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Cierta cortesía intelectual nos hace preferir la palabra ambigua. El vocablo unívoco somete el universo a su arbitraria rigidez. Nicolás Gómez Dávila S i, como sostiene el narrador y ensayista argentino Ricardo Piglia, cada autor escribe para averiguar qué es la literatura, en la obra de Nicolás Gómez Dávila encontramos una indagación en los límites de la escritura. Un hecho que, en ocasiones, mientras se está en la búsqueda solitaria de la expresión sintética y exacta, bordea el trato con el silencio. La tradición autocrítica, orientada a la revisión de las condiciones de posibilidad para el pensamiento y la escritura, en- cuentra en Gómez Dávila una expresión radical, pro- pia de la forma breve contemporánea, que en su acción de despojamiento acaba por anular la posibilidad de una forma exhaustiva y total. Si bien en alguna parte el escoliasta dice que no compone ideas, sino gestos, “ademanes hacia ellas”, este carácter distanciado pos- tula una escritura evasiva, así como la necesidad de que autor y lector compartan los terrenos de una referencia siempre elíptica. En definitiva, “sólo la alusión evoca presencias concretas”. Nicolás Gómez Dávila La estética, el escolio y el ensayo Efrén Giraldo

NGD. La Estética, El Escolio, El Ensayo

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La estética, el escolio, el ensayo

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  • Cierta cortesa intelectual nos hace preferir la palabra ambigua. El vocablo unvoco somete el universo a su arbitraria rigidez.

    Nicols Gmez Dvila

    Si, como sostiene el narrador y ensayista argentino Ricardo Piglia, cada autor escribe para averiguar qu es la literatura, en la obra de Nicols Gmez Dvila encontramos una indagacin en los lmites de la escritura. Un hecho que, en ocasiones, mientras se est en la bsqueda solitaria de la expresin sinttica y exacta, bordea el trato con el silencio. La tradicin autocrtica, orientada a la revisin de las condiciones de posibilidad para el pensamiento y la escritura, en-cuentra en Gmez Dvila una expresin radical, pro-pia de la forma breve contempornea, que en su accin de despojamiento acaba por anular la posibilidad de una forma exhaustiva y total. Si bien en alguna parte el escoliasta dice que no compone ideas, sino gestos, ademanes hacia ellas, este carcter distanciado pos-tula una escritura evasiva, as como la necesidad de que autor y lector compartan los terrenos de una referencia siempre elptica. En definitiva, slo la alusin evoca presencias concretas.

    Nicols Gmez Dvila

    La esttica,el escolioy el ensayo

    Efrn Giraldo

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    Una de las pruebas de que la dedica-cin exclusiva a la escritura de fragmentos acaba en una postura radical ante el lengua-je es que, despus de la publicacin inad-vertida de sus dos primeros libros (Textos I y Notas), el autor renunci a la forma ensaystica compuesta de varios prrafos que desarrollan ideas, y se empez a incli-nar por modestas notas a las que despus agrup bajo la designacin de escolios. Los escolios de Gmez Dvila son textos de dos o tres renglones en los que el autor concentra su pensamiento reaccionario y catlico, glosa a un nico texto implcito. Un trabajo que, pese a la aceptacin de su propia insignificancia, visto en su conjun-to, es esplndido en su minuciosa y acotada organizacin verbal. Quedan, ms all de las diferencias con el pensamiento all ex-presado, el asombro ante los movimientos lgicos y las paradojas que se expresan en esas breves piezas, quizs el mejor ejemplo de concisin y minimalismo formal de la literatura colombiana, la excepcin en una tradicin ampulosa y simuladora.

    La fortuna de estos extraos textos fue desigual, luego de que se publicaron por primera vez en la revista Mito en 1955. Desde el inicio, no se supo muy bien en qu territorio ideolgico y literario ubicarlos. Por un lado, se trataba de textos que juz-gaban con acritud los valores de la cultura moderna y contempornea, pero que, por su misma singularidad, confesaban la per-tenencia a su tiempo, una poca que, como la segunda mitad del siglo xx, fue de in-terrogaciones y cuestionamientos autocr-ticos. Algo que, como recordaran despus los acadmicos que se ocuparon de su obra, confirma el hecho de que el pensamiento reaccionario es el primer crtico de la mo-dernidad. Por otro lado, mientras suscriba su pertenencia a una especie de literatura dominada por la aspiracin reflexiva, se ha-can notables la imaginacin y los giros que atraen la atencin hacia el ingenio, la preci-sin y la contundencia idiomtica.

