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Educación XX1 ISSN: 1139-613X [email protected] Universidad Nacional de Educación a Distancia España Bouché Peris, J. Henri La paz comienza por uno mismo Educación XX1, núm. 6, 2003, pp. 25-43 Universidad Nacional de Educación a Distancia Madrid, España Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=70600602 Cómo citar el artículo Número completo Más información del artículo Página de la revista en redalyc.org Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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Educación XX1

ISSN: 1139-613X

[email protected]

Universidad Nacional de Educación a

Distancia

España

Bouché Peris, J. Henri

La paz comienza por uno mismo

Educación XX1, núm. 6, 2003, pp. 25-43

Universidad Nacional de Educación a Distancia

Madrid, España

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=70600602

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2 LA PAZ COMIENZA POR UNO MISMO...

J. Henri Bouché Peris Universidad Nacional de Educación a Distancia

La educación es la herramienta que nos permite trascender la condición

de individuos y llegar a ser personas...

F. Mayor Zaragoza

Recordará, sin duda, el lector aquella sentencia que solía decirse hasta no hace muchos años: «la caridad comienza por uno mismo». Una sentencia egoísta, seguramente, pero que, en alguna medida, retrataba la época y el pensamiento de más de uno de nuestros coetáneos. Ella nos ha sugerido el título, sin que exista ninguna analogía más.

Otra «sentencia» —esta vez más firme— es aquella tan conocida de la UNESCO: S I las guerras nacen en la mente de los hombres es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz. Con ello, el trabajo por la paz (que no la «lucha») toma un aparente giro copemicano y hace regresar al fondo de la mente aquello que de allí surgió.

Todo este atípico preámbulo nos sirve para encauzar el contenido de la presente exposición, que no es otro que el reivindicar la atención sobre el ser humano, sobre su interioridad o intimidad, para comenzar a caminar en pos de la tan anhelada paz, utópica e inalcanzable para muchos, pero necesaria para todos... y posible.

No es el mundo el que hay que arreglar, sino las personas, hemos leído en alguna parte. Y es bien cierto. Cuando cada ser humano esté en paz, consigo mismo, habrá llegado el momento en el que el mundo esté tam­bién en paz. Una aparen te perogrul lada, de una sencillez extrema que

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engendra, paradójicamente, una real complejidad para aprehender todo su exigente mensaje.

El mundo tal vez sea una construcción mental, una categoría o una idea cartesiana envuelta en la duda. En cambio, el ser humano es una realidad tangible con la que nos topamos todos los días, aunque, en demasiadas oca­siones, la sigamos esquivando. Dialogar con uno mismo —monologar, si se quiere— no es tarea frecuente ni generalizada. De tanto mirar a los otros hemos perdido nuestra imagen especular. El yo espejo se ha difuminado. El espejo del «yo» se ha empañado, al menos.

Sin embargo, hay que dar un fuerte aldabonazo a las conciencias para despertar de este duradero letargo y volver a los orígenes, al examen cotidia­no sobre nuestra conducta en busca, quizá, de una identidad perdida. La suma de los seres humanos tal vez no sea la totalidad del mundo, pero... la caridad comienza por uno mismo y puede prolongarse hasta los demás.

Hoy estas reflexiones en tomo al yo son no solo esenciales, sino indemo­rables en su aplicación. Estamos instalados en un período en el que hablar de paz es como clamar en el desierto. Es mucho más frecuente, desgraciada­mente, oír hablar de guerra. La guerra está de moda: la de la que (o de las que) nos hablan los medios de comunicación social y aquellas otras, encu­biertas por la pobreza de medios, en las que el silencio se alia con la cruel­dad. También los medios tienen sus preferencias —<j sus necesidades— en esta cuestión. Las muertes tienen un precio, unas menos valiosas que otras, al parecer.

Siendo, pues, a nuestro entender el ser humano el que está en el eje alrededor del cual gira la cosa humana, vamos a hablar de paz, un vocablo muchas veces circunscrito a la ausencia de violencia en general o de guerra en particular, y también hablaremos de su protagonista, aquel homo sapiens sapiens, sumido, muchas veces, en la ignorancia de su intimidad. Qué es la paz no es p regun ta bana l po rque su sola definición en t r aña ser ias dificultades. Intentaremos, no obstante, abordar la cuestión para seguir luego con la búsqueda de su existencia en el deseo personal . Pero, no olvidemos que la paz es un derecho, tal como se dijo en la reunión de Las Palmas de Gran Canaria (1997) en la declaración solemne que hicieron los expertos reconnaissent que tout homme a un droit á la paix qui est inhérent a sa dignité de personne hutnaine. Reafirmando el entonces director general de la UNESCO, Federico Mayor Zaragoza, el reconocimiento del derecho a la paz con el mismo rango que los derechos del hombre enunciados en 1948.

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1.1 LA PAZ, UN TÉRMINO CONTROVERTIDO

La paz tal vez no pueda explicarse, sino más bien ser sentida y practicada.

Con harta frecuencia se pide la paz en el mundo, pero ¿qué tipo de paz se solicita? Generalmente, nos referimos a la paz extema, aquella que perturba de manera violenta la convivencia humana, la más visible y manifiestamente enojosa. Sin embargo, pocas veces aludimos a la paz interior de la persona, a aquella que exige mirar hacia adentro y que, luego, nos permite mirar hacia afuera a través de la ventana del mundo.

