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www.jp2madrid.org SÍNTESIS DEL DOCUMENTO DE LA C.E.E. “ORIENTACIONES PASTORALES PARA LA COORDINACIÓN DE LA FAMILIA, LA ESCUELA Y LA PARROQUIA EN LA TRANSMISIÓN DE LA FE” JULIÁN HUETE En el mes de mayo, la Conferencia Episcopal Española publicaba el documento “Orientaciones pastorales para la coordinación de la familia, la parroquia y la escuela en la transmisión de la fe”. Este documento, elaborado por la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, acoge las orientaciones dadas por Benedicto XVI acerca de la llamada “emergencia o la urgencia educativa”, y van dirigidas a los padres de familia como los primeros educadores de sus hijos, a los sacerdotes y catequistas en su misión de iniciar en la fe, y a los profesores de religión en su tarea de formación a niños y jóvenes, todos partícipes en redescubrir y reactivar un itinerario que, con formas actualizadas, ponga de nuevo en el centro la formación plena e integral de la persona humana. Una iniciativa sin duda muy interesante, necesaria y oportuna, y expresión de esa espiritualidad de comunión cuya promoción fue propuesta por el Beato Juan Pablo II en la Novo Millennio Ineunte (n. 43) como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano y, por lo tanto, como gran desafío para el tercer milenio. Así, el texto es propuesto por los Obispos como una de las primeras respuestas de la Iglesia a esa necesidad de “aunar esfuerzos, compartir experiencias, dedicar personas y priorizar recursos, con el fin de coordinar objetivos y acciones entre los diversos ámbitos: familia, parroquia y escuela, en orden a la transmisión de la fe, hoy”. Enmarcado este documento en el inmejorable contexto del Año de la Fe iniciado por Benedicto XVI, e iluminado ahora tras la publicación de la primera Encíclica del Papa Francisco, Lumen Fidei, creo que muchos lo estábamos esperando, sencillamente porque era necesario. Efectivamente, el decisivo e importantísimo tema de la transmisión de la fe ha sido tratado – y me estoy limitando solamente a mirar las últimas décadas – de forma sectorial pastoralmente hablando; en las diócesis, las Delegación de Catequesis han venido acotando su territorio, y las de Enseñanza el suyo. ¿Y las Delegaciones de Familia? Gracias al impulso de la Subcomisión de Familia y Vida de la Conferencia Episcopal y a instituciones como el Instituto Juan Pablo II, se ha emprendido un apasionante viaje que va desde una pastoral familiar también con Julián Huete. Licenciado en Derecho. Director del Centro de Orientación Familiar “San Julián” de Cuenca. Especialista Universitario en Pastoral Familiar por el P.I. Juan Pablo II. nº 24 año 2013 julio

“Orientaciones Novo Millennio Ineunte · una serie de contenidos, sino la realidad del plan de Dios realizado en Cristo y vivido en la Iglesia, la fe vivida en la cotidianeidad

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SÍNTESIS DEL DOCUMENTO DE LA C.E.E. “ORIENTACIONES PASTORALES PARA LA COORDINACIÓN DE LA FAMILIA, LA ESCUELA Y LA PARROQUIA

EN LA TRANSMISIÓN DE LA FE” JULIÁN HUETE∗

En el mes de mayo, la Conferencia Episcopal Española publicaba el documento “Orientaciones pastorales para la coordinación de la familia, la parroquia y la escuela en la transmisión de la fe”. Este documento, elaborado por la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, acoge las orientaciones dadas por Benedicto XVI acerca de la llamada “emergencia o la urgencia educativa”, y van dirigidas a los padres de familia como los primeros educadores de sus hijos, a los sacerdotes y catequistas en su misión de iniciar en la fe, y a los profesores de religión en su tarea de formación a niños y jóvenes, todos partícipes en redescubrir y reactivar un itinerario que, con formas actualizadas, ponga de nuevo en el centro la formación plena e integral de la persona humana. Una iniciativa sin duda muy interesante, necesaria y oportuna, y expresión de esa espiritualidad de comunión cuya promoción fue propuesta por el Beato Juan Pablo II en la Novo Millennio Ineunte (n. 43) como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano y, por lo tanto, como gran desafío para el tercer milenio. Así, el texto es propuesto por los Obispos como una de las primeras respuestas de la Iglesia a esa necesidad de “aunar esfuerzos, compartir experiencias, dedicar personas y priorizar recursos, con el fin de coordinar objetivos y acciones entre los diversos ámbitos: familia, parroquia y escuela, en orden a la transmisión de la fe, hoy”.

Enmarcado este documento en el inmejorable contexto del Año de la Fe iniciado por Benedicto XVI, e iluminado ahora tras la publicación de la primera Encíclica del Papa Francisco, Lumen Fidei, creo que muchos lo estábamos esperando, sencillamente porque era necesario. Efectivamente, el decisivo e importantísimo tema de la transmisión de la fe ha sido tratado – y me estoy limitando solamente a mirar las últimas décadas – de forma sectorial pastoralmente hablando; en las diócesis, las Delegación de Catequesis han venido acotando su territorio, y las de Enseñanza el suyo. ¿Y las Delegaciones de Familia? Gracias al impulso de la Subcomisión de Familia y Vida de la Conferencia Episcopal y a instituciones como el Instituto Juan Pablo II, se ha emprendido un apasionante viaje que va desde una pastoral familiar también con

∗ Julián Huete. Licenciado en Derecho. Director del Centro de Orientación Familiar “San Julián” de Cuenca. Especialista

Universitario en Pastoral Familiar por el P.I. Juan Pablo II.

nº 24 � año 2013 � julio

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tendencia a ser sectorial, a una pastoral familiar transversal, entendida como una dimensión de la vida de las familias y de la evangelización. Por eso, ya los Obispos en el año 2003, en el Directorio de la Pastoral Familiar de la Iglesia en España, apostaron por esta línea completamente renovadora, ya marcada en la Exhortación Familiaris Consortio – que pacientemente esperaba su desarrollo –, y que en concreto en el ámbito de la transmisión de la fe, se señala a la familia como el lugar privilegiado para esta tarea, en especial, en el momento que se denomina “despertar religioso” (n. 66), una fe entendida y vivida, no como una serie de contenidos, sino la realidad del plan de Dios realizado en Cristo y vivido en la Iglesia, la fe vivida en la cotidianeidad en la iglesia doméstica que es la familia, es decir, la unión en una vida familiar entre el amor humano y el amor de Dios, la oración y el trabajo, la intimidad y el servicio, la gratuidad, la acción de gracias y el perdón, el modo de unirse en los acontecimientos dolorosos, la misma muerte de los seres queridos (n. 68). También en el Directorio de Pastoral Familiar los Obispos ya incidieron en la necesidad de coordinación de las distintas Delegaciones diocesanas (familia, catequesis, juvenil,…) para las realización de los planes que les afecten conjuntamente (elaboración de materiales de catequesis de familia y vida en las distintas etapas, la preparación de un plan de educación afectivo-sexual, la organización de “itinerarios de fe” para novios, cursos de formación permanente, etc.).

