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CRITICÓN, 113, 2011, pp. 5-17. La criada «que hurtó la taça o perdió el anillo»: Alfonso X, Fernando de Rojas, Lope de Rueda 1 José Manuel Pedrosa Universidad de Alcalá Para Stefano, diez siglos después En un artículo anterior y complementario de éste 2 analicé la estructura literaria y los paralelos orales y escritos (e incluso los cinematográficos y los operísticos) de la Cantiga 212 de Alfonso X el Sabio, que entonces resumí de este modo: En versos de gran finura y emotividad describe cómo la madre de una novia pobre pide (ésa era la práctica más o menos común en el Toledo de la época, según advierte cuidadosamente el narrador de la Cantiga) a una señora de elevada condición que le preste un sartal (un collar) con el fin de que su hija lo exhibiera durante la ceremonia de su boda. La rica dama vacila, porque su marido le había prohibido ceder el collar para tales menesteres. Pero, al escuchar que en los ruegos de la mujer era invocada la Virgen María, cede a ellos y presta la joya. Durante el baño que (también por tradición) precedía a las celebraciones nupciales, el collar fue robado por una ladrona que se apresuró a escapar sin ser vista. Al enterarse la señora que había hecho el préstamo (a través de una criada mora), temerosa de la reacción del marido, se 1 Este artículo ha sido redactado en el marco del proyecto de investigación Historia de la métrica medieval castellana, concedido por el Ministerio de Educación con referencia FFI2009-09300, y del proyecto de investigación Creación y desarrollo de una plataforma multimedia para la investigación en Cervantes y su época, concedido por el Ministerio de Educación con referencia FFI2009-11483; y dentro de las actividades del grupo de Investigación de la Universidad de Alcalá-Comunidad de Madrid «Seminario de Filología Medieval y Renacentista» con referencia: CCG06-UAH/HUM-0680. Agradezco sus consejos e indicaciones a José Luis Garrosa y Josemi Lorenzo. 2 Pedrosa, 2007. Centro Virtual Cervantes CRITICÓN. Núm. 113 (2011). José Manuel Pedrosa. La criada «que hurto la taça o perdió el anillo» …

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CRITICÓN, 113, 2011, pp. 5-17.

La criada «que hurtó la taça o perdió el anillo»:Alfonso X, Fernando de Rojas, Lope de Rueda1

José Manuel PedrosaUniversidad de Alcalá

Para Stefano,diez siglos después

En un artículo anterior y complementario de éste2 analicé la estructura literaria y losparalelos orales y escritos (e incluso los cinematográficos y los operísticos) de la Cantiga212 de Alfonso X el Sabio, que entonces resumí de este modo:

En versos de gran finura y emotividad describe cómo la madre de una novia pobre pide (ésaera la práctica más o menos común en el Toledo de la época, según advierte cuidadosamente elnarrador de la Cantiga) a una señora de elevada condición que le preste un sartal (un collar)con el fin de que su hija lo exhibiera durante la ceremonia de su boda. La rica dama vacila,porque su marido le había prohibido ceder el collar para tales menesteres. Pero, al escucharque en los ruegos de la mujer era invocada la Virgen María, cede a ellos y presta la joya.Durante el baño que (también por tradición) precedía a las celebraciones nupciales, el collarfue robado por una ladrona que se apresuró a escapar sin ser vista. Al enterarse la señora quehabía hecho el préstamo (a través de una criada mora), temerosa de la reacción del marido, se

1 Este artículo ha sido redactado en el marco del proyecto de investigación Historia de la métrica medievalcastellana, concedido por el Ministerio de Educación con referencia FFI2009-09300, y del proyecto deinvestigación Creación y desarrollo de una plataforma multimedia para la investigación en Cervantes y suépoca, concedido por el Ministerio de Educación con referencia FFI2009-11483; y dentro de las actividadesdel grupo de Investigación de la Universidad de Alcalá-Comunidad de Madrid «Seminario de FilologíaMedieval y Renacentista» con referencia: CCG06-UAH/HUM-0680. Agradezco sus consejos e indicaciones aJosé Luis Garrosa y Josemi Lorenzo.

2 Pedrosa, 2007.

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dirigió a la iglesia para pedir el auxilio de la Virgen. Y sucedió, entonces, que la ladrona,mientras se dirigía furtivamente hacia su casa, hubo de pasar frente a la iglesia, ante la cualestaba también, entre dormida y desmayada, la angustiada propietaria del collar. Una especiede repentina inspiración le advirtió de que la mujer que justo entonces pasaba por allí era laladrona: de ese modo pudo interceptarla y arrebatarle el collar que llevaba escondido.

En el artículo que dediqué a esta Cantiga 212 alfonsí traje a colación una serie derelatos que mostraban analogías o paralelismos que permitían entender los versos delrey Sabio como un conglomerado de motivos de raíz esencialmente folclórica —aunquehayan sido ocasionalmente reciclados en la literatura escrita— que orbitan en torno a unconflicto tan específico como lleno de posibilidades dramáticas: el de la pérdida o robode algún objeto valioso del ajuar doméstico en el que se ve implicado algún criado(culpable o no), el cual ha de afrontar la reclamación o el castigo del amo. El paralelo enel que más hice hincapié en aquella ocasión fue el célebre cuento La parure (El collar),de Guy de Maupassant, con toda la abundante descendencia de versiones (inclusocinematográficas) que ha engendrado. Analicé también en aquel artículo unas cuantas delas distintas soluciones y desenlaces (felices o infelices, cómicos o trágicos, convencional-mente previsibles o psicológicamente sofisticados) que tal especie de conflicto entresiervos y señores ha recibido en unas cuantas obras de ficción más.

