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Jacques Maritain - PUBLICACIONES - AMPLIACION DE ARTICULOS
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"MARITAIN Y PERON". El Humanismo Integral en perspectiva justicialista.Autor: Bosca Roberto> Ver datos del Autor
Las fuentes ideológicas del peronismo involucran y resignifican una cuestión que ha suscitado en el pasado una considerable
atención, como afluentes de una ya vieja controversia que el paso del tiempo no ha conseguido agotar. Mucho tiene que ver en ello
su peculiar naturaleza, partiendo del pragmatismo que su no menos controvertido fundador le imprimiera al movimiento político
más importante de la historia argentina desde sus inicios en los años cuarenta.
Al mismo tiempo, esas mismas fuentes pueden brindar claves de lectura que permitan entender los episodios históricos,
particularmente el conflicto del peronismo con la Iglesia católica, un fantasma del pasado que reconocería impensables
reviviscencias a lo largo del último medio siglo en el escenario social local.
Constituye así un lugar común considerar al peronismo un sujeto político sui generis, difícilmente clasificable y consecuentemente
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Presentación
Presentación Edición Nro 3 de Meudón
Perfil
Arturo Ponsati ¡Además, un hombre que cultivaba el humor!
Articulos
"MARITAIN Y PERON". El Humanismo Integral en perspectiva justicialista.
Economía Civil: eficiencia, equidad y felicidad pública
Coraje para la democracia y diálogo de las culturas Los derechos humanos de Bartolomé de las Casas a Jacques Maritain… y más allá
GLOBALIZACION vs. GLOBALIZACION FINANCIERA
EUROPA, O LA CONCIENCIA QUE NO PUDO SER
ISABEL LA CATÓLICA Y LOS DERECHOS HUMANOS
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en cierto modo incomprensible, mucho más para los extranjeros pero también para los argentinos, en tanto expresa rasgos propios
de su peculiar idiosincrasia. Son muchos así los que aún hoy siguen preguntándose ¿qué es el peronismo? Lo cierto es que no hay
una respuesta que alguien esté en condiciones de dar de modo que resulte satisfactoria para todos.
Este dato continúa más que nunca vivo en la actualidad, como lo prueba la edición posmoderna de la variante a gauche, de matriz
sesentista pero distinta de ella, hoy en curso de ejecución. Esta realidad pone entre paréntesis, evidentemente, cualquier
caracterización categorial, pero no inhibe su consideración, referida en este caso al peronismo cuarentista en su estado virginal.
El significado de una doctrina
La necesidad de una aproximación cierta requiere realizar una lectura sincrónica y otra diacrónica de un mismo movimiento político,
también del peronismo. El peronismo, en efecto, encarnó históricamente y de acuerdo a los signos de los tiempos un populismo a
dos aguas: a droite en los cuarenta y a gauche en los sesenta, pero el de la revulsiva década siguiente ya era distinto a los dos
anteriores y sucesivamente al de la siguiente, y desde luego también al de la actual
Al mismo tiempo, y con una cierta simplificación, puede decirse que el peronismo ha cubierto todos los puntos del escenario
político: un peronismo fascista en los comienzos, un peronismo marxista en los setenta y un peronismo liberal en los noventa. Este
sentido evolutivo estalla con la posmodernidad. Ante este panorama un tanto desconcertante para el atribulado ciudadano, la
pregunta obligada es ¿cuál es el “verdadero” peronismo? ¿el primero? ¿todos? o ¿ninguno?
El peronismo ha sido así escenario desde sus comienzos y en toda su historia de una enorme confusión ideológica, y de hecho ha
sido un verdadero bazar donde se ha podido encontrar mercadería para todos los gustos. Juan José Hernández Arregui, uno de los
principales ideólogos del socialismo nacional, puso en circulación durante los sesenta esta autodefinición: soy peronista porque soy
marxista. Pero en los mismos años y desde una fuerte impostación ética, Carlos Mugica enunciaba el nuevo precepto eclesiástico
de que para ser un buen cristiano había que ser peronista. Todo ello al mismo tiempo de que ciertos clérigos tercermundistas que
constituían una corporación clerical alineada en el peronismo, predicaban al pueblo fiel montonero en sus homilías religioso-políticas
dos mandamientos complementarios: el de Camilo Torres que decía que el deber del cristiano es ser revolucionario y el del Che
Guevara que decía que el deber del revolucionario es hacer la revolución.
Nada de ello había inhibido que un cuarto de siglo antes, el radical Eduardo Laurencena proclamara que todo peronista es,
justamente por ser peronista, un nazi. Finalmente, se ha observado que Perón nunca pretendió, como sí lo hicieran sus amigos
nacionalistas, una demolición de las estructuras jurídicas del estado de Derecho liberal-burgués, ni asumió sino de una manera muy
formal el revisionismo histórico, caracterizado éste por un fuerte antiliberalismo, al punto de que los ferrocarriles argentinos fueron
bautizados luego de su nacionalización y conservaron durante todos sus gobiernos los nombres de los próceres más conspicuos del
liberalismo. Como le gustaba decir a Perón: somos todos.
Puede comprenderse también a la luz de lo dicho, que con la fragmentación del discurso propia de la sensibilidad posmoderma que
ENTREVISTA CON EL PROFESOR-RECTOR GREGORIO PECES-BARBA MARTINEZ DE LA UNIVERSIDAD CARLOS III DE MADRID (ESPAÑA)
Noticias del Instituto
Noticias
STAFF
Encargados de la Revista
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determina un cierto sincretismo político por parte de los actores individuales y colectivos, ha podido sostenerse que en un sentido
ideológico, el peronismo significa hoy poco más que un formidable aparato de poder, o de modo más realista y quizás más
cínicamente, a la luz de la experiencia que se refleja en la desnuda realidad política, una caja distribuidora de fondos.
De otra parte, las ideologías fraguan en una matriz pero los movimientos históricos que de ellas se derivan son mutantes, y vaya si
lo ha demostrado así el justicialismo. Cabe recordar aquí precisamente una distinción trazada primero por Juan XXIII y luego
retomada por Pablo VI entre ideologías y movimientos históricos en relación al discernimiento moral que puede hacer de ellos una
conciencia cristiana con vistas a un compromiso político como otro elemento de análisis en la comprensión del fenómeno.
Una serie de personajes, algunos muy conocidos y otros muy desconocidos, conforman la galería en la que los estudiosos han
creído encontrar raíces del peronismo en la conformación de su matriz ideológica de los cuarenta. Entre ellos se encuentran
militares, escritores, políticos, historiadores, economistas, filósofos y pensadores pertenecientes a diversas nacionalidades y
vertientes ideológicas como Raúl Scalabrini Ortiz, Leopoldo Lugones, Alejandro Bunge, Adolfo Saldías, Gustave Le Bon, Colmar von
del Goltz, Carlos Astrada, Benito Mussolini, Getulio Vargas, Enrique Mosconi, Lázaro Cárdenas, Friederich List, Hipólito Yrigoyen,
León XIII, Karl Hauschofer, Arturo Jauretche, Segundo Storni, Friedrich Ratzel, Manuel Ugarte, Daniel Toro, Carlos Ibarguren,
Lester Ward, José Vasconcelos, Alfred von Clausewitz, Manuel Savio, Ernesto Quesada, Pío XI, Alfred von Schlieffen, Giulio Douhet,
José María Sarobe, Raúl Haya de la Torre, Carlos Montenegro, G. L. Duprat, Germán Busch y Adolfo Posada.
En estos nombres y en algunos otros se ha pretendido identificar la simiente de lo que con una expresión igualmente controvertida
se ha denominado la “doctrina peronista” y que se refiere a los contenidos ideológicos del primer justicialismo, ése que justamente
suele ser caracterizado, no sin cierto sentimiento nostálgico como el “verdadero” peronismo, o el “peronismo de Perón” que remite
a los años dorados del primer gobierno del fundador, y que identifica actualmente a una categoría residual, pero todavía importante
de lo que podría denominarse -según el matiz que se prefiera acentuar-, un peronismo ortodoxo o tradicional, inevitablemente
teñido a estas alturas del devenir histórico, de un reconocible anacronismo.
Merecen sumarse a éstos otros prohombres casi siempre entronizados en la categoría áurea de clásicos -tanto con un sesgo
academicista como también popular- a quienes el mismo Perón citaría con frecuencia, y de los que puede conjeturarse con
fundamento en este dato testimonial que también habrían ejercido un desigual influjo sobre su patrimonio de ideas, que van
desde Plutarco y su Vidas Paralelas hasta José Hernández y su Martín Fierro. También se han señalado otros en algunos casos
menos rutilantes de los que sus obras formaron parte de la biblioteca personal de Juan Domingo Perón, pero este solo dato, si bien
indicativo, no resulta del todo seguro para atribuirles una necesaria influencia. Aparece aquí una galería no menos rica que incluye a
nombres que van desde Aristóteles y Tomás de Aquino hasta Luis de Granada y Niccoló Macchiavelli.
La doctrina social de la Iglesia
En otro sentido, tres son los movimientos o corrientes de pensamiento de los que el peronismo puede considerarse tributario: el
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nacionalismo, la doctrina social de la Iglesia y el laborismo. De ellas provendrían no solamente los hombres y mujeres que
conformaron su estructura política, sino también las ideas que lo alimentaron, categorizadas en el trilema mitificado de
independencia económica, soberanía política y justicia social. De esta trilogía se desprende la conceptualización del peronismo como
una doctrina calificada como nacional, social y cristiana.
El peronismo tomó del nacionalismo su sentimiento argentinista, sus rictus autoritarios y su virulencia antiliberal. Asimiló el valor de
justicia social propio de la doctrina social de la Iglesia y formuló una reinterpretación justicialista del cristianismo fuertemente
impregnada de un mesianismo social. Finalmente, concretó las aspiraciones más caras del sindicalismo en un marco de respeto
formal de los carriles democráticos propio del socialismo liberal, inscribiéndose en una corriente de ideas que forma parte de la
sensibilidad o del ethos cultural y que durante el periodo de entreguerras buscaba construir una estructura política de fuerte tono
social: el obrerismo o laborismo. La fusión de las tres corrientes alumbraría una nueva ideología cuya denominación denuncia por sí
misma su marcada impronta personalista.
Uno de los más recientes ensayos sobre esta materia identifica en un lugar principal de la galería seminal a la figura de Jacques
Maritain. Esta conexión entre el pensador francés y el líder argentino se justifica en el dato hoy indiscutido de que Perón habría
hecho un intenso uso de elementos ideológicos socialcristianos en la conformación de su doctrina política. En un sentido más preciso
se sitúa la tercera vía alternativa de los proyectos capitalista liberal y socialista marxista que parecía encarnar la doctrina social de
la Iglesia como homóloga a la tercera posición peronista.
