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1 de William Shakespeare Versión de Pablo Alvarez para TODOS AL TEATRO. TAT OTELO OTELO

Otelo J ADAPTACION Version Pedagogica Tat · PDF file3 ADAPTACIÓN PEDAGÓGICA DEL TEXTO DE OTELO TAT 2011 NOTA: Se han realizado pequeñas adiciones a la adaptación original del

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de William Shakespeare Versión de Pablo Alvarez para TODOS AL TEATRO. TAT

OTELO

OTELO

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OTELO De William Shakespeare Versión. Felipe Castro. TAT OTELO Patricio Contreras ANTONIO Benjamín Berger RODRIGO Ricardo Zavala YAGO Ignacio Hurtado MONTANO Alex Rivera DUX/MARINERO 2 Antonio Chuaqui BRABANCIO Rodrigo Lisboa DESDEMONA Francisca Villagra EMILIA Pollo Briones BIANCA Valeria Pérez MARINERO 1 Franco Toledo Producción Marcia Jadue Dirección Felipe Castro

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ADAPTACIÓN PEDAGÓGICA

DEL TEXTO DE OTELO

TAT 2011

NOTA:

Se han realizado pequeñas adiciones a la adaptación original del TAT, para fines pedagógicos, teniendo en cuenta que:

- Este texto es la pieza fundamental sobre la que se centran los programas

educativos sobre Otelo del TAT. - Este texto será utilizado como material por profesores del Área de

Comunicación y Lenguaje a todo lo largo de Chile. - Muchos de los estudiantes que realicen actividades basadas en este texto no

asistirán al teatro.

Para la readaptación se ha procedido de la siguiente manera:

- Se respetó por completo el texto de la adaptación original, sin suprimir o cambiar el contenido de ninguno de los diálogos o escenas.

- Se ha conservado el subrayado para indicar los apartes hacia el público. - Se agregó una división en tres actos con tres escenas el primero, cinco escenas el

segundo y nueve escenas el tercero, que corresponden puntualmente a la adaptación original, sin afectarla en absoluto.

De esta manera pudo conservarse íntegramente sin cambios el texto de la adaptación original, mientras simultáneamente se facilita su lectura y las actividades conexas, para profesores y estudiantes.

Por supuesto, esta versión pedagógica está sujeta a la aceptación previa por parte del TAT y del Director.

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ACTO PRIMERO

ESCENA I

RODRIGO. : ¡Basta, Yago! ¡El moro, recién casado con Desdémona! No puedo creer que tú supieras y no me hubieras dicho nada...

YAGO. : ¡Pero si no sabía! RODRIGO. : ¿Qué no sentías odio por él? YAGO. : ¡Y créeme que lo odio! Tres coroneles fueron a pedirle

que me hiciera su teniente, que me subiera de rango. Pero Otelo el moro, inflado de orgullo, rechazó la demanda con gesto ampuloso: «ya he elegido a mi oficial». ¿Y a quién eligió como su teniente? A Miguel Cassio.

RODRIGO. : ¿Y entonces por qué sigues a sus órdenes? YAGO. : Tengo mis razones Rodrigo, yo tengo mis razones. Yo sirvo al moro, sólo porque así me sirvo. Sólo porque

así me sirve. Yo voy a tomarme mi revancha, Rodrigo… Yo no soy lo

que parezco… RODRIGO. : (indica) ¡Ésta es la casa de Desdémona! ¿Porque

teníamos que venir hasta aquí? YAGO. : Llama a su padre. Despiértalo. Entrégale al moro,

acúsalo. Cuéntale que su hija se casó con un extranjero. ¡Ladrones, Brabancio! ¡Ladrones! ¡Acaban de robarle, señor! Acaban de robarle lo más sagrado, la mitad más pura de su alma, la sangre más pura de su pura sangre. ¡Levántese rápido! ¡Corra a llamar a sus vecinos y amigos, porque, si no, el diablo lo va a hacer abuelo!

Aparece Brabancio.

BRABANCIO. : Te voy a matar, Rodrigo. RODRIGO. : Máteme si quiere, señor. Pero antes déjeme decirle algo:

sólo dígame que usted sabía. Que usted sabía que su hija se había casado con Otelo, Si, con el general Otelo, un negro sin patria y sin hogar.

BRABANCIO. : Iré a despertar a mi hija, Rodrigo. Para taparte la boca para siempre. Luego, te meteré en la cárcel.

YAGO. : Adiós, Rodrigo, voy a reunirme con Otelo. Izaré frente a él la bandera falsa de mi afecto y mi

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obediencia. Ahora es tu turno: preocúpate de conducir a Brabancio y

a todos los suyos, armados hasta los dientes, hasta el mismísimo Bar Inglés. Ahí le tenderemos una trampa. Ahí estaré yo, reunido conversando con el moro.

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ESCENA II

Cambio de luces, al tiempo que se oye, a todo volumen,

la algarabía completa del Bar Inglés Luego de un rato, deciden salir a conversar a la calle.

El ruido del bar se oye, ahora, a lo lejos.

YAGO. : Dígame, se lo suplico por todo el afecto que le profeso: ¿es verdad que se casó?

OTELO. : Es verdad. YAGO. : ¡Lo sabía! ¡Lo sabía! Hermosa gacela la que atrapó, mi

señor… OTELO. : Más que hermosa, Yago. Ella es mi camino. Ella es mi

descanso, ella es mi luz. Mírame Yago. Sólo una dicha profunda me acompaña.

Se oyen pasos.

Súbitamente, Otelo y Yago desenfundan sus pistolas y apuntan hacia un costado, desde donde entra Cassio.

CASSIO. : ¡Soy Miguel Cassio, mi general! OTELO. : (alegrándose) ¡Cassio! CASSIO. : (se cuadra) ¡Me alegra verlo, mi general! El Dux

requiere de su presencia inmediata. Urgente. Vientos de guerra mi general. La mayoría de los cónsules ya está en el Palacio de Gobierno. Todos lo esperan a usted.

RODRIGO. : (a Brabancio) ¡Ése es el moro, señor! (apunta a Otelo).

Los tres desenfundan sus pistolas y apuntan hacia un costado, desde donde entran Brabancio, Rodrigo.

Los dos bandos se apuntan, con sus armas.

OTELO. : ¡Bajen sus armas! Buen señor, se obedecerá mejor al prestigio de su edad que a la amenaza de sus balas.

BRABANCIO. : ¡Tú, ladrón! ¿Dónde has escondido a mi hija? ¿Cómo la engañaste? ¿Qué drogas le diste para doblar su voluntad?

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Sólo con el oscurecimiento total de su entendimiento pudo haber ido a parar a tus brazos, mono malévolo y oscuro. ¡Tú la drogaste, desgraciado! ¡Yo te llevaré a la justicia! (a sus hombres) ¡Aprésenlo! ¡Dispárenle si se resiste!

Los dos bandos levantan sus armas.

OTELO. : ¡Bajen sus armas! (a Brabancio) Yo no tengo problemas

en responder a sus acusaciones, señor. ¿Dónde quiere que vaya?

BRABANCIO. : Ahora, a la cárcel. Espera allá a que los jueces te hagan comparecer.

OTELO. : No puedo. El Dux requiere de mi presencia inmediata, señor.

CASSIO. : (a Brabancio) Asuntos de Estado, digno señor. El Dux citó a todo el Consejo. A usted también lo esperan en Palacio, señor.

BRABANCIO. : ¡¿Qué cosa?! ¡El Dux en Consejo! ¿¿A esta hora de la noche??

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ESCENA III

Es la Cámara del Consejo, en el Palacio de Gobierno.

DUX. : Una negra nube se cierne sobre el cielo de Venecia. SECRETARIA. : Ciento cuarenta naves de los turcos se dirigen hacia

Rodas. DUX. : No lo creo, Senador. Chipre es el objetivo del Turco. SECRETARIA. : Los reportes señalan a Rodas, señor.

Entran Brabancio, Otelo, Yago, Rodrigo y oficiales.

DUX. : ¡Una vez más, Otelo! OTELO. : Mi señor. DUX. : ¡Una vez más vamos a necesitar de tu privilegiada

visión de estratega, de tu animal agilidad en la batalla! OTELO. : ¿Qué sucede señor? DUX. : ¡Los turcos! ¡Una negra nube otomana comienza a

oscurecer el cielo transparente de Venecia! (ve a Brabancio) ¡Brabancio!

BRABANCIO. : Mi señor. DUX. : Me alegro que hayan podido encontrarlo. Bienvenido.

Vamos a necesitar de su consejo, mi buen Brabancio. Créame.

BRABANCIO. : Y yo del suyo, mi buen Dux. Créame. Y de su ayuda. Tendrá que comenzar por perdonarme, porque no me trajeron hasta aquí mis funciones en el Consejo ni la gravedad de los actuales asuntos de Estado, que no desconozco ni miro en menos. A mí me levantó el dolor, mi buen Dux. El dolor de mis propios asuntos personales me sacó del lecho y me puso en pie, aunque ahora en pie malamente logro sostenerme.

