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 1 En el mundo actual y, particularmente en los últimos treinta años vivimos la desaparición de los límites, de las singularidades (…  ) De ahí el vértigo que nos in vade y nos hace, a la vez, tan difícil, tan incómoda y tan necesaria la afirmación de una identidad, de un vínculo, de un “nosotros” común donde nos encontremos, nos reúna y nos distinga. Esto no es sólo debido a la victoria del individualismo, o al exceso del racismo (que también), sino a la incapacidad fundamental para establecer los límites, a dibujar las fronteras.”  Hervé Juvin. (Sociólogo Francés) “La grande separation. Pour une écologie des civilisations”  Volver, volver, volver… Sonaría irrespetuoso que le cantáramos a nuestros hermanos Emberas katíos algunos estribillos de la canción de origen mexicano “volver, volver, volver”: “(…) Nos dejamos hace tiempo pero me llegó el momento de perder tú tenías mucha razón, le hago caso al corazón y me muero por volver. ‘Y volver, volver, volver a tus brazos otra vez, llegaré hasta donde estés yo sé perder, yo sé perder, quiero volver, volver, volver …”  El pasado 5 de mayo de 2015 partía, un grupo de 200 integrantes de la comunidad indígena Emberas katíos. Después de varias horas de viaje llegaban a sus territorios de origen. Era, como escribió alguien, estar de nuevo junto al rio, era respirar de nuevo el olor a tierra y era extasiarse de nuevo con el verde de sus montañas. Dicho así y leído en consecuencia pareciera que estos 200 seres humanos hubiesen estado durante los dos años que duro su “aventura” en pleno desi erto de Atacama (Chile) el más árido del planeta o en pleno confín polar del mundo en el extremo sur o norte, para el caso lo mismo. Pero no, su punto de partida, que en su momento fue su punto de destino era la pujante, bella y siempre generosa sultana del Valle. Un lugar en pleno centro de la ciudad de Cali, a pocas cuadras de un rio, a otras pocas cuantas de la montaña y del olor a tierra fue su lugar de confinamiento durante esos dos largos y penosos años. Sin duda alguna que a nadie le puede caber la más mínima posibilidad de pensar que este volver, volver, volver es un triunfo de la convivencia humana, un triunfo de una gestión pública, un triunfo de la retórica de los DDHH. Es al contrario una derrota del se r humano. Si cabe alguna posibilidad de triunfo ese habría que asignárselo a los postulados y directrices de la sociedad capitalista y dos de sus correlatos más insignes: el urbanismo y el consumismo. Un urbanismo depredador qu e excluye a todo aquel que no le es propio, que no le resulta cómodo, que riñe con sus coordenadas paisajísticas de cemento, ladrillo y acero. Un consumismo que segrega, que separa y aísla. Entonces ese “volver, volver, volver” que suena a retorno, que tiene tintes de re-encuentro con lo propio, con la identidad, no puede ser expresión de júbilo en ese legítimo anhelo de una sociedad incluyente y amable para todos. Hace dos años salieron de sus territorios huyendo de los actores armados y sus acciones indiscriminadas de violencia y muerte. Se refugiaron en la ciudad, apiñados, invisibilizados, lucharon por sobrevivir. Su

Se Fueron Los Emberas Katíos

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la presencia indígena en nuestras ciudades un problema de todos....

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    En el mundo actual y, particularmente en los ltimos treinta aos vivimos la

    desaparicin de los lmites, de las singularidades () De ah el vrtigo que nos invade y

    nos hace, a la vez, tan difcil, tan incmoda y tan necesaria la afirmacin de una

    identidad, de un vnculo, de un nosotros comn donde nos encontremos, nos rena y

    nos distinga. Esto no es slo debido a la victoria del individualismo, o al exceso del

    racismo (que tambin), sino a la incapacidad fundamental para establecer los lmites,

    a dibujar las fronteras.