En particular algunos tramos de la obra mariteniana son señalados como particularmente ilustrativos al respecto, como Problemas
espirituales y temporales de una nueva cristiandad, Para una filosofía de la persona humana y singularmente Humanismo integral,
seguramente la obra de filosofía política más emblemática del filósofo.
Aunque es prácticamente unánime el reconocimiento de esa filiación genérica identificada en el magisterio social, admitida en
primer lugar de modo expreso por el mismo fundador, ciertamente no pueden encontrarse en cambio en los estudios sobre el
peronismo la atribución de esta paternidad nominativa, al menos de un modo tan concreto como en este caso.
En verdad, resulta difícil tener una idea cierta y segura acerca de la profundidad del saber de Perón en esta disciplina teológica.
Contrariamente al estereotipo del militar de primeras décadas del siglo pasado, Perón asume un cierto perfil intelectual y podría
decirse que fue un buen lector, pero no existe ni siquiera una prueba de que él haya leído las dos piezas fundamentales de la
doctrina social de la Iglesia en ese periodo que son las encíclicas Rerum Novarum y Quadragesimo anno, porque las citas textuales
no eran lo propio de su estilo, pero resulta verosímil pensar que él conocía sus contenidos esenciales tal como eran difundidos de un
modo popular por el diario El Pueblo y otros instrumentos apostólicos. No pueden caber muchas dudas de todas maneras acerca de
que él tendría una clara idea del espíritu en el que estaban inspirados esos documentos, que de algún modo formaba parte del
conocimiento ordinario de una persona medianamente informada de su tiempo.
En todo caso, es casi del todo probable que ellos sí habrían sido conocidos por sus colaboradores católicos, sobre todo por algunos
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sacerdotes y religiosos, especialmente Hernán Benítez y otros. Menos imaginable resulta que Perón haya leído o acaso prestado
alguna atención a compilaciones ampliamente difundidas como el Código Social de Malinas, estudios monográficos o manuales que
circulaban en los ambientes católicos de la época como los del belga Georges Ceslas Rutten, el jesuita vasco Joaquín Aspiazu y
antes que él su hermano en religión Antonio Vicent, fundador de los círculos de obreros en Valencia.
Estos autores elaboraron una presentación de los criterios morales del cristianismo en materia social tal cual habían sido expuestos
por el magisterio pontificio con un estilo menos paternalista y confesional que las primeras formulaciones de La Tour du Pin, Harmel
y Vogelsang. En un pasaje de sabor personalista y mariteniano, Juan Pablo II ha rendido homenaje al “catolicismo social” en
quienes a impulsos del magisterio social, individualmente o en grupos, han constituido un gran movimiento de defensa de la
persona humana que contribuiría a construir una sociedad más justa.
Esta doctrina era traducida a las realidades locales por algunas figuras emblemáticas como Gustavo Franceschi y Miguel de Andrea,
que la prensa reflejaba no solamente en la revista Criterio-más bien reducida a ambientes ilustrados- sino a través de los grandes
diarios y no sólo de los órganos confesionales como El Pueblo. Cada uno con sus respectivas sensibilidades configuran vigorosas
personalidades de las que puede decirse que imprimieron un sello muy definido a la Iglesia católica en la Argentina durante la
primera mitad del siglo pasado y constituyen datos que ayudan a comprender asuntos aún hoy controversiales como la naturaleza
del conflicto con la Iglesia Católica.
Personalismo y justicialismo
Al precisar los fundamentos de la inclusión del filósofo neotomista, se especifica que Perón adhirió a sus ideas liberales, siendo
partidario de una mayor apertura al mundo secular. Según esta opinión, dicha toma de posición se refleja de modo abierto en
Historia del peronismo, atribuido a Eva Perón. La obra recoge las lecciones personalmente impartidas sobre esta temática por Evita
en la Escuela Superior Peronista, en el tono de fervor y dogmatismo que le son reconocidos y que constituyen al peronismo como
una religión política.
Con ser interesante y sugerente, esta perspectiva no deja de presentar algunas dificultades bastante atendibles, y hasta puede
generar un respingo. La genética mariteniana ciertamente calza poco o nada con el universo peronista. Nadie diría que -al menos
en principio- la figura de Maritain pudiera asociarse a un régimen semiautoritario (o autoritario, o incluso totalitario) como lo sería
el primer peronismo, o al menos a un movimiento en el que resultan fácilmente reconocibles claras restricciones a la libertad y al
que se le ha adjudicado una cierta lenidad con respecto a algunos derechos fundamentales, y en el que de todos modos es posible
encontrar elementos fuertemente refractarios del liberalismo. Mas bien podría pensarse lo contrario.
A mayor abundamiento, un solo ejemplo puede resultar elocuente. Pocas dudas caben de que un democristiano como Ambrosio
Romero Carranza, profundo conocedor de Maritain y uno de los fundadores del Partido Demócrata Cristiano en la Argentina y
también notorio opositor al peronismo, al que identificaba como un movimiento de naturaleza directamente totalitaria, vería en el
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sintagma Perón-Maritain una verdadera contradictio in terminis sin ninguna posibilidad de conciliación.
Debe tenerse en cuenta que si bien el peronismo se nutrió en los años cuarenta de ideas y personas que estaban imbuidas del
estilo propio del mito de la Nación católica cuando éste se encontraba en su cenit, cosechó en cambio oposiciones y aun
animadversiones de todo calibre en el llamado catolicismo liberal -profundamente enfrentado en el ámbito de la vida pública al
nacionalismo-, en el que revistaron los más consecuentes seguidores de Maritain. No obstante, debe reconocerse que el peronismo
había conseguido reunir a representantes tanto del nacionalismo de los cuarenta como a maritenianos de los cincuenta.
Maritain ejerció una notoria influencia en los ambientes católicos de América Latina, particularmente en Chile y en Brasil, pero en
nuestro país sería resistido en los ambientes más conservadores y tradicionalistas, no menos que en España, donde fue objeto de
sordas invectivas durante muchos años debido a la influencia cultural y política del integrismo y del franquismo.
Contrariamente a cualquier afinidad o empatía, los nacionalistas argentinos -siempre un tanto refractarios al pensamiento francés
debido a la influencia de su hispanofilia- también concluirían que Maritain era poco menos que un hereje, sobre todo cuando
advirtieron su abandono de las tesis tradicionales de la cristiandad medieval y sus nuevos planteamientos críticos del talante
integrista que por entonces era poco menos que el oficial en el país al menos en algunas cuestiones. Según el teólogo Julio
Meinvielle, uno de los acérrimos enemigos del filósofo, Maritain habría abandonado la idea de un orden social cristiano para
cristianizar la revolución anticristiana.
Ellos se esmeraron en encontrar en el pensamiento mariteniano inadmisibles concesiones al secularismo, al naturalismo, al
indiferentismo y al laicismo, y cuando el filósofo se pronunció públicamente a favor de las fuerzas republicanas en la guerra civil
española -que los obispos habían caracterizado como una moderna “cruzada”-, los nacionalistas consideraron que se habían
superado todos los límites y le juraron odio eterno.
De otra parte, el filósofo también sería zaherido desde otras vertientes del espectro ideológico al reprochársele que siendo un
pensador progresista, su escenario intelectual estaba constituido por los ambientes más marcadamente conservadores. Sin
embargo, debe convenirse que su influencia no dejó de hacerse sentir incluso entre los nacionalistas y es bastante más profunda
que lo que se advierte a primera vista, incluso entre algunas figuras del peronismo de formación tomista.
Con todo, las concepciones maritenianas no aparecen reflejadas tampoco en la reforma constitucional de 1949, más allá de su
influencia genéricamente cristiana. Si bien es evidente que el pensamiento católico no dejó de tener un notorio influjo en ella,
Maritain no parece haber ejercido una incidencia mas o menos significativa en sus mentores, como Pablo Ramella y sobre todo
Arturo Enrique Sampay, un jurista en el que se reconoce una formación tomista clásica que es considerado el padre de la
Constitución justicialista, y que sin embargo terminó su itinerario intelectual seducido por los nuevos aires socialistas del setentismo
e incluso convertido al marxismo. Sin embargo en modo alguno significa esto un desconocimiento de su obra. El constitucionalista
había conocido a Maritain en París, con quien se encontró nuevamente en 1936 durante su visita al país.
Es decir, no sería realista decir que los justicialistas, especialmente aquéllos formados en la doctrina tradicional de la Iglesia -que
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abundaban en los ambientes intelectuales del “peronismo académico”-, desconocían o rechazaban a Maritain, sino mas bien lo
contrario. Incluso los intelectuales nacionalistas de la revista Criterio también bebían en las aguas del pensamiento católico
europeo donde brillaba una constelación de pensadores de primer nivel, entre ellos Jacques Maritain, e incluso entre las fuentes
ideológicas de La Nueva República (una matriz pur sang del nacionalismo argentino) aparece también la estela del filósofo tomista.
Los ejemplos abundan. Ernesto Palacio, una de las figuras más consistentes del parnaso del nacionalista-peronista (¿o del
peronismo nacionalista? ¿o de los dos?), sería también, sin perjuicio de sus arrestos fascistizantes, un lector consecuente de
Maritain, y hasta fue traductor de una de sus obras, lo cual muestra su identificación con el pensamiento mariteniano. Todos estos
datos favorecen la hipótesis de una conexión.
Las relaciones mutuas pueden multiplicarse. En una ponencia presentada en un congreso de la Asociación Argentina de Derecho
Internacional, Ramella, otro constitucionalista de formación tomista como Sampay, refiere una cita a El hombre y el Estado de
Jacques Maritain en la edición argentina de 1952, que seguramente formaba parte en su biblioteca personal. En la página literaria
del diario Tribuna, de San Juan, Ramella escribió sobre Maritain y fue amigo de Ambrosio Romero Carranza, un antiperonista muy
mariteniano. En un artículo publicado en la revista de la Facultad de Derecho, el jurista Juan Miguel Bargallo Cirio cita en su original
la edición francesa de Principios de una política humanista y remite a la contraposición mariteniana entre individuo y persona.
Pero, de otra parte, lo cierto es que con toda justicia se ha podido adjudicar a Maritain la paternidad del movimiento que inspiró la
Democracia Cristiana en una línea de virtual oposición al régimen, e incluso se ha considerado que uno de las principales líneas
generatrices del conflicto, al menos en la sensibilidad de Perón, habría consistido en la percepción por parte de éste de una plan de
alcance internacional que involucraría a nuestro país y que buscaba articular estructuras políticas dependientes de la Santa Sede,
que aparecía en el horizonte como una amenaza al monopolio ejercido por el peronismo respecto de un electorado confesional.
Según Perón, el partido que representaba los ideales sociales del cristianismo ya había sido fundado en nuestro país y se llamaba
justicialismo.
Maritain había estado en el país un par de meses en el fin del invierno y comienzos de la primavera del año 1936, ocasión en la que
fue invitado por el Pen Club y los Cursos de Cultura Católica, cuyos integrantes no había advertido suficientemente el talante liberal
del filósofo, ya que de haberlo hecho seguramente no le hubieran brindado su hospitalidad. En ese momento Perón se hallaba
viviendo en Chile, donde desempeñaba funciones de agregado militar argentino.
