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PROYECTO DE SISTEMATIZACIÓN DE LA INFORMACIÓN EXISTENTE SOBRE LA PARTICIPACIÓN ELECTORAL DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN EL PERÚ DOCUMENTO DONDE SE SISTEMATIZA LA PRODUCCIÓN ESCRITA SOBRE LA PARTICIPACIÓN POLÍTICO-ELECTORAL DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS DE PERÚ 2014

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PROYECTO DE SISTEMATIZACIÓN

DE LA INFORMACIÓN EXISTENTE

SOBRE LA PARTICIPACIÓN

ELECTORAL DE LOS PUEBLOS

INDÍGENAS EN EL PERÚ

DOCUMENTO DONDE SE

SISTEMATIZA LA PRODUCCIÓN

ESCRITA SOBRE LA PARTICIPACIÓN

POLÍTICO-ELECTORAL DE LOS

PUEBLOS INDÍGENAS DE PERÚ

2014

Jurado Nacional de Elecciones Dirección Nacional de Educación y Formación Cívica y Ciudadana

PROYECTO DE SISTEMATIZACIÓN DE LA INFORMACIÓN EXISTENTE SOBRE LA PARTICIPACIÓN ELECTORAL DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN EL PERÚ

Elaboración de contenidos: Manuel Valenzuela Marroquín, Enith Pinedo Bravo, Daniel Encinas y Mariana Ramirez

Marco conceptual sobre lo indígena

en Perú

Definición de indígena

En el Perú, el término indígena la mayoría de veces va acompañado de las

acepciones campesino, pobre o analfabeto, que se conjugan para señalar de

manera peyorativa a un mismo colectivo social, tal como lo señalan diversos

autores en otros contextos (Degregori 1991; López 1979; Spalding 1974). En

realidad se trata de una amalgama de características perversas que, desde una

posición de exterioridad, han definido una identidad en términos negativos. Así,

lo étnico se convirtió en un argumento racista; la actividad laboral y la

condición económica terminaron definiendo una inferioridad social; y la

condición de iletrado atribuyó una absoluta incompetencia a una población

concreta.

En las circunstancias señaladas, se comprende por qué reivindicar o no la

condición de indígena en el Perú conlleva una decisión de renuncia a la

identidad étnica (radical o progresiva) o de afirmación identitaria, y se

introduce al término un nuevo valor semántico. Un ejemplo de la primera

posibilidad —la renuncia a la identidad étnica— se da en las poblaciones

indígenas de la sierra peruana. Pajuelo (2006) sostiene que en la zona andina las

identidades se definen por el lugar geográfico de su origen, situación que

expresa una renuncia pública de su pertenencia étnica. La segunda posibilidad

—la afirmación identitaria resemantizada— se aprecia en la población

originaria de la selva, que reivindica el término indígena, pero emancipado de

su origen colonial. En palabras de un líder indígena awajún:

[…] la categoría indígena ha sido, por su creación y proceso, una categoría

colonial […]. No es un término de autoidentificación, sino una etiqueta

impuesta. Esto es importante para entender su connotación actual. Sin embargo, actualmente nosotros reivindicamos dicho término, dándole un

contenido étnico y de lucha, y mantenemos la identificación como pueblos

indígenas. (Nugkuag 1985: 241)

Se produjo, pues, un movimiento en direcciones opuestas entre las poblaciones

indígenas de la sierra y de la selva. Durante la década de 1970 y principios de la

siguiente, los científicos sociales daban cuenta de un fenómeno de

descampesinización en la zona andina y de migración de las poblaciones

indígenas serranas a ciudades de la costa. Esto trajo consigo un proceso de

cholificación,1 cuya consecuencia directa fue una desindianización de los

nuevos habitantes de las ciudades de litoral, sobre todo en Lima. Sin embargo,

este proceso de desindianización de lo andino se puede explicar por la ausencia

de una identidad indígena y la falta de autodeterminación. Siguiendo a

Guillermo Bonfil (1972), la categoría indio es parte del discurso colonizador

que genera pertenencia y tutelaje de una clase social hacia otra. Tal vez por ello

1 En Perú, el término cholo se asocia a una categoría social que caracteriza al migrante andino

que ha adoptado características urbanas costeñas, sin embargo está inmerso en una carga peyorativa.

el proceso de desindianización contiene, en sí mismo, un discurso de autonomía

cultural. Según Plasencia:

Es necesario reconocer, por lo tanto, que la dificultad de autorreconocimiento indígena —a diferencia del resto de países andinos—

en la sierra peruana obedece a cómo la historia nos bifurcó a partir del siglo

XIX, en un proceso de disolución étnica, de atomización política y de homogenización social en la que se incorporaron de lleno como campesinos

y, en el que los límites étnicos solo son reconocibles en versiones locales o

regionales y que muchas veces no rebasan la plausibilidad del entorno familiar. (Plasencia 2005: 282)

Mientras los indígenas de la sierra emprendían un proceso de distanciamiento

físico de su origen y otro de alejamiento de su identidad étnica, algo distinto

ocurría en las regiones de la selva peruana, donde los grupos nativos iniciaban

el proceso inverso: hicieron suya la categoría indígena, luego de un proceso de

reconceptualización de sus contenidos. Un claro ejemplo de lo señalado es la

importancia que tuvo el Congreso Amuesha del Perú, realizado en 1969, que

pasó desapercibido para los científicos sociales. Recordemos que un año antes

Varese había publicado La sal de los cerros, su estudio acerca de los indígenas

de la selva central (reeditado el 2006). Estos acontecimientos abrieron un

campo nuevo en los estudios sociales: el mundo indígena de la selva irrumpía y

se abriría espacio en la investigación social de las siguientes décadas.

Lo cierto es que en el Perú la participación indígena en procesos electorales ha

oscilado, a lo largo de la historia republicana, entre inclusión y exclusión.

Diversos autores (Pajuelo 2006; Del Águila 2011, 2012), dan cuenta de tres

momentos2. En primer lugar, la ciudadanía corporativa, de inicios de la

República hasta 1896, marcada por una inclusión electoral de todos los sectores

poblacionales. En segundo lugar, se instaló la ciudadanía capacitaría, debido a

que 1896 se produjo una reforma electoral que introdujo un criterio que cambió

2 Los términos en cursiva que señalan los tres momentos han sido tomados de Del Águila 2012.

todo, pues ser letrado otorgaba condición de elector. El saber leer y escribir fijó

una línea divisoria. Así, una mayoría, básicamente indígena, fue desafiliada de

toda posibilidad de sufragar. El tercer momento, denominado desborde

ciudadano, se inició en 1979 gracias a que la nueva Constitución otorgó (mejor

aún, restituyó) el derecho al sufragio de todos los ciudadanos sin restricciones,

fijando la mayoría de edad desde los 18 años. El derecho al voto devino

universal, posibilitando con ello la participación, como electores y/o

candidatos, a ciudadanos alfabetos y analfabetos sin ningún tipo de reserva.

Dentro del ingente número de ciudadanos que hicieron uso de este derecho se

incorporó una gran cantidad de población indígena, que participa en los

procesos electorales desde 1980, ya sea como candidatos o electores. Este

desborde ciudadano produjo un curso distinto en la historia nacional. El voto

restituyó el acceso a la participación por igual para letrados y no letrados.

Como bien señala Montesquieu (2012) el derecho de sufragio expresa la

voluntad de un pueblo.

Ciudadanía

En el Perú, la participación indígena en procesos electorales ha oscilado, a lo

largo de la historia republicana, entre inclusión y exclusión. Diversos autores

(Chiaramonti 2005, Pajuelo 2006, Del Águila 2011, 2012), dan cuenta de tres

momentos3: la ciudadanía corporativa, de inicios de la República hasta 1896,

marcado por una inclusión electoral de todos los sectores poblacionales; la

ciudadanía capacitaría, donde se produjo una reforma electoral que introdujo

el criterio de ser letrado para adquirir el derecho a voto, generando una línea

divisoria. El tercer momento, desborde ciudadano, se inicia en 1979 desde que

la Constitución reconoció el derecho al sufragio a todos los ciudadanos -fijando

la mayoría de edad desde los 18 años-sin restricciones. El derecho al voto

devino en universal, posibilitando con ello la participación, como electores y/o

candidatos a ciudadanos alfabetos y analfabetos sin ningún tipo de reserva.

3 Los términos en cursiva que señalan los tres momentos han sido tomados de Del Águila 2012

Durante las dos primeras décadas del siglo XX el tema indígena se convirtió en

un asunto de interés público y que ocupó la atención de los intelectuales y

políticos de la época. Desde las críticas realizadas por Manuel Gonzales Prada

respecto a las desigualdades en las relaciones entre indígenas y hacendados

hasta el debate sostenido entre Jose Carlos Mariátegui y Luis Alberto Sánchez

(Chang-Rodriguez 2009) se puede observar que el llamado problema del indio

se orientaba a que estos intelectuales se pregunten ¿qué hacer con el indio? Es

decir, se asumía que el ciudadano indígena era un problema. Mariátegui

apostaba por una propuesta socialista donde los campesinos (población

mayormente indígena) serían la base de su proyecto, pero la dirección del

mismo debía recaer sobre los sectores obreros. La propuesta de Sánchez y del

APRA era similar pero asumiendo que el indígena se encontraba inmerso en sus

vicios por lo que debía ser custodiado frecuentemente.

Durante la década de 1940, los ensayos y la producción literaria realizada en

torno al tema se orientaron a reflexionar sobre los indígenas como individuos

que requerían la tutela de los blancos para guiar su vida, sin embargo, por

aquellos años la sociedad Pro Indígena dirigida por Pedro Zulen y Dora Mayer

difundieron una visión idílica rousseauniana de los Andes y sus habitantes por

la que el indígena era el individuo puro y que su contaminación provenía de la

manipulación y abuso de los occidentales (Kristal 1991, Lauer 1997). Esta

etapa se define como la consolidación del indigenismo en el Perú y que se

inició como un movimiento artístico cultural que destacó en pintura (Jose

Sabogal), música (Daniel Alomia Robles) Literatura (Enrique López Albújar,

Clorinda Matto, José María Arguedas, Ciro Alegría, Gamaliel Churata, Luis

Valcárcel y Manuel Scorza) y poesía (José Santos Chocano). Las principales

expresiones del indigenismo atrajeron la atención de diversos sectores políticos

del país reconcomiéndose que mediante el arte y la cultura esta corriente

trascendió reconociéndose su carácter de denuncia a lo que Lauer (1997)

denomina el surgimiento de un indigenismo-2, es decir, un indigenismo que

trasciende del esteticismo indígena para asumir una carga política en defensa de

los derechos indígenas, no obstante esta propuesta continua asumiendo un cariz

tutelar.

El indigenismo es en término general la corriente que se opone a la

discriminación de los colonizadores hacia los pueblos aborígenes de América.

En el Perú la situación no es muy diferente, desde los primeros momentos de la

conquista los españoles empezaron a menospreciar a los indígenas, los

españoles ven a los otros como inferiores como seres casi comparables con

animales a los cuales deben de dominar, evangelizar o proteger; los indígenas

son vistos como seres imposibles de abandonar a su suerte y esa es una de las

justificaciones que los españoles usan para la conquista (Todorov, 2007, Krotz

2002)

Según Matos Mar “el Cusco se constituyó el principal baluarte del indigenismo

y que esta corriente cuzqueña significo una descentralización ideológica”4, al

igual que Degregori acepta que “el proceso populista del indigenismo se

presenta de manera más completa en el Cusco”5 por intentar explicarlo de

alguna manera podemos afirmar que se trata de un Cusco - centrismo

fuertemente afianzado en esta zona las ideas indigenistas parten de Cusco y se

extienden fácilmente por el resto del país y eso a causa de que el Cusco es visto

por los españoles como centro económico y político del imperio Inca y por lo

tanto bajo si visión occidental el centro del poder y de las ideas. Esta idea de

que el indigenismo peruano parte del Cusco no solo es percibida para esta etapa

4 El indio y el poder p 204

5 Indigenismo clase sociales y problema nacional p 39

pues Debora Poole (2000) también manifiesta que el centro de las imágenes

sobre el indigenismo están relacionadas a la idea que se maneja sobre el cuzco.

