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Línea roja (muestra)

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"Línea roja" es el título del diario (2009-2010) de José Luis García Martín

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José Luis García Martín

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COSAS QUE NUNCA DIRÍA

Domingo, 27 de septiembreDOCTOR MENGELE

Nunca me ha molestado en exceso engañar a los demás, siempre que fuera con buen fin. Lo que no soporto es engañarme a mí mismo, y creo que me he pasado la vida haciéndolo. Ahora que estoy a punto de cruzar la línea roja tras de la cual el único cambio que se admite es el acelerado deterioro, he decidido afrontar un programa serio de reformas. Pero para ello lo prime-ro que hace falta es observarse con rigor y sin autocomplacencias. Algo especialmente difícil. Si me miro a mí mismo, siempre me veo mucho mejor de lo que soy. Para verme bien necesito mirar a los demás. Por eso desde hace unos meses he comenzado a hacer una ficha de cada persona mayor de cincuenta y cinco años que co-nozco. En ella voy anotando el resultado de todas mis observacio-nes con la mayor objetividad de que soy capaz, como si se tratara de cobayas en un laboratorio. Muchos enemigos me ganaría si esas fichas se divulgaran, pero el rigor científico no admite la piedad. A mí me resultan muy útiles. ¿Hay algo en común en todos esos sujetos que someto a mi observación? Todos nos creemos mejores de lo que somos. No solo yo. Y gracias a eso nos sopor-tamos a nosotros mismos. Ahora que voy a cumplir sesenta años quiero verme sin com-placientes veladuras. Una hazaña de la que pocos son capaces. Y seguir aprendiendo con cada tropezón. Nunca condescenderé con las abusivas generalizaciones, el pen-samiento en blanco y negro, la empobrecedora rutina, la falta de

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curiosidad. Haré todo lo posible por seguir siendo un exigente alumno, un adolescente inseguro y curioso y nada complaciente hasta el final.

Lunes, 28 de septiembreCIRCOLO DEI FORESTIERI

Llovía cada vez con más fuerza. Bajo los toldos, en la alta terraza del Circolo dei Forestieri, todas las mesas estaban ocupadas, pero solo dos de ellas con una sola persona. Éramos los únicos solita-rios y eso hizo que nos miráramos más de una vez con simpatía. Los dos teníamos delante un café, un libro y un cuaderno. No sé lo que escribiría ella en su negro moleskine. Yo anoté, como hago siempre que me sobra el tiempo y no tengo ganas de pensar en nada, unos cuantos haikus. Entre la lluvia, sobre el fosco mar, se entreveía la silueta de Capri. Abro ahora el cuaderno y me entre-tengo en descifrar los garabatos de entonces:

Vuelvo a mirarte. / Ya no estás, eras sueño, / y aún me sonríes.Qué lentamente / de la luz a la sombra / el mar, el cielo.Ese alto pino / de Ulises supo y supo / de mí contigo.Oigo tus pasos, / reloj que no descansas / hasta alcanzarme.A nadie espero /y en esta mesa sola / sigo esperando.Ese ladrón / cada día que pasa / me roba un día.Tortuga inmóvil, / ¿acaso esperas / que llegue Aquiles?Tanta luz fuera / y en los ojos que miro / toda la noche.La noche entera / en la cama muy juntos / el tiempo y yo.Se sienta con nosotros. / No sabe que está muerto. / ¿Quién se

lo dice?Sé que prefieres / la plena luz del día / para asustarme.Sobre la mesa / el queso el vino el pan / y unos limones.

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Eso es lo que yo escribí, sin pensar en lo que escribía, mientras fantaseaba una novela con aquella mujer todavía joven y solitaria que en Sorrento leía los Sonnets from the Portuguese, de Elizabeth Barrett Browning, y que quizá a su vez soñaba una novela en la que yo era el protagonista. Soñemos, alma, soñemos.

