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16 de octubre de 2020 6 Publicó cerca de un centenar de títulos. Sus reflexiones sobre el papel del escritor latinoamericano en el escenario regional tienen especial vigencia en el presente. T ENÍA 13 años esta re- portera, cuando el sin- gular texto Poesías de amor hispanoamericanas co- menzó a cortejar sus prime- ras revelaciones amatorias. El prologuista, entonces para ella un “tal Mario Benedetti”, había advertido desde las pri- meras glosas: “Este volumen no aspira a ser una antología sino una mera muestra […] Es probable que una antología de tomo y lomo excluyera muchos de esos poemas, sonoros como tormentas, exagerados como frutas de trópico, que toman por sorpresa al lector (y sobre todo a la lectora) adolescente de todas las épocas”. Y no se equivocaba el tam- bién seleccionador de la estu- penda obra, cuyas páginas cau- tivaron tanto a quien suscribe estas líneas que el libro se vol- vió frecuente en casi todos los momentos hasta que, destar- talado y maltrecho, alguien se MARIO BENEDETTI Celebramos el centenario de un grande entre los intelectuales hispanoamericanos y de la literatura universal, quien con la mayor de las Antillas tejió un puente de amor, sabiduría y amistad Por ROXANA RODRÍGUEZ TAMAYO ROXANA RODRÍGUEZ TAMAYO asumió nuevo dueño y le dio desconocido destino. Después de algunos lustros del imperdonable despojo, el reencuentro con una nueva edición de aquel título devolvió emociones increíblemente iné- ditas, y el impulso para leer y releer otras obras del notable poeta, novelista, ensayista, tra- ductor, dramaturgo y periodista, quien no deja de cautivar desde esa “rara” y alucinadora sensa- ción que ha marcado a distintas generaciones de lectores, en Cuba y el orbe. Tal vez su lustre radica en la armonía perfecta entre el hom- bre culto, sencillo, de peculiar sentido del humor, y la grande- za y excepcionalidad de su crea- ción literaria. Al decir de su co- terráneo y contemporáneo, el escritor Eduardo Galeano, fue “un famoso humilde: él nunca se creyó Mario Benedetti”. Polémico a veces, por su radi- cal postura política, este adalid cubasi.cu de las letras hispanoamericanas tiene muchos seguidores, entre otras razones, por el lirismo tan peculiar –único diría– de asumir la esencia primigenia del poema, aquella en la que sin muchos ro- deos el verso se convierte en can- ción; no por gusto cantautores del relieve de Daniel Viglietti, Joan Manuel Serrat, Pablo Milanés, Nacha Guevara, Soledad Bravo, y algunos más, han musicalizado textos poéticos suyos. Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia (1920- 2009), con cinco nombres familia- res, como lo bautizaran sus pa- dres a la usanza de las tradicio- nes italianas de los ascendientes, nace en la República Oriental del Uruguay, un 14 de septiembre, en Paso de los Toros, departamento de Tacuarembó, donde residiría solo los primeros años. A pesar de proceder de una fa- milia de clase media, vive una in- fancia azarosa, marcada por las carencias materiales y la pobre- za. El padre, químico farmacéu- tico de profesión, cae en la ruina por una estafa que los obligará a habitar en una de las áreas más paupérrimas de Montevideo. Nada merma las inquietudes literarias y culturales del niño desde temprana edad. “Cuando estaba en la escuela primaria, empecé a escribir cuentos, luego poemas. A los once años escribí una novela, de capa y escapa por supuesto. Nada de eso era de un nivel publicable, pero ya demos- traba un interés”, comentará el creador, en varias entrevistas, so- bre la vocación que por siempre lo movilizará e inmortalizará. La situación económica ho- gareña no le permite culminar la enseñanza secundaria y se gana el sustento a partir de los 14 años. Trabaja como recade- ro primero y en el decurso, con superación y esfuerzo, llega a ser taquígrafo, cajero, tenedor de libros, empleado público y de comercio, traductor, periodista y, por supuesto, el escritor que anhelara desde la infancia. “UN FAMOSO “UN FAMOSO HUMILDE” HUMILDE”

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16 de octubre de 20206

Publicó cerca de un centenar de títulos. Sus refl exiones sobre el papel del escritor latinoamericano en el escenario regional tienen especial vigencia en el presente.

