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SÁBADO 28 DE FEBRERO DE 2015 1 Contenido Crónicas del Olvido ARTAUDLOGÍA (Textos) ALBERTO HERNÁNDEZ 1.- A rrastro conmigo el peso de Antonin Artaud desde mis tiempos de militante de lo im- posible. Desde los sobresaltos de una utopía con acné. Desde los primeros momentos de “El teatro y su doble”, desde la miseria humana travestida en dos sujetos que hoy son estatuas de nuestra actual realidad política. Y digo militancia porque Artaud era una espina que como jóvenes llevá- bamos los que nos queríamos sacu- dir los viejos discursos desde la calle y desde los escenarios teatrales. Ese peso aún gravita alrededor de otros títulos que reposan frente a mí mien- tras me llevo el desayuno a la boca, mientras abrazo a uno de mis hijos, mientras juego con mis nietos, mien- tras me miro en los ojos de mi madre, mientras hablo con los fantasmas de la casa. O mientras ese tanto agresi- vo de la desmemoria, que altera una locura prestada o despelleja las ilu- minaciones que Rimbaud dijo haber sufrido mientras le ataba las piernas a una esclava africana. La cara de demente angustiado del autor francés continúa dibujada en esa época. Es un dibujo sin ojos. Una mueca de sus lecturas se desprende de todo eso: lo que somos y lo que no somos. Somos bestias desde Artaud, como lo hemos sido desde Ambrose Bierce, desde Papini, desde la incohe- rencia de haber sido parte de un mo- mento en el que se nos reveló aquella “Cuna de esperma” con que Antoine Marie Joseph (“Antonin”) Artaud co- mienza la historia de “Heliogábalo”. Relato de crueldades que “El anarquis- ta coronado” -donde conocimiento, poesía e imaginación se enlazan- hace visible a través del escándalo. Pues bien, vieja lectura casi olvi- dada. En medio del desorden, entre el “tirapiedrismo” juvenil, las prohi- biciones ideológicas impuestas por una élite bufonesca y las páginas de los libros, se me atravesó “Van Gogh: el suicidado de la sociedad y Para aca- bar de una vez con el juicio de Dios”, en el que Artaud hace poesía, ensa- yo y narra parte de sus demonios. Es decir, se pasea por la vida y la muerte de un personaje que se parecía a él. El pintor y el escritor: dos caras que se hacen una en medio de la tragedia. “El teatro de la crueldad”, el ahorcado, el ahogado, el añadido a la muerte como un poema ilegible. 2.- De eso casi nada queda. No obs- tante, le veo el rostro al hombre casi todos los días. Los lomos de sus libros. Me llama “Artaud le Momo”, “Aquí yace” y “La cultura India”, una poesía/ cárcel. Las palabras engullen a quien las escribe. Quien las lee queda atra- pado entre la lucidez y la locura. Los nueve años en un manicomio del marsellés y todas las horas de lectu- ra de quien esto escribe tras las rejas imaginarias de una casa donde los muertos y los vivos se daban las ma- nos. Ficción, sí, pero omniabarcante, reveladora de que un autor es capaz de ahogar a quien lo aborda. Y, luego, sin solución de continuidad, los tres tomos de las “Cartas desde Rodez”, en las que se siente, se ve y se huele la existencia de un sujeto en correspon- dencia con otras vidas que respiran su mismo aire. Cartas comunes, extra- ñas, cartas cotidianas, cartas íntimas, de dolor, de rasgaduras. Hasta aquí mi vida con Antonin Artaud durante aquellos años de enfermedad juvenil y casi adulta mientras el mundo era total alborozo en medio de la des- mesura, la demencia política y todos los cadáveres que nos veían a los ojos como si fuésemos parte de su pu- trefacción. Aquello fue Artaud. Todo aquello fue él: las lecturas y las pesa- dillas, el teatro y algunos desafueros. 3.- Hoy nos llega de nuevo de la mano del joven poeta, ensayista y traductor Adalber Salas Hernández, quien lo vierte en “Artaudlogía” (Tex- tos), publicado por bid & co. editor. Aquí están muchos de aquellos libros, pero esta vez trasladados al español por el talento de este venezolano que cada día nos amplía el mundo con su talento. Y regresamos a la locura. Mejor, re- greso a esa locura en primera persona. Porque ahora soy Artaud en un trata- do anunciado en el título que Adalber Salas le ha acuñado. Es el tratado de un sujeto cuya inteligencia pervierte la nuestra, la aguza, la prepara para lo peor, para lo que vendrá. O para lo que no vendrá. Son cartas y poemas. Car- tas donde teoriza, insulta con maestría, califica y vomita con la mirada puesta de lado. De su poesía, toda la locura dispersa, preparada para invadir los sentidos que los surrealistas una vez develaron en medio del lodazal. Poe- sía del desgarro, desde la más frenética verdad: suerte de decencia que nos involucra, nos desnuda. Atado, con una camisa de fuerza, el loco Artaud desafía aún el mundo. Nos desafía. Nos pega de la pared. Nos perturba. Nos convierte en mu- ñecos de trapo. La lectura a la que nos somete la traducción de Salas Her- nández es impecable, tanto que arde cada oración, cada frase, cada disloca- miento del alma. Nos lleva por los años de Artaud este libro que el poeta venezolano nos regala. Nos oscurece y nos ilumina. Adentrarnos en él significa regresar a la matriz de nuestra locura original. No obstante, desde esta antigua pasión por Antonin Artaud, invito a los lec- tores venezolanos, jóvenes, maduros y de edad indescifrable a leerlo, a ha- cerlo parte de la angustia que a diario vivimos. Artaud podría ser un bálsamo. Un agujero por donde vernos el espí- ritu, las verdades y sombras que nos repiten como animales con nombre y apellido.