Decía el secretario general de la ONU, Javier Pérez de Cuéllar (1986), que la paz debe comenzar en cada uno de nosotros. A través de una reflexión intros­pectiva y seria sobre su significado se pueden encontrar formas nuevas y creati­vas de promover el entendimiento, la amistad y la cooperación entre todos los pueblos. La paz, pues, en su forma más pura se dice que es silencio interno lleno del poder de la verdad, serenidad y ausencia de conflicto.

Pero, no todos han suscrito esta reflexión ni han conceptuado la paz de esta manera. Si vis pacem -decían los romanos-para bellum. Preparar la gue­rra para construir la paz no parece hoy una buena solución. Pero, sin embar­go, sigue practicándose el «arte» de la guerra aduciendo razones de la más diversas índole para conseguir la paz. Un mal camino.

Tampoco nos parece justo considerar la paz como la ausencia de guerra, cosa bastante común en nuestros días. Es un hecho constatado que el fin de la guerra es una condición necesaria, pero no suficiente para el estableci­miento de la paz. Demasiados ejemplos podríamos aducir para confirmar nuestra aserción. Donde reina la pobreza, la injusticia o la trasgresión de los derechos fundamentales, aun con el silencio de los cañones, no hay paz. La paz es mucho más que la simple ausencia de guerra.

La paz, se ha dicho, es un deseo del hombre, aunque, como afirma Gal-tung, J. (1985: 27), pocas palabras han sido usadas tan a menudo y de pocas se ha abusado tanto, debido, tal vez, a que la paz sirva de medio para obtener un consenso verbal: es difícil estar por completo en contra de la paz. Pese a ello, el término no ha sido entendido de manera unívoca por todos: se llama paz negativa a la ausencia de guerra o conflicto, mientras que la positiva tie­ne un carácter más constructivo como veremos. Por eso continúa el autor citado diciendo que llamar paz a una situación en que impera la pobreza, la represión y la alienación es una parodia del concepto (1981, a: 99).

Se impone, pues, la necesidad de una comprensión amplia y no restrictiva de la paz, entendiéndola como un valor que afecta a todas las dimensiones del ser humano; que se refiere al aspecto social y de justicia; que no admite

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desigualdad ni dominio, sino reciprocidad e interacción; que se trata de un proceso dinámico y está, asimismo, referida al desarrollo y a los derechos humanos.

Ante la necesidad de la paz, la Asamblea General de Naciones Unidades, a instancias de la UNESCO, proclamó el año 2000 como Año Internacional de Cultura de Paz en su Resolución 52/13. Crear una cultura de paz permanente era su objetivo, basada en la defensa de los principios de los derechos huma­nos, en los de la justicia, la democracia, la solidaridad, la cooperación, etc.

El artículo primero de aquella Resolución representa todo un proyecto de convivencia pacífica en la que se define la cultura de paz como el conjunto de valores, actitudes, tradiciones, comportamientos y estilos de vida que inspiran y reflejan:

• el respeto a la vida y a todos los derechos humanos

• el rechazo de la violencia en todas sus formas y el compromiso de preve­nir los conflictos violentos atacando sus causas mediante el diálogo y la negociación

• el compromiso de una plena participación en el proceso encaminado a atender equitativamente las necesidades de desarrollo y protección del medio ambiente de las generaciones actuales y futuras

• el fomento de la igualdad de derechos y oportunidades de mujeres y hombres.

Para ello, se fijan los objetivos (Art. 3) en la siguiente forma:

• transformar valores, actitudes y comportamientos para promover una cultura de paz y no-violencia

• dotar a la población, en todos sus niveles, de capacidades de diálogo, meditación y formación de consenso

• superar las estructuras autoritarias y la explotación mediante la partici­pación democrática y ofreciendo a todos la posibilidad de participar ple­namente en el proceso de desarrollo

• eliminar la pobreza y las desigualdades agudas entre las naciones y dentro de ellas, y promover el desarrollo humano sostenible y participativo

• propiciar la emancipación política y económica de la mujer y su representación equitativa en todos los niveles de la adopción de deci­siones.

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No se le escapa al legislador las dificultades inherentes a un programa de esta índole y el largo y duro camino que habrá que recorrer para lograr estos objetivos. Pero, un largo y duro camino, como dice el reft-án, comienza por un primer paso. Y éste es el paso que ya se ha dado en busca de una cultura de paz, con su buena dosis de utopía, mas también de indudable realismo, aunque resulte una aparente contradicción.

2. EDUCAR PARA LA PAZ, UNA NECESIDAD

La paz como valor es educable. Marín Ibáñez (1989) propone una serie de estrategias para el aprendizaje de los valores entre los que se encuentra el de la paz: la persuasión, la potenciación del autoconcepto, la socioterapia, el diálogo, el autocontrol, los compromisos sociales...

Educar para la paz es también educar para el desarrollo en toda su ampli­tud. £5 promover la justicia social, caminar el mundo a través de la compren­sión, la empatia y la solidaridad con las formas de vida experimentadas por sociedades diferentes a la nuestra. En concreto, se relaciona con las vidas y el futuro de los oprimidos, de las personas que viven en el Tercer Mundo o bajo condiciones de Tercer Mundo (J. Fie, 1990).

Una propuesta formativa atendería, pues, a varios campos:

- conocimiento: aprender a conocer y valorar correctamente qué sea la paz.

- aptitudes: atender a la capacidad de dialogar, de reconocer las diferen­cias en la diversidad, de trabajar en equipo, de la asunción de respon­sabilidades; en una palabra, de ponerse en lugar del otro.