TENÍA 13 años esta re-portera, cuando el sin-gular texto Poesías de

amor hispanoamericanas co-menzó a cortejar sus prime-ras revelaciones amatorias. El prologuista, entonces para ella un “tal Mario Benedetti”, había advertido desde las pri-meras glosas: “Este volumen no aspira a ser una antología sino una mera muestra […] Es probable que una antología de tomo y lomo excluyera muchos de esos poemas, sonoros como tormentas, exagerados como frutas de trópico, que toman por sorpresa al lector (y sobre todo a la lectora) adolescente de todas las épocas”.

Y no se equivocaba el tam-bién seleccionador de la estu-penda obra, cuyas páginas cau-tivaron tanto a quien suscribe estas líneas que el libro se vol-vió frecuente en casi todos los momentos hasta que, destar-talado y maltrecho, alguien se

MARIO BENEDETTI

Celebramos el centenario de un grande entre los intelectuales hispanoamericanos y de la literatura universal, quien con la mayor de las Antillas tejió un puente de amor, sabiduría y amistadPor ROXANA RODRÍGUEZ TAMAYOROXANA RODRÍGUEZ TAMAYO

asumió nuevo dueño y le dio desconocido destino.

Después de algunos lustros del imperdonable despojo, el reencuentro con una nueva edición de aquel título devolvió emociones increíblemente iné-ditas, y el impulso para leer y releer otras obras del notable poeta, novelista, ensayista, tra-ductor, dramaturgo y periodista, quien no deja de cautivar desde esa “rara” y alucinadora sensa-ción que ha marcado a distintas generaciones de lectores, en Cuba y el orbe.

Tal vez su lustre radica en la armonía perfecta entre el hom-bre culto, sencillo, de peculiar sentido del humor, y la grande-za y excepcionalidad de su crea-ción literaria. Al decir de su co-terráneo y contemporáneo, el escritor Eduardo Galeano, fue “un famoso humilde: él nunca se creyó Mario Benedetti”.

Polémico a veces, por su radi-cal postura política, este adalid

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de las letras hispanoamericanas tiene muchos seguidores, entre otras razones, por el lirismo tan peculiar –único diría– de asumir la esencia primigenia del poema, aquella en la que sin muchos ro-deos el verso se convierte en can-ción; no por gusto cantautores del relieve de Daniel Viglietti, Joan Manuel Serrat, Pablo Milanés, Nacha Guevara, Soledad Bravo, y algunos más, han musicalizado textos poéticos suyos.

Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia (1920-2009), con cinco nombres familia-res, como lo bautizaran sus pa-dres a la usanza de las tradicio-nes italianas de los ascendientes, nace en la República Oriental del Uruguay, un 14 de septiembre, en Paso de los Toros, departamento de Tacuarembó, donde residiría solo los primeros años.

A pesar de proceder de una fa-milia de clase media, vive una in-fancia azarosa, marcada por las carencias materiales y la pobre-za. El padre, químico farmacéu-tico de profesión, cae en la ruina por una estafa que los obligará a habitar en una de las áreas más paupérrimas de Montevideo.

Nada merma las inquietudes literarias y culturales del niño desde temprana edad. “Cuando estaba en la escuela primaria, empecé a escribir cuentos, luego poemas. A los once años escribí una novela, de capa y escapa por supuesto. Nada de eso era de un nivel publicable, pero ya demos-traba un interés”, comentará el creador, en varias entrevistas, so-bre la vocación que por siempre lo movilizará e inmortalizará.

La situación económica ho-gareña no le permite culminar la enseñanza secundaria y se gana el sustento a partir de los 14 años. Trabaja como recade-ro primero y en el decurso, con superación y esfuerzo, llega a ser taquígrafo, cajero, tenedor de libros, empleado público y de comercio, traductor, periodista y, por supuesto, el escritor que anhelara desde la infancia.