No es mi intención recuperar en este nuevo trabajo todos los vínculos y paralelostextuales que mencioné en aquel extenso artículo, aunque sí será forzoso quereproduzcamos o que resumamos más adelante algunos de ellos (un cuento ceilandés yotro judío asquenací, y un libreto de ópera italiana y una película india) que no solo senos muestran como parte de la gran familia narrativa a la que pertenece la cantigaalfonsí, sino que se revelan además como astros de la misma constelación de relatos enla que orbitan también cierto episodio del auto IX de La Celestina y el Décimo Paso (elconocido como La generosa paliza) de Lope de Rueda, que son dos obras que no tuve encuenta al redactar aquel primer artículo.

Conozcamos, para empezar, la vibrante reivindicación que de las pobres criadasacusadas de manera abusiva de pérdidas o de robos (entre otros agravios) por sustiránicas amas hace la apasionada Areúsa celestinesca. Por más que, en su apicaradaboca, esta soflama no pueda dejar de sonar a ambigua e irónica, por no decir cínica:

Jamás me precié de llamarme de otrie sino mía. Mayormente destas señoras que agora se usan.Gástase con ellas lo mejor del tiempo, y con una saya rota de las que ellas desechan, paganservicio de diez años. Denostadas, mal tratadas las traen, contino sojuzgadas, que hablardelante [de] ellas no osan, y quando ven cerca el tiempo de la obligación de casallas, levántalesun caramillo, que se echan con el moço, o con el hijo, o pídenles çelos del marido, o que metenhombres en casa, o que hurtó la taça o perdió el anillo; danles un ciento de açotes y échanlas lapuerta fuera, las haldas en la cabeça, diziendo: «¡Allá yrás, ladrona, puta, no destruyrás micasa y honrra!». Assí que esperan galardón, sacan baldón, esperan salir casadas, salenamenguadas, esperan vestidos y joyas de bodas, salen desnudas y denostadas. Éstos son suspremios, éstos son sus beneficios y pago. Oblíganse a darles marido, quítanles el vestido. […]Nunca oyen su nombre propio de la boca dellas, sino puta acá, puta acullá. «¿A dó vas,tiñosa? ¿Qué heziste, vellaca? ¿Por qué comiste esto, golosa? ¿Cómo fregaste la sartén, puerca?¿Por qué no limpiaste el manto, çuzia? ¿Cómo dixiste esto, necia? ¿Quién perdió el plato,desaliñada? ¿Cómo faltó el paño de manos, ladrona? A tu rufián le havrás dado. Ven acá,

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mala mujer, la gallina havada no parece; pues búscala presto; si no, en la primera blanca de tusoldada la contaré».3

El Décimo passo, muy gracioso, agora nuevamente compuesto por Lope de Rueda—el conocido con el título de La generosa paliza— es de los que vio la luz no en lacompilación principal de El Deleitoso de 1567, sino en la más limitada del Registro deRepresentantes de 1570. Sus protagonistas son cinco: el amo Dalagón, de cuyoescritorio desaparece una libra de turrones de Alicante; su criado, el simple Pancorvo,que es acusado en primer lugar de la pérdida y que, tras la oportuna lluvia de amenazasy de golpes, intenta echar la culpa y derivar la paliza primero hacia el paje Periquillo;luego, ante las protestas de éste, hacia el gascón Peyrutón; y finalmente, ante la rebeliónde éste, hacia otro paje, Guillemillo. Tras no pocas zurras, amenazas, ayes y palinodias,el entuerto queda felizmente resuelto cuando se descubre que ningún criado había sidoculpable de ningún robo y que los preciados turrones habían estado simplementeguardados por orden del amo sin que hubiese mediado malicia de ninguna parte. Elalegre colofón lo pone el señor cuando, sinceramente avergonzado, intenta compensar asus siervos por las vejaciones sufridas:

Guillemillo.— ¿Qué cosa?Dalagón.— ¿Qué cosa? Dime, desvergonçado: ¿y los turrones que estavan encima del

escriptorio? ¿Qué's d'ellos?Guillemillo.— ¿Los turrones, señor? ¿No me los pidió él que se los diese, y los encerró

de su propia mano dentro del escriptorio?Dalagón.— ¡Por vida mía, que dize verdad! ¿Havéis visto qué gran descuido que ha sido

el mío?Guillemillo.— ¿Y paréscele bien haverme dado sin culpa?Pancorvo.—¿Y a mí molerme aquestas espaldas, que no parescía sino molino batán,

según descargava?Periquillo.— ¡Y a mí, pajas!Gascón.— ¿E qué vo paresce de acró, de aquestos neguecios o facendas, mustramo?Dalagón.— ¿Qué me paresce? Ea, porque no estéis quexosos de mí, que se partan los

turrones en cuatro partes, y en pago de la disciplina se lleve cada uno su pedaço.4

Cada uno de estos tres textos de nuestra literatura más clásica (Alfonso X, Fernandode Rojas y Lope de Rueda, nada menos) aborda y resuelve de un modo distinto elconflicto de las acusaciones de robo de que, de forma justificada o no (y los tres textosinsisten en la falta de justificación, o al menos en la falta de premeditación y de malicia),solían ser víctimas los criados por parte de los amos. Solo por esa coincidencia,argumental e ideológica, merece ya la pena analizarlos a la misma luz comparativa,tanto entre ellos tres como en relación a otras obras de la literatura internacional.