DUX. : ¿Qué pasa? BRABANCIO. : Mi hija. DUX. : ¿Está muerta? BRABANCIO. : ¡PARA MÍ, SÍ! La sedujeron, me la robaron y

pervirtieron, llenándole la cabeza de pájaros oscuros y el cuerpo de fármacos que atontan y debilitan.

DUX. : Sea quien fuere el que la dopó y embrujó, sufrirá la

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aplicación del sangriento libro de la Ley, en la más implacable de sus interpretaciones.

BRABANCIO. : (apunta a Otelo) Ése es el hombre. SENADOR 2. : Mierda.

Pausa DUX. : (a Otelo.) ¿Qué dices, Otelo? OTELO. : Muy reverendos y nobles señores, muy altos y sagaces

dueños de la Ciudad… Es verdad que me llevé a la hija de este anciano y es verdad que me casé con ella. Soy rudo en las palabras y no voy ahora a embellecer mi causa hablando maravillas de mí mismo ni adornando mis acciones. Al hueso. Si usted me autoriza, Dux, les narraré la historia completa de nuestro amor con Desdémona.

DUX. : Autorizo. OTELO. : Les contaré qué pócimas, qué engaños, qué mágicos

poderes usé para seducir a su hija… Dux, quisiera pedirle que envíe a buscar a Desdémona, al Hotel Nube, para que sea ella misma, en primera persona, la que complete mi relato.

BRABANCIO. : ¡MONO! DUX. : Autorizo.

El Dux chasquea los dedos y salen dos oficiales a buscar a Desdémona.

OTELO. : Si al cabo de lo dicho me encuentran culpable, no se contenten con retirarme la confianza y despojarme de mi cargo. Hagan rodar mi cabeza sobre el suelo.

BRABANCIO. : ¡MONO! ¡No lo dudes! DUX. : (con un gesto, calla a Brabancio). Escucho. OTELO. : Su padre, señores, que destemplado esta noche me

insulta y pide a gritos mi cabeza, su padre, digo, me quería mucho… Era habitual que me invitara a su casa, donde se solazaba, una y otra vez, interrogándome sobre la accidentada historia de mi vida. Todo le interesaba: cada batalla, cada asedio, cada una de las desarregladas suertes que me tocó enfrentar.

Una tarde llegué y Brabancio no estaba. Por primera vez, Desdémona dispuso de todo el tiempo del mundo para conversar conmigo. Le conté de todas las veces que

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escapé por un pelo de la muerte apasionada que me celaba. Cuando intentaron envenenarme en la campaña del Líbano. Cuando fui hecho prisionero y vendido como esclavo a los egipcios. No le ahorré detalle de las miserias de la guerra. Cuando terminé de hablar, me pareció que era la primera vez que contaba parte de mi vida. Nos miramos largo rato en silencio. El amor que nos había tomado por asalto. Ésa es, señores, la única brujería que he empleado.

Entran Desdémona, Yago y acompañamiento

BRABANCIO. : Sólo una cosa, mi Dux. Ya que mi hija está aquí

presente autoríceme a preguntarle a ella si fue con su voluntad y libremente que se entregó en brazos del moro.

DUX. : Autorizo. BRABANCIO. : Acérquese, se lo suplico, hermosa joven. ¿Puede

señalar, entre todos los presentes, a quién debe usted la mayor obediencia?

DESDÉMONA. : Mi noble padre, reconozco, entre los presentes, una obediencia dividida. A usted le estoy obligada por vida y educación. Nací su hija y así he crecido, profesándole respeto incondicional de padre. Pero en esta sala también está mi esposo. Y la misma obediencia que en otro tiempo a usted le declaró mi madre, prefiriéndolo entonces a su propio padre, ahora reconozco y declaro yo hacia Otelo, mi bienamado.

BRABANCIO. : ¡Suficiente! No tengo más preguntas no tengo nada más que hablar. Hija mía, tu escapada a escondidas, como un ladrón en la noche, me enseñó que no hay dolor más agudo que la traición recibida de quien más queremos.

DUX. : Permítame reflexionar, noble Brabancio, aportando visiones que traigan paz.

BRABANCIO. : Con todo respeto, mi buen Dux, y agradeciéndole de corazón sus sabios refranes, le rogaría que pasáramos, sin más, a los asuntos de Estado.

DUX. : Sin embargo, Brabancio… BRABANCIO. : Insisto. DUX. : Hecho. (a los Senadores) Reporte. OFICIAL. : (cuadrándose) Los turcos se dirigen hacia Chipre. DUX. : Lo dije… Otelo, los turcos navegan rumbo a Chipre con

la más poderosa flota que jamás les hayamos visto y Tú Otelo tú serás quien comande nuestro ejército y nos

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conduzca a la victoria. OTELO. : Siempre los he servido con arrojo, nobles señores y no

será ésta la excepción. Ahí me quieren, ahí estaré.

Se va llevándose a Desdémona. BRABANCIO. : Mírala con atención, moro, si tienes ojos para ver. Ha

engañado a su padre. Bien puede engañarte a ti. OTELO. : Pongo mis manos al fuego, señor. BRABANCIO. : Lleva entonces ungüento para las quemaduras. Lo vas a

necesitar.

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ESCENA IV

Se apaga el Salón del Consejo y se ilumina un farol en la calle, al tiempo que suena a todo volumen la sirena de un barco.

RODRIGO. : ¿Viste eso, Yago? YAGO. : Anda a dormir. RODRIGO. : Ella lo adora… Voy a ahogarme. Voy a ir al Puente de

los Descalzos, a lanzarme a las aguas del Gran Canal. YAGO. : No seas imbécil… RODRIGO. : Imbécil es vivir cuando la vida es un tormento. Sé que

es una vergüenza estar enamorado a este nivel, pero no puedo evitarlo.

YAGO. : ¡Por supuesto que puedes evitarlo! CON VOLUNTAD. RODRIGO. : No sé, no sé… YAGO. : Pon voluntad. RODRIGO. : No sé… YAGO. : ¡Sé hombre, Rodrigo! ¡Entero, completo, de pie!

Ahogarte… habrase visto tamaña estupidez… Justo ahora, cuando todo está en movimiento y nada

ocupa aún su lugar definitivo. Justo cuando gira y gira la rueda de la fortuna y todo aún podría pasar…

Justo ahora quieres bajarte, por favor… RODRIGO. : No sé, no sé… YAGO. : ¡YO SÍ SÉ, Rodrigo! Y te lo voy a decir, paso a paso…

Echa dinero en tu bolsa, mucho, porque lo vas a necesitar, ponte una barba postiza para que nadie te reconozca y síguenos a la guerra. Las cosas van a cambiar.

RODRIGO. : No sé, no sé… YAGO. : Yo odio al moro, Rodrigo. No lo olvides. RODRIGO. : No lo olvido. YAGO. : y voy a hacer TODO lo que esté a mi alcance por

ayudarte. RODRIGO. : Gracias, Yago.

Sale Rodrigo. YAGO. : Pobre Rodrigo. No logra ver nada. Ni lo que tiene en

frente de sus ojos.

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Otelo es rápido y zagas, hundirá por completo a la flota turca ganará fácil la batalla.

Todo será fiesta en Chipre. Otelo feliz, Cassio feliz… Cassio, Cassio es guapo, presencia no le falta. Es cosa de tiempo y nuestra bella

Desdémona, aburrida del moro, buscará su amistad sincera. Mientras más amiga de Cassio, mayores las dudas de Otelo. Ya está, ya está concebido el plan. Quedan todos invitados.

¡Que la noche y el infierno asistan al parto de mi engendro!

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ACTO II ESCENA I

Fuerte Famagusta. Gran algarabía. Todos celebran.

MONTANO. : Esto hay que celebrarlo, teniente. CASSIO. : Intente convencer a Otelo. MONTANO. : ¡Otelo! ¡Otelo! ¡Siempre trabajando! ¡Nunca se detiene!

¿Usted qué cree, teniente? ¿Tiene sentido vivir así la vida?

VOZ EN OFF: Alférez Yago, un oficial veneciano, dos mujeres. Comitiva de Otelo.

CASSIO. : (se pone los auriculares / micrófono. Su voz suena amplificada) Teniente Cassio. El salón está abierto. Cambio y fuera.

(se saca los auriculares) ¡Mi señora!

Entran Desdémona, Emilia, Yago y Rodrigo. DESDÉMONA. : (se acerca a abrazarlo) ¡Cassio mi querido amigo

Cassio! Se acabó la guerra! ¡Quiso el destino ahorrarnos un largo camino de sangre!

