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Rojo y negro, Crónica del siglo XIX Stendhal Advertencia del editor Esta obra estaba lista para ser publicada, cuando los grandes acontecimientos de julio orientaron los ánimos en una dirección muy poco favorable a los juegos de la imaginación. Tenemos razones para creer que las siguientes páginas fueron escritas en 1827. Comentario [LT1]:

Stendhal - Rojo y Negro, Cronica Del Siglo XIX

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  • Rojo y negro, Crnica del siglo XIX

    Stendhal

    Advertencia del editor

    Esta obra estaba lista para ser publicada, cuando los grandes acontecimientos de julio orientaron los nimos en una direccin muy poco favorable a los juegos de la imaginacin. Tenemos razones para creer que las siguientes pginas fueron escritas en 1827.

    Comentario [LT1]:

  • Rojo y Negro Stendhal

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    Primera parte

    La vrit, l'pre vrit.1 DANTON

    Captulo 1 Una pequea ciudad

    Put thousands together Less bad,

    But the cage less gay.2 HOBBES

    La pequea ciudad de Verrires puede pasar por una de las ms bonitas del Franco Condado. Sus casas blancas, con sus puntiagudos tejados de tejas rojas, se extienden por la ladera de una colina cubierta con vigorosos castaos cuyas verdes frondas sealan las ms leves sinuosidades del terreno. El Doubs corre a algunos centenares de pies por debajo de sus fortificaciones, construidas antao por los espaoles y actualmente en ruinas. Verrires est protegida al norte por una alta montaa perteneciente a las estribaciones del Jura. Las truncadas cimas del Verra se cubren de nieve desde los primeros fros de octubre. Un torrente que se precipita desde lo alto de la montaa atraviesa Verrires antes de verter su caudal en el Doubs y pone en marcha un gran nmero de aserraderos mecnicos, sencilla industria que procura un cierto bienestar a la mayor parte de sus habitantes, ms campesinos que burgueses. Sin embargo, no son los aserraderos lo que ha enriquecido la pequea ciudad, sino la fbrica de telas estampadas llamadas de Mulhouse, a la que se debe la prosperidad general que, desde la cada de Napolen, ha permitido reconstruir las fachadas de casi todas las casas de Verrires. Apenas se entra en la ciudad, queda uno aturdido por el estrpito de una mquina ruidosa y de terrible aspecto. Veinte pesados martillos que caen retumbando con un ruido que hace temblar el suelo son elevados por una rueda que el agua del torrente pone en movimiento. Cada uno de estos martillos fabrica diariamente no s cuntos millares de clavos. Lindas y frescas muchachas presentan, al golpe de esos enormes martillos, pe-queos trozos de hierro que rpidamente se convierten en clavos. Este trabajo, tan rudo en apariencia, es uno de los que ms sorprenden al viajero que penetra por primera vez en las montaas que separan Francia de Suiza. Si al entrar en Verrires, el viajero pregunta a quin pertenece aquella soberbia fbrica de clavos que ensordece a las gentes que

    1 La verdad, la amarga verdad..

    2 Reunidos por millares estarn mejor, pero la jaula ser menos alegre.

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    remontan la calle mayor, le contestarn con acento cansino: Es del seor alcalde. A poco que el viajero se detenga en la amplia calle mayor de Verrires, que asciende desde la orilla del Doubs hasta la cumbre de la colina, puede apostar ciento contra uno a que ver aparecer un hombre corpulento, de aspecto atareado e importante. Al verle, todo el mundo se descubre rpidamente. Tiene el pelo grisceo y viste un traje gris. Es caballero de diversas rdenes, posee una frente despejada, nariz aguilea y, en conjunto, sus facciones no carecen de cierta regularidad. Incluso puede decirse, a primera vista, que une a su dignidad de alcalde de pueblo aquel atractivo especial que todava puede darse a los cuarenta y ocho o cincuenta aos. Pero el viajero parisiense no tarda en sorprender en este personaje un cierto aire de suficiencia y de satisfaccin de s mismo, mezclados a un no s qu que delata una inteligencia limitada y muy poca imaginacin. En una palabra, es fcil darse cuenta de que todo el talento de aquel hombre se reduce a hacerse pagar con la mayor puntualidad lo que le deben, y a retrasar lo ms posible el pago de sus propias deudas. Tal es el seor de Renal, alcalde de Verrieres. Despus de haber cruzado la calle con paso grave, entra en la alcalda y desaparece a los ojos del viajero. Pero, cien pasos ms arriba, si ste contina su paseo, advierte una casa de apariencia bastante notable y, a travs de una verja de hierro que rodea la casa, unos magnficos jardines. Al fondo, la lnea del horizonte, formada por las colinas de Borgoa, ofrece un panorama que parece hecho expresamente para el deleite de los ojos. Su contemplacin hace olvidar al viajero la viciada atmsfera de la ciudad saturada de pequeos intereses materiales que ya empezaba a asfixiarle. Se le informa de que aquella casa pertenece al seor de Rnal. Los beneficios obtenidos en su gran fbrica de clavos han permitido al alcalde de Verrires construir aquel hermoso edificio de piedra labrada, recin terminado. Se dice que su familia es de origen espaol, muy antigua y, a lo que se pretende, afincada en el pas desde mucho antes de su conquista por Luis XIV. Desde 1815 le avergenza ser industrial: en 1815 fue nombrado alcalde de Verrires. Los muros escalonados que sostienen las diversas partes de aquel magnfico jardn que, de terraza en terraza, desciende hasta las orillas del Doubs, son tambin fruto de la pericia del seor de Rnal en el negocio del hierro. No esperis nunca encontrar en Francia aquellos pintorescos jardines que rodean las ciudades fabriles de Alemania, como Leipzig, Francfort, Nuremberg. En el Franco Condado, cuantos ms muros se levantan, cuanto ms se eriza una propiedad de hileras de piedra colocadas una sobre otra, tanto mayores derechos adquiere su dueo al respeto de sus vecinos. Los jardines del seor de Rnal, llenos de muros por todas partes, son adems motivo de admiracin por el hecho de haber pagado a peso de oro algunas de las parcelas del terreno que ocupan. Por ejemplo, aquel aserradero, cuya especial situacin a orillas del Doubs os ha llamado la atencin al llegar a Verrires, y en el que habis ledo el nombre de SOREL, escrito en caracteres gigantescos en una placa que corona el edificio, ocupaba, hace seis aos, el terreno sobre el que hoy se levanta el muro de la cuarta terraza de los jardines del seor de Rnal. A pesar de su orgullo, el seor alcalde tuvo que realizar infinitas gestiones cerca del viejo Sorel, campesino duro y terco, y finalmente hubo de pagarle una bonita suma de luises de oro Para lograr que trasladase su fbrica a otra parte. En cuanto al arroyo pblico que pona en movimiento el aserradero, el seor de Rnal, valindose de su

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    influencia en Pars, consigui desviar su curso. Esta gracia le fue concedida despus de las elecciones de 182... Le dio a Sorel cuatro fanegas de tierra por cada una de las que antes tena, unos quinientos pasos ms abajo, a orillas del Doubs. Y aun cuando la nueva situacin fuese mucho ms ventajosa para su comercio de tablas de abeto, el to Sorel, como le llaman desde que es rico, tuvo la habilidad de lograr de la impaciencia y de la mana de propietario que animaba a su vecino, una indemnizacin de 6.000 francos. Bien es verdad que aquel trato fue criticado por las gentes sensatas del lugar. En cierta ocasin -era un domingo por la maana, har unos cuatro aos-, el seor de Rnal, al volver de la iglesia luciendo su traje de alcalde, vio de lejos al viejo Sorel, rodeado de sus tres hijos, que sonrea al mirarle. Aquella sonrisa le amarg el da por completo al seor alcalde; piensa desde entonces que hubiera podido arreglar el trato en condiciones mucho mejores. En Verrires, para gozar de la consideracin pblica, lo esencial consiste en edificar grandes muros sin adoptar ninguno de los planos importados de Italia por los maestros de obras que en primavera atraviesan las gargantas del Jura para llegar a Pars. Tal innovacin valdra al imprudente constructor una eterna reputacin de mala cabeza, y quedara desprestigiado para siempre en el concepto de las personas sensatas y moderadas que administran la consideracin en el Franco Condado. Lo cierto es que estas personas sensatas ejercen all el ms enojoso despotismo, y a esta odiosa palabra se debe que la permanencia en las pequeas ciudades resulte insoportable para quien haya vivido en esa gran repblica que se llama Pars. La tirana de la opinin -y qu opinin!- es tan estpida en las pequeas ciudades francesas como en los Estados Unidos de Amrica.

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    Captulo 2 Un alcalde

    L'importance! Monsieur, n'est-ce rien? Le respect des sots, l'bahissement des enfants,

    l'envie des riches, le mpris du sage.3 BARNAVE

    Afortunadamente para la reputacin del seor de Rnal como administrador, el paseo pblico que bordea la falda de la colina, a un centenar de pies por encima del curso del Doubs, necesitaba un inmenso muro de contencin. Este paseo debe a su admirable situacin uno de los panoramas ms pintorescos de Francia. Pero todos los aos, al llegar la primavera, el agua de las lluvias agrietaba el pavimento y abra surcos que lo hacan impracticable. Tal inconveniente, reconocido por todos, coloc al seor de Rnal ante la feliz necesidad de inmortalizar su administracin construyendo un muro de veinte pies de altura y treinta o cuarenta toesas de longitud. El parapeto de aquel muro que oblig al seor de Rnal a hacer tres viajes a Pars, debido a que el penltimo ministro del Interior se haba declarado enemigo mortal del paseo de Verrires, se eleva actualmente cuatro pies sobre el suelo. Y, como para desafiar a todos los ministros presentes y pasados, lo estn adornando con magnficas losas de piedra labrada. Cuntas veces, mientras pensaba en los bailes de Pars abandonados la vspera, con el pecho apoyado en aquellos grandes bloques de piedra de un bello color gris azulado, ha vagado mi mirada por el valle del Doubs! Ms all, en la orilla izquierda, serpentean cinco o seis valles al fondo de los cuales se distinguen varios pequeos arroyos. Despus de saltar de cascada en cascada, se precipitan en el Doubs. El sol es muy clido en aque-llas montaas; cuando cae a plomo, el viajero puede soar en esta terraza guarecido bajo la sombra de sus magnficos pltanos. Su rpido crecimiento y la bella tonalidad verde azulada de sus hojas se debe a la tierra que el seor alcalde ha hecho colocar detrs del inmenso muro de contencin, pues, a pesar de la oposicin del Consejo Municipal, ha ensanchado su paseo en ms de seis pies (aunque l sea ultra y yo liberal, no puedo me-

    3 Y la importancia no es nada, seor mo? El respeto de los necios, el asombro de los nios, la envidia de

    los ricos, el desprecio del sabio.