Martes, 29 de septiembreSECRETOS INCONFESABLES

Hay verdades que resultan ofensivas y, por eso, una persona bien educada lo primero que debe aprender es a callar buena parte de lo que piensa. Como todo el mundo, yo también tengo mis secretos incon-fesables. Ni siquiera a mis amigos más íntimos me atrevería a decirles que me sobra el dinero (y no porque gane mucho sino porque necesito menos), que me gusta pagar impuestos (y siem-pre pago el máximo correspondiente sin recurrir a ninguna argu-cia legal para rebajarlos), que con nada disfruto más que con la vuelta al trabajo tras las vacaciones. Si yo dijera algo así, perdería las pocas simpatías que tengo. Pero qué le vamos a hacer, cada uno es como es. De sobra sé que nada resulta más rentable que el victimismo y la ramplona demagogia. Cuando entro en un museo, en una biblioteca pública, cuan-do cruzo un elevado viaducto o paso delante de un bullicioso centro escolar a la hora del recreo, siento la satisfacción de saber que todas esas maravillas las estoy costeando yo en la medida de mis posibilidades. Nada de lo que pudiera comprar con el tercio de mis ingresos que se lleva hacienda me haría más feliz. Y cuando tras las interminables vacaciones entro otra vez en clase, saludo a los alumnos que me miran atentos, comienzo a hablar de historia y de literatura, siento siempre –como me ha ocurrido hoy– que el mundo vuelve a estar bien hecho.

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Pero si yo dijera en público estas cosas, cuánta gente se ofen-dería. Por eso hago lo que todos: quejarme. Que nadie se entere de que con insultante frecuencia soy feliz.

Miércoles, 30 de septiembreUNA FIESTA EN LA NOCHE

A veces, mientras tomo el café de la mañana o de la tarde, al-gún desconocido se acerca a saludarme. Es lo que ha ocurrido hoy en Los Porches. «Perdone que le moleste. Su escrito de ayer, esa especie de diario, me ha traído tantos recuerdos… Yo tam-bién estuve en Ischia, pero de eso hace medio siglo. Allí tuve un encuentro que decidió mi vida. Estudiaba ingeniería en Italia, de donde es parte de mi familia, y un día decidí dejarlo todo y hacerme sacerdote, con gran disgusto de buena parte de mis amigos. Un tío abuelo mío, que era párroco en Santa María de Portosalvo, estaba un poco enfermo, y allá me fui durante el verano para hacerle compañía. Una noche en que no podía dor-mir me dio por pasear por el estrecho camino que avanza hacia el centro de la isla por detrás de la iglesia y las termas militares, que usted conocerá. A un lado y otro, hay casas de campo y villas de recreo. En una de las más hermosas daban una fies-ta. El jardín estaba lleno de jóvenes elegantes y de jovencitas en traje de noche. Bebían y reían, charlaban en grupos, sonaba una música no estridente, como en sordina. Yo me quedé para-do ante la verja, mirando con cierta envidia aquella imagen de la felicidad (la vida en la isla, sin más mundo que mi tío y las beatas que frecuentaban la iglesia, comenzaba a aburrirme). Al notar que la puerta estaba entreabierta, sin pensarlo dos veces, me colé dentro. Un sirviente pasó con una bandeja y yo cogí una copa. Deambulé entre los grupos. De pronto, un hombre algo mayor que los demás invitados, me hizo una seña: «Ven conmigo». En una ventana del primer piso creí entrever el brillo