He creído necesario hacer esta breve reflexión introductoria de la síntesis al documento, que desde luego no tiene la pretensión de ser exhaustiva, ni mucho menos, sino sólo a modo de breve y humilde apunte para ver cuándo y cómo llega el documento a todos los implicados en la tarea apasionante de las transmisión de la fe, y lo necesaria que es esta aportación que con toda la caridad han tenido a bien hacernos los Obispos.

Pasamos, pues, a acercarnos al documento a modo de síntesis, un documento que está estructurado en cinco capítulos y una conclusión.

I. NECESIDADES DIFICULTADES Y POSIBILIDADES EN LA TRANSMISIÓN DE LA FE En este capítulo, se hace un sucinto análisis de las necesidades, dificultades y posibilidades de la

transmisión de la fe en la familia cristiana, la catequesis parroquial y la enseñanza religiosa escolar. Y el punto de partida es absolutamente pertinente y no puede por lo tanto pasar desapercibido; efectivamente, los obispos nos recuerdan que la fe, como el amor, es don y es tarea; la fe, su alegría y su belleza, comienza con la iniciativa divina, que nos alcanza a través de rostros de carne y hueso en la Iglesia, y la primera respuesta del hombre a esta iniciativa de Dios, lleno de estupor y gratitud, es la fe. La consecuencia es que las transmisión de la fe se centra prioritariamente en educar la atención para que la persona reconozca esa Presencia, que no otra cosa es la fe sino reconocer una Presencia, a Dios revelado en Jesucristo, que me alcanza a través de los testigos, testigos que aplican el mismo método de Jesús: diálogo, relación y conocimiento, comunión e Iglesia, conversión y sacramentos.

Y es precisamente al conjugar don y tarea en la transmisión de la fe donde se perciben las necesidades, las dificultades y posibilidades.

De una parte, en cuanto a las necesidades y dificultades, se indican como factores que son signos y casusa de un radical cambio de mentalidad respecto al valor de lo recibido por herencia y tradición, un individualismo ciego y caprichoso, un profundo relativismo y una irresponsabilidad de los medios de comunicación (sin generalizar) a la hora de comunicar.

De otra parte, si bien estos factores han repercutido de forma negativa en los lugares de la transmisión de la fe: la familia, la escuela, el ambiente, e incluso los grupos de identidad eclesial, suponen, más allá de un motivo de desilusión, lamento, miedo o repliegue, un desafío que este contexto socio-cultural pone a la fe cristiana y a los cristianos, para mostrar la pertinencia de la fe para la vida, para la mía y para la de los demás. Y la propuesta de los Obispos se enmarca en el contexto de la nueva

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evangelización, una renovación de los cristianos y de las comunidades, poniendo en el centro a Cristo y el encuentro con Él, y con la absoluta confianza en el corazón de los niños, de los adolescentes y de los jóvenes (¡y de los adultos!), y en sus exigencias elementales de bondad, de verdad, de belleza, porque ningún factor socio-cultural adverso puede anular la sed de certeza, de valores de objetivos elevados, ni las ganas de vivir, ni el anhelo de amor ni el ansia del sentido último de la vida que está escrito en el corazón y no pude, en definitiva, ningún factor negativo ni dificultad derivada del contexto socio-cultural actual anular la búsqueda de Dios inscrita en el corazón del hombre.

Seguidamente, el documento dedica 11 puntos, del 16 al 26, a desarrollar las necesidades, dificultades y posibilidades en cada uno de los lugares de transmisión de la fe: en la familia, en la catequesis parroquial y en la enseñanza escolar.

En la familia cristiana Se pone en evidencia en el documento las gran dificultad que tienen los padres en la comunicación

de los valores y, cómo no, a la hora de transmitir la fe a sus hijos, observándose distintas sensibilidades que van desde un respeto mal entendido a la libertad del hijo que hace que no se le proponga la fe, a otros padres que descuidan lo religioso, el cultivo de la vida cristiana y la pertenencia a la Iglesia, pasando por otras sensibilidades de padres que, si bien consideran que la práctica religiosa y los hábitos morales son un camino fundamental para la comunicación de la fe, e incluso se esfuerzan por inculcarlos, pronto se ven perplejos y desbordados por el abandono de la práctica religiosa y la contestación de los principios morales cristianos que descubren en los más jóvenes. Sin embargo, no olvidan los obispos hacer una mención especial a tantos padres y madres de familia que se esfuerzan en coherencia con su fe, haciendo de su vida un servicio generoso y humilde a la sociedad, padres que, a pesar de las dificultades, se preocupan por comprender la fe, por compartirla y testimoniarla, que se forman adecuadamente para educar sus hijos, y que incluso se ofrecen y capacitan como catequistas y ahondan en su propia condición de creyentes y discípulos de Jesús, el Señor. Además, y como punto positivo a destacar, es que muchas familias españolas envían y acompañan a sus hijos a la parroquia y que optan por la formación religiosas de sus hijos, lo que añade la responsabilidad de todos en ayudar, servir y acompañar a la familia, objeto fundamental de la evangelización y de la catequesis.

En la catequesis parroquial Tras hacer una valoración positiva la entrega generosa de tantos catequistas, sacerdotes, laicos y

religiosos a esta tarea de la catequesis, así como la mejora experimentada en sus distintas dimensiones, con catequistas capacitados y materiales renovados y adecuados, se pone en evidencia en estas Orientaciones un problema pastoral cada vez más importante, que estriba en la relación entre los procesos catequéticos y la celebración de los sacramentos, y que viene provocado por el deseo de muchos candidatos y/o de sus padres de celebrar el sacramento sin el proceso de formación y preparación, al acudir a la celebración del sacramento fundamentalmente por su relieve social. Una vez más esto no debe verse sólo como dificultad, sino que debe ser un desafío más para la nueva evangelización, y así lo indican claramente los Obispos.

En el documento se hace referencia a la necesidad de ser educados en la fe desde la infancia hasta la vida adulta, haciendo hincapié precisamente en habilitar “vestíbulos” en las parroquias (utilizo palabras de Benedicto XVI creo recordar que en un encuentro hace unos años con sacerdotes y seminaristas de la Diócesis de Roma, palabras que son sin duda plásticas y ayudan a describir esta necesidad) para acoger a esos hombres y mujeres “alejados” que se plantean con sinceridad cuestiones fundamentales de su vida buscando respuestas a sus dudas de fe, vestíbulos donde se sientan acogidos por otros laicos, religiosos o sacerdotes que les orienten sin pretensión en su camino de fe, sin respuestas prefabricadas ni discursos, sino con el testimonio.

