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REVISTA EUROPEA. NÚM. 191 21 DE OCTUBRE DE 1877. ANO IV. LA ENSEÑANZA LAICA. Señores: (1) Celebramos hoy el primer aniversario de nuestra INSTITUCIÓN con el corazón abierto á grandes y con- soladoras esperanzas, porque ya se siente nuestro espíritu aliviado de la dolorosa pesadumbre con que hace un año le agobiaba la vista de los temibles es- collos que por doquiera parecían cerrarnos el ca- mino. Nuestra INSTITUCIÓN parece que ya ha entrado en una vida tranquila, normal y generalmente res- petada. Su existencia no parece que corra ya líoy los peligros más graves (á lo menos para lo presente) que tanto la amenazaban en sus primeros dias. La viva alarma que su fundación produjo en las regio- nes oficiales del Poder público, se ha ido amen- guando poco apoco, y ojalá que se haya desvanecido por completo ante la elocuente y satisfactoria reali- dad de los hechos. Estos demostraron desde el pri- mer instante que ninguno de los intereses, que los Gobiernos deben fomentar ó siquiera proteger, cor- ria peligro entre nosotros, porque el interés legíti- mo de la ciencia, único objeto á que la INSTITUCIÓN había de consagrarse, no necesitaba para su servi- cio y satisfacción mermar, ni quebrantar, ni lasti- maren sentido alguno los demás legítimos intereses del hombre y del Estado. Ocupa al presente por esto nuestra INSTITUCIÓN quieta y pacíficamente su puesto entre todas las demás fundaciones que van surgien- do en el seno de la sociedad española, como feliz producto de la iniciativa y actividad de los indivi- duos que de esta manera comienzan á demostrar la virilidad que el espíritu humano va poco á poco al- canzando entre nosotros, y la aptitud que cada dia demuestra más y más para tomar á su cargo la ges- tión de muchos de sus propios intereses que hasta ahora habían corrido á cargo del Poder público. En el orden, pues, de las relaciones temporales, parece que nada tenemos que temer. Por ese lado ninguna nube se presenta por ahora en los inmensos horizontes de nuestro porvenir. La ciencia, con la sagrada legitimidad de sus derechos, nos protege. Nuestra propia cordura, que no ha de desfallecer jamás; nuestros deberes, que nunca dejarán de ser (l) Discurso leido en la apertura del curso académico de 1ST7-78en la Institución libre de enseñanza. TOMO X . escrupulosamente cumplidos, habrán de impedir siempre que se nos prive de tan sagrada protección. Pero si en la esfera de las relaciones temporales nuestra tranquilidad parece asegurada por ahora, ¿podemos abrigar la misma confianza en la más ele- vada región de las relaciones religiosas? Cierto es que al presente parece que aun en este orden reina una calma profunda en nuestro alrededor. Mas esta calma, ¿será por ventura el dichoso resultado de una paz lealmente otorgada, ó el descanso que se toma para volver á emprender con nuevas fuerzas y más vigorosamente el combate? Yo así lo temo. Ojalá que salgan vanos é infundados mis temores. Quie- ra Dios que no vuelva á renovarse entre nosotros, siquiera con ocasión de nuestra INSTITUCIÓN (que para otros casos y con otros motivos sería locura el esperarlo é indisculpable inexperiencia el preten- derlo), esa lucha impía entre la ciencia y la revela- ción, hermanas gemelas que han salido estrechas y fraternalmente abrazadas del seno de la eternidad y que el hombre con temeridad, no menos insensata que criminal, quiere separar y convertir en irrecon- ciliables enemigas. Nuestra obra es una institución de enseñanza láica,y sabéis bien cuántos odios ha suscitado esta frase, de cuan violentas y envenenadas polémicas ha sido obje'to y cuan terribles tempestades se han pro- ducido con su ocasión en el interior de la conciencia, que es donde más necesita el hombre gozar de plá- cida y serela calma para no naufragar en el difícil viaje que desde su nacimiento emprende al puerto de sus ulteriores y supremos destinos. Bajo el peso de estos temores, yo voy en este momento á mani- festar una vez más, siquiera haya de hacerlo de un modo excesivamente conciso y breve, porque la ocasión no me autoriza para abusar por muchos minutos de vuestra benevolencia, el verdadero ca- rácter de la obra que hemos emprendido, la legiti- midad de los títulos que ostentamos, el fin que nos proponemos, ó lo que es lo mismo, pues á esto queda todo reducido, el único sentido legítimo de la en- señanza laica, el único á lo menos en que yo en- tiendo que puede sostenerse y debe proclamarse su legitimidad enfrente de la enseñanza religiosa, el único, en fin, en que nuestra INSTITUCIÓN ha venido á establecerla y, mientras subsista, ha de soste- nerla en España. No es obra fácil fijar con precisión y exactitud el verdadero y propio sentido de las frases enseñanza 33

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REVISTA EUROPEA.NÚM. 191 21 DE OCTUBRE DE 1 8 7 7 . ANO IV.

LA ENSEÑANZA LAICA.

Señores: (1)Celebramos hoy el primer aniversario de nuestra

INSTITUCIÓN con el corazón abierto á grandes y con-soladoras esperanzas, porque ya se siente nuestroespíritu aliviado de la dolorosa pesadumbre con quehace un año le agobiaba la vista de los temibles es-collos que por doquiera parecían cerrarnos el ca-mino. Nuestra INSTITUCIÓN parece que ya ha entradoen una vida tranquila, normal y generalmente res-petada. Su existencia no parece que corra ya líoylos peligros más graves (á lo menos para lo presente)que tanto la amenazaban en sus primeros dias. Laviva alarma que su fundación produjo en las regio-nes oficiales del Poder público, se ha ido amen-guando poco apoco, y ojalá que se haya desvanecidopor completo ante la elocuente y satisfactoria reali-dad de los hechos. Estos demostraron desde el pri-mer instante que ninguno de los intereses, que losGobiernos deben fomentar ó siquiera proteger, cor-ria peligro entre nosotros, porque el interés legíti-mo de la ciencia, único objeto á que la INSTITUCIÓNhabía de consagrarse, no necesitaba para su servi-cio y satisfacción mermar, ni quebrantar, ni lasti-maren sentido alguno los demás legítimos interesesdel hombre y del Estado. Ocupa al presente por estonuestra INSTITUCIÓN quieta y pacíficamente su puestoentre todas las demás fundaciones que van surgien-do en el seno de la sociedad española, como felizproducto de la iniciativa y actividad de los indivi-duos que de esta manera comienzan á demostrar lavirilidad que el espíritu humano va poco á poco al-canzando entre nosotros, y la aptitud que cada diademuestra más y más para tomar á su cargo la ges-tión de muchos de sus propios intereses que hastaahora habían corrido á cargo del Poder público.

En el orden, pues, de las relaciones temporales,parece que nada tenemos que temer. Por ese ladoninguna nube se presenta por ahora en los inmensoshorizontes de nuestro porvenir. La ciencia, con lasagrada legitimidad de sus derechos, nos protege.Nuestra propia cordura, que no ha de desfallecerjamás; nuestros deberes, que nunca dejarán de ser

(l) Discurso leido en la apertura del curso académicode 1ST7-78 en la Institución libre de enseñanza.

TOMO X.

escrupulosamente cumplidos, habrán de impedirsiempre que se nos prive de tan sagrada protección.

Pero si en la esfera de las relaciones temporalesnuestra tranquilidad parece asegurada por ahora,¿podemos abrigar la misma confianza en la más ele-vada región de las relaciones religiosas? Cierto esque al presente parece que aun en este orden reinauna calma profunda en nuestro alrededor. Mas estacalma, ¿será por ventura el dichoso resultado de unapaz lealmente otorgada, ó el descanso que se tomapara volver á emprender con nuevas fuerzas y másvigorosamente el combate? Yo así lo temo. Ojaláque salgan vanos é infundados mis temores. Quie-ra Dios que no vuelva á renovarse entre nosotros,siquiera con ocasión de nuestra INSTITUCIÓN (quepara otros casos y con otros motivos sería locura elesperarlo é indisculpable inexperiencia el preten-derlo), esa lucha impía entre la ciencia y la revela-ción, hermanas gemelas que han salido estrechas yfraternalmente abrazadas del seno de la eternidad yque el hombre con temeridad, no menos insensataque criminal, quiere separar y convertir en irrecon-ciliables enemigas.

Nuestra obra es una institución de enseñanzaláica,y sabéis bien cuántos odios ha suscitado estafrase, de cuan violentas y envenenadas polémicas hasido obje'to y cuan terribles tempestades se han pro-ducido con su ocasión en el interior de la conciencia,que es donde más necesita el hombre gozar de plá-cida y serela calma para no naufragar en el difícilviaje que desde su nacimiento emprende al puertode sus ulteriores y supremos destinos. Bajo el pesode estos temores, yo voy en este momento á mani-festar una vez más, siquiera haya de hacerlo de unmodo excesivamente conciso y breve, porque laocasión no me autoriza para abusar por muchosminutos de vuestra benevolencia, el verdadero ca-rácter de la obra que hemos emprendido, la legiti-midad de los títulos que ostentamos, el fin que nosproponemos, ó lo que es lo mismo, pues á esto quedatodo reducido, el único sentido legítimo de la en-señanza laica, el único á lo menos en que yo en-tiendo que puede sostenerse y debe proclamarse sulegitimidad enfrente de la enseñanza religiosa, elúnico, en fin, en que nuestra INSTITUCIÓN ha venidoá establecerla y, mientras subsista, ha de soste-nerla en España.

No es obra fácil fijar con precisión y exactitud elverdadero y propio sentido de las frases enseñanza

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514 REVISTA E U R O P E A . — i DE OCTUBRE DE 1877. N.° 191religiosa y enseñanza laica. Si lo fuera, la cuestióntendría adelantados grandes pasos para ser resuel-ta. Si se atiende solamente á los que más violentaparte toman en la contienda en pro de la enseñanzareligiosa, la laica es la extinción en el alma huma-na de todo principio religioso, el falseamiento dotoda regla de costumbres; es el materialismo y elateísmo inspirando la educación de la juventud; es,en fin, para valerme de una frase muy característicade los que así discurren, reducir al hombre al es-tado de aborto inmortal y disolver moral y política-mente las sociedades humanas por el medio másseguro y eficaz que pudiera emplearse para el éxitode tan criminales propósitos, Si, por el contrario,se presta asenso á lo que dicen sobre la enseñanzareligiosa los que más encarnizadamente la comba-ten, habrá de creerse que es aquella la degradación,ya que no el aniquilamiento de la razón, la muertede la libertad del espíritu, la servidumbre de la con-ciencia y la incurable y eterna parálisis de todoprogreso científico, moral y político en el seno dela humanidad.

Por desgracia, estas mutuas y odiosas imputacio-nes tienen como fundamento en que sostenerse lasviolencias á que arrastra la polémica, los extravíosá que conduce la estrechez del criterio de ciertasescuelas, y la demencia á que tan expuesto se hallael espíritu humano cuando la materia de sus con-tiendas son en cualquier sentido los religiosos in-tereses de la conciencia.

Hé aquí la prueba:La escuela ultramontana, que, como es sabido,

tanto se distingue por la violenta exageración desus conclusiones, ya que no, como muchos preten-den, por la poca lealtad de que adolecen sus razo-namientos, expone de este modo sus doctrinas ysus aspiraciones sobre la enseñanza de los pueblos.

El hombre ha sido creado por Dios para un finsobrenatural. Es error insigne buscar en la natura-leza humana dos fines verdaderamente diversos querealizar. El único es el sobrenatural, el supremo,que el hombre no ha de alcanzar sino más allá dela tumba. Su vida en el mundo no es más que unapreparación para la vida de la eternidad. Todo loque se considera como fin humano temporal está,por lo que se acaba de indicar, completamente su-bordinado al fin sobrenatural ó religioso. El hombre,cuanta mayor perfección alcanza en este orden,más perfecto es en todos los demás. La historia de-muestra que los mejores ciudadanos han sido siem-pre los más virtuosos. Importa poco que el indivi-duo alcance un grado elevado de progreso en elorden intelectual y material ó que la sociedad avan-ce mucho en el camino de su desarrollo y perfec-ción política si todo esto no se realiza como resul-tado de su progreso en el orden religioso. El hom-

bre no será más que un ser mutilado en su propianaturaleza, no será un hombre, vir según toda laenergía del sentido que tiene esta palabra, porquela mirada de su inteligencia no pasará más allá delestrecho horizonte de este mundo y porque su po-der de hacer bien ha de ser muy limitado.

Dado, pues, que el único y verdadero fin humanoes el sobrenatural ó religioso, fácil es llegar á laconclusión á que la escuela ultramontana aspira. Laenseñanza es el medio necesario al hombre de pre-parar las naturales facultades para realizar su fin ódestino. Este medio ha de ser adecuado al fin paracuya realización existe. Y siendo religioso el fin, esinevitable que tenga también el medio este carácter.Hé aquí cómo por la mano hemos llegado á procla-mar la enseñanza religiosa como la única legítima.

Ahora bien: ¿cuál es la institución que ha recibidodel Altísimo la misión de dirigir á la humanidadpara que pueda conseguir su último y supremo fin?La Iglesia. Esta y sólo esta es la mediadora entreDios y el hombre. Esta es solamente quien en nombre de ' su Divino fundador puede franquear laspuertas de la conciencia humana para enseñarlelas verdades Divinas que ha de creer y para impo-nerle las reglas á que ha de acomodar sus actos.Esta es la única depositaría de los medios sobre-naturales de progreso espiritual por cuya aplicaciónpuede el hombre asegurar para más allá del sepul-cro la felicidad eterna.

Pero estos medios no son tan solo los actos ex-teriores del culto y la celebración de los sagradosritos en ciertos momentos solemnes de la vida hu-mana. Si á tan poco debiera reducirse la religióncristiana, no añadiría esta «al estéril esplritualismofilosófico mas que incomprensibles misterios, mo-lestas prácticas y ceremonias sin significación parael espíritu y sin utilidad para el alma. La religióncristiana es mucho más que esto. Se apodera delas facultades humanas para trasformarlas; les in-funde un principio nuevo, que es la Gracia Divina;les asigna un fin superior, que es la posesión deDios en su propia esencia, y en fin, les hace produ-cir operaciones de que sería incapaz nuestra débilnaturaleza sin una iluminación Divina que ilustre lainteligencia y sin una santa inspiración que fortifi-que y eleve la voluntad.»

Todo esto es el resultado de la educación esen-cialmente religiosa. Todo esto debe ser, pues, laobra de la Iglesia, ya que ella sola es la que presidela gestión y el desarrollo de los legítimos interesesreligiosos del espíritu.

Es, pues, la Iglesia ln grande, la infalible institu-triz del género humano. Es su enseñanza la única le-gítima, porque es también la única que correspondey puede satisfacer á las verdaderas necesidades dela humanidad en la tierra.

N.° 191 E. MONTERO RÍOS.—LA ENSEÑANZA LAICA. 515No hay otra enseñanza buena, digna y respetable.

No hay ciencia ni hay moral que puedan concurriral perfeccionamiento del bombre mas que la cienciay la moral religiosas, ó sean la ciencia y la moralcatólicas. Las que no puedan ostentar este título,no edifican, sino que destruyen; no ilustran, sinoque oscurecen el espíritu sumergiéndolo en lastinieblas del error; no elevan y dirigen el alma á lasregiones del bien, sino que la abaten y la extravianpor los torcidos senderos del mal.

Y haciendo aplicación de estas doctrinas, la es-cuela ultramontana no se contenta con reclamar lacompleta y absoluta libertad de la Iglesia para laenseñanza de las ciencias religiosas y para la edu-cación de los ministros que han de ser después susórganos docentes, sino que ostenta su derecho ex-clusivo enfrente del Estado á la enseñanza de lospueblos en todas las materias, á su educación enlodos los órdenes, en una palabra, al monopoliouniversal de los conocimientos humanos.

No pretendo decir con estaa últimas palabras quela Iglesia reserve las funciones de la enseñanzapara sus ministros y excluya de ellas por incapacesé indignos á los legos. Admite, es verdad, y aunfomenta y solicita su concurso en este grande y su-premo magisterio, pero es á condición da que hande recibir su impulso, marchar bajo su inspiración,vivir bajo su constante vigilancia y someterse sinprotestas á su absoluto é indiscutible poder.

Tales son las conclusiones que presenta la escue-.a ultramontana; tales son las aspiraciones que,afrontándose con el Estado, ostenta en nombre dela Iglesia, aunque bien puede afirmarse que no ha-brían de ser para su espiritual beneficio si fuera po-sible llevarlas á la práctica. Y para que no creáisque al exponerlas, siquiera fuera arrastrado por losprocedimientos de la lógica, haya yo incurrido enpecado de inexactitud, helas aquí tales como apa-recen formuladas en la Revista que bien puede sercalificada de Gaceta oficial del ultramontanismo enEuropa (i):

«1.* Es del derecho exclusivo de la Iglesia laeducación de los clérigos destinados á las funcioneseclesiásticas. Ella sola arregla todo lo que se refiere,ya á la creación de los Seminarios, ya á su discipli-na interior, al nombramiento de profesores, á la•enseñanza de las letras y de las ciencias, á la buenaeducación de los discípulos y á su admisión en elcuerpo eclesiástico.

I a La Iglesia respeta absolutamente el derechodélas familias para hacer dar á sus hijos una edu-cación particular por quien y de la manera que les

(1) Etudes religieuses, philosoficiues, históriques et IIteraires, par des Peres de la Compag-nie de Jésus.—Tomoseptieme, pag. 697, 698 et 699.

parezca preferible. Solamente impone á los padrescristianos la obligación de conciencia de vigilar paraque esta educación sea religiosa y conforme á la feque ellos profesen. (Nótese bien lo que acabo deleer, porque pronto habrá necesidad de volver áfijar sobre ello la atención.)

3." La vigilancia y dirección de las escuelas pú-blicas, así de aquellas en que se instruya la masadel pueblo en los primeros elementos de los cono-cimientos humanos, como de las otras en que se dala enseñanza secundaria y superior, pertenece enpropiedad á la Iglesia católica. Ella sola es quientiene el derecho de vigilar por el buen estado deestas escuelas bajo el aspecto moral de aprobax á losprofesores que allí instruyan á la juventud, de exa-minar su enseñanza y de expulsar, sin recurso po-sible á otra autoridad, á aquellos cuya doctrina ycostumbres sean contrarias á la pureza de la doc-trina cristiana.

4.a Con tal que se ofrezcan garantías de una fepura, de costumbres irreprochables y de ciencia su-ficiente, la Iglesia concede libertad á los particula-res, eclesiásticos y legos, seculares y regulares,para consagrarse al ministerio de la enseñanza y dela educación de la juventud, para formar asociacio-nes con este fin, para fundar Academias y Universi-dades en que se enseñen todas las ciencias, y quese gobiernen á sí mismas respecto á su disciplinainterior, elección de maestros, reglamento de estu-dios, programas, exámenes, etc. La Iglesia no en-tiende ejercer respecto á estas fundaciones más quesu derecho de vigilancia por razón de la moral y dela integridad de la fe.

5." La Iglesia no solamente no rehusa el con-curso del Estado en la educación, sino que lo soli-cita todas las veces que la iniciativa privada y suspropios rojjgrsos no basten para extender la ense-ñanza, vulgarizar la instrucción cuanto ella lo deseay es útil para el bien de los pueblos. La Iglesia en-tonces llama á los municipios, á las provincias, á lanación, para que en todas partes el acuerdo de losdos poderes, por la unión del presupuesto del Es-tado y de la autoridad espiritual de la Iglesia, seabastante para fundar escuelas, multiplicar maestrosy ayudar á la indigencia de un gran número de pa-dres. Pero aun en estas escuelas establecidas conel concurso del poder civil, si el Estado puede vigi-lar la gestión de los intereses materiales, el dere-cho de dirigir y vigilar la enseñanza continúa per-teneciendo á la Iglesia.

6." En fin, el poder que la Iglesia ejerce sobrela instrucción pública en las sociedades cristianasno impide que los Gobiernos, si lo juzgan útil, esta-blezcan ciertas escuelas, ó que profesores poraquellos elegidos preparen de una manera especial álos jóvenes que se destinan á las carreras adminis-

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trativa y militar. La administración y el ejército son,en efecto, de la competencia exclusiva de los Go-biernos, y es justo que éstos puedan dar á los quede aquellas han de formar parte los conocimientosespeciales que exijan sus empleos. Solamente enestos casos el poder civil ó militar contrae las mis-mas obligaciones que ligan la conciencia de los par-ticulares, á saber: vigilar porque nada en estas es-cuelas sea contrario á la religión y á las buenascostumbres.»

Reconoceréis que en la exposición de las teoríasultramontanas nada había exagerado. En la ense-ñanza pública todo corresponde á la Iglesia: funda-ción de establecimientos, su régimen interior, suplan de estudios, vigilancia é inspección de las en-señanzas que allí se den, nombramiento y separa-ción de los profesores, todo esto es de la exclusivacompetencia de la Iglesia. "Al municipio, á la pro-vincia y al Estado la escuela ultramontana les otor-ga generosamente el derecho de contribuir con losfondos necesarios para estas fundaciones, y aunllega hasta permitir que el Estado desempeñe, res-pecto á ellas, las funciones de intendente de laIglesia.

Ahora os manifestaré las aspiraciones, no menosexageradas en contrario sentido, de ciertas escuelasque se llaman, aunque en mi opinión indebidamen-te, radicales, á lo monos en el recto sentido quedebe darse á esta palabra.