    Herv Juvin. (Socilogo Francs)

    La grande separation. Pour une cologie des civilisations

    Volver, volver, volver

    Sonara irrespetuoso que le cantramos a nuestros hermanos Emberas katos algunos estribillos de la

    cancin de origen mexicano volver, volver, volver:

    () Nos dejamos hace tiempo pero me lleg el momento de perder t tenas

    mucha razn, le hago caso al corazn y me muero por volver. Y volver, volver,

    volver a tus brazos otra vez, llegar hasta donde ests yo s perder, yo s perder,

    quiero volver, volver, volver

    El pasado 5 de mayo de 2015 parta, un grupo de 200 integrantes de la comunidad indgena Emberas

    katos. Despus de varias horas de viaje llegaban a sus territorios de origen. Era, como escribi alguien,

    estar de nuevo junto al rio, era respirar de nuevo el olor a tierra y era extasiarse de nuevo con el verde de

    sus montaas. Dicho as y ledo en consecuencia pareciera que estos 200 seres humanos hubiesen estado

    durante los dos aos que duro su aventura en pleno desierto de Atacama (Chile) el ms rido del planeta

    o en pleno confn polar del mundo en el extremo sur o norte, para el caso lo mismo. Pero no, su punto de

    partida, que en su momento fue su punto de destino era la pujante, bella y siempre generosa sultana del

    Valle. Un lugar en pleno centro de la ciudad de Cali, a pocas cuadras de un rio, a otras pocas cuantas de la

    montaa y del olor a tierra fue su lugar de confinamiento durante esos dos largos y penosos aos. Sin duda

    alguna que a nadie le puede caber la ms mnima posibilidad de pensar que este volver, volver, volver es

    un triunfo de la convivencia humana, un triunfo de una gestin pblica, un triunfo de la retrica de los

    DDHH.

    Es al contrario una derrota del ser humano. Si cabe alguna posibilidad de triunfo ese habra que asignrselo

    a los postulados y directrices de la sociedad capitalista y dos de sus correlatos ms insignes: el urbanismo

    y el consumismo. Un urbanismo depredador que excluye a todo aquel que no le es propio, que no le

    resulta cmodo, que rie con sus coordenadas paisajsticas de cemento, ladrillo y acero. Un consumismo

    que segrega, que separa y asla. Entonces ese volver, volver, volver que suena a retorno, que tiene tintes

    de re-encuentro con lo propio, con la identidad, no puede ser expresin de jbilo en ese legtimo anhelo

    de una sociedad incluyente y amable para todos.

    Hace dos aos salieron de sus territorios huyendo de los actores armados y sus acciones indiscriminadas

    de violencia y muerte. Se refugiaron en la ciudad, apiados, invisibilizados, lucharon por sobrevivir. Su

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    lucha en estos dos aos no fue contra un actor armado de algn bando en contienda, sino contra ese otro

    ejercito de decenas, cientos, miles de annimos ciudadanos etiquetados como urbanos y consumistas y

    por lo tanto indiferentes y en ocasiones hasta selectivos a la hora de aceptar a quien consideren digno de

    su convivencia. Simplemente cambiaron de escenario, de actores, de armas; pero en el fondo y como un

    continuum de su existencia debieron atrincherarse ante los embates de estos nuevos combatientes. Y,

    es que en el fondo todos terminamos siendo combatientes en el campo de batalla en que se han

    convertido nuestras ciudades. Es la disputa por un pedazo de espacio en el andn, en la va pblica, en la

    fila, en el interior del transporte masivo. Es el sigilo con el que nos movilizamos a pie o en vehculo para

    evitar ser sorprendidos por el enemigo que toma forma de ladrn, abusador o en el mejor de los casos de

    vendedor ambulante.

    Esta fue la otra guerra que les toc vivir o sufrir, la misma que tambin deja muertes en el camino. Para

    qu recordar sus vctimas, casi siempre nios y nias de la comunidad, que murieron bajo el impacto de

    las balas de la indiferencia y marginacin de la que fueron objeto. Entonces, ante este marco real de

    hechos, cmo podemos levantar las manos de jbilo, como echar las campanas al vuelo, si su volver,

    volver, volver que etiquetamos como retorno a su nido, a su terruo, no es otra cosa que una nueva

    expresin de exclusin y rechazo de aquel que no es igual a nosotros. Es el mismo mal, ya enquistado en

    nuestros genes, que nos tiene en estado de violencia desde hace 60 aos. Esa alegra, la nuestra, tiene un

    trasfondo, la tranquilidad de que la comunidad Emberas katos ya no estarn cerca, que nuestros

    territorios ya no estarn en peligro, que ya cesarn las campaas y movilizaciones para que no se les

    ubique en tal o cual sector al que consideramos poco adecuado para su presencia. Hace dos aos huan

    de unos, ahora huyeron de otros, de nosotros para ms seas. De ah, tal vez se desprenda el logro de una

    gestin: hemos desplazado al otro diferente.

    Jos Alonso Gonzlez S.

    Observador de ciudad