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En la enseñanza escolar Tras reconocer la contribución de los centros educativos en la socialización de los niños y jóvenes, y

la misión y responsabilidad que tienen de comunicar los valores, y desarrollar las capacidades físicas, intelectuales y morales de los alumnos al depositar en ellos los padres su confianza, también constatan los Obispos en estas Orientaciones que precisamente en el ámbito del sistema educativo actual, esa formación en principios y valores éticos, salvo excepciones, no se desarrolla fuera de la enseñanza de la religión a través de la asignatura de religión católica, que debe integrarse en el conjunto de las ciencias humanas. Una enseñanza religiosa en la escuela, que a pesar de los esfuerzos de la Iglesia, y debido a las dificultades administrativas, a la indiferencia, infravaloración por parte de padres y alumnos, y el desprecio que experimenta la enseñanza religiosa entre los conocimientos científicos y sociales, hace que no sea suficiente para transmitir la fe. Sin duda el cientificismo ha hecho su mella – como ya lo denunciara con absoluta inteligencia Benedicto XVI en su discurso en Ratisbona -, y ha conducido erróneamente a la enseñanza a centrarse en el aprendizaje de la ciencias y la tecnología, olvidando la educación y perfeccionamiento integral y personal del individuo, que incluye desde luego el sentido de la vida y su dimensión trascendente, aspectos, preguntas a los que no puede responder la ciencia, sino la fe, que es verdadero método de conocimiento. Que la enseñanza religiosa sea desplazada consecuentemente a un segundo o tercer lugar, no debe ser un motivo de desánimo, sino, de nuevo, de desafío, reconociendo – como así lo hacen los Obispos en el documento – la labor del profesor de religión católica, que tiene tantos frentes abiertos, y ofrecer el apoyo y la cercanía.

II. RESPONSABILIDAD DE LA COORDINACIÓN EN LA TRANSMISIÓN DE LA FE Como por el Bautismo, todos hemos sido elegidos para creer, y por lo tanto para transmitir el tesoro

recibido, no nos extraña en absoluto que los Obispos insistan en que transmitir y comunicar la fe, es responsabilidad propia de todos los creyentes de cualquier edad y condición, una tarea de corresponsabilidad entre los pastores de la Iglesia, padres de familia, catequistas, profesores, animadores de grupos, etc., y que ha de hacerse tanto a nivel personal como comunitario. Destaca el documento la necesidad en este empeño educativo de la comunión en la vida y misión de la Iglesia particular para trabajar juntos, para “formar una red” indican los Obispos de una forma plástica, para testimoniar nuestra unión con el Señor y entre nosotros bajo la autoridad del Obispo, maestro de la fe y principal dispensador de los misterios de Dios, moderador de todo el ministerio de la Palabra.

En definitiva, conforme a la voluntad del Señor y bajo la guía de los apóstoles y de sus sucesores, los Obispos, los hijos de la Iglesia colaboran en la tarea de la evangelización según su propia vocación y ministerio recibido; todos colaboran por tanto en la misma y única misión de la Iglesia Universal, y es precisamente la comunión viva de la Iglesia la que se hace visible en la rica variedad de ámbitos en que los cristianos nacen a la fe, se educan en ella y la viven, como son, de modo privilegiado, la familia, la parroquia y la escuela. Y para cumplir esta misión, la Iglesia nos ofrece a todos sus fieles el camino firme y sólido para participar plenamente en el misterio de Cristo, les ofrece firmeza y seguridad en la verdad a través de su Magisterio y favorece en definitiva el encuentro con Cristo, objetivo primordial de la transmisión de la fe, que se manifiesta en la escucha de la Palabra y en la fracción del pan.

Los Obispos en el documento indican la responsabilidad básica de la parroquia a la hora de poner en práctica estas orientaciones; es decir, que los sacerdotes con toda la comunidad parroquial, en comunión con el Obispo, están llamados a poner en práctica el proyecto educativo que la diócesis elabore, con un equipo formado por responsables de catequesis, familias, movimientos, escuela católica y enseñanza

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religiosa escolar. También se recoge en estas Orientaciones, a su vez, la eficacia que resultaría si este proyecto se programara y se llevara a cabo en acción conjunta en el arciprestazgo.

Y si el papel de la parroquia es básico, la escuela católica debe ser responsable, estar disponible e incluso tener protagonismo en las orientaciones que se contienen en el documento. Recuerdan los Obispos que la Escuela Católica debe ser un referente en su acción formativa y en el testimonio de las personas consagradas y profesores cristianos laicos, un testimonio que sólo resultará eficiente si se realiza dentro de la espiritualidad de comunión eclesial. Por eso, también recuerda el documento la autoridad del Obispo en la catequesis y en la vigilancia sobre la clase de religión, la salvaguarda de su identidad y su organización, incluso en las escuelas católicas promovidas por institutos religiosos, como ya se indicara por la Congregación para la Educación Católica en el documento La Escuela Católica en los umbrales del Tercer Milenio.

Para concluir este capítulo segundo, donde se pone la atención en corresponsabilidad de todos en la transmisión de la fe, los Obispos dejan claro que no se trata en este sentido de establecer una simple coordinación o acción pastoral conjunta sino de vivir una verdadera espiritualidad de comunión, algo que es fundamental más aún en nuestra sociedad actual. Y por eso es necesaria la presencia activa y testimonial de comunidades cristianas renovadas, espiritualmente vigorosas y conscientes del tesoro que poseen y de la misión que les incumbe, de modo que antes de programar iniciativas concretas, hace falta promover una espiritualidad de comunión, proponiéndola, como ya dije en el principio con palabras de Juan Pablo II en la Novo milenio ineunte, y cuya cita se reproduce en el documento, “como un principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan a los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes de pastoral, donde se construyen las familias y las comunidades”; una espiritualidad de comunión que “significa, ante todo una mirada del corazón hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado”.

El compromiso de las comunidades cristianas en pro de la formación religiosa, es fundamental y debe ser promovido, y así lo indican los Obispos, precisamente al verificarse la autonomía (que sería lo mismo que el individualismo) del educando en su proceso educativo, el desvalimiento de los jóvenes sin los necesarios referentes educativos y la ausencia de valores morales y cristianos.