Fundan estas escuelas su teoría sobre la ense-ñanza en un principio eminentemente socialista.Sostienen que es aquella una fupcion del Estado, yque á éste corresponde, con exclusión de toda otraentidad, individual ó colectiva, preparar al hombrepor la educación y la instrucción de las ciencias yletras humanas, para que así pueda realizarse me-jor el fin común. La última consecuencia de estasafirmaciones es que en la sociedad no hay otraciencia que tenga derecho á vivir y á difundirsemás que la ciencia oficial, ni hay otra moral quedeba servir al ciudadano de criterio para discernirel bien y el mal, sino la moral del Estado. Este esel doctor, pontífice y legislador supremo, porquees quien define y decreta lo que es verdadero, bue-no y justo. Quizá protesten algunos moderados pro-sélitos de las escuelas cuyas doctrinas examino con-tra estas y otras afirmaciones; pero sus protestasserán impotentes siempre ante la inflexibilidad dela lógica, que deduce aquellas conclusiones de losprincipios que afirman dichas escuelas.

La enseñanza, pues, debe, según ellas, ser gra-tuita, obligatoria y laica.

Gratuita, esto es, sin que el ciudadano tenga eldeber, ni siquiera el derecho, por grande, por in-mensa que sea su fortuna, para retribuir por sí Imismo al maestro que le dispensa la enseñanza en i

nombre del poder público. El Estado acudirá á lasnecesidades de este servicio con los productos deun impuesto especial que habrán de satisfacer to-dos los ciudadanos en proporción á su haber, aunaquellos que ni por sí mismos ni por sus familiashayan estado en situación de utilizarse de las es-cuelas oficiarles.

Debe ser obligatoria, porque siendo un derechoen el Estado el dispensar la enseñanza á los ciuda-danos, tienen estos el deber de recibirla. Pero en-tiendas1.; bien: el derecho del Estado, según estasescuelas, no consiste tan sólo en exigir de sus indi-viduos que se instruyan y se eduquen de la maneraconveniente para el progreso y el bienestar ge-neral, ni cumple^ estos tampoco con instruirse yeducarse bajo la dirección y enseñanza de los maes-tros que libremente elijan. El Estado tiene el dere-cho, no solo de exigir la instrucción y la educacióná sus miembros, sino de dispensarla él mismo en lamedida que'tenga por conveniente para sus fines, ypor metlio de los profesores que solo él nombre, loscuales serán los únicos que podrán ejercer el minis-terio docente.

La enseñanza, en fin, debe ser laica; esto es, lai-ca por razón de las personas que al magisterio pue-dan consagrarse, y laica también por razón de lamateria sobre que ha de versar. Bajo el primer as-pecto, no podrán dedicarse á la enseñanza los mi-nistros de ninguna religión positiva. El Estado losdeclara, solo por serlo, incapaces ó indignos delmagisterio. Solamente los legos tendrán aptitudpara sus funciones. Y si las escuelas cuyas doctrinasexpongo rinden obediencia á los preceptos de lalógica, ni aun todos los legos debieran gozar deesta aptitud, sino tan sólo aquellos que hiciesenprofesión solemne de no pertenecer á ningún culto,y de no admitir niguna religión natural ni positiva.Bajo el segundo aspecto, no será lícito enseñar á losdiscípulos doctrinas religiosas. La moral que se lesexponga habrá de ser una moral positivista, ó porlo monos, que no descanse en ningún principio delorden sobrenatural, ni aun en ninguno del ordennatural si tiene carácter religioso.

Es verdad que algunos afiliados á estas escuelastransigen con que desde una edad ya bastanteavanzada en la niñez pueda hablarse, álos discípu-los de la existencia de Dios, del alma humana y dela vida futura; mas los que sostienen la ortodoxiade la teoría tienen la lógica á su favor cuando pro-testan contra lo que consideran como una inconve-niente transacción.

Y para que tampoco se crea que exagero las doc-trinas de este ciego radicalismo, bástame referirmeal proyecto de Ley que en 1875 presentó á la Cáma-ra francesa el diputado M. Lacretelle sobre las es-cuelas primarias. En él podréis ver clara y termi-

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nantemente consignado el sentido en que debe to-marse lo gratuito de la enseñanza. Allí veréis que laque da el Estado, y no la que quiera proporcionarseel ciudadano, es la que éste ha do estar obligado á re-cibir ó.proporcionar á sus hijos. Allí veréis declara-da la incapacidad absoluta de los ministros de todasreligiones para consagrarse á este augusto ministe-rio. Allí leeréis la prohibición de enseñar ningunadoctrina religioso-positiva á la niñez, y ordenado so-lamente que después que ésta llegue á los diez añosse le den con asiduidad nociones generales sobre laexistencia de Dios, la inmortalidad del alma y lamoral. Pero tened presente que esta transacción fueentonces fuertemente combatida por el periódicoLos Derechos del hombre, que la calilicó de pérfida yde inconciliable con el derecho del ateo y del mate-rialista, porque en sus hijos no debian ser violadassus legitimas y sagradas convicciones.

Hé aquí puestas frente á frente las dos escuelasque á tal punto llegan en la ciega exage-.-acion desus doctrinas. El ultramontanismo concluye por ani-quilar la personalidad humana, absorbiéndola en elseno de la Iglesia y negándola el derecho á vivirfuera de él, porque á esto equivale el negarla el de-recho de instruirse y educarse fuera de su direccióny tutela.

El radicalismo filosófico llega hasta á suprimir áDios en nombre de los derechos de la humanidad,cayendo en el más absurdo y á la vez en el más te-mible de todos los sistemas panteistas: en el pan-teísmo del Estado.

• Si las aspiraciones del ultramontanismo prevale-cieran, las sociedades humanas entrarían muy pron-to en una lenta agonía para morir corrompidas ydisueltas por el más odioso de todos los despo-tismos.

Y si el radicalismo filosófico consiguiese someterla enseñanza y educación de los pueblos á su hor-rible criterio, las generaciones así educadas habríande ser víctimas de las sangrientas convulsiones deuna feroz anarquía, á que pondría término el látigode un amo despiadado ó el sable de un conquistadorsin entrañas.

Pero tiempo es de que frente á frente de estossistemas os presente el que sirve de pedestal ánuestra querida Institución.

El siglo actual hace justicia á la incomensurabletrascendencia que la enseñanza tiene en la vida y enel bienestar de los pueblos. Adelantándose á estostiempos decía ya en el que ilustraba con su saberinmenso el gran Leibniz, que de la reforma de laeducación de la juventud dependía la reforma degénero humano. Por la instrucción y educación, elhombre se prepara para realizar los fines que sola-mente en este mundo pueden cumplirse. Por lainstrucción y educación se prepara asimismo para

conseguir los que le aguardan más allá del tiempo.Debe, pues, la enseñanza organizarse, como

asienta con razón la escuela ultramontana, de unamanera adecuada á la naturaleza de los destinos hu-manos. Pero, ¿se encierran estos, como la mismaescuela afirma, en el orden religioso? ¿No tiene elhombre fuera de este orden nada á que aspirar, nadaque conseguir en el mundo? ¿Absorbe siquiera el finsobrenatural todos los fines temporales déla huma-nidad? Si esto fuera así, ¿qué títulos podría ostentarla sociedadad civil para defender su existencia en-frente de la Iglesia? Esta sería la única asociaciónlegítima. En ella debieran fundirse los Estados. ElPontificado representaría la única legitimidad delpoder, el sacerdocio constituiría la única magistra-tura. Atrévase la escuela ultramontana á sostenercon varonil franqueza estas conclusiones tan direc-tamente contrarias á la ortodoxia del catolicismo,pero que no por eso dejan de proceder de las teo-rías que sostiene. Tan legítimos, por más que nosean tan elevados como el destino religioso y ultra-terreno del hombre, son sus destinos temporales, deaquel independientes por su naturaleza y por losmedios de su realización, por mas que con él seanperfectamente armónicos.

No cumple el hombre su misión en la tierra ob-servando solamente los preceptos de la religión queprofeso, otros deberes le alcanzan en beneficio desí mismo y de sus semejantes. Si asi no fuera, elarte, la ciencia, la industria, el comercio y todoslos demás elementos de bienestar y progreso en elorden temporal serian inútiles, ya que no perjudicia-les para los intereses de la conciencia. El bello idealde la sociedad sería el claustro, y el ciudadano másperfecto sería el monje.

No negaré yo la necesidad de la virtud para 3um-plir los debeles de la vida civil; pero convenid con-migo en qué la virtud no basta. Para la prosperidadde los Estados y para el progreso de los individuoses insuficiente la práctica de los deberes, que es enlo que consiste la purísima moral de Jesucristo, sino se concierta y se combina con el ejercicio de losderechos que á cada cual corresponden, y que noson en último término otra cosa más que mediosnecesarios al hombre para ir realizando su progresoen el seno de la sociedad en que vive.

Tiene, pues, la Iglesia perfecto derecho para pre-sidir y dirigir la preparación del hombre en el ordenreligioso. A ella y solamente á ella incumbe la en-señanza de las verdades Divinas y su infusión en elalma humana para hacer del individuo un perfectocristiano. Ella es quien, por medio de sus ministros,debe instruir á los pueblos en la doctrina evangélicay educarlos en la práctica de las virtudes. Su pro-pia legislación ha procurado sostener siempre vivoel ministerio de la enseñanza en la conciencia del

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clero. Los obispos, como los párrocos, deben aten-der con preferente solicitud á la enseñanza y educa-ción religiosa de los fieles. Desde la Cátedra del Es-píritu Santo les está impuesta la obligación de ex-plicarles todos los domingos y dias festivos las ver-dades Divinas y exhortarles y dirigirles por el ca-mino del bien y por la práctica de las virtudes delEvangelio. Los párrocos deben especialmente con-gregar en los mismos dias á todos los niños de lasfamilias cristianas, cuya salud espiritual tienen á sucargo, para enseñarles lo que deben creer y cómodeben obrar, é ir así infundiendo en su infantil es-piritu la savia vigorosa de la religión del Crucifica-do (i). Y en verdad que, sea dicho en elogio de tansantas y previsoras ordenanzas, menos riesgos cor-rería la ortodoxia cristiana si su enseñanza estuvie-se á cargo de los ministros de la Iglesia, como estaha deseado siempre, y no eamo sucede ahora, al demaestros laicos que carecen de misión para las fun-ciones del magisterio religioso, y que simples fielescomo son pueden incurrir con más facilidad que loseclesiásticos en error al exponer tan sublimes doc-trinas.

Ya veis que no pretendo reducir el vasto campoen que la Iglesia puede desenvolver la acción de sudivino magisterio. Ojalá que éste, encerrándose enla esfera purísima de la verdad y de la moral cris-tianas, sin descender nunca sus ministros al ejercersu santo ministerio al terreno movedizo de los inte-reses del mundo, ni interesar sus afectos á favor nien contra de las trasformaciones porque pasan contanta frecuencia los Estados, logren exclusivamentepor los medios que les son propios de la predicacióny santificación evangélicas vigorizar el sentimientoreligioso en el alma de los pueblos y hacer así másapto al hombre para los inapreciables beneficios dela libertad con que le brinda el progreso de las ins-tituciones modernas.

Pero si respeto como debo la esfera de acción quees propia del magisterio eclesiástico, protesto firmey enérgicamente en nombre de la enseñanza laica yprivada contra las aspiraciones do la escuela ultra-montana, que pretende atribuir y reservar para laIglesia la enseñanza de las letras y de las cienciasprofanas. Estas no constituyen parte de su eternopatrimonio. Están, por el contrario, fuera de la mi-sión que ha recibido de lo Alto, porque todas ellasson las gloriosas conquistas de la razón.

Yo reconozco que la verdad religiosa está pormúltiples vínculos ligadáeon las verdades científi-cas. Yo creo también que no es posible que hayaentre la una y las otras verdadera oposición y dis-cordancia. Pero estos vínculos, estas relaciones,

(1) Concilio de Trento, sesión 5.°, cap. II; sesión 23, ca-pitulo I; sesión 24, cap. IV.—De Reformat.

esta armonía no pueden ser título bastante, á no in-clinar la cabeza ante el sofisma, para que las unashayan de ser absorbidas por la otra, ó siquiera so-metidas á su dirección é influencia. Vínculos haytambién igualmente legítimos entre todas las cien-cias humanas, puesto que al fin cada una de ellas noes otra cosa que la manifestación parcial y relativade la verdad absoluta; y absurdo seria tratar de su-bordinar por esto á una ciencia todas las demás ennombre de un derecho de primogenitura contra elcual protestarían de consuno la razón y el buen sen-tido. No, la Iglesia, como representante de los sagra-dos derechos de la verdad religiosa y por el título deser su única depositaría, no puede absorber la liber-tad de las ciencias humanas, ni siquiera someterlas ásu influjo, ni intervenir en su marcha, ni dirigir nimoderar su propagación y su progreso. Defienda enbuen hora desde su propio campo y por los mediosde acción que su Divino fundador le ha dado sobrela conciencia, que son los únicos legítimos que lecorresponden, como centinela avanzado que debeser y celoso y nunca adormecido guardián de lasverdades eternas, su pureza é integridad contra lasinvasiones de la falsa ciencia y los extravíos de larazón individual. Pero si hasta aquí llegan, tampocode aquí pasan sus derechos.

Así, pues, enfrente de la enseñanza religiosa,puede ostentar también con noble y legítimo orgu-llo sus títulos la enseñanza laica. Pero entendedlobien. No la enseñanza laica que, animada de unodioso sentimiento de hostilidad á los principióseinstituciones religiosas aspira á arrancar del cora-zón de los pueblos toda noción Divina, pretendiendovanamente buscar en las estériles y secas máximasde una filosofía positiva la satisfacción para las as-piraciones que el alma humana sienle hacia el serinfinito y eterno, de quien solamente espera conse-guir una felicidad cumplida.

Yo no hablo de esa enseñanza laica que, arras-trada por su aversión á toda religión positiva, novacilaria en destruir la historia y privar á la huma-nidad del inmenso patrimonio de su pasado, ya queen todas sus manifestaciones palpita el espíritu re-ligioso de las generaciones que nos han precedido.

Yo me refiero á la enseñanza laica, que si llevaeste nombre, es porque descansa sobre el 3agradoderecho que el hombre tiene, cualquiera que sea elculto que profese y cualquiera que sea el estado deque goce con arreglo á su culto, á difundir entresus semejantes los conocimientos con que haya en-riquecido su inteligencia.

Yo hablo de aquella enseñanza que si se llamalaica no es en odio á la enseñanza religiosa, sinopor razón de la materia á que se consagra, esto es,porque su objeto son las letras y las ciencias huma-nas expuestas con libre, pero elevado criterio,

N.° 191 M. VERNES. EL CULTO CRISTIANO EN LOS SIGLOS 11 Y III. 519

ajeno á todo sentimiento de ciega hostilidad ó deciega adhesión á otras doctrinas ó á otras institu-ciones.

Observad, pues, á qué incomensurable distancianos hallamos de los extravíos de una y otra es-cuela.

Y notad bien que yo no me he ocupado para nadade contrastar los derechos que el ultramontanismoreclama para la Iglesia con relación al Estado sobrela enseñanza oficial.

Yo reconozco (sea dicho de paso) que hasta ciertopunto la justicia abona aquellas pretensiones cuandose dirigen á un Estado que profesa una religión po-sitiva determinada, proclamándola como la únicaverdadera, y especialmente si la religión así reco-nocida es la que predica y enseña la Iglesia cató-lica, apostólica romana, que tantos profesamos enEspaña.

Cuando esto sucede no pueden rechazarse sinnota de injusticia las pretensiones de la Iglesia asíprotegida con relación á la enseñanza oficial. Puesqué, ¿el Estado, que la ha reconocido como la úni-ca verdadera, hasta el punto de no permitir la pú-blica profesión de otra alguna, ha de negarla, in-curriendo en inexplicable contradicción, el derechode intervenir en la enseñanza que aquel organice,para saber si allí se expone alguna doctrina contra-ria á los dogmas que ella profesa y enseña? ¿Ha deerigirse al Estado en único depositario del criterioreligioso, en Pontífice, aunque laico, supremo ó in-falible, usurpando de esta manera la más sagrada de

. las funciones de la Iglesia, cuya autoridad él mismoha proclamado y á la cual se ha sometido? Conven-gamos en que lo irritante que pueda haber en seme-jantes pretensiones por parte do la Iglesia, es elfruto natural de la situación en que el Estado se hacolocado respecto á ella.

Por esto yo defiendo aquí solamente la emanci-pación de la enseñanza privada, porque bien sé quela mayor ó menor libertad de la oficial depende delos principios sobre que descansa la constitución dela sociedad civil, sujetos por desgracia á frecuentestrasformaciones y mudanzas.

Hé aquí con entera sinceridad expuestos los prin-cipios que entiendo que justifican y sirven de baseindestructible á nuestra INSTITUCIÓN como estableci-miento que realiza en su más puro concepto los de-rechos y la libertad de la enseñanza laica en losgrados secundario y superior, que son á los queprincipalmente me he referido en este discurso.Nosotros nos hemos asociado aquí sin odios, sinpreocupaciones contra ninguna institución ni contraninguna doctrina religiosa.

El vínculo que nos une es puramente científico,nuestro fin el progreso y la difusión de la cienciahumana, nuestro criterio el que la razón, movién-

dose en sus propias esferas, nos inspira. La con-ciencia religiosa de cada cual queda completamenteú salvo. Aquí puede levantar su cátedra para ense-ñar los conocimientos humanos que posea el másfervoroso miembro de los institutos religiosos queexisten en el seno de la Iglesia, al lado de la cáte-dra en que también venga á exponer sus científicasideas el libre-pensador, porque el uno y el otro,cualesquiera que sean las creencias de su alma, noha de profanar ciertamente la conciencia de sus dis-cípulos, ni lia de faltar á la confianza que en la INS-TITUCIÓN depositan los padres cuando le entregan ladirección de las juveniles inteligencias de sus hijos.El sacerdate no puedo franquear nuestras puertaspara imponernos su criterio por medio de caráctertemporal ó político; pero puede influir, valiéndosede la eficacia que tienen los que son esencialmentereligiosos y á que libremente so somete la inteligen-cia humana, sobre la conciencia de los que pertene-cemos al gremio de la Iglesia, y que como maestrosó discípulos frecuentamos estas aulas, si el errorllegase á perturbar la ortodoxia de la fe que pro-fesamos.

Confiemos, pues, en que se nos hará justicia, aunpor los más apasionados ó escrupulosos en materiasde la conciencia, y que de esta manera por todosserá reconocido el perfecto derecho que nuestraINSTITUCIÓN tiene para vivir; derecho que si ante elEstado se funda en la libertad de la ciencia, ante laIglesia se protege con el que á los padres incumbepara elegir aquellos á quienes han de encomendarla instrucción y educación de sus hijos, ya que hande responder ante Dios y ante la sociedad mismadel deber que al engendrarlos han contraído decompletar su propia obra, preparando sus tiernasalmas y predisponiendo sus facultades para quepuedan en su dia regirse y gobernarse á sí mismos.

EUGENIO MONTERO RÍOS.

EL CULTO CRISTIANOEN LOS SIGLOS II Y III.

El eminente escritor Edmundo de Pressensé haaprovechado los ocios de su vida política para ter-minar la importante obra de historia religiosa cuyaprimera parte apareció hace veinte años. Con el ti-tulo de Historia de los tres primeros siglos de laIglesia <:ristiana, habia emprendido una=difícil tarea,de continuación á veces ingrata y laboriosa, queacaba de llevar á feliz término con inquebrantableresolución.

Los dos primeros volúmenes se hallaban consa-grados á la primitiva, á la que data de la. desapari-

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cion del fundador del cristianismo y del estableci-miento de las primeras comunidades en el suelo pa-lestino. En los volúmenes siguientes, que tratansimultáneamente de los siglos II y III, el autor haintroducido una división que le parecía indicada porel asunto. Bajo el título de Los Mártires y apologis-tas, ha descrito la gran lucha del cristianismo con-tra el paganismo. Un quinto volumen exponía á suvez la Historia del dogma, el movimiento de la ideacristiana en la misma época: primero sus desviacio-nes en el sentido de la heregía; después las prime-ras elaboraciones sistemáticas que opusieron á esta.Faltaba entrar en el detalle de-la organización ecle-siástica y de la vida cristiana.

El sexto y último volumen de la obra se ocupaen primer término de la organización de la Iglesia,su reclutamiento por el catecumenado, sus institu-ciones locales, su disciplina y el lazo de unión entrelas diversas fracciones de la cristiandad. Los pre-ciosos documentos de que hoy disponemos, en par-ticular la Constitución de la Iglesia, de Alejandría,hallada en lengua copta, hace algunos años, y losPhilorophonmena de Hipólito, obispo de Ostia, hanrenovado completamente el asunto, y, según la ex-presión deM. Pressensé, hacen en ciertojnodo «mo-ver ante nuestros ojos las ruedas de esa organiza-ción que combinaba tan admirablemente el orden yla libertad.» El culto cristiano en el siglo II y su tras-formacion gradual en el III, constituyen el objeto delos desarrollos siguientes; la tercera parte exponela reforma moral y social operada por el cristianis-mo en el hogar de la familia, antes de que ella pa-sara de allí en las instituciones.

Teniendo en cuenta el considerable trabajo quees la base de este volumen de cerca de 600 páginas,la paciencia necesaria para reunir los materiales detan vasta información, la actividad que ha debidoemplearse en clasificarlos, es de admirar que el es-tímulo del autor se haya sostenido hasta el fin, quesu pluma haya conservado sin desfallecimiento esavivacidad descriptiva que excita la atención y per-mite al lector profano recoger sin esfuerzo el frutode sólidas y originales investigaciones.

I.

