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3 EXTREMADURA: TIERRA DE BRUJAS Fermín Mayorga Huertas Colección Torre Isunza

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Mi más sincero agradecimiento a Jacinto Gil Sierra, por el apoyo y colaboración prestada en todos mis trabajos.

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Índice

Página

Introducción ............................................................................................. 9

Los Prosélitos del Príncipe de las Tinieblas ............................................ 15

Las Ánimas del Purgatorio en Tierras de Extremadura ......................... 47

Brujas y Hechiceras en Tierras de Extremadura .................................... 65

Los Animales del Diablo .......................................................................... 115

Las Hechiceras del Humo ........................................................................ 129

Jerez de los Caballeros, el Pueblo de las Brujas ..................................... 143

Superstición en La Raya de Cáceres ........................................................ 161

Fuentes Consultadas ................................................................................ 187

Reseña del Autor ...................................................................................... 193

Colección Torre Isunza ............................................................................ 195

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Introducción

La realidad social que encontraremos en este trabajo de investigación será el seguimiento del “bien y del mal” dentro de lo mágico, lo misterioso, el cielo y el infierno, lo fascinante y lo insólito. Conoceremos personajes extremeños, que aparentemente abrazaban a Dios y, a escondidas, rendían pleitesía al diablo; brujas, hechiceras, beatas, sacerdotes, obispos, individuos que nos hablarán de las ánimas del purgatorio, de la Santa Compaña, de personas que dicen haber bajado a los infiernos, subido a los cielos, y contarnos los mismos las visiones que tu tuvieron en tan caluroso lugar o tan “divino edén”.

Nuestros mágicos protagonistas están ubicados durante los siglos XVI, XVII y XVIII, fechas en las que el “bien” estaba en propiedad de la Monarquía y la Iglesia Católica, y el “mal” lo mismo. Conceptos que vienen dados por la religión dominante, y que impregnara a su feligresía y al pueblo en general, gracias a las predicaciones lanzadas desde sus púlpitos. El pueblo hará de ello lo que le dicten sus necesidades físicas, alimenticias o circunstancias naturales, utilizando a Dios cuando le interesa y al diablo también.

Ante esta realidad manifiesta, invito al lector a entrar en este fascinante laberinto en el que las cosas, los espacios, los tiempos y las personas no son siempre lo que parecen, porque lo que parece ser tampoco es siempre lo que es. Por un lado está lo malvado, lo impío, lo nocivo y contaminante, hombres y mujeres pervertidos por Satán, -siempre según la Iglesia-, y por el otro, los fieles devotos que se ceñían fielmente a los cambios y directrices que marcaba el Vaticano, aunque a veces, algunos militantes de lo pontificio llegasen también a sostener en sus manos el mítico tridente neptuniano.

Los documentos inquisitoriales serán en esta misión nuestros mejores aliados, ya que desde ellos iremos desgranando el modo de pensar y de actuar de una gran parte del pueblo extremeño. Si tenemos en cuenta las difíciles condiciones de vida producidas por el aislamiento, la pobreza, la enfermedad temprana y la presencia continuada de la muerte en dicha coyuntura social, no es de extrañar, que la piedad de algunos hombres y mujeres la centraran, no tanto en el dogma y las enseñazas oficiales de las que poco o nada recibían para solucionar los problemas que acuciaban a los miembros de sus familias o de la comunidad, sino más bien en otros parámetros más “subjetivos”. Razón más que suficiente, para que algunos de los tocados por el dedo de la desgracia buscasen soluciones a sus problemas en curanderos, brujas, ensalmadores, “hombres santos”, e incluso, en miembros fallecidos de sus familias a través de las ánimas del purgatorio. Pero esta misteriosa y seductora realidad chocaba directamente con los cánones establecidos y con los propios vigilantes de la ortodoxia religiosa, siendo los hombres de la Santa Inquisición los encargados de atacar y reprimir a todos aquellos que osasen llevar a cabo este tipo de

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acercamientos hasta las humeantes y fogosas orillas del príncipe de las tinieblas.

Pero si por un lado lo mágico y supersticioso viene representado por hombres y mujeres en esta investigación, también van a tener su protagonismo las temidas e inquietantes garras de la Santa Inquisición de Llerena. El Santo Oficio pondrá en marcha un despliegue exterior auténticamente colosal. Con ello mostrará cuáles son los reos condenados por ella, y lo más importante, ejecutar el cumplimiento de las penas impuestas. Proceder que, en última instancia, viene determinado por la naturaleza de los delitos en los que entiende; delitos que son pecados, algunos de ellos de tremenda gravedad; delitos que por tanto lesionan la imagen del Nazareno y que deben de ser castigados según las instrucciones del Santo Oficio del momento.

La dimensión de las penas será algo público y notorio; hay que reparar la dignidad herida del cristianismo, y para ello los autos de fe serán el momento crucial de restauración de la misma. La misión de dichos actos será la de recordar al pueblo asistente que está prohibido, vedado y, sobre todo, penado, caer en los mismos errores que en ese momento se están castigando.

Fueron bastantes las personas que sufrieron la persecución de la Inquisición de Llerena por doblegar su cerviz ante las sombras del diablo, lo que conllevaba amén de la condena impuesta y la vergüenza pública, el que los descendientes de esos condenados no fuesen considerados cristianos de raza. La sangre tenía que estar limpia, sin mácula, para poder ser un hombre honrado y tener por ello todos los derechos que las Instrucciones de la Inquisición ordenaban. Si descendías de herejes, las puertas se te cerraban para siempre, no podías vestir de color carmesí, ni usar oro ni plata, montar a caballo, ni viajar a Indias, no podías trabajar en puestos públicos ni podrías escoger una vida religiosa. Los Inquisidores, para averiguar todo esto, mandaban al sacerdote de la villa revisar los sambenitos de los reos, prendas difamatorias que estaban colgadas en las paredes del templo de donde era natural el reo. La misión de los sambenitos era la de perpetuar la infamia del convicto y la de todas sus generaciones, convirtiéndose las iglesias y catedrales, con dichos atuendos acusadores, en verdaderos humilladeros públicos. Al final del auto de fe en el que había participado el procesado se le quitaba su sambenito y se le colgaba en un lugar visible del templo de su villa para que los vecinos lo pudiesen ver. Precisamente de esta realidad nace la famosa frase que a veces decimos en tono coloquial de “Te colgaron el Sambenito”.

Esta norma, amén de otras, venían especificadas en las instrucciones de la Inquisición, de ahí que el tribunal de Llerena aplicase las mismas, siendo éstas las que marcarán las pautas a seguir por el Santo Oficio. Todas estas compilaciones de la Inquisición se ponían en práctica antes, durante y después

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de los temidos y condenatorios autos de fe, vergonzantes ceremonias religiosas que se celebraban en la plaza de Santa María de la Granada, espacio emblemáticamente infausto y amargo donde brujas y hechiceras de Extremadura serían públicamente penadas por el santo tribunal eclesiástico.

