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Mabel Thwaites Rey- Autonomíayestado2004

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  • MABEL THWAITES REY

    LA AUTONOMA COMOBSQUEDA, EL ESTADOCOMO CONTRADICCIN

  • Prometeo Libros, 2004Av. Corrientes 1916 (C1045AAO), Buenos AiresTel.: (54-11) 4952-4486/8923 / Fax: (54-11) 4953-1165e-mail: [email protected]

    ISBN: 950-9217-Hecho el depsito que marca la Ley 11.723Prohibida su reproduccin total o parcialDerechos reservados

    Diseo y diagramacin: R&S

  • NDICE

    INTRODUCCIN .......................................................................... 9I- LA AUTONOMA COMO MITO YCOMO POSIBILIDAD ................................................................ 111- Neoliberalismo y protesta social .......................................... 132- Autonoma: un concepto de mltiples significados ........ 17

    A- Algunas definiciones tericas ..................................... 17B- Posturas polticas e ideolgicas ................................. 22C- La autonoma prctica ............................................ 28

    3- Potencialidad y lmites de la autonoma ............................ 35A- Razones de frustracin ................................................ 35

    a. No definicin de tareas ......................................... 35b. Ausencia de enlaces .............................................. 39c. Falta de recursos .................................................... 43d. Idealizacin de la autogestin ............................ 44

    B- La autonoma mitificada ............................................. 47a. La batalla por la horizontalidad ......................... 47b. El sujeto de la emancipacin ............................... 49c. Ms all del altruismo evanglico yla laborterapia ........................................................ 50d. La delegacin por confianza ........................... 53

    II- EL PODER POLTICO Y LA DIMENSIN ESTATAL ... 571- Elogio de la poltica ................................................................ 59

    A. La poltica como terreno de disputa ......................... 61B- Anti-poder o impotencia? .......................................... 65C- La autogestin anticipatoria ...................................... 68

    2- El estado como contradiccin ............................................... 72A- La respuesta contradictoria del formatobenefactor ............................................................................ 74B- Un estado que es-no es-y puede ser .......................... 79

    NOTAS 85BIBLIOGRAFA ......................................................................... 109

  • 7A la memoria de dos imprescindibles:Rodolfo Shcoler y Emilio J. Corbire

    Las andanzas insospechadas de la primera ver-sin de este ensayo, que circul por internet, fueron elestmulo central para su publicacin en papel. Surgi-do como puntapi inicial para una discusin mayorsobre autonoma en el mbito del Departamento deEstudios Polticos del Centro Cultural de la Coopera-cin, el entusiasmo de Emilio Corbiere, que lo distri-buy de inmediato por ARGENPRESS, hizo que aquelborrador cobrara, casi, vida propia. Gracias a los co-mentarios y debates que suscit, especialmente en losmovimientos sociales, reelabor esta versin conside-rablemente ms larga. Trato aqu de incorporar las re-flexiones ms oportunas y sugestivas que recib, ascomo las referencias bibliogrficas que amplan el temay pueden abrir caminos para otras reflexiones. Por esoen estas pginas estn los ecos del apasionado debateque no se ha agotado, sobre las perspectivas de lasluchas populares emancipatorias y el fantasma omni-presente del poder poltico encarnado no slo, peronodalmente en el estado. Para facilitar la lectura endistintos planos y no entorpecer el razonamiento ar-gumental central, opt por mantener una exposicin

  • 8de lectura ms fluida en el cuerpo principal del texto eintroducir datos adicionales y consideraciones acla-ratorias en notas finales. La intencin es contribuircon algunas ideas y referencias histricas y tericas,al siempre provisorio anlisis de una realidad que sejuega a diario en las cadas y las esperanzas de losque luchan por un mundo mejor. De los muchos apor-tes recibidos quiero destacar algunos en particular.Luis Mattini inici la polmica, que se reflej en unnmero de Cuadernos del Sur. Tanto a l como al co-lectivo editor de la revista les debo mi reconocimiento.Omar Acha y Mara Cecilia Cross hicieron sealamien-tos muy atinados a distintos borradores, incluido elque present y discut, alentada por Ana Dinerstein,en la Conferencia Internacional de la asociacin delatinoamericanistas britnicos (SLAS), realizada enLeiden, Holanda. Felipe Jolly, con paciencia infinita,corrigi la versin en ingls. Jos Castillo, Hernn Ouvi-a y Miguel Mazzeo tuvieron la enorme generosidadde tomarse el trabajo de una lectura rigurosa y hacer-me crticas, precisiones empricas y aportes tericoscentrales para esta versin. A todos ellos va mi grati-tud, con la esperanza de no defraudarlos con el resul-tado final, del cual, como se suele decir en estos casos,no son responsables.

  • 9INTRODUCCIN

    Autonoma es una palabra bella. Nombra la posi-bilidad de expresin sin condicionamientos, sin ata-duras, sin restricciones, de actuar por voluntad pro-pia y de pensar sin lmites. Evoca el campo deseadode la libertad. Casi como su opuesto, la palabra estadose asocia a las fronteras, los obstculos, los constrei-mientos, las imposiciones, la opresin. Es el mbitotemido de la represin. Pero las prcticas concretas enlas que se expresan autonoma y estado, libertad ycoaccin, presentan los matices, las sutilezas, las bs-quedas y las contradicciones que conforman el mate-rial con que se construye la realidad, en su vital acon-tecer de materialidades y smbolos diversos.

    En este trabajo no intentamos hablar de las pala-bras, sino de las formas concretas en que aquellas en-carnan. En los aos recientes, al calor de las luchasglobales y locales, se ha extendido mucho la idea deque la emancipacin social no debe tener como eje cen-tral la conquista del poder del estado, sino partir de lapotencialidad de las acciones colectivas que emergeny arraigan de la sociedad para construir otro mun-do. La autonoma social versus el poder del estadoha pasado a ser una dicotoma no solo presente en losdebates polticos y acadmicos, sino que ha adquiridosingular operatividad en las prcticas sociales y pol-ticas histricamente situadas.

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    Las pginas que siguen surgen a partir de dos pre-ocupaciones estrechamente relacionadas entre s, y queenlazan autonoma y estado. La primera tiene que vercon las perspectivas de los nuevos movimientos po-pulares en la Argentina, especialmente activos traslos sucesos de diciembre de 2001, y muy influidos porla bsqueda de autonoma. La segunda inquietud vie-ne de ms lejos y se refiere a la naturaleza del poderpoltico y al papel de los estados nacionales, sobretodo los perifricos como el argentino, en un escenariomundial signado por la globalizacin y la preponde-rancia guerrerista de Estados Unidos. Aqu se intenta,a partir del prisma de la experiencia argentina, poneren cuestin las potencialidades y los lmites que tienela nocin de autonoma para gestar y sostener accio-nes colectivas significativas, as como indagar sobreel papel contradictorio de los estados nacionales paray en la lucha poltica. Este afn de indagacin no tie-ne, sin embargo, un sentido meramente descriptivo oabstracto. Incluye la pasin por aportar elementos parapensar y repensar los caminos emancipatorios

    En la primera parte se pasa revista a las distintasconcepciones terico-polticas de la categora auto-noma y a sus implicancias para la praxis social. En lasegunda se analiza el lugar de la poltica y el papel con-tradictorio de los estados nacionales. En ambas est pre-sente una discusin con ciertas visiones autonomistas yla reivindicacin de una perspectiva gramsciana paraanalizar y empujar las posibilidades de superacin po-ltica y social.

  • I- LA AUTONOMA COMOMITO Y COMO POSIBILIDAD

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    1- NEOLIBERALISMO Y PROTESTA SOCIAL

    La larga hegemona neoliberal de las dcadas delos ochenta y los noventa, adems de sus desastrososefectos sociales, ha impactado de manera decisiva enlas prcticas concretas en torno del poder y, como nopoda ser de otro modo, sobre la forma de concebirlo yla de enfrentarlo. La nocin de poder, en su acepcinmas corriente, remite a los formatos en que se expresala capacidad de hacer o de imponer una voluntad so-bre otra en las relaciones sociales. En trminos polti-cos ms acotados, el poder tiene que ver con las for-mas de autoridad y dominacin que se inscriben en elestado y, como contracara, tambin con las prcticaspopulares que se proponen impugnarlo, contestarlo yconstruir alternativas al capitalismo realmente exis-tente.

    A partir de la expansin de la globalizacin neo-liberal, se puso fuertemente en cuestin al estado-na-cin, ya no slo en cuanto a su tamao o formato, sinoa su funcionalidad con relacin al mercado mundial.Y si esto es relevante para el conjunto de los estadosnacionales, respecto a la periferia capitalista adquiereuna dimensin crucial. Las polticas neoliberales, quecorroyeron las bases econmicas, sociales, polticas y

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    culturales de las dbiles democracias latinoamerica-nas, tuvieron como eje la subordinacin cada vez msprofunda a la lgica de circulacin y acumulacin delcapital a escala global (Born, 2000). Esto implic unacotamiento mayor de los mrgenes de accin estatalpara formular polticas pblicas y, correlativamente,un resurgimiento, desordenado y contradictorio, delas prcticas sociales encaminadas a enfrentar o re-solver los problemas planteados por la desercin es-tatal.

    En ese marco, en los aos recientes ha empezado arevitalizarse una nocin que tiene sus races en dis-tintas tradiciones emancipatorias: la autonoma. Estoes, la idea de que la construccin poltica alternativano debe tener como eje central la conquista del poderdel estado, sino que debe partir de la potencialidad delas acciones colectivas que emergen de y arraigan enla sociedad para construir otro mundo (Negri-Har-dt, 2000, Holloway, 2001, Cecea, 2002, Zibechi, 2003).Estas ideas no solo circulan en el campo del debatepoltico y acadmico, sino que han logrado variadaencarnadura en mltiples expresiones sociales con-testatarias. Desde el crecimiento de los movimientosopuestos a la forma de globalizacin impuesta por elcapital que alcanzaron sus picos de expansin enlos Foros Sociales Mundiales y en las movilizacionescontrarias a las cumbres capitalistas en Seatle, Gno-va y Davos, hasta el surgimiento de experiencias po-pulares alternativas en Amrica latina, como el zapa-tismo, el movimiento indgena ecuatoriano y el de losSin Tierra de Brasil, pasando por las luchas de lospiqueteros, las asambleas populares y las fbricasrecuperadas de Argentina, el abanico de instanciasque cuestionan el capitalismo realmente existente ysus formas econmicas y polticas es amplio.