La estancia del filósofo se prolongó durante dos meses y su actividad principal consistió en brindar seis conferencias destinadas a un
público amplio y un curso de filosofía del conocimiento destinado más bien a personas con formación académica. Si bien los diarios
informaron sobre sus actividades y se publicaron síntesis de sus exposiciones, no se sabe que Perón haya accedido a este material,
aunque se pueda trazar como mera conjetura que pudo haberlo leído en la prensa periódica.
También merece cierta consideración la argumentación que busca establecer una relación a partir de una influencia de Miguel de
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Andrea, algunas de cuyas obras habrían formado parte de la biblioteca del general en el periodo de la propia creación doctrinaria del
justicialismo. Esta relación se presenta también ambigua. No hay que olvidar que el obispo fue el virtual jefe de los sectores
religiosos aliados a la oposición de Perón, en el lenguaje peronista, “contreras” o “gorilas”.
Sin ser éste un elemento definitivo, no se puede negar que es posible que la sensibilidad social (básicamente el concepto de justicia
social, pieza central de las encíclicas epocales) de Mons. De Andrea (el “obispo rojo” según algunas mentalidades muy
conservadoras) haya podido ejercer un cierto influjo aunque sea genérico en la conformación del pensamiento de Perón. A ambos
en última instancia los hermanaba una sentida preocupación por la cuestión social y ambos fueron por esta misma circunstancia
acusados de una “demagogia obrerista” por los bienpensantes de siempre.
De otra parte, tampoco puede desconocerse que la sensibilidad política del clérigo (el funcionamiento de una comunidad conforme a
los criterios básicos del liberalismo político) se hallaba bien alejada del espíritu nacionalista y personalista (no en el sentido
mariteniano sino el de un culto a la personalidad) y sobre todo marcadamente antiliberal propio del clima cultural del primer
peronismo.
Miguel de Andrea, contrariamente a Perón, era un enamorado de la libertad, al punto de que uno de sus títulos más significativos
fue el de “obispo de la libertad”. En todo caso su comprensión de la convivencia social se encuentra en el extremo opuesto de la
dictadura -una tentación institucional muy cara a los nacionalistas (de izquierda y de derecha) tanto peronistas como
antiperonistas- y la demagogia.
El perfil del personaje no puede considerarse estrictamente bajo la categoría acuñada de “católico liberal” (al menos no sólo en
ella) debido a su sensibilidad y a su praxis pastoral centrada fuertemente en la cuestión social, de modo que puede considerarse
una de las principales figuras en el escenario local del movimiento antes mencionado por Juan Pablo II que precedió a la Rerum
Novarum pero que tomó fuerte impulso tras ella: el catolicismo social.
De todos modos, no puede obviarse que la oposición al gobierno peronista de Mons. De Andrea lo diferenció claramente de otras
actitudes inversas como la representada por Hernán Benítez, -un clérigo claramente identificado no ya con una tarea social sino
directamente política- sin olvidar que el propio De Andrea, en compañía de Franceschi fue a parar con sus huesos a la cárcel
(aunque sea por unas horas) como parte de la persecución desatada en 1954 contra la Iglesia, considerada en general por los
autores como el factor determinante de la caída del régimen.
Debido a que, contrariamente a Franceschi, De Andrea fue crítico de cualquier tentación autoritaria, incluyendo el propio
justicialismo, es más que probable que él mismo se autoexcluyera de cualquier posible condición de inspirador del general Perón,
aun cuando ambos pueden ser exhibidos en amable conversación en una fotografía de época de los años tempranos de la carrera
política de Perón. Como es evidente, así como el solo hecho de que un libro forme parte de una biblioteca no significa que su dueño
lo haya leído y menos asimilado o compartido su contenido, conversar cordialmente con otra persona no determina tampoco
adherir a sus ideas o ser influenciado por ella.
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De otra parte, la controversia sobre la relación entre el justicialismo y la democracia cristiana no puede considerarse agotada. De
hecho las oposiciones iniciales han variado a lo largo de la historia y algunas fracciones se han aliado con el justicialismo. No han
faltado tampoco ni faltan opiniones entre los propios fieles cristianos en el sentido de que “el partido católico” en la Argentina era y
es el peronismo, aunque esta opinión a menudo parece inhibir otras opciones. Tal fue la actitud incluso de clérigos como Carlos
Mugica que identificaron cristianismo y peronismo. Según un representante del clero ilustrado del último tercio de siglo pasado, la
democracia cristiana distrajo a los fieles de la realidad argentina impidiéndoles ver la existencia del socialcristianismo nacional: el
justicialismo.
Finalmente, los propios partidos democristianos han visto en el peronismo a uno de ellos y de hecho el partido justicialista integra la
Organización Demócrata Cristiana de América y la Internacional de Centro. La Fundación Adenauer mantiene también un vínculo
casi exclusivo con los justicialistas. Un ideólogo español del humanismo democristiano entiende que el peronismo se aproxima por
muchos conceptos a la praxis política y de gobierno de la democracia cristiana europea.
Esta empatía no es comprendida sin embargo por los maritenianos, que tienden a ver en el peronismo siempre un autoritarismo
mas o menos encubierto. Finalmente, así como ha habido en el peronismo quienes no han dejado de ser fascistas o marxistas por
ser peronistas, son raros los casos de maritenianos que no hayan dejado de serlo por la misma razón o motivo.
El humanismo peronista
Su mismo nombre, indicativo del fuerte personalismo que caracteriza al peronismo, se objetiva en el término “justicialismo”,
inventado por Eduardo Stafforini, quien fuera uno de los fundadores del Derecho del Trabajo en la República Argentina, el “nuevo
derecho” surgido a impulso del nacimiento del peronismo. Según Stafforini, un viejo funcionario de la Secretaría de Trabajo y
Previsión que sirvió de base de lanzamiento a la fulgurante carrera política del general Perón, “si la doctrina del movimiento gira en
base a los principios de justicia social, el nombre debe ser movimiento justiciarista”, enseguida convertido en justicialista y
aprobado por el líder de los trabajadores argentinos.
El justicialismo fue definido también desde ese mismo comienzo como un humanismo. Contra el materialismo práctico del
capitalismo liberal y el materialismo estructural del socialismo marxista, el justicialismo venía a representar el “in medio virtus” de
los clásicos: la tercera posición que no era ni de derecha ni de izquierda. Era un lugar propio y original, que podía estar donde Perón
dispusiera. El planteamiento ideológico evidenciaba una defensa del hombre contra su reducción a la dimensión material, pero que
al mismo tiempo tenía en cuenta que éste no era sólo espíritu, no era sólo una realidad espiritual: un humanismo integral.
Este es un concepto que identifica centralmente al pensamiento mariteniano, y en este sentido tampoco puede desconocerse que el
movimiento peronista fue reiteradamente caracterizado de este modo, según reza el decimocuarto principio enunciado por el
propio creador como una verdad de fe: “El justicialismo es una nueva filosofía de la vida, simple, practica, popular, profundamente
cristiana y profundamente humanista”.
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Pero como es notorio, el humanismo es un concepto tan vago como para haber admitido contenidos muy diversos y aun opuestos:
humanismo clásico, liberal, socialista, teocéntrico, antropocéntrico, ecológico, ilustrado, judío, fundamentalista, etc.. El humanismo
mariteniano ha sido interpretado como fundado en el agnosticismo cuando su naturaleza es teocéntrica, aunque su estilo es secular.
Por eso ha sido caracterizado con el calificativo “integral” e incluso para una mayor claridad se habla de “humanismo cristiano”.
El centro del análisis entre posibles relaciones conceptuales del pensador francés con el líder argentino podría estar precisamente en
un concepto atribuido a Maritain que el propio De Andrea recoge en una conferencia pronunciada precisamente en momentos en
que el filósofo se encontraba de visita en el país durante el año 1936: “Un mundo nuevo sale de la obscura crisálida de la historia
con formas temporales nuevas”.
Casi en el mismo momento en que Maritain visitaba la Argentina, se editaba en Francia una de sus obras liminares, Humanismo
integral, que recogía de un modo ampliado seis lecciones dictadas en la Universidad Internacional de Verano de Santander, y cuyo
contenido formaba parte de las ideas que el filósofo difundiría en sus exposiciones locales, destinado a ejercer un notorio influjo en
la formulación del pensamiento cristiano del resto del siglo, que aun hoy expresa claros signos de una gran vitalidad.
La expresión “humanismo integral” estaría destinada a trazar una honda huella en el mensaje cristiano contemporáneo y hoy se ha
convertido en un clásico. El 1 de julio de 1980, es utilizada por Juan Pablo II, un mes después de su discurso en la Unesco. No hace
falta decir lo que significó el filósofo tomista para Pablo VI, quien se refería a él como “mi maestro” y a quien citó dos veces en
Populorum Progressio, donde se conceptualiza la visión cristiana del progreso humano como un “desarrollo integral” que se
fundamenta en un “humanismo pleno” o “humanismo integral”. Esta última expresión no aparece en la encíclica, aunque sí la de
humanismo pleno, referenciada en la obra mariteniana. Pero en el Compendio de la Doctrina social de la Iglesia, la introducción
registra este inequívoco y no menos sugestivo título: “Un humanismo integral y solidario”.
De este modo, se puede afirmar que la clave decisiva en la interpretación de Humanismo Integral es el desarrollo de la doctrina
social de la Iglesia, especialmente comenzado por Mater et Magistra (1961) y Pacem in Terris (1963) de Juan XXIII y Gaudium et
Spes (1965) del Concilio Vaticano II, pasando por Ecclesiam Suam (1964), Populorum Progressio (1967) y Humanae Vitae (1968) y
Evangelii Nuntiuandi (1975) de Pablo VI, para culminar luego en la monumental obra juampaulina, cuyo eje central está constituido
por el concepto de personalismo y se expresa a partir de la trilogía Laborem exercens (1981), Sollicitudo Rei Socialis (1987) y
Centesimus Annus (1991).
Este libro, quizás la obra-estrella dentro del universo mariteniano en lo que se refiere a su trascendencia popular, que según el
perito conciliar Charles Moeller tuvo una enorme influencia en el pensamiento católico durante el siglo pasado, formula una crítica
de la antropología que está detrás del marxismo y del individualismo burgués de corte liberal, una sintonía muy cara a la
sensibilidad de Perón, pero también a la de los nacionalismos autoritarios en pleno desarrollo en los años treinta, a los que Maritain
formulara una crítica no menor que la dirigida al totalitarismo.
