cual, segn se dice, sera eventualmente asesinado el autor en la ciudad de Mxico por sicarios del rgimen trujillista.

    18 Pedro Vergs, Trujillo, prcer del anticomunismo, Ciudad Trujillo, Editora El Caribe, 1958.

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    Las estimaciones que han hecho estudiosos contemporneos presentan tambin ciertas divergencias. Javier Rubio19 habla de ms de tres mil, lo mismo que Bernardo Vega20 y Consuelo Naranjo;21 Charles Gardiner, por su parte, asume que la Rep-blica Dominicana recibi aproximadamente 3 mil refugiados espaoles, una cifra que muchos elevaran a 4 mil, 5 mil y aun a 6 mil, agregando que el nmero exacto de los llegados no puede ser determinado en razn del desorden del tiempo de guerra y por la retencin inadecuada de los registros por parte tanto del SERE como del Gobierno Dominicano.22

    Generalmente, los historiadores basan sus clculos en las ci-fras reportadas por los desembarcos masivos de exilados llega-dos a puertos dominicanos entre 1939 y 1940, sin aventurarse a contabilizar las llegadas que se produjeron fuera de ellos, bajo la forma de arribos individuales o de pequeos grupos familiares. Este procedimiento es tambin el que informa las estimaciones dadas en estudios recientemente aparecidos, como son los que figuran en las obras colectivas Historia general de la emigracin espaola a Iberoamrica23 y El ltimo exilio espaol a Amrica,24 donde se asume que fueron alrededor de tres mil.25

    19 Javier Rubio, La emigracin de la Guerra Civil de 1936-1939. Historia del xo-do que se produce con el fin de la II Repblica espaola, vol. 1, Madrid, Librera Editorial San Martn, 1977.

    20 Bernardo Vega, La migracin espaola de 1939 y los inicios del marxismo- le-ninismo en la Repblica Dominicana, Santo Domingo, Fundacin Cultural Dominicana, 1984.

    21 Consuelo Naranjo orovio, Transterrados espaoles en las Antillas: un acercamiento a su vida cotidiana, Anuario de Estudios Americanos, XLIV, Sevilla, 1987.

    22 Charles Gardiner, La poltica de inmigracin del dictador Trujillo, Santo Do-mingo, UNPHU, 1979.

    23 Historia general de la emigracin espaola a Iberoamrica, 2 vols., Madrid, quinto Centenario-Historia 16-CEDEAL, 1992.

    24 Luis de Llera Esteban (coord.), El ltimo exilio espaol en Amrica, Madrid, Mapfre, 1996.

    25 Debe refutarse lo que se afirma en una de esas contribuciones en relacin con la llegada a la isla de cinco mil refugiados vascos entre 1939 y 1940, dato seguramente debido a un error. Vase: Jos Azcona, La participacin

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    Como los registros migratorios dominicanos no distinguie-ron la condicin poltica de los espaoles llegados al pas entre 1939 y 1945, el nico dato cierto para estimar la magnitud del exilio lo constituyen los poco ms de tres mil llegados en los embarques masivos. Sin embargo, constituyen una hiptesis mnima pues no registran el movimiento menos perceptible de las llegadas aisladas. Segn las fuentes migratorias domi-nicanas, el nmero de los inmigrantes que arribaron a la Re-pblica Dominicana entre 1939 y 1945 fue el que se muestra en el Cuadro 1: los registrados como llegados al pas en ese lapso suman 4739 personas, poco ms del 50 por ciento de la cifra de tres mil en que coinciden los historiadores contem-porneos. Sin duda, los 1739 espaoles llegados fuera de los grandes desembarcos no fueron todos refugiados, muchos for-maran parte del movimiento usual de ciudadanos espaoles que viajaba a Santo Domingo por sus vnculos con la vieja colo-nia residente. Puede, sin embargo, pensarse que la mayora de este grupo s lo era, de una u otra manera, pues el monto de la vieja colonia apenas ascenda a 1,500 personas y es de dudarse que se duplicase en el transcurso de tan solo cinco aos.

    vasca en la empresa migratoria americana, en Historia general de la emigra-cin espaola a Iberoamrica, vol. 2, Madrid, quinto Centenario-Historia 16-CEDEAL, 1992, p. 495.

    Cuadro 1Inmigracin y emigracin de espaoles en

    la Repblica Dominicana 1939-1945

    Ao Entradas Salidas Balance acumulado1939 1,602 1,001 6011940 2,256 1,052 1,8051941 400 925 1,2801942 93 442 9311943 71 208 7941944 112 570 3361945 205 605 -34Total 4,739 4,803 -64

    Fuente: Anuario Estadstico de la Repblica Dominicana 1939-1945.

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    Aunque resulta una tarea que ms adelante se enfrentar, precisar las divergencias puede no tener gran valor historio-grfico ya que, como seala Rubio, la poltica de inmigracin dominicana constituy generalmente para los refugiados un episodio para la reemigracin hacia otras repblicas ameri-canas. De mayor importancia resulta, empero, tratar de com-prender la propia poltica inmigratoria y el papel que ella jug en relacin con el rgimen trujillista.

    En ausencia de bases documentales firmes, las interpreta-ciones sobre la paradjica poltica de inmigracin del rgimen dictatorial han hecho jugar diversos factores. Por una parte, los historiadores han tendido generalmente a convalidar los propios argumentos esgrimidos por el rgimen como motivo para negar el ingreso a los pasajeros del Cuba y cancelar la apertura a la inmigracin masiva de refugiados espaoles, esto es, se ha admitido que los intereses de colonizacin agrcola realmente estimularon los contactos con el SERE. La tesis del trujillismo sobre el fracaso del proyecto inmigratorio por in-cumplimiento de la contraparte espaola en cuanto al envo de agricultores tesis que sigui figurando en explicaciones oficiales posteriores,26 ha sido aceptada sin crtica por los aca-dmicos a la hora de explicar la hechura de la poltica.

