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e parece que la mejor manera de comenzar es citando lo dicho por
René Descartes, aquella proposición que abrió el camino de la
filosofía hacia la modernidad: “Cogito Ergo Sum”. Pienso, luego
existo.
MDecimos, a partir de este precepto, que como sujetos pensantes podemos dudar
de las cosas del mundo ―pues éste no nos aparecen tal cual son―, pero no
dudamos que nuestra consciencia sea tal cual se presenta a sí misma. Sobra decir
que a partir del materialismo histórico de Marx, la voluntad de poder de Nietzsche
y la económica de las pulsiones de Freud, la duda sobre la cosa pasa a ser una
duda sobre la consciencia; el lugar en que se creía que se fundaba la verdad es
puesto en cuestión, y termina por ser considerada como falsa.
Es su labor en esta búsqueda del desasimiento de la consciencia lo que los lleva
buscar otro foco de sentido, cada uno desde distintos presupuestos en lo que
podemos llamar ―según Paul Ricoeur, por cuyo trabajo está inspirado este
análisis― una guerra de las hermenéuticas.
El trabajo que llevaremos a cabo aquí tiene por objetivo recorrer el camino del
método hermenéutico a fin de alcanzar lo que Ricoeur denomina una filosofía
reflexiva. De este modo, pretendemos demostrar cómo el filósofo puede servirse
de la reflexión para llevar a cabo un análisis hermenéutico dirigido a reinterpretar
el Ego del Ego Cogito, la consciencia por lo que es en sí misma.
Hacer un estudio del lenguaje nos enfrenta inmediatamente a ese punto en que
diversas cuestiones filosóficas, antropológicas, históricas y psicoanalíticas, entre
otras, confluyen. La aplicación del lenguaje se extiende a todas las disciplinas del
saber, por diversas que sean entre ellas mismas. El lenguaje determina ―en
muchos aspectos― nuestra relación con el mundo, y nos permite dar un
significado a nuestras experiencias tanto internas como externas. Permítaseme
citar a Ricoeur:
“Estamos hoy en busca de una gran filosofía del lenguaje que dé
cuenta de las múltiples funciones del significar humano y de sus
relaciones mutuas. […] Somos precisamente esos hombres que
disponen de una lógica simbólica, de una ciencia exegética, de
una antropología y de un psicoanálisis, y que son capaces de
abarcar como una cuestión única la del remembramiento del
discurso humano. […] la unidad del hablar humano constituye hoy
un problema”1.
No nos encontramos en disposición de desarrollar aquí tal filosofía, de lo que nos
ocuparemos es de hacer revisión de los elementos que, de ser posible llegar a esa
gran filosofía del lenguaje, tendría que constituir los fundamentos sobre los cuales
habría de llevar a cabo su estudio.
Definimos al lenguaje como un sistema de símbolos empleados para representar
nuestros pensamientos, sentimientos y emociones. Lo que de esta definición
1 Paul Ricoeur; Freud: Una interpretación de la cultura. Siglo veintiuno editores, s.a de c.v; 1990. Pág.7
1
recuperamos es el elemento que, en conjunto, posibilita la configuración del
sistema: el símbolo.
“El símbolo ―dice Ricoeur― da qué pensar […] es el don del
lenguaje; pero ese don me crea un deber de pensar, de inaugurar
el discurso filosófico a partir de aquello mismo que siempre lo
precede y lo funda. […] El símbolo reclama no solo la
interpretación, sino verdaderamente la reflexión filosófica”2.
Empero, ¿qué hay en el símbolo de lo que la reflexión filosófica ―o lo que Ricoeur
llama filosofía reflexiva― pueda servirse para construir una hermenéutica? Pues,
si bien es innegable que el símbolo funda el lenguaje, y abre también la posibilidad
de armar el discurso filosófico, también es cierto que está sujeto a la singularidad
de quien lo piensa y a la diversidad de lenguas y culturas en las que se hace
presente. El doble sentido que lo caracteriza representa también un problema; y
todavía más, la relación entre símbolo e interpretación nos demuestra que toda
interpretación es rescindible. Tomando esto en cuenta, ¿cómo hacer del símbolo
un recurso de la filosofía, que como ciencia, exige univocidad?
“…la reflexión en su principio mismo exige algo así como la
interpretación; es a partir de esta exigencia como puede
justificarse, en su principio igualmente, el rodeo por la
contingencia de las culturas, por un lenguaje incurablemente
equívoco y por el conflicto de las interpretaciones”3.
2 Ibídem. Pág. 36-373 Ibídem Pág.40
2
¿Sobre qué ha de llevarse a cabo dicha reflexión? Bien, si a lo que se pretende
llegar es a una filosofía de la reflexión, podemos entender ésta tendría que
reflexionarse a sí misma. Llegamos a la cuestión esencial de nuestro escrito. El sí
mismo en torno al que gira la reflexión ¿qué significa?
Hemos citado en nuestra introducción la proposición fundadora de la tradición
filosófica moderna que Descartes inicia. Esta primera certeza nos sitúa en una
posición en la que la existencia parte del pensamiento, existo en cuanto pienso.
“El acceso al ser pasa, pues, por el pensamiento, por el conocimiento”4. El sí
mismo se posiciona a la vez en un acto ―pensar― y en una existencia; “existo en
tanto que pienso”5.
