Revista Programma n ° 1 octubre 2006 (debate Zaffaroni - Nino)

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    Introduccin

    Alejandro S. Cantaro

    Universidad Nacional del Sur

    Este primer nmero de Programma reproduce una de las

    discusiones tericas ms importantes de los ltimos tiempos

    sobre la pena. Elegimos esta controversia como movida inicial

    de lo que esperamos sea una partida prolongada y frtil en

    ideas. Lo hicimos por dos razones: en primer lugar porque

    muchos no conocan estos ensayos de dos de los ms

    prestigiosos y serios juristas argentinos, y nos pareci que

    ellos pueden servir de base para nuevas discusiones sobre un

    tema que est lejos de agotarse o del que pueda predicarse

    un final de historia. En segundo lugar por cuanto se trata de

    un buen ejemplo del tipo de controversia de las que la revista

    pretende ser vehculo: aguda, profunda y sin pre-juicios.

    El origen de la controversia central podra ubicarse en 1980,

    cuando Carlos S. Nino public Los lmites de la responsabilidad

    penal, que es la versin en espaol de su tesis doctoral en la

    Universidad de Oxford y donde esboz su teora consensual

    de la pena; unos aos ms tarde -1989- Eugenio R. Zaffaroni

    escribi En busca de las penas perdidas, un ensayo donde

    anticipa su teora agnstica de la pena.

    Ms tarde en la revista No hay derecho, en el ao 1991,

    cruzaron espadas sobre justificaciones utilitaristas de la pena

    Cantaro A. S.Introduccin

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    y teoras de la abolicin, dando lugar a la controversia que

    hoy ocupa la primera seccin de la revista.

    Seguidamente se publican dos breves ensayos crticos de las

    tesis centrales, uno de Daniel E. Rafecas y otro de Jaime

    Malamud Goti.

    - I -

    La teora consensual de la pena

    Segn Carlos S. Nino, la pena no es algo que cae sobre sus

    vctimas como consecuencia de un hecho fortuito o por la

    accin de terceros sin posibilidad de control por parte de

    aquellas. Es producto, entre otras cosas, de la voluntad de la

    persona misma que la sufre. Esto es al menos as cuando se

    respetan ciertos requerimientos relativos a la conducta y

    actitudes subjetivas del destinatario de la pena. Cuando la

    consecuencia jurdica de un acto voluntario ha sido conocida

    por el agente, podemos decir que l la ha consentido. Y es

    este consentimiento el que se toma como moralmente

    relevante para justificar la ejecucin de la consecuencia

    jurdica de que se trate, contra la persona que la ha

    consentido; o, dicho de otro modo, el consentimiento de

    ciertas consecuencias normativas jurdicas da lugar a

    consecuencias normativas de carcter moral.

    Dice Nino que el individuo que ejecuta un delito sabiendo que

    la prdida de la inmunidad jurdica contra la pena es una

    consecuencia necesaria de su acto, consiente en esta

    consecuencia normativa, del mismo modo que un contratante

    consiente una consecuencia normativa que resulte del contrato

    y una persona que asume un riesgo consiente en perder la

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    accin resarcitoria que de lo contrario tendra. El

    consentimiento a asumir la sujecin jurdica a sufrir una pena

    es irrevocable e independiente de la actitud del agente

    respecto del hecho que es objeto de la caracterizacin

    normativa, y lo relevante es el consentimiento referente a

    las consecuencias normativas del acto, o sea, en el caso de

    la pena, el consentimiento a asumir una sujecin jurdica a

    ella. Sostiene Nino que ese consentimiento est presente

    cuando la accin del agente es voluntaria y cuando el agente

    sabe que la consecuencia normativa se sigue necesariamente

    de tal accin.

    Para Nino en tanto y en cuanto se exija para la imposicin de

    una pena el consentimiento del agente a perder la inmunidad

    contra ella, puede superarse la deficiencia de la justificacin

    de la pena basada meramente en el principio utilitarista de

    la proteccin social. Sostiene que si la obligacin a cuya

    violacin se imputa una pena es una obligacin justificada,

    las autoridades implicadas son legtimas y la pena es un medio

    necesario y efectivo para proteger a la comunidad contra

    males mayores, el hecho de que el individuo haya consentido

    libremente en hacerse sujeto de una pena (mediante la

    comisin de un delito, con conocimiento de que la prdida de

    su inmunidad es un efecto necesario de l) provee una

    justificacin prima facie para el ejercicio de la facultad

    correlativa de penarlo.

    Sostiene Nino que as como la justificacin de cierta

    distribucin sobre la base de la libre eleccin de los

    interesados presupone la justicia de la regulacin jurdica en

    cuyo marco tales decisiones se han adoptado, lo mismo puede

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    decirse acerca de la responsabilidad penal: una distribucin

    particular de medidas punitorias slo puede justificarse sobre

    la base del consentimiento de sus destinatarios cuando las

    leyes que crean las figuras delictivas son justas (as, las leyes

    no deben ser discriminatorias ni proscribir acciones que la

    gente est moralmente facultada a realizar) y cuando la

    penalidad imputada al delito implica un mal menor que el

    implicado en el delito y es un medio necesario y efectivo

    para prevenirlo.

    Esta concepcin de Nino implica, para imponer una pena a

    alguien, primero que la persona penada haya sido capaz de

    evitar el acto al que se imputa responsabilidad penal. Esto

    excluye los raros casos de punicin de personas inocentes

    que podran admitirse si slo se tuvieran en cuenta meras

    consideraciones de proteccin social. Segundo, la persona

    penada debe haber consentido en ejecutar el acto que acarrea

    responsabilidad penal. Y tercero, ella debe saber que la asuncin

    de tal responsabilidad es una consecuencia necesaria del acto

    que ha consentido en ejecutar. Nino llama a esta actitud bsica

    que debe requerirse para la imposicin de una pena, asuncin

    de la pena, y denomina al principio que exige como condicin

    de la pena que el agente haya consentido en asumir una

    responsabilidad penal, principio de asuncin de la pena.

    - II -

    Teora Agnstica de la pena

    Segn Zaffaroni las teoras positivas de la pena asignan a la

    punicin una funcin manifiesta determinada y la consecuencia

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    de ello es que queda fuera de sus horizontes toda la coaccin

    estatal que no responde a la funcin asignada y que, por

    arbitraria definicin, no es punitiva aunque materialmente lo

    sea. Se confunde as el poder punitivo lcito con el poder

    punitivo a secas. Como la funcin manifiesta se considera

    positiva, el estado tiene el deber de extenderla cuantas veces

    lo considere necesario o conveniente, por lo cual, la funcin

    no slo sirve para legitimar la pena y para deducir la teora

    del derecho penal, sino tambin para deducir todo un derecho

    penal subjetivo cuyo titular sera el propio estado.

    Esta situacin slo es superable con una nueva teora

    negativa o agnstica de la pena que parta del fracaso de

    todas las teoras positivas -por falsas o no generalizables-.

    Solamente as es posible delimitar el horizonte del derecho

    penal sin que su acotamiento provoque la legitimacin de

    los elementos del estado de polica que son propios del

    poder punitivo que acota.

    La teora negativa permite incorporar todos los datos de la

    realidad -recabados por la criminologa- y as romper con la

    dogmtica tradicional, mediante una teora funcional y

    prctica, especialmente dirigida a las agencias jurdicas.

    Seala Zaffaroni que la nica forma de realizar dogmtica

    desde una postura altamente crtica es recurriendo a una

    teora que tome en cuenta que el poder de castigar -al igual

    que la guerra- son ejercicios de poder no legitimables. As,

    al no recurrir a las tradicionales teoras de la pena, y no

    tener que justificarla, es posible contraponer el derecho penal

    al poder punitivo, como un lmite del mismo. La pena no tiene

    justificacin jurdica, por ser un hecho de poder. El derecho

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    penal puede y debe criticar en base a los postulados

    constitucionales y ejercer su tarea, que es limitar el ejercicio

    del poder punitivo. Y en este sentido, dice Zaffaroni que esta

    teora permite sostener, como ninguna otra, que las agencias

    del sistema penal ejercen su poder para controlar un marco

    social cuyo signo es la selectividad y la muerte masiva.

    Dice Zaffaroni que el derecho penal reductor tiende -entonces-

    a deslegitimar el poder punitivo como poder y a relegitimar

    el derecho penal como saber. Los destinatarios del programa

    reductor elaborado por Zaffaroni son los operadores de las

    agencias jurdicas que deben tomar decisiones en los casos

    concretos que se les plantean y cuyo poder es racional si lo

    ejercen en la medida en que su propio poder lo permite y

    orientado hacia la limitacin y contencin del poder punitivo.

    Dice Zaffaroni: Siempre que las agencias jurdicas deciden

    limitando y conteniendo las manifestaciones del poder propias

    del estado de polica, ejercen de modo ptimo su propio poder,

    estn legitimadas, como funcin necesaria para la

    supervivencia del estado de derecho, y como condicin para

    su reafirmacin contenedora del estado de polica queinvariablemente ste encierra en su propio seno. (Derecho

    Penal Parte General, Buenos Aires, 2002).

    - III -

    Las crticas a las teoras negativa y consensual de la pena

    En la segunda seccin se publica una crtica de Daniel E.

    Rafecas a la teora agnstica de la pena. En ella el autor

    enfoca su mirada de censura hacia lo que llama una dicotoma

    radical que la teora negativa plantea entre las funciones

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    reservadas a las agencias policial y judicial, relacionada con

    el enfrentamiento entre el ejercicio del poder punitivo y el

    Derecho Penal. La opinin crtica de Rafecas se centra en la

    confusin de los planos del sery del deber seren los que a

    su juicio Zaffaroni colocara a la polica y a la agencia judicial

    respectivamente. De este modo, dice el profesor Rafecas, se

    enfrentan dos aserciones, cada una de ellas correctas, pero

    que operan en distintos planos, cuando lo correcto hubiese

    sido comparar como son y como deben ser las agencias

    policiales y judiciales. As, le reprocha a la teora agnstica

    caer en el mismo vicio que sta le enrostra a su vez a las

    dems teoras, esto es incurrir en una falacia normativista.

