101
LA CARTA A LOS ROMANOS P. Steven Scherrer Tomo IV (Capítulo IX-XI)

LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

  • Upload
    others

  • View
    2

  • Download
    0

Embed Size (px)

Citation preview

Page 1: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

LA CARTA A LOS ROMANOS

P. Steven Scherrer

Tomo IV (Capítulo IX-XI)

Page 2: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

2

ÍNDICE

Capítulo nueve y diez 3 La situación salvífica de Israel 9, 1-13 3 Dios no es injusto 9, 14-29 12 La justicia que es por fe 9, 30-10, 21 26 Capítulo once 54 El remanente de Israel 11, 1-10 54 La salvación de los gentiles 11, 11-24 63 La restauración de Israel 11, 25-36 85

Page 3: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

3

CAPÍTULO NUEVE Y DIEZ

LA SITUACIÓN SALVÍFICA DE ISRAEL 9, 1-13

“Verdad digo en Cristo, no miento, y mi conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo, que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón. Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne” (Rom 9, 1-3). San Pablo tiene gran amor por los judíos, su propio pueblo. Es por eso que escribe esta carta, para convencerlos que Cristo es su Mesías, el cumplimiento de su ley y de todo el Antiguo Testamento. Tiene mucho dolor a ver que la mayoría de los judíos no han aceptado a Cristo.

“…que son israelitas, de los cuales son la filiación, la gloria, los pactos, la promulgación de la ley, el culto y las promesas” (Rom 9, 4). Dios ha preparado a su pueblo por un largo tiempo para Cristo, dándole la filiación en sentido metafórico, no como él nos la ha dado actualmente en Cristo, pero aun así los israelitas fueron la posesión particular de Dios más que todo otro pueblo (Ex 19, 5). Cuando el Señor envió a Moisés al Faraón, le dijo, “Y dirás a Faraón, el Señor ha dicho así: Israel es mi hijo, mi primogénito. Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo, para que me sirva…” (Ex 4, 22-23). Esto fue un modo metafórico para decir que Israel tenía una relación única con Dios, de gran intimidad. Ha recibido su revelación positiva, la preparación directa para la encarnación, para hacerlo un pueblo preparado y santo en que Dios pudo, al fin, encarnarse para que todos fuesen divinizados por contacto con él.

Nuestra filiación en Cristo es el cumplimiento de esta filiación metafórica del Antiguo Testamento. Nosotros, sus herederos, somos en verdad hijos adoptivos de Dios por nuestra unión con el único Hijo divino encarnado en nuestra carne. Por contacto con él, somos divinizados y hechos, por adopción, lo que él es por naturaleza, hijos de Dios.

De los judíos también es la gloria. Dios se reveló a ellos en su gloria en el desierto, en el Monte Sinaí, en la tienda en el desierto, y en el templo. En el desierto Dios le dio a su pueblo el pan del cielo, el maná, “Y hablando Aarón a

Page 4: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

4

toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en la nube”, y el Señor dijo a Moisés, “Al caer la tarde comeréis carne, y por la mañana os saciaréis de pan, y sabréis que yo soy el Señor vuestro Dios” (Ex 16, 10-12). Y “En la tarde sabréis que el Señor os ha sacado de la tierra de Egipto, y a la mañana veréis la gloria del Señor” (Ex 16, 6-7).

Así fueron instruidos los israelitas en las cosas de Dios, y así experimentaron la gloria del Señor. Es una gloria que experimentaron juntos en el desierto y también en sus corazones, como él resplandece ahora en la faz de Cristo en nuestros corazones. Así Dios preparó a su pueblo para este cumplimiento en Jesucristo, “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Cor 4, 6).

Ya vivimos en este esplendor en Jesucristo, y este es el cumplimiento directo de la preparación que Dios dio a los israelitas. Así pues, ahora podemos mirar esta gloria de Dios en Jesucristo y ser transformados por ella en la misma gloria que contemplamos, es decir: en la imagen del Hijo, como afirma san Pablo: “mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Cor 3, 18).

Instruyendo a los israelitas y preparándolos para esta gloria en nuestro corazón, resplandeciendo en la faz de Cristo, Dios apareció a ellos en gloria en el monte Sinaí. “Y la apariencia de la gloria del Señor era como un fuego abrasador en la cumbre del monte, a los ojos de los hijos de Israel” (Ex 24, 17). Así ellos fueron iniciados y acostumbrados poco a poco, paso a paso, a la gloria del Señor en medio del pueblo y en medio de sus corazones. Así Dios les preparó por el resplandor de Jesucristo que les transformará en hijos adoptivos de Dios, verdaderos hijos de la luz (1 Ts 5, 5). Por eso entendemos el gran amor que san Pablo tiene por los judíos del Antiguo Testamento y por sus descendientes que fueron sus contemporáneos. Así entendemos la pena que él siente al ver que la mayoría de ellos no aceptaron el cumplimiento en Cristo de toda esta bella preparación.

Entonces cuando los israelitas armaron la tienda de reunión en el desierto, la gloria del Señor la llenó, e Israel experimentó ahí la gloria de Dios: “Entonces una nube cubrió el tabernáculo de reunión, y la gloria del Señor llenó el tabernáculo. Y no podía Moisés entrar en el tabernáculo de reunión, porque la nube estaba sobre él, y la gloria del Señor lo llenaba” (Ex 40, 34-35). Dios quiso que su pueblo, su hijo primogénito, lo experimente a él en gloria para ser así preparado para la gloria que resplandecerá en sus corazones en Jesucristo, por la encarnación del Verbo eterno en carne humana para su iluminación y divinización.

Page 5: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

5

Los israelitas también han recibido los pactos, cuando por repetidas veces Dios hizo pactos con ellos. Es decir: Dios entró en una relación especial con su pueblo, para prepararlo para el Nuevo Pacto en Jesucristo, el cual los divinizaría con el esplendor del Verbo eterno, encarnado y humanado, resucitado, glorificado y sacramentado, entrando en la carne de su nuevo pueblo con su propia carne ya divinizada y sacramentada, para divinizarnos a nosotros.

La preparación por todo esto fue los pactos que Dios concluyó con su pueblo. “En aquel día hizo el Señor un pacto con Abraham, diciendo, “A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Eufrates” (Gen 15, 18). Después, en el Monte Sinaí, Moisés “tomó el libro del pacto y lo leyó a oídos del pueblo, el cual dijo, Haremos todas las cosas que el Señor ha dicho, y obedeceremos. Entonces Moisés tomó la sangre y roció sobre el pueblo, y dijo, He aquí la sangre del pacto que el Señor ha hecho con vosotros sobre todas estas cosas” (Ex 24, 7-8). Este pacto de Sinaí tenía una ley y fue sellado con sangre. Así fue preparado el pueblo de Dios para el nuevo pacto sellado en la sangre del Hijo de Dios hecho hombre. En este nuevo pacto, ellos podrían vivir renovados y divinizados en la sangre de Dios, viviendo una vida nueva según la ley nueva, la ley del Espíritu, la ley de las bienaventuranzas, la ley del amor, del amor perfecto e indiviso a Dios, y al prójimo.

Por eso san Pablo menciona aquí también el gran don de la ley a los israelitas. Es sólo Israel, de todos los pueblos del mundo, que ha recibido la ley escrita por Dios para prepararlo para la ley nueva de Jesucristo, la ley del Nuevo Testamento.

También los israelitas recibieron el culto. Dios los preparó así para el día en que lo adorarían en espíritu y en verdad. Así fueron preparados por medio de su culto de sacrificios para entender el gran sacrificio del Hijo de Dios hecho hombre. Y así entendieron que en el culto, uno se ofrece a sí mismo, simbolizado por el animal sacrificado, a Dios. Cristo se sacrificó a sí mismo, y nosotros nos sacrificamos a nosotros mismos en amor al Padre con él. Así fueron los israelitas preparados para aceptar y entender este gran sacrificio que es el culto del Nuevo Testamento, el culto y adoración perfecto de Dios en espíritu y en verdad, como Dios quiere ser adorado (Jn 4, 23). ¡Qué tristeza san Pablo sintió a ver que, después de toda esta preparación, tantos israelitas no aceptaron a Cristo!

También san Pablo menciona las promesas que Israel ha recibido, sobre todo las promesas mesiánicas. Abraham vivía por la promesa de Dios. Vivía en esperanza. Era un hombre de esperanza (vea nuestro comentario sobre Rom 4). No dudó esta promesa, porque fue Dios que lo hizo. Por eso aunque no supo cómo esta promesa pudiera ser cumplida, sin embargo “él creyó al Señor, y le fue contado por justicia” (Gen 15, 6). El Señor lo contó como justo

Page 6: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

6

por su fe en la promesa de que tendría una gran descendencia y que se le daría toda esta tierra por posesión suya: “Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia” (Gen 15, 5). Y el Señor le dijo: “A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Eufrates; la tierra de los ceneos, los cenezeos, los cadmoneos, los heteos, los ferezeos, los refaítas, los amorreos, los cananeos, los gergeseos, y los jebuseos” (Gen 15, 18-21).

Abraham fue un hombre de visión, dada a él por Dios. Él vivía de esta visión, que le dio esperanza cuando todo alrededor de él fue sin esperanza. Así pudo sobrevivir y superar estas dificultades y permanecer un hombre de fe, un hombre de amor a Dios, y un hombre de gran esperanza, porque fue un hombre de la promesa. Dios le dijo: “Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré y engrandeceré tu nombre, y seréis bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Gen 12, 2-3).

Israel supo que ella misma era una bendición en la tierra para toda la humanidad, que todo hombre sería bendito por medio de ella, y que un día vendría de ella el Mesías, y en sus días “morará el lobo con el cordero” (Is 11, 6), y que una paz celestial descendería sobre toda la tierra, porque el Mesías sería Dios-con-nosotros, Emmanuel, Dios viviendo en la tierra, en medio de los hombres, uniéndolos con Dios. Y “lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán limite, sobre el trono de David y sobre su reino” (Is 9, 7). Estas son las promesas por las cuales Israel vivía, y por las cuales san Pablo también vivía, viendo su cumplimiento en Jesucristo. ¡Qué pena tenía al ver que la mayoría de estos mismos judíos no aceptaron al que cumplió estas promesas!

“…de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es sobre todo, Dios bendito por los siglos. Amen” (Rom 9, 5). Los judíos tienen los patriarcas: Noé, Abraham, Isaac, Jacob y sus doce hijos, especialmente José. Tenemos el relato inspirado de sus vidas en el libro de Génesis. Este relato es una fuente inagotable de meditación sobre la vida virtuosa, y cómo Dios protege y recompensa a sus siervos fieles en todas las vicisitudes de la vida. Así Dios nos revela cómo él quiere que vivamos y cómo él siempre protege a sus siervos virtuosos. El relato inspirado de los patriarcas es tan relevante para nuestra meditación hoy como lo fue para la de los hebreos del Antiguo Testamento.

El relato de las vidas de los patriarcas es Sagrada Escritura, inspirada por Dios, para nuestra meditación e instrucción. Cuántas riquezas son contenidas en estas historias para inspirarnos en nuestra vida de fe con Dios uno puede ver, por ejemplo, en el comentario bello y masivo de san Juan Crisóstomo sobre Génesis. ¡Cuántas riquezas insospechadas él supo sacar de estos relatos tan conocidos!

Page 7: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

7

Estos son los patriarcas a quienes los judíos tenían para guiarse en cada época. La pauta general de las vidas de los patriarcas nos enseña que Dios los protege y enriquece por su fidelidad en todos los problemas de la vida. Es una lección importante para cada cristiano, como san Juan Crisóstomo está constantemente subrayando en su comentario. Podemos revisar nuestra vida y ver en ella la verdad de esta enseñanza. Cuando hemos sido fieles, Dios nos ha enriquecido y dado muchos regalos y bendiciones.

De estos patriarcas ha venido el Mesías, Cristo, según la carne, “el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén” (Rom 9, 5). Cristo es nuestro Dios. Es igual que el Padre, aunque vivió en forma del hombre. ¡Qué pena que los judíos, que tienen tanto y han tenido tanta preparación, no han aceptado a Jesús como su Mesías y Dios! Han aceptado toda la preparación, pero el objeto de esta preparación no lo han recibido.

“No es que haya fallado la palabra de Dios. Pues no todos los descendientes de Israel son Israel” (Rom 9, 6). San Pablo dice que no todos los israelitas son israelitas verdaderos, como no todos los cristianos son cristianos verdaderos. Él ya ha dicho algo semejante: “Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra” (Rom 2, 28-29). Pues, muchos judíos que rechazaron a Cristo fueron, según san Pablo, no judíos verdaderos en su corazón y espíritu, sino sólo exteriormente. El verdadero judío es el que ha aceptado a Cristo. Así podemos distinguir el judío verdadero del judío falso. El gentil que acepta a Cristo es el judío verdadero tanto como el judío que lo acepta.

Por eso la preparación que Dios hizo con Israel no fue un fracaso. Dios preparó al mundo entero para Cristo cuando él llamó a los patriarcas y profetas y les dio la ley y las promesas de salvación. Ahora los gentiles que aceptan a Cristo son instruidos por las escrituras de los judíos, y son judíos en espíritu, si no en la carne, y esto es lo que cuenta ante Dios. Por eso al preparar a los judíos del Antiguo Testamento, Dios preparó a todos; y los gentiles que aceptan a Cristo y son instruidos por el Antiguo Testamento son los verdaderos judíos junto, por supuesto, con los judíos que creen en Cristo. Por eso esta preparación del Antiguo Testamento no fue en vano. Fue usada por los gentiles que aceptaron a Cristo, que fueron los verdaderos judíos.

Dios hizo promesas grandes a los judíos. Y estas promesas no fueron engañosas, porque los judíos según el espíritu las heredaron. Así la palabra de Dios en el Antiguo Testamento no fue en vano, porque los hijos de Abraham no según la carne sino según el espíritu han sido instruidos por ella abundantemente. Son los cristianos gentiles que leen y estudian ahora el Antiguo Testamento, originalmente dirigido a los judíos según la carne; pero

Page 8: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

8

los cristianos gentiles lo leen ahora como dirigido a sí mismos, el nuevo Israel según el espíritu y no según la carne.

“…ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: En Isaac te será llamada descendencia” (Rom 9, 7). Más que descendencia física es requerido para ser un hijo verdadero de Abraham, porque Abraham tuvo otros hijos por otras mujeres, pero sólo los que Dios designó fueron contados como hijos, como Dios le prometió: “en Isaac te será llamada descendencia” (Rom 9, 7; Gen 21, 12). Aun entre los nacidos de Isaac, no todos fueron verdaderos hijos de Abraham, sino sólo los que tenían la fe y la virtud de Abraham, como afirmó Jesús: “Si fueseis hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais. Pero ahora procuráis matarme a mí, hombre que os he hablado la verdad, la cual he oído de Dios; no hizo esto Abraham. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre… Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio…” (Jn 8, 39-41.44). Si no hacen las obras de Abraham sino más bien las del diablo al procurar matar a Cristo, entonces no son hijos de Abraham en verdad, sino del diablo, y por eso no son judíos verdaderos. Los judíos verdaderos hacen las obras de Abraham y aceptan a Cristo.

Por eso la palabra de Dios dirigida a los judíos del Antiguo Testamento llevó su fruto. No fue frustrada. Los verdaderos hijos de Abraham, los verdaderos judíos, la aceptaron y así fueron preparados para Cristo. Los demás nunca fueron judíos verdaderos, ni en el Antiguo Testamento ni los contemporáneos de san Pablo que rechazaron a Cristo. Así la palabra de Dios llevó su fruto y no ha fallado, “porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié” (Is 55, 10-11). La palabra de Dios no ha fallado.

“Esto es: No los que son hijos según la carne son hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes” (Rom 9, 8). Nosotros los cristianos somos los hijos de Dios por Jesucristo, y también somos hijos de Abraham según la promesa, no según la carne. Ser verdadero hijo de Abraham es algo espiritual. Es ser hijo de la promesa que Dios hizo a Abraham. Lo importante es la promesa de Dios que aceptamos y en la que vivimos, no la descendencia según la carne. Si creemos en esta promesa y si aceptamos su cumplimiento en Cristo, somos hijos de Dios, hijos de la promesa, verdaderos hijos de Abraham, aun si no somos sus hijos según la carne.

La cosa importante en ser un verdadero hijo de Abraham es la promesa de Dios. Si leemos el Antiguo Testamento con fe y si hemos sido bautizados en Jesucristo, reconocemos a Abraham como nuestro padre en la fe.

Page 9: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

9

Reconocemos que Dios se reveló a él, prometiéndole una gran descendencia, es decir: hijos que heredarían su fe y la revelación que Dios le dio. Somos sus hijos porque compartimos su fe y vivimos en la promesa que Dios le hizo. Por eso en Cristo todo lo que Dios hizo con los patriarcas y profetas ha llegado a su cumplimiento en nosotros, los cristianos gentiles. Nosotros seguimos esta línea que empezó con Abraham, mientras que muchos de sus hijos según la carne se han desviado.

“Porque estas son las palabras de la promesa: Por este tiempo volveré; y Sara tenderá un hijo” (Rom 9, 9). Esta promesa fue muy diferente que un nacimiento completamente normal y natural, porque Sara fue estéril y también anciana. Según la naturaleza, no debería haber dado a luz un hijo. Fue un acto especial de Dios que intervino, e Isaac nació como el hijo de la promesa de Dios a Abraham, y no según la carne en el sentido normal y natural.

En la misma manera nosotros también somos hijos de Abraham, no según la naturaleza del nacimiento humano, sino que, como Isaac, como el resultado de la promesa de Dios. La promesa de Dios nos engendró y nos hizo hijos de Abraham según el espíritu y según la promesa en la cual creemos y por la cual vivimos. Como Isaac, somos hijos de la promesa, no según el proceso normal de la carne. Somos por eso los judíos espirituales, herederos de todo el Antiguo Testamento, de toda esta revelación y preparación, no según la carne, sino según el espíritu, como Isaac. Seguimos en la línea de Isaac, hijos de la promesa de Dios. Y esta promesa nos da vida.

El mismo Dios que se reveló a Abraham nos ha dado a nosotros el cumplimiento de esta promesa en Cristo, en quien todo el mundo está bendecido. Y esta promesa se extiende ahora por nosotros hasta la parusía, cuando todos los hijos de Abraham serán recogidos en el reino de los cielos en la gloria de Dios. Como los verdaderos hijos de Abraham, somos los hijos de esta promesa. Vivimos por esta esperanza, el cumplimiento definitivo de la promesa hecha a Abraham, que todas las naciones serán bendecidas en él. En la parusía todas las naciones entrarán en el gran banquete mesiánico, es decir los verdaderos hijos de Abraham, hijos de la promesa; y la gloria de Dios los cubrirá.

“Y no sólo esto, sino también cuando Rebeca concibió de uno, de Isaac nuestra padre…” (Rom 9, 10). Rebeca tuvo gemelos, Jacob y Esaú, pero uno fue favorecido, y el otro aborrecido, y no porque uno fue hijo de Sara y el otro de una esclava, como en el caso de Isaac e Ismael. Jacob y Esaú tenían la misma madre y el mismo padre. Según la carne ambos fueron igualmente hijos de Isaac y de Abraham, pero en actualidad sólo uno, Jacob, fue favorecido, y sólo sus descendientes fueron contados como israelitas y judíos.

Por eso vemos aquí también que ser un hijo de Abraham según la carne es, en sí, insuficiente para ser un verdadero judío. Estos dos fueron hijos de

Page 10: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

10

Abraham y de Isaac según la carne, pero sólo Jacob fue escogido por Dios; y Esaú rechazado. ¿Por qué? Porque este fue el plan de Dios quien supo de antemano cual tipo de hombre Esaú sería, es decir, infiel —él vendió su primogenitura por un plato de lentejas. “Y dijo Jacob: Júramelo en este día. Y él le juró, y vendió a Jacob su primogenitura. Entonces Jacob dio a Esaú pan y del guisado de las lentejas; y él comió y bebió, y se levantó y se fue. Así menospreció Esaú la primogenitura” (Gen 25, 33-34).

Sabiendo de antemano lo que Esaú iba a hacer en su libertad, Dios dijo proféticamente a Rebeca, cuando estos dos gemelos fueron todavía en su vientre: “Dos naciones hay en tu seno, y dos pueblos serán divididos desde tus entrañas; el uno será más fuerte que el otro pueblo, y el mayor servirá al menor” (Gen 25, 23). Es decir: Esaú, el mayor, servirá a Jacob, el menor. Y de hecho los descendientes de Esaú no son contados como judíos.

¿Por qué son algunos hijos de Abraham rechazados, como Esaú, y no contados como verdaderos judíos; mientras que otros de sus hijos, como Jacob, fueron bendecidos y sí contados como verdaderos judíos? Más que descendencia según la carne es requerido para ser un verdadero hijo de Abraham y un verdadero judío, porque tan sólo según la carne, estos dos gemelos fueron igual, teniendo el mismo padre y la misma madre.

La razón por la cual uno fue aceptado y reconocido, mientras que el otro fue rechazado es que uno tenía el favor de Dios, mientras que el otro no lo tenía. Unos son elegidos; y otros no son elegidos. Dios puede elegir a quien quiere. En los días de san Pablo, Dios eligió a los gentiles que creyeron en Jesús, y rechazó a los judíos que rechazaron a Jesús. Como Esaú rechazó su primogenitura, así los judíos rechazaron a su Mesías, y por eso tanto los judíos, que rechazaron a Cristo, como Esaú, que rechazó su primogenitura, perdieron el favor de Dios, y desde entonces no fueron contados como judíos verdaderos. Por eso san Pablo dice que los judíos que rechazaron a Jesús no fueron judíos verdaderos, aunque, como Esaú, sí, fueron judíos según la carne. Más que la carne es necesario. Uno necesita también el favor de Dios, que ellos han perdido al rechazar a Jesús.

“…pues no había aún nacido, ni habían hacho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese” (Rom 9, 11). San Pablo hace hincapié en el hecho de que la gracia de Dios es suprema. Jacob no mereció con sus obras el favor de Dios, aunque por sus obras buenas creció más aún en este favor. Pero el favor de Dios en sí es un regalo más allá, más grande que todo lo que el hombre pudiera imaginar, y por eso es completamente fuera de la capacidad humana merecer esta gracia. Es dada gratuitamente. El hombre puede aceptarla en fe y cooperar con esta gracia y crecer más en virtud y así merecer más protección de Dios; o el puede rechazar esta gracia y no creer. Sabiendo de antemano quien iba a rechazar y

Page 11: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

11

quien aceptar su gracia, Dios eligió a Jacob y rechazó a Esaú aun antes de su nacimiento cuando todavía no han hecho nada, ni bueno ni malo.

Los judíos del tiempo de san Pablo fueron rechazados porque Dios supo de antemano que iban a rechazar su gracia y que no iban a creer. Por eso los que creyeron fueron elegidos porque Dios supo que iban a aceptar su gracia y creer. Así los judíos cristianos fueron favorecidos no por sus obras buenas que hicieron antes de creer en Cristo, sino sólo porque Dios supo que ellos iban a creer. Así su justificación vino no porque tenían buenas obras, sino sólo porque creyeron, sólo porque aceptaron la gracia con fe.

Por eso los judíos verdaderos fueron los que creyeron en Cristo. Fueron verdaderos no por sus obras buenas, sino por su fe. Los que no creyeron fueron rechazados. Así también Jacob fue aceptado porque creyó, mientras que Esaú fue rechazado porque no fue un hombre de fe. Y esta elección fue hecho antes que nacieron, no por la presciencia de Dios de que uno iba a hacer el bien y el otro el mal; sino por la presciencia divina de que uno iba a recibir la gracia y creer, y el otro no.

“…no por obras sino por el que llama se le dijo: El mayor servirá al menor” (Rom 9, 12). Todavía no han nacido, no han hecho ninguna obra, y Dios ya ha anunciado que “El mayor servirá al menor” (Rom 9, 12; Gen 25, 23). Ni tampoco fue por la presciencia de Dios de que uno obraría bien y el otro mal, sino que fue por el llamado de Dios. Dios supo quien iba a creer su llamado y recibirlo. Por eso llamó a uno, y dejó de llamar al otro.

¿Por qué fueron los cristianos tan favorecidos y benditos? ¿Lo merecieron por sus buenas obras que hicieron antes? ¡No! Dios los eligió y se reveló a ellos sabiendo que ellos aceptarían su gracia y su llamado al arrepentirse y creer. Y no hay mérito en esto; es sólo su disponibilidad para recibir. Los que son disponibles a recibir, reciben. Por eso san Pablo dice aquí: “no por obras sino por el que llama se le dijo: El mayor servirá al menor” (Rom 9, 12). Dios siempre elige a los que van a recibir su llamado, por eso la elección de Jacob fue por fe, no por obras, y los judíos verdaderos son, como él, los que creen. Los judíos verdaderos son los que creen en Jesús. Los judíos falsos son los que no creen, que no reciben la gracia de Dios.

Nosotros somos los verdaderos hijos de Abraham porque creemos al que nos llama, y recibimos la gracia que él nos da. Así Dios puede hacer maravillas en nosotros, transformándonos y divinizándonos, y nosotros podemos cooperar con esta gracia y así crecer en la virtud y en la gracia. Dios protege a los que ponen su fe en él. La cosa importante para recibir la elección y la protección de Dios es poner nuestra fe en él. Las personas de fe son las protegidas por él. Entonces, cooperando por obras buenas, crecen más aún en su favor. Dios “nos salvó y llamó con llamamiento santo, no

Page 12: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

12

conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos…” (2 Tim 1, 9).

“Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí” (Rom 9, 13). Esta es una cita del profeta Malaquías 1, 2. Esto es un tipo de lo que ya está pasando en el tiempo de san Pablo. Dios ha rechazado a los judíos que no aceptaron su llamado y gracia en Cristo ¿Cómo puede ser esto? Puede ser porque así actúa Dios con los hombres. Si ellos rechazan su llamado y su gracia, ellos mismos son rechazados por Dios, como pasó en el caso escriturario de Jacob y Esaú. Al uno, Jacob, Dios lo amó, por su fe, por su aceptación del llamado y gracia de Dios; y al otro, Esaú, Dios lo aborreció por no haber aceptado su llamado y gracia. Y este juicio de Dios fue así desde antes que nacieron, porque Dios supo en su presciencia quien iba a aceptar y quien iba a rechazar su llamado y gracia.

Del mismo modo los judíos del tiempo de san Pablo que rechazaron a Cristo fueron ellos mismos ya rechazados ya antes que nacieron, porque Dios supo de antemano que ellos iban a rechazar a su Hijo. Por eso ellos no fueron judíos verdaderos, porque ya habían sido rechazados antes que nacieron. Sólo los que oyeron y aceptaron a Jesús fueron judíos verdaderos.

DIOS NO ES INJUSTO 9, 14-29

“¿Qué, pues, diremos? ¿Qué hay injusticia en Dios? En ninguna manera” (Rom 9, 14). Dios puede escoger a quien quiera, y bendecir y mostrar misericordia a quien quiera; y esto no es injusto. Así dijo Dios a Moisés: “Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca” (Rom 9, 15; Ex 33, 19). ¿Por qué escogió Dios a Abraham? ¿Por qué escogió a los judíos para recibir su revelación especial? Estos son preguntas que no debemos preguntar, porque no hay respuesta, porque la razón por su elección es más allá de la capacidad del hombre a entender. Pero no es injusto.

Aquí estamos frente a un gran misterio. Es el mismo misterio de la justificación por la fe en Jesucristo, y no por las obras de la ley. Es el misterio de la divina misericordia. Los que la aceptan son benditos. Los que la rechazan son malditos. Pero en Cristo esta justicia es ofrecida a todos los que oyen el evangelio y creen. No reciben esta justicia por sus buenas obras, sino sólo por la misericordia de Dios que ellos han recibido en fe.

“Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (Rom 9, 16). Seguramente una vida virtuosa depende de

Page 13: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

13

nuestro esfuerzo en ser justos y santos y vivir virtuosamente, como san Pablo mismo nos enseña, pero aquí está hablando de otra cosa, de la justificación misma de Dios. Este acto de Dios en nosotros no podemos merecer, sino sólo recibir en fe, porque es tan grande que nunca pudiéramos merecerlo. ¿Quién creería que pudiera merecer ser hecho hijo adoptivo de Dios o tener Cristo resplandeciendo en su corazón regocijándolo? Nadie puede merecer dones tan grandes como estos. Es imposible. Pero una vez recibidos, entonces, sí, debemos cooperar con ellos y crecer más aún en la gracia y santidad. Y también estos dones pueden ser oscurecidos en nosotros al no obedecer perfectamente a Dios.

“Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra” (Rom 9, 17; Ex 9, 16). Pero el Faraón tenía libertad. Moisés anunciaba muchas veces las plagas, y cada vez pidió al Faraón a dejar libres a los hijos de Israel. Dios le dio muchas oportunidades de arrepentirse. Pero porque él rechazó todas esas oportunidades, Dios lo usó de otra manera para que sea un ejemplo para el futuro de la victoria de Dios sobre los fuertes de este mundo que no obedecen a Dios.

Así Dios emplea aun a los desobedientes para el bien de sus servidores fieles. Hasta hoy el Faraón es un ejemplo de nuestros enemigos, de los que nos impiden o atacan injustamente por nuestra fe. Creyendo en Dios y siguiendo su voluntad en el mundo, tendremos enemigos, como el Faraón, que tratarán de herirnos por causa de nuestra fe y obediencia a la voluntad de Dios. El mirar el ejemplo del Faraón nos ayuda a tener fe aun cuando no se ve cómo podríamos superar los obstáculos que nuestros enemigos ponen en nuestro camino. Así pues, como Dios venció el poder del Faraón y salvó y libró a su pueblo de su poder, así también él hará para nosotros si permanecemos fieles a su voluntad. Él nos librará y dará paz y bendiciones. Así Dios usó al Faraón en su desobediencia para mostrar a su pueblo su poder.

Así Dios rechaza a quien quiere rechazar, pero no sin razón, como él rechazó a los judíos porque ellos rechazaron a Cristo. Lo que pasó al Faraón es un ejemplo escriturario de lo que pasó con los judíos que rechazaron a Cristo.

“De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece” (Rom 9, 18). Actualmente el Faraón, como una persona libre, se endureció a sí mismo al rechazar todas las peticiones de Moisés y todas las lecciones de las plagas que le mostraron el poder de Dios. Y Dios permitió que él se endurezca. Porque Dios permitió esto, la escritura puede decir que sí, en cierto sentido es Dios que le endureció, cooperando con la decisión y acción libres del Faraón. Al rechazar a Dios y su voluntad, como hizo, el resultado fue que Dios endureció y hizo duro su corazón, como afirma

Page 14: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

14

la escritura: “Y dijo el Señor a Moisés: Cuando hayas vuelto a Egipto, mira que hagas delante de Faraón todas las maravillas que he puesto en tu mano; pero yo endureceré su corazón de modo que no dejará ir al pueblo” (Ex 4, 21).

Sabiendo Dios de antemano que el Faraón no iba a dejar que Israel saliera de Egipto, la escritura dice que Dios iba a endurecer su corazón, porque nada sucede sin la acción de Dios. Pero esto no niega el albedrío del Faraón. Todo hombre es libre y puede escoger el bien o el mal. Dios no le privó esta libertad de decidir. Dios sólo cooperó con la decisión libre del Faraón de no dejar salir Israel de Egipto. Cooperando así con su albedrío, es Dios entonces que dio la consecuencia, es decir, el endurecimiento del corazón del Faraón. Todo esto es siempre por la presciencia de Dios, sabiendo de antemano lo que el hombre libremente iba a hacer, y entonces cooperando con su albedrío y libertad.

Así es como Dios actuó con los judíos que rechazaron a Cristo. Él tuvo misericordia de quien quería, es decir, de los que creyeron en Cristo; y él endureció a quien quería, es decir, a los que rechazaron a Cristo. Y él hizo esto cooperando con la libre decisión de cada uno, sabiendo de antemano lo que iba a decidir.

Así endureciendo el corazón del Faraón, Dios pudo multiplicar sus maravillas y hacer su redención tanto más esplendorosa. Así Dios siempre obra por el bien de sus siervos fieles en cada circunstancia. Así dice la escritura: “El Señor dijo a Moisés: Mira, yo te he constituido dios para Faraón, y tu hermano Aarón será tu profeta. Tú dirás todas las cosas que yo te mande, y Aarón tu hermano hablará a Faraón, para que deje ir de su tierra a los hijos de Israel. Y yo endureceré el corazón de Faraón, y multiplicaré en la tierra de Egipto mis señales y mis maravillas” (Ex 7, 1-3).

Cuando Dios endurece los corazones de los enemigos de sus siervos, es para darles a sus siervos una victoria más espléndida aún un poco más tarde. Si el Faraón no hubiera endurecido su corazón, o si Dios no hubiera endurecido el corazón del Faraón, Dios no habría tenido necesidad de enviar todas las plagas, especialmente la plaga de la muerte de los primogénitos de Egipto y el gran milagro en que todo el ejército junto con el Faraón se ahogaron en el mar. Estos grandes signos vinieron a ser un gran apoyo para la fe de Israel y para la del nuevo Israel por todos los tiempos, una gran demostración de que Dios lucha de la parte de su pueblo y no lo deja desamparado. Cuando estamos en peligros, si llamamos a Dios con fe, él nos salvará de todos nuestros temores, como afirma el salmista: “Busqué al Señor, y él me oyó, y me libró de todos mis temores… Este pobre clamó, y le oyó el Señor, y lo libró de todas sus angustias. El ángel del Señor acampa alrededor de los que le temen, y los defiende” (Sal 33, 4.6-7). Dios endurece el corazón de nuestros enemigos para darnos una victoria aún más espléndida.

Page 15: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

15

Dios endureció el corazón del Faraón para salvar a Israel. Él salva a sus fieles de los que los persiguen. Toda nuestra fe debe estar en esto, en que “Los ojos del Señor están sobre los justos, y atentos sus oídos al clamor de ellos. La ira del Señor es contra los que hacen mal, para cortar de la tierra la memoria de ellos. Claman los justos, y el Señor oye, y los libra de todas sus angustias… Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará el Señor. El guarda todos sus huesos; ni uno de ellos será quebrantado. Matará al malo la maldad, y los que aborrecen al justo serán condenados” (Sal 33, 15-17.19-21).

Esta es la roca de nuestra fe, que Dios defenderá a los suyos, a los que ponen su fe en él y siguen su voluntad. Si hacen así, van a entrar en muchas dificultades y tener muchos enemigos, pero de todos sus enemigos y dificultades Dios los salvará, porque “Los ojos del Señor están sobre los justos”, pero “la ira del Señor es contra los que hacen mal”. Si hacemos mal, la ira de Dios nos notificará para que podamos arrepentirnos y ser perdonados; y si hacemos bien, él nos librará de todas nuestras angustias. Por esta fe podemos vivir, superar todo miedo, y ser felices en toda situación, porque “Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará el Señor” (Sal 33, 19). Sé fiel y espera en él; y él te hará lo demás.