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    nos de alabarle por ello), gracias a lo cual, segn su opinin y la del seor Valenod, el afortunado director del asilo de Verrires, este mirador puede competir con el de Saint-Germain-en-Laye. Por mi parte, slo encuentro una objecin que hacer al PASEO DE LA FIDELIDAD, nombre oficial que puede leerse en quince o veinte sitios, grabado en otras tantas lpidas de mrmol, que le han valido una cruz ms al seor de Rnal; lo que yo me atrevera a reprochar al Paseo de la Fidelidad es la forma brbara con que la autoridad manda podar y cortar hasta lo vivo sus vigorosos pltanos. stos, en vez de parecerse, con sus copas bajas, redondas y achatadas, a las ms vulgares hortalizas, estaran mucho mejor si se les permitiese adoptar las esbeltas formas que son corrientes en Inglaterra. Pero la voluntad del seor alcalde es desptica y, dos veces al ao, todos los rboles pertenecientes al Ayuntamiento son mutilados sin piedad. Los liberales del pas pretenden, aunque exageran, que la mano del jardinero municipal se ha vuelto mucho ms severa desde que el vicario Maslon ha adquirido la costumbre de quedarse con el producto de la poda. Este joven eclesistico fue enviado a Besancon, hace algunos aos, para vigilar al padre Chlan y a algunos otros prrocos de los alrededores. Un viejo cirujano-mayor del ejrcito de Italia, retirado en Verrires, y que en sus buenos tiempos haba sido a la vez, segn el seor alcalde, jacobino y bonapartista, se atrevi un da a quejarse ante l de la mutilacin peridica de aquellos hermosos rboles. -Me gusta la sombra -respondi el seor de Rnal con el convincente matiz de altivez requerido para hablar con un mdico miembro de la Legin de Honor-, me gusta la sombra, hago podar mis rboles para que den sombra, y no concibo que un rbol sirva para otra cosa, sobre todo cuando no es til como el nogal, es decir, cuando no es rentable. He aqu las palabras sacramentales que en Verrires lo deciden todo: ser rentable. Por s solas representan el pensamiento habitual de ms de las tres cuartas partes de los habitantes de la poblacin. Ser rentable es la razn que lo decide todo en esta pequea ciudad que os pareca tan bonita. El forastero que llega, seducido por la belleza de los frescos y profundos valles que la rodean, se figura en un principio que sus habitantes son sensibles a lo bello; no hacen ms que hablar de la belleza de su pas: no puede negarse que hacen un gran caso de ella; pero es tan slo porque atrae a los forasteros cuyo dinero enriquece a los fondistas, cosa que, gracias al mecanismo del impuesto, es rentable a la ciudad. Un hermoso da de otoo, el seor de Rnal se paseaba por el Paseo de la Fidelidad, del brazo de su esposa. Mientras escuchaba a su marido, que hablaba en tono grave, la seora de Rnal vigilaba con inquietud los movimientos de tres nios. El mayor, que poda tener once aos, se acercaba una y otra vez al parapeto con el manifiesto propsito de subirse a l. Entonces una voz dulce pronunciaba el nombre de Adolphe, y el nio renunciaba a su atrevido proyecto. La seora de Rnal pareca una mujer de unos treinta aos, pero todava bastante bonita. -Podra ser que este buen seor de Pars tuviera que arrepentirse de haber venido -deca el seor de Rnal con aire ofendido y ms plido que de costumbre-. Todava me quedan algunos amigos en Palacio... Pero, aunque quiero hablaros de la vida de provincias a lo largo de doscientas pginas, no tendr la crueldad de obligaros a sopor la interminable prolijidad y los

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    prudentes circunloquios de un dilogo provinciano. Aquel buen seor de Pars, tan odioso para el alcalde de Verrires, no era otro que el seor Appert, quien, dos das antes, haba encontrado el medio de introducirse, no slo en la crcel y en el asilo de Verrires, sino tambin en el hospital administrado gratuitamente por el alcalde y los principales propietarios del lugar. -Pero -deca tmidamente la seora de Rnal-, qu dao puede hacerle ese seor de Pars, si usted administra los bienes de los pobres con la ms escrupulosa probidad? -Slo viene a repartir censuras y luego publicar artculos en los peridicos liberales. -Que usted no lee jams, amigo mo. -Pero tales artculos jacobinos se comentan, y todo esto nos distrae y nos impide hacer el bien.4 Por mi parte, nunca se lo perdonar al prroco.

    4 Histrico.

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    Captulo 3 El dinero de los pobres

    Un cur vertueux et sans intrigue est une Providence pour le village.5

    FLEURY

    Es preciso advertir que el prroco de Verrires, anciano de ochenta aos, que deba al aire sano de aquellas montaas una salud y un carcter de hierro, tena derecho a visitar a cualquier hora la crcel, el hospital e incluso el asilo. El seor Appert, que traa recomendaciones de Pars para el cura, eligi las seis de la maana como la hora ms prudente para llegar a una pequea ciudad llena de curiosos. Inmeditamente se encamin hacia la rectora. Despus de leer la carta que le diriga el marqus de La Mole, par de rancia y el ms rico propietario de la provincia, el padre Chlan se qued pensativo. Soy viejo y querido aqu -se dijo a media voz-, no se atrevern! Y volvindose rpidamente hacia el seor de Pars con una mirada en la que, a pesar de la edad, brillaba aquel fuego sagrado que anuncia el placer de realizar una buena accin un poco peligrosa, le dijo: -Venga usted conmigo, caballero, y, en presencia del carcelero y, sobre todo, de los celadores del asilo, le ruego que se abstenga de emitir opinin alguna sobre todo lo que vea. El seor Appert comprendi que se hallaba ante un hombre de corazn: sigui al venerable sacerdote, visit la crcel, el hospicio, el asilo, formul muchas preguntas y, a pesar de lo extrao de algunas respuestas, no se permiti ni una palabra de censura. La visita dur varias horas. El prroco invit a comer al seor Appert, que pretext tener que escribir algunas cartas: no quera comprometer ms a su generoso acompaante. Hacia las tres, ambos fueron a completar la inspeccin del asilo y luego volvieron de nuevo a la crcel. All, en la puerta, se encontraron con un carcelero, especie de gigante de seis pies de altura y de piernas arqueadas; su rostro innoble se haba vuelto todava ms repugnante bajo los efectos del terror.

    5 Un prroco virtuoso y que no intrigue es una bendicin para un pueblo.

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    -Oh, seor! -le dijo al cura en cuanto le vio-, este caballero que viene con usted es acaso el seor Appert? -Qu importa quin sea! -dijo el prroco. -Es que desde ayer he recibido rdenes muy concretas del seor prefecto, remitidas por medio de un gendarme que ha tenido que cabalgar toda la noche a galope tendido, de no permitir que el seor Appert entre en la crcel. -Declaro, seor Noiroud -dijo el sacerdote-, que este viajero que me acompaa es, en efecto, el seor Appert. No me reconoce usted el derecho que tengo de entrar en la crcel a cualquier hora del da o de la noche, acompaado de quien crea conveniente? -S, seor cura -respondi el carcelero en voz baja, y agachando la cabeza como un perro que obedece a regaadientes por temor a ser apaleado-. Sin embargo, seor cura, tengo mujer e hijos, y si alguien me denuncia ser destituido y slo cuento con mi sueldo para vivir. -Tambin yo sentira perder mi puesto -repuso el sacerdote con voz cada vez ms conmovida. -No hay poca diferencia! -replic con viveza el carcelero-; todo el mundo sabe que usted, seor cura, tiene unas hermosas tierras, ochocientas libras de renta... Tales eran los hechos que, comentados y exagerados de veinte maneras distintas, agitaban desde haca dos das las ms negras pasiones de la pequea ciudad de Verrires. En aquel momento eran el tema de la pequea discusin que el seor de Rnal sostena con su mujer. Por la maana, acompaado del seor Valenod, director del asilo, haba ido a casa del prroco para manifestarle su ms vivo descontento. El padre Chlan no tena ningn protector; se dio cuenta de todo el alcance de sus palabras. -Muy bien, seores! Ser el tercer prroco de ochenta aos a quien los fieles vern destituir en esta localidad. Hace cincuenta y seis aos que estoy aqu; he bautizado a casi todos los habitantes de la ciudad, que, cuando yo llegu, no era ms que una aldea. Todos los das uno en matrimonio a jvenes cuyos abuelos cas en otro tiempo. Verrires constituye mi familia, pero el miedo a abandonarla no me har transigir con mi conciencia ni admitir otra gua en mis actos que no sea sta. Cuando vi al seor forastero me dije: Este hombre, llegado de Pars, es muy posible que sea un liberal, pues cada da abundan ms; pero, qu dao puede hacer a nuestros pobres y a nuestros reclusos?. Los reproches del seor de Rnal, y sobre todo los del seor Valenod, director del asilo, eran cada vez ms vivos: -Pues bien, seores! Hagan ustedes que se me destituya -exclam el viejo prroco con voz temblorosa-. No por eso dejar de vivir en la regin. Todo el mundo sabe que hace cuarenta y ocho aos hered un campo que me produce ochocientas libras. Con esa renta vivir. Yo no obtengo ganancias ilcitas con mi puesto, y quiz sea sta la razn de que no me asuste la idea de perderlo. El seor de Rnal viva en perfecta armona con su mujer; pero no sabiendo qu contestar a la pregunta que ella le repeta tmidamente: Qu dao puede hacer a los presos ese seor de Pars?, estaba a punto de enfadarse seriamente cuando ella lanz un grito. El segundo de sus hijos acababa de subirse al parapeto que bordeaba el paseo y corra por l a pesar de hallarse a ms de veinte pies de altura sobre la via que haba al otro lado. El temor de asustar a su hijo y de que pudiera caerse hizo enmudecer a la seora de Rnal, quien no pudo decirle ni una sola palabra. Por fin el nio, que se rea de su proeza, al ver la palidez de su madre, salt al paseo y corri hacia ella. Le dieron una

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    buena reprimenda. Este pequeo incidente cambi el curso de la conversacin. -Estoy absolutamente decidido a traerme a casa a Sorel, el hijo del aserrador -dijo el seor de Renal-; vigilar a los nios, que ya empiezan a ser demasiado traviesos para nosotros. Es un joven clrigo, o poco le falta; buen latinista, har progresar a los nios, pues tiene un carcter enrgico, segn dice el seor cura. Le dar trescientos francos y la manutencin. Tena mis dudas acerca de su moralidad, porque era el nio mimado de aquel viejo cirujano miembro de la Legin de Honor, que, bajo el pretexto de que era primo suyo, fue a hospedarse a casa de los Sorel. Aquel hombre poda muy bien ser un agente secreto de los liberales; deca que el aire de nuestras montaas le sentaba muy bien para el asma que padeca; pero esto todava est por demostrar. Haba hecho todas las campaas de Buonapart en Italia y se dice incluso que en aquel entonces dio su voto en contra del Imperio. Ese liberal le ense el latn al hijo de Sorel y luego le dej todos los libros que trajo consigo. Por esto nunca se me hubiera ocurrido encomendar la educacin de mis hijos al hijo del carpintero; pero el prroco me dijo, precisamente la vspera del da en que tuvimos la discusin que nos ha enemistado para siempre, que ese Sorel estudia teologa desde hace tres aos, con el propsito de entrar en el seminario; por lo tanto no es liberal, y es latinista. Este arreglo nos conviene por ms de un concepto -continu el seor de Renal, mirando a su mujer con aire diplomtico-; el Valenod est muy orgulloso de los dos caballos normandos que acaba de comprar para su coche, pero sus hijos no tienen pre-ceptor. -Podra muy bien quitarnos ste. -Entonces apruebas mi proyecto? -dijo el seor de Rnal, agradeciendo a su mujer con una sonrisa la excelente idea que haba tenido-. Siendo as, es cosa hecha. -Por Dios!, amigo mo, qu pronto te decides! -Es que soy un hombre de carcter, y el prroco ha tenido ocasin de comprobarlo. Para qu nos vamos a engaar, estamos rodeados de liberales. Todos estos comerciantes de tejidos me tienen envidia, estoy seguro, algunos se estn haciendo ricos, y quiero que vean pasar a los hijos del seor de Renal cuando vayan de paseo, acompaados de su preceptor. Esto les ensear a respetar. Mi abuelo sola contarnos que en su juventud haba tenido un preceptor. La cosa podr costarme cien escudos, pero hay que considerarlo como un gasto necesario para sostener nuestro rango. Aquella resolucin tan repentina dej muy pensativa a la seora de Renal. Era sta una mujer alta, bien formada, que haba sido la belleza de la comarca, como suele decirse en aquellas montaas. Tena cierto aire sencillo y juvenil en el porte; a los ojos de un parisiense, aquella gracia natural, llena de vivacidad e inocencia, poda incluso ser un incentivo para la ms dulce voluptuosidad. Si la seora de Rnal se hubiera percatado de este tipo de xito, se habra avergonzado de poder despertar tal sentimiento. Su corazn era incapaz de albergar coquetera o afectacin. El seor Valenod, el rico director del asilo, pasaba por haberle hecho la corte sin el menor xito, cosa que dio un brillo extraordinario a su virtud, pues el tal Valenod, joven alto y corpulento, de rostro colorado y grandes patillas negras, era uno de aquellos seres groseros, desvergonzados y alborotadores que en provincias se suelen llamar hombres guapos. La seora de Renal, muy tmida y de un carcter, en apariencia, muy cambiante, no poda soportar el movimiento constante y las voces estentreas del seor Valenod. Su