CASSIO. : (abrazándola) ¡Quiso el destino enviarnos a Otelo, mi señora! ¡Afortunado Chipre y la misma Venecia de contar con su valor! ¡Qué hermosa está usted! ¡Más juvenil y reluciente, aún después de largas horas de viaje! ¡Venga conmigo!

(hablándole a Montano) Montano: ella es Desdémona, la recién desposada de Otelo, mi general.

MONTANO. : ¡No tenía idea, mi señora! Y bendigo al cielo. Bendigo la hermosa justicia con que premia a Otelo, el duro, el infatigable. (besa su mano) Considéreme suyo. Incondicionalmente y para siempre, hermosa Desdémona.

CASSIO. : (a Desdémona) El Gobernador de Chipre, mi señora. DESDÉMONA. : Considéreme honrada de conocer su isla. MONTANO. : Déjenos manifestar en su persona nuestra enorme

gratitud por Otelo. DESDÉMONA. : Le ruego que no lo haga. No me cabe mérito alguno en

las proezas de mi esposo. YAGO. : (cuadrándose) ¡Alférez, Yago, Gobernador! A su entero

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servicio. MONTANO. : (dándole la mano) Bienvenido, alférez, bienvenido!

¡Bienvenido sea todo lo que proviene, se relaciona o huela remotamente a Otelo, halcón, ángel custodio de las costas de Chipre!

YAGO. : Ella es Emilia, mi mujer, asistenta personal de mi señora, Desdémona.

MONTANO. : Bienvenida, Emilia. EMILIA. : Gracias, señor. CASSIO. : ¡Bienvenidos, bienvenidos! (abraza a Rodrigo). MONTANO. : ¡Bienvenidos! (abraza a Yago). ¡Bienvenidos, bienvenidos!

Todos se ríen. Cassio abraza a Desdémona por el lado, con un brazo,

jugando a inmovilizarla. YAGO. : (en Off) Se los dije, se los dije. Cassio disfrutando de la

alegre complicidad y la confianza de Desdémona. ¿A qué distancia están el amor de la amistad? ¿Se parecen? ¿acaso se alimentan, el uno del otro? ¿Qué tan cerca se verán, en la aterrada mirada del Moro? Ésa será tu pesadilla, Otelo. Infierno en la Tierra. Yo me ocuparé de confundirlo todo.

OTELO. : ¡¿Acaso no merezco un abrazo y un beso de mi bienamada esposa?!

¡Triunfamos, amor! ¡Triunfamos y estamos vivos! DESDÉMONA. : ¡ESTAMOS VIVOS, AMOR! (sale) OTELO,- ¡Estamos vivos, amor! ¡Ven a darme un abrazo! ¡Ojala

estemos vivos por mucho tiempo! ¡Ojala sean muchos y largos los años en que disfrute yo de tu compañía!

DESDÉMONA,- ¡Así va a ser, amor! ¡El cielo está con nosotros! OTELO.- ¡Ven acá! DESDÉMONA.- Dichosa yo de tener tus brazos que me protegen. OTELO.- Dichoso yo, Desdémona, de tener los tuyos que me

acaricien. YAGO - (en off) Todo es amor entre los amantes… Solo yo, sin

embargo, alcanzo a divisar la grieta. La fisura por la que todo se desplomará.

OTELO.- ¡Yago, ¿estás ahí?! YAGO- ¡Atento y vigilante, mi señor!

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OTELO- ¡Trae mis cosas de la bahía! ¡Quiero desembarcar! YAGO.- ¡Así lo haré! OTELO.- ¡Nos vemos en la ciudad! TODOS. : ¡Nos vemos allá, Otelo!

Todos salen.

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ESCENA II

YAGO. : Rodrigo, calma, calma.. Ella se aburrirá de Otelo. Dalo por hecho. El punto es… que cuando eso ocurra… vas a tener otro competidor en ventajosísima posición.

RODRIGO. : ¿Cassio? YAGO. : El noble Cassio. El joven Cassio. El talentoso y muy

guapo Cassio, lleno de elegancia y simpatía. Dime si puedes imaginar mejor candidato para cuando la dulce Desdémona se aburra de mirar al mono. Y te puedo decir más…

Ya empezó a calentarse con mi teniente. RODRIGO. : (sacando su arma) ¡Esa es otra calumnia, Yago! ¡Está casada! ¡Es virtuosa! YAGO. : ¡Si fuera tan virtuosa jamás se habría revolcado con el

mono, a escondidas de su padre! Llama a cambio de escenario

YAGO. : Provócalo. A Cassio, hazlo salirse de madre. RODRIGO. : ¿Cómo? YAGO. : No es muy difícil. Tú anda a sentarte. Escuchen bien: hoy habrá una gran celebración en el

Hotel Reina Caterina. Habrá muchas personas ahí. Chipriotas, venecianos, marinos, mucho alcohol, mucho barullo. Yo voy a mezclarme entre la gente. Haremos que Rodrigo se acerque a Cassio. Cassio no lo conoce. Que le pegue que le diga alguna estupidez. Cualquier cosa de ese tipo. Apenas eso ocurra, yo agitaré la revuelta. Nada podría convenirle menos a Cassio que una pelea de borrachos en un puerto extranjero.

RODRIGO. : No sé si resulte. YAGO. : Intentémoslo. RODRIGO. : Lo voy a intentar. YAGO.- No tengo un plan. Sólo tengo mi instinto. Sólo mi odio.

No sé qué saldrá de todo esto. ¿Quién es mi enemigo? ¿Cassio? ¿El moro? ¿Yo mismo? Todos son mis enemigos.

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ESCENA III Gran fiesta en bar chipriota.

CASSIO. : ¡Las mujeres chipriotas, Yago, nada igual! YAGO. : ¡Nada igual! Coincido contigo. CASSIO. : ¡Nunca vi! YAGO. : ¡Yo tampoco! CASSIO. : ¡Nunca vi, en toda Venecia, nada igual! YAGO. : ¡Yo tampoco! CASSIO. : ¡Pero seamos específicos! YAGO. : ¡Eso! ¡Seamos específicos! CASSIO. : ¡Nunca vi pantorrillas iguales! YAGO. : ¡YO TAMPOCO! ¡Nunca vi! CASSIO. : ¡Nunca vi glúteos iguales! YAGO. : ¡Jamás! ¡En Venecia jamás! CASSIO. : Nunca vi, Yago, púbises iguales. YAGO. : ¿Púbises? Salud por eso (brinda). CASSIO. : Salud por los músculos del pubis (brinda). YAGO. : Por los músculos del pubis (brinda y luego le sirve más

trago a Cassio). CASSIO. : Salud (brinda). Las venecianas no son así… Ni

parecidas. Demasiado canal, demasiada góndola, todo plano, apenas caminan.

YAGO. : No todas las venecianas, Cassio. CASSIO. : No todas. Algunas tienen lo suyo. YAGO. : Como Desdémona por ejemplo… Pregúntale a Otelo. CASSIO. : ¡Por favor, Yago! ¡Desdémona es su esposa! YAGO. : ¡Por favor, Cassio! Muy plana será Venecia, Cassio,

mucho canal, mucha góndola, pero tendrás que reconocer que las piernas de Desdémona son -y serán siempre- las piernas de Desdémona…

CASSIO. : Ciertamente. Desdémona es muy hermosa. YAGO. : (mofándose) ¡“Muy hermoooooosa”! ¡Yo hablo de sus

glúteos, Cassio, de sus pechos! Del pubis no hablo, porque no tengo información… ¿O tú sí, Cassio?

CASSIO. : (sacando su pistola y apuntándole) ¡Ya basta, Yago! ¡Se te pasó la mano!

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BIANCA.- (desde lejos) ¡Cassio! ¡Ven a celebrar con nosotros! CASSIO. : ¡No puedo, amigos! ¡Ya tomé suficiente! YAGO. : Es Bianca Cassio. Tu amiguita…. No la desaires… CASSIO. : Ya tomé suficiente, Yago. YAGO. : ¡Por favor, Cassio! ¡Hoy ganamos una guerra! BIANCA. : ¡Anímate, veneciano! ¡Ven a brindar por la libertad! CASSIO. : Aaah… Me cantan, desde su isla, las sirenas de

Chipre… YAGO. : ¡Ya va, ya va! (brindando) ¡Salud! VOCES. : (en off) ¡Salud! YAGO. : ¡MONTANO! ¡GOBERNADOR! ¡Venga a brindar con

nosotros!

Entra el Gobernador Montano.

MONTANO. : Haré, en honor a ustedes, el brindis de la policía chipriota.

YAGO. : Nos honra usted, Gobernador. MONTANO. : “¿Cómo te llamas?” “Vino.” “¡Documentos!” “No

tengo.” “Pa’ dentro”. (Vacía su vaso, entre las carcajadas de todos)

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ESCENA IV Brutales ruidos de pelea afuera.