- actitudes: fomentar la solidaridad, la tolerancia, el respeto, la coopera­ción, la apertura hacia los demás.

- procedimientos: uso de técnicas, planteamiento de estrategias y recursos.

En esencia, dicho de manera general, una educación para la paz debe enseñar a aprender a conocer, aprender a actuar, aprender la convivencia y la cooperación, aprender a ser, en definitiva.

La UNESCO en su programa transdisciplinar, hacia la cultura de paz (Resol. 5.3 de 1995, documentos 1948/74/84/89/92/94/95/98) propone diver­sas estrategias a plazo medio que transcribimos a continuación:

- fomentar la Educación para la Paz, los Derechos Humanos y la democra­cia, la tolerancia y el entendimiento internacional.

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- promover los Derechos Humanos y la lucha contra la discriminación.

- apoyar la consolidación de los procesos democráticos.

- contribuir a la prevención de conflictos y ala consolidación de la paz una vez terminados los conflictos.

Asimismo, el Plan de Escuelas Asociadas a la UNESCO propiciaba una educación inspirada en los valores democráticos y en el espíritu de paz.

Los objetivos generales que se perseguían con estas propuestas se centra­ban en:

- desarrollar el aprendizaje intercultural

- establecer lazos de comunicación

- aprender a vivir juntos

- atender a grandes temas como Naciones Unidas, Educación para la Paz, Derechos Humanos, ecología, democracia, respeto...

- realizar proyectos interregionales.

Tres elementos o factores clave son esenciales en este proceso: personal (profesores y alumnos), político (conocimiento político, recursos, etc.) y pla­netario (estado de nuestro planeta en este milenio). Todos ellos no constitu­yen elementos aislados, sino interrelacionados, formando parte de un mismo sistema.

La pregunta que ante estos retos se formula es ya conocida: ¿Es posible educar para la paz? Responder afirmativamente parecería, tal vez, ingenuo. La paz es una utopía, es cierto, pero entendida ésta no como algo imposible de lograr, sino como un camino que cada vez nos acerca más al ideal, que va acortando distancias. En este sentido es, sin duda, un avance y un estímulo para el educador, sin el cual difícilmente será factible emprender la ardua tarea.

En el dificultoso camino de la educación para la paz surgen, como en toda actividad humana, numerosos contratiempos y obstáculos. En primer lugar, educar supone tener un conocimiento tanto propio como ajeno. ¿Quién soy, cómo soy, cómo veo a los demás, cómo creo que los otros me ven a mi? son cuatro de las primeras preguntas que surgen y que atañen al conocimiento. Responder a ellas no es fácil, pero tampoco imposible. Ejercitar el autocon-cepto y liberarse de perniciosos etnocentrismos es condición indispensable. Evitar o controlar los errores de percepción es una de las primeras obligacio­nes. Lo veremos con mayor detalle luego.

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Decía el sabio de Hipona, Agustín, aquel aforismo tan conocido de que no puede amarse aquello que no se conoce. También aquí tiene su aplicación, pues­to que la educación precisa de un conocimiento sin el cual la tarea es vana.

Una educación para la paz tiene mucho que ver con los derechos huma­nos, con la interculturalidad, con el desarrollo de los pueblos... Y tiene mucho que ver con las actitudes, con su formación y cambio, con la práctica de los valores y el respeto mutuo.

Educar para la paz es educar para la solidaridad y para la justicia y para el desarrollo. Es una tarea que atañe a todos.

Sin olvidar el trabajo realizado por políticos y educadores, también la Iglesia, las Iglesias, han sentido -¡cómo no!- la necesidad imperiosa de plan­tearse profundamente la cuestión. Urna convocagao para a paz es el docu­mento que recogía hace años Concilium/215 en el que las distintas iglesias cristianas promovían una convocatoria ecuménica para la paz, una idea basada en que toda la cristiandad de la Tierra pudiese reivindicar, con una sola voz, la paz de Dios para esta Tierra amenazada de muerte para encon­trar un camino que conduzca a la salida de las tres crisis que amenazan a la humanidad: el conflicto Este-Oeste, el conflicto Norte-Sur y la crisis ecoló­gica. Católicos, ortodoxos, evangélicos y otras confesiones coincidieron en la necesidad de que la Paz Mundial se convierta en una realidad concreta, la paz que Cristo prometió (Juan, 14,27), basada en la justicia y el amor.

La misma Iglesia católica en diversas encíclicas (entre ellas, la Pacem in tenis de Juan XXIII), aboga por la paz y la educación para la paz. La paz -dícese en la encíclica citada- ha de estar fundada sobre la verdad, construida por las normas de la justicia, vivificada e integrada por la caridad y realizada, en fin, con la libertad. También Juan Pablo II (2004) se refería a la misma cuestión al analizar la situación mundial: Ante las situaciones de injusticia y violencia que oprime a varias zonas del planeta, ante la permanencia de con­flictos armados con frecuencia olvidado por la opinión pública, se hace cada vez más necesario construir juntos caminos para la paz; se hace por eso indis­pensable educar en la paz atendiendo a cuatro requisitos que son indispen­sables para que reine la paz: la verdad, la justicia, el amor y la libertad.

También la UNESCO, de nuevo, en su Conferencia del año 1983 insiste en el tratamiento de una educación para la paz, que concreta en los siguientes puntos:

/. Es necesaria la motivación de la solución activa de conflictos activos dentro de la comunidad escolar. En efecto, no basta con textos y clases, sino que, teniendo en cuenta que las escuelas y las aulas son lugares en los que se producen tensiones, los profesores deberán ayudar a sus alum­nos a eliminar dichas tensiones, a mostrar tolerancia y a responder las decisiones mayoritarias.

