Dedicatoria:

Mi abrazo conmovido a todas las personas que habitan las historias que

sustentan este poemario territorialmente situado, esa franja final del tercer

patio, más allá de la fosa común y de los miles de muertos, más allá de la

mujer que llora de Helga Yuffer, se encuentra el cementerio de angelitos en

mi pueblo. Cuando una arranca del lugar en el que nace, lo único que nunca

deja atrás son sus muertos. Especialmente dedicado al recuerdo de mi

hermano Carlos y mi prima Gabriela.

La muerte es una tabla rasa,pero cuando toca a un niño es una tabla con clavos,una reunión de astillas,el borde de un volantín, un suicidio,una última llamada,una lección de humildad,una miseria…

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Presto oído a todo.El carro arrastra un pequeño cajón blanco, un angelito.

Me da pudor mirar a la madre y a la abuela que se distinguen entre todos los cuervos familiares

porque llevan globos de helio en el gesto multicolor más oscuro posible.

Chirrea el carro.Para llegar al cementerio de angelitos hay que pasar por todos los

muertos del siglo.

Lloran los de atrás, seguramente compañeros de oficina de la madre

o del padre, que va a un costado con cara de responsable de todo(esa torpe carga de los hombres, ese peso gratuito de los padres).

Los de la primera fila seguramente ya putearon contra Dios y contra la esperanza,

recibieron la más dura lección del desapego y se despertarán a medianoche creyendo

que el hijo les llama desde su pieza.Algo les faltará por siempre,

seguirán trabajando y quizás pariendo, pero se mirarán los muñones amputados y les dolerá el vacío.

El dolor es un juego de la mente.

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¿No son ya las tres de la mañana, hora en que toda madre

duerme temiendo el día por venir?

¿No es excesivo este hedor de librería, de tinta fresca, de libro nuevo, de ansiado comedor de letras?

¿No debiera haber acabado el llanto y el destrozo,ese lento, demoledor destrozo de imaginar que el mundo

pulsa de acuerdo a nuestra conveniencia?

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¿Cuántos muertos vela la madre que solloza?A juzgar por el número, grosor y persistencia de sus lágrimasvela todos los muertos de la patria,pasados y futuros,incluso los presentes muertos que se encuentran en campaña electoral.

Fetiche doloroso se yergue el arbolito de pascua sobre la tumba del hijo,una gastada tarjeta con música cae empujada por el viento y su melodía alegre (ding dong bell, ding dong bell…) es la cosa más triste que he escuchado.

Los hijos que aborté se me revuelven dentro.La maternidad es un ensayo de cuchillos que rebana el corazón como pan campestre.

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En el cementerio de angelitos suena una ronda.Como todas las rondas, debiera estar prohibida.

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La muerte es un oscuro pasillo franciscano.Recuerdo que con pocos años y mucha labia,

seguí al Padre Pedro a su dormitorio junto a otros alborotados.

Entonces no lo supe,(me faltaba mucho por saber).

Se me descubrió la muerte,púber y hermosa,

como el amor a los trece años.Desnuda sobre la cómoda del cura

que regalaba estampitas de San Franciscoa los que harían la Primera Comunión,

estaba la muerte mirándome.

Entonces no lo supe,(me faltaba mucho por saber).

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La madre pregunta.

El padre no contesta.

A la otra hija le duele la orfandad en que la tienen.

El abuelo se rebela y se niega a volver a misa:desde el jardín de su casa escucha las campanascomo si un perverso enano asesino las tañera y el parlante con forma de mundo nunca le pareció más feo que ahora.

La abuela no riega el huerto,deja secarse los crisantemos y las fresias de la orilla de la reja. Olvida también la clepia en la galería este de la casa.Nunca más vuelve a cruzar la plazoletay odia para siempre las camionetas rojas.

Sobre la tumba, gira un remolino.

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¿Quién podría quererte ahora que das alaridos de carnero,ahora que te caes de rodillas,

que amenazas con matarte,que no recuerdas hace cuánto yaciste en una cama, urgente,

marcando como loba las sábanas?

¿Dónde están los amantes que amenazaron tu estabilidad matrimonial, los callados amigos con ventaja,

los abonados a tu sexo,ahora que no sabes qué día es,

ni cómo se sigue viviendo en una ciudad tan pequeña,una ciudad-compartimento, un abrevadero de caballos

en el que todo te lo recuerda?