Tenemos que decir que en Extremadura no se quemó a ninguna bruja viva, aunque si hubo casos de quema de brujas muertas. Las personas que morían en las cárceles de la Inquisición a consecuencia de no haber aguantado algunas de las torturas sufridas, o bien por alguna enfermedad contraída en tan lúgubre lugar, eran enterradas en un cementerio que la Inquisición tenía en los corrales de las cárceles. El día que se celebraba el auto de fe en el que tenía que salir el convicto fallecido, se desenterraba el cadáver y sus huesos se montaban sobre asnos, se le hacía un pelele de cartón al que se le ponía el atuendo difamatorio que llevan los reos vivos, el sambenito, el capirote y un letrero en el pecho con el nombre y apellidos del difunto, el año de su detención y la herejía cometida. La estatua de cartón y los huesos, en este caso de la bruja fallecida, llegarían hasta la plaza de Llerena, donde estaban montados los tablados para tal circunstancia. Cuando fuese nombrado el nombre de dicha finada, el pelele que la representaba subiría al cadalso y allí se leería su sentencia, la que sería el ser relajada (quemada en la hoguera) por no haberse reconciliado ni haber pedido perdón de sus agravios contra la santa fe católica. Al terminar el auto de fe, el pelele y los huesos de la bruja serían llevados junto a los reos vivos que iban a ser quemados en las piras de la Inquisición, en procesión hasta el quemadero. Una vez allí, todos los condenados a ser calcinados vivos serian atados a un palo que se encontraba situado en el centro de la gran pira formada por leña de encina y ramas de este mismo árbol tan extremeño. Todos morirían bajo el dolor y el suplicio del crepitar de las llamas, incluida la bruja muerta, ya que sus huesos serían lanzados a la hoguera y el pelele que la representaba también.

A dicho muñeco, antes de ser tirado a la fogata, se le había quitado su sambenito, el cual como ya hemos indicado anteriormente, sería colgado en la iglesia del pueblo de la bruja carbonizada e incinerada en nombre del Dios de los cristianos. Lo visto minutos antes sería difícil de olvidar por los temerosos espectadores. La lección de la Inquisición hacia los presentes había sido clara y contundente; los hombres y mujeres que habían asistido al auto de fe se llevaban la idea de que no se puede abandonar la senda del Crucificado, de lo contrario sus vidas correrían un grave y humillante peligro.

Las penas que la Inquisición imponía a las seguidoras del anticristo en Extremadura solían ser la confiscación de bienes, destierros y el ser azotadas con cien o doscientos azotes. Suplicio y vergüenza pública que sufrirían en Llerena el día después del auto de fe.

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No podemos considerar el acto concluido sin referirnos a la actuación del Santo Oficio al día siguiente del auto de fe; para ello vamos a utilizar un documento que nos trascribe claramente en qué consistían los actos desarrollados el día después:

“…Al día siguiente salieron reos azotados y a la vergüenza pública y quince enviados a galeras, que también fuero luego entregados a la Justicia Real, y todo esto despachado en la conformidad referida, con el deseo posible de cumplir con ello la obligación y mandato de V. en función de nuestro señor como debemos”1

Y no faltan relaciones que describen con más minuciosidad el desfile de acompañantes y reos:

“…el día…salieron a las calles públicas los reos con sus insignias a quienes les dieron azotes y otros reos en sus borricos con albarda, y el ejecutor de la justicia con el pregonero, tras ellos seguían los familiares en sus caballos, el alguacil mayor del Santo Oficio con bastón en la mano y venera de diamantes en su bizarro caballo, con sus mantillas y enagüillas bordadas con pistolas guarnecidas de plata”2

Conviene precisar que los condenados a estas penas son todos los reos que han sido condenados, entre otras penas, a ser azotados y a tener que sufrir por las calles de Llerena los azotes dictaminados en su sentencia. Aunque tenemos que aclarar que muchos reos van a sufrir la pena de azotes no solo en Llerena, sino que también la mitad de los azotes los van a tener que recibir por las calles de su pueblo. La finalidad de ese proceder es el escarmiento de la bruja o hechicera y la advertencia a los espectadores, de que a ellos les puede ocurrir lo mismo si abrazan las herejías condenadas por la iglesia y repudiadas por la Corona.

El ambiente callejero durante aquella tarde o noche (depende de cuándo concluyera el auto) es festivo; la gente pasea comentando los hechos que han vivido, dando escape a la emoción acumulada durante horas. Habladurías de

1 AHN. Libro 921, folio 205.

2 BN, MS. 6065, Capítulo III.

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todo tipo correrían por las calles de Llerena, así como el día de fiesta mayor que se escogió para darle la otra mitad de azote en el pueblo de la supersticiosa mujer; donde no faltarían alabanzas al proceder de tribunal que tan justamente ha condenado a los herejes dando un espectáculo inolvidable. En el pueblo de la condenada, el sacerdote comentaba a la comunidad presente en el templo lo ocurrido con la reo condenada por la Inquisición. La asistencia al acto dramático es recompensada por la Inquisición con unos números también previstos, donde la algarabía y la diversión que componen los hechos postreros del auto de fe servirán para animar y para que el pueblo vea el auto no como una desgracia donde la muerte y el castigo estuvo presente, sino como una fiesta de la fe donde la contaminante cizaña había sido arrancada del trigo.

Para conmemorar el episodio y cerrar los actos, el Santo Oficio celebraba una corrida de toros sufragada por el ayuntamiento; corrida de toros dedicada a la celebración de la cruz triunfante. Durante varios días se suceden los festejos taurinos, pero no van a ser las únicas expresiones de regocijo, ya que hay otras como las luminarias que se ordena poner a los vecinos en sus balcones durante la noche. El simbolismo es claro, la luz ha vencido a las tinieblas, el bien ha derrotado al mal, Dios ha vencido durante el auto de fe a su más firme enemigo: el Anticristo.

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Los Prosélitos del Príncipe de las Tinieblas.

El diablo estuvo presente en la vida cotidiana de nuestros antepasados. De su existencia nadie dudaba. Con él aprendieron a convivir entre el temor ancestral y la burla los hombres y mujeres de nuestro Siglo de Oro, convirtiéndose en fuente de inspiración creativa en todos los ámbitos del arte, la literatura y la música. Su iconografía mutante, su presencia maligna, sus conexiones con otros mundos como el de la brujería, la posesión maléfica, el infierno y la magia, no dejaron indiferentes a teólogos y pensadores como tampoco al pueblo llano, quienes encontraban en su figura el contrapunto imprescindible y negativo a la divinidad positiva y redentora.

Van a ser muchos los pueblos extremeños donde la figura del príncipe de las tinieblas será una realidad. Vecinos de diversas villas contarán peripecias vividas con dicho personaje milenario, como queriendo con su experiencia adoctrinar a los atónitos oyentes. Es curioso, sin embargo, que sepamos tampoco de una figura tan constatada, tan omnipresente, tan provocadora, -y admitámoslo- tan fascinante. Razón más que suficiente para que le otorguemos al diablo la importancia debida, a pesar de que no encaje muy bien en nuestra cultura actual.

Pero en toda esta realidad la Iglesia va a jugar un papel fundamental en la agitación popular de dicho personaje, ya que a través de la predicación lanzada desde los púlpitos sobre el temor al diablo como estrategia de control religioso y social, irán alimentando la presencia del mismo en todos los ámbitos de la vida. Discernimiento que hará que muchas personas testifiquen y cuenten haber tenido acercamientos físicos con dicho ser, e incluso, haber bajado hasta sus aposentos en el ardiente y terrible infierno bíblico.