    El inters colonizador del rgimen dominicano se asume bajo el doble aspecto de poltica para el incremento de la pro-duccin agrcola y de poltica con objetivos de carcter demo-grfico. Segn Naranjo, Trujillo inscriba la llegada de los re-fugiados espaoles dentro de los deseos de poblar el pas con mano de obra blanca y fomentar el desarrollo de la agricultura mediante la creacin de colonias, inters que lo habra llevado a ofrecer en la Conferencia de Evian de 1938 la recepcin de

    26 Por ejemplo, la que el Gobierno dominicano daba hacia mediados de la dcada del cincuenta al explicar el origen y la presencia de actividades comunistas en el pas. Ver: Repblica Dominicana, Secretara de Estado de lo Interior (SEI), Libro blanco del comunismo en la Repblica Dominicana, Ciudad Trujillo, Editora del Caribe, 1956.

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    hasta cien mil refugiados europeos, con el requisito de que stos fuesen agricultores de raza blanca.27 El inters por fo-mentar la produccin agrcola nacional es recogido tambin por De Llera, para quien la poltica inmigratoria de Trujillo tena como objetivo fundamental atraer colonos para explotar las zonas frtiles todava incultas, especialmente en la regin fronteriza con Hait.28

    Los objetivos demogrficos de la poltica han formado parte de la interpretacin historiogrfica, aunque en esto los histo-riadores se han distanciado del discurso oficial para poner en juego otros elementos histricos como la poltica de domini-canizacin de la frontera y la matanza de ciudadanos haitianos de 1937. Rubio, por ejemplo, seala que el ofrecimiento de Trujillo no estaba motivado por afinidades polticas [...] sino por los ambiciosos, y un tanto utpicos, planes de desarrollo demogrfico [...] Al fin y al cabo la Repblica Dominicana era, y es, un pas esencialmente agrcola, con un problema de in-suficiencia demogrfica especialmente agudo ante el relativa-mente superpoblado Hait.29 Esta idea es argida por Azcona en un estudio reciente, al afirmar que la Repblica Dominica-na de Trujillo procedi siguiendo una poltica de ambicioso desarrollo demogrfico a hacer pblica la oferta de acoger entre 50 mil y 100 mil exiliados espaoles que desearan pros-perar en los trabajos agrcolas, el comercio, la industria y aun el ejercicio de las profesiones liberales, afirmacin que yerra al sealar que el rgimen ofreci aceptar esos fabulosos con-tingentes de exiliados espaoles, confundindolos con el caso de los judos centroeuropeos tratado durante la conferencia de Evian.30

    27 C. Naranjo, Transterrados espaoles pp. 521-524.28 E. de Llera, El ltimo exilio espaol en Amrica, p. 76.29 Javier Rubio, La emigracin de la Guerra Civil de 1936-1939, pp. 188-189.30 Jos Azcona, Actitudes ante la guerra civil espaola en las sociedades

    receptoras, en Historia general de la emigracin espaola a Iberoamrica, vol. 1, Madrid, quinto Centenario-Historia 16-CEDEAL, 1992, p. 545.

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    Lo racial pesa ms en la explicacin de Vega, para quien el inters del tirano se vio, adems, mediado por su deseo de mejorar la raza y acentuar el carcter hispnico de la cultura dominicana, concibiendo la llegada de los refugiados dentro del proyecto de dominicanizacin de la frontera con Hait, re-gin en la que crearan un cordn humano de grupos hispa-nos asentados en colonias que fungira como barrera demo-grfica y cultural a la penetracin negra.31 Esta nocin de una estrategia demogrfica relacionada con la soberana nacional es tambin puesta en juego por De Llera, quien afirma que esta colonizacin servira adems de freno a la presin cre-ciente de la poblacin haitiana.32

    otro aspecto definitorio en la hechura de la poltica lo han sido las relaciones exteriores y el status del rgimen de Trujillo en el orden poltico internacional. Vega, por ejemplo, destaca la ingente necesidad del dictador por hacerse aparecer ante la opinin internacional como el gran demcrata que reci-be a los refugiados y desposedos de la humanidad, poltica de imagen que persegua contrarrestar la adversa propaganda desatada contra el rgimen a raz de la matanza de quince mil nacionales haitianos en octubre de 1937. En lo esencial, esta hiptesis sobre la poltica inmigratoria recupera el plantea-miento de Galndez33 en relacin con la poltica exterior del trujillismo, luego desarrollada profunda y convincentemente por Gardiner.34

    Como se ver ms adelante, Azcona confunde la cifra comprometida por el Gobierno en la Conferencia de Evian de 1938 en cuanto al nmero de refugiados europeos que podra recibir la Repblica Dominicana, con las negociaciones que puntualmente sostuvo con el SERE, mismas que permanecen desconocidas hasta el presente.