En un breve ensayo sobre el justicialismo como humanismo, Carlos Alberto Disandro, un intelectual nacionalista del peronismo que
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mantuvo una cierta relación con el líder del movimiento, lo ha caracterizado como un “humanismo cristiano” en el que ciudadano y
pueblo se armonizan en la Nación y el Estado, los cuales procuran un equilibrio entre justicia y libertad, integrándolas en la
autoridad. Finalmente el justicialismo es comprendido como un humanismo del trabajo en tanto construye la existencia profunda
del hombre y la vincula solidariamente a una sociedad abierta que permite consolidar los bienes de la Nación.
El justicialismo no es presentado aquí como un movimiento nacido del volkisch, sino como un humanismo que hunde sus raíces en
la antigüedad clásica, y que constituye la matriz de la cultura occidental, diferenciándose del liberalismo y de marxismo en una
tercera posición. Esta corriente concibe un nacionalismo sudamericano profundamente místico y metafísico.
Aunque el discurso no mencionaba casi la palabra humanismo salvo una referencia histórica, en relación al justicialismo como un
humanismo, un dirigente sindical de los años previos al retorno de Perón ha puntualizado que según las Actas 172-173 del
Congreso
“La Comunidad Organizada adscribe a la cosmovisión geocéntrica y espiritualista: el humanismo justicialista a diferencia del resto
de los humanismos que ven la luz en el grito del hombre como “medida de todas las cosas”, posee una coordenada vertical que
subraya un reclamo a algo superior al hombre. Y por su raíz occidental, cristiana, abomina del terrorismo y sus métodos, pues
anhela “la mansión de la paz”, donde posee el hombre frente al Creador, la escala de magnitudes, es decir, su proporción”. Afirma
las características de la vida política como un acto creador en la que “el bien vivir” del hombre es condición necesaria y fundamental
para gozar del bien común; y por eso repugna por igual del individualismo liberal como del materialismo marxista, “formas
materialistas” que “no poseen condiciones de redención pues están ausentes de ellas el milagro del amor, el estímulo de la
esperanza y la perfección de la justicia”.
Una huella de Maritain
Una aproximación más verosímil a las fuentes maritenianas se encuentra en un manual de doctrina justicialista elaborado por el
Secretario (con rango ministerial) de Asuntos Técnicos de la Presidencia, Raúl Antonio Mende Brun, uno de los “hombres fuertes” o
influyentes del régimen que trabajaron junto a Perón. Aun habiendo sido una pieza clave del elenco gobernante, la figura de Mende
ha permanecido durante más de medio siglo en penumbras, como casi todos los que constituyeron la “segunda línea” del régimen,
acaso opacados por la luz estelar de Perón, el rey sol.
Aunque el ensayo muestra una ortodoxia impecable desde el punto de vista de la doctrina católica y podría haber obtenido sin
inconvenientes el nihil obstat, el mismo Mende sería en realidad uno de los ideólogos de la reinterpretación justicialista del
cristianismo pretendida por el régimen, quizás retomando una antigua vocación religiosa. Una palabra tan autorizada como la de
Hernán Benítez, quien considera al autor como el Rosenberg justicialista se interroga sobre la posibilidad de que el secretario
apuntara a crear una nueva religión. Aunque atenuados en el tiempo, el peronismo ha presentado a menudo los caracteres de una
verdadera religión política, con sus dogmas, sus liturgias y sus apóstoles. Mende habría sido uno de ellos.
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Según la afilada pluma del Benítez, paradigma del clérigo imbuido de un acendrado clericalismo pero fiel a su fe y a su Iglesia,
Mende habría sido uno de los artífices de la corrupción de su jefe político, en tándem con el ministro de Educación Armando
Méndez San Martín, un confeso anticlerical y notorio masón. Ambos habrían precipitado el conflicto con la Iglesia católica que
preanunció el fin del segundo gobierno de Juan Domingo Perón.
De origen santafesino, Raúl Antonio Mende Brun, nació en Egusquiza, una región de inmigrantes piamonteses, y vivió en Colonia
Felicia, en una humilde familia de docentes. Sus padres fueron Carlos Mende Brun y Herminia Viroglio y tuvo dos hermanas.
Educado en la fe cristiana, estudió medicina en Córdoba donde fue Presidente de la Acción Católica. Su carrera política lo llevaría a
la cumbre de la mano de Eva Perón.
Fue sucesivamente intendente del municipio de Esperanza (visitado por el matrimonio presidencial en el año 1947), ministro de
Waldino Suárez (1946-1949), funcionario de la Dirección de Cultura de la ciudad de Buenos Aires y Secretario-ministro de la
Presidencia, donde como reemplazante de Figuerola alcanzó la plenitud de su poder y participó con el estadígrafo catalán en la
construcción de los planes quinquenales del justicialismo. Su obra organizativo-doctrinaria se completa con la creación de Mundo
Peronista, un instrumento de catequesis y propaganda justicialista a nivel popular y la fundación de la Escuela Superior Peronista,
donde Evita leía sus textos con su reconocido fervor imbuido de un desaforado misticismo.
En esta obra, Mende, quien también fue convencional constituyente, se reduce a expresar con la máxima fidelidad el pensamiento
de su jefe político al realizar una exposición didáctica que podría considerarse una versión popular de su pensamiento filosófico que
el propio Perón había presentado en el prestigioso marco del Congreso de Filosofía del año 1949 y que se constituiría como un
texto fundante del justicialismo bajo el nombre de La comunidad organizada.
La Tercera Posición
Perón asistió al cierre del congreso con Evita y fue presentado con un tono ditirámbico por el rector de la Universidad de Cuyo y
Presidente del comité ejecutivo, siendo recibido con una gran ovación por el público que llenaba la sala del Teatro Independencia.
Según explicó el orador, él no representaba a un partido político “sino un gran movimiento nacional, con una doctrina propia, nueva
en el campo político mundial. He querido entonces ofrecer a los señores que nos honran con su visita, una visión sintética de base
filosófica, sobre lo que representa sociológicamente nuestra tercera posición”.
En este congreso participó, aunque sin asistir, Jacques Maritain, que entonces ejercía como profesor residente en Princeton,
además de una pléyade de personalidades de primer nivel internacional (algunos de los cuales asistieron personalmente) que
constituyen algo así como la flor y nata de la filosofía de mediados del siglo pasado a nivel mundial: Hans-Georg Gadamer, Maurice
Blondel, Bertrand Russell, Nicola Abbagnano, Karl Jaspers, Coriolano Alberini, Julián Marías, Werner Jaeger, Michele Federico
Sciacca, José Vasconcelos, Martin Heidegger, Benedetto Croce, Carlos Vaz Ferreira y entre ellos eminentes tomistas como Cornelio
Fabro, Víctor García Hoz, Agostino Gemelli, José Corts Grau, Charles de Koninck, Leopoldo Eulogio Palacios, Reginald Garrigou
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Lagrange, Alceu Amoroso Lima, Antonio Millán Puelles, Nicolai Hartmann y Angel González Alvarez. Entre los argentinos (también
algunos tomistas renombrados) participaron Nimio de Anquín, Arturo Sampay, Eugenio Pucciarelli, Leonardo Castellani, Octavio
Nicolás Derisi, Julio Meinvielle, Hernán Benítez, Carlos Astrada, Tomás Casares, César Pico, Juan Sepich, José Enrique Miguens y
Guido Soaje Ramos.
Los autores no se han puesto de acuerdo sobre a quién corresponde la paternidad del ensayo presidencial, que traza un panorama
general del quehacer filosófico con un enfoque histórico, y donde al mismo tiempo delinea el perfil de una concepción de la persona
y de la comunidad que constituye una suerte de fundamentación filosófica de la doctrina peronista. El eje central de esta
presentación del justicialismo en el agora de la filosofía mundial del momento lo constituye el concepto de la tercera posición.
Sin embargo, tampoco aparecen en el comienzo con claridad sus fuentes ideológicas, puesto que no existen referencias
documentales en el texto. No se trata evidentemente de una pieza de inequívoca factura tomista en el sentido tradicional, pero su
contenido ético se inscribe claramente en una concepción de naturaleza cristiana: el cristianismo es presentado en la obra como una
superación de la visión genial de los griegos que constituyó la primera liberación humana.
En el caso del ensayo de Mende se trata de una presentación un tanto esquemática destinada a la asimilación por parte del pueblo
llano de la doctrina peronista, y por lo tanto está escrita en un lenguaje sencillo y fácilmente comprensible para todos, configurando
algo así como un catecismo político. Esto es así porque todas las proposiciones doctrinarias del peronismo son presentadas como
verdades dogmáticas, donde aparece la pretensión de una reinterpretación justicialista del cristianismo.
El manual traza el típico esbozo de una concepción “tercerista” que valora el espiritualismo y el materialismo pero no
separadamente sino integrados en una unidad superadora (naturalmente, el justicialismo), diferenciándose de las realizaciones
históricas del individualismo y del colectivismo materialistas (identificables en las revoluciones francesa y rusa) pero también del
individualismo y del colectivismo espiritualistas que el autor asigna a la cristiandad medieval y al fascismo y el nacionalsocialismo
respectivamente.
Se han dado distintas interpretaciones a la tercera posición, desde las que la consideran un híbrido hasta las que la asimilan lisa y
llanamente al fascismo. Dos décadas más tarde, Perón mantiene incólume su visión de una conformación ideológica integrada por el
capitalismo y el comunismo, especificando que “Paralelamente, la concepción cristiana presenta otra posibilidad, impregnada de una
profunda riqueza espiritual, pero sin una versión política, suficiente para el ejercicio efectivo del gobierno”.
La tercera posición fue reivindicada también por los nacionalismos tanto totalitarios como autoritarios surgidos en los años treinta.
Si bien en sus comienzos Perón parecía tardíamente cercano a ellos, porque su irrupción en la vida política acontece en el exacto
momento de su abrupta declinación, y aun cuando parecen adivinarse en él profundas afinidades in pectore, el líder rehusó
siempre una identidad con el fascismo que sus enemigos políticos desde el comienzo buscaron adjudicarle. En realidad esta remisión
fascista ha sido frecuentemente el producto de una estrategia que consiste en identificar al otro con el mal con el fin de que uno
arrastre al otro en su desprestigio social, pero ella se vería acreditada por el sugestivo dato de que Perón nunca quiso lanzar un
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anatema sobre el fascismo.
Una presentación tercerista de matriz fascista en el ámbito local aparece durante el primer peronismo con Dinámica Social, una
publicación bilingue de cuidada factura que asume el rol de un puente cultural entre Italia y la Argentina. En ella escriben
prohombres del nacionalismo circunstancialmente aliados al peronismo como Juan Carlos Goyeneche, Mario Amadeo y Marcelo
Sánchez Sorondo, y también Leonardo Castellani, así como emigrados “nostálgicos del ‘Nuevo Orden’” como Jaime María de Mahieu,
que oficiaron como ideólogos derechistas de núcleos peronistas, junto a nacionalistas que ingresaron orgánicamente al peronismo
como Ernesto Palacio, pero también quienes se mantuvieron alejados de él como Julio Irazusta.
