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Por Ariel SANDOV AL Hernández Mujeres y Veleros Quizá para aliviar la dur ez a y los pe- ligr os d e la vida d e mar a bordo de un buque de vela -o para compartirlos-- el ca pitán tenía un pri v ileg io que no se exte ndía a sus subordinados: el lle v ar a su muj er y a sus hi jos consigo. Las d e- rrotas siempre prolongadas en qu e era de ordinari a ocurren cia que el barco no volviera a su puerto de matrí cula duran - te do s o tr es años, obli ga ban a lar gas se- par ac ion es famili a res que nin gún co ntac - to epistolar podía sustituir. De allí la fa- cult a d co nce dida al "Amo de sp u és d e Di osºº p a ra co n stituir a b or d o su ho ga r. La vieja sup erstició n marinera - naci - da , co mo tanta s otras, en los tiempos de la vela- que atribuía mala suerte a la presencia de mujeres durante la navega- ción, excep tu aba por r eg la ge ner a l a la ca pit ana . Esta ex ce p ción la conqu ist aro n las propia s a gracia das a fuerza de bon- dad y abnegación, aportando mu chas ve- ces su ternur a femenina en el cuidado de enfermos, e n el a livio a los her idos p o r acciden tes de mar y connsituyéndose, en t odo caso, en un factor de equilibrio en las r elac io n es entre cá m ara y cast illo. Y no sólo esto. Los anales de la ma- rin a velera reg istran muchos casos -v qui zá cuántos otros h a br á n quedado se pultados en el olvido- en que un a mu- jer a fr ontó co n valor y decisión una si- tu ac ió n de p elig ro . Tal pareciera que ellas

Mujeres Veleros - Revista de Marina

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Por Ariel SANDOV AL Hernández

Mujeres y

Veleros

Quizá para aliviar la dur ez a y los pe­ligr os d e la vida d e mar a bordo de un buque de vela -o para compartirlos-­el ca pitán tenía un pri v ileg io que no se exte ndía a sus subordinados: el lle v ar a su muj er y a sus hi jos consigo. Las d e­rrotas siempre prolongadas en qu e era de ordinari a ocurren c ia que e l barco no volviera a su puerto de matrí cula duran ­te do s o tr es años, obli ga ban a lar gas se­par ac ion es famili a res que nin gún co ntac ­to ep isto lar podía sustituir. De allí la fa­cult ad co nce dida al "Amo de sp ués d e Di osºº p ara co nstituir a b or d o su ho ga r.

La vieja sup erstició n marinera - naci ­da , co mo tanta s otras, en los tiempos de la v el a- que atribuía mala suerte a la presencia de mujeres durante la navega­ción , excep tu aba por reg la ge ner a l a la ca pit ana . Esta ex ce pción la conqu istaro n las propia s a gracia das a fuerza de bon­dad y abnegación, aportando mu chas ve­ces su ternur a femenina en el cuidado de enfermos, en el a livio a los her idos p o r acciden tes de mar y connsituyéndose, en todo caso, en un factor de equilibrio en las r elac iones entre cá m ara y cast illo.

Y no só lo esto . L os ana les de la m a­rin a vele ra reg istran muchos casos -v qui zá cuántos otros h abr á n quedado se pultados en el olvido- en que un a mu­jer a frontó co n valor y decisión una si­tu ac ión de p elig ro . Tal pareciera que ellas

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se empapaban del espíritu marinero de sus maridos y nada del mar podía serles ajeno a sus intereses y conocimientos. ¿ No cuentan las crónicas que el capitán

Cressy, del veloz clipper norteamericano "Flyng Cloud " , había enseñado a su com­pañera los principios fundamentales de la nave gac ión astronómica? Y tan bien los había asimilado la buena señora que diariamente se situaba con su marido en la toldilla y ambos calculaban separada­mente la posición, comparando después los resuitados sin que éstos arrojaran di­ferencias . ..