    31 B. Vega, La migracin espaola de 1939 y los inicios, p. 45.32 E. de Llera, El ltimo exilio espaol en Amrica..., p. 76.33 J. Galndez, La Era de Trujillo, pp. 381-388.34 Gardiner parece subsumir todos los proyectos de inmigracin materiali-

    zados por el rgimen entre 1938 y 1958 a la lgica del impacto de la ma-tanza de haitianos. A nuestro juicio, las de espaoles y judos realizadas

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    El factor corrupcin tambin ha sido esgrimido como hi-ptesis del desarrollo de la poltica. Fue Almoina quien abri esta vertiente interpretativa al denunciar, bajo el seudnimo de Gregorio Bustamante, los circuitos corruptos que desde el origen atravesaron la poltica de asilo, circunstancia que, inclu-so, podra hacerse extensiva a la poltica global de inmigracin planteada por el Gobierno dominicano en la conferencia de Evian.35 Vega tambin abunda en esta perspectiva, sealando el cobro de fuertes sumas a cambio del visado consular, parti-cularmente en el caso de las solicitudes individuales.36

    Los factores enunciados constituyen una suerte de supues-tos de conocimiento comnmente aceptados entre quienes han estudiado el exilio espaol en la Repblica Dominicana. Cierto eclecticismo en cuanto al origen de la poltica subyace a la gran mayora de los estudios, con excepcin del de Gardi-ner, que asume que el proyecto de recibir en el pas a los refu-giados espaoles se vincul esencialmente con la proyeccin de imgenes que contrarrestasen la percepcin negativa que dej en la comunidad internacional la matanza de haitianos de 1937. De modo quizs ya naturalizado, distintos estudios del presente recuperan esa tradicin eclctica de explicacin de la poltica trujillista, como es palpable en los trabajos de Barb, Caete y Liln, formando adems parte frecuente en la explicacin que dan de su paso por la isla muchos de los refugiados entrevistados.37

    en 1939-1940 tuvieron evidente vinculacin con ella y con la necesidad del rgimen de allegarse favorablemente a la administracin Roosevelt, con el fin ulterior de obtener apoyo en las negociaciones sobre el control norteamericano de las aduanas del pas. Las migraciones posteriores, en las que Trujillo cuenta ya con el respaldo norteamericano, obedecen a la necesidad de proyectar la imagen de demcrata y anticomunista.

    35 G. Bustamante, Una satrapa en el Caribe..., p. 204.36 Vase C. Gardiner, La poltica de inmigracin...; C. Naranjo, Transterrados

    espaoles en las.., y B. Vega, La migracin espaola de 1939 y los inicios ...37 Ver Elisenda Barb, Els camins de lexili: Lexili oblidat de la Repblica

    Dominicana, Journal of Catalan Studies, 2008, pp. 93-108; Carmen Caete,

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    Aunque muchos dominicanos, de cualquier condicin inte-lectual, leyeron desde pticas racistas e hispanistas la poltica que traa a los refugiados espaoles, es difcil sostener que el rgimen efectivamente se hallase interesado en asentarlos en el pas. Analizado como proceso de implementacin, desde el reclutamiento en los consulados de Pars y Burdeos la poltica del Estado dominicano deja ver un dbil inters por lograr la efectiva insercin de los llegados en la agricultura. Basta ob-servar, en ese sentido, la dinmica posterior a su llegada para comprender que ni la recepcin, ni el asentamiento ni las me-didas de sostn de los refugiados en las colonias agrcolas del Estado dominicano parecieron enmarcarse en la lgica de una poltica que persiguiera ese tipo de fines.38

    En este trabajo interesa examinar las bases histricas de esas versiones sobre la poltica trujillista. En abono de una supera-cin del eclecticismo en que se encuentran los estudios sobre el tema, tratar de mostrar cmo fueron esencialmente intereses situados en la esfera de las relaciones internacionales los que dominaron la historia del exilio en el pas. Esta hiptesis ex-ploratoria no excluye la presencia de ideas sobre demografa,

    Aspectos sobre raza y nacin en dos obras del exilio espaol en la Rep-blica Dominicana: Blanquito (1942) y Medina del Mar Caribe (1965), Migraciones y Exilios. Cuadernos de AEMIC, 2008, pp. 31-48; Domingo Li-ln, Propaganda y poltica migratoria dominicana durante la Era de Trujillo (1930-1961), Historia y Comunicacin Social, (4), 1999, pp. 47-71. A medida que el tema de los exilios espaoles adquiere inters, surgen nuevas hiptesis, como la de Teresa Pmies para quien el propsito de Trujillo fue el de someter a los republicanos ms significativos de los partidos de izquierda a condiciones humillantes y aniquiladoras. Vase Teledebat ozama, Dossier de Treball: Vicen Riera Llorca, en http://www.xtec.es. consultado el 24 agosto 2011.

    38 Adems de requerir desembolsos financieros, un inters de tal tipo pre-cisaba de ciertos aspectos colaterales que, aunque no eran garanta de xito, creaban un clima social que le era favorable, como la extensin de la ciudadana, como se ofreca, por esos mismos das, a los refugiados ju-dos que proyectaba traer la DoRSA. Volveremos posteriormente sobre el trato diferenciado que daba o estaba dispuesto a dar el rgimen a uno y otro grupo de refugiados.

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    fomento agrcola, cultura y corrupcin, aspectos que emergie-ron como procesos de apropiacin e interpretacin cultural puestos en juego por la llegada de los exiliados, e independien-tes de un ncleo de decisin poltica cuya racionalidad se orien-t por intereses esencialmente centrados en la produccin de una imagen internacional favorable al rgimen.