    Segn Rafecas esta crisis slo se resuelve en el garantismo

    penal de Ferrajoli, acercando en todos los frentes las

    dimensiones del deber ser y del ser.

    Luego Jaime Malamud Goti propone un abordaje crtico de la

    teora consensual de la pena, desde dos diferentes

    dimensiones. En primer lugar censura a Nino la doble

    fundamentacin del castigo en dos planos diferentes: la

    prctica social generalizada de castigar y la condena concretaa una persona. Dice que para que su tesis cumpla con el

    ideal utilitarista, Carlos Nino piensa que lo que justifica la

    prctica general de castigar es el efecto disuasivo de las

    condenas. Sin embargo, Nino exige que el individuo concreto

    haya asumidoel castigo que habr de imponrsele para la

    puesta en funcionamiento de la institucin. Nino apela, a

    diferencia de otros utilitaristas como Rawls, a razones de

    diferente raigambre filosfica en uno y otro nivel.

    Dice Malamud que para Carlos Nino, la justificacin del castigo

    yace en que, en un primer nivel, la prctica general debe

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    resultar un medio eficaz para disuadir a potenciales agentes

    de realizar aquella conducta que motiva la condena. En cuanto

    al criterio de adjudicacin es correcto afirmar que ha asumido

    (o consentido)el castigo que le imponemos.

    El contrasentido de este doble proceso evaluativo es que,

    cuanto menor sea el nmero de agentes condenados, menor

    ser el efecto intimidatorio del castigo hasta el punto en el

    cual el castigo de alguien que podr haber cometido un delito

    y aceptado la penaigualmente desautorice la prctica porque

    su castigo ha pasado a ser solamente un caso aislado y,

    como tal, insuficiente para disuadir a nadie. La situacin

    inversa tambin es relevante. En este segundo supuesto los

    jueces castigarn conforme a la utilidad general del castigo

    para el caso concreto, para lo cual dejarn de lado toda

    restriccin deontolgica originada en el primer supuesto. De

    esta manera, Nino no logra que el castigo satisfaga las

    exigencias disuasivas que demandan los utilitaristas ni el

    respeto por la dignidad del individuo que exigen los kantianos.

    El clculo utilitarista estar siempre presente en detrimento

    de la dignidad del individuo o, al revs, la dignidad del individuo

    impedir que las condenas sean justificables por su utilidad.

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    La huida frente a las penas

    Carlos Santiago Nino

    Un artculo sumamente interesante publicado recientemente

    por Edgardo Donna (1), en el que objeta algunas

    conclusiones de la llamada Criminologa Crtica, me llev a

    leer el libro de Eugenio Zaffaroni En busca de las penas

    perdidas(2).A pesar de que disiento con la metodologa y

    con muchas de las tesis de este libro, creo que la seriedad

    y el prestigio de su autor, como as tambin el carcter

    provocativo de las posiciones que defiende, merecen un

    debate terico (cosa que no es fcil de motivar en el mbito

    penal de nuestro pas, como lo experiment con mis propios

    trabajos en ese campo).

    El profesor Zaffaroni expone la posicin que llama realismo

    jurdico-penal marginal, que parte de la deslegitimacindel

    sistema penal vigente, sobre todo en los pases

    subdesarrollados (que pertenecen a lo que l llama

    margen). La causa fundamental de la deslegitimacin de

    tales sistemas estara dada por el hecho de que ellos

    irremisiblemente provocan ms violencia que la que

    previenen, principalmente a travs de los abusos represivos,

    prisiones preventivas que se convierten en penas, accidentes

    de trnsito y abortos que el sistema no impide, etctera.

    Frente a ello, el abolicionismo se presentara como una

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    a las penas

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    alternativa atractiva; sin embargo, ella resulta utpica dada

    la realidad actual de los pases marginales. Segn Zaffaroni,

    ms razonable sera optar por un principio de reaccin penal

    mnima, que trate de minimizar a la violencia generada por

    el mismo sistema penal.

    La posicin de Eugenio Zaffaroni depende, en mi opinin, de

    premisas que corresponden a estas categoras: (I) una

    descripcin del funcionamiento del sistema penal; (II) una

    valoracin de los resultados de la descripcin anterior de

    acuerdo a ciertos principios de moralidad social; (III) una

    explicacin de por qu la valoracin moral anterior no es

    generalmente reconocida; (IV) una postulacin de cul sera

    la situacin ptima en la que se materializara la valoracin

    referida en II -superada la falta dereconocimiento que se

    menciona en III-; (V) una postulacin de una situacin ideal

    segunda mejor si la situacin ptima mencionada en IV no

    es materializable; (VI) una prescripcin de medios para

    alcanzar el estado de cosas referido en V. -como segundo

    mejor-. Veamos sucesivamente estos pasos.

    I. La descripcin del sistema penal

    La descripcin del funcionamiento del sistema penal que hace

    el Profesor Zaffaroni contiene algunos aspectos obviamente

    correctos, y en verdad constituye un notable mrito del autor

    enfatizar esos aspectos que son generalmente ignorados por

    la mayora de jueces y juristas.

    La violencia que genera el estado en algunos pases como

    el nuestro a travs de abusos de sus fuerzas de seguridad

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    -muertes y lesiones en situaciones no claramente justificadas,

    apremios ilegales, detenciones arbitrarias, regmenes de

    arresto indignos, intimidaciones, etctera- debe ser motivo

    de preocupacin profunda para toda persona honestamente

    comprometida con la preservacin de los derechos humanos.

    Lo mismo ocurre con aspectos aberrantes de nuestro

    procedimiento penal, como las prisiones preventivas que se

    convierten en verdaderas penas a presuntos inocentes,

    gracias a procedimientos de excarcelacin extremadamente

    rgidos, un proceso judicial atrabiliario en cuanto a su lentitud,

    burocratismo y opacidad, y un rgimen de detencin que

    pervierte gravemente los fines aseguradores de la prisin

    preventiva de los procesados. La calamitosa deficiencia de

    nuestros procedimientos penales -sobre todo en el orden

    nacional- generan considerable grado de riesgo de que las

    sanciones dispuestas como consecuencia de l recaigan sobre

    individuos inocentes. Esto se agrava por la inexistencia de un

    servicio realmente eficaz de defensa jurdica gratuita, lo que

    coloca en situaciones de gran vulnerabilidad a los individuos

    de pocos recursos El procedimiento penal incluye un factor

    de considerable arbitrariedad al no permitir una poltica de

    persecucin penal selectiva racionalmente justificada, a travs

    del ejercicio del principio de oportunidad, y promoviendo que

    haya, en consecuencia, una seleccin de hecho, encubierta

    y, por lo tanto, discrecional. Esta discrecionalidad, como otras

    permitidas por un procedimiento penal formalista y sigiloso,

    da lugar a sospechas de corrupcin y parcialidad en el

    funcionamiento de la justicia penal. La legislacin penal de

    fondo es tambin sumamente objetable en cuanto contiene

    normas que responden a una concepcin perfeccionista

    -como las que reprimen el mero consumo de drogas o el

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    adulterio- o incluyen penas absolutamente draconianas en

    relacin a las necesidades de prevencin. Por ltimo, la

    situacin carcelaria es verdaderamente dramtica: dado el

    hacinamiento y otras carencias materiales, malos tratos,

    discriminaciones, corrupcin sexual, abusos de drogas,

    etctera, es obvio que las crceles de la Argentina, y de

    muchos otros pases de la regin se han convertido en un

    factor de gran poder crimingeno.

    Pero esta descripcin sucinta de las aberraciones ms obvias

    de nuestro sistema penal es gravemente insuficiente si no se

    la coloca en un contexto socio-econmico. No hay que recurrir

    a sofisticadas hiptesis de ndole sociolgica o psico-

    sociolgica para advertir que la abismal desigualdad de

    ingresos, y por lo tanto de oportunidades de educacin, de

    trabajo satisfactorio, de condiciones de vida dignas, que

    caracteriza a nuestros pases y que, sin duda, se han agravado

    en los ltimos tiempos, hace que los sectores ms pobres

    sean ms proclives a la comisin de una variedad de delitos,

    los expone con ms probabilidad a ser tambin objeto de

    sospechas por delitos no cometidos, los hace ms vulnerables

    frente a la actuacin arbitraria de las fuerzas de seguridad y

    ms indefensos frente al funcionamiento del sistema penal

    -que es, indudablemente, ms severo e inflexible con los delitos

    generalmente cometidos por ese sector social-, los convierte

    en las peores vctimas del rgimen carcelario, etctera. Si

    bien sera importante contar con datos estadsticos para

    corroborar esta vulnerabilidad de los sectores menos

    favorecidos socialmente al sistema penal, hay evidencias de

    sentido comn de que ello es as (basta observar en los pasillos

    de los tribunales penales la fisonoma de quienes son llevados

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    esposados: la mayora son hombres jvenes de tez y cabello

    oscuros y pobremente vestidos).