Podemos señalar, para ilustrar las posibilidades que ofrece la comparación entreellos, que tanto la Cantiga 212 alfonsí como el episodio celestinesco han de serentendidos desde la costumbre que había de que los señores adinerados ayudasen a casara los pobres, prestándoles el ajuar, como nos informa la cantiga gallega o, según nos

3 Rojas, La Celestina, auto IX, pp. 232-233.4 Rueda, Pasos, pp. 216-217.

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muestra el texto celestinesco, asumiendo la norma casi consuetudinaria de que los amosentregasen, por lo regular al cabo de diez años de servicio, la dote de bodas a suscriadas. Lo cual solía provocar no pocos conflictos, envueltos a menudo en acusacionesde robo y en despidos intempestivos que tenían el objetivo de ahorrar a los señoresaquella gravosa obligación, que muchos consideraban intolerable dispendio5.

Pero centrémonos ahora en el análisis de la estructura narrativa del más extenso ynovelizado de nuestros relatos, el Décimo passo, muy gracioso (La generosa paliza) deLope de Rueda, en relación con alguna otra obra de la literatura internacional.Retengamos, aunque sea a riesgo de parecer redundantes, la imagen de ese amo Dalagónque echa las culpas de la pérdida de unos turrones de Alicante al simple Pancorvo, elcual acusa al paje Periquillo, después al gascón Peyrutón y finalmente al pajeGuillemillo, que es quien descubre que los turrones habían estado siempre intactos en elescritorio donde los había tenido distraídamente guardados el amo. El cual, una vezcomprobado su error, compensa generosamente a los criados.

Comparemos tan elaborada anécdota con la que protagonizan los personajes delsiguiente cuento tradicional ceilandés que puede ser resumido, en sus grandes líneas, deeste modo: una reina pierde en el baño su collar (recuérdese que en la cantiga alfonsíotro collar había sido robado también en un baño), a lo que sigue una serie deinvestigaciones, careos y acusaciones primero a un pobre, el cual acusa al tesorero de laciudad, el cual acusa a una mujer de la corte, la cual acusa al astrólogo, antes de que sedescubra que el collar había estado escondido por una mona en el interior de un troncode árbol, del que al final es posible recuperarlo.

El cuento ceilandés concluye, como el paso de Lope de Rueda, con la reconciliaciónentre las partes y con la recompensa que entrega el poderoso a sus injustamenteacusados siervos:

Cuentan que, en una ciudad, había un rey y una reina. Un día, la reina fue a bañarse en elestanque del jardín del rey, acompañada por su esclava. Al llegar, la reina se quitó las prendasque llevaba, y puso sobre ellas su collar de perlas. Le dijo a la esclava que permaneciera enaquel lugar, y se introdujo en el baño. Pero la esclava se puso a bañarse también. Una hembraladrona de mono gris que estaba en el jardín tomó el collar y, poniéndolo en el hueco de unárbol, se quedó en silencio.

Cuando la reina terminó de bañarse, llegó a la orilla y, mientras se vestía, buscó el collar.No estaba allí. Entonces le preguntó a la esclava:

—¿Dónde está el collar, bola?La esclava respondió:—Yo no he visto que nadie viniera y se lo llevara.Al llegar ambas al palacio, la reina le dijo al rey que unos ladrones se habían llevado su

collar. Entonces el rey hizo que viniesen los ministros y dijo:—Id prestos y buscad el collar.

5 Ladero Quesada, 1990, p. 108. La costumbre de que las mujeres con recursos contribuyesen a la dotematrimonial de las que no los tenían ha pervivido a lo largo de los siglos. Incluso han funcionado hasta el sigloxx cofradías o hermandades católicas que se ocupaban de estos casos, y que contribuían incluso al matrimoniode las jóvenes no vírgenes: «La que tiene amores muy íntimos con el que ha sido su único amor, se suele casaral cabo y mucho más si las madres cristianas lo llegan a saber y pagan los gastos y aún la dote» (LimónDelgado, 1981, p. 113).

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Los ministros se ciñeron rápidamente sus ropas y se echaron a correr en su busca. En aquelmomento, un hombre pobre de tierras lejanas estaba internándose en la selva en busca depalos y de varas. Los ministros, que estaban al acecho, gritaron:

—¡Atrapadlo! ¡Está escabulléndose por ahí!El hombre pobre, al escucharlos, pensó para sí: «Si me quedo aquí, me atraparán. Lo

mejor será escapar e irme a mi aldea». Pero, en plena huida, fue alcanzado y atrapado por losministros. Le dieron golpes y más golpes con las manos y con los pies, y lo llevaron ante el rey.

Entonces el rey le preguntó al hombre:—¿Fuiste tú quien se llevó un collar de oro y perlas de tal y tal forma?El hombre pensó para sus adentros: «Si digo que no me llevé ese collar, el rey me

decapitará; por lo tanto, debo decir que sí lo tomé». Y, estando en aquel pensamiento, dijo:—Yo lo tomé.El rey preguntó:—¿Dónde está ahora?—Se lo di al tesorero de esta ciudad —dijo el hombre.Entonces el rey hizo que compareciera ante él el tesorero y le preguntó:—¿Te dio este hombre un collar?El tesorero pensó para sí: «Si digo que no me lo dio, el rey decapitará a este hombre. Por lo

tanto, debo decir que sí me lo dio». Y, estando en aquel pensamiento, dijo:—Sí me lo dio.—¿Dónde está el collar ahora? —preguntó el rey.Entonces el tesorero dijo:—Se lo di a una mujer de la corte.Así que el rey hizo que le trajeran a la mujer de la corte.—¿Te dio este tesorero un collar? —le preguntó.Entonces la mujer de la corte pensó para sí: «¿Qué es lo que habrá detrás de todo esto?