¿Pero de dónde vino esta fe? Vino de las experiencias de los patriarcas y de la protección de Dios en sus vidas; pero vino sobre todo de la experiencia del éxodo de Egipto, cuando el Señor endureció el corazón del Faraón. Y Dios dijo a Moisés: “Y yo endureceré el corazón de Faraón para que los siga; y seré glorificado en Faraón y en su ejército” (Ex 14, 4). Así Dios salvó a su pueblo. “Y endureció el Señor el corazón de Faraón rey de Egipto, y él siguió a los hijos de Israel; pero los hijos de Israel habían salido con mano poderosa” (Ex 14, 8). “Entonces los egipcios dijeron: Huyamos de delante de Israel, porque el Señor pelea por ellos contra los egipcios” (Ex 14, 25).

Dios acepta a uno; y al otro él lo rechaza. Acepta a Israel, y rechaza al Faraón, porque el persiguió a los hijos de Dios. De la misma manera Dios rechazó a los judíos que rechazaron a Jesús, y aceptó a los cristianos, a los que aceptaron a Jesús.

“Pero me dirás: ¿Por qué, pues, inculpa? Pues, ¿quién puede resistir a su voluntad?” (Rom 9, 19). Aquí san Pablo da expresión a una objeción, es decir: si Dios endureció el corazón de una persona, ¿cómo puede esta persona resistir a Dios y hacer el bien? Y si no puede hacer el bien, ¿cómo puede Dios inculparlo? San Pablo no da una respuesta directa a esta objeción, sino sólo dice: “Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así?” (Rom 9, 20). De verdad, no debemos preguntar, ¿por qué Dios hace lo que hace?, ¿por qué causa terremotos y maremotos, etc.? Él tiene sus razones que no nos ha revelado.

Page 16: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

16

Pero sí, nosotros podemos tratar de responder a esta pregunta sobre el endurecer el corazón de una persona para que no haga el bien; y si no puede resistir a Dios, ¿por qué Dios lo inculpa? La respuesta es que Dios no endurece su corazón contra la voluntad de esta persona, sino que Dios endurece su corazón porque ve que esta persona en su libertad y con su albedrío va a desobedecer. Entonces cuando esta persona desobedece la voluntad de Dios, Dios le da el resultado de su propia decisión, que es un corazón duro. El hombre que rechaza y desobedece la voluntad de Dios tendrá un corazón duro. Dios le da un corazón duro por haberle desobedecido. Por eso Dios le inculpa por todos sus malas acciones que vienen de su corazón duro.

Así, pues, cuando los judíos rechazaron a Cristo, Dios les dio un corazón duro, como él endureció el corazón del Faraón. Pero no por esto son sin culpabilidad. Tienen culpa porque han llegado libremente a tener un corazón duro por su propia decisión.

“¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?” (Rom 9, 21). Dios es como este alfarero. Él hace vasos nobles e innobles, pero siempre con respeto al albedrío de cada individuo. Los que rechazan el llamado y la gracia de Dios no van a ser justificados por la fe, y no van a recibir el don del Espíritu Santo para ayudarles a vivir virtuosamente. Ellos van a ser vasos innobles que Dios usará para su plan de salvación de los que aceptan su llamado y gracia. Estos últimos creen, y son justificados por la fe y reciben el don del Espíritu Santo para ser santos y virtuosos. A ellos Dios hace ser vasos nobles, destinados por la santificación y la gloria. En los dos casos es Dios quien los hace lo que son, vasos nobles o innobles, pero siempre respetando la libertad y el albedrío de cada individuo.

Si queremos ser vasos nobles, tenemos que aceptar su llamado, y creer para ser justificados por la fe. Entonces tenemos que cooperar con el don del Espíritu Santo, que él nos dará, para ser santificados y virtuosos. Entonces él nos hará vasos nobles, porque Dios tiene todo poder de hacernos como él quiera, como afirma Jeremías: “¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero, oh casa de Israel? dice el Señor. He aquí como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, oh casa de Israel” (Jer 18, 6). San Pablo también nos enseña lo que debemos hacer para ser vasos nobles: “Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será vaso para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra. Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor” (2 Tim 2, 21-22).

Veamos, pues, primero los vasos innobles, que Dios ha hecho; y después veremos los nobles: “¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para

Page 17: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

17

destrucción…?” (Rom 9, 22). El Faraón con su corazón duro fue muy útil para Dios. Le dio a Dios la ocasión de mostrar su poder para la salvación de su pueblo escogido. Así personas que pensamos que son muy destructivas tienen un papel importante en el plan de Dios en que “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Rom 8, 28). Ve qué paciencia Dios tenía con el Faraón. Y todo esto sirvió para mostrar más espléndidamente con cada vez más plagas el gran poder de Dios y su voluntad salvífica para con Israel.

Ahora por la fe en Cristo, todos pueden ser el pueblo de Dios, sus hijos adoptivos, bajo su protección especial, defendidos de todos sus enemigos. Cuanto más paciencia Dios tiene con nuestros enemigos, con los enemigos de los hijos de Dios, tanto más esplendorosamente él va a mostrarnos su salvación después, como lo hizo en el caso de Israel. Cada vez que Dios nos defiende de nuestros enemigos, nuestra fe es fortalecida. Por eso estos obstáculos nos ayudan mucho. Ellos dan a Dios oportunidades de mostrarnos su poder, protección, y amor; y así vivimos cada vez más felizmente y seguramente en él, sin temor de los que se nos oponen, y sin ser intimidados por ellos para que dejemos de hacer la voluntad de Dios por temor de los hombres. Sabiendo que Dios nos protegerá de ellos, vivimos firmes en nuestra fe, obedientes a su voluntad, y sin temor. Ve cómo Dios nos bendice y fortalece por medio de esos vasos de ira preparados para destrucción.

Un buen ejemplo de esto son los herejes del siglo cuatro. Dios los usó muy bien, porque fue durante este siglo que los grandes Padres de la Iglesia escribieron sus obras importantes, explicando y desarrollando la fe ortodoxa. Si no hubiera habido estos vasos innobles, estos herejes, nuestra doctrina y entendimiento de la fe no habrían sido tan desarrollados y profundizados. Así Dios usó lo malo y los malos para el bien. “Todas las cosas ha hecho el Señor para sí mismo, y aun al impío para el día malo” (Prov 16, 4).

Dios obra el bien por sus elegidos, usando lo malo y los malos, usando los vasos deshonrosos. Aun los judíos que rechazaron a Cristo, y por eso son vasos deshonrosos, tienen su función en el plan de Dios para la salvación del mundo. Por haber rechazado a Cristo, los judíos hicieron que san Pablo se volviera a los gentiles. Por eso su rechazo fue el enriquecimiento del mundo. “…por su transgresión vino la salvación a los gentiles… su transgresión es la riqueza del mundo, y su defección la riqueza de los gentiles…su exclusión es la reconciliación del mundo” (Rom 11, 11.12.15). Si los judíos no hubieran rechazado a Cristo, ¿se habría san Pablo vuelto a los gentiles? Así, pues, estos vasos innobles tienen un buen uso en el plan de Dios para la salvación del mundo.

“…y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria…” (Rom 9, 23). Los vasos nobles de la misericordia de Dios son los que reciben su llamado, y creen en él. Ellos son justificados por su fe, y reciben el don del Espíritu

Page 18: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

18

Santo, que los forma en la imagen del Hijo, y los da el poder de hacer buenas obras y ser santificados. Estos son los vasos de misericordia que Dios “preparó de antemano para gloria” (Rom 9, 23). Ellos son los siervos fieles de Dios, hombres virtuosos, hombres de fe; y Dios los guía y los protege en todos sus caminos y en todas las vicisitudes de la vida. Él los protege de sus enemigos, y transforma cada nueva situación, cada nuevo problema en una nueva oportunidad de gracia, una nueva experiencia de gloria.

Para estos vasos de misericordia, aun sus enfermedades y debilidades, que muchos creen que son una maldición, son una oportunidad de gracia y de bendición. Les dan una vida más contemplativa, más retirada, más silenciosa, más solitaria, en que pueden dedicarse mejor y con más concentración a un trabajo más espiritual. Recordamos el ejemplo de san Bernardo, siempre de mal salud. Por eso, cuando era todavía joven, en vez de trabajo manual, tuvo la tarea de escribir y predicar sermones a sus hermanos.

Vemos en las escrituras muchos ejemplos de hombres fieles y virtuosos, sobre todo en el libro de Génesis, y vemos cómo Dios los protegió. Vemos cómo Noé fue justo delante de Dios en medio de tanta perversión y pecado, y cómo Dios lo salvó cuando destruyó a todos los demás. Vemos cómo Dios protegió y bendijo a Abraham, Isaac, Jacob, y José, y cómo él los enriqueció como recompensa por sus vidas fieles y virtuosas. Así Dios hizo notorias “las riquezas de su gloria…para con los vasos de misericordia” (Rom 9, 23). Sin duda alguna, el Señor “es rico para con todos los que le invocan; porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Rom 10, 12-13).

El versículo bajo consideración dice que Dios hace “notorias las riquezas de su gloria” (9, 23). Él ha creado al hombre para esto, y lo llevó a cabo al enviar a su Hijo a la tierra, el que vive siempre en el seno del Padre en gloria. Él nos revela esta gloria al resplandecer en los corazones de los que son vacíos de todo lo demás (2 Cor 4, 6), viviendo con él y por amor a él una vida crucificada en amor a este mundo, el mundo a ellos (Gal 6, 14). Ellos son los que son muy diligentes a discernir bien y obedecer su voluntad, y lo invocan en todas sus dificultades, y de todas ellas él los libera. Él los guía y siempre les manifiesta su voluntad, y al vivir así, Cristo inhabita en sus corazones (Jn 14, 23) y resplandece en ellos. Esta es “las riquezas de su gloria” que él da a sus siervos fieles. Son ellos que conocen por experiencia las riquezas de la gloria de Dios resplandeciendo en sus corazones.

Este misterio de las riquezas de su gloria es “el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Col 1, 26-27). “Las riquezas de su gloria” (Rom 9, 23) son Cristo resplandeciendo en nosotros (2 Cor 4, 6), regocijándonos. Es una experiencia de gloria; y son los vasos nobles de su misericordia que viven en este misterio,

Page 19: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

19

en esta luz y esplendor. Ellos se calientan en este esplendor porque son ellos que viven en las cimas de la luz, iluminados por Dios. Ellos viven con Dios y experimentan su gloria en Jesucristo resplandeciendo en sus corazones. Ellos son los vasos de misericordia, a los cuales Dios revela las riquezas de su gloria.

Cualquier hombre puede ser un vaso de misericordia, porque Dios quiere que “todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2, 4). Lo que tenemos que hacer para ser uno de estos vasos de misericordia es recibir su llamamiento y creer en él; y entonces cooperar con el don del Espíritu Santo que él nos da.

“…a los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros, no sólo de los judíos, sino también de los gentiles” (Rom 9, 24). Nosotros mismos somos estos vasos de misericordia, es decir: los que creen en Jesucristo, tanto los que vienen de los gentiles como los que fueron judíos. Ahora en Cristo, por la fe en él, nadie es excluido. Todos ahora por la fe en Cristo pueden ser miembros del pueblo escogido de Dios y ser sus vasos nobles de misericordia. No tienen que ser nacidos judíos según la carne. Todo hombre de cualquier nación o raza puede ahora, por su fe en Cristo, ser un vaso noble de la misericordia de Dios, y vivir en el esplendor de su amor, disfrutando de su protección y bendición.

Nosotros somos estos vasos de misericordia, a los cuales san Pedro se dirige, diciendo: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia” (2 Pd 2, 9-10).

Somos “linaje escogido”, miembros del pueblo escogido, aunque venimos de los gentiles. Somos el “pueblo adquirido por Dios”. Somos los vasos llamados para mostrarnos “las riquezas de su gloria”, los que ya no estamos más en las tinieblas, sino en “su luz admirable” (1 Pd 2, 9). Porque fuimos gentiles, en otro tiempo no habíamos alcanzado misericordia, pero ahora todo esto es cambiado, y ahora en Cristo, por nuestra fe en el que nos justifica y nos revela su esplendor dentro de nosotros, habemos alcanzado misericordia. Somos los gentiles que ahora creemos en Cristo, a las cuales san Pablo dijo: “en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz” (Ef 5, 8). Somos luz ahora en el Señor porque él hizo notorias en nosotros “las riquezas de su gloria” (Rom 9, 23).

Ser un vaso de misericordia nos da muchas bendiciones, mucha luz, pero también lleva consigo la obligación de vivir dignos del llamado que hemos recibido. San Pablo dice: “Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis

Page 20: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

20

como es digno de la vocación con que fuisteis llamados” (Ef 4, 1). Y dice también: “seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios” (Col 1, 9-10).

¡Qué importante es conocer la voluntad de Dios, y hacerlo! Esto marca la diferencia entre el ser feliz o no ser feliz en esta vida. Este es el único camino para ser feliz. Así le agradaremos en todo y llevaremos fruto en buenas obras, y creceremos en la virtud y en la luz. Si hacemos lo que él quiere que hagamos, seremos felices y caminaremos en el esplendor del amor divino brillando en nuestro corazón quemándonos, aun si somos enfermos o tenemos una enfermedad o debilidad corporal. El gran secreto de ser feliz como su vaso de misericordia, recibiendo “las riquezas de su gloria” (Rom 9, 23), es hacer exactamente lo que él quiere que hagamos, y hacerlo crucificándonos a este mundo y a sus placeres, y viviendo sólo para Dios en todo, sacrificando todo lo demás. Entonces Jesucristo resplandecerá en nuestro corazón. Entonces será cumplida en nosotros la profecía de Isaías: “No se pondrá jamás tu sol, ni menguará tu luna; porque el Señor te será por luz perpetua” (Is 60, 20).

No hay nadie que Dios rechazará como vaso elegido de su misericordia si vivimos así. La elección depende de nosotros, porque él nos ha dado el llamado y la gracia. Tenemos que recibirlo, creer, y vivir así, y seremos vasos nobles de misericordia, llenos de su gracia y luz.

“Como también en Oseas dice: Llamaré pueblo mío al que no era mi pueblo, y a lo no amada, amada” (Rom 9, 25; Os 2, 25). Oseas tuvo un hijo a quien Dios le dijo poner el nombre “no mi pueblo”, indicando así que Israel no será más el pueblo de Dios por su infidelidad (Os 1, 9). Pero ahora, después de ser castigado, Israel se arrepintió y volvió al Señor, y el Señor tuvo piedad de él y le dio otra vez su trigo, vino, y aceite, y llamó al hijo que se llamaba “no mi pueblo”, “mi pueblo”. San Pablo usa este texto no para Israel sino para los gentiles, quienes ahora vienen a ser el nuevo pueblo de Dios al creer en Jesucristo. Por eso es un cumplimiento más amplio del texto profético de Oseas. “Llamaré pueblo mío al que no era mi pueblo, y a la no amada, amada” (Rom 9, 25; Os 2, 25). Los gentiles, que no fueron el pueblo de Dios, ahora sí son su amado pueblo.

Lo que pasó a Israel es un tipo de lo que está pasando en el tiempo de san Pablo a los gentiles. Como Israel fue infiel y así perdió su estado de ser el pueblo de Dios, así los gentiles no fueron el pueblo de Dios y vivían en su ignorancia y perversiones. Pero ahora, como Israel se arrepintió en el tiempo de Oseas, así los gentiles están arrepintiéndose y creyendo en el evangelio, y por eso, aunque no eran el pueblo de Dios, ahora sí, son el pueblo de Dios.

Page 21: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

21

Así la profecía de Oseas sobre Israel es cumplida en los gentiles que creen en Jesucristo. Los que no eran su pueblo, ahora son su pueblo.

Así todas las cosas que Oseas profetiza sobre Israel son cumplidas en el nuevo Israel, en los gentiles que se han convertido a Cristo. Su conversión es descrita proféticamente así: “yo la atraeré y la llevaré al desierto, y hablaré a su corazón… Y te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia, juicio, benignidad y misericordia. Y te desposaré conmigo en fidelidad, y conocerás al Señor” (Os 2, 14. 19-20). Como en otro tiempo Israel fue rechazado en su infidelidad y no fue más el pueblo de Dios, pero después Dios tuvo misericordia de ellos y los llamó otra vez y aceptó su arrepentimiento y fe, así es ahora con los gentiles. En otro tiempo no eran el pueblo de Dios, pero ahora Dios dirige su llamado hacia ellos por la predicación del evangelio, y los que se arrepienten y creen en Jesucristo son hechos el nuevo Israel, el nuevo pueblo de Dios, y sus amados. Ellos ahora son desposados con Dios para siempre, y conocerán al Señor. Ellos son los verdaderos israelitas, los herederos de las promesas de Dios. Así las promesas no han fallado. Son cumplidas en ellos.

Ahora son los tiempos profetizados, los tiempos mesiánicos, y los gentiles los han heredado. Nosotros somos estos gentiles si creemos en Jesucristo. Vivimos ahora en la justicia de Dios que fue señalada por la ley. Los que vivían fielmente bajo la ley gustaban las primicias de lo que nosotros tenemos ahora en forma cumplida en Cristo; esto es: vivimos ahora en la intimidad de Dios prometida a ellos por los profetas. Tenemos la vida divina en nosotros. Somos los verdaderos hijos de Dios por nuestra unión con el unigénito Hijo y por la obra formadora del Espíritu Santo en nosotros. Y con Jesucristo inhabitando y resplandeciendo en nuestro corazón, llenándolo con el amor de Dios, somos transformados y divinizados. Somos hechos justos por su sacrificio; y nuestra naturaleza caída es restaurada al morir a lo pasado en su muerte, y al resucitar a la nueva vida en su resurrección.

La misma encarnación del Hijo de Dios en un cuerpo y naturaleza humanos diviniza esta naturaleza, primero en Jesucristo, en su cuerpo y alma, y entonces en todos los que comparten con él la misma naturaleza humana. Esta divinización de nuestra naturaleza por la encarnación se actualiza en nosotros por nuestra fe. Esta es una experiencia actual de los que viven así en la fe.

Si Dios está castigándonos al momento por nuestros pecados, sólo tenemos que invocarlo en fe y esperar hasta que él nos perdone, y eleve su mano pesada de encima de nosotros, y entonces experimentaremos esta vida nueva y divinizada, lleno de Dios, lleno de su amor y esplendor, en los cuales él quiere que vivamos y permanezcamos (Jn 15, 9).

Page 22: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

22

Así, pues, somos hechos nuevos, nuevas criaturas en Jesucristo, cumpliendo y sobrepasando con mucho las promesas del Antiguo Testamento. Las promesas no han fallado, sino que más bien han sido sobrepasadas con mucho. Ahora lo que está pasando entre los gentiles es lo que fue lentamente preparado durante el Antiguo Testamento. La preparación de Dios de los judíos en el Antiguo Testamento está llevando su fruto ahora entre los gentiles que han venido a ser los nuevos hijos de Abraham por su fe en Jesucristo.

Es una vida de luz y esplendor que tenemos ahora en nosotros. Este es el comienzo de los nuevos cielos y de la nueva tierra profetizados donde el hombre vivirá en gozo con Dios: “Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra… [y] os gozaréis y os alegaréis para siempre en las cosas que yo he creado; porque he aquí que yo traigo a Jerusalén alegría, y a su pueblo gozo. Y me alegraré con Jerusalén, y me gozaré con mi pueblo…” (Is 65, 17-19). Por eso, oh Nueva Jerusalén, “Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria del Señor ha nacido sobre ti… sobre ti amanecerá el Señor, y sobre ti será vista su gloria” (Is 60, 1-2). Nosotros los cristianos gentiles vivimos en el comienzo del cumplimiento de esta gloria ahora. Así el Señor hace “notorias las riquezas de su gloria” para con nosotros los vasos de misericordia (9, 23). El rechazo de Israel no dañó las promesas de Dios. Son cumplidas en nosotros.

“Y en el lugar donde se les dijo: Vosotros no sois pueblo mío, allí serán llamados hijos del Dios viviente” (Rom 9, 26; Os 2, 1). Este versículo es una citación de Osa 2, 1. Dios rechazó a Israel por su infidelidad, pero después de castigarlo así, él tuvo misericordia de ella, y le dijo que ahora otra vez serán sus hijos. El Señor indica esto al decir al profeta que cambie el nombre de su hijo “no-mi-pueblo” a “hijos-de-Dios-vivo”. Vemos cómo Dios cambia su proceder con su pueblo, en un momento rechazándolo al castigarlo, y en otro momento mostrándole misericordia y llamándolo de nuevo, dándole otra oportunidad.

San Pablo usa este versículo, como el versículo anterior, para enseñarnos que como Dios actuó con Israel, así también está actuando ahora con los gentiles. Antes no eran su pueblo, pero ahora los gentiles que creen en Jesucristo han recibido su misericordia y sí son su pueblo. Si Dios pudo reincorporar a los judíos que después de recibir tantas revelaciones y bendiciones se prostituyeron con dioses extraños, san Pablo nos enseña aquí, usando este versículo de Oseas, que él también puede introducir por primera vez a un pueblo nuevo e incorporarlo al pueblo de Dios.

¿Quién tenía la culpa más grande, los judíos que abandonaron a Dios después de conocer tanto, o los gentiles que pecaron en su ignorancia, no teniendo una ley escrita, revelada por Dios? Parece que los judíos son los más culpables porque, teniendo la ley, su culpabilidad aumentó. Y si Dios pudo perdonar y salvar a los más culpables, como Oseas nos enseña en este

Page 23: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

23

versículo, entonces sin duda alguna puede perdonar y salvar a los menos culpables, e incorporarlos en el pueblo de Dios. Así hizo Dios con los gentiles que creyeron en Jesucristo, perdonándoles su culpa más pequeña, e incorporándolos en el pueblo de Dios para que los que no fueron su pueblo, ahora sean “llamados hijos de Dios viviente” (Rom 9, 26).

“También Isaías clama tocante a Israel: Si fuere el numero de los hijos de Israel como la arena del mar, tan sólo el remanente será salvo” (Rom 9, 27; Is 10, 22). En este versículo el enfoque es diferente. Tanto san Pablo como Isaías están hablando del resto de Israel. De todos los hijos de Israel tan numerosos, sólo un pequeño resto quedará fiel después de los castigos que Dios les enviará. Este resto será purificado por estos sufrimientos, y ellos serán la esperanza del futuro.

Por sus muchos pecados Dios envió a los asirios contra Israel y Judá. Isaías dice: “El remanente volverá, el remanente de Jacob volverá al Dios fuerte. Porque si tu pueblo, oh Israel, fuere como las arenas del mar, el remanente de él volverá; la destrucción acordada rebosará justicia. Pues el Señor Dios de los ejércitos hará consumación ya determinada en medio de la tierra” (Is 10, 21-23).

Así Dios limpiará y purificará a su pueblo. Los pocos que quedan después de esta destrucción serán ya purificados y limpiados, y serán un pueblo fiel y obediente, los pobres del Señor, los anawim que ya viven sólo para él, habiendo dejado y perdido todo lo demás. Son los pobres de Yahvé, los humildes y fieles de la tierra. Y ellos son los verdaderos felices, los que no tienen nada sino Dios.

San Pablo usa este texto de Isaías para los pocos judíos que creyeron en Jesucristo. Ellos, dice, son el resto fiel de Israel. La mayoría se ha desviado, rechazando al único Hijo de Dios, su Mesías, por el cual toda su historia fue una preparación. Sólo un remanente de la nación quedó, y ellos son el cumplimiento de la profecía de Isaías. Ellos son el resto puro y purificado de Israel, el resto profetizado, los pobres de Yahvé que viven sólo para él, siempre fieles. Habiendo perdido y dejado todo lo que tenían, viven sólo para Dios, sólo por Jesucristo. Ellos entonces, son los verdaderos benditos de Dios.

¡Qué difícil es quedar fiel cuando todo el mundo se está desviando! ¡Qué presión hay a conformar a la mayoría y hacer como todos están haciendo! Pero al conformar así, uno tiene que violar su conciencia si la mayoría está desviándose. Pero siempre habrá un resto fiel que rehusará violar su conciencia. Este resto pequeño permanecerá fiel a la verdad, a la voluntad de Dios, y a las inspiraciones del Espíritu Santo. No conformará al comportamiento de la mayoría, y por eso será perseguido por la mayoría. Pero esta persecución los purificará y santificará hasta que son, de veras, el verdadero Israel, fiel a Yahvé, fiel a su ley, a sus promesas, a su voluntad, un

Page 24: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

24

pueblo feliz que vive en la luz. Estos son los fieles y obedientes, los pobres y perseguidos, en que el amor de Dios resplandece, quemando sus corazones.

A estos fieles, no les importan las cosas de este mundo. Son listos a perder todo para permanecer fiel a la verdad, a su vocación, y a las inspiraciones de Dios. Prefieren perder todo antes de violar su conciencia; y así vienen a ser el santo y fiel remanente de Dios, los únicos que permanecían fieles cuando todos los demás se desviaron en los caminos de la idolatría. Resisten toda presión social y rechazan al respeto humano y al miedo de hacer lo recto. Hacen lo correcto sin hacer caso a lo que piensan, dicen, o hacen los demás contra ellos. Aguantan todo castigo, menosprecio, y expulsión por su fidelidad. De veras son pocos los que viven y actúan así. Son verdaderamente llamados el resto, el remanente fiel, es decir: los pocos que han permanecido fieles durante todo tipo de persecución. Y todo lo que sufrían por la verdad los purificaba y santificaba.

Así debemos vivir, venciendo el temor natural de nuestros enemigos, y viviendo en un nivel sobrenatural, guiados y protegidos por Dios. Son ellos los que viven en la luz y se calientan en el esplendor de Dios, aun en medio de sus persecuciones. Pueden ser menospreciados y amenazados por su obediencia, y al mismo tiempo experimentar el éxtasis del amor divino quemando y resplandeciendo en sus corazones. Viven por la voluntad de Dios y rehúsan contravenirla de modo alguno, no importa cuales son las consecuencias humanas aparentemente negativas por este comportamiento. Son los verdaderos valiosos, los amigos de Dios, que él protege y regocija. Este es el remanente santo.

Los que viven así viven para y con Dios. Son sus amigos. Él los protege de todos sus enemigos, aunque sí, sufren la persecución. Él los enaltece y los hace caminar sobre las alturas; y por eso pueden aguantar tanto, porque en comparación con el amor en que viven con Dios, las persecuciones son de poca importancia, y lo que pierden de este mundo por el amor de Dios es menos importante para ellos que el amor divino, por el cual han sacrificado todo, y se consideran bien recompensados. Los deleites del mundo no les atraen ahora; han visto y experimentado algo mucho mejor. Ven los deleites de este mundo sólo como cosas que destruyen el encanto en que viven con Dios. Y los castigos y expulsiones del mundo son por ellos una cosa pequeña en comparación con el esplendor en que viven, porque dondequiera que estén, viven en esta luz admirable, una luz que brilla por ellos más espléndidamente aún cuando son perseguidos por su fidelidad. Y porque no se han doblegado al respeto humano, disfrutan de una buena conciencia. Este es el remanente santo de Israel.

Qué virtuoso es permanecer fiel y obediente cuando todos alrededor de uno son infieles y no entienden ni aprecian ni respetan el comportamiento del hombre fiel. ¡Cuán pocos son los que viven así, que tienen la fuerza interior

Page 25: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

25

para resistir toda esta presión social de conformarse a la mayoría! Este es el resto fiel del Señor, los anawim, los pobres en espíritu que heredarán el reino de los cielos, los únicos verdaderos felices en este mundo, los santos de cada edad.

Estos pocos, este remanente fiel, que siempre obedece al Señor no importa qué piensan o hacen los de alrededor de ellos, estos son siempre la minoría, como Isaías y san Pablo dicen: “Si fuere el número de los hijos de Israel como la arena del mar, tan sólo el remanente será salvo” (Rom 9, 27; Is 10, 22). Así san Pablo se consuela del número pequeño de los judíos que ha quedado fiel a las promesas y al pacto, y ha aceptado a su Mesías.

“Porque el Señor ejecutará su sentencia sobre la tierra en justicia y con prontitud (Rom 9, 28; Is 28, 22). El significado de este versículo parece ser que los pocos judíos que creen en Cristo son el santo resto de la nación, y si no fuese por ellos, toda la nación sería destruida, porque por la infidelidad de Israel en rechazar a su Mesías “el Señor ejecutará su sentencia sobre la tierra en justicia y con prontitud” (Rom 9, 28). De hecho, si no fuera por los judíos que creyeron en Jesús, los judíos serían como Sodoma y Gomorra, completamente destruidos por haber rechazado a Cristo, como san Pablo dice en el versículo siguiente: “Y como antes dijo Isaías: Si el Señor de los ejércitos no nos hubiera dejado descendencia, como Sodoma habríamos venido a ser, y a Gomorra seríamos semejantes” (Rom 9, 29; Is 1, 9).

Los judíos que creen en Cristo son el resto santo de la nación, por los cuales Dios no ha destruido a Israel completamente. Ellos son el verdadero Israel que iba a sobrevivir y llevar fruto para la salvación del mundo. Toda la revelación y preparación que Dios dio a Israel en el Antiguo Testamento no fue en vano, porque ha producido a este santo remanente. Ellos, junto con los nuevos creyentes viniendo de los gentiles, formarán el nuevo Israel, el pueblo mesiánico, el pueblo del cumplimiento de los planes de Dios.

Nosotros, los cristianos gentiles, somos este nuevo Israel. Todo el Antiguo Testamento es nuestro. Los patriarcas son nuestros padres en la fe, sobre los cuales podemos meditar. Somos formados espiritualmente por la revelación y experiencia de Dios que ellos recibieron. Los profetas son nuestros instructores; los salmos, nuestras oraciones; y la ley nos enseña la vida de virtud y perfección que podemos cumplir en Cristo. El Mesías ha cumplido toda esta preparación, y en él somos nacidos de nuevo, perdonados de nuestros pecados y hechos justos y santos ante Dios por nuestra fe en él. Él nos da la justicia que la ley señaló.

Page 26: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

26

LA JUSTICIA QUE ES POR FE 9, 30 - 10, 21

“¿Qué, pues, diremos? Que los gentiles, que no iban tras la justicia, han alcanzado la justicia, es decir, la justicia que es por fe…” (Rom 9, 30). ¡Qué ironía! Fue siempre los judíos, no los gentiles, que fueron absortos en la ley de Dios para ser justos y santos ante él; pero son ahora no los judíos, sino los gentiles, que han tenido éxito en esto y son hechos justos por su fe en Jesucristo. ¿Cómo es posible esto? Es posible porque en la plenitud del tiempo, cuando toda la preparación de Dios entre los judíos fue cumplida y Dios envió a su Hijo como el Mesías, la mayoría de los judíos no lo aceptaron, porque no lo reconocieron como Mesías. Fue así porque la mayoría de los judíos fueron muy mundanos en su manera de pensar. Esperaban un Mesías político-militar que los libraría del yugo de los romanos y que los haría vencedores del mundo en un sentido político y militar; mientras que Jesús se presentó humildemente y enseñó una doctrina puramente espiritual sobre la necesidad de nacer de nuevo y ser un hijo adoptivo de Dios en él, restaurado por su sacrificio a su condición original de intimidad con Dios, y que deben esperar su gloriosa venida en las nubes del cielo con todos los santos en el último día en gran luz. Los judíos de mentalidad mundana, que fueron la mayoría, no pudieron entender ni aceptar este tipo de Mesías, y lo mataron, rechazando así la salvación que Dios les mandó.

Pero los judíos espirituales sí, lo aceptaron, junto con los gentiles que buscaban las cosas de Dios en humildad. Ellos entendieron que la justicia es por la fe, y que Dios nos diviniza y transforma en la imagen resplandeciente del Hijo de Dios por medio de esta fe. Esta es una justicia mucho más allá de todo lo que el Antiguo Testamento conoció, y de todo lo que los judíos del tiempo de san Pablo esperaban y buscaban. Es puro don de Dios, de su misericordia, algo totalmente más allá de toda capacidad humana de merecer. Esta justicia sólo puede ser dada a un corazón humilde y dispuesto.

Este don lo podemos recibir sólo al oír la proclamación del evangelio, creer en Jesucristo, y nacer de nuevo por el bautismo. Los judíos que tenían otra mentalidad, es decir, una mentalidad de que ellos podían merecer ser justos ante Dios por sus buenas obras según la ley de Moisés, no alcanzaron el objeto de la ley, que les señaló esta justicia de lejos. Esta transformación en gloria viene sólo por la fe; y entonces, cooperando con este don, crecemos más aún en virtud y santidad. Pero este don, recibido por la fe y siempre en necesidad de ser renovado por la fe, es la base de todo, de toda santidad y vida en Dios.

Así Dios fue hallado por los que no lo buscaban, como san Pablo dirá, citando Isaías: “Fui hallado de los que no me buscaban” (Rom 10, 20; Is 65, 1). Isaías dice: “Fui buscado por los que no preguntaban por mí; fui hallado por los que no me buscaban. Dije a gente que no invocaba mi nombre: Heme aquí, heme aquí” (Is 65, 1).

Page 27: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

27

Vivimos, pues, ahora en una nueva época de la historia de la salvación, en la época mesiánica, en los días del Mesías, en los tiempos profetizados por los profetas, en los días de salvación. Estos son los días que los santos del Antiguo Testamento anhelaban ver, y no los vieron. Es el tiempo de la luz, el tiempo de los hijos de la luz (1 Ts 5, 5), renacidos en Cristo, viviendo en la luz, resucitados con él, buscando las cosas de arriba, y no las de la tierra (Col 3, 1-2), viviendo en el cielo (Ef 2, 6), no en la carne, es decir, no viviendo más según la carne, sino según el Espíritu (Rom 8, 9) y la voluntad de Dios, muertos con Cristo en su muerte a la esclavitud de las pasiones (Rom 6, 11), y vivos en Cristo resucitado, rechazando lo terrenal (Col 3, 5), y viviendo para lo celestial, como nuevos hombres (Ef 4, 24), una nueva criatura en Jesucristo (2 Cor 5, 17). Los que viven por la fe reciben todo esto, mientras que los que quieren merecer su propia justicia por la ley no han llegado ni siquiera a la justicia de la ley, y son privados de todo lo demás que Dios quiere darnos si lo aceptaríamos.

“…mas Israel, que iba tras una ley de justicia, no la alcanzó” (Rom 9, 31). Los judíos tienen una mala orientación, pensando que por sus propios esfuerzos pueden justificarse al observar la ley de Dios, cuando el tiempo para esto ya ha terminado, y un nuevo método de salvación y justificación ha sido introducido, el de la fe en Cristo. Si aun en el Antiguo Testamento los justos fueron justificados por su fe, cuanto más ahora, puesto que Cristo ha venido, quien es el fin de la ley (Rom 10, 4). Buscando su propia justicia, han faltado a la más grande justicia de Dios en Cristo. Cristo es nuestra justicia. El se encarnó para que recibiéramos lo suyo, que es su justicia, mientras que él recibió lo nuestro, es decir: nuestra naturaleza humana. Asumiendo nuestra humanidad, él injertó en ella su justicia, y esta transacción es activada en nosotros individualmente por nuestra fe en él. Así nosotros estamos en él, y él en nosotros. Nuestra carne está en el Verbo en Jesús; y su Persona está en nosotros, regalándonos su divinidad, que nos diviniza, y su justicia, que nos justifica: “estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justicia, santificación y redención” (1 Cor 1, 30).

