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LA ESFERA DEL TIEMPO La Trilogía: LOS DESIGNIOS DEL TIEMPO Escrito por: Izhan del Río Nieto

La Esfera Del Tiempo

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Los cinco reinos llevan en guerra desde hace mil años, pero entre las sombras del pasado surge un arma que podría cambiar el mundo: la esfera del tiempo. Solo unos pocos elegidos por el destino podrán encontrar la forma de destruirla antes de la catástrofe, pues no todos los peligros están a simple vista y las casualidades no existen cuando el destino de todos esta en juego.

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LA ESFERA DEL

TIEMPO

La Trilogía:

LOS DESIGNIOS DEL TIEMPO

Escrito por:

Izhan del Río Nieto

Page 2: La Esfera Del Tiempo
Page 3: La Esfera Del Tiempo

ÍNDICE: Capítulo 1: Los malos augurios del despertar ............................................. 4

Capítulo 2: El caballero Giorn .................................................................. 13

Capítulo 3: El regreso de los momentos ................................................... 20

Capítulo 4: La promesa ............................................................................. 29

Capítulo 5: Cosas que decir ...................................................................... 40

Capítulo 6: Enfrentamientos ..................................................................... 52

Capítulo 7: La ruta .................................................................................... 67

Capítulo 8: El jardín de los deseos ............................................................ 79

Capítulo 9: Entradas y salidas ................................................................... 90

Capítulo 10: Encuentros .......................................................................... 103

Capítulo 11: Bestial oscuridad ................................................................. 112

Capítulo 12: La caída .............................................................................. 121

Capítulo 13: Más malas noticias ............................................................. 134

Capítulo 14: El regreso ........................................................................... 146

Capítulo 15: Marchas forzadas ............................................................... 158

Capítulo 16: La eterna espera .................................................................. 168

Capítulo 17: El único final ...................................................................... 177

Hechizos: ................................................................................................. 188

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LOS MALOS AUGURIOS DEL DESPERTAR

–Aaah, mi cabeza. ¿Dónde estoy? –dijo el joven, tumbado en la fría piedra, con el cuerpo

entumecido que apenas le respondía; para cuando pudo erguirse lo único que vio fue un bosque de

árboles muy altos y blancos. La única luz que le llegaba era muy débil y esquivaba las ramas de

aquellos albinos árboles. El suelo estaba cubierto por una espesa bruma la cual hacía del bosque aún

más siniestro. El chico consiguió ponerse de pie aun a pesar de que sus piernas temblaban a causa

del esfuerzo.

–No… ¿cómo he llegado aquí…? ¿por qué estoy aquí…? ¿quién soy yo…? no me acuerdo

de nada, tengo la cabeza a punto de estallar –dijo el joven comprobando el tremendo dolor de la

cabeza y empezó a andar hacia adelante. Aunque no supiera adónde iba tenía que llegar a algún sitio

y descansar, pues se sentía que podría morir allí solo, y no le faltaba mucho para ello.

–¿Por qué estoy solo? –su pregunta sin respuesta se internó en el bosque para no volver, casi

como engullido por el lugar.

Siguió andando por el bosque de mortecinos árboles blancos, siendo presa de una fatiga

inconmensurable. Se paraba de vez en cuando para descansar apoyado en un grueso árbol de corteza

nívea, esperando poder oír algún sonido para poder saber por dónde continuar, pero nada, ese

bosque no emitía ningún sonido, ni el arrullo del agua del algún riachuelo cercano, ni el piar de los

pájaros subidos a las copas de los árboles, nada…

A los pies de aquel mismo árbol se sentó; no podía con su cuerpo, le dolía el pecho y eso le

impedía respirar con normalidad, echó un vistazo a su alrededor, a los lados del interminable

bosque, y arriba, a lo lejos, donde estaban las ramas de aquellos recios árboles, lo raro era que

ninguna hoja caía de ellos, se mantenían ahí impertérritas, pues dentro del bosque no soplaba viento

alguno. El suelo sólo era tierra oscura y húmeda, apenas sobresalían un par de piedras pero no había

ninguna hoja, ni hierba o arbusto de alguna clase, todo aquello le confundió y empezó a pensar que

de ese misterioso bosque no podía salir porque no poseía fin. Aún dolorido y cansado, se levantó.

–Aquí quieto no arreglo nada, tengo que seguir –dijo entre jadeos, aún sin saber si

conseguiría llegar a algún lugar sin perder el conocimiento.

Avanzó dando traspiés, se sentía mareado. A menudo tropezaba con una raíz o una piedra y

tardaba bastante en volver a levantarse. Perdió la noción del tiempo, no supo cuánto tiempo caminó

por ese solitario bosque, podrían haber sido horas, pero para él fue mucho más, como si en su

estancia hubieran pasado siglos. Se apoyó por enésima vez en un árbol para evitar caerse, el

cansancio hacía mella en él y empezó a pensar que moriría del agotamiento, lo único que le hizo

continuar y seguir andando fue el sentido natural propio de la supervivencia. El frío tampoco le

daba tregua, un frío invernal que se suspendía en el aire y le cortaba la respiración, un frío que le

estremecía los huesos. Se paró y se sentó cerca de una roca y resopló con fuerza, por primera vez se

miró a sí mismo y buscó entre sus pertenencias de su ropa, que eran de color marrón aunque no

podía diferenciar si era el color propio o era de la tierra al haber estado tumbado en el suelo, llevaba

una gruesa y ajada capa corta que apenas le llegaba a la cintura, una placa sujeta al pecho, llevaba

también un montón de cinturones entrelazados, un jubón de manga corta, unos pantalones largos y

unas botas del mismo color; buscó algo que le diese algún tipo de información o ayuda, pero no

llevaba nada que le recordase algo. Comenzó a desesperase, los pulmones empezaban a fallarle, la

garganta le ardía y el pecho se quejaba de dolor. Empezó a marearse mientras vagaba, ya sin

ninguna esperanza de salvación. Tras pasar una vez más un recodo entre los árboles, llegó al

saliente de una cuesta y se apoyó en el árbol más próximo. La cuesta donde observaba estaba

cubierta por un ligero manto blanco, pero su vista empezaba a empeorar, no pudo distinguir una

masa que había allí cerca de color marrón. El cansancio por fin lo venció, cayó desmayado y bajó

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por la pequeña ladera rodando inconsciente.

Caereden era una mujer ya entrada en años, baja, de pelo rojizo, que salía a recoger algo de

leña como todas las mañanas antes de que el frío empezase a ser insoportable, pensaba en sus cosas

mientras entraba en el leñero y elegía los mejores leños y maderas para el fuego y clasificaba un

poco para tener los más secos más a mano. Al salir cargada de leña, vio algo moviéndose en el

bosque de hayas, y después algo que caía por la cuesta que salía del bosque, más fue su asombro

por el que tiró la leña al suelo cuando se percató de que era una persona la que allí había. Corrió

hasta ella y ni siquiera se paró a mirar el rostro de aquella persona, simplemente empezó a tirar de

sus hombros para meterlo en la cabaña que era su hogar. Comenzó a arrastrarlo cuanto pudo por la

ladera pero a medio camino se dio cuenta de que era muy pesado para ella y lo dejó allí para buscar

ayuda. Entró en la cabaña y se encontró a su hijo, un joven delgado, de pelo moreno y vestido con

pieles, que estaba terminando de encender el fuego para la cena.

–¡Nauk! ¡Ven ayudarme, hay alguien herido, voy a meterlo en casa!

Nauk dejó rápidamente lo que estaba haciendo y salió a la carrera siguiendo a su madre,

cuando llegó a ver a un hombre tendido en el suelo, con un claro rastro de que habían intentado

arrastrarlo.

–Sujétalo de los pies –indicó Caereden.

Nauk hizo caso a su madre, lo alzaron como a un saco entre los dos y entraron en la cabaña,

mientras echaba un rápido vistazo al hombre y se extrañó al ver por su cara que no sería mucho

mayor que él, además llevaba una armadura en la parte superior del pecho, y vio las fundas vacías

de los puñales en uno de los cinturones, pero vio que no llevaba ningún arma más, ni siquiera

fundas o agarraderas, lo cual le pareció aún más extraño que el hecho de que se encontrase allí, pues

opinaba que aquel joven era alguien diestro en combate, pensó que quizá le habían robado y

abandonado malherido. Juntos pudieron meterlo en casa y lo llevaron al segundo piso, donde estaba

la habitación de Nauk, y lo acostaron en su cama. La madre pidió unas vendas y agua a su hijo que

fue diligente en llevárselas, mientras ella le iba quitando las ropas y pudo ver el cuerpo del joven,

tenía un cuerpo con la musculatura muy desarrollada para su edad, lleno de cicatrices, por todas

partes podía verse alguna y pensó que el joven había sufrido alguna clase de tortura. Se centró en su

pecho en el cual había la marca de un gran golpe que se extendía por todo el torso, se alegró al

comprobar que milagrosamente no tenía ninguna costilla rota, pero tenía clavadas varias astillas en

el pecho como si el golpe hubiera sido con una madera de algún tipo. También tenía astillas

clavadas en partes de la cabeza y en algunos sitios todavía sangraban. Nauk trajo las vendas y el

agua, pero su madre no le dejó quedarse y le dijo que saliera y esperara. Caereden empezó a limpiar

las heridas del pecho y la cabeza y las vendó. Una vez acabadas las curas cogió el cuenco con el

agua y lo que le quedaba de las vendas y se marcho cerrando la puerta. Nauk esperaba fuera con los

brazos cruzados.

–¿Cómo está?

–Por ahora estará bien –respondió Caereden.

–¿Quién crees que puede ser?

–No estoy segura.

–Voy a verle, a mí me resulta familiar, quizá sepa quién es.

–Está bien, pero no lo despiertes.

Nauk entró con cuidado en la habitación y la volvió a cerrar por dentro. Se acercó a la cama

muy despacio, el joven era rubio con el pelo largo, tenía el cuerpo lleno de cicatrices, una de ellas

en un extraño corte detrás de su oreja izquierda, que hasta Nauk podía ver desde allí a través del

pelo. Estaba magullado por los golpes pero aun así pudo ver que estaba en buena forma física.