Vidrios quebrados, sillas rotas, gritos. RODRIGO. : (aterrado) ¡Retiro lo dicho! ¡Retiro lo dicho! CASSIO. : ¡¿Adornarán las baldosas del Hotel Caterina los sesos

desparramados de un perro chipriota?! RODRIGO. : (aterrado) ¡No me haga nada, señor! ¡Se lo suplico! CASSIO. : ¡CONTÉSTAME! ¡¿Adornarán o no adornarán las

baldosas?! RODRIGO. : ¡NO ADORNARÁN, señor! ¡No adornarán las

baldosas! CASSIO. : Difiero. YAGO. : Déjalo ir, Cassio. CASSIO. : Yo creo que sí adornarán. MONTANO. : (inmovilizando a Cassio, por la espalda) ¡Suéltelo,

oficial! CASSIO. : (sin ver quién es) ¡Suéltame tú! MONTANO. : ¡No se meta en problemas! CASSIO. : ¡No fui yo quien se metió en problemas! Estoy tratando,

sin embargo, de salir de ellos… ¿qué no me ven? Dije que me soltaran.

Súbitamente, Cassio dispara y hiere a Montano

Sólo entonces se da cuenta que es Montano. Rodrigo aprovecha la confusión para huir.

MONTANO. : Usted no está en sus cabales, oficial… CASSIO. : Yo…

Entra Otelo OTELO. : ¿Qué pasa aquí? YAGO. : El gobernador Montano, mi general. MONTANO. : Peleas de borrachos, Otelo. Un clásico de las fiestas.

Nada serio, habitualmente. Aunque esta vez estuvimos al borde de una tragedia. ¡¿O no, oficial?!

OTELO. : ¿Cassio? MONTANO. : Estuvo a punto de desparramar sobre las baldosas los

sesos de un pobre ave local. Acá mismo. ¡¿O no, oficial?!

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OTELO. : ¿Estás borracho, Cassio? ¿Acaso nos hemos desilusionado? ¿Acaso la tan rápida

victoria sobre el Turco nos dejó insatisfechos? ¿Será que en el delirio de los festejos se nos olvida, por un momento, que el mayor de los tesoros es la paz?

¡TE PREGUNTÉ SI ESTABAS BORRACHO, CASSIO! CASSIO. : (avergonzado, pero digno) Sí. OTELO. : Yago. ¿Qué viste, exactamente? YAGO. : Entró un hombre corriendo. OTELO. : ¿Cómo era? YAGO. : Flaco, con barba, traía un cuchillo en la mano. OTELO. : ¿Alguien lo conoce? Sigue, Yago. Te escucho. YAGO. : El hombre venía arrancando, pero Cassio le dio alcance.

Aquí mismo, lo arrojó al suelo y le puso la pistola en la cabeza. Yo no creo que fuera a dispararla, en todo caso. Lo hizo sólo para calmarlo.

OTELO. : ¿Le puso la pistola en la cabeza? YAGO. : En efecto, señor. OTELO. : ¿Para calmarlo? YAGO. : En efecto, señor. OTELO. : Entonces entré yo. YAGO. : En efecto señor OTELO. : No te culpo, Cassio. Nadie conoce ni controla las

nefastas consecuencias de una riña callejera. Pero yo requiero a mis soldados serenos. Vigilantes. Lúcidos. Todos somos virtuosos Cassio…. Hasta el día en que dejamos de serlo…. Quedas destituido de tu cargo ya no eres mi teniente….vamos gobernador, déjeme ayudarlo.

Salen todos, menos Cassio y Yago.

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ESCENA V

CASSIO. : (completamente abatido) ¿Qué hice, dios mío? YAGO. : Olvídalo, Cassio… (mientras cambia el escenario). Tal

vez se arrepienta, Cassio. CASSIO. : ¿Quién? YAGO. : El moro. Tal vez reconsidere. Mira bien Cassio… mira

bien… Las circunstancias, te proporcionan una hermosa oportunidad.

CASSIO. : No la veo. YAGO. : No me extraña. Ella. CASSIO. : ¿Ella? YAGO. : Ella. Te conoce bien. Sabe de tu lealtad, sabe de tus

virtudes. ¿Sabes lo que te aconsejaría? CASSIO. : No. YAGO. : Habla con ella. CASSIO. : Ni muerto. YAGO. : Habla con ella. Y pídele, francamente, que interceda por

ti frente a su esposo. Que lo convenza. Que lo haga razonar calmadamente. Tú has sido un militar brillante, Cassio. Otelo pierde si te pierde a ti.

CASSIO. : No sé si sea una buena idea. YAGO. : ¿Tienes otra mejor? CASSIO. : No tengo ideas… Ya todas se fueron. YAGO. : Piénsalo bien antes de soltar esta. CASSIO. : Gracias, Yago (le da un emotivo apretón de manos). YAGO. : Cassio fratello. CASSIO. : Hora de dormir. YAGO. : Hora de dormir.

Sale Cassio.

YAGO. : Mientras este idiota clama a Desdémona para que lo restituyan en su cargo yo me encargaré que el moro veo lo contrario. De ahí la telaraña en la que todos caerán.

Se asoma Rodrigo

RODRIGO. : ¿Lo expulsaron de Chipre?

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YAGO. : Estuviste brillante, Rodrigo. ¡Lo destituyeron! RODRIGO. : Casi me mata. YAGO. : ¿Y eso que importa? Todo sigue según el plan…

sígueme.

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ACTO III

ESCENA I

Jardín del castillo Entran Desdémona, Cassio y Emilia

DESDÉMONA. : Mi querido amigo Cassio, estuve pensando en lo que me

pediste y ten la seguridad que haré todo lo que pueda por ayudarte.

CASSIO. : Fui un burro salvaje, mi señora. Torpe y desbocado, rompiendo todo al galope. Pero nunca he dejado de serles fiel, ni a usted ni a mi general. Hasta la muerte.

DESDÉMONA. : Lo sé y lo agradezco, Cassio. Paciencia. Deja que pase la borrasca. Dale algo de tiempo para que su ánimo se enfríe.

CASSIO. : Temo que con su ánimo se enfríen también sus afectos, mi señora.

DESDÉMONA. : Esa es mi tarea, Cassio. Ahí estaré yo para evitar que eso suceda. Duerme tranquilo. Yo también sé de lealtades.

CASSIO. : ¡Otelo! Los dejo, mi señora. DESDÉMONA. : No, no. Quédate, para que estés cuando hable con él. CASSIO. : Prefiero que no, mi señora. Ya provoqué suficientes

problemas. Ya importuné lo suficiente.

Entran Otelo (de buen humor) y Yago, desde lejos. DESDÉMONA. : Haz como quieras. (poniéndole una mano en el hombro)

Celebro tu prudencia, burro salvaje (Cassio sonríe). Estoy segura que te rendirá los frutos que mereces. Cuenta conmigo

YAGO. : (viéndolos, habla para sí) ¡Ah! Eso no me huele bien…

Sale Cassio. OTELO. : ¿Qué dices? YAGO. : Nada, señor… OTELO. : ¿No era Cassio el que acaba de irse? YAGO. : ¿Cassio? No lo creo. ¿Por qué habría de escaparse, al

verlo llegar a usted?

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OTELO. : Me pareció que era él. DESDÉMONA. : ¡Mi dulce amor! (se abrazan) ¿Cómo van los negocios

de la guerra? ¿Se rinden todos a tu lucidez y a tu fiereza? OTELO. : Mi dulce amor… (se abrazan) Larga se me hacía la

mañana sin tus abrazos. DESDÉMONA. : Acabo de conversar con un hombre que apenas come y

apenas duerme, desolado como está por recuperar tu confianza.

OTELO. : ¿De qué me hablas, amor? DESDÉMONA. : De Cassio. OTELO. : ¿Era él quien estaba acá hace un momento? DESDÉMONA. : Era él. Mi amor, si tengo algún poder sobre tu corazón,

acéptame suplicarte que lo perdones. Está deshecho. Atormentado por su imprudencia, repasando una y otra vez los detalles de su pelea absurda. No logra resignarse a perder tu confianza. Nada le importa más que tu aprecio y tu cercanía. Cometió un error. Nadie lo duda. Pero también está lleno de virtudes. Tú las conoces bien. Te lo suplico. Perdónale su falta.

OTELO. : Por favor… DESDÉMONA. : Por favor, perdónalo. Yo no te negaría nada que tú me

pidieras de corazón. Nada, mi amor. Es Cassio. Tu amigo.

OTELO. : ¡Suficiente, estoy perdido! No logro resistirme a nada que me pidas. Perdonado está, Desdémona. Le voy a restituir su cargo. No sin condiciones, pero esa será materia que yo luego conversaré con él. Quédate tranquila, mi generala.

DESDÉMONA. : Tranquila quedo, mi general. Y agradecida. Y enamorada. Perdidamente enamorada. Y feliz. Corro a darle la buena nueva.