Se suele mencionar que el indigenismo inicia con Clorinda Mato de Turner y

Aves sin Nido pero los especialistas (Kristal 1992 y Lauer 1997) señalan que el

inicio oficial se da con El Padre Horan de Narciso Atestegui6 , sin embargo,

observamos que los comienzos del indigenismo se remontan a el Inca Garcilaso

de la Vega, que trata de buscar sus derechos como descendiente directo de los

Incas y de su padre un descendiente de la nobleza extremeña, luego escribe

sobre el Tahuantinsuyo a manera de desagravio hacia los demás indígenas, con

los cuales se identifica. Con Túpac Amaru II se puede ver parte del comienzo

de esta corriente, pero desde un aspecto político, el discurso que maneja al

reclamar sus derechos sobre sus antepasados y ser negado es un discurso étnico

con una base política que logra organizar todo un ejército de indios que tratan

de reivindicar sus posiciones.

Durante el siglo XIX, el indigenismo se presentó como una corriente expuesta

por mestizos y en algunos casos por personas ajenas al problema del indio; es

decir, el indigenismo fue planteado por mestizos para ser escuchado por

mestizos y sin mayor información al indígena.

Clorinda Mato y Narciso Arestegui, siguiendo la propuesta de Gonzales Prada,

critican al clero considerándolo la última institución colonial y la que más se

aprovechaba de la situación del indígena. El indígena no era considera un

ciudadano sino un sujeto servil hacia los intereses de ciertos sectores del

hegemónicos, esta postura difundida por los intelectuales del siglo XIX se

convirtió en instrumento de denuncia desde la literatura.

6 Véase: Kristal, Efraín: Una Visión Urbana de los Andes.

El indigenismo cuzqueño, comenzado desde el Inca Garcilaso de la Vega hasta

los últimos años del siglo XIX, pasa por las siguientes fases: la primera lucha

por el reconocimiento de una valoración igualitaria; la segunda es una fase de

recopilación para que no se pierda la identidad de los indígenas; la tercera es la

fase de la denuncia, denuncia por los abusos cometidos hacia los indígenas que

no tienen a ninguna institución que les pueda defender o ayudar en sus

reclamos.

El movimiento indigenista influyó fuertemente en la Antropología y otras

disciplinas sociales generando que las investigaciones sobre pueblos indígenas

se centraran exclusivamente en los estudios de comunidades pero

reproduciendo el modelo de asistencialismo hacia estas. Al iniciarse la década

de 1980 e iniciada la crítica sobre la escuela culturalista respecto a la

idealización de los comuneros y la falta de un enfoque global se produce una

nueva perspectiva respecto al indígena, donde se percibe que los cambios y

continuidades de las comunidades pasaban por procesos de endoculturacion y

difusión como en los lugares más occidentales (Degregori y Golte 1973). Los

trabajos realizados por el Instituto de Estudios Peruanos (IEP) durante la década

de 1970 en el Valle de Chancay dejaron en claro que el indígena ya no era el

sujeto dependiente del mestizo sino que poseía agencia social.

En 1984, la publicación de Desborde Popular y crisis del Estado de José Matos

Mar cambia radicalmente la perspectiva del indígena como un Otro distante,

pues se evidencia que desde 1960 se gesta un proceso migratorio que lleva a los

indígenas andinos hacia la costa del país, este proceso viene acompañado de la

integración del Otro a la vida en la ciudad. Los migrantes andinos que llegan a

las ciudades costeñas sufren de discriminación ya sea por la forma de hablar o

la vestimenta.

Según Matos (1992) el desborde popular al cual se refería hacía alusión a la

migración masiva de indígenas andinos a las ciudades, en su mayoría

ciudadanos analfabetos sin derecho a voto, que no lograron que sus derechos

sean respetados. Esta condición cambió en 1979 cuando la Constitución política

del país reconoce los derechos políticos de todos los ciudadanos estableciendo

el voto universal, es en ese momento que aparece lo que Del Águila

(2011,2013,2013) llama desborde ciudadano, es decir, el incremento masivo de

ciudadanos con igualdad de derechos ante la Ley.

Democracia

La democracia puede ser definida como un sistema de gobierno donde la

voluntad de los ciudadanos permite la toma de decisiones. Como sistema

político la democracia es la forma como un Estado organiza su estructura para

gobernar. Bajo un sistema democrático, la ciudadanía en general goza de

igualdad de derechos y libertad bajo la Ley. Se debe señalar que la democracia

no solo plantea igualdad de derechos políticos sino que propone igualdad de

derechos en todos sus ámbitos.

La democracia como sistema de gobierno no es un sistema rígido que sea

repetitivo sino que se va transformando constantemente de acuerdo a las

necesidades de la ciudadanía o de los cambios sociales que ocurren

constantemente. Es pertinente señalar que en muchos pueblos y naciones se han

practicado formas de gobierno democráticas sin conocer necesariamente como

funciona un sistema democrático con toda la formalidad, por ejemplo pensemos

en la forma de organización y toma de decisiones de nuestras comunidades

nativas y campesinas.

En muchas de las comunidades nativas y comunidades campesinas de la

Amazonía y los Andes del Perú aún se conservan tradiciones de la forma de

gobierno y organización ancestral que nos permiten identificar prácticas

sociales que indican formas democráticas en su accionar. Por ejemplo, en estas

comunidades se mantiene la tradición de escoger a un representante comunal

que no solo administra a la comunidad sino que los representa ante las

autoridades, es decir, escogen a sus propios representantes en una asamblea

donde se consulta a toda la población para elegir a sus jefes comunales. La

asamblea es un espacio que permite a toda la comunidad tomar decisiones

colectivas, donde se nombran responsables y se presentan denuncias en caso de

que alguno de los integrantes comenta faltas contra la propia comunidad. Se

debe señalar que si un integrante de la comunidad comete una falta contra otro

integrante esta se percibe como una falta a toda la comunidad. La asamblea

también permite organizar sesiones de trabajo colectivas donde la población se

prepara para realizar faenas comunales en beneficios de todos, es decir, se

discuten asuntos públicos para ser resueltos por todos los integrantes de la

comunidad. Todas estas formas tradicionales de gobierno mantienen de forma

implícita prácticas democráticas donde la capacidad de tomar decisiones emana

de la propia población.

Muchas veces pensamos que la democracia y la igualdad de derechos no llegan

a todos de forma equitativa. Esta forma de pensar ocurre porque en muchos

casos las distancias y las desigualdades económicas generan que el acceso a los

servicios básicos no sean los mismos para todos, por ello es necesario que todos

y todas trabajemos para cambiar esa situación.

La democracia tiene como principio la igualdad de todos los ciudadanos y

ciudadanas ante la Ley sin discriminación por ninguna razón. La Constitución

Política del Perú señala:

Artículo 2°.- Toda persona tiene derecho:

2. A la igualdad ante la ley. Nadie debe ser discriminado por motivo de origen, raza, sexo, idioma, religión, opinión,

condición económica o de cualquiera otra índole.

Todos somos iguales ante la Ley, por lo tanto todos tenemos los mismos

derechos, pero también todos tenemos los mismos deberes para juntos construir

una sociedad donde tengamos igualdad de oportunidades. La democracia no es

excluyente sino que por el contrario la democracia busca desarrollar su sistema

de gobierno en un clima de inclusión ciudadana.

Pese a lo anterior se debe reconocer que en el Perú el desarrollo ha sido

desigual y no ha llegado a todos por igual generando que no todos alcancemos

igualdad de oportunidades para alcanzar nuestras metas y por lo tanto no

alcanzamos igualdad de derechos. Por ello debemos comenzar a realizar

prácticas que promuevan la inclusión ciudadana buscando el respeto y

cumplimiento de nuestros derechos, pero, tomando en cuenta que también

debemos cumplir adecuadamente con nuestras obligaciones como ciudadanos.

La inclusión ciudadana permite que la democracia sea auténticamente

representativa y que se fortalezca con la participación de todas y todos sus

integrantes. La inclusión no solo contempla que todos tengan acceso a los

mismos servicios sino que implica que todas y todas debemos estar interesados

e involucrados en mejorar las condiciones de vida y propiciar el desarrollo en

todos los ámbitos buscando de esa manera un mejor futuro para los nuestros. En

síntesis, la inclusión busca que todos tengamos las mismas oportunidades y

propicia la participación de la ciudadanía en general por el beneficio colectivo.

Tal como señalamos al inicio, la democracia plantea la igualdad de toda la

ciudadanía ante la Ley y la interculturalidad apuesta por el dialogo entre

culturas sin superioridad de ninguna, por lo tanto, la democracia es intercultural

desde su base. Sin embargo, es importante resaltar que los valores implícitos en

la democracia son parte del proyecto intercultural y, de igual forma, los

principios éticos de la intercultural son parte real de un proyecto democrático

que busque una autentica participación de todos los sectores.

La ejecución de un modelo democrático que se preocupe efectivamente por

todas las culturas garantiza que se promueva la participación de toda la

ciudadanía al momento de tomar decisiones que afectan al país, por tal motivo,

podemos afirmar que una democracia con enfoque intercultural permite generar

políticas inclusivas que tomen en cuenta a todos los sectores de la población

generando, por consecuencia, una autentica representación.

Tomando en cuenta lo anterior es necesario promover la participación

ciudadana y participación política por parte de la ciudadanía porque de esta

manera los asuntos de interés público pueden ser tomados en cuenta por

nuestras autoridades y así pueden ser materializados en obras en beneficio de la

ciudadanía.

Participación política

Cuando hablamos de participación ciudadana nos referimos a todas las acciones

que realizan los y las ciudadanas con la finalidad de influir en las decisiones del

gobierno.

La participación ciudadana puede nacer de sectores de la sociedad que se

organizan sin necesidad de participar en alguna organización política pero que

buscan influir en las decisiones de las autoridades. Las asociaciones de madres,

los comités del vaso de leche, los comedores populares y otras organizaciones

de la sociedad que demuestran organización y participan activamente a través

de sus integrantes para influir sobre las autoridades, realizan participación

ciudadana. Los y las ciudadanas que actúan en los referéndums, revocatorias,

demandas de rendición de cuentas o que presentan propuestas y solicitudes en

los llamados presupuestos participativos también realizan participación

ciudadana. La Constitución señala:

Artículo 31º.- Los ciudadanos tienen derecho a participar en los

asuntos públicos mediante referéndum; iniciativa legislativa; remoción o revocación de autoridades y demanda de rendición de cuentas.

Tienen también el derecho de ser elegidos y de elegir libremente a sus

representantes, de acuerdo con las condiciones y procedimientos determinados por ley orgánica.

Es derecho y deber de los vecinos participar en el gobierno municipal

de su jurisdicción. La ley norma y promueve los mecanismos directos

e indirectos de su participación. (...)

Podemos definir la participación política como el acto consciente e informado

de los ciudadanos que tiene como finalidad influir en los procesos políticos y

sus resultados ya sea para ser elegido como representante o siendo elector de

representantes.

Hay que entender a la participación política como una forma de intervenir en la

vida política formal e institucionalizada del país. Es importante por eso que sea

allí un ejercicio ciudadano consciente e informado.

Todos los peruanos tenemos reconocido el derecho a la participación política.

La Constitución de 1979 reconoció el derecho al voto de todos los ciudadanos

del país sin importar sexo, origen, condición social u otros requisitos

excluyentes, el único requisito es ser mayor de 18 años y contar con el

documento nacional de identidad.

Debemos recordar que nuestro voto debe ser informado, es decir, votar de

forma consiente por la propuesta política que más nos convenza, nuestro voto

implica entregar nuestra confianza y apoyo a una lista de candidatos, por ello al

votar también estamos realizando una forma de participación política como

electores.

Tal como señalamos, votar significa entregar nuestra confianza a alguno de los

candidatos o candidatas que se presentan. Cuando decidimos votar por alguno

de los candidatos estamos considerando que este representa los intereses

colectivos de la ciudadanía en la cual nosotros nos vemos incluidos. Tenemos

que considerar que la ciudadanía está compuesta por diversos grupos sociales

entre ellos las mujeres, los jóvenes y los miembros de pueblos indígenas, por

ello el hecho de votar por un candidato implica que este candidato pueda

representar a uno o todos estos sectores.

Interculturalidad y multiculturalidad

En sociedades demócratas, las culturas coexisten en complejas relaciones de

«subordinación-hibridación» (Tubino, 2002: 23); teniendo en cuenta que

básicamente toda cultura es pluricultural (Balbuena). Así pues, los miembros de

las culturas subalternas suelen asimilarse a la cultura societal del Estado

nacional y, por ello, desaprenden su lengua y cultura de origen. Frente a esta

problemática, Tubino afirma que se requiere “generar equidad de oportunidades

para que haya ejercicio dela libertad de opción, [para lo cual] sirven las

políticas multiculturales de discriminación positiva” (Ibídem).