¿Que el tesorero de la ciudad ha dicho que me dio un collar? Si ha dicho tal cosa, debe sermalo decir que no me lo dio. Es mejor que diga que sí me lo dio». Y, estando en aquelpensamiento, dijo:

—Sí me lo dio.—¿Dónde está ahora? —preguntó el rey.La mujer de la corte dijo:—Se lo di al hombre que sabe de la ciencia de la astrología, al gandargaya.Entonces el rey hizo que le trajeran al gandargaya y le preguntó:—¿Te dio esta mujer de la corte un collar?El gandargaya pensó para sí: «¿Qué es lo que ha dicho esta mujer? Debe tratarse de algún

asunto del que le resulta imposible salvarse por sus propios medios, y ha de ser por eso quedijo que yo lo tomé. Por lo tanto, no será bueno decir que no me lo dio. Es mejor que diga quesí me lo dio». Y, estando en aquel pensamiento, dijo:

—Sí me lo dio.El día había llegado para entonces a su fin, y estaba cayendo la noche. Ya no quedaba

tiempo para seguir adelante con el caso. Entonces los ministros dijeron:—Encerremos a estas cuatro personas dentro de una misma habitación y escuchemos desde

afuera lo que dicen los acusados.El rey dio permiso para hacerlo, así que los ministros los condujeron hasta una habitación,

cerraron la puerta y permanecieron afuera escuchando.El tesorero fue el primero en preguntarle al hombre pobre:—¿Cuándo me diste tú un collar? ¿Qué es esto que has dicho?Entonces el hombre pobre le contestó:

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—¡Ane! ¡Oh, tesorero! Yo soy un hombre muy pobre, y vuestra Excelencia es una personamuy rica. Es por eso que, para salvarme, dije que le había dado el collar. Ésa fue la únicarazón. De otra manera, ¿de qué modo podría yo haberle dado un collar a vuestra Excelencia?

Luego la mujer cortesana le preguntó al tesorero:—¡Oh, tesorero! ¿Cuándo me diste tú un collar? ¿Qué es esto que has dicho?El tesorero le respondió:—Tú posees grandes riquezas, igual que yo. Dije eso porque entre los dos podríamos

librarnos de esta desgracia que se ha abatido sobre nosotros. De otra manera, ¿cuándo tehabría dado yo un collar?

Después, el gandargaya le preguntó a la mujer:—Mujer, ¿qué es esto que has dicho? ¿Cuándo me diste tú a mí un collar?La mujer cortesana le contestó:—¡Ane! ¡Oh, gandargaya! Usted, que dice la verdad, es una persona que gana muchas

riquezas. Dije eso porque nosotros podemos librarnos si pagamos la deuda: el valor del collar.De otra manera, ¿cuándo le he dado yo a usted un collar?

Los ministros, que estaban acechando a escondidas, oyeron cuanto decían aquellas cuatropersonas. Al amanecer del día siguiente, las condujeron ante el rey y le dijeron:

—Ninguna de estas personas es el ladrón.El rey preguntó a los ministros:—¿Cómo habéis averiguado que no son ellos los ladrones?—A escondidas los escuchamos hablar —respondieron—; así fue como lo averiguamos.El rey dijo:—Entonces, ¿quién ha robado el collar?Los ministros respondieron:—A nuestro parecer, puede haberlo robado una hembra ladrona de mono gris que vive en

el jardín. Debe poner en libertad a estas cuatro personas.Entonces el rey las liberó y dejó que se marcharan. A continuación, los ministros fueron al

jardín, atraparon a un mono gris macho y, llevándolo a palacio, donde habían confeccionadopara él un saco y unos pantalones, lo vistieron y lo adornaron con guirnaldas de flores. Locondujeron de regreso al jardín, lo liberaron y se pusieron al acecho de lo que pudieraacontecer.

Cuando la hembra ladrona de mono gris que había tomado el collar descubrió al monovestido, se dirigió hacia el hueco del árbol en el que había escondido el collar y lo sacó. Se lopuso y regresó con él.

Al descubrir aquello, los ministros se pusieron a dar palmas para asustarla. Gritaron«¡hu!» hasta que el collar cayó al suelo, mientras la mona andaba dando saltos de árbol enárbol. Los ministros lo recogieron, regresaron al palacio real y se lo entregaron al rey.

Éste, muy complacido, les otorgó muchos dones.6

Es evidente que el Décimo passo, muy gracioso de Lope de Rueda, el de La generosapaliza, debió de estar inspirado o moldeado sobre algún avatar de un cuento folclóricodel tipo que ejemplifica muy bien nuestro relato ceilandés: las estructuras narrativas(encadenadas, con una crisis inicial y un desenlace equivalentes), las funciones de todosy cada uno de los personajes, la secuencia argumental (la pérdida no dolosa que seconfunde con un robo, el reparto de acusaciones en serie, los castigos injustos, laaveriguación de la inocencia de los siervos, la reconciliación y la compensación final), las

6 Parker, 2006, núm. 12.

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moralejas (la defensa de la inocencia de los criados frente a las sospechas infundadas ylos castigos injustos y habituales de los amos) del paso escénico español y del cuentotradicional ceilandés se asemejan tanto que es imposible que sean casuales.