“UN FAMOSO“UN FAMOSOHUMILDE”HUMILDE”

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Año 112/No. 21 7

El escritor y su esposa, Luz López Alegre, contaban en sus cartas que en Cuba todo lo que hacían era útil, mejoraba algo, y eso establecía la diferencia.

El vínculo de Benedetti con Casa se extiende durante varias décadas.

El hombre: una vida y su obra

Cuando abandona la plaza de funcionario en la Contaduría General de la Nación, en 1945, se integra a la redacción del se-manario Marcha y publica el primer poemario, La víspera indeleble, del cual nunca vuel-ve a autorizar la reedición.

Poco después contrae nupcias con Luz López Alegre, el gran amor de su vida, a quien conocía desde la niñez, por la amistad que profesaran sus respectivas familias. Hasta el último de sus días Luz sería precisamente eso: la estrella que lo iluminará en los más complejos desafíos.

“Antes de su fi nal inmereci-do/ Luz abrió por última vez sus ojos/ y su mirada fue una des-pedida/ nunca podré olvidar/ esos ojos tan míos/ resumiendo una vida/ dando un amor pos-trero/ más o menos consciente”, escribiría el eterno enamorado tras el fallecimiento, en 2006, de aquella mujer sencilla, pers-picaz, con un especial sentido de lo práctico y tan querida por amigos y conocidos.

En Marcha el bardo conge-nia y se vincula con intelectua-les sobresalientes: Juan Car-los Onetti, Eduardo Galeano, Emir Rodríguez Monegal, Án-gel Rama, Alfredo Zitarrosa, Daniel Viglietti, Idea Vilariño, entre otros. Ejerce como direc-tor de la sección de literatura a partir de 1954 y permanecerá en tal condición durante 20 años hasta que el Gobierno de Juan María Bordaberry lo clausura.

Durante la década de los 40 y las dos siguientes lidera, re-dacta, participa en el consejo editorial de distintas revistas, como Marginalia y Número; sus escritos son reclamados y elogiados por publicaciones de la región. Las locales La maña-na, Peloduro (humorística), La Tribuna Popular; la bonaerense Tiempos Modernos, la mexica-na Siempre y las cubanas Casa

de las Américas, El Caimán Barbudo y Unión, subliman su ya bien posicionado prestigio.

Poemas de la ofi cina y Mon-tevideanos, ambas de 1959, pro-ponen desde diferentes géne-ros literarios (poesía y cuento, respectivamente) una mirada crítica a las costumbres de los uruguayos de clase media que habitan en la capital y, a la vez, suponen el preludio de la con-sagración defi nitiva.

Los años 60 representan un momento decisivo y prolífi co en la carrera política y literaria del creador. La novela La tregua (Alfa, 1960) conquista resonan-te éxito mundial: consigue más de un centenar de ediciones, es traducida a 19 idiomas y versio-nada para el cine, el teatro, la radio y la televisión.

Benedetti se adscribe al gru-po de intelectuales adeptos a la Revolución Cubana y concibe el primer texto representativo de su militancia y compromiso ideológico, El país de la cola de paja (1960). Mientras alterna con la literatura, encabeza el Movi-miento de los Independientes del 26 de Marzo e integra el Frente Amplio, opción a los partidos clá-sicos: el Blanco y el Colorado.

El también autor de los rela-tos cortos incluidos en Despis-tes y franquezas (1989), y de las novelas Gracias por el fuego (Alfa, 1965) y La borra del café (Arca, 1992), se asume bardo por excelencia.

“La poesía es el género en que yo creo expresarme mejor. Aunque la crítica generalmente no es de esa opinión, es el géne-ro donde estoy más cómodo y del cual me siento más cerca”, declara el creador de obras tan populares como Hagamos un trato y Táctica y estrategia.

Con excelsitud domina casi todas las vertientes literarias, incursiona en el guión cinema-tográfi co y hasta se presenta como actor circunstancial en una película de Eliseo Subie-la: El lado oscuro del corazón (1992), en la cual declama ver-sos suyos, nada más y nada me-nos que en alemán.