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2. Es necesario fomentar la tolerancia y la comprensión entre las diversas comunidades y culturas, incluyendo el caso de países que están recibien­do gran cantidad de trabajadores emigrantes. Los jóvenes de diferentes comunidades no solo tienen que aprender a vivir juntos y comprender sus valores y sus costumbres, sino que también el contenido de la educa­ción tienen que suministrar los adecuados conocimientos de la historia, la cultura, la literatura y las aries de dichas comunidades.

3. Desarrollo de la comprensión crítica entre los jóvenes que hoy día se encuentran frente a una multitud de información a menudo conflictiva. Con ello se pretender ayudarles a protegerse contra las imágenes negativas y distorsionadas de la realidad. Para ello, los alumnos tendrían que recibir no solamente las ideas sino también la información factualpara que desa­rrollen la objetividad, eviten la generalización precipitada y se sientan esti­mulados a filtrar más que a absorber la información ya elaborada.

4. Es necesario un enfoque interdisciplinario de la educación para la paz y la comprensión, que combine todas las materias y actividades y que sea más efectivo que la presentación de la materia por separado o de forma inconexa.

5. Se reconoce la importancia de la enseñanza de idiomas extranjeros con el fin de propiciar el conocimiento del otro y la comprensión internacional. Esta enseñanza deberá incluir información sobre las culturas y los países relacionados con los idiomas estudiados.

Más tarde, en el documento de 1995 {Declaración sobre la educación para la paz, los derechos humanos y la democracia) se fijan más clara­mente los objetivos tendentes a esta educación para la paz y que, por su inte­rés, transcribimos:

• Dar como fundamento a la educación principios y métodos con el fin de contribuir al desarrollo de la personalidad de los alumnos, tanto jóvenes como adultos.

• Tomar las disposiciones necesarias para crear en los centros educativos un clima adecuado para el éxito de la educación relativa a la paz, donde se ejerza la tolerancia y se respeten los derechos humanos, se practique la democracia y se aprenda la diversidad y la riqueza de otras culturas.

• Eliminar todas las discriminaciones, directas o indirectas, contra las niñas, muchachas y mujeres en todo el sistema educativo.

• Otorgar importancia a la mejoras de los programas educativos, el conte­nido de los materiales curriculares, con especial referencia a las nuevas tecnologías de la comunicación e información, con el fin de formar ciu­dadanos solidarios y responsables, abiertos a otras culturas, respetuosos

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con el otro, y aptos para prevenir y solucionar los conflictos mediante fór­mulas no violentas.

• Establecer medidas destinadas a revalorizar el cometido y la situación de los docentes, tanto en educación formal como no formal, con especial referencia a la formación previa y durante el empleo, así como la readap­tación profesional de todo el personal de la educación.

• Fomentar la elaboración de estrategias innovadoras adaptadas a las nue­vas exigencias de la educación de personas responsables y comprometi­das con la paz, los derechos humanos y la democracia.

No obstante el interés y necesidad que una educación para la paz exige, es bien cierto que diversos factores se oponen a su buena realización. La exis­tencia inevitable de situaciones conflictivas y la manifiesta violencia que dia­riamente nos asedia, son causas que se interponen dificultando el tránsito hacia una cultura de paz que, repetimos, ha de comenzar por uno mismo.

3.1 EL SER HUMANO COMO SUJETO DE LA PAZ

Cuando Kant escribe su magna obra. Crítica de la razón pura, comienza formulándose las conocidas preguntas:

• ¿Qué puedo conocer?

• ¿Qué debo hacer?

• ¿Qué me es lícito esperar?

Con ello resumía las eternas preguntas que han preocupado al ser huma­no, esto es, los problemas del fundamento, validez y límites del conocimien­to, en primer lugar; la cuestión ética, en segundo; y, en último término, el asunto de la trascendencia, del más allá por decirlo de manera llana.

Pero, no contento con tan intrincadas formulaciones acaba preguntándo­se: ¿Qué es él hombre? Todo, en definitiva, parece converger en un punto común, en una cuestión antropológica.

Así, también, en nuestro caso resulta obvio que cualquier referencia que se haga respecto a la paz tiene como destinatario al ser humano, sujeto y objeto, a la vez, de cuanto sobre ella digamos. Distintos caminos conducen a la paz desde la interioridad del yo.

La perspectiva budista, por ejemplo, busca en la paz interior del ser humano el punto de arranque de la pacificación universal. El mundo feno-

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ménico, dice Shakyamuni, está sumergido en el fuego de la avaricia, el odio y la ignorancia, que son las causas fundamentales del sufrimiento humano.

Así, analiza detalladamente cada uno de estos factores que son los que impiden el reino de la paz. Hay, en la avaricia, un incontrolado deseo de riqueza, poder y fama, cuya consecuencia es la infelicidad y la frustración del individuo.

El odio encierra ira, resent imiento y envidia, lo cual, evidentemente, engendra violencia y destrucción.

Por último, la ignorancia hace que desconozcamos la verdadera naturale­za de la vida en general y que produzca la rebelión contra los principios que rigen el cosmos.