Como la cara no estaba vendada pudo ver con claridad el rostro del individuo, y tuvo que

contenerse para no gritar. Ya había visto antes esa cara, era un guerrero de Rojhaderon, como pudo

comprobar por la insignia de la capa que llevaba entre sus pertenencias. Nauk lo recordaba de

haberlo visto partir para una batalla, a caballo y con la cabeza alta, así que Nauk pensó que podría

ser alguien de alto rango a pesar de ser tan joven, eso explicaría que no llevase el uniforme de

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Rojhaderon, con la armadura de cota de malla y las capas e insignias rojas. A Nauk le vino la idea a

la cabeza de que podría tratarse de un príncipe, del heredero del rey de Rojhaderon o algo parecido,

eso explicaría el porqué de que siendo tan joven tuviera que luchar. Aunque sólo fuese un soldado

de Rojhaderon podrían meterse en problemas si permanecía allí, podrían acusarlo de haber atentado

contra un soldado de Rojhaderon y eso podía ser castigado. De repente unos miedos infundados

fueron a parar a la mente de Nauk. Salió de la habitación y cerró la puerta con llave, que después se

guardó en el bolsillo de su pantalón. Fuera quien fuese estaría mejor encerrado, al menos hasta que

se descubrieran sus intenciones.

Nauk bajó y fue a ver a su madre que preparaba la sopa en un puchero usando el fuego de la

chimenea, el olor a carne del caldo llenaba la habitación con un delicioso aroma que hizo que a

Nauk le rugieran las tripas.

–No sé si es buena idea que se quede aquí, madre –comentó Nauk preocupado.

–No tiene adonde ir y no iba a dejarlo afuera.

–Creo que es peligroso.

–No lo es mientras siga inconsciente.

–Lo he encerrado por si acaso.

–Dame la llave –dijo su madre con mirada seria.

–Papá se va a enfadar en cuanto lo sepa.

–Ya veremos cómo se lo contamos –dijo Caereden mientras se guardaba la llave–. En cuanto

se despierte le daré un poco de sopa y veremos qué nos cuenta.

–Creo que es un guerrero y no uno normal, creo que es de la corte de Rojhaderon.

–¿No creerás que sea ese? –el rostro de Caereden seguía imperturbable, pero sus ojos

mostraban una preocupación repentina.

–Me parece que sí.

–De todas maneras ahora está indefenso, no podrá hacernos daño hasta que no se recupere.

–¿Y cuánto puede tardar?

–Podría estar aquí unos dos días, quizás menos.

–Podría salir de ahí y matarnos si se recupera.

–No creo que nos mate, está encerrado, herido y no creo que supiera qué dirección tomar en

cuanto se despertase, tiene un golpe muy feo en la cabeza y no creo que pueda orientarse bien, ni

siquiera ponerse de pie sin marearse.

Al cabo de una hora el joven se despertó en una cama. Desconocía el lugar donde se

encontraba, pero al menos se encontraba cómodo, se incorporó, aunque con mucha dificultad. Le

dolía la cabeza, aquello era buena señal, significaba que no había muerto. Vio como tenía la cabeza

y el pecho vendados y que alguien le había quitado la ropa. Se levantó con cuidado y dio unos pasos

por la habitación, apenas había muebles en ella más que la cama y un armario, una mesa y una silla,

todas de madera. Sus ropas estaban encima de la mesa, las miró con cuidado y luego se puso a

rebuscar en ellas, intentando hallar algo que le explicase lo que ocurría, pero no llevaba nada más

que una pequeña bolsa de piel que se cerraba con un tirón de cuerda, dentro sólo había unas

pequeñas piezas de un metal amarillo cuyo dibujo no pudo reconocer. Cerró la bolsa y volvió a

sentarse en la cama. Oyó unos pasos detrás de una puerta de la que ni siquiera se percató, un ruido

metálico y la puerta se abrió.

–¡Estás despierto! Creía que sería muy pronto, ten, te dejo la sopa en la mesa y después

duerme un poco que te hace falta –dijo Caereden, a la que el joven no reconoció pues fue visto por

ella cuando estaba sin sentido.

El joven permaneció sentado durante un rato con la mirada fija en la puerta que acababa de

cerrarse. Luego se levantó y miró la sopa, que estaba en un cuenco de madera. La cogió y se

dispuso a comer, notó el buen sabor que tenía y cómo iba calentándole los debilitados pulmones a

causa del frío, tomó más de la mitad de un solo trago y empezó a notar mejoría en su cuerpo. Aun

así se fue a la cama y se acostó, pues todavía estaba cansado.

Nauk permaneció toda la tarde sentado enfrente de la puerta de su habitación mirándola

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fijamente, atento a todo ruido que viniera de su interior, de momento estaba tranquilo, pero Nauk no

se fiaba, conocía rumores sobre ese joven guerrero, y ninguno de ellos le daba buena imagen.

Aunque su sensatez le ordenó que siguiera en esa posición no pudo aguantarlo y se levantó, bajó las

escaleras y pudo ver la mesa donde había dejado su madre la llave. Se acercó con sigilo y cogió la

llave mientras su madre no miraba, volvió a subir por las escaleras y abrió la puerta en silencio,

habían pasado unas horas desde que su madre le había dado algo de comer y esperaba que estuviera

despierto. Entró con cuidado pero encontró al joven sentado al borde de la cama con la cabeza

gacha. Al dar el primer paso, él, levantó la cabeza y lo miró a los ojos, los ojos pardos de Nauk se

cruzaron con los verdes oscurecidos del desconocido. En ese momento se atrevió a decir algo.

–¿Quién eres? –Nauk sabía cosas de él pero desconocía su nombre, pensó que hacía mucho

que no iba a Rojhaderon.

–No lo sé.

–¿Qué quieres decir con que no lo sabes?

–No lo sé –volvió a repetir con desgana.

–¿Qué te ha pasado? –dijo Nauk con algo de compasión en su voz, dando un paso al frente

ahora que tenía menos miedo.

–Me desperté y… no me acuerdo de nada antes de eso.

–Has perdido la memoria…

Nauk cada vez estaba más intrigado, no era normal cruzarse con un amnésico y menos él

que vivía con su familia en medio de la nada.

–¿Dónde estoy? –dijo echando un último vistazo a la estancia.

–En mi casa, bueno, en mi habitación. Mi madre te encontró, te trajo y te curó las heridas.

–¿Tu madre? ¿Era la de antes?

–Así es. ¿En serio que no te acuerdas de nada?

El joven se quedó pensativo con la mirada en el suelo. Mientras, los segundos pasaron lentos

mientras él reflexionaba, pero lo único que consiguió fue empeorar la jaqueca.

–Nada en absoluto.

–Supongo que no pasa nada. Ya vendrá alguien a buscarte.

–¿Quién?

–Eso no lo sé.

–Ni siquiera sé mi nombre –para el joven aquello era lo más grave, sin identidad propia se

sentía confuso sobre sí mismo.

–Pues yo tampoco lo conozco.

–¿Qué puedo hacer?

–Lo mejor que puedes hacer es descansar, cuando te recuperes podrás volver a Rojhaderon y

supongo que te encontrará alguien conocido.

–¿Rojhaderon?

–Es un reino que no queda muy lejos de aquí, creo que eres de allí.

–Eso espero. Sino no sabría adónde ir.

–Si nadie viene a buscarte podrías quedarte aquí durante un tiempo, la verdad es que no

pareces mala persona. Aunque podrías irte a Rojhaderon tú mismo cuando tuvieras suficientes

fuerzas.

–Quizás vaya.

–¿Estás seguro? Podrían asaltarte de camino.

–Si voy allí descubriré quién soy, por lo tanto necesito ir allí lo antes posible. Si alguien me

está esperando allí se preocupará.

–Por ahora no puedes salir. Estás demasiado destrozado como para que hagas un camino tan

largo a pie. Debes descansar.

–Sí, tienes razón. Gracias por tu ayuda.

–Dáselas a mi madre. ¿Seguro que no sabes nada de esas heridas que tienes por todo el

cuerpo? Muchas de ellas no son recientes.

El joven se miró los brazos y el torso, e hizo hincapié en todas las cicatrices que contaba por

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todo el cuerpo.

–No sé ni dónde ni cómo me las he hecho.

–Me lo temía. Así que pérdida de memoria total. No te preocupes, seguro que en cuanto veas

gente conocida empezaras a recuperarla pronto –dijo Nauk con una sonrisa que inspiraba confianza,

aunque él mismo no estaba muy convencido de ello.

–Entonces será mejor que me recupere pronto para salvar lo que quede de mis recuerdos, si

es que me queda alguno.

–Será lo mejor. Bueno, te dejó que descanses, voy a cerrar con llave, espero que no te

moleste, si quieres algo da unos toques en la puerta, estaré ahí toda la tarde.

Nauk salió de su habitación y cerró la puerta dejando al joven desmemoriado que

descansara. Nauk bajó las escaleras despacio con la llave en la mano, se escondió detrás de una

esquina, observando a su madre a hurtadillas. Sabía que tenía que tener mucho cuidado para dejar la

llave donde estaba y que su madre no se enterara.

Se acercó muy despacio y de puntillas cuando Caereden estaba de espaldas, dio los dos

primeros pasos hasta la mesa muy despacito.

–¿Creías que no te había visto? –dijo su madre sin darse la vuelta.

Nauk se quedó quieto en el acto, le habían pillado. Él nunca llegaría a saber como haría su

madre para enterarse de todo, de niño incluso sospechaba que su madre era una clase de bruja.

–¿De qué habéis hablado? –dijo su madre como si lo de antes ya no importara.

–Pues no sabe quién es. No tiene ni idea.

–¿Sabe al menos si hay gente buscándole?

Nauk se quedó callado, solamente suspiró.

–Así que nadie…

–Puede que sí haya gente que lo busque pero todavía no han venido por aquí.

–Tiene que ser de mucha importancia si alguien viene a buscarlo, normalmente a la gente

como él se la evita, incluso su gente más cercana.

–A mí no me parecía mala persona.

–No tiene nada que ver con la maldad, a una persona se la puede temer o incluso odiar por lo

que es sin que haya hecho nada malo.

–Pero eso no es justo.

–La vida es así. Unos buscan el temor de los demás, otros su cariño y otros consiguen

alguno de los dos sin buscarlo.

–Por lo menos sabemos que él no nos hará nada malo. Se siente agradecido.

–Si lo está no creo que sea mala persona, por ahora, pero si recupera sus recuerdos, quién

sabe…

–Si al menos recordara su nombre, creo que lo oí la última vez que nos acercamos a

Rojhaderon, pero no me acuerdo.

–Es probable que lo sepa tu padre.

–Se lo preguntaré cuando vuelva.

–Aún faltan algunas horas para que llegue.

Nauk dejó la conversación y se dispuso a esperar a su padre sentado en el suelo del pasillo

en frente de su habitación.