    Se puede imaginar el asombro que en la Colombia de mediados de los aos

    cincuenta causaron estos textos agresivos, escritos con un arte nunca antes visto en la literatura del pas, acostumbrada al di-tirambo y a la efusin potica sensiblera. Incluso, en el panorama crtico nacional, el reaccionarismo poltico de los textos debi ser escandaloso aun para los conservadores, a quienes el mismo Gmez Dvila carac-teriz como simples liberales maltratados por la democracia. Solo en 1977 aparecie-ron ya en libro los Escolios a un texto impl-cito, ttulo que, usado el resto de su vida por Gmez Dvila, resalta el carcter parasita-rio de la forma elegida. Luego, los ttulos de las colecciones siguientes optaron por adje-tivos que acentan la idea de continuidad, proceso y proyecto: Nuevos escolios a un texto implcito, Escolios nuevos y Sucesivos escolios a un texto implcito.

    El escolio es una forma muy antigua y, segn el Diccionario de la Real Academia, es una nota que se pone en un texto para explicarlo. El trmino viene del latn scho-lium, y este, a su vez, procede del griego , que significa comentario o glosa. Por lo tanto, el proyecto de Gmez Dvila parece trazarse el simple propsito de ex-plicar o hacer notas marginales a una es-pecie de texto subyacente. Los crticos e historiadores y los analistas del escritor se han preguntado en repetidas ocasiones qu significa ese texto implcito, aludido enig-mticamente en los ttulos. Amanuense de siglos, solo compongo un centn reaccio-nario escribi, aludiendo a su propia tarea. Para algunos, la explicacin es ideolgica: el texto implcito es la concepcin reac-cionaria y catlica preconciliar de la vida y de la historia, ante la que solo cabra una sumisin autoral completa. Una axiologa ante la que el escritor, un reaccionario ex-traviado en tiempos en los que nada merece ser conservado, solo comenta fragmentaria-mente los postulados de una unidad moral y espiritual preexistente e incontrovertible, accesible apenas con trozos de lenguaje. Un mundo que vive entre escombros, y del cual el escoliasta es como un escribano que ve con dificultad en el ocaso. El fragmento

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    incluye ms que el todo, leemos. Para otros, el texto implcito es la vida o la uni-dad de un pensamiento a los que solamente se puede aludir desde posiciones ocasiona-les y fragmentadas en el tiempo y el espacio. Sin importar cul es la explicacin ltima, lo que s resulta claro es que los escolios se mueven entre dos polos: la autonoma est-tica que tienen los fragmentos y la aparente subordinacin ideolgica que tienen con un cuerpo de ideas, del que paradjicamente se distancian. No en vano, debe advertirse que los escolios de Gmez Dvila han sabido vivir con independencia, pese a que, segn sus propias palabras, un texto breve no es un pronunciamiento presuntuoso sino un gesto que se disipa apenas es esbozado.

    La recepcin de Gmez Dvila, pese a la comn aceptacin de la relevancia de su obra, ha sido cambiante. Mientras que, des-de la dcada de los cincuenta, crticos como Hernando Tllez y Ernesto Volkening sa-ludaron con entusiasmo los escolios, en los que vean un acontecimiento singular en la historia de la prosa castellana, ms tar-de algunos crticos, como Rafael Gutirrez Girardot (quien haba hecho ya pronuncia-mientos vitrilicos contra la obra de ensa-yistas literarios como Octavio Paz y Jos Ortega y Gasset), manifestaron su desdn, sealando que en Gmez Dvila la forma del fragmento estaba mal digerida y era poco ms que una muestra de diletantismo germnico. Tambin es probable que el alti-vo talante reaccionario del escritor hubiera hecho que crticos y analistas despreciaran una obra que, como la del escoliasta, tiene validez en su aguda presin sobre el estilo. Jos Miguel Oviedo lo incluye por primera vez en la dcada de los noventa en una an-tologa del ensayo hispanoamericano. Y solo en 1997 scar Torres Duque lo hace en una antologa colombiana. Anotemos que la re-cepcin ms intensa de la obra de Gmez Dvila, as como las discusiones ms ani-madas sobre su obra, como ocurre con otros ensayistas de mrito, se han dado sobre todo en el mbito filosfico. Este hecho da cuen-ta de que la magra tradicin crtica literaria