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SÁBADO 28 De feBrerO De 2015 1Contenido

Crónicas del Olvido

ARTAUDLOGÍA (Textos)ALBERTO HERNÁNDEZ

1.-

Arrastro conmigo el peso de Antonin Artaud desde mis tiempos de militante de lo im-

posible. Desde los sobresaltos de una utopía con acné. Desde los primeros momentos de “El teatro y su doble”, desde la miseria humana travestida en dos sujetos que hoy son estatuas de nuestra actual realidad política. Y digo militancia porque Artaud era una espina que como jóvenes llevá-bamos los que nos queríamos sacu-dir los viejos discursos desde la calle y desde los escenarios teatrales. Ese peso aún gravita alrededor de otros títulos que reposan frente a mí mien-tras me llevo el desayuno a la boca, mientras abrazo a uno de mis hijos, mientras juego con mis nietos, mien-tras me miro en los ojos de mi madre, mientras hablo con los fantasmas de la casa. O mientras ese tanto agresi-vo de la desmemoria, que altera una locura prestada o despelleja las ilu-minaciones que Rimbaud dijo haber sufrido mientras le ataba las piernas a una esclava africana.

La cara de demente angustiado del autor francés continúa dibujada en esa época. Es un dibujo sin ojos. Una mueca de sus lecturas se desprende de todo eso: lo que somos y lo que no somos. Somos bestias desde Artaud, como lo hemos sido desde Ambrose Bierce, desde Papini, desde la incohe-rencia de haber sido parte de un mo-mento en el que se nos reveló aquella “Cuna de esperma” con que Antoine Marie Joseph (“Antonin”) Artaud co-mienza la historia de “Heliogábalo”. Relato de crueldades que “El anarquis-ta coronado” -donde conocimiento, poesía e imaginación se enlazan- hace visible a través del escándalo.

