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La Inhabitatición Trinitaria I. Introducción El tema que elegí para este trabajo de Universa Teología, es el de la Inhabitación Trinitaria. Así como la Trinidad es el dogma central de nuestra fe y de la teología, la inhabitación de las Divinas Personas es como el núcleo vital alrededor del cual se desenvuelve toda la vida cristiana. El trabajo consta de dos partes, el Auditus Fidei, en el cual intentaremos mostrar el tema de la Inhabitación en la Sagrada Escritura, en la Tradición y en el Magisterio, y el Intelectus Fidei, en donde expondremos el tema relacionándolo con los distintos tratados teológicos. II. Auditus Fidei Comenzaremos entonces, con el Auditus Fidei, y en primer lugar, con la Sagrada Escritura. Sagrada Escritura En el Evangelio de San Juan En la Sagrada Escritura, hay abundancia de textos que hacen referencia directa o indirectamente a la Inhabitación de las Divinas Personas en el alma del justo. El texto más importante acerca de este tema es el del capítulo 14 del Evangelio de San Juan, versículo 23 ; "Si uno me ama, guardará mi palabra, mi Padre lo amará y vendremos a él para hacer morada en él” Nuestro Señor nos revela este hermoso misterio en sus discursos de la última cena, luego del lavatorio de los pies. Como dice un gran biblista, este discurso que ocupa cuatro capítulos del Evangelio de San Juan, refleja los íntimos latidos de su divino Corazón, y como dice bellísimamente el Angélico, lo último que se habla, sobre todo al 1

La Inhabitatición Trinitaria

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Tesis de licenciatura en Teología dogmática

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La Inhabitatición Trinitaria

I. Introducción

El tema que elegí para este trabajo de Universa Teología, es el de la Inhabitación Trinitaria.

Así como la Trinidad es el dogma central de nuestra fe y de la teología, la inhabitación de las Divinas Personas es como el núcleo vital alrededor del cual se desenvuelve toda la vida cristiana.

El trabajo consta de dos partes, el Auditus Fidei, en el cual intentaremos mostrar el tema de la Inhabitación en la Sagrada Escritura, en la Tradición y en el Magisterio, y el Intelectus Fidei, en donde expondremos el tema relacionándolo con los distintos tratados teológicos.

II. Auditus FideiComenzaremos entonces, con el Auditus Fidei, y en primer lugar, con

la Sagrada Escritura.

Sagrada Escritura

En el Evangelio de San Juan

En la Sagrada Escritura, hay abundancia de textos que hacen referencia directa o indirectamente a la Inhabitación de las Divinas Personas en el alma del justo.

El texto más importante acerca de este tema es el del capítulo 14 del Evangelio de San Juan, versículo 23 ; "Si uno me ama, guardará mi palabra, mi Padre lo amará y vendremos a él para hacer morada en él”

Nuestro Señor nos revela este hermoso misterio en sus discursos de la última cena, luego del lavatorio de los pies. Como dice un gran biblista, este discurso que ocupa cuatro capítulos del Evangelio de San Juan, refleja los íntimos latidos de su divino Corazón, y como dice bellísimamente el Angélico, lo último que se habla, sobre todo al despedirse de los amigos, se graba más en la memoria, ya que entonces se enardece más el afecto de amistad, y lo que más nos aficiona, más profundamente se esculpe en el ánimo. Estos discursos forman la cumbre del Evangelio de San Juan, y sin duda de toda la divina Revelación hecha a los Doce.

Cuando Nuestro Señor nos enseña que Su Padre y Él vendrán y harán morada, nos manifiesta que las Tres Divinas Personas se harán presentes de un modo especialísimo en aquellos que lo amen.

San Agustín, comentando este texto, deja en claro que el amor es lo que nos hace hábiles para recibir las Divinas Personas, puesto que Jesús primero dice “si uno me ama”. También el hiponense nos explica, que si bien no se hace referencia en este pasaje al Espíritu Santo, por la inseparabilidad de las Divinas Personas, es necesario que el Espíritu Santo venga junto al Padre y al Hijo.

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La palabra griega que Nuestro Señor utiliza, es “monen”, que nosotros traducimos por “morada”. Esta palabra también la usa Jesucristo cuando les explica a sus discípulos unos versículos atrás, que en la mansión de su Padre hay muchas “moradas”.

La “morada” o tienda, tiene muchísima significación y sentido para el israelita conocedor de su Historia. En el Antiguo Testamento, la forma que Yahvé tenía de estar entre su Pueblo elegido era haciéndose presente en la tienda, en medio del desierto. No por nada San Juan, en el prólogo de su Evangelio dice que el Verbo habitó entre nosotros, que en griego tiene un sentido mucho más rico. “Eskenosen” significa poner tienda, levantar morada. El discípulo amado está diciéndonos que Dios se ha hecho presente a su pueblo de una manera nueva y única, asumiendo nuestra naturaleza humana y uniéndola a la naturaleza Divina.

Pues bien, aquí Jesús nos revela que ya no será simplemente una tienda de reunión en medio del desierto, sino que las Tres Divinas Personas vendrán a habitar real y substancialmente al alma en gracia.

El Verbo eterno, no sólo se ha dignado a asumir nuestra naturaleza, sino que también quiere inhabitar en nuestras almas, junto al Padre y al Espíritu Santo.

En los sinópticos y en los hechos

En los evangelios sinópticos, la acción y presencia santificante del Espíritu se ponen de gran relieve, tanto en orden a Cristo como en orden a los fieles.

El Espíritu Santo está presente en toda la vida de Cristo, desde su concepción hasta su ascensión a los cielos. En efecto, el Espíritu desciende sobre Él en el bautismo para inaugurar la obra mesiánica. Lo conduce al desierto para que sea tentado por el diablo. En virtud del Espíritu realiza los milagros y combate el reino de Satanás, etc. También hay alusiones directas a la presencia del Espíritu Santo en el alma de los justos, como cuando Nuestro Señor advierte a sus discípulos que en momentos de persecución, el Espíritu del Padre hablará en ellos. (Mt 10, 20)

También manda a sus discípulos a bautizar a todos en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo

Los hechos de los apóstoles podrían llamarse el Evangelio del Espíritu Santo, puesto que narran los primeros años de la Iglesia fundada por Jesucristo, y revelan la asistencia permanente del Espíritu Santo sobre los primeros cristianos.

Los hechos comienzan con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, es decir, comienzan narrando la misión visible del Espíritu Santo a la Iglesia naciente, lo que luego explicaremos.