Mientras tanto el joven seguía despierto, había intentado recordar quién era pero sólo había

logrado un intenso dolor de cabeza, así que cesó en el intento y se quedó mirando una enorme

cicatriz de un corte, o algo parecido, que tenía en el brazo. Se preguntó cuándo se la había hecho y

lo que fue peor de pensar, quién se la había hecho, algo le pasó por la cabeza que le dijo que un

corte tan profundo, fino y recto no se produce por accidente. Luego se miró en el antebrazo

izquierdo que tenía otro corte por detrás, después de mirarlo se concentró en uno más pequeño del

torso, aunque pequeño parecía profundo y le parecía adivinar que le habían clavado algo allí, más

tarde inspeccionó las piernas y vio que estaban cubiertas de pequeñas incisiones mal repartidas.

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Ante la desesperación se llevó las manos a la cabeza, y lo que más le asustó fue que en la cabeza

también tenía una única cicatriz, pero quizá era, y con diferencia, la más rara de todas, era un fino y

delgado corte perfecto siguiendo el contorno de la oreja, justo por la parte posterior. Demasiado

perfecto como para haber sido de casualidad. De un solo trazo y sin deformaciones debido a su

curación, limpio.

Algo en todo ello le hizo estremecerse y la sensación fue peor al verse solo. Creyó que nadie

lo estaría buscando, que nadie lo echaría de menos ni se preocuparía por él. Aquella sensación de

soledad le siguió la duda, la duda a continuar con algo que en apariencia no tiene sentido. No. Él

sabía que tenía que ser fuerte, algo en él se lo dijo, además aún no sabía nada de la habitación para

fuera. Sólo tendría que ser paciente. Así que se tumbó en la cama y se durmió evitando las

preocupaciones.

Nauk también se había dormido en su posición de guardia, y poco a poco iban pasando las

horas hasta llegar el atardecer, cuando su padre ya volvía de su partida de caza diaria.

El padre de Nauk era un tipo robusto y con una desaliñada barba marrón grisácea, era de

nariz corta y boca oculta en las prominentes barbas, con unos oscuros ojos pequeños apenas

visibles en la distancia. Llevaba un traje con las pieles cosidas de los animales que él mismo cazaba,

él mismo aseguraba que era la mejor manera de aislarse del frío. Llevaba unas gruesas botas y un

gran arco hecho de una mezcla de materiales bien colocados, como asta de ciervo, huesos de

diversos animales y de madera de fresno y roble, todo ello para darle la máxima precisión y

potencia a corta y media distancia; ideal para la caza de rastreo. Pero el padre de Nauk, llamado

Daremar, sólo traía a casa tres conejos que había conseguido en algunas de sus trampas que había

colocado por los alrededores. Aun así no estaba disgustado e iba sonriente, pensando en que el fin

del invierno estaba próximo, cruzando el linde que hacía frontera con el bosque de hayas,

manteniéndose alejado de dicho bosque y cruzando el páramo nevado que lo separaba de su hogar.

Cuando Daremar cruzó por fin la puerta y la cerró, Nauk se sobresaltó y se despertó en el

acto, bajó las escaleras en silencio. Vio cómo sus padres se saludaban y cómo su madre le

preguntaba por cómo le había ido el día.

–Tres conejos, pero servirán hasta mañana. ¿Y cómo te ha ido a ti? –dijo Daremar, aun a

pesar de su aspecto rudo, amaba y respetaba mucho a su mujer.

Caereden calló. Y miró a su hijo que salía de su escondite por las escaleras.

–¿Ha pasado algo?

Nauk se adelantó a hablar porque su madre no conseguía encontrar las palabras adecuadas.

–Encontramos a alguien herido saliendo del bosque y lo trajimos aquí para curarlo.

–Hay algo más –quiso añadir la madre.

–Bueno, sí. Creemos que es un guerrero de Rojhaderon –intervino Nauk.

–No soy tonto, si sólo fuera eso no sería tan grave –respondió el padre con gesto

preocupado.

–Es que creemos que él no es un cualquiera.

–¿Quién es?

–No lo sabemos –dijo Caereden al fin.

–¿Qué pasa? ¿Está grave? –preguntó Daremar ahora sí terriblemente preocupado por las

evasivas que le daban.

–No papá, se ha despertado pero le falta la memoria.

–¿Y cómo sabéis que no es una persona cualquiera?

–Porque recuerdo que en Rojhaderon oí hablar de alguien como él. Si le ves lo entenderás.

–¿Has dicho que es un guerrero?

–Puede que uno bastante famoso.

–Eso puede ser problemático. Lo que me faltaba, llego cansado a casa, pero los problemas

ya vienen a ella.

–Pero no lleva ningún arma –dijo Caereden.

–¿Ninguna? –aquello extrañó a Daremar.

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–Ni una sola –confirmó Caereden.

–Puede que se las hayan robado aprovechando que estaba inconsciente –añadió Nauk.

–Un problema menos, un guerrero sin un arma está completamente indefenso.

–Puede, parece que sólo tiene mi edad o algo más.

–¿Qué?

–Es bastante joven –afirmó Caereden.

Daremar se sentó en la silla cercana y se llevó la mano a la cabeza profiriendo un suspiro.

Temía de quiún se podía tratar pero no quería decirlo en voz alta para no preocupar a su familia.

–Lo mejor sería que bajara a cenar con nosotros, quizás ya ha recordado algo.

–Sí, será lo mejor –contestó Caereden.

El joven ya se había levantado otra vez hará un tiempo y estaba con la oreja puesta en la

puerta para poder escuchar la conversación que había abajo. Cuando notó que ya habían dejado de

hablar se separó de la puerta y se sentó en la cama de nuevo. Por el tono de voz que había pensó que

quizá lo echaran, al parecer, que él estuviera allí los ponía muy nerviosos, pero lo más frustrante es

que él desconocía completamente el porqué de su temor. Todo aquello le atacaba los nervios,

entonces oyó unos pasos acercándose, por la rapidez con que cruzaba la escalera supo que era el

chico con el que había hablado antes. Cayó en la cuenta de que no sabía su nombre. El chico abrió

la puerta con la llave haciéndola girar un par de veces y entró.

–Creí que te encontraría dormido. ¿Qué tal estás?

–Mucho mejor –dijo el joven incorporándose.

Era increíble el poco tiempo que había necesitado para recuperarse así, y Nauk se dio cuenta

de ello pero pensó que sus heridas habían sido menos graves de lo que parecían ser.

–Dentro de unas horas estará lista la cena, ¿quieres bajar con nosotros?

–Sí, eh, oye, aún no sé tu nombre.

–Es verdad, me llamo Nauk.

–Encantado de conocerte, te daría el mío si pudiera.

–En fin, sigue acostado y baja cuando te demos una voz.

–De acuerdo.

–Vale, dejaré la puerta abierta.

Nauk salió de la habitación sin decir nada más y bajó las escaleras, el joven se alegró, si

Nauk le dejaba la puerta abierta era que confiaba en él. Se levantó, pues ya no tenía más ganas de

dormir, y empezó a vestirse, lo cual no parecía tan complicado desde fuera, pero sí al intentarlo y no

saber la manera. Hicieron falta unos minutos, y mucho sentido común, para que pudiera ponerse los

pantalones y la camisa correctamente, se ató las botas con ligereza y sin pensarlo, y eso fue lo que

le dio a pensar que a aquello estaba acostumbrado, al menos lo suficiente para hacerlo sin pensar;

pasó de ponerse más ropa, al entrarle miedo por ver un mantón de tela que no sabía dónde ponerse,

y prefirió no hacer el ridículo. Lo más fácil y difícil al mismo tiempo fue ponerse los cinturones,

tenía muchos y de distintos tamaños y longitudes, el más gordo se lo puso rodeándose la cintura.

Del resto pudo observar los anclajes, pero le costó más de un intento hasta hallar una combinación y

un orden de ellos con el que estuviera acorde.

Permaneció sentado en la cama intentando apartar de su mente todo los pensamientos. Así

pasaron un par de horas y casi no se dio cuenta de ello, cuando el olor de la carne le llegó se dispuso

a bajar por las escaleras, vio a Nauk poniendo la mesa, hablando con su fornido padre, pese al

tamaño que tenía al joven no le dio ningún miedo, quizá por el carácter afable con que conversaba

con su hijo sobre un animal que había visto aquella mañana.

–Hola.

–Hola –le contestó su madre–. Por favor, siéntate, la cena está a punto.

–Gracias.

El joven se sentó enfrente del padre de Nauk, lo que a él le pareció ser, y él le miraba

fijamente con sus diminutos ojos. Eso le puso aún más nervioso.

Caereden no tardó mucho más y puso sobre la mesa los tres conejos que Daremar había

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cazado ese mismo día. Caereden se sentó a la izquierda del joven, y Nauk a su derecha.

–¿Te encuentras mejor? –le preguntó Caereden al joven cuando le sirvió un trozo del conejo.

–La verdad es que ya apenas me duelen tanto las heridas.

–¿Y tu memoria? –preguntó con interés.

–Lo siento.

–No tienes por qué sentirlo, seguramente no fue culpa tuya.

–Lo sé –dijo el joven al la vez que se palpaba la frente.

–Anda, come. Seguramente aún es pronto.

El joven comenzó a comer, y fue ahora que notó que tenía hambre. Los demás también

empezaron.

–Muchacho –dijo Daremar con su grave y ronca voz.

–¿Sí?

–No sabrás nada del grupo de soldados del bosque.

–¿Soldados? –el joven intentaba asociar esa palabra, al no conseguirlo fácilmente pensó que

no habría visto a ninguno.

–Una patrulla, en el bosque, ahora que lo pienso, me parecía que buscaban algo.

–Podría ser que lo buscasen –dijo Nauk y el joven se alegró de que alguien lo estuviera

buscando.

–Sí, pero sus intenciones no eran claras, podrían ser soldados de Rojhaderon o quizá no, lo

más probable es que si lo fueran, pero quizá unos bandidos les hubieran asaltado. De todas formas,

no estoy seguro. Esos soldados estaban nerviosos, o tenían miedo de lo que buscaban o tenían prisa.

–¿Y si pasaran por aquí? –le preguntó Nauk.

–Les diremos que él está con nosotros, pero sólo si sus intenciones son buenas. Tan sólo

espero que ningún otro reino lo esté buscando también.

–Si no vienen tendremos que llevarle a Rojhaderon nosotros –dijo Caereden.

–No tendrían por qué molestarse más. Iré yo solo si hace falta –añadió el joven intentando

no suponer más problemas para la agradable familia.