Pues bien, vieja lectura casi olvi-dada. En medio del desorden, entre el “tirapiedrismo” juvenil, las prohi-biciones ideológicas impuestas por una élite bufonesca y las páginas de los libros, se me atravesó “Van Gogh: el suicidado de la sociedad y Para aca-

bar de una vez con el juicio de Dios”, en el que Artaud hace poesía, ensa-yo y narra parte de sus demonios. Es decir, se pasea por la vida y la muerte de un personaje que se parecía a él. El pintor y el escritor: dos caras que se hacen una en medio de la tragedia. “El teatro de la crueldad”, el ahorcado, el ahogado, el añadido a la muerte como un poema ilegible.

2.-De eso casi nada queda. No obs-

tante, le veo el rostro al hombre casi todos los días. Los lomos de sus libros.

Me llama “Artaud le Momo”, “Aquí yace” y “La cultura India”, una poesía/ cárcel. Las palabras engullen a quien las escribe. Quien las lee queda atra-pado entre la lucidez y la locura. Los nueve años en un manicomio del marsellés y todas las horas de lectu-ra de quien esto escribe tras las rejas imaginarias de una casa donde los muertos y los vivos se daban las ma-nos. Ficción, sí, pero omniabarcante, reveladora de que un autor es capaz de ahogar a quien lo aborda. Y, luego, sin solución de continuidad, los tres tomos de las “Cartas desde Rodez”,

en las que se siente, se ve y se huele la existencia de un sujeto en correspon-dencia con otras vidas que respiran su mismo aire. Cartas comunes, extra-ñas, cartas cotidianas, cartas íntimas, de dolor, de rasgaduras. Hasta aquí mi vida con Antonin Artaud durante aquellos años de enfermedad juvenil y casi adulta mientras el mundo era total alborozo en medio de la des-mesura, la demencia política y todos los cadáveres que nos veían a los ojos como si fuésemos parte de su pu-trefacción. Aquello fue Artaud. Todo aquello fue él: las lecturas y las pesa-

dillas, el teatro y algunos desafueros.

3.-Hoy nos llega de nuevo de la

mano del joven poeta, ensayista y traductor Adalber Salas Hernández, quien lo vierte en “Artaudlogía” (Tex-tos), publicado por bid & co. editor. Aquí están muchos de aquellos libros, pero esta vez trasladados al español por el talento de este venezolano que cada día nos amplía el mundo con su talento.

Y regresamos a la locura. Mejor, re-greso a esa locura en primera persona. Porque ahora soy Artaud en un trata-do anunciado en el título que Adalber Salas le ha acuñado. Es el tratado de un sujeto cuya inteligencia pervierte la nuestra, la aguza, la prepara para lo peor, para lo que vendrá. O para lo que no vendrá. Son cartas y poemas. Car-tas donde teoriza, insulta con maestría, cali� ca y vomita con la mirada puesta de lado. De su poesía, toda la locura dispersa, preparada para invadir los sentidos que los surrealistas una vez develaron en medio del lodazal. Poe-sía del desgarro, desde la más frenética verdad: suerte de decencia que nos involucra, nos desnuda.

Atado, con una camisa de fuerza, el loco Artaud desafía aún el mundo. Nos desafía. Nos pega de la pared. Nos perturba. Nos convierte en mu-ñecos de trapo. La lectura a la que nos somete la traducción de Salas Her-nández es impecable, tanto que arde cada oración, cada frase, cada disloca-miento del alma.

Nos lleva por los años de Artaud este libro que el poeta venezolano nos regala. Nos oscurece y nos ilumina. Adentrarnos en él signi� ca regresar a la matriz de nuestra locura original. No obstante, desde esta antigua pasión por Antonin Artaud, invito a los lec-tores venezolanos, jóvenes, maduros y de edad indescifrable a leerlo, a ha-cerlo parte de la angustia que a diario vivimos. Artaud podría ser un bálsamo. Un agujero por donde vernos el espí-ritu, las verdades y sombras que nos repiten como animales con nombre y apellido.