    del pas an tiene problemas para la identi-ficacin literaria y la valoracin esttica de muchos de sus escritores de ideas. An se puede ver en algunas universidades a profe-sores que invalidan aproximaciones a la obra del escoliasta porque perteneci a un grupo social decadente que vivi de espaldas a los problemas del pas.

    Pese a ello, en los ltimos aos se ha asistido a un apogeo inesperado de la lec-tura de los escolios y a una recepcin en la que confluyen el entusiasmo espontneo de los comentaristas en Internet (que hacen sus propias selecciones, comentan su obra e intercambian noticias sobre los avatares de la recepcin acadmica y editorial del au-tor), la actividad de la academia (con varios trabajos, foros y seminarios, como los rea-lizados recientemente en Bogot y Roma, con motivo de su centenario) y la respuesta periodstica y editorial, que ha visto multi-plicadas las opiniones, las antologas y los ar-tculos de valoracin e interpretacin. Todo esto, sin duda, ha estado precedido reciente-mente de una actividad divulgativa sin pre-cedentes para el ensayo colombiano, carente de traducciones y estudios crticos de hondo calado de sus mejores exponentes. Como se sabe, la tradicin mayor del ensayo litera-rio colombiano (Baldomero Sann Cano, Fernando Gonzlez, Hernando Tllez, Jorge Gaitn Durn, Ernesto Volkening, Marta Traba, Jaime Alberto Vlez) carece de estudios serios.

    De las circunstancias de la biografa intelectual de Gmez Dvila, tal vez valga la pena sealar su extraa relacin con la tradicin francesa y alemana, su reacciona-rismo y su profesin de fe catlica, rasgos que, para un lector desprevenido, podran resultar hasta cierto punto antitticos con la singularidad y la tensin expresiva de sus textos. De hecho, como expres Alfredo Abad, autor de la mejor monografa escrita hasta ahora sobre Gmez Dvila, Pensar lo implcito. En torno a Gmez Dvila, los es-colios parecen representar la tensin entre una unidad sustrada y una multiplicidad escritural, la cual es, en parte, un eco de la

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    organicidad de un pensamiento enfrentado a la multiplicidad de los fragmentos en que encuentra realizacin.

    Y es que la mayora de los escolios, no-tas y ensayos postulan una afiliacin irres-tricta con todo aquello que la misma mo-dernidad y la cultura de lo nuevo rechazan. No obstante, la forma, la torsin lgica y los extraordinarios giros conceptuales no pare-cen encajar en una concepcin conservado-ra de la escritura. Ya se saba que la revo-lucin poltica poda engendrar posiciones estticas reaccionarias, pero poco se sabe sobre posiciones polticas autnticamente reaccionarias que pudieran apuntar hacia una concepcin vanguardista de la escri-tura. En otras palabras, el lugar comn, el conservadurismo, el estatismo y el mante-nimiento de las estructuras de clase acaban siendo objeto de defensa, y las nociones de revolucin, cambio e innovacin reciben sus dardos, aunque las propias bsquedas formales del autor ostentan una singula-ridad extrema en cada ejecucin. En este punto, se debe recordar que el estudio aten-to de la tradicin puede traer consigo las ms impensadas trasgresiones, si se atien-de al compromiso extremo que exige cada texto construido por el escritor. De hecho, nadie podra decir que los escolios se pa-recen entre s, pese a que algunos recursos (paralelismos, usos estticos de la negacin) sean empleados con alguna regularidad.