La Casa: dulce hogar caribeño

Pocos se acuerdan de quién par-tió la idea –si de Ángel Rama o de Alejo Carpentier– de traer a Ma-rio Benedetti como uno de los ju-rados internacionales del premio literario Casa de las Américas.

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16 de octubre de 20208

La propuesta se concreta en enero de 1966, por invitación de la heroína del Moncada Haydée Santamaría, entonces directora de la institución, quien se con-vierte en breve lapso en entra-ñable amiga. Sobre ella reme-mora el escritor uruguayo en una semblanza homenaje fechada en 1981: “No era escritora ni pinto-ra ni música ni actriz, pero tenía una extraña sensibilidad para captar el arte y disfrutarlo”.

Es la mentora de Casa quien lo convida a fundar el Centro de Investigaciones Literarias (CIL), cometido que recibe con genuina pasión y entusiasmo. Labora sostenida e incansable-mente, en solo dos años estable-ce las bases estructurales que hasta el presente ostenta el CIL. Crea colecciones de libros y dis-cos, comienza el diccionario de escritores. Empieza el registro de grabaciones de autores le-yendo sus textos, conocido como Archivo de la Palabra. Convoca a premios, organiza conferencias, cursos y otros proyectos hasta hoy disponibles.

Entre la nómina de Casa y el escritor se teje un puente de amor, sabiduría y simpatía per-durable en el tiempo y que deja hondas huellas. Tras cada par-tida se genera un intercambio epistolar fl uido y emotivo. Mu-chos textos llegan a ser tan su-gerentes y originales como las misivas en verso que cruzara con el poeta y ensayista Rober-to Fernández Retamar, director de la Casa por más de tres déca-das y uno de sus grandes amigos cubanos; o como el fragmento si-guiente, revelador del acriolla-do “aplatanamiento” del artista: “Ustedes me han desorganiza-do el patriotismo. A esta altura, ya no sé si soy uruguayo titular o cubano suplente. Y algo peor: ya no sé tampoco si soy urugua-yyyyo, o uruguaio. Por un lado, estoy contento de haber regre-sado a Montevideo y por otro los extraño una barbaridad. Fíjense qué relajo”, le escribe en 1969 a Genoveva Daniel (Beba), secre-taria ejecutiva entonces, cuan-do de modo temporal él y Luz marchan a su país.

Después del golpe de Esta-do de 1973, tiene que abandonar Uruguay. Inicia una difícil etapa de resistencia en el exilio que se extiende por más de dos lus-tros. Reside en Argentina, Perú, Cuba y España hasta mediados de los 80, cuando regresa a la nación charrúa y retoma su agitada actividad intelectual.

El proceso social refrenda-do en Cuba significa para Be-nedetti una transformación en la manera de percibir y sentir a América Latina; una defi-nición integral como escritor revolucionario que no renun-cia a la literatura, su razón de existir.

Consecuente con sus prin-cipios y ética, rebate posturas, disiente sobre juicios errados. Así lo hace con el máximo titu-lar de Cultura de su país, a fi na-les de los años 80: “Nadie hoy osa descalifi car a la revolución francesa y se olvida de que su tan admirado Estados Unidos salió de una revolución y que demoró trece años en tener un gobierno democrático; o sea, parece ha habido revoluciones buenas y revoluciones malas, y no les gustan la de Cuba y Ni-caragua, parece que le gustan más las otras”.

Por esta coherencia de pen-samiento es respetado, admi-rado, recordado por los inte-lectuales y creadores del orbe; por esa concordancia entre el escritor y el ser humano, es –y con certeza será– paradigma y voz para todos los tiempos.

“Hace unos cuantos ama-neceres que se nos vuelve di-fícil a muchos decir buen día sabiendo que […] no está. O acaso está, titilando en el fir-mamento de nuestra memo-ria, como esa estrella que él no creía ser”, expresaría el can-tautor Daniel Viglietti, el có-frade de tantos recitales ex-traordinarios, a pocos meses de su deceso (17 de mayo de 2009), esa pérdida que todavía conmociona y duele.

La Orden Félix Varela le fue entregada por Fidel Castro Ruz, líder de la Revolución Cubana.

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dios

Rev

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