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SÁBADO 28 De feBrerO De 20152 Contenido

MAIKEL RAMÍREZ

El cuarto del loco (2014), de Carolina Lozada

A contraluz de las ideas predominantes de su tiempo, el � lósofo fran-

cés Michel Foucault detectó la nefanda participación de la política en la construcción discursiva de la locura. Uno de los logros de la tradición litera-ria que se fundamenta en este descubrimiento del pensador galo es, a no dudarlo, Alguién voló sobre el nido del Cuco, novela del escritor norteame-ricano Ken Kesey en el que la Gran Enfermera Ratched (gui-ño al Big Brother de la distopía orwelliana), como mecanis-mo de control social, somete al rebelde McMurphy a una lobotomía que lo deja en es-

tado vegetal. Siguiendo esta línea de la historia literaria, y explorando sus posibilidades, la escritora venezolana Caro-lina Lozada escribe El cuarto del loco, volumen de cuentos que constituye la primera pu-blicación del catálogo que se propone ampliar la novísima editorial independiente Barco de Piedra.

Tras meses de hacerse con el prestigioso premio de cuen-tos del diario El Nacional, por su relato Los pobladores, Ca-rolina Lozada ofrece quince nuevos cuentos, disponibles en una edición de cien libros, cada uno con un diseño de portada diferente, y armado de manera manual. Y acaso para recordarnos nuestros orí-genes de sociedades de lecto-

res, este libro destaca por su particularidad ‘intonsa’, esto es, según lo explica el escri-tor mexicano Juan Villoro, sus pliegues sin cortar nos recuer-dan aquellos tiempos cuando la imprenta estaba en pañales.

Después de leer la pieza Bajo el desamparo de Dios, es dable sostener que el libro autoriza una segmentación: primero, contamos con cuen-tos en los que la locura se re-pliega a la subjetividad y los espacios íntimos. Podemos identi� car acá a la metoni-mia y la personi� cación como unos de sus recursos medu-lares, empleados cuando se describen partes del cuerpo que cobran autonomía por la tensión que los personajes experimentan, sobre todo,

en mitad del contexto social y político: “mis pobres manos están enfermas, todo el tiem-po sueñan que están tapando esa gran boca, ese sulfuroso volcán” o “afuera mis miedos se juntan en confabulación; sé que quieren matarme. Me lo han dicho al oído. Lo hacen cuando estoy dormido”; por el otro lado, encontramos cuentos en los que la locura se mani� esta en las relaciones intersubjetivas, en el contac-to con los otros. Ejemplar de este tipo es el cuento Las aves, mezcla de humor y tragedia que sufre un típico venezo-lano cuando forma cola para comprar productos de prime-ra necesidad. Acá, las aves, representación metafórica de quienes esperan en la cola,

se desbandan enloquecidas cuando se acaba el producto por el que con tanta pacien-cia habían esperado, imagen que nos recuerda a uno de los planos aéreos del clásico de Alfred Hitchcock, Los pájaros.

“Haré la cola como un pen-dejo para conseguir comida” se podía leer en el papagayo con el que protestaba el señor Rafael, encarcelado horas des-pués por esta creativa forma de expresar su descontento ante la escasez de alimentos en el país. Así, con la realidad superando a la � cción, se ce-rraba la metáfora ornitóloga elaborada por Carolina Loza-da: encarcelaban un hombre cuyo papagayo podría insti-gar a las aves.

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SÁBADO 28 De feBrerO De 2015 3Contenido

¿Dónde «descansan» los escritores más grandes de la literatura universal?

A los treinta arqueólogos, forenses, técnicos e histo-riadores que trabajan en el

«proyecto nacional» para recupe-rar los restos de Miguel de Cervan-tes en la iglesia de las Trinitarias de Madrid, muerto en 1616, les hubie-ra gustado que el autor de «El Qui-jote» tuviera su capítulo en «Tum-bas de poetas y pensadores». En la obra, el escritor holandés Cees Nooteboom (La Haya, 1933) cuen-ta el viaje que realizó alrededor del mundo, junto a su mujer, para visitar las sepulturas de los escri-tores que más le marcaron, con el objetivo de mantener una conver-sación � cticia con ellos. Genios de la talla de Pablo Neruda, Antonio Machado, Rober Louis Stevenson, Thomas Mann, James Joyce, Mar-cel Proust o Bertolt Brecht, entre otros muchos.