    Como afirm alguna vez Fernando Savater, la aficin de varios lectores a la obra de Gmez Dvila (sean progresistas o reaccionarios) radicara, independiente-mente de la adhesin que susciten sus ideas, para l discutibles, en el hecho de que todos tenemos simpata por un gran odioso. De hecho, muchas de las lecturas no religiosas de los textos de Gmez Dvila privilegian su sentido del humor, su altanera y su ca-pacidad para cristalizar, siempre en un texto lapidario, la injuria ms lacerante. Es claro que la actitud de Gmez Dvila hacia los dolos de la modernidad (la igualdad, la de-mocracia, el progreso) solo puede revestir un carcter sardnico, que paradjicamente

    atrae las simpatas que, aunque divergentes, siempre se ven concitadas por una singula-ridad expresiva.

    Pese a lo anterior, no se trata de que, como seal Boris Groys, la bsqueda de novedad sea inescapable, puesto que el mis-mo hecho de renunciar a la novedad en el contexto contemporneo es ya de por s una novedad. Se trata ms bien de que, a fuerza de profundizar en las formas de expresar la tradicin, la religiosidad o el pensamiento reaccionario, se haga una exploracin de l-mites que trastoca la idea religiosa, conser-vadora o reaccionaria que podamos tener en la cabeza. Tal vez sea este el sentido que podamos hallar en el ttulo del texto que es-cribi Volpi a propsito de Gmez Dvila: El solitario de Dios. Se trata de una expe-riencia nica, que no admite imitaciones o adscripciones. As como ninguna idea que necesita apoyo lo merece, toda fe se pierde frecuentando correligionarios.

    En Gmez Dvila, la teologa es compleja y, pese a la firme adscripcin al catolicismo, no est exenta de conflictos. Adems de su crtica a la Iglesia surgida del Concilio Vaticano II, debe recordarse que su principal blanco de ataque son los catlicos mismos, que intentan conciliar el escandaloso mensaje de la salvacin con el uniforme mundo moderno. Un fragmento marca el corazn de esa presencia de Cristo en la obra del escoliasta: El hombre solo es importante si es verdad que un Dios ha muerto por l.

    Adems de las compilaciones que re-cogen sus escolios pacientemente labrados durante ms de medio siglo, Gmez Dvila public dos libros de ensayos de extensin mayor (comparativamente con sus escolios, pues ninguno de los ensayos de estos libros tiene extensin superior a dos pginas): los volmenes Notas y Textos I. Estos libros, aparecidos en la dcada de los cincuenta, contienen ya el germen de la concentracin y la eficacia que se ve en los escolios. Y, al ser apuestas literarias donde el aforismo y la fra-se sentenciosa an no se han independizado de su contexto, se constituyen en el mbito

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    privilegiado para observar textos donde se desarrolla una tesis y, a la vez, se consuma un impulso aforstico. En efecto, cuando se leen estos textos y se comparan con los minsculos escritos posteriores, tambin se entiende la denominacin de escolios a un texto implcito. La concepcin de la escri-tura del autor expone que toda mxima es un acontecimiento larvario, la cual anida en la cultura, alimentndose de su sangre. De ah que los escolios aparezcan como un acto de despojamiento, de privacin del hospe-daje ofrecido por la argumentacin y la ex-posicin que estaba en los ensayos.

    Este compromiso con la escritura de fragmentos no implica, sin embargo, el re-chazo de la otra forma de escribir, la del que aspira a formular la totalidad y encontrar algo que comienza y acaba en alguna parte. Si el escolio o la nota responden a una ma-nera literaria que tiene sus posibilidades es-tticas, la otra tambin las ostenta. Escribir de manera corta y elptica implica asir el tema en su forma ms abstracta, cuando apenas nace, o cuando apenas muere, de-jando un puro esquema. Todo queda en la fulgurante estela que deja un chispeante juego de luces, una reverberacin que pa-rece ocurrir en el aire. La idea es aqu un centro ardiente, un foco de seca luz.