Los judíos han fallado porque piensan que son justos sin el don de la justicia que es en Cristo para nosotros. Sobre ellos, Lucas dice: “A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola…” (Lc 18, 9). Así pues, “Lo que buscaba Israel, no lo ha alcanzado” (Rom 11, 7), y no lo ha alcanzado porque, aunque tienen celo de Dios, no lo buscan correctamente, como afirma san Pablo: “yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no conforme a ciencia. Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios” (Rom 10, 2-3). San Pablo, en cambio, ha perdido todo por amor a Cristo para “ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe” (Fil 3, 9).

Page 28: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

28

Estas dos justicias no son iguales. La que buscaban los judíos es algo que nosotros hacemos y merecemos, es algo hecho por el hombre, algo humano, algo de este mundo, algo de que uno puede tener orgullo porque es algo que él mismo ha logrado por sus propios esfuerzos.

Pero la justicia de Dios es completamente diferente, y mucho más grande. No es algo humano, ni de este mundo, sino que algo divino, es un atributo divino, es la misma justicia de Dios, quien es justo. Es algo celestial que nos diviniza y transforma, haciéndonos resplandecientes con el esplendor de Dios, algo que es completamente fuera de nuestra capacidad de producir o merecer. Es algo que viene a nosotros de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Él resucita en una naturaleza humana glorificada e iluminada. Nuestra naturaleza está en él resucitada y restaurada a su condición primitiva, a su condición de justicia original antes del pecado original. Es esta naturaleza restaurada que recibimos cuando nos arrepentimos, dejando todos nuestros pecados, y cuando creemos y somos bautizados en la muerte y resurrección de Jesús el Hijo de Dios.

Así descendemos por el bautismo en su muerte para morir a nuestra naturaleza caída, y ascendemos de las aguas, resucitando en Jesucristo resucitado con una naturaleza restaurada. Resucitamos al estado de la justicia original. Y renovamos muchas veces esta transformación por la fe en Jesucristo y por nuevos actos de arrepentimiento.

Esta justicia de Dios, que nos viene por la fe, resplandece en nuestro corazón, renovándolo y limpiándolo por la inhabitación de Cristo en nosotros, regocijándonos e iluminándonos interiormente y constantemente. Esta justicia nos prepara también para que el Espíritu Santo more constante y poderosamente en nosotros, corriendo como ríos de agua viva en nuestras entrañas (Jn 7, 38), llenándonos con gozo celestial.

Así somos constituidos como hombres celestiales con nuestra ciudadanía en los cielos (Fil 3, 20) y toda nuestra alegría en las cosas de arriba donde está Cristo, y no en las cosas de abajo (Col 3, 1-2), no más en los placeres de este mundo que sólo disminuyen este encanto celestial en que ahora vivimos con Dios, justificados e iluminados por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Así pues, si perseveramos en esta condición, obedeciendo perfectamente a Dios, permaneceremos en la luz y alegría de Cristo en una vida nueva y restaurada, una vida verdaderamente resucitada, y aun ascendida en el cielo, una vida arraigada en el misterio pascual, siempre muerta, crucificada con Cristo a este mundo, y el mundo muerto y crucificado a nosotros; y nosotros vivos para Dios.

Esto es lo que Israel no alcanzó, ni tampoco alcanzó ni siquiera la justicia de la ley, porque esto fue demasiado difícil para que ellos pudieran cumplirla perfectamente para ser justos por la ley por sus propios esfuerzos. Ellos no

Page 29: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

29

alcanzaron la justicia que buscaban “Porque iban tras ella no por fe, sino como por obras de la ley, pues tropezaron en la piedra de tropiezo” (Rom 9, 32). La piedra de tropiezo es el Señor. Si lo seguimos con fidelidad, seremos salvos, y él será para nosotros la piedra angular, como afirma Isaías: “He aquí que yo he puesto en Sion por fundamento una piedra, piedra probada, angular, preciosa, de cimiento estable; el que creyere, no se apresure” (Is 28, 16). Ellos que creen en él son los gentiles convertidos a Cristo. Entonces Cristo viene a ser por ellos esta piedra angular.

Pero los judíos que rehúsan creer son los que tropiezan sobre esta misma piedra angular que han rechazado, como afirma Isaías: El Señor será “a las dos casas de Israel, por piedra para tropezar, y por tropezadero para caer, y por lazo y por red al morador de Jerusalén. Y muchos tropezarán entre ellos, y caerán, y serán quebrantados; y se enredarán y serán apresados” (Is 8, 14-15).

La misma piedra ayudará a los unos, y dañará a los otros. Si ellos tienen fe en Dios y en su Mesías, ella los ayudará; si no, los dañará. Así pues, la piedra ayuda a los gentiles, pero daña a los judíos no creyentes, “como está escrito: He aquí pongo en Sion piedra de tropiezo y roca de caída; y el que creyere en él, no será avergonzado” (Rom 9, 33; Is 28, 16).

“Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación” (Rom 10, 1)). Uno de sus motivos para escribir esta carta es para convencer a los judíos que Cristo es su Mesías y su medio de justificación y salvación.

“Porque yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no conforme a ciencia” (Rom 10, 2). San Pablo, antes de su conversión, es un buen ejemplo del celo que los judíos tenían de Dios. Él dice de sí mismo: “Yo de cierto soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad, instruido a los pies de Gemaliel, estrictamente conforme a la ley de nuestros padres, celoso de Dios, como lo sois todos vosotros. Perseguía yo este Camino hasta la muerte, prendiendo y entregando en cárceles a hombres y mujeres” (Hch 22, 3-4). También sobre su propio celo de Dios dice: “y en el judaísmo aventajaba a muchos de mis contemporáneos en mi nación, siendo mucho más celoso de las tradiciones de mis padres” (Gal 1, 14). El celo de los judíos es admirable, pero cuando vino Cristo, su celo faltaba ciencia. “Porque yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no conforme a ciencia” (Rom 10, 2).

Matatías, en el tiempo de los Macabeos, es un ejemplo admirable del celo de Dios y de las santas leyes que tenían los judíos. Los judíos tenían gran reverencia por sus leyes y las tradiciones santas de sus padres, y fueron dispuestos aun a morir antes de desobedecer ni una sola de las santas leyes de Dios, como murieron Eleazar y los siete hermanos y su madre en el

Page 30: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

30

segundo libro de los Macabeos antes de desobedecer la ley de Dios (2 Mac 6, 18-31; 7, 1-42). Cuando los enviados del rey invitaron a Matatías a ofrecer sacrificios no permitidos por la ley, él dijo con voz fuerte: “Aunque todas las naciones que forman el imperio del rey le obedezcan hasta abandonar cada uno el culto de sus padres y acaten sus órdenes, yo, mis hijos y mis hermanos nos mantendremos en la alianza de nuestros padres. El cielo nos guarde de abandonar la Ley y los preceptos. No obedeceremos las órdenes del rey ni nos desviaremos un ápice de nuestro culto” (1 Mac 2, 19-22).

“…cuando un judío se adelantó, a vista de todos, para sacrificar en el altar de Modín, conforme al decreto real, al verle Matatías, se inflamó en el celo y se estremecieron sus entrañas. Encendido en justa cólera, corrió y lo degolló sobre el altar. Al punto mató también al enviado del rey que obligaba a sacrificar y destruyó el altar. Emuló en su celo por la ley la gesta de Pinjás contra Zimrí, el hijo de Salú. Luego, con fuerte voz, gritó Matatías por la ciudad: ‘Todo aquel que sienta celo por la ley, y mantenga la alianza, que me siga’. Y dejando en la ciudad cuanto poseían, huyeron él y sus hijos a las montañas” (1 Mac 2, 23-28).

Este es el mismo celo que debe tener cada cristiano, pero sin matar a los enemigos de la ley. Los mártires tenían este celo. Murieron antes de ofrecer sacrificios a dioses falsos. Nosotros también debemos sufrir cualquier desprecio, castigo, o expulsión antes de desobedecer a Dios, quebrar un solo mandamiento de Dios, o cometer un solo pecado venial voluntario y deliberado. Debemos sufrir cualquier cosa antes de desobedecer la voluntad de Dios y perder su favor y amor brillando en nuestro corazón.

Dios guarda la vida de los que tienen celos por él, que son celosos para hacer su voluntad y que rehúsan quebrarla. Ellos no deben temer las consecuencias de su acción, porque agradan mucho a Dios, y él protege a sus amigos. “Él concede el éxito a los hombres rectos, es escudo para quienes proceden sin tacha, vigila las sendas del derecho y guarda el camino de sus fieles” (Prov 2, 7-8). Así debemos vencer todo miedo; y aun cuando todo el mundo está haciendo lo opuesto, debemos seguir el camino recto de la voluntad de Dios. Así uno será abundantemente recompensado y bien protegido, y Dios lo usará para promover su reino en este mundo. Este es el celo por Dios que tenían los judíos, y es lo que nosotros también debemos tener. Sólo así seremos los amigos de Dios, especialmente protegidos y regocijados por él.

Aun los judíos del tiempo de san Pablo tenían este celo por la ley, pero san Pablo nos dice que en su tiempo su celo característico no fue “conforme a ciencia” (Rom 10, 2). Esto es porque no se han adaptado a los nuevos tiempos, los tiempos mesiánicos, y por eso no recibieron a su Mesías. Por lo tanto en esta última situación su gran celo no les ayudó. Si sólo hubieran creído en Cristo y mostrado su celo por él como lo hizo san Pablo y los

Page 31: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

31

apóstoles, habría sido diferente, habrían sido aceptables a Dios por su gran y admirable celo y valentía. Lo que se necesita es celo junto con ciencia, o, como san Pablo diría, celo conforme a ciencia.

¡Qué bello, en cambio, es un cristiano celoso por la voluntad de Dios! Vive para Cristo. Toma toda la riqueza de su vida de Cristo; de su plenitud ha tomado gracia sobre gracia (Jn 1, 16); y ahora, contemplando el esplendor de Cristo, es transformado de gloria en gloria en la misma imagen de Cristo por obra del Espíritu Santo (2 Cor 3, 18). Cristo vive en él y resplandece en su corazón (2 Cor 4, 6). Él vive en la luz y alegría del Hijo de Dios y en el gozo y paz del Espíritu Santo inhabitando en su corazón. Para permanecer en esta gloria, en este esplendor, él tiene gran celo por la voluntad de Dios, porque sabe que si desobedece a Dios, perderá toda esta belleza. Perderá el amor de Dios. Por eso está preparado a perder todo y sufrir todo castigo, menosprecio, burla, rechazo, y expulsión antes de pecar contra la voluntad de Dios para con él.

Al vivir así, él es feliz, y su espíritu es iluminado. Él vive así en las cimas de la luz, en las cumbres iluminadas, y armando su tienda ahí en el esplendor de Dios, él permanece con Dios en la luz. Por eso nada es más importante para él que esta vida resucitada e iluminada con Dios. Y nada puede forzarlo a violar su conciencia si es celoso por Dios. Él ya ha decidido esto de antemano, y es dispuesto a perder todo de este mundo antes de violar su conciencia y así ofender a Dios, ir en contra de su voluntad para con él, y perder su amor y esplendor en su corazón. Como el mismo Jesús, él vive por la voluntad de Dios, como dice Jesús: “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Jn 6, 38). Al vivir así, Jesús estaba siempre con su Padre, como dijo: “Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8, 29).

Si queremos que Dios esté también siempre con nosotros como nuestro amigo, nunca dejándonos solos, tenemos que hacer lo mismo, es decir: siempre hacer su voluntad, ser celosos por su voluntad.

Este es el único camino de la felicidad humana en este mundo, a saber: el camino del amor de Dios y de la obediencia perfecta a su voluntad, como dice Jesús: “Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamiento de mi Padre, y permanezco en su amor” (Jn 15, 10). Esta es una vida verdaderamente celosa por Dios y por su voluntad y sus leyes; y es además un celo “conforme a ciencia” (Rom 10, 2).

“Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios” (Rom 10, 3). Hay un contraste aquí entre “la justicia de Dios” y “su propia justicia”. No son iguales. La justicia de Dios es un atributo divino. Es parte del esplendor de Dios, parte de su

Page 32: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

32

gloria y magnificencia. Pero es también algo que Dios nos da a nosotros, haciéndonos a nosotros también resplandecientes con el esplendor divino. Es un don divino. En este sentido es en paralelo con su salvación. Dios sale de sí mismo para levantarnos a nosotros de nuestro pecado, oscuridad, y tristeza, y vestirnos de su propia luz y esplendor, perdonando nuestros pecados, limpiándonos, y haciéndonos nuevos, justos, y santos ante él, como lo fue el primer hombre el día de su creación.

Esto es muy diferente de algo que pudiéramos lograr por nuestra propia observancia de la ley. Primeramente porque nadie ha podido observar la ley perfectamente para ser completamente justo por la ley; y segundamente, aun si la hubieran observado perfectamente, los resultados no habrían sido iguales que el don de la justicia que Dios nos da gratuitamente en Cristo. En Cristo, Dios nos permite participar en su naturaleza divina, regalándonos su gloria y esplendor, y completamente renovándonos con su propia claridad. Así somos iluminados y esclarecidos por esta iluminación de la justicia de Dios en Jesucristo por la fe en él.

San Pablo escribe: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Cor 5, 21). Él asumió nuestra naturaleza caída y la rehizo, llenándola de su divinidad y justicia; es decir: Dios “lo hizo pecado” —asumió nuestra naturaleza. Así pues, por su encarnación, nosotros somos “hechos justicia de Dios en él”; a saber: su justicia transforma nuestra naturaleza y la hace justa con la justicia de Dios. Así somos como Dios, rehechos en su imagen y semejanza, que fueron oscurecidas en nosotros por el pecado de Adán. Siendo justos ahora en Cristo por la fe en él, tenemos su imagen y semejanza restauradas en nosotros, como Dios creó a Adán.

En Cristo, Dios nos visitó con su propia justicia, como en un manto. A saber: él nos justificó, nos hizo justicia, nos hizo justos, nos salvó, como profetizó Isaías: “En gran manera me gozaré en el Señor, mi alma se alegrará en mi Dios; porque me vistió con vestiduras de salvación, me rodeó de manto de justicia, como a novio me atavió, y como a novia adornada con sus joyas” (Is 61, 10). ¡Qué belleza él nos dio, qué esplendor interior por su recreación de nosotros por medio de nuestra fe en Cristo! Qué gran pena san Pablo siente, pues, conociendo y experimentando todo esto, cumplido en Cristo por la fe, cuando él ve que el mismo pueblo preparado por Dios para toda esta plenitud de salvación la rechazó prefiriendo en lugar de esta, algo completamente inferior, la autojustificación, que, de hecho, ni siquiera existe ni jamás existió.

Que la justicia de Dios es como su salvación, leemos en los profetas. El Señor, por boca de Isaías, dice: “Haré que se acerque mi justicia; no se alejará, y mi salvación no se detendrá. Y pondré salvación en Sion, y mi gloria en Israel” (Is 46, 13). Su justicia está en paralelo con su salvación y su gloria. Son realidades que existen en Dios, pero que él envía a los hombres como

Page 33: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

33

bendiciones y regalos que salvan, perdonan, transforman, y divinizan al hombre que los recibe en fe. Qué error, entonces, es rechazar el regalo de Dios y preferir nuestra propia obra, “ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia” (Rom 10, 3).

También dice el Señor, por boca de Isaías: “Cercana está mi justicia, ha salido mi salvación, y mis brazos juzgarán a los pueblos; a mí me esperan los de la costa, y en mi brazo ponen su esperanza” (Is 51, 5). El Señor viene para salvar la tierra con su justicia. Sólo tenemos que recibirla, y dejarla transformarnos y divinizarnos, llenándonos del esplendor de Dios. Y así seremos ataviados como novios adornados con sus joyas. Así Dios quiere tratarnos, adornándonos con su propia gloria y esplendor, haciéndonos resplandecientes con sus dones, santos y justos por su perdón y gracia, si sólo aceptamos sus dones y vivimos en adelante según su voluntad, conforme al Espíritu, no viviendo más en la carne, es decir, según la carne.

Isaías profetizó nuestros días de cumplimiento mesiánico, diciendo: “Así dijo el Señor: Guardad derecho, y haced justicia; porque cercana está mi salvación para venir, y mi justicia para manifestarse” (Is 56, 1). Los días del Mesías se están acercando, dice Isaías. El Señor está cerca. Haz lo que puedas para estar preparado. Haz justicia cuanto puedas, porque en poco tiempo su justicia va a manifestarse y su salvación vendrá. Es la justicia que hará justos a todos los que aceptan este don, a todos los que creen en el Mesías y viven para él. Sé, pues, preparado. Así fue el mensaje de Isaías. En la venida de Cristo, todo esto fue cumplido.

De veras, su justicia es un don de salvación que nos hace semejantes a Dios. Es algo que él nos regala y que nos salva, poniéndonos en la luz, en su propio esplendor, porque “el Señor ha hecho notoria su salvación; a vista de las naciones ha descubierto su justicia… Todos los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios” (Sal 97, 2-3). La revelación y donación de su justicia es un gran acto de salvación que lleva consigo una nueva edad, el tiempo mesiánico, el tiempo del cumplimiento, los días de la salvación. Y esta salvación, esta justicia de Dios, llegará hasta los confines de la tierra, hasta los gentiles, que han contemplado la salvación de nuestro Dios. “…el Señor ha hecho notoria su salvación; a vista de las naciones ha descubierto su justicia… Todos los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios” (Sal 97, 2-3). Nadie está excluido. Todos los que creen en el Mesías en estos días serán salvos y hechos justos y santos por su fe, recibiendo este don de las manos de Dios.

Pero aunque esta salvación, esta justicia, ha llegado hasta los confines de la tierra, hasta los gentiles, los mismos judíos, en gran parte, no la han aceptado. Han preferido quedar en el Antiguo Testamento con la ley, que era sólo una preparación para esto; y ahora el tiempo de la ley ha terminado, y

Page 34: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

34

esto es “porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree” (Rom 10, 4).

“porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree” (Rom 10, 4). En griego esto puede significar o que Cristo es la meta de la ley, o que él es la terminación de la ley, es decir: el punto en que la ley cesa de existir como antes, cesa de estar vigente. Yo creo que san Pablo quiere decir los dos. Desde Cristo en adelante mucha de la ley ha perdido su poder, y no obliga más en su sentido literal, porque ahora estamos en una nueva época. Estamos ahora bajo Cristo y no más bajo la ley. El propósito de la ley fue de preparar al mundo para Cristo, pero una vez venido Cristo, el mundo no tiene más necesidad de la ley como tal. Cristo es la meta de la ley, y una vez que hemos llegado a la meta, no necesitamos más la ley, que nos preparó para esta meta. Cristo cumple la ley, y, a la vez, termina la ley cumpliéndola.

Los judíos que no aceptaron la justicia de Dios en Cristo y prefirieron justificarse a sí mismos al seguir la ley, no saben que este tiempo de la ley está ahora terminado porque él para el cual la ley fue dada como preparación ya ha llegado. Cristo es a la vez la meta y la terminación de la ley. Es, como san Pablo dice, “el fin de la ley” (Rom 10, 4).

Vemos este doble sentido también en Gálatas, cuando san Pablo dice: “Pero antes que viniese la fe, estábamos confinados bajo la ley… De manera que la ley ha sido nuestro ayo para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo” (Gal 3, 23-25). Es decir: la ley fue nuestro ayo, preparándonos para Cristo, la meta de la ley, la meta de esta preparación. Pero una vez llegado la meta, no necesitamos más la preparación, el ayo. Por eso Cristo terminó la ley al cumplirla. Los judíos que todavía siguen la ley en vez de Cristo no saben que estamos ahora en una nueva época de la historia de la salvación, y que la ley, que fue muy útil antes como camino de justificación, ahora ha perdido su poder y autoridad, y ha sido reemplazada por la fe en Cristo. “Cristo es el fin de la ley” (Rom 10, 4).

“Porque Moisés escribe acerca de la justicia que es por la ley: El hombre que haga estas cosas, vivirá por ellas” (Rom 10, 5; ver Lev 18, 5). Esta fue la belleza de la ley de Dios durante el tiempo de su validez como medio y camino de la vida y la salvación. Si seguían la ley, recibirían las bendiciones de Dios. Uno pudo vivir por medio de este camino que Dios dio a los judíos. Moisés escribió: “Habló el Señor a Moisés, diciendo… Mis ordenanzas pondréis por obra, y mis estatutos guardaréis, andando en ellos. Yo el Señor vuestro Dios. Por tanto, guardaréis mis estatutos y mis ordenanzas, los cuales haciendo el hombre, vivirá en ellos. Yo el Señor” (Lev 18, 1.4-5).

Este fue el bello ideal del Antiguo Testamento. Y tratando de guardar la ley, aunque no tenían éxito en guardarla perfectamente, Dios les recompensó,

Page 35: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

35

justificándolos por su fe en él. Pero ahora hay un nuevo camino. Ahora no es necesario observar todas las prescripciones sobre sacrificios, dieta, etc., sino sólo creer en el Mesías. El Mesías es así el fin de la ley, su meta y terminación (Rom 10, 4).

“Pero la justicia que es por la fe dice así: ‘No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo?’ Esto es, para traer abajo a Cristo” (Rom 10, 6; Dt 30, 12). San Pablo cita a Moisés cuando Moisés fue tratando de convencer a los israelitas que la ley no era demasiado difícil para ellos. Dice Moisés: “este mandamiento que yo te ordeno hoy no es demasiado difícil para ti, ni está lejos. No está en el cielo, para que digas: ¿Quién subirá por nosotros al cielo y nos lo traerá y nos lo hará oír para que lo cumplamos?” (Dt 30, 11-12). Dios se lo reveló a ellos. Por eso no tenían que buscarlo en el cielo. Él les dio la ley.

San Pablo usa este texto ahora con el mismo significado, pero para Cristo, el cumplimiento de la ley. No tenemos que subir al cielo buscándolo allá, porque él está aquí ahora. Ha sido encarnado. Se encarnó por nosotros, y está aquí a nuestro lado. Por eso la salvación que podemos tener en Cristo es fácil obtener. Sólo requiere fe. Como Dios reveló la ley a los judíos, nos dio a nosotros al Mesías.

Pero después de creer en él, tenemos que seguir su voluntad, su nueva ley de amor. Así nos dijo Jesús: “Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor” (Jn 15, 10). Si hacemos así, viviremos en su amor, justos y justificados, resplandecientes, como él a los ojos de Dios, regocijándonos en el Espíritu Santo. La obediencia es tan fundamental para el cristiano como para el judío, sino que no es obediencia a la ley de Moisés, sino a la voluntad de Dios, que el Espíritu Santo nos revela. Obedeciendo esta voluntad de Cristo, somos unos con él, y somos felices. Así él nos da el poder de vencer todos los obstáculos en nuestro camino.

Sí, habrá obstáculos, enemigos, y persecuciones, pero ellos no nos harán ningún daño, ni podrán quitar la alegría de Dios de nuestro corazón. De hecho, los obstáculos nos ayudan a regocijarnos más aún en Cristo, siendo así más perfectamente conformados a su imagen crucificada. Y Dios lucha de la parte de sus servidores fieles, aumentando su gracia en ellos. Así el cristiano vive por la voluntad de Dios, manifestado a él por el Espíritu Santo; y el resultado es que Cristo inhabita en su corazón, iluminándolo. Dijo Jesús: “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Jn 14, 23). Guardando su palabra, su voluntad, lo tenemos morando en nosotros, en nuestro corazón, llenándonos con su alegría y esplendor. Así vive el cristiano.

“…o ‘¿quién descenderá al abismo’, esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos?” (Rom 10, 7; Sal 106, 26). Sólo tenemos que aceptar al

Page 36: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

36

Mesías y creer en él, y todo será bien. Seremos salvos, librados del pecado y restaurados en su luz divinizadora, haciéndonos resplandecientes como lo fue Adán en su estado original, y como fue Cristo en su resurrección. Este creer incluye también el obedecerlo en adelante, una vez que estamos arrepentidos, perdonados, renovados, y justificados al creer en el Mesías. Es un camino bello y real. Cristo ya es resucitado. No tenemos que descender o hallar a alguien que pueda descender al abismo por nosotros para buscarlo allá y hacerlo subir por nosotros. Ya es resucitado. Ya es accesible. Está aquí, está cerca, listo para ayudarnos, para iluminarnos y divinizarnos, para unirnos con Dios y hacernos justos y santos por nuestra fe en él. Y entonces cada acto de obediencia, cada acto de fe en él, cada oración, nos hace crecer en este esplendor.

Pero los que no hacen su voluntad caerán atrás, porque “No todo el que me dice: Señor, Señor entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7, 21). Si oímos sus palabras y las hacemos, somos edificados sobre la roca: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca” (Mt 7, 24). Santiago dice lo mismo: “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (St 1, 22). Nuestra fe es cumplida cuando hacemos fielmente su voluntad. Y cuando hacemos su voluntad en medio de persecución, tiene aún más valor y poder.

“Mas ¿qué dice? ‘Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón’. Esta es la palabra de fe que predicamos” (Rom 10, 8; Dt 30, 14). San Pablo predica una palabra de fe. Esta palabra está siempre cerca de nosotros. Cuando creemos, somos perdonados, justificados, y salvos.

“…que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Rom 10, 9). No es suficiente sólo creer en Cristo en nuestro corazón, si también no lo confesamos con la boca. Por ejemplo, los que apostató al ofrecer sacrificios a los emperadores romanos y a sus dioses, si creyeron en su corazón, eso no les ayudó ante Dios. Perdieron todo por no proclamar su fe con su boca y con su vida y con hechos externos. Esta fe exclusivamente interior es insuficiente para la salvación, como dice san Agustín: “¿Acaso no mantuvieron en su corazón la fe en Cristo casi todos aquellos que le negaron delante de sus perseguidores? Con todo perecieron por no confesarle vocalmente, si exceptuamos a aquellos que resucitaron de nuevo por la penitencia” (Contra la mentira 6, 13). Tenemos que vivir nuestra fe en Cristo, y nuestra vida tiene que ser un testimonio claro al mundo de la fe que profesamos en nuestro corazón. Sólo así tiene esta fe el poder de salvarnos.

Crecemos mucho en la gracia y en esta nueva vida al vivir según nuestra fe cuando es difícil, cuando somos perseguidos por nuestra fe y manera de vivir

Page 37: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

37

según la inspiración del Espíritu Santo. Si por vergüenza o por respeto humano o miedo de persecución o expulsión, desobedecemos la inspiración y dirección del Espíritu Santo, entonces perdemos el esplendor de la gracia en nuestro corazón. Esto es porque hemos renegado por nuestra manera de vivir la fe que tenemos en nuestro corazón, y así apagamos su luz en nosotros. El conformismo cobarde con los caminos del mundo, hecho para evitar vergüenza o para evitar ser juzgados, apaga la luz de Cristo en nuestros corazones.

Pero muchos son los cristianos que viven así. No confiesan a Cristo con sus vidas cuando les parece inconveniente o vergonzoso o peligroso. Por eso muchos cristianos viven más en la oscuridad que en la luz. Viven mundanamente por el respeto humano, o porque todo el mundo vive así, o para ser respetados en el mundo y por el mundo a pesar de la fe que tienen en su corazón. Hacen exteriormente lo que todos están haciendo para ser aceptados por el mundo y para no ser diferentes del mundo, diferentes de los demás, diferentes de la mayoría. Y haciendo así, mueren espiritualmente, y la luz de Cristo se apaga en su corazón. Y porque viven así, Dios no les revela más de su voluntad, porque sabe que ellos no la obedecerían. Así no crecen espiritualmente. Si aun lo poco que saben de la voluntad de Dios no lo ponen en práctica, Dios no les revelará más de su voluntad.

Los santos, en cambio, siempre obedecían y ponían la voluntad de Dios en práctica, y por eso Dios siempre está revelándoles más detalles de su voluntad, que ellos siempre ponen inmediatamente en práctica, hasta que sus vidas son muy distintas y diferentes de las de los demás, de las de los que viven en un conformismo cobarde con el mundo por respeto humano. Los santos no sólo creen en su corazón, sino que también confiesan a Cristo con sus bocas y con sus vidas. Una vida radicalmente obediente a la voluntad de Dios es otra forma de confesión con la boca, es decir: es algo externo y público, es un testimonio claro ante el mundo, que tanto necesita confesiones tales.

Así también dijo Jesús: “A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos” (Mt 10, 32-33). Tenemos que confesarlo públicamente con nuestra boca y vida: “si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Rom 10, 9).

Pero la mejor cosa es hacer todas las tres cosas: creer en el corazón, confesar con la boca la fe que profesamos, y demostrarla con nuestra manera radicalmente fiel de vivir. Sermones apoyados por una vida santa y radicalmente obediente tienen gran poder, y hacen mucho bien, convirtiendo a muchos.

Page 38: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

38

Este último punto es otra razón por la confesión con la boca, es decir: esta confesión ayuda a nuestro prójimo y lo edifica en su fe, y esto también es nuestro deber como cristianos. Confesando a Cristo con la boca y con nuestra vida ayuda a nuestro prójimo, como dice san Agustín: “Nos es muy conveniente recordar tanto la justificación como la salvación, porque, aun cuando estamos destinados a reinar en la justicia eterna, no podremos preservarnos de la malicia del tiempo presente si no nos esforzamos por nuestra parte en la salvación del prójimo, profesando también con la boca la fe que llevamos en el corazón” (La fe y el Símbolo de los Apóstoles 1, 1).

Al vivir así, dando testimonio de la fe en nuestro corazón por proclamarla con la boca y por nuestra manera de vivir, ayudamos mucho a nuestro prójimo. Y es esencial que ayudemos a nuestro prójimo de un modo u otro para ser felices y cumplir la voluntad de Dios. El prójimo se nos ha dado como nuestro medio para amar a Dios y derramar nuestra vida en amor y sacrificio a él, siguiendo el ejemplo de la vida y muerte de Jesús, ofrecida al Padre por medio de ofrecerse por nosotros. Al amar a nuestro prójimo y derramarnos para predicarle y servirle con nuestra confesión de la fe y con el testimonio de nuestra vida, amamos a Dios. Este es nuestro medio para derramar nuestra vida en amor a Dios. Por eso alguien que pasa su vida como san Pablo, predicando el evangelio y escribiendo para la iluminación de su prójimo, está viviendo una vida completa, bendita, y santa; y será feliz.

Así nuestra confesión de la fe con la boca ayuda para que nuestro prójimo nazca de nuevo, de arriba, de Dios. Predicando y dando testimonio de Cristo así, lo guiamos para que sea justificado, muerto al viejo hombre, y resucitado en la resurrección de Cristo para vida nueva, para la novedad de la vida en la resurrección, para una vida verdaderamente resucitada y restaurada, una vida crucificada al mundo, y el mundo a ella, para buscar las cosas de arriba donde está Cristo, y no más las de la tierra (Col, 3, 1-2). Ayudamos así al prójimo a vivir con nosotros una vida iluminada por Cristo, una vida vivida en la luz y esplendor de Dios.

Pero al testificar así, nos ayudamos a nosotros mismos también, porque al predicar el evangelio, siempre profundizamos nuestra propia fe y entendimiento de la fe. Un buen sermón siempre es un sermón en que el predicador descubre más luz y crece en su propia apreciación del mensaje de Cristo y del misterio de la salvación. Él predica lo que está experimentando en su propia vida. Él profundiza el misterio de Cristo para alimentar su propia alma, y entonces lleva los frutos de su contemplación y profundización al prójimo, derramando su vida en amor por él al predicarle el evangelio. Así por este medio, él derrama su vida en amor a Dios unido a Jesucristo y su sacrificio de amor a su Padre.

Y aun esto no es todo, porque el acto de fe desarrollado y extendido así con la confesión de la boca actualiza por uno mismo la obra de la redención.

Page 39: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

39

Cristo justificó a todos por su muerte, pero para que esta justificación sea comunicada a mí, tengo que creer personalmente. Cuando confieso mi fe con mi boca, extiendo y desarrollo más aún mi acto de fe, y así la justificación entra más profundamente en mi ser, transformando más aspectos de mi vida, y a un nivel cada vez más profundo, para que yo crezca siempre más en la santidad. Y no hay límite de nuestro crecimiento en la santidad. Siempre confesando y dando siempre nuevo testimonio con nuestra vida de nuestra fe, siempre crecemos más en Cristo, siendo así siempre más perfectamente restaurados, transformados, y divinizados.

“Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Rom 10, 10). San Pablo no dice que debemos conocer o saber, sino que debemos creer; y esto tiene lugar no en la mente, sino en el corazón; y el resultado es que somos hechos justos. Nuestra razón no es forzada de reconocer lo que creemos sobre Jesucristo de la misma manera que es forzada de reconocer que este objeto es blanco, y ese negro. Por eso san Pablo no habla de saber con la mente, sino creer con el corazón. Es la voluntad (el corazón) que es activa, y que entonces dirige la mente. Es una decisión de la voluntad, por eso es fe, es creer en Jesucristo, y esta decisión tiene lugar en el corazón.

Este acto tiene valor ante Dios porque no es necesario, sino algo que elegimos hacer, movidos por la gracia de Dios. Es una decisión personal en que nos orientamos de nuevo hacia Cristo y nos encomendamos completamente a sus manos. No es una ciencia abstracta, sino una en que somos envueltos personalmente, y que cambia nuestra vida, punto de vista, y toda nuestra manera de pensar y vivir. Envuelve todo nuestro ser y vida.

Al creer en Jesucristo desde nuestro corazón, empezamos una vida nueva. Es una conversión de nuestra voluntad, entendimiento, y modo de vivir. Una vez que creemos en Jesucristo como Hijo de Dios, Mesías, y Salvador del mundo, hemos entrado en un proceso de conversión y transformación. Es Dios que nos justifica cuando creemos en su Hijo en nuestro corazón. Por eso san Pablo dice “con el corazón se cree para justicia” (Rom 10, 10).

Recibimos la justicia de Dios al creer con el corazón porque el creer así incluye y significa la donación total de nosotros mismos al cual creemos. En adelante Cristo es todo para nosotros. Vivimos sólo para él, dejando todo lo demás. Desde esta conversión, somos muertos al mundo, crucificados al mundo, y el mundo a nosotros (Gal 6, 14), y vivos sólo para Dios. Sólo él es nuestro Señor, porque lo confesamos como Señor (“si confesares con tu boca que Jesús es el Señor...” (Rom 10, 9). Y no podemos tener más que un Señor. Entonces, la fe es una decisión para nuestra vida, una redirección de nuestra vida hacia Dios, dejando la vida mundana y dedicándonos a un solo Señor, Jesucristo. Creer en Jesús quiere decir hacerlo a él nuestro único gozo voluntario para que él y sólo él sea todo para nosotros, y nosotros seamos todo

Page 40: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

40

para él. Es esta fe en él que viene del corazón que nos justifica, que nos hace santos ante Dios.