–Nadie va solo por estas tierras. Podrían asaltarte los bandidos, y ni siquiera tienes un arma

–dijo Daremar.

–No quería perjudicarles más.

–Pero si no nos has hecho daño alguno… –decía Caereden.

–Les preocupa que yo este aquí, así que me iré lo antes posible. No se lo tomen a mal, les

agradezco lo que han hecho por mí y sé que si estoy aquí les puedo causar problemas.

–Mañana al mediodía nos iremos, es la mejor hora. ¿Podrás moverte para entonces? –le dijo

Daremar con voz sosegada, era obvio que aun a pesar de que quería que el joven se fuera lo antes

posible su conciencia no le permitiría dejarlo a su suerte.

–Creo que sí.

Todos acabaron de cenar y recogieron la mesa, acto seguido, Nauk llevó a su huésped

fortuito a su habitación, donde deberían dormir los dos. La cama de Nauk era lo bastante grande

para dormir los dos sin demasiado agobio. El joven se quedó en el lado de la ventana, y parte de la

noche la pasó mirando las estrellas y un mundo que desconocía.

Page 12: La Esfera Del Tiempo

EL CABALLERO GIORN

El joven fue el primero en despertarse en aquella cabaña. El amanecer amenazaba con

emerger de un momento a otro. Salió de la cama sin hacer ruido y dejó a Nauk durmiendo mientras

se ponía sus vestiduras, esta vez toda la ropa, incluida la capa. Al estar preparado salió de la

habitación y bajó las escaleras haciendo el menor ruido posible, salió de la casa muy despacio y

miró al horizonte.

Todavía hacía frío fuera pero este era menor al que había sentido ayer. Aunque pensó que

quizá se debiera a las heridas y a que llevaría allí horas, y ahora acababa de salir. Pensó en

aprovechar la oportunidad e irse, pero no tenía ni idea de dónde estaba Rojhaderon, y tampoco el

camino a seguir. Se preguntó si no se lo habían dicho precisamente por eso, así que se convenció a

sí mismo de que tendría que esperar al mediodía. No sabía por qué pero el hecho de estar allí sin

saber qué hacer le ponía impaciente, esperaba que ocurriera algo.

Se cansó de esperar y volvió a entrar. Se calentó las manos con las brasas aún yacientes del

fuego de la noche anterior. Cuando recuperó el calor se sentó en una silla cercana a la mesa. Apoyó

el codo en la mesa y se llevó la mano a la cabeza, intentaba recordar algo, lo que fuera, su nombre,

el de algún conocido, el del lugar donde vivía, qué había hecho para llegar allí, pero no pudo

recordar nada de eso, todo aquello era muy frustrante.

Entonces aseguró lo que ya sabía repasándolo mentalmente, esperando que algo de eso

aflorara sus recuerdos o que le diera información de algún tipo. Recordó que el padre de Nauk le

dijo que era de Rojhaderon, aquello era un principio, también dijo que estaban buscando algo en el

bosque del que salió, empezaba a creer que eso tenía algo que ver con su amnesia. Pero por más que

se paraba a pensar sólo conseguía una intensa jaqueca. Sabía que todo tenía un sentido, pero no

conseguía encontrarlo, dejó de pensar durante un momento y puso la mente en blanco, echó la

cabeza hacia atrás y se relajó, él quería probar si sus recuerdos podían emerger solos. No supo

cuánto tiempo estuvo en esa postura. Aunque a veces le pareció quedarse dormido seguía despierto

y consciente, pero totalmente desconectado de lo que le rodeaba, al menos hasta que Nauk lo

zarandeó.

–Despierta. Te has quedado aquí dormido.

Pero el joven abrió los ojos sin mostrar adormecimiento.

–No estaba durmiendo. Intentaba recordar algo.

–Mejor será que no fuerces esas cosas. No se sabe si puede ser peligroso.

–Quizá tengas razón.

–¿Qué haces aquí abajo a estas horas?

–Salí a tomar el aire.

–Creí que ya te habías ido.

–Lo pensé, no te voy a mentir, pero no sé el camino.

–No sé ni como puedes andar y tú sólo piensas en irte. Con lo grave que estabas ayer.

–Si tuviera recuerdos podría responderte como se debe.

–Supongo que eres un tipo duro.

–Si lo fuera me habría ido ya sin pensar en la dirección.

–He dicho duro, no estúpido.

Los dos rieron en bajo.

–¿Y tus padres? –preguntó el joven.

–Todavía duermen, durante el invierno no se levantan hasta tarde. Hace demasiado frío.

–¿Es invierno?

–Sí, pero me parece que ya queda poco para que acabe y venga la primavera.

–Eso está bien, creo…

–Empezará a hacer calor.

–Vale –aquello fue suficiente para que el joven pudiera entenderlo.

Page 13: La Esfera Del Tiempo

–¿Tienes ganas de irte ya?

–No me malinterpretes, pero es que quiero saber quién soy.

–No te preocupes, seguramente yo haría lo mismo en tu lugar.

Entonces unos pasos en la escalera les advirtieron de que ya no estaban solos. Caereden

había bajado por la escalera, llevaba una bata negruzca, a diferencia de Nauk que ya se había

vestido antes de bajar.

–¿Qué hacéis los dos a estas horas?

–Pero si ya es de día –dijo Nauk.

–Sólo había salido a tomar el fresco.

–Está bien. Pero me asusté al ver que estabais vestidos, como si fuerais a salir.

–No pasa nada, ni siquiera sabe qué camino tomar –dijo Nauk.

–¿Tanta prisa tienes? ¿Ni siquiera te despedirías?

–Lo siento, no lo había pensado –dijo un tanto abochornado.

–No pasa nada, probablemente no sepas por qué haces algunas cosas.

–Aun no tengo recuerdos, y hay muchas cosas que quiero saber.

–Entiendo que estés impaciente pero las cosas no se consiguen tan rápido.

–Aún así preferiría irme a descubrirlo lo antes posible.

–Iré a despertar a Daremar, y en cuanto se prepare podrás irte con él.

–Gracias –dijo el joven intentando refrenar su impaciencia.

Caereden subió las escaleras muy despacio y Nauk y el joven se quedaron solos.

–Espero que te vaya bien buscando tus recuerdos –dijo Nauk.

–Gracias.

–Si alguna vez los recuperas, espero que volvamos a vernos.

–Yo también lo espero, aunque viviendo cerca de aquí siempre puedo volver para haceros

una visita.

–Me alegraría que vinieras, normalmente me aburro mucho aquí.

–¿No te gusta estar aquí?

–No es que no me guste, sino que quiero ver mundo mientras pueda, quiero correr aventuras,

quiero demostrar a todos de lo que soy capaz.

–¿Y cómo vas a hacerlo?

–Eso no lo sé, quizás me aliste en uno de los ejércitos de los reinos vecinos, a fin de cuentas

todos vienen a ser lo mismo.

–Me gusta ver a alguien que tiene claro lo que quiere, yo me muero de ganas de conocer mis

recuerdos, pero a la vez me entra el pánico sólo de imaginarme las posibilidades de mis acciones en

el pasado.

–Si conmigo no eres mala persona no serías distinto con el resto del mundo.

–Tienes razón –dijo pensando en la lógica de sus palabras, ¿por qué iba a ser distinto al

perder la memoria?

Tras unos minutos de espera Daremar estaba vestido y preparado para salir. Mientras cogían

las vituallas necesarias para el camino, oyeron un sonido extraño proveniente del exterior, sonaban

los cascos de dos caballos pardos, uno de ellos portaba a un jinete, era un hombre de unos treinta

años aproximadamente, vestido con una capa de viaje, ropas de soldado y una insignia roja de

Rojhaderon, con una barba naciente y pelo castaño oscuro, ojos marrones y pequeños y rostro

delgado. Daremar salió a su encuentro fuera de la casa, el jinete no se apeó y habló desde las

alturas.

–Discúlpeme que le moleste a horas tan tempranas de la mañana.

–Está disculpado. ¿Qué es lo que quiere? –dijo Daremar relajando el brazo con el que

agarraba su arco al ver que el extraño parecía tan educado.

–Estoy buscando a una persona que ha desaparecido por los alrededores. ¿No habrán visto a

alguien más últimamente?

Page 14: La Esfera Del Tiempo

–¿Aliado o enemigo? –Daremar tuvo la ocurrencia de preguntar y asegurarse las intenciones

del soldado antes de divulgar información.

–Es un amigo, y temo que pueda haberle pasado algo.

El joven salió nada más que el hombre dijera eso último, aunque Caereden le dijera lo

contrario.

–¡Alendar! –exclamó el jinete al ver al joven saliendo de la cabaña.

El joven miró a ambos lados para comprobar si lo que acaba de escuchar no era su propio

nombre, pero sí lo era. Y ahora Alendar miraba perplejo al jinete, que lo conocía aun siendo un

desconocido para él.

–Me parece que es a ti –dijo Nauk detrás de él.

Alendar dio unos pasos hacia el jinete.

–Alendar, hemos estado buscándote por todo el bosque durante los últimos dos días, temí

que hubieras muerto.

–Lo siento.

–¿Qué? ¿Alendar, estás bien? –algo en la respuesta de Alendar desconcertó al soldado.

–El chico ha perdido la memoria –dijo Daremar.

–Eso no es muy oportuno. En todo caso, ¿recuerdas algo?

–Nada.

–¿No te acuerdas ni de mi nombre?

–Ni siquiera reconozco su cara.

–Habrá que hacerse a la idea. Mi nombre es Giorn. De todas maneras debemos irnos ya al

castillo, el rey espera impaciente.

–Supongo que debo ir contigo –aunque no tenía motivos para desconfiar del caballero

aquellas prisas no le gustaban.

–No te preocupes Alendar seguro que empiezas a recordar las cosas en cuanto lleguemos –

contestó Giorn.

Alendar se dirigió al caballo libre con intención de montarlo, aunque antes le echó un último

vistazo a Nauk y a sus padres.

–Gracias por todo.

Era poco, Alendar podría haber dicho mucho más pero pensó que así sería mejor, además no

encontró palabras mejores. Una vez montado, Giorn se despidió y, acompañó a Alendar en su

camino al reino de Rojhaderon. Pasaron por la llanura helada, en la que la nieve iba desapareciendo

a medida que el sol se alzaba, y poco a poco iban apareciendo pequeñas lindes de hierba con

algunas flores tempranas. Alendar vio cómo pasado un tiempo de su ida Giorn rebuscaba algo en las

alforjas de su caballo.