Los tres elementos constituyen lo que el budismo considera los «tres vene­nos» que intoxican al individuo. Trascenderlos, superarlos, implica conseguir la tranquilidad mental y, en consecuencia, lograr la paz interior. Quemando estos impulsos, dice un monje del siglo XIII, Nicheren, es cuando puede con­templarse la llama de la sabiduría y llenarse de paz el espíritu humano.

Por otra parte, la concepción sistémica del budismo enseña que todas las cosas suceden a través de su interrelación con los demás fenómenos, tanto en su dimensión temporal como espacial en la que cada ser humano existe den­tro de ese contexto.

Finalmente, el camino del bodhisattva, la acción misericordiosa basada en la comprensión budista de la existencia, contempla la práctica de la realiza­ción de la paz en sus tres dimensiones básicas: la paz interior, la paz social y la paz con el ecosistema. A través de la primera se consiguen las demás. De ahí la importancia de la paz en uno mismo y con uno mismo.

Por eso, cuando en el parágrafo anterior planteábamos un problema de identidad (¿quién soy?) nos referíamos, claro está, al ser humano en concre­to. Pero, advertíamos, la tarea no es tan sencilla como aparentemente pensa­mos. Saber quiénes somos entraña conocemos a nosotros mismos, saber cuál es la imagen que los otros tienen de nosotros; conocer cuál es la que nosotros pensamos que ellos tienen. Somos quienes somos, es cierto, aunque no resulta fácil -pero, sí necesario- saberlo con la mayor seguridad.

La conocida sentencia (o dicho popular como afirmara Aristóteles) del yv 9L aeauTÓv atribuida indistintamente a Tales, a Solón y a Sócrates, sigue sien­do el punto de partida de toda reflexión: conócete a ti mismo es la inscripción que figuraba en el frontispicio del templo de Delfos, pero también es el prin­cipio del conocimiento sin el cual difícilmente puede iniciarse la tarea de una propuesta de paz.

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Es una cuestión antropológica fundamental, cuyo tratamiento in extenso rebasa los límites del presente artículo.

La paz, por otra parte, es un deseo innato del ser humano, un derecho y un deber. Es algo que se gesta en nuestra intimidad. Aunque se acabara la violencia extema, las guerras, nunca se conseguirá la paz si ella no reina en nuestro interior.

Volvamos ahora a aquellas interrogantes que anteriormente formulamos sobre la identidad, cuya respuesta, sin embargo, no es fácil. Hay numerosos errores perceptivos que nos inducen a la confusión, llámense actitudes, etno-centrismos, malentendidos, conflictos, etc. Ellos pueden distorsionar nuestra propia imagen o la de los demás con la consiguiente repercusión en tareas educativas o simplemente de nuestro entorno social que incide, indudable­mente, en la concepción y práctica de la paz.

Si, como desde el inicio sostenemos, el ser humano es el sujeto de la paz y en su interior donde ésta nace, resulta necesario conocer algunas de las cau­sas que le afectan para que el deseo pueda o no convertirse en realidad y para que seamos capaces de conocemos y conocer a los otros. Ante todo, la acti­tud del individuo es el primer paso para establecer la paz interior a la que se oponen diversos obstáculos. Veámoslo sucintamente.

3.1. LAS ACTITUDES

Las actitudes, en primer lugar, constituyen una especie de predisposicio­nes para responder de una específica manera hacia opiniones o creencias con reacciones positivas, favorables, o negativas, desfavorables. Sus compo­nentes son de carácter cognoscitivo, afectivo y conductual. Es decir, precisan de una información sobre una cuestión determinada; se ven influidas por sensaciones y sentimientos; y, finalmente, constituyen intenciones, disposi­ciones o tendencias originadoras de una conducta. Raramente son estricta­mente de carácter individual, sino más bien tomadas del entorno social o del grupo de pertenencia del que se aprende.

Pero, su origen -y esto es lo importante-, su naturaleza, no es innata, sino que se forman durante la vida del individuo. Ello, por consiguiente, supone una estrecha relación entre actitud y conducta y, por lo tanto, una posibili­dad de cambio.

Las actitudes hacia la violencia o la paz se forman y son susceptibles de cambio, no, por supuesto, sin dificultad, pero sí con un grado de probabili­dad real. Por consiguiente, el papel que desempeña la educación es clave. Es más, construir la paz, pasar de una cultura de violencia a una cultura de paz exige necesariamente el concurso de la educación.

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3.1.1. El cambio de actitudes

Efectivamente, el cambio de actitudes es posible, puesto que son aprendi­das sobre todo, como hemos dicho, del entorno social, lo cual implica actuar sobre el grupo de referencia que las provoca y, lógicamente, sobre el sujeto que las aprende.

La experiencia ha demostrado que puede lograrse este cambio mediante la educación a través de distintas técnicas y estrategias.

Formar un espíritu crítico, saber discernir con claridad las cuestiones mediante la reflexión adecuada son algunas de las herramientas que pueden utilizarse para crear actitudes positivas hacia la paz mediante la autoestima, la mentalidad abierta, el esfuerzo, los valores, el conocimiento...

No puede olvidarse aquel viejo aforismo: Nada cambia hasta que tu mismo no cambies.

3.2. OBSTÁCULOS DURANTE EL CAMINO HACIA LA PAZ

Ello, sin embargo, no resulta fácil, pero sí posible. Durante el camino hacia la paz se presentan numerosos obstáculos de diverso carácter (agresi­vo, ecológico, cognoscitivo, violento, actitudinal, axiológico, etnocentrista, relativista, perceptivo...).