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de dos ojos que me observaban. Entramos en la casa, penumbro-sa (toda la luz y la animación parecía concentrarse en el jardín), subimos unas escaleras, abrió la puerta de una habitación, me invitó a entrar y la cerró suavemente tras de mí. Él se quedó fue-ra. Una mujer se me acercó bruscamente, casi podría decir que se abalanzó sobre mí. Lo que ocurrió después no hace falta que lo cuente. Al salir, el hombre me entregó un sobre. Lo guardé en el bolsillo del pantalón en un gesto inconsciente. Cuando lo abrí más tarde, vi que contenía dinero. No demasiado. Naturalmente aquella historia, que me dejó tan confuso como satisfecho, todo hay que decirlo, fue el fin de mi vocación religiosa. Entendí lo ocurrido bastantes años después, hojeando, antes de entrar a ver los cuadros, el catálogo de una gran exposición que se celebraba en el Reina Sofía. Resulta que el pintor había pasado un verano en Italia, precisamente en Ischia. Las fechas coincidían. Ahora estoy jubilado, tengo tres hijos, cinco nietos, y sonrío al pensar que toda esa felicidad se la debo a que una mujer, Gala Dalí, se encaprichó una noche de fiesta del aturdido seminarista que se había colado en su jardín».

Jueves, 1 de octubreENVEJECER

Subrayo unas líneas de Eugenio Montes: «De eso iba a escribir cuando tomé la pluma y hablé de otras cosas. Uno se va haciendo viejo y envejecer es dejar que los recuerdos se enreden unos con otros, divagar sin llegar nunca a ninguna parte, o quizá sufrir que los demás le llamen divagación a lo que es sustancia última de una vida». Y otras de Somerset Maugham: «Está bien que un caballero, pasados los sesenta años, tenga vida sexual, pero no resulta correcto que hable de ella».

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Viernes, 2 de octubreMI FAI VOLARE

Hay un rincón en Nápoles que a mí me gusta especialmente. Está en el Vomero, pasado el parque de la Floridiana, al final de la calle Luca Jordano. En el Vomero, mucho antes de que existiera el funicular, vivió el filósofo Benedetto Croce y cuando bajaba a la ciudad lo hacía calmosamente en burro. Desde allí se ve el puerto de Mergellina, la deslumbrante bahía, las islas misteriosas. A este rincón acostumbran a venir los enamorados. En el suelo y en los peldaños de las escaleras escriben sus decla-raciones de amor con grandes letras: «Solo tu mi fai volare, senza mai cadere giù, mi dai sempre de più, del passato no m’importa, ció que conta é averti qui». Solo tú me haces volar… Las parejas se abrazan contra la barandilla y a veces parece que van a salir verdaderamente volando sobre el azul del mar. Antonio Beccadelli hizo lo mismo que estos enamorados en un gozoso libro y en el latín lustral de los humanistas. Entre pro-caces bromas que emulaban a Marcial y a los Carmina priapea escribió: «Ardo, el corazón se me consume de llamas secretas. / Y cuanto más callo, más crece mi dolor». Hizo lo que hacemos todos con un amor secreto: callarlo a gritos.

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índice

Instrucciones de uso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5Sobre un secreto amor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7Cosas que nunca diría . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13Una naranja y un limón de oro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19Sin discusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25La tentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31Aventura y abismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37Un engaño piadoso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4 3Deprisa, deprisa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49Del tiempo aquel . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55Viajes e historias. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61De ayer y de hoy. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67Con cien candados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73Libre te quiero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7 9Historias reales. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8 5Contra este y aquel. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91El faro y yo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97La mujer de negro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103Jugar al escondite . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109La aventura del reloj . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115Siempre ocurre lo inesperado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 21Donde tropieces y caigas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127Café con libros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133El invierno en las ciudades . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139De momento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145Una casa en Cerdeña . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 151Decir sin estar diciendo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 57El omligo del universo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 63Quién está de fiesta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169

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Cuanto sé de mí . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 175Historias con historia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181Ritos y revelaciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 87Diorama. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 193Vida mía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 199El arte de quedarse solo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 205Algunas cosas que nunca diría . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 211Su rutina de amor, de ocio y de muerte . . . . . . . . . . . . . . 217El coleccionista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 223Ley de vida. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 229Flor y dinosaurio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 235Al final de la escalera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 241Ochenta mundos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 247