    Pero no obstante reconocer la revitalizacin que alas luchas emancipadoras le aporta la nocin de auto-

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    noma de los sectores populares respecto al sistemapoltico dominante (instituciones estatales, partidospolticos), no puede dejar de sealarse cierta coinci-dencia con el nfasis puesto por el neoliberalismo ensu prdica anti-estatista y anti-poltica. Esto es lo queJoachim Hirsch (2001) ha llamado el totalitarismo dela sociedad civil. Ms an, desde la prdica y lasprcticas neoliberales se ha hecho un culto de la so-ciedad, llegndose a pregonar las ventajas de la par-ticipacin en los asuntos comunes, como forma deacotar la capacidad de accin del estado. No en vanouna de las recetas principales del Banco Mundial enlos aos noventa, por ejemplo, ha sido el procurar laimplicacin de los sectores sociales involucrados enlas polticas pblicas, como una forma de sortear a lasburocracias y de ahorrar recursos.

    La historia argentina reciente es ilustrativa de comocobran encarnadura tales modelos tericos en si-tuaciones realmente existentes y producen sus pro-pias explosiones econmicas, sociales y polticas. Lacrisis del modelo neoliberal instalado en 1976 por ladictadura militar y llevado a su mxima expresindurante la dcada de los noventa, estall en la Argen-tina a fines de 2001. El proceso de reforma estructuralencarado en gran parte de los pases de Amrica lati-na, y especialmente en la Argentina por el gobierno deCarlos Menem (1989-1999), acentu las desigualda-des sociales y econmicas de gran parte de la pobla-cin de la regin, aumentando a niveles sin preceden-tes la desocupacin, la pobreza y la marginalidad so-cial. En la Argentina, las consecuencias de la aperturaeconmica indiscriminada ligada a la sobrevalua-cin del peso, la privatizacin de los servicios pbli-cos y del sistema jubilatorio, y la descentralizacin defunciones bsicas como la educacin y la salud, im-plicaron un cambio radical en el mapa social del pas.El remate se dio con el colapso del rgimen de conver-

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    tibilidad, que desde 1991 haba logrado una precariaestabilizacin de precios equiparando el peso al d-lar. La salida catica de este rgimen ya agotado, im-puesta por el FMI, los acreedores externos y la admi-nistracin de George Bush, provoc una brutal deva-luacin y la cada en default de la deuda pblica yllev los ndices de pobreza a superar, de modo indi-to, el 50% de la poblacin. Todo esto tuvo un impactomuy grande sobre las formas clsicas de concebir lalucha poltica y la protesta social que, a su vez, seengarza con los cambios operados a escala mundial(Thwaites Rey, 2003).

    El 2001 fue un ao crucial, signado por una cati-ca gestacin de la crisis. El 19 y 20 de diciembre, enjornadas histricas, miles de personas se lanzaron alas calles del pas a protestar y provocaron la cadadel gobierno de Fernando De la Ra. La consigna pro-totpica de esta etapa, "que se vayan todos (QSVT), lo-gr expresar el rechazo absoluto, visceral y virtual-mente unnime al impotente gobierno surgido comode centro-izquierda y ubicado rpidamente a la de-recha y al modelo neoliberal. En el QSVT estaba con-tenida la demanda de que desapareciera toda la diri-gencia (poltica, sobre todo, pero tambin sindical, ju-dicial, econmica, etctera) que haba llevado el pasal desastre.

    Junto a una intensa activacin de la participacinpopular en manifestaciones y acciones pblicas dediverso tenor (desde los cacerolazos1 y los escra-ches2 de los sectores medios pauperizados, hasta lasprotestas de las organizaciones de desocupados pi-queteros)3, en esta etapa cobraron nuevo impulso lasexperiencias de autogestin de las fbricas recupera-das por los trabajadores (embrionarias antes de 2001y con un desarrollo creciente tras la agudizacin de lacrisis) y de los movimientos piqueteros4 (cuyo origense remonta a 1996), a las que se sumaron las novedo-

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    sas formas de auto-organizacin de los vecinos de losprincipales centros urbanos en asambleas barriales(a partir de diciembre de 2001).1 Si bien estas experien-cias, que tuvieron su punto de mayor auge en 2002,fueron declinando de manera dispar, an constituyenun ncleo insoslayable para pensar nuevas formas dearticulacin del poder popular y tambin para identi-ficar sus posibles lmites.

    En el contexto del pensamiento y las luchas anti-globalizacin en el nivel mundial, en la Argentina tam-bin se intensificaron los debates en torno a la posibi-lidad de producir cambios radicales a partir de la ac-cin de los nuevos actores emergentes de la protestasocial, especialmente tras las intensas jornadas de di-ciembre de 2001. Uno de los aspectos ms significati-vos de estos movimientos es que han sido ledos porsus protagonistas, por sus mentores o por diversosanalistas como portadores de una potencialidad au-tonmica sobre la que podra fundarse un nuevo pro-yecto social, contrapuesto o alejado de las estructurasestatales existentes. Esto nos impone efectuar una re-visin conceptual de las distintas cuestiones tericasy prcticas que se ligan a la idea de autonoma.

    2- AUTONOMA: UN CONCEPTO DE MLTIPLESSIGNIFICADOS

    A- Algunas definiciones tericas

    En primer lugar, podemos distinguir varias pers-pectivas sobre el concepto:

    1- Autonoma del trabajo frente al capital. Se refie-re a la capacidad de los trabajadores para gestionar laproduccin, con independencia del poder de los capi-talistas en el lugar de trabajo. Se vincula a la autoges-tin de los trabajadores y, en algunas perspectivas, a

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    la posibilidad de lograr un "comunismo alternativo",que por su propia expansin, logre forjar una formaproductiva superadora del capitalismo.6

    2- Autonoma en relacin a las instancias de orga-nizacin que puedan representar intereses colecti-vos (partidos polticos, sindicatos). Plantea la existen-cia de organizaciones de la sociedad que no se some-ten a la mediacin de los partidos y operan de maneraindependiente para organizar sus propios intereses.Conlleva la nocin de auto-organizacin. La posicinmas radicalizada es la que rechaza cualquier formade delegacin y representacin y reclama la participa-cin individual directa en todo proceso de toma dedecisiones que involucre lo colectivo. Apuesta, inclu-so, a bloquear la emergencia de liderazgos, acotandoa la categora de portavoces rotativos a quienes even-tualmente hablan en nombre del colectivo.7

    3- Autonoma con referencia al estado. Supone laorganizacin de las clases oprimidas de modo inde-pendiente de las estructuras estatales dominantes, esdecir, no subordinada a la dinmica impuesta por esasinstituciones. En algunas versiones implica el recha-zo a todo tipo de contaminacin de las organizacio-nes populares por parte del estado burgus, para pre-servar su capacidad de lucha y autogobierno y su ca-rcter disruptivo. En otras, supone el rechazo de pla-no a cualquier instancia de construccin estatal (seatransicional o definitiva) no capitalista.

    4- Autonoma de las clases dominadas respectode las dominantes. Se refiere a la no subordinacin alas imposiciones sociales, econmicas, polticas e ideo-lgicas de stas. Ganar autonoma, por ende, es ganaren la lucha por un sistema social distinto. Es no some-terse pasivamente a las reglas de juego impuestas porlos que dominan para su propio beneficio. Es pensar yactuar con criterio propio, es elegir estrategias auto-referenciadas, que partan de los propios intereses y

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    valoraciones. Esta postura est presente ya en el jovenGramsci, quien conceba a los Consejos de Fbricacomo las propias masas organizadas de forma autno-ma. Y es lo que los viejos autonomistas italianos lla-maban autovalorizacin.8

    Creemos que la posibilidad misma de este tipo deautonoma lleva aparejada toda una lucha intelec-tual y moral, como pensaba Gramsci, por vencer elproceso de fetichizacin que escinde el hacer delpensar ese hacer, para poder reproducirlo constan-temente. Es preciso volver consciente la explotacin,comprenderla, para imaginar un horizonte autno-mo, que contemple los intereses mayoritarios y no losde quienes nos someten. Como seala Rauber, en unpasaje que recuerda las tesis de Sartre de 19549: Sersujeto de la transformacin no es una condicin propia deuna clase o grupo social slo a partir de su posicin en laestructura social y su consiguiente inters objetivo en loscambios. Se requiere, adems, del inters subjetivo, es decir,activo-consciente, de esas clases o grupos. Esto supone quecada uno de esos posibles sujetos reconozca, internalice esasu situacin objetiva y que adems quiera cambiarla a sufavor. (Rauber, 2000)10. La condicin de explotado,dice la autora, no impulsa a quien la padece, necesa-riamente, a luchar por cambiarla. Para interesarse enmodificar su situacin de explotacin es preciso quetome conciencia de ella, que indague quin y por qulo explota, que rompa la naturalizacin a travs de lacual el sistema hegemnico logra mantenerlo en sucondicin subordinada. Recin entonces, en ese pro-ceso de comprensin de la realidad entran en la dis-cusin el tipo de cambio que se reclama, sus condicio-nes de posibilidad y los medios para lograrlo. Es deeste modo que comienzan a gestarse las bases para unpensamiento y una prctica autnomos.

    La autonoma no brota espontneamente de las re-laciones sociales, hay que gestarla en la lucha y, sobre

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    todo, en la comprensin del sentido de esa lucha. Ascomo la fetichizacin es un proceso constante, perma-nente, de ocultar la verdadera naturaleza de las rela-ciones sociales tras la fachada de la igualdad burgue-sa y los vnculos entre los hombres bajo el velo de larelacin entre cosas (Holloway, 2002)11, la autonomatambin es un proceso de autonomizacin perma-nente, de comprensin continuada del papel subal-ternizado que impone el sistema a las clases popula-res y de la necesidad de su reversin, que tiene susmarchas y contra-marchas, sus flujos y reflujos. Es, ensuma, un proceso de lucha por la construccin de unanueva subjetividad no subordinada (Dinerstein, 2002).

    5- Autonoma social e individual. Es la visin quepropugna una recomposicin radical de las formasde concebir y actuar en el presente, a partir de poneren tela de juicio todas las instituciones y significacio-nes, en vistas a construir la emancipacin plena. Sedestaca la posicin de Cornelius Castoriadis (1986):una sociedad autnoma es su actividad de autoinstitucinexplcita y lcida, el hecho de que ella misma se da su leysabiendo que lo hace (...) Si la autogestin y el autogobiernono han de convertirse en mistificaciones o en simples ms-caras de otra cosa, todas las condiciones de la vida socialdeben ponerse en tela de juicio. No se trata de hacer tablarasa y menos de hacer tabla rasa de la noche a la maana; setrata de comprender la solidaridad de todos los elementosde la vida social y de sacar la conclusin pertinente: enprincipio no hay nada que pueda excluirse de la actividadinstituyente de una sociedad autnoma12.

    Para l, un ser autnomo o una sociedad autno-ma consiste en la aparicin de un ser que cuestiona supropia ley de existencia, de sociedades que cuestio-nan su propia institucin, su representacin del mun-do, sus significaciones imaginarias sociales (Castoria-dis,1990). A partir de esa idea, ubica el contenido po-sible del proyecto revolucionario como la bsqueda

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    de una sociedad organizada y orientada hacia la au-tonoma de todos. Es decir, "crear las instituciones que,interiorizadas por los individuos, faciliten lo ms posible elacceso a su autonoma individual y su posibilidad de parti-cipacin efectiva en todo poder explcito existente en la so-ciedad" (Castoriadis, 1990:137).