En San Pablo

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Las cartas de San Pablo están henchidas de alusiones al Misterio de la Santísima Trinidad. Aunque su Teología sea principalmente Cristo-céntrica, sin embargo, el fondo de su pensamiento es evidentemente trinitario, y sólo a la luz de la Inhabitación, nos introduce de manera viva en su teología de la salvación y la santidad.

Principalmente su carta a los Efesios hay citas explícitas de la inhabitación de cada una de las Divinas Personas en el alma.

La pneumatología paulina nunca es estática, sino dinámica. Es decir, el Espíritu Santo siempre aparece en acción santificadora. En la obra de la justificación, San Pablo nunca olvida que el principio agente es el Espíritu Divino y que su término o sujeto paciente es el espíritu humano.

Pero, ¿cuál es el campo o modo peculiar de esta acción del Espíritu Santo? El Cuerpo Místico de Cristo. El Apóstol afirma categóricamente que poseer el Espíritu de Cristo es condición indispensable para pertenecer con toda verdad al Cuerpo de Cristo, y que en el Cuerpo de Cristo es donde se comunica a los hombres el Espíritu Santo.

En su carta a los Efesios, nos dice “un Cuerpo y un solo Espíritu” (Ef 4,4). Esta frase del apóstol, ha sugerido desde la más remota antigüedad cristiana la idea de considerar el Espíritu Santo como principio vital o alma del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia. Esta unidad de espíritu de todos los fieles entre sí es el resultado de la unión de todos y de cada uno con el Espíritu Divino. Es, en su sentido más profundo, la comunión de los santos.

Pero esta dicha y esta gloria de poseer el Espíritu Santo en nuestros corazones, puede por culpa nuestra extinguirse. Por eso el Apóstol dice a los Tesalonicenses (1 Tes 5,19) “no apaguéis el Espíritu”. También advierte severamente a los Corintios que la fornicación es un pecado contra el Templo del Espíritu Santo, que son sus cuerpos. Y a los efesios les ruega que no entristezcan al Espíritu Santo, en el cual fueron sellados para el día de la Redención.

Según el Padre Bover, cuanto ha enseñado el Magisterio eclesiástico sobre la Santísima Trinidad, incluyendo las misiones divinas, puede encontrarse con mayor o menor claridad en las Epístolas de San Pablo y puede demostrarse con textos paulinos. Pero el Padre Bover nos explica que toda esta doctrina trinitaria es para el Apóstol no una especulación desvinculada, sino un elemento esencial de su vasta concepción soteriológica. Toda la obra de la salud humana es obra, común a la vez y diferentemente apropiada de las tres Divinas Personas.

Queda así pues manifiesto que para el Apóstol de las gentes, la Inhabitación Trinitaria en el alma es una verdad que ilumina y acompaña toda la vida del cristiano, y es fundamento de la unidad de los fieles en la Iglesia de Cristo.

Antiguo Testamento

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Habiendo estudiado rápidamente el tema de la Inhabitación en el Nuevo Testamento, podremos ahora iluminar el Antiguo. Si bien la revelación expresa de la Santísima Trinidad es propia del Nuevo Testamento, encontramos elementos en el Antiguo que nos permiten ver ciertas figuras de lo que será la revelación del misterio de la Inhabitación de las Divinas Personas en el Nuevo Testamento.

Y lo haremos según dos aspectos; la presencia de Dios y el Espíritu de Dios.

En cuanto al primer punto, podemos decir que la conciencia de la presencia de Dios, influye profundamente en la actitud religiosa de Israel. Esto queda patente en el culto del israelita. Esta presencia tenía como finalidad la garantía del amor particular y de la protección eficaz de Yahvé.

La revelación del nombre de Yahvé, “yo soy el que soy”, nos enseña que Dios está presente siempre y en todo lugar, y camina con su pueblo, ya que Él es el “Emmanuel”, el Dios con nosotros.

Se insiste mucho en la teofanía relativa a la tienda de reunión, ya que cuando Moisés entraba en la tienda, descendía la columna de nube y se posaba a la entrada de la tienda” (Ex 33,11)

Por momentos esta presencia se torna muy intensa, como cuando Dios se manifiesta a los patriarcas con los cuales hace alianza, o como cuando Dios habla con su siervo Moisés, cara a cara, dejando su rostro resplandeciente.

La presencia de Dios, cuyo signo es el arca de la alianza, acompaña al pueblo y lo guía a través del desierto.

En el corazón del israelita se suscita un deseo ardiente de encontrar el rostro del Señor, especialmente en su Templo. Como dice el salmo, “¿cuándo llegaré a ver el de Dios?”

En cuanto al segundo punto, hay abundancia de textos veterotestamentarios que nos hablan del Espíritu de Dios.

En los libros más antiguos, la acción del Espíritu en el hombre es prevalentemente violenta, súbita, transitoria, y portadora de efectos externos.

Se pueden descubrir claramente tres categorías de efectos; carismáticos, morales y mesiánicos

Los efectos carismáticos se producen habitualmente en hombres elegidos para una misión excepcional; por ejemplo, a la irrupción del espíritu, los jueces se convertían en salvadores de Israel.

Más tarde, la presencia del espíritu se reconocía más íntima y continua, como en los guías habituales del pueblo de Dios. Parte del espíritu de Moisés es traspasado por Dios a los setenta ancianos. Por la imposición de manos de Moisés, el espíritu de sabiduría llena a Josué. Por la unción de Samuel, el espíritu de Yahvé revistió a David.

Los efectos morales se realizan en lo íntimo del corazón para engendrar en él la conversión, la rectitud, la docilidad a los mandamientos de Dios. “Que tu espíritu bondadoso me guíe por tierra llana”. (sal 143, 10) “renuévame por dentro con espíritu firme” (sal 51)

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Más profunda aún es la acción del espíritu de Dios en la profecía de Ezequiel, sobre la era mesiánica; “pondré en su interior un espíritu nuevo. Quitaré del cuerpo de ustedes el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Pondré mi espíritu en el interior de ustedes, y haré que procedan según mis leyes y guarden mis normas y las cumplan… serán mi pueblo, y yo seré el Dios de ustedes…”

La plenitud del Espíritu será derramada y habitará de modo especial en el Mesías, el pimpollo que nacerá del tronco de Jesé. “Reposará sobre Él el espíritu de Yahvé, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor” (Is 11,2) en otro lugar Isaías nos dice “El espíritu del señor está sobre mí, puesto que Dios me ha ungido. Para dar la buena nueva a los humildes me envió”. La exactitud de estos textos sobre la especial presencia del Espíritu Santo sobre el mesías, son de una claridad asombrosa. No obstante, deberá venir el Ungido de Dios al mundo, para dar sentido pleno a todas estas misteriosas profecías.