Dos momentos principales pueden considerarse enla historia del establecimiento de la Iglesia cristiana:los orígenes propiamente dichos, es decir, lo quecon preferencia se refiere á su fundador, y su esta-blecimiento, en el preciso sentido de la palabra. Loscríticos que han hecho éstos estudios difíciles yatractivos objeto de sus trabajos, han cultivado al-ternativamente estos dos campos, cuyos límites seconfunden. Lo mismo que M. de Pressensé, no te-nemos qu6 preguntarnos: ¿qué es el cristianismo?sino: ¿cómo se ha conducido el cristianismo, con'

siderado como poder ya existente, respecto almundo en que su nacimiento le habia arrojado? Estapregunta se subdivide á su vez en una serie de pro-blemas de detalle, algunos de los cuales son objeto,desde hace siglos, de una ardiente controversia.Esta controversia se habia suscitado desde luegoentre católicos y protestantes, celosos igualmentede fundar sus títulos de posesión de la verdad cris-tiana en su conformidad con la Iglesia en sus prin-cipios. En el último siglo, la polémica de los filóso-fos se enseñoreó con singular ardor en el terrenoadonde ella habia trasladado el combate que dirigíacontra el organismo eclesiástico contemporáneo; y,cuidándose poco de saber quién de Roma ó Genovababia guardado más fielmente Id imagen de la cristiandad primitiva, volvía la espalda á los adversa-rios, haciendo remontar al desarrollo del imperioromano los progresos cuyo mérito arrancaba á lanueva sociedad religiosa. Hoy el problema se con-sidera de un modo más extenso á la vez que mássaludable.

Las pretensiones de las Iglesias rivales han lle-gado á ser de bastante escaso inferes; por otraparte, el cuadro de convención que se habia formadode la época clásica ha sido modificado por trabajosde primer orden, que igualan en erudición á las in-vestigaciones de la edad anterior, pero que lasaventajan seguramente en la equidad y la prudenciade las apreciaciones. Al mismo tiempo que se pene-traba los secretos de la organización del mundogreco-romano, se recogían con cuidadoso celo losmenores restos de la época transitoria que hizo deljudaismo reformado de San Pedro y de San Pablo elcatolicismo oficial. Sin preocuparse mucho por sa-ber si tal ó cuál hecho daba margen á disputas teo-lógicas, se reconstituia así la trama rota. Del dobletrabajo de los historiadores profanos y religiosossalen poco á poco algunos resultados importantes,destinados á servir de base común á las elaboracio-nes ulteriores.

M. de Pressensé, demasiado protestante y dema-siado partidario de la separación de la Iglesia y delEstado, de la que sigue siendo uno de los más fir-mes defensores, para no dejar comprender la satis-facción que le eausan algunos hechos de los que ex-pone, es también, sin embargo, demasiado amantede la verdad histórica para presentarlos bajo un fal-so aspecto. Citando constantemente su procedencia,proporciona al lector atento el medio de comprobarpor sí mismo tal proposición que parece absoluta ótal deducción que parece superar á los hechos. Nosadmiramos sobre todo de sus esfuerzos por recons-tituir el culto de la Iglesia primitiva: al lado delcuadro completo y sabiamente presentado de lasluchas eclesiásticas que agitaron á Roma y el África,el de las instituciones religiosas ofrece un interés

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de un orden poco distinto, pero acaso más vivo aún.Para ello le han servido de mucho los recientes des-cubrimientos. Estos ensayos de reconstrucción pue-den prestarse á la crílica; pero cuando se realizancon prudente cuidado y con el auxilio de suficientesmateriales, dan al pasado una vida especial. Así su-cede al describir M. de Pressensé la celebración delculto cristiano en el siglo III, en la gran metrópolicristiana del Egipto, en Alejandría.

El edificio presenta un pórtico ó vestíbulo que nopueden franquear los simples catecúmenos; una di-visión interior de la nave designa á los hombres yá las mujeres lugar separado. En el fondo se hallael pulpito del obispo y los asientos de los padres ósacerdotes que le rodean. Delante de la cathedradel obispo está la mesa de comunión; cerca de ella,otra mesa recibe las ofrendas de la Iglesia. Hacia el

• medio del recinto se levantan los dos ambones ó pu-pitres que sirven para la lectura de los librossantos.

A la hora del culto, al romper el dia, se reúne ensilencio la asamblea cristiana, según los sexos.Abierta la ceremonia con una invocación, el lectorhace oir á la asamblea, que está de pié y con reco-gimiento, los fragmentos de la Escritura designadospor el obispo, ya del Antiguo Testamento, ya delEvangelio. Un psalmo separado, otro himno terminalas dos lecturas, cantando la asamblea el final. En-lónces tiene lugar la homilía, que es pronunciadapor el obispo ó por la persona á quien éste da elencargo; esta persona puede ser un laico, como sedio el caso con Orígenes. La homilía consiste enuna comentación popular y sencilla de cualquierade los textos que se acaban de leer á los fieles. Des-pués de la predicación, los simples auditores se re-tiran, y esta primera parte del servicio religiosotermina con la oración de la asamblea, que se hacegeneralmente de rodillas, á excepción del domingoy durante el período pascual en el que está reco-comendado orar de pié por alusión al gran aconte-cimiento de la resurrección. La oración común seefectúa en voz baja por las indicaciones del ofician-te, que sucesivamente recuerda á los fieles los prin-cipales motivos por que deben alabar y dar gracias áDios.

A la segunda parte del culto no asisten más quelos fieles propiamente dichos, los iniciados. Losmismos catecúmenos, á punto de acercarse á lamesa santa después de una severa instrucción detres años, ven cerrarse las puertas ante ellos en tansolemne instante. «Que se cierren las puertas, dicenlas Constituciones apostólicas, á fin de que no puedaentrar ningún infiel ni profano.» Según esto, tam-bién pertenecen á la categoría de los profanos loscatecúmenos que aun no han recibido por el bau-tismo el título de cristianos. Los diáconos vigilan á

las puertas para que sólo se abran á los fieles re-conocidos; y este aparato da á la ceremonia un ca-rácter misterioso que contribuye á su solemnidad.No hay que ver en tales precauciones el temor deconliar á los paganos un secreto peligroso, sino laseveridad religiosa que reserva el privilegio de unasanta acción únicamente á los que tienen derecho áparticipar de ella.

El servicio eucarístico comienza por lo que se po-dria llamar el ofertorio. Los comulgantes presentansus ofrendas por mediación de los diáconos; ofren-das que consisten en el pan y el vino necesarios parala celebración de la santa cena, además de las pri-micias de los productos de la tierra y de diversosdones, cuya distribución entre los hermanos indi-gentes se hi lh confiada al obispo. A esta primeraacción sigue el beso de paz que los hombres dan álos hombres, y las mujeres á las mujeres; después,colocándose el obispo ante la mesa eucaristica, daprincipio el santo misterio. Los textos consultadospor M. de Pressensé le permiten afirmar que enton-ces se hallaba descartada toda idea de expiación, yque la eucaristía conservaba en aquella época uncarácter primitivo, el que la etimología le da: el ca-rácter de acción de gracias. «Por Jesucristo, diceuna antigua liturgia, es por quien realizamos la eu-caristía en tu nombre (en el nombre de Dios), comoen el suyo y en el del Espíritu Santo: te traemosesta ofrenda razonable é incruenta.»

Después de la lectura de la invocación, se toma elpan y el vino de la mesa de las ofrendas y se depo-sitan en la eucaristica. Un diácono pronuncia unaoración de acción de gracias que expresa en con-movidos términos la confianza en la infinita bondadde Dios. El obispo á su vez, siempre de pié ante lamesa santa, repite las palabras de la institución talescomo se consignan en el Nuevo Testamento, y reci-ta la oraron de consagración: «¡Oh, Dios de bondadque amas al hombre, derrama tu santo espíritu so-bre nosotros, sobre estos panes y sobre esta copa,ofrenda de tu Iglesia!. El diácono vuelve á tomar lapalabra para invitar á la asamblea á que se arrodilley se incline ante Dios, y aquella, en el momento detomar parte en la eucaristía, expresa su reconoci-miento por medio de cánticos. Se parte el pan, cir-cula la copa de mano en mano al son de las últimasoraciones, y una bendición termina el acto.

Tras de este culto, que es el de todos los dias,vienen las ceremonias excepcionales, tales como elbautismo. Conferido este generalmente á los adul-tos, se sometió desde fines del siglo II y principiosdel siglo III á reglas más determinadas que en elpasado, al mismo tiempo que se enriquecía con ele-mentos simbólicos. También en este punto es laConstitución copia la que nos permite representarfielmente el bautismo, tal como se celebraba antes

m~

522 REVISTA EUROPEA. —-21 DE OCTUBRE DE 1 8 7 7 . N.M91del Concilio de Nicea, en los tiempos de Tertulianoy de Orígenes.

Muchas épocas habia designadas en el trascursodel año para la administración del sacramento so-lemne que daba entrada en la sociedad de los fielesy coronaba la instrucción dada á los catecúmenos,como, por ejemplo, la Cuaresma ó la pascua de Pen-tecostés, fiestas que recuerdan especialmente lasrealidades que representa el bautismo, y un pocodespués la Epifanía. Reunidos los catecúmenos enel edificio en que la Iglesia celeora su culto, en pre-sencia de los fieles, dice el obispo: «Arrodillaos yorad.» Esta invitación era seguida de las palabrasdel primer exorcismo, destinado, según las ideas dela época, que atribuían á los demonios, la invenciónde los cultos paganos, á rechazar los malos espíritusbajo cuya dominación vivian hasta entonces los queiban á recibir el bautismo. Hallándose el paganis-mo entero «poseido de Satanás», todos los que á éllian pertenecido en cualquier concepto deben sersustraídos al imperio de las tinieblas: de aquí la ne-cesidad del exorcismo. Verificado este, el obispo,por una acción simbólica, da un bofetón á los cate-cúmenos y marca con su dedo la frente, las naricesy los oidos de los neófitos.

Estas diversas acciones tenían lugar la víspera dela celebración propiamente dicha, y no eran másque el preludio de la solemne ceremonia. La nochese pasaba orando y haciendo confesión de los pe-cados; los catecúmenos no podían tomar otro ali-mento que un pedazo de pan que llevaban para laceremonia eucarística del día siguiente, á la quetendrán el honor de asistir por primera vez. Desdeque apunta el dia empieza á correr el agua del bau-tismo en la vasija dispuesta al efecto, cuya agua sebendice como el pan y el vino de la Eucaristía. Elobispo ó el padre dirige al mismo tiempo igualespalabras de bendición á un vaso lleno de aceite,que viene á ser el aceite de Eucaristía. Un segundovaso, lleno también de aceite, se llamará el vaso deexorcismo cuando el obispo haya recitado sobre éllas fórmulas que destierran á los demonios. Luegohace el obispo acercarse sucesivamente á cada unode los electos, le intima á renunciar á los malos es-píritus y le unge con el aceite del segundo vaso.

Los catecúmenos son después conducidos por eldiácono á la piscina, en la cual le sumergen tresveces. Entonces hacen la declaración solemne de sufe, y á continuación de ella reciben el bautismo enel nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu-Santo.Como consagración del acto, e'í obispo exige al neó-fito, por medio de una serie de preguntas, una con*-firmacion detallada de su fe, y, cubriéndole del óleoeucarístico, pronuncia estas palabras: «Unto tu frentecon este aceite santo en nombre de Jesucristo.» Des-de aquel instante la Iglesia cuenta con un fiel más.

bi la organización del culto cristiano correspondeá la misma Iglesia, no se puede decir otro tanto deciertos puntos que ponen en juego las cuestionessiempre palpitantes de organización social. Entreestas y en primer término se halla la de las relacio-nes de la Iglesia naciente con la esclavitud, que erauna de las condiciones normales de la sociedad con-temporánea.

También nos parece que M. de Pressense arrojabastante luz sobre este asunto, en el que se ve apo-yado por trabajos sólidos y concienzudos. No seatiene, sin embargo, á los resultados de sus prede-cesores: si se halla conforme con ellos, es por con-secuencia de un estudio personal y el alegado cons-tante de textos y autoridades. Rechaza la opiniónpoco sostenible que atribuye á la Iglesia naciente,desde un principio, el firme propósito de abolir laesclavitud; pero demuestra cómo la religión nueva,haciendo de la profesión de su fe el primer interésdel hombre, y considerando en este punto de igua-les condiciones al hombre libre y al esclavo, ope-raba una completa revolución en sus relaciones:,desde el dia en que el infortunado sor que la leyasimilaba á los animales, fue considerado en la casade Dios como igual á su dueño, la persona humanase restituyó en él, y las consecuencias sociales deesta reforma esencial debiai> extenderse necesaria-mente, á despecho de los obstáculos que le opusie-ran, ya la organización de la sociedad greco-romana,ya la vacilación de los mismos cristianos. Luego laIglesia no se ha conceptuado libertadora de lo quepodia llamarse el cimiento vivo del Imperio; ella noha invocado el derecho civil, sino únicamente «elderecho religioso», recordando la enérgica frase deSan Pablo de que; «En Cristo, no hay distinción al-guna entre el hombre libre y el esclavo.»

El mismo apóstol habia hecho una declaraciónque ha sido diversamente interpretada, pero queparece, en su verdadero sentido, revelar de unamanera muy franca la actitud do los primeros cris-tianos respecto á la esclavitud: «¿Has oido el llama-miento del Cristo, hallándote en la esclavitud? no teapesadumbres. Aun en el caso de que pudieras ver-te libre, prefiere quedar en tu posición presente.Esclavo del hombre, ¿no eres en ese caso puesto enlibertad por Cristo?» Se cree hajiar en esto una es-pecie de exhortación á la espera, acaso una protestacontra las impaciencias que pudieran haberse mani-festado. Por otra parte, Pablo creia en la vueltainminente de Cristo, y desde el momento que la con-dición social de sus adeptos debia quedar sin in-fluencia sobre sus destinos ulteriores, ¿qué necesi-dad tan apremia«te habia de modificar la presenteorganización? Sin embargo, la levadura echada

V 191 M. VEHNES.—EL CULTO CRISTIANO EN LOS SIGLOS II Y 111. 523en la masa debía producir seguramente su efecto.«Es indudable, dice el autor, que si la esclavitud noha sido formalmente anulada por la Iglesia, esta noha dejado de trabajar constantemente por la trasfor- jmacion que le ha hecho sufrir. Le ha quitado surazón de ser, al elevar á la vida moral, á su digni-dad, á sus derechos y á sus deberes, la miserablecriatura en que hasta entonces solo se habia vistoun cuerpo y un instrumento: no contenta con prote-ger su debilidad, se ha interesado, desde el prin-cipio, por su total manumisión.»

Abundantes pruebas suministran los textos toma- jdos á los autores profanos y cristianos, y especial-mente á las antiguas Constituciones eclesiásticas,relato auténtico de los usos y las prácticas de laantigua Iglesia. En estos venerables documentos,ninguna huella se encuentra de diferencia entre loscristianos de diversas condiciones, respecto al cul-to; la casa de orar no conoce otra distinción que laque separa á los catecúmenos de los fieles, ni otraseparación que la de los sexos. Sucedía que e! es-clavo admitido desde hacía tiempo en la Iglesia, ycuyo dueño figuraba aún entre los catecúmenos,adelantaba á este en la sagrada comunión. ¡Cosaextraña en el mundo romano! Se daba el caso dever al dueño quedarse en el umbral de la casa deoración bajo el peso de alguna pena disciplinaria,mientras que el esclavo ocupaba un lugar respeta-ble en la asamblea de los fieles. Las Constitucio-nes apostólicas deducen de tales hechos su naturalconclusión, recomendando al amo que ame á su es-clavo como á un hijo, ó lo mismo que á un herma-no, «por causa de la fe que es común á entrambos.»

Hay más: el esclavo puede desempeñar algúncargo de la Iglesia y llegar á ser diácono ó sacer-dote. Sobre este punto es curioso observar que enla Iglesia naciente se siguió una práctica más am-plia que en épocas posteriores. Más tarde se exigió,en efecto, qne los esclavos propuestos para algúncargo de la Iglesia debian haber obtenido la liber-tad de sus amos. Esta alteración del uso no debeconsiderarse como un retroceso del liberalismo pri-mitivo, sino como una censecuencia natural de losprogresos del cristianismo. Cuando este no repre-sentaba todavía más que modestas congregacionesenlas que el elemento popular formaba la mayoría,no hubiera sido posible imponer aquella condiciónsin excluir absolutamente al esclavo de la partici-pación en los más grandes privilegios espirituales.Y por el contrario, en el momento en que la reli-gión nueva reemplazaba al paganismo destronado,era justo que ninguna traba inferior se opusiera alque la comunidad confiaba el cuidado de contribuirá su dirección.

Las leyes relativas al matrimonio son igualmenteaplicadas al esclavo, arrancando á éste en lo suce-

sivo del concubinato ó del apareamiento bestial quepor tanto tiempo constituyó su miserable suerte.Sujetarse á las leyes que castigan el adulterio, es elmás brillante reconocimiento de los derechos de lahumanidad. El amo, á su vez, tampoco puede abu-sar ya de una mujer esclava, lo mismo que de cual-quiera otra mujer de su propia condición, y tanto áuna como á otra debe unirse en matrimonio. El es-clavo, en fin, tiene derecho al martirio, supremohonor que le coloca entre los héroes de la le. «Másde un esclavo, dice Clemente de Alejandría, ha lle-gado al término de la perfección, muriendo por sufe, á despecho de su amo.» Dos testimonios, unode un escritor cristiano y el otro de un pagano,pueden resumir con autoridad lo que ha hecho elcristianismo en favor del esclavo. «Ni los romanosni los griegos, dice Lactancio, han podido mante-nerse en la justicia, porque han establecido entrelos hombres condiciones desiguales. Donde no sontodos iguales, falta la equidad; la desigualdad exclu-ye la justicia, cuya fuerza propia consiste en haceriguales á todos los hombres que han recibido la vidaen iguales condiciones.» Luciano, en su Peregrinas,confirma en los más precisos términos esta doctrina,que no era más que el resumen de la práctica cris-tiana, exclamando irónicamente: «El legislador delos cristianos les ha hecho creer que todos son her-manos;» y cuando en otro tratado describe, en tonode burla, una sociedad ideal en la que bárbaros,pobres, pueden adquirir el derecho de ciudadaníacon tal de que tengan amor al bien, y donde ni sepronuncian siquiera las palabras de hombres libresy de esclavos. ¿Se necesita añadir á este testimoniola frase de Orígenes: «Enseñamos á los esclavoscómo pueden proporcionarse un alma de hombre li-bre y obtener por la fo una verdadera emancipación?»

La Iglesia empezó temprano á favorecer las ma^numisioTO&, y desde el dia en que se vio libre depersecución, la legislación de la esclavitud tomó uncarácter más dulce y más humano. Sin embargo,la unión del cristianismo con el imperio dio, segúnM. de Pressensó, un resultado contrario del quepodia suponerse desde luego: el de que retardó laemancipación, en vez de apresurarla, por la confu-sión que entonces se hizo de los intereses de la so-ciedad civil y de la espiritual. «Es una grande hu-millación,—dice nuestro autor con leal franqueza,siendo protestante y partidario de las Iglesias li-bres,—una grande humillación para el espíritu hu-mano hacer constar cuántos siglos han sido ne-cesarios para realizar las consecuencias más evi-dentes del principio de igualdad moral que tansólidamente arraigado en la conciencia cristiana senos mostró cuando á ella sola se pertenecía y notrataba más que con perseguidores, en lugar de de-pender de poderosos protectores.»

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111.

En este cuadro de una época tan rica y tan com-pleja, hemos puesto de relieve dos puntos que juz-gamos dignos de atención; hubiéramos podida sena-lar muchos otros.

M. de Pressensé ha tenido la feliz idea de terminarsu excelente obra con una serie de noticias que dael más completo conocimiento de las catacumbas deRoma. Respecto á la cuestión de las relaciones delcristianismo con la esclavitud, encontramos, porejemplo, el interesante dato de que cuanto más nosremontamos á la primitiva edad del cristianismo,más escasas son las distinciones sociales de quedan fe aquellos cementerios subterráneos. «Los mássabios exploradores de la antigüedad cristiana, diceM. de Pressensé, se hallan de acuerdo en reconocerque las antiguas inscripciones guardan absoluto si-lencio en cuanto al rango de los cristianos sepulta-dos en las catacumbas. Entre tantos millares deepitafios como se han descubierto, solo se han en-contrado dos que hagan alusión á la condición deesclavo ó de liberto. Todos los demás pasan en si-lencio la condición anterior, que *es casi siempremarcada con cuidado en las inscripciones paga-nas.»

Al rendir un merecido tributo á la imparcialidaddel autor de la Hiúoria de los tres primeros siglosde la Iglesia cristiana y á sus excelentes informes,hemos hecho las correspondientes reservas sobrela perfecta conformidad de las deducciones con loshechos. Pero teníamos menos en cuenta tal partedel libro que su tendencia general. M. de Pressensétiene razón seguramente en oponer la Iglesia de lostres primeros siglos á la Iglesia de Constantino yde sus sucesores; convendría, sin embargo, no apa-rentase olvidar que la segunda es hija muy autén-tica de la primera, y que, si las circunstancias com-pletamente nuevas en que se ha encontrado, hanhecho desarrollarse tendencias que declaramos conél, esas tendencias sólo esperaban el momento pro-picio para manifestarse. Creemos que, sin participardel error de los polemistas que reclaman para elprotestantismo los tres primeros siglos de la Igle-sia cristiana y hacen datar la «decadencia» de laIglesia del cuarto, M. de Pressensé no ha resistidolo bastante al deseo de aprovechar para sí la épocaque ha retracto con brillante pincel. En rigor, laIglesia del siglo III no corresponde ni al catolicismoni al protestantismo de nue?iros dias; pero si hu-biera que aplicarla á uno de los dos, preciso seríaconfesar que muy bien puede considerarse como elpunto de partida del desarrollo que ha hecho de laIglesia romana lo que llegó á ser en el trascursode la Edad media y lo que todavía es hoy. No es elcatolicismo completo, pero sí el catolicismo en

vía—y en via muy rápida—de formación y de orga-nización. Esto es lo que demuestran claramente losprecisos textos que M. de Pressensé comenta consu habitual sinceridad.

MAURICIO VERNES.

LA CIENCIA QUÍMICA.