    Ahora bien, la otra manera de escritu-ra (la lenta, la minuciosa) tiene tambin sus posibilidades, y Gmez Dvila no deja de reconocer all el propio estatus artstico y las vas estticas. Lo llamativo es que esta op-cin est dominada por la presencia de algo que, ausente del escolio, la mxima, la nota y el fragmento, se vuelve factor distintivo de una actitud: el respeto por las transiciones. Tal posibilidad, la de concatenar y elegir el nexo que conecta las partes de la obra, apa-rece en la intuicin de Gmez Dvila como punto de inflexin en su relacin con la co-municacin y el acto creativo presentes en el ensayo. En efecto, enlazar convenientemen-te o no las ideas (procedimiento que hunde sus races en la lgica y en la retrica) es de-cisin esttica, pues la relacin que el todo y las partes pueden tener (el texto implcito

    y el escolio o la oracin dentro del texto) se da solo por la subjetividad y la sensibi-lidad que permiten dinamitar el molde de los conceptos, la gris rutina del mtodo y su servil conversin en instrumento.

    Quien as escribe [sin transiciones] no toca sino las cimas de la idea, una dura punta de diamante. Entre las ideas jue-ga el aire y se extiende el espacio. Sus relaciones son secretas, sus races es-condidas. El pensamiento que las une y las lleva no se revela en su trabajo, sino en sus frutos, en ellas, desatadas y solas, archipilagos que afloran en un mar desconocido.

    []Aqu convienen la lentitud y la

    calma; aqu conviene morar en cada idea, durar en la contemplacin de cada principio, instalarse perezosamente en cada consecuencia. Las transiciones son aqu de una soberana importan-cia, pues es ste ante todo un arte del contexto de la idea, de sus orgenes, sus penumbras, sus nexos y sus silenciosos remansos.

    De los dos volmenes, Textos I es, sin duda alguna, el que ms fielmente suscribe una esttica del aforismo dentro el ensayo. El libro (un volumen de poco ms de cien pginas) est compuesto de diez textos, sin ttulos, e integrado por un nmero variable de fragmentos que oscilan entre uno y tres prrafos. Los textos estn separados entre s por una pgina en blanco y, a su vez, las par-tes de estos textos se hallan espaciadas por varios saltos de rengln, fenmeno tipo-grfico que le otorga valor, tanto al espacio vaco, como a las palabras que lo interrum-pen. Un gesto que se va profundizando y que parece desembocar en la solucin de unos textos separados por intensos abismos de mudez. De manera similar, la felicidad es un instante de silencio entre dos ruidos de la vida. Los temas son los mismos que van a aparecer en Notas y en los escolios: la libertad, la historia, la tradicin, el arte,

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    Dios, la democracia, la escritura, el erotis-mo. La diferencia est en que Notas opta por una estructuracin ms fragmentaria de los textos, esta vez entregados comple-tamente a la deriva de la esttica notstica y que los Escolios llevarn hasta el extremo de la economa de medios, hasta ser verda-deras fulminaciones verbales, rfagas en las que las palabras brillan con una intensa, y efmera, luz.

    Como muchos de los ensayistas y afo-ristas, Gmez Dvila tiene en la vida y en el cuestionamiento de la manera en que vi-vimos algunos de sus motivos fundamen-tales. Por momentos, el escolio hace una descalificacin total y hunde en el fango el prestigio del comportamiento humano, en una manera que recuerda al peor de los ni-hilismos: Humano es el adjetivo que sirve para disculpar cualquier vileza. Aunque la humanidad no parece ser objeto de desca-lificacin, la manera de asociar con lo hu-mano un acto decididamente deshonroso dice mucho sobre el modo en que los seres humanos se conciben a s mismos. En cier-tos casos, la fustigacin puede adquirir un carcter crtico que cobra vigencia a la luz de nuestras preocupaciones ms recientes, como aquellas surgidas a propsito de las relaciones abusivas que hemos llegado a tener con la naturaleza: Para excusar sus atentados contra el mundo, el hombre re-solvi que la materia es inerte.

    En otros casos, arremete contra los vicios y las limitaciones de la propia hu-manidad: Envejecer es catstrofe del cuerpo que nuestra cobarda convierte en catstrofe del alma. El giro est en lo que Barthes, al comentar las mximas de La Rochefoucauld, llam alguna vez la iden-tificacin deceptiva, es decir, una opera-cin de definicin que acaba en negacin radical y en revelacin de la otra cara de las cosas: Acostumbramos llamar perfec-cionamiento moral el no darnos cuenta de que cambiamos de vicio. La inversin se opera, entonces, sin que apenas lo notemos. Pero, a pesar del pesimismo imperante, en algunos de los textos se puede advertir una

    salida en la dignidad, la reflexin y el re-conocimiento de las limitaciones humanas, como cuando afirma que la serenidad es el fruto de la incertidumbre aceptada.