    Tras la matanza de haitianos, Trujillo intent por varios me-dios contrarrestar la imagen negativa que haba quedado en el concierto de naciones, particularmente en Estados Unidos, cuyo apoyo le resultaba cardinal. Para tal efecto, el rgimen gestion la edicin de artculos publicitarios sobre el clima de libertades que viva el pas, activ las relaciones pblicas de sus embajadas en las principales capitales occidentales y se aboc a la proyeccin de un supuesto inters humanitario personal sobre el ascenso blico en Europa. En este sentido, una situa-cin inmejorable se le present al rgimen en ocasin de la conferencia convocada por el presidente Roosevelt para tratar el problema de los refugiados judos que generaba la expan-sin del nazismo. Celebrada en el mes de julio de 1938 en Evian-les-Bains, poblado situado en la orilla francesa del lago Leman, la conferencia brind la ocasin para hacer notar al mundo el rango descomunal del compromiso de su rgimen con los ideales democrticos y humanitarios. En momentos en que gobiernos realmente preocupados por el problema judo mantenan cautela en cuanto a comprometer cuotas inmigra-torias, el delegado dominicano hizo la oferta de acoger en el pas hasta 100 mil refugiados europeos, oferta que tena evi-dentes fines propagandsticos.39

    39 Es interesante reproducir la impresin que tuvieron los asistentes al escu-char la oferta dominicana: Fue entonces cuando el representante de la Repblica Dominicana sugiri a una asombrada reunin la posibilidad de establecer finalmente 100 mil refugiados... Esta oferta, generosa hasta el punto de parecer casi irreal, estaba en contraste tal con las precavi-das... de... otros gobiernos que resultaba sobresalir de la conferencia en conjunto. El establecimiento de refugiados en la Repblica Dominica-na, La Nacin, Ciudad Trujillo, 12 de abril de 1940.

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    En ese contexto de poltica de propaganda orientada a lavar la imagen del rgimen por la masacre y a insertarlo en los vien-tos democrticos que comenzaron a correr en el mundo ame-nazado por el totalitarismo, es que se sita pragmticamente la apertura al exilio espaol. Como argumentaremos, una vez cumplidos los fines propagandsticos esperados, el rgimen dej de preocuparse del aspecto migratorio mismo e hizo a un lado la creacin de condiciones para su asimilacin en la socie-dad dominicana. Logrado cierto impacto publicitario, el ab-surdo de una inmigracin liberal fomentada por un rgimen dictatorial, tendi a aflorar de manera evidente, dando paso a relaciones de oposicin que, inauguradas con el incidente del Cuba, tenderan a acentuarse paulatinamente.

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    captulo sEgundoLa Guerra Civil espaola en la poltica exterior de Trujillo

    1. La Guerra de Espaa como teln de representaciones polticas

    Poseemos descripciones aproximadas de la lgica y la prag-mtica de la poltica exterior de Trujillo en torno a la Guerra Civil Espaola, pobladas de imgenes inexactas, como la que destaca Vega, citando a la oposicin dominicana en voz de Germn E. ornes, sobre la presunta ambivalencia del hecho de que el Gobierno mantuviese relaciones diplomticas con la Rep-blica mientras reprima a sus simpatizantes locales y permita la organizacin local de Falange Espaola. o la de un pragmatismo mercantilista, que destaca que esa ambivalencia obedeca al inte-rs de mantener los negocios de exportacin de bienes alimen-ticios al bando republicano y al de sostener la lucrativa venta de visas con fines de apropiacin patrimonialista corrupta.1

    La poltica de Trujillo no era ambigua. Pensar que por eso lo era deriva en una descripcin slo aparente, donde son pues-tos fuera de consideracin los delicados equilibrios internacio-nales que se fueron sucediendo a lo largo de los aos treinta, donde no slo se produjeron radicales cambios geopolticos del mundo en ascenso blico sino igualmente recomposicio-nes en las relaciones hemisfricas en que se desempeaba el rgimen dictatorial dominicano.

    En lo general, la poltica hacia la guerra espaola fue obe-diente del principio de No Intervencin sostenido por el

    1 Bernardo, Vega. Nazismo, fascismo y falangismo en Repblica Dominicana, Santo Domingo, Fundacin Cultural Dominicana, 1986, p. 356. En su momento, circularon versiones que implicaban al representante domini-cano en Madrid en hechos de corrupcin relacionados con la venta de visados para viajar al pas. Vase B. Vega, La migracin espaola..., p. 94.

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    La Repblica Dominicana no olvida que fue la Isla Espaola de Coln y da hospitalidad a 200 nios hurfanos de nuestra guerra. Un chiquillo nacido en la Legacin, mientras el padre combata. Ha sido apadrinado por el Presidente de aquella Repblica. Fuente: Cintillo del reportaje aparecido en el semanario Mundo Grfico de Madrid, ao XXVII, no 1336. Foto: tomada del semanario Mundo Grfico, Madrid, 9 de junio de 1937).

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    Departamento de Estado norteamericano y por las potencias eventualmente aliadas, principio que se esmer formalmente en cumplir y sobre el que fue capaz de construir una repre-sentacin propagandstica e imaginaria que logr capitalizar polticamente en el plano de las relaciones internacionales.

    Una poltica de vistosa obediencia de los mandatos hemisf-ricos del Departamento de Estado a la par que una poltica de proyeccin de imagen internacional orientada a legitimar a un rgimen que tema se lo asimilase como de ms en ms se ha-ca con el ascenso totalitario. Una poltica que, por supuesto, fue cambiando los objetos que subsidiariamente persegua ob-tener, ora en materia de proyeccin del hispanismo del pueblo y el Jefe dominicanos, ora para la proyeccin humanitaria del estadista, ora para la ejemplificacin de la modernizacin democrtica nacional presuntamente en curso. Una poltica, por ltimo, que tom lugar desde el inicio mismo de la con-tienda espaola y que transit con relativa estabilidad hasta su fin, adaptndose a circunstancias que fueron luego emergien-do, como El Corte en la frontera domnico-haitiana de octubre de 1937, suceso que, en efecto, pudo ejercer un claro principio ordenador en la eventual llegada de los refugiados espaoles en 1939, pero en el que no se agotan todos los procesos que conllev la implementacin de la poltica inmigratoria.