OTELO. : Corre todo lo que quieras. No te vas a poder escapar de mí.

Sale Desdémona.

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ESCENA II OTELO. : Ella es el amor de mi vida. Me siento débil, frente a tu

voluntad. Sin embargo, nada quiero más que mi flaqueza. YAGO. : Mi señor... OTELO. : Dime, Yago. YAGO. : ¿Es que conocía Cassio de su amor por mi señora,

cuando usted la cortejaba? OTELO. : Desde el primer día. ¿Por qué me preguntas? YAGO. : Por nada. OTELO. : Por supuesto. ¿Por qué? ¿Te parece raro? YAGO. : ¿Raro, señor? OTELO. : Sí, raro. YAGO. : Raro no, señor, ¿por qué habría de parecerme raro? OTELO. : (algo suspicaz) ¿En qué estás pensando? YAGO. : ¿Pensando yo, señor? OTELO. : Sí, pensando. ¿Por qué repites todo lo que te digo? Estás

atorado con algo. ¿Quieres decirme algo? YAGO. : ¿Quién, yo? OTELO. : ¡Por favor, Yago! Te oí mascullar cuando encontramos

a Cassio con mi mujer: “esto no me huele bien”. ¿Qué es lo que no te huele bien?

YAGO. : Mi señor, usted sabe que yo lo aprecio. OTELO. : Perfecto. Dime qué estás pensando. YAGO. : Yo no he pensado nada mal de Cassio, señor. OTELO. : ¿Piensas mal de Cassio? YAGO. : ¡No, no, no, no, no! ¡No he dicho eso, señor! ¡No

coloque en mi boca palabras que no proferí, se lo suplico! Menos, si podrían dañar la honra de hombres sin tacha, limpios y honestos.

OTELO. : ¡Para la joda, Yago! Habla como hombre y deja la mariconada. ¿En qué - estás - pensando?

YAGO. : No me gusta la cercanía entre Cassio y Desdémona. OTELO. : ¿Desconfías de Cassio? YAGO. : Dios me libre. Pongo mis manos al fuego por él. OTELO. : ¿Desconfías de Desdémona? YAGO. : Menos. Sólo virtud veo en su alma. OTELO. : ¿Entonces qué?

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YAGO. : Todos somos virtuosos, mi señor, hasta el día en que dejamos de serlo.

OTELO. : ¿A ver, que mierda te pasa!! ¿Viste algo raro, algo inusual?

YAGO. : Nada, señor, nada extraordinario. Puede que hayan sido sólo coincidencias. Me los he encontrado muchas veces juntos.

OTELO. : Que los encontraste juntos…. Eso me estás diciendo que los encontraste juntos… pero si es lógico que estén juntos ¡¡Son amigos Yago son dos buenos amigos!!

YAGO. : Por eso le digo, lo más probable es que no sea nada. Me pareció que eran un poco demasiado buenos amigos… no se…demasiada complicidad, demasiadas risas, demasiada manito en el hombro, no sé, no sé.

OTELO. : Lo que pasa es que eres un mal pensado, Yago. YAGO. : Toda la razón, mi señor. Tiene usted toda la

razón….Sólo permítame la insolencia de un último consejo: mantenga los ojos bien abiertos. Especialmente con Desdémona.

OTELO. : (molesto) ¿Por la mierda? ¿Desconfías o no desconfías de ella?

YAGO. : No se trata de eso señor…. OTELO. : Suficiente, Yago. Me aburrí de tus negras visiones. YAGO. : Le ruego me disculpe, mi señor. No quise dejarlo

preocupado. OTELO. : No estoy preocupado. YAGO. : Lo noto preocupa… OTELO. : Pero no lo estoy. No te preocupes. Me dejaste agotado.

Pero no preocupado. ¿De qué habría de preocuparme? No has visto nada raro, tampoco me has dicho nada nuevo. Te lo dije. Tendría que estar loco.

YAGO. : Se lo dije, mi señor. Por favor, no me haga caso. OTELO. : Déjame sólo, Yago. Quiero descansar.

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ESCENA III Desdémona llega por detrás y suavemente

le cubre los ojos. Otelo salta como un felino desenfundando su cuchillo.

OTELO. : Desdémona… DESDÉMONA. : La guerra terminó, mi amor. OTELO. : No para mí. Nunca termina del todo. ¿Qué haces acá? DESDÉMONA. : Te estaba buscando. OTELO. : ¿Para qué? DESDÉMONA. : Para nada. ¿Qué pasa? ¿Te duele la cabeza? OTELO. : Como si la tuviera bajo una prensa. DESDÉMONA. : ¿Tomaste los remedios? OTELO. : Siento una mano negra comprimiéndome el cráneo. DESDÉMONA. : Maldita epilepsia. OTELO. : Maldita. DESDÉMONA. : Pero va a pasar. OTELO. : Todo va a pasar. DESDÉMONA. : Es verdad. Pasará la epilepsia. OTELO. : Pasarán sus dolores. Pasarán luego nuestros abrazos.

Pasarán todos los juramentos de amor. Todo, todo pasará. Mi amor… ¿No estás arrepentida de haberte casado conmigo?

DESDÉMONA. : Estoy orgullosa de haberme casado contigo. OTELO. : Estoy agotado, me ahogo, no puedo respirar. DESDÉMONA. : Es la epilepsia (le seca la frente con su pañuelo). OTELO. : No, amor, soy yo. DESDÉMONA. : Ya va a pasar. OTELO. : Como todo. DESDÉMONA. : Así es. Como todo.

Salen. Desdémona deja olvidado su pañuelo.

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ESCENA IV Entra Emilia ve el pañuelo y lo toma.

Parece acordarse de algo. Lo guarda en un bolsillo.

YAGO. : ¡El pañuelo de tu señora! (lo toma, rápidamente). ¡Me

sorprendes, perrita fiel! ¿Te lo vas a robar? ¿Morderás la mano que te da de comer?

EMILIA. : ¿Estás loco? Estaba aquí botado. Y tú ¿para qué lo querías? ¿Para que querías un pañuelo de mi señora?

YAGO. : Ternuras mías, perrita fiel, debilidades. EMILIA. : Qué raro. YAGO. : ¿Qué tiene de raro? EMILIA. : Nunca te he visto con debilidades. YAGO. : Es la edad, Emilia. EMILIA. : ¿Ah, sí? YAGO. : Y la lejanía. La distancia con Venecia. Mi patria, a la

que amo como a mi madre. Todo se junta. Súmale este sol brillando, la brisa marina de Chipre y aquí me tienes. Hecho un sentimental. Perdido, reblandecida mi habitual coraza de soldado.

EMILIA. : Nunca te vi reblandecido. YAGO. : Todo cambia, Emilia. EMILIA. : Incluso tú. YAGO. : Incluso yo (la besa). EMILIA. : ¿Está bien te presto el pañuelo… cuando me lo

devuelves? YAGO. : ¿¿Devolver?? EMILIA. : Obvio. ¿O creías que se lo iba a robar yo a mi señora? YAGO. : (como diciendo “por favor”) Emiiilia, Emiiilia… EMILIA. : Emilia, un huevo. ¿Cuándo? YAGO. : (súbitamente irritado) ¡Cuando lo desocupe! ¿Alguna

otra pregunta? EMILIA. : Imbécil. YAGO. : Emiiilia… EMILIA. : Tú no cambias, Yago (se va). YAGO. : Emiiilia, Emiiilia… tan básica, tan primitiva… tan sin

destino… ¿Qué hace? ¿Cuáles son sus proyectos? ¿Cuál

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es su sueño? Pues bien, enfoquen la vista y miren, miren todo lo que se puede hacer con un simple pañuelo.

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ESCENA V

Se ilumina Otelo.

OTELO. : ¿Qué fue lo que oíste? YAGO. : Le ruego que no, mi señor. No tiene ninguna

importancia. OTELO. : Eso lo evaluaré yo. Te escucho. YAGO. : (incómodo) Ah, señor… Es una trivialidad, es sólo algo

raro. OTELO. : ¿Qué tan raro? YAGO. : Señor. Usted sabe que todos los oficiales dormimos en

el mismo lugar. OTELO. : ¿Y? YAGO. : Bueno pasa que nuestro amigo Cassio habla. OTELO. : ¿Cómo que habla? YAGO. : Bueno, habla dormido. Mientras sueña…. habla. OTELO. : ¿Y? YAGO. : Hace días que menciona a Desdémona mi señor. OTELO. : ¿Y? ¿Se puede saber qué es lo que dice? YAGO. : Bueno él le habla a ella en sus sueños. Quiero decir, se

dirige a ella. La última noche la cosa se puso grave porque todo el regimiento se enteró se enteró porque él le daba indicaciones… o sea en el sueño mientras le hablaba a Desdémona le daba indicaciones… Se le entendía poco, pero claramente comenzó a pedirle que se sacara la ropa. Se reía. Era como un juego….porque le pedía cosas muy raras…posiciones muy raras y luego de un rato dejó de hablar…. porque empezó a gemir. Empezó a moverse en la cama, daba vueltas y gemía y jadeaba y se daba vueltas y empezó a decirle “toma, toma, toma, toma, toma”.