–Toma –dijo Giorn otorgándole dos objetos idénticos, planos y alargados tapados con una

capa de cuero y un mango que salía de uno de los extremos en ambos objetos.

Alendar los tuvo en sus manos y los observó, sin saber en realidad qué eran.

–Son tus espadas, se te cayeron antes de perderte.

–¿Espadas?

Alendar cogió una de ellas con ambas manos, una en la empuñadura y otra en la funda, tiró

de ella para ver por completo el filo de la espada. Era una espada con una empuñadura dorada y una

piedra roja incrustada en ella, parecía como si a la piedra la hubieran partido por la mitad y

hubiesen puesto el otro trozo en la otra espada. Ambas espadas era de un único filo en la hoja, y la

que había cogido Alendar estaba muy afilada, como si fuera nueva, pero por el desgaste del asidero

la espada podía verse que había tenido mucho uso.

Alendar volvió a enfundar la espada.

–Normalmente van a los lados de la cintura –indicó Giorn.

Alendar rebuscó entre sus cinturones y localizó dos de ellos simétricos, colocados a la

misma altura de la cintura, intentó enganchar las fundas a éstos y comprobó el uso que tenían esos

dos cinturones encajando tan bien.

Page 15: La Esfera Del Tiempo

–¿Qué es lo que hago en Rojhaderon?

–Por lo normal, eres uno de los escoltas del rey y a veces, como esta, haces de recadero para

esta clase de misiones.

–¿Misiones?

–Sí, veníamos del reino de Asthalot, después de negociar por una joya de gran valor la paz

entre ambos reinos.

–¿Esa joya se la hemos dado nosotros?

–No. Ellos insistieron en la paz y nosotros queríamos la joya.

–Entonces nuestra misión era llevar a Rojhaderon la joya.

–Exacto. Y hubiéramos terminado anteayer de no ser por los bandidos que nos atacaron.

Entonces te caíste del caballo y rodaste ladera abajo, pero estábamos demasiado inmersos en la

batalla para saber por dónde te habías ido.

–Ahí debió de ser cuando me golpeé con algo y perdí la memoria.

–Puede ser.

Avanzaron por los campos por el estrecho camino, lleno de verdes hierbas emergentes. A lo

lejos se empezaba a ver una alteración en el camino, como si una montaña de piedra surgiera de la

nada. Hasta que Alendar cayó en la cuenta de que sería el castillo de Rojhaderon. Una gran mole de

piedra, rodeada por una gruesa muralla cuyos habitantes vivían dentro de ella. El castillo se alzaba

dentro de la muralla con gran variedad de torres y tejados rojizos. El castillo, la ciudad y la muralla

se situaban en lo alto de una colina, provista de lados escarpados de manera que la única forma de

asaltarla fuera por un estrecho pasaje o camino que conducía al portón. Y cuando por fin llegaron

Alendar miró intensamente a la muralla y a la puerta maravillado de su esplendor, la puerta era de

madera y hierro resistentes, y en las partes del hierro se veían figuras que debían de representar a

los antiguos reyes de Rojhaderon. También vio cómo a una orden de Giorn los guardias apostados a

ambos lados de la puerta hacían señales que hicieron abrir la puerta lo suficiente para que los dos

jinetes pudieran pasar, aunque si se abrían del todo podrían caber casi una veintena de caballeros

hombro con hombro aproximadamente. Giorn se bajó del caballo y lo llevó a los establos, Alendar

hizo lo mismo, mirando a todas direcciones viendo a la gente ir de un sitio a otro, viendo las casas y

la monumental puerta que conducía al castillo, siendo el patio interior el hueco entre la puerta de la

muralla y la puerta del castillo. Cuando habían dejado los corceles en las caballerizas se dirigieron a

la puerta del castillo.

–¿Recuerdas algo de esto?

–No.

–Al menos recordarás al rey o a la princesa.

–No.

–El rey de Rojhaderon se llama Juredrot, pero sé educado y no lo llames por su nombre, y su

hija, la princesa, se llama Aloria.

–Comprendo.

–Aparte de eso no sé qué más deberías saber.

Otra vez fue lo mismo para cruzar otra puerta, Giorn daba la orden y los soldados le daban

paso, a él y a Alendar.

–Se ve que siguen tus órdenes –dijo Alendar mientras cruzaban la puerta.

–Más les vale, que por algo soy capitán y tengo algunos privilegios del rango.

–¿Y yo?

–Tú eres mi superior, aunque no lo parezca, en realidad eres el superior de cualquier militar

de Rojhaderon, claro que por debajo del rey.

–¿Yo? ¿Tu superior? –Alendar se impresionó por aquello, cierto es que todas las cosas eran

nuevas para él, pero eso le sorprendió porque escapaba a toda lógica que Alendar pudiera dar

ordenes a alguien que probablemente le doblaba la edad.

Ahora llegaron al vestíbulo, era una sala redonda y brillante, con numerosas antorchas

Page 16: La Esfera Del Tiempo

iluminándola y numerosos tapices que la embellecían, el más grande de ellos, al fondo, representaba

una batalla en toda su crudeza y esplendor. A la derecha se podía ver una escalera que seguía la

curva de la pared. Subieron por esta escalera y se internaron en los pasillos, hasta, ya en el interior

ver otra gran puerta.

–Detrás de esta puerta está la sala del trono, allí debería estar el rey. Mejor déjame hablar a

mí.

–De acuerdo.

Giorn empujó la puerta y ambos pasaron a la enorme sala con dos enormes butacones, en el

de la derecha se sentaba el rey, era una persona que inspiraba respeto, rubio, con una fina barba

recortada, llevaba un traje con un peto de armadura y una capa de color rojo y en su cinto llevaba

una espada colgada. Estaba sentado con la cabeza apoyada en la mano, expresando impaciencia.

–¿A qué se debe tanta tardanza? –dijo Juredrot con su potente voz que exhibía autoridad.

–Mi rey, tuvimos algunos problemas en nuestro regreso –dijo Giorn arrodillándose al

decirlo, al verlo Alendar no supo si hacer lo mismo y ante la indecisión se quedó de pie.

–¿Y qué es lo que acaeció? –la impaciencia de Juredrot se disipó pues cruzaba por su mente

la posibilidad de haber perdido la joya.

Alendar miró a su alrededor y vio a quien creyó que sería la princesa Aloria, que permanecía

de pie en un rincón y miraba a Alendar con firmeza. Aloria era una chica de aproximadamente la

misma edad que Alendar, rubia, con el pelo trenzado que le llegaba hasta la mitad de la espalda.

Tenía los ojos azules y un rostro hermoso, con facciones delicadas pero ojos decididos. Llevaba un

vestido blanco y alargado.

–Nos asaltaron los bandidos en el camino de vuelta, Alendar cayó por una ladera en mitad

del combate y lo perdimos, y él, bueno, perdió la memoria, mi rey.

El rey y la princesa miraron con incredulidad a Alendar.

–¿Es eso cierto?

–Sí, así es –dijo Alendar mientras intentó parecer un poco firme, pero aquello sonó algo

lastimero.

–Es un problema grave, no creo que ningún curandero que haya en el reino te pueda ayudar

a recuperarla. Tendremos que esperar –añadió Giorn.

–Puede que no haya tanto tiempo como creemos, mis espías me informaron de un reciente

incremento de actividad militar en los exteriores de Dairetbul –comentó el rey con semblante

preocupado.

–Señor, eso suele ser habitual en Dairetbul –dijo Giorn con la intención de calmar a su rey.

–Pero aún así, es sospechoso que pase justo ahora, por suerte este problema lo había previsto

con antelación.

–¿Van a atacarnos, mi rey? –preguntó Giorn poniéndose nervioso, al parecer no esperaba

una acción bélica justo en estos momentos, y desde luego no entendía el porqué.

–Es probable. Pero ahora quiero tratar el asunto de vuestra misión.

Giorn rebuscó entre sus pertenencias hasta hallar algo tapado con una tela parda, la tela

parecía tapar algo esférico y Alendar pensó que aquello sería la joya de la que hablaban, y por el

tamaño pensó que debía ser muy valiosa pues el objeto era casi tan grande como una cabeza

humana. Giorn se la entregó.

–Bien. Ahora podéis retiraros. Aloria, acompaña a Alendar a su habitación, ya que creo que

él no sabrá dónde está.

Alendar creyó ver que Aloria hacía una mueca pero Alendar no podría asegurar haberla

visto, ya que estaba muy bien disimulada.

Ambos salieron de la estancia y Alendar siguió a Aloria por los pasillos.

–¿De verdad perdiste la memoria o sólo era una excusa?

Alendar se sorprendió por la pregunta de sobremanera, y después se irritó.

–¿Cómo iba a no ser verdad algo así?

–Tú eres capaz de cualquier cosa, con tal de no quedar mal ante mi padre.

Page 17: La Esfera Del Tiempo

–Pues te aseguro que no me invento nada.

–Entonces explícame qué sensación tienes al perder los recuerdos.

–¿Sensación? No sabría decirte si es extraña o no, ya que no recuerdo otras, pero es como

creer haber estado en un sitio sin haberlo visto nunca, y lo peor son los dolores de cabeza que

vienen al intentar recordarlos.

–Suena creíble.

–¿Acaso ganaría algo mintiéndote?

–Supongo que no.

–Por cierto…

–¿Sí?

–Esperaba encontrarme con más gente al llegar, encontrar a gente preocupada de que

hubiésemos tardado tanto o algo por el estilo. Alguna familia…

–Lo siento. Pero la verdad es que no tienes familia –dijo Aloria en tono tajante, sin contar

con cómo se sentiría Alendar.

–¿Por qué?

–Creo que murieron hace mucho…

La tristeza del corazón de Alendar estaba empezando a aprisionarle.

–Siempre has vivido aquí en el castillo con nosotros.

–¿Siempre?

–Al menos los diez últimos años. La verdad es que mi padre te tiene gran aprecio, y creo que

está muy dolido por tu amnesia.

El dolor que Alendar sentía se iba desvaneciendo a causa de la falta de motivos para

sostenerlo. No tenía familia, pero había sido hace tanto tiempo que supondría que se había

acostumbrado mucho antes de que perdiera la memoria.

Permanecieron callados durante un buen tramo del camino.

–Alendar, ¿no has conseguido recuperar ningún recuerdo?

–Ni siquiera me acordaba de lo que eran las espadas hasta esta mañana.

–Pues más vale que te acuerdes de cómo se usan, puede que te haga falta, y pronto.

–No sé si podré acostumbrarme tan rápido, el manejo de éstas parece algo difícil.