El propio subtítulo del passo de Lope de Rueda, agora nuevamente compuesto,apunta hacia alguna fuente que no podemos ahora identificar de manera concreta, peroque debió ser, sin duda, algún relato folclórico, migratorio, variable, sobre el que lamayor duda que nos puede caber es la de si en la España del xvi correría en versionesesencialmente orales o si habría ya conocido algún reflejo escrito (en algún pliego decordel o en alguna compilación barata de cuentos, chistes o novelle de las que circulabanprofusamente en su época) antes de caer en el punto de mira de aquel reconocidoreciclador de cuentos y de chistecillos populares, tanto orales como escritos, que fueLope de Rueda.

Es muy posible que en la cuerda de tales cuentecillos estuviese también el relato queinspiró al hoy olvidado escritor Giovanni Gherardini el libreto de La gazza ladra (Laurraca ladrona), la ópera de Gioacchino Rossini estrenada en 1817 que presenta laanécdota de una urraca que roba ciertas piezas de cubertería de cuya desaparición esacusada la desventurada criada Ninetta, la cual se libra de la ejecución urdida por elperverso juez que la pretende cuando se descubre que había sido una urraca la autora deaquellos latrocinios, cuyas pruebas habían estado hasta el último momento ocultas en loalto de un campanario. Su casual localización fue lo que libró a la injustamente acusadacriada del peor de los castigos.

Modelada sobre la estructura narrativa de esta ópera está, sin duda, una de lasaventuras cómicas más célebres de Tintín, Les Bijoux de la Castafiore (Las joyas de laCastafiore), el célebre aventurero creado por Hergé, que vio la luz por entregas entre1961 y 1962, y como álbum independiente en 1963. Se trata de una especie de relatodetectivesco, en que el robo de las preciadas joyas es atribuido injustamente a unapartida de gitanos que habría estado ayudada por su inquieto mono, hasta que elavispado Tintín demuestra que la ladrona era en realidad una urraca que escondía losobjetos que robaba en su nido del cercano bosque. ¿Cómo pudo llegar el ingeniosojoven a tal conclusión? Pues porque la Castafiore era cantante de ópera, reputadísimaintérprete de Rossini… y de La gazza ladra, naturalmente.

Las analogías entre el argumento de la ópera de Rossini, el relato de Hergé, el pasode Lope de Rueda y el cuento ceilandés son, sin duda, impresionantes.

Ahora bien: no todos los relatos que podemos considerar pertenecientes a estafamilia tipológica son de tipo cómico y de final feliz como estos que parecen formar unasubrama específica. Hay otros que se acercan a la oscura angustia que domina casi todoel desarrollo de la Cantiga 212 de Alfonso X el Sabio, o al airado (aunque cínico) tonoreivindicativo del parlamento de la Areúsa celestinesca. Los hay, incluso, decididamentetrágicos. El mejor ejemplo nos lo proporciona este cuento judío jasídico que ha corridode viva voz, en letra impresa, en Internet, entre los judíos asquenacíes. La protagonistavuelve a ser una joven en edad de casarse, y el robo afecta esta vez no a una joya, sino auna cantidad de dinero:

Soy un próspero comerciante de una gran ciudad lejos de aquí. Sucedió una vez que una sumabastante importante de dinero desapareció de un cajón de mi estudio privado. Mi sospecha

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cayó sobre una joven judía que era empleada por mi esposa como ayudanta en la casa. Yo laconocía como una joven honesta, proveniente de una familia pobre pero respetable. Ella estabaen edad de casarse, pero como sus padres eran muy pobres y no tenían posibilidades deproveerla de una dote, ella tomó el trabajo. Se me ocurrió pensar que cuando estaba limpiandomi estudio se topó con el dinero y la tentación debe haber sido demasiado para ella. Quizássólo lo «tomó prestado». Como sea, yo estaba seguro de que ella había tomado el dinero, y asíse lo dije en privado. Ella negó vigorosamente la acusación y comenzó a llorar y a gritarindignada. De alguna manera su excesiva negativa me hizo pensar que estaba actuando. Esome hizo enojar y la amenacé con que si continuaba negando haber tomado el dinero, la echaríade mi casa con el merecido bochorno. Por otra parte, si devolvía el dinero, no se lo contaría anadie, y le permitiría conservar su trabajo. La joven se puso histérica y apenas si podía hablarclaramente a causa de su llanto. Pero yo me mantuve impasible. Conté a mi esposa todo losucedido, y entre ambos arrastramos a la joven a la casa del Rabino. Ella continuó insistiendoacerca de su honestidad, y protestó por su inocencia. El Rabino dispuso que no habíamostraído una verdadera prueba de su culpabilidad, pero que dependía de nosotros decidir sideseábamos mantenerla en nuestra casa o no. El resultado fue que la enviamos de regreso consus padres, donde enfermó gravemente y poco después murió. La gente dijo que su tempranamuerte había sido un castigo por su maldad, y tanto yo como mi mujer preferimos creer lomismo.