OTELO. : ¡¿Y QUÉ PRUEBA ESO, HIJO DE PERRA?! ¡¿AH?! ¡¿QUÉ MIERDAS PRUEBA TU PUTO SUEÑO?!

YAGO. : ¡NADA, SEÑOR! OTELO. : ¡DE NUEVO! ¡REPITE! YAGO. : ¡NADA, SEÑOR! ¡NO PRUEBA NADA! OTELO. : ¡Perdona, Yago! Tú no tienes la culpa. Soy yo, estoy

nervioso, estoy alterado. YAGO. : Pero no me pida a mí que oficie de vigilante, mi señor. OTELO. : ¿Y a quién quieres que le pida?

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YAGO. : Pues… no lo sé, mi señor. OTELO. : Yago… YAGO. : No se lo pida a nadie. OTELO. : Yago, Yago. YAGO. : Deje al tiempo que aclare lo que está oscuro. OTELO. : ¡Yago! Yo no tengo tiempo. ¿No te das cuenta? Yo no

soy un veinteañero. No tengo toda la vida por delante. YAGO. : ¡Pero ¿qué quiere, mi señor?! ¡¿Verlos, copulando, con

sus propios ojos?! ¡¿Eso quiere?!¡¿Y si nunca llega a verlos copulando?! ¡Dígame! ¡¿Y si nunca llega a verlos ¿qué probaría eso? ¿Qué son fieles, o que saben esconderse? ¡Dígame! ¿Tiene Desdémona, mi señor, un pañuelo verde y amarillo, algo brillante, que podría ser de seda?

OTELO. : Sí, ¿por qué? YAGO. : Porque juraría que hoy vi a Cassio que lo llevaba. OTELO. : ¿Cómo que “jurarías”? ¿Lo llevaba o no lo llevaba? YAGO. : Y aunque así fuera ¿qué probaría eso? Nada, mi señor.

Absolutamente nada. La vida es terrible, mi señor. Avanzamos a oscuras, siempre. Adivinando, siempre. A oscuras, aunque haya sol.

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ESCENA VI Se ilumina la pieza de Cassio,

donde están él y Bianca, la putita.

CASSIO. : (con una botella de vino blanco y dos copas) ¡Alegría, Bianca, júbilo, hora de festejar!

BIANCA. : (amurrada) Hora de festejar que te acordaste de mí. CASSIO. : (alegre, calmándola) Mi Bianca, mi Bianquísima… ni

por un momento he dejado de pensar en ti. BIANCA. : Sóplame este ojo, Cassio. No nací ayer. CASSIO. : Yo sí, Bianca. Nací ayer. De nuevo. Todo parecía

terminado para siempre y todo, ayer, sin embargo, ha vuelto a sonreírme.

BIANCA. : ¿Qué pasó? CASSIO. : He vuelto a ser teniente. El moro me restituyó mi rango. BIANCA. : (con incrédula alegría) ¡Nooooo…! CASSIO. : Absolutamente sí. BIANCA. : Amore…

Se besan apasionada y erotizadamente.

BIANCA. : No me digas nada. El mono de tu general se dio cuenta que te necesitaba.

CASSIO. : Cuida tu lengua, pantera. No lograría resignarme a que nadie te la cortara.

BIANCA. : ¿Por qué? ¿Te gusta cómo la uso? (se la pasa por la boca y el resto de la cara).

CASSIO. : Brindo por eso (brindan). BIANCA. : Y por esto (lo besa, apasionadamente). CASSIO. : Aaah… qué calor, Bianca. BIANCA. : No me parece que sea para tanto. CASSIO. : ¿Por qué no te sacas algo de ropa? BIANCA. : ¿Yo? CASSIO. : Claro. BIANCA. : ¿Y tú? ¿Por qué no me llamaste antes? CASSIO. : Panterita… BIANCA. : Hace cuatro días que no me llamabas. Hace una semana

que no me veías.

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CASSIO. : Yo estaba en el fango, panterita mía… Día y noche rumiaba la hiel amarga de mi desventura. La vida entera me parecía una mierda en la que yo oficiaba de imbécil mayor. ¿A quién iba a llamar? Es verano en Chipre y a mí todo me parecía gélido hasta ayer. Pero ayer todo cambió. Porque nací de nuevo, pantera. Y ahora sí que hace calor, ¿no lo sientes?

BIANCA. : Eres un perro… Sácame tú la ropa. CASSIO. : Salud por eso. BIANCA. : Y por esto. CASSIO. : Y por esto.

Se coloca detrás de ella y la abraza.

Entra Yago. YAGO. : ¡Pero qué fiesta inesperada! ¡Qué jolgorio cayó del

cielo! CASSIO. : ¡Yago, fratello! (lo abraza y le da un beso de amigos)

¡Me restituyeron mi cargo! ¡Teniente, otra vez! YAGO. : Justicia, Cassio. Ni más ni menos. Sólo recuperaste lo

que en justicia era tuyo. BIANCA. : Brinda con nosotros, Yago. BIANCA. : ¡Quédate, Yago, brindemos los tres! YAGO. : Insisto, amigos. Salud. Por ustedes. No se apuren. Yo

vuelvo tarde.

Le entrega a Yago el pañuelo para que se lo regale a Bianca.

YAGO:- Un pañuelo…. Un simple pañuelo.

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ACTO III

ESCENA I

OTELO. : No logro ahuyentar los malos pensamientos, no logro arrancarlos de mi mente… Me acuesto. Trato de pensar en otra cosa. Y por un momento lo logro. Me duermo. Pero solo por un momento… En mitad de la noche me despierta de golpe la imagen de mi mujer en la cama con otro. Trato de ahuyentar esa imagen. Pero la imagen no me suelta. Estoy agotado. Malos pensamientos. Veneno.

YAGO. : ¡Mi señor! ¡Mi señor! OTELO. : ¿Qué pasa, Yago? ¿Qué haces acá tan temprano?

Yago jadea, recuperando el aliento. Se ve demacrado.

YAGO. : Lo siento mucho, mi señor. Qué menos quisiera yo que

ser el portavoz de la desgracia. OTELO. : ¿Qué pasó? YAGO. : Lo peor de lo peor se ha confirmado. OTELO. : ¿Cómo lo sabes? YAGO. : Lo vieron mis ojos. OTELO. : ¿Qué viste? YAGO. : Vi al canalla de Cassio, como un perro en celo

embistiendo a su mujer, mi señor, mientras jadeaba y se reía y su mujer se retorcía y también jadeaba, clavando sus manos en la espalda y las piernas de él.

OTELO. : No te creo, Yago.

Silencio.

Saca radio y llama a Cassio. Activa el altavoz, para que OTELO escuche.

CASSIO. : (en off, despertando, aún adormilado) ¿Yago? ¿Dónde

estás…? YAGO. : ¿Despertaste, tigre? Y lograste resistir toda la noche.

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CASSIO. : Uf, apenas… Esa mujer es una fiera. YAGO. : ¿Por qué no te casas con ella, si la disfrutas tanto? CASSIO. : Por favor, Yago… ¿se te olvida que está casada? YAGO. : Verdad. Chao, tigre.

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ESCENA II Desdémona y Cassio,

en una banca en el jardín del Hotel Reina Caterina. Él está muy alegre, ella algo triste.

CASSIO. : (eufórico) Aleluya, mi señora. Mil veces, aleluya. A

usted le debo todo. Sus buenos oficios fueron los que me devolvieron lo único valioso que tenía.

DESDÉMONA. : Tu reputación. CASSIO. : Lo único valioso que tenía. DESDÉMONA. : No es lo único, Miguel. CASSIO. : Este día glorioso no se aviene con ese pesimismo, mi

señora. DESDEMONA. : ¿Eso crees? CASSIO. : (aún eufórico) Mi señora… Ganamos la guerra. ¿Dónde

logra encontrar razones para la melancolía? DESDÉMONA. : En Otelo. CASSIO. : ¿Qué pasa con él? DESDÉMONA. : No logro descifrarlo. Una rara desconfianza pareciera

haberse apoderado de él. Me trata con distancia, hace preguntas raras…

CASSIO. : (la mira de frente, poniéndole un brazo en los hombros) Se le va a pasar, mi señora.

DESDÉMONA. : ¿De verdad lo crees? CASSIO. : Completamente. Déjeme abrazarla, mi señora. Déjeme contagiarle hoy esta alegría que me desborda. DESDÉMONA. : ¿Crees que sea contagiosa? CASSIO. : No me cabe duda.