    En cambio, no parece tan claro por qu el Profesor Zaffaroni

    incluye a las muertes provocadas por accidentes de trnsito

    (pg. 127) y a los abortos (pg. 128) entre la violencia

    generada por el sistema penal. Es obvio que estos no son

    daos que el sistema penal produce positivamente. Se podra

    decir que los produce por omisin, ya que no es

    suficientemente eficaz para impedirlos. Pero si Zaffaroni

    suscribiera esta tesis -como yo lo hago en el caso de los

    accidentes de trnsito, aunque no del aborto- l contradira

    su presupuesto, que enseguida veremos, de que el sistema

    penal carece en forma inherente e insuperable de toda eficacia

    preventiva. En lo que hace al aborto es sorprendente que el

    Profesor Zaffaroni tome partido sin fundamentarlo aqu sobre

    una cuestin tan controvertible y compleja: muchos no

    aceptarn que los abortos son males generados por el sistema

    penal, ya que asumen que los abortos no constituyen en s

    mismos daos para ninguna persona moral. Yo mismo pienso

    que slo en los casos en que el feto tiene un desarrollo

    considerable el aborto es un mal, pero an as no siempre la

    madre tiene la obligacin moral de abstenerse de producirlo,

    y an cuando tenga tal obligacin difcilmente pueda

    justificarse que el sistema penal procure hacerla efectiva (3).

    Dejando de lado este aspecto poco claro de la descripcin de

    Zaffaroni, creo que ella es, en general, correcta, aunque no

    est apoyada en datos empricos o en fuentes verificables.

    Me parece que no se puede exigir siempre corroboraciones

    minuciosas cuando se trata de hechos notorios, que sin

    embargo son ignorados, y hasta la referencia a ellos

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    a las penas

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    considerada de mal tono, en la mayora de los desarrollos

    tericos para los que tales hechos son relevantes. En cambio,

    me parece menos til el recurso que a veces hace el texto

    comentado a metforas excesivas o al significado emotivo

    de ciertas expresiones, como cuando llama jaulas a las

    prisiones (pg. 139), secuestros a las penas privativas de

    la libertad (pg. 26), prisioneros de la poltica a los

    condenados a penas privativas de la libertad por la comisin

    de delitos (pg. 239), o hablar de que es meridianamente

    claro que quien quiere hacerse el tonto es porque busca cmo

    ubicarse en los cien millones de procnsules o esbirros de

    los proyectos tecno-apocalpticos (pg. 126). Toda analoga

    tiene alguna ventaja en trminos de asociacin de ideas y el

    empleo del lenguaje emotivo permite propagar los

    sentimientos (4), pero el exceso de expresiones pictricas y

    emotivas resiente la posibilidad de hacer distinciones y

    precisiones; ello termina debilitando el poder explicatorio y

    predictivo del discurso terico riguroso, de lo que en Amrica

    Latina no podemos prescindir so pena de profundizar nuestra

    situacin vulnerable.

    Sin embargo, el problema principal que advierto respecto de

    este tramo del razonamiento del Profesor Zaffaroni es que,

    cuando los males anteriores generados por nuestro sistema

    penal lo llevan a la conclusin a que ste es irredimible, se

    est suponiendo, primero, que tales males no pueden ser de

    ningn modo evitados o atenuados, y que, segundo, el sistema

    no tiene una capacidad para prevenir otros males, de modo

    que, si los anteriores se atenuaran, esa capacidad podra

    legitimar al sistema. Este es un punto crucial porque no puede

    proponerse como punto ideal la abolicin del sistema penal y

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    como solucin intermedia realista su minimizacin si no se

    hace un examen minucioso y aqu s apoyado por amplias

    pruebas empricas sobre la imposibilidad de sanear tal sistema

    y sobre su eficacia preventiva.

    Ese examen y las corroboraciones correspondientes son

    necesarios porque en este caso las impresiones de sentido

    comn parecen ir en direccin contraria a lo que el autor

    asume: creo que muchos de nosotros percibimos que la

    amenaza de pena es efectiva en muchos casos para prevenir

    la comisin de actos daosos (sin ir ms lejos, pensemos,

    por ejemplo, cmo se han limpiado ltimamente las calles

    de Buenos Aires de autos mal estacionados ante la amenaza

    combinada de la gra y el cepo). Me parece que muchos

    de nosotros no estaramos muy tranquilos si se indultara,

    por ejemplo, a todos quienes cometieran homicidios,

    tormentos, secuestros, atentados, violaciones, y se anunciara

    que en el futuro no se aplicar por esos hechos ninguna

    medida coercitiva y se permitir que sus autores sigan

    desarrollando su vida normal. Por cierto que puede discutirse

    qu clases de actos las penas pueden y deben prevenir, pero

    parece no caber dudas de que algunos actos deben y pueden

    ser disuadidos mediante algn tipo de penas por actos

    similares. Por ejemplo, no creo que el Profesor Zaffaroni se

    oponga a que los responsables del terrorismo de estado

    durante la ltima dictadura militar hayan sido objeto de

    sanciones penales. Dado que coincidimos en los argumentos

    en contra del retributivismo, supongo que si el autor avalara

    esa punicin lo hara porque supone que ella tiene algn

    poder preventivo de situaciones similares que podran

    producirse en el futuro. Una vez que se admite la eficacia del

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    Pg. 24

    sistema penal para prevenir ciertos daos, debe extenderse

    la misma conclusin a casos similares. Y una vez que se

    acepta que hay algunos efectos socialmente beneficiosos

    de la existencia de un sistema penal, debe demostrarse

    que esos efectos beneficiosos no permiten legitimar al

    sistema si es que sus consecuencias deletreas fueran

    contenidas o atenuadas.

    En especial, pareciera que habra que recurrir al sistema

    penal para prevenir muchos de los daos que Zaffaroni

    adscribe correctamente al mismo sistema penal: no se ve

    cmo podran ser prevenidos los abusos policiales, los malos

    tratos en lugares de detencin, la corrupcin judicial y, por

    supuesto, los accidentes de trnsito (a los que Zaffaroni

    agregara los abortos) sin algn recurso a medidas coactivas.

    Por cierto que esto de ningn modo excluye la posibilidad de

    que las actuales penas, sobre todo las privativas de la libertad,

    puedan reemplazarse por otras, con igual o aun mayor

    eficacia preventiva y con menos efectos deletreos, y que

    aun medidas no estrictamente punitivas, aunque

    probablemente con algn componente coercitivo, puedansustituir a las sanciones penales. Todo ello debe ser objeto

    de un examen minucioso, con casos comparados, datos

    estadsticos, hiptesis sociolgicas y psicolgicas en mano,

    para poder extraer conclusiones pertinentes. El movimiento

    llamado abolicionista ha hecho aportes sumamente valiosos

    al dirigir la reflexin crtica hacia esas posibilidades, aunque

    a veces su lenguaje parece ir ms all del contenido

    reformador de sus propuestas concretas (5).

    En suma, el Profesor Zaffaroni tiene razn cuando seala los

    gravsimos males que surgen del sistema penal vigente. Sin

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    Pg. 25

    embargo, para llegar a las conclusiones normativas a las

    que llega -la abolicin como ideal y la minimizacin como

    meta inmediata realizable del sistema penal- necesitara

    adems demostrar que los males del sistema penal no pueden

    ser evitados o contenidos y que ese sistema no produce ningn

    efecto beneficioso que deba ser tomado en cuenta antes de

    llegar a conclusiones normativas y adoptar cursos de accin.

    Sin esa demostracin la propuesta que se nos hace es la de

    dar un salto al vaco, y ella simplemente resulta inocua por el

    hecho de que no hay muchos que estn dispuestos a darlo.

    II. Presupuestos valorativos

    Tambin me parecen prima facie plausibles las posiciones

    que adopta el Profesor Zaffaroni en materia de principios de

    moralidad social justificatorios de instituciones y acciones.

    Comparto su sensibilidad por la desigualdad y la explotacin

    y coincido con su visin crtica de los arreglos sociales, que

    exige que ellos sean justificables a la luz de algo ms que las

    meras convenciones o tradiciones de una cierta comunidad.

    Sin embargo, echo de menos en la obra que estoycomentando una articulacin mayor de los principios de

    justicia que el autor asume y lo lleva atomar las posiciones

    crticas que adopta. Qu concepcin de la igualdad

    presupone? Una que est ms cerca de la idea de no

    explotacin, u otra cercana a la de parificacin? Cul es la

    concepcin de los intereses relevantes y de los titulares de

    tales intereses? En especial cul es la posicin del autor

    respecto de la postulacin de personas morales

    supraindividuales, como el proletariado, la sociedad, el pueblo,

    y de la adscripcin de intereses a esas supuestas personas,

    en contraste con los de los individuos de carne y hueso?

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    En el tema especfico de la pena cree el Profesor Zaffaroni

    que si ella tuviera una capacidad preventiva y se pudieran

    eliminar o atenuar sus efectos deletreos estara justificada,

    o que bajo ninguna circunstancia ella es legtima? Si la

    respuesta a la pregunta anterior fuera positiva, cmo

    resolvera este autor el problema de la distribucin, o sea el

    hecho de que los individuos a los que la pena beneficiara

    son diferentes de los que se ven perjudicados por ella, sin

    que se pueda acudir -en esto coincidimos- a la retribucin

    para justificarlo? Adems de descalificar a mi posicin, como

    enseguida veremos, como neocontractualista, cules son

    exactamente sus argumentos de fondo, ms all del que

    inmediatamente analizaremos, para no considerar relevante

    el consentimiento de los sujetos penados?

    Cuando se hacen explcitos principios uno est obligado a

    aplicarlos coherentemente a situaciones que tal vez quisiera

    tratar intuitivamente en forma diferente. Vuelvo aqu a casos

    respecto de los que intuyo que coincidiramos con el Profesor

    Zaffaroni sobre la justicia y conveniencia de algunas penas

    -el terrorismo de estado (yo agregara tambin el otro

    terrorismo), las torturas, los actos de corrupcin de los

    funcionarios pblicos, las grandes defraudaciones, las

    violaciones, los delitos de los que son vctimas la gente ms

    desvalida (a veces por obra de otra gente desvalida), las

    muertes y lesiones provocadas por imprudencia en el

    trnsito- y me pregunto cmo distinguimos estos casos de

    otros que son anlogos salvo por provocar reacciones

    emotivas diferentes, que no pueden ser fcilmente tenidas

    en cuenta en un sistema penal que respete los principios

    de legalidad y generalidad.