Como corolario del capítulo segundo, se indica que esta propuesta educativa que se contiene en el documento se enmarca en otro documento de la Conferencia Episcopal, La Iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones, y pretende por lo tanto servir y completar a la acción catequética propuesta allí, recordando que si bien es cierto que la iniciación cristiana es elemento fundamental y prioritario de toda acción evangelizadora de Iglesia, no es menos cierto que no debe ser confundida con la totalidad del proyecto evangelizador; por ello, las acciones coordinadas de la catequesis, la familia, la escuela católica y la enseñanza religiosa escolar, cooperan, sirven y completan el proceso de iniciación cristiana para niños, adolescentes y jóvenes. Esta propuesta educativa de los Obispos en estas Orientaciones pretender aportar elementos para la elaboración de un “proyecto educativo que brote de una visión coherente y completa del hombre, como puede surgir, únicamente de la imagen y realización perfecta que tenemos en Jesucristo”. Este proyecto hace referencia a la educación plena que tiene su raíz en el mismo hombre, llamado a vivir en la verdad y en el amor, y en dicho proyecto, la educación debe potenciar, motivar y facilitar lo mejor de cada alumno sus potencialidades, su identidad, sus raíces y el sentido último de su vida. Y es que este “ensanchar la razón” del educando, que tiene necesidad de entender el significado de la vida y de su existencia, es como la catapulta que le permite a su libertad dar el paso de la fe, le deja como en la antesala del Misterio, de la Presencia, que sólo la fe puede reconocer. Es fundamental estar absolutamente persuadido, a la hora de educar en la fe, de que la fe lleva a plenitud nuestra humanidad y que, por lo tanto, es lo más pertinente para la vida.

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III. EL SERVICIO DE LA FAMILIA, LA PARROQUIA Y LA ESCUELA EN LA TRANSMISIÓN DE LA FE En este largo y denso capítulo tercero del documento, se ofrecen los rasgos básicos que identifican y

distinguen el despertar religioso en la familia, la acción catequética en la parroquia y la enseñanza religiosa; en consecuencia, aquellos elementos que contribuyen y facilitan un trabajo común de coordinación, que es el hilo conductor de todo el documento.

1. El despertar religioso en la familia En este apartado, se apuntala de una forma especial el papel insustituible de la familia como lugar

donde se comparten los valores más profundos y los bienes más valiosos, destacando como bien por excelencia el tesoro de la fe. Por eso, es necesario, antes que nada, cuidar en las familia el despertar religioso de los hijos y acompañar adecuadamente los pasos sucesivos del crecimiento de la fe.

Y es que la familia es la primera escuela y la “iglesia doméstica”, y los padres son por lo tanto los principales y primeros educadores, que entregan a sus hijos un tesoro que es la iniciación de la fe cristiana. Por eso, el documento destaca que la familia cristiana constituye así el ámbito privilegiado donde el niño se abre al misterio de la trascendencia, se inicia en el conocimiento de Dios, y comienza a acoger su Palabra y a reconocer las formas de vida de los que creen en Jesús y forman la Iglesia. Y todo parte de la experiencia de amor gratuito de los padres, que ofrecen de manera incondicional a sus hijos la propia vida; esta entrega de los padres prepara al hijo para que el don de la fe que recibió en el bautismo, se desarrolle adecuadamente, a través de la propia vivencia de fe en la familia, el medio educativo más eficaz para suscitar y acompañar en el crecimiento de esa fe a los hijos, pues en la familia cristiana se dan las condiciones adecuadas para que se pueda vivir la fe en el día a día. Es una apuesta decidida de los Obispos por el reconocimiento de la familia como lugar privilegiado para transmisión de la fe, que se podría concretar en un principio: lo que deba hacer la familia, no lo deben hacer otras instituciones, y si no lo hace la familia, hay que poner todo el empeño, no por sustituir a los padres, sino por ayudarles, pues son los primeros y principales educadores, a que cumplan su función.

Además del testimonio, imprescindible, la familia debe presentar también los contenidos básicos de la fe: la educación en el respeto y amor a Dios, los fundamentos de la fe cristiana, los principios morales que surgen del Evangelio y que aportan un verdadero discernimiento entre el bien y el mal, y un espíritu de fe que impregna toda la vida familiar cristiana.

La familia también debe ser también el marco propicio donde se descubran, asuman y practiquen las virtudes cristianas, más aún en un ambiente social desfavorable. Una auténtica y verdadera educación en valores por la que se inclinan los Obispos en el documento, que juzgue a la luz de la fe los valores que gozan hoy de la máxima consideración y los pongan en conexión con su fuente divina. Es imprescindible presentar los valores en sus raíces más profundas, con las razones que fundamentan su ser y con la continua verificación de su influencia en los comportamientos de los hijos.

Y una de las virtudes, que es virtud teologal, es el amor, el amor que el documento en su punto 47 destaca, utilizando palabras de la Familiaris Consortio, como la vocación fundamental e innata de todo ser humano. Y la educación está orientada a formar a la persona para que sea capaz de vivir la expresión plena de la libertad, entregar la propia vida con el don sincero de sí mismo. Es precisamente en la familia donde la persona recibe y comprueba la autenticidad del amor, cuya misión consiste en custodiar, revelar y comunicar el amor. La educación para el amor es una tarea que dura toda la vida, pero es en los primeros años de adolescencia – y así se destaca en el número 50 del documento -, cuando surge el deseo de autonomía personal, cuando aparecen en escena, además de los padres cuya ayuda es vital y decisiva, el sacerdote, el catequista o el profesor, que presenta el rostro amable de la Iglesia y el amor de Cristo. Frente a la banalización del amor y su interpretación reductiva, la educación al amor como don de sí mismo constituye la premisa indispensable para los padres, llamados a ofrecer a los hijos una educación afectiva clara y delicada, una educación en el amor que integra y dirige adecuadamente los afectos para que la

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sexualidad signifique y se exprese en autenticidad, siendo irrenunciable la educación para la castidad como virtud que desarrolla la auténtica madurez de la persona y la hace capa de respetar y promover el “significado esponsal” del cuerpo, por lo que la educación en el amor es una educación para el matrimonio, pero también para la virginidad – como destaca el documento -, puesta estas son las dos formas de realizar la vocación al amor que es una.

En este itinerario de la vocación al amor, que se inicia aprendiendo a ser hijo, para ser esposo, y llegar a ser padre, el documento apuntala también en su punto 49, de forma adecuada, cómo los padres llegan a ser padres siendo verdaderos pedagogos y conduciendo al hijo de la mano hacia el bien,iniciando en la experiencia cristiana y haciendo significativo el mensaje de Jesús. Esta tarea educativa por la que los padres llegan a ser padres se concreta en: rezar con los hijos, dedicarse con ellos a la lectura de la Palabra de Dios e introducirles en la intimidad del Cuerpo eucarístico y eclesial de Cristo, mediante la iniciación cristiana. De tal modo que, como señala el documento, la aportación de los padres como iniciadores de la experiencia de fe y del encuentro con Cristo constituye la clave del primer anuncio.

Lo que hacen los padres educando a sus hijos es un servicio, un verdadero ministerio, como indica el documento en el punto 51, por medio del cual se transmite e irradia el Evangelio, hasta el punto de que la misma vida de familia se hace itinerario de fe, teniendo protagonismo y lugar privilegiado en este itinerario, sin duda, la Palabra de Dios, siendo necesaria desde luego la mutua colaboración entre familia, parroquia y escuela para hacer posible una eficaz formación integral de los hijos. En este punto, los Obispos indican la necesidad, tanto de facilitar a las familias materiales adecuados para la formación y educación de la fe, como preparar a catequistas y profesores para este fin.