Sagrada Tradición

Pasaré ahora a exponer la doctrina de la Inhabitación Trinitaria en la Sagrada Tradición. Me limitaré a explicar a grandes rasgos el pensamiento de San Agustín en torno a este tema, ya que es fundamental e importantísima la influencia del doctor hiponense en todo el pensamiento teológico posterior, y particularmente en la formación de Santo Tomás, cuya doctrina acerca de la Inhabitación expondré en la segunda parte de este trabajo.

Citando al gran agustinólogo Argimiro Turrado, podemos decir con él que San Agustín es heredero fiel de la mejor tradición filosófica, bíblica y patrística anterior al siglo V, es el gran maestro de la antropología, y se adentra seguro por ese mundo interior del hombre ligado a la trascendencia mediante un proceso que podríamos llamar centrípeto, en cuanto que para él, el espíritu humano se posee, se conoce y se ama radicalmente a sí mismo y a su Dios, centro de vida, de luz y de amor, sin salir del tabernáculo de su propio corazón.

Según Turrado, nadie que conozca bien la historia del dogma podrá negar el avance notable de San Agustín en la elaboración de la doctrina sobre las misiones y relaciones divinas; y mucho menos la profundidad y la novedad de su investigación en torno a la imagen trinitaria del alma humana.

El Doctor de la gracia atribuye con insistencia a las tres Divinas Personas, tanto la omnipresencia, o presencia común a todos los seres, como la inhabitación, o presencia divina en los justos.

Para San Agustín tiene muchísima importancia la presencia de Dios en el interior del hombre. El hiponense nos dice; “Oh Dios mío,! Yo no existiría en absoluto, si tu no estuvieras en mí. O mejor, yo no existiría si no estuviera en ti, de quien todo procede, por quien todo fue hecho y en quien todo subsiste.”

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También encontramos esa frase genial que dice “intimior intimo meo, et superior summo meo”

En San Agustín se da una teología de la interioridad. El corazón humano es para él el lugar obligado de cita, el santuario en el que necesariamente han de encontrarse el Creador y su creatura predilecta. Ahora bien, el santo doctor, tiene perfectamente claro que si bien Dios está en todas partes, sin embargo no en todos habita.

En su actividad ingente, San Agustín recurre con frecuencia a la inhabitación divina en los justos para mover el corazón de sus oyentes y para deshacer los sofismas de sus adversarios.

En las lecciones a los fieles, el santo doctor los exhorta ardientemente para que entren en su corazón y allí se adhieran a Jesús con todas sus fuerzas. Así también condena la incontinencia de algunos que violan a los miembros de Cristo y al templo del Espíritu Santo. El santo llegará a decir que el pecador se convierte en templo del demonio.

En sus controversias con los herejes y cismáticos, San Agustín se sirve de este argumento de la Inhabitación Trinitaria para refutar las doctrinas de sus principales adversarios.

Contra los maniqueos, que se llamaban templos de Dios, San Agustín les arguye que más que templos, son cárcel de Dios. Contra los donatistas, el hiponense explica que el bautismo del donatista es válido, pero no hace al bautizado un templo de Dios, porque no puede dar el Espíritu Santo, que reside únicamente en la Iglesia verdadera. Contra los pelagianos; San Agustín explica la necesidad del bautismo, y cómo, por el bautismo, los párvulos son hechos hijos de Dios y templos de la Santísima Trinidad. Contra el arrianismo, el santo doctor se sirve de la Inhabitación para probar la divinidad del Espíritu Santo.

El Obispo de Hipona, de corazón ardorosamente inquieto, no puede descansar en una teología estática, sin vida ni diálogo personal entre Dios y el hombre. Para él, toda la teología se resuelve en historia de salvación, que es donación misericordiosa y amante por parte de Dios, y búsqueda libre y anhelante por parte del hombre. De ahí la importancia que atribuye al dinamismo divino en el hombre, a la presencia dinámica del Verbo como Sabiduría de Dios, que lo inunda y lo ilumina interiormente con el don sublime de la fe.

Esta presencia especial de Dios en los justos condicionará de continuo la exégesis bíblica de San Agustín. Las palabras templo, cielo, sede, trono y casa de Dios, obtendrán su sentido más pleno cuando se refieran al justo.

Otro de los grandes avances del Doctor de Hipona, es haber dejado bien en claro que toda operación divina ad extra es obra indistinta de las tres personas, sólo que, como cada persona posee la naturaleza divina de una manera particular, a cada una de ellas se le atribuye en las operaciones exteriores la función que conviene al carácter de su origen; lo que los latinos posteriores denominarán simple apropiación. Por eso es que, si bien se insista especialmente en el Espíritu Santo como santificador y vivificador del justo, son las tres Divinas Personas las que hacen la obra. También nos enseña que la Encarnación, en cuanto es una acción divina extrínseca, fue

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realizada por toda la Trinidad, aunque sólo el Hijo se unió hipostáticamente a la naturaleza humana. (turrado 100)

Nos dice textualmente el santo Doctor; “así como las personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, son iguales e inseparables, así también son inseparables sus obras; lo que hizo el Padre, lo hicieron también el Hijo y el Espíritu Santo. Y esto porque la naturaleza divina no es solamente igual, sino además indivisible” (Turrado 99)

Tal es, en apretada e incompletísima síntesis, el pensamiento de San Agustín de Hipona acerca de la Inhabitación Trinitaria.

Magisterio

Para terminar con el Auditus Fidei, pasaremos a considerar el tema en el Magisterio de la Iglesia.

Por un lado, hay documentos magisteriales que tratan directamente el tema de la Inhabitación, preguntándose el cómo y el porqué, y por otro lado, hay también incontables escritos que hablan del tema a manera de posesión pacífica, sin hacer especulaciones particulares acerca de la cuestión.

Estudiaremos brevemente el tema de la Inhabitación, en una encíclica de León XIII y en la Mystici Corporis de Pío XII, analizando sus textos explícitos acerca de este Misterio, y luego investigaremos el tema en los documentos del Vaticano II, y en una encíclica de Juan Pablo II, como textos que tratan el tema sin hacer especiales especulaciones al respecto.