Entonces san Pablo añade: “pero con la boca se confiesa para salvación” (Rom 10, 10). Esto es porque la fe no es sólo información o ciencia, sino una nueva orientación personal que envuelve todo el hombre, no sólo su voluntad o su alma, sino todas sus potencias y sentidos, tanto su cuerpo y comportamiento exterior como sus movimientos interiores. Por eso no es suficiente sólo creer en el corazón, sino que también tenemos que confesar a Cristo con nuestra boca para ser salvos.

Jesús dijo que tenemos que confesarlo delante de los hombre: “A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos” (Mt 10, 32-33).

Este dicho de Jesús tiene dos partes. La primera es positiva. Es muy importante que nuestra fe sea integral, que domina cada aspecto de nuestra vida, que no haya nada fuera de su ámbito, y que no tengamos una vida privada que es separada e independiente de nuestra vida de fe, sino que seamos completamente marcados por nuestra fe en Jesucristo en todo lo que hacemos. Uno debe notar nuestra fe inmediatamente por nuestra manera en todo lo que hacemos. No hay vacaciones fuera de la vida de fe.

Si soy sacerdote, por ejemplo, este debe ser inmediatamente obvio a todos en todo lo que hago, en todo mi comportamiento, porque soy llamado a vivir y dar testimonio de mi fe en Jesucristo por esta forma pública del sacerdocio. Soy conformado a Jesucristo no sólo por el bautismo, sino que también por la ordenación, que es una consagración y configuración sacramental más profunda aún a Cristo. Por eso debo, por ejemplo, siempre comportarme y vestirme como un sacerdote de Cristo, y así dar testimonio de él dondequiera que yo esté ante todos los que me ven en lugares públicos, en aeropuertos, aviones, autobuses, tiendas, y en las calles de las ciudades. Así recuerdo a muchos de Dios, de Jesucristo.

Como sacerdote, soy, pues, en todo lugar un hombre marcado públicamente y para siempre por mi fe en Jesucristo y por este tipo particular de dedicación de mi vida a él. No debo tratar de pasearme incógnito (como muchos hacen), de escaparme de mi identidad pública como un sacerdote de Cristo. Nunca debo tratar de estar incógnito, ni siquiera cuando estoy viajando. Como sacerdote soy siempre una persona pública y conocida. En viajes podemos dar un muy buen testimonio a muchas personas que nunca verían a un sacerdote de otra manera. Es una de las mejores oportunidades para dar testimonio de nuestra fe y del compromiso de nuestra vida a Jesucristo. Esto es a la vez la gloria y la carga, la grandeza y la responsabilidad del sacerdocio

Page 41: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

41

integralmente vivido. Esto es su belleza. Uno es así para siempre un hombre públicamente marcado, identificado como un sacerdote de Jesucristo. Dondequiera que yo esté, todos los que me vean saben que yo soy sacerdote, creyente en Jesucristo, consagrado públicamente y sacramentalmente a él como su sacerdote, configurado y dedicado a él en su sacerdocio eterno.

Este testimonio público de mi vida es de gran importancia. Me ayuda muchísimo a mí mismo, y a otras personas también. Me limita, pero al mismo tiempo esto exalta mi espíritu, porque estoy exaltando a Cristo públicamente con todo mi ser todo el tiempo. No hay vacaciones de esta dedicación, de este testimonio de mi ser. Y Cristo dijo que si lo confesamos a él delante de los hombres, él también nos confesará a nosotros delante de su Padre. Al dar esta confesión, este testimonio público de nuestra fe, experimentamos una exaltación del espíritu, una gracia que Dios da a sus amigos. Nunca debemos rehusar dar este testimonio ante los hombres. Nunca debemos tener vergüenza de nuestra fe o de nuestro sacerdocio. Es una confesión con la boca, es decir, una confesión pública a Jesucristo para la salvación de mí mismo y de los demás. “…con la boca se confiesa para salvación” (Rom 10, 10).

Otra manera en que un sacerdote confiesa a Cristo con su boca es en sus sermones. No todos los sermones son iguales. Un sermón que expresa una devoción y consagración personal a Cristo es muy diferente de un sermón de alguien que no vive integralmente esta consagración. Cuanto más integralmente somos dedicados a Cristo, tanto más poder tendrán nuestros sermones, porque el sermón es uno de los más importantes medios por el cual podemos dar testimonio de Cristo. Si Cristo es verdaderamente todo para nosotros y nosotros somos totalmente de él, sin otro interés en este mundo fuera de él, si él es el único gozo que buscamos en una vida crucificada con él al mundo, y el mundo a nosotros (Gal 6, 14), esto se notará en nuestros sermones, y la profundidad de nuestra fe se comunicará a otros y alimentará sus espíritus. Esto es porque “la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Rom 10,17). Es decir: la fe viene por oír la predicación del evangelio. La fe de los unos está alimentada por la de los otros; y el sermón es un medio importantísimo para comunicar esta fe viva, esta alimentación, a los demás. Cuanto más viva e integral es nuestra fe, tanto más poder tendrán nuestros sermones. Cuanto más única y totalmente somos consagrados a Cristo, tanto más poderos serán nuestros sermones.

Otro medio para confesar a Cristo con la boca es escribir. Si escribimos algo lleno de una fe que es integral con nuestra vida y lo compartimos con otras personas, confesamos a Cristo y alimentamos nuestra propia fe y la de los demás. Alimentamos nuestra propia fe confesando a Jesús así con la boca por escribir, porque el escribir es un modo de profundizar nuestro propio entendimiento de la fe. Y al mismo tiempo el escribir es un excelente medio para confesar a Cristo con la boca delante de los hombres para su

Page 42: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

42

alimentación también. Y entonces Dios nos exaltará a nosotros delante de su Padre por haberlo confesado y exaltado a él delate de los hombres.

Pero hay también la parte negativa de este dicho de Jesús: “Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré delante de mi Padre…” (Mt 10, 33). Y Jesús dijo también: “el que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él, cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles” (Mc 8, 38).

¿Cuántos sacerdotes, por ejemplo, se avergüenzan de ser conocidos como sacerdotes en lugares públicos como aeropuertos, aviones, autobuses, tiendas, y en las calles de las ciudades? Temen las miradas, los pensamientos, y los juicios de personas mundanas. Por eso se visten como seglares, como todo el mundo, y se van incógnitos, disfrazados, cuando viajan, o van a lugares públicos. Se avergüenzan de su consagración a Cristo como sacerdotes, algo en el cual deben gloriarse y regocijarse. Y cuando hablan con otras personas en aviones etc., a menudo esconden su identidad y se presentan como seglares, avergonzados de ser sacerdotes, avergonzados de su configuración sacramental y sacerdotal a Cristo. Rehúsan dar este testimonio tan importante y tan glorioso de Cristo. No quieren llevar esta carga, esta responsabilidad. Por eso el Hijo del Hombre se avergonzará también de ellos (Mc 8, 38).

En escritos también, ¿cuántos escriben de una manera mundana, de una manera que sería aceptada por el mundo?, y por eso esconden su propia fe. Pierden una gran oportunidad de confesar a Cristo en el mundo. Porque quieren ser aceptados, dejan de ser proféticos, dejan de confesar a Cristo en sus escritos, dejan de revelar su fe públicamente. ¡Qué bueno es si alguien tiene una fe viva y profunda y es completamente consagrado a Cristo, si también escribe de una manera que comunica esta fe para alimentar a los demás!

San Pablo dijo: “Si le negaremos, él también nos negará” (2 Tim 2, 12). El Señor, por boca de un varón de Dios, dijo a Elí: “yo honraré a los que me honran, y los que me desprecian serán tenidos en poco” (1 Sam 2, 30). ¡Qué alegría y gloria hay en dar testimonio así de Jesucristo, y a nuestra fe en él! Nos trae la salvación. El creer en nuestro corazón nos da la justificación; pero el testimoniar públicamente con la boca y la vida nos trae la salvación, “Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Rom 10, 10).

“Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado” (Rom 10, 11; Is 28, 16). La tentación es de pensar que si creemos en Cristo y ponemos toda nuestra esperanza en él y vivimos exactamente según su voluntad, seremos avergonzados, vencidos por el

Page 43: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

43

mundo, y hechos el hazmerreír de todos por nuestra locura. Por esta razón, son pocos los que le siguen a Dios integral y radicalmente, arriesgando todo al hacer su voluntad cuando esta va contra corriente. Sí, muchos le siguen un poco, “en moderación”, pero siguen al mundo también, y no son fieles a las inspiraciones del Espíritu Santo, porque sus inspiraciones van contra la llamada “sabiduría” de este mundo, contra los deseos del hombre viejo, y contra sus placeres mundanos. Y porque no quieren ser avergonzados, no tienen mucha confianza en Cristo y no ponen mucha fe en él. Ponen más fe en la sabiduría del mundo, y en sus propios deseos; y esto es lo que ellos siguen prácticamente en su vida. Este es el camino ancho y cómodo de este mundo en que la mayoría camina, pero desgraciadamente él lleva a la perdición.

Pero el camino de la fe en Cristo, del seguimiento radical, de dejarlo todo para seguirle, como hicieron los primeros discípulos, este es el camino estrecho y angosto que pocos hallan, pero es el que lleva a la vida. Lleva a la vida, porque se enfoca completa y únicamente en Cristo, dejando lo demás. Y de veras los que entran por este camino no serán avergonzados. Ellos son los que renuncian a los placeres del mundo y viven sólo para el Señor, hallando su gozo en él. Ellos son los que lo confiesan ante los hombres con sus bocas y con sus vidas, con sus palabras y con sus escritos, y no sólo en su corazón; y porque sus vidas apoyan sus palabras, sus palabras tienen gran poder, y convierten y alimentan a muchos.

Si son sacerdotes, no se avergüenzan siempre vestirse como sacerdotes dondequiera que estén o vayan; y al fin el Padre no se avergonzará de ellos en el día del juicio (Mc 8, 38). Si son monjes, no se avergüenzan vivir una vida estricta y austera según la auténtica tradición monástica, según los escritos de los Padres del Desierto, de san Juan Casiano, de san Juan de la Cruz y según La Imitación de Cristo. No hacen caso de las miradas, pensamientos, palabras o acciones de los que no están de acuerdo con esto.

Ellos saben muy bien que tienen sólo una vida en este mundo, sólo una oportunidad de tratar de vivir perfectamente según la voluntad de Dios, y no quieren perder esta única oportunidad o desperdiciarla, viviendo una vida mimada, mediocre, y mundana. Y ellos, poniendo su fe así radicalmente en Cristo, no serán avergonzados. Cristo los bendecirá abundantemente, tanto en esta vida interiormente con luz y esplendor, como en la que viene. No serán avergonzados; vivirán. Para ellos Dios está cerca; y ellos se regocijan en él, en su cercanía.

“Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan” (Rom 10, 12). Hay sólo un medio de salvación por todos, gentiles y judíos, y este es Jesucristo y la fe en él. Cristo ya ha venido al mundo para salvar a todos los que le invocan y creen en él. El evangelio ya ha extendido por todo el mundo para dar a todos la

Page 44: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

44

oportunidad de salvación, para que todos pudieran recibir las riquezas que Dios ha preparado para nosotros. Es por eso que el evangelio tiene que ser predicado, tanto a los gentiles como a los judíos, para que todos los que lo oyen, creen en Jesucristo en sus corazones, le invocan, y lo confiesan con su boca y su vida, puedan ser enriquecidos de las riquezas que Dios quiere darles.

San Pablo dice: “se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia…” (Rom 3, 21-22). Todos han pecado y todos necesitan salvación; y el medio de salvación es lo mismo para todos. Es la fe en Jesucristo. Si los judíos quieren ser salvos y entrar en la plenitud de la vida nueva y la salvación que Dios ha otorgado al hombre, tienen que creer en Jesucristo, el único Hijo de Dios, el único mediador entre Dios y el hombre, siendo él mismo, Dios y hombre. Es igual para los gentiles. Tienen que hacer lo mismo si quieren esta riqueza divina. Esto es así porque Dios quiere que el hombre entre en comunión con él, que sea iluminado por el esplendor divino en que el Padre vive con el Hijo. El camino para entrar en esta riqueza y esplendor es el de ser unido con Jesucristo y aprender de él cómo vivir según la voluntad de Dios.

Aun los que todavía no creen en Jesús, pero experimentan algo de Dios, lo experimentan por medio él, sin saberlo. Pero si quieren conocer más de Dios, entonces tienen que llegar a una fe explícita en Jesucristo. Entonces Cristo inhabitará en sus corazones y resplandecerá el ellos (2 Cor 4, 6), aunque él siempre permanece en gloria en el seno de su Padre, viviendo en esplendor inefable. Él inhabitará en los corazones de los que oyen el evangelio, son bautizados, y creen en el evangelio. E inhabitando en sus corazones, él los iluminará, llenándolos del amor divino y del Espíritu Santo. Ni el judío ni el gentil puede llegar a este conocimiento experimentado de Dios sin Cristo. Cristo quiere que vivamos en esta iluminación, y permanezcamos en este esplendor que él nos trae y sólo él nos puede dar. Cuando creemos y lo obedecemos, somos iluminados y llenados de alegría por este esplendor. Así somos los hijos de la luz (1 Ts 5, 5), viviendo en el amor divino.

Cristo es crucificado al mundo, y nosotros, cuando creemos en él, somos crucificados con él al mundo (Gal 6, 14). Así vivimos lejos de los placeres mundanos y así el gozo del amor divino nos llena más de Dios. De otro modo, la profundidad de este amor divino es ahogada en nosotros por otros intereses, placeres, y amores; y olvidamos a Dios de un grado u otro. En este caso, nuestra alma es como la semilla sembrada entre espinos. “Estos son los que…son ahogados por los afanes y las riquezas y los placeres de la vida, y no llevan fruto” (Lc 8, 14). “Los placeres de la vida” dividen nuestro corazón del amor de Dios. Sólo el que cree en Jesucristo y encomienda su vida solamente y completamente a él, tratando de evitar todo pecado y de

Page 45: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

45

obedecerle perfectamente, puede calentarse en este esplendor del amor divino que Cristo resucitado y glorificado nos trae.

Cristo resplandece en nuestros corazones con la gloria de Dios para nuestra iluminación (2 Cor 4, 6) porque él mismo vive en la gloria de Dios. Su Padre lo cubre con su propia gloria, glorificándolo, mientras que el Hijo también glorifica al Padre, dándole todo honor y toda gloria para siempre. El uno glorifica al otro, como dos amantes, cada uno encendiendo el fuego del amor en el otro, y cada uno llenando al otro con el fuego de su amor. Así vive eternamente el Padre con el Hijo, abrazados en el esplendor inefable del amor divino, que es el Espíritu Santo, que es derramado en nuestros corazones cuando creemos en Jesucristo. Así somos injertados en la actividad íntima de la Santísima Trinidad, que es el amor mutuo y espléndido entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo.

Crucificados al mundo, sacrificados al Padre en amor con Jesús, vivimos una vida de adoración, de donación de nosotros mismos en amor a Dios. Tanto el judío como el gentil necesita este amor divino, accesible al hombre en Jesucristo por la fe en él.

Es Jesucristo quien renueva nuestra ser por su muerte que satisfizo por nuestros pecados, y por su resurrección, en que resucitamos renovados después de morir en su muerte a nuestro pasado. Y este misterio tiene que ser reaplicado cada vez que desobedecemos en algo, no importa cuán pequeño sea. Así somos hechos nuevos hombres en Jesucristo por su misterio pascual. Tanto el judío como el gentil necesitan esta renovación, esta restauración de su naturaleza que Dios hace accesible al hombre en Jesucristo.

“…porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Rom 10, 13). Dios mismo nos ama y quiere llenarnos con su amor y esplendor. Él sólo espera una persona disponible y queriendo lo que él quiere ofrecernos. Todo ya ha sido hecho por Jesucristo. Ya murió sacrificialmente como el Hijo divino de Dios por todos nosotros. Nuestros pecados ya han sido pagados por su satisfacción desde antes que nacimos. Él sólo espera nuestra aceptación, nuestro deseo de recibir este amor y salvación, y este deseo lo expresamos invocando el nombre del Señor. Invocando su nombre con fe nos salva, “porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Rom 10, 13).

Así la satisfacción que Cristo hizo ante su Padre inunda nuestra alma, es decir el amor de Dios se derrama en nuestro corazón con el don del Espíritu Santo, que el Padre nos da en amor por su propio Hijo cuando él ve a alguien que invoca el nombre de su Hijo. Y este Espíritu comienza su trabajo de renovarnos en la misma imagen del Hijo (2 Cor 3, 18), haciéndonos hijos adoptivos de Dios, rezando al Padre como sus verdaderos hijos.

Page 46: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

46

Entonces comienza el proceso de la purificación del mundo y transformación de nuestra persona, asemejándonos siempre más con Cristo y divinizándonos. El divinizarnos es el proceso por el cual él nos llena de su propio esplendor que nos hace radiantes, inundados de su luz y amor. Pero esta inmersión en la luz divina sólo puede suceder en un alma pura, es decir, purificada del mundo, crucificada al mundo y a sus placeres, y el mundo muerto y crucificado a ella (Gal 6, 14). Sólo entonces puede Cristo divinizarnos y resplandecer en nosotros como él quiere. Pero lo que comienza este proceso es el invocar el nombre del Señor con toda sinceridad y fe, con toda intensión de vivir en adelante sólo para él, como nuestra única alegría.

Entonces, una vez purificados, podemos caminar en la luz con Cristo resucitado y glorificado resplandeciendo en nuestro corazón, si tan sólo podemos obedecerlo en todo, incluso en las cosas más pequeñas. Esta es una vida verdaderamente iluminada y feliz, sumergida en Dios, permaneciendo en su amor y esplendor, como él quiere para con nosotros. Esta es la vida madura, purificada, y crucificada al mundo, una vida de renuncia, muerta y resucitada con Cristo. Es una vida vivida en las alturas, en júbilo de espíritu, con el don del Espíritu Santo inhabitando en los que dejan todo por él. Así dejando todo, recibimos todo. Así viven sus amigos, siempre cuidándose para no caer en alguna imperfección o desobediencia para no perder este esplendor. ¡Qué feliz es esta vida en Dios! Y ¡qué estúpido es perder este esplendor al pecar o desobedecer aun en algo muy pequeño! ¡Qué cuidadosos, entonces, debemos ser para no pecar, para no desagradarle en cosa alguna, para permanecer en su amor (Jn 15, 9-10)! Esta es la primicia de la salvación que encontramos en Jesucristo al invocar su nombre.

Ser salvo también quiere decir vivir resucitado y ascendido con Cristo en la gloria del Padre, donde Jesús siempre está sentado en esplendor inefable. Vivimos así aunque nuestro cuerpo está todavía en la tierra, porque vivimos con nuestro corazón en “los lugares celestiales” (Ef 2, 6) con él. Una persona enamorada vive con su corazón en su amado. Así vivimos nosotros con nuestro corazón en Cristo en “los lugares celestiales”, donde él está, porque él es el amado de nuestro corazón. Tomamos todos de su plenitud, gracia sobre gracia (Jn 1, 16).

“¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?” (Rom 10, 14). Así vemos la grandeza de la predicación. Como cristianos, debemos predicar a Cristo, especialmente los oficialmente autorizados y enviados por la Iglesia para predicar. La predicación es una estimulación para creer e invocar al Señor. La predicación inspira y mueve el espíritu a dedicarse completamente a Cristo. Cristo en sus misterios vive en la predicación. La belleza de todos estos misterios se manifiesta en la predicación.

Page 47: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

47

Predicar a Cristo quiere decir: llamar a la conversión, dar un reto, un desafío, y despertar las voluntades; quiere decir: informar a todos de las riquezas que Dios quiere darnos en Jesucristo, si sólo creemos en él y entregamos nuestra vida completamente a él. Predicar a Cristo quiere decir: predicar una vida nueva en él, la novedad de la vida en que podemos andar resucitados espiritualmente con Cristo, radiantes con su gloria, e inundados de su amor por medio de nuestra unión con él.

Predicar a Cristo es predicar la esperanza de la gloria, y esta gloria comienza ahora. Predicar a Cristo es encender el fuego del amor divino en los corazones de los oyentes. Predicar a Cristo es predicar el gozo espiritual de una vida vivida únicamente por él. Predicar a Cristo es predicar una vida celestial y angélica, una vida resucitada y ascendida, una vida vivida en el cielo, aunque nuestro cuerpo está todavía en la tierra. Predicar a Cristo es predicar sobre la luz en que él quiere que andemos como hijos de la luz, despojados y desapegados de todo lo de este mundo. Predicar a Cristo es predicar la búsqueda de las cosas de arriba, y no más las de la tierra.

Cuando el mensaje de salvación es energéticamente predicado con la convicción que viene de la experiencia personal, los oyentes son capacitados para creerlo con una nueva profundidad, deseo, entendimiento y gozo; y creyéndolo así, pueden invocar al Señor para su salvación.

“¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!” (Rom 10, 15; Is 52, 7). La fe en Jesucristo es necesaria para la salvación. Pero para tener esta fe es necesario que todos hayan oído de Jesús y de la salvación de Dios que está en él. Y sólo pueden oír este mensaje, esta alegre noticia, si hay personas que son oficialmente autorizadas para predicar el acontecimiento de Cristo. Ellos son los misioneros. Los judíos no tienen excusa alguna por no creer el evangelio de la salvación de Dios, ya ofrecida al hombre en Jesucristo por la fe en él. Todos han oído el evangelio, porque ha sido predicado. Todos conocen el mensaje de la salvación. Si no creen, no es la falta de Cristo, porque él ha enviado a sus apóstoles y misioneros, que han predicado la salvación en Cristo en todas partes. La culpa es sólo de los que rehúsan a creer.

Los misioneros de Jesucristo cumplen la profecía de Isaías sobre los mensajeros de las buenas nuevas de la salvación. San Pablo cita Isaías 52, 7 en forma breve en este versículo: “¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!” (Rom 10, 15). El texto completo es: “¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sion: ¡Tu Dios reina!” (Is 52, 7). Vemos a los mensajeros viniendo con un anuncio de salvación para su pueblo. Dios va a salvar a Sion. El fin de su esclavitud se acerca. Los mensajeros ya han sido

Page 48: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

48

enviados de Babilonia a Jerusalén para llevarle esta alegre noticia que Dios no ha olvidado a su pueblo, y que él viene a salvarla. ¡Qué bellos son los pies de estos mensajeros sobre los montes, pies que los llevan corriendo con alegría para compartir con Jerusalén esta buena noticia de salvación! Dios, de veras, salva a su pueblo. Dios reina.

En la plenitud del tiempo, este mismo Dios envió a su propio Hijo a Sion, a Jerusalén, para traerle la salvación y la justicia que buscaban y anhelaban. Han sido informados todos. Los mensajeros de su Hijo han sido enviados a Sion y a Jerusalén. Su voz ha sido oída. El evangelio fue predicado. Los hermosos pies de los que traen estas alegres nuevas han aparecido sobre los montes, y el alegre anuncio de la salvación que está en el Hijo de Dios ha sido pregonado. Nadie tiene excusa. Nadie puede decir que no ha oído. Uno sólo necesita fe para aceptar el anuncio, arrepentirse, y creer en el evangelio. Todo judío ha oído. El anuncio de la salvación de Dios en Jesucristo se ha extendido a todos. Y ¡qué bellos son sobre los montes los pies de los que traen estas alegres nuevas!, porque gracias a ellos “todos los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios” (Sal 97, 3).

“Mas no todos obedecieron al evangelio; pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio?” (Rom 10, 16; Is 53, 1). La falta de que tantos judíos no aceptaron la salvación de Dios en Jesucristo no es porque Jesús no ha enviado a un número suficiente de predicadores, ni es porque muchos judíos no han oído el evangelio; más bien la falta está en los mismos judíos, en cuanto, aunque han oído la predicación del evangelio, rehúsan creerlo. Así dice san Pablo aquí: “Mas no todos obedecieron al evangelio” (Rom 10, 16).

Pero esta falta de creer no es algo nuevo entre los judíos. Aun “Isaías habla del escaso número de los que obedecen” (Teodoro de Mopsuestia, Fragmentos sobre la Carta a los Romanos). Isaías se quejó de la incredulidad de los judíos cuando dijo: “¿Quién ha creído a nuestro anuncio?” (Is 53, 1), y san Pablo cita este mismo versículo: “Mas no todos obedecieron al evangelio; pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio?” (Rom 10, 16; Is 53, 1). Esto fue cuando Isaías profetizó sobre el siervo doliente del Señor, una profecía profunda, cumplida en Jesucristo. Los judíos del tiempo de Isaías no la creyeron, ni tampoco creyeron los judíos del tiempo de san Pablo en el cumplimiento de esta profecía.

Es por eso que Isaías habla con frecuencia sobre un resto o remanente fiel de Israel. La mayoría no va a creer. Sólo un remanente creerá y permanecerá fiel. “El remanente volverá, el remanente de Jacob volverá al Dios fuerte. Porque si tu pueblo, oh Israel, fuere como las arenas del mar, el remanente de él volverá…” (Is 10, 21-22).

¿Por qué no creyeron? Una razón es que la fe siempre es una decisión libre de la voluntad que guía la mente. La mente no es forzada por los hechos

Page 49: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

49

a dar asentimiento como en otras cosas: como este es negro, o ese es blanco. En este último caso, no hay una decisión de la voluntad, porque la mente es inmediatamente vencida por la evidencia de los sentidos. Con Cristo es más sutil, y uno tiene que decidir que quiere creer, entonces la mente sigue esta decisión personal de la voluntad, del corazón, que incluye también una reorientación de toda la vida hacia Cristo como nuestro único Señor. En un asunto así, no todos van a creer. Pero los que creen se dedican totalmente a Jesucristo.

Todos creen que un objeto negro es negro, pero no todos van a creer en Jesucristo, sobre todo los que no quieren reformar su vida para vivir sólo para él. Y de ellos, los que van a entrar en una relación profunda y mística con él son más pocos aún, porque esta última requiere la renuncia a los placeres mundanos y que andemos por el camino ascético, ¿y cuántos hay, en verdad, que van a hacer esto? ¡Muy pocos! Pero ellos serán los verdaderos místicos. Esto es lo que Jesús nos enseñó: “estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mt 7, 14). Seamos, pues, entre estos benditos pocos que creen profundamente en Jesucristo y que viven únicamente para él. Así caminaremos en la luz, como hijos de la luz, y nadie nos quitará nuestro gozo (Jn 16, 22).

“Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Cristo” (Rom 10, 17). Este versículo hace hincapié en la importancia de la predicación. La fe vive y se aviva en la predicación, y experimentamos la realidad del misterio de Cristo en la predicación. Cuando Cristo está predicado y creído, el corazón está correctamente orientado. La predicación nos orienta y dispone hacia Dios. Después de oír con fe viva la predicación de la salvación en Cristo, podemos ir en paz, sabiendo que nuestros pecados han sido borrados y nosotros somos hechos hombres nuevos, renovados y resucitados en la resurrección de Jesucristo.

La realidad del misterio pascual vive en la predicación del acontecimiento de Cristo. Cuando oímos la predicación de nuestra muerte en la muerte de Cristo, y de nuestra resurrección espiritual en su resurrección, experimentamos estas realidades, y vivimos una vida nueva, una vida de fe, una vida resucitada con Cristo resucitado, y aun una vida ascendida, celestial, y angélica, lejos de todo mundanidad, y escondida en Dios, una vida silenciosa, obediente, y alegre. Esto es verdad tanto para el predicador cuando él predica, como para su audiencia, si lo oye con fe. Para los oidores, esta predicación del acontecimiento de Cristo, este kerigma, despierta la fe y los conduce al arrepentimiento y a la fe que justifica y salva. Los conduce a la luz.

Así, pues, la predicación es una forma de oración que nos puede conducir incluso a la contemplación. La predicación es una profundización siempre nueva del misterio de Cristo. Es por eso que Jesús ha enviado a sus apóstoles hasta los confines de la tierra para predicar el evangelio a todo hombre: “Id por

Page 50: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

50

todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mc 16, 15). “…id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19). La predicación hace que Cristo resucitado y glorificado sea vivo en los corazones de los que la oyen con fe. Así todos siempre necesitamos oír la predicación, y no sólo los no creyentes que necesitan la primera evangelización. Por eso desde un principio la palabra fue predicada cada domingo a los creyentes para que siguieran creciendo en su fe.

“Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Cristo” (Rom 10, 17). Al oír, creemos; y oímos “por la palabra de Cristo”. Este versículo se refiere más que nada al mensaje general sobre la salvación de Dios que está en Jesucristo —es decir, el acontecimiento de Cristo, el kerigma o la predicación sobre la salvación por medio de su muerte y resurrección. Pero “la palabra de Cristo” (Rom 10, 17) también quiere decir los dichos y las enseñanzas de Jesucristo. Los dos son importantes y esenciales para nuestro crecimiento en la fe y en la santidad.

Otro aspecto de la predicación es la preparación escrita que hace el predicador cuando él escribe previamente su sermón que va a predicar después. Este acto de escribir un sermón es también un modo de orar y profundizar la fe, y puede conducir al escritor incluso a la contemplación. Esta es la razón por la cual muchos escritores religiosos escriben. El escribir así es por ellos un modo de orar. Y si después otros oyen o leen lo que ellos han escrito, es tanto mejor, porque así ellos comparten los frutos de su contemplación con los demás, derramando así su vida en amor por ellos; y estos oyentes son avivados en su fe y amor a Dios por lo que han oído o leído. “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Rom 10, 17).

“Pero digo: ¿No han oído? Antes bien, ‘Por toda la tierra ha salido la voz de ellos, y hasta los confines de la tierra sus palabras’” (Rom 10, 18; Sal 18, 4). La fe es por el oír, pero quizás, puedes decir, que los judíos no han oído, y por ello no han creído. San Pablo pregunta esto aquí: “¿No han oído?” (Rom 10, 18), y entonces da como respuesta una citación de Sal 18, preguntando en efecto: ¿Cómo es que los judíos no han oído?, cuando la voz de los apóstoles ha salido por toda la tierra, y hasta los límites del mundo sus palabras. El evangelio comenzó con los judíos y en su tierra. Ahí vivían todos los apóstoles juntos, y aun en la diáspora, san Pablo y los otros apóstoles siempre comenzaban su predicación en las sinagogas de los judíos. San Juan Crisóstomo comenta sobre este versículo, diciendo: “¿Qué dices? Pregunta: ¿No oyeron? La tierra habitada y los confines del mundo oyeron. ¿Y vosotros, junto a los enviados que tanto tiempo invirtieron, y de donde eran no oísteis? ¿Y cómo podrían tener razón? Porque si lo oyeron los confines de la tierra habitada, mucho más vosotros” (Homilías sobre la Carta a los Romanos 18, 2).

Page 51: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

51

Sí, han oído. Su problema no es el no oír, sino el no querer creer, como dijo Isaías de ellos. El Señor envió a Isaías para que predique a los judíos, pero le dijo que ellos no entenderán: “Y dijo: Anda, y di a este pueblo: Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto, mas no comprendáis. Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, para que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni su corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad” (Is 6, 9-10).

¿Por qué no quieren creer? Ambrosiaster dice: “Oyeron, pero no quisieron creer. Aunque la fe entre por la predicación, sin embargo, hay algunos que, no creen aunque oigan. Pues oyen, pero no entienden, porque su corazón está deslumbrado por la maldad” (Comentario a la Carta a los Romanos). Son cegados por el dios de este siglo para no creer. Ellos son los incrédulos, sobre los cuales san Pablo dice que “el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2 Cor 4, 4).

Ellos tenían su propio entendimiento de cómo va a ser el Mesías cuando venga; y Jesús no encajó bien con sus ideas. Ellos quisieron alguien más de este mundo, un salvador político y militar, no un Mesías puramente espiritual como lo fue Jesús. Así sus corazones fueron cegados por sus expectaciones mundanas.

El evangelio siempre se predica, pero aun hoy, ¿cuántos lo creen y lo siguen verdaderamente? Y ¿cuántos son los que, como los judíos, son deslumbrados y cegados por el mundo? ¿Cuántos dejan el mundo y viven una vida verdaderamente resucitada y ascendida? ¿Cuántos viven sólo para Cristo, y dejan todo lo demás, obedeciéndolo en todo?

La vida monástica es un intento de hacer esto, de morir con Cristo al mundo, para ser, al fin, purificados de la esclavitud de las pasiones y deseos mundanos, para poder vivir obedientemente en el esplendor de Dios, escondidos en Dios, con Cristo regocijando nuestro corazón, y con el Espíritu Santo clamando al Padre desde dentro de nuestro corazón: “¡Abba, Padre!” (Gal 4, 6). La vida monástica, auténticamente vivida, es una vida en la luz, una vida de alabanza, viviendo los misterios de Cristo, sobre todo el misterio de su ascensión al cielo a la diestra de Dios en gloria y esplendor. El monje vive este misterio con su corazón en el cielo, porque Dios lo puso en los “lugares celestiales”. Dios “juntamente con él [Cristo] nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Ef 2, 6).

El monje que deja todo lo posible de este mundo y vive una vida silenciosa de oración, ayuno, austeridad, simplicidad, y estabilidad, siempre quedando en el mismo lugar, cantando las alabanzas del Señor y trabajando silenciosamente en recogimiento de espíritu, obedeciendo todas las inspiraciones del Espíritu Santo, está viviendo esta vida de perfección, esta

Page 52: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

52

vida de fe, esta vida en la luz, esta vida celestial, esta vida ya resucitada y ascendida. Él vive en el cielo —con su corazón en el cielo. Él vive con Dios en la luz, como un hijo de la luz.

Pero el precio de una vida tal es el desprendimiento de todo lo terrenal, es el despojo de todo lo de este mundo, y el desapego definitivo de todo apego mundano. Por eso el monje renuncia a su familia, a su libertad, a su vida en el mundo. Él renuncia a los deleites de esta vida; y viviendo así en el despojo total de todo por amor a Cristo, él vive una vida iluminada en el esplendor del amor divino. Él permanece en este espléndido amor de Cristo; y el amor de Cristo llena su corazón. Él sabe bien por experiencia que esta vida crucificada que él vive con Cristo en amor es nada menos que la vida resucitada, vivida en Cristo resucitado. Por eso su gran empeño es siempre obedecer perfectamente todas las inspiraciones del Espíritu Santo para no caer fuera de este esplendor.

Este es un ejemplo de los que oyen y creen el evangelio por una parte, y los que oyen, pero no lo creen y no lo ponen en práctica por otra parte.

“Pero digo yo: ¿acaso Israel no entendió? Moisés es el primero que dice: ‘Yo os haré sentir celos de un pueblo que no es pueblo, y con un pueblo necio os irritaré’” (Rom 10, 19; Dt 32, 21). Quizás Israel oyó, pero no entendió el mensaje. Y ¿cómo es posible que Israel no entendió cuando todos los gentiles entendieron muy bien y sin tener toda la preparación de Israel?