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    A veces la obra que comento descalifica diferentes

    concepciones de moralidad social con poco ms que un

    encasillamiento bajo algn rtulo terminado en ista. Por

    ejemplo, la posicin de H. L.A. Hart sobre la pena y de la

    que yo trato de exponer en Los lmites de la responsabilidad

    penal(6)son descalificados como neocontractualistas (pg.

    85). No veo por qu la tesis de Hart de justificar la pena

    sobre la base de una maximizacin de la libertad de eleccin

    debera ser considerada como contractualista (con o sin el

    neo): no siempre quien valore la libertad de eleccin (como

    creo que lo hace el mismo Zaffaroni y por eso le preocupa

    qu poco gozan de ella ciertos sectores sociales) es

    automticamente un contractualista. Yo podra ser un mejor

    candidato para ese rtulo, ya que intento justificar la pena

    que sea un medio eficaz de proteccin social sobre la base

    del consentimientode la persona sobre quien recae la pena

    (lo que implica tomar en cuenta una dimensin distributiva

    totalmente ausente en el enfoque de Hart); sin embargo,

    yo no me aplicara a m ese mismo rtulo porque no

    fundamento la validez de los principiosjustificadores de la

    pena o de otras instituciones sociales sobre la base del

    consentimiento real o hipottico de los individuos

    concernidos, que es lo que distingue a una posicin

    contractualista (como la de Rawls en la actualidad).

    Contractualista o no, lo cierto es que me cabe el sayo de la

    crtica que Zaffaroni atribuye a Marat de que en una sociedad

    injusta la pena retributiva queda deslegitimada (pg. 86 y

    nota 14). Como yo no defiendo una pena retributiva, traducira

    la crtica de esta forma: si no hay una relativa igualdad en

    las posibilidades de eleccin de los individuos, no se puede

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    otorgar validez a su consentimiento de asumir una cierta

    responsabilidad penal, con el objeto de justificar que se le

    imponga a l una pena socialmente til. He tratado

    largamente este problema en mi libro: Etica y Derechos

    Humanos (7) cuando defend en contra del determinismo

    normativo el principio de dignidad de la persona, que permite

    tomar en cuenta las decisiones y actos voluntarios de los

    individuos como antecedentes vlidos de consecuencias

    normativas, tales como obligaciones o penas. Sostuve, en

    efecto, que las excusas o vicios de la voluntad no suponen

    meramente que la voluntad de un individuo est determinada

    por algn factor causal (ya que siempre lo est) sino por

    algn factor causal que afecte desigualmente a ciertos

    individuos y no a otros. Creo, por lo tanto, que si la decisin

    de un individuo de cometer un delito est determinada por

    graves apremios que no sufren otros individuos de la

    sociedad, no es posible acudir a su consentimiento para

    justificar la imposicin de una pena, aunque sta sea

    socialmente til. Pero aqu se necesita cautela, porque lo

    mismo se aplicara al consentimiento del individuo prestado

    para celebrar un contrato o para contraer matrimonio o para

    participar de la eleccin de autoridades. El desconocimiento

    de la capacidad para decidir y tomar decisiones de ciertos

    individuos, que debe extenderse coherentemente a los

    distintos mbitos donde l pueda ser relevante, conduce a

    considerar el individuo en cuestin como un objeto de

    manipulacin con fines benficos, en todo caso, y no como

    una fuente de decisiones autnomas. La defensa de mbitos

    estructurales en la sociedad que lleven a una distribucin

    ms equitativa de recursos, neutralizando as el impacto

    desigual que ciertos factores causales tienen sobre

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    determinados individuos, no debe llevar, por lo tanto, a la

    descalificacin automtica de los actos de voluntad ejercidos

    en las condiciones sociales presentes; slo en casos extremos

    de apremios debidos a una incidencia sumamente desigual

    de factores causales es plausible descalificar a individuos

    como generadores de decisiones vinculantes.

    Otro aspecto valorativo que queda oscuro en la exposicin

    de la obra que comento es el de la legitimidad del proceso

    democrtico. Al fin y al cabo, los sistemas penales en la mayor

    parte de los pases de nuestro margen estn avalados por

    decisiones tomadas a travs de procesos democrticos, por

    ms que sean procesos que an son considerablemente

    imperfectos. La deslegitimacin del sistema penal parece

    presuponer la falta de legitimidad del proceso que ha generado

    las respectivas normas penales y la designacin de los jueces

    y funcionarios encargados de aplicarlas. Si se presupusiera,

    en cambio, que ese proceso es moralmente legtimo, ello

    dara una razn para una aplicacin leal de las normas en

    cuestin, tratando obviamente de minimizar sus violaciones,

    por ms que se propusieran cambios normativos radicales a

    travs del mismo proceso democrtico. No est claro si el

    Profesor Zaffaroni cree que las imperfecciones del sistema

    democrtico sobrepasan el umbral antes del cual se puede

    sostener que ste es ms legtimo que cualquier otro

    procedimiento alternativo de decisin, por lo que el

    perfeccionamiento del sistema debe hacerse a travs del

    mismo sistema. Por cierto que esto es aplicable no solo a

    posibles movimientos de intervencin o agitacin

    extraconstitucional, sino a la misma actividad judicial, ya que

    el origen no directamente democrtico de los jueces no los

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    convierte en los canales ms aptos para producir cambios

    en contra de lo dispuesto por las leyes de origen

    democrtico, si este origen conserva las condiciones

    mnimas que le dan legitimidad.

    III . Velos conceptuales

    Respecto del punto de los esquemas tericos que impiden el

    reconocimiento de la situacin fctica y de los problemas

    valorativos mencionados en los dos puntos anteriores aqu

    tambin Zaffaroni tiene cosas interesantes para decir.

    En este punto advierto un acercamiento a posiciones crticas

    sobre la dogmtica jurdica, que he intentado promover desde

    hace tiempo (8). En efecto, siempre he sostenido que el

    ocultamiento que hace la dogmtica de toma de posiciones

    valorativas bajo el ropaje de tcnicas aparentemente neutras,

    como el anlisis conceptual, la apelacin al legislador racional,

    la induccin jurdica, las teoras generales del derecho, etc.,

    impiden la deliberacin crtica y el control democrtico de las

    decisiones que se toman bajo la gua de la dogmtica, como

    ocurre a travs de la administracin de justicia.

    En esto difiero del enfoque sobre la dogmtica que adopta

    Donna en sus observaciones sobre la Criminologa Crtica, a

    pesar de que, como se ve, comparto en buena medida tales

    observaciones: las garantas cuya preservacin l propugna

    son las del Derecho Penal liberal, que trascienden a la

    dogmtica por ms que sean tambin avaladas por ella. En

    el mundo anglosajn no hay ningn desarrollo dogmtico y

    sin embargo se es muy escrupuloso, en general, en la

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    preservacin de las garantas que preocupan a Donna (9). Al

    contrario, creo que la dogmtica pone en peligro el principio

    de legalidad, cuando hace aparecer como contenidas en la

    legislacin y relevadas por el anlisis conceptual, lo que es,

    en realidad, el resultado de postulaciones valorativas de los

    juristas que proponen tales soluciones, no controladas por la

    discusin abierta y democrtica. Por otra parte, hace mucho

    que me he preocupado en resaltar (10) lo que comparte

    ahora el Profesor Zaffaroni, que la progresiva subjetivizacin

    de lo injusto en la que est incurriendo la dogmtica atenta

    gravemente contra el principio liberal de intersubjetividad

    del Derecho Penal.

    Sin embargo, creo que el Profesor Zaffaroni no va lo

    suficientemente lejos en su crtica del aparato metodolgico

    encubridor empleado por la dogmtica jurdica. Esto se

    manifiesta especialmente en su continua adhesin (ver pgs.

    193 y ss.) a la postulacin de Welzel y de otros autores

    alemanes de estructuras lgico-objetivas o estructuras

    nticas que la dogmtica tendra por misin descubrir. La

    postulacin de una supuesta dimensin de la realidad que noes emprica -y por lo tanto no est sujeta al acceso igualitario

    a travs de la experiencia sensible-, es una forma de hacer

    pasar opciones valorativas como si fueran percepciones de

    una realidad trascendente a la que solo algunos pueden

    acceder, evitando de ese modo la discusin crtica a la que

    debe ser sometida toda postulacin axiolgica (11) no hay

    nada ms democrtico que nuestros sentidos y nada ms

    elitista que la apelacin a una metafsica no empirista!.

    No obstante, Zaffaroni, toma una distancia significativa de la

    dogmtica, al coincidir (pg. 253) con la posicin que defend

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    en Los lmites de la responsabilidad penal(12) en el sentido

    de que la llamada definicin de delito no es una verdadera

    definicin conceptual sino un conjunto de principios valorativos

    sobre las condiciones exigibles al legislador o a un juez para

    prescribir o aplicar penas. Esto le resta a la concepcin de

    las estructuras lgico-objetivas su principal foco de aplicacin,

    ya que excluye que los elementos del delito sean el resultado

    de una configuracin estructural, u ntica de la realidad.