Un par de semanas más tarde, sucedió que al tratar de retirar un cajón contiguo en miescritorio, que estaba trabado, ¡hallé la desaparecida billetera con el dinero! Mi corazón sedetuvo. «¡Dios mío! Qué he hecho con esa pobre e inocente joven!», me dije. El pensamientono me dio descanso. Inmediatamente comencé a hacer averiguaciones acerca del paradero desus padres que, entretanto, se habían ido del pueblo por la vergüenza de lo que había sucedidocon su hija. Cuando averigüé dónde vivían, tomé una considerable cantidad de dinero, variasveces superior a la suma que yo creí que había sido robada, y fui a verlos. Les dije cuánmiserable me sentía por la espantosa cosa que había hecho. Sabía que ninguna cantidad dedinero en el mundo podría compensarlos por la pérdida de su refinada y preciosa hija, pero lesrogué que de todos modos aceptaran el dinero que había traído conmigo como alguna formade compensación, si bien inadecuada, por la tristeza que involuntariamente les habíaocasionado. Los afligidos padres no dijeron nada, salvo: «Que Dios te perdone». Puse eldinero sobre la mesa y partí...

El desenlace del cuento judío describe el exilio y la peregrinación de tres años que seobliga a cumplir el dueño de la billetera como penitencia por el criminal error que tancaro costó a su pobre sierva7.

Un ejemplo más, otra vez trágico, de las muy plurales piezas que componen estefascinante mosaico de relatos: la película india Pather Panchali, el primer título de lacélebre Trilogía de Apu que dirigió Satyajit Ray entre 1955 y 1959. La película (que estáinspirada en la novela del mismo nombre de Bibhutibhusan Bandopadhyay) tiene comoprotagonista a Durga, la hermana de Apu, que cuando es muy niña es acusada de robarfruta y, siendo ya más mayor, de robar un collar, hecho que ella niega con

7 Tomo el cuento de la colección de relatos jasídicos publicada en http://www.jabad.org.ar/, página webde Jabad Lubavitch, «uno de los movimientos judaicos más dinámicos y en expansión, con casi 2.000instituciones en todo el mundo. Fiel al tronco judaico de la Torá y la Halajá, es parte del Movimiento Jasídico,fundado por el Baal Shem Tov (1698-1760). Jabad fue fundado hace alrededor de 230 años, por Rabí SchneurZalman de Liadí, autor del Shulján Aruj Harav y del Tania (1740-1812). En la actualidad está inspirado ydirigido por las enseñanzas del Rebe de Lubavitch, Rabí Menajem Mendel Schneerson».

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desesperación. Una vez muerta ella, su hermano, el desdichado Apu, descubrirá el collarentre las pertenencias de ella. Ese hecho tan perturbador (aunque opuesto a otros quehemos conocido antes) resultará decisivo en el proceso de maduración del joven.

Las historias de súbditos o siervos acusados falsa o injustamente de robo por susamos llevan corriendo en la tradición literaria universal desde que el bíblico ministroJosé escondiera (en Génesis 1:44) una copa en el equipaje de sus hermanos, urdió unaaviesa denuncia contra ellos y designó como rehén del fingido robo a su hermanoBenjamín. Y seguramente desde antes, porque la historia de José hunde sin duda susraíces en tradiciones orales que se pierden en la noche de los tiempos.

Al discurrir de los siglos, este tipo de conflictos domésticos entre señores y criados hadado a la literatura muchos más relatos memorables, algunos sumamente complejos yarticulados, en que el criado se revela incluso como activo ladrón de los bienes de susamos y se aparta así del modelo narrativo (el exculpatorio) que hemos percibido hastaahora como dominante. Una muestra ilustre es todo el Tratado Primero del Lazarillo deTormes, que pone énfasis sobre las muy repetidas sisas que el criado le hacía al amo,sobre los insistentes recelos y castigos del desconfiado ciego y sobre el explosivodesenlace que tuvo aquella feroz competencia entre el siervo y el señor.

El mismo Lope de Rueda, en el Paso de Los criados, da una visión de las mañassisadoras de los criados mucho más cínica que la que dominaba el Paso de La generosapaliza:

Alameda.— ¿A cuánto llegó el gaudeamos de hoy?Luquitas.— A más de veinte y dos maravedís.Alameda.— ¡Qué bien te das a ello! ¡Bendita sea la madre que te parió, que tan bien te

apañas a la sisa! Todo mochacho que sisa no puede dexar de ser muy honrado. Honrados díasbivas, que honrado día me has dado.8

En tiempos mucho más recientes no han dejado de alcanzar gran resonancia avatarestan desenfadados y representativos del tópico como el famoso Tango de la Menegilda(de íncipit famosísimo: «Pobre chica, la que tiene que servir...»), la inmortal criada de lazarzuela La Gran Vía (con libreto de Felipe Pérez y González y música de FedericoChueca y Joaquín Valverde), que lleva un siglo cantando aquello de:

... Cuando yo vine aquí,lo primero que al pelo aprendífue a fregar, a barrer,a guisar, a planchar y a coser;pero viendo que estas cosasno me hacían prosperar,consulté con mi concienciay al punto me dijo: «Aprende a sisar».Salí tan mañosa, que al cabo de un año,tenía seis trajes de seda y satén.A nada que ustedes discurran un poco,ya saben, o al menos

8 Rueda, Pasos, p. 99.

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se habrán enterado,de dónde saldría...para ello el parné.

Yo iba solapor la mañana a comprar,y me dabanseis duros para pagar;y de sesenta realesgastaba treinta, o un poco más,y lo que me sobraba,me lo guardaba un melitar.Yo no sé, cómo fueque un domingo después de comer,yo no sé qué pasóque mi ama a la calle me echó...