    El inters del rgimen trujillista en los asuntos de la guerra de Espaa se hizo pblico en noviembre de 1936, cuando el secretario de Relaciones Exteriores, Ernesto Bonetti Burgos, instruy a su Legacin en Madrid brindar asilo a los hurfanos de guerra con el objeto de formar un contingente que sera luego enviado a la capital dominicana, donde se les proporcio-nara hogar, pan y escuela. El cable deca:

    Presidente Trujillo, en conmovedora expresin de sus mag-nnimos sentimientos raciales espaolistas, ha dispuesto que usted aloje y conserve en la Legacin a los nios hur-fanos de ambos sexos para enviarlos en primera ocasin

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    a esta capital, donde el Presidente Trujillo, de su propio peculio, costear su mantenimiento y educacin.2

    En aquellos cruentos das del sitio de Madrid, el mensaje del secretario Bonetti fue ampliamente difundido por la prensa, que elogi aquel gesto como el debido al jefe de un pueblo que pudo conciliar su independencia con su espaolidad, como llegara a decirse tiempo despus en alguno de los nu-merosos reportajes que dedicara la prensa republicana al es-tablecimiento y desarrollo de la Guardera Infantil Presidente Trujillo en la Legacin diplomtica dominicana.3

    El tema de los asilados de la Legacin dominicana en Ma-drid que llev a la Cancillera dominicana a insinuar la ruptu-ra de relaciones con la Repblica Espaola cuando las autori-dades republicanas amagaron con regularlo en el invierno de 1936 dio pie al desarrollo de una recurrente propaganda en la prensa espaola sobre el clima de modernizacin y libertad que viva la sociedad dominicana bajo el rgimen de Trujillo, destacndose particularmente ideas sobre el acendrado hispa-nismo del Jefe del Estado y del pueblo dominicano, los avances democrticos del pas y el sentido social de las polticas del Gobierno hacia sus nacionales.

    Meses ms tarde, en julio de 1937, el auditorio del pregn humanitarista de la poltica de asilo y proteccin de hurfanos desbordara el marco espaol para proyectarse al plano inter-nacional, al declarar Trujillo a la Associated Press su preocupa-cin por la lucha que desgarraba a la Madre Patria, ante la cual entenda era un deber mantenerse neutral, vanaglorindose de haber sido [...] el primer Jefe de Estado que ha acudido en auxilio de los [...] hurfanos y destacando la actitud asumida por nuestra Legacin en Madrid al defender [...] el sagrado de-

    2 Repblica Dominicana amparar y educar a los hurfanos de guerra espaoles, La Libertad, Madrid, 28 de noviembre de 1936.

    3 Generoso ofrecimiento de la Repblica Dominicana, ABC, Madrid, 30 de noviembre de 1936.

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    recho de asilo [...] al abrir sus puertas a todos los perseguidos, sin distincin de tendencias polticas, atendiendo slo a indecli-nables deberes de humanidad.4

    La actuacin de la Legacin dominicana en Madrid durante la guerra, que, efectivamente, dio asilo a un nmero no deter-minado de hurfanos, ancianos y perseguidos polticos de am-bos bandos, se convertira en uno de los mitos del humanismo trujillista. En el corto plazo, esas declaraciones se convertiran en pieza de oratoria epistolar en las comunicaciones con que la Secretaria de Relaciones Exteriores dominicana respondi a las distintas iniciativas diplomticas latinoamericanas en relacin con la Guerra Civil Espaola, como la de Reconoci-miento de Beligerancia a los bandos en pugna promovido por el Gobierno uruguayo en octubre de 1937, o la iniciativa de mediacin por el cese de hostilidades impulsada por Cuba a inicios de 1938. Interesadas originalmente en replicar fideli-dad al principio de No Intervencin, cada ocasin sirvi para que la Cancillera dominicana insertase in extenso las afamadas declaraciones, valindose de ellas para negar tanto la solicitud uruguaya como la cubana.5 Justo en los das en que el inci-dente de la matanza comenzaba a alarmar a la comunidad in-ternacional, el rgimen ratificaba no slo su neutralidad ante el conflicto sino que se vala contingentemente de ste para proyectar la imagen de un rgimen humanitario. Pieza pross-tica de uso diplomtico, las declaraciones a Prensa Asociada del verano de 1937 circularon igualmente en peridicos del continente por instancia de la Cancillera dominicana, que da

    4 Declaraciones del 19 de julio de 1937 al corresponsal de Prensa Aso-ciada. Tomado de Virgilio Daz ordez, La poltica exterior de Trujillo, Ciudad Trujillo, Impresora Dominicana, 1955.

    5 Joaqun Balaguer, subsecretario en funciones de secretario de Estado de Relaciones Exteriores a Excelentsimo Presidente de la Repblica, Ciu-dad Trujillo, 21 de octubre de 1937; Julio ortega Frier, secretario de Relaciones Exteriores a Roberto Despradel, ministro plenipotenciario de la Repblica Dominicana en La Habana. AGN, fondo Presidencia de la Repblica, expediente sin clasificar.