    Los escolios y notas se caracterizan por hacer un cuestionamiento que se sirve de la definicin negativa como la estrategia ms importante, pues es la que finalmen-te desconcierta al lector, quien espera una confirmacin, no una denegacin. Y es all, en esta torsin impredecible de la doxa, donde se da el efecto esttico del escolio, su violencia sobre la mecnica aseverativa del discurso. Como vimos en los ejemplos anteriores, el blanco ideal son las flaquezas individuales. Aunque tambin tienen a la cultura moderna como la diana para dis-paros que, a veces, en su misma amargura, se tornan hilarantes: La vida del moderno se mueve entre dos polos; negocio y coito. Todo, en un momento dado, depende del mayor o menor poder de los imbciles. La banalizacin, en tal caso, sirve para deve-lar. As, por ejemplo, la crtica trastoca la perspectiva evolucionista, convertida en lugar comn cuando nos referimos a nues-tra poca: La palabra progreso designa una acumulacin creciente de tcnicas eficaces y de opiniones obtusas. Los dos comple-mentos directos, que la disyuncin proyecta como semejantes o equivalentes, sorpren-den cuando se plantean como oposicin

    Como afirm alguna vez Fernando

    Savater, la aficin de varios lectores

    a la obra de Gmez Dvila []

    radicara, independientemente de

    la adhesin que susciten sus ideas,

    para l discutibles, en el hecho de

    que todos tenemos simpata por

    un gran odioso.

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    burlesca. La imbecilidad cambia de tema en cada poca para que no la reconozcan. En otras ocasiones, como al hablar de los tiempos actuales, el escolio puede acusar una intensa amargura, proveniente del en-juiciamiento religioso de la poca, aunque el giro acabe por ser ms conceptual que teolgico: El mundo moderno no ser castigado. Es el castigo. La concatenacin convence de que la hermandad lexical del participio y el sustantivo es solo aparente y encubre una ponzoa hiriente para el opti-mismo modernista. La razn instrumental sufre ataques igual de virulentos: Al que dibuja el mapa del mundo, el mundo se le suele volver mapa. Uno de los escolios ms breves y contundentes expone que toda recta lleva derecho a un infierno.

    Vale la pena anotar que esta perma-nente interrogacin, este cuestionamiento de lo que la cultura moderna secular tiene por sus ms grandes conquistas, hunde sus races en la escritura de los grandes mo-ralistas franceses y espaoles del siglo xvi y xvii (La Bruyre, La Rochefoucauld, Chamfort, Gracin), los cuales entrenaron sus dardos contra el optimismo de su po-ca, la cual crea ver desterradas las supers-ticiones con el sucedneo racionalista. De hecho, acudir a los moralistas para situar los antecedentes de la escritura punzante y custica de Gmez Dvila, como hizo Francia Elena Goenaga en una de las pri-meras tesis realizadas sobre el escoliasta, es una manera de reconocer la amargura y el duro enjuiciamiento que aparecen como di-visas en los aforismos escritos por los mo-ralistas. El moralismo, en este caso, no es solamente una actitud de conservadurismo superficial y temeroso, surgido del escn-dalo que producen costumbres apartadas de la comn aceptacin. La interrogacin es ms profunda y contestataria. En el su-surro aristocrtico, que ana vehemencia e ingenio, y que convierte la injuria y la de-nigracin en un verdadero arte, se propicia el hallazgo del valor literario. Incluso, po-dramos sealar que el ms comn de los blancos del moralismo al uso (humilde, sin

    gracia ni mordacidad) es el ataque al ejer-cicio de la sexualidad, aspecto de la vida humana ante el que Gmez Dvila tiene una actitud diferente. Recordemos, con el escoliasta, que un cuerpo desnudo resuel-ve todos los problemas del universo, y que, por lo mismo, quisiramos no acariciar el cuerpo que amamos, sino ser la caricia.