    Para el autor, el proyecto social de autonoma exigeindividuos autnomos, ya que la institucin social esportada por ellos. Entiende a la autonoma individualcomo la participacin igualitaria de todos en el poder,interpretando a este ltimo trmino, en el sentidoms amplio. Desde all, postula la posibilidad de quelos seres humanos se muevan y revolucionen su exis-tencia social, sin mitos y utopas, por medio de signifi-caciones lcidas y transitorias. (Malacalza, 2000) Res-pecto de esto, afirma que, del mismo modo que no haysociedad sin mito, existe un elemento de mito en todoproyecto de transformacin social. Alerta contra esapresencia, puesto que siempre es traduccin de tradi-ciones heternomas, ajenas al principio de autonoma(Castoriadis, 1993. Vol. I: 178). Todo proyecto de auto-noma conlleva de forma simultnea el intento de con-quistar la libertad y la igualdad. En cuanto significa-ciones sociales y en su concrecin, no puede haber liber-tad sin igualdad ni viceversa. Tampoco puede existirun lmite externo al proyecto de autonoma, aunque lamayora de las sociedades humanas tiendan a ocul-tarse a s mismas que son las creadoras de sus lmites."Hay que afirmar vehementemente, contra los lugares co-munes de cierta tradicin liberal, que no hay antinomias,sino que hay implicacin recproca entre las exigencias dela libertad y de la igualdad (Castoriadis, ibid: 141).

    Werner Bonefeld tambin adscribe a esta miradaradical. El primer principio de la transformacin revolu-cionaria es la democratizacin de la sociedad, es decir, laautodeterminacin contra todas las formas del poder quecondenan al Hombre a ser un mero recurso, restaurando del

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    mundo humano para el Hombre mismo. La democratiza-cin de la sociedad significa esencialmente la organizacindemocrtica del trabajo socialmente necesario (...) La auto-noma social, en resumen, significa la autodeterminacin so-cial en y por medio de las formas organizacionales de resisten-cia que anticipan en su mtodo de organizacin el propsito dela revolucin: la emancipacin humana (2003: 209)

    B- Posturas polticas e ideolgicas

    En segundo lugar, en un plano terico distinto hayque distinguir, a su vez:

    1- La autogestin y el auto-gobierno popular comohorizonte de organizacin social superadora del ca-pitalismo, como forma de expresin del socialismo alque se aspira llegar como meta, una vez alcanzado elpoder del estado. Se contrapone a las nociones de so-cialismo de estado, y pone nfasis en la idea de aso-ciaciones libres de trabajadores que se articulan en unespacio comn. Esta nocin aparece en muchos anli-sis que piensan la forma que debera adoptar el socia-lismo (Lucien Sve, Jaques Texier, Catherine Samany)o la estructura social autogestiva heredera de ciertamirada anarquista (Michel Albert).13

    Texier (s/f), por ejemplo, afirma que El socialismo(o el comunismo) no anula las relaciones polticas, a pesarde que es verdad que transforma profundamente la cuestindel poder. La radicalizacin de la democracia es decir, eti-molgicamente, poder del demos, de la multitud. Lo que hayque abolir es, tanto la monopolizacin del poder como laheteronoma del pseudo-ciudadano. La democracia, autogo-bierno de las mujeres y de los hombres, es todava una for-ma de poder que implica la autonoma de los trabajadores-ciudadanos: que se dotan a si mismos de las normas que seimponen universalmente. 14

    Samary, por su parte, seala que El derecho al em-pleo y a la gestin del trabajo debe ser una obligacin cons-

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    titucional para cualquier sociedad socialista, un derecho delser humano dentro de una nueva carta universal (y no debeser el resultado aleatorio de los mecanismos de mercado y dela propiedad privada. (...) El derecho de gestin de los me-dios de produccin es un derecho de la persona asociado asu derecho al trabajo, un derecho poltico, de ciudadano-trabajador (sea cual sea el estatuto jurdico de la empresa enla que trabaja). No debe depender de la disposicin de uncapital-monetario (salvo en el caso de una empresa indivi-dual, evidentemente). La autogestin socialista (en tanto quederecho universal de los ciudadanos-trabajadores) es con-tradictoria con la lgica del accionariado popular. (Sama-ry, 1999)

    2- La ampliacin de formas autonmicas como an-ticipatorias del socialismo, como formas de construc-cin ya desde ahora de relaciones anti-capitalistasen el seno mismo del capitalismo, pero que solo po-drn florecer plenamente cuando se de un paso deci-sivo al socialismo, a partir de la conquista o la asun-cin del poder poltico. Esta podra identificarse comola lnea gramsciana que suscribimos, y remite ala recuperacin de las experiencias de auto-organiza-cin obrera y popular, como parte de la construccindel espritu de escisin necesario para concretar laruptura con el capitalismo, pero sin renunciar a laconstruccin de formas polticas alternativas (organi-zacin de nuevo tipo como intelectual colectivo).

    3- La ruptura completa y presente de las formasde organizacin social capitalista, sean de produc-cin o polticas: propiedad privada y democracia bur-guesa. Es decir, se descarta completamente la conquis-ta del estado, por considerarlo irreductible y por en-tender que la lucha por el poder del estado, en s mis-ma, es una forma de reproducir tal poder. Se postula elcontra-poder (Negri)15 o el anti-poder (Holloway)16. Seglorifica la potencia autonmica de las masas popu-lares y se concibe que el cambio radical se har por

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    fuera, autnomamente de las estructuras del estado(Cecea17, Zibechi18, Bonefeld19). Aqu se engloban lasposturas tributarias del anarquismo20, el marxismo li-bertario21 y el consejismo22, en sus variantes de au-tonomismo23, situacionismo24, marxismo abierto25,zapatismo26, etctera. Estas perspectivas parten de unplanteo radical en torno a desterrar el papel de losestados nacionales como ejes articuladores de las prc-ticas necesarias para derrocar al capitalismo. Ms an,algunas corrientes cuestionan la nocin misma de tra-bajo27, no slo como ha sido concebida por el ordenburgus, sino como la pens el marxismo. La conclu-sin a la que llegan, a partir de un anlisis crtico quedestaca tanto los cambios en la realidad material delas clases oprimidas (prdida de centralidad de la cla-se obrera industrial y su transformacin) como el des-crdito en el que han cado las representaciones tradi-cionales partidos polticos y sindicatos es que laalternativa anti-capitalista debe tener una dimensinglobal (que no es exactamente lo mismo que interna-cional), acorde con la globalidad del capital y lasformas de dominacin imperial, y debe mantenerseajena al estado, a los partidos, a los sindicatos y otrasorganizaciones sociales.29 Esto, a su vez, tiene un fuer-te impacto sobre las formas de construccin de los mo-vimientos que puedan encarnar las prcticas capacesde superar el capitalismo.En muchos casos, se postu-la la resistencia como mtodo y fin en s mismo de lalucha por transformar la realidad.30

    Desde una perspectiva crtica de estas posturas,Rodrguez Araujo seala que la exaltacin del auto-nomismo tiene una profunda raigambre anarquista.Diferenciando a marxistas de anarquistas, este autorseala que estos pensaban que el poder poltico debeser sustituido por la organizacin de las fuerzas producti-vas y el servicio econmico, sin gobierno alguno. Y aquinteresa destacar en el discurso anarquista la presencia de la

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    idea de que los seres humanos, incluso los consagrados tra-bajadores como sujetos histricos de la revolucin socialis-ta, sean capaces de renovarse radicalmente o de llegar a sercomo los han imaginado sin ninguna base de realidad: per-sonas confiables, no mezquinas ni codiciosas y capaces deorganizarse en comunidades autogestionarias y libres siem-pre y cuando no exista el gobierno, el poder poltico, el esta-do. Esta situacin no ha ocurrido, ni siquiera en las comuni-dades zapatistas en Chiapas o en las comunidades Amish yMenonitas de Estados Unidos, Canad y Mxico, dondereconocen lderes y jerarquas a pesar de sus supuesta hori-zontalidad (Rodrguez Araujo, 2002a). Sostiene quelas posiciones de lo que denomina izquierda socialsuelen ser antipartidos, antigobiernos y contrarias ala globalizacin neoliberal. La izquierda social, a dife-rencia de la nueva izquierda de los aos setenta del siglopasado, no se refiere (en general) al socialismo, suele recha-zar el marxismo y sus categoras analticas sobresalientes,y se acerca ms a las posiciones anarquistas que a otras de lalarga historia de la izquierda. (Rodrguez Araujo,2002a)31

    Epstein observa lo que podra ser aplicado a va-rios movimientos de autogestin en la Argentina quemuchos activistas del movimiento antiglobalizacinno ven a la clase obrera como una fuerza central delcambio social. Los activistas del movimiento asociananarquismo con la protesta indignada y militante, con unademocracia de base y sin dirigentes, y con una visin decomunidades laxas y de pequea escala. Los activistas quese identifican con el anarquismo son por lo general anti-capitalistas; y entre ellos algunos se reconoceran tambincomo socialistas (presumiblemente de la variante liberta-ria), y otros no. El anarquismo tiene la contradictoria ven-taja de ser ms bien vago en trminos de prescripcionessobre una sociedad mejor, y tambin de una cierta vaguedadintelectual que deja abierta la posibilidad de incorporar tantoa la protesta marxista contra la explotacin de clases como

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    a la indignacin liberal contra la violacin de los derechosindividuales. (Epstein. 2001)

    Con una perspectiva emparentada con la de la au-tora canadiense puede leerse la posicin de Callini-cos (2003), quien seala que La debilidad fundamentalde los movimientos es que han fallado realmente en movili-zar la fuerza de la clase trabajadora organizada. Porquecomo la explotacin capitalista consiste en el trabajo de lostrabajadores, ellos tienen el poder colectivo para paralizar-lo y an ms llevarlo hasta un fin. Ms all, slo hemostenido destellos de lo que esto podra ser, con la presencia delos contingentes de sindicatos en las grandes protestas anti-capitalistas y anti-guerra, y en las huelgas y en las protes-tas en los lugares de trabajo que se manifestaron frente a lainvasin de Irak. Una razn por la que el movimiento nece-sita socialistas organizados es para ligar el amplio movi-miento contra el neo-liberalismo con las batallas diarias detrabajadores contra su explotacin. Cuando estas dos lu-chas se fusionen en un solo asalto contra el sistema, nosotrosno diremos solo, 'Otro mundo es posible'. Nosotros lo hare-mos realidad.