Quizá el primero sea el tópico tan extendido de que el ser humano es agre­sivo por naturaleza y, por ende, irremediable. Si fuera así, la propuesta de una educación para la paz resultaría vana o, cuando menos, casi imposible. No está probado, en cambio, que seamos agresivos por naturaleza. Numero­sos pueblos han mostrado la inexistencia de la agresividad o, en todo caso, su inhibición (caso de los «san» -mal llamados bosquimanos de Kalahari-, lapones, tibetanos, etc.), pero, aun en el caso de que así fuera, afirmar que somos agresivos por naturaleza -dice Sanmartín, J. (1998: 14-159- no conlleva aceptar que también por naturaleza seamos violentos. Aun en este supuesto el papel de la educación tendría una tarea insustituible.

La pretendida agresividad humana como ligada de manera innata al indi­viduo no es realmente tan preocupante; lo que sí resulta peligroso es el hecho de la violencia que, sin lugar a dudas, es aprendida. Desaprenderla es tarea igualmente de la educación.

Aquel homo homini lupus del que nos hablara Hobbes parece que esté viviendo todavía entre nosotros, pero, en todo caso, no lo es por naturaleza, sino por aprendizaje. La violencia tiene un carácter cultural, social más que neurofisiológico. ¡Tenemos demasiadas aulas para aprenderla...!

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Hoy, desgraciadamente, este nefasto problema es patente en nuestro derre­dor y su crecimiento parece exponencial. Es, sin duda, el mayor enemigo para el establecimiento de una cultura de paz. Rompiendo escaparates -decía Jac-ques Delors- no se construye una alternativa. Es hora de propuestas. Todo el mundo se queja, aunque no es momento de lamentaciones, sino de acción.

3.2.1. Otro de los obstáculos lo constituye la cuestión axiológica, la tan cacareada pérdida de valores que sufrimos en la actualidad, aunque también la emergencia de otros nuevos que engrosan las filas de las tablas o sistemas de clasificación.

La paz, para algunos autores, figura entre los valores socioculturales (Quintana Cabanas, 1998: 158), junto a la justicia, la superación de las desi­gualdades, la solidaridad, etc. Marín Ibáñez (2000: 129) sitúa la paz en el ran­go de valor emergente, citando, además, a Rokeach (1973), quien en sus investigaciones transculturales lo hace aparecer en lugar preferente.

Hoy, se confunde con frecuencia el valor con aquello que «me gusta» o «lo prefiero» para conseguirlo sin esfuerzo. La paz, en cambio, demanda un compromiso y exige, por lo tanto, un esfuerzo, un sacrificio. La paz -sigue diciendo Marín Ibáñez-, que se asienta en la justicia, jamás puede descansar, pues nunca se cumplen sus exigencias. Es un valor emergente, ilimitado, tiene consistencia propia y ni es solo objetivo ni únicamente subjetivo, no es abso­luto o relativo, es relacional. En la tabla que este autor propone se incluye en los de carácter políticosocial, junto a la libertad, la igualdad, la democracia, los derechos humanos.. .

Innegable es la relación existente entre las actitudes a las que anterior­mente nos hemos referido, y los valores. De nuevo, Marín Ibáñez (1976: 69), reafirma esta relación al decir: Entendemos por actitud la disposición perma­nente del sujeto para reaccionar ante determinados valores (...) Hay muchas maneras de caracterizar a una persona, pero si poseemos el inventario de sus actitudes, de su aceptación o rechazo habitual de determinados valores, si conocemos la intensidad y signo de las preferencias que imantan y configuran su vida, tendremos un buen diseño de su personalidad.

Es, no cabe duda, un acertado criterio para discernir y establecer la estre­cha relación entre actitudes y valores, aplicables al caso de la paz.

3.2.2. En nuestro caso, el valor pedagógico de la paz encuentra, en dema­siadas ocasiones, otro obstáculo fuerte y difícil de controlar: el etnocentris-mo, el considerar que nuestras formas de pensar y comportarnos son las correctas y que aquellas que no las comparten son, además de diferentes, inferiores. Todo intento de formular la interpretación en términos que no sean los suyos propios -dice Goetz (1995: 35)- es considerado una parodia...

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Es, cuando menos, una manera diferente de percibir la realidad desde perspectivas etic (empleo de conceptos, categorías y reglas propias) o emic (empleo de términos y conceptos significativos para la «otra» cultura).

Se impone, pues, la necesidad de inculcar unos principios que sirvan para valorar críticamente las distintas posiciones, sin incurrir, por ello, en fáciles relativismos.

3.2.3. ínt imamente relacionado con el etnocentrismo aparecen los típicos errores de percepción de los que no se libra el sujeto de la paz.

Se dice que ésta es un concepto dinámico que varía entre las diversas cul­turas y religiones, que evoluciona con el tiempo... No es, repetimos hasta la saciedad, el término de una simple dicotomía paz-violencia. Engloba muchas más cosas: dignidad de la persona, justicia, respeto, tolerancia, cooperación, solidaridad, libertad, igualdad y, por supuesto, también no-violencia.

Ahora bien, el concepto es percibido de distintas maneras y en ello se incurre, lógicamente, en errores.

Si en un plano psicológico la Gestalt nos informa de los múltiples errores que se producen en la percepción, ¿qué no ocurrirá cuando se trate de cues­tiones altamente conceptuales? La respuesta es obvia y constituye otra varia­ble objeto de atención.