V.*

La alquimia estaba muy desacreditada al terminarel siglo XVI, y caminaba rápidamente á su ocaso;sin embargo, entre los que cultivaban ya la verda-dera ciencia los habia que creian en la trasmutación;era necesario que tal creencia desapareciese, y estose consigue casi por completo.en el siglo XVII; ydecimos casi por completo, porque á principios deél, y aun ya entrado, bullían, principalmente porAlemania y aun por Italia, Inglaterra,.Suecia y algu-nos otros países, los falsos alquimistas..

La experiencia invocada por los filósofos Galileo,Bacon, Descartes y Boile, como fuente pura del sa-ber, produce en este siglo excelentes resultados, yen él impera la razón, que sustituye á la autoridad,inadmisible en la ciencia química. Además de estecambio tan favorable, concurre otra causa muy po-derosa para el desarrollo de las ciencias físicas y na-turales, que es la fundación de las Academias, puescon ellas la actividad individual se reforzó con lacolectiva.

La primera de estas asociaoiones científicas fuefundada por J. B. Porta en Italia, bajo la proteccióndel cardenal de Este, con el nombre de Academia delos secretos. Boile, cuyo estudio predilecto fue siem-pre el de las ciencias físicas y naturales, reunió va-rios sabios á mediados de este siglo para formar unaasociación, á la que los asociados dieron el nombrede Colegio cientí/icj, que algunos años después, conla protección que le dispensó Carlos II de Inglater-ra, se convirtió en la Sociedad Real de Londres.Al poco tiempo se fundó en Florencia la Academiade Cimento y la de Lienci, la Imperial de los cu-riosos de la naturaleza en Alemania, la de Cienciasde Parts, la de Stokolmo y otras.

La física, protegida como la química por las cor-poraciones sabias, adelantó por el pronto más queésta y'la prestó su apoyo; pero la química, sin tras-currir mucho tiempo, le pagó esta deuda de grati-.tud.con el descubrimiento de los cuerpos gaseosos,cuyo estudio inició J. B. Van-Helmont, quien de-mostró de un modo científico la existencia de loscuerpos que son invisibles como el aire é impalpa-

Véase el número anterior, pág. 481.

N.* 4 91 SAEZ PALACIOS. LA CIENCIA QUÍMICA. 525

bles como él, aunque materiales, que denominó ga-ses. Es evidente que Van-Helmont no acertó á aislarninguno de estos cuerpos; pero aun así, ofreció uncampo extenso á la investigación, y supo distinguirel ácido carbónico, apreciar algunas de su propie-dades, conocer las principales circunstancias en quese produce, y dar explicación de la asfixia que de-termina cuando se le respira, así como de la ex-tinción de los cuerpos inflamados en el gas ácidosulfuroso. Además, Van-Helmont tuvo algún cono-cimiento de los gases inflamables.

Estos hechos, que hoy nos parecen de escasa sig-nificación, sirvieron de base para uno de los estu-dios más importantes de la física y de la química,cuyos estudios, al cabo de unos cien años, habiande dar tan sazonados frutos. Van-Helmont es tam-bién el primero que llamó la atención de los físicosy de los químicos acerca del uso de la balanza, com-plemento del análisis química, pues sin ella todo esinútil en los trabajos cuantitativos, y con su auxi-lióla química ha podido llegar á constituirse. Es evi-dente que si en la experimentación, dada á conocerla utilidad de esta máquina tan sencilla, pero tandifícil de construir si ha de ser exacta, sa hubiesehecho constantemente uso de ella, la ciencia hu-biera llegado mucho más pronto al conocimiento delos hechos más importantes y trascendentales.

Boilo, á quien Boerhaave apellidó el ornamentode su siglo, practicó algunos experimentos con loscuerpos gaseosos, y hasta llegó á aislar uno qué erael hidrógeno; pero por medio de un aparato que sólopodia emplearse para recoger algunos de estos cuer-pos, y no servia para el estudio de ninguno de ellos.Los trabajos que hizo Boile en diferentes conceptos,son además muchos y tan importantes, que contribu-.yeron en gran manera á los progresos de la ciencia.Trazó este sabio el mejor camino que debían se-guir los químicos en sus investigaciones: el estu-dio, decia, debe hacerse filosóficamente, y no conun objeto determinado, como los alquimistas, losmédicos y ios farmacéuticos; y á esto añade: si loshombres estimasen en más los progresos de la cien-cío que su vanidad, comprenderían que el mejor ser-vicio que pueden prestar á la sociedades utilizar sutalento en practicar experimentos y reunir observa-ciones sin establecer teorías antes de dar solución álos fenómenos que pueden ofrecerse. Hé aquí losverdaderos consejos de un sabio, cuyos buenos con-sejos deben tenerse siempre presentes. Boile prac-ticó lo que aconsejaba, y con esto, su gran ta-lento y su asiduidad en los trabajos, á lo que hayque añadir los grandes recursos que le proporciona-ba su mucha riqueza, llegó á hacer descubrimientosimportantes, tanto en la física como en la química,y á plantear algunos problemas que no resolvió porfalta de datos.

Es admirable cómo discurria Boile acerca del airey de los gases, de la naturaleza de los compuestos,de la combinación y de la simple mezcla, de la res-piración, del nitro, que supo preparar por la víasintética, del agua del mar, del arsénico blanco,que colocó entre los ácidos, y de la densidad de lasaguas. Fue además Boile el primero que hizo apli-cación del análisis química para el estudio de lasaguas minerales medicinales, y el primero también,aunque sin saberlo, porque se ha deducido de sustrabajos, que aisló un alcaloide, que fue la morfina.Era tal el amor que profesaba á las ciencias, que asique llegaba á su noticia un descubrimiento, procu-raba adquirir hasta los menores detalles para estu-diarle, y acto continuo darlo publicidad. Mostróle elfósforo el alquimista de Dresde Krafft, que habia des-cubierto hacía poco tiempo otro alquimista de Ham-burgo llamado Brandt, de quien habia adquirido elsecreto de su preparación, y bastáronle algunas in-dicaciones acerca de la procedencia de este cuerpoelemental para que le obtuviese. Este filósofo serásiempre modelo de buenos experimentadores, y losque han seguido sus huellas son, como él, los quemás han hecho en'pro de las ciencias.

A esta época, en que tanto ya se hacía para que laquímica fuese adquiriendo el carácter de ciencia,pertenecen Glaubero, Kunckel, Ángel Sala, Tache-nio Becher y muchos más. Glaubero es quien porprimera vez señaló un efecto de doble descomposi-ción, que describió en lenguaje científico y no delmodo oscuro que solían hacerlo los químicos deaquel tiempo, cuyo efecto es el que tiene lugar en-tre el sulfuro de antimonio y el sublimado corrosi-vo cuando reaccionan. Berzelius nos dice, con estemotivo, que este hecho que nos parece de tan esca-sa significación al presente, puede compararse conun rayo de luz que penetra en la oscuridad. Por otraparte, envlos escritos de Glaubero se nota que pres-cinde por completo de las ideas que los alquimistasde su tiempo tenian de los metales, quienes todavíalos consideraban formados de aire, tierra y fuego, óbien de mercurio, sal y tierra. Tuvo este químicoalguna noción del cloro, descubrió el kermes mine-ral, medicamento muy usado en el dia, y llegó áformar por la vía sintética la sal que todavía llevasu nombre; lo que prueba poseía algunos conoci-mientos de análisis química, tan escasos todavía en-tonces. Kunckel, profesor de química de la Univer-sidad de Wittemberg, quizá el primero que enseñóesta ciencia en una cátedra pública, y sagaz inves-tigador, dio á conocer hechos bastante científicosde la fermentación, del amoniaco, de Ja purifica-ción del ácido nítrico y de la plata, de la separacióndel oro de este metal, de los preparados de antimo-nio, de que se hacía ya bastante uso, y de los acei-tes esenciales: señaló el fenómeno ígneo que se nota

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en la combinación del cobre con el azufre; se ocupódel calor que se produce en las reacciones químicas,é inventó el método que hoy más usamos para pre-parar el sublimado corrosivo, producto que ya seconocía, poro que el modo de prepararle era casiun secreto. Además, Kunckel tuvo mucha participa-ción en el descubrimiento del fósforo. Este hábilexperimentador quiso obtener de Brandt el proce-dimiento para obtener este cuerpo, y con este obje-to dirigióse á Hamburgo, en donde residía Brandt,de quien nada pudo conseguir; pero durante su es-tancia en esta ciudad averiguó que éste se habiaservido de la orina humana, y con ella, después deregresar á Wittemberg, consiguió lo que tanto de-seaba. Dueño ya del descubrimiento del fósforo,estudió sus propiedades; mas previendo los incon-venientes que pudiera ocasionar su extraordinariacombustibilidad, se abstuvo de publicar el método,y solo le dio á conocer á algunos de sus discípulos;uno de estos, Homberg,'reveló el secreto en París ypreparó este cuerpo, que con razón tanto preocu-paba, ante una comisión de la Academia de Cien-cias de esta capital. Ángel Sala hizo un estudio ex-tenso de los preparados del antimonio, de la sal deacederas, del alcohol, del ácido sulfúrico, de la salamoniaco, que llegó á preparar sintéticamente, yde otros varios productos. Tachenio definió lo queson las sales, con poca diferencia de como lo hizoLavoisier muchos años después; explicó con cier-ta exactitud la saponificación; consideró la sílicecomo un ácido; conoció y explicó con mucha cla-ridad los efectos de sustitución y de doble des-composición, y finalmente, llegó á comprenderalgo respecto á las proporciones en que los cuerposse combinan. Becher, notable por sus ideas teóri-cas, bastante extrañas por cierto, respecto á la na-turaleza de los metales, que consideró, no comolos alquimistas, formados de azufre, mercurio ysal, ó bien de mercurio, sal y tierra, sino de unatierra vitrificable, de una tierra volátil y de un prin-cipio ígneo, sobre cuyos falsos principios fundó des-pués una teoría, que tuvo mucha celebridad, sudiscípulo Jorge Ernesto Stahl.

La mayor parte de los químicos de esta épocaeran médicos ó farmacéuticos, y por esta circuns-tancia casi todos sus esfuerzos los empleaban paraimpulsar las ciencias que profesaban; así es que laterapéutica se enriqueció considerablemente, asícomo la bibliografía químico-farmacéutica; tanto,que eran muy pocos los Estados de Europa que á lasazón no tuviesen una farmacopea oficial ó bien unformulario, aparte de otras muy apreciadas comolas de Quereetano, Poterio, Escrodero, Zuwelfero ymuchas más: sin embargo, la química era tambiénobjeto de la ocupación de algunos príncipes y devarios hombres distinguidos, que con este motivo

tenian laboratorios bien provistos, y dispensabandecidida protección á los químicos de más nombra-día, con los cuales compartían sus trabajos. Variosde estos príncipes, llevados más adelante del deseode propagarla química y de favorecer su progreso,fundaron cátedras para su enseñanza, principal-mente en Alemania, Suecia y Francia. Davison fueel primero que enseñó en París la química en unacátedra pública, á cuyas lecciones asistía un nume-roso auditorio. Esta ciencia fue después muy prote-gida por Luis XIV, que sabido es era protector detodas las ciencias, de la literatura y de las artes,con cuya protección el pueblo francés se elevó ámucha altura. Con justicia se señaló á este prínci-pe, que dio nombre á su siglo con el de Gran Rey,que aun hoy, no sin orgullo, se pronuncia en laFrancia republicana. La cátedra de química del Jar-din botánico de París fue desempeñada en estostiempos por hombres de mérito, como Vallot, Lefe-bre y Glasser, módico del rey el primero, escritordistinguido el segundo, y farmacéutico notable eltercero, y todos contribuyeron no poco, al progresode la ciencia.

A pesar de los esfuerzos que se hacían en estesiglo para dar impulso á la química, adelantaba éstamuy poco en lo que se refiere á el análisis, sin lacual nada podia hacerse en la parte filosófica; seacumulaban materiales y nada más. Era, pues, ne-cesario encaminar la ciencia por otra vía que con-dujese á mayores resultados, y acometer el estudiode los cuerpos gaseosos iniciado por Van-Helmonty por Boile, y al mismo tiempo ensanchar por todoslos medios los conocimientos analíticos.

VI.

Aunque Van-Helmont y Boile habian llegado á co-nocer habia cuerpos invisibles, no pudieron hacerestudios de importancia de estos cuerpos por nohaber hallado el medio de aislarlos y de manejarlosde un modo conveniente. Los químicos que en elsiglo XVII acometieron con más decisión el estudiode los cuerpos gaseosos, parte de la ciencia quedespués recibió el nombre de química neumática óde los gases, fueron por el pronto Roberto Hooke,Wren, Juan Mayow y Bernouilli. Wren aisló elácido carbónico que se desprendía de un frasco enel que habia colocado una materia en fermentación,adoptando á su cuello una vejiga, y este mismo ex-perimento le practicó después Hooke ante la Socie-dad Real de Londres, variando algún tanto el apara-,to, descomponiendo las conchas de ostras por mediodel ácido nítrico. Échase de ver cuánto llamaba laatención esta parte de los conocimientos químicos,tan interesantes también para la física; cuánto seagotaba el ingenio; qué poco se conseguía para ais-lar un cuerpo gaseoso que ya sabian causaba la as-

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fixia, y qué trabajo costaba dar un paso más en estaciencia, la más experimental de todas. J. Mayow noaisló ningún gas, y sin embargo es quizá uno de losquímicos que más contribuyeron en esta época aladelanto de su estudio. Hoy mismo nos llama laatención los experimentos que practicó y las deduc-ciones que hizo, así como la magnitud de sus ideas.Su vida fue corta, y si se hubiese prolongado, quiénsabe si habria llegado á alcanzar la gloria que pare-ce estaba reservada para el gran Lavoisier.

Lo que Mayow llamó espíritu de nitro aéreo, noes otra cosa que el oxígeno, espíritu que decia exis-te en el aire y entra en la composición del nitro; y

' se fundaba en que un metal, el antimonio por ejem-plo, se convertía en la misma sustancia cuando sele calcinaba con el nitro que cuando se le calentabaenel aire por medio de una lente. En la combustión,decia Mayow, solo una porción del airo es la quetoma parte en ella, y lo demostraba colocando unabujía encendida en una atmósfera limitada: el gasque producía este efecto era su espíritu nitro-aórao,ó sea el oxígeno. Échase de ver que esto no eraotra cosa que el análisis del aire. Sus ideas respectoala respiración de los animales, á la formación dealgunos ácidos y á la fermentación, diferónciansepoco de las que hoy todavía admiten muchos quí- ¡micos. Si Mayow hubiese podido dar algunos pasosmás, es muy probable que cien afios antes se habriaresuelto alguno de los problemas más importantesde la química. Bernouilli aisló el ácido carbónico dela creta, sirviéndose para ello de un aparato muyimperfecto, ó hizo la observación que de un cuerposólido podia separarse un gas; hecho hoy para nos-otros de ninguna significación, pero que en aqueltiempo no podia menos de tenerla muy grande. Sontambién importantes en este concepto varios expe-rimentos practicados por Hoffmann, quien ademásenseñó á distinguir la cal de la magnesia, que enaquel tiempo se confundían; así como los de JuanRey, que dio una explicación muy racional del au-mento de peso que adquieren los metales cuando seles calcina en el aire y se convierten en cales, comoentonces se decia.

Los esfuerzos de estos hombres de tanto méritopara dar impulso á la ciencia, fueron secundadospor las obras que por este tiempo publicaron Lefe-bre, Glasser, Etmulle'ro, Lemery y otros, en cuyasobras, además de hallarse consignado todo lo im-portante que se sabía, se nota están escritas conmucha claridad; que es todo lo contrario de lo quese observa en los libros publicados anteriormente,en los que se ve, como con mucha razón dice unautor distinguido ó historiador contemporáneo,cierto empeño en disfrazar lo que sus autores sa-bían, ó en ocultar lo que ignoraban. La más notablede estas obras es el Curso de química de Lemery,

que se tradujo en español y en casi todos los idio-mas de Europa, obra en que poco nuevo se hallabaconsignado de lo que en aquel tiempo se sabia;pero por su claridad y exactitud, fue por largotiempo el manual, tanto de los módicos como delos farmacéuticos. Por otra parte, las Academiasrecientemente fundadas contribuían no poco al pro-greso, tanto de la física como de la'química: habíaen ellas actividad y noble emulación; y además,con la publicación de sus trabajos, prestaban gran-des servicios, y uno de ellos, quizá el más impor-tante, el de las publicaciones periódicas que ellasiniciaron.

La física, hermana siempre cariñosa de la quími-ca, se habia enriquecido con descubrimientos tanimportantes como el de las máquinas eléctrica yneumática, de que la última hizo en breve intere-santes aplicaciones; aún más, la balanza que tantoimpulso habia de dar ala ciencia, pues sin su apli-cación todos los trabajos hubieran sido infructuo-sos, habia mejorado mucho en su construcción.

Échase de ver que el siglo XVII no fue estérilpara la ciencia: á la nebulosidad tan prolongada dela Edad media, sucedió una aurora que anunció diasclaros y serenos; en fin, en esto siglo se hizo mu-cho, ya que no lo bastante, para que en el próximopudieran realizarse hechos los más sorprendentes.

Hoy nos parece poco menos que increíble quetodos los que se habian ocupado del estudio de losgases no hubiesen hallado un medio de fácil ejecu-ción para aislarlos y manejarlos, y esto al fin loconsigue Halles, que tal vez era un talento muy in-ferior á Van-Helmont, Boile y Mayow. El aparatoque inventó Halles es esencialmente el mismo deque nos servimos en la actualidad, y con él pudohacer algún estudio de los gases que se producen»en la desülacion seca de las materias orgánicas,de los que se desprenden en las reacciones .que severifican entre algunos metales y ciertos ácidos yalgunos otros. Tuvo este químico en sus manos losgases más principales; pero como para él todoseran aire, puede decirse que no descubrió ninguno:verdad es que supo que la mayor parte de estoscuerpos eran inflamables; pero atribuyó esta pro-piedad á que el aire obtenido resultaba impregnadode las materias combustibles de que procedían. Seecha de ver que Halles no comprendía pudieseexistir ningún otro cuerpo gaseoso que el aire, alque consideraba como el lazo elemental que uníalas partículas de ciertos cuerpos, principio que,según él, podia separarse por medio de la com-bustión.

El procedimiento de Halles para aislar los gasesabrió un campo muy extenso á la investigación, yen breve y á porfía los químicos se dedicaron á ha-cer experimentos, señalándose en estos trabajos

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Boerhaave, Venel, Geofroy, Duhamel, Musehen-brock, Huber, que explicó de un modo muy racio-nal la función que desempeña el aire en los pulmo-nes, y Blak; pero los de este último químico son losque ofrecen más interés en este primer período dela química neumática. Confundíanse todavía con elaire todos los gases que se habia conseguido aislar,y este químico distinguido probó hasta la evidenciaque el ácido carbónico era un cuerpo enteramentedistinto del gas de la atmósfera; hecho que por sísolo bastó para que en cierto modo la químicacambiase de rumbo, puesto que con su conocimien-to púdose ya demostrar lo que son los álcalis car-bonatados y su caustiflcacion: sin embargo, á pesarde los experimentos tan palpables que en este sen-tido práctico Blak, fuéle difícil hacer comprendersu exactitud, y tuvo no pocos adversarios, y entreellos nada menos que á Lavoisier, quien por algúntiempo estuvo de parte de una hipótesis, erróneahoy á toda luz, inventada por el químico alemánMeyer, en favor de la cual no habia un solo hecho,y que por lo tanto tenía que desaparecer tan luegocomo se hiciese uso de la balanza, medio por el quese resuelven todas las cuestiones de aumento y dedisminución de materia.

Vil.

Hasta este tiempo, si prescindimos de los cuatroelementos de los filósofos griegos y de las ideas delos alquimistas, y aun de los que estudiaban la ma-teria en otro concepto que el de convertir los me-tales comunes en oro y plata, por más que algunoscreyesen todavía posible la trasmutación, ningunateoría se habia emitido en la química que tuviesepor objeto dar explicación de los fenómenos másnotables que se observan en e! acto de combinarselos cuerpos y al destruirse los compuestos, hastaque el químico Jorge Ernesto Stahl dio la que tantacelebridad alcanzó, llamada Stahliana ó <\é\flogisio.

Jerónimo Cardan, Juan Mayow y Roberto Hookehabian comprendido, si bien de un modo confuso,la causa de la combustión, fenómeno que en todoslos tiempos ha fijado la atención de los filósofos,cuyo fenómeno es el que pretendió explicar Stahlcon su falsa aunque ingeniosa hipótesis. Este hallóla idea de su teoría en la que su maestro el químicoBecher tenía de los metales, quien los suponía com-puestos de un principio ígneo combustible, de unatierra vitrificable y de otra sutil mercurial volátil,pero la formuló de otra .nanera: supuso que loscuerpos contienen el principio ideal, á que los dis-cípulos del mismo Stahl dieron el nombre de flogistoóflogíslico, principio que se desprendía en el actode la combustión, dando origen al fenómeno delfuego. Si el cuerpo quemado era un metal, y quepor haber perdido el flogisto se hallaba convertido

en cal, á cuya sustancia asimilaron por casualidadlas combinaciones que los metales forman con eloxígeno, se deeia, se les puede devolver sus carac-teres por medio de una sustancia abundante enflogisto, tal como el carbón ú otros cuerpos muycombustibles hidrogenados ó carbonados. Efectiva-mente, estos son los cuerpos con los cuales reduci-mos los metales, y apreciando así los hechos, lateoría aparecía seductora y aun exacta. En Stablera disculpable esta falsa apreciación, porque ape-nas tenia conocimiento de los gases; sin embargo,no ignoraba que el aire era indispensable para lacombustión, pero admitía que el efecto que produceeste agente era puramente mecánico, y que se limi-taba á desalojar el flogisto que iba quedando libre,el cual antes se hallaba en estado latente y se des-prendía bajo la forma de fuego. Libre ya el flogisto,se suponía en esta teoría que cuando perdia el mo-vimiento que le hacía luminoso, quedaba en un es-tado extraordinario de tenuidad que aparecía im-perceptible, bajo el cual producía calor, pero oca-sionado éste por algún movimiento que sus partícu-las conservaban todavía, pues para Stahl, el calorera un fuego invisible muy dividido.