En esta línea, cabe precisar que el multiculturalismo se refiere a la tolerancia;

mientras que la interculturalidad alude al diálogo —para lo cual es necesario

presuponer el respeto mutuo, así como las condiciones de igualdad entra los

sujetos que dialogan (Etxeberria 2001, citado en Tubino 2002)—; de tal forma

que ambos conceptos se vinculan entre sí en tanto la interculturalidad, como

propuesta étnico-política, presupone al multiculturalismo, entendiendo este

último como la reducción de las relaciones asimétricas entre las culturas

(Ibídem: 26). Así pues, como indica Balbuena (2007) el interculturalismo se

propugna “el encuentro entre grupos, el reconocimiento de la capacidad de

creación cultural a otras culturas y la necesidad del aprendizaje mutuo” (15).

Tomando en consideración las definiciones desarrolladas previamente, se

asume como una política intercultural a aquella que asume al menos los

siguientes aspectos: i. el derecho a la diferencia y el reconocimiento de la

identidad particular de los individuos y los grupos, y ii. La convivencia social

de conocer el otro y de aprovechar sus logros culturales mediante el

intercambio cultural (Ibíd). No obstante, pese a que Perú podría ser un país por

excelencia para aplicar una política del reconocimiento y/o de ciudadanía

multicultural; la discusión sobre su implementación se reduce al ámbito

académico, con una escasa repercusión en la política estatal (Huber, 2010). Así,

el desinterés oficial por estos temas pasa por alto que también en el Perú se ha

producido un giro desde el clasismo, predominante todavía en la lucha del

campesinado por la tierra durante los años sesenta y setenta, hacia expresiones

sociales identitarias (Op. Cit.).

En ese sentido, Degregori afirma que, pese al reconocimiento de la diversidad

cultural, étnica y racial que resulta evidente a simple vista; los peruanos cuentan

con dificultades para aceptar dicha diversidad como positiva, más allá del

folklore y del turismo. Para este autor, ello se explica por el hecho de que en

Perú la nación moderna —retomando la conceptualización de Benedict

Anderson, de «comunidades imaginadas» donde no todos se conocen

personalmente, pero se reconocen como miembros de un mismo nosotros, de

una misma comunidad— se constituyó a partir del ideal de los criollos: «se

incorporó desde muy temprano en su historia las glorias del Imperio Inca, pero

negó tener algo que ver con los indios contemporáneos» (Degregori, 2004). De

esta forma, la denominada nación se reducía en estos tiempos a varones,

adultos, urbanos, criollos y mestizos hispanohablantes, educados (que sabían

leer y escribir) y que contaban con una buena posición económica, siendo estos

los únicos con derecho a voto. En términos de Lommés (2014),

[…] en los albores de la vida independiente, el sueño primigenio de una “comunidad imaginada” de corte indiano volvería a alentar el ideario de los

jóvenes repúblicas. En fuerte contraste con la sociedad corporativa del antiguo

régimen, se postuló un espacio público homogéneo que repudiara toda singularidad de condición y, obviamente, cualquier diferenciación étnica o

cultural. Se llegaría incluso a arrebatarles a los indígenas su pasado incaico

para ponerlo al servicio del “nacionalismo criollo” (Méndez, 2000), siendo tal despojo obra conjunta de los intelectuales mestizos al promover la categoría

del indigenismo. (Lommés, 2014: 10)

En la línea antes mencionada, Cánepa (2008) señala que:

[…] el no querer ser indio» convirtió en una idea compartida en la sociedad

peruana. Según esta autora, con el fin del orden colonial y la instauración de la

nueva República se establecieron los límites étnicos, modelando las

distinciones étnicas entre indios, mestizos y criollos como las conocemos hoy en día. Con la muerte de Túpac Amaru, los grupos indígenas perdieron la

mayoría de los privilegios, tal como el derecho a aprender a leer y a escribir;

de manera tal que el analfabetismo como una característica de las poblaciones indígenas fue el resultado de una política de estado que realmente configuró al

indígena como un sujeto analfabeto, como «el otro inferior» (Cánepa, 2008:

15).

Así pues, las políticas culturales se tornaron especialmente relevantes en un

contexto en el que las ideas de la Ilustración empezaron a dar forma a la

sociedad peruana. A partir de estas políticas culturales no solo se estableció un

mecanismo de clasificación étnica y se fundó un término de representación

cultural y de identificación política que configuró el nacionalismo criollo, de

«Incas sí, indios no» (Méndez, 1996) y de ideologías indigenistas; sino que

también se contribuyó a constituir la esfera de cultura en un espacio de

confrontación política (Ibídem: 16).

Cánepa agrega que a partir de mediados del siglo XX la identidad étnica

adquirió un carácter distinto, debido a las grandes dimensiones de los procesos

de migración y de expansión del mercado, que abrieron canales y ofrecieron

otros mecanismos para la movilidad social. Así pues, se habría intensificado la

fluidez de las identidades étnicas, pese a que los bordes étnicos no fueron

borrados (Cánepa Op. Cit.: 17). En ese sentido, durante el primer gobierno de

Fernando Belaúnde (1963-68), se incorporaría en el discurso oficial a las

comunidades indígenas y, posteriormente, durante el gobierno militar del

general Juan Velasco Alvarado (1968-1975) el sujeto indígena se tornaría en el

ícono central. Por medio de las distintas conquistas por derechos —tales como

la escolarización y el servicio militar obligatorio, la reforma agraria (1969-

1975) y la concesión del voto, con la Constitución de 1979— los diferentes

pueblos que conforman el Perú y, en especial, los indígenas tuvieron acceso a

una «ciudadanía homogenizadora», que dejaba de lado la diversidad nacional,

las lenguas, tradiciones, mitos, héroes y banderas de otros pueblos (Degregori,

2004), de tal forma que, como indica De la Cadena:

[…] los criterios para acceder a la ciudadanía discriminan a favor de formas de

vida consideradas mejores. Lo crucial es que mientras que “ser moderno”

como condición de ciudadanía es requisito legítimo, no ser moderno y ser ciudadano es impensable (2006: 20).

Así pues, Chuecas (2007) indica que la sociedad peruana actual es producto de

un mestizaje difícil entre los pueblos autóctonos, la población criolla y las

minorías de inmigrantes (africanos, europeos y asiáticos); donde la no-

aceptación del otro explica la complejidad de identidade(s) que conforman a

Perú. Es así que, para esta autora, pese a que los derechos son universalmente

reconocidos; en la práctica no pueden ser ejercidos porque dependen entre otros

factores, tales como el género y grupo étnico de los ciudadanos. De esta forma,

se presentan desigualdades que dificultan la integración, al igual que el

reconocimiento de los ciudadanos en la comunidad política (Chuecas, 2007:

143). En términos de Abanto (2011), en el caso de la diversidad étnica,

legalmente esta ha sido abordada de distintas maneras desde la Constitución de

1920, a partir de la cual se empezó a forjar un diseño institucional para la

atención de los pueblos indígenas por parte del Estado. Empero, pese a las

garantías legales que ofrece la Constitución política de 1993 para la identidad

étnica y cultural, al igual que un marco jurídico amplio respecto a un conjunto

de derechos individuales y colectivos para dicha población; Perú aún carece de

una institucionalidad estatal indígena sólida que permita el desarrollo de una

gestión pública adecuada a las necesidades y demandas de esta población

(Abanto, 2011: 2).

En esta línea, Durand (2014) se pregunta cuál ha sido la dinámica de

interacción estatal con los pueblos indígenas en cuanto a políticas e

institucionalidad vigente y, de otro lado, cómo es posible avanzar en la

construcción de una relación Estado-pueblos indígenas basada en una agenda

compartida. La autora indica, entonces, que la forma en la cual el Estado se

organiza, formula e implementa políticas relacionadas con la población

indígena da cuenta de que, hasta el momento, avanza lento la construcción de

una arquitectura intercultural, entendido a esta como:

[…] una estructura de instituciones, autoridades y funcionarios en el interior del Estado capaz de visibilizar la aprobación de políticas destinadas a

garantizar los derechos de los pueblos indígenas y potenciar su participación en

espacios institucionales, repercutiendo así en un desarrollo con equidad y respetuoso de las diferencias (2014: 4).

Asimismo, Durand agrega que, sumado al hecho de que aún queda pendiente

concretar una adecuada arquitectura intercultural,

[…] que supere la tradición estatal homogeneizadora, así como la dispersión,

superposición e improvisación de estructuras y funciones, empoderando debidamente al ente rector e institucionalizando mecanismos de diálogo con

los pueblos y sus organizaciones (2004: 5)

También queda pendiente que desde el Estado peruano se profundice el

desarrollo del enfoque intercultural, el cual alude a la construcción de

relaciones horizontales y democráticas entre culturas distintas. Así pues, según

la autora, para concretar ambos retos resultar crucial «institucionalizar la

consulta y la coordinación con los pueblos y sus organizaciones en las distintas

intervenciones estatales referidas al ejercicio de sus derechos» y enfrentar el

desafío de desterrar las prácticas discriminatorias.

Participación indígena político-

electoral en Perú

Derechos políticos de pueblos

indígenas

Balance legal

Líneas atrás se hizo referencia a la participación política como tema general,

incluyéndose al texto del artículo 31 de la Constitución como el marco en el

cual ha de entenderse la regulación interna peruana para el desarrollo de los

derechos ciudadanos en esta materia. En el presente apartado el énfasis se

centrará en los derechos específicos que el ordenamiento peruano ha reconocido

a los pueblos indígenas, resaltando desde ya que para ello se ha tomado en

cuenta una naturaleza colectiva.

A fin de brindar un tratamiento ordenado, se parte de la regulación del Derecho

Internacional, para lo cual se toma en cuenta principalmente la Declaración de

las Naciones Unidas sobre los derechos de los Pueblos Indígenas de 2007. Ello

debido a que, más que el Convenio sobre Pueblos Indígenas y Tribales de la

Organización Internacional del Trabajo, reconoce más ampliamente derechos

vinculados con la participación política: la libre determinación, el autogobierno,

y la participación en la adopción de decisiones en las cuestiones que afecten a

sus derechos.

Planteado este marco, se precisa que, expresamente, ninguno de estos derechos

ha sido reconocido en el ordenamiento interno, si bien la Constitución Política

(artículo 89) dispone que las comunidades campesinas y las comunidades

nativas son autónomas en su organización en el trabajo comunal y en el uso y la

libre disposición de sus tierras, así como en lo económico y administrativo,

dentro del marco que la ley establece.

Sobre el particular, debe añadirse que la libre determinación es aquí entendida,

más que como independencia política con eventuales resultados secesionistas,

en términos de dimensiones internas que recaen en la forma de organización

política y económica de un pueblo. Así las cosas, sabiendo que la lectura del

artículo 3 de la Declaración debe complementarse con lo dispuesto por su

artículo 4, según el cual los pueblos indígenas tienen derecho a la autonomía o

al autogobierno en las cuestiones relacionadas con sus asuntos internos y

locales, podría pensarse que el citado artículo 89 la recoge implícitamente. No

obstante, la práctica peruana ha comprendido que dicha autonomía se produce

en términos de personas jurídicas –pues son así consideradas- y no por alguna

naturaleza propiamente indígena que las vincule con el Derecho Internacional.

En lo que concierne al autogobierno, en la medida que se le entiende asociado

con el derecho de los pueblos indígenas a mantener y reforzar las propias

instituciones políticas, también se entiende su relación con la participación y

representación políticas de acuerdo con sus propios procedimientos, recogido

por el artículo 18 de la Declaración, ninguno de los cuales ha sido

implícitamente recogido por la normatividad peruana.

Ahora bien, cabe detenerse en el derecho específico de los pueblos indígenas a

participar en la toma de decisiones sobre los asuntos que les afecten. A tal

efecto, seguimos a la autora peruana Raquel Yrigoyen cuando afirma que,

considerando el Derecho internacional y constitucional actuales, dicho derecho

conlleva, además de la participación en el ciclo de las políticas estatales, tres

derechos: a) Decisión autónoma de su modelo de desarrollo; b) Consulta previa

a medidas legislativas o administrativas concretas; y c) Consentimiento, previo,

libre e informado cuando pueden ponerse en riesgo derechos fundamentales de

los pueblos, como la integridad o el modo de vida y desarrollo.

Pues bien, detallado, puede afirmarse que en Perú se ha reconocido y

desarrollado el derecho a la consulta previa y, genéricamente, el derecho a

participar en las decisiones sobre los asuntos que les afecten. En el primer caso,

a través de la Ley No. 29785 de 2011 y de su reglamento aprobado por Decreto

Supremo No. 01-2012-MC, y en el segundo caso por medio de las reformas

constitucionales de 2002 y 2005 con el establecimiento de cuotas de

participación electoral en los procesos electorales regionales y municipales.