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    alejamiento de lo que en Verrires se llaman diversiones le vali la reputacin de ser muy orgullosa a causa de su noble cuna. Nada ms lejos de su nimo; pero no por ello vio con poca satisfaccin que las gentes frecuentaran con menor asiduidad su casa. No negaremos que pasaba por tonta entre las seoras de la ciudad, porque, sin ninguna habilidad con su marido, desaprovechaba cuantas ocasiones se le ofrecan de hacer que trajese hermosos sombreros de Pars o de Besancon. Con tal de que la dejaran pasearse sola por su hermoso jardn, no se quejaba de nada. Era un alma sencilla, que nunca se haba permitido a s misma juzgar a su marido y confesarse que la aburra. Supona, sin decrselo a s misma, que entre marido y mujer no podan existir relaciones ms dulces. Amaba al seor de Renal sobre todo cuando ste le hablaba de sus proyectos sobre sus hijos, al primero de los cuales destinaba a las armas, el segundo a la magistratura, y el tercero a la Iglesia. En resumen, encontraba al seor de Renal mucho menos fastidioso que a los dems hombres que conoca. Este juicio conyugal era razonable. El alcalde de Verrires deba una reputacin de talento y buen tono a media docena de ancdotas que haba heredado de un to suyo. El viejo capitn Renal sirvi, antes de la Revolucin, en el regimiento de Infantera del duque de Orleans, y cuando iba a Pars era recibido en los salones del prncipe. All haba visto a Mme. de Montesson, a la famosa Mme. de Genlis, a M. Ducrest, creador del Palais Royal. Estos personajes figuraban con reiterada frecuencia en las ancdotas del seor de Renal. Pero, poco a poco, el recuerdo de cosas tan delicadas de contar se le haba hecho cada vez ms difcil, y, desde haca algn tiempo, slo en las grandes solemnidades repeta sus ancdotas relativas a la casa de Orleans. Como adems era muy corts, excepto cuando se hablaba de dinero, pasaba, con razn, por ser el personaje ms aristocrtico de Verrires.

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    Captulo 4 Un padre y un hijo

    E sar mia colpa se cos ?6 MAQUIAVELO

    Realmente, mi mujer tiene mucho talento! -se deca al da siguiente, a las seis de la maana, el alcalde de Verrires, mientras diriga sus pasos al aserradero del to Sorel-. Aunque no se lo haya dicho, para conservar la superioridad debida, el caso es que no se me haba ocurrido que si no tomo a mi servicio a este curita Sorel, que segn dicen sabe el latn como los propios ngeles, el director del asilo, esa alma inquieta, pudiera muy bien tener la misma idea que yo y quitrmelo. Y con qu tono de suficiencia hablara del preceptor de sus hijos!... Este preceptor, cuando est en mi casa, llevar sotana? El seor de Rnal caminaba absorto por esta duda cuando vio a lo lejos a un campesino de seis pies de estatura, que, ya al romper el da, pareca muy ocupado en medir unos grandes maderos colocados a lo largo del Doubs, en el camino de sirga. El campesino no mostr una satisfaccin excesiva ante la aparicin del seor alcalde, pues los trozos de madera obstruan el camino y estaban all contraviniendo las ordenanzas. El to Sorel, pues de l se trataba, qued muy sorprendido y an ms satisfecho ante la singular proposicin que le hizo el seor de Rnal respecto a su hijo Julien. A pesar de todo, no por ello dej de escucharle con aquel aire de malhumorada tristeza y aparente desinters de que sabe revestirse la astucia de los habitantes de aquellas montaas. Esclavos del tiempo de la dominacin espaola, conservan todava ese rasgo de la fisonoma del fellah de Egipto. La respuesta de Sorel no fue en un primer momento ms que una larga retahla de frmulas de respeto que se saba de memoria. Mientras repeta estas palabras vanas, con una sonrisa forzada que haca resaltar ms el aire de falsedad y de bellaquera propio de su cara, el espritu activo del campesino trataba de adivinar la razn que poda impulsar a un personaje tan importante a llevarse a su casa al intil de su hijo. Estaba muy descon-tento de Julien, y precisamente por ste venan a ofrecerle el inesperado salario de

    6 Y ser culpa ma si es as?

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    trescientos francos al ao, incluida la manutencin y hasta la ropa. Esta ltima pretensin que el to Sorel tuvo el acierto de aventurar sbitamente, le fue concedida en el acto por el seor de Renal. Tal peticin choc mucho al alcalde. Puesto que Sorel no se muestra encantado y satisfecho de mi proposicin, como naturalmente debiera estarlo, es evidente -se dijo- que le han hecho ofertas por otro lado, y no pueden venir de nadie ms que de Valenod. En vano insisti el seor de Rnal para dejar ultimado el trato: la astucia del viejo campesino se neg a ello obstinadamente; quera -segn dijo- consultar a su hijo, como si en pro-vincias un padre rico consultase a un hijo que no tiene nada, a no ser por pura frmula. Un aserradero hidrulico se compone de un cobertizo al borde de un arroyo. El tejado se sostiene sobre un armazn que descansa sobre cuatro grandes pilares de madera. A ocho o diez pies de altura, en medio del cobertizo, se ve una sierra que sube y baja, mientras que un sencillo mecanismo empuja un tronco hacia ella. Una rueda, movida por el agua del arroyo, pone en marcha este doble mecanismo, el de la sierra que sube y baja y el que empuja suavemente el tronco hacia la sierra, que lo corta en tablones. Al llegar a su fbrica, el to Sorel llam a su hijo Julien con voz estentrea; nadie respondi. Slo vio a sus hijos mayores, especie de gigantes que, armados de pesadas hachas, desbastaban los troncos de abeto para llevarlos a la sierra. Ocupados en seguir exactamente la lnea negra trazada sobre la madera, a cada hachazo desgajaban enormes virutas. No oyeron la voz de su padre. ste se dirigi al cobertizo y en vano busc a Julien en el sitio que le corresponda, junto a la sierra. Lo vio, cinco o seis pies ms arriba, a caballo en una de las vigas de la techumbre. En vez de vigilar atentamente la marcha de todo el mecanismo, estaba leyendo. No exista nada que el viejo Sorel aborreciera ms; acaso hubiera perdonado a Julien su complexin esbelta, poco a propsito para trabajos rudos y tan distinta de la de sus hermanos; pero aquella mana de la lectura le era odiosa, l no saba leer. Intilmente llam a Julien dos o tres veces. La atencin que el joven prestaba a su libro, mucho ms que el ruido de la sierra, le impeda or la voz tonante de su padre. Por fin, a pesar de su edad, ste salt gilmente sobre el tronco que estaba serrando la mquina, y de all a la viga transversal que sostena el tejado. Un golpe violento hizo volar al arroyo el libro que Julien tena en la mano; un segundo golpe en la cabeza, tan violento como el primero, dado con la palma de la mano, le hizo perder el equilibrio. Iba a caer diez o quince pies ms abajo, entre las palancas de la mquina en pleno funcionamiento, que le hubieran hecho pedazos, cuando su padre le sostuvo con la mano izquierda. -Holgazn! Hasta cundo piensas leer tus malditos libros mientras ests de guardia en la sierra? Lelos, si te place, por la noche, cuando vas a perder el tiempo a casa del cura. Julien, aunque aturdido por la fuerza del golpe, y sangrando, se acerc a su puesto oficial, junto a la sierra. Tena los ojos llenos de lgrimas, no tanto por el dolor fsico como por la prdida de aquel libro que adoraba. -Baja, animal, que tengo que hablarte. El ruido de la mquina impidi una vez ms a Julien or esta orden. Su padre, que ya estaba abajo y que no quera molestarse en subir otra vez, fue a buscar una larga vara que usaba para apalear los nogales y le dio un golpe con ella en el hombro. Apenas estuvo Julien en el suelo, el viejo Sorel, empujndole con rudeza, le hizo

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    pasar delante y le llev a empellones hasta la casa. Dios sabe lo que va a hacer conmigo!, pensaba el pobre muchacho. Al pasar, mir tristemente hacia el arroyo, donde haba cado su libro; era su predilecto: el Memorial de Santa Elena. Iba sofocado, con las mejillas encendidas y los ojos bajos. Era un muchacho de dieciocho a diecinueve aos, dbil en apariencia, de rasgos irregulares pero delicados, y nariz aguilea. Sus grandes ojos negros, que cuando estaban tranquilos denotaban reflexin y fogosidad, tenan ahora una expresin de odio feroz. Sus cabellos castao oscuro, que le nacan muy abajo, dejaban al descubierto una frente muy estrecha y, en los momentos de clera, le daban un cierto aire de maldad. Entre las innumerables variedades de la fisonoma humana, quiz no haya otra que tenga una singularidad ms impresionante. Su figura esbelta y bien porporcionada denotaba ms agilidad que vigor. Desde sus primeros aos, su extremada palidez y su aire profundamente ensimismado hicieron creer a su padre que no vivira mucho, y que, si sala adelante, no iba a ser ms que una carga para los suyos. Vctima, en su casa, del desprecio de todos, odiaba a su padre y a sus hermanos; en los juegos domingueros de la plaza pblica, siempre era vencido. Haca escasamente un ao que su hermoso rostro haba empezado a conquistarle ciertas simpatas entre las muchachas. Despreciado de todos como un ser dbil, Julien ador al viejo cirujano que un da tuvo el valor de recriminar al alcalde por su manera de podar los pltanos. Este cirujano pagaba algunas veces a Sorel el jornal de su hijo y le enseaba latn e historia, es decir, la historia que l saba, la campaa de 1796 en Italia. Al morir le leg su cruz de la Legin de Honor, los atrasos de su media paga y treinta o cuarenta volmenes, el ms precioso de los cuales acababa de sumergirse en el arroyo pblico que un da desviara de su curso la influencia del seor alcalde. Apenas entr en la casa, Julien sinti caer sobre su hombro la pesada mano de su padre; temblaba, esperaba recibir unos cuantos golpes. -Dime la verdad -le grit al odo la voz dura del viejo campesino, mientras con la mano le obligaba a volverse hacia l con la misma facilidad con que un nio hace dar la vuelta entre sus dedos a un soldado de plomo. Los grandes ojos negros, llenos de lgrimas, de Julien se encontraron frente a los ojillos grises y aviesos del viejo carpintero, que pareca querer leer hasta el fondo de su alma.