Si aún no lo has leído, puedes realizar con nosotros este parti-cular «viaje» por las tumbas de los escritores más famosos de la his-toria de la literatura, algunos con epita� os tan curiosos como el de William Shakespeare: «Buen ami-go, por Jesús, abstente de cavar el polvo aquí encerrado. Bendito sea el hombre que respete estas pie-dras y maldito el que remueva mis huesos».

La tumba del poeta y escritor más grande que ha dado la lite-ratura inglesa se ha convertido, al igual que la de muchos de nues-tros protagonistas, en lugar de pe-regrinación para muchos lectores de todo el mundo, donde dejan sus dedicatorias personales. En este caso, tendríamos que dirigir-nos a la Iglesia de la Santa Trinidad de Stratford, en Londres, donde había sido bautizado 52 años antes de morir, el 3 de mayo de 1616.

El expreso deseo del autor de «Otelo» o «Macbeth» impidió que ocupara su hueco en «La esqui-na de los poetas» de la Abadía de Westminster, en Londres, en cuyo transepto sur se encuentran las tumbas de autores de la talla de Charles Dickens, Rudyard Kipling, Robert Browning o Alfred Tenny-son.

Quevedo, el desaprecidoLos restos de Francisco de Que-

vedo, contemporáneo de Cervan-tes, estuvieron perdidos durante años en la Iglesia de San Andrés de Villanueva de los Infantes, donde fue trasladado al morir, en 1645.

Cuando entraron los franceses, en 1811, su tumba fue profanada y sus restos desaparecidos. En 1869, fueron reclamados por el Ministe-rio de Fomento para ubicarlos en el Panteón Nacional que iba a ser inaugurado en Madrid, en 1869. Como no estaba localizados, se en-viaron los de otra persona. Al per-catarse del error, fueron devueltos y, en 1955, se organizó un equipo para buscarlos de nuevo. Fueron hallados en el interior de una an-tigua cripta situada debajo de una de los torres de dicha iglesia, don-de descansan actualmente.

Algo parecido ocurrió a Lope de Vega, enterrado en la Iglesia de San Sebastián en un funeral que dejó una deuda cuantiosa. Al no saldarse, los huesos de escritor se echaron a una fosa común situa-da bajo el altar, donde están mez-clados con los de la propia Marta de Nevares y los del dramaturgo mexicano Juan Ruiz de Alarcón, uno de sus mayores rivales sobre el escenario.

El cuerpo sin vida de San Agus-tín también deambuló durante siglos. El pensador cristiano más importante de la historia murió en Hipona, la actual Annaba (Argelia), en el 430. Sus restos peregrinaron por distintos lugares durante si-glos. Alrededor del 500, los obispos africanos fueron expulsados de sus sedes y huyeron con el tesoro más valioso de la iglesia africana, los restos del santo. Los depositaron en la isla de Cerdeña (Italia), en la iglesia de San Saturnino de Ca-gliari, donde permanecerán más

de doscientos años, hasta que en el 722 tuvieron que moverlos de nuevo por el avance de los musul-manes. Fueron depositados en un cofre de plata en San Pietro in Ciel d’Oro, donde se encuentran en la actualidad.

A diferencia de estos, Leon Tols-toi que nació, vivió y fue enterrado en su � nca rural conocida como Yásnaia Poliana, a 12 kilómetros al suroeste de Tula (Rusia). Se trata de un simple túmulo de tierra cu-bierto de vegetación, sin nombres ni señales, en medio de un bosque tranquilo y apacible.

«Por haber amado a las busco-nas»

Uno de los cementerios más famosos del mundo es el de Mon-tparnasse, en el que descansan los restos de muchos de los más gran-des escritores, artistas e intelectua-les de la historia universal. Allí se encuentra, por ejemplo, la tumba de Charles Baudelaire –la misma en la que sería enterrada su madre cuatro años después–, en la que no � guró, desgraciadamente, el transgresor epita� o que él mismo dejó escrito antes de morir, a los 46 años: «Aquí yace quien por haber amado en exceso a las busconas, descendió joven todavía al reino de los topos».