Respecto a la ley ha de precisarse que en su denominación se hace referencia al

derecho a la consulta previa reconocida en el Convenio No. 169 de la

Organización Internacional del Trabajo, por lo que está referido al derecho de

los pueblos indígenas peruanos a ser consultados de forma previa sobre las

medidas legislativas o administrativas que afecten directamente sus derechos

colectivos, sobre su existencia física, identidad cultural, calidad de vida o

desarrollo. El artículo 2 de esta ley señala además que también corresponde

efectuar la consulta respecto a los planes, programas y proyectos de desarrollo

nacional y regional que afecten directamente estos derechos.

De otro lado, hablamos de un reconocimiento genérico del derecho de los

pueblos indígenas a participar en la toma de decisiones en los asuntos que les

afecten en tanto se ha dado el desarrollo de la citada norma constitucional con

la Ley de Elecciones Municipales No. 28684 y la Ley de Elecciones Regionales

No 27683, las mismas que atribuyen al Jurado Nacional de Elecciones (JNE) la

competencia de definir las regiones y provincias en las que se aplicarían los

porcentajes mínimos, especificándose que, tratándose de elecciones

municipales, la cuota era aplicable únicamente a las listas electorales a los

concejos provinciales.

Haciendo uso de sus competencias normativas, para definir desde 2002 el

aludido ámbito territorial, el JNE ha ido delimitado primero el ámbito personal

de aplicación de la cuota a través de distintas resoluciones, cada una enmarcada

en cada proceso electoral regional y municipal, según se muestra a

continuación:

Cuadro 1. ÁMBITOS DE APLICACIÓN EN LOS PROCESOS ELECTORALES DE 20006 Y

2010

ERM 2006

ERM 2010

Resolución No. 1235-2006-JNE: Reglamento de

Inscripción de Miembros de Comunidades Nativas

- Resolución No. 247-2010-JNE: Reglamento de

inscripción de listas de candidatos (abril)

- Resolución No. 370-2010-JNE (junio)

ÁMBITO DE APLICACIÓN

ÁMBITO DE APLICACIÓN

Comunidades nativas o pueblos amazónicos

(Artículo 2). Miembros de todos aquellos pueblos

o comunidades peruanas de naturaleza tribal de

origen prehispánico o desarrollo independiente a

éste, provenientes o asentados en las regiones de

la selva y ceja de selva del territorio nacional

(Artículo 4)

Comunidades nativas y pueblos originarios (Res.

247-2010-JNE), y luego comunidades nativas,

comunidades campesinas y pueblos originarios

(Artículo 3, Res. 370-2010-JNE)

ACREDITACIÓN DE CANDIDATO / A

Artículo 6.- Postulación de miembros de

comunidades nativas

Miembro de una comunidad inscrita como nativa.

Ante la ausencia de certificado, constancia,

documento o registro oficial o comunal, debe

considerarse la declaración de conciencia que

haga la persona de su identidad nativa o tribal

como criterio fundamental.

ACREDITACIÓN DE CANDIDATO / A

Artículo 21.- Cuota de comunidades nativas,

comunidades campesinas y pueblos originarios

La acreditación del candidato debe ser efectuada

por el jefe o representante de la comunidad nativa

o autoridad comunal, por escrito o de manera

presencial ante un juez de paz que elabore una

declaración formal.

La representatividad de las autoridades de la

comunidad nativa o campesina deberá ser

refrendada por la Dirección Regional Agraria o el

órgano que determine el Gobierno Regional

respectivo.

Fuente: JNE - Elaboración propia

Pero hay una situación destacable que se ha producido a través de un cambio

normativo con ocasión de las Elecciones Regionales y Municipales 2014. La

llamada cuota nativa tiene, en el actual proceso electoral, su mayor marca: no

solo se ha trascendido la consideración amazónica en el enfoque de los

colectivos beneficiarios sino que, tomando en cuenta fundamentalmente la

información del Viceministerio de Interculturalidad, el JNE ha reconocido

implícitamente que el grupo central de su ámbito de aplicación lo constituyen

los pueblos originarios o indígenas, más que las comunidades nativas o

campesinas.

Para sustentar la afirmación hecha nos centramos en las Resoluciones No. 269 y

270-2014-JNE, con las cuales el JNE acogió las recomendaciones de dicho

Viceministerio7, las mismas que tuvieron a la lengua materna indígena como

principal criterio objetivo de identificación de los beneficiarios de la cuota

electoral. De este modo, y ante la ausencia de un censo de población indígena

en Perú, la definición de la lengua materna indígena ha repercutido en la

redefinición del ámbito territorial y personal de la cuota incluyéndose, por

primera vez desde su establecimiento, a la zona andina del país.

Llegados a este punto, retomamos la idea de que en Perú se ha reconocido solo

genéricamente el derecho de los pueblos indígenas a la participación en la toma

de decisiones en los asuntos que les afecten puesto que, primero, dicha

participación ha de realizarse por medio de representantes elegidos, “de

conformidad con sus propios procedimientos e instituciones”, cosa que no

sucede en el país. Y segundo porque una cuota de participación electoral como

la vigente en Perú, no garantiza dicha participación en la toma de decisiones

porque, ni asegura que los/las candidatos/as resultarán elegidos/as, ni es

aplicable a todas las instancias estatales desde las cuales pueden adoptarse tales

políticas.

7 Dependencia del Ministerio de Cultura –creado en 2010- que es actualmente el órgano especializado del Poder Ejecutivo en materia de pueblos indígenas.

Violencia política y pueblos indígenas

Se comprende por violencia política a “la práctica que recurre

sistemáticamente y dentro de una estrategia determinada , a la violencia contra

las personas o las cosas, provocando así temor útil a los objetivos políticos del

grupo”(Desco y Caj 1989:54). El Perú republicano ha sufrido distintos

episodios de violencia política en la que los distintos actores hicieron empleo de

la fuerza para la obtención del poder. En 1932, el APRA se levantó contra el

gobierno de turno con un discurso de reivindicación de los sectores populares y

en contra del autoritarismo del gobierno de Luis Miguel Sánchez Cerro, sin

embargo, la reivindicación se dirigía a reconocer derechos laborales de obreros

y burócratas de la época y en contra de la presencia norteamericana e inglesa,

pero su proyecto no tomaba en cuenta a los indígenas pues estos últimos no

contaban con el derecho al sufragio.

Fue en 1958 cuando el proyecto de levantamiento campesino encabezado por

Luis de la Puente y posteriormente el movimiento de 1962 dirigido por Hugo

Blanco donde se evidencia un movimiento armado de gran composición

indígena pero que no pasó de ser una corta experiencia guerrillera (Lust 2012).

La violencia política iniciada en 1980 es uno de los temas que más afectó a las

comunidades indígenas al interior del país (CVR 2003, Sánchez 2007, Durand

2007, Degregori 2004, Rénique 2004).

Los trabajos presentados respecto a los indígenas en el contexto de violencia

1980-2000 resaltan que fueron las principales víctimas de los actores armados,

sin embargo, estudios de mayor profundidad (Vich 2002, Sánchez 2007, Silva

Santisteban 2009) resaltan que durante el proceso de violencia política el

indígena fue rechazado convirtiéndose en un sujeto cuya ciudadanía no era

plena.

La literatura sobre la violencia política coincide en señalar que el indígena se

encontraba entre dos fuegos (Smith 1992) haciendo alusión a los

enfrentamientos entre fuerzas del orden y grupos alzados en armas que

desarrollaban acciones armadas en el espacio ocupado por los campesinos.

El fenómeno de la violencia política de las dos últimas décadas del siglo XX se

inicia de manera formal el 17 mayo de 1980 con la toma de un pequeño centro

educativo en la comunidad campesina de Chuschi al Sur este de Ayacucho

(CVR2003, Degregori 1990, Gorriti 1990, Otros), donde se llevarían a cabo las

elecciones generales de ese año, luego de 12 años de gobierno militar8 . Aquel

día la organización subversiva conocida como Sendero Luminoso incineró las

ánforas electorales e inició lo que denominaron Lucha Armada (ILA). Cuatro

8 Anterior al hecho de Chuschi, habían incendiado la municipalidad de San Martín de Porres y

la tumba del General Juan Velasco Alvarado, estos actos son una clara protesta contra el régimen militar y el desacuerdo del grupo armado contra el sistema.

años después, otro grupo se levanta en armas, se trata del Movimiento

Revolucionario Túpac Amaru.

Los proyectos armados de ambas organizaciones contemplaron desarrollar

acciones guerrilleras en las zonas rurales del país, Sendero Luminoso por su

parte profundizó su trabajo en los Andes (Sánchez 2007, Gorriti 1990,

Degregori 1985 y 1990) y el MRTA lo hizo en la Amazonia peruana, pero con

mayor énfasis en los espacios urbanos (Durand 2007).

Desde la capital del país, la percepción que se tenía del conflicto armado y de

los indígenas peruanos era lejana, por ejemplo, respecto al distrito donde se

inició el proceso de violencia el historiador Alberto Flores-Galindo menciona

sobre Chuschi que:

[…]en 1961 tenía apenas 1000 habitantes , subsistiendo en medio de la

pobreza, apenas visitado por algún antropólogo; pocos sabían que Chuschi había sido la sede gubernamental de siete comunidades en la época

colonial[…] (Flores-Galindo 1988:377)

Hasta ese momento nadie conocía cual era el motivo de levantamiento en armas

de ninguno de los dos grupos pero las respuestas solo podían ser dadas por la

mala información de la prensa y el desinterés del Estado en ese momento. El

presidente Fernando Belaunde subestimaba el accionar de los insurrectos

calificándoles de abigeos9. (Degregori 1988)

La limitada importancia que se da desde Lima a los hechos ocurridos al interior

del país demuestran la alterización a la que son sometidas las comunidades

campesinas alejadas del centralismo limeño, solo es una de las manifestaciones

iniciales de cómo la violencia se va convirtiendo en un problema de los Otros,

la generalización de las acciones de violencia convierten a todos los actores de

9 El término abigeo hace referencia a los ladrones de ganado.

la misma en salvajes; dentro de la mentalidad de los limeños no hay una

información detallada de las causas por las cuales SL actúa con violencia.

Los investigadores (Degregori 1988,1990, Rénique 2004, otros) coinciden en

señalar que en Lima se ha generado un estereotipo en el cual los protagonistas

de la violencia son siempre los integrantes de las comunidades campesinas;

toda la violencia tiene su origen en el campo y por lo tanto sus consecuencias

no afectan a los limeños.

Sin mayor atención a cuales son las causas y de donde proviene la violencia se

puede notar una indiferencia en conocer quiénes son los actores de la misma,

los limeños solo catalogan a los comuneros de salvajes, un ejemplo

paradigmático ocurrió cuando en 1984 fueron asesinados 8 periodistas en las

alturas de Uchuraccay en Ayacucho, el gobierno de Belaúnde envió a un grupo

de investigadores para esclarecer los hechos en esta lejana región del país. El

resultado fue un informe redactado por Mario Vargas Llosa y el antropólogo

Fernando Fuenzalida, quienes adjudican la culpa de este crimen a los

integrantes de la comunidad campesina que debido a su estado de salvajismo no

diferencian entre armas y cámaras fotográficas de los hombres de prensa, es una

muestra clara de alteridad sobre los indígenas andinos. En respuesta a dicho

informe distintos intelectuales (Manrique, Portocarrero, Flores-Galindo, otros)

publicaron artículos criticando el método, la sistematización de las fuentes y el

procesamiento de datos, pero solo un artículo (Montoya) criticaba el carácter

etnocéntrico del informe.

La violencia política hizo que los investigadores pongan en evidencia que los

diversos estudios donde se presentaba la desigualdad social en el país enraizada

en Lima desde comienzos de 1920 hace que para 1980 convivan tres marcadas

clases sociales en el país y en particular en el escenario limeño, en primer lugar

la clase propietaria ha controlado la producción y los medios de producción

pues a lo largo de la historia republicana del país controla la propiedad de la

tierra, minería, las industrias y el comercio -ya sea el comercio interno como las

exportaciones- , tomando así el país un rumbo de tipo rentista; este proceso

varió a partir del golpe de estado de 1968 y en especial con la reforma agraria.