¿Es la reflexión del sí mismo un retorno a la supuesta evidencia de la consciencia
inmediata? De ser así, no requeriría de un trabajo de interpretación, el cual dijimos
―citando a Ricoeur― es exigido por ella. Todavía más; si lo aceptáramos,
estaríamos negando la posibilidad de hacer del análisis reflexivo una
hermenéutica, y con ello, el objetivo mismo de nuestro escrito.
¿Cómo escapa la reflexión de esta pretendida consciencia inmediata? Tenemos
que introducir el que Ricoeur llama un segundo rasgo de la reflexión, a saber: “la
reflexión es el esfuerzo por volver a captar el Ego del Ego Cogito en el espejo de
sus objetos, de sus obras y finalmente de sus actos”6. El objetivo de una filosofía
reflexiva tendría que ser el de mediatizar lo abstracto de la primera verdad
4 Jean Grondin; Introducción a la metafísica. Herder Editoria; España, 2006. Pág.192 5 Paul Ricoeur; Freud: Una interpretación de la cultura. Siglo veintiuno editores, s.a de c.v; México 1990. Pág. 416 Y 7 Ibídem Pág. 41
3
―pienso, existo― por medio de sus manifestaciones ―acciones, obras,
monumentos―, mismas que la objetivan. Así, pues, “podemos decir, en un sentido
paradójico, que una filosofía de la reflexión no es una filosofía de la consciencia, si
por consciencia entendemos la consciencia inmediata de sí mismo”7.
Empero, ¿a qué se busca llegar por esta mediatización? Precisamente a eso a lo
que no accedemos de manera inmediata: la consciencia.
Ahora, ¿cómo debemos entender la consciencia si, como se dijo, no hemos de
reconocerla como apercepción del sí mismo? La cualidad de mediación de la
reflexión es fundamental para responder a esto. Puesto que una filosofía de la
reflexión no reconoce la consciencia como inmediata, podemos asegurar que ésta
no está dada; y si la reflexión está dirigida a captar el Ego del Ego Cogito reflejado
en objetos y actos ―como nos lo indica la cita de Ricoeur anteriormente
expuesta―, entonces lo que se busca es “recobrar el acto de existir, la posición
del sí en todo el espesor de sus obras”8.
¿Qué quiere decirnos esto? Que posemos cierta certeza de nosotros mismos y
nuestros actos es irrefutable; e igualmente lo es que, si dudamos de nosotros
mismos, nos damos cuenta de ella. Pero tal apercepción es menos una idea que
un sentimiento, y por lo tanto, no puede ser juzgado en términos de verdad.
Así, pues, la consciencia ―la posición del sí― nos queda como algo que a lo que
hay que llegar; no poseo lo que soy, lo cual hace de la reflexión, de este esfuerzo
7
8 Ibídem. Pág. 43
4
por llegar a la consciencia, una tarea: “…la de igualar mi experiencia concreta a la
posición: yo soy”9.
¿Qué decimos ahora respecto a la reflexión? Cito: “la reflexión es la apropiación
de nuestro esfuerzo por existir y nuestro deseo de ser, a través de las obras que
atestiguan ese esfuerzo y ese deseo”10.
A partir de esto nos es posible reiterar que la reflexión exige una interpretación, la
construcción de una hermenéutica que haga posible el desciframiento de tales
símbolos. No obstante, el problema de revocabilidad de la interpretación por el
símbolo persiste ¿cómo conciliar la universalidad reclamada por la filosofía con un
lenguaje de significaciones equívocas?
“Para hacerse concreta, la reflexión debe perder su pretensión de
inmediata de universalidad, hasta haber fundido mutuamente la
necesidad de su principio y la contingencia de los signos a través
de los cuales se reconoce. Precisamente en el movimiento de
interpretación puede cumplirse esa función”11.
No podemos pasar por alto el hecho de que el recurso del símbolo, desde la lógica
formal, parece condenar el quehacer hermenéutico a la eterna equivocidad del
lenguaje corriente. Mientras que el lenguaje artificial de la lógica simbólica se
designa para desambiguar las expresiones del lenguaje común, y más
específicamente para el discurso argumentativo, la reflexión busca comprender
dicha ambigüedad en una lógica del doble sentido no para extraer un argumento, 9 Ibídem Pág. 43 10 Ibídem Pág.44 11 Ibídem Pág.45
5
sino para extraer de ella las condiciones de posibilidad en las que la experiencia
empírica puede equipararse a una consciencia tética.
Pero, ¿qué ventajas puede albergar esta lógica del doble sentido para la
construcción de una hermenéutica? Ninguna que pueda, en efecto, conciliar la
universalidad exigida por la filosofía con la contingencia del recurso simbólico. Lo
único que podemos concluir aquí es que la hermenéutica representa el
desasimiento de la consciencia inmediata que nos lleva a la reflexión del “pienso,
existo” y nos enfrenta a una búsqueda del sentido que está fuera de nosotros
mismos.
BibliografíaGrodin, J. (2006). Introducción a la Metafísica. Barcelona: Herder.
Ricoeur, P. (1990). Freud: Una interpretación de la cultura. México: Siglo Veintiuno Editores s.a de c.v.
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