A los que siguieron la teoría de Stahl, no les fal-taron recursos para explicar el enrojecimiento delos cuerpos que como la arcilla no experimentalcambio alguno cuando se hallan expuestos á la ac-ción del fuego: en tales casos no habia separaciónde flogisto, sino simplemente un movimiento de ro-tación de las partículas candentes, ocasionado porel flogisto que les habia trasmitido la temperatura ópor la luz condensada.

Los partidarios de Stahl llegaron á saber que losmetales aumentaban de peso por la calcinación, pero¡oh ceguedad! para salir de tan grande apuro, supu-sieron que, siendo el flogisto más ligero que el aire,hacia menos pesados á los cuerpos con que se com-binaba, y que, por lo tanto, cuando se desprendía,resultaban más pesados. Hé aquí un hecho el máspatente para probar cuan débil es el hombre y cuandispuesto se halla para prestar su asentimiento átodo aquello que le halaga y tiende á apoyar su opi-nión aun cuando sea un absurdo.

Para unos la teoría del flogisto fue funesta, por-que los químicos del siglo anterior, hallándose sa-tisfechos con ella, no fijaban la atención en los ex-perimentos practicados anteriormente por Juan Reyy por Juan Mayow, que podian servirles de base parainvestigaciones ulteriores; y para otros esta falsateoría dio ocasión para llegar á conocer verdadesde mucha magnitud, con las cuales pudo llegarse ála constitución de la ciencia. Lo que hay de ciertoes que, aunque la teoría de Stahl duró muy cerca demedio siglo, este largo período no fue estéril parala química; y tanto esto es así, que en él sé hicieron

SAEZ PALACIOS. LA CIENCIA QUÍMICA. 529descubrimientos de importancia, y por* do prontonada nuevo se introducía en ella: limitábase á darla explicación de un fenómeno interesantísimo; perorespecto á lo demás, quedaban todas las cosas en elmismo ser y estado: el mayor daño le causó cuandose llegó á conocer que esta teoría era de todo puntoinsostenible, y pretendían hacerla valer filósofos yquímicos de mucha suposición, que eran justamentelos que habian forjado los instrumentos más pode-rosos para derribarla.

En Francia, Alemania, Inglaterra y Suecia es endonde en el siglo anterior, así como en el presente,hubo más movimiento científico, y cada una de es-tas naciones produce un número crecido de sabiosque á porfía enriquecen la ciencia y preparan unode los períodos más brillantes de su historia pasada,yséanos permitido decir, que quizá también delporvenir; porque el mayor mérito pertenece conpocas excepciones al que crea é inventa: el últimotercio del siglo que precede, es y será probablemen-te el más notable para la ciencia química.

Muchos son los hombres de mérito reconocidoque figuran en 6sta época memorable: Francia tuvoen ella á Geoffroy, que, aparte de varios trabajos más6 menos importantes, nos dio á conocer una leyacerca de la combinación; á Boulduc, que nos ense-ñó por procedimientos desconocidos á analizar lasaguas minerales; á Duhamel, que, asociado á Gros-se, dio detalles acerca de la preparación del únicoéler que entonces se conocía, y á Rouelle, el maes-tro de Lavoisier, que con su fácil palabra, elocuen-cia, claridad y práctica para la demostración, cauti-vaba un numeroso auditorio, y lo que es consiguien-te, propagaba los conocimientos químicos. Hay otrosque influyeron también no poco en los adelantos dela química en este período notable, tales como Ba-rón, Hoefer, Tillet, Reaumur, Dufay, Bucquet, De-macy, Cadet, Beaumé y muchos más que casi en sutotalidad eran médicos y farmacéuticos.

En Alemania brilla Marggrat, que hizo el estudiode los zumos azucarados de los vegetales indígenasy dio á conocer los medios para obtener el azúcarpuro contenido en ellos; problema arduo, resueltopor él hacia más de un siglo, y descubrimiento queha producido un manantial grande de riqueza, delque no se hizo aplicación hasta principios del siglopresente. Marggraf es el primero que dio á conocerlas combinaciones que forma el fósforo con los me-tales, quien enseñó á beneficiar el zinc en Europa,el que distinguió con exactitud la potasa de la sosa,entonces confundidas, y el que por primera vezhizo uso del microscopio en las investigaciones quí-micas.

Suecia, la patria del gran Linneo y la del no me-nos célebre Berzelius, es tal vez la nación en quese dio más impulso á la química, á la mineralogía y

TOMO x.

á la metalurgia, y la que demuestra á las nacionescultas que las ciencias crecen con lozanía hasta enlos países montañosos, nebulosos y poco favoreci-dos por la naturaleza. Brandt, Swab, Cronstedt ymás principalmente Bergmann y Scheele, que Ale-mania reclama para sí por haber nacido en Stral-sund, que entonces pertenecía á Suecia, en que vi-vió, son las figuras que dan no poca gloria á estanación, de cuyos maestros habian de salir despuésdiscípulos tan sabios respectivamente, y aun másque ellos.

Brandt, metalurgista distinguido,hizo un detenidoestudio del arsénico blanco, en el que reconociósus propiedades acidas, y además dio á conocer elarsénico metálico y régulo de cobalto: Swab intro-dujo el uso del soplete en los experimentos de laquímica y de la mineralogía, y Cronstedt, distin -guido matemático y metalurgista, descubrió el me-tal nickel en un mineral que en aquel tiempo erainútil, como lo son todas las cosas que no sabemosaprovechar. Bergmann, uno de los ornamentos deeste siglo, matemático, astrónomo, naturalista yquímico distinguido, señaló las propiedades másimportantes del ácido carbónico y las de varioscarbonatos. Es Bergmann el primero que obtienepor la vía sintética un producto hallado en la eco-nomía vegetal, que fue el ácido oxálico; quien dioá conocer una porción de sales de manganeso, dezinc y de otros metales; el que acertó primero áformular las leyes de la combinación, y finalmente,el que dio preceptos y enseñó medios enteramentedesconocidos para analizar los cuerpos. Bergmannpuede ser considerado en este concepto como elfundador del análisis químico, y por consiguienteuno de los sabios que más han contribuido á laconstitución de la ciencia química. Scheele no po-seia conocimientos tan generalas como Bergmann,pero en catlbio era un genio para la experimenta-ción; y tanto esto es así, que los descubrimientosparece se le venían á la mano. En el estudio quehizo de la manganesa dio á conocer nada menosque tres cuerpos nuevos: el manganeso, la barita yel cloro. Hizo un estudio detenido de los zumos áci-dos de los vegetales, y consiguió aislar en estadode pureza los ácidos de origen orgánico más im-portantes que hoy conocemos, como son el cítrico,málico, tartárico y oxálico, quien además demostróque este último ácido, obtenido con el zumo deciertas plantas, era idéntico al que Bergmann habiaconseguido formar con el azúcar y el ácido nítrico,que llamó ácido del azúcar. Los ácidos gálico, lác-tico, úrico, arsénico, molíbdico, túngstico, cianhí-drico y fluorhídrico, son también descubrimientosdel modesto farmacéutico y químico Scheele, quienademás enriqueció la ciencia con el descubrimientodel principio que existe en las grasas, llamado gli-

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cerina, tan usada hoy en medicina, con el manga-nato de potasa y el arsenito de cobre que lleva elnombre de verde de Scheele. Además, este hom-bre tan distinguido hizo el análisis del aire por unprocedimiento que pone muy de relieve su extraor-dinario talento investigador; y lo que más admiratodavía en Scheele, es que todos estos prodigioslos hizo sin más recursos que los que suministra ellaboratorio de una modesta oficina de farmacia, ytodo á sus expensas siendo pobre.

Inglaterra tuvo en esta época á Priestley, físicoy químico que alcanzó gran celebridad, cuyo nom-bre quedará eternizado con el de sus descubri-mientos. Su estudio predilecto era el de los gases,y por el pronto el que fijó más su atención fue elácido carbónico, gas que tanto preocupó á los quí-micos sus contemporáneos. Poco dijo sin embargode él que no fuese ya conocido; no obstante, áPriestley somos deudores de dos hechos importan-tes: es el uno que la presión admosférica favorecíasu solubilidad, y añadió que por la compresión sepodia obtener un agua semejante á la de Seltz; demanera que Priestley puede ser considerado comoel inventor de las aguas gaseosas artificiales; y elotro, la observación que hizo, investigando un me-dio para hacer respirable este gas, de que las plan-tas vivían en una atmósfera de él, ínterin que losanimales perecían, y que aquellas devolvían al gasácido las propiedades del aire común, efecto quesolo tenia lugar en presencia de la luz. CuandoPriestley hizo este importantísimo experimento, tanrepetido después, no se podian hacer deduccionesconcernientes á la fisiología vegetal, que hoy sehacen; en una palabra, dar explicación de un fenó-meno de tanto interés, porque no se conocía el oxí-geno, mas si se demostraba ta saludable influenciaque podian ejercer los vegetales en la atmósfera,que por tantas causas se altera. El hidrógeno eraya conocido; pero practicando con él varios expe-rimentos, advirtió que al quemarse se forma un ro-cío; experimento que condujo á la síntesis del aguay al conocimiento de su composición, hecho de quetanto partido se sacó poco tiempo después paraconstituir la ciencia.

Conocíanse á la sazón dos cuerpos gaseosos quepor su extraordinaria solubilidad en el agua no sepodian aislar en el aparato de Halles, y Priestley dis-currió sustituir el mercurio al agua, con lo que pres-tó á la ciencia un eminente servicio. Los gases óxi-do nítrico, nitroso y carbónico, el hidrógeno protoy percarbonado son también productos que Pries-tley dio á conocer; pero el descubrimiento queeternizará su nombre es el del oxígeno. Descompo-niendo el nitro por el fuego, obtuvo Prieslley ungas, que distinguió de otros, porque en vez de ex-tinguir el fuego le avivaba, y dijo este experimen-

tador especial: «Este hecho en manos hábiles podráconducir á descubrimientos de consideración.» Erauna profecía que en breve habia de cumplirse: este >gas no era otro que el oxígeno impuro. Halles habiadicho hacia tiempo que en la calcinación de los me-tales se fijaba un aire, y Priestley se propuso aislareste aire que aumenta el peso de dichos cuerpos, ycon este objeto practicó un experimento muy inge-nioso, que consistía en descomponer el minio pormedio de una corriente de chispas eléctricas, y re-coger en campanas en el baño hidrargiro-neumáti-co el gas que se desprendía. Compréndese que estegas era el oxígeno puro; pero Pnestley no practicócon él más experimentos que observar su solubili-dad en el agua, y deduce que es aire fijo, nombreque entonces se daba al ácido carbónico. ¿A queera debida tanta falta en la experimentación? Priest-ley sabía demasiado que las llamadas entonces calesmetálicas daban con el carbón aire fijo, y como su-pónia que este cuerpo, rico en flogisto, se le co-municaba á los metales, dedujo de esto que si laelectricidad no era el mismo flogisto,, debia ser unacosa en que abundase este agente ideal. Échase dever ya el pernicioso influjo que ejercía sobre Priest-tey la falsa teoría del flogisto. El aumento de pesoque adquieren los metales cuando se oxidan no en •el resultado de la fijación de un cuerpo, sino la pér-dida del flogisto, que, unido al metal, le daba unadensidad negativa, y i:or consiguiente la electrici-dad no podia poner en libertad sino un cuerpo pon-derable, que era el aire fijo. Priestley tuvo en sumano una preciosidad que despreció, del mismomodo que desprecia una persona inculta un belloobjeto de arte cuyo mérito no conoce.

Al fin, un año después, en 1774, volvió á aislarel oxígeno, que ya reconoció como un aire espe-cial, descubrimiento que hizo el 1.° de Agosto, diamemorable en los fastos de la ciencia, descompo-niendo por medio de una lente el óxido rojo demercurio, cuyo experimento repitió después coneste mismo óxido de diversas procedencias paracerciorarse más y más, y también con el minio.Convencióse que era un aire especial, después dehaber reconocido en él que servia para la combus-tión y para la respiración, y además observó quesu densidad era un poco mayor que la del aire.Hecha la observación de que el nuevo gas era muyapto para la respiración, ensayóle nuevamente in-troduciendo un ratón en una atmósfera de él; in-mundo animal de que Priestley se servia para estosexperimentos: él mismo se sometió á estos ensa-yos, y, vistos los buenos efectos, le recomendó parael uso módico.

¿Quién no admira en Priestley su talento investi-gador? Pero llama la atención que un hombre tansingular apenas deducía cosa alguna razonable de

N7 191 J . OLMEDILLA. HIGIENE RELATIVA Á LOS VESTIDOS.#.

534

sus numerosos descubrimientos. Para él el oxígenono era más que una nueva especie del género aire.jPorqué no repetiría cuando hizo el descubrimientodel oxígeno, para él ya definitivo, lo que dijo cuan-do obtuvo el gas impuro descomponiendo el nitro,que en manos hábiles podria conducir este gas ádescubrimientos de consideración? Muy lejos está demi la idea de rebajar en nada el mérito de tan in-cansable como ilustre observador; mas séame per-mitido decir, que el descubrimiento del oxígeno,quizá el más grande que hasta entonces se habiahecho y aun después, en sus manos hubiera sido es-téril: preocupado como siempre lo estuvo por unafalsa teoría, era imposible que alcanzase la gloriareservada para quien iba á resolver los problemasmás arduos de la ciencia.

Muchas eran las adquisiciones hechas por la cien-cia con los descubrimientos de Brandt, Ooustedt,Scheele, Bergmann y Priestley, á los que, entreotros muchos, hay que añadir el del nitrógeno, porRutherfordt; el del molibdeno, por Hielm; y el delbismuto, por Dufay y Stahl. Aprendióse en estetiempo á forjar el platino, que poco antes, tal comose le halla en la naturaleza, habia sido descrito de-talladamente por el distinguido matemático y oficial

" déla marina militar D. Antonio de Uiloa, y á bene-ciar el zinc que se importaba de la China. De algúnotro cuerpo, como el hidrógeno, se tenía escasoconocimiento, hasta que Cavendish dio á conocersus principales propiedades; y el teluro, cuerpoelemental que habia descubierto Muller de Rein-chen8tein, se confundía con el antimonio; pero eldistinguido químico prusiano Klaproth señaló al-gunos años después las diferencias. El número decuerpos compuestos era ya prodigioso; mas todoesto era insuficiente para constituir la ciencia, por-que se carecía de los conocimientos analíticos, in-dispensables para poder deducir las leyes nece-sarias.

RAFAEL SAEZ PALACIOS,Decano de la facultad de Farmacia,

de la Universidad de Madrid.(Concluirá.)

CONSIDERACIONES HIGIÉNICASRELATIVAS Á LOS VESTIDOS.

Las bruscas impresiones producidas por los cam-bios atmosféricos, al propio tiempo que la decen-cia y el pudor, hicieron los vestidos indispensablesdesde los tiempos primitivos de la creación.

Los tres reinos de la naturaleza suministran sus-tancias para la fabricación de vestidos, por más quedel reino mineral solo se utilice el asbesto (silicato

magnésico calcico con óxido férrico). Un aisladorentre la temperatura propia del cuerpo y la tempe-ratura exterior, ya reteniendo cierta cantidad decalórico que aquel produce, ó defendiendo de latemperatura exterior: hé aquí la misión de los ves-tidos.

Las sustancias vegetales y animales son las quede ordinario se emplean con este objeto. Cáñamo,lino, algodón, paja, seda, lana, el pelo y la piel en-tera de algunos animales se emplean como vesti-dos, y su poder conductor es en el orden siguiente:lino, algodón, seda y lana. Por consiguiente, losobjetos de lana serán de mucho más abrigo que losde seda, y estos más que los de algodón y lino.También sucede que las sustancias cuyo tejido esflojo, son de más abrigo, puesto que el aire inter-puesto entre sus numerosos poros, como cuerpomal conductor del calórico, impide que cambie latemperatura interior.

Los tejidos de hilo y cáñamo, como cuerpos bue-nos conductores, se usan en las estaciones caluro-sas y en los paises intertropicales, porque no retie-nen la temperatura interior.

El color de los vestidos tiene también influenciaen sus condiciones higiénicas. Franklin y Davy prac-ticaron trabajos muy curiosos relativos á este asun-to; pero á quien se deben investigaciones más pre-cisas sobre el particutar y de más inmediatas apli-caciones es á Stark. Según este autor, para hacersubir de 10 á 70° el líquido de un termómetro, cuyaesfera estaba rodeada de lana negra, ha necesitadocuatro minutos quince segundos; la lana verde cincominutos; la lana escarlata cinco minutos treinta se-gundos; la'lana blanca ocho minutos. De todo locual se deduce que los trajes de lana blanca hechoscon tela ligera y que contenga mucho aire en susmallas, son los peores conductores del calórico, ypor consiguiente los que aislan mejor el cuerpo delos agentes exteriores. Son los más á propósito paratrajes de invierno.

Al propio tiempo, el uso metódico de la lana di-rectamente sobre la piel, puede llenar en casos da-dos preciosas indicaciones terapéuticas, como su-cede en los reumatismos, algunas neuralgias, lagota y afecciones del aparato urinario, pero no esconveniente acostumbrarse sin motivo al uso de lalana, pues el menor descuido en su empleo acarreagravísimos males. Al propio tiempo, los trajes delana exigen gran cuidado en su limpieza, porque re-tienen de un modo tenaz todas las sustancias mias-máticas, á la par que son muy higrométricos, ó seaque absorben fácilmente la humedad, circunstan-cia que jamás debe olvidarse al hacer uso de ellos.

La edad y el sexo modifican notablemente el em-pleo de los vestidos. El niño recien nacido es inca-paz de resistir los descensos bruscos de tempera-

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tura; así es que necesita un abrigo prudencial; peronunca debe hacerse uso de vestidos estrechos queobligan á los órganos á permanecer casi sin movi-miento é impiden el desarrollo del tórax y abdo-men. A medida que el niño avanza en edad, resis-te más fácilmente los cambios atmosféricos, y poreso es conveniente entonces el uso de vestidosmás ligeros que al propio tiempo no les impidanlos movimientos que ejecutan, propios de los jue-gos á que se entregan, naturales de la edad.

Los vestidos del adulto deben estar en armoníacon sus sensaciones y trabajos especiales. El quesus ocupaciones consisten en hallarse expuesto alfrió y á la humedad, no usará iguales trajes que elque trabaja en hornos de forja, siempre colocadobajo la influencia de altas temperaturas.

La ancianidad tiene en este concepto algunospuntos de semejanza con la niñez: son los ancianosvivamente impresionados por las variaciones détemperatura, por lo cual necesitan trajes de algúnabrigo.

También el sexo modifica profundamente la nece-sidad de los vestidos, partiendo siempre de la ideaque la mujer tiene menos resistencia al frió que elhombre.

Una de las circunstancias que también debentenerse presente en los vestidos, es que estén bienteñidos, pues han ocurrido accidentes desgraciadospor absorción de las materias tintóreas que sedesprendían de los trajes.

La forma de los trajes tiene también alguna im-portancia: los anchos dispersan el calórico, mien-tras que los estrechos le conservan. Desgraciada-mente, la caprichosa moda, única autoridad á que seatiende en este asunto, suele estar reñida muchasveces, no solamente con las leyes del buen gusto,sino también con los sanos preceptos higiénicos.

La cabeza, que los antiguos generalmente lleva-ban descubierta, pues los griegos y romanos no sela cubrían sino en circunstancias excepcionales, seabriga con el sombrero ó gorra de formas variadí-simas, según los países y estaciones. El sombrero,de nombre impropio, puesto que no da sombra,tiene el inconveniente de producir abundante tras-piración que fácilmente se suprime en un momentodado, sólo por descubrirse rápidamente en la calle,en un sitio frió, etc., costumbre que han impuestocon inflexible rigidez las leyes sociales, más impe-riosas que los decretos más despóticos. Los me-dios de remediar estos inconvenientes serán: procurar que los sombreros sean lo más ligeros posi-bles, que tengan orificios para procurar la traspira-ción y alas anchas con objeto de que proyectensombra y libren de los rayos de luz difusa.

Los ancianos deben cuidar proteger su cabezade un modo más eficaz, sobre todo si han perdido

su cabellera, para preservarse de las cefalalgias, ósea intensísimos dolores de cabeza, de las corizascrónicas, de las neuralgias dentarias y también delas oftalmías rebeldes. Con este objeto se empleanlas pelucas, que llenan perfectamente su cometido,y bajo ese concepto no debiera jamás herir el filodel ridículo á los que las emplean, cuando solóseproponen conservar su salud, pero no borrar losestragos del tiempo, siempre imposible de conse-guir.

El abrigo del cuello lo constituye la corbata, cuyouso comienza en los albores del siglo XVIII. Algu-nos habitantes de los países cálidos no han adop-tado esta costumbre, tan molesta para ellos. El há-bito de cubrir el cuello, hace esta parte en extremoimpresionable y fácil para contraer al menor des-cuido inflamaciones en la faringe ó laringe, ó délosganglios del cuello. Las corbatas demasiado rígidascontribuyen, por la compresión que producen, á de-terminar congestiones ó hemorragias cerebrales.Así es que las condiciones que debe reunir estaprenda de vestido son la ligereza y el abrigo.