    Fuera de su crtica algo tibia del discurso de la dogmtica

    jurdica, la obra que comento adopta la descalificacin general

    del discurso jurdico promovida por la llamada escuela crtica

    del derecho, inspirada sobre todo en el pensamiento de

    Foucault acerca de la dependencia del saber respecto del

    poder. Aunque ste no es el lugar para hacerle debida justicia

    a una escuela defendida por estudiosos sumamente serios,

    debo decir que siempre me impresion el tono de sospecha

    y revelacin de cuestiones relativamente obvias que campea

    en algunos de estos anlisis: por cierto que el Derecho es un

    discurso de poder y de dominacin; lo que hay que discutir es

    bajo qu condiciones ese poder est justificado y por lo tanto

    cules son los lmites a ese poder (cosa que la filosofa poltica

    ha venido haciendo desde sus orgenes). Creo no equivocarme

    al sostener que esta escuela es insuficientemente crtica de

    los principios de moralidad social de los que debe partirse

    para enjuiciar las instituciones sociales -asumindolos como

    obvios-, centrando, en cambio, su atencin en un permanente

    descubrimiento de supuestos aspectos ocultos de tales

    instituciones, asumiendo que basta sacarlos a la luz para

    que su intrnseca maldad en funcin de tales principios

    indiscutibles se ponga de manifiesto. Generalmente ocurre

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    que lo que se presenta como una singular revelacin es

    bastante evidente, y que, en cambio, lo es menos, cules

    son los principios generales que respaldan la condena de lo

    que se revela, sin incurrir en otras consecuencias

    inaceptables. Por otra parte, este tipo de enfoque se hace

    pasible de las crticas corrientes que se dirigen a posiciones

    relativistas y deterministas, las que no pueden explicar cmo

    sus propios presupuestos valorativos estn exentos de la

    relativizacin y la determinacin con que descalifican a todos

    los dems.

    IV. Utopas

    La obra que comentamos parte de la base de que el

    abolicionismo, o sea, la desaparicin lisa y llana del sistema

    penal, es el ideal al que se debe intentar llegar, por ms que

    haya obstculos considerables para su concrecin inmediata

    (pg. 110 y ss.).

    Frente a la objecin obvia sobre la indefensin en que se

    dejara a la sociedad -e incluso ms an a sus sectores ms

    dbiles- sin ningn recurso a instrumentos coercitivos,

    objecin que reconoce la observacin de sentido comn que

    comentamos antes de que la pena tiene alguna eficacia

    preventiva, el Profesor Zaffaroni apela a los cambios que

    deberan producirse en la misma sociedad (pg. 110). Aqu

    est obviamente presente la imagen que ha alimentado a

    tantas utopas de una comunidad fraternal de hombres y

    mujeres, movidos por impulsos altruistas, en la que o bien

    est ausente todo conflicto de intereses o ellos se resuelven

    por la mera persuasin o por la comunin de sentimientos.

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    El problema de esta imagen no es que sea utpica, ya que

    toda concepcin de filosofa poltica descansa en una cierta

    utopa, o sea, en una visin de una situacin ideal que no

    puede ser plenamente materializada. El problema es que se

    trata de una utopa ilegtima, ya que no nos permite graduar

    a diferentes conformaciones sociales por su mayor o menor

    acercamiento al ideal -que es la funcin que una utopa vlida

    debe cumplir-. En efecto, los grupos comunitarios que parecen

    acercarse ms a este ideal, como las comunidades cerradas

    o tribales, se alejan en otros aspectos sumamente relevantes,

    como es el desconocimiento de lo que Rawls llama el hecho

    del pluralismo y la falta de respeto por la autonoma personal,

    que conlleva la posibilidad de eleccin de ideales de vida

    divergentes y a veces conflictivos. Tan pronto se respeta ese

    pluralismo y esa autonoma, surge la posibilidad de conflictos

    profundos, que muchas veces slo pueden resolverse por

    la intervencin coactiva de alguien -sea de uno de los que

    estn en conflicto o de una agencia pretendidamente

    independiente-.

    Esto ocurre no solo porque alguien puede valorar ms su

    concepcin del bien que el procedimiento colectivo de toma

    de decisiones que ha arrojado una que violenta esa

    concepcin del bien, sino tambin porque alguien puede diferir

    con el resto acerca de cul es el procedimiento preferible de

    toma de decisiones y no hay otro procedimiento superior de

    toma de decisiones para dirimir la controversia. Alguien que

    sea profundamente religioso puede considerar que la

    salvacin de las almas de l mismo y todos los dems tiene

    una urgencia que supera el valor de la tolerancia de las

    decisiones de individuos que han tomado una senda que los

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    lleva a la perdicin y an de la decisin democrtica que por

    ejemplo ha decidido que cada uno cuide de su propia alma,

    -pero no de la de los dems-, esto lo puede llevar por ejemplo

    a romper una vidriera para destruir la foto de un desnudo

    femenino que se exhibe en ella (y que segn nuestro amigo

    est corrompiendo las almas de sus semejantes). Qu se

    hara con un individuo as en la utopa que entrev el Profesor

    Zaffaroni? O es que tal individuo no existira porque todos

    percibiran la verdad?

    V. Lo segundo m ejor

    El Profesor Zaffaroni recomienda no tratar de alcanzar de

    inmediato la utopa abolicionista, no -como dice Ferrajoli-

    porque ello conllevara el riesgo de venganzas privadas, sino

    porque acarreara el riesgo de que se recurra a medios an

    ms violentos que la pena para disciplinar a la sociedad.

    Por lo tanto, el autor recomienda adoptar la tctica de la

    intervencin penal mnima (pgs. 180 y ss.) tratando de

    reducir la violencia del sistema penal.

    Sin embargo, cuando debe optarse por una solucin de

    segundo mejor no siempre es tal la que se aproxima ms a

    la solucin considerada ptima. La invalidez del presupuesto

    de la aproximacin ha sido demostrada por la teora

    econmica de lo segundo mejor; como dicen Lipsey y

    Lancaster: no es verdad que una situacin en la que ms,

    pero no todas, de las condiciones ptimas estn satisfechas

    es necesariamente, o an probablemente, mejor que una

    situacin en que menos de esas condiciones se satisfacen

    ... (13). Segn Jon Elster (14) cuando los dems no realizan

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    lo que sera deseable en la situacin ptima puede ser

    totalmente contraproducente actuar como habra que hacerlo

    en esa situacin si todos actuaran de igual modo. A sus

    ejemplos de que un poquito de socialismo o un poquito de

    racionalidad pueden ser peligrosos, en un contexto capitalista

    o irracional, yo agregara que un poquito de abolicionismo

    (an suponiendo que ste sea bueno en un mundo ideal), en

    la forma de intervencin penal mnima, puede ser sumamente

    riesgoso en un marco de considerable violencia.

    La presentacin que estamos considerando no parece hacer

    lugar para el hecho de que uno de los factores ms relevantes

    que determinan la debilidad de una sociedad como la

    argentina es una anomia generalizada que afecta a todos los

    sectores sociales, y que se manifiesta en los abusos y

    corrupciones de los gobiernos, la evasin impositiva, las

    defraudaciones de diferentes grupos econmicos, la violencia

    poltica, el caos del trnsito urbano y carretero. Esa anomia

    genera obviamente gravsimos problemas de coordinacin

    del comportamiento colectivo con resultados autofrustrantes

    para todos los intervinientes. Los problemas de coordinacin

    del tipo del dilema de los prisioneros no se pueden resolver

    por iniciativa ni por buena voluntad individual sino que

    requieren a veces de una intervencin externa an coactiva.

    No es aventurado pensar que es la mayor capacidad para

    cooperar gracias a la coordinacin del comportamiento

    colectivo obtenido a travs de la observancia de normas

    sociales -observancia apoyada en un aparato coactivo

    aceptablemente justo y eficaz- lo que ha hecho menos

    vulnerables a otras sociedades frente a la rapacidad de

    agentes internos y externos.

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    VI. Medios

    En cuanto a los medios para actuar en condiciones no ideales,

    el Profesor Zaffaroni formula una serie de principios (pgs

    246 y ss.) que pareceran aceptables si estuvieran dirigidos a

    hacer ms justo y eficiente el sistema penal en lugar de

    simplemente minimizarlo (tal vez se puede demostrar que la

    nica manera de hacerlo ms justo y eficiente es precisamente

    minimizndolo, pero esto debera ser motivo de una

    demostracin y no de una mera postulacin).

    En lugar de una mnima intervencin penal, parece

    conveniente propugnar la reforma de la legislacin penal de

    fondo para que ella se dirija a reprimir slo a aquellos actos

    que afectan grave e injustificadamente intereses de terceros;

    la adopcin de otras alternativas penales menos cruentas

    que las penas de prisin; la urgente modificacin del

    procedimiento penal para hacerlo ms transparente,

    expeditivo y garantizador, incluyendo la introduccin de

    jurados; la racionalizacin del ejercicio de la accin penal; la

    revisin de la prisin preventiva y de sus condiciones de

    cumplimiento; la reforma de los mecanismos que deberan

    permitir un mayor control de las fuerzas de seguridad,

    incluyendo el recurso a sanciones penales efectivas; la revisin

    profunda del sistema carcelario, con un control democrtico

    eficaz (por ejemplo, introduciendo un ombudsmancarcelario

    que informe permanentemente al Parlamento sobre las

    condiciones de las prisiones). Claro est que todas estas

    medidas sern seguramente rechazadas por responder a un

    reformismo burgus que, junto con otras modificaciones de

    la estructura socio-econmica, slo hicieron que pases que

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    a las penas

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    hasta hace poco tiempo eran generadores de masas de

    emigrantes se hayan transformado en centros de atraccin

    de grandes caudales inmigratorios y estn experimentando

    uno de los ms amplios experimentos asociativos de la

    historia. Sin embargo, estas propuestas de reforma

    preocupan mucho ms a los defensores del statu quoque

    los alegatos maximalistas que presuponen que si no se

    cambia la naturaleza humana los dems cambios no tengan

    valor alguno.

    Desde el punto de vista de los principios para regular la

    responsabilidad penal el Profesor Zaffaroni acepta (pgs. 257 y

    ss.) aquellos normalmente avalados por la dogmtica penal -en

    lo que va menos lejos que mi propuesta de reformulacin de

    esos principios, salvo en lo que hace a la subjetivizacin del

    injusto (pg. 257) y al principio de culpabilidad (pg. 265)-.