En la misma presentación de la revista se proclama la “tercera posición” y dos números después se presenta un comentario
editorial de un discurso de Perón del 17 de octubre de tono claramente oficialista bajo el título de “Un programa de vida nacional”.
La publicación se propuso el proyecto de crear una “tercera fuerza” en la política mundial con un canon independiente del
capitalismo y del marxismo y en tal sentido también de ambos imperialismos y que recogiera en cierto modo el camino abierto por
los nacionalismos de entreguerras. En ese sentido la revista constituía algo así como un enlace del justicialismo con otras corrientes
políticas europeas terceristas pero de naturaleza anticomunista. Es evidente que el peronismo siempre ha gozado de una singular
preferencia en la derecha autoritaria, aunque nunca se ha comprometido por entero con ella.
Lo interesante del ensayo de Mende consiste en que diferencia claramente al justicialismo del “colectivismo espiritualista”,
denominación con la que engloba al “racismo nazista” y al “fascismo” y al que considera una simple variante del colectivismo
materialista. Un capítulo de la obra está dedicado a este punto.
Pasado el tiempo, Perón actualizaría la “Tercera Posición” de resonancias fascistizantes bajo el cual se había encolumnado
Dinámica Social con un concepto nacido a fines de los años cincuenta bajo la expresión de “Tercer Mundo”, un nuevo tercerismo de
acento progresista y genéricamente socialista: del nacionalsocialismo al socialismo nacional. Finalmente, en el último tercio del siglo
pasado surgió también la “tercera vía imbricada en el escenario cultural de la socialdemocracia.
El tercerismo aparece siempre, según puede observarse, con un contenido inevitablemente transido de complejidad y ambiguedad.
Esto explica que en los ambientes políticos opositores, especialmente conservadores y liberales, tanto la tercera posición como el
tercer mundo han sido tradicionalmente considerados como un hato de fruslerías o un cajón de sastre. Si todo este panorama
exige un esclarecimiento, lo que se requiere ahora es indagar si la tercera posición acredita una proximidad fontal con la
concepción mariteniana de un humanismo personalista independiente y superador del esquema ideológico del liberalismo, el
marxismo y el nacionalsocialismo-fascismo.
Un ensayo sobre el pensamiento de Perón así parece insinuarlo tibiamente al observar que “una motivación personalista dio lugar
a una corriente intelectual que integró su visión de una ‘tercera vía’ con Thierry Maulnier, Maurice Blanchot y el círculo cercano a las
enseñanzas de Jacques Maritain”. La referencia resulta insuficiente para fundar la calidad de fuente ideológica.
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No obstante, debe reconocerse que aunque la conformación doctrinaria del justicialismo ha sido mirada con cierto menosprecio
sobre todo por los enemigos de Perón, considerándolas una retahíla de lugares comunes, no puede negarse que, aun en el estilo
algo simplista que responde al carácter catequético del ensayo de Mende, el texto transmite con claridad un perfil identitario que le
asigna una cierta originalidad.
Según el nuevo evangelio social, la solución intermedia que une armoniosamente individuo y colectividad y materia y espíritu sería
precisamente el justicialismo. Debe concluirse que esta caracterización guarda identidad con la realizada en la misma temática por
Miguel de Andrea aunque de todos modos la similitud no autoriza sin embargo a una identificación como la pretendida.
La impronta cristiana del contenido resulta muy nítida, tanto como su estilo dogmático: se trata de verdades que se enuncian para
ser creídas y realizadas. También como el cristianismo, el mensaje adquiere en la prédica de Mende alcances universales. En
realidad se diría que más amplias que en el Evangelio, y Perón mismo se encarga de puntualizarlo. El peronismo (justicialismo) no
es así algo sólo para los peronistas: “la doctrina peronista pertenece a todos los pueblos y a todos los hombres”, proclamaría el
propio Perón. Es decir, el peronismo excede entonces el marco cristiano, incluyendo también a budistas, musulmanes, protestantes
y judíos, etc. .
Resulta visible que el texto de Mende se identifica con la concepción de una sociedad “vitalmente cristiana” al estilo mariteniano:
tanto una como otra visión sostienen una sensibilidad institucional de inspiración cristiana alternativa a la de la confesionalidad
tradicional en tanto las referencias explícitas al mensaje cristiano son muy escasas, aunque no menos claras. Al concluir el trabajo,
Mende presenta al justicialismo como una solución “auténticamente cristiana”.
El autor cita expresamente al filósofo francés haciendo suyo el concepto mariteniano de secularidad del Estado enunciado por Pío
XII que una década más tarde sería legitimado por el Concilio Vaticano II:
“Debemos señalar (y utilizamos para ello palabras de Maritain), que el Estado cristiano que intenta crear el Justicialismo no es “Un
Estado clerical o decorativamente cristiano” sino el Estado “de una sociedad política, vital y realmente cristiana” en cuya vida se
realizan verdaderamente las virtudes del cristianismo, según el orden cristiano de los valores humanos”.
En este concepto se encuentra entonces expresamente presente el abandono del esquema propio de la cristiandad medieval que es
típico del patrimonio intelectual de Maritain que tantas controversias suscitara a lo largo del siglo y su superación por el ideal
histórico de una nueva cristiandad secular -para decirlo con la típica expresión mariteniana- de signo comunitario y personalista,
donde el cristianismo pasa a ser sostenido en los valores evangélicos más que en las formas institucionales.
En este sentido, parece atendible observar que el texto también recoge la distinción entre creyentes e increyentes característica del
planteo del filósofo, lo cual no significa otra cosa que admitir la realidad sociológica de la descristianización en la cultura occidental,
y que resulta correlativo del proceso de desconfesionalización predicado por Maritain y luego progresivamente admitido en los
rangos magisteriales en la medida de su oportuna profundización.
De otra parte, hay que decir también que el talante pluralista que es propio del pensamiento mariteniano se encuentra, sobre todo
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en la praxis política, lejos del estilo que ha sido tradicional en el justicialismo, centrado en la idea de un espíritu hegemónico poco
cuidadoso de los derechos de las minorías y ciertamente tan alejado del franquismo y de cualquier autoritarismo católico de
izquierda o de derecha como de una democracia liberal al estilo de las florecidas en la modernidad.
No obstante, aunque el régimen peronista (denominación utilizada para los dos primeros gobiernos del general Perón) mantuviera
unos signos propios que brindaban una apariencia en el sentido de que las reglas del juego democrático serían respetadas, lo cierto
y lo concreto es que los hechos contradijeron ásperamente las áulicas enunciaciones teóricas del deber ser tal como era presentado
por la propaganda oficial.
La secularidad peronista: ¿autonomía relativa de lo temporal?
En uno de los documentos liminares del Concilio Vaticano II, la constitución sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, se
emplaza uno de los cambios más propios del espíritu conciliar. Se trata allí acerca del concepto de autonomía relativa de lo
temporal, considerado uno de los pilares del cuerpo filosófico mariteniano.
Esta nueva doctrina que reconoce antecedentes en el magisterio, mediatos en toda la historia de la Iglesia e inmediatos en Pío XII,
se fundamenta en el tradicional dualismo cristiano que surge de la distinción entre Dios y el César, y se complementa con otros
textos elaborados también por los padres conciliares, particularmente con Lumen Gentiun y con Apostolicam Actuositatem.
En Humanismo integral, Maritain previene contra algunos errores históricos de los cristianos. Por ejemplo, la que domina como
concepción satanocrática característica de los fieles de los primeros siglos que satanizaron el mundo como el reino del pecado. Esta
visión que Maritain sindica en un cierto naturalismo o racionalismo católico ha quedado sin embargo impresa indeleblemente en el
integrismo (es un rasgo muy visible por ejemplo en el lefebvrismo) y ha revivido en los últimos años de la mano del
fundamentalismo (no solamente islámico).
En el pensamiento mariteniano esta línea histórica se vincula a un segundo error que se denomina el teocratismo clerical o
hierocratismo y que se centra en una utopía teocrática. Dicha concepción fue rechazada por la cristiandad medieval (que no dejó de
mantener el dualismo) y es mas bien propia de una concepción herética, de la cual la historia suministra numerosos ejemplos.
Según Maritain, mediante el secularización esta corriente pasó a constituirse en un teocratismo imperial (con sus expresiones
propias: el galicanismo, etc.). Finalmente, el tercer error aparecido en los tiempos modernos consiste en el humanismo
antropocéntrico, que prescinde de Dios y que hoy se expresa en el secularismo contemporáneo. El secularismo prescinde de la
dimensión religiosa no solamente en el ámbito público, como el laicismo, sino también en el privado.
En esta obra, Maritain presenta el ideal histórico de una nueva cristiandad como la construcción temporal de una comunidad de
hombres inspirada en los valores evangélicos, pero que supera los antiguos esquemas centrados en un sentido instrumental del
poder político. Esta concepción se correlaciona con la propia visión del peronismo sobre las relaciones entre lo espiritual y lo
temporal, y en un sentido más amplio se podría trazar también un cierto paralelismo entre la visión secular propia de la filosofía
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política mariteniana y la justicialista.
Pero aunque Perón se ha definido como católico y no como clerical, no hay que perder de vista que él también ejerció un
acendrado clericalismo desde el comienzo de su carrera política, mediante el intento de instrumentar al clero a favor de su
candidatura. De otra parte, en el planteo de Perón y en el de Evita, el peronismo es presentado como un paradigma del espíritu
evangélico en contraposición al catolicismo burgués. Se trata del “cristianismo práctico justicialista” constructor de una Nueva
Argentina: la nueva cristiandad justicialista inspirada en una reinterpretación peronista del peronismo. Nada más alejado del ideal
histórico de la nueva cristiandad, más allá de que Mende quisiera identificar el proyecto peronista con el diseño mariteniano.
Esta visión o esta sensibilidad puede arrojar luz sobre la naturaleza del conflicto entre el peronismo y la Iglesia Católica que aún
hoy sigue siendo objeto de consideración y controversia. Ciertamente, la nueva aportación mariteniana que proponía una
sensibilidad menos formalista y clerical del cristianismo, más abierta a la responsabilidad y confiada a la libertad, y sobre todo más
respetuosa de la autonomía r
Notas:La bibliografía es muy extensa y variada y puede señalarse como una de sus expresiones más ajustadas el ensayo de Juan Fernando SEGOVIA, La
formación ideológica del peronismo. Perón y la legitimidad política (1943-1955), Ediciones del Copista, Bs. As., 2005.
Es clásico que los autores traten este tema reconociendo el primario carácter ecléctico de la doctrina peronista, del movimiento y de su fundador. Las
opiniones extremas al respecto sostienen que no ha existido una doctrina peronista. Cfr. Cristián BUCHRUCKER, Nacionalismo y peronismo. La Argentina
en la crisis ideológica mundial, Sudamericana, Bs. As., 1987, p. 301. Cfr. también, del mismo autor, Las corrientes ideológicas en la década del 40, en “Todo
es Historia”, 199-200, diciembre 1983.