Versos, por cierto, a los que responderá el simétrico Tango de Doña Virtudes:

Pobres amaslas que tienen que sufrira esas truchasde criadas de servir;porque si una no tienepor las mañanas mucho de acá,crea usted, caballero,que la dividen por la mitad...9

El tópico ha conocido reciclajes aún más modernos, y enormemente populares. En lapelícula La ciudad no es para mí (1965), de Pedro Lazaga, una de las más célebres yrepresentativas del cine español de la época franquista, hay una escena enormementeinteresante para nosotros, por cuanto desarrolla en secuencia encadenada un conflictoque nos sonará ya a algo familiar: la señora de la casa echa en falta 3.000 pesetas.Acusa, ante su marido, su hija y su suegro, a la criada de la casa, Filo (papel que encarnala popularísima Gracita Morales), la cual se deshace en lágrimas y justificaciones. Elbienintencionado abuelo (papel encarnado por el no menos célebre Paco Martínez Soria)confiesa entonces que ha sido él quien ha robado las 3.000 pesetas, para enviarlas a supueblo con el fin de ayudar a varios paisanos que pasaban estrecheces. Momento en quereaparece en escena la hija adolescente, proclamando que acaba de encontrar las 3.000pesetas, que habían estado caídas entre un mueble y la pared. Todos celebran, así, elfeliz desenlace del suceso. Pero, tras la celebración, el avispado abuelo acude a la cocinay hace confesar a la criada, que sigue deshaciéndose en lágrimas, el robo de las 3.000pesetas, que ella se había apropiado porque se había quedado embarazada y lasnecesitaba para preparar la llegada de su retoño. La siguiente jugada del abuelo será

9 Transcribo los versos del libreto acompañante de la edición de Chueca, 2005, pp. 46-48.

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lograr que el padre de la criatura, que no quería responsabilizarse de sus actos, se casecon la llorosa sirvienta.

De algún modo, este tipo de relatos acerca de criados y de criadas ladrones (Lázarode Tormes, el Luquitas de Lope de Rueda, la Menegilda de La Gran Vía, la Filo de lapelícula de Lazaga) viene a ser parte de otro tipo de relatos que han conquistado unespacio emblemático dentro de nuestra literatura (y de nuestro cine) más popular y denuestro imaginario más común, que es el de las ficciones policíacas que identifican almayordomo con el ladrón o el asesino. Y si al final no lo es, seguro que sobre él hatenido que recaer primero todo un rosario de sospechas e incomprensiones no muydistintas de las que han pesado sobre las espaldas de muchos de los criados que hanpasado por estas páginas. De hecho, las tramas con mayordomo sospechoso, o conmayordomo culpable, podemos decir sin exageración que forman casi un subgénero bienreconocible dentro de las ficciones detectivescas.

Hablar de mayordomos sospechosos obliga a hablar también de amas de llavesiniestras, del tipo de la inolvidable Mrs. Van Hopper que preside toda la trama de laRebecca (1940) de Alfred Hitchcock (película basada en una novela de Daphne DuMaurier), la cual llegó a fijar en el imaginario popular internacional un estereotipoimborrable de ama de llaves ladrona, asesina y psicópata sobre cuya posible inocencia oculpabilidad giraron todo tipo de oscuras y agobiantes tramas de ficción, aunqueninguna fuera tan influyente como la de Hitchcock. Una modalidad, en fin,definitivamente oscura y radical del tópico tan viejo y tan común de la criada infiel.

No hay que olvidar, finalmente, el inmenso complejo literario, indudablemente anejoal nuestro, de las nodrizas y cuidadoras de niños que resultan sospechosas de robos,malos tratos, crímenes, etc., sobre las que se ha erigido una impactante tradición derumores, mitos, literaturas o películas, que parten del mito de Démeter, la nodrizaenigmática y sospechosa que acabó abrasando al príncipe Demofón, y alcanzan hasta lasleyendas urbanas de hoy en día, que siguen previniendo contra cierto tipo de baby-sitterstan extrañas como nocivas10.

Sobre todas estas múltiples pero conectadas entre sí constelaciones de relatos planeauna cuestión sumamente perturbadora, que es sin duda lo que explica superdurabilísima y dramática eficacia narrativa: un criado es o debe ser, en el esquemalógico del relato y en el entramado de las relaciones sociales, un auxiliar en el que sedebe poder depositar toda la confianza. Si su lealtad se ve comprometida por sospechas,recelos, pruebas de infidelidad o de traición, una parte clave del edificio de la realidad yde la ficción (la relación entre el sujeto actante y su auxiliar) sufre un daño muy serio, ytodas las expectativas de futuro quedan en suspenso. Es difícil imaginar un tipo deconflicto que afecte de manera más directa que éste a uno de los nervios mismos de laestructura de lo real y de lo imaginario.

Apuntemos, para terminar, que dentro de tan ancho, variopinto y cruzado océano deprosas y de versos que dan cuenta literaria de los conflictos entre amos y señores porcausa de algún bien que unos consideran robado y que otros niegan haber distraído,ocupan seguramente un lugar especial y relativamente compacto los tres relatos clásicosespañoles que hemos relacionado aquí (el de Alfonso X, el de Fernando de Rojas y el de

10 Véase al respecto Pedrosa, 2000.

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Lope de Rueda) y que hemos vinculado además con algunos de sus presumiblesparalelos pluriculturales. No solo porque son, los tres relatos españoles, obrasrigurosamente clásicas de nuestra literatura, sino también porque guardan, entre sí y conalgunos otros relatos nacionales e internacionales que hemos traído a colación, muchosde ellos folclóricos o inspirados en el folclore, relaciones argumentales más o menosreconocibles, que, en estos tres casos, coinciden en la reivindicación del criado comovíctima inocente, sorprendida, angustiada, de acusaciones injustas por motivos diversos:porque la ladrona era otra en el caso alfonsí, porque el robo supuesto suele ser malignainvención del amo según la Areúsa de Rojas, o porque la pérdida no había sido por robosino por descuidado olvido en el paso de Rueda.