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    Captulo 5 Una negociacin

    Cunctando restituit rem.7 ENNIO

    -Contstame, si puedes, perro intil; de qu conoces t a la seora de Rnal? Cundo le has hablado? -No le he hablado jams -respondi Julien-, ni he visto a esta seora ms que en la iglesia. -Pero la habrs mirado, maldito sinvergenza! -Jams! Bien sabe usted que en la iglesia slo miro a Dios -agreg Julien con cierto aire hipcrita, muy propio, segn l, para evitar nuevos golpes. -Sin embargo, me ocultas algo -replic el campesino, receloso, y se call un momento-; pero de ti no sacar nada en claro, maldito hipcrita. Despus de todo, voy a librarme de ti, y con esto saldr ganando el aserradero. Has conquistado al seor cura o a cualquier otro, que te ha procurado un buen puesto. Prepara tus cosas y te llevar a casa del seor Rnal para que seas el preceptor de sus hijos. -Y qu ganar por ello? -Manutencin, vestido y un salario de trescientos francos. -No quiero ser criado. -Animal, quin te habla de ser criado? Crees t que yo consentira que mi hijo fuera criado? -Pero, con quin comer? Esta pregunta desconcert al viejo Sorel, quien comprendi que si segua hablando cometera alguna imprudencia; se enfureci contra Julien, le llen de improperios reprochndole su glotonera y le dej para consultar con sus dems hijos. Julien les vio poco despus, apoyados en sus correspondientes hachas y celebrando consejo. Despus de haberles contemplado largo rato, viendo Julien que no poda averiguar nada, fue a colocarse al otro lado del aserradero para que no le sorpren-dieran. Quera reflexionar detenidamente sobre aquella noticia inesperada que cambiaba

    7 Restableci la situacin contemporizando

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    su suerte, pero se sinti incapaz de ser prudente; su imaginacin estaba ocupada por entero en figurarse lo que vera en la hermosa casa del seor de Renal. Hay que renunciar a todo esto -se dijo- antes que rebajarse a comer con los criados. Mi padre querr obligarme a aceptar; pero antes la muerte. Tengo quince francos y cuarenta cntimos de economas, me escapo esta noche; en dos das, yendo por atajos donde no corro el peligro de encontrar ningn gendarme, estar en Besancon; all me alisto como soldado y, si es preciso, me voy a Suiza. Pero entonces ya no habr para m ambiciones ni xitos, ni esa hermosa carrera eclesistica que lleva a todas partes. Este horror a comer con los criados no era natural en Julien; hubiera hecho, por alcanzar la fortuna, cosas mucho ms humillantes. Tal repugnancia proceda de las Confesiones de Rousseau. ste era el nico libro a travs del cual su imaginacin era capaz de concebir el mundo. Junto con la coleccin de boletines de La Grande Arme y el Memorial de Santa Elena, constituan su Corn. Se habra dejado matar por estas tres obras. Nunca crey en otras. Segn una frase del viejo cirujano mayor, consideraba todos los dems libros del mundo como una sarta de mentiras escritas por unos cuantos pcaros para su exclusivo provecho. Dotado de un alma de fuego, Julien posea una de esas memorias prodigiosas que tantas veces son patrimonio de los necios. Para conquistar al viejo padre Chlan, del cual saba que dependa su porvenir, se aprendi de memoria el Nuevo Testamento en latn; tambin se saba el libro del Papa, de M. de Maistre, y crea tan poco en el uno como en el otro. Como por mutuo acuerdo, Sorel y su hijo rehuyeron hablarse durante todo el da. Al caer la tarde, Julien fue a recibir su leccin de teologa a casa del cura, pero no crey prudente hablarle de la extraa proposicin que le haban hecho a su padre. Puede ser una trampa -se dijo- y hay que hacer como que no me acuerdo de ello. Al da siguiente, muy temprano, el seor de Rnal mand llamar al viejo Sorel, quien, despus de haberse hecho esperar una o dos horas, se present al fin haciendo mil reverencias y mascullando otras tantas excusas. A fuerza de oponer toda suerte de objeciones, Sorel comprendi que su hijo comera con los dueos de la casa, y, los das en que hubiera invitados, en un cuarto aparte con los nios. Cada vez ms dispuesto a suscitar nuevos inconvenientes a medida que descubra un mayor inters en el seor alcalde y, por otra parte, lleno de desconfianza y de extraeza, Sorel pidi que le ensearan la habitacin que haba de ocupar su hijo. Era una habitacin espaciosa, perfectamente amueblada, pero en la que estaban colocando ya las camas de los tres nios. Esta circunstancia fue un rayo de luz para el viejo campesino; inmediatamente, y seguro ya de s mismo, quiso ver el traje que daran a su hijo. El seor de Rnal abri un cajn de su escritorio y sac cien francos. -Con este dinero, su hijo se presentar en casa del seor Durand, de la tienda de paos, y se har cortar un traje negro completo. -Y aun cuando yo le saque de su casa -dijo el campesino, que haba olvidado pronto sus modales respetuosos-, podr quedarse con ese traje negro? -Naturalmente. -Bien -dijo Sorel con reposado acento-, entonces no nos queda ms que ponernos de acuerdo respecto a una cosa, el dinero que le va usted a dar. -Cmo! -exclam el seor de Rnal, indignado-, pero si

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    ayer ya quedamos de acuerdo! Le dar trescientos francos; creo que es bastante, y quiz demasiado. -sta era su oferta, no lo niego -dijo el viejo Sorel, todava con mayor sosiego; y en un rasgo de astucia que no sorprender a quienes conozcan a los campesinos del Franco Condado, aadi, ~ando fijamente al seor de Rnal-: Pero hay quien da ms. A estas palabras el rostro del alcalde se demud. Logr rehacerse, sin embargo, y, despus de una sabia conversacin de ms de dos horas, en la que no se pronunci ni una sola palabra al azar, la astucia del campesino sali vencedora sobre la astucia del hombre rico que no la necesita para vivir. Se puntualizaron todos los numerosos detalles que haban de regular la nueva existencia de Julien, y no slo se fijaron sus honorarios en cuatrocientos francos, sino que se estipul que habran de pagrsele por adelantado el primero de cada mes. -Est bien -dijo el seor de Renal-; le abonar treinta y cinco francos. -Para redondear la cuenta -repuso el campesino con untuoso acento-, un caballero rico y generoso como el seor alcalde ya llegar hasta los treinta y seis francos. -Sea -dijo el seor de Renal-, pero acabemos de una vez. Haba llegado a un punto en que la clera daba a sus palabras un acento de firmeza. El campesino se dio cuenta de que no deba ir ms lejos. Entonces el seor de Renal se creci a su vez. Negse en redondo a entregar al viejo Sorel la primera mensua-lidad de treinta y seis francos, que ste tena mucho empeo en cobrar en nombre de su hijo. Luego pens que no tendra ms remedio que contar a su mujer el papel que haba hecho en aquella negociacin. -Devulvame usted los cien francos que le he dado -dijo con mal humor-. El seor Durand tiene una deuda conmigo. Ir a su casa, con su hijo, para comprar el corte de pao negro. Ante estas muestras de energa, Sorel volvi a adoptar prudentemente sus frmulas respetuosas; duraron cerca de un cuarto de hora. Por ltimo, viendo que decididamente no poda sacar ms partido, se retir. Su ltima reverencia acab con estas palabras: -Voy a enviar mi hijo al castillo. De este modo llamaban las gentes del lugar a la casa del alcalde cuando queran halagarle. De vuelta a su fbrica, en vano busc Sorel a su hijo. Desconfiando de lo que pudiera ocurrir, Julien haba salido en plena noche. Quera poner a salvo su cruz de la Legin de Honor y sus libros. Lo haba llevado todo a casa de un amigo suyo, un joven tratante en maderas, llamado Fouqu, que habitaba en la alta montaa que domina Verrires. A su regreso, le dijo su padre: -Sabe Dios, maldito holgazn, si algn da tendrs la honradez de pagarme lo que he gastado en alimentarte durante tantos aos! Coge tus trapos y vete a casa del seor alcalde. Julien, asombrado de no recibir ningn golpe, se apresur a marcharse. Pero apenas perdi de vista a su padre, acort el paso. Juzg que sera til a su hipocresa hacer un alto en la iglesia. Os sorprende esa frase? Antes de llegar a esta horrible palabra, el alma del joven campesino haba tenido que andar mucho camino.

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    Siendo muy nio, la presencia de los dragones del sexto regimiento, con sus largas capas blancas y sus cascos adornados de crines negras, que volvan de Italia y cuyos caballos vea atar Julien a las rejas de la ventana de su casa, le haba despertado un loco entusiasmo por la carrera militar. Ms tarde, escuchaba con deleite los relatos que el cirujano mayor haca de las batallas del puente de Lodi, de Arcole o de Rvoli. Observaba las miradas ardientes que el viejo diriga a su cruz. Pero cuando Julien tena catorce aos, se empez a construir en Verrires una iglesia que bien puede calificarse de magnfica para una ciudad tan pequea. Haba en ella, sobre todo, cuatro columnas de mrmol que llamaban la atencin de Julien. Estas columnas se hicieron clebres en la comarca por haber suscitado un odio mortal entre el juez de paz y el joven vicario llegado de Besanyon y que pasaba por ser espa de la congregacin. El juez de paz estuvo a punto de perder su puesto, por lo menos sta era la opinin ms generalizada. Acaso no haba tenido la osada de discutir con un cura que iba a Besancon dos veces al mes y que, segn se deca, era recibido por el seor obispo? En tales circunstancias, el juez de paz, padre de una numerosa familia, dict varias sentencias que parecieron injustas, todas ellas contra individuos que lean El Constitucional. El buen partido triunf. Bien es cierto que slo se trataba de pequeas multas de cuatro o cinco francos, pero una de ellas tuvo que pagarla un fabricante de clavos, padrino de Julien. En medio de su clera, el buen hombre exclamaba: Cmo cambian los tiempos! Y pensar que durante ms de veinte aos este juez de paz ha tenido fama de ser un hombre honrado!. El cirujano mayor, amigo de Julien, haba muerto. Repentinamente, Julien dej de hablar de Napolen; anunci su propsito de ser sacerdote, y se le poda ver a todas horas en el aserradero de su padre, ocupado en aprenderse de memoria una Biblia en latn que el cura le haba prestado. Este buen an-ciano, maravillado de sus progresos, pasaba veladas enteras ensendole teologa. Ante l Julien alardeaba de sentimientos piadosos. Quin hubiera podido adivinar que aquel semblante de nia, tan plido y tan dulce, ocultaba la resolucin irrevocable de sufrir mil veces la muerte antes que resignarse a no hacer fortuna? Para Julien, hacer fortuna era, en primer lugar, salir de Verrires; aborreca su patria. Todo lo que vea en torno suyo helaba su imaginacin. Desde muy nio, haba tenido momentos de exaltacin. Entonces soaba con delicia que algn da sera presentado a las grandes damas de Pars; sabra llamar su atencin por algn acto notable. Y por qu no habra de ser amado por alguna de ellas, como lo fue Napolen, pobre an, por Josefina de Beauharnais? Desde haca muchos aos Julien no dejaba pasar ni un solo da sin repetirse a s mismo que Napolen, teniente oscuro y sin fortuna, se haba hecho dueo del mundo con su espada. Este pensamiento le consolaba de sus desgracias, que le parecan muy grandes, y aumentaba su alegra cuando la senta. De pronto, la construccin de la iglesia y las sentencias del juez de paz le abrieron los ojos; se le ocurri una idea que durante algunas semanas le tuvo como loco y se adue finalmente de l con toda la fuerza de que es capaz un alma apasionada que cree haber descubierto algo por vez primera. Cuando Bonaparte empez a figurar, Francia tema una invasin; el mrito militar era necesario y estaba de moda. Hoy, en cambio, hay curas de cuarenta aos que ganan cien mil francos al ao, es decir, tres veces ms que los famosos generales de Na-