Esta política de Estado creó un sistema de inclusión social y un pluralismo

económico que propicio un sistema empresarial con mayor importancia de lo

nacional. En segundo lugar tenemos la llamada clase media; la cual está

conformada por los profesionales asalariados, los propietarios de las pequeñas

empresas o conocidos como “microempresarios” así como empleados en

general, su aporte al ingreso nacional es mínimo pues los ingresos de este

grupo se limita a solo cumplir necesidades básicas y no permite un excedente

crear un aporte al Estado. Como resultado se produjo una crisis económica y

social de fines de la década de 1980 han empobrecido a esta clase social, en el

último lugar de la jerarquía de clases se encuentra el sector obrero y los

campesinos; agremiados y sindicalizados por tradición, esta es la clase de

mayor pauperización nacional, este sector está integrado, en su mayoría, por

migrantes.

Esta situación de distinción de clases y asimetría social hace que el proceso

migratorio aumente y que al último grupo de la escala social se añadan los

comerciantes informales con lo cual empobrecimiento aumenta y hace que las

relaciones sociales urbanas sigan procesos desiguales, todos estos motivos

crean caminos para la justificación por parte de los grupos armados para

continuar con la guerra interna, pues elementos como el sistema político

nacional evidencian que solo se trata de un elemento funcional para grupos de

poder.

El problema de la dominación de clases sumado a la discriminación racial

hacen que la principal víctima de esta situación sea el indígena; es decir la

preferencia por el individuo de “piel blanca” crean estigmas en el indígena

migrante que trata de abrirse camino en Lima; las diferencias culturales,

sociales hacen que los migrantes, indígenas en su mayoría, perciban el rechazo

y la marginación por parte de sus compatriotas, este elemento hace que se

formule un rechazo y un antagonismo entre Lima y el resto del país pero este

problema particular del indio hace que la marginación, el insulto y el desprecio

sea un común de todas las clases sociales limeñas hacia el indio, el migrante se

ve obligado a participar en las actividades económicas de la clase obrera pero

incluso allí es marginado por lo cual ingresa al llamado “comercio informal” o

sub empleo.

Una mención aparte merece el problema de género en el país, las desigualdades

sociales por motivos económicos o raciales ya crean un ambiente de

discriminación y exclusión social pero la discriminación por género es parte de

la problemática, en el contexto de la violencia podemos destacar que para la

década de 1980 la violencia a las mujeres en el entorno familiar va en aumento

pero ciertos elementos culturales y sobre todo elementos de dominación y

dependencia del varón sobre la mujer hacen que las denuncias sean limitadas:

[…] solo la quinta parte de estas (las mujeres) denuncia los maltratos; los delitos por abandono de familia de los maridos ha crecido cuatro veces en los

últimos cinco años (1989) el número de madres solteras es creciente, así como

el de los hijos no reconocidos por lo padres y otro indicador importante son las vejaciones sexuales a la mujer. (DESCO Y CAJ 1989:130)

Organización y movimientos

indígenas

El caso andino Con el devenir de los años, los pueblos indígenas han buscado contar con

mayor participación e inclusión en los diversos proyectos de interés nacional,

llevando además a la agenda pública sus necesidades.

En el caso de las comunidades campesinas de los Andes peruanos debe

señalarse que su participación política y estructuración fue resultado tanto de la

influencia de las corrientes indigenistas como del trabajo realizado por algunas

organizaciones políticas desde mediados de la década de 1940. Entre estas

últimas fueron las organizaciones políticas vinculadas a la izquierda peruana las

que pensaban que la revolución debía hacerse desde el campo, enviando a sus

cuadros políticos a organizar a la población, con lo que surgieron formas de

organización campesina que les permitieron desempeñar funciones agrarias de

forma colectiva, además de iniciar un proceso fracturación el sistema de

hacienda, para la posterior recuperación de sus tierras. Fue en este contexto que

en 1947 se creó la Confederación Campesina del Perú, la cual ha mantenido su

vigencia en el trabajo de defensa de los integrantes de las comunidades

campesinas, con una fuerte influencia de organizaciones de la izquierda del

país.

El descontento de la población indígena frente a la explotación de los

hacendados fue creciendo. El que los campesinos tuvieran que trabajar

gratuitamente a cambio de una parcela que producía solo productos de pan

llevar, sin poder siquiera comerciar los excedentes, generó que los ánimos se

caldearan a punto de iniciar un proceso de violencia contra los hacendados. Así,

en 1962, bajo la influencia del líder trotskista Hugo Blanco, quien se había

asentado en los valles de Lares y La Convención en Cusco, se produjo un

levantamiento de campesinos que sirvió de antecedente a la Reforma Agraria,

una reforma que inicialmente solo fue aplicada en dichos valles, pero que con el

arribo al poder del gobierno militar (1968) conllevó la expropiación de las

grandes haciendas, siendo las tierras distribuidas en parcelas asignadas a los

campesinos. Luego de dicho levantamiento, Blanco fue capturado y llevado a

prisión.

En efecto, años después, el 24 de junio de 1969, el presidente de facto del Perú,

Gral. Juan Velasco Alvarado, dictó una Ley de Reforma Agraria que

expropiaba las tierras a los hacendados y las repartía entre los campesinos.

Dicha medida fue percibida con mayor énfasis en la Costa y los Andes

peruanos, pues en la Amazonía el sistema de hacienda no estaba desarrollado.

Como consecuencia de ello surgieron diversas organizaciones campesinas, y

muchos movimientos de izquierda las condujeron a realizar acciones de toma

de tierras por la sierra central y la sierra sur. A pesar de esta iniciativa de acción

directa para intentar dar solución al problema de la explotación campesina, la

historia ha demostrado que uno de los problemas más evidentes consistió en

que el desarrollo agrario de los campesinos no recibió asistencia técnica para

alcanzar productos en cantidad y calidad que consiguieran ingresar al mercado.

Además, el campesino, al ser parcelado, no producía de forma masiva sino

individual, lo que evitaba su inserción al sistema de competencia comercial.

Con todo ello, pese a la reforma, los campesinos no pudieron asegurar su

participación a nivel político, con lo que continuaron en una condición de

subalternidad.

Surgieron así nuevas organizaciones –todas adscritas a la Confederación

Campesina del Perú– que desarrollaron actividades en defensa de este sector,

persistiendo una visión eminentemente agraria, si bien con una presencia

importante en la década de 1960. De otro lado, iniciado el proceso de violencia

política en la década de 1980, debe recalcarse que los principales afectados

fueron los habitantes de las comunidades campesinas de la zona andina y en

especial las mujeres, provocando que surgiera una nueva forma de

organización: los grupos de autodefensa conocidos como rondas campesinas.

Estas rondas fueron concebidas como asociaciones de comuneros que buscaban

prevenir el robo de animales o abigeato, habiendo sido armados por el Estado

durante la guerra civil interna para propiciar su defensa.

El caso amazónico

En el caso de la Amazonía, las comunidades nativas iniciaron un proceso de

asociación comunal y de relaciones interétnicas entre las diversas familias

etnolingüísticas que conviven en el país, también en la década de 1960. Rodrigo

Montoya encontró una de las primeras referencias empíricas de la organización

indígena contemporánea de la Amazonía peruana en la reunión que en 1969

agrupo a líderes Amuesha10

en la Comunidad Nativa de Miraflores, en

Oxapampa. Dicha reunión tenía el objetivo de poner en debate los problemas

por los que atravesaban y resultado de ello se emitió un memorial en el cual

solicitaban11

:

1. Exigir al gobierno que cumpla con la titulación de las tierras que

trabajamos

2. Solicitar que se nos otorgue una mayor cantidad de terrenos

3. Hacer conocer que nuestro deseo es que se otorguen terrenos en forma

de reservas comunales y no en parcelas individuales

4. Hacer conocer la necesidad de Asistencia Técnica y Crediticia para

desarrollar las reservas que solicitamos

5. Solicitar a las instituciones estatales ayuda para la creación y edificación

de escuelas en las comunidades que carecen de ellas.

6. Pedir que se faciliten los trámites para obtener los documentos

personales y se nos libere del pago de la multa, ya que hasta hace poco

desconocíamos la necesidad de ello.

10 También conocidos como Yaneshas. 11 La relación de peticiones presentada en el memorial Amuesha es una síntesis de la transcripción hecha por Rodrigo Montoya en Con los rostros pintados. Tercera rebelión amazónica en el Perú (agosto 2008-junio 2009) véase : http://servindi.org/pdf/Montoya_RostrosPintados.pdf

Esta referencia es, según Montoya, “el primer grito organizado de protesta

indígena que abre el ciclo contemporáneo de movimientos indígenas políticos”.

Sin embargo, no se ha encontrado evidencia de continuidad de esta reunión, aun

cuando es sabido que la organización de las comunidades como grupos

cohesionados fue en aumento. Sea como fuere, quedó claro que las actividades

de integración comunal desarrolladas por los grupos nativos peruanos buscaron

conseguir más participación en los asuntos de interés público sin perder sus

enfoques tradicionales, haciendo que su construcción del poder gozara de

características colectivas que les permitieran llegar a consensos en la toma de

decisiones. Esta perspectiva parece adecuarse a las reflexiones de Arendt sobre

su ideal del poder:

…el Poder corresponde a la capacidad humana, no solo para actuar, sino para actuar concertadamente. El poder nunca es propiedad de un

individuo; pertenece al grupo y sigue existiendo solo entretanto el

grupo se mantenga unido. Cuando decimos que alguien está en el poder en realidad nos referimos a que ha sido dotado de poder por

cierto número de personas para que actuara en su nombre. (Arent

[1969] 2006:60)

Esta necesidad de expresar el poder de forma colectiva llevó a los diversos

grupos amazónicos a crear federaciones, de manera que tuvieran mayor

presencia en el ámbito público. La primera referencia la encuentra Enrique

Rojas (1994, 2008), quien registra que la primera federación nativa fue la

Federación de Comunidades Nativas Yanesha12

(FECONAYA) que reúne a los

grupos ubicados en las riberas de los ríos Pichis, Villa Rica y Palcazu; luego, la

aparición de la Central de Comunidades Nativas de la Selva Central

12

Tal como se señaló en líneas anteriores la primera reunión de nativos organizados se realizó por parte de esta misma etnia lo que sugiere que el nacimiento de esta organización es resultado o herencia de la reunión de 1969.

(CECOMSEC) permitió que las comunidades Asháninka pudieran estar

representadas. Este proyecto motivó a su vez la creación de organizaciones

como la Asociación de Nativos Asháninka del Pichis (ANAP), Federación de

Comunidades Nativas Campas de Satipo (FECONACA), la Organización

Campa Asháninka del río Ene (OCARE), Central Asháninka del Río Tambo

(CART) y la Organización Asháninka del Gran Pajonal (OAGP). Si bien esta

sistematización elaborada por Rojas (1994) y Calderón (2000) permite

reconocer un amplio nivel de organización e iniciativa por parte de los

Asháninka, cabe decir que no eran los únicos grupos étnicos organizados, pues

Chaumeil (1984) ha encontrado que en 1984 los Yagua habían creado la

Federación de Comunidades Nativas del Bajo Amazonas y Bajo Napo

(FECONABABAN), en su momento afiliada a la Asociación Interétnica de

Desarrollo de la Selva Central Peruana (AIDESEP). Esta última organización se

constituyó como una asociación de federaciones a nivel nacional, con lo que las

relaciones interétnicas comenzaron a fortalecerse. Según Luis Calderón:

La formación de la AIDESEP en 1980 por iniciativa de diversas

federaciones como la de los Amuesha, aguaruna-huambisa, campa y

otras, contribuyó a la formación de organizaciones de segundo grado en la Amazonía. Los objetivos que perseguían eran la titulación de

tierras, la educación bilingüe, la atención de la salud y proyectos

productivos. (Calderón 2000: 255)

Los conflictos internos entre los integrantes de AIDESEP dieron origen a la

creación de la Confederación de Nacionalidades de la Amazonía Peruana

(CONAP), que con el apoyo de diversas organizaciones ha logrado cobrar

relevancia en distintas instancias.

En el caso de la etnia awajún que habita en la provincia de San Ignacio, cabe

indicar que integra la Organización Fronteriza Awajún de Cajamarca (ORFAC),

y ha logrado tener participación en asuntos de interés público. Ahora bien, es

interesante señalar que aun cuando promueven el diálogo interétnico, las

relaciones de la etnia con otros grupos no llega a consolidar lazos de

parentesco, pues en su reglamento interno tienen establecido que una mujer

awajún no puede tener un esposo fuera de la comunidad, norma que no se

extiende a los varones.