2. La acción catequética en la parroquia Casi diríamos que por necesidad, los Obispos en sus orientaciones recuperan el análisis de la

dificultades y necesidades en las que se centró el capítulo primero del documento, y ello con el fin de poner en evidencia la dificultad de “hacer”, de generar, un creyente hoy, o dicho de otra forma, se preguntan cómo se genera un sujeto cristiano. Y si los Obispos se platean este tema, es precisamente por alejamiento de la cultura pública de la fe cristiana y el acercamiento decidido hacia un “humanismo inmanentista”, lo que ha supuesto que desde los años anteriores al Concilio Vaticano II, esa acción pastoral de la Iglesia que consiste fundamentalmente en llevar a Cristo a los hijos de Dios, en conducirles al encuentro con Cristo para que tengan vida y lleguen a ser “cristianos” en plenitud, está encontrando dificultades serias y crecientes para engendrar en la fe a las nuevas generaciones, con un ambiente familiar tibio o insuficiente, con una enseñanza religiosa que apenas logra que la fe de los alumnos resista ante las diversas concepciones de la vida vigentes en la sociedad, con una catequesis infantil y juvenil muchas veces como una débil corriente de aire fresco, y con una iniciación a la fe que reciben hoy muchos bautizados desde la cuna que resulta un proceso discontinuo, incompleto y muy débil para asegurarles consistencia y coherencia cristiana.

Para generar un sujeto cristiano del siglo XXI, los Obispos proponen el modelo del catecumenado,con “una iniciación cristiana de muchos quilates”, bajo la continua acción de la gracia. Esta iniciación cristiana se realiza mediante los tres sacramentos de iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía, en un itinerario catequético que ayuda a crecer y madurar la vida de la fe.

La catequesis de iniciación cristiana, debe de situarse dentro de la acción evangelizadora de la Iglesia, que va desde el primer anuncio o llamada a la fe, la catequesis que fundamenta la conversión estructurando básicamente la vida cristiana, y la educación permanente. Sin la catequesis de iniciación, la acción misionera no tendría continuidad y sería infecunda; la acción pastoral no tendría raíces. Como se indica en el documento de una forma bella, la catequesis hace resonar en el corazón de todo ser humano una sola llamada, siempre renovada: “Sígueme”; este mensaje que resuena en el corazón gracias a la catequesis, lo convierte en creyente y lo transforma en discípulo y testigo. Es muy importante, y así se destaca en el documento, la relación entre iniciación cristiana familiar y catequesis parroquial, tanto si el despertar

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religioso, el primer anuncio, ha surgido en el seno de la familia – que no debe suponerse siempre - como si no ha no ha sucedido, y en este caso con más motivo.

La catequesis de la iniciación cristiana se presenta como catequesis integral, que tendría por lo tanto como objetivos los siguientes: una iniciación orgánica en el conocimiento del misterio de Cristo y del designio salvador de Dios; una iniciación en la vida evangélica, una vida nueva según las bienaventuranzas; una enseñanza de los principios de la moral y una adecuada pedagogía de las virtudes y de los valores; una iniciación en la experiencia religiosa, en la oración, la vida litúrgica y sacramental; una iniciación en el compromiso apostólico y misionero; y una integración progresiva en la comunidad cristiana. Para que estos objetivos se realicen de forma adecuada, es necesario capacitar bien a los catequistas, teniendo en cuenta que su función en la transmisión de la fe es un verdadero ministerio eclesial.

En el números 63 a 65 del documento, que cierran este subapartado del capítulo segundo dedicado a la acción catequética en la parroquial, los Obispos ponen su atención en un punto muy importante, y del que depende que el proyecto de coordinación para la transmisión de la fe, y es que sea asumido por cada uno de los ámbitos competentes en la transmisión de la fe, teniendo en cuenta que es la parroquia la que debe asumir el protagonismo en dicha coordinación. Poner en práctica esta acción educativa exige una preparación cualificada de sacerdotes, catequistas y profesores, preparación que es urgente y debe ocupar un lugar privilegiado en la formación permanente de todos los agentes de educación religiosa o agentes pastorales parroquiales. Esta preparación es fundamental, y no es solo doctrinal tal y como se desprende de todo el documento que estamos sintetizando, pues el catequista, el agente de pastoral está llamado a ser antes testigo que maestro, y si es maestro es porque también es testigo; efectivamente, en el número 64 del documento se apunta la necesidad de que los adolescentes y jóvenes cuenten, porque lo necesitan, con alguien que les ayude a encontrar el sentido de la vida, y que se dejarán interpelar y orientar su vida por un testigo que haga propuestas exigentes, razonables y que respondan a los anhelos más profundos del corazón. Y es que todo itinerario catequético debe ser adecuado, esto es, debe facilitar a niños, adolescentes y jóvenes el encuentro con el Señor.

3. La enseñanza religiosa en la escuela En este apartado tercero del capítulo tercero del documento, se ofrecen los rasgos básicos que

identifican y distinguen el despertar religioso en la enseñanza religiosa en la escuela, que está al servicio de la evangelización, presentando el mensaje y el acontecimiento cristianos en sus elementos fundamentales, en forma de síntesis orgánica y explicitada de modo que entre en diálogo con la cultura y las ciencias humanas, a fin de procurar al alumno una visión cristiana del hombre, de la historia y del mundo, y abrirle desde ella a los problemas del sentido último del mundo. En este sentido, los Obispos llaman la atención en el punto 67 a que se tome conciencia de que la religión, además de ser una realidad interior, es un elemento integrante del entramado colectivo humano y un ineludible hecho cultural. Los contenidos fundamentales de la religión dan claves de interpretación de las civilizaciones, de modo que, si la religión es un hecho cultural importante que subyace en el seno de nuestra sociedad, su incorporación a la escuela enriquece y es parte importante del bagaje cultural del alumno.

Por eso, frente a algunas voces discordantes sobre la presencia de la religión en la escuela, el documento señala algunos motivos que autorizan su presencia:

- La enseñanza de la religión es necesaria para comprender la civilización europea (la filosofía, la literatura, el arte, las costumbres, las fiestas, los valores morales de la civilización…).

- La enseñanza de la religión en la escuela, bien realizada, favorece la unidad interior del alumno creyente.

- La enseñanza de la religión en la escuela enriquece al alumno que la recibe en tres aspectos importantes para la persona humana: le brinda motivos para vivir, le ofrece valores morales a los que adherirse y le indica caminos para orientar su comportamiento. Esta tarea corresponde a la familia y a la parroquia, pero también a la escuela, que no sólo instruye, sino que educa;

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- La escuela es el ámbito donde el alumno va conformando su personalidad en relación con sus compañeros, mirando al profesor como referente y asimilando críticamente el saber que se le transmite.