Hablando de situaciones de peligro, no es posible dejar de rec,,rdar lo suce­dido a bordo de otro clipper yanqui, el "Neptun e ' s Car ". Este velero, con apa­rejo de fragata como todos los grandes corredores del mar salidos de las gradas de la costa atlántica de los Estados Uni­dos , iba en viaje a San Francisco bajo el mando del capitán Patten, a quien acom­pañaba su joven esposa de diecinueve años. En las latitudes del Cabo de Hor­nos se amotinó el primer piloto que, una vez redu c ido, fue recluido en su camarote. Quiso la desgracia que el capitán cayera enfermo, presa de fiebre alta y en un es­tado de semi-inconsciencia que le impedía tenerse en pie. Correspondía el mando al segundo piloto, pero éste, probablemente muy joven e inexperto, confesó angus­tiado su absoluta incapacidad para diri­gir el buque. ¡ Imagine el lector al gran velero rolando en los mares más tormen­tosos del mundo y sin una mano firme en su gobierno I Fue entonces cuando Mrs. Patten dio pruebas de su temple ex­traordinario. Instruida seguramente por su marido en las reglas elementales de la ciencia náuti ca durante los tres · años de matrimonio, que había pasado íntegros a bordo, fijó como primera medida la po­sición de la nave manejando lo s instru­mentos con una desenvoltura insospecha­da, trazó lue go el rumbo y dio las ins­tru cc iones necesarias al segundo piloto , que a esas alturas d ebe haber estado más aver go nzado que asustado. Diariamente re a lizó esta opera ción hasta lle ga r a F ris­co sanos y sa lvos y sin m ayor d em ora en su itinerario. ¡ Ni siquiera le pasó por la mente a la valerosa muchacha la idea de entrar de arribada a un puerto interme­dio!

Ejemplos como éste, de valor feme­nino, abundan. En enero de 1886 la fra ­gata norteamericana "F rank N. Thayer" se encontraba en ruta de Manila a Nueva York con cargamento de trigo, su capi­tán Mr. Clark, cuando se amotinaron tr es marineros filipinos y actuando con gran rapidez ultimaron con arma b'anca al contramaestre y a los dos pilotos y deja­ron heridos de gravedad al capitán y a cuatro hombres . Mrs. Clark, que viajaba a bordo con su pequeño h ijo, corrió a la cámara, encerró allí al niño y tomando el revólver logró ponerlo en manos de su marido, quien dominó de momento la situación matando a uno de los rebe !d es. Pero los dos restantes se refugiaren en la bodega y en su furia homi cida pren­dieron fuego al cargamento .

Ei incendio obligó al abandono del bu­que. Mientras se arriaba el bote Mrs. Clark volvió a la cámara a buscar a su hijo y regre só con un sextante, un cro­nómetro y algunas cartas. Desabra có el bote y comenzó entonces e l lar go viaje hacia la isla de Santa E!ena, que era la tierra más próxima . La señora Clark to­mó el mando siguiendo el rumbo trazado por su marido y debió repartir su tiempo entre el cuidado de su pequeño, la aten• ción de los heridos y el gobierno de la embarcación. Días después avistaron la isla y fondearon sin noved a d. Una vez más !a mujer de un capitán de velero da- ba muestras de un temple inaudito.

La vieja marina pre senta casos nume­rosos de apego y cariño al buque. No es extraño que ello sucediera entre los hom­bres de mar -capitanes, contramaestres, marineros- veteranos de la navegación a vela que , ante un d ese mbarco forzoso por motivos de edad , desguace u otros y la imposibilidad de conseguir plaza en otros veleros, preferían acogerse al reti­ro en ti erra antes que emb a rca rse e n va­pores. Lo extraordinario es qu e tal pa­sión por la vela se contagiaba a la muj er y a ios hijos del cap itán, constituyendo un núcleo de afecto en torno al buque . Tales ejemplos se d a n con mayor gene­ro sidad en las anales de la marina mer­cante británica, tant o por haber sido du­rante el siglo pasado la más numero sa en unidades a vela, cuanto porque sus armadores no ponían trabas , en general,

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para que los capitanes se hicieran acom­pañar por su familia.