Los sujetos que tradicionalmente trataban de hacer pactos de este tipo, solían creer que Dios les había abandonado, y que por ello no encontrarían alicientes en sus vidas para continuar. Normalmente solían ser gentes de escasos recursos económicos, mujeres sobre todo, que cansadas de su más que triste pobreza, decidían convenir con el diablo para llevar una vida de riquezas. Eran individuos que amaban a alguien que no les correspondían, o como en algún que otro caso, por el simple e ingenuo afán de protagonismo. Personas que no podían tolerar el anonimato de sus vidas y, por consiguiente, buscaban además de dinero, la fama o cualquier otro tipo de pacto que repercutiese de una forma inmediata en la mejora de su vida terrenal. Ejemplos de estas realidades sigilosas vamos a encontrar en distintos lugares de Extremadura, demostrándonos los fieles seguidores de oraciones, pócimas y conjuros, que en su momento, los sucesos que contaban a vecinos y lugareños solían tener, para su bien, una multitud importante de prosélitos seguidores.

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Conoceremos crónicas de diferentes personajes reales que se consagraban en cuerpo y alma ante el príncipe de las tinieblas, hombres y mujeres que serán cazados por la Inquisición de Llerena y recogidos sus casos en los distintos expedientes inquisitoriales de donde extraeremos lo insólito e inaudito de sus vidas.

Nuestro primer prosélito del príncipe de las tinieblas es un hombre joven, natural de Jerez de los Caballeros, un autentico defensor de las directrices del diablo y conocedor, siempre según su versión, de la verdadera vida del ángel caído. Un díscolo y levantisco personaje, que durante 1592 fue testificado en la visita que hizo a la ciudad de Jerez el Licenciado Lombera, Inquisidor de Llerena, cuyo escribano formuló la siguiente documentación sumarial, donde expresaba los sucesos e incidentes heréticos que desarrolló dicho personaje, llamado Bartolomé.

Bartolomé.

“Mozo de edad de dieciséis años, que guarda ganado, natural de Jerez, fue testificado por seis testigos cuatro varones y dos mujeres mayores de veinte años quienes cuentan de él: que viene a Jerez por las noches a por la comida y se vuelve con ella al campo; y preguntándole sus amos ¿que para qué volvía de nuevo al campo, que se quedase a dormir y por la mañana marchase?, éste le respondió: “que no había menester aguardar a que fuese de día porque allá en el campo le aguardaba el demonio, y que éste lo llevaba caballero en muy breve tiempo hasta donde estuviese el ganado aunque estuviese lejos. Y decía, que aunque dejase el ganado junto a los panes no llegarían a ellos, porque los dejaba encomendado al demonio, y que sabía bien las palabras con que lo encomendaba”; y que riñendo alguno con Bartolomé le decía: “ que no se tomase con él porque haría que por la noche los demonios viniesen a darle muchos palos a quien se enfrascase con él”; y preguntándole ¿que como hacía esto?, respondía, “que le diesen un cabello para dar por prenda al demonio para que tuviera virtud de saber lo que él sabía”, aunque dicen los testigo, que no decía lo que era, aunque cierto es, que sabía muchas cosas del demonio y que hablaba y comunicaba cuando quería con él. Que le llamaba e invocaba muy de ordinario para lo que había menester y que el demonio le ayudaba en lo que invocaba; que él le tenía por su señor al demonio y que hacía lo que le mandaba éste; que el demonio le concedía lo que pedía porque le quería mucho el demonio y que hacía aparecer las cosas perdidas; y que diciéndole que hiciese alguna cosa de trabajo, respondía, “que él haría venir su gentecilla para que las hiciese aunque fuesen cosas dificultosas”; y preguntándole ¿qué gentecilla era?, respondió, “que eran los demonios que los hacía venir y que Lucifer era su padre, su señor y su tutor, y que Lucifer tenía una hija que se llamaba

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Constanza y que aquella era su intercesora para con Lucifer”, y cuentan los testigos, que es tenido en Jerez por mozo de buen juicio, entendimiento y por bellaco”3

Un auténtico discípulo del príncipe de las tinieblas el joven Bartolomé. Su caso nos demuestra que la figura del diablo, infierno, purgatorio, ánimas y otros elementos del momento ligados a la religión, formaban parte y estaban presentes en todos los ámbitos de la vida de los extremeños.

Los arrebatos y ataques que le daban a nuestro siguiente protagonista le hacían perder el conocimiento durante días, y en ese espacio de tiempo en que su cerebro estaba como en otra dimensión, le sucedían cosas insólitas. Su oficio consistía en cuidar, más como barrendero que como ángel custodio, la ermita de Nuestra Señora de las Iglesias, sita en las cercanías de Campanario. En las horas libres de su soledad, el santero, acostumbrado a vivir entre “santos”, se dedicaba a imaginar visiones y éxtasis que luego contaba a las personas que acudían al santuario a cumplir promesas o a implorar gracias. Poco a poco los devotos -y especialmente las devotas- propalaban las maravillas celestes del santero. Como solía ocurrir en muchos de estos casos, la noticia llegó hasta el Santo Oficio, y al santero lo encarcelan para averiguar si es verdad o patraña lo que divulga Diego Jiménez. Alguna responsabilidad debió probársele, pues lo sacan a auto de fe el 1 de julio de 1582. El sumario de su proceso resume su vida, sus visiones y sus culpas de la siguiente manera:

Diego Jiménez, el Santero de Campanario.

“Natural de Santa Cruz, aldea de Trujillo, santero de la ermita de Nuestra Señora de las Iglesias, cerca del lugar de Campanario y vecino de dicha villa. Fue delatado por que muchas veces se arrebataba y trasponía quedándose como muerto dos y tres días sin comer ni volver en sí. Le quemaban las manos y le hacían otros males para que despertase teniendo siempre buen color aunque estaba a manera de amortecido. Después que volvía en sí decía, que durante el rapto iba al Infierno y Purgatorio, y allá veía a Dios Padre sentado en una silla con una lanza en la mano y a Nuestra Señora, junto a Él hincada de rodillas. Que veía demonios y muchas personas vivas y difuntas que señalaba y nombraba, y que un demonio escribía con un cuerno los pecados por los que estaban allí aquellas personas.

Se calificaron los hechos y dichos por herejía sospechosa y temeraria, fue preso, y en la primera audiencia dijo que era verdad que desde niño le daban

3 AHN. Inquisición. Legajo 1988. Expediente 40. Relación de causas año 1592.

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unos desmayos y que se trasponía dos y tres días sin comer; que no sabía cómo se sustentaba y que solo Dios lo sabía. Que estando de aquella manera le parecía que veía visiones conociendo quienes eran, y que algunos estaban representados para el infierno. Que había dicho en confesión y no de otra manera quienes eran los que veía, negando otras acusaciones. Fue condenado a que saliese a auto de fe, abjure de Levi, y no se le da más pena porque es viejo y enfermo”.

Pero si Diego Jiménez, el Santero de Campanario, se alineaba con el demonio para desarrollar tan sanadores movimientos, nuestro siguiente hechicero, natural de Calzadilla, no lo va a ser menos. Llamado Francisco Molina, su caso será controvertido para la Inquisición de Llerena a causa de la inmunidad que le otorga el espacio o refugio de la Colegiata de Zafra. Un hombre que hacía pacto con el demonio por razones de interés particular, siendo en todo momento un sujeto conocedor de sus derechos, los cuales se verán redactados y expresados en su sumario inquisitorial.