¿Dónde están las amigas que te sostuvieron el pelocuando ebria y hermosa vomitabas tus excesos?

Anteayer murió tu hijo en el vientre y hoy lo entierras sola,

contenida apenas por una tía vieja que intenta convencerte que todo pasa…

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Un osito de peluche llora.Es primera noche que duerme solo…

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Huele mal.Todo huele mal,pareciera que la nariz decodifica en contrario,que tiene nidos, pajonales, cubiles de víboras que cuidan sus huevos podridos.

Sabe mal.Pareciera que la lengua ha mutado en lonjas de tocino viejo.

Tomas fotografíasy pareces un pionero luchando con su propia caja negra,destellas fugazmentey acopias imágenes de momentos idos.

Eres un carnaval pobre,la intrépida decisión de seguir moviéndotees más triste que si te dejaras morir de hambre.

Persistes en la alegría;pero todo va mal:cojeas,tiritas,te repliegas… La foto queda velada.

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Como si no fuera suficientetener horadado el pecho,

torcida la buena fe como un alambre de cerca.

Como si fuera poca cosa ser ahora una vena de agua clausurada,que todas las sogas te parecieran poco firmes,

que no te resultaran los mecanismos de evasión,que te tomaras el veneno para ratas

y pasaras la vergüenza que el lavado estomacal te lo hiciera tu vecino.

Como si toda esta sórdida historia de la maternidad liquidadano te hubiera convertido en otra,

como si no te miraran con fastidio y con miedo las otras madres en el parque,

hoy que se cumplen tres años, dos meses y cuatro días de duelogolpea tu puerta un receptor judicial que te anuncia la demanda de

divorcio.

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Llegan en tropel las mujeres a la clínica (madre, suegra, hermanas, sobrinas y desconocidas clientas).

traen ropa pequeña, pañales, ramos de flores con tarjetas,traen toda su algarabía mujeril a cuestas.

Pero algo te duele, hay una piedra en tu sandalia de taco...

Parece una traición olvidar que hace mil cuatrocientos díasvinieron con flores blancas a la misma clínica

y te miraron con confundida condescendencia,cuando sentada en el piso te negabas a aceptar que estaba todo

concluido:

El corazón de tu niño fue una cajita musical a la que olvidaste darlecuerda.

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Quizás sí fue que le faltó la lanita roja en el pie derechoo la medallita de San Benito que tanto miedo me dio prenderle de las ropas…

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Me perdono.Dejo de reconstruir inútil y gravemente

los pormenores de ese día,sus pulmones que sufrieron la trasquila de dos noches malas,

dejo de tiritar cuando escucho toser a otras guaguas en la micro.

Olvido el trueno,la persistente lluvia,

los charcos en el camino.

Renuncio a pensar qué hubiera sucedido si tuviera plata, si me hubiera conseguido un auto para llevarla a medianoche,

si hubiera quebrado la alarmante tendencia al alza de la fiebre,si hubiera insistido en darle una aspirinita disuelta en agua…

Deserto de este ejercicio inservible,de la tarea improductiva de pensarlo a diario.

Me perdono.Lentamente abro los ojos y camino.

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Cementerio de angelitos,carpeta de bautismos precoces.

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Me sobraron todas las palabras,se me crisparon en la lengua,bebimos el té en silencio y en el desamparo.Tres cosas me han parecido tristísimas:El pastel de cumpleaños enterrado este 8 de Abril,el columpio solo en la mitad del patio,su pieza como una animita dentro de la casa.

Mi ahijada es un álbum de fotos corruptas sobre la pared.

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Tengo un niño al que le tejí chales celestes,con punto cruz bordé sus sábanas

y le hice ositos barrigones de fieltro.

Las cortinas conversan con el cobertor de la cunay compré un libro para elegir el nombre adecuado.

(Porque el nombre marca, incluso doblega,nada podía ser al azar).

Tengo un niño dormido,un niño que no despierta jamás.

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Morir de pronto.Morir sin explicación o negociación que lo sustente

Morir durmiendo.Morir sin velar el cuerpito afiebrado,

sin hacer todo lo posible,sin convertir la enfermedad en una cruzada,

una lección o un purgatorio,sin miradas culposas o asesinas entre los padres.

Despertar con el hijo todavía tibio,a un costado de tu cama. Morir de muerte súbita.

Morir por estadística (uno por cada dos mil).

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