La camisa es la principal de todas las prendas deropa blanca que se usan. Su forma ha variado y dia-riamente está cambiando, lo cual obedece, comohemos dicho, á los volubles caprichos de la moda.Dice el Dr. Monlau, con gran razón, que el uso de lacamisa, tan unánimemente adoptado por los pue-blos modernos, ha sido lá causa de la desapariciónde la lepra y no escaso número de enfermedadescutáneas, tan repugnantes y tan difíciles de comba-tir. De algodón ó hilo es de lo que generalmente seconstruyen, no siendo conveniente la lana á los jó-venes ni á las personas que tengan irritabilidad ex-traordinaria en la piel. Como que va inmediatamenteen contacto con ésta, reclama extraordinaria lim-pieza, por lo cual debe cambiarse dos ó tres vecespor semana, sobre todo en verano, que la abundan-cia de la traspiración acumula mayor número decausas que producen su falta de limpieza.

El sexo femenino hace uso de lo que se conocecon el nombre de cotilla ó corsé. Nada más contra-rio á las conveniencias higiénicas. Comprimen lascostillas y dificultan la respiración, porque impidenla conveniente dilatación de los pulmones, de lo cualproceden la tisis y aneurismas, que tantas existen-cias siegan en flor, de muchas jóvenes que, obede-ciendo á las leyes de la elegancia, tienen en pocolas leyes de la fisiología, inexorables en sus penas ysin apelación en sus terribles fallos. Naturalistas,médicos, filósofos, escritores notables en ramos di-ferentes del saber humano han anatematizado el usode una prenda que tanto contraría la organización,produciendo un cono con el vértice invertido se-gún la naturaleza le presenta, pues precisamente laparte inferior es la base de la cavidad torácica, ó sea

N.M91 FUENTES Y ALCON. AMOR V AMOR PROPIO. 533lo más ancho, y el corsé produce su presión en esesitio, dando por resultado la disminución del diáme-tro inferior. Pero ya que sea imposible desterrarle,debe procurarse que su empleo sea lo menos pre-maturo posible, esperando que los músculos toráci-cos se hayan desarrollado suficientemente y que lasballenas ó barillas sean muy flexibles, para acomo-darse perfectamente á la forma del cuerpo y á fin deque se presten á la multitud de movimientos del tó-rax y abdomen.

Hay además fajas, pantalones, chaleco, levita, et-cétera, prendas todas ellas que varían según las es-taciones, posición social del que las usa, etc.; perohan de reunir las condiciones generales de todos losvestidos, es decir, abrigo en relación con la tempe-ratura ambiente y ni demasiado ceñidos al cuerpo,ni tampoco excesivamente flojos.

Ea la estación f ria, sobre todo en las épocas demayor rigor, se usa también la capa, cuyas varian-tes han tomado las denominaciones de capote, car-rik, manteo, valona, etc. Es generalmente de paño,y aun cuando dificulta algún tanto la progresión, esde bastante abrigo, pues forma en derredor delindividuo una atmósfera de difícil renovación, y deaquí que sean tan usadas.

Las extremidades inferiores están protegidas porlas medias y el calzado, siendo las primeras muy-convenientes, porque además del abrigo tan útil enlos pies, sirven para proteger estos órganos de larudeza del calzado. Este es el que completa la ves-tidura de las extremidades inferiores, y está desti-nado á librar los pies de las influencias externas,evitar los choques, sostener el peso del cuerpo yfacilitar la marcha, que de otro modo sería tan pe-nosa, sobre todo por ciertos terrenos. El calzadodebe reunir las condiciones de solidez, al propiotiempo que la necesaria flexibilidad, con objeto deque pueda, sin producir rozaduras, adaptarse á lasirregularidades del pié. También en el caso présen-le, lo que se ha llamado elegancia y moda está enabierta pugna con la higiene, pues al paso que laciencia recomienda la mayor holgura y comodidad'la moda exige pié pequeño y hace consistir la belle-za en su diminuto tamaño, por lo cual no es rarover, sobre todo en las señoras, gran número de do-lencias de los pies, producidas por ellas mismas, quehan querido martirizarse en voluntario tormento,por una insignificante disminución del volumen deunos órganos que no por ser más pequeños cierta-mente han de embellecer el rostro de quien no harecibido de la naturaleza el don de la hermosura.

Las profesiones tienen notabilísima influencia enla índole de los vestidos, así como la estación, elpaís, las costumbres sociales y el estado de salud;pero puede generalizarse diciendo que en todo casoes indispensable una esmerada limpieza; que la ropa

interior sea blanca ó de colores claros; que los ves-tidos mojados deben separarse del cuerpo inmedia-tamente, sin dar lugar á que se sequen sobre el mis-mo, y que siempre que sea posible debe evitarse elusar ropas que otras personas hayan llevado, sobretodo si han de ir adheridas á la piel, pues los teji-dos son los que retienen de un modo más tenaz losmiasmas.

Tal es, en resumen, lo que la higiene tiene queadvertir respecto á los vestidos, que muchas vocesno está conforme con las exigencias sociales; peronosotros solo queremos hablar con el lenguaje dela ciencia, y desoímos todo lo que del mismo seaparta.

JOAQUÍN OLMEDILLA Y PUIÜ.

AMOR Y AMOR PROPIO.COMEDIA EN TRES ACTOS Y EN PROSA.

A C T O S E G U N D O .La misma decoración.—Sobre una mesa una maquinilla

de hacer café, con el espíritu de vino encendido: al ladoun servicio de tres tazas.

ESCENA PRIMERA.CLARA.—ENRIQUE.—FERNANDO.

(Al levantarse el telón, Clara está acabando de tocar alpiano el Adiós de Schubert.—Al concluir, queda sentadaen el banquillo, mirando al público.—Enrique y Fernando

sentados al lado del velador, cerca del proscenio.)

FERNANDO. (Cuando ha acabado de tocar). ¡Sublime!ENRIQUE. ¡Magnífico!FERNANDO. ¡Encantador!CLARA. Con tantos elogios van ustedes á hacerme

creer que soy una profesora...FERNAND0.v'4)e profesores. Gracia, sentimiento, eje-

cución: admirable conjunto que realza la armo-niosa poesía de ese pequeño número de notasque encierran todo un poema de aflicción! Si lamelodía no hubiera existido, Schubert la hubierainventado: su Adiós, sentido como la ausenen,sólo con ella se comprende.

ENRIQUE. Muchos defectos te conocía; pero nuncame imaginara que te hubieses hecho poeta.

FERNANDO. ¿Poeta yo?... ¡Dios me libre!CLARA. ¿Tanto horror le tiene usted?...FERNA.NJO. ¿A. la poesía? Desde muy antiguo somos

irreconciliables enemigos. La poesía es el belloideal de los tontos...

ENRIQUE. Y tú eres demasiado discreto: compren-dido.

FERNANDO. Errata: donde dice «discreto,» léase«modesto.» ¿No es así?

ENRIQUE. TÚ dixisti.

534 REVISTA EUROPEA. 2 1 DE OCTUBRE DE 1 8 7 7 . N.' 191

CLARA. NO, Fernando: el hombre y la mujer, desdeque nacen, son poetas sin saberlo... Obras, y lasmás perfectas de la naturaleza, no pueden estarexentas de ese purísimo sentimiento, alma delmundo, que se refleja en todas sus concepciones:el corazón encierra un inmenso raudal, que in-sensiblemente se desborda cuando nuestros sen-tidos le trasladan una agradable impresión, do-tada también de ese suave sentimiento. Schubert,al componer su Adiós, dejó que el corazónguiara al pensamiento: ¿qué extraño es que vuelvaal corazón lo que de él ha salido?

ENRIQUE. ¿Eh? ¿Qué tal?FERNANDO. ¡Admirable! Con tan elocuente sacerdo-

tisa, ¿cómo no rendir culto á tan sublime diosa?(¡Qué mujer, chico, qué mujer... me la comería!)

ENRIQUE. (¡Por fortuna has almorzado ya!)FERNANDO. (¡Picarón!)CLARA. (Levantándose.) Si les parece á ustedes, po-

demos descender de lo sublime á lo prosaico: elcafé debe estar ya más que hecho, y...

FERNANDO. Tiene usted razón. (Cantando final Norma.;Sublime Moka...

ENRIQUE. Final de Norma.

FERNANDO. ¡Permíteme!... Ahora es de almuerzo.ENRIQUE. ¡ES verdad! (Ofreciéndole cigarros.) ¿Caba-

nas ó Londres?FERNANDO. (Sacando él de su petaca.) Trabuco... es lo

que está más de moda.ENRIQUE. (Toma un cigarro.—Á Clara, que le sirve el cafó.)

Poco cargado.FERNANDO. ¿POCO?... (Encendiendo el cigarro.) ¡Hasta

la boca!ENRIQUE. NO, hombre... me referia al café.FERNANDO. ¡Ah! Creí...

CLARA. Quizá (Sirviéndole.) no le guste á usted...FERNANDO. ¡Al contrario! Como hace tanto tiempo

que no lo tomo, así y todo, me sabrá á gloria.ENRIQUE. ¿Qué? ¿Te lo han prohibido los médicos?FERNANDO. NO; pero estoy condenado á no tomar

más que té: en cambio, tengo el consuelo de queno lo tomo más que á todas las horas del dia.

ENRIQUE. English faskion.

FERNANDO. ECCO il motivo. Gracias á las gracias, co-nozco todos los tés habidos y por haber, desde elté perla hasta el...

CLARA. (Riendo.) ¡Té amo!FERNANDO. (¡Te veo!)

CLARA. Consecuencia, sin duda, de su pasión por lainglesita.

FERNANDO. ¿Cómo? ¿Usted sabe?...ENRIQUE. Te diré...

CLARA. SÍ, Enrique me ha dicho que una cierta ladyPrestly...

FERNANDO. ¡Hombre, por Dios!

CLARA. Entre nosotros no hay secretos: además, ¿no

nos amamos nosotros? ¿Qué tiene de particularque se amen ustedes?

ENRIQUE. (¿Eh?) (Sorpresa.)

FERNANDO. SÍ. . . la verdad es que... pero, ¿qué quiereusted? la falta de costumbre... (¡ayúdame, hom-bre!)

CLARA. (Sent ndose—Enrique queda en el centro.) V, átodo esto, no nos ha contado usted ninguna desus aventuras en el Nuevo-Mundo.

ENRIQUE. ¡Clara!FERNANDO. Señora...CLARA. ¡Vamos! Veo que peco de indiscreta: siendo

así, anulo mi pregunta.FERNANDO. ¡Oh! De ninguna manera.CLARA. Entonces...ENRIQUE. Pero, hija, ¿no comprendes?FERNANDO. Ya ve usted...ENRIQUE. ¡Claro! Tendrá sus razones...FERNANDO. ¡NO! Únicamente la modestia.CLARA. (Con ironía.) ¡Ah! Si no es más que eso...ENRIQUE. Pero...FERNANDO. ¡Déjala, hombre, déjala!ENRIQUE. (¡Nada: se empeñó!)CLARA. YO tengo el defecto de ser muy curkm

(recalcando y mirando á Enrique) y desearía Saber...FERNANDO. ¿La historia- de mis amores con lady

Prestly?CLARA. Precisamente.

ENRIQUE. (¡Claro! Lo que él estaba deseando.) Pero,hija, tú no consideras que estará cansado, y quees una imprudencia...

FERNANDO. ¡NO lo crea usted... todo lo contrario! Elalmuerzo me ha restaurado por completo, y, gra-cias á él, me encuentro fuerte y ágil.

ENRIQUE. (¡Lástima de narcótico!) Entonces...FERNANDO. Empezaré.

CLARA. Soy toda oidos.

ENRIQUE. (¡Por Dios, Fernando!) (Con temor.)FERNANDO. (¡Descuida!) Lady Prestly es una de esas

mujeres que son bonitas sin saberlo.ENRIQUE. ¡Calle!

FERNANDO. Si, no es coqueta.ENRIQUE. ESO es otra cosa.

CLARA. ¡Comprendo!FERNANDO. ¡SU marido es un imbécil, como lo son

todos los maridos!ENRIQUE. ¡Hombre, por Dios! (Con enojo.)CLARA. Tiene razón.ENRIQUE. (¡También ella!)FERNANDO. SU casamiento es de lo más original qiie

se conoce. A consecuencia de una borrachera, nopudiendo su jockey montar uno de sus caballos enunas carreras en New-York, ocupó él su lugar.Partieron, y tales trazas se dio, que pocos mo-mentos después su caballo habia adelantado á losdemás cuatro ó cinco cuerpos: cerca del punto

N.M91 JUENTES Y ALCON. AMOR Y AMOR PROPIO. 535de llegada, y cuando más seguro estaba de sutriunfo, ve en un palco del hipódromoá la que hoyes su mujer, y que entonces no conocía... Admí-rale su excesiva belleza, y ¿qué hace? Sin cuidarsede concluir su carrera, salta del caballo, se dirigeprecipitadamente al palco de la linda espectado-ra, se hace presentar á ella—no crean ustedes,en traje de jockey!—pide su mano, y á los pocosdias ¡paff! ¡se casó con ella!

EMIIQUE. ¿En traje de jockey?FERNANDO. ¡Supongo que no!

CLARA. ¡Vaya una pasión!FEMANDO. Hípica.

ENRIQUE. Cuidado que se necesitan agallas...FERNANDO. ¿Oh! ¡Las tiene de sobra!CLARA. ¿Y usted... se enamoró de ella también?FERNANDO. ¡NO! ¡YO, como dicen los novelistas, la vi

y la amé!ENRIQUE. ¡Menos ajetreo!FERNANDO. Se lo dije, y me envió á paseo. Insistí, y

se lo dijo al marido; éste, entonces, con una cal-ma digna de mejor empleo, me suplicó desistiesede mi empresa.

E.\RIQUE. ¿Y tú?FERNANDO. Con efecto: volví á la carga.ENRIQUE. ¡Bravo!

CLARA. ¡Se comprende!

ENRIQUE. (¿Eh?)

FERNANDO. Cambié, sin embargo, mis baterías, ha-ciendo creer una inmensa pasión por miss Ketty.

CLARA. SU hermana.

FERNANDO. Precisamente. Una viudita joven, y porconsiguiente bonita.

ENRIQUE. ¿Por consiguiente?FERNANDO. ¡Cierto! De no ser joven y bonita no hu-

biera sido viuda. Esta vez, mi pasión fue acogidacon entusiasmo, especialmente por Ketty, que,según me dijo, me amaba ya...

ENRIQUE. ¿En secreto?

CLARA. ESO es de ene.

FERNANDO. Desde entonces, sin riesgo moral, pudeentraren aquella casa, y disponer mi plan sobreel terreno.

ENRIQUE. ¡Magnífico!

FERNANDO. LO que habia previsto, llegó á suceder.Aurora—lady Prestly—al ver mi entusiasmo porsu hermana, sintió—amor propio de mujer—noser ella el objeto de mi adoración, y pronto dejóconocer el arrepentimiento de su conducta res-pecto á mí.

CLARA. ¿Se lo dijo á usted?ENRIQUE. NO, hija; esas cosas se callan.FERNANDO. Pero se conocen á la legua.CLARA. (¡Fatuo!)

FERNANDO. Convencido ya de mi próximo triunfo, yresuelto á llevarle á electo, pretexté secretas con-

fidencias relativas á mi amor para su hermana, yobtuve de mi desdeñosa una entrevista á solas,aprovechando discretamente una casual ausenciadel marido.

ENRIQUE. ¡Sublime!

CLARA. ¡Admirable combinación!ENRIQUE. (¡Otra vez!) (Observando á Clara.)FERNANDO. Envuelto en mi gabán, y en las oscuras

sombras de la noche,—¡una de Enero, á las do-ce, calcula!—me dirigí palpitante de emoción áaquella casa, para mí templo de felicidad. Sin servisto de nadie, me introduje hasta su gabinete...

ENRIQUE. Comprendido, sí, y se adivina el desenla-ce... Llegué, vi y...

FERNANDO. (Naturalidad.) Fui á dormir al cuerpo deguardia inmediato...

ENRIQUE. ¿Qué?CLARA. (¡Ah!)FERNANDO. Entre ocho ó diez ciudadanos de la peor

especie.ENRIQUE. ¿Pero cómo?FERNANDO. Sencillamente. Mientras yo entraba por

un lado, codicioso del amor de lady Prestly, unosmiserables, introduciéndose sigilosamente en eldespacho del noble lord, atentaban á sus rique-zas. Desgraciadamente fueron descubiertos, y álas voces de alarma que daban los criados tuveque huir, saltando por el balcón. Por un instantecreíme seguro; poro ¡qué diablos! dos policemenpresenciaron mi evasión, y en tanto que los otrosconsiguieron escaparse, yo, que quieras que no,tuve que seguirles como si hubiera sido unladrón.

CLARA. (¡Más que ladrón!)

ENRIQUE. ¡Qué infamia!CLARA. (¡La Providencia!)ENRIQUE ¿Y cómo pudiste...?FERNANDO.v'̂ Recobrar mi libertad? Gracias á miss

Ketty, que enterada por su hermana del motivo demi estancia en su gabinete á aquella hora, viendoque las circunstancias conspiraban horriblementeen contra mia, y deseando salvarme aun á costade su honra, no vaciló en declarar que yo habiapermanecido á su lado durante toda la noche,siendo por lo tanto inocente en el robo de que seme acusaba.

CLARA. (¡Qué abnegación!)ENRIQUE. ¡Admirable! ¡Esa mujer vale un mundo!FERNANDO ¡Qué! A no ser por lo bien que la habia

sabido engañar, á estas horas ¿quién sabe?CLARA. (¡Increíble parece que se pueda querer tanto

á un monstruo así!)ENRIQUE ¿Y lord Prestly?FERNANDO. Completamente indiferente hacia nos-

otros dos; pero consecuencia inmediata de esaespecie de golpe dé Estado, hí sido nuestra sali-

536 REVISTA EUROPEA.' 21 DE OCTUBRE DE 1 8 7 7 .

da de New-York ; curiosidad excitada por minuestra venida á España, y residencia futura...

ENRIQUE. San Petersburgo. ¡Bonito país!CLARA. ¿Y cuándo es la marcha?FERNANDO. Presumo que muy pronto. El spleen ha

empezado á apoderarse de mi marido, y temo quede un dia á otro... por eso no he querido retar-dar á ustedes mi visita.

ENRIQUE. La cual te agradecemos...CLARA. Infinito.FERNANDO. ¿Y ustedes?ENRIQUE. Vegetando, chico; vegetando en este pue-

blo desde hace cerca de un año.FERNANDO. ¡Un año! Será muy bonito.CLARA. ¡Ya lo creo!ENRIQUE. Catorce casas con su alcalde, un campa-

nario y diez y siete molinos.FERNANDO. ¡Cáspita, qué lujo! Será digno de verse.CLARA. ¡SÍ, SÍ!ENRIQUE. Si te parece, daremos una vuelta por ahí...

Verás cómo no te engaño.FERNANDO. Acepto, si Clara nos lo permite.CLARA. Por mí, permitido.ENRIQUE. Entonces voy á arreglarme un poco, y al

momento soy contigo... Hasta luego.FERNANDO. Hasta luego. (Mutis, Enrique.)CLARA. (¡Se va! ¡Adelante con mi plan , y que Dios

me ayude!)(En el momento en que desaparece Enrique, Clara tomade] velador los objetos de bordar que habrá en él, y sesienta á hacer labor. B'ernando mira primero á Enrique,

y luego á Clara, y hace un gesto de compasión.)

ESCENA II.

CLARA.—FERNANDO.

FERNANDO. (NOS deja solos... síntomas de marido!)

CLARA. (¡YO sabré la verdad! ¡Mi honra lo exige!)FERNANDO. (Mirando á ciara.) (¡Es un tesoro!... Siem-

pre ha tenido suerte ese condenado Enrique.)CLARA. (Observando á Fernando.) (¡Qué miradas! ¡Re-

solucion! Es un fatuo, y habrá de decirlo todo.)FERNANDO. (Me mira de reojo... ¡Bravo!)CLARA. (Duda... Ya es mió.)FERNANDO. (¡Pobre Enrique!) (Se acerca al sitio donde

está Clara, y mira el bordado.)CLARA. (Inspíreme el cielo!) (Coquetería.) ¿Le gusta á

USted? (Enseñando el bordado.)FERNANDO. ,j,Qué? ¿La mano? Mucho.CLARA. NO. La inicial.FERNANDO. Una y otra son lindísimas.CLARA. Permítame usted ¿(ue rechace la primera

apreciación, y admita solo la segunda.FERNANDO. ¡Imposible! Tanto más, cuanto que la una

es consecuencia de la otra. Sólo una mano encan-tadora puede producir...

CLARA. Digna es, en efecto, de elogio la mano que

trazó tan bonitos rasgos; pero eso de llamarlaencantadora, me parece algo arriesgado.

FERNANDO. ¿Por qué? Lo que está á la vista...CLARA. No soy yo su autora; es...FERNANDO. ¿Quién?

CLARA. (Con volubilidad.) Mi dibujante.FERNANDO. (Corrido.) (¡Me aplastó!)CLARA. Ya ve usted...FERNANDO. Si; puro eso no es razón para que la

mano que ahora la reproduce sea un modelo debelleza.

CLARA. (Después de una pausa, y como violentándose enextremo.) Eso ya es diferente.

FERNANDO. (Sorprendido.) ¿Eh?CLARA. (Él mismo se asusta... ¡Y esto es un Tenorio!)FERNANDO. (Parece que no le desagrada...)CLARA. ¿Decía usted?FERNANDO. NO, nada; me limitaba únicamente á ob-

servar...CLARA. ¿Qué?FERNANDO. Que el adjetivo aplicado á su mano es

adaptable también al resto de su cuerpo.CLARA. Exceso de galantería.FERNANDO. NO, de veracidad. Hace tiempo que dejé

de ser galante para no ocuparme más que en decirla verdad. Por otra parte, la galantería en New-York es un artículo inexplotable, razón por lacual apenas se hace uso de ella; y ya ve usted,aunque sólo fuera la falta de costumbre...