Es el caso de "La Escocesa", cuyo eu­fónico nombre castellano ocultaba la na­cionalidad inglesa de esta pequeña y ve­loz fragata de 996 ton. de registro, cons­truida en astilleros de Dundee en 1868. Durante largos años la comandó el capi­tán Mr. D. Evans, que siempre viajó acompañado por su mujer y sus cuatro hijos, tres varones y una niña. Los mu­chachos recibieron a bordo la enseñanza humanística de boca de su madre y el aprendizaje marinero bajo la dirección del padre. Como no podía ser de otro modo, los tres siguieron la carrera del mar y al cabo de los años "La Esco cesa" brindaba el hermoso ejemplo de tener a su mando al padre, de primer piloto al primogénito, de segundo oficial al si­guiente y de tercero al menor. Al morir el capitán Evans -en la mar- fue su­cedido por su hijo mayor, pasando los dos siguientes a ocupar los puestos de primer y segundo piloto y llenándose la plaza de tercer oficial con el cuñado, ya que la hermana, siguiendo las leyes in­mutables de la vida, se había casado con un marino que se incorporaba así al rol familiar de la oficialidad de la fra ga ta. La viuda Evans continuó a bordo y cuan­do a su turno falleció -también en la ·mar- y el buque fue vendido a otros ar­madores , los retoños del capi tán Evans buscaron otros destinos, terminando así la singular relación de esta familia con la nave con la que tanto se identifi ca ron . La fragata "La Escocesa" tuvo en sus úl­timos años una relación nominal con nos­otros: en 1902 fue comprada por la Alaska Packers Association y al int egra r su flota salmonera de "Stars" pasó a Ha­rnarse "Star of Chile", y como tal termi­nó sus día s en el tráfico entre California y las pesquerías de Alaska ...

L a ex tinción de los veleros de altura hizo más fu er te e l nexo afectivo fami lia­buqu e. Los barcos encontr aban cada vez mayor es dificult ades en la com petencia de flete s y veíanse obli ga dos a deambu­lar en lastre d e un puerto a otro, de uno a otro co ntinente , en una suerte de lenta agonía que unía en torno al moribundo el amor de sus hombres y mujer es. Así -sucedió c on la fra ga ta inglesa "Mount .Stewart", que durante dieci siete años co­mandó e l capitán Me Colm y para quien

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con stituía un mot iv o de orgullo el no haber navegado jamás en un vapor. Mu­chos de sus subordinados eran también veteranos del mismo buque : el contrama ­estre llevaba en él dieciséis años, el coci­nero once y varios marineros más de cin­co. La señora Me Colm completó trece años ininterrumpidos a bordo y allí na­cieron sus dos hijos.

Cuando la nave fue finalmente desgua­zada en 1925, estos empedernidos nave­gantes anclaron definitivamente en tie­rra . El capitán compró una pequeña gran­ja en Australia y allí la familia comenzó su gran aventura, la aventura de la vida sedentaria entre vacas y trigales ...

Un matrimonio que hizo historia en la marina velera británi ca fue el del capitán Thomas Yardley Powles y su mujer, a bordo de la barca de cuatro palos "Ja­me s Kerr" ( El capitán Powles puso siempre como condición "sine qua non" de embarque el ir acompañado de su cónyuge, y cuénta se que en una oportu­nidad cambió de buque y compañía al serle ne ga da la autorización para embar­car a la dama. Esta, por su parte, supo conquistarse el afecto de los tripulantes brind á ndoles atenciones maternales que llegaban, incluso, a nimiedades como zurcirles en ocasiones los calcetines, como cáusticamente lo se ñal a Ba sil Lubbock en su famoso ''The La st of the Windjam­mers" . Pero el buque de Powles se dis­tinguía por algo más. Tanto el capitán como su mujer eran grandes aficionados a la música y al deporte y llevaban en la cámara un piano y un ór ga no con los que ofrecían frecuentes conciertos a la mari­nería. En esas ocasiones invitaban a la dotación franca a popa y el salón se lle­naba con las notas de trozos selectos que

La barc a "James K err" terminó sus días bajo han,lera chilena y con el nombre de "Ma-ría ". S e lla maba ''lsebek'', de la matrícula de Hamhurgo, cuando debió refugiar se en Valpa- r aíso, junto a ot r os vapores y veleros aleman es, a con secuencias de la Prim era Guerra Mundi a l. Era su capitán don Enrique Mehrckens, qu e se quedó en Chil e, ingre só a nuestra Ma rina Mer-cante y todavía vive en su retiro de El Belloto. En cuanto a l buque, fue comprado en 1923 por Gon zá lez, Soffia y Cía . y rebautizado "María". Se perdió en Chañara l el 18 de enero de 1926, var ando a impulsos del fuerte viento y mareja­da.