Los numerosos estudios que en este sentido se han realizado nos hablan de las influencias a que está sujeta la percepción: sociales, actitudinales, motivas, contextúales, personales, etc. Un papel importante lo desempeña el llamado «marco de referencia» en el que cada sujeto se sitúa y desde el cual juzga la cuestión. El resultado, ya puede imaginarlo el lector.

3.3.4. Finalmente, y sin ánimo de agotar la cuestión, queda por mencionar una pregunta que nos formulamos anteriormente, es decir, el problema de la identidad personal, punto inicial de cualquier asunto humano. ¿Quién soy yo, quiénes son los demás? Las dificultades para dar una respuesta adecuada a estas preguntas son evidentes. A este respecto, decíamos en otro lugar (Bouché, 2003: 21): «Latn Entralgo (1999: 159) cita a Unamuno en una versión referida a una observación muy aguda de Oliver Wendell Homes: En cada Tomás hay tres Tomases: el que él cree ser, el que los demás creen que es y el que es realmente y solo Dios conoce». Y aún añadimos nosotros: el que él cree que los demás creen que es.

Aunque aparentemente sea un trabalenguas, resulta, en verdad, una pro­posición para reflexionar largamente sobre el problema de la identidad. El conocimiento de ella es vital para enfrentamos al conocimiento de los otros y

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de la propia materia objeto de estudio. Necesitamos el conocimiento de uno mismo para aprehender el concepto de la paz y desplegarlo hacia los otros.

Pues bien, estos son algunos de los obstáculos, de las dificultades con los que nos encontramos en nuestro caminar en busca de la paz y de su com­prensión y aplicación. Son tan solo puntos de reflexión para quien pretenda dedicar una parcela de su vida a trabajar por la paz. Pero, en este sentido es obviamente necesario contar con unas herramientas, con unos conocimien­tos con los que podamos obtener buenos resultados en nuestra tarea, pues no basta la buena voluntad y el sentimiento, sino que todo ello ha de ir arropado y fundamentado debidamente.

¿Qué precisamos para iniciar el trabajo? Unas simples indicaciones pue­den orientamos en este sentido. Veámoslo seguidamente.

4. LAS HERRAMIENTAS DE LA EDUCACIÓN PARA LA PAZ

La educación es la herramienta que nos permite trascender la condición de individuos y llegar a ser personas... (F. Mayor Zaragoza). Ésta es la cita con la que iniciamos la presente exposición y que, de alguna manera, recoge el sen­tido pleno de cuanto llevamos dicho y pretendemos concluir.

Llegar a ser personas significa, en consecuencia, ser sujetos de la educa­ción y, más concretamente en nuestro caso, de educación para la paz. Nues­tro objetivo, pues, es ante todo seguir recordando que todo comienza en el ser humano y acaba en él. Sin que esto signifique ignorar, ni mucho menos, el contexto en el que se desenvuelve ni olvidar su dimensión sociocultural ni trascendental ni su integración ecosistémica.

Pero, así como decía Kant que el hombre es hombre por la educación, así tam­bién creemos que ésta puede transformar a la humanidad. Y esto implica trans­formar a uno mismo, el primer eslabón de donde nace la cadena de la vida.

En una reducida encuesta que realicé en Paraíba (Brasil) en el curso de un seminario de educación para la paz, quedé impresionado por las respuestas que dieron algunas alumnas (eran en su mayoría mujeres). Una de ellas decía así ante la pregunta de ¿qué era la paz?: Como fazer entender que a falta de respeito a si mesmo e a outro é quem da origem a todos los outros problemas, e se nao se compreende isso fica difícil estabelecer a PAZ.

Otra respondió concisamente: É ensinar ao homem viver o amor em toda a sua dimensiao.

Respeto a sí mismo y al otro es, para la primera, la clave del estableci­miento de la paz; enseñar a vivir el amor lo es para la segunda.

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Quizá de una manera simple pensamos que con estas dos premisas la con­clusión sería no solo correcta, sino eficaz: respetar y amar Dos pilares bási­cos para la educación.

Por otra parte, desde nuestro punto de vista, una educación para la paz debería comenzar por aquella cita que hemos reproducido anteriormente: trascender la condición de individuo para constituirlo en persona. Esto, que no es fácil, nos presentaría ante una situación nueva en la que el cambio pro­vocaría la formación de la persona adornada por las características inheren­tes a su específico rango. Lo demás, se le daría por añadidura.

Se habría producido, entonces, lo que en antropología l lamamos una metanoia, un cambio de estado, tal como se pretende en los rituales de ini­ciación, un paso iniciático de un estado viejo a otro nuevo. Irradiar la paz desde uno mismo sería luego el propósito que perseguimos. Pero, no olvide­mos que este primer paso es absolutamente imprescindible. Es difícil hacer sentir y tratar de convencer si antes no lo siente uno mismo ni está convenci­do de ello. La paz comienza por uno mismo.

Mientras la paz no sea sentida en nuestro interior, no podremos gozar de la paz extema. No podremos entender a los demás mientras no nos entenda­mos a nosotros mismos. Es obvio que existimos con-los-otros, tanto con las personas como con los demás seres que nos rodean. Nuestra paz interior es el punto de arranque para conseguir aquello que algunos llaman «ecopaz», la paz con el planeta.

La paz interior es armonía: para encontrarla hace falta superar el bien con el mal, la falsedad con la verdad, el odio con el amor.

Bien es cierto que un proyecto de educación para la paz no se hace por sí mismo ni basta con la buena voluntad, aunque ésta sea imprescindible. Es necesario, como dice la máxima cartesiana, emprender la tarea con un méto­do, sin el cual sería vano el esfuerzo.