Se abrazan, con inequívoco y grande afecto de amigos. Se ilumina a lo lejos la figura de Otelo, mirándolos,

sin que ellos lo vean.

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ESCENA III

OTELO. : ¿Cómo me encontraste, Desdémona? DESDÉMONA. : Estaba aquí, mi amor. OTELO. : ¿Qué hacías tú aquí? DESDÉMONA. : Nada, amor. Descansaba. OTELO. : ¿Sola? DESDÉMONA. : Sí, sola. OTELO. : Juraría que vi a Cassio. DESDÉMONA. : Bah, por supuesto… Cassio pasó hace unos minutos. OTELO. : ¿Qué hacía él acá? DESDÉMONA. : Me estaba buscando. OTELO. : ¿Ah, sí? ¿Para qué? DESDÉMONA. : Está eufórico, amor. Dichoso porque le restituiste su

rango de teniente. OTELO. : Me alegro. DESDÉMONA. : Cassio daría la vida por ti mi amor. OTELO. : ¡Y tú por él, según se ve!

Silencio. DESDÉMONA. : ¿Qué me quieres decir? OTELO. : ¡NADA! ¡¿Por qué?! ¡¿Acaso tú me quieres decir algo?! DESDÉMONA. : Nada que no te haya dicho, amor. ¿Qué pasa? OTELO. : Esa es una muy buena pregunta. DESDÉMONA. : ¿Por qué me estás hablando así? OTELO. : De verdad tienes cojones, Desdémona. DESDÉMONA. : (muy extrañada e incómoda) ¿Qué está pasando? Algo está ocurriendo. Algo que no me has dicho. Si

tienes algo que decirme, dímelo. Acá estoy, en frente tuyo.

OTELO. : Prefieres que te hable con la verdad. DESDÉMONA. : Así es. OTELO. : Dime una cosa… DESDÉMONA. : Te escucho. OTELO. : Si eres falsa y eres puta ¿desde cuándo tienes esa

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afición, la verdad? DESDÉMONA. : ¿Por qué me insultas? ¿Qué te hice? OTELO. : Preferiría escucharlo de ti. DESDÉMONA. : No tengo nada que decirte. OTELO. : ¿Nada? DESDÉMONA. : Nada. OTELO. : Entonces raja (chasquea los dedos). Déjame solo.

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ESCENA IV Entra CASSIO.

CASSIO. : (cuadrándose) Buenos días, mi general. OTELO. : Te escucho, Cassio. CASSIO. : Quería agradecerle, mi general. OTELO. : ¿Por qué razón? CASSIO. : (confundido) Pues… por haberme restituido mi rango,

mi señor. OTELO. : ¿Sólo por eso? CASSIO. : ¿A qué se refiere? OTELO. : No lo sé. Tal vez te he estado haciendo otro favor… Sin

darme cuenta. CASSIO. : No le entiendo, mi señor. OTELO. : ¿Quieres volver a Venecia, Cassio? CASSIO. : No tengo apuro, mi señor. Disfruto de Chipre. OTELO. : Pero tenías novia en Venecia. Debes echarla de menos. CASSIO .-. : (liviana y alegremente) Bah, no era nada, mi señor…

Una palomita veneciana, como hay cientos, usted lo sabe. Y no son muy remilgadas. Siempre hay alguna mansita y dadivosa, dispuesta a comer de nuestra mano.

OTELO. : (abalanzándose sobre él y colocándole un cuchillo en el cuello) ¡Esa no es manera de hablar de las venecianas! ¡¿No era tu madre una veneciana?! ¡¿No lo son tus hermanas?! ¡¿Se te olvida acaso que yo estoy casado con UNA VENECIANA?!

CASSIO. : (aterrado) ¡No se me olvida, mi señor! OTELO. : ¡¿Estás seguro que no se te olvida?! CASSIO. : ¡Estoy seguro! OTELO. : ¡¿Cómo se llama mi mujer veneciana?! CASSIO. : ¡Desdémona! OTELO. : ¡No entendí bien! ¡¿Quién es Desdémona?! CASSIO. : ¡Su mujer veneciana! OTELO. : Excelente (lo arroja al suelo).

Luego de unos segundos, cambia súbitamente y se pone risueño, aunque de manera algo fingida.

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OTELO. : ¡Era una broma, Cassio! ¡Era una broma! CASSIO. : (sacando el pañuelo) Por Dios, mi señor. Casi me mató

de susto.

Sale Cassio

OTELO. : ¡Fuera! (saca su radio) Atento YAGO. Lo quiero muerto. Quiero a Cassio muerto.

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ESCENA V Emilia entra.

EMILIA. : (ligeramente turbada) Buenas tardes, mi señor. ¿Usted me mandó a llamar? OTELO. : Me gustaría preguntarte algo. EMILIA. : (algo seca) Pregúnteme lo que quiera, mi señor. OTELO. : ¿Has visto juntos a Desdémona y Cassio? EMILIA. : Por supuesto. Muchas veces. OTELO. : ¿Alguna vez te pidieron que los dejaras solos? EMILIA. : Nunca. OTELO. : ¿Los viste tocarse alguna vez? EMILIA. : ¿¿Tocarse?? OTELO. : Sí, tocarse. Un abrazo, un gesto, una mano, cualquier

cosa… EMILIA. : Creo que sí… OTELO. : ¿Cómo? EMILIA. : ¿Cómo qué? OTELO. : ¡ESTO NO ES EN JODA, EMILIA! ¡¿CÓMO SE TOCABAN?! EMILIA. : No sé… no sé OTELO. : ¿No te pareció raro? EMILIA. : Para nada. OTELO. : (se suelta) ¿Por qué la defiendes? EMILIA. : No la estoy defendiendo. OTELO. : No sé qué hacer, Emilia, no sé qué hacer… EMILIA. : (comprensiva) Confíe en ella, mi señor. OTELO. : (angustiado) Pero, ¿cómo voy a confiar en ella? EMILIA. : ¡Ya basta, mi señor! ¡Pare de llamar a la mala fortuna!

Usted tiene una mujer maravillosa. Cientos de venecianos se cortarían un brazo por contar con el privilegio de su amor. Ella es joven, es alegre, es paciente. Además es fiel. Yo sé, mi señor, que aunque usted lo niegue, alguien está esforzándose, día a día, contándole las más retorcidas mentiras sobre mi señora.

OTELO. : La dulzura de Desdémona, Emilia, ha sido para mí como la luz de un faro en noche de tormenta.

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¡NADIE ME HA CONTADO NADA EMILIA! ¡¡SOY YO QUIEN HA DESCUBIERTO TODO!!

¡TODO!

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ESCENA VI Es de noche.

Rodrigo está solo, de pie. Entra Yago, caminando rápido.

YAGO. : Malas noticias, Rodrigo. RODRIGO. : ¿Qué pasa? YAGO. : Los bonos de Cassio van en alza. RODRIGO. : Hijo de perra. YAGO. : Aún más perfecto candidato al corazón de Desdémona. RODRIGO. : Pe… pero ¡¿Tú estás loco?! YAGO. : TÚ estás loco. Esto se acabó. RODRIGO. : No para mí. Tú no me conoces, Yago. Yo no voy a rendirme ahora. YAGO. : ¿Qué vas a hacer? ¿Matar a Cassio? RODRIGO. : ¿Crees que no me atrevo? YAGO. : Entonces toma.

(Le pasa una gran pistola, con silenciador). RODRIGO. : (la recibe) ¿De quién es? YAGO. : Te la regalo. RODRIGO. : ¿Vienes conmigo? YAGO. : Por supuesto.

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ESCENA VII Gimnasio Dimitris, donde se oye música de gimnasio. Le apunta, pero está aterrado, al borde del descontrol.

CASSIO. : (sin darse vuelta) Nada como entrenar de noche, ¿no?

Cassio en rápida maniobra controla a Rodrigo CASSIO. : (zamarreándolo en el suelo) ¡¿QUIÉN ERES, IMBÉCIL?! ¡VAS A TENER QUE SER MÁS RÁPIDO SI QUIERES

METERME UNA BALA EN LA CABEZA! RODRIGO. : ¡MÁTAME ¡YO YA NO LE TEMO A LA MUERTE!

Entra Yago.

RODRIGO. : ¡Yago, ayúdame!

Yago dispara y mata a Rodrigo. CASSIO. : (atónito) Pero… ¡¿qué hiciste?!

Yago dispara y mata a Cassio. YAGO. : ¿Qué pasó? Nada de esto debía haber pasado… ¿en qué

momento me distraje? ¿por qué todo comienza ahora a confundirse?... una cama, necesitamos una cama….

Sale Yago.

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ESCENA VII Desdémona prende las velas de su velador.