Causa contra Francisco Molina, vecino de Calzadilla, sobre pacto con el diablo.

“El 19 de agosto de 1745, encontrándose éste reo preso en la cárcel Real de Zafra por el robo de una patena, llamó al Comisario D. Clemente Pérez Calvo y ante él se delató de su voluntad.

Dijo que por el año de 1743 encontrándose con algunos apuros por deudas y viéndose perseguido de la justicia, llamó por cuatro veces al demonio prometiéndole le entregaría su alma. Por el mes de agosto estando en un arroyo de Calzadilla cercano a la ermita de los Mártires, entre unos tomillos hizo una cruz en la tierra bien formada y poniéndose encima de ella llamó desde la cruz al demonio que se le apareció en forma de hombre. Preguntándole el demonio ¿Qué le quería?, respondiéndole el reo: “que si le sacaba de los aprietos que tenía que le ofrecía su alma a la hora de su muerte”. El demonio le previno que renegase de Dios, de su Madre, de todos los Santos y Santas de la Fe, del bautismo y de la gracia de Dios. Y que desde aquel día no debía de escuchar misas, ni llevar rosarios y que tenía que azotar a un Santo Cristo, escupirle y patearlo como lo hizo. Y que hasta esta delación que hacía lo había estado haciendo con una cruz de palo, y que estando preso por el hurto de una patena en la villa de Fuente de Cantos deseaba en todo momento morir y entregar su alma al demonio.

El Comisario en carta de 30 de enero de 1746, dio cuenta al Tribunal de cómo éste reo con otros presos se había fugado de la cárcel Real de Zafra

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refugiándose en la Colegiata de la que había sido extraído. Fue preso en cárceles del Santo Oficio siendo mandado reprender gravemente por haber dicho que lo que había contado lo había dicho por fingimiento.

Últimamente, el Comisario, con fecha 1 de diciembre de 1747, escribió diciendo, que el reo para defender su inmunidad de Iglesia en su causa criminal le pidió a este Santo Oficio librase su desplazamiento restituyéndole para dicha colegiata de donde le sacaron, y que tenía por ello derecho a inmunidad. En vista de lo cual, se mandó que atento a lo que decía dicho Comisario de haber sido él quién lo extrajo de dicha iglesia, cosa que no especificó en su carta cuando la escribió al Tribunal, por cuya causa no se providenció en aquella parte; por todo ello se le pedía al Comisario dijese y contase la verdad de lo ocurrido. Se demostró con 5 testigos y el cura de la colegiata de Zafra, que la extracción que se hizo de éste reo de la dicha colegiata fue perpetrada por dicho Comisario como reo de fe, a quién se le entregó y condujo hasta la cárcel real de Zafra.

Dado vista y traslado de esta diligencia al Inquisidor Fiscal siendo 12 de abril de 1745, se pidió se mandase que éste reo de dicha cárcel Real fuese puesto en el lugar sagrado que ocupaba, aunque se dijo por el Tribunal se informase a su Ilustrísima”4

El Asilo religioso es un privilegio concedido por la Corona española a los recintos sagrados. Sus antecedentes se remontan al derecho romano y, en Castilla, al Fuero Juzgo y a las Partidas. Es un signo de la veneración y del respeto que se debe al fuero eclesiástico, a través de la cual se concede el amparo procesal o perdón a los delincuentes que se refugian en ellas en señal de su arrepentimiento para pedir perdón a Dios por las conductas ilícitas que le han ofendido. La inmunidad local permite a los presuntos responsables ampararse en una iglesia y a no ser extraídos de ella para su aprehensión por la justicia secular, siempre y cuando se trate de un ilícito que admita este beneficio.

Como regla general hasta antes del primer tercio del siglo XVIII, todas las Iglesias otorgaban la protección al delincuente, pero los constantes abusos cometidos en el ejercicio de este derecho, la impunidad que se generaba, más los obstáculos que se producen en la prosecución judicial, obligan a los monarcas españoles a limitar los recintos y los delitos en materia del asilo.

En 1735 se pronuncia un Breve del Papa Clemente XII, dictándose nueva normativa que va modificando a la institución. En 1772, el Papa Clemente XIV,

4 Ibíd. Exp. 40

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a petición del rey Carlos III, pronuncia un breve en el que: “se reducen las Iglesias de asilo a una sola, y cuando más a dos en las poblaciones con mayor número de habitantes. La Nueva Recopilación designa como receptora solo a la Iglesia mayor de cada pueblo con exclusión de las demás, es decir, las rurales y las ermitas en las que no se guardase el Santísimo Sacramento. 5

Nuestro anterior protagonista fue un hombre que quería y deseaba morir viajando hacia lo más recóndito del universo, el purgatorio, el infierno; un hombre que no quería ver a Dios y si al diablo, visiones que formaban parte de su realidad cotidiana en cualquier población, y que como dijimos anteriormente, alimentaban algunos sacerdotes desde los púlpitos. Precisamente nuestro siguiente aliado del “mal” es un clérigo, un franciscano, un religioso que según cuenta la Inquisición de Llerena, tenía conexión directa con Satanás a través de cartas que el demonio le mandaba. Un predicador que, aprovechando la plataforma del púlpito para sus “justificados” sermones, lanzaba y vociferaba a los feligreses y religiosos estantes en un determinado templo de Llerena, las siguientes pláticas.

Fr. Alonso Blasco.

“De la orden de San Francisco, morador en su convento en esta villa de Llerena y predicador en ella, fue testificado por dos sacerdotes de que predicando un día de la octava del Santísimo Sacramento y exhortando a los sacerdotes la pureza que debían tener, éste les contaba un cuento.

Refería que era uno que se había condenado por deshonesto, y que para confirmación del ejemplo que traía, leyó en el púlpito una carta en latín que decía le enviaba Belcebú príncipe de los demonios. Carta escrita para todos los prelados, obispos, arzobispos, presbíteros y otros ministros de la Iglesia, a quienes su Majestad les dice con otorgamiento de gracias que son sus amigos porque hacen sus partes, y que por su ministerio y ejemplo cada día les enviaba muchas ánimas cautivas y que a la vez les exhorta a que prosigan en esto.

Fue calificada la dicha carta por varios calificadores de Llerena y de Córdoba de que era injuriosa blasfemia y que contenía algunos errores y herejías. Últimamente fue mandado por su Señoría calificar dicha carta en esa Corte por Fr. Jerónimo de Almonacid y Fr. Diego Granero, los cuales dicen que es escandalosa y blasfema contra el estado eclesiástico y oficio de los ministros de Cristo. Que el autor de la misma es sospechoso de herejía luterana. Se mandó llamar al predicador Fr. Alonso Blasco preguntándosele

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quién le dio la carta, dónde la encontró y que intento tuvo en referirla en el púlpito.