–Tiene gracia que tú, una de las personas más expertas en el arte del combate, diga algo así –

dijo Aloria después de una leve risita.

Alendar pensó seriamente en eso, ¿era un experto en combatir?, entonces, ¿cómo era que no

recordaba lo que eran las espadas? Tampoco recordaba como se usaban, aunque podía imaginarse

cómo las daría uso.

Ya llegaron a la puerta donde Aloria se detuvo indicando a Alendar que ya habían llegado.

Cuando Alendar iba a pasar Aloria dijo algo.

–Alendar, en verdad has cambiado mucho, y prefiero que sigas así –por una vez Aloria no

parecía irritada de estar ante su presencia.

Alendar no entendió el significado de las palabras de Aloria, pero no la contestó, se limitó a

asentir y cruzar por la puerta hasta su habitación, apenas vio nada en ella, nada más vio la cama se

tumbó en ella, y el peso de los acontecimiento y su cansancio pudieron con él dándole un sueño

profundo.

Page 18: La Esfera Del Tiempo

EL REGRESO DE LOS MOMENTOS

Alendar se levantó, frunciendo el ceño, de su cama, la cálida luz del sol le daba en la cara

asomando por la ventana, el sol estaba alto, hacía mucho tiempo que había amanecido y, aunque el

despertar era mejor, las heridas seguían doliéndole, pero aun así ya pudo quitarse los vendajes al ver

las heridas completamente cerradas, se levantó y consiguió llegar al espejo; vio su pelo, rubio

oscuro, alborotado de tanto movimiento.

–Culpa de las pesadillas, seguro –Alendar soñó con batallas, con muchas de ellas, donde se

veía a sí mismo acabando con los enemigos con mucha destreza pero de una forma muy sangrienta;

no tenía compasión, llegó a ver cómo amputaba brazos y piernas e incluso decapitaba a sus

víctimas–. Quizás a eso se refería Aloria, eso de que no parecía yo mismo.

Se dio miedo de sí mismo.

Dio la vuelta al espejo y se dirigió al armario; miró dentro, toda su ropa era de color marrón

en distintas tonalidades pero le atrajo la atención una camisa hecha de pequeñas láminas de anillas.

Alendar no sabía lo que era pero se la puso debajo de una chaqueta de piel de manga corta bien

tapado; fue casi sin pensárselo así que pensó que era un acto reflejo, cogió unos pantalones largos

de marrón muy oscuro y unas buenas botas. También se puso el enrevesado sistema de cintos que

por su bien ya recordaba casi a la perfección, todo ello encima de las dos placas que le servían de

armadura, una sólo para el pecho, más gruesa, y otra más delgada que le protegía todo el torso.

Ya bien vestido se dirigió a la puerta pero antes de salir envió su mirada a la habitación

siendo amplia y con un gran balcón que daba a una vista del patio interior donde los soldados

practicaban tanto el tiro con arco como el combate con distintas armas, entonces se fijó en un gran

mueble con armas, en especial, dos de ellas:

–Espadas, sí, eso son, de esto me acuerdo. Son las que me dio Giorn ayer, y estas eran las

que aparecían en el sueño –eran dos espadas idénticas, cerca de la empuñadura tenían una gema roja

cada una que podía verse por los dos lados, todas las armas, como: lanza, arco, espadas y una maza

de cadena, llevaban gemas y algunas de distintos colores, –me acuerdo que Giorn llevaba una

espada pero ninguna gema, se lo preguntaré cuando lo vea–, se ató las dos espadas al cinto y

también una daga, que no tenía gema, pero por alguna razón le parecía familiar, así que decidió

llevarla, en un cinturón a la altura del fin de las costillas, justo antes de salir por la puerta de su

habitación.

Llegando al patio principal encontró a Giorn dando órdenes a una fila de soldados, también

desde allí se veían soldados en las almenas haciendo la ronda; casi no lo reconocía por la armadura

que llevaba, Alendar esperó a que acabase antes de acercarse, cuando los soldados se marcharon se

acercó a saludarle:

–Hola Giorn.

–Eh, ah, hola –le respondió con cara de sorprendido, era evidente que no había notado su

presencia–. Vaya horas para salir de la cama.

–Estaba cansado y…

–Eso no es excusa –interrumpió Giorn con cara de enojo–. El rey exige puntualidad, incluso

a gente con tu rango, y sabes que hay que madrugar.

–Eh, eso no lo sabía.

–Es verdad, todavía no me hago a la idea de que has perdido la memoria, pero ya lo sabes.

–Sí, está claro –respondió Alendar mirando hacia el suelo.

–Es verdad que has cambiado.

–¿A qué te refieres?

–El anterior Alendar nunca me hubiese dejado que le hablase así –dijo Giorn echando una

risita por lo bajo–, sacabas la espada a modo de amenaza, además, se supone que eres mi superior; y

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siempre hiciste lo que te vino en gana y el rey no te hacía nada, yo creo que te trata como a un hijo,

aunque eras “educado” delante del rey.

–¿“Educado”? –preguntó Alendar arqueando una ceja ante el énfasis de aquella palabra.

–Nunca fuiste muy respetuoso con ninguna otra persona, exceptuándome a mí, pero nuestra

relación era de compañeros de batalla, no de amigos.

–¿Cómo era yo antes?

–Eras antipático, orgulloso, no parabas de buscar pelea y sólo he visto una vez que pelees

contra alguien y lo dejes con vida, además a los trece años ya estabas considerado un maestro en el

arte de la esgrima –dijo Giorn mientras contaba dándose toquecitos con la mano a los dedos para

contar los anteriores defectos de Alendar.

–Pues voy a tener que darme prisa –dijo a Giorn sonriendo y desenvainando sus espadas–.

Tengo que volver a saber como se usan, antes de que se enteren de que ya no sé.

Giorn desenfundó su espada y Alendar dio dos pasos atrás, levantó sus espadas y separó las

piernas.

–¿Una prueba? –preguntó Alendar con una mirada desafiante.

–Ataca cuando quieras –dijo Giorn muy concentrado en Alendar.

–Veamos –murmuró Alendar en voz baja. Se adelantó dos pasos y observó como Giorn

fruncía el ceño y apretaba con más fuerza el mango de su espada, que la sujetaba con las dos manos,

de repente Alendar recorrió la poca distancia que les separaba y atacó con la espada de su mano

derecha pero fue parada por la espada de Giorn que velozmente la detuvo. Alendar, casi por instinto,

giro sobre sí mismo y con la mano que le quedaba libre arremetió con fuerza contra su oponente

pero también fue interceptada y siguiendo con el giro Alendar golpeó con su espada derecha al

cruce de espadas, el golpe hizo retroceder a Giorn y este le hizo un gesto con la mano para que

parara.

–Para no tener ni idea no se te da mal, eso era un movimiento muy arriesgado, por un

momento me das la espalda, supongo que en el combate actúas por instinto, esa forma de moverse y

ese último golpe, ni siquiera te dio tiempo a pensarlo, ¿cierto?

–La verdad es que así fue –volvió a levantar la espada en posición de lucha.

–Espera. Casi se me olvida, me dijeron que el rey quería verte en cuanto te levantaras, suele

contarte a ti primero las nuevas antes de contársela a los capitanes –Alendar asintió y se dio la

vuelta, pero se percató de la presencia de un individuo.

–¿Quién es ese? –dijo señalando a aquella persona.

Alendar no podría decir como era pues llevaba una armadura de acero templado maciza por

todo el cuerpo, unos faldones de placas le protegían las piernas, además de las resistentes grebas,

con enormes hombreras y brazales, y la cabeza la cubría con un yelmo que apenas le dejaría ver y le

daba un aspecto abominable, casi parecía un monstruo, de no ser por la capa negra con detalles de

color rojo sangre y una enorme espada extraña, que parecía un remolino aplanado de metal, con los

filos que cambiaban de lugar a ambos lados de la hoja en perfecta sincronía, y dejando huecos entre

los filos separados en ciertos puntos, que colgaba de su cinto.

–Gharkászer –dijo señalándole con la mirada–. Más te vale que no te metas con él, si se

entera de que has perdido la memoria te despedazará y ahora no hagas más preguntas y vete a ver al

rey –al tiempo que Giorn dijo esto Gharkászer envió una efímera mirada a Alendar que le recorrió

el cuerpo como un escalofrío pero fue un breve momento y aquel hombre enfundado en aquella

armadura le dio algo en que desconfiar.

Alendar corrió a la sala del trono donde se supone que le espera el rey, traspasó la puerta del

patio, subió las escaleras y giró a la izquierda, seguido de la derecha y llegó al pasillo que daba al

salón del trono, abrió la puerta que estaba custodiada por dos guardias armados con lanza y escudo,

y entró.

–Siento llegar tan tarde –dijo tímidamente mientras observaba al rey Juredrot imponente

desde su trono al otro lado de la larga sala.

Page 20: La Esfera Del Tiempo

–Creí que no vendrías, lo que tengo que contarte es urgente.

–¿De qué se trata, majestad?

El rey Juredrot se quedó obsérvanosle durante una fracción de segundo.

–Según nuestros espías –comenzó a decir en tono formal–, los reinos de Dairetbul y

Asthalot se han aliado contra nosotros, sus ejércitos atacarán justo esta noche. Según tu estado he

ordenado a Gharkászer mandar y organizar a las tropas, pero espero que estés recuperado para

combatir esta noche.

–¿Estamos en guerra? Yo creía que acabábamos de firmar la paz con Asthalot.

–Hummm... –musitó mientras se pasaba la mano por la barbilla en gesto pensativo–,

supongo que tendré que entrarte en credenciales. Sígueme.

Alendar siguió al rey hacia una sala que se encontraba a su derecha, abrieron la puerta y

encontraron una pequeña habitación vagamente decorada, la luz provenía de una larga ventana y en

las paredes de los lados había estanterías llenas de libros. El rey se dirigió a la izquierda y cogió un

pergamino enrollado de un pequeño estante que extendió con cuidado en una mesa cuadrada

colocada al centro.

–¿Qué es? –preguntó Alendar con mucha curiosidad.

–Es el mapa del continente –empezó a explicar–, aquí están los cinco grandes reinos que se

reparten la supremacía, son: Eilrafev, al norte, junto a la costa; Barojinthas, entre el Shauzum y el

Kauzard, dos ríos que se unen Auredacox que cruza todo el continente, en el centro; Dairetbul, que

esta justo en la desembocadura del Auredacox al este; Asthalot al oeste, se alza en la montaña que

lleva el nombre del reino; y Rojhaderon, el nuestro, que se encuentra entre estos dos últimos reinos

que intentan invadirnos, pero no temas.