Lo que está pasando ahora es que Dios está usando a los gentiles para hacer que Israel sienta celos de ellos, viéndolos recibiendo toda la heredad de Israel y al Mesías prometido a ellos. Puede ser que viendo a los gentiles leyendo el Antiguo Testamento, que es la escritura de los judíos, y creyendo en el mismo Dios que se reveló a ellos, Israel se arrepentirá y seguirá su ejemplo.

San Pablo cita Deuteronomio que dice que Dios humillará a su pueblo por medio de los gentiles, y siendo humillado, se arrepentirá y se convertirá al Señor. Esta humillación vino en el exilio, y sí muchos se convirtieron en este tiempo. San Pablo dice aquí que en su propio tiempo hay otro cumplimiento de este texto de Deuteronomio. Dios ahora está usando la conversión de los gentiles a Cristo para humillar a Israel, a ver si puedan convertirse de nuevo y creer en Cristo el Señor.

Humillaciones nos ayudan. Dios nos humilla en varias maneras para enseñarnos que hemos escogido un camino falso, y que debemos parar y no seguirlo más. La humillación nos muestra nuestro error y nos motiva para reversar nuestra dirección, corrigiendo nuestro comportamiento cuanto antes. La humillación es uno de los métodos de enseñanza que Dios usa con nosotros. Si hacemos algo, pensando al momento que es bueno, pero después Dios nos hace sentir mal por haber actuado así, aprendemos

Page 53: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

53

rápidamente y claramente que hicimos un error, y esto nos lleva a arrepentirnos y cambiar nuestro comportamiento en este asunto en el futuro. Por eso debemos incluso dar gracias a Dios por habernos hecho sufrir esta humillación, este dolor en nuestro corazón y conciencia, porque este dolor nos ayuda a entender mejor su voluntad, y así crecer en la perfección. Un día Israel también dará gracias a Dios por la conversión de los gentiles, y verá que esta les ayudó a ver y entender la verdad.

“E Isaías dice resueltamente: Fui hallado de los que no me buscaban; me manifesté a los que no preguntaban por mí” (Rom 10, 20; Is 65, 1). San Pablo aplica este versículo de Isaías a los gentiles. Los israelitas fueron el pueblo de Dios, buscándolo por su observancia de la ley, al recitar los salmos, y en su lectura de los profetas; pero resultó que no fueron ellos, sino los gentiles que lo hallaron. Eso es porque, aunque la verdadera justificación fue siempre por la fe, aun en el Antiguo Testamento, los judíos rehusaron esta justificación por la fe en el Mesías, mientras que los gentiles sí la aceptaron. Este escándalo de la incredulidad de los judíos es una demostración ante todo el mundo de la importancia de la fe por la salvación del mundo. La fe nos justifica; entonces tenemos que vivir como personas salvas. Tenemos que vivir dignos de este gran don de Dios recibido por la fe en Jesucristo. El vivir dignos de este don es la vida virtuosa, la vida santa.

“Pero acerca de Israel dice: Todo el día extendí mis manos a un pueblo rebelde y contradictor” (Rom 10, 21; Is 65, 2). Pelagio dice: “Los brazos extendidos significan alegóricamente la cruz” (Comentario a la Carta a los Romanos). Puede ser que san Pablo tuvo esto en su mente al aplicar este texto de Isaías a los judíos de su propio día. Seguramente Dios extendió siempre sus manos hacia ellos, y cuánto más durante “todo el día” (Rom 10, 21) de su crucifixión, cuando tuvo las manos extendidas al cielo y sobre su pueblo, intercediendo por él ante el Padre. Pero Israel permaneció un pueblo “rebelde y contradictor” (Rom 10, 21). Así, pues, vemos a Cristo en la cruz, diciendo a los judíos: “Todo el día extendí mis manos a un pueblo rebelde y contradictor” (Rom 10, 21).

¡Qué misericordia tiene Dios, siempre esperándonos! Si pecamos, si hacemos algo contra su voluntad, si equivocamos, pensando que estamos haciendo bien, y después, sintiéndonos muy mal, descubrimos por la revelación del Espíritu Santo que esta acción que creímos era buena no le agradó a Dios, entonces sabemos por qué san Pablo e Isaías nos dicen que este mismo Dios todo el día esta esperándonos con sus brazos extendidos en amor y buena acogida. Aunque fuimos rebeldes y contradictores, él nos espera. Él espera nuestro arrepentimiento para poder perdonarnos y llenarnos de nuevo de su gran amor, más espléndidamente aún que antes. Y cada vez que le volvemos así arrepentidos, él nos consuela en su debido tiempo; y salimos más sabios que antes, conociendo ahora con más exactitud su santa voluntad para con nosotros. Y así crecemos en la perfección.

Page 54: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

54

CAPÍTULO ONCE

EL REMANENTE DE ISRAEL 11, 1-10

“Digo, pues: ¿Ha desechado Dios a su pueblo? En ninguna manera. Porque también yo soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la tribu de Benjamín” (Rom 11, 1). Ahora san Pablo cambia su enfoque para mostrar que este endurecimiento de Israel no es completo, ni para siempre; es más bien sólo parcial y temporal, es decir, no todos los judíos han rehusado creer, y aun la mayoría que sí ha rehusado, en el futuro se convertirá.

San Pablo hace hincapié en sí mismo como ejemplo de un judío que no fue rechazado como judío por Dios. Más bien Dios lo escogió y le encomendó el gran trabajo de evangelizar al mundo, llevando toda la heredad de los judíos del Antiguo Testamento a los gentiles al predicarles el cumplimiento de toda esta revelación en Cristo. Dios lo escogió por este trabajo porque era judío. Si Dios hubiera rechazado a los judíos, no habría escogido al judío san Pablo para esta gran misión de convertir al mundo entero a Cristo.

San Pablo es convencido que Dios no ha rechazado a su pueblo, y que el resto fiel que ahora creen en Cristo es la prenda de la restauración futura de toda la nación. Esto es “Porque no abandonará el Señor a su pueblo, no desamparará su heredad” (Sal 93, 14). Dios escogió a su pueblo para siempre, y aunque por un tiempo es endurecido, todavía hay esperanza para él en el futuro, porque permanece para siempre el pueblo especial, escogido de Dios. Su infidelidad es sólo temporal. Las promesas de Dios a su pueblo no cesarán. No ha recibido la ley y los profetas en vano. Vendrán días de paz para Israel, como fue profetizado, cuando “morará el lobo con el cordero” y “la tierra será llena del conocimiento del Señor, como las aguas cubren el mar” (Is 11, 6.9). Todavía estos días no han llegado en su plenitud. Ellos vendrán en el futuro. Dios le prometió a Israel que nunca lo desechará: “Así ha dicho el Señor, que da el sol para luz del día, las leyes de la luna y de las estrellas para

Page 55: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

55

luz de la noche, que parte el mar, y braman sus ondas… Si faltaren estas leyes delante de mí, dice el Señor, también la descendencia de Israel faltará para no ser nación delante de mí eternamente. Así ha dicho el Señor: Si los cielos arriba se pueden medir, y explorarse abajo los fundamentos de la tierra, también yo desecharé toda la descendencia de Israel por todo lo que hicieron, dice el Señor” (Jer 31, 35-37). Esta es la promesa del Señor. Las leyes de la luna y las estrellas no han cambiado, y por eso Dios no ha rechazado a su pueblo. Y puesto que no podemos medir el cielo, es claro que la promesa de Dios es todavía válida, que él no ha desechado a su pueblo.

Esta fidelidad de Dios hacia su pueblo nos da confianza también a nosotros, el nuevo Israel, su nuevo pueblo. En todas las vicisitudes de la vida, en todos nuestros problemas, Dios nunca nos rechazará, y sobre todo, si nosotros permanecemos fieles a él, él permanecerá fiel a nosotros, e intervendrá en nuestro favor, siempre obrando en todas las cosas para nuestro bien (Rom 8, 28). Así hace Dios en fidelidad a su pueblo, antiguo y nuevo. Esta fidelidad nos alienta mucho para que podamos entrar nuevas situaciones con confianza, sabiendo que, aunque parecen difíciles, podemos pasar por ellas sin dificultad y con tranquilidad y paz, porque Dios nunca abandona a los suyos.

La Biblia está llena de ejemplos del cuidado de Dios para los suyos, y cómo él los salva de todas sus dificultades. Por ejemplo, cuando Abraham descendió a Egipto porque había hambre en Canaán, el Faraón tomó a Sara, la mujer de Abraham, para que fuese su propia mujer. Pero Dios intervino e “hirió a Faraón y a su casa con grandes plagas, por causa de Sarai mujer de Abram” (Gen 12, 17). Entonces él le devolvió a Abraham a su mujer. “Entonces Faraón dio orden a su gente acerca de Abram; y le acompañaron, y a su mujer, con todo lo que tenía. Subió, pues, Abram de Egipto hacia el Neguev, él y su mujer, con todo lo que tenía, y con él Lot. Y Abram era riquísimo en ganado, en plata y en oro” (Gen 12, 20- 13, 2).

Vemos aquí la gran protección de Dios para Abraham, el padre del pueblo escogido y ejemplo de la protección de Dios para con su pueblo y cada uno de nosotros si permanecemos fieles a su voluntad. Y aun cuando los judíos no fueron fieles, Dios los castigó, pero no los rechazó; y después de su arrepentimiento, él los guardó y cuidó otra vez. Pero veamos aquí lo que Dios hizo para Abraham. ¿Y quién pudiera haber predicho este buen resultado de estos acontecimientos?, ¡que Dios guardaría la castidad de Sara, enriqueciendo a Abraham, mientras que castigaría al Faraón!

El comentario de san Juan Crisóstomo sobre estos versículos es muy iluminativo e inspirador: Él dice: “¿Qué imaginación pudiera adecuadamente concebir el asombro de estos acontecimientos? ¿Qué lengua pudiera expresar esta maravilla?... Ella [Sara] sale de su presencia sin ser tocada, con su castidad única intacta. Así, como veis, siempre es la providencia de Dios,

Page 56: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

56

maravillosa y sorprendente. Cuando queremos rendirnos frente a cosas que son juzgadas sin esperanza a los ojos de los hombres, entonces él da evidencia personalmente de su poder invencible en toda circunstancia” (Homilies on Genesis; Homily 32, 22; The Fathers of the Church; The Catholic University of America Press, Washington, D.C., U.S.A., 1986). Es como el Faraón hubiera dicho: “He aquí, ahora sabemos la calidad de tu protector; la ira que descendió sobre nosotros nos enseñó cuán extenso es el favor de que tú disfrutas del Dios de todo” (Ibid. 32, 23). “Ahora este buen hombre [Abraham] se marcha con fasto y lujo, riquísimo en honores y bienes, y parece como instructor no sólo del pueblo de Egipto por lo que sucedió, sino que también de los alrededores de su camino y de los habitantes de Palestina. Quiero decir que los que lo vieron viajando anteriormente, apurado por el hambre, moviendo con temor y temblando, y ahora, en cambio, con tanta notoriedad, prosperidad, y riqueza, aprendieron el poder de la providencia de Dios en su favor. ¿Quién ha visto jamás algo semejante? ¿Quién ha oído jamás de una cosa así? Salió buscando alivio del hambre —y regresó así, engalanado de riquezas y distinción incalculable” (Ibid. 32, 23).

“Así vemos cuán extensa es la inventiva de Dios: cuando él deja cosas malas hasta que lleguen al extremo es cuando él vuelve y disipa la tempestad, y trae paz, tranquilidad, y un cambio completo de suerte para enseñarnos la grandeza de su poder… ¿Visteis su descenso [a Egipto] lleno de preocupación y miedo, con el temor de la muerte pesando sobre él? ¡Ahora ved su regreso, marcado por gran prosperidad y distinción! El justo ahora, veis, es un objeto de respeto de todos en Egipto y Palestina. Al fin y al cabo, ¿quién faltaría a mostrar respeto a uno que disfrutó tanto de la protección de Dios y fue acordado tan maravilloso cuidado? Probablemente lo que sucedió al rey y a su casa no pasó inadvertido a todos. Su propósito, veis, al permitir todo esto y dejar que las pruebas del justo lleguen a tal punto fue para que su paciencia apareciera más visiblemente, su logro ganase la atención de todo el mundo, y nadie fuese ignorante de la virtud del justo” (Ibid. 32, 24). “Que todos imitemos esto, y nunca nos desalentemos o considerar el comienzo de tribulaciones como un signo de que Dios nos ha abandonado o como una indicación del escarnio de Dios; más bien tratémoslo como la demostración más claro del cuidado providencial de Dios para con nosotros” (Ibid. 32, 25).

Hemos visto, pues, en este largo ejemplo que Dios siempre está al lado de su pueblo y de sus amigos como Abraham, y que él nunca los abandona. Y así dice san Pablo: “¿Ha desechado Dios a su pueblo? En ninguna manera” (Rom 11, 1). Y nosotros somos su pueblo hoy, y así él no nos ha desechado. Si en el Antiguo Testamento Dios tenía tanto cuidado de Abraham que intervino para ayudarle, y no sólo para ayudarle a escapar con su mujer intacta, sino que también lo ayudó a salir de esta prueba enriquecido y lleno de distinción y respeto a los ojos de todos, ¿qué no haría por nosotros, su nuevo pueblo? Por eso no importa qué suceda en nuestra vida. Si somos como Abraham, sus siervos fieles y obedientes, él hará algo semejante para

Page 57: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

57

nosotros, librándonos de todo mal, de todos nuestros enemigos, y arreglará las cosas para nuestro bien. De verdad, “sabemos que en todas las cosas interviene Dios para el bien de los que le aman” (Rom 8, 28).

Él no cesa de intervenir, moviendo corazones para actuar de una manera que será beneficial para sus siervos y amigos, librándolos de problemas de una manera que ellos mismos nunca pudieran haber imaginado, previsto, o hecho por su propia fuerza. Si pedimos su protección, nunca dejará desamparados a sus amigos que hacen su voluntad. Y sabiendo y creyendo esto de antemano, podemos vivir en mucha paz y tranquilidad. “No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció” (Rom 11, 2).

“No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció. ¿O no sabéis qué dice de Elías la Escritura, como invoca a Dios contra Israel, diciendo: Señor, a tus profetas han dado muerte, y tus altares han derribado; y sólo yo he quedado, y procuran matarme?” (Rom 11, 2-3; 1 Reyes 19, 10). Parece que todo Israel ha apostatado y sólo Elías permanece fiel.

“Pero ¿qué le dice la divina respuesta? ‘Me he reservado siete mil hombres, que no han doblado la rodilla delante de Baal’. Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia” (Rom 11, 4-5; 1 Reyes 19, 18). La respuesta divina es, que no es así. Elías no es el único que ha quedado fiel. Hay siete mil hombres junto con él que han permanecido fieles. Es la misma situación hoy, dice san Pablo. Aunque puede parecer que nadie ha quedado fiel, no es así. Hay muchos entre los judíos, aun hoy, dice, que han creído en Jesucristo. ¿Qué dice san Lucas? Dice que después del primer discurso de san Pedro: “los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas” (Hch 2, 41). Y después de que Pedro y Juan habían curado a un cojo sentado a la puerta del templo y habían enseñado al pueblo, Lucas dice que “muchos de los que había oído la palabra, creyeron; y el número de los varones era como cinco mil” (Hch 4, 4). Y Santiago y los ancianos, después de oír a san Pablo contándoles las maravillas de Dios entre los gentiles, le dijeron a san Pablo: “Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han creído…” (Hch 21, 20). Santiago habla de “millares de judíos…que han creído”, es decir, miles y miles de entre los judíos han creído en Cristo. Este es un remanente de tamaño considerable, y muestra que Dios está con este remanente que es por ahora la prenda de la conversión de los demás después. Dios no los ha rechazado. Este remanente es como el remanente en los días de Elías que asegura que Dios es todavía el Dios de los judíos, y ellos son su propio pueblo.

“Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia. Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia” (Rom 11, 5-6). Pero en medio de hablar sobre el pueblo escogido que queda siempre escogido, San Pablo añade aquí esta palabra sobre la gracia, que él contrasta con las obras de la ley. Es decir: aunque los judíos

Page 58: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

58

permanecen el pueblo escogido por Dios, sin embargo, la verdadera Israel de hoy, que es viva y no dormida, es este “remanente escogido por la gracia” y no por las obras de la ley (11, 5-6). Así pues, él incluye en su discusión aquí su doctrina sobre la gracia y las obras. Estos dos caminos quedan distintos e irreconciliables, y la mayoría de los judíos quedarán dormidos y temporalmente cortados de la vid hasta el día en que ellos también reconozcan a Jesucristo, y reciban su elección por la gracia, y no por las obras.

Aquí, pues, otra vez, estamos en medio de esta bella doctrina del remanente escogido por la gracia, es decir, justificado por la gracia, por la fe, y no por obras. Obras humanas nunca pudieran habernos elevado tanto como la gracia, que es por la fe. La justicia que las obras nos pueden dar es algo muy pequeño e insignificante en comparación. Pero este remanente escogido vive ahora en la luz de la gracia resplandeciente de Jesucristo, gratuitamente dada a todo aquel que cree en él desde su corazón. Entonces uno es hecho partícipe de la naturaleza divina y dado el don de la gloria en que vive el Hijo eternamente en el seno del Padre. Esto es para que uno pueda ver, contemplar, y vivir en este esplendor en que vive el Hijo en gloria en el seno de su Padre.

¿Quién pudiera imaginar que uno podría ganar o merecer esto por sus propios esfuerzos y buena observancia de la ley de Moisés? Es sólo por la gracia que somos salvos y hechos hijos en el único Hijo unigénito. Es este resto de Israel, viviendo en la gracia y en la gloria de la Trinidad que es la prenda de la salvación del pueblo entero, ya dormido, de Israel, que todavía no acepta a su Mesías. De verdad, “por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Ef 2, 8).

“¿Qué pues? Lo que buscaba Israel, no lo ha alcanzado; pero los escogidos sí lo han alcanzado, y los demás fueron endurecidos…” (Rom 11, 7). Los elegidos son el remanente, es decir, los judíos que creen en Cristo: Pues, ellos son los verdaderos escogidos ahora; mientras que los demás, la mayoría de Israel, son endurecidos.

Todas las promesas de los profetas son, por ello, realizadas en este remanente. Las promesas fueron hechas a todo el pueblo, pero aplican ahora en el tiempo de su cumplimiento sólo a este resto santo de la nación. Ellos representan la nación ahora. Pues en ellos es cumplida la profecía que dice: “Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria del Señor ha nacido sobre ti” (Is 60, 1). ¿Sobre quién ha nacido la gloria del Señor? Sobre Israel, es decir: sobre los escogidos que no fueron endurecidos. En ellos todo Israel es iluminado, aunque no lo saben ni disfrutan de esta iluminación en su estado presente de ser endurecidos y dormidos. Su luz ha venido. “…sobre ti amanecerá el Señor, y sobre ti será vista su gloria. Y andarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu nacimiento” (Is 60, 2-3). Los judíos escogidos que creen en Cristo viven en este esplendor y se calientan en su

Page 59: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

59

gloria. La gloria del Señor se ve sobre ellos, amanece sobre ellos. Ellos resplandecen porque la gloria del Señor ha nacido sobre ellos. El nacimiento de Cristo los ilumina y llena de luz. Y ellos caminan ahora en la luz de su resurrección. Son hijos de la luz, inundados del amor del Padre por el Hijo y del Hijo por el Padre, participando en su gloria. Ellos son un signo de esperanza para toda su raza, porque ellos han llegado a donde los demás seguirán después.

“…como está escrito: Dios les dio espíritu de estupor, ojos con que no vean y oídos con que no oigan, hasta el día de hoy” (Rom 11, 8; Dt 29, 4; Is 29, 10; 6, 9). Aquí san Pablo combina elementos de varios textos del Antiguo Testamento sin citarlos exactamente. El sentido es que Dios en su presciencia ha cerrado los ojos y oídos de Israel para que no vean ni oigan ni entiendan el mensaje de Cristo. Son los judíos que rehúsan creer, pero Dios, viendo su incredulidad y su rechazo, les dio la consecuencia de su comportamiento, que es ser endurecidos y rendidos de un espíritu de estupor. Por la propia falta de Israel, Dios ha cerrado sus ojos. Así, dice san Pablo, estamos viendo en ellos el cumplimiento de la profecía de Isaías: “Porque el Señor derramó sobre vosotros espíritu de sueño” (Is 29, 10). Los judíos ahora son como dormidos. Y Moisés profetizó sobre ellos: “hasta hoy el Señor no os ha dado corazón para entender, ni ojos para ver, ni oídos para oír” (Dt 29, 4).

Israel ha visto muchas cosas, todas las plagas y milagros en Egipto y en el Mar Rojo, pero es como si no hubiera visto bien. No ha entendido bien, y por eso se ha seguido rebelando en el desierto, hasta hoy. Esta palabra inspirada de Moisés halla su cumplimiento en los días de san Pablo cuando estos mismos judíos, con sus mismos corazones endurecidos, han rechazado incluso al Mesías, para el cual toda su historia fue la preparación. Su corazón endurecido resultó en que Dios no les ha dado corazón para entender. Su falta de cooperar con la gracia resultó en que Dios no les dio ni ojos para ver, ni oídos para oír.

Vemos en este versículo una amonestación para nosotros también si actuamos como los judíos, rehusando creer, rehusando seguir exactamente la voluntad de Dios. Si actuamos así, Dios nos dará también a nosotros, como dio a los judíos, un espíritu de estupefacción, estupor, y necedad, ojos que no ven y oídos que no oyen. Ojalá este estado no sea permanente, sino más bien sólo un tiempo de transición, hasta que vengamos a una fe más profunda y completa.

Pero ¿cuántos viven hoy en este espíritu de estupor, viviendo según su propia voluntad y según sus deseos humanos una vida de placer en este mundo sin aun darse cuenta de cuán lejos están de Dios y de qué poca experiencia tienen de Dios y de su amor, gloria, alegría, y esplendor al vivir así? ¡Cuán lejos están del ideal de la santidad! ¡Cuán lejos están de las palabras clásicas de La Imitación de Cristo!: “Cuando el hombre haya llegado

Page 60: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

60

al punto de no buscar consuelo en ninguna criatura, entonces comenzará por primera vez a gustar perfectamente de Dios y estará contento de todo lo que le pueda acontecer” (1.25.10). Esta es la verdadera vida de fe, una vida de gloria y alegría espiritual, una vida de luz y amor. Es una vida que experimenta y permanece en el amor de Dios, porque no vive por ninguna otra cosa que Dios. Ha renunciado a los placeres mundanos, para vivir en silencio y soledad con Dios, haciendo perfectamente su voluntad, siguiendo todas las inspiraciones del Espíritu Santo, y compartiendo su sabiduría con los demás para que ellos también puedan vivir con ella en este mismo esplendor y gloria. Esta vida nueva en Cristo tiene una gran repugnancia por los placeres mundanos. Se aleja de ellos, porque sabe que ellos extinguen este esplendor del amor divino.

Desde esta experiencia de Dios, uno que vive así ve a los demás que viven para sus propios placeres, como si fueran ovejas descarriadas que no saben cómo vivir. El que está renovado en Cristo vive una vida crucificada por amor a Jesucristo, y así experimenta el poder de su resurrección. Así su vida no es sólo una vida crucificada, sino que también resucitada en Cristo, iluminada por su resurrección, buscando las cosas de arriba, y no las de la tierra (Col 3, 1-2). Él vive una resurrección espiritual mientras está todavía en la tierra, porque no está en la carne, sino en el Espíritu. Su austeridad ha mortificado sus pasiones y disminuido su fuerza para que le dejaran en paz y tranquilidad.

Qué diferencia hay entre los que ven, y los que no ven. A los que no ven, les ha sido dado un espíritu de estupor. Son ciegos, el dios de este mundo habiéndolos cegado para que Dios no resplandeciera en sus corazones. Viven para este mundo, no para Dios. Sus únicos placeres son los del mundo. No conocen el gozo del espíritu en Dios. Viven por sí mismos y creen que todos son iguales. No quieren privarse de los placeres de la vida; y su vida es una búsqueda inagotable de placer mundano. Pero no son felices. La verdadera felicidad humana se les ha escapado. No conocen su secreto.

Qué diferentes, en cambio, son los que ven, los hijos de la luz en Cristo. Su vida es una búsqueda inagotable de conocer y hacer la voluntad de Dios con siempre más exactitud, sea lo que fuera. Ellos saben que todo gozo verdadero es en la cruz de Cristo; y buscan cómo puedan crucificarse más aún a este mundo e imitar mejor la pobreza y simplicidad de Jesús. Ellos aceptan al Mesías que Dios los envió y modelan sus vidas conforme a la suya.

Cuán pocos son los que saben que los placeres mundanos disminuyen el esplendor del amor de Dios en su alma. Lo ahogan. Es por eso que los santos han renunciado al mundo y han vivido vidas de gran austeridad. Es por eso que ellos han buscado los desiertos, los sequedales terrenales de este mundo, donde podrían vivir para las manifestaciones celestiales y por el amor de Dios. Cuando uno vive sin consuelo alguno humano, en soledad y silencio perfecto, en oración silenciosa y amorosa, habiendo eliminado todo placer mundano de su vida, entonces puede crecer en el amor de Dios, en unión con

Page 61: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

61

su Salvador crucificado y resucitado. Esta es la vida monástica y la vida mística. Este es el ideal monástico: vivir en un sequedal terrenal, pero disfrutando de las manifestaciones celestiales. Así vivió Juan el Bautista, el prototipo y modelo de la vida monástica.

Alguien que vive así tiene sus ojos abiertos. No es cegado. No tiene un espíritu de estupor ni ojos que no ven. No ha rechazado a Cristo, ni a la cruz, ni a la vida crucificada; y conoce que esta vida crucificada con Cristo por amor a él es la vida resucitada vivida en el esplendor de su amor. Pero los que buscan su placer y felicidad en las cosas y criaturas de este mundo, sí, son deslumbrados y cegados por el mundo, y no conocen la gloria de la Trinidad en que el Hijo vive con su Padre, y en la cual él nos ha invitado a participar. Por la fe y por el seguimiento perfecto de su voluntad, vivimos esta nueva vida, que es la vida crucificada al mundo por amor a Cristo, pero, por ello, resucitada y ascendida para Dios. Es una vida mística, vivida en el río resplandeciente del amor divino. Una vida más bella que esta vida obediente, ascética, y mística, no se puede imaginar.

“Y David dice: Sea vuelto su convite en trampa y en red, en tropezadero y en retribución” (Rom 11, 9; Sal 68, 23). Esto es lo que sucederá a los que rehúsan creer. Su vida caerá en un hoyo, y ellos sufrirán la justa retribución de Dios. ¿Cómo pudiera ser de otra manera? Nadie puede desobedecer a Dios y ser feliz. La verdadera felicidad reside sólo con los que siguen perfectamente su voluntad.

Cuando nos desviamos un poco por inadvertencia, entonces Dios nos hace caer en un hoyo de oscuridad, tristeza, y depresión para notificarnos y enseñarnos que somos desviados, que no estamos promoviendo su reino como él quiere, que estamos actuando de una manera demasiado mundana, y que le hemos olvidado a él, que debe ser todo para nosotros.

Así esta depresión nos ayuda, nos advierta; y si nos arrepentimos y cambiamos nuestra mala conducta, crecemos en la santidad, y estaremos en una mejor situación después de haber sufrido esto, que antes. Así crecemos en la virtud. Este dolor nos ayuda mucho. Es por eso que Dios nos lo da, es decir: para nuestro bien, para enseñarnos y santificarnos. Y a causa de estos dolores, hacemos muchos cambios en nuestra conducta, así formando nuestra vida de una manera cada vez más santa y perfecta.

Cuando Dios nos da una tarea que él quiere que hagamos para su gloria en este mundo, si rehusamos hacerlo por pereza o por el deseo de descansar o hacer algo más interesante o más fácil, entonces él quita el gozo de nuestro corazón y nos llena de tristeza. Así aprendemos que debemos siempre hacer el esfuerzo necesario para cumplir su voluntad, no importa cuán difícil sea el esfuerzo. Sólo así seremos felices en el Señor, caminando en su luz, inundados de su amor, regocijándonos en su Espíritu.

Page 62: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

62

Porque los judíos no han hecho esto, su convite será vuelto para ellos en una trampa y red. Pero cuando hacemos su voluntad, habiendo aprendido al caer en este pozo triste, entonces todo es diferente. Entonces vivimos en la esperanza de la gloria (Rom 5, 2), esperando la venida del Señor, bañados de su luz, felices en nuestro trabajo, promoviendo su reino en el mundo, viviendo crucificados a esta vida (Gal 6, 14), y vivos para Dios en la novedad de vida (Rom 6, 4). Así él nos forma en la imagen del Hijo (Rom 8, 29), mientras contemplamos su esplendor (2 Cor 3, 18); y el mismo Hijo resplandece en nuestro corazón (2 Cor 4, 6) con el amor del Padre, que él nos ha dado (Rom 5, 5; Jn 15, 9). Así él nos hace a nosotros también resplandecientes con su gracia que nos ilumina.

Ninguna otra cosa debe tener mucha importancia para nosotros. Cosas materiales pueden cambiar, como Dios quiera, pero si estamos centrados en Dios y en su amor, y en la ejecución perfecta de su voluntad, estos cambios externos tendrán poca importancia para nosotros. Pueden permanecer así como están ahora, o cambiar. Todo es casi igual para nosotros si estamos siempre enfocados en la voluntad de Dios, y por ello arraigados en su amor, clavados en amor con Cristo en su cruz, participando en su pasión por nuestra renuncia al mundo, y al mismo tiempo participando en la gloria de su resurrección, que regocija e ilumina nuestro corazón, llenándolo con gozo y esperanza. Qué diferente es esta vida en la luz, participando en el amor entre el Padre y el Hijo, que la vida de los rebeldes que han dejado de seguir la voluntad divina al rehusar creer en Jesucristo.

“Sean oscurecidos sus ojos para que no vean, y agóbiales la espalda para siempre” (Rom 11, 10; Sal 68, 23). Así son los que desobedecen a Dios y viven según sus propias ideas y deseos. Si nosotros nos desviamos un poco, saboreamos el mismo castigo de tristeza interior, nuestros ojos serán oscurecidos, y nuestro corazón deprimido. Pero así no es como Dios quiere que vivamos. Sí, cuando desobedecimos era así, pero no más ahora que hemos dejado nuestro camino equivocado, nuestra búsqueda por un camino más ancho y cómodo, más como todos los demás.

Jesús, en cambio, quiere que caminemos por el camino estrecho y angosto de la vida que pocos hallan. Pero es un camino iluminado que nos lleva a las alturas, a contemplar el esplendor de Dios en nuestro corazón y regocijarnos en su fulgor. De veras, “en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz” (Ef 5, 8). Por eso debemos dar “gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz” (Col 1, 12). Esto es porque él “nos ha libado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo” (Col 1, 13). Estamos, de verdad, en la luz ahora porque, habiendo andado antes en las tinieblas, descubrimos nuestro error, y nos corregimos. Las tinieblas nos ayudaban a reconocer que no estábamos en la voluntad de Dios. Nos ayudaban a descubrir con mejor precisión donde está su voluntad, y nos motivaban a cambiar nuestro

Page 63: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

63

comportamiento. Habiendo hecho esto, todo ha cambiado. La luz de Dios ha amanecido sobre nosotros, y hemos recobrado el verdadero camino de la vida, el camino que pasa por las cumbres iluminadas donde el sol jamás se pone, porque allí el Señor es nuestra luz que nos ilumina; y el cordero, nuestra lumbrera (Is 60, 20; Apc 21, 23).

Por eso ahora podemos anunciar las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable (1 Pd 2, 9), y ser hijos de la luz, hijos del día (1 Ts 5, 5). Así no somos más de la noche ni de las tinieblas (1 Ts 5, 5). Esta es la vida iluminada a la cual Jesucristo, luz del mundo, nos invita a vivir con él y su Padre en amor, en el mismo amor en que él vive con su Padre, porque él nos ha dicho: “permaneced en mi amor” (Jn 15, 9). Dios no quiere que nadie quede en las tinieblas, ni siquiera los judíos, cuyos ojos están ahora oscurecidos al no creer en Jesucristo. Pero su ceguera, san Pablo nos enseña, es sólo temporal, y es dada a ellos para avisarles que se han desviado. En el futuro se arrepentirán y saldrán a la luz.

Esto es porque Jesús es la luz del mundo y quiere que todos caminen en su luz (Jn 8, 12), llevando su cruz en amor, crucificados siempre al mundo, y el mundo a ellos (Gal 6, 14). Sólo así, caminando en la verdad, haciendo exactamente lo que él quiere de nosotros en cada momento, en cada pequeño detalle, y crucificados a los placeres del mundo —sólo así podemos andar con su luz brillando en nuestro corazón.

LA SALVACIÓN DE LOS GENTILES 11, 11-24

“Digo, pues: ¿Han tropezado los de Israel para que cayesen? En ninguna manera; pero por su transgresión vino la salvación a los gentiles, para provocarles a celos” (Rom 11, 11). En el plan amoroso de Dios para la salvación del mundo, la caída de los judíos es sólo temporal. De hecho ha tenido un buen efecto, es decir: los apóstoles, después de ser rechazados por los judíos, volvieron a los gentiles, y esto pasó muchas veces, porque san Pablo, en cada ciudad, siempre comenzó su predicación en las sinagogas. Sólo después de ser rechazado, volvió a los gentiles. Así, pues, vemos que cosas buenas para la salvación del mundo vinieron de la caída de Israel.

No debemos ver el rechazo de Israel a creer como algo puramente malo. Porque san Pablo amó a Dios, Dios intervino en estos acontecimientos para el bien (Rom 8, 28). Lo que al principio pareció mal, resultó bien para el mundo entero. Por su mala experiencia con los judíos, san Pablo aprendió que la voluntad de Dios por él fue que él predicara ahora a los gentiles. Así Dios nos informa a veces cuál es su voluntad. Él nos deja tratar un modo de acción sólo

Page 64: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

64

para que fracasemos y caigamos en oscuridad, y que así descubramos que este curso de acción no es lo que Dios quiere de nosotros ahora. Por eso paramos de esta línea de acción, y tratamos otro modo de actuar. Viendo buenos resultados en este nuevo camino y siendo así felices, descubrimos lo que Dios quiere que hagamos ahora. Cada vez que la misión de san Pablo a los judíos fracasó, él volvió a los gentiles. Dios lo dirigió así, usando el rechazo de los judíos para transformar a san Pablo en el apóstol insigne de los gentiles. No hay fracaso en el plan de Dios. Lo que parece como un fracaso, Dios lo usa para el bien de los que lo aman (Rom 8, 28).