    Fernndez Buey (2000) aporta otra mirada, al abo-gar por un dilogo enriquecedor que para l ya depor s est en las calles, en los movimientos socialesentre las tradiciones marxista y anarquista, que se hagacargo de los aportes y fallas de cada una de ellas. En-tiende que hay que pensar en una poltica culturalalternativa para el presente, que debera tener unaagenda propia, autnoma, no determinada por la im-posicin de las modas culturales ni por el politicismoelectoralista de los partidos polticos. As, seala queimporta poco el que, al empezar, unos hablen de conquistade la hegemona cultural y otros de aspiracin a la culturalibertaria omnicomprensiva. Lo que de verdad importa esponerse de acuerdo sobre qu puede ser ahora una culturaalternativa de los que estn socialmente en peor situacin,una cultura autnoma que d respuesta al modelo llamado

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    "neoliberal" y a lo que se llama habitualmente "pensamien-to nico". Por desgracia, la tradicin politicista de unos yla tradicin activista de otros no deja mucho tiempo toda-va ni siquiera para pensar en lo que debera ser la agendade una cultura atenesta alternativa.

    Mattini (2003b) critica fuertemente la divisin en-tre izquierda social (que estara ligada a las luchaseconmicas o reivindicativas) y la izquierda polti-ca (los partidos). Refirindose a la experiencia ar-gentina sostiene que en esta poca de desindustrializa-cin, de dispersin social de la explotacin capitalista, deentrada inestable de nuevos explotados y expulsin de otros,de una sociedad en donde el proletariado tiende a parecersems a aquel que dio origen a la palabra, el romano, que alindustrial de Marx, de tendencia a la disolucin poltico,econmica y jurdica de los estados nacionales, esas fuerzasdejaron de ser constituidas y, por el contrario, en el conjun-to de las naciones se estn conformando fuerzas constitu-yentes de nuevas relaciones sociales pos industriales de laque no sabemos nada todava. Como hiptesis, Mattiniaventura que tenemos derecho a imaginar que la recrea-cin de la civilizacin, la emancipacin de los explotadosya no vendr por la va de los estados nacionales, sino, talvez, por la redefinicin comunal. De modo que las catego-ras se nos vienen abajo. Y la realidad nos da en la caracuando, contra todas las previsiones, las acciones ms radi-calizadas, verdaderamente radicalizadas (y no verbalistaso gestuales) se producen con un grado de espontaneidad queespanta a los dignos leninistas. De hecho ninguna de lasmarchas y demostraciones que organizaron las fuerzas to-dava constituidas, con sus "vanguardias", sean estas sin-dicales o de izquierda a la cabeza, fueron ms radicales quelas que surgieron espontneamente.

    Podramos concluir, sin embargo, que la nueva es-peranza en cierto espontanesmo rabioso, de impulsoa la accin confrontativa de ncleos de excluidos, noha logrado, por el momento, mucho ms que renovar

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    el espritu libertario, que refrescar los aires enrareci-dos durante dcadas de pensamiento nico. Pero anse ha avanzado bastante poco en la construccin decaminos capaces de configurar alternativas consisten-tes para disputar la dominacin del sistema.

    C- La autonoma prctica

    En tercer lugar, desde otro costado terico que con-sideramos fundamental es preciso analizar qu quie-re decir la autonoma32 en trminos concretos de orga-nizacin y gestin de los asuntos comunes. En estepunto, se imponen las definiciones en torno a:

    1. Quin es el sujeto real o potencialmente au-tnomo: el individuo, la clase, el grupo social, la or-ganizacin, la multitud, la comunidad, el pueblo, lasmasas, la sociedad? Cmo se practica y extiende laautonoma? Cmo se define y conforma su subjetivi-dad33? Qu se entiende por subjetividad34 y subjeti-vacin35?

    2. Cul es el alcance de la autonoma, en qu es-cala se concibe su ejercicio: la asociacin voluntariapara un fin especfico, la fbrica, la escuela, el barrio,la comunidad territorial, el municipio, la agrupacinpoltica, la nacin, el planeta? En su caso cmo sereplicaran las prcticas autonmicas en colectivossociales mltiples y complejos?

    3. Cmo se expresa la autonoma, es decir, culesson las reglas de juego para la participacin indivi-dual y colectiva en la toma de decisiones: horizonta-lidad, asamblea, delegacin, representacin?.

    4. Cul es la forma democrtica36 de existencia deun colectivo autnomo. El ideal perfecto de democra-cia directa, en el que todos participan, plenos de vo-luntad y conciencia, de las decisiones sobre asuntoscolectivos la historia lo ensea, parecera slo prac-ticable en comunidades muy pequeas y sencillas,

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    cuya agenda de cuestiones comunes tiene un formatolimitado.37 Tambin podra ser viable en mbitos aco-tados, como un lugar de trabajo, una escuela, una or-ganizacin social, una comunidad territorial, etcte-ra.38 Sin embargo, tambin aqu se ponen en juego otrascuestiones que merecen una reflexin particular.

    a. Qu caractersticas y tamao39 debe tener elespacio asambleario donde todos puedan realmenteemitir su opinin razonada y escuchar y evaluar losargumentos de los dems, para alcanzar la mejor de-cisin posible?40 Es necesario que estn y participentodos para que una decisin sea legtima? Basta conque estn notificados? Quin est habilitado, enton-ces, para definir el momento y el lugar de reunin? Elque no va, delega la representacin o preserva su ca-pacidad de decisin? Hay un deber de participar enlas decisiones y acciones colectivas o es un derechoque se ejerce o no? Las personas deben influir en lasdecisiones en proporcin a cmo son afectadas porellas? Qu es lo que legitima una decisin tomada enun mbito asambleario: el espacio mismo definidocomo abierto o el nmero de participantes, o una com-binacin de los dos? Y quin y cmo decide esto?

    b. Qu recursos intelectuales y de informacindeben poseer los miembros de ese colectivo que tomadecisiones para estar en igualdad real de condicio-nes, a la hora de decidir? Si la opinin de todos sobretodo es equivalente, existe el derecho a argumentaruna propuesta en funcin de saberes especficos so-bre la cuestin en juego? Quienes estn directamenteafectados por una cuestin, deberan o no tener mayorincidencia en la decisin final?

    En este punto, Albert hace una aporte interesante,al sostener que la autogestin es que todos tengan unainfluencia en la toma de decisiones proporcional algrado en que les afectan las consecuencias de esa de-cisin. Dice que el objetivo de auto-gestin es que cada

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    participante tenga una influencia sobre las decisiones en laproporcin en que les afectan. Para conseguir eso, cada par-ticipante debe tener fcil acceso al anlisis relevante de losresultados esperados y debe tener un conocimiento generaly una confianza intelectual suficientes para entender eseanlisis y llegar a sus conclusiones en funcin de ello. Laorganizacin de la sociedad debera asegurar que las fuen-tes de los anlisis estn libres de intereses y prejuicios. En-tonces, cada persona o grupo involucrado en una decisindebe tener los medios organizativos para conocer y expre-sar sus deseos, as como los medios para valorarlos de formasensata. (Albert, 2000?)41

    Acordamos con esta disposicin a la bsqueda deun espacio autonmico real, en el sentido de permitirque cada uno tenga la posibilidad efectiva de tomarparte de aquello que lo involucra. Pero el problemaest, precisamente, en cmo se conforma, se constru-ye, se avanza hacia una sociedad en la que todos susmiembros tengan capacidades reales de involucra-miento equivalente, en trminos de disposicin de in-formacin y capacidad de discernimiento equipara-ble en algn punto.

    c. En muchas perspectivas autogestivas de tipoasambleario u horizontal hay un enamoramientomuy grande de la forma misma, sin tener en cuentaestas dos cuestiones y una tercera: la vocacin real, lavoluntad de participacin activa y plena de los miem-bros del colectivo potencialmente habilitado para to-mar una decisin que lo afecte. Aqu es preciso teneren cuenta que, ms all de su intencin de separar elpoder entre quienes deciden y quienes obedecen, losmecanismos de delegacin y representacin, en lassociedades modernas, tambin conllevan formas deresolver la organizacin de las mltiples y complejastareas que aquellas demandan. La participacin acti-va depende de una pluralidad de circunstancias.

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    En primer lugar, el implicarse personalmente enaquello que tiene algn inters social depende de per-cepciones y valoraciones subjetivas. Alentar el com-promiso y gestar posibilidades concretas de involu-cramiento en los asuntos comunes corresponden, entodo caso, al territorio de la lucha ideolgica y polti-ca, pues raramente emergen de una conciencia abs-tracta ni, menos an, de la experiencia individual di-recta. En toda accin individual dirigida a lo colectivopesan una serie de cuestiones que implican costos ybeneficios. Es indudable que la no delegacin, y laparticipacin directa en la toma de decisiones y en laimplementacin de las acciones tiene el beneficio dela posibilidad de hacer valer las opiniones e interesespropios y, aunque sean total o parcialmente desecha-dos, a lo que se emprenda se le otorgar legitimidadpor haber sido partcipe de la decisin colectiva. Tam-bin en el ejercicio del control directo de lo actuado seacotan las posibilidades de torcer o malversar lo deci-dido por parte de los ejecutores.

    Pero la participacin comn tambin tiene costosen trminos personales. Porque implica que hay quededicarle tiempo a la accin colectiva, restado a otrasactividades. Como dice Cernotto (1998), en una socie-dad enajenada como la capitalista, donde la gente tie-ne que destinar la mayor parte de su tiempo a ganarsela vida y a atender como pueda a su familia, mas quefalta de voluntad, lo que suele haber es falta materialde tiempo para emplearlo en acciones colectivas. Msan, esa misma sociedad compleja nos atraviesa enrdenes muy variados que requeriran nuestro invo-lucramiento decisional activo: como trabajadores, ennuestro mbito laboral y sindical, como padres, en laescuela de nuestros hijos, como estudiantes, en nues-tras instituciones, como vecinos, en los problemas ba-rriales, como usuarios de servicios, en los vaivenes decada uno de ellos, etctera, etctera. Y esto es extensi-

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    vo, tambin, a los colectivos territoriales que, en apa-riencia, tienen la potencialidad de resolver todos losaspectos de su vida en la misma comunidad. An enestos sus participantes estarn atravesados por diver-sas singularidades convocantes y sern forzados aelegir a cual de esas mltiples acciones posibles ledestinan sus energas.

    En segundo lugar, la participacin en asuntos co-munes, por s misma, no dice nada acerca del conteni-do tico-poltico de la accin. Se puede participar pormotivos y para acciones de lo mas diversas e, incluso,antagnicas. La cuestin en juego aqu, entonces, sedefine en torno a las prcticas emancipatorias, quesuponen una voluntad de cambio que trasciende lamera gestin de lo que est y es, como es y est dadopor la realidad presente.

    d. Esto nos lleva a hacer una digresin pertinenterespecto de un aspecto interesante: la participacinest profundamente ligada a la categora de autono-ma, pero no deben confundirse como idnticas. Enlas ltimas dcadas ha venido creciendo desde la so-ciedad civil una propensin a una mayor participa-cin, sea en el reclamo de derechos sociales concretos,como de injerencia en la formulacin, ejecucin y con-trol de las polticas pblicas. Se han desarrollado, endistintos mbitos y lugares, prcticas participativasde diversa relevancia y significacin, cuya entidad,en trminos de experiencia de lucha y aprendizajeautonmico, puede ser destacada.