CLARA. ¡Tiene gracia! (¡Miserable!)FERNANDO. (Se sonríe... ¡Adelante!) (Abandonándose

insensiblemente.) Siendo únicamente imparcial, escomo puedo observar la delicadeza de su perfil,superior al de la mejor escultura griega; su ca-bello, negro como una esperanza desvanecida, ybello como esa misma esperanza realizada; susojos ardientes, como una pasión correspondida...

CLARA. (Avergonzada.) (¡Oh!)FERNANDO. (Observándolamucho.) (¡Qué mirada!)CLARA. (Dominándose.) Prosiga usted.. .FERNANDO. (¡Qué diablos de mujer es esta?)CLARA. ¿Cesó ya su inspiración?FERNANDO. NO; pero ¿qué he de decir de su talle,

que en lo sutil rivaliza con la ligereza? ¿Qué he dedecir de su pié pequeño y divino como un temade Cimarosa? ¿Qué?...

CLARA. NO, nada más. No creo que pretenda ustedinventariar todo mi cuerpo.

FERNANDO. Si fuera posible... posible que compren-diera usted el irresistible encanto que produce enmí su belleza, no tomaría á broma el que mi acen-to refleje el estado de mi corazón; no dudaría...(Pero ¿qué diablos estoy diciendo?... Si esta no esuna declaración en regla...)

CLARA. (¡Cualquiera diria que se habia arrepenti-do!... ¡Cómo si eso pudiera tener conciencia!)

FUENTES Y ALCON. AMOR T AMOR PROPIO. 537FEMANDO. (¿Y cómo contenerme? Nada, es necesa-

rio cumplir como buen amigo, y... ¡si al menosfuese SU mujer!) (Estudie mucho el actor la manerade decir esta última frase, por ser muy importante, enopinión de los autores, para el éxito de la obra.)

CLARA. (Desistirá? ¡No lo creo!)

FERNANDO. (¡Y Enrique sin volver todavía! Tambiénes imprudente tardar tanto, conociéndome comome conoce.)

CLARA. (YO le haré continuar, excitando su amorpropio.) ¿Fernando? (Desde este momento, hasta elfinal de la escena, Clara debe dar á conocer al publicola violencia que hace á aus nobles sentimientos, paraarrancar á Fernando la confesión de su falso amor pormedio del fingimiento.)

FERNANDO. ¿Clara?

CLARA. ¿Sabe usted que me ocurre una reflexión?FERNANDO. ¿Cuál?CLARA. Le hace á usted poco favor; pero quiero

serle franca.FERNANDO. ¿De veras?

CLARA. Le considero á usted un buen amigo, por-que basta Serlo de (acentuando mucho la frase) esepara serlo también mió; y si he de decirlü la ver-dad, al leer su carta...

FERNANDO. (Sorprendido.) ¿Cómo? ¿usted?...CLARA. ¡SÍ!... yo leo toda la correspondencia de En-

rique. Al leer su carta, repito, formó de usted unjuicio muy diferente del que en realidad merece.

FEBMNDO. ¿ES posible?

CLARA. (¡Necio!) Sí: yo le hacía á usted un seductormodelo, y á juzgar por... por la timidez de susfrases, me convenzo de que lo es usted; pero...pero muy vulgar.

FERNANDO. ¿Cómo?.CLARA. NO debiera usted ignorar que á la mujer le

agrada, sobre todo, la originalidad. Aproveche,pues, mi consejo, y creo que quien se lo dicta esquizás su mejor amiga.

FERNANDO. (¡0 es que se burla ó es que me reta!)

CLARA. El corazón de la mujer—de la que lo tiene—(Dios me perdone) es una caja cerrada, y llena deafectos encontrados, que pueden calificarse endos especies: los que aspiran al bien y los quetienden al mal. Ama por la primera vez de suvida, y lo que en poesía se dice abrir el corazónalamor, eu la vida real puede llamarse... abrirla caja á los cuatro vientos. Los primeros afectos,los que tienden al bien, por ser tales, son los mé-üos y los más pequeños, razón por la cual apare-cen en la superficie, de donde son muy pronto ar-rojados por el viento de las pasiones, á menosque, contenidos por la prudencia, les haga éstatomar cuerpo y desalojar á su vez á los otros.Este caso es muy raro. Siguiendo el primero, unavez desprovista de los buenos alectos—que siem-

pre desaparecen con el primer amor—la cuestión,en lo sucesivo, se reduce á fomentar y halagarlos restantes. Esto es lo que al hombre toca ha-cer; pero, para lograrlo, debe primero enterarsedel estado actual del corazón que trate de intere-sar... esto es... si conserva aún la superficie, ó silo único qne le queda es el fondo!

FERNANDO. (Entusiasmado) ¡Brillante teoría sobre elamor!

CLARA. (Mucha intención.) No, sobre el amor no; so-bre la seducción.

FERNANDO. Cuestión de nombres que no importanal hecho.

CLARA. Ciertamente; pero convengamos, Fernando,en que si yo hubiese nacido hombre, sería ó hu-biese llegado á ser un seductor...

FERNANDO. ¡Oh! ¡De premiare forcé/... No caboduda... (¡Esto es obligarme! Y ese maldito de co-cer sin venir! ¡Eh! ¡Qué diablos! Él se tiene laculpa... yo me decido...)

CLARA. (¿Caerá en el lazo?...)FERNANDO. (La verdad es que, después de todo, es

ella la que me incita!)CLARA. (¡Debo esperarlo de su fatuidad!)FERNANDO. (¿Cómo conocería yo si esta mujer con-

serva todavía algo de superficie?... ¡Oh! ¡Qué idea!)CLARA. Parece que mi teoría le ha hecho refle-

xionar.FERNANDO. Ciertamente, y ella me prueba una vez

más lo estrambótico del corazón de la mujer...por lo tanto, lo difícil que es al hombre su per-fecto conocimiento, y, más aún, lo sensible de suineptitud.

CLARA. ¿Sensible?FERNANDO. ¿Cómo no? Supongamos—lo que quizá

no sea suposición—-que yo la adore á usted.CLARA. (Con dignidad) ¡Fernando! Semejantes pala-

bras... \!»FERNANDO. ¡NO! Ya he dicho que tal vez sea una su-

posición. Pues bien: adorándola, debo en primerlugar, según su teoría, hacer un escrupuloso re-conocimiento de su corazón.

CLARA. Precisamente. (¡Y es lo que ahora tratas dehacer!)

FERNANDO. De no conocerlo, debo desistir de mipasión.

CLARA. Cierto.FERNANDO. ¿Y cree usted posible que el cariño, más

impetuoso cuanto es mayor, pueda fríamente ob-servar y estudiar el corazón de su objeto que-rido? ¿Cree usted que la grandeza de la pasiónpuede descender á la pequenez de los detalles?No, Clara. El amor que nace de una mirada, deuna sonrisa, de una palabra, crece instantánea-mente, y como un torrente sin cauce inundacuauto trata de atajar su corriente; sentimientos

538 REVISTA EUROPEA. 2 1 DE OCTUBRE DE 1 8 7 7 . N.° 191

afecciones, vida, todo, y en vano la materia tratade reclamar nuestro espíritu... ¡La pasión nos diceque tenemos alma, así como el alma nos demues-tra á Dios!

CLARA. ¿Cómo? ¿usted cree en Dios? ¡Filósofo tam-bién! ¡Vaya en gracia!

FERNANDO. YO...CLARA. ¡Já! ¡já! ¡já! Nunca lo hubiera imaginado.FERNANDO. ¿Eh? (¡Perdió la superficie!)CLARA. (Transición) (¡Dios no debe oirme!)FERNANDO. (¡Ataquemos el fondo!) No, Clara; pero á

veces esa especie de hipótesis contribuye á labelleza de las frases, y el fin justifica siempre losmedios... pero ¿á qué fingir ya? Mutuamente nosconocemos, y ni usted es ya una niña...

CLARA. (¡Oh! ¡Qué vergüenza!)FERNANDO. ¡Ni yo soy un novicio! Su manera de ser

para conmigo, sus palabras, sus acciones, todo,en fin, me han demostrado hasta la más lisonjeraevidencia que no le soy indiferente. Si el cariñode Enrique pudo unirla á él, que el mió...

CLARA. Basta, caballero, basta... (¡Horrible realidad!)FERNANDO. ¿Qué puede oponerse á ello?CLARA. (Sin poderse reprimir, al comprender la situación

en que la. ha colocado Enrique,) ¡¡¡Ahü!FERNANBO. ¿Qué? ¿Se siente usted mal?CLARA. (¡Era verdad!) No... gracias... no ha sido

nada...FERNANDO. Pero...CLARA. Al terminar mi obra... distraída sin duda...FERNANDO, (interés.) ¿Se ha clavado usted la aguja?CLARA. (Amargura) (¡En el corazón!) •

FERNANDO. (Acudiendo en su socorro.) Permítame US-ted...

CLARA. ¡NO!... ¡no se moleste!ENRIQUE. ¿He tardado mucho?CLARAFERNANDO.ENRIQUE. (Observando á los dos.) ¿Eh? (¿Qué signi-

fica?....)

ESCENA III.DÍCHOS.—ENRIQUE.

FERNANDO. (Recobra la calma.) (Fin del capítulo pri-mero... Capítulo segundo: ¡el marido!)

ENRIQUE. (Con inquietud.) ¿Pero qué ha pasado?CLARA. (Mirándole fijamente.) No es nada.FERNANDO. Una de las consecuencias lógicas de ese

pretexto de la honradez que se llama trabajo.ENRIQUE. ¡Qué definición!FERNANDO. Tanto más exacta, cuanto que quien la

da no le conoce más que de vista, (A ciara.) ¿Dueleaún?

CLARA. (Con entereza.) ¡No!FERNANDO. Desengáñese usted, Clara. El trabajo es

el ente moral más ingrato que se conoce: cuanto

'Enriduell (*-^ara c o n sentimiento. FernandoI con sobresalto.)

más amigo se es de él, peor nos paga: yo por esonunca he querido tratarle... (A Enrique, en tono dsbroma.) ¡Qué cara! Cualquiera diria que el pincha-zo recibido por Clara te duele á tí.

ENRIQUE. (Intranquilo.) (¡No sé qué experimento!)

CLARA. (Angustiada,) (¡No Se irán!)FERNANDO. (¿Habrá sospechado éste?) (Ap. á Enrique.)

¿Hay escama?ENRIQUE. ¿Eh?

FERNANDO. NO, te lo pregunto, porque precisamen-te tiene ahora tu fisonomía todo el aspecto de unmarido... al natural en ciernes.

ENRIQUE, (imponiéndose.) ¡Fernando!

FERNANDO. Vamos, veo que necesitas tomar el aire.Afortunadamente tenéis aquí repuesto más quesuficiente de molinos... Aunque no sé si tu esplinserá superior á la fuerza combinada de los diez ysiete.

ENRIQUE. ¡Siempre bromista!FERNANDO. NO, siempre hombre. Conque ¿andiamo?ENRIQUE. (Sí, le confesaré la verdad!) Vamos.FERNANDO. Hasta luego, Clara. (¡Principia mi papel!)ENRIQUE. Hasta luego. (¡Perdón!) (Estápaiabraen tono

muy bajo, de modo que solo sea oida por Clara.)CLARA. (En el colmo de la desesperación.) (¡ Oh!) (Afec-

tando tranquilidad.) ¿De qué?ENRIQUE. (Con satisfacción.) (¡Ah!) ¡Vamos, Fernando!

(¡Aun estoy á tiempo... no se sabe nada!)

ESCENA IV.CLARA, sola.

Se fueron... Creí que nunca se marchaban... Eraverdad... ¡Oh! Y yo le creí honrado, yo le creí...¡Yo le creí cuando me dijo que su silencio se fun-daba en respetos á la última voluntad de su pa-dre! ¡Creer! Nunca hasta hoy me habia parecidoabsurda esa palabra... Siempre tuve el cariño poruna afección santa... Ni lo es, ni puede serlo,desde el momento en que oculta la verdad. ¡Yaun se atreve á pedirme perdón! No contento conla infamia, recurre á la vileza... á la vileza, sí,porque nada es tan vil como proponer á la mujer,conociéndola, su propia deshonra! Hay delitoscuyo perdón es aún más culpable que el delitomismo. Sí, no debo vacilar... seguir viviendo á sulado es hacerme su cómplice, y no es razón quesea culpable á sabiendas la que únicamente lo hasido por ignorancia. Le haré conocer mi resolu-ción fundada en su conducta: de no decirle nada,sería capaz de creerme aún-más culpable que él...Pero, ¿cómo decirle?... Si yo pudiera tener la es-peranza de que Dios me diera fuerzas... ¡Imposi-ble! El delito no puede acriminar al delito, y yo,que aún tengo la desdicha de quererle, no deboreconocerme por este hecho más delincuente queél. Le escribiré... hará la cabeza lo que no se

N.° 191 FUENTES Y ALCON -AMOR Y AMOB PHOPIO. 539

atreve á hacer el corazón. Por la primera vez demi vida, aquella dominará á éste; por la primeravez mentirá la primera para salvar al segundo...¡DiOS mió! ¡Dios mió!... (Se sienta. Toma la pluma,que vuelve á dejar sobre la mesa.) No puedo... Lapluma se resiste á estampar un perjurio... (Escribe.)¡Concluyamos! El dominio del bien es muy limi-tado... ¡Ya está! Al firmar esta carta, compro mivirtud á costa de mi vida... Negocio del alma, enel que aún voy ganando dignidad... Sólo me falta

• ahora hacer llegar á su poder... ¿Cómo? ¡Dios meinspirará! Ni aun me queda el consuelo de poderenjugar mis lágrimas... Existe un dolor que yo noconocía aún... ¡el dolor que no llora! (Viendo en-trará Enrique.) ¡Él! ¡Fuerzas, Dios mió, fuerzas!

ESCENA V.DICHA.—ENRIQUE.

(Enrique ae detiene en el foro. Viene muy abatido, y traeuna carta en la mano.)

ENRIQUE. (¡Apenas acierto á creerlo1)CLAHA. (¡Viene solo!)ENRIQUE. (¡Arruinado!)

CURA. (Observándole.) (¡Que agitación!)ENRIQUE. (¡Bien claro lo dice esta carta!)CUSA. (¡Parece sufrir!)

ENRIQUE. (¿Será la Providencia?... ¡Duro castigo!)CURA. (¿Debo olvidar su falta?... ¡Oh! ¡Nunca!)ENRIQUE. (¡Jamás pude imaginar semejante infor-

tunio!)CURA. (Al tomar mi resolución, no tuve en cuenta

que pudiera verle sufrir!)EXRIQHE. (Necesito tomar una determinación!)CIARA. (¡NO debo vacilar... Mi dignidad lo exige!)

ENRIQUE. (Ve á su mujer, y trata de dominarse sin con-seguirlo.) (¡Ella!... Que no sospeche...)

CURA. (SÍ: lo sabrá... ¡es necesario!)ENRIQUE. (¡Prudencia!)

CLARA. (¡Resolución!)

ENRIQUE. (Acercándose á Clara.) ¿Estabas aquí?CURA. Ya lo ves. . . (¡su voz tiembla!)ENRIQUE. (¡Cualquiera diría que su acento era inse-

guro!) Tan distraído venía al entrar que no re -paré...

CURA. Pronto habéis dado la vuelta.ENRIQUE. NO hemos salido.CLARA. ¿Y bien?

ENRIQUE. Nada: un ligerillo dolor de cabeza.. .CLARA. (Con cariño.) ¿Estás malo?ENRIQUE. NO, hija; no es nada, absolutamente nada;

pero no teniendo verdadera necesidad, no hequerido salir.

CLARA. (¡Algo trata de ocultarme!)ENRIQUE. (¿Cómo alejarla de aquí?)

CLARA, (intención). ¿Y Fernando?ENRIQUE. En el jardín acabo de dejarlo.

CLARA, (ironía.) ¡Qué buen amigo parece ser!

ENRIQUE. (En tono de reprensión.) ¡Clara! ¿Por qué mehace dafio esa frase?)

CLARA. ¿Te disgusta que te hable de él?ENRIQUE. NO, no es eso; pero. . .

CLARA. ¡Ah! Vamos, comprendo; deseas estar solo.ENRIQUE. ¡NO, no lo creas!

CLARA. (Marcando mucho.) ¡Fuera descortesía el dejarsolo á Fernando!

ENRIQUE. Mas...

CLARA. ¡Déjame una vez siquiera anticiparme á tusdeseos... Adiós!

ENRIQUE. ¡Clara!

CLARA. Si te pones peor... llámame.ENRIQUE. Pero. . .

CLARA. ¿Me lo prometes , verdad' Adiós, adiós...(Aquí la dejo... (Deja la carta sobre la mesa.) ¿La lee-rá? Hágase como Dios quiera, y Él tenga piedad demí... y de él, que más la necesita!) Adiós... (Nime ha oído... ¿Qué tendrá?)

ESCENA VI.ENRIQUE, solo.

(Después que ha salido Clara, Enrique se deja caer en unsillón.)

ENRIQUE. ¡Arruinado...! ¡Oh! Paréceme como quedespierto de una tenaz pesadilla, y sin embargo,nada más cierto... (Leyendo.) «La casa Carvajal,«Dionisio y compañía, acaba de presentarse en«quiebra, ascendiendo su pasivo á una cantidad«considerable. Espero instrucciones.» (Dejala carta sobre el velador.) He hecho bien en no dar áClara tan infausta noticia: en su estado era detemer un nuevo infortunio. Pero, ¿qué hacer?¿cómo remediar?... Lo que me queda no basta ácubrir ni la más pequeña parte de nuestras nece-sidades... ¡Dios mió! ¡Dios mió! La pobreza, lamiseria.^ yo que habia ofrecido á Clara un por-venir tranquilo, risueño, libre de privaciones...¡Oh! Culpará mi abandono, me recriminará, huirátal vez de mi lado... No, imposible: soy tan mise-rable, que no vacilo en juzgarla por mí mismo!Un corazón desleal se complace en rechazar lanobleza de los demás, como si eso pudiera sersu disculpa! No, ella es buena, honrada, y nopuede creerme capaz de haberla engañado... nipuede ni debe creerlo... ¡No debe creerlo!...Pronto he olvidado que no há mucho he cometidocon ella el perjurio mayor que puede cometerse.Pero, según pude comprender, ella lo ignora, ylo ignorará siempre, porque hoy mismo resplan-decerá la verdad, madre de la ventura! Por lopronto, trataré de atenuar lo que quizá sea yairreparable... ¡Triste condición la del corazónhumano! Atérranle más las desventuras materia-les que las desdichas del alma: duélese de un

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ligero contratiempo, como si éste no le sirviera áatenuar otro quizá irreparable... No perdamos uninstante: mañana tal vez sea ya tarde... ¿Dóndediablos he puesto la carta? (Revolviendo los papelesque habrá solare el velador.) ¡Atl! Hela aquí: no. . . noes esta: esta letra es de Clara... ¡Calle! «ParaEnrique.» No comprendo... ¿Qué tendrá que de-cirme que no puede fiarlo sino á la pluma? ¡Oh!¡Qué vuelco me ha dado el corazón!... ¡Tontería!No hay como conducirse mal para estar siempreintranquilo. En realidad, ¿qué puede decirme?...(Atoe la carta.) «Enrique: No habrá escapado á tu»elara imaginación que es la dignidad el tesoro»que más debe conservar la mujer que sabe esti-'»marse en lo que debe. Pregunta á tu conciencia»si ha procedido rectamente ahora y antes de«ahora; si ha cumplido una promesa que nadie«tiene más derecho que yo á ver realizada; por«último, si la felicidad que con tu nombre me«ofrecías ha sido ilusoria, ya que no me atrevo á«darla otro nombre. Fernando, digno hermano«tuyo, ya que no de sangre, de corazón, con una»sola frase me lo ha dicho todo. No me hagas la«injuria de creer que puedo seguir á tu lado. Ya«que me has hecho imprudente, no me hagas in-«fame! Adiós, y hasta nunca.—Clara.» ¡¡Oh!! LaProvidencia en todo su poder... el castigo tras laculpa... Soy un miser... no, un ladrón, más aún;Robar los bienes del alma, no es robar; es come-ter el más inicuo de los crímenes... no es asesi-nar; es... hacer dudar de Dios! Pero no, no esposible, ella no lo sabe, no puede saberlo... Haceun momento, al implorar su perdón, le oí extra-ñar mi súplica... ¡Oh, qué rayo de luz! Sí... Fer-nando debia saberlo; sus frases de esta mañanadebieron hacérmelo comprender, y ese misera-ble no ha vacilado en decirla... y ella... ella..-¡¡me abandona-porque estoy arruinado!! ¡Oh! Ne-cesito que todo el mundo lo sepa, sí, que nadieignore la perfidia que puede encerrar el corazónde una mujer!... ¡Fernando! ¡Fernando! ¡Clara!

ESCENA Vil.DICHO.—CLARA.-FERNANDO.

FERNANDO. ¿Qué es eso, Enrique? ¿Qué te sucede?CLARA. (¡Mi carta!... ¡Oh!)

ENRIQUE. ¿La ves?... ¿Pero no la ves como la acosael remordimiento? ¡Dios es justo!

FERNANDO. Explícate.ENRIQUE. Esa mujer, á quien he sacrificado libertad,

nombre, fortuna; todo, en fin...FERNANDO. ¿Y bien?CLARA. (¡Dadme valor, Dios mió!)ENRIQUE. Me abandona.FERNANDO. ¿Cómo?CLARA. (Firmeza,) ¡Sí... le abandono!

FERNANDO. Pero...ENRIQUE. ¡Me abandona... porque estoy arruinado!CLARA. (Explosión de sentimiento,) ¿Arruinado? ¡Oh!!FERNADDO. ¡Já! ¡já! ¡já! Eso te extraña.. . yo creí que

era otra cosa... ¡Inocente!CLARA. ¡Arruinado! ¡Enrique de mi alma... perdó-

name!FERNANDO. Sigue con razón el ejemplo de todas.