–¿Por qué?

–Es un ataque a la desesperada, quieren detenerme antes de que pueda emplear mi nueva

arma. Al parecer se han enterado del riesgo que conlleva el que yo la tenga, pero con ella pacificaré

los cinco reinos aunque sea por la fuerza. Ya es mediodía vete a tu habitación, tendrás allí la

comida, y prepárate para la batalla.

–Si, majestad –contestó Alendar y se dirigió a su habitación.

A medio camino de la torre, mientras Alendar iba ensimismado en sus pensamientos, se

cruzó con Aloria, sin darse cuenta casi choca con ella.

–Hola, ¿qué tal? –dijo Alendar, que se fijó en cómo iba vestida, no llevaba un vestido como

ayer, iba con pantalones y una blusa.

–Bien –esbozó una sonrisa aunque ya se le notaba el agotamiento–, vengo del entrenamiento

de combate.

–¿Entrenamiento? –preguntó Alendar sorprendido.

–Exacto. La tradición dice que los futuros reyes o reinas deben saber algo de combate,

aunque a mí no se me da demasiado bien.

–¿Ah, no? ¿Y qué se te da bien? –dijo Alendar sin ninguna mala intención ni sentido de

ambigüedad aunque él no se dio cuenta de que parecía lo contrario.

–La magia, tengo un don natural para la magia blanca –afirmó Aloria esquivando la posible

mala intención que conocía anteriormente en Alendar y dejándose llevar por su intuición.

–Si quieres yo podría ayudarte con los entrenamientos y también enseñarte algunas cosas.

¿Qué te parece?

–¿En serio? Me vendrían muy bien algunos consejos –añadió Aloria con una sonrisa sincera.

–Entonces, mañana por la tarde empezamos, si te parece bien…

–Pero si esta noche…

–No te preocupes, yo me ocuparé de la batalla, no dejaré que entren al patio interior –en

presencia de Aloria Alendar se mostraba más confiado y decidido, dejando que una sonrisa de

ánimo se perfilase en su rostro.

Alendar se despidió con esto y siguió su camino, pero echó una mirada atrás para volver a

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verla y vio que ella le devolvía la mirada y le sonreía; se dio la vuelta y se fue.

Ya de vuelta en la torre, Alendar se encaminó a la mesa donde estaba la comida; comió

deprisa casi sin darse cuenta de qué clase de carne estaba tomando, ya que se había saltado el

desayuno y la cena de ayer su hambre era voraz. Cuando terminó se levantó dejando el plato donde

estaba y estiró los brazos, ya era bastante tarde, se empezaba a notar desde la ventana que el ocaso

estaba próximo. Revisó sus armas para la batalla, se llevaría sus dos espadas y la daga, además

cogió un pequeño cinto que albergaba una docena de puñales, eran tan largos como su mano y muy

ligeros y equilibrados; perfectos para lanzar, hizo un giro de muñeca y el puñal giró sobre su mano

con destreza, tanta que hasta Alendar se sorprendió.

–Tengo que bajar ya, ojalá tuviera algo de tiempo para practicar puntería –pensó en voz alta.

Cuando Alendar bajó al patio pudo ver cómo había oscurecido y la poca luz con la que se

veía era la de unas antorchas colocadas en las paredes. Alendar subió a la muralla y, cerca de la

puerta sur del castillo, encontró a Giorn mirando el horizonte y, de vez en cuando, los lados con la

intención de ver algo, pero no lo encontraba.

–¿Cómo estás? –preguntó Alendar.

Giorn le miró pero no dijo nada y se dio la vuelta.

–Lo tenemos difícil –le dijo a Alendar cuando se asomó otra vez a la muralla.

–¿Cuántos son?

–Unos cuatro mil.

–¿Y nosotros?

–Dos mil, y poco más.

–Nos superan en número, eso no es bueno –dijo Alendar inseguro de sí mismo.

–Aún tenemos la ventaja que ofrece el castillo y os tenemos a vosotros, eso importa.

–¿A quiénes?

–A Gharkászer y a ti, ambos sois de los Doce.

–¿Los Doce?

–Sí, verás, entre los grandes guerreros de nuestra época son doce los que destacan entre

todos, algunos por su fuerza, otros por su habilidad e incluso algunos saben magia, algo poco

común entre los guerreros. Lo más probable es que no conozcas ni a la mitad, ni siquiera sois un

grupo como tal, pero os habéis vueltos muy famosos y en algunos casos por la crueldad, y aunque

me cueste decirlo entre esos… entras tú.

–Vaya –dijo bajando la cabeza–, eso tendrá algo que ver con mis pesadillas… espera, dijiste

que algunos saben magia. ¿Yo también sé?

–Así es, aunque puede que no te acuerdes de ningún hechizo, ya los recordarás más tarde.

–Por allí llegan –dijo Alendar señalando a la izquierda al ver una pequeña hilera de luces

que correspondían a las antorchas que llevaban los soldados de vanguardia de Dairetbul.

–Atacarán por aquí –dijo señalando un estrechamiento en el camino que hacía que el ejército

no pudiera aproximarse de golpe, sino de forma continua, –el castillo está construido de forma que

para llegar a la muralla deberán pasar por ese estrechamiento.

El ejercito de Dairetbul se acercó con paso firme y los escudos en alto para detener la lluvia

de flechas que se abalanzaba sobre ellos, mientras cruzaban el estrechamiento las tropas se fueron

desplegando y, de la marea de escudos, salieron las escalas que rápidamente llegaron a la parte más

alta de la muralla, en cada escala iba montado un soldado blandiendo un hacha o un martillo de

guerra, que al llegar empezaba con el asalto. Alendar desenfundó sus espadas y mató a un soldado

que acababa de subir hiriéndole en el pecho, y acto seguido tiró la escala por donde había llegado

empujándola con la espada, todo ello le parecía totalmente natural y hacía todo ello sin pensarlo

siquiera, sólo se dejaba llevar por su instinto. Giorn se defendía de otro soldado, después de dos

golpes le hizo caer golpeando con su espada en el talón y lo mató clavando su espada en el cuello

Page 22: La Esfera Del Tiempo

por un hueco entre el yelmo y la armadura, y se volvió contra otro enemigo. Alendar hizo lo propio

y siguió avanzando por la muralla alejándose cada vez más de la puerta principal, al rato, Alendar

había dejado un rastro de cadáveres, entre los que había en la muralla o había arrojado muertos al

patio interior apenas se podía ya caminar por la piedra. Cuando vio a Gharkászer estaba

combatiendo con tres soldados a la vez, él usaba su espada a modo de protección y, cuando tuvo

oportunidad, de un tajo acabó con ellos atravesándoles las armaduras de placas y cuero que

llevaban, ninguna armadura podía parar tan colosal espada, el brillo del filo de la espada se apagaba

tapado por la sangre fresca de los soldados recién muertos, Gharkászer saltó a la almena y le dio un

puñetazo con el guantelete de púas a un soldado que aún subía antes de tirar la escala de una patada,

dispuso la mirada a Alendar y lanzó su gran espada a él, Alendar creyó que iba a matarle y por la

distancia y la fuerza del lanzamiento le fue imposible moverse del sitio, pero pronto se dio cuenta

de que le pasó a escasa distancia y que le dio a un soldado que tenia detrás que estaba a punto de

atacarle; Gharkászer bajó, cogió su espada y al pasar por su lado le dijo:

–Tú eres mío –dijo Gharkászer con un eco voz ronca, ahogada por el casco, señalándolo con

el dedo dentro de un guante de malla.

Ese comentario hizo estremecer a Alendar durante un momento, pero se olvidó de él y se

acordó de otra cosa.

–¿Dónde estará el rey y esa arma suya? ¿A qué estará esperando?

Un nuevo ataque que retumbó el suelo le hizo reaccionar, el ejército de Asthalot había

llegado y habían traído un ariete con el que aporreaban la puerta de madera y metal intentando

partirla, ahora en la muralla se veían más soldados enemigos que aliados, Alendar seguía acabando

con sus adversarios, dirigiéndose a la puerta para impedir que el ariete siguiera siendo usado, al

aproximarse vio que Giorn aún se defendía del asalto en lo alto de la puerta, el ariete ya había

golpeado la puerta reforzada en repetidas ocasiones, producía un grave sonido sordo y repetitivo,

desde su posición, Alendar, pudo ver cómo los soldados se juntaban para apuntalar la puerta e

impedir que se abriera; cogió un puñal y se lo lanzó al soldado que peleaba con Giorn, este al verle

lo comprendió todo y se dispuso a accionar el mecanismo que había sobre la puerta principal, el

cual lanzaba rocas a todo lo que hubiera delante de la puerta, pero cuando lo usó ya era tarde, en su

último golpe, antes de que la marea de piedras lo destrozase, el ariete había conseguido su objetivo.

Las tropas enemigas irrumpieron en el patio, los primeros que entraron se arrodillaron y mataron a

muchos de los soldados de Rojhaderon a flechazos. Los demás entraron como una marea humana,

apelotonándose en la entrada al castillo para poder entrar, en poco tiempo el patio estaba lleno.

Alendar se fijó en uno de ellos y saltó de la muralla en plancha, cayó sobre él y rodaron unos metros

por el suelo, cuando pararon Alendar se separó, volvió a sacar sus espadas y se colocó en posición

de lucha.

–Alendar espera, soy yo –dijo aquel soldado cuando se quitó el casco, desde esa distancia

pudo ver cómo era; era quizás de la misma edad que Alendar, algo que le sorprendió, de pelo y ojos

morenos, con cara algo redondeada y aspecto infantil, llevaba la armadura de Asthalot, hecha de

cuero y placas finas, con sus distintivos azules; se le notaba el cansancio por la invasión.

Alendar no le hizo caso y cargó contra él, se defendió con su espada pero el choque de las

armas le hizo caer al suelo aparatosamente, su contrincante era mucho peor en combate de lo que

pensaba, y Alendar no tardó en colocarle la espada en el cuello. El porqué de su acción de

benevolencia al no haberlo ejecutado al instante no llegaría a saberlo Alendar hasta mucho tiempo

después que comprendió que fue el instinto lo que salvó a su contrincante.

–Alendar, ¿qué te pasa? Soy yo, Kildren.

–¿Kildren? –dijo Alendar sin dejar de apuntar al cuello con su espada.

–Eso es, pero, ¿qué te ha pasado?

–He perdido la memoria –dijo Alendar por enésima vez, pero no apartó la espada del cuello

de Kildren.