En cuanto a los textos magisteriales que tratan directamente el tema de la Inhabitación Trinitaria, elegí dos; la encíclica “Divinum Illud Munus” de León XIII y la Mistyci Corporis de Pio XII

León XIIILa encíclica del Papa León XIII, promulgada el año 1897, trata sobre la

presencia y virtud admirable del Espíritu Santo.Apenas comienza su encíclica, León XIII hace suyas las palabras del

Angélico sobre cómo acercarse a este misterio. Nos dice;”Cuando se habla de la Trinidad, conviene hacerlo con prudencia y humildad, pues en ninguna otra materia intelectual es mayor el trabajo, o el peligro de equivocarse o el fruto una vez logrado”

El Papa se adentra en el Misterio de las Divinas Personas, insistiendo en que no se multiplique la divina esencia al distinguir las Personas. Luego de tratar sobre el tema de la Santísima Trinidad en general, el Papa se ocupa del tema de las apropiaciones y luego aborda la cuestión de la doble misión del Espíritu Santo; su misión visible en la Iglesia, y su misión invisible en el alma de los justos.

Continúa relacionando el tema con los sacramentos hasta que llega explícitamente al tema de la Inhabitación. El Papa nos enseña que Dios se halla presente a todas las cosas y que está en ellas por inmensidad. Pero en la creatura racional, por medio de su gracia, está en el alma del justo en forma más íntima e inefable, como en su templo; De ello se sigue aquel

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mutuo amor por el que el alma está íntimamente presente a Dios, y está en él más de lo que pueda suceder entre los amigos más queridos, y goza de Dios con la más regalada dulzura.

Pío XIILa encíclica del Papa Pio XII sobre el Cuerpo Místico de Cristo, también

contiene alusiones directas al tema que estamos tratando. Luego de dejar en claro que la Iglesia es un cuerpo dotado de miembros,

orgánico y jerárquico, siendo Cristo su fundador y Cabeza , y reflexionando especialmente en la presencia particularísima del Espíritu Santo en el Verbo Encarnado, Pío XII llega al tema de la unión de los fieles con Cristo, en virtud de la unión en el Espíritu Santo.

En este contexto encontramos declaraciones muy precisas del Papa Pio XII acerca el tema de la Inhabitación. En efecto, la encíclica dice que para la inteligencia y explicación de esta recóndita doctrina -que se refiere a nuestra unión con el Divino Redentor y de modo especial a la inhabitación del Espíritu Santo en nuestras almas- se interponen muchos velos, en los que la misma doctrina queda como envuelta por cierta oscuridad, supuesta la debilidad de nuestra mente.

No censuramos, por lo tanto, a los que usan diversos métodos para penetrar e ilustrar en lo posible tan profundo misterio de nuestra admirable unión con Cristo. Pero todos tengan por norma general e inconcusa, si no quieren apartarse de la genuina doctrina y del verdadero magisterio de la Iglesia, la siguiente: han de rechazar, tratándose de esta unión mística, toda forma que haga a los fieles traspasar de cualquier modo el orden de las cosas creadas e invadir erróneamente lo divino, sin que ni un solo atributo, propio del sempiterno Dios, pueda atribuírsele como propio. Y, además, sostengan firmemente y con toda certeza que en estas cosas todo es común a la Santísima Trinidad, puesto que todo se refiere a Dios como a suprema causa eficiente.

Más adelante, el Papa indica que es necesario que adviertan que aquí se

trata de un misterio oculto, el cual, mientras estemos en este destierro terrenal, de ningún modo se podrá penetrar con plena claridad ni expresarse con lengua humana. Se dice que las divinas Personas habitan en cuanto que, estando presentes de una manera inescrutable en las almas creadas dotadas de entendimiento, entran en relación con ellas por el conocimiento y el amor, aunque completamente íntimo y singular, y absolutamente sobrenatural.

Este texto de Pio XII es importantísimo ya que, a la vez que exhorta a la investigación, pone límites a la especulación teológica, entre los cuales deberá moverse la razón iluminada por la Fe.

En segundo lugar, haré referencia a algunos textos del Concilio Vaticano II que tocan el tema que nos concierne.

La constitución dogmática Lumen Gentium, comienza exponiendo el papel de cada una de las Divinas Personas en el Misterio de la Iglesia,

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insistiendo en los efectos del Espíritu Santo en la Iglesia y en los corazones de los fieles. En efecto, la Lumen Gentium señala que el Espíritu Santo guía la Iglesia a toda la verdad, la unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos con la fuerza del Evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo.

En cuanto a los fieles, por el Espíritu Santo se convierten en templos vivos de Dios.

La constitución dogmática Dei Verbum nos enseña explícitamente que por la gracia, el Espíritu Santo habita en el interior del hombre y lo auxilia, mueve su corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede a todos gusto en aceptar y creer la verdad, perfeccionando constantemente la fe con sus dones.

La constitución pastoral Gaudium et Spes, enseña que el hombre cristiano, conformado con la imagen del Hijo, que es el Primogénito entre muchos hermanos, recibe las primicias del Espíritu, las cuales le capacitan para cumplir la ley nueva del amor. Por medio de este Espíritu, se restaura internamente todo el hombre hasta que llegue la redención del cuerpo.

El Decreto “Ad Gentes Divinitus”, sobre la actividad misionera de la Iglesia, estudia el tema de la misión de la Iglesia como originada en la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre.

El Decreto nos manifiesta cómo Dios envió a su Hijo, en quien habita la plenitud del Espíritu Santo, para reconciliar consigo al mundo.

A su vez, para que esto se realizara plenamente, Cristo envió de parte del Padre al Espíritu Santo, para que llevara a cabo su obra salvífica e impulsara a la Iglesia a extenderse a sí misma. El día de Pentecostés descendió sobre los discípulos para permanecer con ellos para siempre.

Finalmente, para cerrar esta parte de Magisterio, y del Auditus Fidei, reflexionaré en torno a la encíclica Dominum et Vivificantem de San Juan Pablo II, sobre el Espíritu Santo en la vida de la Iglesia y del mundo.

Este documento es parte de una trilogía que el Papa polaco dedica a cada una de las Divinas Personas, junto con la Redemptor hominis y la Dives in Misericordia.

Debemos decir que toda la encíclica está sembrada de alusiones trinitarias, y especialmente a la obra santificadora apropiada al Espíritu Santo. Los textos son innumerables, por lo que me centraré en dos referencias precisas al tema de la misión de las Divinas Personas en el alma del justo.