Se le dio reprensión y dijo, haber sacado la dicha carta de un libro que mostró que se intitulaba “Labacrusu Conciencie Onimun Sacerdotum” impreso en Paris sin nombre del autor donde hay otros ejemplos perniciosos del mismo estilo. Y porque no resultó de este examen cosa de consideración y parecernos que fue ignorancia del dicho fraile, por ello fue reprendido”.6

Ignorancia o no, el sacerdote sabía perfectamente lo que hacía como hombre de Iglesia que era, suerte tuvo ante los inquisidores de que solamente le reprendiesen, pero claro, era ministro de Dios, y como tal, los dominicos que eran por orden vaticana los únicos que podían ocupar el puesto de Inquisidor en los diferentes tribunales del reino, no iban a tirar piedras a su propio tejado. Esto demuestra, con evidencia, que no solo el diablo estaba siendo adorado en las mentes de algunos hombres y mujeres del pueblo llano, sino que también algunos sacerdotes y monjas no andaban muy finos por las sendas y veredas del Nazareno. La prueba más evidente la tenemos en nuestros siguientes condenados, donde se demuestra que el príncipe de las tinieblas también tenía sus adeptos y seguidores dentro del seno de la Iglesia Católica.

Juan Celestino.

“Clérigo, vecino de Villanueva del fresno, de 57 años de edad, fue testificado con 19 testigos de haber dicho: “que no había iglesia y que al tiempo de su muerte quisiera más estar acompañado del diablo que de clérigos. Que no quería en este mundo mujer ninguna porque en el otro daba Dios ciento por una”. Y diciéndole que cantase en el coro, respondió, “que si en el cielo había sujeción que no quería ir allá porque la competencia que había entre Dios Padre y el diablo había sido por rabo”. Diciendo, “Santa Maria Madre de Dios, Madre del diablo es Ella, y que cuanto más se santiguaran se reía más el diablo de todos”, diciendo en una ocasión, “que Dios había nacido por donde todos”.

Por todas estas cosas fue preso y en el discurso de su causa no confesó. Hizo defensas y pareció por ellas ser hombre que sabía poco y que muchas veces estaba fuera de juicio. Entendimos que convenía no quedase sin castigo por ello, y fue sacado a auto publico de fe, que abjurase de levi, oyese una misa en la sala de la audiencia vestido de penitente y que fuese privado de decir misa

6 Ibíd.

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durante dos años”.7

El diablo se adentraba en los pensamientos de los clérigos, en los rincones de las iglesias o, como sucedió en nuestro siguiente caso, dentro de los mismísimos conventos, desde donde algunos frailes y monjas conjuraban con ritos y oraciones al anticristo. Esto que parece muy ficticio, irreal y novelesco, sucedió en un convento de religiosas franciscanas de Belvis de Monroy. La protagonista y amante de acontecimientos tan diabólicos y malignos, va a ser una monja natural de Serradilla, religiosa que profesaba en el anterior pueblo nombrado, bajo el nombre de Sor María del Cristo. Toda una sobresaliente discípula, soberana catecúmena e incondicional apóstol del ángel caído.

Sor María del Cristo.

“Sor María del Cristo, religiosa profesa de velo blanco en el convento de S. Juan de la Penitencia de mojas Clarisa de la villa de Belvis de Monroy, condenada por delitos de pactos diabólicos, falsa creencia y abuso del sacramento de la penitencia y eucaristía, así como sacrilegios y ultrajes hechos al Santísimo Sacramento.

Fue delatada esta monja el 3 de enero de 1807 por Rafaela de la Santísima Trinidad, monja profesa en el mismo convento que la mencionada Sor María del Cristo, y que lo hacía porque la reo por desahogo de su conciencia o por providencia divina le había comunicado haber hecho pacto con el diablo, entregándole su alma y cuerpo mediante un papel firmado de su propia sangre. Que le había adorado como a un Dios y que había pecado con él carnalmente; que habiendo comulgado había echado la sagrada ostia en la lumbre; que había negado o dudado el misterio de la pureza de María Santísima y del sacramento de la penitencia y que había salido de la clausura por arte del diablo.

Cuenta la monja que la delata, que cuando quería lograr su torpe comercio con el demonio, le invocaba, y al verle le hacía postraciones, protestando en su interior y en su corazón y que por entonces para ella no había más Dios. Que había pecado con él muchas veces y que esto sucedía comúnmente en los días más festivos y lugares más sagrados, ignorando la misma reo si para ello tomaba figura de joven gallardo, mozo del campo, o figura de religioso, o si era engaño de su fantasía. También le había oído la testigo, que el diablo la había hostigado para que no creyese que había sacramento en las sagradas formas, negare el misterio de la Purísima Concepción y le diese adoración al

7 AHN. Legajo 1988.

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diablo. Que por arte del diablo había salido cinco o seis veces de la clausura sin poner mano ni pie en el muro ni puerta, y que varias veces había parido yendo a las habitaciones extra-claustrales donde moran los comensales del monasterio, y otras veces a la villa de Valverde de la Vera para lograr sus carnales intentos con personas de su pasión que allí habitaban.

Se la preguntó además, ¿si sabía que la reo había proferido o hecho alguna palabra o acción supersticiosa?, contestando la testigo, que faltando un día las tocas de la reo en su cuarto refirió, que el demonio para vengarse de su persona se las había quitado y se las había llevado a un sitio que dentro de clausura llamaban el monte, en el cual estaba la reo, y que desde allí mandó al demonio que se las devolviese, y según dijo la delatora, las encontró junto a una ventana de la casa de labor. En otra ocasión, queriendo la monja lujuriar con un sujeto conocido, sin saber cómo ni cuándo, se encontró con él en su celda y que todo esto se lo contaba la reo con lágrimas en los ojos.

Se le preguntó a la delatora, ¿si la reo estaba en su cabal juicio?, ¿si había padecido o padecía alguna lesión?, ¿si estaba embriagada, o si por las circunstancias que en ella observaba aparecía estar ilusa o vuelta la cabeza?. Respondiendo la declarante, que jamás la había visto mermada de cabeza ni embriagada, y que replicándole la delatora que se dejase de lo que pensaba porque más parecía una ilusión, le exclamó la reo que ojala que lo fuera, pero lo malo es que lo cometido lo he ejecutado con mis cinco sentidos. Comentaba la declarante que lo hechos solo lo sabe ella y nadie más del convento, porque las monjas, aunque la veían como macilenta, triste, llorosa, desganada de comer y desvelada, no atribuían esto sino a que estaba padeciendo de escrúpulos o que estuviese arrepentida de ser religiosa. Llegó a tanto el candor de ellas que aunque tenían en su compañía algunas viudas y por esto experimentadas, ninguna formulo ni vio la menor sospecha de los ahogos que la aproximaron a una horrible infamia, nacido de no haber podido continuar sus excesos carnales con uno que siendo pastor se convirtió en lobo rapaz. Un clérigo que fue mudado del pueblo a causa de haber cumplido los años de su ministerio y obediencia, y que encontrándose la reo en esta disposición y casi sin aliento para desahogar su conciencia, quiso el Señor darla valor para comunicar sus excesos sacrílegos y carnales al informante, a su padre vicario, a la delatora y algunos de los carnales a su prelado; pero que esto duró muy poco, porque sin saber cómo ni porque, la prohibió su prelado que se dirigiese o escribiere sus consultas a quién no fuese religioso de su orden, extendiendo esta orden a todas las demás religiosas; lo cual, se atribuía con sobrado fundamento que el cómplice había revuelto este cisma temiendo ser descubierto.

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Declaración de la reo.