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    muestra de haber solicitado a sus ministros en las capitales del hemisferio americano un papel de activa vigilancia sobre su difusin.6

    Hasta ese momento, la Guerra Civil haba dado lugar esen-cialmente a una poltica de imagen en torno a un rgimen crecientemente identificado con el autoritarismo y a un de-nodado respeto a la poltica de No Intervencin. Del cable de Bonetti (noviembre de 1936) a las declaraciones a Prensa Asociada (julio de 1937), nada permitira vincular el acerca-miento del rgimen con la Repblica Espaola con el espec-tro futuro de la matanza de haitianos, salvo que imaginsemos una paciente, premeditada y maquiavlica accin en pos de decisiones que tena previsto tomar.

    Una nueva ocasin para mostrar las preocupaciones huma-nitarias por la guerra de Espaa se present en octubre de 1938, cuando visit el pas el prestigiado intelectual y poltico Fernando de los Ros, embajador de la Repblica Espaola en Washington, con el objeto de dictar una conferencia en la con-memoracin del cuarto centenario de la Universidad de Santo Domingo. Trujillo tuvo un primer encuentro con De los Ros en la visita que ste le gir a la Hacienda Fundacin donde conversaron sobre el problema de la guerra civil por espacio de varias horas, segn coment la prensa. Sobre la conversa-cin con Trujillo, el embajador De los Ros report luego a su superior, el ministro lvarez del Vayo:

    6 En el mediano plazo, el tema de los hurfanos de la Legacin domi-nicana en Madrid dara pie a una verdadera exgesis jurdica, que en 1941 pugn con el aval de acadmicos norteamericanos como Gordon Ireland por hacer del gesto trujillista materia de hito en la historia del Derecho de Asilo. Vanse los artculos del abogado Benigno del Castillo aparecidos en la Revista Jurdica Dominicana (El asilo diplomtico y la genial concepcin del Presidente Trujillo en el caso de la contienda civil espaola y Asilo Diplomtico, no. 2, 1939 y no. 3, 1941) y el firmado por Constancio Bernaldo de quirs, exiliado ya en el pas, (El asilo diplomtico de los imbeles, no. 1, 1942), quien, discretamente, sita la importancia real del gesto.

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    El General Trujillo, que contina siendo virtualmente el director de la poltica de Santo Domingo, me invit a almorzar y durante tres horas charlamos de Espaa y sus problemas. Me dijo si poda preguntarme con entera liber-tad y como le respondiese que incluso le rogaba que as lo hiciera, fue, con gran inters y mucha atencin preguntn-dome por los orgenes de nuestra lucha, valor supuesto del comunismo del Gobierno espaol, valor real de la invasin, etc., etc. Este aspecto, el de la invasin de fuerzas extran-jeras llamadas por un General espaol al verse desasistido por su pueblo lo impresion tanto, que lo consider tan incomprensible como reprobable. Los rebeldes lo han pre-sionado mil veces, pero l que no deja de ser inteligente, ha rechazado las solicitudes de ellos y creo que est ganado para nuestra causa. Me prometi que enviaran con cierta periodicidad, yo le insinu que cada tres meses y lo acep-taron, dos mil quinientas a tres mil toneladas de azcar y lo que puedan de cacao, caf y tabaco. Ayer he recibido en carta de la que le incluyo copia, un donativo de 5,000 dlares.7

    La prensa dominicana dio una inusitada cobertura a las acti-vidades desarrolladas por el embajador De los Rios, reflejando particularmente su entrevista con Trujillo y los mensajes de salutacin que ambos continuaron cruzando tras su partida.8

    Aunque las demostraciones humanitaristas a De los Ros ocurran ya en el contexto de opinin internacional posterior a la matanza de 1937, es posible argumentar que no obedecan entera y necesariamente slo al inters de seguir divulgando una imagen humanista del rgimen genocida ya que, poco tiempo atrs, tras la conferencia de Evian del mes de julio, el

    7 Archivo de La Residencia de Estudiantes, Fondo Fernando de Los Ros, Embajada de Espaa en Washington, Flder 21.9.

    8 Varios reportes parecen tanto en el Lstin Diario como en La Opinin de los das 29 y 30 de octubre de 1938.

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    El Embajador de la Repblica Espaola, don Fernando de los Ros. Fuente: fotografa tomada del libro de Fernando de los Ros, Ciencia y Conciencia, Universidad de La Habana, La Habana, 1956.

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    humanismo trujillista haba resonado ampliamente con la es-trepitosa oferta hecha por el representante dominicano de re-cibir entre 50 y 100 mil judos desplazados por los avances del nacional-socialismo. Adems de producir un marco propicio al nuevo refrendo del tema humanitario, otros motivos tornaban al Embajador Fernando de los Ros en persona de particular inters para el Gobierno dominicano. Por un lado, su cercana con el Departamento de Estado norteamericano, que tena en alta estima su opinin y consejo sobre las actitudes polticas de los gobiernos latinoamericanos, por otro, el ascendente que tena su figura en el cuerpo diplomtico internacional acredi-tado en Washington.