    Sin embargo, es preciso tener en cuenta que el neo-liberalismo tambin ha puesto especial nfasis, porejemplo, en la promocin de la participacin de losbeneficiarios de los programas sociales. Pero con pro-psitos muy claros: abaratar los costos de las polticaspblicas mediante el trabajo comunitario no rentadoo mal remunerado y el forzar la competencia entre co-munidades pobres para lograr subsidios escasos.

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    Como destaca Restrepo (2003): El conjunto de la estra-tegia (neoliberal) busca desactivar el potencial radical delas ansias de participacin social y popular, mediante elquiebre de la externalidad entre el mercado y el Estado conlos sectores populares () La oferta de participacin neoli-beral debilita la autonoma y la organizacin social de lascomunidades atendidas ().

    En las polticas pblicas de tipo social de losaos noventa en Amrica latina se fue incorporando,de manera paulatina y creciente, la cuestin de la par-ticipacin de los beneficiarios y sus organizacionesen los planes sociales, sobre todo a instancias de losorganismos de financiamiento internacional como elBanco Mundial o el BID. Estos comenzaron a ponercomo condicin para el otorgamiento de financiacinen planes sociales la participacin de los destinata-rios. Ello tambin ha tenido un fuerte impacto en laaceleracin de la creacin de organizaciones no gu-bernamentales (ONG) el llamado tercer sector,alentadas bajo el supuesto de que la sociedad civil esun espacio libre de las pugnas polticas y el clientelis-mo. Se entroniz as un discurso que hizo de este tipode organizacin societal el non plus ultra de la eficien-cia asignativa y retribucin equitativa, en contrastecon la ineficiencia y corrupcin estatales. Se constru-y una visin de las ONGs como buenas por natura-leza, en contraposicin a los partidos y gobiernos,promotores de apata y falta de compromiso. A estabondad intrnseca se le agreg la potencialidad depromover la participacin y la profundizacin demo-crtica (Serrano Oate, 2002).

    Tras estos postulados se esconde la pretensin dedespolitizar las demandas y protestas sociales, en elsentido de redireccionarlas del reclamo al Estado a laauto-responsabilizacin, moralmente plausible, por eldestino propio. Como complemento, la difusin de lafigura del voluntariado social aparece como la va

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    moderna de la beneficencia o caridad cristiana. Comola meta fundamental es ahorrar en gasto pblico di-recto (destinando menos recursos a metas sociales) eindirecto (por la va de la desburocratizacin), detrsde las figura del voluntariado o de las asociacionesciviles est el afn de suplantar la provisin de bienesuniversales entendidos como derechos, por la dona-cin caritativa (y discrecional) y la auto-procuracinde los bienes y servicios bsicos para la subsistencia.Por eso, ms all del discurso de participacin socie-tal contrario al Estado y anti-poltico, a veces ms ex-plcito y otras velado por una fraseologa poltica-mente correcta, las prcticas concretas se suelen ale-jar bastante de los objetivos declamados. La realidadde las ONGs es bastante ms compleja y su ubicacinen el contexto de las relaciones sociales, polticas yeconmicas resulta muy controvertida.

    Porque al mismo tiempo que se fue avanzando enel discurso pro participacin, se lo hizo en el senti-do de debilitar a las organizaciones gremiales tradi-cionales de representacin de intereses, junto a la au-sencia de los instrumentos efectivos para que el invo-lucramiento participativo pudiera ser tangible y ope-rara de manera efectiva sobre la realidad. Si la partici-pacin comprende una gama que va desde consultar-le a alguien si est de acuerdo con lo que se va a hacer,y hacerlo de todas maneras, pasando por la participa-cin en la gestin de programas, hasta llegar a la auto-gestin de los interesados en la definicin, implemen-tacin y control de sus proyectos, lo que ha primado,cuanto ms, es la primera variante, que asegura el con-trol social de los involucrados. (Manzanal, 2004)

    Como plantea Serrano Oate aunque la realidadnunca es de un solo color, el panorama actual, nos guste ono, se asemeja ms al de las ONG adaptndose al sistemacomo ejecutoras de polticas compensatorias o supletoriasdel estado que al de ONG luchando por la transformacin

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    del orden local o mundial, junto a los pueblos o a las secto-res oprimidos de la sociedad. (2002: 67)

    En un estudio de Arellano y Petras (1994) se ad-vierte que la reestructuracin del Estado, combinadacon las ONGs como ejecutoras de la ayuda al desa-rrollo de organismos de crdito multilaterales (comoel Banco Mundial o el BID) y otras organizacionesinternacionales pblicas y privadas, contribuyeron adebilitar ms que a fortalecer a las organizaciones debase. Puede concluirse entonces que el afn de la par-ticipacin social por fuera de las instancias estatalesno conduce por s solo ni a la autonoma ni al reforza-miento de la sociedad civil vis a vis el estado. Por elcontrario, puede debilitar la capacidad de los sectorespopulares para obtener recursos imprescindibles parasu subsistencia y desarrollo.

    Por eso debemos advertir que la potencialidad au-tonmica de la participacin implica una lucha inte-lectual y moral trascendente, una batalla que se daen prcticas concretas, pero iluminadas por un senti-do de trascendencia cuya ausencia puede colocar a laaccin colectiva en el derrotero de la gestin de lo real-mente existente, y para hacerlo persistir tal cual est.

    3- POTENCIALIDAD Y LMITES DE LA AUTONOMAA- Razones de frustracin

    Ms all de la voluntad de sus actores, hay variasrazones que pueden frustrar las experiencias de parti-cipacin autogestiva desarrolladas en el seno de lasociedad civil:

    a. No definicin de tareas

    La reaccin anti-jerrquica y anti-liderazgos pue-de impedir seriamente la definicin clara de tareas y, o

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    se termina reemplazando esta ausencia organizativaexplcita con la emergencia de caudillismos espont-neos que resuelven lo que hay que hacer y/o lo ejecu-tan, o todo se diluye en discusiones inorgnicas e im-productivas. Por otra parte, la insistencia en el con-senso total que suelen plantear las posturas ms du-ras en trminos de las relaciones autonmicas, porejemplo, amn de ser en s mismo algo problemtico,slo tendra alguna chance de practicarse cuando setrata de un nmero de personas participantes relati-vamente pequeo y sobre un tema no urgente. Cuan-do la cantidad de involucrados es ms amplia, la com-pleta unanimidad raramente es posible (y ni siquierapuede decirse que sea deseable). De ello se sigue quees absurdo sostener el derecho de una minora a obs-truir constantemente a la mayora, por miedo a unaposible tirana de la mayora; o imaginar que tales pro-blemas desaparecern si se evita la conformacin deestructuras.

    Ninguna sociedad ni grupo asociativo puede evi-tar contar en alguna medida con la buena voluntad yel sentido comn de sus integrantes. Los eventualesabusos que pudieran cometer los designados para rea-lizar tareas pueden ser conjurados mediante formasde participacin autogestiva, pero hay que asumir al-guna forma de organizacin. Tampoco se puede pres-cindir, si se pretende un mnimo grado de eficacia, dela divisin de tareas, ni de la existencia de algunosncleos activos que impulsen con su compromisola accin del conjunto. Acordamos con Epstein (2001),cuando seala que Los movimientos necesitan lderes.La ideologa antiliderazgo no puede eliminar a los conduc-tores, pero puede llevar a un movimiento a negar que tieneconductores, dificultando as el control democrtico sobreaquellos que asumen roles de conduccin y conspirando tam-bin contra la formacin de vehculos de reclutamiento de

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    nuevos lderes cuando los existentes estn demasiado can-sados como para continuar.

    En esta lnea es pertinente el planteo del GrupoLatina (2002): No hay algo que se pueda llamar gruposin estructura, sino simplemente diferentes tipos de es-tructuras. Un grupo no estructurado acaba generalmentesiendo dominado por una camarilla que posea alguna es-tructura efectiva. Los miembros no organizados no tienenmodo de controlar a esta elite, especialmente cuando su ideo-loga anti-autoritaria les impide admitir que existe. Criti-cando las posturas de anarquistas y consejistas, sos-tiene que al no reconocer el dominio de la mayoracomo un respaldo suficiente cuando no se puede obte-ner la unanimidad, a menudo ellos caen en la incapa-cidad de llegar a decisiones prcticas si no es siguiendo alderes de hecho que estn especializados en manipular a lagente para llevarla a la unanimidad (aunque slo sea por sucapacidad para aguantar reuniones interminables hasta quetoda la oposicin se ha aburrido y se ha ido a casa). Alrechazar quisquillosamente los consejos obreros o cualquierotra cosa con alguna mancha de coercin, generalmente seacaban contentando con proyectos mucho menos radicalesque compartan un mnimo denominador comn.

    Por otra parte, esto se entronca con un viejo tema:la vanguardia. Si por sta se entiende al grupo au-toerigido como conductor y portador de verdades esen-ciales y que, como tal, solo pretende imponer sus deci-siones iluminadas e inapelables al conjunto seguidor,es indudable que resulta rechazable, siempre y en todotiempo y lugar. Esto quiere decir que no slo es recusa-ble la imagen de los viejos partidos de izquierda, quese conciben a s mismos como intrpretes fidedignos ypuros de lo que es conveniente hacer y pensar, sino aotras formas ms actuales y, al parecer ms sutiles, devanguardismo. Pregonar el autonomismo como ver-dad absoluta y nuevo credo implica la existencia dealgn portador de esa verdad, que no es autoevidente

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    en el accionar de los sujetos (ni individuales ni colec-tivos), sino que es explicada y revelada por quienesestn en disposicin intelectual de formularla y deempujar para que las prcticas concretas se apeguen aaquello considerado como afirmante de la autonoma.