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ambos cónyuges interpretaban con la maestría de los ini ciados; más de alguna vez un marinero romántico los acompa­ñó en el teclado y a menudo formaban coros con los rudos hombres de mar , ha­bituados tan sólo a entonar las canciones de maniobra y, obviamente, las de jara­na en las "fandango house s" y tabernas de puerto. Este espíritu mu sical iba apa­rejado con el deportivo en las preferen­cias del capitán Powles. Entusiasta del cricket, formaba equipos con sus hombres y entrenaban en cubierta cuando el tiem ­po lo permitía, dem os trando d es pués su destreza en los partido s organizados du­rante las larga s permanencias en puerto. También el capitán era un apasionado de la bo ga y su buque siempre estaba repre­sentado en las regatas que habitualmente se organizaban entre la s tripulaciones de los barcos en rada .

En 1902 este singular manno dejó la mar, ya viudo. Fiel a la soberbia raza de hombres de la v e la, de sdeñó re emba rcar­se en vapor y se acogió a retiro . Murió en 191 1. Dejó un hijo que baut izó co n perfume de algas y olas: Tomás Marine­ro Powle s.

A riesgo de cansar al lector, contare­mos otro caso notable de afección fami­liar a la vela. En 1907 el capi tá n Martín Frampton tomó el mando de la bar ca in­glesa "Galgo rm Castle" y co n él fueron su esposa y sus dos hijas , que ya antes lo habían acompañado en otras nave s. En esta bar ca la familia completó trece años de continuada vida marinera, alter­nando las niñas sus deberes escolares con las labo res náuti cas impuestas por su pa­dre. La mayor d esembarcó al cabo para contraer matrimonio y la menor lo hizo en vísperas de la Pr imer a Guerra Mun­dial para ini ciar estudios de Derecho, dando fe de la excelente preparación pe­dagógica adquirida bajo las velas. Los pro ge nit o re s continuaron en la "Gal go rm Castle" has ta que el 2 7 de febrero de 191 7 el buque fue cañoneado y echado a pique por un submarino alemán a 200 millas al Sur de Irland a. El capitán F rampton tomó d es pués el mando de la b a rca "St . Minen", pero al parecer la mala suerte lo perseguía. A p oco de zar­par de Glasgow fue detenido por otro submarino -naturalmente alemán- y allá tuvier on que subir a los botes el ca­pit án, su mujer y sus tripulant es. Pero es-

tos percances de la guerra no podían amilanar a un recio marino de vela y a su no menos decidida compañera y am­b os se hicieron a la mar otra vez, a bor­do de la fragata "Garthwray", en la que navegaron hasta 1922, año en que Framp­ton se retiró (:f.) .

En la esfera más modesta de la Marina Mer ca nte de Chile era también común que los capitanes viajaran acompañados de sus mujeres y, en ocasiones, de sus hi­jos. Recordamos el caso de la malograda fraga ta "Llanquihue", antiguo clipper nor ­teamericano construida de casco de ma­dera en astilleros de Bath (USA) en 1864, y que al tomar la matrícula nacio­nal llevó primero el nombre de " Laura Rosa lía". Bajo la insignia de don F ede­rico Oelckers, armador de Puerto Montt, zarpó la "Llanquihue" del puerto sureño al promediar el año 1900, con destino a !quique y bajo el mando del jovial capi­tán Watson, un norteameri c ano de color que llevaba consigo a su joven esposa, a su hijo de cortos meses y a una aya . La fragata salió al mar abierto y desde en­tonces nunca más se la volvió a ver, tra­gada con seguridad por los temporales del cuarto cuadrante que tan violentos soplan en el océano meridional en la es­taci ón invernal.

