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tren

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EL LTIMO TREN

Las dos caras del cristal se debatan en una feroz lucha, mientras la superficie interna enturbiaba el paso de la luz con un hmedo, sutil y esttico empaado, la cara externa luca una dinmica escena de goterones deslizantes. El aliento de Helena alimentaba al contrincante interior y la madre naturaleza, con descomunal lluvia, con toda la violencia hdrica sostenida en los aires, se inclinaba por la adversaria. Las difusas imgenes de la estacin del ferrocarril, como efecto visual, comenzaban a moverse hacia atrs y daban paso a un paisaje cintico, deslizante, de vergeles arbreos. Atrs en el espacio, quedaba el nefasto y vetusto pueblo, all en el tiempo quedaba su ultima oportunidad, oportunidad frustrada, y es que lo intent todo, todo lo que estaba comprendido dentro de los lmites del decoro, de las buenas costumbres y sin ir con el menoscabo de su anhelada posicin social.

-El boleto, por favor! Exclam una voz a su espalda, era el funcionario recolector, que al recibir el cartn, lo perfor desparramando en el recinto un seco sonido, dulce meloda para cualquier soldado de oficina. Luego de mirarla con una manera untada de extraeza, le recomend que tomara asiento, pues tena 20 minutos parada frente a la ventanilla del fondo.

La seorita Helena, la postura y el sitio cambi, se acomod el vestido, con sus manos logr domar, no sin esfuerzo, la madeja de castaos cabellos que anegados en locin de llovizna, se aferraban al cuello y omplatos, como las races de las orqudeas sujetan un tronco, y los arremolin sobre la parte superior, para fijarlos finalmente con un ganchillo. Recogi sus piernas y aunque sus prpados se deslizaron hacia abajo, el pensamiento, aquel pensamiento no la abandon, se negaba a dejarla sola, cual amante obsesionado, sustrayendo las delicias de una dama.

En dura lid, termin por vencer el cansancio al pensamiento obstinado que la atormentaba, y entre onricas fantasas se vio rodeada de intachables pretendientes, bien parecidos, educados, y con un estatus profesional muy conveniente. Mientras gesticulaba un asentimiento a uno de ellos, el rostro de su interlocutor se fue difuminando lentamente, hasta que despert con un sobresalto, repitiendo un nombre masculino, se dio cuenta que segua all, en un fro asiento del ferrocarril. En el pueblo quedaba su pasado, con altivez y dignidad rechaz lo que la vida le ofreca, pues para su parecer, obrero, mecnico, panadero de buen porte vala lo mismo que un abogado, mdico o empresario de ridcula figura. Se levant del asiento y se sinti envuelta de una especie de aureola de solemnidad y exclam:

-De ahora en adelante me declaro oficialmente solterona!

Muy a su pesar, y en el instante de la interior ceremonia, las lgrimas rieron con una luciferina sonrisa.

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