    Sin embargo, hay otra forma de concebir la existen-cia de un ncleo de avanzada:42 es la que lo refiere algrupo ms activo, ms dispuesto a asumir responsa-bilidades, a comprometerse en la organizacin colec-tiva, a trascender lo inmediato y a ejecutar accionespara el conjunto. As entendido, va de suyo que supresencia es imprescindible para el avance de cual-quier proyecto. La experiencia histrica macro y mi-cro social ensea que sin organizacin y sin el com-promiso de un soporte mnimo para sostener la laborde un colectivo (cualquiera sea su tamao), los impul-sos para la accin se terminan diluyendo. Es en estesentido que puede decirse que sin vanguardia, sinel grupo que mira y avanza ms all, que piensa pordonde seguir, que propone alternativas, que puedeservir de ejemplo, que se compromete a fondo con latarea comn, es difcil que se articule una accin co-lectiva relevante. Pero aqu vale, de nuevo, una salve-dad. Es vanguardia, en el buen sentido propues-to, slo aquel ncleo que logra encarnar y articular lanecesidad y la aspiracin del colectivo al que se refie-re. Es el que puede aportar una interpretacin para laaccin que se revele a la altura de las circunstanciasque la configuran, que marca los caminos que el con-junto est en condiciones de transitar, que est, ensuma, un paso ms adelante para mirar los obstcu-los e imaginar las salidas. No puede estar, si es que sepretende al servicio del conjunto, tan por delante opor encima de las aspiraciones y posibilidades de lamayora que plantee caminos tal vez deseables comometas, pero imposibles de seguir con los pasos delhombre comn. Y este es el peligro que acecha a cier-

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    tas posturas tan ticamente abnegadas, tan preadasde una moral superior que se supone ontolgicamen-te presente en los sectores populares, que terminansin poder expresar la complejsima realidad en la queestn inmersos.

    b. Ausencia de enlaces

    La ausencia o insuficiencia de instancias que enla-cen de manera consistente las luchas parciales y lesden sentido de unidad relevante, trascendente, quepermita constatar algn grado de acumulacin delesfuerzo colectivo realizado. Esas instancias, sean enel nivel local, nacional o internacional, slo puedenser construidas en base a denominadores comunesbasados en la confianza y la buena fe. Sin confianza,no hay formas de delegacin y coordinacin posibles.Esta reflexin vale especialmente a la hora de confor-mar organizaciones polticas capaces de aunar la msamplia apertura a la expresin autnoma y activa delconjunto de sus miembros, como a las gestiones efecti-vas desde las estructuras de poder. Porque sin sentidode pertenencia a un colectivo por compartir ideales yproyectos y confianza bsica en la integridad y bue-na fe de sus miembros, no hay posibilidad de accincolectiva relevante alguna.

    La autonoma no puede equivaler a atomizacindesorganizada ni a primaca de la pulsin individual,por ms libertaria que sea. La autonoma no tiene por-qu renunciar a encontrar puntos de sntesis que, aun-que provisorios, vivos, cambiantes, deben permitir laaccin, avanzar, crear; debe evitar la parlisis de ladiscusin eterna o el regodeo en los matices abstrac-tos. De lo contrario, lo que triunfa siempre es el statuquo de un sistema de dominacin injusto y creciente-mente aberrante, que se nutre de la divisin de losoprimidos.

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    Al respecto, podemos tomar lo que plantea Epsteincon relacin a la lucha antiglobalizacin: Hay razo-nes para temer que el movimiento antiglobalizacin resulteincapaz de ampliarse de la manera que esto requerira. Unanube de mosquitos es buena para hostigar, para perturbar eldesenvolvimiento plcido del poder y hacerse de ese modovisible. Pero probablemente hay lmites para el nmero depersonas que estn dispuestas a adoptar el papel del mos-quito. Un movimiento capaz de transformar estructuras depoder tendr que involucrar alianzas, muchas de las cualesprobablemente necesitaran de formas ms estables y dura-deras de organizacin que las que existen hoy en el movi-miento antiglobalizacin. Como refiere la autora, la au-sencia de esas estructuras es, precisamente, una delas razones para la reticencia de mucha gente a parti-cipar. Y agrega que si bien el movimiento antiglobaliza-cin ha desarrollado buenas relaciones con muchos activis-tas sindicales, es difcil imaginarse una alianza firme entreel movimiento sindical y el movimiento antiglobalizacinsin estructuras ms consistentes de toma de decisiones y derendicin de cuentas de las responsabilidades que las quehoy existen43 (Epstein, 2001).

    Pero la cuestin es ms compleja an, a la hora decoordinar y avanzar en las luchas que se dan en pla-nos internacionales. Se ha alabado mucho la confor-macin de redes que articulan las acciones y reivin-dicaciones de distintos movimientos sociales del pla-neta. Algunos se constituyen como organizaciones nogubernamentales transnacionales, que tienen unadensidad y estructura muy grande, con muchos acti-vistas y disponibilidad de recursos para actuar. Va-rios autores han alertado que, aunque las redes sue-len ser horizontales y recprocas, tambin exhiben asi-metras en su seno, lo que plantea serios problemas derepresentatividad y de un ejercicio real y pleno de lademocracia interna. Uno de los problemas es que nosiempre queda claro quin debe participar en la toma

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    de decisiones acerca del liderazgo y de las polticas.(Sikkink, 2003) Si bien muchas de las cuestiones prin-cipales que deben decidirse en redes se toman por con-senso, la construccin misma de tal consenso consti-tuye un dilema en s. Aguiton (2002) advierte que, aun-que se dejen de lado las estructuras jerrquicas tradi-cionales, el riesgo de las redes es que las organizacio-nes ms grandes terminen por aplastar a las ms pe-queas. Con ello se subraya que no hay panaceas or-ganizativas que, por su mero nombre, consigan conju-rar los mltiples peligros que acechan a las prcticassociales.

    Con referencia a la experiencia asamblearia argen-tina, Adamovsky (2003) coincide al observar que unade las asignaturas pendientes es la de la coordinacin de losdiferentes movimientos sociales, es decir, la de encontrar lamanera de dotar a las redes que venimos tejiendo de unasolidez y capacidad de articulacin mayores (...) Tambinlos piqueteros y el movimiento de fbricas recuperadas en-sayan formas de coordinacin. Pero en general siguen sien-do demasiado vulnerables y poco efectivas. Como expli-cacin, arriesga que los movimientos sociales han te-nido que luchar permanentemente contra las mani-pulaciones de los partidos de izquierda, pero recono-ce como una limitacin propia la incapacidad de en-contrar estructuras de coordinacin ms efectivas. Laobservacin ms aguda de este militante asamblearioes, sin embargo, la siguiente: Otra debilidad, quizsms importante, es que estamos perdiendo nuestros canalesde contacto con la realidad del comn de la gente. Existe elpeligro de que terminemos viviendo en nuestra propia bur-buja de activismo radical, si no cambiamos rpidamente dedireccin y dejamos de ocuparnos de temas y de hablar conpalabras que slo se refieren a nosotros mismos. Hacer pol-tica radical no consiste en pelearse para ver quin es msbolchevique, sino en saber escuchar y escucharse, y avanzar

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    siempre al paso del movimiento del conjunto de la sociedad(o al menos de porciones significativas de ella)44.

    En el movimiento piquetero tambin aparecieronconflictos intensos a la hora de definir estrategias parala accin en comn. Es ilustrativo de esta tensin uncomunicado anunciando la desvinculacin del MTDde Solano45 de una de las coordinadoras de los distin-tos grupos piqueteros, la llamada Anbal Vern: Enaras de la unidad no podemos entregar nuestra autonoma.En este caso, nos retiramos porque no aceptamos prcticasque reproducen lgicas del sistema, la coordinadora hoytiene dirigentes y representantes mediticos que no los ele-gimos y que se van transformando en una direccin polti-ca. Asumimos los planes de lucha nacidos desde la necesi-dad y de la conviccin de todos los compaeros. Rechaza-mos las acciones como formas de protesta folclricas o me-diticas. Decidimos consolidar organizaciones territorialesen lugar de privilegiar la creacin de superestructuras. Se-guimos reivindicando la construccin horizontal, autno-ma, que busca las decisiones a partir del consenso. Creemosen la coordinacin y la articulacin de las experiencias deluchas diversas, radicalmente opuestas a cualquier formade dominacin o prcticas centralizadas (...) No nos propo-nemos ser los organizadores de la lucha. Queremos inte-grarnos en la lucha. No es nuestra la estrategia de un orga-nismo que se haga cargo de la protesta. Queremos protestar.Una panadera, un taller de talabartera, un rea de salud,la educacin popular, son para nosotros lugares donde elcambio social se va creando. Junto con el pan, con las sanda-lias, con la promocin de la vida, se habrn de transformarlas condiciones subjetivas que nos atan a un sistema que nosesclaviza (...) Firmemente tomamos partido por la construc-cin de la horizontalidad, entendida como una relacin so-cial, no simplemente como un criterio organizativo. Rei-vindicamos la autonoma como una prctica concreta, en laque el inters, las necesidades y el compromiso de los com-paeros definen los cursos de accin46.

  • 43

    En estas palabras queda reflejada con total clari-dad la disputa concreta que se plantea a la hora deponer en prctica ideales autonmicos, que parecenestar bastante por encima de las posibilidades prome-dio de los colectivos sociales a los que se convoca a laaccin de nuevo tipo.

    c. Falta de recursos

    La imposibilidad de darle continuidad a las accio-nes por falta de recursos materiales47 y organizativosbsicos para proseguir en los trminos que se propu-sieron. Muchas experiencias autogestivas se frustrancuando son superadas sus capacidades de accin porla magnitud de las tareas que se proponen, o por ladimensin de los poderes que deben enfrentar parallevarlas a cabo. Esto quiere decir que su fracaso nosiempre es atribuible al desgaste de la participacin de-mocrtica sino, amn de a la falta de coordinacin pol-tica de acciones y reivindicaciones, a la carencia de re-cursos para implementar las decisiones tomadas.48

    Entre estos recursos est la imprescindible capaci-tacin para llevar a la prctica tareas complejas. Nopor querer democratizar, por ms sinceramente que selo pretenda, se lograr efectuar una real transferenciade saberes y capacidades que, inicialmente, no estnparejamente distribuidos.49 Por ms sistema iguala-dor que se ambicione implementar, el proceso de apren-dizaje que involucra el pasar de la voluntad de parti-cipar, de hacer, de crear para el colectivo del que seforma parte, a la capacidad concreta y especfica dehacerlo, implica un trecho transicional cuya duracindepender de una serie variable de circunstancias. Entodos los casos, ser preciso disear una forma detransferir conocimientos hacia quienes no los poseen,y va de suyo que hay una gran cantidad de ellos querequieren especializaciones y acreditaciones forma-

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    les que demandan largos y esforzados perodos deadquisicin. Otros, en cambio, pueden estar al alcan-ce de la mayora si la organizacin se pone como obje-tivo alcanzarlos.