La muerte trazó el rumbo de la barca nacional "Y osemite", de la matrícula de Valparaíso, que en viaje a este puerto con cargamento de ciprés de las Guayte­cas chocó con rocas sumergidas y se tum­bó sobre una b a nda el 8 de junio de 1904 , a la cuadra de Punta Curaumilla, nave ga ndo con cerrazón y marejada . Mandaba la barca el capitán Migu e l d' Angelo, de nacionalidad italiana, al que acompañaban su mujer y sus tres hijos, dos niñas de 13 y 1 O años y una criatura de ci nco meses . En espera de subir a los botes una enorme ola barrió la inclinada cubierta y arrastró a la madre y a las ni­ñas, ante la mirada horrorizada e impo­tente d e l cap itán . Este tomó al pequeño en brazos y se aprestaba a abordar un

Es út.il consignar que la ''Ga rthwra y'' se perdió dos a ños desp ués, el 23 de abril de 1924, al varar en Punta Dolor es de la i sla Sa nta Ma­r ía en viaj e de Iquiqu e a Talcahuano en last re y a las órden es del capitán He11ry. El siniestro tuvo su orig en en la mala visibilidad producida por la niebla . Toda la tripulación sa lvó con vida.

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bote cuando un tablón de ciprés que sa­lía expelido violentamente de la inunda­da bodega golpeó y mató instan tá nea­mente al infante. Con el cadáver de la criatura el atribulado padre tomó co lo ca­ción en uno de los botes y horas después lle gaban a Valparaíso, para dar cuenta de la tra gedia que "El Mercurio" narra­ría en detalle al día siguiente.

Hubo o tro caso que tuvo también un desenlace fatal. El capitán Petersen, de la barca nacional "Sulitelma", acostum­braba llevar siempre consigo a sus tres hijas, mocitas ya adolescentes. La barca se perdió en la mar en julio de 1904, en viaje de Melinka a Valparaíso, sepultan­do para siempre en las profundidades a las desgraciadas muchachas.

¿Para qué seguir? ¿Para qué detener• nos, por ejemplo, en lo acontecido con la barca nacional "Flecha", cuya tripula­ción amotinada dio muerte al capitán Te­selli, a su esposa, su cuñada y sus dos pe­queños hijos y varó lue go el buque en las proximidades de Punta Carranza, a mediados de 1901 ? No estaría de más recordar, sin embargo, que la mujer es­tuvo presente en la última singladura del último velero de altura de la Marina Mer­cante Nacional. El schooner "Cóndor" en viaje de Montevideo a Bahía Blanca en lastre, al mando del capitán don Raúl Bennewitz, se incendió en la noche del 25 de septiembre de 1946 a seis millas y media del faro Recalada, muy cerca de su puerto de destino . Ordenado el aban­dono del buque, la señora Bennewitz, es· posa del capitán, con su hija de sólo me­ses en brazos, dio muestras de una increí­ble serenidad dándose tiempo para reco-

ger sus efectos personales y los de su ma­rido, subió al bote sin que ni las llamas ni el estado amenazante de la mar logra­ran turbarla. ¡ Hermoso broche para ce­rrar la E ra de la Vela en nuest ra Marina Mercant e !

Hubo armadores, especialmente fran­ceses, que sistemáticamente prohibían a los capitantes embarcar a sus cónyuges. Se fundaban para justificar este proceder en que la presencia de la mujer a bordo podía apartar o di straer la atención del capitán en la marcha del barco, especial­mente en los momentos críticos de tem­porales o forzado abandono. Estas pre­venciones encontraron dramática justifi­cac10n en la pérdida de la barca británi­ca de cuatro palos "Swanhilda". Iba en viaje de Cardiff a Antofagasta con car­gamen to completo de carbón de piedra y al embocar el Estrecho de Le Maire va­ró en Cabo San Antonio de la Isla de los Estados el 16 de mayo de 191 O, na­vegando con niebla y mar gruesa. Man­daba el buque el capitán Pine, que viaja­ba con su joven cónyuge, recién despo­sada . Dispuesto el abandono de la barca, y cediendo a los desesperados requeri­mientos de su esposa de no dejarla sola, el capitán Pine olvidó sus deberes que le obligaban a permanecer a bordo has­ta el último y se embarcó con ella en el primer bote. Quiso la desdicha que la embarcación soltara de uno de los pes­cantes, cayendo al mar sus ocupantes. Sólo cuatro hombres salvaron, pero el capitán y su mujer se ahogaron , aquél impedido de nadar por la férrea presión de los brazos femeninos en torno a su cuerpo,