Entra Otelo. DESDÉMONA. : ¿Estás ahí, Otelo? OTELO. : Sí, Desdémona. DESDÉMONA. : ¿Vas a venir a la cama? OTELO. : Sí… Pero no a dormir. DESDÉMONA. : ¿A qué, entonces? OTELO. : Voy a hacer justicia. DESDÉMONA. : ¿Qué quieres decir? OTELO. : Que todo se acaba. DESDÉMONA. : (incorporándose alerta) ¿Qué significa eso? OTELO. : Que llegó la hora de la verdad. Nosotros teníamos un juramento de amor. Para toda la

vida. Tú lo rompiste. DESDÉMONA. : ¿Qué vas a hacer? OTELO. : Te lo voy a cobrar. DESDÉMONA. : Otelo, mi amor… Estás equivocado. Desconozco por completo el negro camino que recorriste

para llegar a pensar en lo que estás pensando, pero estás en un error espantoso.

OTELO. : Palabras, sólo palabras. DESDÉMONA. : No son sólo palabras. OTELO. : ¡SÍ! ¡No son verdad! DESDÉMONA. : ¡SON VERDAD! (amorosa) Yo no he roto nuestro juramento. Ni un solo

día, ni en mis pensamientos ni en mis acciones. Yo te sigo amando, como el primer día.

OTELO. : Ni te imaginas lo que querría poder creer en tu palabra. DESDÉMONA. : ¡Pero no lo haces! OTELO. : ¡NOO! ¡Porque tu palabra, que era para mí lo más valioso que

había en la Tierra, no logra valer más que lo que mis ojos vieron y mis oídos oyeron!

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DESDÉMONA. : ¡Pero ¿qué vieron tus ojos?! ¡Dime! OTELO. : ¡Demasiadas cosas! DESDÉMONA. : ¡NO, OTELO! ¡DEMASIADAS, NO SIRVE! ¡DIME CUÁLES! OTELO. : Te vi abrazándote con Cassio en un rincón solitario del

jardín del hotel. DESDÉMONA. : (sorprendida) ¿Eso? ¿Eso es lo que viste? OTELO. : Lo reconoces, entonces. DESDÉMONA. : (entre descolocada y dolida) Pero, mi amor… OTELO. : No me llames “mi amor”. DESDÉMONA. : ¡Te llamo “mi amor”! ¡Más aún, te llamo “esposo mío”!

Porque tú eres mi esposo ¿o ya se te olvidó? OTELO. : Por favor, Desdémona. DESDÉMONA. : Respóndeme. OTELO. : ¡No, respóndeme tú! ¡ ¡¿Qué hacía Cassio con tu pañuelo de seda?! DESDÉMONA. : ¿¿Qué pañuelo?? OTELO. : Tu favorito. El amarillo y verde, de seda. ¡¿No te parece un regalo demasiado íntimo como para un

amigo?! DESDÉMONA. : ¿El lo tiene? ¿Dónde lo encontró? OTELO. : ¿Nunca te cansas? ¿No te tienta la idea de bajar la

guardia? ¿Dejar de mentir? DESDÉMONA. : (sincera y tierna) Amor, ¿Acaso no me casé contigo,

desafiando la voluntad de mi padre? ¿Acaso no te seguí a la guerra, sin importarme nada? ¿No te trato con dulzura, no duermo contigo, todas las noches, acariciando tu pecho y susurrándote al oído? Dime, ¿para qué querría yo mentirte?

OTELO. : ¡NO LO SÉ! ¡No conozco tus motivos! ¡No sé por qué hiciste lo que hiciste! ¡Y créeme que me lo pregunto el día entero! DESDÉMONA. : Pregúntamelo a mí. OTELO. : Es inútil, Desdémona. Esto no tiene vuelta atrás, Desdémona.

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Es tarde. Demasiado tarde. Ya pasaron las cosas que pasaron. Nada importa lo que ahora se diga.

Yo ya no te creo… DESDÉMONA. : (asustada y debilitada) ¿Por qué no me crees? OTELO. : Tarde también para esa pregunta. Demasiado tarde.

Tarde para arrepentirse. Tarde para reparar el daño. Es tarde para todo, salvo para despedirse.

DESDÉMONA. : Yo no quiero despedirme. OTELO. : Yo no fui el que te engañó, Desdémona. DESDÉMONA. : Yo tampoco te engañé. OTELO. : Yo no fui el que mintió. DESDÉMONA. : No me mates, amor. Te lo suplico. OTELO. : No me supliques. Te lo ruego. DESDÉMONA. : Mándame lejos. Destiérrame. OTELO. : No puedo. DESDÉMONA. : Déjame vivir hasta mañana. OTELO. : Es tarde. DESDÉMONA. : No quiero morir, Otelo. OTELO. : Silencio.

Él saca un cuchillo y se lo clava en el corazón. Se extinguen los movimientos de ella.

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ESCENA IX EMILIA. : (muy agitada) ¡Mataron a Cassio, mi señor! ¡En el gimnasio! ¡Alguien entró y le disparó! ¡Nadie sabe quién fue! OTELO. : (casi sin reacción) Ya se descubrirá. EMILIA. : (extrañada) ¿Usted sabía? OTELO. : Me lo imaginaba. EMILIA. : Tengo que decírselo a mi señora. OTELO. : Difícil, Emilia. EMILIA. : (dirigiéndose a la cama) Eran muy amigos, mi señor… Tiene que saberlo.

Llega a la cama. EMILIA. : (abrazándola y llorando) ¡Mi señora! ¡No puede ser! ¡Mi señora! ¡Ella no le hizo mal a nadie! ¡Mi señora! ¡No puede ser! OTELO. : Te equivocas: ella me engañaba ella era infiel. EMILIA. : ¡Tú fuiste, moro enfermo y estúpido! ¡Te convenciste de

que eran ciertas todas las basuras que alguien te inventó! OTELO. : Pregúntale a tu marido. EMILIA. : ¿¿A mi marido?? OTELO. : Él lo sabía. EMILIA. : ¿Fue Yago quien te dijo que ella te era infiel? Eres un imbécil…

Emilia toma una pistola y le apunta a Otelo. EMILIA. :(gritando para afuera) ¡¡SOCORROOO!! ¡¡AYUDA!!

Entra Yago corriendo, pistola en mano. YAGO. : (apuntándole a Emilia) ¡EMILIA, BAJA ESA ARMA! EMILIA. : (sin bajarla) ¿Qué vas a hacer? ¿Dispararme?

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¿Matar a tu mujer? YAGO. : ¡¿Qué estás haciendo?! EMILIA. : A ver si eres tan hombre Yago, este mentiroso dice que

tú le contaste que su mujer lo engañaba. YAGO. : ¡¿Baja el arma Emilia?! EMILIA. : Habla mierda, ¿le dijiste que ella lo engañaba? YAGO. : Sí. EMILIA. : ¿Tú la viste? YAGO. : Sí con Cassio y ahora, ¡cállate! OTELO. : Emilia, Yo lo vi. Desdémona le regaló un pañuelo de

seda verde y amarillo a Cassio. Yo lo vi, yo vi a Cassio con el pañuelo que con tanto amor yo había entregado a mi mujer.

EMILIA. : Dios mío, dios mío… YAGO. : Cállate Emilia EMILIA. : Eres un general idiota. Ese pañuelo lo encontré yo y se lo pasé a mi amado

esposo porque él me dijo que estaba melancólico y que el pañuelo le recordaba a su patria... a su madre... a su tierra...

YAGO. : Maldita puta. EMILIA. : Tú se lo diste a Cassio. Tú eres quien ha llenado de negros pensamientos la

cabeza de este patético general. YAGO. : Perra traidora. EMILIA. : Estúpido asesino. Que hacía un idiota como usted con una mujer tan

maravillosa.

Yago descarga su arma sobre Emilia. Silencio.

Otelo descarga un tiro sobre Yago. Silencio.

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ESCENA X Entra Montano con dos guardias.

MONTANO. : General, el teniente Cassio ha sido asesinado. OTELO. : Yo ordené que lo mataran. MONTANO. : Una prostituta afirma que vio a Yago matar al teniente,

General. Tú mataste al teniente Cassio. YAGO. : No pregunten más, lo que saben es lo que saben. Desde

ahora no diré ni una sola palabra más. MONTANO. : Otelo, (descubriendo el cadáver de Emilia y

Desdémona). ¿Podría explicar usted que ha sucedido aquí?

OTELO. : Todo esto es muy triste gobernador. MONTANO. : Usted Otelo, queda despojado de su cargo y poder. OTELO. : Sólo les pido que digan la verdad. MONTANO. : Y cual sería esa verdad. OTELO. : Que nunca fui grande. Que yo maté a Desdémona. Y que fui un imbécil por hacerlo. Que traicioné la confianza de quien más quería. Y que fui violento hasta la locura, porque no podía

soportar la sola idea de no contar con su amor. Y que me arrepentí, pero ya era tarde. Y que morí sin haberme perdonado. MONTANO. : Entregue sus armas, Otelo.

Otelo se suicida. Silencio.

Final.