Sin embargo, yo la protejo, y ¡qué diablos! megusta masque lady Prestly.,. ¡Seré tu sucesor!

ENRIQUE. ¡Miserable!CLARA. ¡Jesús mil veces! (Cae desmayada.)(Enrique, al escuchar las últimas palabras de Fernando,que son un insulto á su honra, deja de ser el amigo parasalvar su decoro de marido, y en un arranque de indig-nación dirige a Fernando el apostrofe con que tenrina elacto. Clara, arrodillada, extiende sus brazos hacia su es-poso, que la rechaza. Fernando, al ver caer desplomada aClara, intenta socorrerla. Enrique lo impide, y le indica

que le siga.')

(Concluirá.)

TELÓN RÁPIDO.

J. DE FUENTES.—A. ALCON.

LA TIERRA PROMETIDA.RECUERDOS OE UN PROVINC'ANO.

..>" (Continuación.)

ni.EL ÁNGEL DE LOS ENSUEÑOS.

En una de esas hermosas tardes de Febrero enque los rayos del sol atraen con voluptuosas ca-ricias á los habitantes de la corte, Pablo Montene-gro cruzaba por delante de los lindos squares quehan trasformado en un vergel los arenales del paseode Recoletos.

Era en aquel tiempo este sitio, como hoy el Par-que llamado de Madrid abierto en el Buen Retiro, elpunto donde diariamente se ponían en contacto to-das las notabilidades de nues.tra corte, sin obliga-ción por ello de desencastillarse de sus rivalidadesni de su indiferencia para con los advenedizos quecon ellos se codean.

Aquella formidable hilera de carruajes cruzandoen pausada formación, en cuyo fondo se reclinanindolentes, brillando como la perla dentro de su con-cha, mujeres maravillosamente hermosas; los ga-llardos jinetes que caracolean en torno suyo, y todala profusión de lujo y la vertiginosa animación qaeallí reinaba, eran propios para asombrar á cualquieraque conozca la escasa riqueza de nuestro país, y elvalor que representa este torbellino de ostentaciónvano y efectivo á la vez. Tal remedo del Bois deBouloyne ó del Praler de Viena, es un reto impru-dente á nuestras poblaciones rurales, que miran der-

N." 191 A. PÉREZ H10JA. LA TIERRA PROMETIDA. 541

retir en tan improductivo torneo de placeres, el oroque podría mejorar su situación, liquidado en má-quinas agrícolas y canales de riego.

No pensaba por entonces asi seguramente nues-tro bello provinciano.

Victima de sus pasiones, los pensamientos quesonreían en su mente limitábanse á envidiar á losventurosos jóvenes que reclinaban su cabeza sinzozobra al lado de aquellas mujeres cuya majestadle aturdía y cuya conquista le parecía un triunfomás difícil que la reputación de escritor que á la paracariciaba.

Su amistad con el joven periodista habia sido fe-cunda en buenos resultados.

Un almuerzo en El Armiño, restaurant en el queFarruggia daba por aquel tiempo á conocer lo másselecto de la ciencia preconizada por Brillat-Sava-ri» y otros famosos apóstoles déla gastronomía,bastó para que aquellos dos jóvenes se bautizaranpor amigos íntimos.

Desde aquel dia, Pablo tuvo un compañero desin-teresado, que al par que entre los de los coliseos,le introducía por entre los bastidores del teatro delmundo.

En esta situación, disfrutando de una existenciafácil y agradable, vio correr los primeros meses desu estancia en Madrid, en las superficialidades deuna vida así repartida.

Otro que nuestro provinciano, hubiera compren-dido en este tiempo que debia acostumbrarse á verresultados en todo aquello en que hasta entoncessólo habia visto ilusiones y placeres.

Pero era demasiado joven para tanto; aun cuandovolteaban en su pensamiento algunas ideas reflexi-vas, necesitaba ante todo, empezar á ver con indi-ferencia á las mujeres, y esto le era humanamenteimposible.

Su exaltación en este punto era muy difícil decorregir, puesto que sus esperanzas eran consa-grar la existencia á esos bellos amores con que sue-ña el alma de un poeta; amores que parece que notienen más anhelo que el de ser engañados.

Las galantes aventuras de estos seis meses nole habían satisfecho por lo fáciles. Su imaginaciónapercibió lo que habia de desconsolador en aquellosplaceres, así como lo sublime de una pasión talcomo la soñaba.

Amores puros habia encontrado en la provincia,pero ¡ay! aquella virgen alma no supo desplegarante sus ojos las mil bellezas que el joven anhelabaencontrar, y por eso aquel tesoro fue perdidopara él.

Pablo, como todos los que están contagiados porlas vanidades mundanas, amaba, por otra parte alamor, si así podemos decirlo, más por su ostenta-ción que por sus emanaciones misteriosas

No era el sentimiento sencillo de una mujer loque le seducía; eran las maravillas del lujo quepueden acompañarle.

Creyendo al amor mismo un lujo tal vez, Pablonecesitaba que el suyo revoloteara en esa atmósfe-ra en que brilla todo lo que el amor tiene más deficticio. Para él, los bellos amores vivían entre laseda y las cabelleras perfumadas; en los tapices deun gabinete impregnado de aromas, donde se leapareciera entre voluptuosas gasas, como un ángelentre nubes, la beldad aristocrática de sonrisa idealque promete venturas celestiales.

Alguna vez comprendía lo ridiculo de amar á lamujer más por lo que robaba al arte y á la indus-tria, que por lo que debía á la naturaleza; pero envano quería destruir sus primitivos sentimientos.

Muchas noches, paseando su mirada por la roton-da de un teatro, se habia sentido impresionado alfijarse en esas seductoras criaturas que recostadasen el asiento de un palco, reparten sus sonrisas ymiradas entre la techumbre de la sala y los elegan-tes que mariposean por entre las butacas.

Pablo entonces habia hecho lo que todos los jó-venes hacen en su caso: ponerse á coquetear conla que parecía corresponder á las insinuaciones desus gemelos, y esperar luego á la puerta del teatrouna intensa mirada que sancionara su conducta.

Hay en el fondo do todos estos juegos inocentes,á que con tanto gusto se entrega la juventud denuestra época, un peligro que sólo los experimen-tados conocen, y que suele causarla desesperaciónde los corazones sensibles. Pablo, que era de estosúltimos, sufría horriblemente cuando, después decreerse asegurada una conquista por ia expresiónde unos lindos ojos que durante el espectáculo ha-bian establecido un hilo magnético con los suyos,observaba á la salida del teatro un mohin de indi-ferencia ert%quel ángel, que entraba en su cochesin dignarse ni aun asomar su cabecita rubia ó mo-rena por vía de despedida cariñosa.

Estas decepciones y otras parecidas, á que tienenacostumbrados á los jóvenes las traviesas y espiri-tuales hijas del siglo, causaban viva inquietud en elbuen provinciano, que no llegaba á gustar la dichacon que soñaba.

La tarde á que nos íbamos refiriendo al comenzareste capítulo, Pablo, preocupado con estas ideas,llegaba á la plazoleta de la fuente del Cisne, átiempo que una charolada berlina se detenia en elmismo sitio.

Un estirado lacayo, arrojándose del pescante, seapresuró á abrir la portezuela, y Montenegro vioasomarse una artística botíta, de esas que sóloestán bien colocadas en el pié de una mujer ele-gante.

La poesía pedestre femenina habrá podido sufrir

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algún golpe con la proscripción del zapalito cuyascintas, enroscadas por la garganta del pié, tanto se-ducían á nuestros antepasados; mas puede asegurarse que entre nuestros contemporáneos, un lindopié calzado con botitas francesas produce tambiénsu efecto.

Montenegro era indudablemente de nuestra opi-nión, á juzgar por el movimiento involuntario de sucabeza á la aparición de aquel pié y sus inmedia-ciones en el estribo del carruaje.

Digna figura de pedestal tan artístico, era la damaque se apareció entonces al provinciano.

Ahuecando su traje con la coquetería de unalinda gatita que sale á atusarse al sol, pone sus piesen el suelo este prodigio femenino, cubierto de seday de bordados.

Su presencia es arrogante; sus facciones, de unaregularidad irreprochable, casi aparecen duras porlo fuertemente que están acentuadas; sus ojos, ne-gros y provocadores, colocados debajo de unafrente bien cortada, despiden rayos capaces detrastornar el cerebro mejor organizado; de unablancura brillante, sus formas presentan toda lasólida plenitud y redondez que constituyen la ver-dadera hermosura de una mujer. Su bien torneadagarganta, su espesa y negra cabellera, su graciosasonrisa, sus movimientos nobles y llenos de digni-dad, y su talle, aún esbelto, todo está en armoníacomo partes de un conjunto que bien puede decirseperfecto.

Esta es la mujer aparecida en aquel instante áMontenegro.

Éste, que la habia seguido con la mirada, la viocon placer inexplicable internarse seguida del la-cayo, entre las calles de árboles que sombrean laalameda.

Y entonces, inútil es decir que lo que habia hechocon los ojos se puso á hacerlo materialmente. Ladesconocida lo observó, y le arrojó una de esasmiradas que parecen prometer un porvenir ventu-roso.

Poco le faltó entonces á nuestro héroe para pros-ternarse.

Mas conteniendo sus ímpetus, siguió los pasos dela dama, atraído como el metal por la aguja iman-tada.

Pablo llegó hasta figurarse que habia encontradola amante predestinada á hacer su felicidad en latierra; y sabe Dios hasta dónde le hubiera llevadoaquella especie de borrachera en ayunas, si unamano que se apoyó en su hombro, no hubiera opor-tunamente hundido de un golpe su delirio.

Pablo se volvió como movido por un resorte, yse encontró frente á frente de su amigo el gaceti-llero, y del autor dramático á cuyo triunfo asistiómeses atrás.

A la vista de sus conocidos, nuestro enamoradoabrió los ojos como el que vuelve á la vida realdespués de un letargo producido por el opio.

El efecto fue tan cómico, que no pudieron menosde exhalar una alegre carcajada los dos escritores.

—¿Buscaba usted un consonante?—dijo el poeta,que conocía la ambición de Pablo.

—Y me he encontrado con una poesía,—respon-dió éste, tendiendo la mano y pagando con estagalantería el epigrama que se le habia lanzado.

—¡Bravo, Pablillo!—vociferó el gacetillero!—Esose llama tener ingenio; mas te advierto que la baro-nesa no toma varas, ni aun de seda, como las des-interesadas amantes que os arruinan á los ricos.

Era evidente que los dos jóvenes habian seguidoá Pablo y adivinado sus intenciones.

Este lo comprendió así, y cogiendo del brazo alque le habia denunciado, le dijo con acento queno disimulaba su emoción:

—¿Tú conoces á esa mujer?—¿Conocerla?—le contestó.—La deletreo como á

todas, pero nada más; tratándose de ellas, no sepasa nunca de los rudimentos. Ahí tienes á esa quese parece al patriotismo; todos hablan de ella, yninguno la posee, al menos que sepamos.

—¿Pero quién es?—interrumpió Pablo impacien-tado.

—Eso es otra cosa; si preguntas por el nombrecon que la conocemos, te diré que en su etiquetasocial lleva impreso el de baronesa del Lirio; quees viuda, rica, y, según dicen, inabordable, á pesarde sus^30 años. Y si esto te parece poco, pregunta ánuestro bello poeta, que es de los que forman filaen su espiritual círculo,—añadió el humorado pe-riodista, señalando al que le acompañaba.

—¿Usted la trata?—exclamó Pablo interpelándole.—Lo bastante para dar á usted cuantas noticias

desee, y aun para presentarle en su casa,—con-testó éste.

Habian llegado al extremo del paseo, y la aristo-crática dama objeto de su diálogo, se detenia paraesperar su carruaje, que habia seguido por una delas vías exteriores.

Nuestros jóvenes, detenidos á su vez, la vieronentrar en él, saludar con una graciosa inclinaciónde cabeza, y pasar junto á ellos al galope de los ca-ballos, rápida como una exhalación.

Montenegro, volviéndose entonces al poeta, ex-clamó con la decisión del que ha tomado su par-tido:

—Acepto con toda mi alma el ofrecimiento de us-ted, y le quedo altamente obligado.

—Cumpliré mi palabra,—contestó éste.—Ea, pues, para celebrar dignamente la aven-

tura de esta tarde, vamonos á comer al café Eu-ropeo.

N.° 191 MISCELÁNEA. 543—Aceptado,—dijo Pablo con rapidez.—Y yo prometo que te haré beber hasta que

ahogues esa pasión que se nos ha entrado por laspuertas...

—Del carruaje,—objetó el poeta.—¡Oh, no! Yo necesito amar á esa mujer,—ex-

clamó Pablo con vehemencia.—Bueno; todos tenemos nuestras necesidades,—

gritó el periodista, parodiando al autor de una zar-zuela bufa.—Ya hablaremos luego del asunto.

Y los tres jóvenes se dirigieron resueltamente áponer por obra su propósito.

ANTONIO PÉREZ RIOJA.

(Continuará)

MISCELÁNEA.

Feces en el seno de la tierra.

Un pozo artesiano que hay en el condado de Ven-tura, Estado de California, escupe peces. Se presen-taron ejemplares de ellos en una reunión de la Aca-demia de San Francisco, y se supone que son delgénero trucha. El pozo se perforó en 1871, y desdeentonces todos los años, por Abril y Mayo, arrojagrandes cantidades recien aovados. El pozo tienecubierta con tres orificios de dos pulgadas de aber-tura, por una de las cuales acostumbraba el pueblollenar barriles de agua para el uso doméstico, y deesta manera se hizo el descubrimiento. Quitóse lacubierta del pozo y empezó el chorro de peces. Detal modo, que llenando un cubo de agua, la mitaddel peso la constituyen aquellos. Son de varios ta-maños, aunque no se sabe que se haya cogido nin-guno mayor de una pulgada de largo. El rio ó arro-yo más cercano que crie peces se encuentra á 25millas de distancia.

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El espectroscopio en la mecánica.Desde hace algún tiempo se empezó á emplear el

tipectroscopio en Sheffield, para fijar el momentopreciso en la fabricación del acero de Bessemer enque debe darse forma al metal derretido. Si se ob-serva el espectro de la llama que sale del horno,puede generalmente fijarse el momento con exacti-tud, á no ser que se emplee hierro que contengamanganesa, en cuyo caso se hace muy difícil fijar-lo. Ahora se ha descubierto que se alcanza el mis-mo fin con una combinación de vidrios de colores,dos de ellos azul-ultramar, y uno amarillo subido.El instrumento formado con estos se llama cromo-pirómetro; y se dice que mirando por él á la llamadel horno, mientras la impele el aire, son tan de-

terminados los indicios que da el color, que se pue-de con confianza poner el instrumento aun en ma-nos de un obrero común. Cuando se observa la ope-ración, se ve que la llama cambia de color hastallegar á un carmesí muy subido, en cuyo instantedebe cortarse el aire que impele la llama. En losEstados Unidos se han hecho experimentos con uninstrumento compuesto de dos vidrios, uno de coloramarillo-claro y otro azul, y también se han hechoobservaciones con el espectroscopio. A muchos pa-recerá que esto es una falsa aplicación de las inves-tigaciones; pero no es, en realidad, sino abrir uncampo á las indagaciones científicas, que puede darimportantes resultados. El espectro de la llama deBessemer encierra misterios que sólo pueden re-solverse con una inspección atenta y una observa-ción perseverante. Tal vez se requieran instrumen-tos más delicados que los que hasta ahora se hanconstruido; pero no dudamos que se harán descu-brimientos con que se aclararán algunas de lascuestiones más interesantes con respecto al análisisdel espectro.

***

Preventivo contra el humo.Para impedir la sofocación por el humo, basta

echarse por la cabeza una funda de almohada em-papada en agua, ala cual se le ha abierto un agujeroala altura de los ojos para ver el camino. La expe-riencia enseña que este es el mejor respirador pro-visional de que puede echarse mano en caso de apu-ro. El vicealmirante inglés Jernigham dice, quecuando mandaba en Plymouth el buque de escuelaCambridge, hizo el primer experimento con el res-pirador de una funda de almohada. Hizo estallarunas 12 libras de pólvora suelta en un rincón delpuente del buque, rodeado de una especie de biom-bo, siendo Ün denso el humo, que aun los que sehallaban fuera tuvieron que echarse boca abajo enel puente. Se le encasquetó á un marinero en lacabeza una funda de almohada ordinaria, con unagujero para los ojos, el cual, con la manguera enla mano^ entró en el cuarto, donde permaneció diezminutos, y para asegurar á sus amigos de que viviay estaba á salvo, no cesó de cantar una canciónchistosa.

El árbol de la lluvia.El cónsul de los Estados-Unidos de Colombia

en el Departamento de (Loreto) Perú, le escribe alPresidente Prado, desde Yurimaguas, para infor-marle, que en los bosques vecinos á la ciudad deMoyobamba, existe un árbol llamado por 1&9 natu-rales Tamia-ca&pi, que vale tanto como decir árbolde la lluvia, el cual posee algunas cualidades nota-

544 REVISTA EUROPEA .—21 DE OCTUBRE DE 1877.

bles. Cuando llega á su madurez se eleva hasta15 metros, y su base es de uno de diámetro, y tienela propiedad de absorber gran suma de la humedadde la atmósfera, la cual se concentra y después sevierte en lluvia por las hojas y las ramas, con tantacopia, en la mayor parte de los casos, que la tierraen torno se convierte en un pantano. Posee estaextraña propiedad mayormente en verano, precisa-mente cuando los rios están más bajos y más esca-sa el agua. De estas circunstancias se vale el cón-sul dicho para aconsejar al gobierno del Perú seplanten esos árboles en sus regiones más secanas yáridas, en bien de los agricultores.

***

Lodo argentífero.Hay un lugar en Oregon que tiene gran número

de manantiales que, en vez de agua, arrojan lodo yha cubierto una considerable porción de terreno.En el otoño pasado un minero informó que el lodotenia plata, y, en efecto, las muestras enviadas áSan Francisco, en cantidad de una tonelada, produ-jeron en el ensayo por valor de 2.000 pesos. For-móse una compañía para explotar ol lodo argentí-fero, pero estaba fresco el engaño de los diamantesde Arizona en la memoria de todos y se creyó gene-ralmente que el lodo había sido exparcido á propó-sito. Después el profesor T. Price analizó la plata yopinó que la habían depositado artificialmente, loque acabó de matar la empresa. Ahora el profesorH. G. Hanks, en un papel leido en la Sociedad Geo-lógica de California, sostiene que el lodo que emanade los manantiales de Oregon está impregnado deplata. Dice: «He ensayado más de 100 muestras quecontenían plata, algunas tantas como para ceder2.300 pesos, recogidas por mí mismo en los manan-tiales. Creo que la temperatura tiene mucho que vercon el lodo argentífero. A veces, en unas de lasfuentes, cuando hace frió, el lodo es de color ama-rilloso, al paso que cuando hace calor es azul ne-gruzco, al menos en algunos lugares, y rico en pla-ta. No pocos contienen mucho ácido, disolviéndoselos huesos de animales que caen en ellos en muypocos meses.» Este informe ha despertado el interésde los especuladores en minas.

Vinatería romana.Entre los nuevos descubrimientos en Pompeya,

se encuentra un despacho de vinos, adornado tos-camente con imitación de mármol al fresco. En elpodium del cuarto del frente hay una faja de estucocon cuatro grupos pintados en fondo blanco. Elprimero representa un joven besando á una mozavestida de amarillo, con zapatos negros, la cual,según el letrero que se ve al pió, dice:—«No quiero

que me beses. Ve á tu Mirtalis.»—El segundo repre-senta á la joven hablando con otra, quien probable-mente es la Mirtalis de que se trata, porque bajoesta figura selee:—«Élnoes nada mió.»—Ambas se-ñalan para una muchacha que se acerca con una án-fora de vino y un vaso. En el tercer grupo hay dosjugadores, con un tablero de damas en sus rodillas,en el acto de jugar á los dados. El cuarto grupo losrepresenta riñendo, y el vinatero los empuja fuera,diciendo:—«Id á reñir á la calle.»

* *Monumento de Pisistrato.

En el departamento de Estado de Washington seha recibido una carta, fechada en Atenas á fines deMayo último, en que el general J. M. Reed, encar-gado de negocios en esa capital, da parte á sugobierno del descubrimiento hecho por M. S. Commanderlis, erudito secretario de la Sociedad Ar-queológica de Atenas, del monumento que segúnTucídides habla erigido Pisistrato, hijo de Hipias ynieto del tirano de aquel nombre. La piedra, queyacía olvidada á la margen derecha' del Iliso, alSudoeste del templo de Júpiter Olímpico, lleva unainscripción que reza como sigue en castellano:—«Este monumento, á su ascensión al poder, dedicaen el templo de Apolo Pittio, Pisistrato, hijo deHipias.»—El descubrimiento de esta piedra singular,fija el sitio del templo mencionado, que hasta aquíno se conocía. El monumento lo ha adquirido laSociedad Arqueológica, é inmediatamente será tras-ladado al museo griego de Varvakion.

***Estatua de Hermes.

Los últimos dias de las excavaciones por los ale-manes en Olimpia, en la estación pasada, se señala-ron con el descubrimiento de una estatua que cor-responde á la descripción dada por Pausanias deuna obra de Praxiteles. Es de mármol, representan-do á Hermes con el niño Dionisos. La figura esmás alta que el natural, pero le faltan las piernas delas rodillas para abajo, el brazo derecho y parte delniño.

*- *Fósiles raros.

Tortugas marinas y cocos se han encontrado entúmulos de tierra en Colorado meridional. Dichostúmulos forman una vasta cordillera á quince millasdel pié de los montes Pedregosos. Uno de ellosmide cuatro millas de cincunferencia en la base, ycrecen árboles lozanos en su cúspide, encontrán-dose debajo de la superficie madera petrificada yconvertida en ágata. Créese que los túmulos estosfueron islas siglos ha.