    Aqu parece coincidir parcialmente con la crtica que dirig en

    Los limites de la responsabilidad penal(15) a la incorporacin

    de elementos subjetivos a la antijuridicidad y a las causas de

    justificacin y a la teora normativa que identifica culpabilidad

    con reprochabilidad, sobre la base de que lo primero implicadirectamente una posicin perfeccionista al incluir

    manifestaciones del carcter de los individuos en las

    situaciones que el derecho procura prevenir y que lo segundo

    hace lo mismo indirectamente al recurrir a un juicio tico

    sobre la calidad del carcter moral del agente (16).

    En lugar del principio de culpabilidad el Profesor Zaffaroni

    propone un denominado principio de vulnerabilidad, que

    toma en cuenta la contribucin que ha hecho el sujeto, vis a

    visla influencia de otros factores del contexto, para colocarse

    en una situacin de riesgo de seleccin por parte del sistema

    Nino C. S.La huida frentea las penas

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    penal. No creo que, una vez que despojamos el panorama

    de las descripciones pictricas a las que se recurre para

    explicar este principio, l agregue mucho ms a las viejas

    ideas de voluntariedad y libertad. En definitiva, como dije,

    creo que la cuestin depende de si la determinacin de la

    que seguramente fue objeto el comportamiento del agente

    se debe a factores que estn ms o menos igualmente

    distribuidos en el medio social relevante.

    NOTA DEL AUTOR

    Espero haber mostrado por qu me parecen discutibles los

    diversos tramos del razonamiento de la obra analizada: creo

    que el pensamiento crtico sobre el sistema penal requiere a

    la vez una revisin ms audaz de los presupuestos tericos y,

    en el plano prctico, propuestas ms prudentes (en el sentido

    original de la palabra que no es equivalente a timoratas sino

    que denota el uso de los instrumentos adecuados para los

    fines perseguidos) de reformas profundas de toda la legislacin

    y la prctica punitiva. Tambin espero que estas reflexiones

    crticas sobre En busca de las penas perdidas sean

    demostrativas de mi opinin sobre la importancia de esta obra,

    que la hacen merecedora de un debate atento y reflexivo, y de

    mi respeto por las notables condiciones intelectuales y la gran

    vocacin pblica de su autor.

    NOTAS

    (1) Derechos humanos, dogmtica penal y criminologa, en

    La Ley del 14 de mayo de 1991.

    (2) Buenos Aires, 1989.

    (3) Ver un desarrollo de este tema en mi Fundamentos de

    Nino C. S.La huida frente

    a las penas

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    la prctica constitucional. Buenos Aires, Astrea.

    (4) Ver en el libro de Michel Foucault Microfsica del poder.

    Madrid, 1980. p. 17, una interesante discusin sobre el uso

    de metforas en el discurso de guerra y la posicin del

    autor sobre el carcter poco riguroso do ese discurso.

    (5) Ver el anlisis que hago del abolicionismo en Los lmites

    de la responsabilidad penal. Buenos Aires, 1980, pp. 211 v

    ss. Ver, tambin, en el nmero 3 de la revista No hay Derecho,

    el interesante artculo de Alessandro Baratta, Resocializacin

    o control social.(6) Buenos Aires, 1980.

    (7) Buenos Aires, 1989.

    (8) Ver Consideraciones sobre la dogmtica jurdica. Con

    especial referencia al derecho penal. Mxico, 1974; Algunos

    modelos de ciencia jurdica, Carabobo, 1980; Los lmites

    de la responsabilidad penal, cit., Cap. I.

    (9) Ver este punto en Los lmites de la responsabilidad penal,

    cit., Cap. II.

    (10) Ver Los lmites..., cit., pp. 331 y ss.(11) Ver este punto en Los lmites.. , cit.. pp. 89 y ss.

    (12) Ver op. cit. pp. 76 y ss.

    (13) The Economic Theory of the Second Best. Review of

    Economic Studies, 24, 1956-7.

    (14) Foundations of Social Choice Theory, Cambridge, 1989,

    p. 119.

    (15) Ver pp. 49, 331, y pp. 92 y 298, respectivamente.

    (16) Ver el anlisis de estas nociones que desarrollo en Introduccin

    a la filosofa de la accin humana, Buenos Aires, 1987.

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    Vale la pena?

    Eugenio Ral Zaffaroni

    Los libros, una vez publicados, devienen hijos emancipados;

    siguen su curso autnomo de ediciones, traducciones y

    crticas. Esto sucedi tambin con En busca.... En dos aosfue editado tres veces en castellano, traducido al portugus

    y criticado desde dispares ngulos y tonos. En cuanto a las

    crticas, me resulta imposible responder a todas, en parte

    por el tiempo que demandara, pero tambin porque algunas

    -como la de Carlos Elbert en la Argentina- me plantean

    cuestiones sumamente serias, pero en las que no he

    profundizado, porque s muy bien que no tengo capacidad ni

    entrenamiento para desarrollar una teora de la sociedad ni

    una teora del estado, por ejemplo. Confieso que otras han

    despertado mi curiosidad: son las que me hacen decir lo queno pienso. Supongo que porque a sus autores les agradara

    que lo pensase para imputarme lo que afirman que pienso,

    etiquetarme y recobrar la calma colocndome en su vitrina

    entomolgica, rodeado convenientemente de antipolillas.

    Dejo a otros especialistas las curiosidades y tambin admito

    que me halagan otros planteamientos ms abarcativos, pero

    la prudencia me indica que mis limitaciones me impiden

    alcanzar su mbito, aunque reconozco su extrema

    importancia. Desde el nivel terico mucho ms modesto

    que me propuse, encuentro en Nino al crtico ms ajustado

    Zaffaroni E. R.Vale la pena?

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    al mismo, o sea, a la acotada rea del sistema penal, aunque

    -como es lgico- no se considere a este mbito aislado

    del mundo.

    Existe otra razn por la que pienso que un dilogo con Nino

    -aunque nunca nos pongamos de acuerdo, lo que, por otra

    parte, es bueno- puede resultar fructfero: Nino es un liberal

    en el mejor sentido de las palabras, que procura un derecho

    penal garantizador y, aunque los caminos sean dispares y

    hasta incompatibles, en el fondo hay una mira comn. En

    definitiva, En busca... no pretende ms que salvar al derecho

    penal liberal del violento vendaval que lo azota por parte del

    pensamiento autoritario, de la debilidad que le brinda una

    fundamentacin cientficamente falsa y de la infeccin con

    que lo contaminan los que se llaman penalistas liberales

    porque comparten slo sus errores de fundamentacin. En

    esto percibo un inters por parte de Nino que nos enrola en

    una nica empresa, aunque a veces creo que no se percata

    de algunas trampas que el autoritarismo tiende en el camino.

    Me parece ver en las presuposiciones criminolgicas de Nino

    algunas afirmaciones que ningn socilogo contemporneo

    podra compartir. En cuanto a la crtica del sistema penal en

    Amrica Latina, estimo que es demasiado estrecho el criterio

    que se limita a explicarla por la va de nuestro subdesarrollo

    y a confrontarlo con un sistema penal supuestamente no

    selectivo, no violento, no corrupto y no reproductor, que sera

    el modelo de los pases centrales. Simplemente -y eso lo

    explico claramente en el libro- nuestros sistemas penales

    son marginales, porque corresponden a sociedades ms

    estratificadas, son ms violentos, ms selectivos, ms

    corruptos, y ms reproductores, pero estas caractersticas

    Zaffaroni E. R.Vale la pena?

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    las tienen todos los ejercicios del poder punitivo. La criminologa

    liberal, la de la reaccin social e incluso, dentro de sta, la

    radical, seala esto, con argumentos de cuo funcionalista,

    interaccionista, fenomenolgico, etnometodolgico y hasta

    marxista (en diversas variantes del marxismo terico), y

    estos trabajos e investigaciones, practicados en los marcos

    tericos ms dispares, no vieron la luz aqu ni referidos a

    nuestros sistemas penales, sino que estudiaron estas

    caractersticas en los sistemas penales centrales, y sus

    autores son estadounidenses, ingleses, franceses, italianos,

    alemanes, etc.

    No es slo una cuestin de que nuestros pobres sean ms

    proclives a la comisin de ciertos delitos y ms vulnerables,

    como dice Nino. En cierto sentido esa sera una explicacin

    de la criminologa socialista de comienzos de siglo (W. Bonger,

    por ejemplo), sino tambin de que nuestros invulnerables

    son ms proclives a la comisin de ciertos delitos y ms

    invulnerables. Esto no hace ms que resaltar la

    invulnerabilidad y los otros caracteres estructurales, pero no

    los crea. El white collar crime no fue teorizado aqu, sino

    all y hace ms de medio siglo, como que se erigi en el

    argumento ms difcil de digerir por el funcionalismo

    sociolgico estadounidense.

    Con respecto al trnsito, tenemos estadsticas terribles, que

    no pueden ignorarse. Y algo parecido, aunque su

    investigacin sea ms difcil, sucede con el aborto. (En cuanto

    a este ltimo, aparte de que la vida deba protegerse desde

    la concepcin como regla de derecho positivo internacional,

    no creo que Nino ni nadie sostenga que su aumento y

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    frecuencia masiva sea recomendable). En cuanto a la

    produccin por el poder punitivo de ambos fenmenos, en

    algn momento cre, como Nino, que slo se poda imputar

    omisivamente. Pero ahora creo -e insisto- en una contribucin

    activa -causal- a la produccin de esas muertes: el sistema

    penal crea la i lusin de una solucin y, como generalmente

    sucede, la pacfica aceptacin de que el problema se resuelve

    con el sistema penal (o la no menos tranquilizante de que si

    no se resuelve es por un defecto coyuntural del sistema

    penal), cancela el problema, normaliza la situacin y, con

    ello, impide la bsqueda de soluciones efectivas: a nadie se

    le ocurre investigar cmo protegerse de la lluvia y menos

    invertir millones de dlares en esa investigacin; si se est

    mojando porque tiene un paraguas agujereado, aunque se

    moje, sabe que es por el paraguas defectuoso. Pero el aborto

    no es lluvia.