    Pero la cuestin es an mas compleja, porque no setrata slo de apuntar a repartir equitativamente tareasagradables y desagradables, para que nadie tenga quecargar con lo ms feo. En primer lugar, porque la defi-nicin misma de lo que es agradable o no de hacer,amn de algunos parmetros objetivos, tambin de-pende de valoraciones subjetivas. Hay actividadespara cuya realizacin se involucran vocaciones y lar-gos perodos de estudio o adiestramiento, que no to-dos estn en condiciones de hacer o no tienen el deseode embarcarse en ello. Otras ocupaciones, ms senci-llas o tediosas, incluso pueden proporcionar satisfac-cin a quien las realiza. La cuestin siempre reside endeterminar las condiciones bajo las cuales puedan aco-tarse al mnimo los aspectos rutinarios, riesgosos ydesagradables y en definir las formas de compensa-cin material y simblica adecuada para cada tipo deactividad. Y, fundamentalmente, en que se limite laposibilidad de que en la divisin y ejecucin de tareasdiversas se someta o subordine a algunos en beneficiode otros.

    d. Idealizacin de la autogestin

    La autogestin de los trabajadores (que se expresaen el amplio movimiento de fbricas recuperadas y enlos emprendimientos productivos de las organizacio-nes piqueteras, por ejemplo) ofrece la oportunidad deprofundizar una experiencia de superacin de las re-laciones jerrquicas de explotacin. Pero no hay queolvidar, con relacin al caso argentino, que estas prc-ticas autogestivas crecieron como consecuencia de unacrisis profunda que determin el descomunal creci-

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    miento del desempleo y el abandono de la produccinpor parte de muchos capitalistas individuales de sec-tores no dinmicos de la economa que no pudieron,no supieron o no quisieron competir (Martinez y Vo-cos, 2002). El horizonte, sin embargo, no puede serslo ganar reas marginales de produccin, ni supo-ner que la base econmica quedar reducida a la pro-duccin de subsistencia. sta puede servir como refu-gio y aprendizaje de organizacin, pero es muy aven-turado pensar que puedan conformar las bases mate-riales para la superacin de las reglas mismas del ca-pitalismo. De lo contrario, se corre el riesgo de postu-lar un camino hacia estructuras pre-capitalistas, queapunten a satisfacer consumos mnimos y elementa-les de la poblacin, como refugio para sobrevivir. Yello podr tener un eco potico de altruismo exacerba-do, pero no parece un fundamento firme para una or-ganizacin social inclusiva, pero desarrollada y com-pleja, que supere verdaderamente al capitalismo comoforma de reproduccin social y de satisfaccin de ne-cesidades materiales y simblicas.

    Por otra parte, en un contexto dominado por lasrelaciones econmicas, sociales y polticas capitalis-tas, los intentos de organizacin alternativa de la pro-duccin siempre enfrentarn el acecho de los determi-nantes de la estructura dominante. Las discusionesen torno a como lograr productividad sin explotacino autoexplotacin, o cmo distribuir cargas y benefi-cios de manera equitativa, estarn presentes ms allde la forma que adopte el emprendimiento: cooperati-va o control obrero. Lo mismo puede decirse de la rela-cin con el mercado, porque mientras sus reglas gene-rales sigan primando, los emprendimientos de nue-vo tipo se toparn con los lmites que aqul impone,no slo con respecto a lo que se comercia (circulacinde mercancas) sino a como se organiza la produccinmisma.

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    Adamovsky observa muy bien que, en parte comoreaccin contra la poltica estatista de la vieja izquier-da, que en su afn por "tomar el poder" termina crean-do partidos a veces ms autoritarios que el propio es-tado capitalista, hay sectores del movimiento socialargentino que desarrollan una lnea de autonomismoun poco ingenua. En alguna jornada de reflexin escu-ch a un asamblesta, por ejemplo, decir que la autonomapasa por crear microemprendimientos productivos, y desli-garnos totalmente del estado en una especie de "sociedadparalela". Sin duda esto es importante, pero no creo que laemancipacin pase slo por aprender a fabricar nuestrospropios dulces en conserva, ni simplemente por crear for-mas de defensa contra los ataques del estado. Adamovskyapunta acertadamente que, ya en el siglo XIX, los so-cialistas fourieristas e icarianos se dedicaron a fun-dar cientos de comunidades paralelas (los llamados"falansterios"), que se autosustentaban en todos losterrenos (produccin, educacin, leyes propias, etc.).Recuerda que muchas de estas comunidades llegarona agrupar a varios cientos de personas, incluso miles,y algunas duraron tanto como 70 u 80 aos, pero in-variablemente terminaron disolvindose, no por la repre-sin estatal, sino bajo la presin del capitalismo: los hijos onietos de sus fundadores simplemente prefirieron irse almundo exterior. Por eso advierte que el capitalismodel siglo XXI impone todava muchas ms restriccio-nes y presiones que el de hace 150 aos y que, por eso,la estrategia de la "sociedad paralela" (por lo menosas entendida), es hoy inviable.

    Coincidimos con su planteo cuando destaca quees fundamental comprender que la verdadera autonomase pelea todo a lo largo de la sociedad (incluyendo el esta-do). Aclaro de nuevo aqu, para que no haya malentendidos:creo que la construccin de autonoma, lo que algunos lla-man contrapoder, tiene que ser el horizonte fundamentalde nuestra tctica poltica. Pero para cambiar el mundo te-

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    nemos que encontrar la forma de desapoderar el estado, yreemplazarlo por otra forma de relacin social. Las asam-bleas de barrio, las fbricas autogestionadas, los microem-prendimientos no capitalistas son fundamentales. Pero unasociedad nueva no se sostiene slo con eso.

    B- La autonoma mitificada

    En ciertas perspectivas, radicalizar la democraciase emparenta con una suerte de construccin de mitosen torno a la participacin autnoma, autogestiva uhorizontal. As, se inventan seres maravillosos que seinvolucran en cada cosa que les compete y, de all, semiden las conductas de todos los dems. Frente a estatentacin, tienen razn los zapatistas, cuando dicenque todos somos revolucionarios porque somos per-sonas comunes. El problema es que tampoco en estaperspectiva termina de quedar claro el modo en que laprctica comn consigue hacerse consciente de supapel revolucionario, en primer lugar, y despus lo-gra impactar de forma efectiva sobre la realidad socialque se pretende cambiar de modo radical.

    a. La batalla por la horizontalidad

    An si se intentan construir, de manera conscien-te, los ideales anti-capitalistas en las prcticas coti-dianas, existen problemas muy bsicos que condicio-nan desde su origen la posibilidad misma de materia-lizarlos. Hay muchas experiencias concretas alenta-das por los ideales libertarios de autonoma, horizon-talidad y democracia directa. Es plausible y alentadorque haya grupos que decidan asumir en sus accionespresentes tales principios e ideales. Pero la cuestinsubsistente sigue siendo su extensin, replicabilidady, por ende, viabilidad, como opcin poltica y no como

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    eleccin individual o colectiva en pequea escala oaislada.

    Cuando el nucleamiento piquetero ms ligado alos principios autonomistas, el MTD de Solano, porejemplo, plantea la necesidad de hacer un esfuerzopor dejar de lado los condicionamientos que nos impone laverticalidad, el sentido jerrquico y del poder en el que na-cimos y nos desenvolvemos, da en la tecla con un puntocentral para cualquier organizacin que pretenda, noslo ser autnoma de otras determinaciones de poder,sino construir relaciones sociales de nuevo tipo. Tam-bin concordamos con su idea de concebir a la hori-zontalidad como una bsqueda, como un proceso de cons-titucin de nuevas relaciones sociales, que destruya los va-lores del capitalismo y sean generadoras de una nueva sub-jetividad. Por eso tenemos que decir que estamos aun lejosde llegar a una horizontalidad plena y la vemos ms comoun desafi en la lucha de cada da.

    Sin embargo, la forma en que se libra esa batalladesde un asentamiento territorial de desocupados,desde una comunidad indgena, desde un agrupa-miento urbano de tipo asambleario, o desde una fbri-ca recuperada por los trabajadores, no son las nicasen las cuales es imperativo plantearse el camino haciauna transformacin completa, ni tampoco son fcil-mente replicables. Porque la complejidad social invo-lucra diferentes niveles y estructuras que demandanmltiples formas de accin y exigen distintas alterna-tivas. Mazzeo (2004) observa, atinadamente, que ennuestro pas, y en el resto de Amrica Latina, la fuerza detrabajo es difcil de ubicar en trminos de clase rgidos. Eldesarrollo capitalista perifrico no ha redundado enla homogeneizacin de la fuerza de trabajo sino, porel contrario, contribuy a delinear una estructura so-cial altamente segmentada. Por eso en la actualidad,ms que de un proceso de reduccin o disolucin dela clase obrera, lo que se hace visible es el crecimiento

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    de un tipo de heterogeneidad que la debilita y limitasus potencialidades.

    b. El sujeto de la emancipacin

    Pero hay que resaltar que el mundo del trabajo cl-sico, an degradado por la desocupacin y la preca-rizacin, sigue siendo un espacio decisivo de sociali-zacin en la sociedad capitalista. Y la relacin capi-tal-trabajo, si bien ha variado de formatos, no ha per-dido su potencial conflictivo central. Ello no significadesconocer que la tesis de la centralidad obrera terminfavoreciendo en muchos casos a las interpretaciones de tipoestructuralista que vean a las conductas y a las prcticassociales como determinadas unilateralmente por la posicinque los sujetos ocupaban en el terreno de la produccin.Estas concepciones, sumadas a las que sostenan la nocinde externalidad de la poltica en relacin a la clase obrerahicieron que la izquierda terminara compartiendo nocionesaxiales de la cultura poltica dominante. (Mazzeo, 2004)

    Es cierto, entonces, que las nuevas condiciones enque se expresa la relacin capital-trabajo exigen for-mas renovadas y originales de intervencin poltica,capaces de dar cuenta de la diversidad y del carcterplural de los nuevos sujetos (de la clase). Sin embargo,creemos que todava contina en cabeza de los traba-jadores (obreros y empleados) insertos en las distintasvariantes de actividades regidas por la lgica de re-produccin capitalista (y ms all de las nunca salda-das discusiones en torno a si estn en la esfera de laproduccin o la circulacin de bienes y servicios), lacapacidad de librar batallas decisivas, vinculadas alos nudos centrales de disputa en el capitalismo real-mente existente.

    Poniendo entre parntesis la antigua disputa pordescubrir el ncleo duro del sujeto capaz de enfren-tar la dominacin capitalista, lo que parece ms rele-

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    vante es luchar por construir, en todos los terrenosposibles, los canales apropiados para permitir la par-ticipacin efectiva y consciente de todos los sectoressociales oprimidos por las formas de dominacin ca-pitalista, cuando tal participacin es necesaria, cuan-do es imperativa. Porque la experiencia ensea queson muchas las personas que quieren participar enlas grandes decisiones (de su lugar de trabajo, de sugremio, de su barrio, de su ciudad, de su pas), en aque-llo que define cuestiones importantes que pueden afec-tarlas en su vida cotidiana o en sus perspectivas futu-ras. Cuanto ms cercano y directo es el asunto que leincumbe a una persona, mayor suele ser su propen-sin a involucrarse de algn modo y a reclamar acti-vamente su derecho a decidir.50 Esto se puede ver cla-ramente en los momentos de crisis, o en los franca-mente insurreccionales, como pas en la Argentinadesde diciembre de 2001 hasta los primeros meses de2002, cuando enormes cantidades de personas salie-ron a las calles a ejercer con su cuerpo su potestaddecisional.

    c. Ms all del altruismo evanglico y lalaborterapia

    Por eso es indudable que hay que combatir con fuer-za el sustituismo extremo de los formatos clsicos derepresentacin que acotan al mnimo o, incluso, anu-lan, la potestad decisoria de las mayoras y procurarla apertura de mbitos genuinos de participacin po-pular, donde se decida aquello que verdaderamentecuenta, en terrenos que superan las definiciones desocial, poltico, cultural, gremial, etctera.51

    En tal sentido, la autonoma puede concebirse como elpoder de decidir y ejecutar polticas (Cieza, 2002), yaque lo que siempre est en juego es la definicin delsentido de la vida en comn.