El caudal bibliográfico sobre esta temática específica y puntual también ya es hoy numeroso. Como una muestra representativa puede leerse la excelente
tesis de Lila CAIMARI, Perón y la Iglesia Católica. Política, Religión y Sociedad, 1943-1955, Ariel, Bs. As., 1995.
Los peronistas , del brazo de Perón, siempre han hecho gala de una originalidad ideológica acremente cuestionada por sus críticos. Una análisis de la
naturaleza de la ideología puede leerse en Alberto CIRIA, Perón y el justicialismo, Siglo XXI, Bs. As., 1971.
La distinción aparece por primera vez en Pacem in Terris y es reiterada en Octogesima Adveniens, una carta que el papa Montini escribió al cardenal
Maurice Roy, Presidente del Consejo Pontificio Justicia y Paz, con motivo del aniversario de Rerum Novarum. Un antecedente de dicho discernimiento
puede encontrarse en un estudio de Maritain que le sirviera de base para su exposición en la Union Pour la Verité el 23 de enero de 1937. Cfr. Jacques
MARITAIN, De un nuevo humanismo, en “Sur”, 31, abril de 1937, p. 37.
Durante los tempranos años cuarenta, previos a la irrupción del peronismo, un cartel electoral del Partido Libertador Nacionalista en Concordia (Entre Ríos)
rezaba: “Por la soberanía nacional-Por la liberación económica-Por la justicia social”. Depurándolo de algunos de sus rasgos más propios como el
hispanismo, el clericalismo y el elitismo, Perón haría suyo el ideario nacionalista, al proclamar el ideal de una “Nueva Argentina socialmente justa,
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económicamente libre y políticamente soberana”. Cfr. Elena PIÑEIRO, La tradición nacionalista ante el peronismo. Itinerario de una esperanza a una
desilusión, A-Z Editora, Bs.As., p.270.
Cfr. Hugo DEL CAMPO, Sindicalismo y peronismo. Los comienzos de un vínculo perdurable, Clacso, Bs.As., 1983, p., 19ss.
En la matriz del primer peronismo se ha designado una amalgama de elementos diversos que constituían valores propios del universo político epocal en el
escenario local como nacionalismo, catolicismo, corporativismo y anticomunismo, sin excluir formulaciones propias de la profesión militar de su fundador.
Cfr. Sandra McGEE DEUTSCH, Contrarrevolución en la Argentina 1900-1932. La Liga Patriótica Argentina, Universidad Nacional de Quilmes, Bernal,
1986. También desde sus primeros momentos el peronismo revelaría un tono autoritario, tradicionalista y cristiano, no exento de clericalismo. Se ha llegado a
decir que el peronismo adquirió su perfil ideológico en su necesidad de diferenciarse de otras corrientes como el fascismo. Peter WALDMANN, El peronismo
1943-1955, Hyspamérica, Bs.As., 1974, p.120.
Cfr. Carlos PIÑEIRO IÑIGUEZ, Perón. La formación de su pensamiento, Caras y Caretas, 6, marzo 2008, Fundación Octubre, Bs.As., 2008, pp. 33-35.
Opiniones coincidentes han expresado en esta misma dirección Miguel Gazzera, Francisco José Pestanha, Gustavo Béliz y Rafael Bielsa.
Cfr. Cristián BUCHRUCKER, op. cit., p.305 y ss.
Una compulsa de la biblioteca personal de Perón muestra que las obras de doctrina social de la Iglesia constituyen el 0,5% del total. Cfr. Marcelo
CAMUSSO, Formación militar y acción política. La formación militar del Teniente General Perón y el Estado Mayor General Alemán, Tesis doctoral de la
Universidad Católica Argentina,septiembre 2006, Pro manuscripto, p. 295.
Cfr. G.C RUTTEN, La doctrina social de la Iglesia. Según las Encíclicas Rerum Novarum y Quadragesimo Anno, traducción de. Cándido Fernández,
Políglota, Barcelona, 1936. Existieron también al menos un par de ediciones argentinas. Rutten fue citado en la convención constituyente de 1949 por
Osvaldo Salvador Martini para fundar el régimen de propiedad. Cfr. Presidencia de la Nación, Subsecretaría de Informaciones, La reforma de la Constitución
Nacional, T. II, Bs.As., 1950, Bs.As., p. 544.
Cfr. Joaquín ASPIAZU, El Estado corporativo, Razón y Fe, Madrid, 1934
Cfr. Antonio VICENT, La encíclica "De Conditione Opificum" y los Círculos de Obreros Católicos, Valencia, 1893.
Cfr. JUAN PABLO II, Centesimus Annus, 3.
Franceschi fue el primero en dar a conocer a Maritain en la Argentina, en “Criterio” del 24 de marzo de 1934. Cfr. Hugo GAMBINI, Historia del peronismo.
El poder total (1943-1951), Planeta, Bs. As., 1998, p. 328.
En una segunda línea de importancia pueden mencionarse los economistas Carlos Moyano Llerena, Francisco Valsecchi y César Belaúnde. Cfr. Ezequiel
ABASOLO, El derecho de un nuevo orden social cristiano. Los católicos argentinos frente a la crisis del régimen jurídico liberal (1928.1957), Educa, Bs.
As., 2006, pp. 51ss. Sobre El Pueblo, cfr. pp. 75-139.
Cfr. Eva PERON, Historia del Peronismo, Freeland, Bs.As., 1972. En esta obra que recoge las clases dictadas por Evita en la Escuela Superior Peronista con
textos de Raúl Mende se diferencia al justicialismo del capitalismo y del comunismo, sin que haya casi referencias al fascismo y al nacionalsocialismo (pero
sobre los que aparece una actitud crítica como totalitarismos). Contrariamente a Perón, Evita abominaba del fascismo ni tampoco mostró simpatía alguna por
el franquismo.
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Según se lo ha considerado por parte del antiperonismo liberal con evidente demasía.
En la génesis misma del partido se encuentra la visita de Maritain a la Argentina. Cfr. Francisco CERRO, Qué es el Partido Demócrata Cristiano,
Sudamericana, Bs. As., 1983, p. 12.
Cfr. Loris ZANATTA, Del Estado liberal a la Nación católica., Iglesia y Ejército en los orígenes del peronismo. 1930-1943, Universidad Nacional de
Quilmes, Quilmes, 1996 y Perón y el mito de la nación católica. Iglesia y Ejército en los orígenes del peronismo, 1943- 1946, Sudamericana, Buenos Aires,
1999
Cfr. José A. ZANCA, Los intelectuales católicos y el fin de la cristiandad, 1955-1966, Fondo de Cultura Económica-Universidad de San Andrés, Bs. As.,
2006, p.51.
Eduardo Frei Montalva, quien llegó a ser Presidente del país, asistió a sus clases en París y llegó a mantener una amistad personal con el filósofo. Pero en
Chile, como en Argentina, el pensamiento mariteniano también sería impugnado por Luis Arturo Pérez y Aníbal Aguayo.
Por ejemplo en Alceu Amoroso Lima y Gustavo Corcao y también en el uruguayo Dardo Regules. Cfr. Josep Ignasi SARANYANA, Teología en América
Latina, Vol. III, El siglo de las teologías latinoamericanistas, (1899-2001), Madrid, 2002.
En España la obra más conocida en plan crítico fue la de Leopoldo Eulogio Palacios, El mito de la nueva cristiandad, Rialp, Madrid, 1951. Palacios, quien
había publicado unos años antes un clásico como La prudencia política, participó en 1949 como miembro adherente pero no concurrió al Primer Congreso
Nacional de Filosofía de Mendoza.
Cfr. Enrique ZULETA ALVAREZ, España en América. Estudios sobre la historia de las ideas en Hispanoamérica, Confluencia, Bs. As., 2000, pp. 309 y ss.
En una recepción organizada con motivo de la designación de Maritain como embajador en el Vaticano, Leonardo Castellani, quien concurriría a saludarlo
con Jorge Mejía, le espetó en su mejor estilo: C’est dommage que vous etes devenu un herétique…”(es una lástima que se nos ha vuelto hereje). Sin
embargo, la opinión de Castellani sobre Maritain siempre se vio afectada de una cierta ambigüedad y no fue tan tajante como la de Meinvielle. Cfr. Sebastián
RANDLE, Castellani (1889-1949), Vórtice, Morón, 2003, p. 725.
Meinvielle, tan escasamente simpatizante del peronismo como de los católicos democráticos, caracterizados por el integrismo con el estigma de liberales,
haría objeto a Maritain de duras invectivas. Cfr. Julio MEINVIELLE, De Lamennais a Maritain, Nuestro Tiempo, Bs. As., 1945, con sucesivas reediciones.
Para el teólogo integrista, la herejía de Maritain consiste en haber quebrado la idea de inconciliabilidad entre la Iglesia y el mundo moderno, a quien
considera el hijo del protestantismo y de la Revolución Francesa. Cfr. Julio MEINVIELLE, op. cit., p. 337 y Luis Fernando BERAZA, Nacionalistas. La
tragedia política de un grupo polémico (1927-1983), Cántaro, Bs.As., 2005, p. 156. Sobre la discusión entre los intelectuales acerca de esta temática, cfr. los
números 484, 485, 487 488 y 489 de Criterio. Sin embargo, hay que decir que muchos nacionalistas, sobre todo a partir de su universal aceptación en el
mundo católico, aprendieron a valorar a Maritain (por ejemplo, algunas personalidades intelectuales del Ateneo de la República). En una nota estampada por
un nacionalista en las últimas páginas de un ejemplar de Antimoderne, puede leerse este listado: “Buenos Aires. Colección comprada el 15 de agosto de
1936 (nota del autor: al día siguiente a la llegada del filósofo al país). 1.Antimoderne 1..De la Philosophie chrétienne 1.Le Docteur Angelique 1.Art et
scolastique 1. Tres reformadores (sic) 1. Primauté du spirituel”. Todo un programa de formación mariteniana.
Cfr. Patricia Alejandra ORBE, La concepción política de Maritain, eje de una controversia católica, en Hugo BIAGGINI-Arturo Andrés ROIG, “El
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pensamiento alternativo en la Argentina del siglo XX: obrerismo, vanguardia, justicia social (1930-1960)”, Biblos, Bs. As., 2006.