    En cuanto a lo que Nino llama metforas excesivas o

    significado emotivo, creo ser bastante sobrio y casi

    exclusivamente descriptivo, por no decir costumbrista. Soy

    altamente conservador al llamar jaulas a las prisiones. Y si

    alguien duda, lo invito a acompaarme a visitarlas a lo largo

    de la regin. En tal caso podra mostrarle datos de alguna

    capital, con el 3% de mortalidad anual en la poblacin penal

    (dato oficial). La expresin institucin de secuestro no me

    pertenece, pero es jurdicamente correctsima: una privacin

    de libertad no legtima es un secuestro. Con respecto a la

    mala conciencia de algunas personas, es un fenmeno

    comprobable empricamente, aunque no por ello pretendo

    generalizar ni inventar teoras conspirativas, tan falsas como

    pasadas de moda. No creo caer en el exceso metafrico

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    sino remover expresiones tranquilizantes y dramatizantes.

    Convengo que no es sencillo operar con las palabras para

    suprimir sedaciones y dramatizaciones, porque se

    desnormaliza una situacin y por eso parece que se

    dramatiza lo que estaba sedado y se seda lo que estaba

    dramatizado. Esto es tan inevitable como molesto, pero

    admito que, si provoco esa molestia, me alegro mucho,

    porque justamente es lo que me propuse: desnormalizar una

    situacin para mover una reinterpretacin ms racional o

    razonable de la realidad, que permita comprenderla mejor y

    reducir sus niveles de violencia. Creo que el lenguaje no

    emocional que cree emplear Nino es tan intencional como

    el mo, slo que se le pierde su intencionalidad en la

    normalizacin que llama sentido comn.

    A rengln seguido me parece que Nino me plantea

    demasiados problemas juntos y con pocas distinciones:

    presupone que la pena tiene efecto preventivo general, me

    atribuye una posicin anarquista que no comparto, identifica

    coaccin con pena y parece invocar un difuso sentido

    comn, no sin presuponer que los excesos del poder punitivo

    slo pueden corregirse con poder punitivo y pretender

    argumentar en favor de la pena con ejemplos de conflictos

    tan dispares como la infraccin de estacionamiento en lugar

    prohibido y el genocidio. Responder a todo esto requerira

    escribir otro libro, pero intentar al menos ensayar algunas

    lneas maestras.

    En principio, no hay ninguna verificacin del efecto preventivo

    general de la pena, ni positivo ni negativo. El ejemplo de

    Nino, con la gra y el cepo en las calles es el mejor ejemplo

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    de la ineficacia preventiva de la pena. En ningn momento

    sostengo la deslegitimacin de la coaccin en general, y

    aunque cargue con la defensa de otros, justo es decir que no

    la sostienen tampoco los abolicionistas. El derecho

    administrativo y el constitucional conocen una largusima

    disputa sobre los lmites de la coaccin directa. No pretendo

    resolver aqu y ahora este problema, pero por lo menos quiero

    dejar en claro que, al menos, es bueno distinguir entre la

    coaccin pblica que detiene una lesin en curso o que aparta

    un peligro real e inminente y una pena. Si un agente del

    estado detiene a quien me persigue con un pual o le impide

    poner una bomba a un terrorista, eso es claro que no es una

    pena, de la misma manera que si detiene a un puma

    hambriento o a una cobra venenosa.

    Pues bien: la gra que se lleva el vehculo (o el cepo que

    obliga a retirarlo dentro de las tres horas) no son penas,

    sino coaccin directa que remueve (u obliga a remover) un

    obstculo que est perturbando el trnsito por estrechar los

    canales de circulacin. Pena es la multa que impone luego el

    tribunal de faltas, porque el pago del acarreo o de la liberacin

    del vehculo no es ms que la retribucin de un gasto que

    debe efectuar el estado para remover u obligar a remover el

    obstculo. La pena exista y no previno nada. El efecto

    preventivo del que habla Nino es el de la coaccin directa.

    En ningn momento pretendo deslegitimar la coaccin

    directa y menos an la coaccin jurdica, aunque, por

    supuesto, creo indispensable perfeccionar su control jurdico.

    Me parece que es un grave reduccionismo penalstico

    pretender que toda la coaccin jurdica se identifica con la

    Zaffaroni E. R.Vale la pena?

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    pena o la pretensin de que del destino de la pena dependa

    el de toda la coaccin jurdica.

    En cuanto al genocidio, creo que nadie afirma seriamente

    que si Europa no sigue hoy a otro Fhrer es debido al efecto

    preventivo general de Nurenberg. Me parece que la cuestin

    es otra: cuando nos hallamos frente a conflictos tan

    aberrantes que por su magnitud y brutalidad no tienen

    solucin, quin puede reprochar que se inflija un dolor a los

    pocos causantes que se ponen al alcance del reducido poderpunitivo? En estos casos la punicin no pasara de ser una

    forma de lo que hoy se llamara uso alternativo del derecho,

    que siempre se ha practicado (porque no es un patrimonio

    del marxismo terico).

    Como hemos dicho, Nino parece pasar por alto toda la

    criminologa sociolgica, principalmente estadounidense, y

    con ello no repara en que cualquier sistema penal es selectivo,

    que siempre van a dar a la crcel los protagonistas de

    conflictos burdos; que las crceles no estn llenas de asesinosy violadores psicpatas (que son la nfima minora que se

    usa para propaganda), sino de ladrones fracasados; que no

    hay ningn genocida, y que todo esto se observ y explic al

    menos desde los tiempos de Sutherland, pero lo ms curioso

    es que invocando el sentido comn afirme que se siente

    tranquilo porque en todo el pas hay unos pocos miles de

    ladrones fracasados presos. Yo no me siento nada tranquilo

    ni a salvo de la amenaza de homicidios, genocidios, robos,

    etc., al menos no por las razones que invoca Nino, aunque

    quizs s por otras.

    Zaffaroni E. R.Vale la pena?

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    Aunque deba cargar nuevamente con la defensa ajena, me

    parece que Nino pasa por alto tambin la literatura

    abolicionista, porque no conozco a nadie que proponga que

    se suelte a todos los presos, se cierren los tribunales, se

    quemen los manuales de derecho penal y se premie a los

    homicidas. Lo que los abolicionistas proponen son modelos

    diferentes de solucin de los conflictos (reparadores,

    teraputicos, conciliadores, transaccionales, etc.). Tener

    presos a unos 15.000 ladrones, pobres y fracasados, aunque

    sean ladrones -y lo son- y aunque algo haya que hacer -y

    hay que hacerlo- no pasa de eso mismo y nada ms. No se

    resuelve ningn conflicto, no se repara a ninguna vctima, no

    se asegura a nadie contra lo que le podamos hacer los treinta

    millones que andamos ms o menos libres, sino que,

    simplemente, se tiene encerrados a los 15.000 ladrones ms

    torpes y rudimentarios de todo el pas.

    Pero me parece que hay una cuestin ms general en las

    consideraciones de Nino; creo que cae en una trampa que

    nos tiende el pensamiento antiliberal. En efecto: Nino me

    reclama pruebas complejsimas que verifiquen empricamente

    que el poder punitivo no tiene ningn efecto beneficioso.

    Ante todo, es menester aclarar que en el plano social no hay

    nada que no tenga ningn efecto beneficioso. No es

    necesario ser funcionalista para aceptar esto, porque la

    cuestin va mucho ms atrs: no existe el mal absoluto. Eso

    sera como construir un anti-Dios o algo parecido. Un

    fenmeno de poder tan extendido y complejo como es el

    poder punitivo, debe tener algn aspecto positivo, aunque

    no sea fcil identificarlo. Sin ir ms lejos, me parece claro

    que la descripcin que hace el preventivismo general positivo

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    es bastante cercana a la realidad: tiene un efecto

    tranquilizante o sedativo (normalizador). El problema es otro:

    se trata de saber si el precio que se paga en vidas y dolor de

    los pocos fracasados que se ponen a su alcance y las

    limitaciones a la libertad que sufrimos todos con el pretexto

    de penar a esos torpes, estn tica y polticamente justificados

    y si no hay disponibles otros mecanismos de solucin de

    conflictos ms eficaces (que incorporen a la vctima) y que,

    en definitiva, seran pacificadores y no meramente

    tranquilizantes, porque seran autnticos.

    Creo que Nino cae en una celada que le tiende un pensamiento

    ajeno: frente a un ejercicio de poder pblico violentsimo,

    inevitablemente selectivo y probadamente ineficaz respecto

    de lo que dice ser, y claramente impotente frente a cualquier

    conflicto ms grave o sofisticado (que nunca pudo resolver),

    no me incumbe probar algo tan imposible y falso como que

    es un mal absoluto. Desde que el poder punitivo asumi su

    forma actual, el peor delito fue siempre dudar de su

    efectividad y utilidad: Kramer y Sprenger dedicaron muchas

    pginas al comienzo de su obra para probar que la peor de

    las herejas es no creer en las brujas y, aunque hasta hoy

    nadie pudo probar que las brujas no existen, no por eso

    seguimos usando el Malleus...en los tribunales, pese a

    que seguimos su sistemtica al escribir nuestros libros de

    derecho penal.

    En cuanto a que me incumba el deber de demostrar que los

    males del sistema penal no pueden ser evitados ni

    contenidos, es una cuestin que tampoco la veo bien

    planteada. Ante todo, no es lo mismo evitarlos que

    Zaffaroni E. R.Vale la pena?