Siete días después de la delación, es decir el 7 de febrero de 1807, recurrió la reo al tribunal pidiéndole una comisión para declarar espontáneamente, como lo hizo: diciendo llamarse Sor María del Cristo, religiosa profesa en el citado monasterio de S. Juan de la Penitencia de la villa de Belvis de Monroy y de 23 años de edad. Que en la vigilia de navidad de 1804 como a eso de las 11 de la noche antes de tocar a Maitines, deseando lujuriar con cierta persona y no pudiendo lograrlo por medios humanos, invocó al demonio y se le apareció en forma de un gallardo joven distinto del objeto de sus deseos, quién la dijo: que siempre que le entregare su alma para siempre la cumpliría perfectamente sus lascivos deseos, pero que para la primera de su palabra era necesario escribiere una cédula con su propia sangre, lo que ejecutó sacándola con la pluma que el demonio presentó del exterior de la muñeca de la mano derecha a lo que él la ayudó con su propia mano. Que la tal aparición la advirtió al punto que la invocó transportada en sus obscenidades y teniendo cerrados sus ojos, y que estaba en el dormitorio con luz artificial y asistencias de otras religiosas enfermas, las cuales, a su parecer, aunque estaban despiertas, ni vieron tal joven ni oyeron la conversación reciproca que tuvieron.

Se le preguntó si lo llegó a ver ella misma con sus ojos corporales, respondiendo, que aunque al principio estaba como adormecida, luego que sintió aquella compañía abrió los ojos y le vio. La aparición se llevó la cedula que le hizo desapareciendo sin saber ella por donde. Que las palabras formales de dicha cedula son estas. “Yo Sor María del Cristo te prometo mi alma para siempre con tal que me proporciones pecar con N. persona de diverso sexo”, con quién antes había consumado sus lascivos deseos naturalmente en cuya figura se le apareció después de varias veces; y resistiéndose ella a volver a pecar por conocer que aunque venía en dicha figura no podía ser sino el demonio, la manifestaba la cédula como queriéndola obligar al comercio torpe en él, lo cual consintió innumerables veces aunque algunas las resistió, cuales fueron aquellas en que la quería obligar con la criatura.

Que no advirtió de donde salió la sangre con que hizo la criatura, por no haber quedado en la mano señal alguna ni aun en el pañuelo con que se ató aquella noche la mano. Que jamás le facilitó el demonio pecar real y verdaderamente con aquella persona que deseaba, aunque se lo rogó más de veinte veces, y que jamás salió de clausura por virtud de él. Que nunca utilizó para sus lascivias de cosa alguna sagrada ni de palabras o acciones para invocarle para ayuda de sus torpes intentos, y que habiéndola hecho el comisario varias preguntas (que no expresa), dice éste que al declarar al llegar aquí dijo ser falso todo lo que llevaba expuesto acerca de la escritura,

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aunque se ratificó en lo verbal del pacto. Continua pues la declaración espontánea diciendo, que en el mismo acto de su lujuria la rogaba el demonio con palabras que le tuviere y adorase por Dios, a lo que ella correspondió siempre diciéndole que no tenía otro Dios que él, y adorándole después del acto hincando ambas rodillas de cuyo error desistía y abjuraba luego que desaparecía, pues ni entonces ni ahora creía que tuviese algo de divino.

Que no advirtió que dejase mal olor en su desaparición ni que el cuerpo que tomaba fuese demasiado frío ni caliente; y que cuando se llegaba a ella siempre la decía que se quitase corona o cruz que traía al cuello, y en efecto, si no se lo quitaba no se acercaba a ella por lo cual le hacía creer firmemente el poco poder de aquel espíritu infernal.

Se le preguntó si había lanzado la ostia consagrada al fuego, contestando ser cierto haberla arrojado en el fuego de la cocina y brasero que suele haber en el entorno, lo cual cree que fueron más de cien veces las que lanzó dicha ostia, siendo la primera vez el día del Corpus de 1805 y la última el día de la Purificación de 1807. Que además una vez la arrojó en el albañal por donde pasan las inmundicias de la cocina, otra en el estercolero donde se tira la basura, otra en el aljibe del claustro, y otra en el pozo del noviciado. Que unas veces la llevaba en la mano y otras en un pañuelo blanco, y que una vez que se encontraba sola antes de arrojarla en el fuego de la cocina, la punzó varias veces en un leño con una navaja afín de experimentar si estaba allí o no el cuerpo y sangre de Cristo. Que varias veces fue sugerida por el demonio en forma visible para que lo hiciere y no creyese que estaba allí J.C. a lo cual dio ella perfecto crédito y más cuando observó que ni salía sangre ni cosa alguna sobrenatural. Que de 19 a 20 veces saliéndola al encuentro el demonio cuando llevaba la forma para arrojarla al fuego, tuvo copula carnal con él unas veces en el ante coro y otras en el dormitorio.

Reconvenida en este acto se le preguntó, ¿cómo había el demonio osar llegar a ella teniendo en la mano la sagrada forma, cuando acababa de declarar que nunca quiso ni pudo llegar a ella sino quitaba la corona o cruz que llevaba al cuello?, respondió: que no comprendía como pudiese ser eso, pero que creía que se acercaba a ella por el hecho de haber hurtado la ostia y hacer ella con él el fin pretendido. Que una vez se confricó sus partes pudendas con los corporales que están en la cratícula del comulgatorio, pero que jamás pensó ni hizo brebaje alguno con la sagrada forma.

Que no hacía burla de sus hermanas cuando comulgaban pero las tenía por engañadas en lo que veneraban y recibían, y aunque tal vez tuviese al tiempo de comulgar las otras delectaciones venéreas, fueron solo llevadas de la flaqueza y corrupción en que toda ella estaba convertida; más no en desprecio del sacramento ni burla de lo que hacían sus hermanas, de quién tampoco se burlaba cuando hacía sus genuflexiones al Sacramento, ni ellas

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las dirigía al diablo cuando las hacía ni las hacía por desprecio. Que nunca había dudado del poder y voluntad de Dios para salvar su alma y limpiarla de tantas abominaciones como las que van dicha e infinitas más de que no se le pedía declaración, y que en prueba de estas esperanzas ofrecía a Dios este sacrificio de tanto bochorno.

Preguntada ¿si se trató alguna vez el pacto con el demonio?, ¿si después lo revocó?, ¿con que palabras lo hizo?, ¿si hubo adoraciones?, y, ¿cual fue la última vez que comerció con Satanás?, dijo.

Que estimulada de su conciencia la pesó algunas veces en su interior el trato hecho, y que acaso por esto mismo quiso el demonio se le renovase, como lo verificó en uno de los días de Concepción o Purificación de Nuestra Señora, diciendo: “A ti dueño mío te entrego mí alma para siempre, que no tengo más Dios que a ti.” A cuyas palabras acompañó el hincarse de rodillas, y después siguió un acto carnal consumado. Que desde dichos días continuó en comercio torpe con el diablo todas las noches y algunas veces por el día hasta el 24 de febrero de 1807 inclusive que fue el último. Y que desde ese día hasta el presente de esta declaración que fue el 26 de marzo, todos los demás días se le había aparecido diciéndola, no confesara dichos errores acerca de los sacramentos porque se había de ver abandonada de todos.