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    Pero hay que distinguir las situaciones en las queno hay delegacin que valga, como son los picos decrisis, de movilizacin intensa o insurreccionales, delas etapas en que hay que gestionar lo cotidiano. Esdifcil perpetuar los momentos catrticos de la crisis,donde el impulso de la accin participativa no se de-lega, porque al estado mximo de tensin le siguesiempre el tiempo de reflujo, en el cual se decanta elncleo activo movilizador y movilizado y aparecenlas formas de delegacin. Por eso es improbable que,llamando al reunionismo activista y desilusionndo-se luego de la escasez de convocatoria, o apelando aun grado de conciencia de larga maduracin se re-suelva la compleja cuestin de la accin colectiva.52

    Ms probable es que la cuestin clave pase, en cam-bio, por librar la batalla intelectual y moral parasuperar las barreras que impone el sistema dominan-te y, a su vez, imaginar, impulsar y poner en prcticacanales especficos que permitan expresar las opinio-nes y elecciones en torno a los asuntos relevantes yaportar verdaderamente a la construccin de lo deci-sivo. Se trata, en suma, de recrear el espacio de la po-lis como mbito de decisin de todo aquello que im-porta, y de romper con la falaz divisin entre lo econ-mico-privado y lo poltico-pblico.

    Haciendo un balance de la experiencia de las asam-bleas barriales, Ouvia (2004) aporta una reflexininteresante: La lucha por la defensa y expansin de 'es-pacios pblicos no estatales' se fue convirtiendo en motoractivador de la dinmica vecinal. Esto ha estado vinculadoa la gestacin de una nueva subjetividad, constituyente derelaciones que reestablecen un sentido comunitario y des-privatizador en la propia vida cotidiana en ese territorio endisputa que es el barrio. En este sentido, se han logradogenerar proyectos materiales que intentan afianzar la auto-noma del colectivo barrial con respecto a la lgica capita-lista, potenciando la capacidad humana del hacer. Las revi-

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    talizadas comisiones de trabajo y economa solidaria apues-tan a desoir no sin dificultades y tentaciones las 'loas'mercantiles y estatalistas que pugnan por desarticular odomesticar los embriones de autogestin asamblearia, plas-mados en emprendimientos productivos, de distribucin yconsumo de diferente envergadura.

    Esta experiencia es, leda en trminos de las for-mas anticipatorias gramscianas, de una riqueza in-cuestionable. Porque subraya el profundo espritu gre-gario y de accin colectiva que anida en amplios seg-mentos de la poblacin. Pero tambin es preciso con-siderar que la gran mayora de las personas atribula-das por el padecimiento cotidiano de ganarse la vidano suele participar en forma genrica, es decir, por elsolo inters de "participar", sino a travs de canales ysituaciones concretas, cuando entiende que su invo-lucramiento activo cobra algn sentido. A partir deestas realidades definidas es que se abre la posibili-dad de expresin y contribucin democrtica para laelaboracin de las estrategias de resolucin de los pro-blemas comunes. Para que esta posibilidad no se frus-tre es preciso generar, con hechos, el convencimientode que las acciones encaminadas a modificar la reali-dad son el resultado de la propia participacin juntoa la de otros y no, en el mejor de los casos, la conse-cuencia de una "interpretacin" por parte de la diri-gencia.53 Y tambin que la participacin apunta a mo-dificar realidades que trasciendan la inmediatez delmbito en el que se acta. De lo contrario, las accionespueden quedar atadas a la no despreciable en tantotica labor de las organizaciones no gubernamenta-les y los diversos tipos de voluntariados sociales, peropoco aportarn a los cambios fundamentales que elimpulso autonmico propicia.

    Porque no se trata slo de participar, a la mane-ra de deber moral impuesto por la solidaridad con eligual o con el ms dbil (rasgo, por ejemplo, de la cari-

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    dad del buen cristiano54), o de laborterapia para ocu-par el tiempo libre o ensayar nuevas formas de afecti-vidad y lazos sociales, aunque estas modalidades notengan, en s mismas, nada de censurable. Lo que pa-rece adquirir un sentido ms trascendente, sin embar-go, es la participacin, el involucramiento activo entanto disputa por la definicin y la ejecucin de accio-nes clave para el conjunto social del que se forma parte.

    d. La delegacin por confianza

    Por otro lado, la participacin no puede excluir elconcepto bsico de confianza, que incluye tambin al-gn grado de delegacin55 en distintos niveles y accio-nes. Esto vale tanto a la hora de conformar organiza-ciones polticas capaces de aunar la ms ampliaapertura a la expresin autnoma y activa del conjun-to de sus miembros, como a las gestiones efectivas desdelas estructuras de poder. Sin sentido de pertenencia a uncolectivo por compartir ideales, metas, perspectivas,intereses o proyectos y confianza bsica en la inte-gridad y buena fe de sus miembros, no hay posibili-dad de accin colectiva relevante alguna. Porque nin-guna sociedad ni grupo asociativo- puede evitar con-tar en alguna medida con la buena voluntad y un sen-tido en comn de sus integrantes. El hecho es que losabusos que pudieran llegar a cometer los designadospara la realizacin de determinadas tareas puedenconjurarse con mecanismos de control definidos y,adems, son menos posibles bajo las formas de parti-cipacin autogestiva plena y generalizada que bajocualquier otra forma de organizacin de tipo repre-sentativo-jerrquica.56 Pero el desafo mayor es lograrconstituirlos y hacerlos perdurar como forma alterna-tiva de relacin social (y poltica), y no como merailusin militante de un grupo que se encierra sobre s

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    mismo al no poder replicar, en seres de carne y hueso,su convocatoria libertaria moralmente superior.

    Aqu resulta especialmente relevante y esperan-zadora la observacin de Ouvia (2004): Numerososvecinos que quizs no participan ms, fsicamente, de laasamblea de su barrio, mantienen todava una vinculacinpermanente con ella a travs de variadas redes de intercam-bio y apoyo que exceden en demasa a la propia reuninsemanal. A tal punto esto es as que en varias ocasiones,ocurre que el arraigo territorial de la asamblea es inversa-mente proporcional a la cantidad de miembros que la com-ponen.

    La delegacin por confianza es tambin un con-cepto prctico cuya dimensin terica an no ha sidosuficientemente explorada. Un punto central a diluci-dar, siempre en situaciones concretas, es en qu medi-da la delegacin es una actitud de reconocimiento a lalabor de otros en beneficio comn, que se suple conformas activas de solidaridad cuando sta es perti-nente, o es un mero desentendimiento de las respon-sabilidades propias en la gestin que involucra al co-lectivo. La experiencia argentina es rica para abordaren detalle esta cuestin. Por ejemplo, en el caso de losmovimientos piqueteros, est muy presente la necesi-dad de la participacin concreta en cortes y moviliza-ciones para obtener los subsidios y recursos pretendi-dos por todos, especialmente en el momento en queesa actividad movilizadora apunta a la obtencin delo reclamado. En este sentido, slo sera admisible ladelegacin por parte de quienes tienen motivos aten-dibles (ancianos, enfermos, mujeres solas con muchoshijos, etctera) para no participar en las acciones co-lectivas. Tambin es comprensible que la organizacindistribuya las ventajas que obtiene entre quienes, pu-diendo hacerlo, se implicaron en su consecucin. Aquhay que considerar, adems, que el origen de los pi-queteros se remite al imperativo de interpelar en for-

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    ma activa al estado para que provea los recursos mni-mos de subsistencia, expropiados por la propia polti-ca econmica gubernamental y en ausencia de polti-cas que brinden una verdadera cobertura universal.Otra discusin pendiente, sin embargo, es hasta qupunto la participacin piquetera, tal como se la cono-ce en la mayora de las agrupaciones existentes, pue-de eludir la reproduccin de las lgicas clientelaresque acompaan histricamente las prcticas polti-cas predominantes entre los sectores populares, im-pulsadas por los aparatos partidarios burgueses. Laautonoma, equivalente a la facultad de decidir sincondicionamientos externos de ningn tipo, es un te-rritorio a conquistar ms que una cualidad natural adejar fluir. Se gana en el proceso de lucha y en el deba-te ideolgico que le otorga sentido.

    En el caso de las fbricas recuperadas, el origen dela accin colectiva es la necesidad de preservar unafuente de trabajo amenazada, lo que afecta en formadirecta al conjunto de personas involucradas. Aqu sehace palpable que la participacin de los interesadoses imprescindible. El problema, ms profundo y com-plejo, se plantea a la hora de definir tareas y responsa-bilidades para poner en marcha el tipo de actividadde que se trata, lo que involucra, en muchos casos,conocimientos especializados de no tan sencillo tras-paso. El surgimiento de estas experiencias se liga a ladebacle productiva que el modelo neoliberal provocen la Argentina. Tambin su supervivencia parece es-tar atada a las posibilidades de interpelar al estado ya otras organizaciones sociales para procurarse re-cursos legales y materiales que permitan la continui-dad de la experiencia.

    Las asambleas barriales son, en cambio, el caso mspuro de accin en comn encaminada a producir cam-bios que, se los reconozca as o no, involucran la di-mensin de la representatividad y la poltica. Son una

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    forma de construccin de un vehculo apto para cana-lizar demandas y anhelos sociales, alternativo al for-mato tradicional y desgastado de los partidos pol-ticos. Su irrupcin en la escena pblica no en vanocoincidi con un momento de agudsima crisis de larepresentacin poltica tradicional (diciembre de 2001)y de devastacin econmica indita en el pas, conmasas de hambrientos hurgando la basura en buscade alimento. Por eso una parte significativa de los asam-blestas autoconvocados alguna vez formaron parte osimpatizaron con partidos o agrupaciones polticasde los cuales se alejaron, pero anhelando volver a in-tegrar un colectivo capaz de actuar en el terreno de lapraxis social. Y otra porcin pertenece al tipo de per-sonas sensibles frente al sufrimiento ajeno y que seplantean la accin voluntaria y solidaria como op-cin de vida. Lo que nos deja abierto un interrogante:las asambleas podran encuadrarse como una suertede nuevo voluntariado social o como un proto-parti-do de nuevo tipo? O aportarn, acaso, a la construc-cin de un espacio pblico no estatal?

  • II- EL PODER POLTICO YLA DIMENSIN ESTATAL

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    1- ELOGIO DE LA POLTICA

    A esta altura del anlisis consideramos que es esen-cial recuperar el nombre de POLTICA como referen-cia a los asuntos comunes de la polis, del colectivocapaz de definir sus reglas de interaccin. Cualquierforma de organizacin de la vida en comn, que esta-blezca reglas para tomar decisiones que afecten a to-dos es, por definicin, POLTICA. Est claro