De lo expuesto puede observarse que los pueblos indígenas peruanos han

emprendido ya un camino, fortalecido además por los movimientos sociales

desplegados en otros países andinos y por la normatividad internacional. El

Estado, en tal virtud, sea mediante legislación o la implementación de polít icas

públicas, no puede alejarse ya del reconocimiento de la diversidad cultural y

étnica del país.

Participación indígena en la arena

electoral

Organizaciones políticas indígenas

En los años 2000 de América Latina, la política indígena ya no ha estado

marcada exclusivamente por movimientos indígenas, sino también por partidos

políticos de tal naturaleza. Por este motivo, la literatura especializada también

ha hecho la transición “de movimientos a partidos”, por usar el sugerente título

del libro de Donna Lee Van Cott (2005). En este sentido, la sección se enfoca

en presentar los trabajos académicos que se han centrado en explicar el

surgimiento, las características y la relevancia de los partidos políticos de esta

naturaleza, poniendo especial énfasis en Perú. Como en el tema de la literatura

anteriormente reseñada, la política indígena partidaria también es débil en el

país; sin embargo, aparece como especialmente problemática en este campo.

Tradicionalmente, América Latina ha sido la excepción a la casi axiomática

regla de la política que plantea que la etnicidad moldea la participación política

(Birnir and Van Cott, 2005; Madrid, 2003; Van Cott, 2005)13

; sin embargo, en

las últimas décadas los indígenas han hecho su aparición en el escenario

político a través de protestas contra las políticas de los gobiernos, apoyando la

caída de presidentes y demandando reformas económicas, políticas y sociales

13 Tomado de Madrid (2012).

(Madrid, 2012: 1). Los partidos, políticos y candidatos no-étnicos han

empezado a acoger las demandas de la población indígena, reclutando

candidatos y acogiendo símbolos con estas características.

No obstante, el cambio más sorprendente es la aparición y estabilidad de

partidos políticos indígenas en algunos países. En general, la actualidad

latinoamericana se presenta como inhóspita para la creación de cualquier tipo

de partidos políticos nuevos y, sobre todo, para su consolidación como actores

políticos duraderos debido a la presencia de factores estructurales,

especialmente las tecnologías de comunicación masivas (Levitsky y Cameron,

2003). Todo esto, pese a que los partidos políticos son considerados como

piezas claves de toda democracia representativa, porque - como mencionaba

Schattschneider (1942: 1) – para muchos académicos este tipo de régimen

político es impensable sin ellos. Parafraseando a Levitsky y Cameron (2003),

particularmente para América Latina se ha planteado que la relevancia de los

partidos es crítica para el logro (Corrales, 2001), funcionamiento (Mainwaring

y Scully, 1995; Mainwaring, 1999) y estabilidad (Gibson, 1996; McGuire,

1997) de la democracia.

Por lo tanto, para varios autores ha resultado importante responder a las

principales interrogantes alrededor de este fenómeno. ¿Por qué, en un contexto

adverso para la política partidaria, surgen y son exitosos partidos políticos

indígenas en algunos países y en otros no en América Latina? Asimismo, si

bien el Perú es un caso en el que los partidos políticos continúan débiles y

donde tampoco han surgido partidos políticos indígenas, ha servido como

contraste para los países en que sí se dan estos fenómenos políticos. ¿Por qué

estos partidos políticos no aparecen ni son exitosos en el Perú? ¿Cuáles son las

condiciones que permitían revertir esta situación?

Antes de desarrollar los planteamientos y debates, es importante definir algunos

conceptos que utilizan los académicos enfocados en el tema. En primer lugar,

los partidos políticos son definidos como “cualquier movimiento u organización

que participa en elecciones, más allá de su grado de organización e

institucionalización” (Madrid, 2012: 6). De esta manera, se incluye a

agrupaciones que retóricamente toman distancia de ser calificados como

“partidos” debido a las connotaciones negativas que asocian con el término

(Van Cott, 2003). Asimismo, se definen a los partidos étnicos como “una

organización que prioriza los intereses de uno o más grupos étnicos y busca a

apelar a estos como miembros de ese grupo étnico” (Madrid, 2012: 6). Por lo

tanto, aunque centrado en una literatura más general, este concepto incluye a los

partidos políticos indígenas de América Latina (Van Cott, 2003: 3), porque son

un sub-tipo de partidos étnicos (Madrid, 2012: 7). Por otro lado, se habla de la

formación de partidos en términos generales para incluir una dimensión

temporal y electoral14

, porque los autores están interesados no solo en la

inscripción legal de estos partidos sino también en su participación consecutiva

en elecciones y en los votos y puestos que logran obtener, aunque discrepan

acerca de los criterios que los hacen “exitosos” o no.

Sobre la base de estas definiciones generales, podemos pasar a revisar la

literatura existente, que es escasa porque el tratamiento ha estado enfocado en

los movimientos indígenas más que en los partidos políticos (Madrid, 2012).

Aquí no nos enfocaremos en los primeros textos publicados que no utilizaba

una metodología comparativa15

, porque eran principalmente monográficos (Van

Cott, 2003) y se centraban específicamente en un caso que, como es de

14 Por ponerlo en los términos de Levitsky, Loxton y Van Dyck (forthcoming). 15

Algunos importantes estudios de caso son Albo (1994), Collins (2006), Stefanosi (2004) y Urioste (2004) sobre Bolivia (especialmente sobre el MAS); Beck y Mijeski (2001, 2006) y Macdonald Jr. (2002) sobre Ecuador; y Rappaport (1996) sobre Colombia.

esperarse, no era el peruano. Estos trabajos trataban los casos positivos de

surgimiento y éxito de partidos políticos indígenas, sin considerar o

considerando marginalmente al Perú, porque sus aproximaciones no utilizan

sistemáticamente casos de contraste o negativos en su argumentación.

En este sentido, vale la pena iniciar con la investigación pionera de Van Cott

(2003) quien utiliza una metodología que abarca un periodo de 22 años, entre

1980 y 2002, y compara seis casos: Bolivia, Colombia, Ecuador, Venezuela,

Argentina y Perú. En palabras de la autora, este diseño de investigación le

permite controlar variables como la variación en el tamaño de la población

indígena y comparar países en los que “cada caso produce una variable

dependiente singular” (Van Cott, 2003: 4)16

. Mientras Bolivia, Colombia,

Ecuador y Venezuela cuentan con partidos étnicos viables electoralmente,

Argentina y Perú no. Este resultado se da, pese a que Perú cuenta con una

proporción significativa de población indígena. La variación entre los casos,

según el texto, se debe a la presencia de varias reformas institucionales que

permitieron levantar barreras formales o informales que impedían la formación

de este tipo de partidos. No obstante, no todas sus hipótesis son verificadas.

Mientras que la autora no encuentra evidencia que le permita afirmar que la

diferencia entre los países se debe a cambios en el principio de representación

proporcional ni a cambios hacia fórmulas de conversión de votos más

proporcionales; se confirma parcialmente que la disminución en las barreras

para la inscripción permite la formación de partidos, porque en Ecuador los

cambios de 1995 permitieron el surgimiento de un vigoroso partido étnico;

asimismo, se encuentra resultados mixtos relacionados con la importancia del

crecimiento de la magnitud de los distritos electorales, porque tiene efectos en

Colombia, pero no en Perú o Ecuador; por otro lado, Bolivia, Colombia y

16 Traducción propia.

Venezuela permiten entender que las reformas de descentralización política y/o

administrativa son importantes, mientras que en Perú reformas similares

tuvieron efectos negativos y en Ecuador no se dieron estos cambios; finalmente,

se confirma la hipótesis que plantea que la creación de distritos electorales

especiales para indígenas se relaciona con la formación y viabilidad electoral de

los partidos étnicos, porque en los dos países (Colombia y Venezuela) donde se

dieron estos cambios existen tales partidos. Sin embargo, la autora concluye

que “dada la multiplicidad y diversidad de (…) [cambios institucionales] (…)

es difícil discernir el sistemático efecto causal de alguna ley o regulación” (Van

Cott, 2003: 29).

Sobre la base de este trabajo, otros autores han estudiado el efecto de este tipo

de reformas institucionales en la formación de partidos indígenas y el éxito de

estos en algunos países (Birnir, 2004; Van Cott, 2005; Rice, 2006). De este

modo, y complementando con la evidencia empírica de estudios de caso, se ha

podido discernir las más importantes entre las diversas reformas que han jugado

un papel importante en el surgimiento de partidos indígenas. Así, por ejemplo,

se plantea que en Bolivia la ley de 1994 que creaba municipalidades a lo largo

del país y permitía la elección de las autoridades en estas, permitió la creación

del MAS; en Ecuador, por su parte, ha resultado fundamental la reforma de

1995 que permitía a los movimientos independientes a participar en elecciones

nacionales, porque facilitó la creación y futura importancia de Pachakutic; en

Colombia y Venezuela, asimismo, la creación de escaños legislativos

reservados para indígenas incentivó que las organizaciones indígenas buscaran

formar partidos; y, finalmente, en Perú los requerimientos estrictos para la

inscripción de partidos y la centralización del poder político han “impedido la

emergencia de partidos indígenas” (Madrid, 2012: 10-11)17

.

El mayor mérito de esta literatura ha sido dejar de lado el otro y más trabajado

tema sobre los movimientos indígenas y haberse centrado en intentar explicar

por qué algunos de estos movimientos se transformaron en partidos políticos y

lograron un importante éxito electoral (Madrid, 2008: 476). Sin embargo, la

diversidad de factores de diseño institucional como los mencionados no permite

encontrar explicaciones comunes a todos los países. En otras palabras, el aporte

más importante de los trabajos previamente reseñados parece estar más en la

pregunta que ayudaron a poner en el centro de la discusión sobre participación

político-electoral en América Latina y, no tanto, en la respuesta que brindaron,

pese a haber contribuido con evidencia sobre algunas condiciones facilitadoras.

En palabras de Raúl Madrid (2008: 477), “las reformas institucionales no han

jugado un rol importante en el surgimiento de (…) [partidos políticos

indígenas] (…) aunque algunas otras variables que Van Cott y otros han

discutido, especialmente la fortaleza de los movimientos indígenas, jugó un rol

en el éxito del MAS y otros (…) partidos”18

.

Al centrar la mirada no en la formación sino en el éxito de los partidos políticos

indígenas, las reformas institucionales aparecen como menos importantes

(Madrid, 2012: 11-12). Si bien estas reforman han estimulado su creación,

entrevistas llevadas a cabo por Van Cott (2003) y Madrid (2012) a importantes

líderes indígenas permiten cuestionar incluso esta afirmación, porque ellos

argumentaban que incluso sin estas hubiesen formado sus organizaciones

políticas. Asimismo, la evidencia sobre las reformas institucionales ha sido

malinterpretada por algunos autores en muchos casos, como para Ecuador,

17 Traducción propia. 18 Traducción propia.

Bolivia, Colombia y Venezuela (Madrid, 2012: 11). Esto resulta especialmente

cierto para Perú. Según Maritza Paredes (2010), al comparar el Perú con

Bolivia y Ecuador se comprueba que para el surgimiento de este tipo de

partidos las reformas institucionales debían ir de la mano con otros cambios

sociales, siendo estos últimos los factores claves desde su punto de vista.

Asimismo, Raymond y Arce (2011) han planteado que “el caso peruano provee

únicamente un apoyo mixto a los argumentos institucionales”19

y han

demostrado que, para una seria de reformas, el factor tiempo (el timing) juga un

papel clave para entender la debilidad de estas posturas. Finalmente, Madrid

(2012) indica que, contrariamente a lo indicado por Van Cott (2003, 2005) y

otros, los requerimientos para el registro de partidos en Perú no han sido

tradicionalmente altos. En suma, los argumentos institucionales no son

suficientes para entender a cabalidad el fenómeno.

Otra explicación es la que han planteado los autores que argumentan que la

naturaleza del sistema de partidos es el factor explicativo más importante. Esta

literatura se fundamenta en la bibliografía que plantea que nuevos partidos

políticos emergen donde existen sistemas de partidos débilmente

institucionalizados o en decaimiento que permiten un vacío que puede ser

ocupado por una nueva oferta electoral, debido a que algunos temas, ideas y

planteamientos de políticas públicas o áreas territoriales se encuentren

“desocupadas”20

.