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    polen. Necesitan gente que les secunde. No hay ms que ver a este juez de paz, un hombre ya viejo que hasta ahora haba sido tan recto y que acepta su propia deshonra por miedo a incurrir en las iras de un joven vicario de treinta aos. Hay que ser sacerdote. En cierta ocasin, cuando Julien, sumido de lleno en aquella piedad tan reciente, llevaba dos aos estudiando teologa, le traicion, sin embargo, una explosin repentina del fuego que devoraba su alma. En casa del padre Chlan, durante una comida de sacerdotes en la que el buen prroco le haba presentado como un prodigio de erudicin, se le ocurri hacer un elogio entusiasta de Napolen. Se vend el brazo derecho contra el pecho, pretendiendo habrselo dislocado al mover un tronco de abeto, y lo llev durante dos meses en esta posicin incmoda. Despus de este castigo corporal, se perdon a s mismo. ste era el joven de diecinueve aos a quien por su dbil aspecto apenas se le hubieran atribuido diecisiete, que, con un paquete bajo el brazo, entraba en la magnfica iglesia de Verrires. La encontr sombra y solitaria. Con motivo de una fiesta todas las ventanas del edificio haban sido recubiertas de colgaduras de pao carmes. Al reflejarse en ellas los rayos del sol, producan un efecto de luz deslumbrador y una impresin imponente y profundamente religiosa. Julien se estremeci. Solo en la iglesia, fue a colocarse en el banco que le pareci mejor. Tena grabadas las armas del seor de Rnal. En el reclinatorio vio Julien un trozo de papel impreso, puesto all como a propsito para ser ledo. Puso los ojos en l y ley: Detalles de la ejecucin y ltimos momentos de Louis Jenrel, ejecutado en Besanpon el... El papel estaba roto. En el reverso se podan leer las primeras palabras de una lnea: El primer paso. Quin habr dejado aqu este papel? -pens Julien-. Pobre desgraciado -murmur con un suspiro-, su nombre termina como el mo... Y arrug el papel. Al salir, Julien crey ver sangre cerca de la pila del agua bendita, haba muchas gotas de agua en el suelo: el reflejo de los cortinajes rojos que cubran las ventanas haca que pareciesen sangre. Julien acab por avergonzarse de su secreto terror. Ser cobarde! -pens-, a las armas! Esta frase, tantas veces repetida en los relatos de batallas del viejo cirujano militar, era heroica para Julien. Se levant y march con paso rpido y firme a casa del seor de Rnal. A pesar de su decidida resolucin, cuando la vio a veinte pasos de l, sinti que le invada una invencible timidez. La verja de hierro estaba abierta, le pareci magnfica, haba que entrar. Julien no era la nica persona que se senta turbada por su llegada a aquella casa. La extremada timidez de la seora de Rnal estaba desconcertada ante la idea de que un extrao, por razn de sus funciones, iba a estar constantemente entre ella y sus hijos. Tena la costumbre de que los nios durmieran en su cuarto. Aquella misma maana, al ver trasladar sus camitas a la habitacin del preceptor, haba derramado abundantes lgri-mas. En vano rog a su marido que dejase con ella al ms pequeo, Stanislas-Xavier. La delicadeza femenina era exageradsima en la seora de Rnal. Se imaginaba un ser desagradable, grosero y mal peinado, encargado de reir a sus hijos por el solo hecho de saber latn, un lenguaje brbaro, por culpa del cual azotaran a sus hijos.

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    Captulo 6 El aburrimiento

    Non so pi cosa son, Cosa facio.8 MOZART

    Con la gracia y vivacidad en ella naturales cuando se hallaba lejos de las miradas de los hombres, la seora de Rnal sala por la puerta del saln que daba al jardn, cuando vio junto a la puerta principal a un joven campesino, casi un nio todava y extremadamente plido, que acababa de llorar. Llevaba una camisa muy blanca y, bajo el brazo, una chaqueta muy limpia de ratina morada. La tez de aquel joven campesino era tan blanca, sus ojos tan dulces, que la imaginacin un tanto novelesca de la seora de Rnal pens por un momento que pudiera ser una muchacha disfrazada que acuda a pedir algn favor al seor alcalde. Aquella pobre criatura, detenida ante la puerta principal, y que, por las trazas, no se atreva ni a tocar la campanilla, le dio lstima. La seora de Rnal se acerc, olvidando por un momento la amargura que senta por la llegada del preceptor. Julien, vuelto hacia la puerta, no la vio avanzar. Se estremeci al or una voz dulce que le preguntaba al odo: -Qu busca usted aqu, hijo mo? Julien se volvi con presteza e, impresionado por la mirada llena de gracia de la seora de Rnal, perdi parte de su timidez. Muy pronto, asombrado de su belleza, olvid incluso. lo que iba a hacer all. La seora de Rnal repiti su pregunta. -Vengo para ser preceptor, seora elijo Julien, avergonzado de sus lgrimas, que procuraba ocultar.

    La seora de Renal qued desconcertada; estaban los dos muy cerca y se miraban. Julien nunca haba visto una persona tan bien vestida y, sobre todo, una mujer con una tez tan deslumbradora que le hablara con tanta dulzura. La seora de Renal contemplaba las gruesas lgrimas que se secaban en las mejillas, tan plidas antes y ahora tan rosadas, del joven campesino. De pronto se ech a rer con la loca alegra de una chiquilla; se burlaba de s misma y no poda dar crdito a toda su dicha. Cmo! Aqul era el preceptor que ella se haba imaginado como un cura sucio y mal vestido que vendra a reir y a pegar a

    8 No s ya lo que soy ni qu hago.. Las bodas de Fgaro

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    sus hijos? -Pero cmo, seor -le dijo al cabo-, sabe usted latn? La palabra seor sorprendi tanto a Julien, que reflexion un instante. -S, seora -dijo tmidamente. La seora de Renal estaba tan contenta, que se atrevi a decir a Julien: -No reir usted demasiado a esos pobres nios? -Reirles yo? -replic Julien, asombrado-. Y por qu? -Verdad, seor -aadi ella despus de un momento de silencio, con voz cada vez ms emocionada-, que ser usted bueno con ellos?, me lo promete usted? Orse llamar seor otra vez, tan formalmente y por una dama tan bien vestida, era algo que superaba las previsiones de Julien: en todos sus sueos y fantasas juveniles haba credo siempre que una dama elegante jams se dignara dirigirle la palabra hasta que llevara un hermoso uniforme. La seora de Renal, por su parte, estaba completamente confundida por la finura del cutis, los grandes ojos negros de Julien y sus hermosos cabellos, ms rizados que de ordinario, pues, para refrescarse, haba chapuzado la cabeza en el piln de la fuente pblica. Con gran satisfaccin por su parte, se encontraba con que aquel fatal preceptor, cuya dureza y hosquedad tanto haba temido por sus hijos, tena el aire tmido de una muchacha. Para el alma tan apacible de la seora de Renal, el contraste entre sus temores y la realidad fue un gran acontecimiento. Por fin volvi en s de su asombro. Se dio cuenta con extraeza de que se encontraba en la puerta de su casa con aquel joven casi en camisa y muy cerca de l. -Entremos, seor -le dijo un tanto azorada. En toda su vida una sensacin puramente agradable la haba emocionado tan profundamente; jams una aparicin tan graciosa haba disipado temores ms inquietantes. As, sus hijos, tan mimados por ella, no caeran en manos de un cura sucio y grun. Apenas entraron en el vestbulo, se volvi hacia Julien, que la segua tmidamente. Su aire de asombro al contemplar una casa tan hermosa era un encanto ms para la seora de Rnal. No poda dar crdito a sus ojos; le pareca sobre todo que el preceptor tena que ir vestido de negro. -Pero es cierto, seor -le dijo, detenindose nuevamente, aterrada por la idea de que pudiese haber un error en un hecho que la haca tan feliz-, que sabe usted latn? Estas palabras hirieron el orgullo de Julien y disiparon el encantamiento en que viva desde haca un cuarto de hora. -S, seora -respondi, tratando de adoptar un aire fro-, s el latn tan bien como el seor cura, e incluso a veces tiene la bondad de decir que lo s mejor que l. La seora de Rnal encontr que Julien, que se haba detenido a dos pasos de ella, pareca tener muy mal genio. Acercndose a l, le dijo a media voz: -Los primeros das no pegar usted a mis hijos aun cuando no sepan la leccin, verdad? El tono dulce y casi suplicante de aquella dama tan hermosa hizo olvidar repentinamente a Julien lo que deba a su reputacin de latinista. La cara de la seora de Rnal estaba junto a la suya, not el perfume del traje de verano de una mujer, cosa completamente inslita para un pobre campesino. Julien se ruboriz intensamente y dijo con un suspiro y una voz desfallecida: -No tema usted nada, seora, la obedecer en todo. Slo al llegar a este punto, al disiparse por completo la inquietud que sintiera por

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    sus hijos, se dio cuenta la seora de Rnal de la extremada belleza de Julien. Sus rasgos, casi femeninos, y su aire de turbacin no parecieron ridculos a una mujer que era La seora de Rnal qued desconcertada; estaban los dos muy cerca y se miraban. Julien nunca haba visto una persona tan bien vestida y, sobre todo, una mujer con una tez tan deslumbradora que le hablara con tanta dulzura. La seora de Rnal contemplaba las gruesas lgrimas que se secaban en las mejillas, tan plidas antes y ahora tan rosadas, del joven campesino. De pronto se ech a rer con la loca alegra de una chiquilla; se burlaba de s misma y no poda dar crdito a toda su dicha. Cmo! Aqul era el preceptor que ella se haba imagina do como un cura sucio y mal vestido que vendra a reir y a pegar a sus hijos?