- La enseñanza religiosa se presenta como un saber sobre la doctrina y moral católica, que desarrolla, junto a otras, la capacidad trascendente de la persona, el sentido último de la vida y la respuesta a la cultura, a fin de integrar el saber de la fe en el conjunto de saberes.

En el punto 73, los Obispos subrayan, siguiendo las orientaciones de Benedicto XVI, que la enseñanza de la religión no puede reducirse a un mero tratado de religión o de ciencias de la religión, sino que debe conservar su auténtica dimensión evangelizadora de transmisión y de testimonio de fe, pues la enseñanza religiosa escolar se inserta dentro de los elementos básicos de la acción evangelizadora de la Iglesia, asumiendo la enseñanza religiosa, de manera muy especial, el anuncio y la propuesta moral del Evangelio. Y una vez más sale a la luz de forma expresa en el documento la preocupación por coordinar los tres ámbitos de transmisión de la fe, familia, parroquia y escuela, señalando el punto 75 que la enseñanza religiosa escolar sirve a la familia y a la catequesis al presentar una síntesis orgánica y sistemática de la fe.

Precisamente por esa dimensión evangelizadora que debe tener la enseñanza religiosa en la escuela, no puede olvidarse – y así se destaca en el punto 76 del documento – que las grandes preguntas del ser humano a la que la enseñanza religiosa pretende responder, carecerían de repuesta sin la referencia a Dios y su salvación. Por ello, en el punto 77 del documento se indica que el objetivo educativo se ha de centrar en la respuesta adecuada de la fe que busca entender, y el explícito sentido de la vida cristiana, yfundamenta además la enseñanza religiosa una serie de valores que dan sentido y estructuran la acción humanizadora de la religión católica, ofreciendo algunas dimensiones de carácter ético y moral que nacen de la relaciones entre la fe y la cultura, y entre la fe y la vida. Este objetivo educativo centraría la que se denomina, en palabras de Benedicto XVI, una “pastoral de la inteligencia”, que no se limita a dar nociones, informaciones y valores, sino que trata de dar respuesta a la gran pregunta acerca de la verdad, sobre todo acerca de la Verdad que guía la vida, y para eso es necesario ayudar a los jóvenes a ensanchar los horizontes de su inteligencia abriéndose al misterio de Dios en el que se encuentra el sentido y la dirección de nuestra vida.

Y para concluir este subapartado tercero del capítulo tercero del documento, dedicado a la enseñanza religiosa en la escuela, hay una directa referencia a la escuela católica y profesorado cristiano, apuntando la necesidad de que la escuela católica se comprometa con este proyecto y que, junto con la familia y la parroquia, lleve a cabo el objetivo primordial de promover la unidad entre la fe, la cultura y la vida. Y respecto del profesorado cristiano, se destaca este ministerio eclesial al servicio de la diócesis y en comunión con el obispo, y su auténtica dimensión evangélica de transmisión y testimonio de fe.

4. Propuestas de objetivos comunes Una vez que hemos podido ver en los tres puntos anteriores de este capítulo tercero del documento

los rasgos básicos que identifican y distinguen el despertar religioso en la familia, la acción catequética en la parroquia y la enseñanza religiosa, en este subapartado se proponen algunos objetivos y medios que sirvan a la reflexión personal y comunitaria, así como a la coordinación de los ámbitos y agentes comprometidos en la transmisión de la fe en un proceso educativo, todo con el fin – y esta es la propuesta de los Obispos - de conseguir una educación en la fe de niños, adolescentes y jóvenes para llevarles al encuentro con Jesucristo y su Evangelio en el seno de la Iglesia.

El punto de partida será una lectura realista y completa de los signos de este tiempo a fin de desarrollar una presentación persuasiva de la fe. Y los objetivos que se proponen en el documento pretenden responder a aquellos elementos que conforman la personalidad, como son la identidad del ser, el sentido de la vida o la dignidad de la vida, por lo que el objetivo primordial de la educación de la fe es dar a conocer y llevar al encuentro de Jesucristo. Es vital dar razón de nuestra fe, presentar el amor vivo que llena la vida y potenciar la esperanza fundamentada en Jesucristo; en definitiva, las nuevas generaciones tienen que descubrir la belleza y el gozo de ser cristianos, y que el encuentro personal con Jesús es clave para

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desvelar y sustentar la existencia cotidiana y la propia identidad, creciendo la vida y realizándose en plenitud. Resuenan tras esta reflexión que se contiene en el documento las palabras de la Gaudium et spes (22) “Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación”.

Desde esta perspectiva, el documento plantea como cuatro factores que caracterizan el proceso educativo de la persona. El primero sería educar a los niños, adolescentes y jóvenes para ser críticos con el ambiente en el que se mueven, que valoren su dignidad de personas. El segundo sería encontrar el sentido de su vida, mediante el descubrimiento de una fuerza vital que satisfaga los anhelos y esperanzas más profundas que anidan en el corazón humano; se trata de un proyecto de vida en torno al que se organiza toda su existencia y comportamiento, y que se sustenta en Cristo, que es el Camino, y que da sentido a nuestra vida. El tercer factor que caracteriza el proceso educativo de la persona sería un sólida formación doctrinal que facilite la profesión de la verdad y el ejercicio del testimonio, puesto que la respuesta cristiana a la cultura emergente y determinante hoy en los educandos no será eficaz sin esta sólida formación doctrinal. Esta formación, que conlleva la asimilación de una síntesis de fe persuasiva y adecuada a la edad, facilitará la respuesta a la cultura y, además, orientará el encuentro con Jesucristo, pues, en palabras de Benedicto XVI en su primera encíclica Deus caritas est, no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o gran idea, sino por el encuentro de un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. Y este es precisamente el cuarto factor que caracteriza el proceso educativo de la persona: la fe como encuentro.

Sentados los fundamentos de estos objetivos comunes que sirvan para la coordinación de los ámbitos y agentes comprometidos en la transmisión de la fe en el proceso educativo, el documento pasa hacer una enumeración y desarrollo de los objetivos específicos, que se sustentan sobre un objetivo general: la transmisión de la fe de la Iglesia a los niños, adolescentes y jóvenes en la familia, la parroquia y la escuela. Hacemos una remisión expresa a esta relación de objetivos específicos que se contienen en el documento, y que no reproducimos en esta síntesis, aunque sí recogemos expresamente la necesidad que manifiestan los Obispos de acompañar esta propuesta con cuatro líneas prioritarias: a) la revitalización de una profunda pastoral familiar; b) la prioridad y urgencia de formación y acompañamiento espiritual de los catequistas; y c) una efectiva formación pastoral de los profesores cristianos y religión.