    Y es que, al contrario de lo que hara creer una lectura pacata de Gmez Dvila, el erotismo es uno de los tpicos ms in-tensa y bellamente desarrollados en sus tex-tos. Difcilmente, un autor que diga que el amor es esencialmente adhesin del espritu a otro cuerpo desnudo o que el deseo es padre de las ideas podra ser asociado al moralismo prohibicionista que ve en la ex-presin de lo sexual un demonio a exorci-zar. El problema no es la liberacin sexual, sino el sexo. Por ello, la afirmacin ertica no solo es gensica, tiene tambin algo de admonicin intelectual: La inteligencia que olvida o desprecia los gestos voluptuosos desconoce la densidad que presta al mundo la oscura presencia de la carne. La mano que no supo acariciar no sabe escribir. El giro se acompaa de una msica que presta su persuasin a una frase impuesta por dere-cho propio. Pero una advertencia, una de las pocas que aparecen en su obra, anticipa una plenitud cuando se patenta en la escritura y en el arte: no habremos aprendido a gozar sensualmente el mundo sino cuando el ges-to que palpa se prolongue en arabesco de la inteligencia. En todos estos casos, como muy bien explica Franco Volpi, aparece una tensin polar entre inteligencia y sensuali-dad, que ve en la unin de los cuerpos una fuerza mgica que ejerce sobre todos los se-res vivientes una atraccin irresistible y que representa para el hombre una oportunidad y una tentacin: una oportunidad de eleva-cin espiritual y una tentacin de decaden-cia y de perdicin.

    Finalmente, una aproximacin a la obra de Gmez Dvila estara incomple-ta sin la referencia a los dos temas quizs ms largamente considerados por los esco-lios: el gregarismo de la era democrtica y

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    la oportunidad de redencin ofrecida por el arte y la literatura. Dos trasuntos que, a riesgo de simplificar, podran recogerse en un par de escolios: La inteligencia asla, la estupidez congrega. La poesa no tiene sitio en el mundo. Es un resplandor que se filtra por sus grietas.

    Si bien la obra de Gmez Dvila se ocupa de la poltica, la historia y las ideo-logas en general, la democracia, uno de los bastiones modernos, es el objetivo al que ms apuntan sus dardos. En ocasiones, la injuria parte del arsenal teolgico, al que curiosamente usa en sentido inverso, como cuando dice que la razn, el progreso y la justicia son las virtudes teologales del ton-to. En otras, la democracia parece ser el terreno abonado para el surgimiento de los peores vicios, ya que errar es humano, mentir, democrtico. Aunque, la mayora de las veces, lo que parece criticar es el gre-garismo y la supresin de las singularida-des, efectos tal vez secundarios de la demo-cracia: El pueblo no elige a quien lo cura sino a quien lo droga. El nmero de so-luciones atrevidas que un poltico propone crece con la estupidez de los oyentes. De hecho, lo nico que parece redimirla (su inclinacin popular) acaba por ser un valor que no es suyo, sino que lo hurt de otro sistema, el de la aristocracia, con la cual Gmez Dvila habra de mostrar sus sim-patas ya desde Notas: El amor al pueblo es vocacin del aristcrata. El demcrata no lo ama sino en perodo electoral.

    En este punto, conviene sealar que la vocacin de gneros como la mxima, el aforismo y el escolio es la del desenmas-caramiento: mostrar el revs de las cosas, a travs de un proceso de asociacin de-cepcionante, es decir, intentar definir algo a travs de una afirmacin que encubre una negacin de lo evidente o aparente y que, una vez captada por el lector, provoca en este el asombro, la risa o la amargura. En una de las mximas de La Rochefoucauld podemos leer que el agradecimiento es como la buena fe de los comerciantes: mantiene en vida el comercio; nosotros no

    pagamos porque nos parezca justo saldar deudas, sino para encontrar ms fcilmente alguien que nos preste. El desenmascara-miento, en este caso, est encapsulado en el giro que muestra cul es el verdadero mvil de un sentimiento tenido por noble y des-interesado, pero que, por su analoga con el mundo del inters material por excelencia (el del comercio), acaba revelando el verda-dero mvil de la gratitud. Esta idea de des-enmascaramiento, propuesta por Roland Barthes en su ensayo sobre las Mximas, se relaciona con Gmez Dvila y ayuda a entender varias de las orientaciones de sus notas y escolios. A veces, la negacin en-cubre una dentellada en la afirmacin que la complementa: No todo profesor es es-tpido, pero todo estpido es profesor. A veces, una afirmacin aparentemente ino-cua lleva a un ataque feroz: El futuro es fastidioso, porque all nada impide que el imbcil aposente sus sueos.