Por encima de matices y de diseños argumentales distintos, los textos de Alfonso X yde Fernando de Rojas mantienen una ligazón especialmente estrecha entre sí, pues sitúanel conflicto entre amas y criadas (en femenino, en ambas obras) en el marco de lacostumbre de que las primeras dotasen el matrimonio de las segundas, e insisten en loinjusto de ciertas acusaciones de robo de algún objeto valioso (el collar alfonsí, la taza,el anillo, el plato, el paño de manos celestinesco) que se hacía recaer sobre criadas queno eran ni maliciosas ni culpables. El paso de Lope de Rueda propone unos turrones deAlicante como alternativa de esos objetos cuyo extravío es injusto achacar a uncomportamiento tramposo por parte de los criados. Pero se abre también, esa pequeñaobra maestra de nuestro teatro del xvi, hacia horizontes narrativos de mucho mayoralcance, por cuanto su esquema argumental se nos muestra estrechamente conectadocon un tipo de cuento folclórico internacional, de estructura seriada o encadenada (elcuento ceilandés que hemos reproducido podría ser un paralelo emblemático), del queresulta ser una reescritura tan afortunada como evidente.

En cualquier caso, no es posible interpretar cabalmente estos tres hilos específicos denuestra literatura clásica, tan enraizados todos en un común sustrato de hechos sociales,de ideas y de representaciones, fuera de ese otro gran tapiz que hemos intentadopergeñar con unos cuantos hilos más, orales y escritos, de aquí y de allá, sacados deunas realidades o tomados de unas ficciones en que los conflictos entre amos y criadoshan tenido el estatus de fenómeno y tópico común. Solo la contemplación del conjunto,con la perspectiva añadida de sus vínculos y proyecciones, puede permitirnos entender laextraordinaria profundidad cultural e ideológica del horizonte en que operan y dialogan(entre sí, con otros textos, con su contexto social) nuestros relatos.

Referencias bibliográficas

Chueca , Federico, La Gran Vía y El Bateo, dir. Víctor Pablo Pérez, Madrid, DeutscheGramophon, 2005.

Jabad Lubavitch, colección de relatos jasídicos: http://www.jabad.org.ar/Ladero Quesada, Miguel Ángel, «Aristócratas y marginales: aspectos de la sociedad castellana

en La Celestina», en Espacio, tiempo y forma, serie III, 3, 1990, pp. 95-120.Limón Delgado, Antonio, Costumbres andaluzas de nacimiento, matrimonio y muerte, Sevilla,

Excma. Diputación Provincial, 1981.Parker, Henry, La princesa de cristal y otros cuentos populares del viejo Ceilán, eds. Luisa Helen

Frey, Santiago Cortés y José Manuel Pedrosa, Madrid, Páginas de Espuma, 2006.

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Pedrosa, José Manuel, «Del Himno a Démeter pseudo-homérico al romance de La nodriza delinfante: mito, balada y literatura», en Historia, reescritura y pervivencia del romancero.Estudios en memoria de Amelia García-Valdecasas, Valencia, Universitat de València, 2000,pp. 157-185.

——, «La Cantiga 212 de Alfonso X el Sabio (La buena mujer de Toledo, que prestó un collar auna mujer pobre, y se lo robaron) y El collar de Guy de Maupassant», Boletín de la Bibliotecade Menéndez Pelayo, 73, 2007, pp. 33-48.

Rojas, Fernando de, La Celestina, ed. Dorothy S. Severin, Madrid, Cátedra, reed. 1998.Rueda, Lope de, Pasos, eds. Fernando González Ollé y Vicente Tusón, Madrid, Cátedra, 1984.

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PEDROSA, José Manuel. «La criada “que hurtó la taça o perdió el anillo”: Alfonso X, Fernandode Rojas, Lope de Rueda». En Criticón (Toulouse), 113, 2011, pp. 5-17.

Resumen. La Cantiga 212 de Alfonso X el Sabio, un episodio de La Celestina de Fernando de Rojas y elDécimo paso de Lope de Rueda recrean el tópico literario de los criados acusados del robo de los bienes de susamos. Este artículo analiza la vieja e internacional tradición de este motivo narrativo, que tiene raíz folclóricay que ha sido muchas veces tratado en la literatura, en la ópera, el cine, el cómic.

Résumé. La Cantiga 212 d’Alphonse X le Sage, un épisode de La Célestine de Fernando de Rojas, et leDécimo paso de Lope de Rueda reprennent tous le topique littéraire des domestiques accusés par leurs maîtresd’avoir volé tel ou tel bien leur appartenant. Il s’agit d’un motif narratif ayant une origine folklorique et quel’on retrouve dans la littérature, l’opéra, le cinéma, la bande dessinée…

Summary. Alfonso X’s Cantiga 212, an episode of Fernando de Rojas’ La Celestina, Lope de Rueda’s theTenth Paso, are inspired by the literary topos of the servants that are accused of robbing their masters. Thispaper analyses the old and international tradition of this type of narrative, whose roots and parallels may befound in folklore, literature, opera, cinema, comic.

Palabras clave. Alfonso X. La Celestina. Cuento folclórico. Chueca, Federico. Hergé. Lazarillo de Tormes.Maupassant, Guy de. Rossini, Gioacchino. Rueda, Lope de.

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