    Poco despus de su entrevista con Trujillo en la Hacienda Fundacin, De los Ros describa a su superior, el ministro l-varez del Vayo lo siguiente:

    La agresividad de Alemania e Italia en Centro y Sud Am-rica les ha hecho comprender [a los EE.UU. J.A.] cuan verdad es la tesis que desde mi llegada haba venido soste-niendo. Ahora, con gran nobleza no slo reconocen que tena razn, sino que en mi conferencia con Mr. Hull el 25, me pregunt con insistencia cules pueblos crea yo que se situaran frente al punto de vista de ellos y le dije que estaran ms o menos cerca de E.U. [sic] en la misma medida en que lo estuvieran cerca de nosotros: Argentina, Uruguay, Per, Guatemala, Nicaragua, Honduras y El Sal-vador seran las ms difciles para ellos, como lo son para nosotros. Aprovech la ocasin para explicarle ese ngulo trascendental de nuestra actitud poltica, que estaba respal-dada por mis conversaciones con Trujillo y Batista, hechas pblicas en la prensa: no hay opcin hoy para los pueblos hispanoamerica-nos: o conciertan con lealtad una cooperacin internacio-nal con los Estados Unidos asegurando su independencia y libertad, o abren la brecha por donde irrumpa en Amrica

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    el fascismo iniciando una etapa pretoriana de vasallaje co-lonial. Esta coincidencia en la necesidad de que Amrica este unida ante la contienda fuertsima que se inicia de-termin en Mr. Welles estas palabras: No poda haberme proporcionado usted una mayor alegra en mi vida; por ser usted quien es y por ser el Embajador de Espaa.9

    La alegra del secretario Summer Welles por las opiniones recibidas de Fernando de los Ros sobre Amrica Latina posi-blemente alegrase tambin al rgimen dominicano, por aqul entonces requerido de dar muestra permanente de lealtad al campo democrtico internacional y de diluir lo que, para mu-chos, eran inclinaciones secretas filonazistas.

    De la visita del embajador republicano en octubre de 1938 a la derrota final de la Repblica Espaola en marzo-abril de 1939, no se produjo ningn nuevo gesto de vocacin humani-taria a propsito de la contienda espaola, reactivndose dis-cursivamente de nuevo esa poltica cuando la realidad de los refugiados espaoles en Francia comenz a activar las preocu-paciones humanitarias de quienes eventualmente integraran el campo aliado.

    Hasta entonces, el rgimen dictatorial mantuvo claramente su obediencia a la No Intervencin, no slo mediante su ac-cionar frente a las cancilleras del rea latinoamericana sino, incluso, en su reconocimiento final al gobierno nacionalista de Francisco Franco, que procedi slo hasta que los Estados Uni-dos lo hicieron.10

    Sin embargo, la adhesin al principio formal de la No Inter-vencin y el mantenimiento de relaciones diplomticas con el Gobierno legalmente constituido de la Repblica Espaola no excluy, por supuesto, el ejercicio de una poltica de verdadero

    9 Archivo de La Residencia de Estudiantes, Fondo Fernando de Los Ros, Embajada de Espaa en Washington, Flder 21.9.

    10 Cordell Hull a ministro Andrs Pastoriza, Washington, 11 de abril de 1939.

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    acercamiento estratgico con el movimiento nacionalista, de lo que da testimonio la abundante documentacin oficial referida al tema de los asilados en la Legacin Dominicana en Madrid.

    Cuntas y cul tipo de personas se asilaron en la Legacin que presida en Madrid el ministro Csar Tolentino es algo sobre lo que existen, igualmente, versiones slo relativamente aproximadas, tanto en lo relativo a sus cifras como a su cali-dad poltica y civil. Una de las escasas afirmaciones al respecto la hace Vega, al sealar que la prensa puertorriquea haba reconocido en 1939 la figura del ministro en Madrid, Csar Tolentino,

    por su actitud pues la Legacin ofreci refugio a 2,796 personas, y all nacieron nios y murieron viejos, al tiempo que Tolentino ayudaba para que pudieran salir hacia Santo Domingo.11

    Tal estimacin parece exagerada, juzgndola a partir de la reconstruccin del orden cotidiano de la Legacin reportado tanto en la documentacin oficial dominicana como en las des-cripciones in situ que reflej, en su da, la prensa madrilea.

    La actividad de asilo y refugio de la Legacin hubo de tomar inicio poco antes del telegrama de Bonetti de noviembre de 1936, incrementndose posiblemente a medida que el com-bate por la defensa de Madrid fue recrudecindose y radicali-zndose el clima poltico interior en la ciudad. En septiembre de 1937, un reportaje del diario ABC sealaba que alrededor de 400 personas se encontraban albergadas en la Legacin y en instalaciones anexas que sta arrend con el propsito de darles cabida.12 Sin embargo, un informe elaborado pocos das antes por el subsecretario de Relaciones Exteriores, Joaqun

    11 B. Vega, Nazismo, fascismo y falangismo..., p. 356.12 El Presidente Trujillo, demcrata verdadero, ha hecho una gran obra

    de transformacin de su pas, Madrid, ABC, 9 de septiembre de 1937, pp. 8-9.

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    Balaguer, a propsito de la inminente evacuacin de los asi-lados en Legaciones extranjeras a Valencia, donde se haba desplazado el Gobierno republicano, deca:

    Aprovecho la oportunidad para informar al Excelentsimo Seor Presidente que en nuestra Legacin en Madrid hay 63 asilados [52 varones y 21 hembras] [sic] y 8 refugiados dominicanos, de los cuales ltimamente han salido algu-nos, y 62 refugiados espaoles, de los cuales han salido ya 16. Entindese por asilados las personas que hallndose perseguidas estn bajo el amparo de nuestro pabelln, y por refugiados, las que no estando en ese caso, han busca-do refugio al lado de sus familiares asilados, o porque se han visto obligados a evacuar sus hogares destruidos en la zona de la ciudad batida.13

    Un mes ms tarde, el ministro Csar Tolentino afirmaba que en la Legacin permanecan cuarenta y dos albergados, inclu-yendo tres dominicanos y familiares Viuda Parra.14 Crecera en gran medida las personas asiladas en la Legacin durante el resto de la guerra? Todo parece indicar que no, pues poco rastro deja en la documentacin oficial posterior resguarda-da el asunto de los asilados y refugiados bajo la jurisdiccin dominicana. Incluso los mticos 200 nios que integraran la expedicin que hallara albergue en suelo dominicano bajo la proteccin personal del dictador pareci esfumarse, no lle-gando a concretarse jams ningn traslado de esa naturaleza.15

    13 Joaqun Balaguer, subsecretario en funciones de Secretario de Estado a Presidente de la Repblica, Ciudad Trujillo, 1 de septiembre de 1937.