IV. ELEMENTOS AL SERVICIO DE LA TRANSMISIÓN DE LA FE EN LA FAMILIA, LA PARROQUIA Y LA ESCUELA Se reitera en el documento lo que es pretende en el fondo con su publicación, que es articular un

proyecto común de coordinación respetando las peculiaridades de cada uno de los ámbitos educativos, por lo que uno de los elementos a tener en cuenta es el de las dimensiones específicas de cada institución, familia, catequesis y enseñanza religiosa.

1. Dimensiones de la familia En la familia – estamos hablando de lo ideal y así lo reconoce el propio documento – se produce el

despertar religioso y el niño recibe los rudimentos de la fe, momento muy importante para poner los cimientos que contribuirán a desarrollar su fe. Es imprescindible en esta etapa la relación frecuente con los padres, con los catequistas y demás agentes de pastoral, a través de encuentros y convivencias con matrimonios y familias para ayudarles en esta tarea. Las dimensiones que han de de cuidarse serían: el despertar del sentido religioso del niño mediante una toma de conciencia de sí mismo y de lo que le rodea; el desarrollo en el niño de su capacidad de admiración, a través de los gestos, reacciones y palabras de la familia y de la comunidad, y ayudarles a descubrir a Dios Padre; y el acceso del niño a la oración como diálogo con Dios, y despertar en él un conocimiento y crítica de sí mismo

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2. Dimensiones de la catequesis En el caso de la catequesis, el documento indica que sus dimensiones propias son directrices

indispensables que iluminan el camino, refuerzan la vida cristiana y conforman la formación religiosa integral. Esta acción eclesial conlleva el desarrollo de dimensiones de la fe como: el conocimiento de la fe (doctrina); la experiencia litúrgica y sacramental (celebración), la formación moral (virtudes y valores); la iniciación a la oración (experiencia religiosa); la educación para la vida comunitaria (la Iglesia) y el compromiso para la misión (la Evangelización).

3. Dimensiones de la enseñanza religiosa escolar La enseñanza religiosa escolar presenta el mensaje cristiano, desarrollando las distintas dimensiones

del saber, al servicio de la transmisión de la fe, y serían, según establece el documento: la dimensión teológica y científica del sabe religioso (síntesis de la doctrina católica); la dimensión trascendente de las persona (sentido último de la vida); la dimensión humanizadora (concepción cristiana de la vida); la dimensión humanizadora (concepción cristiana de la persona); la dimensión ético-moral (principios y valores); y la dimensión cultural e histórica (relación fe-cultura).

4. Contenidos que orientan un itinerario orgánico y sistemático Con el fin de evitar, como señala el propio documento, que la coordinación se quede en deseos, los

Obispos exhortan a que se programen y concreten algunos contenidos que deben ser las bases de un itinerario, y que cada diócesis puede adaptar según su situación religiosa y cultura, recordando, como ya lo hiciera el Directorio de la Pastoral Familiar de la Iglesia en España, la necesidad de coordinación entre las Delegaciones de Familia y Catequesis para que se aseguren los contenidos mínimos de esta presencia y la formación especializada de las personas encargadas de darlos (n. 84).

El documento, por una parte, relaciona en el punto 93 los contenidos que tendría que tener el anuncio o transmisión de la fe, contenidos de los que – como indican los Obispos – no podemos prescindir, puesto que son fundamentales a la hora de programar un itinerario en la fe, adecuándolos eso sí a cada edad, por tiempos y etapas, según los destinatarios y el contexto cultural en el que viven. Hacemos una remisión expresa a la relación que se contiene en el referido número del documento.

Y, por otra parte, en los números 94 a 99, se elabora lo que sería una propuesta de un itinerario marco para la formación religiosa de los adolescentes. El objetivo, como ya hemos apuntado, es desarrollar lo que Benedicto XVI ha llamado “pastoral de la inteligencia”, un itinerario basado en el Catecismo de la Iglesia Católica, teniendo en cuenta las características de esta edad de referentes contradictorios, por un lado, y trascendental en la construcción de la personalidad del adolescente, por otro, en la que hay que tener en cuenta la características de esta etapa de la adolescencia, que servirán para fijar los objetivos que se proponen, teniendo en cuenta que el discernimiento de las características que conforman la situación de las personas a la que va dirigido el mensaje cristiano es la primera acción responsable a la hora de concretar los contenidos adecuados. Así, el documento dedica los puntos 95 a 97 a hacer un sucinto pero completo estudio de estas característica que definen esta etapa de la vida, que se completa con las referencias a la psicología de esta edad en el punto 100, y para desarrollar en el punto 99 una amplia relación de contenidos de un itinerario orgánico, razonable y apreciable para esta edad, que proponen los Obispos como servicio de orientación, que tendrá que ser desarrollado conforme a las circunstancias y medios de cada diócesis o grupo de trabajo. Hacemos una expresa remisión a los indicados puntos, y que no reproduciditos porque desbordaría con creces el objeto de esta síntesis al documento. Sólo destacar con el punto de cierre de este capítulo cuarto del documento, el número101, que estas propuestas no pretenden ser una programación nueva y distinta, paralela a la que se desarrolla en la catequesis, el grupo o la enseñanza religiosa escolar, sino que son itinerarios cuyos contenidos pueden ser comunes a la enseñanza o la catequesis, acentuando, en cada etapa y en cada ámbito correspondiente, aquellos aspectos en los que es necesario incidir más, ya sea por su deficiencia, necesidad o insuficiente desarrollo.

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V. MEDIOS Y MODOS PARA LA COORDINACIÓN EN LA TRANSMISIÓN DE LA FE En este último capítulo del documento, se ofrecen aquellos medios que favorecen y ayudan a la

transmisión de la fe, hoy, según las distintas situaciones de los destinatarios y las diversas responsabilidades de padres, catequistas y profesores. Una vez más se insiste en que esta tarea de coordinación tiene como objetivo concertar esfuerzos e inquietudes y unir personas para conseguir un objetivo común, que es la transmisión de la fe católica. Y en este sentido los Obispos recuerdan algo que ya sabemos, que la mies es mucha y los obreros pocos, y que es necesario contar con responsables de catequesis, enseñanza religiosa y pastoral familiar para conocer los proyectos educativos, distribuir tareas y adquirir compromisos en orden a elaborar un proyecto común; un proyecto que, a la luz de la nueva evangelización, pide una nueva sensibilidad, un nuevo esfuerzo y una nueva propuesta de fe.

En el primer apartado de este capítulo (números 103 a 108), se desarrollan las situaciones a tener en cuenta en las distintas edades, que relacionamos de forma sucinta:

- La educación religiosa en la infancia en nuestro país es significativa desde el punto de vista cuantitativo, lo que siempre hay que verlo como una oportunidad para los catecúmenos y para la familia entera.