¿Cuántas veces leemos cosas como las siguientes?: “Pero oponiéndose y blasfemando éstos, les dijo [Pablo], sacudiéndose los vestidos: Vuestra sangre sea sobre vuestra propia cabeza; yo soy limpio; desde ahora me iré a los gentiles” (Hch 18, 6). Así hizo san Pablo en Corinto. En Antioquia de Pisidia, “viendo los judíos la muchedumbre, se llenaron de celos, y rebatían lo que san Pablo decía, contradiciendo y blasfemando. Entonces Pablo y Bernabé, hablando con valentía, dijeron: “A vosotros a la verdad era necesario que se os hablase primero la palabra de Dios; mas puesto que la desecháis, y no os juzgáis dignos de la vida eterna, he aquí nos volvemos a los gentiles” (Hch 13, 45-46). Lo que pudiera haber sido una causa de depresión, para san fue cambiado en una nueva oportunidad de evangelizar, no sólo a los judíos, sino que a todo hombre, es decir: al mundo entero. Así vemos cómo un fracaso por un hombre que ama a Dios fue cambiado en bien, porque “sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Rom 8, 28). Es decir, por otra traducción: “en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Ibid.).

Esto nos enseña mucho. Cuando somos perseguidos por nuestra fe en Cristo, no debemos ver esto como una derrota, sino como una oportunidad de dar aun mejor testimonio de nuestra fe. Al defendernos de la persecución, más personas oirán nuestro testimonio. Si no fuera por esta persecución, no habríamos tenido la oportunidad de expresarnos tan largamente, ni frente a tantas personas importantes. Y así la predicación de nuestra fe se avanza más que si no hubiera habido una persecución. Así fue en el caso de san Pablo, amigo de Dios, y así será para nosotros también si somos igualmente amigos de Dios.

Qué importante es este principio. Así aprendió san Pablo de su propia experiencia que un fracaso humano no es un fracaso en el plan de Dios, sino que cosas buenas salen de él. San Pablo tenía muchos fracasos humanos en su trabajo misionero, pero vio la mano de Dios en todos. Vio cómo Dios llevó la salvación a muchos por medio de estos fracasos humanos. Parece que esta experiencia le ayudó a concluir que así sería también en el caso de Israel, porque ellos son el pueblo especial y escogido de Dios, es decir, que ellos también aprenderían nuevas cosas por medio de su fracaso de creer en Jesucristo. Verán que los gentiles son transformados por la gracia que les vino

Page 65: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

65

por su fe en Cristo, mientras que ellos mismos han quedado excluidos de todo esto. Así muchos de ellos se convertirán a Cristo. Así pues, por su rechazo de Cristo, la salvación vino a los gentiles. Y la salvación de los gentiles les provocó a los judíos a celos para llevarles a ellos también a arrepentirse después, y creer en Cristo.

Cuando hacemos un error, aprendemos mejor la voluntad de Dios para poder cumplirla mejor en el futuro. Así sería también con los judíos. La conversión de los gentiles les ayudará después a creer en Cristo. La desobediencia de los judíos ayudó a los gentiles; y la obediencia de los gentiles ayudará a los judíos. Por eso el tiempo de oscuridad de los judíos ayudará primero a los gentiles; y después ayudará a los judíos también, porque esta oscuridad en contraste con la claridad e iluminación de los gentiles les mostrará que se han descarriado, y viendo esto, podrán corregirse y venir, al fin, ellos también a la luz de Cristo.

Cuando nosotros estamos en la oscuridad y vemos a alguien que está en la luz, nos comparamos con él, y nos preguntamos: ¿qué estoy haciendo mal para que yo esté en tanta oscuridad mientras que él está disfrutando de tanta luz? Y comparando sus acciones con las nuestras, descubrimos nuestro error, y cambiamos, y vemos que sí, ahora nosotros también estamos andando en la luz, igual que él. Así nos ayudamos los unos a los otros. Así descubrimos con más exactitud la voluntad de Dios, y cumpliéndola más precisamente, andamos en la luz de Cristo, mientras que el mundo está en la oscuridad en relación con estas cosas más importantes, es decir: la iluminación del espíritu en Cristo, el amor de Dios encendiendo nuestro corazón, y la verdadera felicidad humana.

¿Pero no sería mejor nunca caer en la oscuridad al desviarnos de la voluntad de Dios; y así permanecer siempre con él en su luz? Sí, pero si por inadvertencia caemos en un error, la misma oscuridad nos ayuda, en que ella nos informa que hemos hecho un error. Así, sabiendo que nos hemos equivocado en algo, podemos corregir nuestro comportamiento, y así, después de un poco tiempo, entrar otra vez en la luz radiante de Cristo. Qué bueno es Dios al mostrarnos así su voluntad para nuestro gozo y alegría espiritual, y para que nuestra vida sea perfeccionada así. Así no podemos fallar definitivamente, sino que Dios nos indica su voluntad, para que podamos corregirnos y entrar otra vez en su luz radiante, y ser personas, que estábamos en oscuridad, pero que ahora estamos en la luz, como dice san Pablo: “en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz” (Ef 5, 8).

“Y si su transgresión es la riqueza del mundo, y su defección la riqueza de los gentiles, ¿cuánto más su plena restauración?” (Rom 11, 12). Si tanta riqueza ha venido al mundo por el error de los judíos, imagínate qué sucederá cuando ellos se arrepienten y todo Israel acepta a Cristo como el Mesías de los

Page 66: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

66

judíos y del mundo entero. Creo que esto será el fin del mundo y un signo de la venida del Señor en su gloria. Entonces parece que todo será cumplido en el plan salvífico de Dios. Entonces, de veras, será cumplida la bella profecía de Isaías sobre todas las naciones que vendrán a Jerusalén, cuando el mismo Jerusalén y todos sus habitantes creerán en Cristo: “Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa del Señor como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones. Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Señor” (Is 2, 2-3). La casa del Señor será exaltada sobre el monte del Señor en el día en que no sólo los gentiles, sino que también la nación de Israel creerán en su Mesías.

Entonces, de verdad, será este monte el centro de la tierra, como profetizó Isaías. E Israel acogerá a todos, y será el primero en reconocer a su Mesías. Así toda la tierra será bendecida en Israel, en Jerusalén, y sobre el monte de la casa del Señor. Será una casa de oración por todas las naciones. Y en este día “vendrán muchos pueblos y fuertes naciones a buscar al Señor de los ejércitos en Jerusalén, y a implorar el favor del Señor” (Zac 8, 22). “Y a los hijos de los extranjeros que sigan al Señor para servirle…yo los llevaré a mi monte santo, y los recrearé en mi casa de oración; sus holocaustos y sus sacrificios serán aceptos sobre mi altar; porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos” (Is 56, 6-7).

En estos días el templo de los judíos será el templo de Cristo, y todos los judíos creerán en él, junto con todos los gentiles, y el templo será como el centro del mundo, y una bendición en toda la tierra. “Y el Señor de los ejércitos hará en este monte a todos los pueblos banquete de manjares suculentos, banquete de vinos refinados, de gruesos tuétanos y de vinos purificados” (Is 25, 6). Parece que será así cuando Israel se convertirá, “Porque si su exclusión es la reconciliación del mundo, ¿qué será su admisión, sino vida de entre los muertos?” (Rom 11, 15).

San Pablo nos ha enseñado que un día Israel se convertirá y aceptará a su Mesías. Por eso esperamos todavía varias cosas finales: La conversión de Israel, la segunda venida de Cristo, la resurrección de los muertos, y el juicio final. Estos son misterios de Cristo que todavía esperamos para el futuro. Todo esto es parte de nuestra esperanza como cristianos, porque somos un pueblo de esperanza y “nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Rom 5, 2).

“Porque a vosotros hablo, gentiles. Por cuanto yo soy apóstol a los gentiles, honro mi ministerio” (Rom 11, 13). San Pablo es el apóstol a los gentiles, pero hace este ministerio con la intención de salvar a los de su misma raza, a los judíos, al provocarlos a celos por medio de su ministerio a los

Page 67: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

67

gentiles. Así pues, trabajando para la conversión de los gentiles, no ha perdido su interés en los judíos, y ve su ministerio a los gentiles como un medio para trabajar por la conversión de los judíos, que es algo muy cerca de su corazón.

El ministerio de san Pablo a los gentiles es algo sagrado que él tiene que cumplir fielmente, porque era Dios que le dio este ministerio. A Ananías el Señor dijo sobre san Pablo: “Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel” (Hch 9, 15). Así san Pablo puede ser feliz, lleno de paz, y del amor de Dios sólo si él cumple lo que sabe muy bien es su misión, la misión que Dios quiere que él ejercite. Así al predicar a Cristo a los gentiles, él mismo se llena de Cristo y del amor de Dios, porque esta es su vocación; y expresando y compartiendo con otros su fe, él la profundiza por sí mismo también. Él ha descubierto lo que muchos después de él descubrirán también, es decir, que el predicar a Cristo nos coloca en el amor de Dios y nos llena de este amor. El predicar a Cristo es una forma de oración y meditación, y más aún es un testimonio público de nuestra fe, que Dios recompensa.

Cuántos predicadores han descubierto por experiencia que cuando damos testimonio ante los hombres por la predicación de nuestra fe en Cristo, él también da testimonio de nosotros ante su Padre, porque “A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos” (Mt 10, 33). Así pues, san Pablo dice que “Por cuanto yo soy apóstol a los gentiles, honro mi ministerio” (Rom 11, 13). Al honrar su ministerio, como Dios quiere de él, él experimenta el amor de Cristo creciendo en su corazón. Él experimenta que Cristo está confesándole a él delante de los hombres. Así es el gozo de su corazón predicar a Cristo; y esto se puede hacer también en forma escrita, escribiendo, por ejemplo, comentarios bíblicos para compartir con otros. Es una forma muy poderosa de entrar en comunión con Dios.

Así san Pablo fue enviado a los gentiles. Explicando su conversión al pueblo judío en Jerusalén, san Pablo dijo que el Señor le dijo: “Ve, porque yo te enviaré lejos a los gentiles” (Hch 22, 21). Y de sí mismo san Pablo escribe: “como vieron que me había sido encomendado el evangelio de la incircuncisión como a Pedro el de la circuncisión, pues el que actuó en Pedro para el apostolado de la circuncisión, actuó también en mí para con los gentiles, y reconociendo la gracia que me había sido dada, Santiago, Cefas, y Juan, que eran considerados como columnas, nos dieron a mí y a Bernabé la diestra en señal de comunión, para que nosotros fuésemos a los gentiles, y ellos a la circuncisión” (Gal 2, 7-9).

No sólo fue revelado a san Pablo personalmente por el Espíritu Santo que esta misión se le fue dada, sino que su misión fue también confirmada por “las columnas” de la Iglesia: Pedro, Santiago, y Juan, y fue revelada también, como vimos, a Ananías. Por eso, escribiendo a los romanos el puede decir: “y por

Page 68: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

68

quien [Cristo] recibimos la gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su nombre” (Rom 1, 5). Por eso, al predicar a los gentiles, dice: “honro mi ministerio” (Rom 11, 13).

“…por si en alguna manera pueda provocar a celos a los de mi carne, y hacer salvos a algunos de ellos” (Rom 11, 14). Puede ser que el trabajo de san Pablo de convertir a los gentiles les recordará a los judíos de las profecías sobre los tiempos mesiánicos cuando los gentiles creerán y vendrán a Jerusalén. Al ver esto, puede ser que algunos de los judíos se salvarán. Y recordamos que millares de judíos sí se han convertido a Cristo (Hch 21, 20). Es posible que el ver la conversión de tantos gentiles les hizo conscientes de que los tiempos mesiánicos, los tiempos profetizados, ya han llegado. Si los tiempos mesiánicos ya han llegado con la predicción de san Pablo entre los gentiles, entonces Jesús, a quien san Pablo predica como Mesías, debe ser lo que Pablo dice, el Ungido de Dios, el Cristo. Entonces los judíos pudieron leer textos como el siguiente y estar enterados de que de hecho ya estamos viviendo en estos últimos tiempos ahora: “Tiempo vendrá para juntar a todas las naciones y lenguas; y vendrán, y verán mi gloria. Y pondré entre ellos señal, y enviaré de los escapados de ellos a las naciones, a tarsis, a Put y Lud que disiparan arco, a Tubal y a Javán, a las costas lejanas que no oyeron de mí, ni vieron mi gloria; y publicarán mi gloria entre las naciones” (Is 66, 18-19).

Esta profecía dice que cuando todas las naciones vengan y vean la gloria del Señor, él escogerá de entre ellos misioneros (“los escapados de ellos”) para enviar a los otros gentiles que todavía “no oyeron de mí, ni vieron mi gloria”, y el trabajo de estos “escapados”, de estos misioneros, será que “publicarán mi gloria entre las naciones”.

Los judíos pueden ver cómo esta profecía ya ha empezado a cumplirse en el ministerio de san Pablo, el apóstol a los gentiles; y viendo esto, pueden ser movidos a creer en Cristo, a quien san Pablo predica. Así la misión de san Pablo a los gentiles ayudará también a los judíos, convenciéndoles que los tiempos mesiánicos ya han llegado, porque los gentiles están convirtiéndose. Ahora en el ministerio de san Pablo los que no oyeron de Dios ya oyen, y los que no vieron su gloria ya la ven; y la gloria de Dios es publicada entre las naciones. Este es el plan de Dios, que todas las naciones vean su gloria, oigan de él, y vengan a adorarle por medio de su Mesías, llenos del Espíritu Santo.

La Iglesia es el instrumento para lograr esta gran obra en la tierra. Esta obra es el propósito de la creación del mundo y la meta del género humano, es decir: que todos reconozcan a Dios y lo alaben con sus voces, mentes, y vidas, por medio de su único Hijo, encarnado en el mundo sólo una vez por esta razón. Estos tiempos de cumplimiento ya han llegado al mundo en el ministerio de san Pablo. San Pablo espera que, viendo esto, los judíos

Page 69: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

69

también serán llevados más cerca de Dios y que algunos de ellos creerán en Cristo para su salvación.

San Pablo es el apóstol a los gentiles en cumplimiento de las profecías que nos enseñan que el Mesías es destinado por toda la humanidad. Conociendo estas profecías, san Pablo se siente impulsado a predicar y convertir a los gentiles, y a llevar así también a los judíos al Señor. Entre estas profecías, leemos por ejemplo: “dice [el Señor]: Poco es para mí que tú seas mi siervo para levantar las tribus de Jacob, y para que restaures el remanente de Israel; también te di por luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta los confines de la tierra” (Is 49, 6). Estos días han llegado. Están llegando en la predicación de san Pablo sobre la fe en Cristo. La luz de Cristo está brillando ahora entre las naciones; y los confines de la tierra han visto esta salvación de nuestro Dios. Y al resplandecer sobre las naciones esta luz, él levantará también las tribus de Jacob y restaurará el remanente de Israel.

“Porque si su exclusión es la reconciliación del mundo, ¿qué será su admisión, sino vida de entre los muertos?” (Rom 11, 15). Israel tiene un papel clave en la historia de la salvación del mundo entero, en el presente y en el futuro; no sólo en el pasado, en el Antiguo Testamento. La exclusión de Israel al no aceptar a su Mesías inició la reconciliación del mundo con Dios por Cristo por medio de la misión de la Iglesia a los gentiles. Y aquí san Pablo nos enseña que su admisión, es decir, su conversión a Cristo, como nación, será “vida de entre los muertos” (Rom 11, 15).

Parece claro del contexto que la conversión de Israel será algo muy grande y de dimensiones cósmicas, porque es en paralelo con “la reconciliación del mundo”, que fue el resultado de la exclusión de Israel; y el sentido de la sentencia es que es algo más grande aún que la reconciliación del mundo, que resultó de algo negativo —el rechazo de Israel de creer en Cristo. ¿Qué, pues, puede ser más grande aún que una cosa tan grande que la reconciliación del mundo con Dios en Cristo? Seguramente será la resurrección de los muertos, la parusía del Señor en la gloria, el juicio final, y el fin del mundo.

El interpretar “vida de entre los muertos” (Rom 11, 15) simplemente como una metáfora por la felicidad o la salvación de los judíos, o una vida nueva para ellos pierde el significado de la comparación que san Pablo está haciendo. La interpretación correcta debe ser algo más grande aún que “la reconciliación del mundo” (Rom 11, 15), y esto no es sólo una nueva vida para Israel, sino debe ser algo también de importancia cósmica. ¿Qué otra cosa, entonces, puede esta frase significar, sino la resurrección de entre los muertos en el último día cuando Jesucristo vendrá en su gloria?

Aquí, pues, tenemos otro signo del fin del mundo y de la venida gloriosa de Jesucristo en las nubes del cielo con gran poder con todos sus santos. Por

Page 70: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

70

eso cada cristiano debe tener mucho interés en la conversión de los judíos, es decir en la conversión de Israel como una nación.

Y ¿no podemos acelerar la venida del Señor al ocuparnos con la conversión de Israel, como san Pablo lo hace? Al vivir nuestra fe, como cristianos que venimos de entre los gentiles, damos testimonio a Israel y a todos los judíos. Si vivimos nuestra fe de un modo integral, completamente dedicados a Cristo, transformados por Cristo en hombres nuevos (Ef 4, 24), vivos nosotros mismos de entre los muertos, nuevas criaturas (2 Cor 5, 17), viviendo la novedad de la vida en la resurrección de Cristo (Rom 6, 4), muertos al pasado, y vivos para Dios, entonces somos parte del flujo y reflujo de gracia. Al vivir así, damos un testimonio poderoso a Israel, para que se interpele sobre el significado de Jesucristo para el mundo.

San Pedro dice que debemos acelerar la parusía del Señor por medio de nuestro buen comportamiento. Dice: “Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y acelerando la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán!” (2 Pd 3, 11-12). Aceleramos la parusía al vivir nuestra fe integralmente, y de este modo causar a Israel a interpelarse a sí mismo, y así acercarse más a su conversión; y cuando venga su conversión, vendrá la parusía.

El propósito para el cual Jesucristo fue enviado por el Padre al mundo es de reconciliar todas las cosas con el Padre. ¿Cómo es posible que Israel, tan importante en el plan de Dios como el pueblo especialmente preparado por Dios para recibir al Mesías —¿cómo sea posible que este pueblo escogido quede fuera de esta reconciliación de todas las cosas? Por eso, san Pablo nos enseña que su exclusión no es completa ni permanente, sino que tiene un papel importante en el plan de la salvación para “la reconciliación del mundo” (Rom 11, 15). Asimismo su inclusión otra vez va a marcar también una fase igualmente importante de este plan, es decir, su inclusión, o readmisión y conversión, señalarán la consumación de todas las cosas en Cristo, el fin del mundo, la parusía del Señor en la gloria, la resurrección de los muertos, y el juicio final.

Cuando Israel se convierta, sabremos que el fin ya está cerca, que el Señor está cerca. Su inclusión marcará el fin de la historia de la salvación. Así, pues, los judíos son personas claves para la salvación del mundo, y siguen siendo así. Por eso siempre debemos tener interés en ellos. Debemos hacer lo que podemos para su conversión, porque la salvación del mundo y la venida del Señor son vinculadas con su conversión.

Por eso cuando anhelamos la venida del Señor con todos los santos en gran luz, parte de este bello cuadro también es la conversión de Israel.

Page 71: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

71

Podemos, por eso, meditar sobre esta también en nuestra meditación sobre las últimas cosas, viendo a todas las naciones viniendo a Jerusalén, al templo del Señor, al Monte Santo para el banquete mesiánico. Será la cosecha de la tierra, la recolección de los frutos de la tierra; y todos serán recolectados en Jerusalén, en el Monte del Señor.

Entonces “verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria. Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro” (Mt 24, 30-31). “…como el relámpago que sale del oriente y se muestra hasta el occidente, así será también la venida del hijo del Hombre” (Mt 24, 27). “Porque como el relámpago que al fulgurar resplandece desde un extremo del cielo hasta el otro, así también será el Hijo del Hombre en su día” (Lc 17, 24). Entonces “vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos” (Mt 8, 11).

Al fin los judíos que se convierten entrarán en gloria de este banquete. Será la vendimia de la tierra, y todos “los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre” (Mt 13, 43). Será un día de gloria y esplendor, porque los frutos de la tierra estarán maduros. Anhelamos este gran día de paz y luz, y vivimos en espíritu de antemano en su esplendor. Entonces todos nuestros miedos y preocupaciones serán terminados, y entraremos todos en el aula iluminada del banquete escatológico. Entonces los ángeles meterán sus hoces y segarán la tierra, “porque la hora de segar ha llegado, pues la mies de la tierra está madura…y la tierra fue segada” (Apc 14, 15-16).

Entonces los elegidos de entre los gentiles irán a Jerusalén, y los judíos los acogerán en su lugar santo, en su templo; y en aquel día todos aprenderán del Señor en Jerusalén en su Monte Santo. Y acontecerá en estos días que el Monte del Señor será confirmado “como cabeza de los montes…y correrán a él todas las naciones. Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Señor” (Is 2, 2-3).

Así veremos cumplida esta última profecía en un sentido más literal y real que la vemos cumplida ahora, porque ahora, aunque todas las naciones corren a Cristo, que es el fruto de Jerusalén y de Israel, sin embargo, aun así, los mismos judíos que viven ahora en Jerusalén y en Israel no acogerían bien a los cristianos gentiles si ellos se fueran a Jerusalén. Pero, según san Pablo, en el último día con la conversión de Israel, que precederá al fin del mundo, a la recolección de todas las naciones, y a la gran cosecha de la tierra, todos vendrán con alegría a Jerusalén y serán bien acogidos por los judíos; y todos darán culto al Señor juntos en su Monte Santo. Será, de veras, la culminación de la historia de la salvación y de la historia del mundo; y Jerusalén será en el centro de los planes de Dios, como lo fue en el Antiguo Testamento.

Page 72: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

72

Entonces Dios se alegrará otra vez con su pueblo escogido como en el principio. Y en estos días, “me alegraré con Jerusalén, y me gozaré con mi pueblo; y nunca más se oirán en ella voz de llanto, ni voz de clamor” (Is 65, 19), “porque he aquí que yo traigo a Jerusalén alegría, y a su pueblo gozo” (Is 65, 18). Esta fue la visión profética para los últimos días, que el mismo Jerusalén y los mismos judíos serán llenos de gozo en el Señor. Esta es su visión mesiánica. Creo que debemos tomar esta visión más en serio y más literalmente, como los mismos profetas la vieron y profetizaron; y san Pablo nos ayuda en esto, porque él también nos enseña que al fin, Israel se convertirá y que su conversión señalará el comienzo de estos últimos días de bendición y alegría.

Por eso Israel, Jerusalén, la tierra santa, el monte del Señor, y la casa del Señor deben ser realidades muy queridas para nosotros, cosas muy cerca del corazón de cada cristiano, como lo fueron para san Pablo. Israel debe ser parte de nuestra esperanza, porque con su conversión vendrá toda esta belleza que nosotros anhelamos ahora. Y trabajando, como san Pablo para su conversión al predicar a los gentiles, aceleraremos la parusía del Señor y el cumplimiento de estas profecías.

¡Qué bello será este día cuando veremos a nuestro Señor en gran luz con todos sus santos! ¡Qué bello este banquete mesiánico por todas las naciones en el monte del Señor, con manjares tuétanos, un gran convite para todas la naciones! Será un día sin término, un día sin noche, un día sin fin, un día de esplendor y luz, el cumplimiento de todos nuestros deseos. Y en este día, el fulgor de la venida del Hijo del Hombre iluminará el cielo desde un extremo al otro, desde el oriente hasta el occidente.

Debemos, pues, trabajar por este gran día, preparándonos para él, e incluso acelerándolo al trabajar por la conversión de Israel. Al trabajar por la conversión de Israel, vivimos ya en la luz reflejada del esplendor de este día. Y trabajamos por su conversión al vivir nuestra propia fe integralmente y al compartirla con todos por medio de nuestras palabras y el ejemplo de nuestra vida. Al confesar la fe en palabras, crecemos nosotros mismos en el amor de Dios y en el esplendor reflejado de este gran día sin fin, y este día sin ocaso nos ilumina aun ahora, y vivimos y nos regocijamos en su luz. Cuando compartimos nuestra fe con los demás, esto servirá para provocar celos a Israel y les hará examinarse, y así les llevará cada día más cerca del día de su conversión y plena inclusión al fin del mundo. En este día, de veras, veremos la “vida de entre los muertos” (Rom 11, 15).

“Si las primicias son santas, también lo es la masa restante; y si la raíz es santa, también lo son las ramas” (Rom 11, 16). Es un poco difícil saber qué san Pablo quiere decir por “primicias”, “masa restante”, “raíz”, y “ramas”, pero me parece mejor entenderlo así: “Si la primicias son santas”, es decir, si Jesucristo y los creyentes en él son santas, porque ellos son los primeros

Page 73: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

73

buenos y maduros frutos de Israel, entonces toda la masa restante, que es el pueblo de Israel, que los produjo, es también santa porque la misma masa es en ambos. Los primeros productos (Cristo y sus creyentes), siendo santos, santifican la masa de donde vinieron. Por eso Cristo y los cristianos santifican a Israel, así como un hijo famoso da gloria a sus padres. El esplendor del hijo refleja sobre sus padres y los glorifica. Así Cristo glorifica a Israel, que le produjo: “Si las primicias son santas, también lo es la masa restante” (Rom 11, 16).

Y la segunda parte se interpreta así: “si la raíz es santa”, es decir, si los patriarcas y los profetas son santos, entonces “también lo son las ramas” (Rom 11, 16), es decir, los judíos de hoy. Los judíos de hoy, aunque no creen en Cristo, aun así son santificados por su raíz que es santo.

Esta es la interpretación de varios Padres de la Iglesia (Ps. Constancio, Teodoro de Mopsuestia, y Teodoreto de Cirio). Por ejemplo Ps. Constancio escribe: “Aquí san Pablo llama a Cristo primicias y al pueblo de los judíos masa; de los judíos procede Jesús según la carne. Y si la raíz es santa, también los ramos… en este lugar se llama ‘raíz’ a Abraham, porque en razón de su fe es llamado padre de muchos pueblos; por su parte ‘ramos’ se refiere a la descendencia de Abraham que le sucederá con su misma fe” (Comentario sobre la Carta a los Romanos 117).

La conclusión es que los judíos del tiempo de san Pablo (y de nuestro tiempo también) son santos por sus conexiones con Cristo, y con Abraham y los santos patriarcas. Aunque se han desviado temporalmente, el pueblo de Israel queda santo, escogido, y especial en el plan de Dios. Por haber producido a Cristo según la carne, este pueblo es glorificado e ilustrado para siempre. Y también nadie duda que los patriarcas y los profetas fueron santos y recipientes de las bendiciones y revelaciones más íntimos de Dios. Por eso los judíos de hoy son glorificados y en cierto sentido santificados por su conexión según la carne y según su cultura con los patriarcas y profetas. La raíz santa (Abraham etc.) santifica a los ramos (los judíos de hoy). Al rechazar a su Mesías, son excluidos como pueblo, pero sólo temporalmente; y como pueblo, Dios está guardándolo y va a incluirlo otra vez; y su inclusión tendrá dimensiones cósmicas por la historia de la salvación: la concluirá en gloria.

Por eso debemos mantener gran respeto por el pueblo de Israel e interés en su conversión. Su conversión puede ser parte de nuestras oraciones, y debemos saber que al vivir nosotros mismos completamente dedicados a Dios, aceleramos su conversión como nos enseña san Pablo.

“Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado entre ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia de olivo…” (Rom 11, 17). La raíz es buena. La raíz es Israel, pero las ramas no fueron fieles y por eso fueron cortadas, porque no creyeron

Page 74: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

74

en Jesús y no dieron fruto. Por eso Dios injertó en esta buena raíz nuevas ramas jóvenes, pero silvestres, para que, disfrutando de la buena savia de la raíz, ellas pudieran dar buen fruto. Aunque estos gentiles son ramas silvestres, que antes no daban buen fruto, ahora, pues, siendo injertados en una buena raíz, darán muy buen fruto porque participan de la rica savia de Israel. Porque son jóvenes, pueden dar fruto, pero sin esta buena raíz, darían sólo fruto silvestre, que no agrada mucho. Pero ahora dan fruto de muy buena calidad, debido a esta buena raíz, y siendo jóvenes y nuevas, lo darán abundantemente. Así son los cristianos gentiles, un nuevo pueblo con energía, pero en sí, sin buena calidad. Pero ahora, por su fe en Cristo, son injertados en la raíz antigua y buena de Israel, y dan no sólo fruto abundante, sino que también de muy buena calidad. La calidad viene de la raíz. La abundancia, de la juventud de las ramas.

Así es la situación ahora de los cristianos gentiles. Tienen ahora una buena raíz, que no tenían antes. Ahora tienen los patriarcas como padres, ejemplos, y modelos, y pueden profundizar el significado de sus vidas para su iluminación; y tienen los profetas para su inspiración y para alimentar su esperanza. Todo esto forma su nueva fe en Cristo, y le da profundidad y belleza. La enriquece. Ahora su esperanza es la de los profetas, y su fe, la de los patriarcas, quienes sabían que Dios nunca los iba a dejar desamparados, y por eso siempre tenían confianza y paz.

Toda esta enseñanza heredaron los gentiles cuando creyeron en Jesús. Esta es la rica savia que les sostiene ahora. Son santificados por esta raíz en que han sido nuevamente injertados. Por eso deben tener mucha humildad y agradecimiento, no pensando que era su propia bondad que les haya capacitado para dar este buen fruto. En sí, ellos no son más que ramas silvestres, que antes dieron sólo fruto silvestre, que, aunque era abundante, no agradaba. Esto es lo que eran por sí mismos.

Así, pues, los cristianos gentiles deben honrar a Israel, y no menospreciarlo. En el corazón de cada cristiano gentil debe ser un gran amor y respeto por Israel. Sin esta raíz, que les ha dado su propio Antiguo Testamento, las sagradas escrituras, la palabra inspirada de Dios, estos cristianos gentiles no serían nada.

Por eso “no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti” (Rom 11, 18). Aquí san Pablo menciona otra vez su gran tema de la salvación por la fe, y no por nuestras propias obras humanas, como si pudiéramos jactarnos como si fuera nosotros mismos que hemos hecho algo notable por nuestras propias fuerzas. Ahora bien los cristianos gentiles son injertados en la raíz de Israel por su fe en Cristo, y no porque han logrado algo notable por ellos mismos. Nunca podemos gloriarnos sobre el gran don de la salvación y nueva vida que tenemos en Cristo. Los gentiles han sido injertados en el pueblo de Dios por su fe, y así la nueva vida

Page 75: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

75

en Cristo ha sido dada a ellos, sus pecados han sido borrados por el sacrificio de Cristo, y la intimidad con Dios, perdida por Adán, les ha sido restaurada.

Así por su fe, la muerte de Cristo es la muerte de su naturaleza caída en Adán; y la resurrección de Cristo es la resurrección de ellos a una vida resucitada, nueva, y restaurada para vivir en su luz y esplendor. Y más aún el amor de Dios ha sido derramado en sus corazones por el don del Espíritu Santo que se les ha dado (Rom 5, 5). Hundidos así en este amor de Dios, son formados interiormente por el Espíritu Santo en la imagen del Hijo para ser hijos adoptivos de Dios (2 Cor 3, 18; Rom 8, 29), hijos de la luz (1 Ts 5, 5), y el mismo Espíritu Santo grita al Padre desde dentro de ellos, diciendo:“¡Abba, Padre!” (Rom 8, 15; Gal 4, 6).

¿Quién puede jactarse de esto, como si fuera algo que él mismo ha logrado por su propio esfuerzo y buenas obras? Para todo esto, somos completamente dependientes de Dios y de su bondad para con nosotros en su Hijo Jesucristo que vino para perdonarnos y divinizarnos. Todo esto nos ha venido de Dios como don, recibido por la fe. Todo esto es el buen fruto de haber sido injertados en la buena raíz y rica savia de Israel al creer en Cristo. Por eso el cristiano gentil no se puede jactar sobre las ramas desgajadas de los judíos de hoy, sino que más bien debe tener un sentido profundo de agradecimiento a Dios y a la raíz de Israel, y mucha humildad, regocijándose con la riqueza que se le ha dado en Cristo por medio de Israel. Debe, por eso, tener un gran amor por los judíos.

Ahora, sin merecerlo con sus propias obras, el cristiano gentil tiene el Antiguo Testamento como un don, gratuitamente dado a él por su fe. Tiene ahora los patriarcas, los salmos y los profetas como heredad suya, sin haber hecho obra alguna para merecerla. Su posición fundamental ahora en Cristo es debida a su fe y a la bondad de Dios, al sacrificio de Cristo, y a su misterio pascual; y no a sus propias obras. Por eso no puede jactarse sobre su posición presente en comparación con la de los judíos que fueron desgajados por él.

Sí, hay un lugar en todo esto para la vida virtuosa, y esto es el crecer en los dones gratuitamente recibidos, y no perderlos por el pecado. Pero el mero hecho de haber sido injertados en la raíz de Israel por la fe, no es de modo alguno algo del cual uno puede jactarse. Por eso, dice san Pablo: “no te jactes contra las ramas” (Rom 11, 18).

“Pues las ramas, dirás, fueron desgajadas para que yo fuese injertado” (Rom 11, 19). Esto no es exactamente correcto. Los judíos no fueron cortados para que los gentiles pudieran ocupar su lugar. No fue así, como tú dices, oh cristiano gentil. Ellos fueron cortados por su propio pecado, por rehusar recibir a su Mesías; y esto no tuvo nada que ver con los gentiles.

Page 76: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

76

Además, es muy mal alegrarse sobre el pecado del otro. Esto no agrada a Dios de modo alguno.

Sí, es verdad que su rechazo de Cristo resultó en la misión a los gentiles, gracias a la bondad de Dios y a la inspiración del Espíritu Santo. Por eso el cristiano gentil debe tener sólo agradecimiento a Dios por esta misión que le llevó el evangelio y la oportunidad de creer. De sí mismos, los cristianos gentiles no son nada más que ramas cortadas de un olivo silvestre de poco valor. Las ramas de los judíos, en cambio, pertenecieron a una heredad antigua y buena. Desgraciadamente, por un tiempo, ellos han sido infieles, pero pueden convertirse y ser injertados otra vez con más facilidad aún que los gentiles fueron injertados.

Esta jactancia no es buena, ni es cristiana. Más bien debe un cristiano gloriarse del Señor y de todo lo que él ha hecho por nosotros en Cristo; o, como san Pablo, puede gloriarse en la cruz y la nueva vida con Dios que él tiene en la cruz. Dice san Pablo: “Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, yo al mundo” (Gal 6, 14). ¡Qué gran cosa es gloriarnos en la cruz de Jesucristo! Por la cruz viene nuestra nueva vida con Dios. Nos hundimos en Dios por la cruz. La cruz es muerte al mundo y a sus placeres y a una vida de comodidades; es la muerte a los estilos de este mundo; es la muerte al conformismo cobarde y al respeto humano; y es vida nueva en Dios, viviendo de una manera que el mundo ni entiende, ni aprecia, ni acepta. Es vivir según la sabiduría de Dios, que es una locura por el mundo (1 Cor 1, 18).