    -Pero cmo, seor -le dijo al cabo-, sabe usted latn? La palabra seor sorprendi tanto a Julien, que reflexion un instante. -S, seora -dijo tmidamente. La seora de Rnal estaba tan contenta, que se atrevi a decir a Julien: -No reir usted demasiado a esos pobres nios? -Reirles yo? -replic Julien, asombrado-. Y por qu? -Verdad, seor -aadi ella despus de un momento de silencio, con voz cada

    vez ms emocionada-, que ser usted bueno con ellos?, me lo promete usted? Orse llamar seor otra vez, tan formalmente y por una dama

    tan bien vestida, era algo que superaba las previsiones de Julien: en todos sus sueos y fantasas juveniles haba credo siempre que una dama elegante jams se dignara dirigirle la palabra hasta que llevara un hermoso uniforme.

    La seora de Rnal, por su parte, estaba completamente confundida por la finura del cutis, los grandes ojos negros de Julien y sus hermosos cabellos, ms rizados que de ordinario, pues, para refrescarse, haba chapuzado la cabeza en el piln de la fuente pblica. Con gran satisfaccin por su parte, se encontraba con que aquel fatal preceptor, cuya dureza y hosquedad tanto haba temido por sus hijos, tena el aire tmido de una muchacha. Para el alma tan apacible de la seora de Rnal, el contraste entre sus temores y la realidad fue un gran acontecimiento. Por fin volvi en s de su asombro. Se dio cuenta con extraeza de que se encontraba en la puerta de su casa con aquel joven casi en camisa y muy cerca de l.

    -Entremos, seor -le dijo un tanto azorada. En toda su vida una sensacin puramente agradable la haba emocionado tan

    profundamente; jams una aparicin tan graciosa haba disipado temores ms inquietantes. As, sus hijos, tan mimados por ella, no caeran en manos de un cura sucio y grun. Apenas entraron en el vestbulo, se volvi hacia Julien, que la segua tmidamente. Su aire de asombro al contemplar una casa tan hermosa era un encanto ms para la seora de Rnal. No poda dar crdito a sus ojos; le pareca sobre todo que el preceptor tena que ir vestido de negro.

    -Pero es cierto, seor -le dijo, detenindose nuevamente, aterrada por la idea de que pudiese haber un error en un hecho que la haca tan feliz-, que sabe usted latn? Estas palabras hirieron el orgullo de Julien y disiparon el encantamiento en que viva desde haca un cuarto de hora.

    -S, seora -respondi, tratando de adoptar un aire fro-, s el latn tan bien como el seor cura, e incluso a veces tiene la bondad de decir que lo s mejor que l.

    La seora de Rnal encontr que Julien, que se haba detenido a dos pasos de ella,

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    pareca tener muy mal genio. Acercndose a l, le dijo a media voz: -Los primeros das no pegar usted a mis hijos aun cuando no sepan la leccin,

    verdad? El tono dulce y casi suplicante de aquella dama tan hermosa hizo olvidar

    repentinamente a Julien lo que deba a su reputacin de latinista. La cara de la seora de Rnal estaba junto a la suya, not el perfume del traje de verano de una mujer, cosa completamente inslita para un pobre campesino. Julien se ruboriz intensamente y dijo con un suspiro y una voz desfallecida:

    -No tema usted nada, seora, la obedecer en todo. Slo al llegar a este punto, al disiparse por completo la inquietud que sintiera por sus hijos, se dio cuenta la seora de Rnal de la extremada belleza de Julien. Sus rasgos, casi femeninos, y su aire de turbacin no parecieron ridculos a una mujer que era a su vez sumamente tmida. El aspecto varonil que, por lo comn, se considera requisito indispensable de la hermosura de un hombre, le hubiera dado miedo. -Qu edad tiene usted? -pregunt a Julien. -Voy a cumplir diecinueve aos. -Mi hijo mayor tiene once -repuso la seora de Rnal, completamente tranquilizada-, ser casi un camarada para usted, usted le har entrar en razn. Una vez su padre quiso pegarle y, aunque slo le dio un golpe muy ligero, el nio estuvo enfermo durante toda una semana. Qu diferencia conmigo! -pens Julien-. Ayer mismo me peg mi padre. Qu felices son estas gentes ricas! La seora de Rnal, que empezaba ya a percibir los ms leves matices del alma del preceptor, tom aquel movimiento de tristeza por timidez y quiso animarle. -Cul es su nombre? -le pregunt con un acento y una gracia tales que Julien no pudo menos que percibir todo su encanto, aun sin darse cuenta de ello. -Me llamo Julien Sorel, seora. Estoy asustado al entrar por vez primera en una casa extraa, necesito su proteccin y que me perdone todas mis torpezas en los primeros das. Nunca fui al colegio; era demasiado pobre para ello; en toda mi vida slo he hablado con mi primo el cirujano mayor, miembro de la Legin de Honor, y con el padre Chlan. l le dar buenos informes de m. Mis hermanos siempre me han pegado, no les crea usted si le hablan mal de m. Tendr usted que perdonarme las faltas que cometa, seora, le aseguro que no lo har nunca con mala intencin. Julien iba serenndose a medida que pronunciaba este largo discurso y contemplaba a la seora de Renal. Tal es el efecto que produce la gracia perfecta cuando es natural y la persona a quien adorna no se da cuenta siquiera de que la tiene. Julien, que saba apreciar muy bien la belleza femenina, hubiera jurado en aquel momento que no tena ms de veinte aos. De pronto se le ocurri la atrevida idea de besarle la mano. En el acto, su propia osada le dio miedo; al cabo de un momento se dijo: Sera una cobar-da no hacer una cosa que puede serme til y atenuar quizs el desprecio que, sin duda, siente esta dama por un pobre obrero que acaba de salir del aserradero. Es posible que Julien se sintiera un tanto envalentonado por aquel calificativo de lindo mozo que desde haca seis meses oa repetir todos los domingos a algunas muchachas. Mientras sostena esta lucha interior, la seora de Rnal le daba algunas instrucciones sobre el modo como deba comenzar su trato con los nios. La violencia que Julien se haca a s mismo le puso de nuevo muy plido y dijo con aire forzado:

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    -Jams pegar a sus hijos, seora; lo juro ante Dios. Y al decir estas palabras, en un arranque de audacia, tom entre las suyas la mano de la seora de Rnal y se la llev a los labios. sta se sorprendi por aquel gesto de atrevimiento y al pensar en ello se sinti molesta. Como haca mucho calor, llevaba el brazo desnudo bajo el chal, y el movimiento de Julien, al acercar la mano a sus labios, se lo descubri por completo. A los pocos instantes, se reproch vivamente a s misma no haberse mostrado indignada en el acto. El seor de Rnal, que haba odo el rumor de la conversacin, sali de su gabinete. Con el mismo aire majestuoso y paternal que solfa adoptar cuando celebraba los matrimonios en la alcalda, le dijo a Julien: -Necesito hablarle antes de que le vean los nios. Hizo entrar a Julien en un gabinete y retuvo a su mujer, que quera dejarlos solos. Despus de cerrar la puerta, el seor de Renal se sent con gravedad. -El seor cura me ha dicho que usted es una buena persona. Aqu todo el mundo le tratar con respeto, y si quedo contento de sus servicios le ayudar en el porvenir a crearse una pequea posicin. Deseara que no frecuentase usted ms a sus parientes Y amigos, su tono no es conveniente para mis hijos. Aqu tiene usted los treinta y seis francos del primer mes; pero le exijo que me d su palabra de que de este dinero no le dar ni un cntimo a su padre. -El seor de Rnal estaba resentido contra el viejo, que en este asunto haba demostrado ser ms listo que l. -Y ahora, seor, porque siguiendo mis rdenes todo el mundo le llamar seor en esta casa, y ya notar usted las ventajas de convivir con gente distinguida, ahora, seor, no creo conveniente que los nios le vean con este traje. Le han visto los criados? -pregunt el seor Rnal a su mujer. -No, amigo mo -respondi ella profundamente pensativa. -Tanto mejor. Pngase usted esto -le dijo al asombrado joven alargndole una de sus levitas-. Y ahora vamos a casa del seor Durand, el vendedor de paos. Una hora despus, cuando el seor de Rnal volvi con el nuevo preceptor vestido de negro de pies a cabeza, encontr a su mujer sentada en el mismo sitio. sta se sinti ms tranquila con la presencia de Julien; al contemplarle se olvidaba del miedo que le haba inspirado. Julien, por su parte, ni siquiera pensaba en ella; a pesar de toda su desconfianza en el destino y en los hombres, su alma era en aquel momento la de un nio; le pareca haber vivido muchos aos desde que, tres horas antes, entrara tembloroso en la iglesia. Se dio cuenta del aire glacial de la seora de Rnal y comprendi que estaba enojada con l por haberse atrevido a besarle la mano. Pero el sentimiento de orgullo que le produca el contacto de un traje tan diferente del que tena costumbre de usar, le puso tan fuera de s, y al mismo tiempo deseaba tanto ocultar su alegra, que todos sus movimientos tenan algo de brusco y alocado. La seora de Rnal le contemplaba con ojos atnitos. -Gravedad, seor -le dijo el seor de Renal-, si quiere usted que le respeten mis hijos y mi servidumbre. -Seor -respondi Julien-, me siento un poco extrao con mi nuevo traje; yo, pobre campesino, slo haba llevado chaqueta. Si usted me lo permite, me retirar a mi cuarto. -Qu te parece esta nueva adquisicin? -le dijo el seor de Rnal a su mujer.

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    Por un impulso casi instintivo, y del que ni ella misma se dio cuenta, la seora de Rnal ocult la verdad a su marido. -No estoy tan encantada como usted con este pequeo aldeano; sus atenciones harn de l un impertinente al que tendr que despedir antes de un mes. -Pues bien!, le despediremos. En total me habr costado un centenar d francos, y Verrires se acostumbrar a que los hijos del seor de Rnal tengan un preceptor. Esto no lo conseguira jams si dejase llevar a Julien sus ropas de obrero. Si le despido, me quedar, claro est, con el traje negro completo que le he comprado en la tienda de paos. Slo se quedar con el que lleva puesto, que es uno que he comprado hecho en casa del sastre. La hora que pas Julien en su cuarto le pareci un instante a la seora de Rnal. Los nios, a quienes ya se haba anunciado la llegada del nuevo preceptor, abrumaban a su madre a preguntas. Por fin, apareci Julien. Era otro hombre. Sera injusto decir que estaba grave; era la gravedad en persona. Fue presentado a los nios y les habl en un tono que asombr al mismo seor de Rnal. -He venido, seores -les dijo al acabar su alocucin- para en searos el latn. Ya sabis lo que es recitar una leccin. Aqu est la Santa Biblia -aadi, mostrndoles un volumen encuadernado en negro-. Es la historia de Nuestro Seor Jesucristo, concreta-mente aquella parte que se llama el Nuevo Testamento. Yo os preguntar la leccin con frecuencia, preguntdmela vosotros a m. Adolphe, el mayor de los nios, haba tomado el libro. -Abridlo por donde queris -continu Julien- y decidme la primera frase de un versculo. Recitar de memoria el libro sagrado, regla de nuestra conducta, hasta que me hagis callar.