- Es apreciable la solicitud de la enseñanza religiosa en la escuela. - Es también destacable la influencia social de los acontecimientos religiosos del entorno y la presencia cultural de la

religión, que afecta sensiblemente en estas edades. - La infancia media (6 a 9 años), nos ofrece una mayor posibilidad de coordinación. Es el tiempo de la catequesis de

iniciación sacramental. La parroquia hace un gran esfuerzo en la transmisión de la fe y en el cuidado del grupo de catequizandos; la enseñanza religiosa escolar informa sobre la síntesis de la fe, presente en el currículo oficial; y la familia se esfuerza por completar la educación cristiana de los hijos. En esta etapa es necesario, y así se indica en el documento, hacer un esfuerzo grande en la coordinación en el orden a los objetivos y contenidos, y que padres, catequistas y profesores programen celebraciones conjuntas con los niños.

- En la infancia adulta (10 a 12 años), apunta el documento la necesidad de una catequesis orgánica y sistemática, coordinada con el currículo escolar de religión católica, que favorezca la síntesis de la fe, y que se centre en los objetivos que puedan ser compartidos con la familia, destacando el papel de mayor responsabilidad de la parroquia en cuanto al proceso de continuidad por la recepción de los sacramentos y en la coordinación de catequistas, padres y profesores.

- En la adolescencia (12 a 16 años), como ya se apunta más arriba en el documento y ya hemos dicho, es una etapa de la vida donde se ha de dedicar mayor esfuerzo de evangelización, y reiteran también los Obispos la necesidad de que los adolescentes tengan referentes personales, modelos que orienten esa búsqueda del sentido de la vida, con la certeza de que sólo Cristo puede llenar sus expectativas, anhelos e inquietudes más profundas. Insisten los Obispos en la necesidad de que esta etapa cuente con un proyecto educativo cristiano, además de la coordinación de la acción catequética de la parroquia con la acción formativa de la escuela y con la participación de los padres.

Después de recordar el documento la urgencia del testimonio - podríamos decir como método -, de los padres, catequistas, profesores y alumnos – que se podría resumir en la forma en la que Pablo VI expresaba esta necesidad de testigos en la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, donde Pablo VI observa que "el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros o si escucha a los maestros es porque son testigos" (n. 41) -, en el subapartado tercero de este capítulo quinto del documento se hace un desarrollo final de los medios y de los servicios mutuos en la parroquia, en la familia y en la escuela, partiendo una vez más de la necesidad de que la propuesta de educación cristiana que se hace en el documento, que es un medio de evangelización, necesita de la acogida y del servicio especialmente de la parroquia, de sus sacerdotes y de los catequistas, debiendo la parroquia asumir la responsabilidad de ser el motor de esta coordinación deseada.

En la parroquia. Lo que esperan la familia y la escuela de la parroquia y de la catequesis parroquial es la iniciación en la fe, en la vida litúrgica, en la oración personal y comunitaria, la integración en las celebraciones de la comunidad, la manifestación y testimonio de la unión de todos en la misma fe, en el mismo amor y en la acción caritativa y social, en el esfuerzo por servir, mantener y realizar una verdadera comunidad eclesial con Jesucristo como centro.

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En la familia. Sin profundizar más, el documento indica el papel de la familia en la educación en virtudes y valores por la palabra y el ejemplo de los padres, indicando la necesidad de que los padres sean informados de aquellos contenidos y métodos a través de los cuales los hijos puedan conocer, asumir y ponerlos en práctica, haciendo especial incidencia en la necesidad de que la dimensión afectivo-sexual esté presente en el proceso educativo de la fe. Es en este sentido, como apunta el documento, la Delegación de Pastoral Familiar la que debe revisar los materiales que se utilicen y ayudar, mediante expertos, a la adaptación pedagógica y la capacitación de los catequistas y demás agentes, que enseñen los temas. Si la familia necesita esta ayuda ante las influencias negativas que determinan el crecimiento armónico de sus hijos hacia el bien la verdad y la auténtica libertad, la escuela y la parroquia esperan de la familia que sea un espacio donde se respiran valores cristianos, y es que la familia, como recuerdan los Obispos en estas Orientaciones con palabras de Juan Pablo II otra vez en la Novo millennio ineunte, está llamada a ser hogar, escuela y taller.

En la escuela. Destaca en este punto el documento la necesidad que tienen los profesores cristianos y de religión católica - que enseñan y anuncian la fe en nombre de la Iglesia -, de la parroquia que les acoge como creyentes, y donde alimentan su fe y la celebran y desde ella, la testimonian. Además por lo tanto de la preparación teológica y la aptitud pedagógica, una garantía del profesor es la vinculación y el servicio a la comunidad cristiana de referencia, tal y como se señala en estas Orientaciones.

Y concluye este capítulo quinto del documento con una llamada a la comunión para la misión, y así se pide a los catequistas, profesores y padres que, interrelacionados, ofrezcan un testimonio coherente y concorde con los valores que la enseñanza religiosa propone y fundamenta, valorándose mutuamente lo que cada uno realiza según su vocación y función, apuntándose también la necesidad en que esta interrelación se concrete en modos, espacios y tiempos para el encuentro y la celebración entre los integrantes de esta comunidad educativa, que podría tener a la parroquia como centro y favorecer su participación. Y, para concluir definitivamente, los Obispos hacen una final referencia a la necesidad de las escuelas de padres para llevar a cabo los objetivos que se anuncian en estas Orientaciones.

CONCLUSIÓN El documento termina con unas conclusiones, que son más una invitación a todas las instituciones

implicadas a colaborar con este proyecto al servicio de la transmisión de la fe, destacando la labor de formar a nuevas generaciones, que es ardua, pero que es gratificante, y que necesita de maestros y testigos, o mejor, testigos para ser maestros, y ofreciendo el apoyo y estímulo de los pastores, conscientes de que tenemos al primer valedor en quien hemos puesto nuestra confianza: Jesucristo, el Maestro, el Señor.

Destaca una vez más el documento que esta propuesta de coordinación pretende estar al servicio de la comunión para la misión en el contexto de la evangelización, y que se ha optado precisamente para favorecer la acogida y la coordinación, por la máxima concreción en los contenidos y en los objetivos generales y específicos, así como en las acciones. Una propuesta que, insisten los Obispos, requiere un trabajo conjunto de todos los agentes implicados en la educación en la fe para adecuarlo a la circunstancias de cada diócesis, desarrollarlo y asumirlo como propio en cada parroquia, en cada escuela y en cada familia.

Es una ocasión, por lo tanto, para fomentar de nuevo la educación cristiana a todos los niveles, y la Conferencia Episcopal Española, según se indica en el documento, va a estudiar la posibilidad de un proyecto educativo católico que contemple una visión coherente, armónica y completa del hombre, que sirva para todas las instituciones educativas católicas.