Por último concluyó su declaración pidiendo humildemente al Santo Oficio no se escandalizare de sus enormes delitos y que mirase por el honor del Santo hábito que indignamente vestía y que no mirase por el suyo, sino que le impusiere las penitencias que gustara, pues siempre serían mucho menos de lo que merecía y que había de vivir y morir como hija de la Iglesia Católica.

Concluida la anterior declaración añadió, que el tercer día de navidad del año anterior y el tres de febrero de aquel mismo año de 1807, hurtó las formas que la dieron en la comunión y aun las conservaba en un libro de la novena del Santo Cristo de los Dolores que tenía guardado en un baúl, las cuales dijo haber visto en el día anterior a esta declaración transformadas en un niño hermoso.

Se recogieron estas formas del paraje en que se encontraban y las sumió el notario al día siguiente purificando el libro. Se ratificó la reo sin variación alguna. El comisario informó de ella que había tratado en gran manera de ocultar sus descaminados excesos, parte poseída del terror a las penas que fulminaban en sus caprichos, y parte sorprendida de la vergüenza que la causaba su padre vicario Fr. Pedro Muñoz.

Que sus vicios la tenían tan encadenada que aunque tal vez respiraba como penitente, ahogada entre insufribles amarguras no la dejaban sus malos

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envejecidos hábitos, pero que sin embargo parecía al comisionado que al cabo con verdad y compunción los había manifestado.

A instancia del fiscal se volvió a examinar a esta reo y sin estar presente el notario que era su padre vicario quién la frenaba a contar los excesos carnales que tuvo con él, la reo declaró lo siguiente de dicho su confesor.

Que por haber tenido por confesor suyo tanto tiempo al cómplice de sus lascivias, éste no la decía porque sabía que allí mismo en la confesión hablaban cosas torpes y veía que no las confesaba. Preguntada ¿Quienes habían sido los cómplices de sus excesos?, respondió: que el cómplice de sus primeros excesos fue su confesor Fr. Bernardo Molina, el cual, al poco tiempo de profesa la solicitó durante la confesión y fuera de ella y que continuó comerciando con él por espacio de cuatro años no solo en clausura sino fuera y, hasta en la misma iglesia una vez, diciendo, “que quedó embarazada de dicho confesor” hasta llegar a darla brebajes y sangrías para ocultar las resultas. Que después de ido éste religioso, al verse privada de sus amores y ardiendo en ellos fue cuando hizo el pacto. Y que las personas que pueden dar razón de sus excesos eran, Sor Rafaela de la Trinidad a quién ella le había contado todo, la Madre Abadesa a quién había contado los carnales embarazos y medios para abortar, al Padre Vicario con quién consultó alguna vez en la confesión e inmediatamente después de ella, el comisionado actual con quién también consultó algunas cosas en confesión y el Padre Molina, su cómplice, quién la tenía dicho que no lo hiciese porque la habrían de prender, y finalmente el Padre ex provincial Fr. Juan Ramón González con quién consultó dicho Padre Vicario sin su consentimiento.

El comisionado informó que le parecía haber dicho la verdad. El tribunal a instancia fiscal mandó examinar los contestes dados en la declaración anterior siendo el primer testigo La Madre Abadesa.

Declaración de La Madre Abadesa.

Mujer de 51 años de edad, quién dijo.

Que sabía por boca de la misma reo la solicitación “ad turbia” de su confesor el Padre Molina, su comercio torpe intra y extra clausura, y que el resultado fue quedar embarazada dos veces, en uno de los cuales había procurado abortar y en efecto abortó un feto animado que procuró bautizar y enterró en una huerta o monte habiéndose sangrado primeramente a instancia del Padre Molina y tomado una bebida a instancia del mismo.

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Declaración de Fr. Ramón González.

Ex Provincial citado por la reo, de edad de 60 años, quién dijo, que había sido consultado varias veces por el Padre Fr. Pedro Muñoz vicario del convento de la reo, que en la primera se le consultó sobre la obligación de informar de una religiosa de aquel convento que había hecho pacto expreso con el diablo tenido trato con él como incubo, adorándole como a su Dios único. Que había ultrajando la Sagrada Eucaristía quemándola una vez y haber negado la virginidad de Nuestra Santa Virgen junto a otras particulares que ya no tenía presente.

Declaración del cura de Belvis.

En este estado se pidió información al cura de Belvis comisionado de esta causa, contando lo siguiente. Que en la víspera de la natividad de Nuestra Señora del año anterior de 1807, había entrado el ya mencionado Fr. Bernardo Molina en el convento después de anochecido por uno de los muros de dicho recinto en donde permaneció oculto por espacio de tres días, según se lo dijo al fin de ellos la misma reo con cuya noticia y por las de entonces las dio el Padre Iglesias confesor del convento de Cantillana. Registró dicho prelado su convento con la Madre Abadesa y nada encontró, por lo que habiendo reconvenido a la reo respondió, que se había fugado instándola a que saliese con él fuera de clausura; que pasados algunos meses llegó a formar juicio la prelada de que aquella estaba embarazada y registrándola la encontró muy fajada y con algunos entumecimientos en el vientre, por lo que la preguntó por lo acaecido en principio de septiembre, y aunque al principio lo negó que dicho religioso hubiese llegado a su cuerpo, luego confesó que estaba embarazada. Volviéndole a preguntar por tercera vez por lo mismo, negó la copula y el embarazo pero no la entrada del religioso. Que era sabedora de todo esto la monja Sor Rafaela de la Santísima Trinidad como también la monja Vicaria a quién la reo se lo había contado. El mismo comisionado añadió a todo lo referido, que a pocos meses después de la entrada del Padre Molina al convento, le escribió la reo por mano de su vicario o confesor el Padre Fr. Francisco Iglesias pidiéndole consuelo y consejo, porque se encontraba muy despreciada y perseguida de las monjas por culpa de los excesos anteriores. Por todo lo cual dicho confesor le dijo, que se confesase y contase la verdad de la entrada del Fr. Bernardo Molina en su convento, contestando la reo, que lo había escondido en una pieza del noviciado y un caramanchón donde le llevaba de comer; que le pidió un breviario y no se lo llevo y que el religioso le llevo ropa de seglar para sacarla disfrazada y no quiso asentir a ello; que no habían tenido deshonestidades, pero conociendo el confesor su forma de mentir le dijo, que dijese la verdad o no la absolvería, diciendo la reo, que estaba embarazada

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de tres meses por haberla faltado otros tantos la menstruación. El informante la exhortó a que no abortase y que para el sigilo se lo avisase a la prelada. Que abortó en el mes de abril de este año teniendo el feto ocho meses, al cual lo bautizó y arrojó en el pozo del monte, rebujado en un paño blanco. Y que al cabo de algún tiempo se asomó y viendo el paño lo sacó pero sin el feto. Que para que no conociesen su purgación quemó la camisa con que abortó lo cual consiguió con solo apretarse apretadísimamente, “y es que la ceguedad del entendimiento es una de las hijas de la lascivia”.

Declaración de la reo ante la Inquisición.

Fue presa la reo en cárceles secretas y al día siguiente se le tomó declaración en la Inquisición de Llerena contestando la convicta lo siguiente.