En primer lugar, en la tercera parte de la encíclica, el Papa explica la adopción sobrenatural de los hombres gracias al Espíritu Santo que les es dado. Por el Espíritu Vivificador, los hombres se hacen partícipes de la naturaleza divina.

En segundo lugar, el Papa indica que mediante el don de la gracia que viene del Espíritu, el hombre entra en una nueva vida, es introducido en la

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realidad sobrenatural de la misma vida divina y llega a ser « santuario del Espíritu Santo », « templo vivo de Dios ».En efecto, por el Espíritu Santo, el Padre y el Hijo vienen al hombre y ponen en él su morada. En la comunión de gracia con la Trinidad se dilata el « área vital » del hombre, elevada a nivel sobrenatural por la vida divina. El hombre vive en Dios y de Dios, y Dios vive en él.

En conclusión, podemos señalar que el misterio de la Inhabitación trinitaria es una verdad de Fe presente en toda la vida de la Iglesia. Desde los albores del cristianismo, cada miembro de Cristo es consciente de llevar en sí el tesoro Divino. La Sagrada Escritura es clarísima al respecto, con cantidad innumerable de textos. La Sagrada Tradición es unánime cuando habla del alma del justo como morada del Dios vivo, y el Magisterio es perfectamente constante al afirmar la inhabitación real y substancial de las Tres Divinas Personas en el alma de los hijos adoptivos de Dios.

III. Intellectus Fidei

Luego de haber considerado el tema de la Inhabitación en la Sagrada Escritura, en la Tradición y en el Magisterio, en esta segunda parte intentaremos penetrar algo en este augusto misterio, a través de la razón iluminada por la Fe.

En primer lugar, hemos de decir que el misterio de la Inhabitación Trinitaria, es un misterio de fe sobrenatural en sentido estricto. Son llamadas así las verdades que absolutamente no pueden ser conocidas por las fuerzas naturales de ningún entendimiento creado, para distinguirlas de aquellas verdades de fe, por ejemplo la existencia de Dios, que absolutamente pueden ser conocidas y demostradas por la razón natural. El misterio de la Trinidad expresa la vida íntima del ser de Dios, tal como es en sí mismo, el cual trasciende absolutamente todo ser creado y toda inteligencia que no sea la del mismo Dios. Este Misterio, sólo puede conocerse a través de la Revelación, y por la razón iluminada por la fe. La inteligencia humana librada a sus fuerzas naturales, jamás podría haber conocido esta verdad de fe, por la cual las tres Divinas Personas inhabitan real y substancialmente en el alma de los justos.

El Concilio Vaticano I, al mismo tiempo que define la indemostrabilidad de los misterios en sentido estricto, enseña también que se puede obtener de ellos una inteligencia fructuosísima cuando la razón, ilustrada por la fe, los investiga cuidadosamente, piadosamente y con sobriedad, no pretendiendo ir más allá de lo que en realidad es posible. Y hasta señala el modo de llegar a este conocimiento de los misterios divinos, por medio de analogías tomadas del orden natural, y por el nexo y admirable armonía que todos guardan entre sí y con el fin último del hombre, todo lo cual los hace, hasta cierto punto, inteligibles a nuestro entendimiento.

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Debemos decir entonces que fue moralmente necesario que el Verbo hecho carne nos revelara los misterios íntimos de la vida Trinitaria y nos preparase para entrar en consorcio con Dios, Uno en esencia, y Trino en Personas.

Por lo tanto, supuesta la revelación, puede la teología, o sea, la razón iluminada y conducida por la fe, explicar, aunque imperfectamente, la Trinidad. También podremos, a través de la especulación teológica, resolver las dificultades contra la Trinidad.

Ahora bien, hemos de decir que para nuestro estudio acerca de las misiones invisibles de las Divinas Personas, discurriremos en torno a dos supuestos fundamentales del misterio; el primer fundamento de nuestro estudio será el de los orígenes o procesiones divinas. Santo Tomás llama a éstas, raíz de la verdad trinitaria. Estos orígenes divinos son concebidos por el Angélico analógicamente con los inmanentes de las substancias intelectuales creadas, según las acciones de entender y amar. Puestos los firmes cimientos, el Aquinate no vacilará en ir estudiando con paso firme el misterio de la Trinidad, hasta llegar a la Inhabitación de las Divinas Personas al alma de los justos.

El segundo fundamento inconcuso, será el de la igualdad de las Divinas Personas en las operaciones ad extra. Si supusiésemos por un momento que las operaciones de las Personas Divinas ad extra son distintas, podríamos demostrar la existencia de la Trinidad, de la misma manera que por medio de las creaturas demostramos la existencia de Dios y llegamos también de alguna manera al conocimiento de su naturaleza íntima. De esta forma, desaparecería la trascendencia y sobrenaturalidad de este misterio. Hemos de decir, por lo tanto que la igualdad de las personas en las operaciones ad extra es absoluta.

Pues bien, las procesiones divinas, y las operaciones ad extra, serán como goznes sobre los cuales se irá articulando nuestra exposición.

Santo Tomás de Aquino trata extensamente el tema que nos ocupa. Sus textos principales son su comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo, algunos textos de la Suma Contra Gentiles, y la Suma teológica.

Para aproximarnos a este misterio, procederé a exponer de manera resumida, la doctrina de la cuestión 43 de la Primera Parte de la Suma Teológica, cuestión en la cual el Aquinate, luego de haber expuesto todo el misterio de Dios Uno y Trino, se adentra en el tema de las misiones y en el de la Inhabitación, mostrándonos cómo Dios, en su Unidad y en su Trinidad de personas, se complace en habitar en sus creaturas predilectas.

En esta primera parte del Intelectus Fidei, incluiré los tratados de Deo Uno, de Deo Trino, De Creatione , de Antropología teológica, el tratado de Gracia y la Escatología.

Expondré la doctrina del Angélico en seis puntos;

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1. Concepto de Misión;

Debemos decir que en el concepto de misión se incluyen dos cosas; La relación del enviado a quien lo envía, de manera que el enviado procede de alguna manera de aquél que lo envía, y en segundo lugar, la misión incluye la relación del enviado con el término de su misión. Bien porque nunca hubiese estado allí o porque empiece a estar de modo distinto de como antes estuvo.

Aplicando el concepto de misión a la Trinidad, debemos excluir en las misiones divinas el movimiento local, porque Dios está en todas partes.