El trabajo de Donna Lee Van Cott (2005) sugiere que los casos de América

Latina son importante para que la teoría centrada en clivajes sociales,

especialmente Lipset y Rokkan (1967), se vuelva más comprehensiva y no

asuma un determinismo según el cual la formación de partidos políticos étnicos

19 Traducción propia. 20 Ver la bibliografía citada en Madrid (2012: 12)

se da automáticamente en contextos donde hay una amplia proporción de

población indígena. Nuevamente, se plantea la importancia de reformas

institucionales, sin embargo también se argumenta la importancia del sistema

de partidos. Según la autora, “un sistema de partidos “congelado”, uno en el

que los partidos existentes están arraigados y los ejes de la competición giran

alrededor de clivajes, puede impedir la formación de un nuevo clivaje étnico.

Pero un tipo de sistema relativamente abierto (…) puede llevar a originar

partidos étnicos” (Van Cott, 2005: 8)21

. Particularmente, la autora argumenta

que el debilitamiento de la izquierda partidaria fue clave, porque “una

significativa cantidad de cambio en el sistema de partidos ocurrió en todos los

casos donde se formaron partidos étnicos viables o exitosos” (Van Cott, 2005:

39)22

. Así pues, “en Bolivia, Ecuador, Colombia y Perú, la izquierda electoral

experimentó un marcada disminución en los noventa. Los clivajes de base

clasista empezaron a erosionarse en los setenta y las organizaciones que los

canalizaban – sindicatos y organizaciones campesinas – declinaron hacia los

ochenta, siguiendo los años de transformación y austeridad económica, y la

deserción de muchas comunidades indígenas hacia asociaciones étnicas más

que clasistas” (Van Cott, 2005: 215-216).

Los trabajos de Rise (2006) y Rise y Van Cott (2006) también trabajaron en la

misma línea. Particularmente el segundo trabajo, estudia durante 10 años a seis

países de Sudamérica: Bolivia, Ecuador, Colombia, Chile, Perú y Venezuela.

Utilizando un análisis estadístico sub-nacional que denominan “cross-sectional

twin snapshot”, encuentran que los cambios en el sistema de partidos son

cruciales para entender las diferencias entre los casos. Rise y Van Cott (2006)

diferencian entre algunas condiciones facilitadoras (reglas institucionales

permisivas, tamaño óptimo de la población indígena y efecto de difusión

21 Traducción propia. 22 Traducción propia.

regional) y las causas principales que operan en este contexto para el éxito de

los partidos indígenas, como son los mayores niveles de pobreza y la

declinación de las identidades de clase.

Estos trabajos, por lo tanto, han resaltado una importante causa para entender

este fenómeno. Sin embargo, también tienen importantes limitaciones. En

primer lugar, “Van Cott (2005, 34-5) no encuentra correlación entre los bajos

niveles de institucionalización o fragmentación de los sistemas de partidos y el

origen de partidos indígenas (…)” mientras que “el trabajo sub-nacional de

Rice and Van Cott (2006) encuentra que ni la fragmentación del sistema de

partidos ni el porcentaje de votos de la izquierda es un predictor significativo”

de estos (Madrid, 2012: 13)23

. Asimismo, Madrid (2012) argumenta que los

cambios en el sistema de partidos es una explicación incompleta porque no

explica por qué algunos partidos indígenas son exitosos y otros no dentro de un

mismo país donde ocurre un debilitamiento del sistema de partidos y/o de la

izquierda partidaria. Además, los casos también demuestran estas limitaciones.

Venezuela, por ejemplo, permite entender que pueden surgir este tipo de

partidos sin que ocurra una declinación del sistema de partidos. Sin embargo, el

caso peruana aparece nuevamente como particularmente importante, porque

pese a que ocurrió un cambio significativo en el sistema de partidos y esto llevó

al uso de la etnicidad en la política (Paredes, 2010) no emergió un partido

étnico. Por este motivo, Van Cott (2005: 40-41) concluye que “el cambio en el

sistema de partidos puede ser una variable necesaria, pero no suficiente”.

Una tercera explicación para entender este fenómeno y la variación entre países

se ha centrado en la importancia de los movimientos indígenas. Como indicó

Deborah Yashar (1999: 77), en América Latina “la tercera ola de democracias

experimentó un incremento en la politización de identidades indígenas y la

23 Traducción propia.

organización de movimiento indígenas (…) A diferencia de las guerra de

guerrilla de base clasista de las décadas pasadas, sin embargo, los movimientos

y activistas indígenas no buscan derrocar el estado sino reformar la

democracia”. Por este motivo, algunos académicos han planteado que allí

donde encontramos movimientos indígenas fuertes (Ecuador y Bolivia)

encontramos partidos políticos indígenas igualmente fuertes (Marengui y

Alcántara Sáenz, 2007; Van Cott, 2005)24

, mientras que estas instituciones son

débiles (Perú) ante la ausencia o debilitad de movimientos indígenas (Rice,

2006; Van Cott, 2005)25

. Este factor resulta particularmente importante desde

nuestro punto de vista centrado en el Perú, porque a partir de los otros factores

el país era “el caso más probable” para contar con partidos políticos y, sin

embargo, no contaba con estos. No obstante, la ausencia o presencia de un

movimiento indígena sí logra plantear una teoría abarcadora que incluya al caso

peruano.

En esta misma línea ha argumentado, por ejemplo, Van Cott (2005) quien

plantea que la formación de partidos políticos sobre la base de movimientos se

ha dado como fenómeno reciente en América Latina más allá de la política

indígena: el PT en Brasil, la ADM-19 en Colombia, y el PDR en México son

ejemplo de esto. Sin embargo, según esta autora, llama la atención que - con la

excepción de un solo partido político (el Movimiento Independiente Pachakuti

de Bolivia) – todos los nuevos partidos étnicos emergieron de movimientos

indígenas previamente establecidos, debido a la presencia de una estructura de

oportunidades políticas permisiva que (además de las reformas institucionales y

los cambios en el sistema de partidos) estuvo marcada por reformas

constitucionales radicales y un efecto de difusión regional (Van Cott, 2005: 41).

24 Madrid (2012:13). 25 Madrid (2012:13).

Raúl Madrid (2012), por su parte, ha mencionado que los movimientos

indígenas contribuyen al éxito electoral de los partidos políticos indígenas en

América Latina debido a que proveen recursos fundamentales para las

campañas como son los activistas, los candidatos y la legitimidad para generar

lazos con los votantes. Madrid (2013), asimismo, complementa estas

afirmaciones al mencionar que los movimientos indígenas permiten generar una

amplia gama de redes sociales a partidos cuya principal base social es

mayoritariamente pobre. Ante la debilidad de recursos materiales y financieros,

la organización resulta clave para poder competir. Por lo tanto, el autor

concluye que en Perú (aunque también en Guatemala) “hasta que los

movimientos indígenas se unifiquen y se fortalezcan, es poco probable que

sirvan como base de partidos exitosos a nivel nacional”26

.

Una aproximación que también pone énfasis en la importancia de la fortaleza de

los movimientos es la que postula Maritza Paredes (2010), quien estudia el caso

peruano a profundidad, pero con referencias teóricas a la bibliografía

comparativa y contrastando la experiencia del país con las de Ecuador y

Bolivia. Paredes señala que “las organizaciones sociales indígenas en el Perú

han conseguido muy pocos logros políticos sustantivos, su relación con los

grupos electorales indígenas es escaso” y agrega que “ninguno ha logrado una

plataforma de presencia nacional o macro-regional” (Paredes, 2010: 227).

Menciona que aunque existen algunas experiencias de movimientos políticos

que cuyos líderes, nombres y discursos están relacionados con lo indígena, estas

no llegan a representar realmente a ningún grupo indígena en particular. Por lo

tanto, la autora plantea que “estas experiencias locales han surgido

predominantemente “desde arriba” para distinguirlas de los procesos locales en

Ecuador y Bolivia, de fuertes bases sociales” (Paredes, 2010: 224). Desde su

26 Traducción propia.

punto de vista, para entender la diferencia entre el Perú y los otros dos países,

no solo se debe considerar las reformas institucionales y el debilitamiento del

sistema de partidos. Importa, sobre todo, si estos procesos coinciden “con el

fortalecimiento del movimiento campesino-indígena (…) lo que no ocurrió en

Perú” (Paredes, 2010: 225).

En este sentido, considerando este tercer grupo de explicaciones, se puede

plantear que las causas que explican la debilidad del movimiento indígena en

Perú son, a su vez, causas indirectas de la debilidad de los partidos políticos

indígenas. Sin embargo, esta literatura también adolece de algunas fallas.

Específicamente, se debe mencionar que los movimientos indígenas son solo

recursos disponibles para futuros partidos políticos, pero estos no se derivan

automáticamente de aquellos. Asimismo, estas explicaciones tienen mayores

dificultades para dar cuenta de diferencias de éxito electoral de algunos partidos

que se formaron sobre la base de movimiento indígenas y no de otros.

Finalmente, “esta aproximación no explica por qué algunos partidos indígenas,

como el MAS y Pachakuti, ganaron un gran número de votos en áreas urbanas

donde los movimientos indígenas tienen una baja influencia” (Madrid,

2012:14)27

.

Considerando estas críticas, Madrid (2008, 2012) ha planteado una explicación

que se enfoca más en la estrategia que en los recursos utilizados. Para Madrid,

los partidos políticos indígenas exitosos son aquellos del tipo étnico-populista;

es decir, aquellos que combinan, por un lado, el haberse originado en un

determinado grupo étnico y contar con muchos de sus líderes y seguidores de

ese grupo y, por otro lado, elementos populistas como contar con líder populista

que busca movilizar las masas en contra de las élites (2008: 479-482). Lejos de

tener partidos de nicho que se concentra en un electoral reducido y utilizan una

27 Traducción propia.

plataforma de campaña excluyente, los partidos étnico-populistas han tejido

lazos con líderes y organizaciones no indígenas (Madrid, 2012: 14). Además,

ante el vacío ocasionado por el debilitamiento de los partidos tradicionales, este

tipo particular de partidos étnicos han logrado servir como oferta electoral

atrayente para grupos como mestizos urbanos de clase media o baja (Madrid,

2012: 14).

No obstante, esta perspectiva resulta más adecuada para evaluar diferencias

entre movimientos y partidos dentro de países “exitosos”. Sin embargo, para los

casos negativos como el Perú, resulta menos importante esta perspectiva. Para

un país donde no existen organizaciones políticas que cumplan el papel de ser

canales institucionales de representación, la distinción entre la mayor apertura

inclusiva o el mantenimiento de plataforma, redes y votantes exclusivamente

indígenas resulta menor. De hecho, el propio Madrid (2012) ha reconocido que

los partidos no-étnicos han tenido un “ethnic appeal” en Perú. Como indica

Paredes (2010), existe una politización de lo indígena, pero sin movimientos o

partidos. Por lo tanto, si la politización de lo indígena es común, la diferencia

vuelve a ser la existencia y éxito de partidos étnicos en uno y otro caso.

En resumen, para estudiar el tema de los partidos políticos indígenas en el caso

peruano, resulta necesario apelar bibliografía comparativa que discuta las

diferencias entre aquellos países en donde sí surgieron y aquellos que no. En

estos trabajos, el Perú aparece como paradójico en tanto comparte muchas

características (la ausencia de politización de lo indígena hasta décadas

recientes, el tamaño de la población indígena, la baja conciencia indígena, la

predominancia de la identidad de clase durante el siglo XX, la pobreza que

aflige a esta población, entre otras) con los casos donde se formaron y fueron

exitosos este tipo de partidos. Sin embargo, pese a ser un escenario promisorio

para que se den estos fenómenos, el Perú no cuentan con ellos.

Por este motivo, muchos autores que han intentando explicar estas variaciones

entre países de América Latina, han tenido que intentar (implícita o

explícitamente) superar la prueba comparativa que el Perú les impone. No

obstante, no muchos lo han logrado. Por ejemplo, las aproximaciones que

enfatizan la importancia de reformas institucionales y los cambios en el sistema

de partidos resultan ser más condiciones facilitadoras que causas; es decir,

necesarias pero no suficientes. Asimismo, las diferencias en las estrategias,

redes, plataforma que de apelar a lo étnico de modo inclusivo o excluyente no

resultan tan provechosas para entender la especificidad peruana que, ante la

ausencia de partidos, no requiere explicaciones para el éxito de un partido y no

de otro, o entender el factor de activación de la formación y éxito en un

momento determinado. Así, al parecer, la explicación más importante parece

estar ligada a la ausencia de un movimiento indígena. Relacionado con eso, se

requiere profundizar más en trabajos sobre los efectos de eventos particulares

(como el autoritarismo militar de Velasco o el conflicto armado interno) en la

dispersión demográfica de la población y la afectación de la densidad social.