Dijo llamarse María Martín, natural de Serradilla, Obispado de Plasencia, de estado religiosa en el convento de Franciscas de Santa Clara de la villa de Belvis de Monroy, de 24 años de edad, hija, nieta, sobrina y hermana de los que expresa en que nada hay que advertir todos cristianos viejos y limpios de sangre. Que era cristiana y como tal había oído misa siempre aun en los días de trabajo, y lo mismo había confesado y comulgado habiéndolo hecho la última vez el sábado antes de su salida del convento con el Padre Vicario Fr. Alonso de Valverde; sabe leer y escribir y respondió bien a las preguntas que se la hicieron de doctrina cristiana.

Preguntada por la causa de su prisión dijo: que presumía fuese las velaciones que había hecho contra sí misma en particulares tocantes a la fe por medio del cura de Belvis, lo cual, le parecía haberlo verificado la primera vez habría unos tres años; y que también le parecía haber sido causa el haber sido delatada por Sor Rafaela de la Santísima Trinidad a quién confió sus interioridades estrechada por sus importunidades. Respondió, que por descargo de su conciencia las cosas que había contado antes no eran verdad sino ilusión e imaginación de la declarante, creyendo que aquello que pensaba sobre estos puntos era real y efectivo, que una vez que su cabeza estuvo mejor conoció no ser así sino imaginario, y en particular lo que tenía dicho sobre el pacto con el diablo. Reconoció que fue efecto de una vehemente tentación y deseo de renovar su trato con la persona que tenía manifestada, y por lo mismo las adoraciones que tenía dicho haberle dado, porque aunque las manifestó fue solo porque la preguntaban sobre ello y así se lo proponía su imaginación en aquel acto. Que no era cierto lo de la corona y la cruz ante el diablo, que era fruto de su imaginación y de ver la figura de su cómplice como la del mismo Satanás. Que dicho cómplice le decía que no podía absolverla de lo que pasaba entre los dos, absolviéndola a su parecer siempre que con él confesaba. Que tampoco era cierto que arrojase las formas al

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fuego de la cocina, brasero, estercolero, pozo, o regadera, y que no obstante el comisionado la mandó trajese las formas que tenía guardadas en el libro novenario del Santo Cristo de los Dolores, en el cual puso dos formas sin consagrar y poniéndolas en dicho libro se las entregó.

En vista de todo lo referido, el Inquisidor D. Pedro María de la cantilla dijo por auto de 10 de este mes, que fuese votada a que en atención a su retractación se la de una audiencia donde vuelva a retractarse de los hechos cometidos y pueda volver a su convento habiendo sido antes reprendida, apercibiéndola de tan regular procedimiento”8

Caso curioso el de la monja delincuente y ninfómana de Serradilla Sor María del Cristo. La adoradora del príncipe de las tinieblas. Una marcada y destacada neófita que con su más que desmarcada conducta, hizo que prácticamente todo el convento se hiciese cómplice de sus actos. Pero si a Cristo se le veneraba, se le deificaba y reverenciaba en los cenobios, no es menos cierto que al diablo también se le adoraba como en el caso que acabamos de conocer, llegando éste en algunos casos a ocupar y apoderarse del cuerpo de algunas que otras religiosas.

Otro ejemplo de posesión diabólica lo tenemos en un beaterio de carmelitas de Zafra, allí el anticristo va a tener su particular nido de seguidoras, y por tal motivo, algunas de ellas van a tener que ser exorcizadas. Ante esa realidad se va abrir una sumaria en el Santo Oficio de la Inquisición de Llerena contra el Señor Obispo de Badajoz D. Amador Merino Malaguilla. Dicho expediente viene ligado a una causa seguida en aquel tribunal contra D. Francisco Pacheco, presbítero, confesor y capellán que fue del Beaterio de Carmelitas de la villa de Zafra y contra la beata Francisca Gabriela de Santa Teresa, hermana del referido Beaterio. En este caso, como observaremos en los documentos, el anticristo no solo viste su atuendo natural de macho cabrio, sino que también lo podemos ver vestido de purpurado.

Francisca Gabriela de Santa Teresa, la Monja Exorcizada.

“La Ilustrísima Juana de la Cruz, prelada en dicho convento de 36 años, el 13 de mayo de 1739 ante el comisario D. Clemente Castro delató a los dichos D. Francisco Pacheco y excelentísima Francisca Gabriela de Santa Teresa sobre varias revelaciones de la dicha Francisca Gabriela, las cuales aplaudía Pacheco y que dichas revelaciones servían de inquietud y perjuicio a toda la comunidad.

8 AHN. Inquisición. legajo 3734. N 49.

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Que en dicha ocasión, la prelada le pregunto a Pacheco, ¿que si las cosas que le ocurrían a la reo serían caso de Inquisición?, a lo que le respondió Pacheco, que no eran casos de esos, diciendo, no esas cosas no.

Que en otra ocasión oyó la testigo argüir a éste reo sobre que no habiendo obrado en nada malo el alma de la Francisca Gabriela, que por consiguiente, ni habría merecido ni habría pecado. Y que por fuerza de este argumento preguntaba la prelada, ¿que como si aquella alma no había pecado o sido tentada, se había acusado varias veces de tentaciones impuras?, a lo que respondió Pacheco, que el diablo así propio se tentaba, y que este asunto él lo entendía pero que los teólogos no lo comprenderían.

Que Pacheco aseguraba que la dicha Francisca Gabriela (después que le habían salido algunas lesiones de dermis), había quedado en el estado de la inocencia ignorando los nombres de todas las cosas. Que de todo cuanto pasaba con Pacheco y la Excelentísima Francisca Gabriela, substancialmente dio parte la testigo al Señor Obispo de Badajoz D. Amador Merino Malgilla, y observó, que cuando le hablaba de ello se suspendía después que trataba con Pacheco. Reconocía la testigo que venía el Obispo satisfecho de las cosas del dicho Pacheco no apreciando las que la testigo le decía.

Que en una ocasión estando en el oratorio presente la comunidad, dijo el Obispo, que venía muy consolado de la visita de Burguillos, porque la Excelentísima María del Santo Cristo religiosa de dicha villa, había tenido revelaciones de que la dicha Excelentísima Francisca Gabriela estaba ciertamente espiritada, y que le había dicho el modo para sujetar al enemigo. Y que luego, delante de la prelada, estando presente Pacheco, Amador Merino Malaguilla dio potestad a éste reo para ir llamando a los demonios que estaban en el cuerpo de dicha Francisca Gabriela en esta forma: yo, indigno Ministro, montado en este jumento, le doy potestad bajo protección del Altísimo y la Virgen Santísima para sujetar los demonios de Francisca Gabriela y expelerlos de aquel cuerpo. Y que estando Pacheco con sobrepelliz y asolas, tomó el cuello de la espiritada y le ordenó se postrara poniéndole un pie en el pescuezo, y que la entregó un Santo Cristo que Pacheco traía consigo.

De nuevo pacheco volvió a poner el pie en el pescuezo de la espiritada, la sujetó y la mandó poner de rodillas comenzando a llamar a los demonios nombrándolos; a uno Luz bella, a otro Adalid, a otro Matachias, y entonces la espiritada hacía varios ademanes por lo que Pacheco le ponía su mano en la cabeza y en el pecho, de lo que resultaba, que la espiritada hacía algunas acciones con su cuerpo menos decentes, descubriendo sus pies y haciéndose de la cintura de dicho Pacheco.