Partir de la formación personal es la conditio sine qua non, pero es nece­sario el establecimiento de un programa que comprenda los numerosos pasos tendentes a una correcta planificación de la educación para la paz.

Por nuestra parte, y retomando la experiencia de otros autores, considera­mos que esta educación debería incluir:

/ . Cuestiones conceptuales (paz, conflicto, educación...), junto a las rela­ciones que la paz tiene con la justicia, el desarrollo, la solidaridad, la coo­peración, los derechos humanos, etc.

2. Objetivos (cognoscitivos, actitudinales, aptitudinales) entre los cuales figuraría la consideración de la paz como un valor y, por lo tanto, la nece-

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sidad de formar en valores; promover la cultura de paz desde el ámbito personal hasta el mundial; desarrollar las capacidades personales (críti­cas, comunicativas, etc.); proyectar el sentido de paz sostenible.

3. Contenidos que abarcaran cuestiones tales como la reflexión sobre la pro­pia identidad; información acerca de la situación mundial, tanto en su aspecto negativo (violencia, desequilibrio, asimetría en los recursos...) como en los positivos; formación de una conciencia crítica; conocimiento de proyectos de paz como el documento «Hacia un cultura de paz»; infor­mar y formar en los derechos humanos y en las relaciones de convivencia.

4. Trabajar las actitudes, su formación y cambio; abogar por una mentali­dad abierta, exenta de etnocentrismo; formar en el respeto y la tolerancia, la responsabilidad y la solidaridad; fomentar el diálogo.

Todo ello precisa del uso de herramientas adecuadas, procedimientos, técni­cas, estrategias y recursos diversos que hagan viable esta educación para la paz.

Más que una educación para la paz se trata, como propone la UNESCO, de crear una «cultura de paz», entendida en los términos y contenidos que anteriormente hemos trascrito.

¿Es todo cuanto hemos expuesto una mera utopía? Si por utopía se entiende lo irrealizable, la paz se inscribe, en cierta medida, en este marco, pero, si por utopía entendemos un ideal al que hay que tender, cualquier paso que demos en este sentido será una aproximación hacia el objetivo.

Es necesario creer en esta utopía para, al fin, negarla dentro de los límites estimables.

Es necesario crear una conciencia de esfuerzo y sensibilización hacia el tema de la paz. Y, sobre todo, educar para la espiritualidad y el amor en un mundo que parece estar carente de ello. Nihil difficili amanti, decía Cicerón: nada es difícil para el que ama.

Y, sobre todo, quienes nos dedicamos a esta noble tarea de la educación hemos de partir de un pleno conocimiento, de una fuerte convicción en aque­llo que tratamos de formar: el ser humano como centro de nuestra atención educativa. Entenderse uno mismo, conocer su íntima identidad es emprender el conocimiento de los demás con los que ya podrá iniciarse el diálogo pacífico.

Si las guerras nacen en la mente de los hombres - recordamos- es en la men­te de los hombres en donde deben erigirse los baluartes de la paz-

No menos necesario es creer en la esperanza, educar en ella, que no es solo el deseo, sino más bien espera y confianza (Laín Entralgo, 1984:572). Porque, como decía Heráclito, quien no espera no alcanzará lo inesperado.

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La paz es un viejo asunto que ha preocupado al ser humano desde siem­pre. No es algo nuevo que hay que descubrir, pero sí tratarlo de manera nue­va, tal como nos recuerda el adagio latino: non nova, sed nove y ello, comien­za, como tantas otras cosas, en el ser humano, en su interioridad.

Ejercitar la reflexión, practicar el espíritu de convivencia. Respetar el entorno, tanto cultural como social y ecológico, es trabajar por la paz, una tarea inesquivable. Y en esta tarea es absolutamente necesario creer en ella, puesto que, pese a sus dificultades, resulta posible, al menos, emprender el. camino. Un camino plagado de dificultades, es indiscutible, pero que con conocimiento, voluntad y motivación es posible recorrerlo con éxito... sin olvidar que la paz comienza por uno mismo.

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RESUMEN

Se plantea aquí la necesidad de que el problema de la paz comienza en el interior de la persona. Para ello, se pretende clarificar el concepto de «paz», por considerarlo un término controvertido.

Igualmente, se defiende la necesidad de una «educación para la paz» en la que el centro de la cuestión sea el propio ser humano como sujeto de la misma.

Para ello, se examinan las distintas influencias que se ejercen sobre el ser humano y que pueden condicionar el recto ejercicio de la educación para la paz, como son las actitudes, su formación y cambio y los diversos obstáculos que se presentan en este camino.

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Finalmente, se proponen las diversas herramientas que precisa una buena educación para la paz y se aboga por la necesidad de implantarla, pese a su carácter utópico, pero con el concurso de la esperanza.

Palabras clave: paz, ser humano, educación para la paz.

ABSTRACT

It arises here the need that the problem ofpeace begins inside the person. So one tries to clarify the concept of«peace», for considering it to be a controversial term.

In the same way, the need ofan «education forpeace» is defended, where the core ofthe question is the own human being as subject ofthe same one.

That is why, several influences, which are exercised on the human being are examined and which can determine the proper method of education for peace, as they are: attitudes, training and change and several hindrances that appear in this way.

Finally, several tools, which require a good education for peace, are required and one pleads for the possibility of implementing it, in spite of its Utopian character, but with the presence ofhope.

Key words: peace, human being, peace education.