    14 Ministro Csar Tolentino a secretario de Estado Ernesto Bonetti Burgos, Madrid, 21 de octubre de 1937.

    15 B. Vega indica que el plan de asilo a hurfanos de guerra contempla-ba dar amparo a 5 mil infantes. Sin embargo, las versiones del Ministro dominicano en Madrid apenas especularon, en un primer momen-to, con el proyecto de trasladar a la capital dominicana un total de 100 nios, cifra que luego se aument hasta 200. El propio secretario Bonetti Burgos destacaba en tono quejoso cmo En distintas oportuni-

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    En julio de 1937, el diario bonaerense La Nacin publicaba cables desde Madrid donde se afirmaba que, hasta entonces, la Legacin dominicana en Madrid haba dado refugio a un total de 578 personas, de las cuales 63 se hallaban en condicin de asilados polticos.16

    quines eran, polticamente, los asilados y refugiados de la Legacin en Madrid. Muchos de los hurfanos eran, en efecto, hijos de milicianos del bando republicano, como el bautiza-do por el ministro Tolentino bajo el padrinazgo de Rafael L. Trujillo ante el cuerpo extranjero acreditado en Madrid.17 Sin embargo, quienes eran considerados propiamente asilados pa-recen haber sido personas perseguidas polticamente por el Gobierno republicano, a juzgar por los frecuentes agradeci-mientos recibidos en esos das por el Gobierno dominicano. Por ejemplo, el que dirigi el Comandante de Regulares de Tetun, seor Francisco Cubeiro, agradeciendo el papel des-empeado por el cnsul dominicano en Madrid, seor Juan de olzaga quien vino favoreciendo la vida de muchos seres desgraciados residentes en la Zona Roja y transmitiendo noti-cias de su estado de salud a sus familiares y amigos que estn en la del Generalsimo Franco, o la que tambin dirigi a Trujillo el seor Jos Nez Alegra, director del diario sal-mantino El Adelanto, expresando tambin su reconocimiento a la labor del cnsul dominicano pues dicho Sr. olzaga ha contribuido para poner a salvo a cientos de desgraciados, principalmente nios y mujeres, que estaban en poder de las furias marxistas.18

    dades se le ha requerido al Ministro Tolentino definir la situacin de los nios que componen la Guardera Presidente Trujillo, y gestionar su embarque a esta ciudad, sin que hasta ahora esta cuestin haya sido diafanizada satisfactoriamente. Secretario Bonetti Burgos a Presidente de la Repblica, Ciudad Trujillo, 11 de mayo de 1937.

    16 Tulio M. Cestero, ministro dominicano en Buenos Aires a Secretario de Estado de Relaciones Exteriores, Buenos Aires, 2 de junio de 1937.

    17 El Presidente Trujillo, Loc. cit., p. 9.18 Comandante Francisco Cubeiro a Secretario de Relaciones Exteriores de

    la Repblica Dominicana, Vigo, 17 de noviembre de 1937; Jos Nez

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  • 52 juan b. alfonsEca ginEr dE los ros

    Viva San Domingo Por haber re-conocido Espaa Nacional y Gene-ral Franco. Con voto respetuoso de Ao Nuevo. Postal de Felicitacin enviada espontneamente a Trujillo desde Leipzig por M.C. Schulze. Fuente: (AGN, fondo Presidencia de la Repblica).

    J u a n olzaga

    Rafael Leonidas Tr u j i l l o Molina

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    Asilar o dar refugio a personas de ambos bandos podra re-sultar coherente con el principio de neutralidad suscrito por el Gobierno dominicano: una neutralidad que, por razones humanitarias, se ejercera tanto en favor de los simpatizantes del movimiento nacionalista cuanto en de los del bando repu-blicano. Sin embargo, tras la defensa aparente del principio de No Intervencin, la diplomacia dictada por el Presidente do-minicano fue activa en cuanto a procurar un cierto equilibrio estratgico, dando muestras de confluencia con las posiciones de cada uno de los bandos. As, mientras se emitan gestos de lealtad al gobierno republicano legalmente constituido (firma de un nuevo tratado comercial en 1936, establecimiento de un Comit de Aproximacin Hispano-Dominicano, control de las organizaciones falangistas en la isla, ofrecimientos de ayu-da como los hechos al embajador De los Ros, entre otros), el rgimen daba tambin muestra de solidaridad con el campo poltico que suscriba el movimiento nacionalista.

    Por ejemplo, el cable que el propio presidente Trujillo envo en agosto de 1936 al Papa Po XI expresndole el sincero pe-sar y el gran dolor con que contemplamos las graves desgracias que en Espaa estn sufriendo la Iglesia Catlica, el Clero, las rdenes religiosas y en especial las abnegadas Hermanitas de la Caridad,19 el tenue control efectivamente ejercido sobre la organizacin pblica local del bando nacionalista y, en suma, el concurso puesto al aislamiento poltico y militar de la Rep-blica con la defensa diplomtica del principio de neutral