    Por ltimo, sealemos que, entre tanta reprobacin, hay una preocupacin temti-ca en los textos de Gmez Dvila (especial-mente en su libro de notas y sus escolios), la cual constituye una especie de oasis afirma-tivo entre tanta negacin, de manera similar a como ocurre con el erotismo. Se trata del arte y la literatura, prcticas sobre las que hace varias consideraciones, casi siempre de encomio. En especial, sobresalen aquellos fragmentos que postulan una potica del si-lencio y la distancia, sealan la escritura de formas breves como destino tico-esttico y expresan una fe permanente en la experien-cia esttica y creativa. En la era democr-tica parece decir Gmez Dvila, arte, creacin, literatura, experiencia esttica y belleza son las nicas posibilidades, si ex-ceptuamos la experiencia de la fe.

    Sobre la comunicacin literaria, encon-tramos imgenes como aquella que reza: Las frases son piedrecillas que el escritor arroja en el alma del lector. El dimetro de las ondas concntricas que desplazan de-pende de las dimensiones del estanque. En esos casos, la lectura, uno de los grandes t-picos de los mejores ensayistas colombianos

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    Efrn Giraldo (Colombia)Ensayista y crtico. Profesor del Departamento de Humanidades de la Universidad EAFIT.

    del siglo xx, aparece tambin como una condicin de compromiso y solidaridad. A veces se trata de la necesidad de entender la escritura como una vocacin intensa y rigu-rosa. Lo que hace creer en una dura discipli-na, que lleva hasta las ltimas consecuencias el compromiso con la realizacin de la obra de arte. Pero, al contrario de lo que hara pensar esta especie de fusin entre tica y esttica, vida y arte, el acto de creacin lite-raria est habitado por una completa gratui-dad, que el autor hace suya e integra en su potica: No inicio catequizacin alguna ni ofrezco recetarios prcticos. Ambiciono, tan slo, trazar una curva lmpida.

    Ahora bien, esta metfora de la curva lmpida y su declarado puntillismo litera-rio afirman la relevancia que tienen la es-ttica y la tica de la forma breve, plenas de exigencias y hallazgos rutilantes. La vida, como se ve, puede estar consagrada a la re-daccin y pulimentado de una mera frase, como en el cuento de Borges El milagro secreto, donde un escritor pide a Dios la detencin del tiempo solo para encontrar un adjetivo que hace falta en una de sus composiciones. Dice Gmez Dvila: Las palabras no son sino promesas de ellas mis-mas, y slo engaan a quien imagina que el mundo es ms que el pretexto de una frase

    noble y pura. De ah que la escritura sea un acto de despojamiento, consagrado a la produccin de pequeeces heroicas.

    Hacer una obra de arte implica una sumisin del impulso hedonista de la crea-cin a la exigencia compositiva, que le aho-rra al receptor prdidas de tiempo, pues el escritor que no tortura sus frases tortura al lector. La condensacin semntica y la as-tucia formal acaban por ser, entonces, una especie de salvacin y una manera de justi-ficar la propia existencia: La sabidura tri-vial y ltima, que la vida recoge al arrastrar-se por los aos, se condensa en un aguijn de luz definira la tarea del escoliasta. Con todo, la pequeez de esta forma horadante y la concentracin del instante de lectura no son suficientes para interrumpir la sen-sacin de fracaso, pues los escolios mismos no son sino bajeles que lanza un nio tris-te para que naufraguen en la historia. Sin embargo, ms all de que, en buena medida, la creacin artstica solo tenga una peque-ez orgullosa para proponerle al mundo, la vivencia artstica se mantiene como la ms plena justificacin: El milagro humano consiste en bordar, de trecho en trecho, so-bre esa trama montona, sangrienta y bes-tial, algn frgil arabesco de belleza o una noble imagen.