Cfr. Ezequiel ABASOLO, op. cit., pp. 141-161. Sampay no era exactamente un nacionalista, pero lo hermanaba a ellos su ortodoxa formación tomista y
publicó un artículo sobre la influencia del Iluminismo en la Constitución de 1853 en la revista tomista “Ortodoxia” editada por un selecto grupo de
intelectuales nacionalistas, que sería la base de su futuro conocido ensayo. Cfr. Alberto GONZALEZ ARZAC, Pensamiento constitucional de Arturo Sampay,
Quinque, Bs.As., 2007. En La filosofía del Iluminismo y la Constitución de 1853, Depalma, Bs. As., 1944, Sampay consigna dos referencias maritenianas:
Religion et Culture, Desclée de Brouwer & Cie, París, 1930 y Les degrés du sauvoir, París 1932, pp. XIII y 49. Sampay hablaba y leía francés y conoció el
pensamiento mariteniano. Sobre la evolución intelectual del eximio jurista puede consultarse el lúcido análisis de Juan Fernando SEGOVIA, Aproximación
al pensamiento jurídico y político de Arturo Enrique Sampay. Catolicismo, Peronismo y Socialismo Argentinos, en dialnet.unirioja.es/servlet/fichero
(consultado el 4-XII-09).
Cfr. Alberto GONZALEZ ARZAC, op. cit., p. 10.
Cfr. Enrique ZULETA ALVAREZ, El nacionalismo argentino, La Bastilla, Bs. As., 1975, p.190. Los hermanos Irazusta pasaron largas estancias en Francia
donde conocieron el pensamiento de Maritain. Cfr. Enrique ZULETA ALVAREZ, España en América citado, pp.300 y 367.
Cfr. Susana RAMELLA DE JEFFERIES, “Orden jurídico con justicia para la paz” en el pensamiento de Pablo Ramella, Universidad Católica de Cuyo, San
Juan, 1995, p. 121.
Cfr. Juan Miguel BARGALLO CIRIO, El justicialismo como filosofía política del II Plan Quinquenal, en “Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias
Sociales”, Universidad Nacional de Buenos Aires, 35, septiembre-octubre, 1953, p.1002. El artículo es una glosa de tono oficialista (y como suele suceder en
estos casos, un tanto aburrida) del plan gubernamental al que procura insuflar, lleno de buena voluntad aunque sin lograrlo demasiado, un pretendido vuelo
intelectual e incluso filosófico. La literatura universitaria peronista exhibe un marcado acento integrista católico. Cfr. Oscar TERAN, Historia de las ideas en
la Argentina. Diez lecciones iniciales, 1810-1980, Siglo XXI, Bs. As., 2008, p.261.
Cfr. Raúl RIVERO DE OLAZABAL, Por una cultura política. El compromiso de una generación argentina, Claretiana, Bs. As., 1986, pp. 88ss.
Cfr. Carlos PIÑEIRO IÑIGUEZ, op. cit., pp.26-28. Esta presentación sigue la línea conjetural del historiador de la cultura Víctor Frankl (homónimo del
psiquiatra austriaco creador de la logoterapia) en El peronismo y las encíclicas sociales publicado en castellano por Fermín Chaves, El peronismo visto por
Víctor Frankl, Theoría, Bs. As., 1999, p. 42 y ss. Frankl no menciona en cambio ninguna influencia mariteniana como fuente del pensamiento de Perón.
Cfr. Félix LUNA, El 45, Sudamericana, Bs. As., 1972, p. 48. También: Abelardo Jorge Soneira, Las estructuras institucionales de la Iglesia Católica/2 (1880-
1976), Centro Editor de América Latina, Bs.As., p. 117.
Cfr. Miguel DE ANDREA, Obras completas, T. IV, Difusión, Bs.As., 1945, p. 248 y numerosas otras referencias en su vida y obra. Su concepción sobre la
“democracia corporativa” no sólo se diferencia claramente del “Estado corporativo” sino que también era partidario de un sindicalismo libre de una
regimentación política y de carácter confesional, según la opinión común de los autores católicos en la materia (cfr. pp. 244-251 y 282-287). El sindicalismo
católico predicado por De Andrea, continuando el camino de Federico Grote, no tuvo éxito, siendo superado por el avasallante montaje político del peronismo
y durante el mismo pontificado de Pío XII fue desapareciendo paulatinamente incluso en el mismo magisterio, para extinguirse definitivamente tras los
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nuevos aires conciliares. Cfr. Rodolfo PUIGGROS, El peronismo: sus causas, Puntosur, Bs. As., 1988, p. 97. También: Cristián BUCHRUCKER, op. cit., p.
307.
Cfr. Miguel DE ANDREA, op. cit., p. 229 y ss.
Cfr. Gerardo FARRELL, Iglesia y pueblo en Argentina. 1860-1974, Patria Grande, Bs. As., 1976, p. 125.
Cfr. Enrique SAN MIGUEL, Humanismo cristiano. La posibilidad universal de la libertad, Editorial Universitaria Ramón Areces, Madrid, s/f., p. 49.
No puede olvidarse que en un gesto no exento de significado político, Perón fue amigo de dictadores corruptos como Alfredo Stroessner y Rafael Leónidas
Trujillo, bajo cuyos gobiernos buscó refugio luego de su derrocamiento, hasta recalar definitivamente bajo el autoritarismo español del generalísimo
Francisco Franco.
Cfr. Entrevista del 25-III-97 con Marcelo STAFFORINI y Acto homenaje con motivo del cincuentenario del 17 de octubre al Dr. Eduardo Stafforini, pro
manuscripto. Perón recordaría este origen: Esta búsqueda de respuestas a las necesidades integrales del país, que parten de una clara ideología, comenzó en la
década de los años 40. El 1º de mayo de 1948 la posición fue llamada ‘Justicialismo’, abriéndose así las posibilidades de una elaboración conceptual en la que
intervengan mandatarios, líderes, políticos y Pueblo. Cfr. Juan Domingo PERON, Modelo Argentino para el Proyecto Personal (1º parte), Discurso del Señor
Presidente de la Nación el 1º de mayo de 1974, Presidencia de la Nación-Instituto Nacional Juan Domingo Perón de Estudios e Investigaciones Históricas,
Sociales y Políticas, Bs. As., 1999, p. 13.
Cfr. Jacques MARITAIN, Humanismo integral. Problemas temporales y espirituales de una nueva cristiandad, Carlos Lohlé, Bs. As., 1966. Un estudio local
de la obra mariteniana puede verse en los trabajos de Carlos Alberto SCARPONI, La filosofía de la cultura en Jacques Maritain, Uca, Bs. As., 1996 y El
desafío de una civilización verdaderamente universal en Jacques Maritain, en Ricardo FERRARA-Carlos GALLI (ed), “Presente y futuro de la teología en
América Latina”, Paulinas, Bs. As., 1997, pp., 459ss. Ver también: Paul POUPARD, Diccionario de las religiones, Herder, Barcelona-Madrid, 1997, p.
1117ss.
Veinte años más tarde, el propio Perón expresaría exactamente el mismo concepto: “Hace muchos años anuncié tales características del Justicialismo
prácticamente en estos mismos términos, y afirmé su sentido al expresar que ‘el Justicialismo es una filosofía de la vida, simple, práctica, popular,
profundamente cristiana y profundamente humanista’”. Cfr. Juan Domingo PERON, op. cit., p. 13. Para un análisis de este enunciado, cfr. Benito Vicente
NAZAR ANCHORENA, ¿Doctrina peronista? (1946-1974), Dunken, Bs. As., 2008, p. 83ss.
Cfr. Jacinto CHOZA, Los otros humanismos, Eunsa, Pamplona, 1994.
José Figuerola también se refería al peronismo como un humanismo, aunque sin la calificación de cristiano, contrariamente a Arturo Sampay y Juan
Casiello. Cfr. Susana T. RAMELLA, Algunas interpretaciones en torno al proceso constituyente y a la ideología de la Constitución de 1949, Instituto de
Investigaciones de Historia del Derecho, Bs. As., 2004.
Cfr. Miguel DE ANDREA, op. cit., p.84. Maritain ejerció una cierta influencia entre los intelectuales argentinos, aunque en menor medida que lo hiciera en
otros países como Chile, entre otros motivos debido al fuerte influjo nacionalista que sufrió la Iglesia en nuestro país en esos años.
Cfr. Fernando MARTINEZ PAZ, Maritain en la Argentina, en “Rumbo Social”, 1, abril 1978, pp.20-31.
Debe recordarse que esta encíclica, donde se consagra magisterialmente el humanismo integral, fue sugestivamente recibida con gran beneplácito en general
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en el justicialismo y en particular por Perón, quien vería en ella, así como en el pensamiento de Juan XXIII (y no, desde luego, en el de Pío XII), una
confirmación de sus posturas políticas.
Cfr. Joseph M. de la Torre, El ‘humanismo Integral’ de Maritain y la Enseñanza Social Católica, publicado en EEUU bajo el título Maritain’s Integral
Humanism and Catholic Social Teaching por la American Maritain Association, como parte del libro “Reassesing and the Liberal State, Reading Maritain’s
Man and the State” (2001) y disponible en internet (consultado el 1-XII-09)enhttp://www.humanismointegral.com.
Cfr. Juan Luis LORDA. Antropología. Del Concilio Vaticano II a Juan Pablo II, Palabra, Madrid, 1996, p.46-47. La presencia de Maritain en el momento de
la proclamación de la constitución conciliar que establece el eje de las relaciones de la Iglesia católica con al mundo contemporáneo fue considerada por
Charles Moeller un signo profético.
Disandro transmite a Perón el concepto de “sinarquía” con posterioridad a su derrocamiento, que el líder utilizará en varias ocasiones hasta su muerte.
Cfr. Carlos Alberto DISANDRO, El humanismo político del justicialismo, en “La Hostería Volante”, 48, 1997, http://es.metapedia.org.
Cfr. UNIVERSIDAD NACIONAL DE CUYO, op. cit., p.167.
Cfr. Miguel GAZZERA, El peronismo, generador de cultura, en revista “Peronistas”, pp. 195 y ss, en http://www.cepag.com.ar/ (Consultado el 5-XII-09)
Cfr. Raúl MENDE, El Justicialismo. Doctrina y realidad peronista, Mundo Peronista, Bs. As., 1952, p.46. Un breve comentario puede leerse en Ricardo
DEL BARCO, El régimen peronista 1946-1955, Editorial de Belgrano, p.30-31. Este esbozo es considerado uno de los primeros intentos de sistematización
de la doctrina peronista. Cfr. Raanan REIN, Los hombres detrás del Hombre: la segunda línea de liderazgo peronista, en “Araucaria”, Revista
Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, 19, segundo semestre de 2008, p.86. Consultado el 1.XII.09 en http://www.institucional.us.es/araucaria.
Su apellido original es sin acento, que le habría sido impuesto por Evita para no confundirlo con Méndez San Martín.
En su citada obra Raanan Rein ha llamado la atención sobre la “segunda línea” de hombres que cumplieron funciones de mediación entre el líder y las masas,
que un tanto olvidados incluso por los estudiosos aunque ellos desempeñaron un papel fundamental en el régimen, como José Figuerola, Domingo Mercante,
Miguel Miranda, Juan Atilio Bramuglia, Angel Borlenghi y el mismo Raúl Mende. También, de mismo autor: Bajo la sombra del líder. La segunda línea del
liderazgo peronista, Universidad de Tel Aviv, Bs. As., 2006, p. 90.