–Así que no me recuerdas. Tienes que acordarte, soy Kildren, tu primo.

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–A mi me parece más una trampa, es demasiada casualidad que me encuentre con un

familiar en plena batalla y pertenezca al enemigo –decía Alendar intentando anteponer la lógica y la

lealtad a lo que le gritaba el instinto.

–No es casualidad, vengo a por ti, tenemos una misión. Tienes que creerme.

Los ojos de Alendar se quedaron mirando fijamente a los suyos y no vio más que verdad en

ellos, Alendar no sabía si se equivocaba pero prefirió creer en él. Creer que aún tenía familia.

–Está bien, te creo –dijo mientras ayudó a Kildren a levantarse–. Luego tendrás que

explicarme muchas cosas. ¿Cuál es esa misión?

–Tenemos que detener al rey, si llega a poder usar esa arma todo el mundo se verá afectado.

¿Hay algún atajo hasta la sala del trono?

–Lo hay, sígueme.

Alendar condujo a Kildren por el patio, alejándose de las reyertas y de los frenéticos

combates, hasta una puerta en la muralla; al atravesarla se encontraron con un túnel por debajo de

esta que llevaba al interior del castillo.

–¿Cómo sabias lo de este pasadizo?

–Justo me acordé de él, y a tiempo.

Algo que a Alendar le sorprendió, y le alegró saber que había recuperado algún recuerdo,

aunque más que un recuerdo nítido era más bien como una suposición, aunque acertada Alendar no

estuvo del todo seguro de su existencia hasta que la encontró.

Siguieron por el angosto camino, hasta un pasillo del castillo, y salieron por un muro falso

ocultado por un tapiz con la insignia de Rojhaderon, la espada y la lanza cruzadas sobre un escudo

rojo.

–¿Por dónde? –dijo Kildren que parecía una mezcla de nerviosismo, impaciencia y terror.

Alendar empezaba a creer la verdad de sus palabras.

–A ver –Alendar miraba a los lados para intentar orientarse–. Por la izquierda.

Los jóvenes no pararon de correr por el pasillo de piedra, al que por fin vieron la meta; una

puerta de hierro negro y madera maciza muy bien cerrada se alzaba ante ellos. Kildren se lanzó

contra ella en un esfuerzo inútil por abrirla.

–Prueba a abrirla, yo no puedo –alegó Kildren.

–Es demasiado grande.

–Junta tus espadas para hacer una mayor y úsala de palanca.

–¿Qué?

–Tus espadas tienen un mecanismo y se transforman en una –Kildren intentó acompañar la

explicación con gestos pero el resultado fue aún más complicado para Alendar.

–¿Cómo hago eso?

–Yo que sé. A mí nunca me enseñaste a hacerlo.

Alendar se dio la vuelta e intentó que sus espadas se unieran, probó por las empuñaduras,

cada espada apuntando en direcciones contrarias, no lo conseguía y desistió cuando Kildren se

asomó y le dijo que no era así, que las espadas se unían apuntando hacia el mismo lado, después de

algunos intentos consiguió unirlas tocando las dos gemas rojas que habían entre la hoja y la

empuñadura. Al conseguirlo se dio la vuelta para mostrárselo a Kildren pero este le interrumpió.

–Vamos, deprisa, abre la puerta.

Alendar colocó la espada entre las tablas de la puerta y empezó a hacer palanca. El esfuerzo

era titánico, la puerta no parecía moverse ni un ápice pero de un sonoro rechinar la puerta se abrió,

y los dos guerreros que iban a hacer frente a Juredrot entraron de súbito a la sala, pero lo único que

vieron era un haz de luz multicolor en lo que únicamente se distinguía, durante un instante al rey

que le había reconocido, a un grupo de hechiceros de negras túnicas que le acompañaban y a la

esfera de donde surgía la luz.

Fue quizá un instante en el tiempo, pero aquel momento duró para Alendar una eternidad, ya

no distinguía a nadie y se encontraba solo, el destello pronto se desvaneció y no pudo creer lo que

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estaba viendo. Estaba fuera del castillo, en plena batalla aún y se lanzaba desde la muralla hacia una

persona, pero lo que más le sorprendió es que era su primo, Kildren; cayó encima de él y rodaron

unos metros, pero esta vez levantó a su primo de los hombros.

–¡¿Qué ha pasado?! –dijo Alendar en una mezcla de confusión e ira.

–Mierda –Kildren miró a su alrededor con resignación–. Ha usado su arma, y este es el

resultado.

–Cada vez entiendo menos.

No pudieron seguir con la conversación, un grupo de tres soldados de Rojhaderon se acercó

con no muy buenas intenciones.

–Ponte detrás de mí, yo me encargo de ellos.

Alendar se lanzó a ellos, paró los ataques del primero y se desvió hacia el siguiente, lo

mismo con el segundo, esquivó al tercero y lo mato de una certera estocada; ninguno de los dos

fueron a por Kildren, el objetivo de los dos soldados era Alendar y no parecía que fuera por el

soldado muerto a sus manos, uno de ellos dijo:

–Has sido acusado de alta traición al rey Juredrot, la condena es la pena capital –dicho esto

una espada le atravesó por la espalda, Kildren lo había matado, su compañero fue a vengarle, pero

Alendar se adelantó y le mató antes de que pudiera defenderse.

–¡Tenemos que irnos, rápido! –dijo Kildren, Alendar asintió y salieron a la muralla pero no

podían salir tan fácilmente, no si era Gharkászer quien se interponía en la salida.

–Por fin –empezó a decir con la voz cavernosa que provocaba el yelmo–. He sido paciente y

he sabido esperar, a que cometieras un fallo, a que el rey dejara de favorecerte, y el momento ha

llegado. Ahora voy a matarte y disfrutaré de ello.

–Solo llegarás a matarme si pierdo las ganas de vivir –Alendar estaba furioso y desafiante

sin saber por qué. Lo único que sabía es que no saldrían de allí sin luchar una vez más.

Alendar dio un paso al frente y lo miró, aunque no sabía muy bien a qué parte del yelmo

cornudo tenía que mirar, sacó sus espadas y sin decir palabras se lanzó al combate, los golpes de

Alendar eran veloces pero cada uno de ellos eran parados por la increíble espada de su enemigo,

que con su tamaño rivalizaba en protección con el mejor de los escudos, salvo algunos que podía

conectar; pero no hacían mella en la armadura negra de Gharkászer, Alendar se dio cuenta de cómo

podían pelear como iguales y unió sus espadas, los choques de las dos inmensas armas hacían saltar

chispas y estremecían a Alendar, tanto que la descarga que producía el choque de ellas le recorría el

cuerpo dándole un escalofrío, pero aún seguía insistiendo aunque le pareció creer que era él el único

que se cansaba.

Cuando le vio protegerse del último golpe vio claro la solución a su problema, la estrategia

era bastante mediocre, pero no tenía otra opción; dio un salto hacia atrás para esquivar la estocada,

pero tropezó y cayó al suelo, la espada de Gharkászer, le pasó a menos de un paso de la yugular. Su

rival lo tenia acorralado en el suelo, aunque consiguió sortear la espada rodando, cuando clavó la

espada al suelo Alendar separo sus espadas y encajó una entre los huecos de aquella espada tan

irregular de tal manera que no pudo sacarla, se levantó y con la espada de la mano izquierda intentó

atacarle, pero Gharkászer paró la espada con las manos enfundadas en unos guantes de metal, así

que consiguió conectar una patada con la que poder detener a su coráceo contrincante.

Aprovechando el instante Alendar sacó su espada de la de Gharkászer y la enfundó junto con la de

su mano izquierda, y con la propia espada de Gharkászer lo golpeó y tiró al suelo. Alendar levantó

la espada y lo decapitó de un barrido, acto después le clavó la espada que le atravesó el pecho

cortando su último aliento y se clavó en el suelo. Alendar elevó un grito a los cielos lleno de gloria e

ira.

–Va…vamos, hay que irse de aquí –dijo con temor al ver a Alendar con una mirada tan fría y

cruel, pero cuando se la devolvió ya no se veía maldad en él.

Alendar se calmó, miró el castillo y cómo habían atravesado la puerta principal los dos

ejércitos, al ver como Kildren ya le llevaba mucha ventaja se dio prisa por salir de ese lugar.

Salieron por la puerta principal ignorando a los últimos soldados rezagados que aún estaban

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entrando. Al salir del estrechamiento y llegar al bosque cercano encontraron dos caballos.

–Tenía estos dos caballos preparados para partir.

Alendar y Kildren montaron y cabalgaron a toda prisa por la espesura hasta llegar al bosque

de hayas que tenían que atravesar.

–Al otro lado esta Asthalot si seguimos a este ritmo llegaremos al amanecer, tenemos que

darnos prisa.

–¿Por qué?

–Tengo que informar al rey de lo que ha pasado y él tiene que tomar medidas.

–¿No podemos parar? Estoy agotado.

–No, las tierras fuera de los reinos son peligrosas, habitan bestias feroces y bandidos de

caminos.

–¿No hay aldeas o pueblos?

–No, hace mucho que ya no existen de esas cosas, la gente emigró a las ciudades, hace mas

de cincuenta años que no hay una aldea por los ejércitos.– Kildren se fijó en Alendar –Oye ¿estás

bien?

–Eh, sí, no pasa nada.

–Algo pasa, lo sé.

–Es que le hice una promesa a Aloria y no la pude cumplir.

–¿Te sientes mal? ¿Qué le prometiste?

–Que no dejaría que nadie ocupase el castillo, pero aun así la he traicionado, a ella y a su

padre –Alendar se dio cuenta de que el detalle más importante se le escapaba a su comprensión –.

¿Cuál era el arma del rey?

–No puedo decírtelo aquí, es alto secreto, podría haber gente escuchando, te lo explicaré en

cuanto lleguemos.

Alendar meditó mucho sobre la cuestión, sobre el efecto de aquella arma, pero no sacaba

nada en claro, el arma era mágica de eso no había duda, pero aún no sabia lo que hacía, mas no le

importó porque no pasó nada grave, sin embargo el rey podía haber fallado al usarlo y el arma ser

más peligrosa de lo que puede suponerse; con todo este ir y venir de ideas en su cabeza el tiempo

pasó rápido, aunque los dos llevaban horas sin hablar; ahí fue cuando Alendar se dio cuenta de que

ya había amanecido. Kildren se detuvo a la salida del bosque y señaló una alta montaña en medio de

la llanura.

–Eso es Asthalot, mi hogar.