Por lo tanto, el concepto de misión, conviene a las Personas Divinas del Hijo y del Espíritu Santo en cuanto comienzan a existir de un modo nuevo allí donde ya estaban por la presencia de inmensidad. El Padre envía al Hijo, y ambos al Espíritu Santo. Pero el Padre no es enviado por nadie, sino que se dona al alma. Pues la misma inseparabilidad de las divinas personas en su operar ad extra, impide que cualquiera de ellas exista en el alma sin las demás. Y de aquí que en el concepto de misión invisible vaya incluido y como envuelto el de donación.

Al igual que la misión, la donación incluye un término temporal, en el que lo donado existe de un modo nuevo; pero al mismo tiempo se distingue de ella en que no implica necesariamente origen real de lo donado respecto del donante. Y por eso la donación se extiende a todas las personas, e incluso a la misma esencia divina. De donde se sigue que todas las personas se donan, siendo algunas también enviadas, y el Padre solamente donado.

La misión y la donación en Dios son exclusivamente temporales. La generación y la espiración son solamente eternas. Pero la procesión y la salida son en Dios eternas y temporales.

2. Quién envía.

Si pues, por el que envía se designa el principio de la persona enviada, no puede enviar una cualquiera de las personas, sino sólo aquella a la cual conviene ser principio; y en este sentido el Hijo es enviado por el Padre, y el Espíritu Santo por el Padre y por el Hijo. En cambio, si por persona que envía se entiende el principio del efecto, por razón del cual se habla de misión, entonces es toda la Trinidad la que manda a la persona enviada, como cuando decimos que la Trinidad toda une la naturaleza humana a la naturaleza Divina, en la Persona del Verbo.

En el artículo cuarto, Santo Tomás nos explica que, como el Padre no procede de nadie, en modo alguno corresponde al Padre ser enviado, sino solamente al Hijo y al Espíritu Santo, que es a quienes corresponde proceder de otro. Sin embargo, podemos decir que el Padre se “da”, en cuanto “dar” significa la comunicación liberal de algo.

3. Concepto de Inhabitación

La Inhabitación de las divinas Personas en los justos, es pues, la existencia real y substancial de las Personas divinas en el alma. Las Tres Personas están en nosotros para nuestra libre posesión, goce y fruición. La inhabitación incluye, por tanto, la misión y la donación de las personas, como

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objeto de nuestro conocimiento y amor. Dios está presente como lo conocido en quien conoce, y lo amado en el amante, de manera que la creatura racional llega por su operación hasta el mismo Dios, y se dice que no sólo Dios está en ella, sino que mora en ella como en un templo.

La inhabitación se ordena, como fin, a la plena santificación del hombre y a su glorificación incoada en la tierra y consumada en el cielo. Por eso Santo Tomás enseña constantemente que esta presencia de la Trinidad se nos da a nosotros por razón de nuestra ordenación y tendencia al fin último, el cual consiste en la posesión de Dios.

4. La gracia santificante, por razón de las operaciones de conocimiento y amor, es la causa formal de la inhabitación de las divinas Personas en el alma del justo.

El hombre es afín con Dios y hecho a su imagen porque es poseedor de una forma intelectivo volitiva, y por tanto subsistente. Mientras tanto, la similitud de la gracia, a diferencia de la similitud de imagen, es una participación formal de la divinidad en cuanto tal, de la naturaleza divina en su esencia tal como es vivida en el seno de la Trinidad.

La gracia santificante nos da la facultad de poseer y gozar las divinas personas, sin lo cual no puede concebirse la Inhabitación.

Cualquier otro efecto de orden natural, y de igual modo las gracias gratis dadas, sin la santificante, sólo pueden establecer en nosotros una relación a Dios como causa, no a las personas divinas, ni mucho menos darnos la posesión y libre disfrute de las mismas.

No hay pues otro efecto sino la gracia santificante, que pueda ser razón de que una persona divina esté de nuevo modo en la criatura racional: por lo tanto la persona divina es enviada y procede temporalmente sólo por la gracia santificante.

Igualmente sólo se dice poseemos aquello de que libremente podemos usar o disfrutar; y tener potestad de disfrutar de una persona divina sólo se verifica según la gracia santificante

5. La presencia de inmensidad se presupone necesariamente a la substancial de las divinas personas en el alma, o de inhabitación

Las personas divinas comienzan a existir substancialmente en el alma por la presencia de inhabitación, en cuanto que el alma, sobrenaturalizada por la gracia, dice una nueva relación a Dios, no sólo como uno en esencia, sino también como trino en personas. Luego la presencia substancial de la Trinidad en el alma presupone la de inmensidad.

Ciertamente que las personas por la presencia de inmensidad están en el alma como idénticas con la misma esencia divina, no como distintas entre sí: pero eso no quita para que real y substancialmente estén ya en ella de esa manera. Lo único que falta para que existan también como distintas en el alma es que surja en ella una relación real a las personas divinas en este sentido. Y esto es precisamente lo que hacen los actos de conocimiento y amor, procedentes de la gracia, los cuales tienen por objeto connatural las personas divinas en cuanto distintas, y no sólo como unas con la esencia

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divina. Porque el objeto de las virtudes teologales es el mismo de nuestra bienaventuranza final.

La posibilidad de la presencia de inhabitación sin la de inmensidad implicaría, según Santo Tomás, movimiento local en las personas divinas, lo que es imposible.

Luego de exponer el núcleo del Misterio de la Inhabitación, según la doctrina del Angélico, continuaré relacionando el tema con los restantes tratados teológicos.

En primer lugar podemos relacionar el tema con el tratado de las virtudes teologales.

La virtud teologal de la caridad, es un hábito creado en el alma, que proviene eficiente de toda la Trinidad, pero emana ejemplarmente del Espíritu Santo que habita en el corazón del justo.

“La creatura se une al mismo Dios como es en sí y no solamente según una semejanza remota, por medio de su operación, en cuanto que por la fe se adhiere a la Verdad Primera y por la caridad a la Suma Bondad, resultando así el modo de existir Dios en los justos por la gracia. “

Al inhabitar Dios en el alma del justo, la creatura alcanza el mismo ser de Dios en su substancia, y no sólo en una semejanza suya, por medio de las operaciones procedentes de la gracia. El alma tiene como objeto de su operación el ser de Dios como es en sí mismo y lo conoce y lo ama sobrenaturalmente, con la virtud de la Fe y de la Caridad.