También se encuentran en Montparnasse Julio Cortazar, con la imagen de un cronopio sobre su lápida, realizado por los escul-tores Julio Silva y Luis Tomasello, y en la que muchos visitantes dejan dibujos de rayuelas, copas de vino y billetes de metro con dibujos.

Tumba de Leon Tolstoi, en su � nca

Escultura de Voltaire, en su tumba

O el Premio Nobel de Literatura, Samuel Beckett, además de Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, que comparten tumba.

J.R.R. Tolkien, muerto en 1973, también fue enterrado con el amor de su vida en el cementerio de Wol-vercote, en Oxford. El autor de «El Señor de los Anillos» y su esposa Edith recibieron sepultura bajo los nombres de «Beren» y «Lúthien», extraídos de la famosa leyenda in-cluida en el «Silmarillion», que na-rraba la preciosa historia de amor entre estos dos elfos.

Enterrado tres vecesOtro de los grandes escritores

de la literatura francesa, Alejandro Dumas, fue enterrado hasta tres veces. En primer lugar, los restos del legendario autor de «Los tres mosqueteros» fueron enterrados en Puy, donde murió en 1895. Después, fueron trasladados a Vi-llers-Cotterêts, su ciudad natal. Y

por último, en 2002, tras una serie de ceremonias nacionales en las que participó el mismo presiden-te del Gobierno, Jacques Chirac, recibió sepultura en el Panteón de París, entre las tumbas de Émi-le Zola y Víctor Hugo.

Fue precisamente con motivo del entierro de este último, bajo la Tercera República francesa, cuan-do el Panteón, que había sido construido en 1764, se convirtió en un edi� cio destinado a albergar los cuerpos de hombres ilustres. Por ejemplo, Voltaire, enterrado allí tras la Revolución Francesa, en 1791. Su tumba, � anqueada por una enorme escultura atribuida a Jean-Antoine Houdon, está ubica-da frente a la de su enemigo con la siguiente inscripción: «Combatió a los ateos y a los fanáticos. Inspiró la tolerancia. Reclamó los derechos del hombre contra la esclavitud de la feudalidad».

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24 SÁBADO 28 De feBrerO De 2015CONTENIDO

EN HUMANO ORO

Su per� ltiene un dolor agudoIconoclastade frentevivepero amenaza su sombra.

DEL SUEÑO

Una a unala turgenciaa tiempo mío

Carnación idealen puro abrazoy beso dividido

Asómbrame:en suave gálibola nochese suma al poderío de la estrella.SOLO ME QUEDARÉ CON ESTE ASOMBRO(1995)

Debe saberse que mi soledad es un caballo

¿Saben por qué?

Ni crines tuvo mi alegríaLa más mía perdida

Y alégrenseNunca pude jugar sobre la hierba.

Yo tengo mi silencioPara mejores vocesDigoNo existe la palabraQue revierta mi alegría domada

La dejaré solamente a orillas denada

No cambiaré tu soplo VidaTendré la voz descuidada de mi silencio.

(Inédito)

Ese día estuvo la fogata encendida, día perdidohoy ¿qué luz se asomay convierte este cielo?un cielo que invitaa servirse de la lluviay de la piedra.

Sobrevivientede la noche.

Estrella de fuego silbante entre las lenguascomo ojo ciego que advierteentre mañana y tardeun vacío nunca removido por los gestos.

Se vive esperando una sola palabra: Mirar.Dos palabras: No veas.

Es la ceguedad y también la luzansiada ysonámbulaparecida a la muchedumbre de paso que no ve.

Porqué no adivinamos el vacío de los cuchillos.Esos � los profundos y serenoscomo los días de la infancia.

MI PADRE

IMPERFECTA MEMORIA