    Adolphe abri el libro, ley una frase, y Julien recit la pgina entera con la misma facilidad que si hubiera hablado francs. El seor Rnal miraba a su mujer con aire de triunfo. Los nios, al ver el asombro de sus padres, abran desmesuradamente los ojos. Un criado se asom a la puerta del saln. Julien continuaba hablando en latn. El criado se qued en un primer momento inmvil y despus desapareci. Al poco rato, la doncella de la seora y la cocinera hicieron su aparicin en la puerta; Adolphe haba ya abierto el libro por ocho sitios distintos, y Julien segua recitando con la misma facilidad. -Dios mo! Qu curita tan guapo! -dijo en voz alta la cocinera, que era una buena muchacha muy devota. El seor de Renal se senta un poco picado en su amor propio; en vez de examinar al preceptor, buscaba en su memoria alguna frase latina; por fin pudo citar un verso de Horacio. Julien no saba ms latn que la Biblia. Respondi frunciendo el ceo: -El sagrado ministerio que he elegido me prohbe leer un poeta tan profano. El seor de Renal cit gran nmero de pretendidos versos de Horacio. Explic a sus hijos quin era Horacio, pero los nios, admirados, no le hacan gran caso. Miraban a Julien. Como los criados continuaban en la puerta, Julien crey conveniente prolongar la prueba. -Ahora slo falta que el seor Stanislas-Xavier -el ms pequeo de todos- me indique tambin un pasaje del libro sagrado. El pequeo Stanislas, lleno de orgullo, deletre como pudo la primera frase de un versculo y Julien recit la pgina entera. Para que nada faltase al triunfo del seor de

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    Rnal, mientras Julien recitaba, entraron el seo Valenod, el dueo de los hermosos caballos normandos, y el seor Charcot de Maugiron, subprefecto del distrito. Esta escena le vali a Julien el tratamiento de seor; ni los mismos criados se atrevieron a negrselo. Por la noche, todo Verrires acudi a casa del seor de Rnal para ver de cerca aquella maravilla. Julien responda a todos con un aire sombro, que le mantena a cierta distancia. Su fama se extendi tan rpidamente por la ciudad, que a los pocos das el seor de Renal, temeroso de que se lo quitaran, le propuso firmar un contrato por dos aos. -No, seor -respondi framente Julien-, si quisiera usted despedirme, me vera obligado a marcharme. Un contrato que me obligue a m sin obligarle a usted a nada no es equitativo y me niego a firmarlo. Julien se las arregl de tal manera que, un mes despus de su llegada a la casa, el mismo seor de Rnal le respetaba. Como el cura estaba reido con los seores de Rnal y Valenod, nadie pudo traicionarle contando la antigua pasin de Julien por Napolen, del que ahora hablaba siempre con horror.

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    Captulo 7 Afinidades electivas

    Ils ne savent toucher le coeur qu'en le froissant.9 UN MODERNO

    Los nios le adoraban, l no los quera; su imaginacin estaba muy lejos de ellos. Lo que aquellos chiquillos pudiesen hacer no le impacientaba nunca. Fro, justo, impasible y, sin embargo, querido de todos porque su llegada haba desterrado el aburrimiento de aquella casa, fue un buen preceptor. Por su parte slo experimentaba odio y horror por la alta sociedad en la que era admitido, a decir verdad en el ltimo lugar de la mesa, lo que podra explicar quizs el horror y el odio que senta. Asisti a algunos banquetes de gala en los que tuvo que hacer un gran esfuerzo para no demostrar su odio contra todo lo que le rodeaba. Como otras muchas veces, un da en que se celebraba la festividad de San Luis, el seor Valenod llevaba la voz cantante en casa del seor de Rnal. Julien estuvo a punto de traicionarse; logr escapar a tiempo al jardn, bajo el pretexto de vigilar a los nios. Cuntos elogios a la honradez! -se deca-, cualquiera dira que es la nica virtud, y, sin embargo, qu consideracin, qu rastrero respeto por un hombre que, evidentemente, ha duplicado y aun triplicado su fortuna desde que administra el dinero de los pobres! Apostara que roba incluso de los fondos destinados a los nios expsitos, cuya miseria es todava ms sagrada que la de los dems! Ah, monstruos, monstruos! Y yo qu soy sino una especie de expsito odiado de mi padre, de mis hermanos y de toda mi familia? Algunos das antes de San Luis, Julien, que paseaba solo leyendo su breviario por un bosquecillo llamado de Belvedere, que domina el Paseo de la Fidelidad, trat en vano de evitar un encuentro con sus dos hermanos, a los que vio desde lejos acercarse por un sendero solitario. La envidia de aquellos obreros groseros se despert de tal modo al ver el hermoso traje negro, el aspecto extremadamente pulcro de su hermano, el sincero desprecio que ste senta por ellos, que le golpearon hasta dejarle ensangrentado y sin sentido. La seora de Rnal, que iba de paseo con el subprefecto y con el seor Valenod, lleg casualmente al bosquecillo, vio a Julien tendido en el suelo y le crey muerto. Su

    9 No saben llegar al corazn sin herirlo..

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    emocin fue tan visible que provoc los celos del seor Valenod. Su alarma era prematura. Julien encontraba muy bella a la seora de Rnal, pero la odiaba a causa de su belleza; era el primer escollo en que estuvo a punto de zozobrar su fortuna. Le hablaba lo menos posible, para hacerle olvidar el arrebato que el primer da le impuls a besarle la mano. Elisa, la doncella de la seora de Rnal, se haba enamorado del joven preceptor; hablaba a menudo de l a su seora. El amor de la seorita Elisa le vali a Julien el odio de uno de los lacayos. Un da oy que aquel hombre le deca a Elisa: Desde que ha entrado en la casa este preceptor mugriento, no quieres hablar conmigo. Julien no mereca aquella injuria; pero, por un instinto de buen mozo, redobl el cuidado de su persona. Con ello redobl tambin el odio del seor Valenod. Dijo pblicamente que tanta coquetera no era propia de un joven cura. Jumen iba vestido casi de sotana. La seora de Rnal observ que hablaba con la seorita Elisa ms a menudo de lo que sola; se enter de que aquellas conversaciones eran motivadas por la extremada penuria del menguado guardarropa de Julien. Tena tan poca ropa blanca, que se vea obligado a mandarla a lavar muy a menudo fuera de casa y para estos pequeos cuidados se vala de Elisa. Aquella extremada pobreza, que no sospechaba, conmovi a la seora de Rnal; sinti el deseo de hacerle regalos, pero no se atrevi; esta resistencia interior fue el primer sentimiento penoso que Julien le produjo. Hasta aquel momento, el nombre de Julien iba unido para ella a un sentimiento de alegra pura y exclusivamente intelec-tual. Atormentada por la idea de la pobreza de Julien, la seora de Rnal habl a su marido de hacerle un regalo de ropa blanca. -Qu tontera! -respondi ste-. Hacer regalos a un hombre que nos sirve bien y de quien no tenemos el menor motivo de queja! Eso sera bueno en el caso de que faltase a sus deberes, para estimular su celo. La seora de Rnal se sinti humillada por aquella manera de ver las cosas; no se hubiera fijado en ella antes de la llegada de Julien. No poda ver la extremada pulcritud del sencillo atavo del joven clrigo sin preguntarse: Cmo se las arreglar este pobre muchacho?. Poco a poco fue sintiendo compasin por todo lo que le faltaba a Julien, en lugar de sentirse molesta por ello. La seora de Rnal era una de esas mujeres provincianas a quienes se puede tomar por tontas los primeros quince das que se las trata. No tena la menor experiencia de la vida y no se tomaba la molestia de hablar. Dotada de un alma delicada y desdeosa, este instinto de felicidad natural en todos los seres haca que la mayor parte de las veces no prestara atencin alguna a los actos de aquellos groseros personajes entre los cuales la haba situado el azar. Hubiera llamado la atencin por la naturalidad y vivacidad de su espritu si hubiera recibido la ms elemental educacin. Pero, en su calidad de heredera, se haba educado en un convento de monjas, apasionadas adoradoras del Sagrado Corazn de Jess y animadas de un odio violento contra los franceses enemigos de los jesuitas. La seora de Rnal tuvo el suficiente buen sentido Para olvidar enseguida, como un absurdo, todo lo que haba aprendido en el convento; pero como no pudo sustituirlo por ninguna otra cosa, acab por no saber absolutamente nada. Las adulaciones precoces de que fue objeto por su condicin de heredera de una giran fortuna, y una decidida tendencia a la ms fervorosa devocin, la haban llevado a vivir completamente volcada hacia su mundo

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    interior. Bajo la apariencia de una absoluta sumisin y de una abnegacin de nimo que todos los maridos de Verrires citaban como ejemplo a sus esposas y que constitua el orgullo del seor de Rnal, su conducta habitual era, en efecto, el resultado de la ms extremada altivez. Cualquier princesa, clebre por su orgullo, presta mucha ms atencin a lo que sus gentileshombres hacen en torno suyo, que la que aquella mujer, tan dulce y tan modesta en apariencia, prestaba a lo que deca o haca su marido. Hasta la llegada de Julien puede decirse que slo se haba preocupado de sus hijos. Sus enfermedades, sus dolores, sus pequeas alegras, absorban por entero la sensibilidad de aquella mujer que en toda su vida slo haba adorado a Dios cuando estaba en el Sagrado Corazn de Besancon. Sin que se dignara confesarlo a nadie, el simple acceso de fiebre de uno de sus hijos la suma casi en el mismo estado de desesperacin que si el nio hubiera muerto. En los primeros aos de matrimonio, siempre que cediendo a la necesidad de desahogar su inquietud le hizo a su marido confidencias de ese gnero, fueron acogidas con una carcajada grosera, un encogimiento de hombros y alguna mxima vulgar sobre la locura de las mujeres. Esta clase de burlas, sobre todo cuando se referan a las enfermedades de sus hijos, eran una pualada en el corazn de la seora de Rnal. Esto fue lo que encontr en lugar de la almibarada y untuosa adulacin del convento jesutico donde pas su adolescencia. Se educ a fuerza de sufrir. Demasiado orgullosa para hablar a nadie de sus penas, ni siquiera a su amiga la seora Derville, lleg a creer que todos los hombres eran como su marido, el seor Valenod y el subprefecto Charcot de Maugiron. La grosera y la insensibilidad ms brutal por todo lo que no fuesen cuestiones de intereses, honores o condecoraciones, el odio ciego contra toda razn que los contrariara, le parecieron cosas tan naturales al sexo masculino como llevar botas y sombrero de fieltro. Despus de largos aos, la seora de Rnal no se haba acostumbrado todava a aquellas gentes ricas en medio de las cuales le haba tocado vivir. Esto explica el xito del joven campesino Julien. En la simpata que le inspiraba su alma noble y orgullosa encontr un goce dulce e ignorado que posea para ella todo el encanto de la novedad. La seora de Rnal le perdon enseguida su extremada ig-norancia, que era un atractivo ms, y la rudeza de sus modales, que lleg a corregir. Encontr que vala la pena escucharle, aun cuando hablase de las cosas ms corrientes, incluso cuando se trataba de un pobre perro aplastado al cruzar la calle por la carreta de un labrador que pasaba al trote de sus caballos. Ante aquel doloroso espectculo, su marido se rea a carcajadas, mientras que Julien frunca sus hermosas cejas negras tan finamente arqueadas. Poco a poco, acab por creer que la generosidad, la humanidad, la nobleza de alma, eran patrimonio exclusivo de ese joven clrigo. Sinti por l toda la simpata y la admiracin que tales cualidades despiertan en las almas bien nacidas. En Pars, la posicin de Julien respecto de la seora de Rnal se hubiera simplificado muy pronto; pero en Pars el amor es una creacin de las novelas. El joven preceptor y su tmida amante hubiesen hallado en unas cuantas novelas y en las mismas canciones de Gimnasio la clave de la situacin en que se hallaban. Las novelas les habran designado su papel, sealado el modelo que haban de imitar, modelo que, tarde o temprano, aunque no sintiese el menor deseo, quizs a regaadientes, la misma vanidad de Julien le hubiera obligado a seguir. En una pequea ciudad del Aveyron o de los Pirineos, el menor incidente hubiera