Alguien que vive así según la sabiduría de la cruz, que es la sabiduría de los santos, será protegido por Dios. Él vive sólo para Dios, y busca toda su alegría sólo en él. El que vive así es con mucha frecuencia rechazado y perseguido por el mundo. Es clavado a la cruz de Cristo e íntimamente unido a él, el amor de su alma, y es feliz así, viviendo en el esplendor del amor divino que lo diviniza más cada día. Él vive en peligro de sus enemigos, porque sus caminos son distintos, no como los demás. Su manera de vivir es diferente (Sab 2, 15). Él vive conforme a la voluntad de Dios, que muchas veces los hombres no entienden ni respetan. Por eso él está “llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos” (2 Cor 4, 10).

Una persona así no quiere gloriarse de esta vida humana tan llena de cruces y persecuciones. Él se gloría sólo en el Señor con agradecimiento y humildad. Él vive en simplicidad. Su cruz es su gozo. Su renuncia al mundo y a sus placeres es su alegría. Jesucristo es el amor de su alma. Y él sabe que ha recibido todo esto de Dios; por eso ¿de qué se va a jactar? “¿O qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?” (1 Cor 4, 7).

Page 77: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

77

“Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme” (Rom 11, 20). Todo es una cuestión de fe: la fe de los gentiles; y la falta de fe de los judíos. Dios no cortó a los judíos para injertar a los gentiles. Él hubiera podido injertar a los gentiles sin desgajar a los judíos. Si todos hubieran creído, todos habrían sido parte de la raíz, las ramas naturales, junto con las injertadas. No fue por ninguna obra buena tuya que tú fuiste injertado, sino sólo por tu fe. Y nadie puede ensoberbece de su fe, que es simplemente el recibir un don. Ni tampoco debe alguien alegrarse de que los judíos han rechazado a Cristo. Al ver este rechazo, la reacción correcta es tristeza; no alegría ni orgullo. Y más aún la reacción correcta es temor, para que la misma cosa no suceda a nosotros también, y perdamos la fe, y seamos desgajados como ellos.

Debemos, entonces, orar por los judíos, y no alegrarnos de su mala suerte. También su ejemplo debe hacernos más cuidadosos para que nuestra fe no se debilite en nuestras pruebas. Debemos siempre creer fuertemente que Dios nos protegerá en toda dificultad si somos fieles a él y a su voluntad. Tenemos que creer que en cualquier cruz que tenemos que llevar por nuestra fidelidad, Dios nos protegerá y bendecirá abundantemente por nuestra obediencia, incluso cuando nadie nos entiende. Aun si todos nos rechazan, debemos permanecer fieles a su voluntad, como nos enseñó Jesús: “Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mt 10, 22). Al vivir así, permaneceremos en su amor y en su esplendor. Si caemos en pequeños errores, Dios nos enseñará por medio de ellos, y al arrepentirnos, él nos perdonará rápidamente. Así no seremos desgajados como los judíos, que no creyeron ni siguieron la voluntad de Dios.

Cuanto más difícil es creer, tanto mejor, tanto más seremos recompensados. Y aquí, por “creer” no quiero decir sólo la fe en los hechos de nuestra salvación, sino que también nuestra fidelidad a la voluntad de Dios, y el vivir en la práctica en nuestra vida diaria la vida nueva y resucitada de Cristo, muerta al mundo y a todo estilo mundo, muerta a los placeres normales del mundo, y vivida ahora lejos del mundo y con nuestro corazón en el cielo. El vivir esta vida nueva en la luz como verdaderos hijos de la luz, de la manera que Dios nos está dirigiendo, muertos a todo pecado, e incluso a toda apariencia de impropiedad, muertos a nuestro pasado y restaurados por Cristo, es ser fiel, es tener la fe en la práctica. Es esta fidelidad, esta fe en la práctica, siempre obediente a Dios, sobre todo cuando la presión del mundo está contra nosotros, que nos hace florecer como ramas buenas, aunque injertadas de un olivo silvestre.

Así pues, debemos ser firmes en lo que hacemos y en lo que no hacemos, conforme a la voluntad de Dios, como él nos la revela. Un hombre de fe así, que es una rama buena, no sirve al respeto humano, no niegue a Cristo por miedo de los hombres, sino que él siempre trata de hacer lo que es correcto, no importa lo que le hacen los demás. Eso es porque él sabe que “a

Page 78: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

78

cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos” (Mt 10, 33). Le negamos a Cristo al no hacer lo que él quiere que hagamos porque tenemos más temor de los hombres que de Dios. Si vivimos así, seremos nosotros también desgajados de la raíz, como lo fueron los judíos. En cambio, un hombre fiel sabe que “A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos” (Mt 10, 31). Esta es la gran esperanza que tenemos en Cristo, renunciando a los caminos mundanos, y viviendo por él, a veces en peligro de los hombres. Así llevamos nuestra cruz y permanecemos fieles, y así daremos buen fruto, el fruto de nuestra fe y vida de fidelidad.

“Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará” (Rom 11, 21). Necesitamos un cierto temor del Señor, aun en el Nuevo Testamento. El temor del Señor no es sólo algo del Antiguo Testamento. El verdadero temor del Señor es el temor del pecado, el temor de pecar y así perder nuestra amistad con Dios, nuestra relación de amor con él. En el pasado hemos pecado, y recordamos el sentido de culpabilidad que sentimos entonces. ¡Qué pena es esta culpabilidad, esta pérdida de la luz de Dios resplandeciendo en nuestro corazón, iluminándonos y regocijándonos! ¡Qué tristeza es perder este esplendor al pecar o hacer algo que no es conforme a su voluntad para con nosotros! ¡Qué tristeza sentimos cuando perdimos este resplandor, este amor, esta alegría! Debemos tener temor de caer otra vez en semejante tristeza y dolor del espíritu, temor de perder este resplandor del amor divino que nos ilumina y diviniza, regocijando nuestro corazón. Por eso san Pablo dice: “No te ensoberbezcas, sino teme. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará” (Rom 11, 20-21).

La vida es como un camino lleno de trampas a la derecha y a la izquierda, y estamos en cada momento en peligro de caer en una de ellas, es decir: en el pecado o en algo que no es según la perfecta voluntad de Dios para con nosotros, algo que nos robará nuestra paz y oscurecerá la luz y alegría de Dios en nuestro corazón. Por eso tenemos que ser extremamente cuidadosos en cada momento de no caer en algo malo por inadvertencia, porque las trampas son siempre cada vez un poco diferentes que la última vez y nos engañan o se nos presentan súbitamente y reaccionamos mal e incorrectamente antes de que hubiéramos tenido tiempo de reflexionar sobre cómo deberíamos haber actuado.

Así es la vida de perfección. Si obedecemos, Dios siempre está cambiando las reglas, haciéndolas siempre más estrictas, y resulta que cosas que pudimos hacer ayer sin problema, hoy nos hacen caer en oscuridad y gran pena de corazón. ¡Cuán cuidadosos, entonces, debemos ser si queremos permanecer en la luz y en el amor de Dios! ¡Cuán temerosos de Dios debemos ser! Por eso, como dice san Pablo aquí: “No te ensoberbezcas, sino

Page 79: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

79

teme” (Rom 11, 20). Nunca crecemos al punto de que no debemos temer a Dios, porque cuanto más crecemos en la perfección, tanto más Dios espera y demanda de nosotros, y por tanto más pequeñas cosas él nos castiga ahora, cosas por las cuales antes no nos castigó. Por eso cuanto más crecemos espiritualmente, tanto más tenemos que temer a Dios y guardarnos bien en cada paso, en cada momento para que no caigamos otra vez en algún pecado, defecto, o imperfección, y así oscurecer su luz, amor, y alegría en nuestro corazón.

Al ver lo que pasó a los judíos, el pueblo de Dios por nacimiento y raza, al ver cómo estas ramas naturales de la raíz de Israel fueron desgajadas por Dios por haber rehusado creer y obedecer, debemos vivir en temor y temblor de todo pecado y error, para que algo semejante no nos suceda a nosotros también. Por eso san Pablo dice: “ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Fil 2, 12). Si esto pasó a Israel, ¿qué no va a pasar a nosotros, que somos por naturaleza no más que ramas de olivos silvestres? Si Dios desgajó a las ramas naturales, ¿qué no va a hacer a nosotros, las ramas silvestres?

Por eso, aunque nosotros vivimos en un pacto de amor con Dios por Jesucristo, aun así, todavía hay un lugar en nuestra vida con Dios para el temor y temblor, para ocuparnos en nuestra salvación con temor y temblor para que no caigamos por inadvertencia en pecado o error y perder este gran amor de Dios, para que el resplandor de su presencia no disminuya en nuestro corazón, y para que no caigamos en oscuridad y dolor de corazón por haber ofendido a Dios o a nuestro prójimo, lo cual es también una afrenta contra Dios. Queremos más que todo permanecer en este esplendor en que vivimos en Cristo por su justificación, y por nuestra fe y obediencia a su voluntad en todo. Debe ser nuestro gran temor caer fuera de este espléndido amor y perder esta vida de luz y esplendor que él nos dio en este camino de su voluntad, que es el camino ascético-místico de la vida nueva del hombre nuevo.

¿Qué dolor más grande hay que este dolor de haber ofendido a Dios y perdido su esplendor y alegría en nuestro corazón, y en vez de estos, experimentar dolor, tristeza, y oscuridad, y todo por nuestra culpa? Es un dolor físico y espiritual en nuestro corazón. Sería mejor sufrir todo otro tipo de dolor que este. Sería mejor ser atacados por todo el mundo y ser rechazados y aborrecidos de todos, que tener este gran dolor interior por haber ofendido a Dios por algo que nosotros mismos hemos hecho. Por eso vivimos en temor y temblor del pecado, temor y temblor de hacer algo que no agrada a Dios. Es por eso que los mártires prefirieron morir antes de pecar al negar su fe. Y por eso Jesús nos enseña que debemos aguantar ser aborrecidos de todos por hacer su voluntad y no dejar de hacerla para evitar este odio de todo el mundo: “Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mt 10, 22).

Page 80: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

80

Este temor y temblor nos ayudan mucho para no arriesgarnos haciendo algo que nos puede poner en este pozo oscuro de haber ofendido a Dios. A veces no sabemos de antemano que una cierta acción va a ponernos en este gran dolor; y por eso debemos caminar en todo tiempo muy cuidadosamente, en temor y temblor de que en cualquier momento podamos caer en algo que dañará nuestro espíritu. Así, pues, vivimos siempre en miedo de caer por inadvertencia en pecado o imperfección y así tener este gran dolor en nuestro corazón, el dolor de saber que sí, hemos ofendido a Dios. Así pues, vivimos en temor y temblor constante todo el tiempo de nuestro exilio en este mundo tan lleno de trampas y peligros de cada tipo, siempre listos para atraparnos. Por eso, como dice san Pablo: “ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Fil 2, 12).

Pero esta es una muy bella vida, un muy bello modo de vivir nuestra vida nueva, nuestra vida cristiana en este mundo, porque el temor y el temblor no son otra cosa que el otro lado de la moneda de una vida de amor. Al revés de la moneda de una vida de amor a Dios es la vida en que nos ocupamos en nuestra salvación con temor y temblor, como dice san Pablo: “ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Fil 2, 12). Esta es una vida muy feliz, cuando no estamos en pecado o imperfección, cuando nos sentimos verdaderamente perdonados en nuestros sentimientos humanos por los méritos de Cristo. Es una vida en las cimas de la luz, que nunca quiere perder esta luz y alegría de corazón, que nunca quiere hacer algo que pudiera disminuir o destruir esta luz y esplendor en que ya vivimos. Es una vida de perfección. Es una vida muy cuidadosa para siempre hacer perfectamente la voluntad de Dios, y no faltar o pecar en nada. Por eso “teme. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará” (Rom 11, 21).

Al vivir así en temor y temblor, evitando todo lo que es contra la voluntad de Dios, a veces uno será aborrecido de todos por su obediencia a Cristo (Mt 10, 22), la cual el mundo ni entiende, ni acepta. Pero el que vive así en temor y temblor prefiere mucho el dolor de ser aborrecido de todos, al dolor mucho peor de haber ofendido a Dios al dejar de hacer su voluntad para evitar el odio y rechazo de los hombres. Así debemos vivir en temor y temblor. Esta es la vida santa, la vida feliz. Esta es la vida de perfección, la vida de la cruz, bendita por Dios. Aunque somos aborrecidos, somos felices en Dios con su amor brillando en nuestro corazón. Esta fue la experiencia de los mártires; y debemos imitarlos si queremos vivir en este esplendor como ellos.

“Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado” (Rom 11, 22). Nosotros vivimos en la bondad de Dios. Esto es toda nuestra vida nueva en Cristo. Pero Dios es severo también. Es severo precisamente con los que rechazan su bondad y sus dones. Pero su severidad es actualmente nada más que la misma decisión de los que rechazan su bondad. Él los ha creado

Page 81: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

81

libres, y él respeta la decisión libre de los que no quieren nada que ver con su bondad; y por eso él los deja así, sin esta bondad, sin Cristo, sin sus dones y gracia, porque lo han libremente rechazado. Son, en efecto, cortados de la vid de la vida, que es Cristo, y se secarán, y como sarmientos cortados y secos serán echados en el fuego. Y todo esto fue el resultado de su propia decisión. Así pues, han experimentado la severidad de Dios.

Pero si permanecemos en la vida, que es Cristo, tendremos la vida divina en nosotros, la misma vida espléndida en que viven juntos el Padre y el Hijo. Dios ha enviado a Cristo para que pudiéramos participar en esta vida divina, que es una vida de esplendor y luz, una vida llena del amor divino, que es el amor entre el Padre y el Hijo. Es un esplendor que sólo Cristo puede darnos.

Para que esta vida florezca en nosotros, tenemos que ser obedientes a la voluntad de Dios, especialmente cuando es difícil obedecer perfectamente, y cuando los hombres nos rechazan y aborrecen por nuestra obediencia, que ellos ni entienden ni aceptan. Al hacer así, recibimos grandes bendiciones y mucha paz y luz, mucho amor divino que brilla en nuestro corazón regocijándolo. Es nuestra recompensa por haber dado testimonio de Cristo delante de los hombres. Así vivimos verdaderamente injertados en la raíz de Israel y en la vid de la vida nueva, que es Cristo. Permanecemos en la vid por nuestra obediencia; y obedeciendo, vivimos en y experimentamos la bondad de Dios.

Jesús dijo: “Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará” (Jn 15, 2). Debemos llevar fruto en una vida virtuosa, llena del amor de Dios y de la caridad fraterna. Debemos ser faros en el mundo, mostrando la luz de Cristo a los demás, que la buscan. Al vivir crucificados al mundo y a sus placeres e inundados en el amor de Dios, somos transformados en Cristo y llenos de su luz. Así derramamos nuestra vida en amor por los demás para mostrarles el camino que les llevará a semejante alegría, a la luz, y así llevamos mucho fruto para el Señor. Así llevando fruto, no seremos cortados, sino que bien cuidados por Dios, y llenos de su bondad.

Así pues, san Pablo habla de “la bondad [de Dios] para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado” (Rom 11, 22). La bondad de Dios para con nosotros depende de nuestra inserción en la raíz de Israel y en la vid de Cristo por medio de nuestra fe y fidelidad. Toda nuestra vida en Dios viene de Cristo y de nuestra unión con él. Él es el medio dado a nosotros por Dios para participar en la vida del mismo Dios, que es una vida de amor entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo.

Permanecemos en Cristo al obedecerlo perfectamente en toda circunstancia (Jn 15, 10). Cuando todo el mundo está olvidándolo y rechazando su perfecta voluntad, y nosotros permanecemos fieles, es entonces cuando damos nuestro mejor testimonio de él, un testimonio de

Page 82: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

82

mucho valor porque nos cuesta mucho nadar así contra corriente, y también porque en un tiempo difícil así este testimonio es más necesario porque todos están yendo en la dirección opuesta, y necesitan un faro para orientarlos (Fil 2, 15; Mt 5, 14-15). Han olvidado y perdido el camino correcto, y necesitan alguien que les puede mostrar el camino verdadero que han dejado. Por eso este tipo de obediencia es bien recompensado por Dios. “A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos” (Mt 10, 32). Por eso no debemos temer ir contra corriente si ir con la corriente nos desviaría de la voluntad de Dios y nos haría perder su paz y luz. La recompensa para este valioso comportamiento de vivir contra corriente es muy grande. Dios llenará nuestra vida con su felicidad. Así debemos siempre escoger este camino de obediencia, aun si nos hace vivir contra corriente y sufrir en este mundo.

Esta es la obediencia que nos injerta verdaderamente en la raíz de Israel y en la vida de Cristo, y que nos asegura una participación rica e iluminada en la espléndida vida de Dios. Por este tipo de obediencia radical, el Padre y el Hijo inhabitan dentro de nosotros, amándose infinitamente y resplandeciendo en nuestro corazón. Así nos reveló Jesús, diciendo: “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Jn 14, 23). Si sólo lo obedecemos y guardamos su palabra, él vendrá a nosotros y hará su morada abundantemente en nuestro corazón junto con su Padre, a quien él siempre está amando infinitamente; y él irradiará este amor dentro de nosotros. Así tenemos varias realidades: la raíz de Israel, la vid de Cristo, y la inhabitación del Padre y del Hijo en nuestro corazón; pero la esencia de todo esto es nuestra unión con Cristo por medio de nuestra obediencia a su voluntad. Esta es la condición necesaria para permanecer en unión con él.

Los que creen que la mejor manera de vivir es de obedecer a Dios cuando es fácil, cuando nadie nos opone, y desobedecerlo para salir bien de un paso difícil o para evitar persecución están muy equivocados. Ellos no conocen la felicidad de una buena conciencia, como dice La Imitación de Cristo: “La gloria del hombre virtuoso reside en el testimonio de la buena conciencia. Ten buena conciencia y tendrás alegría continua. La recta conciencia sobrelleva muchas cosas y está muy alegre en las adversidades” (2.6.1). Esta alegría, aun en dificultades y persecuciones, viene de la presencia del Hijo y del Padre amándose a sí mismos, el uno al otro, dentro del corazón del hombre obediente, porque ellos inhabitan en el hombre obediente. Ser obedientes es tener una buena conciencia, porque estamos haciendo lo que sabemos es correcto y es la voluntad de Dios para con nosotros. Así no caemos fuera de la justificación que Cristo nos da por nuestra fe. Y el tener una buena conciencia da mucha alegría, aun en medio de adversidades. A veces el ser obediente causa las adversidades, pero no importa, porque aun en medio de estas adversidades, Dios nos regocija en gran manera con su presencia dentro de

Page 83: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

83

nosotros si somos obedientes, el Padre amando al Hijo en esplendor inefable, irradiando este fulgor en nuestro corazón. Una buena conciencia percibe esto.

Pero el hombre que desobedece para salir de un paso difícil o para evitar la persecución no se regocija en el Señor ni conoce esta luz del amor divino brillando en su corazón, porque tiene una mala conciencia que le entristece y oscurece. Por eso su esfuerzo de escapar de sufrimiento fue en vano. Al tratar de evitar problemas por desobedecer, tiene una mala conciencia que lo acusa y le da más problemas aún, y no experimenta la alegría del Señor.

Toda nuestra felicidad es en permanecer en esta raíz, en esta vid por medio de la obediencia perfecta, porque así permanecemos en Cristo en su amor por su Padre, y en el amor de su Padre por el Hijo en el Espíritu Santo. Así permanecemos en este río de fuego del amor divino que nos ilumina y nos regocija de una manera que nada de este mundo nos puede iluminar ni regocijar, dejándonos en gran paz y alegría y con una conciencia perdonada y limpia.

Por eso san Pablo nos dice que hay que permanecer en esta raíz por la obediencia; y Jesús nos dice: “Permaneced en mí, y yo en vosotros” (Jn 15, 4), y “Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor” (Jn 15, 9). La vida cristiana se puede reducir a este amor entre el Padre y el Hijo que Cristo comparte con nosotros. Por nuestra unión con Cristo, nos unimos a este amor, a este esplendor. Todo depende de él. No podemos hacer nada de nosotros mismos: “como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí” (Jn 15, 4). No podemos hacer nada sin él; pero con él, resplandecemos con el esplendor de Dios, y nos hundimos en su gran amor y esplendor, y vivimos en la luz, en las cimas de la luz si somos obedientes, con nuestra tienda armada ahí, calentándonos en su luz radiante y descansando en su fulgor. “…de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia” (Jn 1, 16).

Jesús dice: “permaneced en mi amor” (Jn 15, 9). Su amor es una hoguera que resplandece con un fulgor incomparable que penetra cada fibra de nuestro ser. Podemos permanecer en este esplendor por la perfecta obediencia a su voluntad aun en los más pequeños detalles. Y esto es muy difícil y requiere mucha concentración y esfuerzo. Debe ser el gran proyecto de nuestra vida. ¿Quién no querría permanecer en este esplendor? La perfecta obediencia hasta en las cosas más pequeñas es el camino para lograrlo. Este camino de la perfecta obediencia puede causarnos sufrimiento en este mundo entre los que no nos entienden, pero vale la pena.

Y más aún, Cristo nos dio la eucaristía para entrar sacramentado dentro de nosotros con su carne y sangre, conteniendo su divinidad, mezclando con nuestra carne y sangre, y entrando nuestro espíritu. Por eso nos dijo: “El que

Page 84: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

84

come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él” (Jn 6, 56). Así, por la eucaristía, somos en él como un pámpano en la vid, que es Cristo; somos en él, como las ramas injertadas en la raíz de Israel, tomando vida divina de él (Jn 1, 16), participando en su naturaleza divina (2 Pd 1, 4), que nos transforma y diviniza.

Y él mismo, la fuente de esta vida y amor divino, está en nosotros, amando a su Padre infinitamente desde dentro de nuestro corazón, con este amor pasando por medio de nosotros, regocijándonos. Por eso las ramas siempre tienen que permanecer injertadas en la raíz, porque sólo así vivimos por él (1 Jn 4, 9), tomando vida de él (Jn 1, 16), como él mismo nos dijo: “Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mi” (Jn 6, 57).

La relación entre Jesús y su Padre es el modelo de nuestra relación con Cristo, una relación que es la fuente de nuestra vida en Dios. Si comemos al Hijo, vivimos por medio de él, como él vive por medio del Padre. Y porque Cristo es uno con su Padre, él nos une así con Dios. Vivimos en Dios y por medio de Dios al comer a Jesús en la eucaristía. Esta es la bondad de Dios que tenemos en Jesucristo al ser injertados en la raíz de Israel y en la vid de Cristo. Permanezcamos, pues, injertados siempre por obediencia y amor en esta raíz. “Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado” (Rom 11, 22).

“Y aun ellos, si no permanecieren en incredulidad, serán injertados, pues poderoso es Dios para volverlos a injertar” (Rom 11, 23). Hay esperanza para Israel. Recordamos que la inclusión de Israel será “vida de entre los muertos” (Rom 11, 15). Si Dios pudo injertar a ramas extrañas en la raíz, seguramente podrá volver a injertar a las ramas naturales que él cortó. Esto depende sólo de la fe: “si no permanecieren en incredulidad, serán injertados” (Rom 11, 23). ¡Qué poderosa es la fe! Sin fe, somos como ramas cortadas y secas, completamente inútiles para Dios, y vacíos en nosotros mismos. Pero con la fe en Cristo, todo cambia. Entonces somos injertados en tanta riqueza, que no podemos producir nosotros mismos. Todo es el resultado de la fe. Toda la justicia de Dios se revela en nosotros por el acto de fe; y no sólo se revela, sino que se comunica a nosotros, para que lo que él tiene venga a ser lo nuestro. Toda la reconciliación de Dios con el hombre es realizada en nosotros por nuestra fe en Jesucristo y en su muerte sacrificial que nos salvó. Es la fe que actualiza todo esto para nosotros, así comunicando a nosotros los méritos y resultados de la muerte en cruz del Hijo de Dios. En su muerte, por la fe en él, somos librados del pecado, imperfección, y toda desobediencia aun en las cosas más pequeñas, y dejados libres para Dios, para vivir en la novedad de la vida (Rom 6, 4) con una conciencia limpia.

Page 85: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

85

En los últimos días, Israel también será librado e iluminado cuando se convierta y crea en el evangelio. Entonces serán restaurados ellos también, como Adán antes de su caída, y toda su heredad antigua será vivificada; y así Israel derramará riquezas insospechadas sobre el mundo entero.

“Porque si tú fuiste cortado del que por naturaleza es olivo silvestre, y contra naturaleza fuiste injertado en el buen olivo, ¿cuánto más éstos, que son las ramas naturales, serán injertados en su propio olivo?” (Rom 11, 24). Aquí san Pablo subraya el hecho de que lo que han recibido los gentiles es un don sobrenatural, un gran cambio en su estado ante Dios. Todo lo que tienen ahora es el don de Dios. Tienen una vida en Dios que nunca hubieran tenido si no habrían sido injertados por el mismo Dios en la raíz de Israel, que es el pueblo de la alianza especial y positiva con Dios, con una revelación positiva y particular que sólo los judíos tenían. Ahora, pues, viven en Dios, conocen su voluntad, han tenido todos sus pecados perdonados, y conocen a Dios como él se ha revelado, como una Trinidad de Personas distintas en una unidad de naturaleza y divinidad. Todo esto les vino por su fe, como don de Dios.

Pero habiendo recibido todo esto, no deben ensoberbecerse, porque todo es puro don, y los judíos pudieran volver a ser injertados en su propia raíz con más facilidad aún, que fue el caso con los gentiles, una vez que se habrían arrepentido. Por eso en vez de jactarse sobre los judíos, deben más bien ser humildes y agradecidos por todo lo que han recibido tan gratuitamente.

LA RESTAURACIÓN DE ISRAEL 11, 25-36

“Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles” (Rom 11, 25). Aquí san Pablo señala qué será el signo de que Israel se convertirá. El signo será: “hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles”. Su endurecimiento es sólo hasta que los gentiles han entrado primero. Así san Pablo está acelerando el tiempo cuando Israel se convertirá al viajar por el mundo entero predicando el evangelio de Cristo. Cuanto más rápidamente todos los gentiles se hayan convertido, tanto más cerca estaría la conversión de Israel. Es claro que la conversión de Israel será uno de los signos del fin del mundo, porque acontecerá cuando el mundo ya se haya convertido a Cristo, y entonces la conversión de Israel, o “su admisión”, será “vida de entre los muertos” (Rom 11, 15), es decir: será la resurrección de los muertos en el último día. San Pablo llama este acontecimiento un “misterio” (Rom 11, 25). Así es, porque será el fin del mundo y el tiempo de la venida del Señor en su

Page 86: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

86

gloriosa parusía con todos los santos en gran luz para consumar todas las cosas.

Entonces la actitud correcta de los cristianos gentiles sobre Israel debe ser no la arrogancia (“para que no seáis arrogantes”, Rom 11, 25), sino la esperanza, basada en este misterio final de Cristo, su parusía, que acontecerá cuando los gentiles ya se hayan convertido a Cristo. Deben esperar la conversión de Israel junto con la conversión de la “plenitud de los gentiles” (Rom 11, 25), porque estas dos cosas se cumplirán al mismo tiempo, junto con la venida gloriosa del Señor.

Un cristiano, sea de entre los gentiles o de los judíos, debe ser un hombre no de arrogancia, sino de esperanza. Su orientación debe ser hacia el futuro con alegría y anhelo ardiente. Una vez que sus pecados hayan sido perdonados y él viva en el esplendor del amor de Dios, participando en el amor que fluye entre el Padre y el Hijo, entonces el creyente en Cristo debe anhelar el cumplimiento de todo esto, ya empezado, cuando Cristo vendrá en el último día de manera manifiesta, que todo ojo verá. Este día glorioso de la conversión de los gentiles y de Israel, coincidirá con la venida gloriosa de Cristo, y por eso cada cristiano debe anhelar también la plena conversión de Israel y esperarla en humildad y amor. Aquí no hay lugar alguno para la arrogancia.

La humilde esperanza echa fuera la arrogancia. La humilde esperanza es basada más bien en el amor que tenemos por Dios y la alegría que tenemos porque él nos libró de nuestros pecados. Él los perdonó por los méritos de la muerte de Cristo, nos libró del dolor del corazón y de la tristeza de la culpabilidad, y nos dio una buena conciencia. En Cristo somos librados y dados una vida nueva, una vida santa en Dios, que debemos guardar con mucho cuidado en temor y temblor para que no caigamos otra vez en pecado o error y perdemos esta alegría, y tener en vez de alegría, aquel dolor insoportable de la culpabilidad. Guardándonos así en temor y temblor, anhelamos la parusía del Señor, cuando Israel se convertirá.

El libro de Tobit describe este último día del regreso de Israel, cuando ella, al fin, creerá y será salva: “Pero Dios tendrá una vez más compasión de ellos y los volverá a la tierra de Israel; construirán de nuevo la Casa, aunque no como la primera, hasta que se cumplan los tiempos; entonces volverán todos del destierro, edificarán una Jerusalén maravillosa y construirán en ella la Casa de Dios, como lo anunciaron los profetas de Israel. Todas las naciones del universo se volverán a Dios en verdad y le temerán; abandonarán los ídolos que los extraviaron en la mentira de sus errores y bendecirán al Dios de los siglos en justicia. Todos los israelitas salvados aquellos días se acordarán de Dios en verdad, se reunirán e irán a Jerusalén y les será dada la tierra de Abrahán, que ellos habitarán por siempre y en seguridad. Y los que aman a Dios en verdad se alegrarán” (Tobit 14, 5-7).

Page 87: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

87

En este último fin de días, los judíos volverán otra vez a su tierra, y Jerusalén será reconstruida como una maravilla en la tierra, junto con el templo, y los gentiles vendrán y adorarán a Dios en Sion. Los judíos en este día creerán de verdad, y en su amor a Dios se alegrarán. Así serán los últimos días cuando el endurecimiento de parte de Israel será terminado, cuando “haya entrado la plenitud de los gentiles” (Rom 11, 25). Entonces “los redimidos del Señor volverán, y vendrán a Sion con alegría; y gozo perpetuo será sobre sus cabezas; y tendrán gozo y alegría, y huirán la tristeza y el gemido” (Is 35, 10). Así será el tiempo mesiánico en su plenitud, porque ya estamos en los tiempos mesiánicos, pero todavía esperamos esta plenitud gloriosa en la alegre vuelta de Israel al Señor. Por los profetas, estos acontecimientos son todos juntos, pero en realidad el regreso de Israel será sólo al fin de días, al fin del mundo, un fin que todo cristiano espera con alegre expectativa y gozo de espíritu. El verdadero cristiano, sobre todo el monje, vive más en este futuro a veces que en el presente, y experimenta ya de antemano un anticipo de su dulzura.

En estos días, dice el Señor: “He aquí yo los hago volver de la tierra del norte, y los reuniré de los fines de la tierra, y entre ellos ciegos y cojos, la mujer que está encinta y la que dio a luz juntamente; en gran compañía volverán acá. Irán con lloro, mas con misericordia los haré volver, y los haré andar junto a arroyos de agua, por camino derecho en el cual no tropezarán; porque soy a Israel por padre, y Efraín es mi primogénito… Y vendrán con gritos de gozo en lo alto de Sion, y correrán al bien del Señor, al pan al vino, al aceite, al ganado de las ovejas y de las vacas; y su alma será como huerto de riego, y nunca más tendrán dolor. Entonces la virgen se alegrará en la danza, los jóvenes y los viejos juntamente; y cambiaré su llanto en gozo, y los consolaré, y los alegraré de su dolor” (Jer 31, 3-9.12-13).

Será un día de gozo y alborozo. Israel volverá de los confines de la tierra a Jerusalén, y “nunca más tendrán dolor” (Jer 31, 12). Los que viven ahora en el amor de Dios, obedeciendo su voluntad, ya saborean este gozo. Si viven en silencio y lejos del mundo, una vida pacífica y callada, moderada y modesta, guardando los sentidos y la vista, este gozo no se disipa fácilmente, sino que uno vive saboreando ya de antemano un anticipo de este día de gloria, y anhelando su llegada. Es su gran deseo y alegría prepararse cada día más por este gran día, corrigiendo cada día más sus errores, y así siempre creciendo más en santidad y semejanza de Dios, disfrutando cada vez más de este esplendor.

Así Dios nos dirige, si escuchamos. Él nos muestra caminos cada vez más perfectos que los en que anteriormente caminábamos en nuestra ignorancia. Él está siempre abriendo nuestra mente más para ver y entender más perfectamente la vida de la perfección que él quiere de nosotros. Él quiere que seamos perfectos (Mt 5, 48).

Page 88: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

88

Así, viviendo en su amor una vida de perfección, en obediencia perfecta a su voluntad, en mucho silencio, guardando los sentidos en gran moderación y modestia, vivimos en la luz de la parusía del Señor, y nos regocijamos meditando sobre las cosas venideras, las últimas cosas, las cosas gloriosas cuando Israel se convertirá, y Cristo vendrá por segunda vez en su gloria.

Entonces en este gran día, dice el profeta: “Alza tus ojos alrededor y mira, todos éstos se han juntado, vinieron a ti; tus hijos vendrán de lejos, y tus hijas serán llevadas en brazos. Entonces verás, y resplandecerás; se maravillará y ensanchará tu corazón, porque se haya vuelto a ti la multitud del mar, y las riquezas de las naciones haya venido a ti” (Is 60, 4-5). Así volverá Israel. ¡Qué día de gozo será este día!, y ya está amaneciendo sobre nosotros que tenemos los ojos para verlo, para los que vivimos en el silencio y en el amor de Dios, guardando la vista y todos los sentidos. Ya hemos empezado a resplandecer, a maravillarnos; y nuestro corazón ya se ensancha. Ya vivimos en este día, porque resucitados con Cristo, iluminados por su resurrección, viviendo en silencio, y según su voluntad, vivimos ya en los últimos tiempos. Somos iluminados ya de antemano por la gloria de la parusía del Señor, regocijándonos ya en el cumplimiento de las profecías. En nuestro corazón, vivimos ya en estos días de cumplimiento, y el Señor está muy cerca. Percibimos todo esto a medida que podamos moderar nuestra vida y vivir enfocados para dentro, no disipándonos en el mundo.

Por eso “Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria del Señor ha nacido sobre ti” (Is 60, 1). El monje, viviendo en silencio, en el amor de Dios, vive en una escatología realizada. Las cosas del fin de los días ya son reales para él. Él vive en el fin; y el fin vive en él, en su corazón, ensanchándolo e irradiándolo. Así pues, la conversión de Israel también es algo presente para él, algo que él ve, y en que él se regocija.

“…y luego todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sion el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad” (Rom 11, 26; Is 59, 20). Notamos aquí la palabra “todo”. “Todo Israel será salvo”. Así dice san Pablo. Así dice la Sagrada Escritura. Será una maravilla en la historia del mundo, en la historia de la salvación. La nación entera de Israel, como nación, se convertirá al Señor al mismo tiempo en los últimos días. Entonces “Vendrá de Sion el Libertador” (Rom 11, 26). ¿Quién será este Libertador?, sino Cristo en su segunda venida, su venida definitiva para la salvación de todo el mundo que cree en él. Con un texto como este, no cabe duda alguna de que todo Israel volverá al Señor a creer en su Hijo Jesucristo, y así este su tiempo de endurecimiento parcial será terminado.