Mende tuvo un fugaz paso por el seminario en su juventud.
En el sentido de que Mende pretendió convertirse en el filósofo del justicialismo en tanto predicador de la nueva religión política. Alfred Rosenberg fue el
autor de “El mito del siglo XX”, una obra muy difundida en los años treinta donde expone las teorías raciales del nacionalsocialismo.
Cfr. Marta CICHERO, Cartas peligrosas de Perón, Planeta, Bs. As., 1992, p.92.
Cfr. Marta CICHERO, op. cit., p.37ss.
Se trata del mismo pueblo donde vivió también el clérigo cismático Pedro Ruiz Badanelli, quien impulsó la atrabiliaria idea de una iglesia nacional peronista
y terminó sus días como obispo de la Iglesia Católica Apostólica Brasileña, fundada por el obispo católico cismático Carlos Duarte Costa, hoy canonizado por
dicha iglesia.
Cfr. Marta CICHERO, op. cit., p. 41. Evita predicaba el justicialismo con la misma unción con que los viejos curas explicaban el Astete y el Ripalda (dos
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versiones tradicionales del catecismo católico) a sus catecúmenos como una religión laica de salvación.
Cfr. Conferencia del Excmo. Señor Presidente de la Nación, General Juan D. Perón, en “Actas del Primer Congreso Nacional de Filosofía”, I, Bs. As, 1950,
pp. 131-174, reeditada varias veces con el título de La comunidad organizada, nombre con el que se la conoció a partir de la primera edición de 1952. He
utilizado la edición de la Secretaría Política de la Presidencia de la Nación, Bs. As., 1974.
Ibídem. Perón ya había delineado su doctrina tercerista un par de años antes del congreso. Cfr. Fermín CHAVEZ, Tercera posición y unidad
latinoamericana, Biblos, Bs. As., 1985.
No pudo asistir debido a su avanzada edad y estado de salud, aunque hizo llegar un mensaje, y murió mediatamente después de finalizado el congreso.
Se ha señalado una galería de nombres que van desde Carlos Astrada hasta Hernán Benítez. Según Enrique Zuleta Alvarez, el autor habría sido Coriolano
Alberini. Nótese que todos ellos fueron participantes del congreso de filosofía de 1949. Entrevista con el autor del 11-VIII-08. José Enrique Miguens, en
cambio, conjetura que el autor pudo haber sido Hernán Benítez, a quien veía durante los días del congreso trabajar afanosamente en la redacción de un paper.
Entrevista con el autor del 4-XII-09. Sin embargo, una explicación de esa circunstancia puede estar en el hecho de que Benítez fue invitado a participar a
último momento. Según él mismo refiere, en una situación de apuro, me dirigí a Mendoza con un manojo de pruebas de imprenta de mi libro El drama
religioso de Unamuno, dispuesto a salir del paso, echando mano de alguno de sus capítulos, si se me invita a participar de las sesiones. Se me invitó, y en la
tercera sesión plenaria, del 4 de abril, dedicada al existencialismo, llené mi hora leyendo lo substantivo del capítulo cuarto de mi libro. Cfr. Hernán
BENITEZ, La existencia auténtica, en las Actas citadas, p. 358.
Cfr. Juan Domingo PERON, op. cit., 60. La palabra “liberación”, que también aparece en el trabajo de Mende, adquiriría una fuerte dinámica en el lenguaje
político de los sesenta al compás del ethos revolucionario de la época.
La tercera posición fue la piedra fundamental de la política exterior argentina durante el peronismo. Cfr. Joseph PAGE, Perón (1895-1932), I parte, Javier
Vergara, Bs. As., 1984, p. 218.
Cfr. Raúl MENDE, op. cit., pp. 47-62
Cfr. Juan Domingo PERON, op. cit., p.12.
Un antecedente de esta publicación puede encontrarse en la revista Sexto Continente, expresiva de un tercerismo de acento latinoamericano, que con la
caída del primer peronismo sería continuado, aunque sin las antiguas resonancias fascistas, por la revista Nexo, fundada por el recientemente fallecido
pensador uruguayo (lo que no le impediría asumirse como peronista) Alberto Methol Ferré.
Cfr. Cristián BUCHRUCKER, Los nostálgicos del “Nuevo Orden” europeo y sus vinculaciones con la cultura argentina, en Ignacio KLICH (comp), “Sobre
Nazis y nazismo en la cultura argentina”, Hispamérica, Bs. As., 2000, pp.51-103. Mahieu también participó del congreso nacional de filosofía.
Cfr. “Dinámica Social”, año 1, 1, septiembre de 1950, p.2.
Cfr. “Dinámica Social”, 3, noviembre de 1950. En el mismo número, Pierre Daye, un rexista belga también exiliado en la Argentina, escribe una crítica a la
democracia citando a Maritain (p.19). Este autor, colaborador habitual de la revista, dedicó toda una serie de artículos a dicha temática.
Cfr. Leonardo SENKMAN-Saúl SOSNOWSKI, Fascismo y nazismo en las letras argentinas, Lumiere, Bs. As., pp. 44-45.
Cfr. Raúl MENDE, op. cit., pp. 59-62.
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La tercera vía se refiere a la búsqueda de un camino intermedio y pragmático y ha sido propuesta por representantes de diversas corrientes como el socialista
Eduard Bernstein, también por el liberal Thomas Hill Green y los cristianos Karl Polanyi y Alfred Müller-Armack e incluso se ha querido ver su
paternidad en Pío XI. En este sentido no es ocioso aclarar que Juan Pablo II ha puntualizado que la doctrina social de la Iglesia, considerada una clásica
fuente del peronismo, no es una tercera vía. Cfr. JUAN PABLO II, Sollicitudo Rei Socialis, 41. En una versión posmoderna puede considerarse como un
ideólogo de la corriente a Anthony Giddens y en el ámbito propiamente político también ha sido sustentada por Tony Blair (Third way).
Cfr. Alicia PODERTI, Franquismo, fascismo y el léxico denostativo hacia el peronismo (1943-1955)”en “Primer Congreso de Estudios sobre el Peronismo:
la primera década”, Universidad Nacional de Mar del Plata, 6/7-XII-08, en http://www.megahistoria.com.ar/tesis/poderti.pdf (consultado el 4-XII-09)
En uno de sus mensajes presidenciales, Perón se defendería de la acusación de personalismo pero en el sentido de cesarismo.
Cfr. Carlos FERNANDEZ PARDO-Leopoldo FRENKEL, Perón. La unidad nacional entre el conflicto y la reconstrucción, Editores del Copista, Bs.As.,
2004, p. 289.
Cfr. Miguel DE ANDREA, op. cit. pp. 26-61 y otros. El obispo desautoriza expresamente la “solución cesarista” que Pío XI también haría posteriormente
objeto de crítica como un estatismo. Cfr. p. 40-42.
Cfr. PRESIDENCIA DE LA NACION, Subsecretaría de Informaciones, Mensaje del Presidente de la Nación Argentina General Juan Perón al inaugurar el
86º periodo Ordinario de Sesiones del Honorable Congreso de Nacional, I Conceptos, Bs.As., 1952.
Aparece aquí otro punto de coincidencia con el humanismo integral inspirador de la democracia cristiana alemana que integra a católicos y protestantes, e
incluso a creyentes e increyentes. Ver nota 70.
Cfr. Raúl MENDE, op. cit., p.62, 70-71 y 73.
Cfr. Raúl MENDE, op. cit., p.123.
Cfr. Raúl MENDE, op. cit., p.70
Cfr. Raúl MENDE, op. cit., p. 71. Ver también: José ZANCA, op. cit., p.138.
Este doble juego de enunciaciones dislocadas de los resultados ha dado lugar a la nueva categoría de semiautoritarismo para caracterizar a los autoritarismos
encubiertos bajo la apariencia de una estructura formal democrática, por ejemplo con constitución, parlamento y partidos políticos, pero donde las realidades
ahogan las previsiones institucionales y la convierten en una caricatura de la auténtica democracia. El rechazo de la comunidad política formada por los
ciudadanos respecto de esta realidad se evidenciaría en años de aspereza social bajo el grito ciertamente inmaduro de que se vayan todos.
Cfr. CONCILIO VATICANO II, Gaudium et spes, 36, 40-46 y 76. Ver: Enrique COLOM, Curso de doctrina social de la Iglesia, Palabra, Madrid, 2001, p.
57ss y José María GUIX FERRERES, La actividad humana en el mundo, en AAVV, “Comentarios a la Constitución Gaudium et spes sobre la Iglesia en el
mundo actual”, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1968, pp. 290 y 292ss. También: José Luis GUTIERREZ, La Iglesia ante el orden temporal
(Textos del Concilio Vaticano II), en AAVV, “Las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Estudios en memoria del profesor Pedro Lombardía”, Universidad
Complutense de Madrid-Universidad de Navarra-Editoriales de Derecho Reunidas, Madrid, 1989, pp. 213-226 y Eulalia NUBIOLA AGUILAR, La
autonomía de las realidades terrenas, Tesis de licenciatura y también: de la misma autora e idéntico titúlo: Excerpta e Dissertationibus in Sacra Theologia,
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XV, 1988, Eunsa, Panplona, 1988.
Cfr. Gerardo FARRELL, Desarrollo histórico de las concepciones de la doctrina social Católica en el Magisterio pontificio y en el Magisterio
Latinoamericano, en Peter HUNERMANN-Juan Carlos SCANNONE, “América Latina y la doctrina social de la Iglesia. Diálogo latinoamericano-alemán, T.
I, Reflexiones Metodológicas”, Paulinas, Bs. As. 1992, p.35.
Cfr. Franco FERRAROTTI, Una fe sin dogmas, Península, Barcelona, 1993, p. 117.
Cfr. Jacques MARITAIN, op.cit., p. 134-135.
Entrevista de Ricardo Guardo con el autor del verano de 1984.
Cfr. Joseph PAGE, Perón (1952-1974), II Parte, Javier Vergara, Bs. As., 1984, p. 55.
El clericalismo católico chocó en el caso con el clericalismo peronista. Ni el peronismo ni el catolicismo habían provocado el conflicto; lo provocaría,
principalmente, el clericalismo de uno y otro lugar.
Cfr. Jacques Maritain: Mensaje a los argentinos, en “Esquiú”, abril de 1947, cit, por Ambrosio ROMERO CARRRANZA, Qué es la democracia cristiana,
Ediciones del Atlántico, Bs.As., 1956, p. 193. Sobre la democracia cristiana y el peronismo, cfr. Ricardo PARERA, op. cit., p. 113ss. Maritain ya se había
pronunciado tempranamente -con palabras no menos iluminantes- nada menos que diez años antes, durante su estadía en la Argentina, exactamente en el
mismo sentido, pero tanto en una como en otra circunstancia dichos consejos no parecieron haber sido escuchados. Cfr. p. 49ss.
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