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    resultado decisivo por el ardor del clima. Bajo nuestro cielo, mucho ms sombro, un joven pobre que slo es ambicioso porque la delicadeza de su corazn le hace sentir la necesidad de alguno de los goces que proporciona el dinero, ve a diario a una mujer de treinta aos, sinceramente virtuosa, consagrada a sus hijos, a la que en modo alguno se le ocurre buscar modelos de conducta en las novelas. En provincias todo se hace lentamente, todo va mucho ms despacio, hay ms naturalidad. Muchas veces, pensando en la pobreza del joven preceptor, la seora de Rnal llegaba a conmoverse profundamente. Un da, Julien la sorprendi llorando a lgrima viva. -Seora, le ha ocurrido alguna desgracia? -No, amigo mo -le respondi-; llame usted a los nios y vamos a dar un paseo. Y al decir esto, tom su brazo y se apoy en l de un modo que extra a Julien. Era la primera vez que le llamaba amigo mo. Al terminar el paseo, Julien observ que ella se ruborizaba mucho. Acort el paso. -Le habrn contado a usted -dijo sin mirarle- que soy la nica heredera de una ta muy rica que vive en Besancon. Me abruma a fuerza de regalos... Mis hijos han hecho progresos... tan sorprendentes... que yo quisiera que aceptase usted un pequeo obsequio como muestra de mi agradecimiento. Se trata solamente de unos cuantos luises para que se haga usted ropa blanca. Pero... -aadi, ruborizndose ms todava, y se interrumpi de pronto. -Qu, seora? -dijo Julien. -Sera intil -prosigui, bajando la cabeza- hablar de ello a mi marido. -Soy humilde, seora, pero no vil -repuso Julien, detenindose con los ojos brillantes de clera e irguindose cuanto pudo-, esto es lo que usted no ha pensado. Sera menos que un lacayo si me pusiera en el caso de ocultar al seor de Rnal el ms insig-nificante detalle relativo a mi dinero. La seora de Rnal estaba aterrada. -El seor alcalde -prosigui Julien- me ha entregado cinco veces treinta y seis francos desde que vivo en esta casa, y mi libro de cuentas est a la disposicin del seor de Rnal y de quien quiera verlo, incluso del seor Valenod, que me odia. Ante esta salida, la seora de Rnal se puso plida y temblorosa, y el paseo se termin sin que ninguno de los dos pudiese encontrar un pretexto para reanudar el dilogo. El amor hacia la seora de Rnal se hizo cada vez ms imposible en el corazn del orgulloso Julien; ella, por su parte, le respet, le admir; la haba regaado. Con el pretexto de reparar la involuntaria humillacin que le causara, ella se permiti hacerle objeto de las id ms tiernas atenciones. Durante ocho das, la novedad de esta manera de tratarle hizo la felicidad de la seora de Rnal. El efecto que produjo fue apaciguar en parte la clera de Julien, que estaba muy lejos de pensar que aquello pudiera ser una in-clinacin personal. As son las gentes ricas! -se deca-. Le humillan a uno y despus creen que pueden arreglarlo todo con unas cuantas moneras. El corazn de la seora de Rnal rebosaba de tal modo de inquietud y era todava tan inocente que, a pesar de haberse propuesto lo contrario, no pudo menos de contar a su marido el ofrecimiento que le haba hecho a Julien y la forma en que ste lo haba rechazado. -Cmo -repuso el seor de Rnal, muy picado- ha podido tolerar una negativa

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    por parte de un criado? Y como la seora de Rnal protestase al or este nombre: -Hablo, seora, como el difunto prncipe de Cond al presentar sus chambelanes a su nueva esposa: Toda esa gente -le dijo-, son nuestros criados. Le he ledo este pasaje de las Memorias de Besenval, fundamental para guardar las jerarquas. Todo aquel que no sea gentilhombre, viva en nuestra casa y reciba un salario, es su criado. Voy a decir dos palabras a este seor Julien y a regalarle cien francos. -Amigo mo! -exclam, temblando, la seora de Rnal-. Por lo menos no lo haga delante de los criados! -S, podran tener envidia y con razn -dijo su marido, alejndose y pensando en la cuanta de la suma. La seora de Rnal cay en una silla, medio desvanecida de dolor. Va a humillar a Julien por mi culpa! Su marido le dio horror y se cubri el rostro con las manos. Se prometi a s misma que jams volvera a hacer confidencias. Cuando volvi a ver a Julien estaba temblando, senta una opresin tal en el pecho, que no pudo pronunciar ni una sola palabra. En su azoramiento, le cogi las manos y se las estrech. -Y bien, amigo mo -le dijo al fin-, est usted satisfecho de mi marido? -Cmo no voy a estarlo! -respondi Julien con una amarga sonrisa-. Me ha regalado cien francos. La seora de Renal le mir vacilante. -Dme usted el brazo -acab por decir con un tono de decisin que Julien no le haba odo nunca. Se atrevi a ir a casa del librero de Verrires, a pesar de su terrible reputacin de liberal. All eligi libros por valor de diez luises para regalar a sus hijos. Pero aquellos libros eran precisamente los que saba que deseaba Julien. Exigi que all mismo, en la librera, cada uno de los nios pusiese su nombre en los libros que le haban tocado en suerte. Mientras la seora de Renal se senta feliz por aquella especie de reparacin que haba tenido la audacia de ofrecer a Julien, ste estaba asombrado ante la cantidad de libros que vea en la librera. Jams se haba atrevido a entrar en un lugar tan profano; su corazn palpitaba. En vez de tratar de adivinar lo que pasaba en el corazn de la seora de Renal, estaba reflexionando profundamente sobre qu procedimiento podra encontrar un joven estudiante de teologa como l para procurarse algunos de aquellos libros. Finalmente se le ocurri la idea de que con habilidad no sera difcil convencer al seor de Renal de que sera muy til que sus hijos aprendieran la historia de los ms famosos aristcratas de la provincia. Al cabo de un mes de reiteradas instancias, Julien consigui su propsito con tal xito que, poco tiempo despus, hablando con el seor de Renal, se atrevi a aventurar una proposicin mucho ms dolorosa para el seor alcalde; se trataba de contribuir a la fortuna de un liberal tomando un abono en la librera. El seor de Renal no tena inconveniente en reconocer que sera muy til que su hijo mayor conociese de visu alguna de las obras que oira citar en la conversacin cuando estuviese en la Escuela Militar; pero Julien vea que el seor alcalde se obstinaba en no ir ms lejos. Sospechaba una razn oculta, pero no poda adivinarla. -He pensado, seor -le dijo un da-, que sera del todo improcedente que un noble apellido como el de Renal figurase en el sucio registro del librero. La frente del seor de Renal se ilumin.

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    -Tambin sera de mala nota -continu Julien con tono humilde-, para un pobre estudiante de teologa, si se llegase a descubrir un da que su nombre figuraba en el registro de un librero que alquila libros. Los liberales podran acusarme de haber pedido las obras ms infames; quin sabe si no seran capaces de anotar junto a mi nombre los ttulos de estos libros perversos. Pero Julien se estaba desviando del buen camino. Observ que la fisonoma del alcalde recobraba su expresin de malestar y contrariedad. Julien se call. Ya es mo, se dijo. Pocos das despus, en presencia del seor de Rnal, el mayor de sus hijos le pregunt algo a Julien sobre un libro que haba visto anunciado en La Quotidienne. -Para evitar un motivo de triunfo al partido jacobino y al mismo tiempo poder contestar a las preguntas del seor Adolphe, podramos hacer una suscripcin en la librera, a nombre de cualquiera de los criados de la casa. -No es mala idea -repuso el seor de Rnal, evidentemente muy satisfecho. -Habra que especificar, sin embargo -aadi Julien con aquel aire grave y casi contrito, tan propio de ciertas personas cuando estn a punto de lograr algo que han deseado largo tiempo-, habr que especificar que el criado no podr pedir novelas. Una vez en la casa, estos libros peligrosos podran pervertir a las doncellas de la seora y hasta al propio criado. -Se olvida usted de los libelos polticos -aadi el seor de Rnal con aire altivo. Quera ocultar la admiracin que le haba producido el sabio mezzo_termine adoptado por el preceptor de sus hijos. De este modo, la vida de Julien se compona de una serie de Pequeas negociaciones; su xito le preocupaba mucho ms que el sentimiento de manifiesta predileccin que con slo proponrselo hubiera podido leer en el corazn de la seora de Rnal. La Posicin moral en que se haba encontrado toda su vida se repeta una vez ms en casa del seor alcalde de Verrires. All, como en el aserradero de su padre, despreciaba profundamente a las personas que vivan en torno suyo y era odiado por ellas.

    Diariamente tena ocasin de comprobar en los relatos del subprefecto, del seor Valenod y de otros amigos de la casa, referentes a cosas que acababan de suceder ante sus propios ojos, que las ideas de aquellas gentes no tenan relacin alguna con la realidad. Si una accin le pareca admirable, precisamente aqulla provocaba las censuras de las personas que le rodeaban. Su rplica interior era siempre la misma: Qu monstruos o qu imbciles!. Lo gracioso era que, pese a todo su orgullo, a menudo no entenda absolutamente nada de lo que estaban hablando. En toda su vida slo haba hablado sinceramente con el viejo cirujano mayor; las pocas ideas que tena se referan a las campaas de Bonaparte en Italia o a la ciruga. Su ardor juvenil se complaca con el relato pormenorizado de las operaciones ms dolorosas. Se deca: Yo no hubiera pestaeado. La primera vez que la seora de Rnal intent entablar con l una conversacin ajena a la educacin de los nios, se puso a contarle operaciones quirrgicas. Ella palideci y le rog que no continuase. Fuera de esto, Julien no saba absolutamente nada. Aunque se pasaba la vida junto a la seora de Rnal, en cuanto estaban solos se alzaba entre ellos un silencio singular. En

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    el saln, por humilde que fuese su actitud, ella encontraba en su mirada un aire de superioridad intelectual sobre todo lo que le rodeaba. Si se quedaba un momento a solas con ella, su azoramiento era visible. Y esto la preocupaba, pues su instinto de mujer le haca comprender que en aquel azoramiento no haba la menor ternura. Julien tena la idea, sacada sin duda de alguna descripcin de las costumbres de la buena sociedad, hecha por el viejo cirujano mayor, de que no se deba estar callado en un sitio donde hubiese una mujer, y se senta humillado por este silencio como si fuese exclusivamente culpa suya. Esta sensacin era cien veces ms penosa cuando estaban solos. Su imaginacin, llena de las nociones ms exageradas, ms espaolas, sobre lo que ha de decir un hombre cuando est a solas con una mujer, no le ofreca en su turbacin ms que ideas inadmisibles. Su alma estaba en las nubes y, sin embargo, no poda salir del silencio