Esta especie de conocimiento experimental de Dios presente en nosotros deriva de la fe esclarecida por los dones de inteligencia y de sabiduría, que están en conexión con la caridad. Cuando la caridad aumenta notablemente en nosotros, se dice que las divinas Personas son enviadas de nuevo (q 43, a 6 ad2), porque se hacen más íntimamente en nosotros, en un nuevo grado o modo de intimidad.

También podemos indicar que, después de la divulgación de la gracia, todos vienen obligados a creer con fe explícita el misterio de la Trinidad.

Ahora bien, pasemos a relacionar el tema con el tratado de Angelis. En lo cual caben tres reflexiones.

En primer lugar, la misión del ángel y de la Persona Divina no se dice por el mismo concepto. El ángel enviado se mueve localmente ( localiter movetur In Sent d 15 q 1 art 1 ad 4, pág 436), puesto que está donde antes no había estado, ya que cuando los ángeles están en el cielo, no están en la tierra, mientras que las Divinas Personas ya están presentes en el alma por la presencia de inmensidad. No decimos que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se mueven localmente, pues en ellos está excluida totalmente la mutación de lugar.

El envío de los ángeles pone una cierta inferioridad de dignidad o de grado del enviado, ya que la acción del ángel se ejecuta por intimación y autoridad de Dios, lo que hace que el ángel sea llamado ministro.

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Por el contrario, no tiene inferioridad de grado la misión de la Personas Divinas, ya que introduciríamos diferencias de dignidad entre ellas, por lo que no se dicen enviadas en ministerio.

Además, el efecto de los ángeles superiores se produce en nosotros mediante los ángeles inferiores. Por ello no se dice que nos son enviados los ángeles superiores, sino los inferiores, los cuales operan inmediatamente en nosotros. Por el contrario, las Divinas Personas son enviadas directamente al alma del justo, sin intermediarios, sino que inhabitan allí real y substancialmente.

En segundo lugar, así como de las misiones de las Personas Divinas hay una visible que se realiza bajo forma corpórea, y otra invisible que consiste en un efecto espiritual, así de las misiones de los ángeles unas se dicen exteriores, cuales son las que llevan consigo ministerio de cosas corporales; y para éstas no todos los ángeles son enviados, y otras son interiores, en forma de efectos intelectuales, a saber, en cuanto que un ángel ilumina a otro. Y según este modo, todos los ángeles son enviados.

En tercer lugar, en cuanto a la Inhabitación de las Divinas Personas en los mismos ángeles, podemos decir que en los ángeles se ha cumplido la misión del Hijo y del Espíritu Santo, en la misma entrega de la gracia y de la gloria, de manera que en los ángeles bienaventurados inhabitan las tres Divinas Personas, a la vez que las contemplan cara a cara.

Continuando nuestro camino por los distintos tratados teológicos, llegamos al tratado de los Sacramentos. Caben también, tres reflexiones;

En primer lugar, debemos decir que las misiones invisibles en el alma del justo, es un efecto de la gracia santificante, y la gracia nos viene ordinariamente por los sacramentos de la Iglesia. Por el bautismo somos hechos hijos adoptivos de Dios, y las tres Divinas Personas comienzan a inhabitar en el alma bautizada. Aunque en el párvulo no se den actos de conocimiento y amor, igualmente las personas inhabitan en su alma. (Turrado 211), pues como dice San Agustín; “el Espíritu Santo habita también en los párvulos bautizados, aunque ellos no lo sepan…”

En segundo lugar, podemos deducir que la gracia santificante, causa de la Inhabitación, está en los sacramentos de la nueva ley de un modo diverso de cómo se encuentra en los justos. Pues, decimos que la gracia habitual está en los sacramentos de modo instrumental, de manera que fluye desde el agente, Dios, hacia el alma del paciente, el justo, a través del instrumento, el Sacramento. La misión, por el contrario, se hace al término, y por consiguiente, la misión de la persona divina no se hace a los sacramentos, sino a aquellos que por los sacramentos, reciben la gracia. Sin embargo, mediante los sacramentos se significa la presencia de la inhabitación divina, como en signos instituidos no temporalmente, sino para siempre.

En tercer lugar, relacionando el tema con el tratado de Eucaristía, podemos señalar que, cuando recibimos la Hostia consagrada, recibimos el cuerpo, sangre, alma y divinidad de Cristo. Ahora bien, por la circuminsesión

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de las Divinas Personas, también recibimos al Padre y al Espíritu Santo, ya que son inseparables al Hijo. Las tres Divinas Personas que ya inhabitan en el alma del justo, también son recibidas por el alma en gracia de una manera especialísima, cuando ésta comulga el cuerpo y la sangre de Jesucristo.

Citando a Garrigou Lagrange en las Tres edades de la vida interior, y dejándole a él toda la responsabilidad de sus palabras, podemos atrevernos a decir que la Trinidad Augusta habita en el alma del justo más y mejor, en cierto sentido, que en el cuerpo del Salvador en la hostia consagrada. En ella está real y sustancialmente, pero la hostia ni le conoce ni le ama. Mientras que la Santa Trinidad está en el alma del justo como en un templo vivo que conoce y ama a su augusto huésped.

En cuanto al tratado de Eclesiología, me centraré en la Iglesia como gran Templo de la Santísima Trinidad.

Hay una relación estrechísima entre la presencia de Dios en su Iglesia, y la especial presencia de Dios en el alma de los justos.

Así como las Divinas Personas inhabitan en el alma de los justos, también están presentes de un modo especialísimo en la Iglesia fundada por Jesucristo, de manera que el Pueblo de Dios participa a su modo en la vida trinitaria. Según las enseñanzas del Vaticano II en la Lumen Gentium 9, este Pueblo de Dios tiene;

Por jefe a Cristo. Como dignidad fundamental; la gracia de la adopción divina, que

nos constituye realmente hijos de Dios a imagen del Hijo. Por Ley; el Evangelio del amor, la ley nueva escrita por el Espíritu

Santo en nuestros corazones. Como misión salvífica; reunir a todos los pueblos e introducir a los

hombres todos en la unidad de la Trinidad. Como destino; el Reino del Padre que nos acoge en sociedad con

el Hijo en el Espíritu, es decir, el reino de la Trinidad sobre todos los espíritus del universo. (L G 9)

La constitución dogmática sobre la Iglesia, nos dice textualmente que este Pueblo tiene por condición la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en su Templo. La misma Trinidad habita en nosotros y el mismo Espíritu nos une en el Hijo.