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    contenerlos: creo que se los puede reducir, pero no creo

    que se los pueda evitar, porque son estructurales. Debo

    reconocer que hay autores sumamente sagaces que creen

    en la posibilidad de evitarlos, pero en una sociedad futura y

    diferente. Diritto e Ragione,de Luigi Ferrajoli, constituye la

    ms acabada versin de esta tendencia, proyectando un poder

    punitivo reducido y al servicio del dbil. Debo insistir en que

    no soy abolicionista, sino agnstico respecto del sistema

    penal, porque no s qu pasar en un modelo de sociedad

    diferente y futura que no puedo imaginar. No hay prueba

    histrica que me permita creer en un sistema penal que no

    sea selectivo ni violento, pero tampoco puedo negar la

    posibilidad de la utopa, slo que se trata de una utopa y, en

    mi caso, mi inters preferente es mucho ms inmediato. La

    pregunta de Nino no la puedo responder. La posibilidad de

    que la pena cumpla una funcin preventiva y de que se puedan

    eliminar sus efectos deletreos es del campo de la utopa,

    en una sociedad futura y diferente que no puedo imaginar.

    Pero Nino vuelve de la utopa y en esta realidad supone que

    coincidiramos en la necesidad de algunas penas y ejemplifica

    con conflictos muy dispares. Es claro que podemos coincidir

    coyunturalmente y usar ese poder en forma tctica y nadie

    puede reprochrmelo frente al genocidio (cuya impunidad

    no hace ms que confirmar mi tesis de la extremsima

    selectividad, violencia, corrupcin y reproduccin), pero en

    una visin macrosocial esto no es racional (y la planificacin

    de la solucin de los conflictos es una cuestin macrosocial):

    no me parece que se resuelva la tortura condenando a prisin

    a dos o tres policas de baja graduacin y meros autores

    materiales; no creo que se resuelva la corrupcin condenando

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    a algn funcionario que perdi el poder y al que sus

    competidores -no menos corruptos- denuncian; no se

    resuelve el problema de la discriminacin y el sometimiento

    de la mujer condenando a un par de violadores psicpatas

    que por ser tales se dejan sorprender. Por brutal que sea lo

    que hayan hecho, por justificada que est nuestra indignacin

    y hasta nuestra venganza, por inevitable que sea que se deba

    hacer algo, lo que no podemos pasar por alto es que la

    estructura del poder punitivo, en cualquier sistema penal

    histricamente dado, desde el siglo XII hasta hoy, hace que

    ineludiblemente sus objetos sean siempre los ms inhbiles,

    torpes y hasta tontos. Sin esa torpeza no caeran bajo ese

    poder, como lo prueban los muchos ms que Nino y yo

    saludamos a diario por las calles. Esto es lo que Nino no

    parece comprender: los presos no estn presos por lo que

    hicieron -aunque lo hayan hecho-, sino porque lo hicieron

    con notoria torpeza, sin perjuicio de que lo que hayan hecho

    en unos poqusimos casos (bien explotados publicitariamente,

    por cierto) sea repugnante.

    No veo cul es la desesperacin por justificar la pena sobre

    un 95% de ladrones pobres y torpes en base a un 5% o

    menos de infractores de otros rubros. Aunque coincidiera

    con Nino en la legitimidad del 5% (lo que no hago porque en

    ese porcentaje tambin es selectivo), el problema seguir

    pasando por el 95%.

    No puedo concebir ningn acuerdo o consentimiento en la

    pena. El funcionamiento selectivo y azaroso del sistema penal

    hace que el 95% de la poblacin penal lo perciba como una

    ruleta y reflexione en la crcel sobre la prxima oportunidad,

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    que ser la buena. Ignora que esa ruleta est cargada y

    que para l no habr buena, porque no est entrenado

    para hacerlo bien. El poder selectivo punitivo le despierta y

    fomenta la vocacin de jugador y el ladrn que puebla las

    jaulas es el eterno perdedor al que, al igual que los fulleros,

    alguna vez lo entusiasma con una chance.

    Dejando de lado la discusin acerca del contractualismo (creo

    que si el consentimiento implcito en la eleccin de la conducta

    legitimara la pena, debe presuponerse un contrato previo, a

    nivel de metfora, por supuesto, como en todo

    contractualismo), Nino no me prueba la utilidad social de la

    pena ms que a travs de un nebuloso sentido comn -que

    se acerca bastante al por algo ser- y, por mi parte, nunca

    he negado la eleccin y la libertad del hombre, sino la

    supuesta utilidad social que, en definitiva no es ms que

    nuestra vieja conocida, la defensa social, con finos afeites.

    En cuanto a la vinculacin con el sistema democrtico, no

    entiendo bien la objecin. Es claro que prefiero que la

    criminalizacin primaria sea llevada a cabo por una agencia

    legislativa de eleccin popular y no la CAL; pero esto no

    significa que quien critique la criminalizacin primaria

    emergente del Congreso Nacional sea un golpista, pues

    con ello se afirmara que todo lo que emerge de un

    parlamento democrticamente electo sera legtimo, aunque

    fuese aberrante.

    Pero adems, me parece que en el fondo lo que prima es un

    grave error de percepcin del poder: no es el legislador quien

    ejerce el poder punitivo, porque no tiene forma de controlar

    Zaffaroni E. R.Vale la pena?

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    la criminalizacin secundaria, salvo muy indirectamente

    (comisiones parlamentarias, por ejemplo). El poder punitivo

    es ejercido por las agencias ejecutivas y los nicos que

    pueden controlarlas cercanamente son los jueces. Prueba

    de lo que afirmo es que la desvalorizacin democrtica

    de los jueces que hace Nino sera calurosamente aplaudida

    por las agencias ejecutivas.

    Al propugnar una ampliacin del poder de los jueces no me

    decido en una opcin poder popular vs. poder judicial, sino

    en una pugna entre empleados del poder ejecutivo y del

    poder judicial. La criminalizacin primaria es un programa

    legislativo pero irrealizable: son los empleados del poder

    ejecutivo los que eligen a los poqusimos candidatos a la

    criminalizacin secundaria y los que, con el pretexto de

    hacerlo, nos prohben a Nino y a m transitar sin documento

    de identidad por nuestra ciudad y nos amenazan con penarnos

    con prisin si no les gustan nuestras caras. No sera necesario

    que nos encontremos en el mismo calabozo para percatarnos

    de que all no nos metieron los representantes del pueblo.

    Creo que estas opciones formales ocultan datos de realidad

    del poder cuya ignorancia es muy peligrosa para la

    profundizacin y consolidacin de los procesos democrticos.

    En el seno de todo estado de derecho hay un estado de

    polica y cuando se debilita el primero emerge el segundo.

    No hay estados de derecho puros, sino estados de derecho

    que tienen ms controladas las pulsiones del estado de

    polica que contienen.

    Coincido con Nino en cuanto al significado de la teora del

    delito, y es correcta su apreciacin en cuanto a que el uso

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    que hago de las sachlogischen Strukturen no alcanza la

    extensin etizante de Welzel. Welzel lo empleaba para un

    funcionalismo tico-social que no comparto (nunca lo

    compart) y que, en definitiva, no es nada distinto del

    funcionalismo preventivista contemporneo. Me parece que

    ese funcionalismo siempre es autoritario, sea en versin

    etizante o preventista y, adems, es inmoral porque consagra

    como tica y expresa la teora del chivo expiatorio (mediatiza

    al hombre). Lamentablemente parece que es el nico que

    hoy nutre la idea de utilidad social de la pena, o sea, el

    llamado valor simblico, que Melossi calific recientemente

    como teatral. Es claramente inmoral la legitimacin de la

    pena sobre el ms torpe y vulnerable como precio para

    tranquilizar al resto y darle una sensacin de seguridad falsa,

    sedacin que la etizacin de la posguerra llam

    fortalecimiento del mnimo tico y que -como vimos- hoy

    se llama normalizacin.

    En el prrafo que Nino llama utopas me parece que con

    entera buena fe se aparta directamente de lo que digo.

    Adems de insistir en un valor preventivo de la pena que no

    prueba, el atribuirme la deslegitimacin de toda coaccin

    jurdica me hace aparecer como partidario de una utopa

    buclica, en que todo se resuelve por persuasin o por

    comunin de sentimientos. Aunque creo descubrir una cierta

    dosis de etnocentrismo en su descripcin de las sociedades

    cerradas, que no dejan de ser conflictivas, nunca negu el

    peligro de las utopas buclicas, o sea, de los sueos de

    sociedades sin conflictos. No creo en sociedades sin

    conflictos, ni comunistas ni idlicas, y hace muchos aos que

    escrib eso refirindome al generoso pensamiento de Dorado

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    Montero. En el propio libro que Nino comenta recuerdo el

    caso del malogrado Pasukanis. No por ello dejo de creer en

    la posibilidad de sociedades con menores niveles de conflicto,

    pero en lo que creo, sobre todo, es en sociedades con mayor

    capacidad de resolucin de conflictos lo que, por cierto, es

    una cosa bien diferente. En definitiva me parece que esa es

    la esperanza y el motor de todo jurista democrtico.

    En el caso que me plantea Nino, creo que es legtima la

    coaccin directa que detenga al fantico que pretende romper

    la vidriera porque hay un desnudo. En caso que sta fracase,

    no dudo de la legitimidad de la coaccin jurdica dirigida a

    que repare inmediatamente el dao material y moral. Si la

    coaccin directa fuese eficaz o si la coaccin jurdica

    reparadora se ejerciese en uno o dos das, creo que se

    alcanzara un resultado bastante preventivo. Es claro que el

    fantico podra reiterar su conducta hasta parecer que

    estuv