No puede ser, en el plan de Dios, que el mismo pueblo, que nos dio los patriarcas y los profetas, será perdido y permanentemente separado del nuevo pueblo de Dios, del nuevo Israel, la Iglesia. Ellos, que nos han dado tanto, también se regocijarán con nosotros en el Señor, en Jesucristo. Nosotros

Page 89: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

89

hemos sido sus deudores, injertados como somos en la raíz y savia rica de Israel. Entonces, en el último día, ellos serán nuestros deudores en Jesucristo, recibiendo al Señor Resucitado de nuestras manos.

Y en aquel día será gran alborozo por todo el mundo, porque la historia ya habrá llegado a su fin. Y entonces veremos al Hijo del Hombre viniendo con gran poder en las nubes del cielo con sus ángeles y santos; y en aquel día habrá una gran luz que iluminará el mundo entero. En aquel día una gran luz descenderá sobre toda la tierra, y el arcángel tocará la final trompeta y todos seremos cambiados, transformados en un momento, en el abrir y cerrar de los ojos (1 Cor 15, 51-52). Y viviremos siempre con el Señor en su gloria.

Toda la majestad que ya hemos visto de Dios hasta ahora será presente en este gran día de gloria divina. Y seremos asumidos en gloria con Cristo en el seno del Padre. Y habrá un día sin noche, un día sin ocaso, un día de gloria y de esplendor, un día sin fin. Entonces no habrá más historia. La humanidad habrá llegado a su meta, y el primer pueblo de Dios, que empezó toda esta historia, la terminará también con su inclusión y fe en Jesucristo.

“Y este será mi pacto con ellos, cuando yo quite sus pecados” (Rom 11, 27; Is 27, 9). Habrá un nuevo pacto con Israel. Nosotros estamos en este nuevo pacto ahora. Al creer en Cristo, hemos sido hechos el nuevo pueblo de Dios, el nuevo Israel, el pueblo del nuevo pacto, del Nuevo Testamento. Pero san Pablo cita Jer 31,33 sobre el nuevo pacto y lo aplica al Israel de la carne, es decir: que habrá con ellos también un nuevo pacto. Será el mismo pacto que el Señor ha hecho con los que creen en Jesús, pero ahora incluirá a Israel también. Por eso habrá por ellos un pacto, y sus pecados serán quitados, como lo fueron los nuestros. El pacto antiguo de Dios con ellos será renovado, y será para ellos como un pacto nuevo, con todos sus pecados perdonados por su nueva fe en Jesucristo y en el poder de su muerte salvadora en la cruz. Así pues, Israel también, como todos los gentiles, será salvo de sus pecados por su fe en Jesucristo, y entonces ellos también serán parte del Nuevo Testamento del nuevo pacto, del nuevo pueblo de Dios.

Entonces será plenamente cumplida en ellos la profecía de Jeremías: “He aquí que vienen días, dice el Señor, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá…este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo” (Jer 31, 31.33).

“Así que en cuanto al evangelio, son enemigos por causa de vosotros; pero en cuanto a la elección, son amados por causa de los padres” (Rom 11, 28). San Pablo no quiere que los romanos piensen que, porque los judíos han rechazado el evangelio que predica san Pablo que son por ello enemigos permanentes de Dios. Sí, son enemigos en el sentido de que han rechazado

Page 90: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

90

el evangelio, pero, aun así, permanecen el pueblo amado de Dios por causa de los patriarcas. Los patriarcas y la primera revelación de Dios a ellos nunca será olvidada por Dios. Tan sólo esto los establece a los israelitas permanentemente en el favor de Dios, y siempre serán su amado pueblo por los patriarcas. Es como el hijo pródigo, que aunque se fue lejos de su padre y vivió desordenadamente, aun así, siempre permaneció el hijo amado de su padre, y el día en que él se arrepintió y volvió a su padre fue un día de gran gozo para su padre, quien lo acogió con mucho amor y cariño.

El amor de Dios para los judíos es eterno por causa de los patriarcas y profetas. Nunca serán olvidados por Dios. Ambrosiaster dice: “Aunque los judíos hubieran pecado gravemente por rechazar el don de Dios, y sean dignos de muerte, no obstante, porque son hijos de las personas buenas, por cuyos privilegios y méritos han recibido muchos beneficios de Dios, serán recibidos con alegría al volver a la fe; porque el amor de Dios por ellos es suscitado por el recuerdo de sus Padres” (Comentario a la Carta a los Romanos).

Aun entre nosotros, los hombres que creemos en Cristo, ¿quién no tiene un amor especial por Israel y por los judíos en su corazón al leer las vidas de los patriarcas y los escritos de los profetas, sabiendo que estos patriarcas fueron hebreos, y que los judíos de hoy son del mismo pueblo, cultura, y fe, y que ellos aman mucho a los mismos patriarcas y profetas, como nosotros, y los leen con dedicación, y tratan de vivir conforme a su ejemplo y enseñanza? En este sentido, un buen cristiano cree que él tiene algo de aprender aun de ellos y cree que puede ser inspirado en su propia fe incluso por el ejemplo de los judíos de hoy.

Si nosotros, que somos meros humanos, podemos tener tanto amor por los judíos de hoy por causa de los patriarcas y profetas que nosotros también amamos, a pesar de su rechazo del evangelio, cuánto más amor y afección tendría Dios por ellos. El amor de Dios por los judíos es eterno. Serán por siempre especiales a sus ojos, y cuando se conviertan a Cristo estarán recibidos por Dios con un gozo y amor único y muy especial, y su conversión nos traerá las bendiciones de los últimos tiempos, e iniciará el cumplimiento y la consumación de todas las cosas. En esto vemos la importancia de los judíos a los ojos de Dios. Esta importancia no se acabó con la venida de Cristo, sino que más bien es para siempre.

En esto, nosotros debemos ser imitadores de Dios y no rechazar a personas buenas sólo porque ellos nos han rechazado a nosotros. Nuestra caridad también debe ser sobrenatural, y debemos continuar amando a los amigos de Dios aun cuando ellos nos rechazan a nosotros en su ceguera e ignorancia. Debemos siempre extender la mano a ellos, siempre invitándolos de nuevo a crecer en la verdadera caridad cristiana y profundizar su entendimiento de la vida cristiana, que es, ante todo, una vida de gran amor a Dios, una vida que se derrama en amor por el prójimo.

Page 91: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

91

“Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Rom 11, 29). El mero hecho de que Cristo fue un judío, nacido de entre judíos nos muestra que la posición de Israel hacia Dios es irrevocable. Aunque Dios supo que Israel iba a rechazar a Cristo, sin embargo, él lo envió a nacer entre ellos, judío entre judíos; y él hizo esto porque aunque lo iban a rechazar, su amor por ellos, como su propio pueblo escogido y predilecto, es irrevocable. Si amamos a Cristo, ¿cómo es posible no amar también a su raza y nación, que fueron preparadas espiritualmente por Dios para que pudieran entender, apreciar, y recibirlo? Si queremos nosotros también entender, apreciar, y recibir a Cristo, tenemos que venir a ser judíos espiritualmente empapándonos de la historia, lengua, escritos, fe, esperanza, y espiritualidad de los judíos.

Si queremos leer el Antiguo Testamento en hebreo, por ejemplo, y saborearlo en su lengua original, ¿quién nos puede mejor enseñar esta lengua que los judíos, para los cuales es hoy una lengua viva, sobre todo entre los que viven actualmente en Israel? ¿Cuántos eruditos cristianos han aprendido a hablar y conversar en hebreo a los pies de los judíos, empezando con san Jerónimo hasta hoy, incluso, en su juventud, el autor de este comentario? Cuanto más nos empapamos del Antiguo Testamento, venimos a ser cada vez más semitas espirituales, judíos en nuestro espíritu y corazón, amantes de la lengua, cultura, y fe de los judíos. Y porque los judíos de hoy continúan a leer, meditar, estudiar, y comentar sobre el Antiguo Testamento, aun en la lengua hebrea, ¿cómo es posible no amarlos, a pesar de su rechazo de Cristo? Y si nosotros reaccionamos así, cuánto más Dios. Los dones y el llamamiento de Dios a los judíos son irrevocables. Así dice san Pablo: “irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Rom 11, 29).

“Pues como vosotros también en otro tiempo erais desobedientes a Dios, pero ahora habéis alcanzado misericordia por la desobediencia de ellos…” (Rom 11, 30). La salvación es siempre por la misericordia de Dios, y no por las obras. En otro tiempo los judíos que fueron los recipientes de la misericordia de Dios en su revelación a ellos, haciéndolos su propio pueblo, mientras que los gentiles vivían en su ignorancia y desobediencia a la voluntad de Dios. Pero ahora, en cambio, las posiciones han sido invertidas. Ahora es Israel que vive en desobediencia, rechazando y no recibiendo la salvación de Dios, mientras que los gentiles sí la aceptan y reciben por su fe. Antes, cuando los gentiles desobedecieron, Dios se volvió a los judíos. Pero ahora que los mismos judíos no obedecen, Dios se vuelve a los gentiles con su gracia y salvación. Así pues, como la desobediencia anterior de los gentiles obró a favor de los judíos; ahora, en cambio, la desobediencia de los judíos está obrando a favor de los gentiles. Pero en el futuro, será no la desobediencia sino la obediencia de los gentiles que ayudará a los judíos, porque será cuando la plenitud de los gentiles se ha convertido que los judíos entrarán en la salvación de Dios (11, 25). Pero también esta obediencia final de los judíos ayudará a los gentiles, porque señalará el fin del mundo y el cumplimiento de todas las bendiciones mesiánicas.

Page 92: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

92

Así siempre los gentiles y los judíos son vinculados en la historia de la salvación, los unos ayudando a los otros tanto por la desobediencia como por la obediencia. La desobediencia anterior de los gentiles ayudó a los judíos; pero la obediencia presente de los gentiles ayudará a Israel a convertirse en el futuro. De modo semejante, la desobediencia presente de los judíos les ayuda a los gentiles; pero la obediencia futura de los judíos también ayudará a los gentiles.

Pero en todo esto la cosa importante es la misericordia de Dios. Él que recibe su misericordia experimenta la salvación. Si un grupo la rechaza, Dios se vuelve al otro; y si uno la acepta, esta estimulará al otro. La parte del hombre es aceptar la misericordia de Dios. La parte de Dios es dar su misericordia.

Así pues, para nosotros también no debemos jactarnos de la salvación de Dios. La recibimos y crecemos en ella sólo porque nos disponemos para recibir y crecer en lo que Dios quiere darnos. Si rechazamos su salvación, Dios se volverá a otros. Si la recibimos, nuestro ejemplo inspirará y estimulará a otros. La salvación en sí es pura gracia.

La persona más santa no es la que hace más, o produce más, o que es más activa, ni siquiera la que ayuda más a los otros. La santidad no se mide así. La persona más santa es la que se dispone mejor para recibir los dones de Dios, despojándose más de todo lo demás, crucificándose más al mundo, desprendiéndose y desapegándose más de los placeres humanos y mundanos, y ofreciendo su corazón más puramente, que quiere decir: más totalmente a Dios en todo, todo el tiempo. La persona más santa es la que cree más profundamente, que vive más totalmente por la fe, por la cual ella recibe la justificación y la semejanza de Dios. Es también la persona que espera más. Espera toda su felicidad sólo de Dios, y vive anhelando con alegría espiritual la venida del Señor en su gloria. Finalmente, la persona más santa es la persona que vive en el amor de Dios y que ama a Dios con todo su corazón, con un corazón completamente indiviso, y que hace todo lo que hace sólo por el amor a él.

Así pues la santidad es un don de Dios que debemos disponernos para recibir y crecer cada vez más en ello. La santidad tiene muy poco que ver con la productividad y los dones naturales humanos, pero tiene mucho que ver con la simplicidad y la humildad, reconociéndonos cada vez más como muertos al mundo, crucificados al mundo, y el mundo a nosotros; y al vivir así, ayudamos mucho a otras personas y al mismo mundo. Las ayudamos en las cosas más fundamentales que les ayudarán a ser verdaderamente felices, como Dios lo quiere.

“…así también éstos ahora han sido desobedientes, para que por la misericordia concedida a vosotros, ellos también alcancen misericordia” (Rom

Page 93: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

93

11, 31). Aquí vemos el flujo del plan de Dios. La desobediencia actual de los judíos forzó a san Pablo a predicar a los gentiles; y la salvación de los gentiles, por su misión, dio celos a los judíos, estimulándolos a seguir su ejemplo y creer ellos también. Vemos que en el plan de Dios aun la desobediencia tiene su función positiva.

Esto es verdad en nuestra vida personal también. Puede ser que un día desobedecemos la voluntad de Dios en algo relativamente pequeño, no sabiendo al momento que estábamos desobedeciéndola. Entonces Dios nos golpea con tristeza o nos deja caer en una depresión. Entonces, quizás muchas horas después, nos damos cuenta de que esta depresión fue el castigo de Dios por haberlo desobedecido en una cierta cosa, y así aprendemos que nuestra acción fue desobediente. Pues, desde entonces en adelante, resolvemos que nunca haremos así otra vez, ya que sabemos claramente ahora que esto es desobediencia. Y así aprendemos mejor, paso a paso, la voluntad de Dios y vivimos siempre más obedientes. Si no hubiera sido por esta desobediencia, no habríamos aprendido tan claramente y tan definitivamente la voluntad de Dios en este asunto, y no tendríamos ahora tanta motivación para evitar tal comportamiento en el futuro. ¿Ve, pues, cómo nuestra desobediencia nos ha ayudado a ser más obedientes en el futuro, y más santos? Así la desobediencia, aunque nos da mucha pena al momento, nos ayuda para el futuro.

Vemos aquí también cómo la desobediencia de los judíos ayudó a los gentiles, y la obediencia de los gentiles ayudará a los judíos en el futuro. Dios usa todo, aun la desobediencia, en su plan para el bien. Pero sólo si tenemos un corazón sincero y arrepentido de nuestros errores, veremos que todo obrará para nuestro bien.

“Porque Dios sujetó a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos” (Rom 11, 32). No debemos desalentarnos si notamos que hemos caído por inadvertencia en desobediencia en algo muy pequeño, porque ahora, conociendo mejor la voluntad de Dios y siendo arrepentidos, Dios nos mostrará su gran misericordia. Así hizo, tanto con los judíos como con los gentiles. No es que él quiere nuestra desobediencia, sino que, si desgraciadamente caemos en desobediencia en algo pequeño, él usa esta desobediencia por nuestro bien: para enseñarnos algo y para tener la oportunidad de tener misericordia de nosotros cuando nos arrepentimos.

Dios es grande en su misericordia. Todo su método de salvación al justificarnos por la fe es un acto de misericordia. Es un acto de misericordia supremamente justo porque Cristo pagó por su muerte el justo precio por nuestra desobediencia. Por eso Dios puede tener misericordia de nosotros en toda justicia y sin violar de modo alguno su perfecta justicia.

Page 94: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

94

Vivimos, pues, en la misericordia de Dios, porque todos fuimos desobedientes, tanto los judíos como los gentiles. No hay excepción. Cada hombre ha sido desobediente, como dice san Pablo: “pues hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado” (Rom 3, 9), y “Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Rom 3, 23). Esto nos puede dar mucha paz y tranquilizar nuestra mente y corazón, sabiendo que Dios nos envió a su Hijo para justificarnos justa y misericordiosamente por su muerte en la cruz, para que pudiéramos vivir en él una vida nueva, justa, santa, y feliz.

Aunque seguimos cayendo en desobediencia en muy pequeñas cosas por inadvertencia, y no deliberadamente, cada vez que nos damos cuenta de que hemos desobedecido en algo, podemos arrepentirnos y recibir de nuevo el amoroso perdón de Dios en su gran misericordia para nosotros. Y una vez que hayamos recobrado nuestra paz al ser perdonados, somos más fuertes y más preparados que antes para no caer del mismo modo en el futuro. Así crecemos cada día en la santidad, y nuestro comportamiento se mejora. Así morimos en Cristo a nuestra desobediencia, a nuestro pasado, porque es perdonado por su sacrificio; y resucitamos con él a una vida nueva, santa, iluminada, y obediente, por su misericordia. Su sacrificio hizo satisfacción perfecta por todos los pecados del mundo. Sólo tenemos que invocarlo con fe para ser absueltos del pecado y restaurados en la gracia. Así es la vida de perfección, no cometiendo ni siquiera pecados veniales voluntariamente, y perdonados por Cristo por nuestras caídas por inadvertencia en cosas pequeñas que muchas veces no llegan a ser ni siquiera pecados veniales, sino que pequeñas imperfecciones, de las cuales Dios quiere purificarnos y perdonarnos.

Así pues, Dios tiene misericordia de todos, y vivimos por su misericordia. No hay nada que queremos más que esto, es decir, vivir en la presencia de Dios, obedientes y agradándole en todo lo que hacemos, siempre haciendo su voluntad, y perdonados por nuestro pasado de desobediencia, librados de nuestra culpabilidad, y vivos ahora para Dios, con Cristo Jesús resplandeciendo en nuestro corazón. Toda nuestra felicidad está en esto, viviendo en Dios, por Dios, y con Dios en todo, en todo momento, siempre viviendo en su favor, regocijándonos en su esplendor. Si en cada momento rezamos por la iluminación para saber qué es lo que él quiere que hagamos en cada momento, y entonces si lo hacemos, seremos felices y sabremos que hemos usado bien nuestro tiempo y los dones que Dios no dio.

Así es la misericordia de Dios, porque así él quiere que vivamos. Él quiere que todos seamos salvos para vivir en su presencia, compartiendo su esplendor. Él quiere que “vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad” (1 Tim 2, 2). Así haremos por medio de la misericordia de Dios porque somos resucitados a una vida nueva con Cristo si seguimos obedeciéndole perfectamente. La obediencia es el camino de la vida; y la

Page 95: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

95

desobediencia es el camino de la muerte del espíritu. Dios nos envió a su Hijo para salvarnos del camino de la muerte, y ponernos en el camino de la vida como él nos dijo por boca de Ezequiel: “¿Quiero yo la muerte del impío? dice el Señor. ¿No vivirá, si se apartare de sus caminos?” (Ez 18, 23). Él quiere nuestra vida. Por eso el perdona nuestra desobediencia y nos hace obedientes.

Cristo es nuestra obediencia. Por él obtenemos la obediencia perfecta, porque su obediencia viene a ser la nuestra. Jesús no quiere condenarnos por nuestros pecados. Si él ve que somos arrepentidos, él no nos condena más, como vemos en su tratamiento de la mujer “sorprendida en el acto mismo de adulterio”. Jesús la preguntó: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete y no peques más” (Jn 8, 3.10-11). Así nos dice a nosotros en su gran misericordia: “Ni yo te condeno; vete y no peques más”. Vete y vive en mi presencia, en mi amor, en mi esplendor. Vive una vida espléndida, una vida enamorada de Dios, una vida bañada de su luz, una vida obediente, callada, moderada, desprendida, y desapegada. Esta es una vida vivida en una paz celestial, y es la voluntad de Dios para con nosotros. ¡Qué alegría hay en el cielo cuando nos arrepentimos! Dios quiere que participemos en esta alegría: “Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento” (Lc 15, 7). Regocijémonos, pues, con los ángeles sobre nuestro propio arrepentimiento. Así pues, “Dios sujetó a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos” (Rom 11, 32).

“¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Rom 11, 33). ¿Quién puede comprender los caminos de Dios? Al fin, todos son misterios y quedan misterios, aunque tratamos de reflexionar sobre la revelación de Dios con la ayuda de su gracia y por medio de la experiencia de su amor en nuestro corazón. Meditamos sobre el misterio de la cruz y la resurrección, y sobre nuestra incorporación en el misterio pascual, muertos y resucitados en Cristo. Pero al fin todavía quedamos con un gran misterio que nuestra mente no puede penetrar ni entender al fondo. Vemos sólo que es así, o que así es Dios en sus misterios para nuestra salvación.

San Pablo habla de la profundidad de tres cosas en Dios: de sus riquezas, de su sabiduría, y de su ciencia.

Sus riquezas nos parecen, y son, profundas. Nunca podemos cansarnos de sus riquezas, aun cuando están escondidas de nosotros. Siempre sabemos que sus riquezas existen, y cuando menos lo esperamos, él nos las revela, y nos hundimos en Dios, inundados de su amor y luz, maravillados de sus misterios, de su cruz, de su misterio pascual. Así está san Pablo aquí, maravillado en estos últimos versículos del capítulo once de Romanos —

Page 96: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

96

maravillado a contemplar cómo Dios se reveló y salvó primero a los judíos, entonces a los gentiles, y últimamente otra vez a los judíos. Los salva a todos con la profundidad de sus riquezas.

La salvación es una participación de la vida de la Santísima Trinidad. La Trinidad es unidad en comunión. Es el misterio del amor de Dios por sí mismo. Dios sí puede amar a sí mismo porque aunque él es uno, es también una comunidad de Personas distintas y diferentes, cada una amando a la otra; o mejor dicho: es una comunidad en que el Padre ama al Hijo, y el Hijo ama al Padre, mientras el amor divino que fluye y refluye entre estos dos es el Espíritu Santo. La profundidad de las riquezas de Dios es esta relación de amor. Y Dios envió a su Hijo para introducirnos a nosotros en la profundidad de esta riqueza. Él quiere que nosotros entremos en este flujo, en este río resplandeciente del amor divino entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo.

Por la fe y por nuestra participación en el misterio pascual, morimos al hombre viejo y resucitamos, iluminados y transformados en su resurrección para vivir una vida nueva como hombres nuevos, criaturas nuevas en Cristo, viviendo en su esplendor, divinizados por él. Vivimos así una vida resucitada y divinizada, muertos al mundo y a sus placeres, muertos al modo mundano de pensar y vivir, y viviendo ahora en él una vida moderada y modesta, una vida callada, desprendida, y desapegada. Renovados así, participamos de la vida trinitaria, y vivimos con la vida divina en nosotros, divinizándonos, deificándonos, y haciéndonos resplandecientes en el amor divino, en el Espíritu Santo que ya inhabita en nuestros corazones, si le obedecemos perfectamente. Y si no lo obedecemos perfectamente en algo, tenemos que sufrir su castigo en nuestro corazón, arrepentirnos por nuestra falta, y esperar hasta que él nos restaura otra vez en su paz.

Así compartimos no sólo las riquezas de Dios, sino también su sabiduría, es decir, nosotros venimos a ser verdaderamente sabios. Siendo sabios así, somos estables y tranquilos interiormente. Somos arraigados en Dios. Sabemos lo que debemos hacer con nuestro tiempo y sabemos cómo debemos comportarnos según la voluntad de Dios. Sabiendo esto, somos personas raras en este mundo, que no sabe lo que debe hacer para agradar a Dios. A muchos les falta la sabiduría. Una persona que tiene esta sabiduría divina puede discretamente, por su propio comportamiento, mostrar el camino a los demás, y puede también irradiar sobre ellos algo de su propia serenidad y verdadera felicidad.

Un hombre así tiene no sólo sabiduría, sino que también ciencia, es decir: él sabe cómo debe actuar. Si él recibe un susto en su vida, como una enfermedad o debilidad o si él ha cambiado por un tiempo su lugar de residencia, o algo semejante, puede por un tiempo sentirse algo desorientado intelectualmente y espiritualmente, pero si es de veras un hombre de Dios, siempre obediente a Dios, siempre rechazando los modos mundanos de

Page 97: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

97

actuar, entonces, en corto tiempo recobrará su equilibrio y su paz en Dios. Y así, una vez que nos hemos recobrado, entonces nos sentimos bien otra vez, centrados en Dios, viviendo el misterio pascual de Jesucristo, hombres nuevos en Cristo resucitado, viviendo una vida resucitada y crucificada. Y así podremos confirmar a nuestros hermanos con nuestra ciencia. Así dijo Jesús a san Pedro: “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos” (Lc 22, 32). San Pedro puede confirmar a sus hermanos con la fe y ciencia que él tiene. Él sabe lo que es correcto e inspirado por Dios, y por ello puede dirigir a los otros con la misma ciencia con que él se dirige a sí mismo. Nosotros también, una vez vueltos de cualquier susto que hemos tenido, podemos no sólo dirigir nuestra propia vida bien, sino que la de los demás también con nuestra ciencia.

Así vivimos en la “profundidad de las riquezas, de la sabiduría y de la ciencia de Dios” (Rom 11, 32). Es algo que vivimos y podemos irradiar a los demás. Es una seguridad y tranquilidad interior en la verdad, que puede atraer a los que son confundidos, vacíos, y faltando la paz y tranquilidad. Estas riquezas, sabiduría, y ciencia de Dios son cualidades de Dios, pero cualidades en que nosotros podemos participar, que nos enriquecen, haciéndonos sabios y personas de ciencia. Y más aún son cualidades que podemos compartir con otras personas también.

Una persona verdaderamente sabia es, como dije, algo raro. Pocas son las personas que son sabias, y esto es porque pocas son las personas que tienen la sabiduría y valentía de rechazar al mundo y sus modos y estilos de actuar. La gran mayoría simplemente sigue, sin sentido crítico, lo que están haciendo los demás en su ambiente. Al actuar así, su vida interior muere; y ellos no crecen en la ciencia ni en la sabiduría; y como resultado faltan una experiencia rica de Dios. No participan mucho en las riquezas de Dios, y son por ello mezquinos. Es una gran lástima, porque Dios no quiere que sea así; y el camino es siempre abierto para todos para entrar en sus riquezas si sólo pueden verdaderamente convertirse y dejar una vez para siempre su mundanidad y cobardía. Para ser sabio, uno tiene que olvidar el respeto humano y seguir la verdad y el verdadero camino de la vida. Entonces uno se regocijará en la profundidad de las riquezas de Dios, gritando con júbilo sobre sus juicios insondables y sus caminos inescrutables, diciendo, con san Pablo en este versículo: “¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Rom 11, 33).

“Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero?” (Rom 11, 34; Is 40, 13). Aquí san Pablo nos asegura que aunque los juicios y caminos de Dios en sus acciones y planes para con nosotros son insondables e inescrutables, sin embargo son muy sabios, porque él es más allá de todo consejo humano y nadie puede entender su mente. Por eso aunque no entendemos sus planes para con nosotros, no debemos tener duda alguna de

Page 98: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

98

que estos planes son muy sabios y buenos. Sus planes para los hombres son difíciles a entender porque son tan altos y grandes y no podemos alcanzarlos. Así pues, debemos confiar en él, que, aunque no entendemos por qué él actúa así con nosotros, aun así no cabe duda alguna de que estos planes son para nuestro bien. Él no tiene necesidad alguna de nuestro consejo o ayuda para decidir lo que él debe hacer con nosotros.

Cuando nos encontramos frente a un misterio de su voluntad para con nosotros que no entendemos bien o que no vemos cómo una cosa tal pueda obrar por nuestro bien, debemos creer y confiar sin duda alguna que sí, esto es para nuestro bien. San Pablo no pudo al principio entender por qué los judíos rechazaron a Cristo, pero creyendo que Dios lo permitió, entonces después descubrió la sabiduría en el plan de Dios por su rechazo. Su rechazo abrió las puertas para los gentiles; y la conversión de los gentiles ayudaría la de Israel después.

Hay ejemplos innumerables de este principio. Dios nos puede dar, por ejemplo, una enfermedad que interrumpe nuestro trabajo y puede forzarnos a dejar este trabajo por un tiempo y viajar a otro lugar para curarnos. Cuando uno es en una situación tal, puede tener muchas preguntas, como: ¿Por qué actuó Dios así conmigo? ¿Cómo puede esto obrar para mi bien? Pero creyendo que todo lo que Dios nos da es para nuestro bien, podemos buscar cómo esta circunstancia nos ayudará. Por ejemplo, esta enfermedad puede haber sido causada por una dieta inadecuada. Así ella nos ayuda a mejorar nuestra dieta y comer más sabiamente en el futuro, sabiendo ahora mejor por experiencia lo que nuestro cuerpo necesita. ¿No es esto para nuestro bien? También una enfermedad nos da los medios para ofrecernos en sacrificio y amor a Dios, dándonos algo que podemos sufrir con Cristo crucificado para mejor imitarlo. Siempre queremos imitar y vivir como vive a quien amamos. Así esta enfermedad es nuestra cruz, y por medio de esta enfermedad, somos clavados con él en amor a su cruz.

También la enfermedad nos separa más del mundo y de sus placeres. Puede también liberarnos de mucho trabajo duro y manual. Cuando los demás ven que no tenemos mucha fuerza física, ellos no nos asignan trabajo así, y así tenemos mucho más tiempo libre para leer cosas espirituales y también para desarrollar nuestro entendimiento del misterio de Cristo al escribir, y podemos incluso después compartir estos escritos con personas interesadas y así ayudarles a ellos también. Así podemos crecer en un tipo de sabiduría con que podemos ayudar a los demás.

También el tener que interrumpir nuestra trabajo normal y viajar a otro lugar para curarnos nos puede ayudar, dándonos más tiempo de silencio para leer y escribir, que siempre nos ayuda espiritualmente si leemos y escribimos cosas espirituales de verdadera sabiduría. Así pues, algo que al principio nos parecía malo, nos hace mucho bien, hasta que con san Pablo podemos

Page 99: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

99

exclamar: “¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero?” (Rom 11, 33-34).

“¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado?” (Rom 11, 35). Dios no es nuestro deudor, ni podemos sobornarle. Él hace con nosotros lo que él quiere, y lo que él conoce es lo mejor para con nosotros. Sus planes son soberanos. No hay nadie que puede cuestionar la sabiduría de su plan para salvar a los gentiles y después de ellos a los judíos también. Sus planes en nuestra propia vida son igualmente soberanos y perfectos. Pero aun así, Cristo nos enseñó a pedir lo que necesitamos, y se nos dará. Es que Dios quiere actuar así con nosotros. Por eso, en el ejemplo anterior, si él en su sabiduría soberana para nuestro bien nos da una enfermedad, ¿qué debemos hacer? Debemos rezar para una curación si el Espíritu Santo nos inspira a orar así, y entonces debemos creer que él nos dará lo que hemos pedido, o algo mejor aún, porque Jesús nos dijo: “De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará” (Jn 16, 23). Sí, sus planes son soberanos y nosotros no podemos sobornarle, pero es su voluntad ayudarnos si pedimos algo al Padre en el nombre de Jesús, y creemos que recibiremos lo que hemos pedido, o algo mejor aún. Dios quiere ver este tipo de fe en nosotros, y la recompensará al darnos lo que hemos pedido, o algo mejor aún, cosas que muchas veces no nos hubiera dado si no habríamos pedido.

Por eso en el ejemplo de una enfermedad, ¿qué debemos hacer? Rezar por una curación y creer que la recibiremos, o algo mejor aún. Y después de orar así, no debemos tener duda alguna de que nuestra oración será oída en un sentido u otro, pero que será para nuestro bien. Entonces tendremos mucha paz y tranquilidad. Si Dios nos cura, le daremos gracias. Si él no nos cura, le daremos gracias igualmente, porque ahora sabemos que esta enfermedad es para nuestro bien, para nuestra santificación, y que será mejor para nosotros no ser curados. Por eso podemos regocijarnos con gran gozo y júbilo de espíritu conociendo esto. Si no hubiéramos pedido, puede ser que no recibiríamos estos bienes que ahora Dios nos dará por haberle pedido en el nombre de Jesús. Este es un camino de mucha paz y tranquilidad de espíritu.

Así, pues, sabemos que Dios es soberano y no puede ser sobornado, pero aun así podemos y debemos pedir lo que necesitamos, y él espera nuestra petición para darnos la mejor cosa por haberle pedido. Entonces cuando recibimos nuestra respuesta, si tenemos fe, nos regocijaremos mucho. Si él no nos cura, nos regocijaremos igualmente que si él nos hubiera curado, porque entonces, después de orar, sabemos que nuestra enfermedad es por nuestra santificación, y por eso Dios nos la dio, y que será mejor para nosotros estar enfermos que tener buena salud. ¡Qué alegría y serenidad tendremos sabiendo esto! Entonces nos dedicaremos a él en nuestra enfermedad con todo nuestro corazón, usando esta enfermedad para ofrecernos a Dios en

Page 100: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

100

amor con el sacrificio de Jesucristo en la cruz, y dándole gracias por habernos separado más del mundo por medio de ella. Rescataremos así mucho tiempo por la oración y la lectura espiritual que antes usábamos para el trabajo manual cuando teníamos buena salud. Ahora que nuestros superiores no nos dan trabajo manual, podemos usar nuestro tiempo libre para cosas espirituales con una conciencia pura, limpia, y feliz, conociendo que esto de veras es la voluntad de Dios para con nosotros ahora. “¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Rom 11, 33).

“Porque de él, y por medio de él, y en él, son todas las cosas. A él la gloria por los siglos. Amén” (Rom 11, 36). “De él” se refiere al Padre. Todo comienza de él. El Padre es el principio y origen de todo lo creado. “…por medio de él” se refiere al Hijo. Dios creó el universo por medio del Hijo. Y “en él” se refiere al Espíritu Santo. Todas las cosas están en el Espíritu Santo; y el Espíritu Santo está en todo. Vivimos en el Espíritu Santo.

El propósito de todo lo creado es la adoración y la alabanza del Padre. Los seres racionales, sobre todo, tienen esto como su razón de ser. Porque somos racionales y tenemos una voluntad libre, podemos decidir lo que haremos. ¿Actuaremos conforme o contra nuestra naturaleza y la meta de nuestra existencia? Si actuamos contra nuestra meta dada a nosotros por Dios, que es vivir para la alabanza de Dios de quien tenemos nuestra existencia, no cumplimos el propósito de nuestra creación, de nuestro ser, y así nunca seremos felices. Pero si vivimos sólo y completamente para él y el amor al prójimo, que es lo que Dios quiere de nosotros, entonces seremos felices.

Hacemos esto con y por medio del Hijo que se ofreció a sí mismo a su Padre en amor y en sacrificio por nosotros. Como el sacrificio del Hijo dio adoración perfecta al Padre, así nosotros, unidos con él y con su sacrificio, al ofrecernos a nosotros mismos al Padre, le damos una adoración perfecta en el adorador perfecto del Padre, es decir: en Jesucristo.

Y toda esta acción de gracias es en el Espíritu Santo que penetra, impregna, y se difunde por todo. El Espíritu penetra especialmente a los seres racionales cuando ellos adoran al Padre por el Hijo. Así vivimos en la Santísima Trinidad, y nuestra vida viene a ser un sacrificio de alabanza a Dios.

Este es el significado de la vida humana, el dar gloria a Dios, por medio de Dios, y en Dios. Hacemos esto al unirnos con la Santísima Trinidad. Fuimos creados por medio del Hijo y redimidos por medio de él, también adoramos a Dios por medio del Hijo, llenos de su mismo Espíritu que es el Espíritu Santo. Así vivimos una vida trinitaria, envueltos en la vida interior de la Trinidad.

Page 101: LA CARTA A LOS ROMANOS - Steven Scherrer · 2016-02-06 · 4 toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria del Señor apareció en

101