Finalmente, citando al dominico Philipon, podemos decir que el Pueblo de Dios es, por tanto, el Pueblo de la Trinidad. En el bautismo, el cristiano recibe la gracia de adopción que lo introduce en la Familia del Padre, a imagen del Hijo, para vivir al soplo de un mismo Espíritu en comunión con las tres divinas Personas, y le faculta para trabajar con Cristo para reunir a todos los hijos de Dios en la unidad.

Habiendo hablado durante todo el Intelectus Fidei de las misiones de las Divinas Personas, nos hemos centrado en las misiones invisibles en el alma

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de los justos. Para ir cerrando este estudio, abordaremos el tema de La Misión Visible de la segunda Persona de la Santísima Trinidad, es decir, de la Encarnación del Verbo y estudiaremos el papel de María Santísima en esta misión.

Como enseña San Pablo en su carta a los Gálatas, Habiendo llegado la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiéramos la adopción filial.

Dios Padre, primera persona de la Santísima Trinidad, envía al Verbo a que asuma la naturaleza humana. Es así que la segunda Persona asume la naturaleza humana uniéndola a la Naturaleza Divina en unidad de Persona. El Verbo eterno, engendrado eternamente por el Padre, es enviado por Éste al mundo, naciendo de la siempre Virgen María.

María Santísima, la llena de gracia, posee de un modo eminente las Divinas Personas en su alma por la Inhabitación, y Ella, como nadie, ama y conoce al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

Ahora bien, por su papel singularísimo de Madre de Dios, en Ella se dio otro modo de presencia que no se ha dado en ninguna otra creatura, ni se dará jamás; la de llevar nueve meses en su seno el Verbo Encarnado. Y aquí nos detendremos un poco.

Todo el concurso de la Virgen Santísima en la concepción del Verbo, tanto en virtud de su elevación a la dignidad de Madre de Dios (elevación remota), como en virtud de la actuación de su virtud generativa por obra del Espíritu Santo (elevación próxima), tiende intrínsecamente por sí mismo a la persona Divina, y por ella queda especificado, de manera que la Virgen Santísima, por sí misma, e intrínsecamente, pudo y debió llamarse Madre de Dios.

Ahora bien, una cosa es pertenecer a la unión hipostática, y otra cosa es pertenecer al orden de la unión hipostática. La unión hipostática se limita a sólo dos realidades con absoluta exclusión de cualquier otra, o sea, a la persona del Verbo y a la humanidad sacrosanta de Cristo. Por eso, en orden a la unión hipostática misma, la Maternidad Divina permanece como algo extrínseco, y sólo de un modo indirecto puede referirse a ella. Sólo si se considera la unión hipostática en camino para realizarse y no realizada ya, pertenece la Virgen Santísima de algún modo a ella, como concausa de tal unión. Pero si se entiende por unión hipostática simplemente la unión ya realizada y no en camino para realizarse, no se puede decir que la Maternidad Divina pertenezca a la unión hipostática.

La Virgen Santísima, como la humanidad sacrosanta de Cristo, realiza plenamente la condición requerida para la pertenencia intrínseca al orden hipostático, puesto que la Maternidad Divina, o sea, la virtud generativa de María Santísima, es una realidad que tiende intrínsecamente por si misma al principio que determina ese orden, o sea, a la comunicación personal hipostática del Verbo divino a la naturaleza humana de Cristo.

Por lo tanto, la Maternidad Divina, como la naturaleza humana de Cristo, pertenece intrínsecamente al orden de la unión hipostática. La Madre pertenece lógicamente al orden mismo del Hijo, puesto que ambos términos, Madre e Hijo, son correlativos. Ambos, pues, pertenecen al orden hipostático, aunque no por igual. Cristo pertenece a él formalmente; María Santísima, en cambio, por razón del nexo íntimo y necesario que con Cristo tiene, o sea, con la humanidad terminada por la Persona del Verbo.

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Pero además de su relación estrechísima con la Persona del Verbo, María Santísima es Templo singularísimo del Espíritu Santo y del Padre, como su hija predilectísima; en primer lugar por el hecho de que si todo justo es un ejemplo vivo del Espíritu Santo, con mayor razón la Virgen Santísima. La segunda razón se deriva del hecho de que ella y sólo ella, tuvo el singular privilegio de llevar corporalmente durante nueve meses en su purísimo seno al Verbo encarnado, y por circuminsesión, al Padre y al Espíritu Santo. En tercer lugar porque ella es verdadera y propia Madre de aquel de quien desde toda la eternidad, con el Padre, como de único principio, procede el infinito amor, el Espíritu Santo, y esto aun en el seno mismo de la Virgen Santísima. Y como si esto fuera poco, la Reina de los apóstoles y Madre de la Iglesia, recibió la misión visible de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, en forma de lengua de fuego, en Pentecostés. Con toda justicia, María Santísima es llamada Esposa del Espíritu Santo (León XIII en Divinum Illud 17) y Templo y Sagrario de la Santísima Trinidad.

IV. Conclusión

Luego de haber estudiado el tema de la Inhabitación, llegamos a la conclusión de que la Inhabitación Trinitaria en el alma del justo es un misterio que debe ser contemplado frecuentísimamente, e impregnar la vida toda del cristiano. Dios no permita que nos ocurra lo mismo que al Doctor de Hipona, que confesaba dolorido los extravíos de su vida pasada diciendo; “Yo te buscaba fuera, y Tú estabas dentro…”

Para el sacerdote, ministro de Cristo, este misterio debiera ser centralísimo, puesto que, In Persona Christi, es llamado a darle hijos a Dios, a traer a Nuestro Señor Sacramentado a la tierra, a devolver la gracia santificante y la presencia real de las Tres Divinas Personas a las almas por el sacramento de la Penitencia, en fin, enviado para anunciar al mundo el misterio de Dios uno y Trino que quiere que todos los hombres se salven, y lleguen al conocimiento de la Verdad.

Finalmente para cerrar este trabajo, recitaré una oración compuesta por la Beata Sor Isabel de la Trinidad, gran mística de la Iglesia, a las Tres Divinas Personas presentes en su alma.

“Dios mío, Trinidad que adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mí mismo para establecerme en ti, inmóvil y apacible como si mi alma estuviera ya en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de ti, mi inmutable, sino que cada minuto me lleve más lejos en la profundidad de tu Misterio. Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo. Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí enteramente, totalmente despierto en mi fe, en adoración, entregado sin reservas a tu acción creadora.”

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