Candidatos y autoridades indígenas

En las secciones anteriores, hemos comentado que la bibliografía académica ha

resaltado la debilidad y/o ausencia de movimientos y partidos políticos

indígenas. Sin embargo, queda pendiente responder otras preguntas. “¿Existe o

no una politización de lo indígena?” (Paredes, 2010: 213). Si es así, ¿cómo se

manifiesta y qué características tiene? En esta sección, se responde a estas

preguntas al enfocarse en la información que diversos autores han brindando

sobre candidatos y autoridades indígenas, para pasar – parafraseando el título de

Lee Van Cott (2005) – de “movimientos y partidos a la política electoral”. Así,

los trabajos sobre política indígena en el Perú han dejado de enfocarse en lo que

carecemos y han empezado a dar cuenta de nuestra realidad efectiva, sin

partidos y sin movimientos.

En primer lugar, podemos mencionar cierto consenso de que el punto de partida

va de la mano con el cambio de régimen político que implicó el paso del

autoritarismo militar (1968-1980) a nueva una etapa democrática con la

Constitución del 1979 y, claramente, con las elecciones de 1980. No obstante,

resulta interesante considerar la aproximación histórica que provee Alicia Del

Aguila (2011, 2013). La autora nos plantea que de la mano con los cambios ya

mencionados en las reglas electorales en el país que dan cuenta de la evolución

cada vez más restrictiva del derecho al sufragio, de la ciudadana “corporativa” a

la ciudadanía “capacitaria”, se dio también cambios en la representación de la

población indígena. Mientras que “al inicio de la república, es posible encontrar

representantes elegidos en los Congresos nacionales”, progresivamente fueron

disminuyen y “la mitad del siglo XIX constituye un punto de quiebre” en que

estos nombres desaparecen (Del águila, 2013: 21). Es decir, resulta importante

considerar que las reglas electorales sí permitieron la representación indígena al

inicio del siglo XIX; sin embargo, esta fue disminuyendo hasta desaparecer con

la reforma de 1896, cuyo efecto fue duradero hasta finales del siglo XX.

Con la transición democrática de los ochenta, se abren nuevas posibilidades

para la representación política de los indígenas tanto a nivel nacional como a

nivel sub-nacional, debido a la también ya mencionada eliminación de la

restricción del sufragio a los analfabetos que estableció la Asamblea

Constituyente de 1979. De esta forma, se amplió considerablemente la

población electoral a quienes, en buena medida, eran indígenas (Del Aguila,

2013: 35) y, como consecuencia, también la posibilidad del ejercicio de su

derecho al sufragio activo. Sin embargo, solo diferenciando los niveles de

gobierno se puede tener una imagen más comprehensiva de la representación

para este sector de la población.

A nivel nacional (Poder Ejecutivo y Poder Legislativa), los autores concuerdan

en que los gobiernos de los ochenta de Fernando Belaúnde (1980-1985) y Alan

García (1985-1990) no incluyeron representantes indígenas. El debate implícito

se centra en si considerar al gobierno de Fujimori como más inclusivo en estos

términos o no. Paredes (2010: 222) menciona que “el uso de la etnicidad en la

política emergió a fines de los ochenta, como consecuencia del colapso del

sistema de partidos (…)” y que “(…) Fujimori fue el primero en usar su

etnicidad para contrastar su origen con el de su oponente, Mario Vargas Llosa,

y construir lazos de de simpatía con otros grupos étnicos no “dominantes””.

Madrid (2009) concordaba con este punto, pero este y trabajos posteriores del

autor (2012) pondrán su énfasis en Alejandro Toledo y Ollanta Humala, tal y

como Paredes rescata en su propio texto. No obstante, García (2005) y

Raymond y Arce (2011) consideran que el gobierno de Paniagua fue el punto

de inflexión en la política indígena en el Perú por dos motivos: primero, por la

creación de la Comisión de la Verdad y Reconciliación para investigador los

abusos de derechos durante el conflicto armado interno desatado por Sendero

Luminoso que determinó que dos terceras parte de las hablaban Quechua

(idioma ampliamente difundido entre los indígenas del país) y, segundo, porque

generó espacios de diálogo entre el gobierno y organizaciones indígenas como

AIDESEP y CONAP.

Sin embargo, si hablamos de representación, es importante menciona que en el

2001 fue elegido Alejandro Toledo, primer Presidente de la República de raíces

indígenas (Raymond y Arce, 2011) y que en el 2006 compitió Ollanta Humala

llegando a la segunda vuelta electoral, quien participó nuevamente en la

campaña del 2011 que lo convirtió en Presidente de la República. Según

Paredes “independientemente de su autodeterminación (…) han llamado la

atención sobre su propia identidad étnica y han contrastado su origen con la de

sus competidores” (2010: 222). La elección de ambos, en alguna medida y sin

exagerar, significa para los autores una mayor representación indígena que en el

pasado en lo más alto de la cúspide gubernamental en el Perú.

De la mano con esto, podemos mencionar el vínculo elector-candidato de

ambos actores políticos. La evidencia sugiere que el voto por esos candidatos sí

implicó una mayor representación indígena, en la media que “el uso de estas

estrategias ha sido electoralmente efectivo para esos políticos en provincias

mayoritariamente indígenas” (Paredes, 2010: 222-223). Siguiendo a Madrid

(2009: 19), se encuentra que “Toledo obtuvo el 53,9% de su votación en

provincias con predominancia de una lengua indígena en primera vuelta y el 71,

7% en la segunda vuelta” mientras que en el “2006, Humala ganó el 58,3% en

provincias predominantemente indígena en primera vuelta” y 75,7% en la

segunda (Paredes, 2010: 223).De acuerdo con Madrid (2012), quien realizó

pruebas estadísticas para validar estas afirmaciones, la votación de la población

mayoritariamente indígena tuvo un impacto positivo en el voto de Fujimori

(salvo 1995), Toledo y Humala en el 2006 y 2011.

Si pasamos de los candidatos a presidentes y presidentes elegidos a analizar a

los candidatos al y representantes en el Congreso, la figura es menos alentadora

pero, en palabras de Paredes (2010: 223), “los números parecen indicar que

tanto Toledo como Humala han incrementado el número de candidatos y

representantes indígenas (…) en relación a la década de los ochenta y en

relación a sus contendores políticos”. En el 2008, Maritza Paredes el partido

Perú Posible de Alejandro Toledo llevó en su lista a 21% de candidatos con

nombres indígenas y 38% de sus congresistas elegidos tenían esta característica,

mientras que en el caso de Humala la cifra de candidatos es de 13% (2008: 10-

11). Asimismo, una aproximación cualitativa permite entender la relevancia de

figuras como Paulina Arpasi, Hilaria Supa, Maria Cleofe, Nancy Obregón,

Juana Huancahuari, Yaneth Cajahuanca, Cayo Galindo y Miró Ruiz Delgado

(Paredes, 2010: 223) durante estos gobiernos.

Un texto importante para pasar a entender lo que sucede con los candidatos y

representantes a nivel sub-nacional es precisamente el de Paredes (2008). De

acuerdo con Madrid (2012), esta autora plantea que las organizaciones con

nombres indígenas o indígenas-campesinas que compitieron por las elecciones

provinciales aumentaron de 3 en 1995 a 7 en 1998. Asimismo, de acuerdo a los

cálculos de la investigación de Paredes (2010) pasaron a ser 15 en el 2002 y,

según lo estimado por Madrid (2012), fueron 14 en el 2006, pero afirma que

este número fue aún mayor a nivel distrital. El ya citado texto de Paredes

(2010), menciona que algunos movimientos políticos han surgido precisamente

en los cinco departamentos con población que habla mayoritariamente una

lengua distinta al español: Apurímac, Ayacucho, Puno, Huancavelica y Cusco.

No obstante, un aporte fundamental del mencionado trabajo es realizar una

descripción detallada de algunas de estas organizaciones políticas sub-

nacionales como Llapanchik, Rikcharisun Ayllu, MICAP, AYNI, Qatun

Tarpuy, Auto Gobierno Ayllu, Inka Pachakuteq, MIAP, entre otras. Es decir, si

bien no hay partidos políticos nacional indígena, sí habría algunas

organizaciones políticas sub-nacionales con esta característica, pero de forma

diferente que en Bolivia o Ecuador donde estas tenían vínculos con

organizaciones sociales.

Lo importante de mencionar en el caso peruano es que, pese a sus deficiencias,

estas organizaciones políticas han llevado a que candidatos indígenas sean

elegidos. Con respecto a este punto, la investigación de Óscar Espinoza y Dafne

Lastra (2011) ofrece una perspectiva centrada en nueve elecciones municipales

entre 1983 y el 2010. Eligen esa fecha, porque se trata de la primera elección

municipal en la que participaron los indígenas como electores y como

candidatos, luego de que se promulga la Constitución de 1979, afirmación que

no toma en cuenta la perspectiva histórica de Del Aguila, pero que plantea una

perspectiva adecuada para el siglo XX arrojando cifras previas a las de 1995

presentadas por Paredes y Madrid. Su objeto de análisis está centrado en la

Amazonía, donde encuentran que desde 1983 en adelante solo se han elegido

100 alcaldes indígenas lo que implica que “el promedio de alcaldes elegidos en

cada proceso electoral estaría entre 10 y 12, (…) número muy bajo de

autoridades indígenas si tomamos en consideración que en 23 distritos de la

Amazonía peruana la población indígena constituye una mayoría” (2011:40).

Con relación a las municipalidades provinciales, solo en el distrito de Río

Tambo, provincia de Satipo y región Junín se ha elegido alcaldes indígenas en

los nueve procesos, mientras que en los distritos de Cenepa e Iparia se ha

elegido 8 alcaldes en total y en otros cuatro distritos hasta en 7 ocasiones. Lo

ocurrido en las elecciones provinciales es aún más preocupante, solo se han

elegido alcaldes indígenas en 4 provincias.

Otro texto que han puesto énfasis en la política étnica más allá de los partidos

son Madrid (2008, 2012) - pese a centrarse principalmente en el sub-tipo de

partidos indígenas que llama étnico-populistas - al señalar que las fronteras

entre una identidad y otra no son siempre claras y estables. Por contraste, en

América Latina, la identidad étnica ha probado ser fluida y con potencial para

ser inclusiva, sin necesariamente dejar de lado bases de apoyo no indígenas.

Madrid señala que “un número de candidatos y partidos que buscan la

representación de la población indígena en el Perú ha emergido, pero estos

candidatos les ha ido mal en parte porque no tenían la legitimidad o el recurso

organizativo que un movimiento indígena puede proveer” (2008: 506)28

. El

autor señala como ejemplo a Ollanta Humala como líder que, gracias a su

nombre quechua y la organización étnica de algunos miembros de su familia,

compitió mejor que otros candidatos en las elecciones presidenciales del 2006

en áreas indígenas, pero sin que esto tenga que ver con la participación del

movimiento indígena y con el atenuante de que solo hizo muy limitadas

apelaciones a lo indígena. Sin embargo, en Madrid (2012) es más enfático al

señalar que Perú Posible (del ex – presidente Alejandro Toledo) y el Partido

Nacionalista Peruano (del actual presidente Ollanta Humala) han sido exitosos

al hacer apelaciones indígenas pese a no ser partidos étnicos, combinando

rasgos populistas y étnicos de manera inclusiva para lograr una coalición de

28 Traducción propia.

apoyo social multi-étnica. Según el autor, aunque son partidos mestizos,

también caben en la categoría de étnico-populistas y han reclutado candidatos y

organizaciones indígenas, abrazando sus símbolos y demandas precisamente en

áreas indígenas.

Finalmente, se debe mencionar que algunos textos adicionales que deberían ser

tomados en cuenta con los de Espinosa y Lastra (2011), Pajuelo (2006) y

Sulmont (2011). Un resumen detallado de cada uno de estos textos puede

encontrarse en el trabajo de Jorge Aragón (2011), titulado Participación y

representación política indígena: Perfil electoral y orientaciones políticas de la

población indígena en el Perú, que tiene como objetivo “analizar una gama de

orientaciones, actitudes y percepciones políticas de la población indígena en el

Perú” a partir de la evidencia empírica proveniente de “la base de datos del

Perfil del elector peruano”.

Conclusiones

Según el balance realizado se puede identificar que los diversos autores que han

puesto en debate el tema indígena han optado por dos opciones: 1) caracterizar

al indígena como “hermano menor” que requiere de tutela y 2) caracterizar al

indígena como agente de transformación social. La primera opción fue la más

empleada por los diversos autores consultados.